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Autobiografia Oct 24-3
Autobiografia Oct 24-3
Autobiografia Oct 24-3
Creo que con este intento de ser escritor y de reivindicar además la vida de los
maestros, es posible desde una soledad para no llegar a algo espontaneo, emotivo o
anecdótico, porque no alcanzaría la integridad de mi ser de persona y de maestro. En este
camino que emprendo con episodios construyendo la autobiografía, estarán los trazos
fundamentales de recuerdos de la infancia y de la escuela que habité con maestros y
maestras que me indicaron rutas para mi vida. En mi equipaje para este viaje estará el
álbum de recuerdos de niño creciendo para ir a la escuela, el niño que va a la escuela, el
joven que se hace maestro de escuela, el maestro en su vida cotidiana, el profesor de
filosofía y la vida universitaria.
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Desde esta autobiografía, dejo constancia escrita para los educadores que se interesan por
el conocimiento de experiencias de vida que van desde el niño campesino en una escuela
pública en donde están los maestros formados en las escuelas normales de los años 60, con
metodologías de enseñanzas que para nuestro tiempo en gran medida se consideran
superadas, pero además quedarán las notas de la manera como fui formado para ser
maestro desde estas mismas estrategias y métodos para luego ir a pueblos y veredas con
mi equipaje de aprendiz con mi abecedario de maestro de escuela a enseñar letras y
palabras.
En cualquier lugar del mundo, en los lugares más remotos, en los países
desarrollados y prósperos, incluso en los más `pobres y con mayor atraso, siempre estará
presente la figura del maestro. En unos lugares son reverenciados, en otros quizá son seres
humanos de la cotidianidad, pero siempre estarán presentes en la sociedad y así como el
niño lo tiene presente y palpitante en su momento, el adulto y el viejo no podrán pasar
como anónimo a un maestro que tuvo presencia en su vida.
Podríamos detenernos para teorizar en páginas las diversas concepciones sobre este
personaje presente en cuentos, en novelas e historias, pero nunca se agotaría; siempre habrá
algo más para agregar sobre el maestro y su bella tarea en la educación. No queda duda
que el maestro contribuye al diseño de la vida hacia futuro y su obra se eterniza
sabiamente en la preservación de la cultura y la unidad de los pueblos. El maestro es
portador de saberes, pero tiene la virtud de saberlos llevar a la mente de niños y jóvenes.
La escuela será feliz en la medida en que en ella estén maestros felices. El niño será
feliz si en el descubrimiento de los sonidos de las letras estuvo la sabiduría y la voz tierna
de un maestro o una maestra que jugando nos dijo que las letras serían nuestras amigas de
la vida. Cuando dejamos la escuela y las tareas de maestro, en muchos casos nos llegamos a
sentir perdidos. Es como si el grito de los niños o la sonrisa de los jóvenes se impregnara en
nuestra esencia de vida para ser parte del aire que se respira. A veces creo que muchos
maestros envejecen en la escuela esperando un asomo de aliento para atreverse a la
renuncia. La renuncia a las tareas de la escuela por parte del maestro es una pequeña muerte
que llega.
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En el mundo de la escuela muchos personajes pueden surgir con saberes y
demostrar incluso alguna capacidad para transmitirlos con éxito, pero pocos tienen la virtud
de ser íntegros en los saberes académicos que además los asuman como parte de la
formación para la vida. Volver a imágenes de la vida pasada, para ubicar el presente he ahí
un reto. Aun en medio de las complejidades que viven los maestros en nuestro medio, no
queda duda que el lugar que actualmente tienen les asigna la labor definitiva de formar a
las jóvenes generaciones, razón que pone al orden del día la función social de sus acciones.
Este texto que se fundamenta desde episodios de vida de alguien que egresó de una
normal con el título de maestro, puede ser experiencia más que en el campo de la
educación colombiana se han dado, y que han obedecido a la lógicas normativas y a los
intereses ideológicos que cada gobierno impone desde las tareas que los educadores
desarrollan en diferentes contextos. Sin embargo, abrigo la esperanza de que esta
autobiografía motive en el lector inquieto el conocimiento y la investigación de
experiencias educativas en la escuela heredera de la Constitución de 1886 para establecer
analogías con la escuela de la carta de 1991, que sin lugar a dudas logró transformaciones
en lo textual, pero aún sigue distante de muchas realidades.
Ha sido necesaria una reeducación de los maestros para romper las estructuras
mentales que por más de cien años tomaron asiento en la educación, en los educadores y en
la sociedad. Soy testigo y actor en las diferentes luchas que han librado los maestros para la
conquista del estatuto docente, y en otras luchas que han buscado la defensa de derechos
adquiridos siempre amenazados por los gobiernos de cada época. Paradójicamente,
muchos docentes que reclaman con vigor sus derechos, son profundamente antidemócratas
en la escuela y profundamente arbitrarios con los estudiantes. Estos comportamientos los
llegué a presenciar en mi vida laboral en escuelas y colegios.
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Me formé en la normal liderada por sacerdotes y comunidades religiosas, y fui
heredero y participe en su momento de una formación con la única posibilidad de la
religión católica. De la normal a maestro de escuela todos los simbolismos e idearios
religiosos era el camino. Con seguridad la mentalidad con la que fui formado no tenía
asomos democráticos, y en esos primeros pasos de maestro de los años 60 muchas
prácticas antidemocráticas también tuve en mis aprendizajes de maestro.
Aun así, con las trayectorias planteadas, busco reivindicar la tarea del maestro
desde estos episodios, para ello acudiré a la plena convicción de haber sido un maestro de
escuela feliz que por circunstancias inesperadas de la vida aun acredita memoria y vida
más que recuerdo y la tranquilidad para escribirlo con la única esperanza de no morir. Esta
autobiografía es una posibilidad para dejar trazos y huellas de memoria histórica de un
maestro que guarda la gratitud con la vida que le permitió sembrar algunas semillas de
libertad y esperanza en niños y jóvenes; no desde la perspectiva de vencedor o vencido
sino desde el testimonio de una vida que aun palpita.
Sacudir los viejos baúles de la memoria para abrirlos por un momento a la vida
permitirá un escrutinio de hechos y experiencias que pueden llegar a ser una voz de
aliento a los maestros que en diferentes rincones de nuestro país, sonríen ante las miradas
limpias de los niños que buscan las letras. Los maestros dejan guardado en su memoria los
días felices de la escuela: niños cantos, letras, o incluso días de nostalgia que hacen parte de
la vida. Siempre se quedan en nuestra memoria esos dos días significativos que son: el día
de la primera clase como maestro y el día de la última clase cunado nos retiramos. Entre
estas fechas se guarda la historia de vida de quienes fuimos educadores.
Soy heredero de aquella época en que las normales, a los que asumíamos la tarea
de llegar a ser maestros cursábamos los grados quinto y sexto en la normal hasta alcanzar
el grado de normalistas superiores, para luego otorgarnos el título de: “maestros o
maestras”, bajo la tutela del Decreto 080 de 1964, que extendió su vigencia hasta 1978
cuando el Decreto 1419 empieza las nuevas dinámicas que formarían al bachiller
pedagógico. Esa es la paradoja que en la cúspide de mi vida aun me lleva al asombro,
rememoro el instante cuando alguien me dijo: “Usted es maestro, vaya enseñe a mucha
gente, forme en la fe y en el amor a Dios y sea maestro ejemplar.”
4
Estoy seguro que con la convicción que se me entregó el título con esa misma fui a
los lugares que se me asignaron para ser maestro. Tal como se expuso anteriormente todos
los Decretos que se expedían para regular la educación en la época en que me formé como
maestro se subordinaban a la Constitución de 1886, aplicada a plenitud en la Normal de
Granada Antioquia regentada por la Comunidad de religiosas y sacerdotes que eran
custodios de la educación de aquel pueblo.
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Después de haber trasegado por senderos, caminos veredales, ríos y montañas,
pueblos y ciudades, regreso un día a los recónditos lugares de los recuerdos de la infancia
para volver a mi pueblo, siempre oculto entre la niebla y la lluvia o en las ruanas de lana de
los campesinos que corren despavoridos detrás de las vacas para el ordeño mañanero. Los
días de verano en mi pueblo de niño casi siempre tenían la música de la lluvia.
El arco iris aparecía entre el sol y las nubes y se asomaba a las fuentes de agua.
Siempre sentí asombro por este fenómeno de la naturaleza que mi madre nunca supo
explicarme. El maestro George Steiner así se refiere a estos días de verano y lluvia en su
autobiografía “Las lluvias de verano en el Tirol son incesantes. Poseen una insistencia
taciturna, flagelante, y llegan en tonos de verde oscuro cada vez más intensos.
Cuando fui a la escuela en uno de esos frecuentes días de lluvia y sol a los que los
niños les decíamos “las gracias del señor” la señorita Blanca nos explicó que este era un
regalo de Dios, porque al igual que el sol y la lluvia ayudaban para que los cultivos de los
arados siempre dieran buenos frutos y así nuestras familias pudieran vivir mejor. También
nos dijo que el arco iris salía cuando hay sol y lluvia y que el vapor del agua se levanta y
refleja los colores de la naturaleza como un magico espejo que se ponía entre la tierra, el sol
y la lluvia. De niño no alcancé a entender esta explicación y preferí quedarme con la
primera explicación que la maestra cuando nos dijo, que el arco iris era “un regalo de Dios”
A la distancia en las faldas de las finca florecía un árbol que le llamábamos siete
cueros. Es una planta que no crece derecho, ni es gigante. Cuando empieza a desarrollarse,
se desparrama en brazos que muy pronto se inundan de Flores, y su corteza siempre está
cambiante desprendiendo pedazos. Los abuelos le llamaban “siete cueros” quizá porque
siempre estaba perdiendo la corteza y renovándola, como para estar a la par de sus
abundantes y coloridos pétalos. Con éstas Flores los niños que fungíamos de ser sacerdotes
jugando, dábamos la comunión a los otros niños y ellos respondían “amen”
Vuelvo con mis pequeños pies descalzos a las calles de aquel pueblo que me vio
nacer. Recuerdo mis aventuras navideñas corriendo detrás de los globos navideños que las
gentes del pueblo lanzaban al aire con mechones de esperma y petróleo.
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Teníamos la certeza de atraerlos con espejos para que no se elevaran tras las nubes,
o se fueran a muchos kilómetros antes de caer. Atrapar globos era una valiente aventura que
asumíamos desde nuestra inocencia, quizá por la sorpresa que sentíamos cuando estos se
elevaban impulsados por una bola de fuego que se les ponía en su boquilla
Reconstruyo con mi memoria aquellos días lunes de las ferias de ganado que se
hacían en el parque principal. Olor a cagajón de caballo, a estiércol de vaca y a orines de
cuadrúpedo era la mezcla junto con el olor a alcohol que bebían los negociantes de
ganando. Muchas veces las vacas cornearon a personas indefensas por ello en las ferias la
gente se quedaba en sus casas hasta después del mediodía cuando vacas, caballos, cerdos
con nuevas marcas en la piel y sus nuevos dueños iban saliendo para las veredas
Volviendo a la escuela
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Cuando expresamos o escuchamos la palabra “maestro” llega a nuestra mente la
imagen y los recuerdos de la escuela: las primeras letras, los maestros y maestras, los
juegos, los cantos infantiles y los pupitres cotidianos. Es en este sentido que se desarrollará
esta autobiografía volviendo con la memoria a los maestro y maestras que con rimas y
silabas, lentamente nos llevaron a las letras para que desde allí lográramos construir el
abecedario de la vida.
En mi caso, fue una maestra la que me indicó el camino de la lectura; ella desde
formas, sonidos, silabas, planas de escritura, fabulas, rimas y juegos me llevó al
descubrimiento de las letras y palabras con las que logré escribir un día: mi mamá me ama,
mi escuela es bonita, mi papá trabaja. Luego supe que mi maestra era además pedagoga
porque tenía virtudes para dedicar su vida educando a los niños. En casa mis padres, me
decían que era necesario prestar mucha atención a los maestros porque ellos además de
enseñar a leer y escribir nos preparan para la vida, y así llegar a ser buenas personas
para la familia y para la sociedad. A mi maestra le prestaba toda mi atención, aunque a
veces por escuchar su voz y ver lo linda que era, me llegué a distraer en las tareas y tuve
que ir a su escritorio para que me indicara nuevamente en mi cuaderno lo que debía
realizar. Quizá lo que quería era ver de cerca mi linda maestra
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Mi maestra preferida era un apersona reconocida en el pueblo por su palabra, su
forma de vida, su presentación personal y por sus cualidades morales e intelectuales. La
señorita Blanca que fue la maestra de mis días felices de la escuela era inteligente, linda
y caminaba con elegancia, además se vestía refinado y por donde pasaba el aire quedaba
impregnado de aroma de ángel.
La señorita Blanca no se reía con exageración, pero cuando lo hacía se veía como
una flor en una mañana de primavera. Nos hablaba con cariño a todos los niños. Yo quería
que solo a mí me dijera “mi niño inteligente”, pero ella nos animaba a todos diciéndonos
así. Yo llegué a creer que la señorita solo me quería a mí, después dijo en clase que a todos
nos quería por igual. Y esto era verdad, no hacía diferencia cuando trataba a los niños hijos
de ricos del pueblo, que tenían ropa bonita y zapatos y a los niños campesinos que
veníamos de las veredas a estudiar descalzo y oliendo a musgo del camino o a tierra de la
que se impregnaba nuestra ropa. Por eso yo creo que ella era una maestra de verdad.
A las maestras de la escuela donde aprendí a leer siempre les decíamos señorita.
Señorita Blanca, señorita Aura, señorita Margarita. No dejaban de ser señoritas aunque
tuvieran bebé. Esa era una forma de tratarlas con respeto. Además ellas habían estudiado en
la normal para señoritas del pueblo. Después supe que cuando tenían bebé se les llamaba
señoras, pero nunca fue un problema llamarlas como se acostumbraba. La señorita Blanca
no tenía bebé y la saludábamos en coro: “buenos días señorita Blanca” y nos respondía:
“buenos días mis amores”.
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Llegar a la escuela me daba mucha alegría, aunque llegar a la casa a ver a mi mamá
también me daba mucha felicidad. Esos dos puntos del camino de mi vida de niño eran mi
felicidad, en el uno estaba mi escuela y la señorita Blanca y en el otro mi casa y mi mamá.
Creo que la desnudez de los pies durante mi infancia transitando de la escuela a la casa y
de la casa a la escuela, desde el contacto piel, tierra y camino ha permitido su permanencia
en mi recuerdo.
Ella siempre será la maestra que se quedará en mi memoria, y la que muchos niños
quisieran tener para ser felices en su encuentro con las letras. Mi maestra de primero, me
enseñaba lecciones y saberes pero además reglas de urbanidad y de respeto para ser feliz
en la vida. Aquellos días de magia, algarabía, olor a cuaderno y a desayuno, y el largo
camino recorriendo veredas y caminos para llegar a la escuela se quedarán hasta el final de
mi vida en los más bellos recuerdos. Quizá el camino que elegí en mi vida para ser
maestro de escuela, tiene que ver con mis primeros lenguajes y sonidos de la escuela en
donde tuve el encuentro con maestros y maestras que en su mayoría se veían felices en sus
aulas de clase. En mi escuela habían maestros también que se veían tristes, poco sonreían y
a veces se veían rabioso cunado enseñaban. Llegué a pensar que si el maestro no está feliz
los niños tampoco. Algunas veces vi niños aburridos de otros grupos que los llevaba el
papá porque no querían ir a las clases, en cambio con la señorita Blanca todos estábamos
felices y llegábamos puntuales a sus clases.
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Recuerdo en cuarto de escuela a un profesor dedicado a sus estudiantes; era un
hombre sencillo que llegaba a la escuela siempre vestido con traje de paño y sus zapatos
muy bien lustrados. En las lecciones diarias era pausado y su letra en el tablero era muy
bonita. Todos la entendíamos. Un día hubo gran alboroto en el pueblo, el profesor se había
suicidado. Luego los niños supimos que era por un asunto de tristeza amorosa. Como niño
solo me pregunté ¿por qué con el amor se llega a tanta tristeza? Es posible que este
maestro además, de su tristeza amorosa no era feliz con su vida en la escuela.
Quizá por obra y gracia da la sabia naturaleza, se borran recuerdos que opacan la
existencia. Ya Auge, M. (1998) en su obra Las formas del olvido lo advirtió: “lo que
queda en nuestra memoria es el producto de una erosión provocada por el olvido. Los
recuerdos son moldeados por el olvido como el mar moldea los contornos de la orilla”
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Nuestros padres sabían que en bien se crece y se es mayor de edad cualquier cosa
es posible, incluso hasta negarse a asistir a esos aburridores sermones que ofrecían la vida
eterna y la felicidad. Desde mi escuela y aun en la normal, siempre nos guiaban por este
camino, pero así como en el hogar llegaba el momento de insubordinación, también de esos
aprendizajes a los que se llegaba muchas veces por obligación, por castigo o por estar
legalmente sustentado en normas educativas nos liberamos.
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A las 11:20 a.m. del 6 de diciembre del año 2000 empezó la incursión guerrillera en
el municipio de Granada. La toma que duró 18 horas y en la que los subversivos detonaron
un carro bomba con 400 kilos de dinamita, dejó un saldo de 23 civiles y 5 policías
muertos”. (Casas, 2015). Imaginar un pueblo de iglesias y de agua bendita, de sacerdotes y
monjas, de gentes sumidas en la oración, de camándulas y escapularios, de un momento a
otro convertido en polvorín de luchas guerrilleras era inimaginable. Medio pueblo fue
arrasado por la explosión con la que los subversivos pensaban dar cacería a los policías que
estaban apertrechados en todo el centro de Granada
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Esta actitud en la enseñanza de los docentes de la época, nos condujo luego a
lecturas por inquietud propia hasta llegar a otra versión de histórica; en este sentido, hacia
los años 1950, con la llegada de Laureano Gómez al poder (1949) –después de que el
liberalismo se negara a participar en la contienda electoral– el país tocó la cresta de la
confrontación campesina: la policía secreta de Laureano Gómez, –la contra chusma
conocida en Antioquia, la Chulavita en Boyacá, los Pájaros en el Valle del Cauca– se
encargaron de identificar a los seguidores de Gaitán, a los 9 abrileños, a los liberales, a los
auxiliadores de las guerrillas, para ejecutarlos. Mi padre al que por mucho tiempo lo
consideraron liberal contaba los hechos de Gaitán y otros caudillos a su manera (Roldán,
2003).
Recuerdo con infinito amor la vieja y enorme tarima en la que 12 vástagos nos
sentábamos esperando el milagro de nuestra madre multiplicando el alimento y vigilando
que a todos llegara por igual. La ternura infinita de esas manos maternas formó en mi vida
un ser humano sensible al dolor humano. Nuestra madre estaba siempre atenta a nuestros
alimentos y nuestro rudo padre era vigilante asiduo de nuestros malos comportamientos.
Guardo con alegría el recuerdo de la ternura y la gratitud maternal antes que el miedo y el
látigo con el que se cuidaba nuestra disciplina.
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Hoy creo que ese castigo doloroso nunca ha sido un ejemplo forjador de mejores
seres humanos. Por el contrario, forma almas taciturnas y personalidades agresivas que a lo
largo de la vida tienen dificultades para asumirse en un rol profesional. Sin embargo esa
era la certeza que cabalgaba en la mentalidad cultural de los padres incluido el mío, que
hasta el final de sus años creyeron haber hecho lo mejor en la educación de su hijos. En
pueblos como en el que me vio crecer, era una constante la salida aun si llegar a la
adolescencia de los hijos en búsqueda de algún destino. Los padres a quien no estaba
dispuesto a estudiar desde muy temprano le empujaban a la hégira del hogar. Hoy en todo
el país muchos de estos niños que salieron sin rumbo fijo, son ya adultos, exitosos
negociantes. Siempre he creído que esta antropología del negociante como resultado del
desarraigo temprano del calor de sus padres ha dado como resultado personas duras de
carácter, creyentes y militantes religiosos que se confiesan además devotos, pero con
capacidad para trasgredir cualquier código de ética, incluso para considerar la violencia en
la imposición de su ideas.
En mi caso, mi progenitor, forjó de alguna manera en mí, el otro ser interno capaz
de resistir ante angustias de la vida, incluso abrió las puertas de mi alma para enfrentarme a
los lobos humanos que en la existencia aparecen y que es necesario disuadir desde el lobo
que cada ser tiene en su interior. Siendo niño preguntaba a otros de mi edad si el papá les
castigaba con un látigo por sus travesuras. A muchos de ellos les trataban de manera
diferente con consejos y buenos tratos y fueron en su mayoría, personas exitosas en la vida.
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Pienso que aún nuestros padres herederos del castigo doloroso lo que hicieron fue
replicarlo en sus hijos, y pensaban que esto era de gran ayuda para indicarnos el camino
recto para ser personas encaminadas al bien y a Dios. Eso hacía mi padre quien después de
castigarnos con rudeza, nos decía que así aprenderíamos a ser juiciosos y a estar atentos a
las órdenes que recibíamos en la escuela y en la casa. Muchas veces llegué a pensar que en
la escuela de mis años felices deberíamos estar más tiempo con la maestra.
Así como mi padre había otros padres aún más agresivos y castigadores con sus
hijos, siempre llegaban a la escuela con muchos moretones y tristeza. Cuando ellos fueron
creciendo muy pronto se rebelaron contra su padre y en el pueblo llegaron a ser jóvenes con
prontuario casi delictivo. El castigo que recibieron nunca logró la rectificación de su
conducta. (Foucault, 1975). Todo esto sucedía en el ambiente de nuestra niñez, porque en
las familias de concepciones cristianas radicales, se tenía la tendencia a considerar el
castigo como algo que redimía las faltas. Ir a la escuela con la amargura del castigo
doloroso en el hogar se convertía en un obstáculo para aprender. Aun así, la alegría en una
escuela feliz como la de mi niñez alcanzaba a borrar mis temores, guiado por la palabra
motivadora de la maestra que consolaba muchas veces mi tristeza.
Aquellos días cuando fuimos por primera vez a la escuela nunca se olvidan, por
cuanto significan una ruptura de un ritmo de vida hogareño con los cuidados de la madre y
las travesuras con los hermanos que aunque eran mayores están ahí para ser alcahuetes de
picardías y mentirillas. De niño soñaba con una escuela linda con ruidos y cantos, con
maestros y maestras alegres y leyendo cuentos y fabulas en donde los animales son como
personas. Mi madre sabía leer y escribir y su letra era bonita cuando escribía su nombre en
las notas que mandaba a la escuela a la maestra.
Recuerdo los cuentos que me leía en voz alta cuando yo no conocía las letras. En la
casa en el campo, hubo una cartilla que se llamaba la alegría de leer. En ella había un
cuento que mi madre leía y me daba mucha tristeza porque era la historia del “molinero su
hijo y el borrico” el burrito se caía patas arriba en un torbellino de agua porque no era
capaz con la carga tan pesada.
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Mi madre decía que eso era un cuento para indicarles a las personas que a los
animales había que tratarlos con amor. Cuando aprendí a leer ese libro siempre estaba en
mis manos porque sus cuentos tenían bonitos dibujos y era feliz leyendo despacio por
silabas hasta que terminaba. Alegría de leer fue mi primer libro de fabulas y encuentros con
la lectura, lo recuerdo porque su pasta era dura y allí había una imagen de muchos niños
con banderas de colores. Había el libro alegría de leer para primero y segundo. En el dibujo
de la pasta había niñas y niños, en mi escuela éramos solo niños. En mi pueblo existía la
escuela para niñas y la escuela para niños. Niños y niñas juntos estaba prohibido, porque
podíamos distraernos para aprender las lecciones.
Mi escuela fue una sorpresa y un mundo de preguntas con pocas respuestas. Los
niños no podíamos preguntar sino responder a lo que la maestra preguntaba. De niño quería
saber muchas cosas pero no era posible. La maestra siempre nos tenía ocupados haciendo
dibujos o planas escritura que normalmente eran con respecto a la escuela, a mi familia y a
la naturaleza. “mi mamá me ama” mi mamá me mima”. Ésta última no era verdad porque
mi mamá no tenía tiempo para dedicarle a un niño ya que éramos muchos en la casa y no
había atenciones especiales para nadie. Aun así escribíamos la frase una y otra vez hasta
llenar la plana tal como indicaba la maestra.
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Si mi experiencia de niño en la escuela estuviera colmada de angustias, ningún
maestro habitaría en mí. El espacio especial que ocupa mi maestra de las primeras letras en
mi alma es razón de alegría y gratitud
En mis tiempos de la escuela de la” letra con sangre entra”, el castigo doloroso con
todos los malos recuerdos que se quedan no eran entonces, aun acto salvaje de violencia,
ni de venganza individual tampoco de represión institucional; el castigo escolar se
encontraba ligado a la forma de mantener juiciosos y agrupados de modo a los niños fuera
del hogar. Recuerdo el silencio total en el salón con la maestra que me castigaba en
muchos casos sin hacer nada. Se paseaba por el salón con su látigo y cuando pasaba por mi
lado sentís escalofrió y miedo. Algunas veces quise salir corriendo a buscar a mi madre,
pero ella estaba muy lejos y no podía escucharme en mi desesperación. Le molestaban mis
olores campesinos de animales, plantas y musgos del camino. Creo que lo que se buscaba
con el miedo y el castigo era hacernos obedientes tal como lo recomendaban los sacerdotes
en la misa. Sáenz, Javier. (Saldarriaga, 1997).
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En la escuela de mis años infantiles se practicaba con tranquilidad la Pedagogía del
dolor, era algo válido en los manuales de trabajo docente y no era mal visto ni por la
familia ni por quienes regulaban la educación. Creo que la sociedad que se buscaba forjar
para la época era la de la sumisión, la aceptación y el silencio.
El coscorrón, el reglazo, las cuclillas, el dejar sin el recreo eran prácticas cotidianas,
pero a estas acciones tristes se calmaban con el mero recuerdo de la ternura y el amor de la
maestra que me enseñó a leer y este es el que perduró en mi mente. La señorita Blanca era
mi refugio cuando sentía la tristeza por los tratos agresivos de la maestra que me enseñaba a
multiplicar y a dividir. Con mis ojos bañados en lágrimas me dejaba ver de la señorita
Blanca para que me diera un momento de consuelo al abandono en que me sentía con la
castigadora maestra que enseñaba matemáticas con una regla gruesa para quien se
equivocara. En mi vida de maestro de escuela, siempre he considerado que la educación
empieza con la vida y no acaba sino con la muerte. El cuerpo es siempre el mismo, y decae
con la edad. La mente cambia sin cesar, y se enriquece y perfecciona con los años. De mi
infancia guardé las voces y miradas sencillas de mi maestra y desde ellas en mi camino por
la vida forjé mi carácter para ser maestro. (Turner, Martí, & Céspedes, 2002). Pude
haberme quedado con los dolores de la infancia y el maltrato escolar y paternal, sin
embargo para mi vida fueron determinantes las formas de ser y de actuar de mi maestra de
las primeras letras escolares.
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Mi padre era un hombre rudo, luchador infatigable para sacar adelante una camada
de doce hijos, a los que debía brindar lo necesario para la vida. Todo era sencillo, sin
ninguna ostentación. Vivíamos en una vereda distante, a una hora del pueblo. La casa era
de esas construcciones antiguas, de tapias gruesas y tejas de barro. La cocina era grande, de
piso de barro y la casa era vieja, construida hacía más de cien años decía mi padre, con
tapias muy gruesas que habían resistido el tiempo y fuertes temblores de tierra; en el patio
de la casa mi madre sembraba jardín que cuidaba con esmero y en las mañanas las podaba
y les echaba agua mientras cantaba. Durante mi niñez siempre estaba mi madre
embarazada, cada año y medio llegaba un nuevo hermano, y ella decía que la virgen los
traía desde el cielo como un nuevo regalo para la familia.
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Yo tenía apenas seis o siete años, y conservo intacto en mi recuerdo cada detalle de
mi vida de niño; la finca era grande, con quebradas y pantanos, árboles y flores que mi
madre cultivaba con cuidado; su imagen, cuando se inclinaba para acariciarlas y hablarles
sigue viva en mí. Ella era siempre como una flor que lucía primorosa en el jardín, y una flor
muy especial que resaltaba en medio de las begonias y cartuchos que florecían en el patio
de la casa. A veces escuchaba a mi madre hablando en el jardín, ella siempre decía que las
plantas eran seres vivos que escuchaban. Después de mi madre pasar regándolas con cariño
cada flor abría sus pétalos como dando las gracias. Creo que el amor por la naturaleza, los
árboles, los bosques y el agua lo guardé en mi memoria con los ejemplos cotidianos de mi
madre.
De niños ese primer día es de sobresaltos. La mera idea de no estar bajo la mirada
de la madre da temor. Sin embargo mis padres como todos los padres de la época nos
fueron indicando el camino de lo que podamos decir y lo que no. Cuando llegué a la
escuela tenía disciplinas incrustadas en mi comportamiento lo que hacía más sencillo la
adaptación al ambiente. Llegué con miedos y recomendaciones para ser sociable. Se me
había preparado desde el hogar de manera sutil, para una vida de niño que llegaría a ser
hombre y ciudadano para la sociedad (Bachelard, 1982).
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Ese mi primer día, en mi caso no fue algo pavoroso pero sí me hacía preguntas
que salían de mi alma de niño. Cuando mi padre me llevó a la escuelita del pueblo para
matricularme en primero elemental, yo sentía un gran vacío en el alma, y ese vacío era la
ausencia de mi madre. Recuerdo que ella con sus propias manos me peinaba y me decía que
la escuela era un lugar donde yo aprendería muchas cosas lindas. Mi progenitora cultivó de
manera tenue el amor por la escuela y me decía al oído: “ya casi viene el día de tu escuela y
allí te enseñarán muchas cosas y harás dibujos y letras con la ayuda de una maestra”. En
mi caso mi madre fue mi primera maestra que me preparó desde los sagrados deberes de la
casa la manera como debía comportarme en mi escuela.
Esta estrofa del poema de José Asunción Silva me acerca a esos bellos días
de la Infancia, días calma y frescura bendecida, ahora que intento volver mi memoria al
pasado aunque ya despojado de la inocencia y la ternura. Infancia, valle ameno, de calma y
de frescura bendecida donde es suave el rayo del sol que abrasa el resto de la vida.
casadepoesiasilva@casadepoesiasilva.co
Hoy creo que esta era una forma de ser más cercanos a los compañeros, a diferencia
de la individualidad de las escuelas de nuestro tiempo cuyos pupitres son sillas personales
con la incomodidad para la comunicación con los demás. Incluso hay colegios que clavan
las sillas en el piso para que no las puedan mover los estudiantes, y son estos salones de
clase en donde reina el orden y el silencio pero también el aburrimiento.
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Al lado de mi progenitora y con mis hermanos era feliz; pero había llegado el
momento de buscar y entender otros espacios en donde la incógnita sería la búsqueda de
nuevos caminos hacia la felicidad. En mi escuela podría jugar, tener trompos y bolas de
cristal, jugar a escondidas y a las carreras de encostalados y podría patear balones; estaría
triste por la separación largo tiempo de mi protectora, pero estaría cerca de una maestra y
de las letras. Aprendería a leer ese era mi logro a conquistar, ya mi madre me lo había
dicho que los libros eran mis amigos y las letras las compañeras de todo día.
Salíamos a descanso y nos filábamos en el patio donde estaba el fuego con el que
hervían las sustancias que nos daban. Bebidas y coladas calientes nos animaban para seguir
estudiando. Los profesores nunca nos decían nada sobre el origen de estos alimentos, pero
tampoco recuerdo que ellos consumieran a nuestro lado las leches calientes y las coladas
que hacían. A lo mejor los podían sancionar si consumían lo que era solo para los niños.
Mi mamá dijo una vez en casa que, el padre en la misa había dicho que los
alimentos que nos daban en la escuela tenían sustancias que esterilizaban y que por eso solo
la podía consumir los niños, que los adultos que tomaran la leche y la colada se quedaban
estériles y no podían tener hijos, y que ellos tenían prohibid planificar. Esto lo vine a
entender cuando estaba ya en el colegio.
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Recuerdo que los profesores ninguno comía de los alimentos que hacían en la
escuela a lo mejor ellos si sabían lo que pasaba, pero los niños éramos felices con colada,
leche en polvo batida que nos daba calor y energía. A pesar de esto siempre en Granada
las familias fueron numerosas incluida la mía en donde éramos 12 hijos, con mínimas
diferencias en edad.
Mientras tanto, miraba cada detalle del entorno y lo que allí sucedía, el patio de
recreo y los tanques de agua en donde los niños que veníamos del campo nos debíamos
lavar los pies antes de entrar a clase. ¡Cómo han cambiado los tiempos! En ese entonces
muchos niños íbamos descalzos a la escuela y hoy no solamente no irían descalzos a
ninguna parte, sino que exigen zapatos de los más costosos. En mi caso llegué descalzo
muchos años a la escuela y allí en ese tanque dejaba el barro del camino que se enredaba en
mis pequeños dedos. Estaba acostumbrado a vivir sin zapatos, mis hermanos y a mi propio
padre los recuerdo descalzos al igual que yo. A pesar del sufrimiento de mis dedos y mis
pies descalzos siempre fue más emocionante pensar en mis cuadernos y en mis tareas
escolares por ello corría apresurado cada día a escuchar las clases de la señorita Blanca
El director de la escuela era un señor de ojos azules, que siempre estaba regañando a
los papás y a los niños; cuando fuimos a la rectoría para presentarnos, me sorprendió que
allí, al lado de su escritorio, tuviera un látigo colgado de un clavo. Era lo que más se
notaba en su oficina, con pocos libros de lectura, pero sí estaba la Biblia y textos de
urbanidad, además, el catecismo del padre Astete el cual era necesario comprar para la
clase de religión. El Director era muy respetado, lo noté y lo recuerdo porque mi padre se
quitaba el sombrero cuando iba a entrar a recibir algún informe a la Dirección. En esta
tenebrosa oficina todos los días castigaban dolorosamente a niños que eran señalados de
desobedientes. Cuando le contaba a mi padre sobre los castigos, el solo decía: para eso va
uno a la escuela mijito. Allí aprenden a leer para que no sean brutos como yo y para que
aprendan a ser ciudadanos. Por eso les castigan, así no vuelven a repetir las faltas.
En mi caso nunca pasé por ese patíbulo que era un lugar de castigo más que un lugar
de aprendizajes. Con mucho sigilo pasaba por el corredor en donde estaba esta oficina a la
que le hacían el aseo los chicos del grado quinto vigilados por los profesores. Vi llorar a
muchos niños de todos los grados cuando iban a ser enviados a la Dirección.
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Después de que me hice maestro al cabo de muchos años recuerdo haberlo visto en
las oficinas de la secretaría de Educación. Su último cargo fue de supervisor educativo.
Cuando me lo encontré lo saludé por su nombre, él no sabía el mío pero le expliqué que yo
era un niño cuando él era director de escuela en Granada, y le conté además que ya era
profesor. El solo me respondió parcamente, como si eso poco le importara. Creo que no se
acordaba de aquel personaje cruel que había sido, quise recordárselo pero llegué a pensar
que el como otra profesora castigadora que tuve no eran más que personas cumpliendo
manuales que las misas leyes del Estado permitían y ordenaban
Como niño me preguntaba con frecuencia si esto que vivía en la escuela era
correcto, pero solo era imaginación de niño, y preguntas extrañas que ni mi papá ni mi
mamá sabían responder, y a la maestra no le preguntaba para no molestarla. La escuela era
linda, pero algo la hacía triste y por ello al llegar cada día uno sentía sobresaltos. Quizá por
los temores a los castigos que sucedían. Los niños eran acompañados hasta cerca a la
escuela, no podían llegar con ellos. Creo que los que lloraban copiosamente, era por el
temor que sentían al saber que en la escuela se castigaba con látigo. Pero los niños del
pueblo hijos de señores adinerados eran siempre juiciosos y contemplados por el director
y los maestros, pero les daba temor escuchar el llanto de otros niños.
Mi ángel de la guarda, maestros, maestras, los niños el director, las señoras del
pueblo que hacían la colada, el fogón de leña para cocinar, el tanque del agua para lavarnos
los pies y sonarnos los mocos, la asustadora oficina del director, el padre haciendo el
examen de religión cada año, el tarro de avena Quáker con chocolate y arepa de mi
desayuno preparado por mi madre, el recreo, la cancha de futbol y los salones de clase,
las escobas grandes para barrer el patio y el salón, los sanitarios que era una cañería abierta
para hacer las necesidades poniendo los pies en cada lado todo eso formaba mi escuela y
está intacto en mi memoria.
Las clases se iniciarían al lunes siguiente; llegué a mi casa de campo con mi padre,
quien le narró a mi madre todos los pormenores de la matrícula de tantos muchachos, y
pensaba lo difícil que le esperaba para comprar los cuadernos de cada uno.
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Mi padre hacía poco había pasado de ser trabajador al destajo, alquilado en fincas de
la vereda, a ser trabajador del Departamento como obrero de pico y pala, trabajo que le
había ayudado a conseguir un señor que después, al cabo de los años, supe que ese que
ayudó a mi padre era un jefe político que tenía mucho poder y dinero y pertenecía al
partido conservador. Ya mi padre no tenía que trabajar alquilado en fincas por pagos
mínimos, ahora trabajaría con el gobierno arreglando puentes y carreteras con lo que nos
iría mejor.
En los episodios de esta autobiografía, me pongo el ropaje del niño que fue e intento
viajar a los tiempos de mi infancia, para narrar hechos pasados que son palabras que
traducen imágenes que marcaron mi espíritu infantil y aun recorren mi vida. Y así mi niñez,
que ya no existe, está en el tiempo pasado porque ya no existe. Ahora bien, su imagen
cuando yo la revivo y la narro, la observo en tiempo presente porque todavía existe en mi
memoria” (Agustín, 1974). Esto sucede en los episodios recordando mi niñez que ya no
existe pero esa imagen la revivo desde el presente. ¿De qué manera nuestra mente grava los
cuadros felices y nostálgicos de la infancia? Algo sucede, porque al hablar con los
hermanos que fueron cómplices de travesuras de niños, ellos recuerdan otras cosas que
fueron significativas en su vida. La escuela ese lugar feliz que habité de niño me dejó un
abecedario de vida con el que aun escribo y pienso que la felicidad en los niños marca
senderos para recorrer la vida con firmeza y alegría.
Mi padre después de llevarnos a la escuela esa noche en casa narraba que, el jefe
tenía mucho poder en la Gobernación y ayudaba a colocar a los que fueran parroquianos
juiciosos de la Casa Conservadora, él nos contaba eso como si ya lo entendiéramos, pero
eso no nos interesaba, lo importante era que pudiera llevarnos el alimento. Mi papá,
acosado por las necesidades se hizo simpatizante conservador, y aportaba a la causa con su
sueldo, que era la manera de agradecer al señor político que le había ayudado con el
trabajo. A veces me detenía a escuchar a mi papá cunado hablaba con mi madre, y me
regañaba porque eso era conversación de adultos, entonces me iba a jugar, pero ya sabía
que tenía trabajo y que por ganar más dinero habría mejor alimento.
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El primer día de clases me levanté muy temprano con mis hermanos, que iban más
adelante en el estudio; el hermano mayor ya era un travieso que hacía llamar con frecuencia
a mi padre a citas escolares para darle quejas por su indisciplina. Él peleaba y se fugaba de
clases y nosotros los hermanos jamás contábamos en casa lo que hacía, con lo que nos
hacíamos sus cómplices. En la escuela era reconocido como buen peleador, como un guapo
que no se dejaba joder de nadie, y además, reprochaba con rebeldía los castigos de los
profesores. Desde niño fue un rebelde que nunca se dejó gobernar de nadie.
Mi primer día de clases lo recuerdo con amor e interés; mi madre se levantó muy
temprano para darnos el desayuno que consistía en una taza de chocolate caliente con una
arepa grande, que ella sabía hacer muy bien; a todos nos echó la bendición, y nos dijo: ¡que
la virgen los acompañe, pórtense bien! Debíamos caminar una hora para llegar a la escuela,
por caminos pedregosos, pantanos y llanos en los que a esa hora se sentía el olor de las
flores y se escuchaban los trinos de los pájaros. Este día esplendoroso jamás se borrará de
mi mente, ya que fue una apertura a un mundo pleno de colores, de música, de juegos y
constantes descubrimientos.
Aunque no tenía zapatos, corría feliz para llegar a tiempo a mi escuela, que a las 8
en punto de la mañana sonaba la campana que se escuchaba en todo el pueblo y aun en
veredas cercanas. Este día está lleno de luz en mi recuerdo, es como un sol que ilumina mi
camino al inevitable fin. Todo mi ser se ilumina con los cristales de mi memoria, y
aparecen corredores y avenidas y sonrisas. En los pequeños ocasos vuelvo a pensar mi vida
y aceptaría la magia que como algo real me llevara a esos días luminosos de mi niñez “Y
Sólo del otro lado del ocaso verás los Arquetipos y Esplendores”. (J. L. Borges). Volvería
con mis pies descalzos a descubrir la alegría de la hierba cuando cae sobre ella la lluvia.
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El primer día de clases, llegué a mi escuela con entusiasmo y con sobresaltos en el
alma. Subí las escalas y las intenté contar, pero eran muchas y perdí la cuenta. Pronto sonó
la campana y todos corríamos atropelladamente para llegar al patio central sin demora. El
rector el señor del zurriago en la oficina fue el que tomó la vocería y nos indicó el lugar en
donde estaban las maestras de primero de escuela; luego rezó con mucho fervor y mandó a
los salones a los estudiantes antiguos.
El patio era grande, sin pavimento, y la escuela formaba un cuadrado con muchos
salones. En primero de escuela sólo enseñaban mujeres a las que siempre les decíamos:
"buenos días señoritas". Nos enseñaron a hacer la fila por orden de estatura y a tomar
distancia desde el hombro de cada compañero; luego se repartieron los niños sin ningún
problema, por hoja de matrícula. Quería que me tocara con una maestra bonita que vi desde
el día en que me matricularon. Ella empezó a llamar por apellido y nombre, y de pronto
dijo: "Alzate Salazar Efraín", yo levanté mi pequeña mano con mucha alegría como para
decirle "¡maestra estoy feliz de que usted sea la que me enseñará a leer!” Hoy creo que la
primera impresión del primer día que se lleva el niño de la escuela y de su maestra o
maestro es fundamental para iniciar la bella tarea de aprender a vivir y a ser feliz. Uno va a
la escuela primero que todo a ser feliz, lo demás se aprende con facilidad
Me saludó con ternura, y me dijo: ¡apura mi niño, éste será el lugar en la fila durante
todo el año!, y yo me hice de inmediato en el lugar indicado, como un niño juicioso y
feliz. Aunque no tenía zapatos, hasta mis pies se alegraron y hacía figuritas en el suelo con
mi dedo gordo, mientras ella acomodaba los demás niños; luego nos dijo cómo debían ser
las filas todos los días y el punto a donde debíamos acudir cuando escucháramos la
campana, la cual siempre se nos decía que "era la voz de Dios", y así lo asumí, siempre
atento a la campana de la escuela que era grande y se escuchaba desde muy lejos. Llegué a
pensar que Dios, entonces, tenía una voz muy aguda y que a veces asustaba en la escuela a
quienes nos dormíamos en clase. Había días de mucho frio y en el pupitre con los otros
niños nos juntábamos para darnos calor mutuamente, pero la maestra se molestaba y
cuando nos dormíamos nos despertaba con calma, nunca lo hizo con gritos y nos paraba al
frente para que perdiéramos la pereza.
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Llegué a pensar que la señorita Blanca era un ángel de verdad porque nos cuidaba y
nos trataba con afecto. Cogidos de la mano nos llevó al salón de clases y nos asignó el
respectivo puesto; eran pupitres colectivos, con espacio para los cuadernos de cada uno.
Podríamos compartir sin egoísmo lo que teníamos. Por mi baja estatura, me tocó adelante
con otros niños que no eran campesinos y que tenían zapatos, pero además se vestían muy
bien. En mis días des escuela no se usaba uniforme, cada quien iba con la ropa que le era
posible; algún día me pregunté por qué yo no podía también tener unos zapatos para
proteger mis pies de las piedras en el largo camino diario de la casa a la escuela y de la
escuela a la casa, mi padre siempre nos decía que cuando ganara mejor salario nos regalaría
zapatos; pero fue sólo una pregunta que más tarde entendí. Para mí lo más importante
ahora era poder estar en un salón escuchando a una profesora linda que hablaba con
delicadeza a los niños.
La señorita Blanca a veces se enojaba, pero pronto se sonreía y eso era como si
una nube repentina se aleja para dándole paso al radiante sol, lo cual era un hermoso
regalo para los párvulos que estábamos por aprender a leer. Mi maestra siempre se vestía
muy bien; sólo usaba faldas de paño y blusas blancas; también usaba media velada y
zapatos de tacón que lucían bonitos, porque eran pies pequeños, y tenía las piernas con
vellos delicados que se veían atrapados en la media trasparente. Los niños por lo general
somos muy detallistas con la forma de ser del maestro o la maestra que tenemos y que
además es un ser feliz.
Sabía que por mis largas caminatas de la casa a la escuela mi olor natural era el de
las flores del campo, de los animales y plantas que al ser parte de mi vida se impregnaban
en mi piel. Pero la maestra nunca me dijo que olía a feo, o que me fuera a bañar en el
tanque de la escuela. A todos nos decía que el aseo era parte de la vida de los niños y de la
escuela. Los episodios de esta autobiografía me proporcionan cierta alegría, incluso
aquellos que fueron tristes. Todas ellas son parte de mi vida de niño y de lo que más amaba
co fueron mi casa y mi escuela. La felicidad como la tristeza no son cosas palpables sino
que se hacen habitantes de nuestro ser. “Recuerdo mi gozo aun estando triste, la vida feliz
aun siendo infortunado, (Agustín, 1974). Algo se queda en nosotros que nos ayuda a
resistir los embates de la vida cuando al cabo de los años sentimos deseos de llorar
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Creo que desde el primer día sentí un encanto especial por la señorita Blanca; era
tan bonita que le lucían siempre las palabras: "señorita Blanca". Ese día sólo fue de
organización de filas y en el salón de clase. En el salón había carteleras con dibujos y
palabras; el salón no era embaldosado, pero siempre se veía lindo con la presencia de mi
maestra. Las carteleras las hacia ella y las cambiaba cada semana. Traía de la casa los
dibujos con frases que nos invitaban a ser niños juiciosos, o con palabras de amor a Dios.
El salón siempre estaba lindo, porque ella con mucho amor nos decía que la basura se
arrojaba al tarro de la basura y que tirar las basuras al piso era parte de mala educación
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Recuerdo que en la escuela me gustaba cantar, pero yo gritaba mucho mientras
cantaba, y la señorita Blanca, me puso su oído en mi boca y me corrigió para que cantara y
no gritara; aprendí una nueva canción y llegué feliz esa tarde a cantársela a mi madre, pero
ya sin gritar, tal como me lo había corregido la maestra. Todo el tiempo marchaba y
cantaba lo que había aprendido. Incluso soñaba vestido de soldadito marchando en la
escuela. Ella se acercaba y siempre tenía aroma de ángel. Me escuchaba mientras cantaba
para corregirme yo respiraba profundamente para que se quedaran en mí sus aromas de
maestra linda. Todavía no habíamos escrito nada en el cuaderno y eso me preocupaba,
porque yo quería estrenar mi equipo escolar marca TITÁN. Le pregunté a mi madre si yo
podía rayar el cuaderno haciendo un muñeco, y ella me dijo: sólo se empieza cuando su
maestra se lo indique. Y así lo hice, esperé pacientemente el maravilloso día de hacer una
letra con mis propias manos. El tercer día cantamos y practicamos la canción. Lo hacíamos
muy bien, pero la maestra cantaba más lindo, tenía una voz musical que nos encantaba a los
niños, y la voz infantil cantando en grupo se sentía como una inocente sinfonía que le
cantaba a la vida y a la alegría.
Llegó el momento en que mi linda maestra nos habló del orden en los cuadernos,
del aseo en el salón y de las reglas de higiene. Luego con una voz dulce y abrazadora, nos
dijo: mis amores saquen el cuaderno y el lápiz! Cuánta alegría sentí al ver mi cuaderno
TITÁN abierto en mi pupitre, listo para que empezara a plasmar mis primeros intentos de
letras o palabras. Pero la señorita Blanca nos dijo: miren las montañas cómo son de lindas,
ellas son un milagro de Dios, por eso vamos a dibujar una montaña. Tomé mi lápiz tal
como cogía el regatón en la finca, durante las tareas campesinas con mi padre. Quizá fui el
único que tomé el lápiz de manera ruda. Mi maestra se acercó y me dijo en el oído: "así no
mi amor, cógelo así, con delicadeza que el lápiz no es un azadón sino tu amigo de las
letras." De inmediato le entendí a la bella maestra; cogí el lápiz con delicadeza, porque tal
como había empezado, le había hecho un roto a la hoja, y mi cuaderno ya se veía feo. Volví
a intentarlo y empecé a hacer la montaña, siguiendo sus indicaciones. Deslicé mi lápiz en la
hoja y apareció una montaña, y la maestra me felicitó por haberle prestado atención a sus
indicaciones. Luego pintamos la montaña con el mismo lápiz y me pareció que lo había
logrado y quería correr a casa a mostrarle a mi mamá mi obra de arte.
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En casa mostré a mi madre mi trabajo de la escuela. Estaba feliz por haber
estrenado mi lápiz y mi cuaderno. Ella miró mi cuaderno y con su ternura maternal me
dijo que había hecho una montaña tan linda como la que se veía en la parte alta de la finca
de mi padre. Entonces le creí el elogio feliz que me hacía. Al lado de mi cama ponía mi
cuaderno y mi lápiz, porque la maestra dijo que esos serían nuestros nuevos amigos que
había que cuidar cada día.
Esa posibilidad maravillosa de los dos puntos del camino de mi vida de niño: en el
uno mi escuela y en el otro mi mamá me daban la oportunidad para crecer amando y no
con resentimientos por la pobreza económica de nuestra familia. Esos dos caminos
siguieron marcando mucha parte de la ruta de mi vida; una madre que se maravilla con los
descubrimientos artísticos de un inocente niño y que siempre lo esperaba en casa y una
escuela con una maestra que enseñaba a los niños con amor. Estos fueron los primeros
pasos que di para seguir en la vida la compleja ruta de escribir y de hacer de los libros mi
punto de realización.
Muy pronto la maestra nos empezó a llevar con mucha paciencia al descubrimiento
de las letras. Estas eran las que anhelaba, para leer así fuera muy despacio como lo hacía mi
padre o bien pronunciado como lo hacía mi madre. La maestra nos empezó a contar
aventuras de cada letra, empezando con las vocales. Y cantaba con su linda voz cuentos
imaginarios para irnos mostrando figuras parecidas: La a está triste porque mamá se va; la
e llegó y la consoló; la i llegó temprano y feliz; la o comió mucho y se engordó; la u lloró
porque se lastimó. Con las letras cantábamos y la maestra nos inventaba historias
maravillosas.
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Hoy los niños se quejan ante sus progenitores por algún exceso de autoridad en los
colegios y de inmediato hay investigación y sanción si es necesario para los profesores
implicados. En algunas oportunidades vi al señor rector con su zurriago aplicando aquel
desafortunado dicho: “La letra con sangre entra”, maltratando niños, los mismos que
gritaban en la rectoría o dirección como se le decía a la oficina escolar en esta época. De
mis días de niño guardo con fervor la sabiduría y ternura de mi maestra de encuentro con
las letras y trato de olvidar la agobiante figura del señor director, a quien pocas veces lo vi
sonreír, se mantenía vigilante para tener a quien castigar. Pocas veces llamó a algún niño
para felicitarlo por su aseo o su rendimiento
Creo que mi padre quería verme leyendo rápido, pero la estrategia de la maestra era
la mejor, como queriendo aplicar lo contrario: la letra con ternura entra, porque iba
motivando con amor cada paso que se iba a dar. Aquella noche trágica con gotas de sangre
en el cuaderno de lectura y escritura se guardó en mí por todos los tiempos. No con rencor
pero sí como algo que nunca debió suceder. Creo que el recuerdo de mi padre y el de mi
maestra me llevan a un adecuado equilibrio para ser maestro en una escuela y además con
las hijas en el hogar. Nuestros padres eran analfabetas funcionales, a los sumo sabían leer y
firmarse, porque esto era la mayor exigencia en este tiempo. Nunca guardé rencor con mi
padre por ese hecho, porque sabía que él quería verme leyendo.
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Después de juegos, fabulas y retahílas en la escuela, un día empezamos a juntar
letras y palabras, y el salón era una fiesta; ella nos hacía aplaudir de los compañeros
cuando nos sacaba al tablero y nos evaluaba. Yo levantaba mi pequeña mano para salir y le
leía las letras que ella mostraba. Todo era alegre en las clases de la señorita Blanca, quien
con sus manos lindas y delicadas dibujaba soles y flores en el tablero. Ella al empezar las
clases cerraba sus expresivos ojos y nos invitaba a ofrecer e día al señor y a la hora de
terminar dábamos gracias también al señor. Confieso que desde niño era distraído con las
oraciones, creo que desde la casa rezábamos mucho y eso agotó temprano mi fe.
Alguna vez, recuerdo que estaba muy triste por una enfermedad de mi madre, que
durante casi veinte años siempre se mantuvo embarazada. Los sacerdotes de esta época, tal
como lo dije anteriormente prohibían los anticonceptivos so pena de excomunión. Siempre
se manejaba una concepción cristiana en la que se creía que cada niño que nace trae su
mendrugo de pan por milagro divino, y algún milagro sucedió en nuestro hogar, el pan
nunca falto en la mesa. Ese día, la maestra se acercó y me dijo al oído: "tranquilo mi amor,
que la mamá se va a recuperar", y en el salón vamos a elevar una oración por su salud. Y
así fue, todos juntamos las manos para orar por la salud de mi madre, y la profesora lo hacía
con fervor. La solidaridad de mi profesora se guardó en mi alma, y aprendí que uno debe
ser solidario con las angustias y el sufrimiento de los demás
Esto me llenó aún más de afecto por esa maestra de corazón humilde y de presencia
siempre linda como el brillante sol que regala sus rayos al huerto que amanece lúgubre y
triste. Mi madre se recuperó y siguió sus rutinas de la casa y estaba pendiente de la llegada
de sus hijos de la escuela con la tenue sonrisa que alegraba cada instante. Le dije que la
maestra nos había hecho juntar las manos para orar por la salud de mi mamá, y ella me
abrazó y me dijo que el señor había escuchado las plegarais de los niños y por eso se había
recuperado. Me dijo que le diera las gracias a la señorita Blanca por las oraciones y que ella
también rezaba para que todos los días fueran alegres en su tarea de maestra. Esas cosas
sencillas de la señorita Blanca la hacían diferente a todos en la escuela, y era la mejor
maestra la que me había tocado y por eso era un niño feliz.
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La verdad es que los halagos y contemplaciones de mi madre no podían ser
frecuentes. Normalmente nos despedía con una bendición general para que nos fuera bien
en la escuela y no nos sucediera nada en el camino. Y esta bendición siempre dio resultado,
porque llegábamos sin problema. Pero también la señorita Blanca como otro ángel de la
guarda acompañaba mis pasos y mi pensamiento. Su delicadeza me había enseñado que la
ternura es una habilidad pedagógica con la que el maestro llega al corazón del niño.
Cuando empecé a leer y a escribir, con mis letras deformes, me escondía y escribía
palabras bonitas a la maestra. La señorita Blanca tiene ojos grandes y lindos como el sol.
Mi maestra canta como un pajarito en la mañana. La señorita Blanca se viste como una
princesa adorada. Cuando la señorita Blanca se enoja no la quiero. Yo lo hacía con mi
inocencia de niño que era la gratitud por ella ser una linda maestra con los niños. Sé que
está viva, avanzada en años y a ella la llevaré por siempre en mi corazón. Un poeta
antioqueño asi veía a su maestra "¿Dónde estarán esos dedos malabaristas de alfabetos?
¿Dónde el aroma de su cuerpo que sigue impregnando mis pupitres cotidianos? (Rendón C,
1987).
El año se fue a pasos agigantados y muy pronto estaba despidiéndome del grado
primero para pasar a segundo. Mis sueños de niño guardaron un espacio siempre para la
señorita Blanca, que seguía ahí en la escuela con todo el amor por los niños; ella se había
formado en la normal de señoritas del pueblo, regentada por monjas Franciscanas, que
cultivaban el espíritu de las señoritas para ser maestras y formar a los niños en el amor a
Jesucristo. La escuela era como una continuación de la formación cristiana y católica y esto
era una obligatoriedad para todos incluidos los colegios. Durante mucho tiempo el Rector
del colegio era el cura párroco y la monja de mayor poder era la rectora de la normal.
Siempre nuestra escuela estaba visitada por los sacerdotes que iban a los salones a darnos
la bendición y a prepararnos para la cuaresma, o para navidad. Siempre tenían una razón
para estar en la escuela y los niños nos sentíamos protegidos porque ellos eran la
representación de Dios tal como lo decía la señorita Blanca. Llegué a pensar que un día
podía ser sacerdote, me parecía que era algo bonito estar cuidando las almas de las
personas. Aunque yo no sabía dónde estaba el alma, mi mamá decía que estaba oculta.
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Aprendí a leer y todo lo que veía en papeles lo leía pausadamente; me parecía lindo
entender las letras y pensaba lo grande e importante que es el maestro y más si éste trabaja
con amor y cautiva a sus alumnos. La señorita Blanca me había cautivado y ya tenía un
lugar para toda la vida en mi alma. Su nombre lo escribía en mi cuaderno preferido. Y
diario escribía: "la señorita Blanca es bonita”, a veces mi mamá me decía que dejara ya esas
bobadas y me dedicara a estudiar las tablas de multiplicar.
Para segundo me tocó con una profesora no tan bonita como la señorita Blanca,
pero era amable y tierna, y nos enseñaba con calma a la vez nos insistía en el orden de los
cuadernos y en el ase personal; a la señorita Clarencia nunca la vi enojada y siempre estaba
amable y dispuesta para escucharnos, aun en las cosas más infantiles. Ella nos infundió el
amor por las letras, nos enseñó canciones y poemas que todavía recuerdo. La voz no le
ayudaba mucho, sin embargo nos orientaba para que cantáramos en la iglesia los domingos,
cuando nos tocaba ir a una misa que se llamaba la Cruzada Eucarística. Esto no me gustó
desde niño, y empecé a ver que repetir y repetir una oración a nada conducía. Sin embargo
fui siempre juicioso y aceptaba las orientaciones de los profesores, aunque me gustara.
Para la materia de religión había cantidad de material con hermosas imágenes que
als traían de la parroquia para que estudiáramos sobre la virgen, los santos y sobre Dios.
Los mandamientos, los sacramentos, las oraciones principales y muchas historias bonitas
sobre Dios y los apóstoles. La maestra nos enseñaba matemática con las cosas que ella
inventaba, no había imágenes ni figuras como las de religión. Creo que la materia más
importante en mi tiempo de niño en la escuela era la de religión. A todos nos gustaba
porque cantábamos a la virgen y al señor. Las de lenguaje eran clases muy ricas porque la
señorita Clarencia nos contaba cuentos en los que los animales eran como humanos y
hablaban y se hacían favores o se hacían trampa. Recuerdo algunos cuentos: el león y el
ratón, el oso y el hombre, la tortuga y el conejo etc. eran divertidos y nos dejaban
enseñanzas para la vida. La señorita Clarencia hablaba con los niños, nos preguntaba sobre
la salud de papá y mamá, y siempre nos indagaba si habíamos desayunado antes de llegar a
la escuela. Todos los niños desayunaban, porque lo que llevábamos era la media mañana,
que era en mi caso algo sencillo compuesto por arepa y chocolate en un tarro de avena
Quáker, que consumíamos en el descanso de las diez de la mañana.
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Abecedario de la noche
La maestra de tercero, usaba un palo con el que golpeaba durísimo a los niños por
cualquier cosa. El primer día de clase llegué muy asustado a la escuela, porque ella miraba
a los niños del campo con antipatía, prefería a los niños limpios y muy bien vestidos del
pueblo, a los cuales acariciaba con frecuencia diciéndoles: "salúdame a tu papá, mi amor",
los niños le daban un beso y salían para la casa muy felices. Confieso que nunca sentí
envidia, porque yo tenía mi afecto por la señorita Blanca, y cuando salía a recreo iba a
visitarla a ella y me daba a veces el sobrado de su algo, y me sentía feliz con su detalle,
además de tanto correr y jugar me daba fatiga. Estar en un salón de clase con miedo es algo
tenebroso; en mi caso solo me gustaba la campana que daba la orden para irnos a casa.
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Perdí la alegría y mi mamá muy pronto lo notó. ¿Qué te pasa hijo? Yo le respondí
que no quería volver a la escuela porque la profesora no quería a los niños y porque nos
castigaba con palos y pellizcos. Mi mamá solo respondió: mijo tranquilo que toda la vida
no lo tocará con ella, pórtese bien para que no lo castiguen y haga las tareas juiciosamente;
así lo hice, mi mama tenía siempre la razón. Al menos mi progenitora me dio una luz de
esperanza de que algún día me libraría de la maestra Aura que no quería a los niños del
campo porque olíamos a animal y a tierra del campo que se pegaba en nuestros pies
Me dijo que otra vez que me viera sucia la nariz me echaba para la casa. A pesar de
su agresividad, ella tenía razón, la nariz cubierta de mucosidad es desagradable. Pero creo
que esta era un momento oportuno para educarnos y motivar nuestros cuidados personales
y de salud, pero ella solo tenía el referente de los niños limpios del pueblo que vivían con
todas las comodidades. Los niños del campo en su clase éramos siempre de poco agrado;
error que a veces de manera sutil cometen los maestros de hoy en las escuelas y estos
comportamientos erosionan la relación afectiva del niño con los saberes escolares. Yo no
aprendía con ella y creo que no quería aprender nada de lo que ella enseñaba. Mis olores
naturales, mi ropa sencilla y mi letra todo le molestaba. A veces salía llorando para la casa,
con la alegría de saber que allí estaba mi madre con el santificado alimento para todos, con
un consuelo a nuestras tristezas, y un beso por nuestros logros. Lo más triste era la hora de
salir para la escuela, ya no corría por los caminos poniéndole alas a mis pies para llegar
donde la señorita Blanca. Toda mi alegría se había derrumbado y me sentía perdido y un
niño abandonado en un salón que solo se escuchaba el grito tenebroso de la señorita Aura.
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Al día siguiente me sacó otra vez al tablero, yo era el primero de la lista, y me
volvió a poner una división para practicar la tabla del nueve. Empecé a hacer mi división y
contaba hasta con los dedos de los pies. Me demoraba en los cálculos matemáticos, y ella se
enojaba, me golpeaba nuevamente y me decía: ¡usted es un burro y los burros no dividen
jamás!, ese día fue muy triste para mí, no quería volver a la escuela, porque ya no era
alegre, y porque esa profesora era mala y maltrataba a los niños. Siempre sacaba notas
regulares con la señorita Aura, porque con ella no sentía motivación alguna. Me comparó
con un burro y me sacudió mis orejas. Un día trágico para mí como niño que he tratado de
olvidar con la presencia en mi ser de la señorita Blanca.
Como niño sentí la dureza de la letra con sangre aplicada por la señorita Aura, y
alcanzó a hacerme daño; desde que la vi en el grupo, solo pensaba el último día que con
ella me tocara. Yo me libré de ella y sentía miedo cuando me la encontraba en la calle y
recordaba su sentencia, comparándome con el burro. Llegué a soñar que mis pies se habían
convertido en patas de burro y mi cabeza y mis ojos eran enormes como los de los burros,
en el terrible sueño iba a llorar y me salía rebuzno de burro. Mucho tiempo de niño tuve
esos sobresaltos que afectaron mi vida para el acercamiento a los números y a la lógica
matemática. A veces creo que cierta resistencia con que se crece hacia las matemáticas que
siempre tuve en mi vida fue es el resultado de ese abecedario lúgubre de esta temporada
escolar con una señorita que no quería a los niños que por alguna circunstancia de la vida
teníamos olores raros a los perfumes que ella utilizaba y al jabón Palmolive con el que se
bañaban los niños del pueblo hijos de los más pudientes. En el campo nos bañábamos
con el mismo jabón con el que se lavaba la ropa que le decían jabón de máquina.
39
A los 22 años me la encontré en un barrio de la ciudad de Medellín, y volví a mi
universo de la escuela con ella. Sentí un palpito de temor e hice un esfuerzo sobrehumano
para decirla: “señorita Aura, yo soy el niño Efraín al que Usted le enseñó en tercero de
escuela. Míreme, no fui burro y si aprendí a dividir”. Ella me respondió: yo no sé de qué
me estás hablando joven, no recuerdo nada de lo que me dices. Sentí mucha tristeza al saber
que ni ella se daba cuenta del daño que hacía a los niños con su lenguaje humillante.
Escuché de los propios labios de la maestra que me llenó de miedo mi niñez en la escuela
que ni siquiera se acordaba de lo sucedido, y poco le interesaba si yo era burro o no.
La señorita Aura en las clases con su rabia a veces nos decía que nos corregía y nos
regañaba porque nos quería. Imaginaba que con lo que nos decía, que estaba haciendo lo
correcto, por ello desde este día borré mis angustias infantiles y abracé con firmeza las
enseñanzas de la señorita Blanca que aun hoy gravitan en mi existencia. Insisto que mucha
parte de la vida se teje en las aulas escolares y los maestros son artífices de alegrías o
derrotas. Por ello ser maestro es además de una profesión, es una actitud de vida.
Señorita Aura yo sé que Usted no quería verme como un burro, me decía eso para
que imaginara a un burro estudiando y tratando de hacer una división, para que me
esforzara y desarrollara mi pensamiento. Pero Usted eso no lo logró sino que me hizo dar
mucho miedo. Pero como niño, a pesar de esa comparación, sentía compasión por los
burros, como el de la fábula de “alegría de leer: el molinero su hijo y el borrico” que se
muere ahogado porque le pusieron mucha carga y se hundió en un rio. Los burros no van a
la escuela aunque en las fabulas leí un cuento de un burro que era flautista y sabía tocar
música asnal. Cada que veo una fábula con burros, la leo atentamente, porque en mi escuela
del abecedario de la noche me dijeron que era parecido a estos cuadrúpedos de orejas
enormes, ojos grandes y huecos de la nariz hondos para resoplar el aire.
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Y de Ud. Señorita Blanca conservo con garbo un niño en mi alma que tiene la
alegría de los días cotidianos al lado de un ser maravilloso que impidió que el abecedario de
la noche se impusiera en mi vida de adulto. En la adultez, sigo siendo un niño que añora su
presencia para abrazar las letras que me enseño con ternura. En el lugar donde esté sabrá
que hizo de un ser humano, un niño campesino sencillo y humilde alguien que ama las
letras y se siente feliz para dedicarle tiempo feliz a su recuerdo. Ud. enredó en su pelo mi
primera y liviana cometa, señorita blanca." (Rendón C, 1987).
Tantas cosas se hicieron y muchas otras quedaron por hacer, porque aquellos que
caminamos con un proyecto pleno de vida, jamás lo culminamos y quizá llegando el
momento de la muerte evocaremos, así sea desvariando, los momentos felices; y quizá el
logro más bello es haber tenido la oportunidad de ser maestro y permear la mente de niños
y jóvenes para que despertaran y fueran seres para la vida. Dos seres humanos desde la
escuela me indicaron el camino para ser un mejor ser humano, la una con la ternura, la
convicción y la práctica de vida de ser maestra, y la otra con una forma de ser y de actuar
totalmente diferente a la señorita Blanca, pero que he perdonado con el alma porque ella me
indicó que jamás podría seguir su ejemplo. Como niño soñé que iba a ser un día maestro de
escuela siguiendo el ejemplo de mis mejores maestros y teniendo a la señorita Blanca como
luz que guiaría la enseñanza de las letras en una escuela de luz y de alegría.
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Un pergamino de ilusiones
Después del abecedario lúgubre del grado tercero con castigos dolorosos y
angustias infantiles, cursé los años cuarto y quinto de primaria sin sobresaltos. Los
maestros de estos grados eran hombres, que no tenían el castigo ni el insulto. Como niño
siempre guardé siempre respeto y admiración por los maestros y las maestras, y aunque no
fui un niño brillante llegué a ganar medalla de honor por disciplina y conducta que las
calificaban con números. Aunque todos los niños éramos silenciosos y quietos los maestros
elegían uno para darle un reconocimiento. De este tiempo recuerdo la muerte del maestro
Patricio que se suicidó según decían en el pueblo por una decepción amorosa. En quinto de
primaria en la escuela Liborio Mejía de Rionegro hice el quinto de escuela con un profesor
que nos enseñaba a escribir con buena ortografía y sabía declamar. El profesor Rafael en
los homenajes a la bandera siempre nos regalaba un poema que declamaba de memoria y e
manera expresiva y sensible.
En primero de Bachillerato en el Liceo José María Córdoba curse la mitad del año, ya que
nos regresamos a vivir a Granada en donde estaban aún las historias de mi vida escolar
intactas. Lo único que me quedó del corto tiempo en liceo de Rionegro fue la señorita
Virgelina que enseñaba cívica y Urbanidad y nos obligó a aprender de memoria el Himno
Nacional. La primera vez que salí y no fui capaz de decir una estrofa que ella indicaba, me
llamó “perico de los palotes”. No me molesté por eso, ni siquiera indagué sobre lo que esto
significaba. Ya en el Idem Granada terminé el sexto año, y sin ningún problema seguí hasta
el grado noveno y luego logré pasar el examen para ser normalista y maestro de escuela.
Durante los cuatro años primeros de enseñanza secundaria todo fue normal, anquen siempre
con algunas limitaciones económicas. Si no iba a ser un negociante consagrado debía ser
maestro, esta fue la ruta marcada por mi vida, de la cual conservo los recuerdos más gratos
de mi existencia. Ser normalista fue una posibilidad que durante mucho tiempo jóvenes
hombres y mujeres de este pueblo elegimos para luego vernos como maestros en diferentes
partes del departamento de Antioquia. Jóvenes y llenos de alegría, envueltos en un
pergamino de ilusiones veía egresar maestros delante de mí, y siempre esperaba el
momento que a mí me tocara para construir mi abecedario de maestro
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Aunque ya no pueda contar las nubes con exactitud ni vaciar los odres del cielo
estaba ante el reto más grande mi vida “intentar ser un buen maestro de escuela”. La
existencia se imponía y tarareaba con obstinada diferencia como polillas en torno a la luz.
¿Quién puede contar las nubes con exactitud? ¿Quién vacía los odres de los cielos? Los
pasos se iban dando pausados pero seguros, porque el sueño de ser maestro estaba cada día
más fijo en mi proyecto de vida. Ya joven con claridad en lo que debía ser y hacer solo
necesitaba dedicación y disciplina. (G Steiner).
Granada es un territorio cuya tierra no tiene el abono milagroso que posee el suelo
de los municipios vecinos. La carrera de agricultor no es esperanzadora, a lo sumo se
cultiva para autoabastecimiento con algunas posibilidades de ganadería, cerdos y gallinas.
Las familias por lo común numerosas para mi época no alcanzaban a sobrevivir con lo que
se producía en las fincas, razón por la cual era necesario optar por los caminos trazados
para buscar horizontes que permitieran mejorar los ingresos para los hogares. Ser maestro o
ser negociante, eran las alternativas planteadas. Normalmente lo que hacemos no lo vamos
reflexionando día a día, sino que al paso de los años ha de asumirse algún proyecto de
vida. Volver con el pensamiento a los lugares recorridos con un abecedario de esperanzas
es una buena razón para seguir viviendo.
Ahora debía hacer fila en las oficinas de Secretaría de Educación para buscar mi
empleo de maestro; sólo hasta agosto del año siguiente al año de mis grados pude conseguir
trabajo; allí se atendían primero las obligaciones e indicaciones de quienes venían con
recomendación de directorios políticos y luego a los que llegábamos sin un buen padrino.
Para conseguir mi empleo de maestro lo hice solo, incluso sin la compañía de mi padre, que
siempre tuvo la confianza en los líderes políticos para poder conseguir empleo.
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Mi padre decía que eso era una costumbre sana y que los políticos eran serviciales,
que él había terminado su vida de obrero en trabajos del Departamento, gracias a los
directorios que distribuían los puestos que habían, pero que era necesario llevar dinero al
directorio para que a uno lo tuviera en cuenta . Así los buenos puestos tenían nombre
propio, y estos eran para los de cotización comprobada en directorio. Durante varios días
hice fatigantes filas para poder hablar y poner a disposición mi título y mi nombre para
irme a algún lugar retirado para el cual no se requería recomendación alguna. Mi padre
tenía razón, los que llegaba apoyados por un jefe de directorio pasaban sin hacer fila, y eso
me parecía de mal gusto, pero guardé silencio. Finalmente fui atendido en esa pesada
oficina de lagartos, caimanes y armadillos; recuerdo que el señor era tan osado que primero
hacía pasar a su oficina a las maestras bonitas y jóvenes.
Las compañeras maestras normalistas siempre salían felices, porque el señor que
manejaba los puestos y las vacantes les había asignado escuela bien ubicada para ir a
ejercer. Algunas de ellas habían sido mis compañeras de estudio, bonitas y mojigatas con
ese color rosado encendido de la piel producto del clima pueblerino. Salían a ejercer como
maestras, pero además como misioneras que era la insistencia de las religiosas antes de
entregar el título. En mi caso, desde mi adolescencia en el colegio mantuve cierta rebeldía
frente a cosas que percibía como injustas; desde el bachillerato antes de iniciar la normal
participaba del Consejo estudiantil, y allí expresaba mis argumentos ante anomalías que se
veían con los estudiantes por parte de docentes y directivos. Antes de culminar la normal,
con amigos rebeldes distribuíamos clandestinamente caricaturas y panfletos contra esos
directorios en los que a nuestros padres les hacían cotizar dinero para ser del partido. Eso
me parecía injusto, tener que pagar para estar en un directorio que manejaba puestos.
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Por ello no busqué carnetizarme en ningún directorio para buscar mi nombramiento
como maestro. Ya sabía que para los huérfanos del poder o para aquellos que nos
negábamos a ser matriculados en un directorio estaban los lugares de difícil acceso, en
veredas lejanas con comunidades pobres sin ninguna comodidad. A uno de estos me enlisté
para probar las virtudes de mi mayoría de edad. Recuerdo la tarde que llegué y que
finalmente pude hablar con el señor rechoncho mencionado quien me atendió con rapidez
y me dijo despectivamente: "no hay vacantes" pero, espere, hay una escuela que se llama
Fray Martín de Porres, por Segovia, queda a tres días de Medellín, usted verá si se va para
allá, es lo único que tengo. Claro, no había más porque el caballero prefería a las maestras
jóvenes y bonitas, para darles los mejores lugares de trabajo. Sin embargo acepté el reto y
le pedí la tarjeta de nombramiento. Mi padre me dijo que eso me sucedía por rebelde y por
no haber ido donde el jefe del directorio conservador que tenía mucho poder y ayudaba a
los de su partido. Solo con la bendición de mis padres me iría como maestro a lugares
lejanos, y había sido consecuente con mi profesa rebeldía.
Por la tarde llegué a casa y le informé a mis padres que salía a trabajar a tierras
lejanas y extrañas en donde muchos peligros me esperaban; mi padre me animó a pesar de
su regaño por mi rebeldía y mi madre me consoló diciéndome: "hágase nombrar, que luego
el señor me ayudará a traerlo para cerca". Las palabras sencillas de mi madre, pero
pronunciadas con esa ternura y esa fe ciega de los seres creyentes y humildes, lograron
darme cierta paz interior para enfrentar el nuevo destino que me esperaba. Desde el
momento de nombrado todo era imaginación y alegría. En algunos momentos sentía
incertidumbre por las incógnitas que me esperaban. Era asumir solo, sin la tutela de los
padres la vida laboral que había elegido en la educación siendo maestro de escuela.
Esa misma tarde, ayudado por mi madre, busqué una maleta vieja de cuadros, cuyo
fondo consistía en un pedazo de triple forrado que le daba forma, y empaqué tres
pantalones y tres camisas de manga larga, un par de zapatos desgastados, y lo principal, por
orden de mi madre: la biblia, la camándula, dos escapularios y la oración del magníficat.
Usted se va para tierras de brujas y demonios y se debe cuidar mucho dijo mi madre.
Aunque ya tenía muchas dudas sobre mi fe guardada por años, escuchaba con atención a
mi madre con sus limpias recomendaciones para que me fuera bien en la vida de maestro.
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Las indicaciones de mi madre con tales reliquias las asumí con todo respeto; en mi
cuello no faltaba ni el escapulario ni el rosario. En el viaje hacia Segovia me los puse con
mucho fervor y mi mamá decía que el padre Samuel, de Granada, los había bendecido y
rociado con agua bendita para que fueran efectivos en la lucha contra el pecado, el demonio
y la maldad. Y si esto lo decía mi madre yo le creía, no había duda alguna, por ello le
prometí que siempre los llevaría en mi cuello como un recuerdo maternal y un símbolo
protector contra los maleficios, además las tierras para las que iba tenían fama de ser
malsanas y peligrosas.
Ya para irme a las lejanas tierras, esa tarde llegué hasta la flota para abordar un bus
escalera y enfrentarme a un viaje largo e incómodo, empezando por el rústico medio de
transporte, tan de moda en aquellas épocas lejanas, por carretera destapada que más bien
parecía un camino de herradura, hasta llegar a esas apartadas y misteriosas tierras de
duendes y brujas, de hierbas que emboban a los hombres y de mujeres sin ni ningún recato
moral. Eso era lo que decían en Granada de las tierras de minas en donde supuestamente
las mujeres eran libertinas y libidinosas. Con esa fama se conocían para la época las
apartadas tierras del Nordeste, para donde la Secretaría de Educación me había
encomendado como maestro. Fueron 14 horas de viaje hasta llegar al pueblo, y de allí dos
horas más hacia el corregimiento Fraguas en donde estaba la escuelita rural Fray Martín de
Porres para ejercer mi tarea de maestro. Nunca había montado en un bus tan largo viaje y
con tantas incomodidades, porque estos buses por el camino recogían personas que
llevaban gallinas, perros y hasta cerdos pequeños que esperaban venderlos en las ferias de
cabeceras municipales.
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En el bus escalera conocí a un jefe liberal del corregimiento. Un señor robusto,
formal, que me indagó sobre el lugar de mi procedencia. Al darse cuenta que mi pueblo
natal era Granada, Antioquia, soltó una carcajada, y expresó burlonamente: "otro godo pa'
volvelo liberal". Yo asumí la broma sin molestia y seguí hablando con él y preguntando
sobre el caserío para donde iba. Él había estado en la Secretaría de Educación pidiendo el
maestro y me tocó a mí. Los liberales en Granada eran pocos y en las votaciones ganaba
masivamente el conservatismo, pero en Segovia era lo contrario allí los liberales eran
mayoría. Un nuevo aprendizaje en mi proceso formativo como ciudadano.
Llegamos a Segovia a las 6 A.M. y allí esperamos un rato para seguir hacia la
trocha, como todos le decían a la carretera que conducía de Segovia a Machuca o Fraguas,
por ser un trecho casi como un camino de herradura, al que siempre en épocas de
elecciones le asignaban dineros para arreglarla, pero finalmente todo era un engaño y la
plata, según los habitantes, se perdía en las manos de los corruptos y politiqueros del
mismo pueblo. Sin embargo la gente se veía alegre y fiestera, con bares repletos de señores
consumiendo licor y atendidos por damas a las que les llamaban coperas.
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Ella me animó y me dijo: ¡ papi te va a ir muy bien! Cuando salgas a cobrar, vienes
a buscarme al bar que yo te atenderé como te lo mereces. Su picardía me quedó sonando y
luego leí la oración que mi mamá me había puesto en la billetera, para no caer en tentación
ni en nada maléfico. Me pareció osada, ya que sin conocerme me trataba de una manera en
la que pocas veces me habían tratado. Le respondí que era maestro y que iba a trabajar en
Fraguas, en el corregimiento, muy lejos de Segovia. Ya había una historia para contarles a
mis amigos de la normal cuando los viera, una mujer me había coqueteado, y de seguro que
sería algo que motivaba interrogantes, pues en nuestro pueblo, la conquista amorosa era
todo un ritual de miedo e insistencias.
Tomé el bus para la vereda, y me fui pensando en Doralba, así se llamaba la copera
que me atendió con picardía, esperé ansioso el día para salir a cobrar, para ver a la dama
corpulenta y simpática que había sacudido por un momento el hombre dormido que
habitaba en mí. Llegué al caserío con mucha incertidumbre, sin embargo el jefe político que
había conocido en el bus que me llevó a Segovia, me había ofrecido alojamiento y
alimentación, mientras me ubicaba bien. Él era un hombre trabajador y reconocido como
generoso en el caserío. Me ayudó mucho los primeros días, y me habló de hechos trágicos
en su vida, como la persecución atroz que habían sufrido él y su familia por ser un hombre
liberal. Había pagado muchos años de cárcel por haber defendido su vida y la de su familia,
sin embargo ahí estaba luchando y con una conciencia plena de hombre liberal, de partido y
de principios.
Este caserío era muy poco conocido y estaba oculto en el mapa. Allí habían fincas
ganaderas y algunas minas que estaban en producción, además del rio Popuné, en donde las
familias provenientes del Chocó barequeaban para sustraer mínimos granos de oro con lo
que lograban el sustento. Casi todas las casas eran de tabla clavada y de techo de paja o de
lata, había un inspector que controlaba el orden, en mis días de maestro no había sacerdote
ni médico. Había un rustico cementerio que era un solar encerrado en alambrado en donde
se enterraban los muertos con el solo rezo de sus dolientes. Cuando ya estaba allí como
maestro, llegué a hacer desfiles de ceremonia de entierro y con cantos de difuntos
aprendidos en mi pueblo natal. La gente era muy tranquila y los entierros eran sencillos,
sin misterios ni ceremoniales y al llevar el cadáver al cementerio allí estaba ya la tumba.
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Siempre recuerdo con respeto y gratitud a este jefe liberal, porque con él alcancé
otras lecturas de la vida, diferentes a las que nos contaban en el colegio y en Granada, un
pueblo católico y conservador, radical, en el que habían perseguido a los liberales, y a
muchos -incluso- habían asesinado en esa época infame de violencia política entre godos y
liberales. La historia política de mi pueblo fue triste pero también era triste la del pueblo a
la que llegué; como maestro detallaba los comportamientos y tanto liberales como
conservadores tenían los mismos vicios en las elecciones. Siempre he tenido la fe en la
educación, por eso en las reuniones con padres de familia les hablaba de la importancia de
la democracia y de ser ciudadanos conscientes para que no nos engañen en las elecciones.
En la escuela rural había una directora que estaba trabajando castigada, porque
había quedado embarazada sin casarse. Allí pasó el embarazo, porque en esa época antes
del Estatuto Docente, que le dio dignidad al maestro, los educadores eran presa fácil de los
politiqueros, y de los gamonales de turno. El maestro que contradecía al partido político
fuerte del pueblo en donde ejercía su profesión, era separado del cargo, y perseguido
políticamente. Las luchas del magisterio, incansables y justas nos llevaron a la conquista
del elemento más preciado para el ejercicio de la docencia: la autonomía, la dignidad, la
libertad de cátedra, etc.
Un día, la directora, una morena mal humorada, además frustrada por la persecución
de la que había sido víctima por el solo hecho de ser madre soltera, me invitó a salir al
caserío a saludar a la comunidad. Esta era y es una comunidad en su mayoría de
afrodescendientes, negros bembones que dedicaban su vida a esculcar el río Popuné, para
sacar un grano de oro para el sustento. Las esposas también salían al bareque, a ayudar a
sus maridos en esta tarea diaria, muchas veces el hombre se quedaba bebiendo, mientras
ellas estaban trabajando en el río. Me extrañó mucho que ellas llevaran los senos
descubiertos mientras barequeaban, me pareció algo obsceno y vulgar, ya que en mi casa
jamás le vi los senos a mi madre ni siquiera amamantando a mis hermanos, a los que
escondía debajo de una cobija con sumo cuidado; tan sólo se sentían los suspiros felices
del hermanito succionando, pero no se veía nada. Es tan vivo ese recuerdo, quizá por el
halo de misterio con que las mamás trataban de ocultar estos sencillos actos de erotismo
manifiesto, al menos en nuestra mente que desbordaba de imaginación.
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Cuando salí por el caserío me sentí extraño. Yo era un joven de apenas veinte años,
vestido de camisa de manga larga, y sobresalía mi escapulario y mi camándula; parecía un
seminarista en misión evangelizadora que acababa de llegar a lejanas tierras olvidadas de
Dios. La gente saludaba a la maestra, y ella muy afectiva también les saludaba y les decía:
"miren al nuevo maestro"; me pareció que lo hacía de manera irónica, quizá porque yo era
un joven recién egresado que llegaba con mis sueños y anhelos intactos, mientras que ella
por culpa de las injusticias de la vida, arrastraba un karma triste por el hecho de tener un
hijo sin ser casada. En el caserío a ella la querían y todos sabían que era una maestra
castigada por el Estado al no ser ejemplar cuando decidió tener hijos. En el recorrido
presentándome como maestro pasaron muchas cosas que guardo en mi recuerdo.
Una señora negra muy simpática, estaba sentada en el quicio de su rancho dándole
de mamar a su bolita de carbón, un niño simpático risueño que ya lucía dientes, y sin
embargo escurría los senos de la madre. Ella nos saludó y nos invitó a sentarnos, como
para que viéramos el festín que hacía su hijo escurriéndole lo poco que le quedaba de leche
en sus tetas; la maestra vio esto muy normal, para ella que venía de una comunidad
descendiente de afros, esto no tenía nada de raro. De inmediato me negué a sentarme al
lado de la señora, como sí lo hizo la directora de la escuela. Les dije que me daba mucha
pena pero que me retiraba a preparar las clases para el próximo día. Entendí desde ese
momento, que estaba en un lugar de personas incultas, casi salvajes, que no llevaban
principios morales de ninguna clase, y que debían estar siempre en pecado.
Este cuadro cotidiano del lugar a donde llegué a trabajar, me demostraba que estaba
en un espacio de principios culturales totalmente diferente a los de Granada el lugar donde
nací, crecí y me hice maestro. En la normal, en las clases de religión, en la escuela y en el
colegio, siempre teníamos el catecismo del padre Astete y la Biblia, y se nos advertía sobre
los pecados del cuerpo. Esta madre a piel limpia cumpliendo con algo tan natural,
amamantar a su crio era para mí algo pecaminoso. Entonces leí un versículo de la Biblia
romanos 8-15 que se nos leía con frecuencia en la normal: “Porque los que viven conforme
a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu,
en las cosas del Espíritu. Romanos 8:5. Muy pronto aprendí que esto era tan natural como
cualquier parte de la piel de nuestro cuerpo.
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La compañera de trabajo me recriminó por mi comportamiento mal educado con la
señora de abundantes cantaros de leche. Me dijo que yo venía de una tierra de hipócritas
rezanderos que se asustaban con los senos s de una madre que amamanta a su hijo, pero
expertos en adulterio y fornicación debajo de las ruanas. Me sentí agredido en mi
formación moral, pero no le refuté. De ahí en adelante el aprendizaje sería mayor cada día y
debía asumir las cosas con calma. Confieso que esto marcó una ruptura en mi vida moral
de premaestro, que debía enfrentar sin temor y respetando las costumbres del espacio al
que había llegado. Precisamente ella estaba allí trabajando castigada por la Secretaría de
Educación que había recibido la queja de las matronas del pueblo donde ella empezó a
trabajar, porque iba a ser madre soltera, y eso era un mal ejemplo para la sociedad.
Por momentos, llegué a pensar que lo que mi mamá decía era verdad sobre los
peligros de estas zonas en donde la vida está plagada de pecadores y de mujeres olvidadas
de Dios. Acaricié mi escapulario y en la noche intenté rezar con el rosario que me había
puesto mi madre en el cuello para que siempre lo llevara, algunas oraciones que recordaba
parcialmente las hice hasta que me quedé dormido en la pieza de la escuela en medio de
absoluta oscuridad y silencio. Nunca me había sentido tan inmensamente solo en un mundo
extraño tan solo con la compañía del recuerdo de mis padres y con los símbolos protectores
contra el pecado.
El primer día de clase fue genial, los niños llegaron y me saludaban con respeto,
yo les sonreía, y me acercaba para indagar su nombre y el de sus padres. La directora me
asignó un segundo de escuela, en el cual la mayoría eran niños negros, afro-descendientes,
y los demás eran hijos de antioqueños, también luchadores del bareque, o trabajadores al
destajo en fincas ganaderas de la zona. La camisa de manga larga, cuidadosamente
abotonada me empezaba a molestar, pues había llegado de un clima frío de máximo veinte
grados de temperatura a un caserío que en la mañana tenía temperatura de 34 grados y al
medio día de 38 grados. La maestra habló largo conmigo esa tarde y decidió irse a dormir a
una casa de vecinos para que yo me acomodara en la habitación de la escuela, porque así
construían las escuelas rurales en esa época, que normalmente eran para un maestro, con
algunas comodidades y en el caserío el agua era abundante, pero no había luz eléctrica, por
ello la gente utilizaba caperuzas de gasolina o lámparas de petróleo.
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Allí me quedé y me acomodé con mis pocas cosas. La soledad se siente en esas
noches de ruidos nocturnos, de lechuzas y micos que normalmente alcanzaban a llegar
hasta los linderos del caserío a husmear para luego retirarse en la madrugada. Siempre me
costó trabajo dormirme, pensando que las brujas que estuvieran en algún secreto lugar o
que les diera por llegar a darme la bienvenida, pero pudo más el cansancio y al rato me
quedaba profundamente dormido, soñando quizá con el confort de la casa materna y las
peleas cotidianas con mis hermanos. Aun así el trasegar de maestro tenía ya un principio.
Niños y niñas llegaban descalzos a la escuela, era algo natural para ellos. La gran mayoría
eran negros de comunidades Chocoanas que se asentaban cerca al rio Popuné por tener oro
y ellos lo sacaban utilizando la batea y luego lo vendían en el caserío a otro Chocoano que
era prácticamente el jefe y guía consejero de todos.
Al día siguiente los niños madrugaron y la directora sonaba una vieja campana con
una piedra para que se recogiera todo el personal en el patio a escuchar los regaños y
recomendaciones para cada día. Oraba con ellos y cantaba a la virgen canciones bonitas
para dar agradecimientos por los favores recibidos. No entendía cómo esta profesora que
había tenido problemas con algunos curas por haber tenido un hijo soltera seguía con su fe
intacta y sembrando en los niños las ideas de la fe, la iglesia y la religión. Ella misma había
manifestado su molestia con curas monjas y políticos que la habían sacado por haber
cometido el “pecado de tener un hijo sin estar casada”
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Estando solo en la escuela, reconciliando el sueño, en varias oportunidades sentí
ruidos extraños y sonidos que inmediatamente relacionaba con brujerías, tal como me lo
habían advertido; sin embargo, hoy pienso que eso no fue más que mi propia imaginación
por tantas advertencias y comentarios antes de salir hacia tierras desconocidas, en donde si
bien existen principios religiosos, no se viven con la misma intensidad que en el lugar
donde nací. Creo que la nueva cultura del lugar de mi primera experiencia de maestro me
empezaba a gustar. Me preparaba para una nueva vida con buenos aires de libertad.
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Los godos, y los gamonales son una misma cosa. Empecé a distanciarme de cosas
que eran parte de mi vida, repensé mi situación de maestro y me fui preparando para una
vida de lucha y confrontación a las injusticias y a las mentiras a las que por tanto tiempo
había estado sujeto. Me quedaba claro que la educación que se impartía en las normales no
solo era para formar maestros sino además evangelizadores de la iglesia apostólica y
romana. Ya entendía por qué todas las normales del país eran regentadas por monjas y
sacerdotes; el papel ideológico de la iglesia era fundamental en la educación para los
efectos de la gobernabilidad de los diferentes gobiernos de la época.
La normal nos entregaba para ser maestros, pero no nos indicaba caminos para
asumirnos en los avatares diarios de hombre. Casi todos los jóvenes de nuestra época
llegamos a la vida sexual desde el autoalivio al autodescubrimiento. Nuestros padres no nos
hablaban de ello y los profesores eran temerosos para incursionar en esos territorios de la
intimidad humana. No es extraño que muchos llegáramos al lugar de trabajos cándidos y
esplendidos y solo a partir de nuestro encuentro con la libertad empezáramos a mirarnos
en la razón de ser los hombres y las mujeres. Quizá por nuestra envejecida inocencia de
párvulos de la sexualidad cayéramos con facilidad en manos de damas sabias en asuntos
libidinosos. En mi caso ya había una mujer que estaba habitando mis sueños con sus
atrevidos coqueteos a un ser lleno de temores tanto por la fe como por la vida.
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No todo lo que brilla es oro
A los dos años de haber estado en la zona rural, fui trasladado como maestro de
escuela al casco urbano del municipio de Segovia; fui ubicado en la Escuela Santo
Domingo Savio de Segovia, donde tuve experiencias asombrosas. Mientras practicaba con
los estudiantes la Pedagogía escolar, veía a estos llegar a la tienda con mucho dinero;
algunos chicos incluso portaban cadenas gruesas de oro que lucían en sus lampiños pechos
como algo que les daba orgullo y respeto. Nuevas rutinas escolares llegaron propias de
una escuela grande con muchos maestros y estudiantes. Calificaciones reuniones, cantos
los inquilinatos, la vida callejera, los apogeos de oro, bares, cantinas y mujeres hermosas
con vestimenta llamativa y coqueta. Una nueva cotidianidad se emprendía. Muchas
respuestas se empezaban a dar a las múltiples preguntas de mi vida. Ya me veía en el
contexto de un conjunto de actividades continuas en las cuales se daba mi objetivación
como hombre; me adaptaba a lo ya existente y le imprimía nuevas objetivaciones a mi
vida. (Heller, 1970)
Eran estos días de pleno furor del oro en Segovia, minas, mineros, guerrilla
machuqueros, prostitutas de toda la geografía del país; en un ambiente de farra, rumba y
libertad empezaba mi segunda etapa en la carrera docente. Muchas cosas que no conocía
estaban ad portas de ponerse al frente de mi ser de maestro. Muy pronto experimentaría
el trabajo artesanal del bareque, que era la forma como le sacaban a la tierra unos cuantos
granos de oro. Nunca me había interesado por el oro, ni lo conocía. Pero en este pueblo
todo el lenguaje giraba en torno al brillante y costoso metal precioso.
Antes de venirme de la Escuela rural del caserío donde me inicié como maestro,
aprendí sacar oro con la batea al lado de una negra chocoana, hermosa de piel de ébano y
de sonrisa libre; con sus senos al aire me llevó al rio para decirme que el movimiento de la
batea debía llevar el ritmo del movimiento del culo, para que el oro no se saliera. Este
aprendizaje con Mirla Rosa nunca lo olvidaré, porque su naturalidad me llevó a entender
que los senos eran como la piel de cualquier parte del cuerpo, lo que en mi pueblo natal era
pecaminoso. Ya en Segovia debía poner en práctica este aprendizaje en nuevos espacios
con los chicos que eran mis estudiantes, muchos de ellos niños mineros que aprendían su
independencia económica desde muy temprana edad.
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Nunca me interesé por entrar a socavones ni a minas así fueran tecnificadas. Creo
que con los anhelos de libertad con los que había salido de mi casa paterna, el mero hecho
de verme limitado a un hueco en el que el minero entra arrastrándose y salía hacia atrás me
parecía aterrador. En alguna oportunidad los maestros de Segovia fuimos invitados a
conocer las instalaciones de la Frontino Gold Mines para llegar a las profundidades de la
tierra montados en una garrucha, para ver a los mineros arañando el vientre brillante de la
tierra, pero sentí pánico por el mero hecho de sentirme sin libertad, sin luz natural y si aire.
Creo que por eso asumí mis aprendizajes con la minería rudimentaria y artesanal con los
mineros más pobres que relavaban tierra que la compañía había dejado arrumada cerca a los
riachuelos muertos y contaminados por el cianuro.
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Le dije que me invitara a su bareque que yo también sabía y que podíamos trabajar
juntos. De inmediato organizamos la salida al bareque para el sábado siguiente. Sería una
experiencia nueva diferente al ejercicio del rio y la batea. Acá era bareque artesanal con
fibras, canoas, agua y mercurio para atrapar los mínimos granos que estaba ocultos en las
montañas de lodo. En el caserío de mis primeras notas de maestro el trabajo era limpio en
el rio, porque al botar la arena el oro quedaba en pequeñas chispas amarillas. Me pareció la
actitud de Manuel Calle y la de su familia generosa y tranquila al aceptarme en sus espacios
de vida minera con toda la disponibilidad para enseñarme.
Mi sueldo en ese entonces no llegaba a los cien mil pesos, en plenos inicios de mi
carrera docente con mi título de maestro, o normalista superior. Cualquier dinero que
ganara para mejorar mis ingresos valdría la pena y así podía llevar una vida más disipada.
No iba todos los días porque debía preparar las clases, lo que siempre tuve como disciplina;
a eso nos enseñaron en la normal. Jamás llegar a clase sin preparar los temas respectivos, lo
que seguía siendo un tanto esquemático como en la época de recién egresado de la normal,
pero aun así creo que el orden y la ruta de una clase no se deben perder así el maestro sea
de la posmodernidad.
El descubrimiento para la vida que me propició la joven mujer del bar fue una de
las enseñanzas que moldearon mi vida de maestro, al permitirme saltar al vació para
enfrentar los miedos y molinos de viento que estaban intactos en mi formación de maestro
y casi misionero. Desde mi integra humanidad reconozco que jamás olvidaré aquella mujer
que me hizo temblar de emoción y que se atrevió a violentar las cadenas que me ataban a
una vida llena de espíritu pero temerosa del cuerpo y la materia.
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Al bareque iba los sábados todo el día; lavábamos montañas de tierra que la
hacíamos pasar por una canoa de madera rústica forrada en fibra de costal, y en ella se
quedaban enredados los granos de oro, según lo decía el ingenioso barequero alumno mío.
El primer sábado de mi salida como minero, fue todo un episodio casi que de aventura.
Madrugué y me encontré con el joven en pleno parque, luego tomamos un chivero que nos
llevó hasta la vereda "El Aporriao", donde estaba el entable rústico de los Calle con el que
sacaban el dinero para sobrevivir. Trabajé duro, sacando las piedras que estorbaban en la
canoa: era algo a lo que no estaba acostumbrado, ya que mis manos hacía mucho rato no
practicaban trabajo rústico. Mi padre solía decir que mis dedos parecían las de un sacerdote
que se gana la vida echando bendiciones. Desde niño le tuve fobia al trabajo rudo del
arado o de todo aquello que obligara a golpear la tierra para abrirle heridas así fuera para
sembrar semillas.
Recuerdo que ella salió del bar y me besó sin ninguna repulsión a pesar de estar
cubierto de barro y de tener sangrantes las uñas de mis dedos, ya que mi trabajo en la mina
había sido la de expulsar de la canoa las piedras y la arena que iban pasando por el lavado.
Lo hacía con dedos y uñas sin ninguna protección. Ella se sentía aparentemente orgullosa
de estar con alguien que era maestro de escuela y minero. La mayoría de las mujeres
abrigan en sus sueños de matrimonio o de uniones maritales la figura de un macho
protector y buen proveedor. Esto era notorio en estas tierras que la machera de un hombre
se medía por el peso de oro que soportaba en su cuello con cadenas de oro
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Mientras tanto, Manuel Calle y su padre estaban quemando la bola de oro que
habíamos sacado en el bahareque. Después salí, ya con mi ropa de baile y rumba, con mi
buena loción y me senté a esperar en el kiosco del pueblo a que llegaran con el dinero que
me correspondía por el trabajo rudo en el bareque. Al rato llegó mi alumno y me dijo:
"profe, nos fue bien", vea lo suyo. Me encariñé de las minas y seguí trabajando con
Manuel mucho tiempo, hasta que el bareque se acabó; el papá seguía buscando otros
lugares para luego invitarme a participar de su trabajo esculcando en la tierra diminutos
granos de oro, porque los enormes lingotes de oro salían para la USA y los Segovianos no
eran más que los obreros en sus fincas y minas. Qué extraño ha sido nuestro país: el
extranjero se lleva sus recursos y nosotros como esclavos de ellos guardamos silencio
porque somos sus gregarios.
Los maestros en estas tierras, sobre todo los que llegamos de lugares distantes, de
una cultura mojigata, somos absorbidos de inmediato por el nuevo ambiente al que se llega
a laborar. Eso me sucedió; me volví como un minero, que llegaba a los bares a beber y a
buscar pelea. Algo tan absurdo pero que, en fin de cuentas, podía entenderse como una
forma de asumir la libertad que allí tenía fuera del control de los padres. Nuevos
ingredientes se habían sumada a mi vida: Maestro de escuela, minero y libidinoso. Creo que
la inmersión en ambientes diferentes a los lugares en los que nos formamos como maestros
es el mejor aprendizaje para llegar a ser educadores y maestros. En mi caso la experiencia
de vida con culturas y formas de vida diferentes a la que construí en familia me llevó a la
posibilidad de mirarme en otros rostros y a objetivarme de otra manera.
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Podría hacer los esguinces necesarios para dejar oculta esa faceta de la vida íntima
que de alguna manera se percibe en los escenarios públicos en los que se desempeña un
maestro. El eros y el logos son marcas inevitables en la vida de quien se dedica al mundo
de los libros y a la estupenda tarea de ser maestro. En errata, autobiografía de Steiner el
eros y el logos cohabitan en una especie de contrapunteo atractivo entre decir y amar,
seducción y fecundación intelectual. La experiencia intelectual es de por sí una experiencia
amorosa. En mi caso con el equipaje de maestro de escuela, recorriendo valles, caminos,
ciudades y pueblos tuve ese encuentro vivificador entre logos y eros, y ello no es
necesariamente un acto de perversión o un atentado contra la integridad intelectual.
Con los dineros del bareque mejoré mi nivel de vida, porque el sueldo de maestro
era insuficiente para los nuevos descubrimientos en que se había enfrascado mi trasegar
intentando ser hombre en un ambiente absorbente. Trabajaba duro y gastaba duro, además
de ayudar en algo a mis padres. Creo que en los afanes del descubrimiento que asumimos
los párvulos de maestros en zonas apartadas, con el ánimo de la libertad que hasta antes
había sido condicionada corremos el riesgo de perdernos en ese aprendizaje. En mi caso
estuve ensimismado en las mieles del placer y de las sabanas con olor a noche.
Muy pronto fui trasladado para Medellín, y perdí el contacto con Manuel, mi
alumno barequero. Al tiempo volví a Segovia y supe que lo habían asesinado en una de
esas rondas macabras que hacían los paramilitares con las gentes humildes del campo. La
enseñanza de mi alumno Manuel fue también para la vida, un niño quemado por el sol
ardiente, un minero que mantenía más dinero en su bolsillo que su profe, sin embargo no
hacía ostentación de esto. Su humildad y tranquilidad eran el resultado de una vida sencilla
al lado de sus padres.
Me iba de un pueblo que me enseñó otras rutas de la vida más allá de la “jurada Fe”
con que había llegado, como maestro de escuela. Me llevaba en mi memoria las horas de
cuarto a tenue luz en donde dejaba mis marciales arreos en los desafiantes brazos de una
mujer que aun habita en mis días cotidianos. El oscuro estremecimiento, la desolación que
se apoderó de mí en aquella habitación mal iluminada de finales del verano ha orientado en
buena parte mi vida (G. Steiner). Los maestros con nuestro morral repleto de esperanzas
vamos de un lugar a otro, buscando caminos y construyendo abecedarios de vida.
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El nuevo abecedario que se sumó a mis aprendizajes habían forjado un hombre con
capacidad para in interpretar el mundo que había estado oculto a mi vida; al perder los
miedos, llegué a la ciudad un tanto perdido, pero de alguna manera la experiencia
adquirida se ve reflejada en la forma como se asumen nuevos escenarios de trabajo y de
encuentro con comunidades educativas
En este sentido, una vez en la ciudad, como maestro venido del campo y de
cabecera municipal tenía prácticas que muchos docentes con quienes compartí no las
tenían. Muchos de ellos no tuvieron la experiencia de ser maestro con niños campesinos.
Ya empezaba a dar pasos en mi mundo de las letras, que fue algo que se empezó a forjar tan
pronto inicié mi mundo universitario. En mis experiencias de vida de maestro en los nuevos
colegios mis narrativas siempre tenían presente esta faceta con mujeres que se salían de los
cánones de la mojigatería de Granada mi pueblo natal. Normalmente uno empieza a escribir
con muchas dudas oculto en el sótano de la vida, y lo hace sin que nadie lo advierta, y más
si en ello van algunos trazos de intimidad que pueden correr el riesgo de ser anécdotas
flojas sin sentido. Desde ese sótano de escritor se ven apenas los pies de los transeúntes y se
oye el taconeo.”. (Tokarczuk, 2019).
Muchas veces los maestros pasamos desapercibidos estos hechos en los que
aprendemos; el título de maestro no es el que hace al maestro, son muchos los aprendizajes
que vienen acompañados con algunas enseñanza; no todo lo sabemos, y debemos
reconocer, desde el inventario de nuestra vida, en la tarea de enseñar a niños y jóvenes, que
los aprendizajes al lado de ellos son una verdadera escuela. El bareque del papá con sus
hijos y la humildad compartiendo el alimento solidariamente, me enseñaron lo bello que es
trabajar unidos, y además la necesidad de emprender luchas radicales para que estas
humildes personas alcancen niveles de vida digna. Mi pedagogía del aula ahora tenía varios
elementos nuevos, siendo el más valioso aquel que tuve desde el contacto sereno con las
personas sencillas que recibían mis lecciones; ellos con su sabiduría natural me habían
dado un hermoso aporte para mi experiencia de maestro que seguiría trasegando nuevos
lugares.
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El abecedario con lentes
Volví a leer el diploma en el que sobresalían las firmas del jefe de Registros y
Diplomas de la Gobernación de Antioquia y de la Hermana Margarita, rectora de la Normal
en donde había cursado los años para formarme como maestro; al final de mi carrera
docente me sentí extrañado: alguien me había dicho "maestro", y además lo había
sentenciado en un diploma con papel especial, con escudo y bandera de Colombia y en letra
de molde. Quizá no solo quería reevaluar mis aciertos, sino el tiempo vencido ya para
remediar errores cometidos. En un proceso de interrelación, de osmosis, el Maestro aprende
de su discípulo cuando le enseña. Hay discípulos que se han sentido incapaces de sobrevivir
a sus Maestros. (Steiner, 2003). Creo que algunos de mis discípulos me sobrevivieron.
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Permitir el relevo generacional es dar una oportunidad a nuevas ideas. Los maestros
hoy en gran medida fuimos formados con discursos de Siglos XVII y XIX y estamos frente
a chicos y Chicas del Siglo XXI. En estas condiciones, creo que son muchos los discípulos
que no sobreviven a sus maestros. Cuando escucho a maestros decir que los jóvenes de hoy
no quieren hacer nada, siento deseos de gritarles: “ustedes no conocen a los chicos de este
siglo, ese es el problema”
La soledad a veces es buena consejera, nos permite llorar a todo ruido, o gritar para
sacar de dentro dolores pegados en el alma. Era el final de mi carrera, debía salir para que
otros sigan mis pasos, o los borren con iniciativas novedosas que ya estaban agotadas en
mi abecedario de maestro. Se trataba de pensar que otras personas se habían formado para
el ejercicio de la enseñanza, y además, los tiempos cambian, al igual que nuestro
temperamento y nuestras fuerzas. No había nostalgia por derrotas en la ardua tarea de ser
maestro, recorrí los más bellos recuerdos para así sentir el aliento necesario de buscar la
partida. Quizá había agotamiento y nuevos horizontes en la vida desde la racionalidad del
mundo universitario que era necesario asumir, tratando de poner en práctica las autocriticas
que había logrado elaborar en mi ser de maestro. La soledad y el miedo al olvido me
llevaron a pensarme en el abandono del retiro como maestro. La inmensa mayoría de las
biografías humanas son un grisáceo relato que se desarrolla entre espasmos domésticos y el
olvido. (G. Steiner)
El ser del maestro, está revestido de condición humana y esto es lo que le permite
objetivarse en la cotidianidad. Podrían entenderse los anteriores planteamientos como actos
vanidosos, autoelogios sin sentido o sensibilidades vacuas, sin embargo todo ser humano
siendo demasiado humano tiene este riesgo. ¡Qué pobre sería el espíritu humano sin la
vanidad! (F Nietzsche). Los episodios de mi vida pueden denotar cierta vanidad, de ello no
podría escapar si aquello que hice está guardado en la memoria con orgullo y alegría. Creo
que cada maestro debe tener cierta vanidad que puede ser la convicción de haber hecho las
cosas lo mejor posible. Nada más triste que un maestro que deje entrever en sus acciones
la sumisión y la derrota. Cuando esto sucede ninguna luz emana y ya no son discípulos sus
estudiantes sino “a-lumnos”. Sin luz.
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Desde el encierro doméstico y el silencio, desandaba los pasos de mi vida de niño,
adolescente, adulto, maestro y próximamente en el retiro de las aulas en las que día a día
me había dedicado a la enseñanza y mediante las cuales me había forjado como maestro.
Preparar un nuevo equipaje de vida para pensarme en tareas en el mundo universitario era
un camino ya emprendido y las experiencias de la escuela serían argumentos válidos para
estar ahora en una Facultad de Educación que forma Licenciados. Un nuevo abecedario
con lentes debía recorrer.
Quizá el contacto permanente con los niños y los jóvenes desde la enseñanza y los
saberes le permite al maestro resistirse a aceptar muchas veces el inevitable desgaste y la
decadencia que traen los años. Creo que es suficiente determinado tiempo para ser maestro
exitoso y para que la estadía en contacto con la vida de la escuela sea de plenitud y
felicidad, permitir que el hastió cobije el ejercicio del maestro es la pérdida del sentido a la
mayor parte de su vida. En un proceso de interrelación, de osmosis el maestro aprende de
su discípulo cuando le enseña; mis aprendizajes fueron maravillosos, con ellos he intentado
ser mejor persona. Los jóvenes conocen muy bien a sus maestros, creo que en algo conocí a
mis discípulos y algunas enseñanzas dejé para su vida, pero de ellas me llevo un mundo de
sabiduría. La intensidad del dialogo genera amistad en el sentido más elevado de la
palabra. Puede incluir tanto la clarividencia como la sinrazón el Amor”. (Steiner, 2003).
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Llegué a pensar que los 32 años de docente en escuelas y colegios no habían sido
suficientes para ubicarme en la realidad que me circunda, y aunque tenía poses y discursos
como maestro de la modernidad, o de la posmodernidad, como algunos eruditos llaman
esta época de desencanto, terminé mi carrera docente en la misma escuela tradicional con
pequeños toques de actualidad. Formatos, Comités, Currículos llamativos, extensos
Proyectos Educativos han sido los inventos del Estado para rejuvenecer la escuela. Nada
más absurdo que llegar a creer que con ropajes nuevos se rejuvenece el cuerpo envejecido
de la escuela mientras su estructura ideológica siga siendo el resultado de las reflexiones de
tecnócratas del Estado que no saben de educación, y que son por lo general los que llegan a
esos cargos.
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Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que aquel que se dedica la enseñanza y
no aprende constantemente de sus alumnos es un mal maestro. Son los estudiantes los que
nos retan a nuevos caminos y son ellos los que empiezan a advertir nuestros errores. El
Maestro aprende del discípulo y es modificado por esa interrelación en lo que se convierte,
idealmente, en un proceso de intercambio. (Steiner, 2003). Por lo general los maestros
creemos ser portadores de la verdad absoluta. Si bien en mi vida guardo recuerdos de
enseñanza de mis discípulos, estoy seguro que ante muchos llamados que se me hicieron
por errores en los que estaba, no presté atención
Mi agotamiento, en definitiva, era una posibilidad que tenía para mirarme desde
mi autocrítica, para reconocer que el maestro debe dejar esos espacios escolares cuando
empieza a ser anacrónico. Cuánto daño hacemos al esperar rebeldemente, por la ambición
de recibir un poco más de dinero, el retiro forzoso que da el derecho de quedarse en un
colegio a pesar de la distancia que surge entre el discurso del maestro, el discurso escolar, y
el discurso de la vida cotidiana. De ello son conscientes los gobiernos y en gran medida los
maestros, pero aquello que transcurre en la escuela silenciosamente sin ninguna
contradicción palpable se presume que está bien. En la cotidianidad de las Instituciones
Educativas hay conciencia de la necesidad de cambios urgentes; sin embargo su acontecer,
sigue apegado a una tradición escolar que no permite verdaderos avances tendientes a
transformar radicalmente la escuela para ponerla a tono con el nuevo contexto de la
sociedad contemporánea. (Cajiao, 1994).
También es cierto que se dan momentos felices, días en los que uno como maestro
se siente joven porque está impregnado de ese aroma, de esa fuerza gozosa y de ese
ambiente de sonrisas picarescas, juveniles, al ver que los traviesos jóvenes escalan un
peldaño más en el día de sus grados de bachiller; y de alguna manera ahí está el aporte del
maestro que ha estado atento a esos días de travesuras de los adolescentes que culminan el
bachillerato. Esta etapa segunda de mi vida con los jóvenes del bachillerato en el área de
filosofía la viví con plenitud y alegría. Intenté hacer de mis clases una fiesta del
conocimiento y algunos resultados se lograron ver posteriormente. Pero fue en una clase de
filosofía cuando una estudiante joven pegada de su celular me dijo: no señor estoy
concentrada con mi equipo ´porque su clase no me interesa. Ese día casi muero de tristeza.
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¿Maestro? Qué bello elogio me daban en ese diploma en mi normal que releía
mientras me asomaba a los linderos de mi retiro definitivo; ya para hoy aislado de los
pasillos y aulas del colegio, leo sobre el maestro, sobre sus virtudes y sobre el papel que ha
de cumplir para -de verdad- ser maestro. No es lo mismo ser dictador de clase que ser
maestro, porque el dictador de clase no se formó en los escenarios de debate didáctico y
pedagógico, quizá maneja un saber específico que lo entrega desde un documento para que
después sus discípulos lo repitan como loros. Creo que de este tipo de personas está copada
la educación en Colombia Es también cierto, que las medidas del Estado han dejado de
lado la formación de maestros, sin embargo, la diferencia siempre estará y se notará, en
aquel que estudió para ser maestro, y aquel que estadio otra profesión .Con la normatividad
hoy el maestro parece ser una parte mínima de todo ese cumulo de docentes, profesores,
profesionales de la educación. En mi caso nunca sentí rivalidad por parte de los
profesionales que se vincularon como docentes sin ser licenciados o normalistas. En
muchos casos les llegué a ver virtudes para llegar a los jóvenes, y sobre todo la cercanía
generacional.
Pero es importante recordar, tal como lo he señalado, que por el mero hecho de
tener un título de maestro normalista o licenciado no se garantiza ser un buen maestro así
mismo cualquier título obtenido no garantiza el éxito para dedicarse a la enseñanza. A
veces ni siquiera con toda una vida dedicada a la educación garantiza que se logró ser
maestro. El titulo no garantiza ninguna profesión, es el contacto humano, la clase cotidiana,
el encuentro con otros maestros y la capacidad de apertura para escuchar a otros implicados
en el acto educativo lo que da un asomo de esperanza para llegar a ser maestro.
En mi caso, un título me dijo que era maestro y aún sigo pensando si de verdad
llegué a serlo. La duda está latente, y creo que si la vida me permitiera volver de nuevo a
iniciar como maestro, lo haría de mejor manera. Quizá recorrería los mimos senderos pero
me atrevería más para lograr ver los colores integras del mundo y de la vida. Una vida que
crece en medio de temores difícilmente se atreve a mirar al sol con los ojos abiertos. Mucho
tiempo estuve inmerso en la oscuridad de mis propias preguntas, hasta que logré salir de la
caverna para ver las cosas reales y dejar de ver las sombras.
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Pensé en lo que había practicado durante mis 32 años de vida docente: cuántas
injusticias cometí, cuántos aciertos había logrado. Entonces tomé mi diploma y lo leía y
releía, volviendo mi mente a mis tiempos de juventud y de estudiante en la normal, miré la
foto que aparecía allí pegada, luego me miré al espejo y volví mi pensamiento a una escena
de la película "Maestro de Ilusiones", y mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba conmigo
mismo desandando huellas y caminos en mi agitado trasegar de la vida. Empecé a recordar
los momentos palpitantes de la normal.
Repensando en mi retiro volví con mi memoria al día que pasé la prueba para llegar
la normal, recordé los cantos a san Francisco de Asís y los frecuentes retiros espirituales a
los que nos llevaban para buscar que más allá de ser maestros fuéramos franciscanos. Ello
no estaba en mis planes aunque mis padres lo llegaron a imaginar. Cuando pasé la prueba
pensé lo duro que sería, porque, primero debía ejercitarme en ortografía, pues allí tenía
muchas debilidades, y luego en escritura, porque para ser maestro se requiere buen pulso y
buena letra, decían los profesores de la normal. Hoy ya, desandando los pasos, intentando
escribir mis experiencias de maestro vuelvo a Borges. Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río, saber que nos perdemos como el río Y que los rostros
pasan como el agua. (J Borges, 1966)
Imaginé una escuela más allá de los cánones de mi primera formación, construí
ideales alrededor de mi ser como maestro, y creo que uno deja sus huellas y la constancia
del intento por hacer algo novedoso, sin embargo queda la nostalgia de haber sido testigo
de una escuela que no se corresponde con el mundo actual que es diverso cambiante
mientras esta, sigue siendo rutinaria estática y descontextualizada.
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Miraba el diploma mientras recordaba que en la normal nos decían que, la práctica
docente era un ejercicio riguroso de preparación para adquirir los conocimientos y llegar a
ser un buen maestro. Por eso nos enseñaron a hacer carteleras, a mejorar la letra, la
ortografía, y en esencia el arte de preparar una clase. Algo se quedó en deuda en mi vida,
nunca logré una caligrafía excepcional. Pero aprendí que lo que escribiera, lo debía hacer
con buena ortografía y claridad. Eso trate de dejar en los chicos que soportaron mis clases.
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Pensamiento disperso con olor a mujer
De mi normal tenía un grato recuerdo, allí por primera vez pude compartir con
mujeres en un grupo. Todas ellas muy cristianas, vestidas con decencia, quizá con
comportamiento monjil, porque un colegio regentado por monjas, aunque sus estudiantes
no sean principiantes de convento o seminario, siempre les infunden líneas radicales del
pensamiento cristiano, apostólico y romano. Como olvidar el aroma de mujer, en mi caso
que era un joven con marciales arreos pero con muchos miedos.
Ellas no usaban lociones ni perfumes, pero tenían la adorada esencia de mujer, esa
que se exhala por todos los poros y cuyo nacimiento está en el misterioso corazón
femenino, y de ello me daba cuenta con mucho agrado y respeto; casi siempre estaba en un
grupo en donde se hablaba con más tranquilidad lo que cotidianamente se habla entre
estudiantes, todos adolescentes, porque la mayoría no superábamos los diez y siete años.
Ellas eran recatadas, tímidas, se sentaban con sumo cuidado, para no crear entusiasmos en
los jóvenes hombres del grupo, que éramos muy pocos, además, a esa edad, y por la férrea
normatividad, teníamos la gran bestia sexual durmiendo con un ojo abierto. La educación
regentada por comunidades religiosas, por principio, son custodios de los cuidados del
cuerpo de sus estudiantes y vigilantes para que en ellos no sucedan actos de lascivia que
mengüen la buena imagen de sus proceso educativos.
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Esta mirada sospechosa a mi naturaleza humana y miedo a mis miradas sexuadas,
me hicieron un tanto temeroso y me torné más retraído cuando estaba cerca a ellas. Aun
así, de todas las compañeras de la normal no me quedaba duda de que eran seres
inmaculados, que se formaban como maestras y que esperaban el sagrado rito del
matrimonio para poderse asumir como mujeres y traer hermosos hijos para el cielo.
Algunas de ellas ya fuera de casa, también conocieron la posibilidad de la libertad y se
salieron de los dogmas con los que se habían formado.
La foto del diploma me recordó la práctica docente, la que fue mi escuela para llegar
a ser educador, o maestro como generosamente aparece en este. Cursando el grado once
nos sentíamos maestros, y como tal debíamos comportarnos en el pueblo, porque aunque ya
las costumbres no eran tan radicales en cuanto a comportamiento monjil por fuera de la
normal, el prospecto de maestro debía ser ejemplo en el pueblo, y no podía emborracharse
o andar por ahí dándose besos con alguien, porque esto era mal ejemplo para los niños y
jóvenes que miraban nuestra conducta como ejemplar. Sin embargo, la constitución que
nos guiaba, que era del 1886 tenía argumentados todos los dogmas requeridos para los
procesos educativos de la época. Nada de lo que se aplicaba en los moral y religioso estaba
por fuera de las leyes de la Republica.
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En el silencio de mi casa, ese diciembre reflexivo y autocrítico, con mi mente ya
madura, recordé los espacios que recorrí desde el día en que opté al título de "maestro";
cómo olvidar es día tan maravilloso en que mi padre se puso un vestido con corbata. Por su
buena estatura la ropa elegante le quedaba muy bien, y mi madre estrenó también un
vestido bonito para ir a la ceremonia en la que su hijo se graduaba como normalista
superior, como "maestro". Ambos sentían el orgullo y la satisfacción del deber cumplido.
Mi vestido fue modesto, porque las posibilidades económicas eran muy limitadas. Como
olvidar en ese día de jolgorio la presencia de los maestros artífices en nuestra formación y
de nuestros padres lideres auténticos de nuestros triunfos. ” Padre y madre generan el ser
físico; El nacimiento natural es ingreso a la vida; la educación continua el trayecto hacia la
eternidad; y el maestro, aunque desaparecido, es siempre guía del espíritu” (Borrero,
1995). Recordé del día que nos graduamos y egresamos, un acto de despedida en el que
nos emborrachamos y nos declaramos los amores y desamores que habíamos guardado
durante los dos años de vida educativa casi monjil. En estos momentos de celebración en
que uno siente haber superado una gran dificultad, somos susceptibles a todas estas
manifestaciones de sensibilidad, más aún con algunas copas que permiten que nuestras
frustraciones y silencios fluyan como por arte de magia y se expresen cosas que estuvieron
guardadas por años.
Llegar a ser maestro de escuela es el mayor logro que dejaré guardado en mi historia
de vida. Durante mucho tiempo se lanzaron expresiones despectivas hacia los maestros que
en las escuelas iniciaban a los niños en el maravilloso mundo de la lectura y la escritura.
No era extraño que dijeran con algún desprecio: “ese es maestro de Escuela”, porque se
creía que el que estaba en el bachillerato era de rango superior. Llegó el Estatuto Docente y
nos unificó, y esto fue de gran importancia, porque las luchas por las reivindicaciones se
hacían de manera unificada sin importar si eras de escuela o de colegio. Además
importantes teóricos de la Pedagogía empezaron a sustentar la tesis de la importancia de
que en preescolar y primaria estuvieran los docentes mejor preparados. En las reuniones de
educadores que se hacían en los pueblos, por lo general eran por separado los maestros de
escuela y los profesores de bachillerato. Incluso en los inquilinatos que tomábamos en los
pueblos se percibía esta separación.
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Encuentros en la caverna de Platón
Las clases de filosofía en la normal eran extrañas: una mezcla aristotelicoplatonica-
gustinana. El profesor era un buen hombre, que tenía como mayor antecedente académico
haber cursado algunos años de teología y filosofía, pero con ello tenía la posibilidad de
llegar a ser profesor siempre y cuando fuera apoyado por la Rectora, que era de la
comunidad franciscana. No recuerdo una clase que nos hubiera llevado al menos a
identificar las edades del tiempo y el pensamiento ubicado desde la antigüedad hasta la
modernidad. Si la filosofía era el área para estimular el pensamiento, en la normal no lo
logramos, por el contrario, en muchos casos se confundía con el área de religión.
Para romper este paradigma que habitaba en mi mente, me dispuse a hacer estudios
de educación superior en filosofía e historia. Las clases de filosofía en el argot popular
son aquellas “en las cuales se duerme plácidamente”, así lo había vivido en mi tiempo de
estudios en el colegio y al iniciar en la universidad, para lo cual me propuse una meta, que
sería: “en mis clases de filosofía nadie se duerme todos creamos, todos pensamos”. Mover
el pensamiento en los jóvenes que tienen su universo ocupado en sus asuntos hormonales
resulta complejo y es necesario ser creativo para motivar el interés por la disciplina que les
lleva no a respuesta de la vida sino a nuevas preguntas para poder vivir.
Quizá suene como algo exagerado, sin embargo mis logros en la vida de maestro se
sustentan en tres etapas básicas: primero mi vida de normalista y maestro con párvulos de
escuela, y mi aventura de enseñarles a leer; segundo mi vida como licenciado en historia y
filosofía y enseñando esta disciplina a jóvenes de bachillerato; tercero, mi vida en el mundo
universitario, como profesor y como escritor enfrentado las lógicas del poder que allí se
viven; sin lugar a dudas en estos tres campos he vivido mis mayores experiencias, pero
siempre llevaré como estampa contra el olvido mi vida de maestro con los niños en la
escuela. En muchos casos para ser uno maestro de escuela, casi que debe ponerse en el
lugar de los niños para hacer las clases divertidas, incluso algún grado de histrionismo.
Resulta muy dificil ser maestro de escuela a aquel que vive con tristezas en el alma y que
ha perdido la maravillosa posibilidad de la alegría.
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EI ensayo logrado a partir de lecturas permanentes, y acercando las palabras a los
jóvenes era un método que mis pupilos entendían; una reflexión sobre la muerte en donde
se mezclan literatura, poesía y filosofía, era un excelente ejercicio de clase. Basta con
recordar las clases de Filosofía cuando cursamos el bachillerato. De esto recordamos muy
poco, a lo sumo era la clase en la que dormíamos plácidamente.
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Cuando estaba como docente de filosofía en algunas oportunidades los estudiantes
discrepaban con la profesora de religión, ya que ella partía de certezas y de afirmaciones
frente a Dios, y en mis clases se partía siempre de la preguntas y de incertidumbres frente a
Dios y la eternidad. Le hacían preguntas a la profesora sobre sus certezas y ella algún día
les respondió: “jóvenes las de él son clases de filosofía las mías son de religión” Muy
pronto los estudiantes entendieron la importancia de esta posibilidad dialéctica en dos
disciplinas no coincidentes pero sin descartar el dialogo respetuoso entre ellas. En este
sentido, en el final de mi carrera como profesor de Filosofía en la ciudad de Medellín,
logré que se estableciera un dialogo académico entre las disciplinas en el colegio. Sin
embargo por las premuras e intereses personales de cada docente, es más fácil movilizar sus
saberes desde una disciplina aislada de las demás y sin mirada contextual; establecer
diálogos entre saberes obliga un ejercicio inteligente y prudente y en nuestras escuelas y
colegios por lo general lo que marcha son las islas en las que cada educador es el jefe.
Siempre hemos tenido en nuestra educación a las matemáticas como las diosas
ocultas a los saberes escolares, y muchos docentes de esta área creen que esta disciplina es
solo para iniciados. Lo que se ha hecho desde esta perspectiva es hacer de las matemáticas
el centro del aburrimiento de niños y jóvenes y el rompe cocos de procesos universitarios.
Recuerdo una profesora de matemática en los últimos años de mi vida docente, que para
iniciar cada clase se demoraba 30 minutos, hasta que las sillas estuvieran en fila
milimétricamente organizadas. Pues ya los chicos sabían cómo parar la clase.
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Con mis estudiantes del área de filosofía, poco antes de retirarme apliqué una
estrategia de talleres con prosa poética y poesía de Jorge Luis Borges. ¡Qué experiencia tan
linda¡ llegar con la poesía y sentir un mundo novedoso en los rostros de los jóvenes
cuando se inició con la clase desde la metáfora amorosa. El objetivo de esta iniciativa era
intentar instaurar un lenguaje alternativo al lenguaje agresivo armado y machista que
manifestaban los jóvenes en la cotidianidad escolar. Era notoria la agresividad tanto
simbólica como real frente a las mujeres, actitud que no se había logrado cambiar desde las
otras disciplinas del colegio.
Linda muchacha que vienes de la noche y el tiempo, No sé quién eres, ni qué buscan tus
bellos ojos. Vienes de la noche y el tiempo y traes intacta la alegría en el maravilloso cielo
de tu sonrisa". (Alzate Efraín)
La relación literatura, poesía, arte y belleza se sumergen en esta metáfora y sin partir
de definiciones engorrosas, los mismos estudiantes iban construyendo relaciones e ideas
con preguntas surgidas en la clase. El tiempo nos da miedo, nos arruga y hace que por
momentos lo neguemos. La desesperanza nos invade al no poder detener las horas y los
minutos que se hacen implacables y dejan huellas en cada parte de nuestro cuerpo; lo que es
hoy no será mañana. La sonrisa que regalas, o el beso sencillo de bienvenida o despedida
nunca se repetirán, porque todo es relativo, nada es absoluto. Las cosas pasan, se van y no
regresan. Uno se va gastando y desgastando en sus afanes diarios, y cuando nos
detenemos frente al espejo, vemos, en los surcos de nuestra frente, todos los caminos
recorridos, las noches interminables, los sueños abandonados a mitad de camino y los
fugitivos momentos impregnados de eso que llamamos felicidad.
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Entonces, el tiempo discurre entre nuestros dedos como el agua de aquel gran río de
Heráclito, y apenas sí nos damos cuenta que ha caído la noche. Con textos cortos, leídos
en voz alta, mentalmente, discutiéndolo con los compañeros y luego acercándolos a ciertas
teorías filosóficas siempre fueron de acogida en las clases de filosofía. Ellos deducían el
tema y se disponían a su búsqueda. En una metáfora poética se encontraba una extensa
lección de filosofía para hablar de: la vida, el tiempo, la muerte, la tristeza y el amor. Luego
surgían los personajes del mundo filosófico actuando en nuestro tiempo en la vida de cada
uno y de los seres amados. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se
encuentra la totalidad de los humanos en la poesía” (Zambrano, 2006).
''A lo largo de sus generaciones los hombres erigieron la noche. En el principio era
ceguera y sueño y espinas que laceran el píe desnudo y temor de los lobos. Nunca sabremos
quién forjó la palabra para el intervalo de sombra que divide los dos crepúsculos; nunca
sabremos en qué siglo fue cifra del espacio de estrellas." (Borges, 1977). Platón, filósofo
de la dualidad "alma y cuerpo" en su diálogo Tineo, es quizá uno de los primeros en
ocuparse de aquellas realidades que cabalgan en el tiempo, empleando el mito y el diálogo,
y no las frecuentes fórmulas lógicas de otros filósofos. Este explorador del alma humana
llegó hasta los umbrales del sentimiento, y no se quedó en los campos minados de la
exactitud, en donde el ser humano cuenta con poco espacio. Platón dice que el tiempo fue
creado después del universo para perfeccionar el movimiento de los astros, en donde
aparece un modelo matemático de una realidad superior que sólo habita en el mundo de las
ideas.
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De esta manera serían los astros en su perpetuo vaivén los que crean la imagen
móvil de la eternidad. Esa eternidad que se torna en el chantaje perfecto para ser utilizada
por quienes tienen intereses o feudos religiosos, porque es lo que sus feligreses temen, lo
que el materialismo dialéctico llamó "el opio del pueblo" y por lo que el gran filósofo
Nietzsche exclamó alguna vez: ¡Oh Dios, eterno ladrón de energías! Esa vida eterna es la
esperanza para los creyentes, pero también se convierte en incertidumbre y horror frente al
infierno. Las preguntas que sobre la vida, la muerte y la eternidad que agobian a los seres
humanos, tienen su espacio en la filosofía que es una disciplina de nuevas preguntas
permanentemente.
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Me creo indigno del infierno o de la gloria, la curiosa experiencia de la muerte, su
cristalino olvido. Todas estas palabras con un camino propicio a la filosofìa fueron hallando
los espacios en las mentes de los jóvenes. Leer pausado con tono poético, pronunciando
bien, saboreando las palabras, resultó una estrategia novedosa hacia la poesía y la filosofía.
“Yo que soy el que ahora está cantando seré mañana el misterioso, el muerto, el morador
de un mágico desierto Orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo Indigno del infierno o de la gloria, Pero nada
predigo. Nuestra historia cambia como las formas de Proteo. ¿Qué errante laberinto, qué
blancura Ciega de resplandor será mi suerte, cuando me entregue el fin de esta aventura la
curiosa experiencia de la muerte? Quiero beber su cristalino Olvido, Ser para siempre; pero
no haber sido. Los Enigmas (Borges, 1977).
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Han castrado la imaginación y puesto cadenas a la libertad. Platón afirmó que la
filosofía es una reflexión sobre la muerte; toda vida filosófica es un comentario hacia la
muerte: lo que sucede es que el filósofo no se aterra ante aquellas realidades que son, por
naturaleza, humanas, somos seres para la muerte, pero también somos seres para la
felicidad.
"Dónde estarán los siglos, dónde el sueño De espadas que los tártaros soñaron,
Dónde los fuertes muros que allanaron, Dónde el árbol de Adán y el otro leño? El presente
está solo. La memoria Erige el tiempo. Sucesión y engaño Es la rutina del reloj.; El rostro
que se mira en los gastados Espejos de la noche no es el mismo El hoy fugaz, es tenue y es
eterno; Otro Cielo no esperes, ni otro infierno”. El instante (Borges, 1977).
Albert Camus dice que "el único acto filosófico válido es el suicidio, porque se
desprende de todo aquello predeterminado y pasa por una decisión individual. A mi modo
de ver el suicidio sería válido siempre y cuando el suicida no haya proyectado su existencia
a través de la descendencia representada en hijos. La filosofía oriental y occidental busca
significados sobre la finitud del ser humano, y la ciencia busca caminos para hacer más
larga la existencia; ninguna investigación ha llevado a pensar siquiera en la posibilidad de
la eternidad.
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Baruch Spinoza, filósofo consecuente, perseguido por el sanedrín judío, en sus
obras de filosofía y ética sostuvo que: "un ser humano verdaderamente libre, no piensa
más que en la muerte, y su reflexión permanente no es una reflexión sobre la muerte sino
sobre la vida". Parece como si vida y muerte se confundieran en su pensamiento; aquel que
habla con frecuencia sobre la muerte de- muestra una gran preocupación por la efímera
existencia. Vida y muerte se complementan, cada una se nutre de la otra, su dualidad es
eterna, porque cohabitan en el mismo ser
He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido Feliz. Que
los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados. Mis padres me
engendraron para el juego Arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aíre, el
fuego. Los defraudé. No fui feliz. Cumplida No fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a
las simétricas porfías Del arte, que entreteje naderías. .Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado La sombra de haber sido un desdichado. El
Remordimiento. (Borges, 1977).
Hablar de poesía y filosofía resultaba extraño incluso para otros docentes que tenían
formación en el campo y percibían cierto grado de locura o desatino del profesor de
filosofía, que además motivaba la participación en encuentros de poesía y la escritura
poética en los estudiantes. Muchos jóvenes tenían su cuaderno de poemas y guardaban sus
escritos con sigilo, algunos terminaron con el ánimo de ser poetas. Y tengo la certeza y el
gusto de encontrarme con jóvenes que fueron mis discípulos y que hoy están dedicados a la
docencia en el campo de las ciencias sociales y la filosofía. En estos episodios solo como
ejercicio pedagógico y didáctico dejo plasmado ejemplos que ilustran procesos vividos.
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Aparte del cuadro doloroso que enuncie anteriormente, con la niña que prefería su
celular a mis palabras filosóficas, mi experiencia como profesor de filosofía fue
gratificante, incluso hoy al encontrar alguno de los jóvenes que recibieron mis clases suelen
lanzarme elogios. Tampoco creo todo lo que me dicen porque de seguro también cometí
infinidad de errores que ya no tengo tiempo de enderezar. Mies estudiantes de filosofìa por
lo menos lograron sobrevivir a su profesor y eso es ya una osadía.
El excelenticimo no llegó.
La Escuela Rural en la que me inicie como maestro estaba ubicada a la entrada del
caserío Fraguas del municipio de Segovia. Tenía dos salones grandes y allí atendíamos a
los niños de primero a quinto de escuela. Allí tuve la oportunidad de enseñar a leer por
primera vez. Fue una experiencia mágica y sorprendente. Recordé la alegría de mi vida de
niño cuando aprendía a leer con la calma y la ternura de la señorita Blanca, cuando estaba
en el aula de clase por primera vez. Los niños eran todos con edad avanzada para estar en
primero de escuela, en este lugar muchas veces estaban sin maestro y la escuela más
cercana estaba a dos horas de camino. Pero luego fueron llegando docentes a este lugar y
dejaron sus huellas y las letras en la memoria de muchos niños.
Tal como inicié este capítulo con la palabra Excelenticimo escrita con un terrible
error de ortografía, lo hago para reconocer con humildad este aprendizaje al que me llevó
un niño de escasos 9 años. El obispo de la diócesis de santa Rosa de Osos tenía programada
una vista para bautismo, primera comunión, confirmación y matrimonios hice el pasacalle
para expresar la bienvenida al jerarca de la Iglesia y lo pegué de dos palmas que había a la
entrada del caserío. Pero un niño que ya había cursado segundo de escuela pasó y se detuvo
a leer la bienviva que le hacíamos al monseñor y se acercó y dijo: “profe, eso está mal
escrito” me advertía un niño un error ortográfico, aunque me sembró dudas no lo tomé tan
en serio, además el aviso ya estaba colgado. Acá es donde uno como maestro debe aprender
enseñando, enmendando con humildad los errores.
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Ningún tema puede ser más adecuado como objeto de esta primera carta para quién
se atreve a enseñar que el significado crítico de ese acto, así como el significado igualmente
crítico de aprender. Es que había notado antes. Pero ahora, al enseñar, no como un
burócrata de la mente, sino reconstruyendo los caminos de su curiosidad, razón por la que
su cuerpo consciente, sensible, emocionado, se abre a las adivinaciones de los alumnos, a
su ingenuidad y a su criticidad, el educador tiene un momento rico de su aprender en el acto
de enseñar.”. (Freire, 1994) Era un niño curioso, que tenía una letra linda, se distinguía por
su seriedad y compañerismo. Los padres eran barequeros del rio y el niño también sabía
barequear, pero era dedicado a sus estudios.
El niño al que llamé autodidacta, era silencioso pero inquieto, hizo de maestro y me
enseñó cuando dijo: ese "Bienvenido Excelenticimo señor Obispo" tiene un error, en mi
diccionario escolar vi la palabra excelenticimo escrita de otra manera. Fui y busqué en el
diccionario y verifiqué lo que el pequeño nos decía. Sentí vergüenza, y le dije que me
ayudara a descolgar el pasacalle para corregir la palabra Excelenticimo por excelentísimo.
Al día siguiente reconocí ante mis alumnos el error y di las felicitaciones al niño.
Cuando el niño junta letras y las convierte en palabras, inicia la gran aventura de la
lectura y desde la lectura se asoma al mundo. Durante mucho tiempo me acompañó un
bello libro de lecturas infantiles que se titulaba "La alegría de leer" de éste siempre
recuerdo la triste fábula, la del molinero, su hijo y el borrico, por motivos que explique en
mi vida de niño en la escuela.
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Si nuestras escuelas, desde la más tierna edad de sus alumnos, se entregasen al
trabajo de estimular en ellos el gusto por la lectura y la escritura, y si ese gusto continuase
siendo estimulado durante todo el tiempo de su escolaridad, posiblemente habría un número
bastante menor de posgraduados hablando de su inseguridad o de su incapacidad para
escribir (Freire, 1994).
En la mayoría de los casos en los que los profesores estamos inmersos en errores, no
aceptamos que un párvulo nos corrija. Nos quedamos con el error aun advirtiendo que lo
cometimos, y esto es algo que viene con la escuela en la que nos formamos, en la que era
impensable hacer alguna comentario por errores cometidos a los docentes. Recuerdo
muchos de los castigos dolorosos que recibí de niño en la escuela, que fueron practicados
por docentes que estaban en el error y como niños no quedaba más que guardar silencio.
Pero la escuela en mi caso logró dejar para la vida los recuerdos felices y aquellos días de
nostalgia y tristeza infantil son episodios superados que se recuerdan para no repetirlos.
Puedo asegurar que a partir del día que este niño campesino me hizo esa
corrección, fui más precavido en evaluaciones periódicas y pensé dos veces antes de tomar
decisiones radicales. Un niño campesino que era autodidacta plasma una lección en la
escuela que le estaba formando, tanto él como yo lo guardamos en la memoria para
siempre. Aprendí a ser maestro, ms allá del diploma en el pleno contacto con los niños y
comunidades educativas en las que me desempeñé. Supe de algunos que egresaron a mi
lado de la normal, pero al estar en el día del maestro, se dieron cuenta que estaban perdidos
y desertaron para buscar la otra opción propia de los habitantes de Granada en el mundo de
los negocios. Allí fueron exitosos.
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En el grupo que me correspondió tenía una niña tan pequeñita que sus pies no
llegaban al suelo cuando se sentaba. Siempre les decía que desde niños debíamos tener
imaginación para triunfar. La niña escribió finalizando el año, en su cuaderno de tareas que
cuando fuera grande sería doctora para curar a los enfermos. Ya era maestro y militante en
grupos políticos que se movían en el sindicato de los maestros, y fui amenazado de muerte
por mis acciones de trabajo social y político con las comunidades del sector.
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Después de salir amenazado de esa escuela, a los veinte años, en la calle me
encontré con una tierna mujer que me abrazó y lloró sobre mis hombros: yo no alcanzaba a
desatar palabra, por mi sorpresa. Al momento me dijo: "yo soy Ana María", fui su alumna
en primero y segundo de escuela, y ahora soy médica cirujana, y usted marcó mi proyecto
de vida. La abracé y lloré de alegría. Quizá los años de juventud que tenía me permitían aun
ser más romántico en mi labor. Mi asombro por el reconocimiento que me hizo Ana María,
y guardé este detalle para la autobiografía de mi vida. No todo se había perdido en donde
por poco me asesinan por ser rebelde y por pensar el mundo desde la utopía. Esta mujer
ahora me daba una razón para amar más mi carrera de maestro. Después la seguí viendo y
la visité en su consultorio, me parecía increíble que en esa persona sencilla y maravillosa
estuviera una partecita de mis enseñanzas de maestro. Aunque parezcan pequeños estos
detalles, de alguna manera dan cuenta de las huellas que el maestro deja a las generaciones
venideras.
En esa bella tarea que asume el maestro debe estar la escuela que forma para la vida;
herederos fuimos de una escuela excluyente, de sabios y burros en las filas del salón, de
ordenados y mugrosos, una escuela que utilizaba el castigo doloroso porque la letra con
sangre entra", decían los maestros soberbios. En la escuela de las primeras letras de la hoy
médica y cirujana Ana María, estuvo un educador que motivó el derecho a soñar y esto
por poco le cuesta la vida. Encuentro razones para reivindicar una nueva escuela en la que
el canto a la vida y a la libertad sea su esencia. La tarea que asumí por cuenta propia, desde
mis reflexiones y repensando cada día mi ser de maestro para alcanzar la respuesta a la
pregunta: “¿Cómo distinguir entre la disciplina que forma seres con principios y
responsabilidades y la arbitrariedad que forma seres sumisos y negligentes? (Ospina, 2008).
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A continuación describo uno de los hechos que todavía me duelen en mi ser de
maestro. En este caso esta autobiografía, además de cumplir con los procesos de rigor
dentro de una maestría, busca dejar expuestas unas experiencias de vida que sucedan en la
cotidianidad escolar y que pueden ser un aporte para debate en escenarios donde se forman
nuevas generaciones de educadores. Los episodios e la vida escolar de un maestro nos
siempre son de inmensa alegría o de perfección. En mi caso, tal como lo he expresado, a lo
largo de mi carrera de maestro, alcancé logros que pudieron transformar la vida de niños y
jóvenes. Pero además fueron muchos los errores que cometí con los que también, pude
haber hecho mucho daño. El lector podría encontrar estas narrativas autobiográficas como
un cumulo de anécdotas y autoelogios, con lo que se estaría ocultando la parte opaca de la
vida de un maestro. De ello no se trata. Si devolviéramos nuestra vida en la escuela como
devolviendo una película, con toda seguridad que cada educador debería pedir perdón por
los daños causados a generaciones. Sin embargo, aunque suene a disculpa desatinada,
fuimos herederos de un sistema educativo plagado de injusticias que incluso estaban
argumentadas en la Constitución y las leyes.
Recuerdo un hecho que todavía me duele en el alma, con un joven que cursaba el
grado once. Era travieso pero inteligente y estaba con matrícula condicional; en una clase
de filosofía expresó algunas palabras deschavetadas, y el coordinador de la Institución pasó
en ese momento. De inmediato llamó al acudiente que había firmado serios compromisos y
le entregó al joven. Guardé silencio por no contradecir la autoridad del coordinador y esto
fue de alguna manera un acto mío de cobardía, que me lastimó en mi ser durante muchos
años. Cuando guardamos silencio frente a las arbitrariedades, nos hacemos cómplices de
ellas, por ello quien actúa consecuentemente las advierte, la denuncia aun a pesar de sus
riesgos. El joven ofreció disculpas y me miró como para que le ayudara y no permitiera la
exclusión del colegio por orden del coordinador. Mi silencio fue cobarde.
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Cosas muy simples nos llevan a ejercer la autoridad en la escuela con excesos. A
veces actuamos como jueces y condenamos sin el menor cuidado posible a jóvenes que se
distancian de nuestro anacrónico discurso, y deberían ser estos casos los que de verdad nos
hicieran reflexionar efectivamente sobre nuestro quehacer de maestros. La voz de Acevedo
indicándome en un parqueadero para que me parqueara bien aún la recuerdo, y pienso que
nuestra educación debe ser mejorada y los maestros deben atreverse a aprendizajes desde el
pensamiento crítico. Porque la tradición que perpetuamos tiende a masificar, a disolver lo
personal, a apagar toda voz singular, a anular toda invención que no sea reciclable en el
mercado (Ospina, 2008). Acevedo, el alumno del que les hablo, no fue un triunfo mío por
su expulsión del colegio; fue una estruendosa derrota a mi discurso y práctica de maestro, a
mi falta de serenidad y capacidad visionaria para ver limpiamente a ese estudiante como lo
que era: un muchacho en formación. Esta fue una muestra fehaciente de mi decadencia
como docente de filosofía; mi vitalismo en la cátedra se contradecía con mi práctica
excluyente, y aunque sólo recuerdo con tristeza ésta, cuántas cometería sin advertirlo, y de
seguro que me creía un excelente maestro.
Crucifíquenlo…crucifíquenlo
La escuela guarda en sus cuatro paredes los ecos de voces, acciones y decisiones, en
muchos casos para educar en saberes y formar para la vida. Sin embargo, por la misma
condición humana de quienes la habitan, no es extraño que en ella se cometan acciones que
afectan para la vida al joven que se está formando. Y si esto sucede en el bachillerato, en la
escuela primaria con mayor razón por ser los párvulos más vulnerables a decisiones
arbitrarias de los educadores. Las juntas para evaluar disciplina a los estudiantes en
reunión de profesores son por lo general no un espacio de análisis, sino un ejercicio
vengativo. Mientras muchos están en la reunión pasando notas, u ocupados en otros
menesteres, los profes vengativos están atentos para crucificar a los estudiantes “malvados”
El mayor peligro está cuando sin advertirlo el maestro siembra rencores y silencios
en los niños, cuando se cometen ligerezas e injusticias con los párvulos. Nada más
educador que un maestro frente a sus niños reconcomido un error y ofreciendo disculpas.
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Todos los seres humanos en los diferentes lugares en los que nos desempeñamos
estamos propensos a cometer arbitrariedades, pero el maestro por su posición debe ser más
cuidadoso.
La profe Gudiela era una docente con varias especializaciones y dos licenciaturas,
pero siempre prefería que no le dieran las clases de su formación, sino de religión o de
ética. No se sentía segura en ningún tema de los que había estudiado ni le gustaba dictar la
educación Física que era una de sus licenciaturas; tenía un buen grado en el Escalafón y por
ende mejor salario. Era joven, pero con muchas inseguridades en su propia formación. Creo
que debe ser terrible estar en una profesión en la que uno no se siente realizado. Ese era su
caso. Tenía muchos problemas con los alumnos porque estos le decían que ella no sabía
enseñar. Ella era de esas profes que se ponen a estudiar todo cuanto resulta: posgrados,
seminarios, cursos, cursitos etc., sin tener ninguna selectividad con los temas a estudiar,
sólo por obtener un cartón y una mejora en su escalafón. Tenía la costumbre de discutir
airadamente con los estudiantes, por ello iba perdiendo autoridad en sus clases. Si el
estudiante no hacía nada en sus clases poco le importaba, y estos nunca le perdían.
Aquellos que le reclamaban por sus clases aburridas eran recriminados y sancionados con
anotaciones en libros disciplinarios.
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En cierta oportunidad el Consejo Académico se reunió para analizar un caso de un
alumno que tenía problemas y se debía suspender; el asunto era específicamente con ella.
El rector empezó a contar los votos que estaban de acuerdo con la suspensión del
estudiante, ya existía una relativa mayoría que aceptaba la sanción. Cuando le correspondió
a ella votar, dijo que se abstenía porque ya la mayoría estaba, con lo cual salvaba su pellejo,
es decir, crucificadle pero no me pongáis en la lista de los que pidieron crucifixión.
Recuerdo que me indigné con la profe y le pregunté cuál era su ética profesional, si
ella proponía una sanción y empujaba a los docentes a que crucificar al alumno y ella salía
bien librada. Pedí que ante esta falta de personalidad de ella se declarara nulo lo que se
había votado y que el rector llamara al alumno a firmar un compromiso. En este sentido,
creo que el maestro debe tener en su discurso y practica la cercanía a la verdad, a la palabra
y la autocrítica, para llegar a trascender al dictador de clase. Tal como lo expresé en la
reunión la profesora no tenía claridad sobre las virtudes éticas del docente, además cada
educador en sus decisiones debe tener la ética como motor de sus acciones. En las
prácticas de vida dentro del contexto posmoderno, la ética ha contraído fuertes vínculos
con la calidad de vida en todos los sentidos, que es un asunto primero de valores y luego de
hechos. (Remolina, Velásquez, & Calle., 2004).
No sólo existe el acoso sexual que tanto se pregona; creo que en las escuelas y
colegios existe el acoso académico, que es la forma como el profesor, ostentando su poder,
se desquita de los alumnos que le son problema, o que sencillamente le caen mal. Existen
las inquinas y las broncas que se arman a partir del momento que un estudiante confronta
académicamente a un docente. La profe Gudiela con toda la formación académica que
tenía, se veía desarmada frente a sus alumnos y por eso utilizaba con tanta frecuencia los
castigos o los seguimientos para buscar la suspensión de los que le daban problema.
Cada educador desde su saber específico y desde sus clases debe al menos intentar
ser voz y ejemplo de vida, esto es, si habla de las injusticias que el gobierno comete con sus
derechos y que por ello sale a protestar, debe además estar atento a los excesos que puede
cometer diario.
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El maestro real, no tan sólo ideal, se encarga de iluminar mentes y corazones con
esa verdad única que no conoce las limitaciones impuestas por el relativismo secular, que
es la del aprender a ser persona. Es aquí donde radica la misión constructiva del maestro.
Para el caso de los maestros han de saber lo que está en juego con su noble tarea:
“El maestro sabe que está en juego una vida, y eso entraña una gran responsabilidad ética,
moral, política y humana. Con estas expresiones subrayamos que, a al hablar de vida
humana, no nos limitamos exclusivamente al aspecto «biológico” (...) (Remolina,
Velásquez, & Calle., 2004) Vemos, hoy en nuestra ciudad, estadísticas de los profesores
de las comunas más conflictivas, que manejan un alto nivel de estrés, no sólo por la
violencia de su entorno, sino también por sus malas prácticas pedagógicas.
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Más allá del discurso que entrega desde su saber especifico debe tener un espacio
para establecer vínculos sociales con la escuela y su entorno. Vivir pendiente de la hora de
salir y llegar al trabajo con el espíritu apagado y triste es una situación que lleva al
desespero y al tedio en la tarea educativa.
Todos los espacios de la escuela debieran ser lugares en los que fluyen los discursos
y las practicas pedagógicas, pero esto no es así. Desde mi experiencia percibí la frialdad y
la capacidad conspirativa de algunos docentes que esperaban el momento de evaluar un
periodo para tomar venganza con un estudiante que les hubiera ofuscado en su clase.
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Se hacen gavillas para disuadir acciones punitivas y para que parezcan como una
decisión en la que están de acuerdo muchos docentes. La escuela tiene espacios en los que
se practican lecturas con letras de molde de diferentes abecedarios. Creo que hay
abecedarios del amor, de la tristeza, del rencor etc.
Ella me respondió con furia, señalándome como cómplice de los facinerosos de ese
grupo, y que no me metiera en su forma de ser ni de actuar porque yo no era el rector.
Algún alumno llegó en ese momento a la sala de profesores y se percató de la discusión y la
profe se metió en problemas y prefirió buscar traslado.
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No fue capaz, a pesar de que era una mujer un tanto joven, creía que su materia era
un látigo para castigar a los estudiantes. Era una profesora fiscalmente bien parecida, pero
triste con su quehacer de maestra.
Siendo esta profesora experta en algoritmos pero además joven, me parecía extraña
su actitud odiosa frente a los jóvenes. A veces creo que esos comportamientos duros de
muchos docentes formados en matemática llevan a que sea esta disciplina la piedra áspera
de los saberes escolares. Recuerdo mi vida en el bachillerato cuando los profesores de
matemática nos decían: “la matemática no es para cualquiera, esto es para los inteligentes”.
Los jóvenes no le entendían y cuando además se rompe la relación con los estudiantes de
manera violenta y abrupta, los aprendizajes también se cierran. No podemos cerrar la
opción a que los estudiantes nos reclamen, nos exijan o nos expresen sus inconformidades.
El discípulo sólo existe, pues, para el maestro, que es mediador de existencias. Pero el
mismo maestro no existe más que para el discípulo. Hay una vocación del maestro al
magisterio del que únicamente el testimonio del discípulo puede aportarle la revelación:
“Es normal que el maestro esté inquieto y que dude de su certeza. Ningún ser humano es
completamente digno de soportar la aplastante carga de la verdad. Es necesario, para que
salga de su reserva, que el discípulo le dirija su requerimiento (Gusdorf, 1977).
Siempre me pregunté sobre las razones de estas expresiones tan absurdas cuando
todos podemos acceder al conocimiento desde metodologías adecuadas. Recuerdo un
examen de química en la normal que preparé con un compañero que era del bachillerato.
Estudie con sumo cuidado para ese examen final, y fui la mejor nota. No lo podía creer,
pero el profesor dijo en esta oportunidad: “vean que si es posible aprender química: Alzate
lo logró y todos ustedes también pueden lograrlo”. Es posible que el profesor con su
expresión haya señalado mi poca competencia en las Ciencias Naturales, aun así lo logré,
con lo que si existen cosas que uno puede aprender si hacia esos saberes se conduce con
ternura, con afecto con convicción.
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Si el profesor requiere la soledad del confort del hogar no puede confundirlo con el
escenario público que es la vida en la escuela. Desde mi experiencia supe que, en las aulas
de profesores se conocen las penalidades de cada maestro; muchos son compulsivos
contando sus sufrimientos y otros ni hablan.
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En palabras de Alfonso Borrero sacerdote Jesuita: La obra del maestro persiste más
allá de los linderos del tiempo y del espacio. Muerto, el maestro influye aun en quienes
nunca lo conocieron. Con el hombre, cuando muere, se enmudece su cultura personal. La
del maestro desaparecido persevera, maestra, como recuerdo eficaz. (Borrero, 1995). A mis
años, en el eclipse de mi vida sigo viendo mis pupitres cotidianos y escribo para no olvidar
los mágicos recuerdos de la infancia. El niño que aun adultos se columpia en nuestra alma
fluye por momentos, y en mi caso está ahí latente en los recuerdos
Ocultos en su currículo
Luisa era una joven estudiante de porte agresivo, con unos ojos misteriosamente
bellos. Ella se ubicaba siempre adelante en mis clases, y reclamaba a diario el acto poético
antes de iniciar. Era una estudiante de rendimiento regular, y con algunos problemas en el
hogar. Maldecía porque en su casa había dieciséis hermanos y que su padre no tenía empleo
digno. En alguna oportunidad intervino para decir: "ser mujer, qué bobada"; en el descanso
la abordé y ella me reafirmó lo sostenido en clase.
La razón era que la mamá maldecía el haber tenido tantas hijas mujeres y este
complejo lo trasmitía a Luisa. Ella egresó del colegio como una alumna regular y luego se
dedicó a entrenar atletismo. Le perdí el rastro, hasta un día que de sorpresa nos
encontramos en una cafetería; ella se alegró y me saludó con simpatía y la invité a dialogar
y a tomar un jugo mientras hablamos del colegio y de mis clases. Los estudiantes también
mantienen un currículo oculto que el maestro solo devela fuera del aula pero que pocas
veces le da importancia.
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Me sorprendió cuando me dijo: "profe, ¿todavía en la filosofía llama a los alumnos
y alumnas a llevar un vida decente y con sueños? Yo le manifesté que sí. Luego me
interrumpió para explicar su punto de vista. Mire profe, dijo: en mi salón, cuando usted
llegaba a clase con sus poemas y sus filósofos, más de la mitad del grupo nos trabábamos
con ruedas. Esto era un verdadero viaje a Grecia lo que hacíamos, por eso éramos tan
juiciosos escuchando sus enseñanzas.
Las prácticas sociales y de vida que no son controlables a la luz de las disciplinas
escolares, tanto de profesores como de estudiantes las llamo: “currículo oculto”. Esas
prácticas sociales y de vida nos llevan a aprendizajes. Luisa con sus compañeros tenían
unas prácticas que reñían con la vida escolar, pero era parte de su vida. El currículo oculto
son todos aquellos conocimientos, destrezas, acritudes y valores que se adquieren mediante
la participación en procesos de enseñanza y aprendizaje y, en general, en todas las
interacciones que se suceden día a día en las aulas y que nunca llegan a explicitarse como
metas educativas a lograr de manera intencional" (Torres S, 1995). Esta experiencia que
tomé a partir de la conversación con Luisa, fue una vivencia que logré más allá del
currículo escolar y que vino a enriquecer mi currículo oculto en la relación con los
estudiantes.
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La filosofía y la ética deben enseñarse todos los días a pesar de que se perciba como
tiempo perdido. Los discursos morales y éticos algo dejan y algo tomamos. No se preocupe
profe, usted sí logró al menos motivar en nosotros un proyecto de vida desde la filosofía. Es
más, me dijo: varias niñas del grupo llevaban ropa de civil para irse con los novios, incluso
las que usted veía con cara de angelitas, eran las más comprometidas y se iban
supuestamente para la biblioteca; no, ellas se iban con sus amigos a dar rienda suelta a sus
deseos sexuales en moteles baratos de la ciudad.
Sin embargo, usted las tenía en el mejor concepto y ellas cumplían con todas las
exigencias de la clase de filosofía. Creo que ese día supe que era necesario ser más
cartesiano en filosofía. Confieso que tuve cierta desesperanza, porque me sentía engañado
por los alumnos. La verdad, uno cree conocerlos, pero más allá del ser que tienes en frente
hay un universo oculto que tan solo se puede imaginar. Aunque, de todas formas, sentí
cierto alivio cuando ella reconoció que de no ser por las clases de filosofía y las lecturas de
poesía, muchos de ellos se hubieran quedado anclados en las malas costumbres y los vicios,
y de seguro hubieran sido un perjuicio para la sociedad
98
Confesó quien era y lo llamamos a rectoría y requisamos su maletín escolar y allí
tenía cantidad de este estupefaciente que estaba vendiendo en el colegio. El joven había
llegado de otro colegio que lo había excluido por lo mismo, pero en su hoja de vida
omitieron esto para que lo recibieran en otro colegio. El pertenecía a un grupo que estaba
haciendo dinero en la ciudad con esta sustancia. Por este hecho llamamos al padre y le
dijimos que debía someterlo a tratamiento médico por adicción a estupefacientes, y que
debía responder por ser distribuidor de estos en el colegio. El papá lo retiro. Un
aprendizaje que no termino adecuadamente.
99
Esta relación de poder se empieza a superar con el paso de los años cuando joven
se atreve a reclamar sus derechos. En este sentido Freire nos ilustra: “ Sólo en la medida en
que (el dominado) alcance a comprender, a sentir y a conocer su mundo particular, a través
de una experiencia práctica de transformación colectiva del mismo, su pensamiento y su
lenguaje ganarán un significado más allá de aquel mundo que lo dominaba (Freire, 1975).
Las labores del maestro en su cotidianidad escolar han de ser una coyuntura de
aprendizaje mutuo, en donde ambos sujetos tengan encuentros con la palabra, la acción y la
dignidad humana. El discurso y la expresión del rostro demuestran el grado de alegría que
el maestro siente al ejercer su labor. No fui el mejor maestro, pero sí puedo decir con
tranquilidad que amé esa oportunidad que me dio la vida de tener espacios con niños y
jóvenes. Quizá esa relación de cercanía y alegría ha permitido que a mis años, ya en el
retiro y dedicado a otras actividades, todo lo haga con inmensa alegría. La señorita Blanca
sembró en lo más profundo de mí ser esa posibilidad soñada de un día ser maestro y tratar
con afecto a esos seres que el sistema escolar ponía en mis manos.
En mi concepto, en esta actitud tiene mucho que ver el maestro, quien ha de tener la
imaginación y la creación para que los pupilos vean su colegio como algo propio. Nadie
ama lo que no siente como propio y esa debilidad la viven alumnos y profesores. Muchos
alumnos prefieren que les hablen o les digan cuándo no hay clase para alegrarse, pero en
este sentimiento también caen los docentes que tan solo están por su salario y que han
perdido la alegría para asumir su rol. Quizá hoy, desde afuera, en mi nueva vida percibo
acciones equivocadas que yo mismo cometí y que las comento para dar una voz de aliento a
los maestros que están en las aulas intentando construir sociedad. No es tarea fácil, pero
quien tiene una chispa de alegría y de entrega es mucho lo que puede hacer. Ante todo un
maestro no puede ser indiferente, porque con esta actitud contagia la indiferencia colectiva.
100
Cómo no recordar aquellos días de dialéctica en las aulas del colegio en donde tanto
aprendí y algo enseñé. Recuerdo que en la cotidianidad del aula era riguroso en la forma
como los alumnos mantenían su salón. Y al ingresar a clase, preguntaba: ¿cómo está ese
espacio que ocupas en el aula? De inmediato cada estudiante se percataba que su lugar
estuviera limpio para iniciar la clase con un elemento: el salón limpio para recibir alguna
enseñanza. Con frecuencia les decía a mis alumnos, ustedes tienen derecho a ser felices y a
vivir dignamente y el aula que es un espacio sagrado debe siempre estar dispuesta a
albergar seres humanos con dignidad.
Los alumnos acogían esta iniciativa que puede parecer simple o quizá pueril, pero
cada momento en el aula es una oportunidad de formar para la vida. No todos los maestros
lo hacen; muchos llegan a clase y no se percatan ni siquiera de las posturas acogedoras o
de rechazo que los alumnos manejan. Llegar al salón y apreciar a los alumnos dispuestos,
acogiendo algunas enseñanzas como la dignidad para habitar la escuela y el aula de clase,
es una buena oportunidad para sentirse maestro.
Y qué mejor para leer un poema o un cuento en la clase que un salón limpio; es
posible que no tengan las comodidades y lujos que en otros espacios educativos se dan,
pero la escuela ha de cultivar el principio de la dignidad humana, indicando a los jóvenes
pequeñas ideas para vivir felices y amar el escenario en donde cultivamos el saber. Hay
profes que no advierten esos simbolismos de los alumnos cuyas formas de rechazar las
lecciones en una clase pueden ser el buscar que el salón se vea desagradable.
101
La racionalidad del Estado ha hecho de los maestros robots que aplican decretos como
autómatas, y en la celebración de su día ubican a algún maestro para regalarle una medalla
y entonces los medios salen a decir que se homenajeó a los mejores maestros de Colombia.
El día que los maestros conquisten la dignidad que representan, no serán necesarios los
homenajes, porque la mejor gratificación para ellos será el día que florezca la esperanza en
la conciencia individual y colectiva, y ese día no habrá medallas sino júbilo. La dignidad
humana no es una lección que se aprende desde una cartilla, sino una práctica de vida que
se construye desde la escuela. La dignidad humana no está representada en los enormes
colegios bien pintados con laboratorios de alta calidad. La dignidad humana son las formas
de vida que se sustentan en el diario acontecer de la escuela.
Quizá parezca un poco engreído este escrito, en el cual intento rescatar algunas
escenas de mi vida de maestro; pero esto que cuento a los maestros de Colombia, lo hago
con inmensa alegría, tal como lo he sostenido, para que este sea un acto motivador en
aquellos educadores que con experiencias mejores y más significativas lo cuenten también,
porque lo escrito prevalece y si lo plasmado en letras ha fluido desde la transparencia,
desde el alma sencilla y humana de un maestro, servirá de ejemplo y de reclamo para que la
profesión se dignifique de verdad. Las alegrías, los triunfos y los miedos son facetas de la
vida de un maestro porque él es sencillamente un ser humano. Los colores de la escuela de
hoy y sus abecedarios muchas veces se creen modernos, porque hay nuevos formatos
curriculares. Esto no es así. La escuela de hoy puede estar envejecida y no lo advertimos.
102
A veces, considero, que mientras el maestro siga siendo repetidor de discursos
contradictorios con lo real y lejos del contexto social nuestra sociedad no tiene esperanza
de cambio. Los maestros cuando no piensan la escuela más alla de su abecedario
anacrónico de las cuatro paredes no logran formar ciudadanos con pensamiento crítico y
consciente de su realidad
Nuestro trabajo como maestros en la escuela es forjar mentes críticas para que
logren develar la trama oscura que está detrás de los discursos de los políticos que hace 200
años gobiernan a Colombia. La muerte asedia la escuela, a ésta que debe ser respetada
como espacio sagrado en donde el único lenguaje debe ser el del aprendizaje, y el amor por
la vida. Podríamos escribir una historia de la educación en los últimos 20 años, y allí
quedaría clara la manera como la escuela fue incluida como espacio para afianzar los
caminos de la guerra. Durante mucho tiempo hemos visto cómo los barrios crecen hacia las
partes altas con la llegada de nuevos habitantes desplazados por la violencia.
103
Los maestros hemos visto cómo las aulas de clase se tornan multiculturales por la
presencia de niños y niñas de regiones apartadas de la ciudad. Negros, mestizos blancos,
mulatos, forman una nueva armonía cultural en la escuela, y el maestro debe ser el artífice
que interprete esta nueva realidad. El vallenato, el merengue, el reggaetón se apropian de
los actos cívicos y culturales, y en los barrios los jóvenes protestan al ritmo del rap, y otros
prefieren apoyarse en un arma para hacerse sentir ante la sociedad que los ha dejado solos.
No todo está perdido la escuela sigue siendo la esperanza; como maestro de escuela
allí viví las experiencias más maravillosas con mi abecedario de esperanza intentando
construir caminos para avanzar hacia una sociedad feliz. He vivido para contarlo y lo
escribo con la mayor esperanza de no morir, o al menos seguir desde esta autobiografía
presente como maestro aunque ya no existan ni mis cenizas.
104
La universidad cambio su rumbo al convertirse en capacitadora, abandonado la
educación en la que se formaban hombres y mujeres con criterio para la sociedad. El fin
específico de la universidad no es capacitar, es educar. La capacitación no educa, instruye,
enseña a operar, se ordena a la acción, al cómo hacer, es decir, a los resultados y la
efectividad, y por lo tanto, a las técnicas y procedimientos que los alcanzan y aseguran. “
La sustitución sofista “moderna” de la educación por la capacitación, de la teoría por el
adiestramiento, está masivamente conduciendo a la “muerte” del pensamiento y a la
disolución de la universidad” (Rivero, 2011).
Esta etapa de la vida con mis ojos ya cansados, con algunos asomos de capacidad
para decir, escribir, protestar va llegando a su fin, al ser mi voz una y solitaria advirtiendo
el debacle de la Universidad. Los estudiantes se movilizan para intentar hacer presencia
como ciudadanos pensantes y el Estado les pone el cliché de terrrista y pone en marcha el
plan de criminalizar la protesta popular.
105
En el espacio que me desempeño como burócrata unas veces, como escritor profano
en otras, al no ser un sujeto de sumisiones y arrodillamientos, siempre estoy en interinidad
y mi cargo próximo a ser vacante. Pensar que las primeras universidades con maestros y
estudiantes trasegando en aires de la libertad que luego pasaron al clero y al estado y
fueron cooptadas, hoy van caminando en la misma dirección.
106
Estudie hasta Cuarto de bachillerato en el IDEM Granada, hoy Institución Educativa
Jorge Alberto Gómez primer alcalde cívico que tuvimos, asesinado víctima del conflicto
armado que allí se vivió. Curse los grados decimo y once en la normal de Granada
regentada por las hermanas franciscanas en los años 1975 y 1976. En donde éramos
juiciosos y piadosos a Francisco de Asís.
107
Durante la carrera para ser licenciado fui activo en las luchas internas de la
universidad y llegué a ser miembro como estudiante y como profesor de los dos órganos de
cogobierno: consejo de facultad y Consejo Superior. Participé en la creación del primer
posgrado en derechos humanos que se creó en Colombia con estructura académica
formativa en el campo de la cultura política y la pedagogía de los Derechos Humanos. A la
par que participaba en las fiestas de la legalidad institucional, trabajaba con docentes y
estudiantes en la creación de una revista que diera cuenta de las otras miradas de los
proceso académicos y a la vez propuestas para lograr la formación de profesionales con
contextura crítica social, capaces de entender las realidades en el medio donde se fueran a
desempeñar.
A los seres humanos que nos asumimos en el mundo de las preguntas y que
ubicamos las laderas del pensamiento para darle sentido a la vida, pero además parado en
la utopía en cuanto a imaginar cada espacio como opción de búsqueda de una sociedad con
niveles de justicia social, se nos percibe como solitarios transeúntes en contravía. No queda
duda que la Universidad de nuestro tiempo, lo que hace es institucionalizar el conocimiento
y ser apéndice del capitalismo garantizando profesionales idóneos, responsables, y dóciles.
Para llegar a obtén este profesional, competente, adaptado y domado es el de una
modalidad de educación que en sus formas, diseños y metodologías desconoce al sujeto en
las dos dimensiones más propias de sí: el deseo que lo habita y el pensar como rasgo propio
(González, 2019).
108
Ello lo entiendo perfectamente. Ese camino lo elegí y así terminó mi trasegar por los
pasillos universitarios. Los textos publicados y los escritos frecuentes dan cuenta de ello y
algunos serán guía en esta autobiografía. Tal como escribo, así actúo; durante 27 años
dedicado al mundo universitario, 7 de ellos a mi procesos de formación de pregrado y
posgrado. Los demás desde la controversia enfrentando los simbolismos que la aculillan y
la postran a los formatos y los llamados estándares de calidad, que a mi modo de ver son
una forma de frenar el pensamiento y la controversia.
109
Soy testigo de la manera como se han trastocado los valores y el fin de la
universidad a tal punto que en ella se han instrumentalizado los debates políticos,
tornándolos como mecanismos de castigo o de estímulo, logrando con ello arrinconar la
esencia académica de la universidad. Las universidades se han convertido en eslabones del
engranaje político del Estado; son auditorios para construir tramas burocráticas, y para ello
se agravia y se excluye a quien no sigue el ritmo en la sinfonía partidista.
Y peor todavía: se han vuelto maquinaria que arroja año tras año una horda de
tecnócratas sonámbulos, elaborados a imagen y semejanza de las necesidades del Estado,
donde juega un papel fundamental la capacidad de sumisión. Quizá mi llegada tardía a la
Universidad, después de haber cruzado los umbrales del miedo en la barricada y la protesta
popular derivó algunos atisbos de romanticismo que debe cimentar y cultivar quien pasa
por un claustro universitario.
Confieso que mi intento fue fallido, visitaba los salones de clase para convocarlos a
marchas, y en algunos casos se me daba la espalda, como acción simbólica con la que me
decían: “no nos interesa”. Ante esta indiferencia, pensé cuál podría ser la estrategia para
sacar del marasmo a los estudiantes y profesores de la Universidad que había elegido por su
trayectoria histórica fundacional con hombres y mujeres que a pesar de los ataques del clero
y la política tradicional la habían logrado.
Asumí mi tarea como estudiante juicioso pero sin dejar de lado mis aires de libertad
y lucha por una sociedad más justa. Entregaba mis trabajos a tiempo, y me interesé por la
lectura y la escritura. Era necesario ponerle orden a tanto caos que habitaba en mi mente y
empecé a diferenciar: “el ser del deber ser”.
110
Una cosa eran mis insistencias por la lucha en la que estudiantes, obrero y maestros
reclamaran sus derechos, y otra era mi reto frente a mi formación como licenciado. Las
aulas de clase estaban infiltradas por gendarmes de la policía que buscaba capturar a líderes
subversivos para eliminarlos o llevarlos a prisión. Se notaban muy pronto aunque intentaran
camuflar su vocabulario de guerra. En mi caso recuerdo que en el semestre que cursaba
hubo uno de ellos vigilando mis acciones e intervenciones.
Si había que incluir en mi alfabeto anarquista, una nueva mirada pensando en los
órganos de gobierno de la institución con campaña política y con propuestas que eran
estrictamente legales y los que manejaban el poder, incluido el nombramiento de rector,
hacia estos espacios me enlisté con mis ideales puestos en la legalidad. Como estudiante
estuve dos periodos en el Consejo de Facultad y uno ya como representante docente, y en el
Consejo Superior estuve uno como estudiante y uno como profesor.
111
Creo que en muchos casos el Rector de la época, llegó mantener posiciones de más
avanzada que los mismos miembros del cogobierno. Era extraño ver a un rector pidiendo
que no se aumentaran tanto las matriculas para que en nuestra Universidad pudieran
estudiar aquellos de pocas posibilidades económicas.
Esta etapa de la vida con mis ojos ya cansados, con algunos asomos de capacidad
para decir, escribir, protestar va llegando a su fin, al ser mi voz solitaria advirtiendo el
debacle de la Universidad. Los estudiantes se movilizan tal co o le he venido sosteniendo
para intentar hacer presencia como ciudadanos pensantes y el Estado les pone el cliché de
terroristas y pone en marcha el plan de criminalizar la protesta popular. Pero hasta el último
momento de mi vida sustentaré mis argumentos intelectuales y académicos por una
Universidad de cara a la sociedad.
112
He hecho aportes desde la investigación con análisis importantes sobre la
Comunidad Académica, pero esto es otro esfuerzo inútil. Las Universidades solo tienen
estudiantes y egresados desde esta lógica ligera logran la aceptación, siempre y cuando
tengan en los espacios de poder Burócratas o congresistas que son los intermediarios para
alcanzar las acreditaciones en alta calidad. Pero el poder político está en las universidades y
es a ellos a quienes molestan los estudios que develan la postración: “Todo análisis
académico de lo social, sea radical, conservador o se encuentre en el medio, resulta
incómodo para el poder político.” (Rivero, 2011).
Mi propia Alma Mater de la que soy egresado ni siquiera respondió una carta en la
que planteaba mis estudios de posgrado en Educación y Derechos Humanos para que se
reconocieran algunas áreas ya cursadas y la pertinencia de los libros publicados con la
impronta de la defensa de los Derechos Humanos. No insistí y me remití a otra universidad
que tenía esta línea de formación, además clerical y fui de inmediato aceptado con algunas
homologaciones que por ley puede reconocer desde su autonomía la Universidad. He
cursado los semestres y áreas faltantes y además he sido tratado como ser humano y como
profesor con aportes intelectuales, además de sentirme reconocido por mis logros
académicos.
113
Muchos de los rectores que hoy llegan a las universidades no son el resultado de
un concurso serio y transparente, ni mucho menos el resultado de una hoja de vida
académica intachable, sino la imposición mediante la maquinación de los partidos políticos
y su pago de favores.
114
Con juicio y controlando mis aires de rebeldía me asumí en el mundo académico
universitario acogiendo a plenitud las orientaciones de los profesores, una pléyade de
docentes librepensadores, que no vacilaron en estimular mis iniciativas por lograr órganos
de divulgación del pensamiento universitario. El Círculo de Humanidades surgió al fragor
de los debates de clase con estudiantes inquietos y algunos profesores que veían con
entusiasmo las iniciativas de párvulos del conocimiento. Creo que los profesores que tuve
el privilegio de escucharles en mi formación universitaria sabían que: mientras más se
busque la posibilidad de una realización humana de las gentes que se quiere educar más se
estorba al sistema. (E Zuleta, 1995).
Nos soy optimista frente a la Universidad de nuestro tiempo que hizo de los
intelectuales seres amorfos sin horizonte, al someterlos estrictamente a los formatos. Un
docente estructurado, con argumentos y posturas dignas si no se asume en los formatos,
no existe. Creo que eso ha sucedido con mi proceso en la Universidad. Asumo con total
tranquilidad las exclusiones, si ello ha sido el resultado de mis posturas con criterio; otra
forma de actuar sería impensable porque burocratizado y silenciado no podría pensar con
libertad.
115
Aunque la Universidad habla de intelectuales y académicos, en esencia son los
personajes que más pueden estorbar a sus maniobras burocráticas. Los serviles son los que
acarician el éxito. La educación mientras más tenga una mentalidad "técnicamente
lacayuna" más éxito tendrá. (Zuleta, 1995).
El intelectual con su famoso tábano socrático que hace preguntas para las que casi
nunca tiene respuestas, o que dice siempre lo que los otros no quisieran oír es impensable
imaginarlo en la Universidad de nuestro tiempo. Es paradójico estar inmerso en procesos
educativos en la Educación Superior y tener una mirada tan pesimista, pero no se puede ser
romántico ante directrices demoledoras de orden Universal que se tomaron por asalto la
universidad en todo lugar.
116
La franqueza para caer en el vacío
Pienso que de él y otros brillantes profesores, obtuve una herencia valiosa que he
intentado retomar para mi vida académica; su forma sencilla y diáfana de compartir los
saberes me da aliento y argumentos para ser insistente en cuanto a las imposturas
académicas de la universidad de hoy. El maestro Félix de Bedout Gaviria como maestro
con sus silencios, sus pausas, sus expresiones puntuales, su letra impecable y manejo
ordenado del tablero, además de la invitación a la lectura más que a hacer tareas siempre
estará presente en mis pasos por el mundo intelectual.
Ningún saber es comunicable desde la arrogancia, nada más reprochable que alguien
con poses de académico pero lleno de vacíos. De esos era cuidadoso el maestro de Bedout.
Si renunciamos a esta perspectiva, por descuido o por ensimismamiento, nuestro mensaje
no será atractivo, ni tampoco aceptado (Perrujo, 2009).
117
He sido consecuente en lo que digo, lo que escribo y hago sobre la defensa al
maestro, el ejemplo dado por mis maestros fue el desprendimiento con los saberes, a
diferencia de los acartonados, que van dando porciones de sus saberes con alto grado de
mezquindad. Un docente integro ni siquiera guarda en su haber la satisfacción justa de ser
reconocido, porque conoce las medidas de la sencillez y la humildad. No se molesta porque
se le diga maestro, omitiendo otros honorables títulos que puede tener: Magister PhD etc.,
porque el derecho de llamarlo así pertenece a otros. Por lo general los grandes intelectuales
y humanistas no hablan desde sus cartones, porque su palabra es el argumento y es
suficiente para que quienes estén cerca se enteren que están frente a un ser humano que se
maravilla de compartir los saberes con serenidad y sencillez.
118
En los últimos procesos de formación que he asumido, he tenido la oportunidad de
oxigenarme en otros espacios conociendo nuevos discursos y prácticas profesorales. Desde
mis altibajos para adecuarme a los rigores de escucha en cátedras y exigencias de forma y
fondo en mis escritos he tenido la oportunidad de escuchar a docentes jóvenes con
discursos de texto y de contexto en el ámbito educativo. Con cada uno de ellos he tenido la
cercanía de la palabra y la orientación puntual. Creo que es más difícil en mi caso
desaprender cosas que he construido que para ellos decirme que debo asomarme a nuevas
miradas del mundo académico. Lo he asumido con todo respeto, y todo lo hago para no
dejar tareas iniciadas en la tarde de mi vida.
119
Las narrativas autobiográficas de este trabajo se enfocaron en gran medida a la vida
de un maestro escuela, sin embargo, al ser el mundo universitario otro escenario transitado,
es importante dejar constancia de experiencias vividas, que a la vez sean propias para
mirar la Universidad desde lo que es más allá de las cercas que la separan del ruidoso
tumulto social. Con asombro he visto situaciones que van en contradicción con la esencia
misma de la Universidad, sin embargo son vistas como algo normal y cotidiano, dado que
es la lógica que aplica a mentalidades extraviadas que la rigen.
Creo desastroso cuando una Universidad hace de la docencia a una práctica que
en la que se despliegan asuntos por conveniencia individual para vegetar en la realización
de un trabajo que le depara una forma de vida para sobrevivir laboralmente. Este caso
expresa un desempeño de lo académico como un negocio de vida sin medir las
consecuencias de un ejercicio enseñante que no enseñará nada porque solo se aprende
desde el cultivo y amor por el saber y la internalización de significados contextualizados y
aplicables (Rivas).
120
En mi caso nunca pondré mi integridad intelectual al servicio de imposturas, y creo
que ya en mi vida no hay nuevas alboradas como para pensar que sería posible rehacer mis
posturas frente a lo que pienso del mundo universitario; tal como lo he vivido así lo
expongo, y es la realidad de la Universidad en la que me formé, pero esa realidad se vive en
la mayoría de universidades colombianas.
Desde el momento en que una Universidad forja su cuerpo docente con seres
autómatas sin criterio y dignidad, sin ningún respeto a su integridad intelectual y solo con
capacitadores no como educadores, el profesional que egresa es un ser sin principios y sin
criterios. La dignidad humana es un asunto de la vida pero también se aprende y como
estudiante el ejemplo del profesor tiene mucho que ver con el proyecto de vida de los que
son o fueron sus discípulos. Si alguien como docente soporta en su vida reglamentos o
cánones que denigran su dignidad humana jamás podrá reflejar desde sus discursos
alientos por una vida digna en quienes le escuchan. La única alternativa que a mi modo de
ver permite el surgimiento de comunidad académica es desde el respeto a la libertad de
cátedra y la organización del profesorado como cuerpo intelectual que defiende sus
derechos.
121
La modestia es el lenguaje del maestro, la soberbia es el lenguaje de quien poco
sabe para impresionar más. En mi caso he sido juicioso lector de la obra de Paul Taborí:
“historia de la estupidez humana” y con disimulado silencio leo los cuadros de estupidez de
los discursos y prácticas en la vida universitaria, y con más cuidado aquellos en los que a
pesar de mis cuidados sigo cayendo.
122
Saben, sin embargo, que algunos intrusos pueden meter las narices en las disciplinas
bajo su custodia, y para mantenerlos a prudente distancia, procuran oscurecer más aún su
lenguaje cifrado, con el secreto afán de que ningún lego ose profanarlo. (Serna, 2000).
Hablar de manera rebuscada y escribir de manera oscura es un ejercicio propio de la
mezquindad intelectual. A veces asistimos a una conferencia de un tema específico para
aclarar algunas dudas y nos quedamos en las mismas. Algo sucede en los discursos.
Desde las páginas anteriores he sustentado una postura como maestro, más que
como docente o catedrático, mucho menos como dictador de clase. Sin embargo, la
Universidad de hoy con los modelos de calidad, procesos de acreditación y registros
calificados han abandonado en gran medida el carácter de la docencia como un ejercicio de
maestros. Nos copamos de expertos y funcionales para llenar cuadros, porque eso es lo que
cuentan y suman las lógicas del Estado. Por lo general los estudiantes son los que hacen
desde sus juicios de valor los señalamientos sobre los buenos y malos profesores. Con mis
escritos en mano y argumentado mi postura crítica sobre los que se creen los mejores
docentes por tener el mayor número de estudiantes rajados en su cátedra he recorrido
espacios académicos. En algunos casos he percibido la molestia, en otros han sido bien
recibidos. Siempre he considerado que es muy pobre la creatividad del docente que solo
tiene la nota numérica para calificar a sus discípulos. El verdadero discípulo no es el que
toma de su maestro las cosas, sino los modos. Y, a su vez, y esto es lo característico, deja
en el espíritu del maestro modos y cosas suyas esenciales. (Marañón G. 1930)
123
Por lo que el gran profesor no solo lo es por su aptitud de crear discípulos
verdaderos sino por otra cosa más importante, dejarse renovar por ellos. La llegada a la
Educación Superior de Párvulos Doctos, muy jóvenes que por sus posibilidades y espacios
se hicieron rápido a títulos de maestría y doctorado ha creado una base docente fría sin
horizonte más allá que el de capacitar y evaluar para ganar o perder. A mi modo de ver
esto ha venido silenciando la Universidad y dejándola como productora de profesionales
en serie
124
No es fácil ser profesor universitario en la actualidad, si hablamos desde un somero
intento por ser además maestro; es difícil combinar tradición y postmodernidad en nuestro
ejercicio profesional. Estamos, definitivamente, en otra universidad. Todas las
Universidades transitan en este dilema, y algunas ni siquiera ven como algo significativo la
formación de sus docentes. Incluso a veces creen que es suficiente con que un párvulo
egresado de carrera puede pasar de inmediato a ocupar el cargo de docente, sin tener en
cuenta que un profesores enseña tanto por lo que sabe cómo por lo que es. Buena parte
de nuestra capacidad de influencia y reconocimiento ante los estudiantes se deriva
precisamente de lo que somos como personas; de nuestra forma de presentarnos, de
nuestras modalidades de relación con ellos, y algo más contundente: la capacidad magistral
y discursiva, fruto del dominio del conocimiento que se está entregando.
La enseñanza tiene mucho de arte pero su estudio y mejora tiene que hacerse a la
par de los criterios científicos de regularidad y previsión. No es lo mismo elucubrar, opinar
o impartir doctrina que presentar hechos contrastados o hacer propuestas apoyadas en
investigaciones previas. Los dictadores de clase, que los hay por montones en las
universidades con cátedras de mucha importancia subestiman la formación pedagógica y
didáctica del docente, actitud que los hace pedantes y escurridizos a la hora de asumir las
críticas. Este aspecto se debe trascender en la universidad para que el ejercicio de
enseñanza aprendizaje sea efectivamente un goce y no un espacio en donde se padecen
discursos vacíos, o sobrecarga de videos con los que se intenta llenar falencias
intelectuales. No es lo mismo llegar cada día al aula y soltar tu rollo y marcharse, que
organizar un proceso complejo de oportunidades diferenciadas de aprendizaje profundo y
supervisar el itinerario personal que va siguiendo cada uno de los estudiantes en ese
proceso.
Necesitamos avanzar más, sobre todo en conocimientos más específicos sobre los
procesos de enseñar y aprender en campos científicos concretos, pero esos avances son
poco previsibles si sigue prevaleciendo la idea de que enseñar es un arte y, por tanto, nadie
tiene nada que decir al respecto pues cada artista desarrolla su actividad como mejor le
parece.
125
Mi insistencia en cuanto a que, educar no es lo mismo que enseñar a veces es mal
interpretada por las personas que no ven otro horizonte en sus calase que el de predicar
algo de un libro para después evaluar y que respondan lo que se les dijo.
Si el eje de la docencia pasa a ser el aprendizaje las cosas cambian por completo.
Quien aprende no es un grupo sino cada sujeto y cada uno de ellos a su manera. Una
docencia basada en el aprendizaje de nuestros estudiantes nos obliga a estar pendientes de
cada uno de ellos, a supervisar el proceso que va siguiendo, a facilitar su progreso a través
de los dispositivos didácticos cuyo dominio se nos supone como profesionales de la
enseñanza. El objetivo de la docencia es conseguir buenos aprendizajes.
126
La misión de un profesor universitario está en lograr que todos los alumnos lleguen
a conseguir, con su ayuda, los aprendizajes óptimos que los buenos estudiantes son capaces
de conseguir por sí mismos. Esa visión de la docencia pasa por asumir que cuando
hablamos de proceso de enseñanza aprendizaje estamos, en realidad, hablando de un mismo
proceso. No se trata de dos componentes que funcionen independientemente sino de dos
momentos de un mismo proceso que interactúan entre sí, siendo que el primero condiciona
el segundo. El profesor pedagógicamente competente comunica los objetivos de su curso a
sus estudiantes, es conocedor de la existencia de métodos y estrategias alternativas y
selecciona aquel método de instrucción que, de acuerdo con las evidencias de la
investigación, resulta más efectivo para ayudar a sus estudiantes a alcanzar los objetivos del
curso (Zabala).
La mejor prueba de que algo que uno creía saber no lo sabe en realidad, es que
fracasa al enseñarlo; resulta deplorable tener que reconocer la incapacidad de hacer que
los estudiantes aprendieran lo que uno intentó enseñar. Pero normalmente el profesor,
aquel que llegó a la docencia por carambola, no está dispuesto a aceptar esa derrota.
Incluso muchos catedráticos ni siquiera advierten el poco dominio de su área y el poco
avance de sus estudiantes con sus discursos. Desde mi experiencia considero necesario
dirigir la mirada a la docencia, para que los profesionales que llegan a las aulas
universitarias tengan dentro de su quehacer la utopía de ser maestros. Y la utopía sirve para
eso: para saber que estamos vivos y caminado El mayor logro de estos docentes estaría en
reconocer que se requiere un poco de formación en docencia; aunque esto no hace
milagros sí podría llevar a mejores logros.
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127
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