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La Batalla de Huamachuco y Sus Desastres - Abelardo Gamarra
La Batalla de Huamachuco y Sus Desastres - Abelardo Gamarra
La Batalla de Huamachuco y Sus Desastres - Abelardo Gamarra
HUAMACHUCO Y SUS
DESASTRES
Abelardo Gamarra
Lima - 1886
II
Cuando en el mes de abril del 81 fue nombrado el general Cceres jefe superior del
centro, en circunstancias de hallarse el departamento de Junn invadido por la clebre
expedicin Letellier y Bouquet, y el dictador de Pirola abandon Jauja, dirigindose al sur,
se le dej por toda fuerza para hacer frente al enemigo 28 oficiales y unos 15 20
gendarmes de Tarma; ni un solo rifle, ni una cpsula. Mas retirada la expedicin chilena, y
despus de la captura en Chicla de una columna peruana, enviada desde Lima con el fin de
batir las pocas fuerzas de Cceres, pudo este con la diligencia y actividad que le es peculiar,
poner en pie de guerra, hasta el mes de noviembre del mismo ao 5 mil hombres
regularmente armados y con buena organizacin, dotados de 8 piezas de artillera, sacadas
de Lima, y una brigada de caballera, con los cuales asediaba desde Chosica, teniendo por
base de operaciones Tarma, Jauja y Huancayo, a las tropas enemigas que ocupaban la
capital.
En estas circunstancias desarrollronse los acontecimientos que pusieron trmino al
gobierno de Nicols de Pirola, cuya autoridad se desconoci sucesivamente en el sur, norte
y centro de la repblica.
Instigadas las fuerzas del general Cceres, mediante combinaciones y planes,
acordados en Lima, que permanecen an velados, y que la historia se encargar algn da de
ponerlos en evidencia; hubieron de rebelarse sbitamente contra su autoridad la divisin
Canta, que desert integra del campamento, el batalln Alianza, los guerrilleros que
cuidaban su flanco izquierdo en Sisicaya y la brigada de caballera, al mismo tiempo, que
una fuerte divisin chilena se diriga sobre Canta, amenazando cortar la lnea de operaciones
del ejrcito peruano. La energa y actividad de Cceres pudieron impedir que la sublevacin
cundiese en todo su campamento. Esta doble emergencia lo oblig a replegarse rpidamente
sobre Tarmas, sufriendo inmensas prdidas, hasta quedar reducido a 1,400 soldados,
anmicos y en las peores condiciones. La retirada fue, pues de las ms desastrosas y
violentas, perdindose por esta causa el material de repuesto, acmilas, ganado, etc. y ms
que todo, difundindose la desmoralizacin y la propaganda subversiva, en una gran parte
de la nueva oficialidad improvisada que desert, dirigindose a Lima. El coronel Morales
Bermdez, comandante en jefe y el coronel Manuel Tafur jefe del estado mayor (del ejrcito
del centro), estuvieron en ese grave contratiempo a la altura de su deber.
Cuando se crey que el movimiento de los chilenos slo tena por objeto arrojar a
Cceres sobre Junn, a fin de alejarlo de la costa, y evitar as sus incesantes hostilidades, se
vio con sorpresa tramontar la cordillera, en persecucin suya, una considerable fuerza
compuesta de las 3 armas, en nmero de 4,000 hombres. Era evidente que esa expedicin
obedeca a un plan combinado en Lima y que coincida fatalmente con la sublevacin de las
tropas.
Los sucesos ocurridos con motivo de la destitucin del dictador don Nicols de
Pirola, haban colocado al ejrcito del centro en una situacin anormal y difcil, que era
menester definir, en conformidad con los intereses y la dignidad de la nacin, los dictados
del patriotismo y la necesaria unificacin del gobierno.
En esta circunstancia lleg a Tarma, procedente de Ayacucho, llamado por el general
Cceres, y el coronel Secada, jefe del estado mayor general que acababa de serlo de los
ejrcitos, y conferenciando ambos acerca de la situacin, se convino en reconocer el
gobierno del seor Garca Caldern, como nico medio de proceder con altura y
patriotismo, a fin de conjurar el conflicto, dar unidad al gobierno nacional y arribar a la paz
con el enemigo. Se acord igualmente evacuar Tarma sin prdida de tiempo, pues los
enemigos se hallaban a 5 leguas de esta ciudad, procurando abrirse paso por La Oroya. As
fue como el 26 de enero del 82 se hizo en Jauja el reconocimiento del gobierno,
representado por el contralmirante Montero, por hallarse el dr. Garca Caldern prisionero
en Chile.
El coronel Secada tuvo una gran parte en esta resolucin tomada por los jefes del
ejrcito, impidiendo que prevaleciera la absurda opinin, emitida por uno de estos, que
propuso que el ejrcito del centro se impusiera una actitud de expectativa patritica y
neutral, sin reconocer a ningn gobierno.
Asistieron a esa reunin, que fue solemne, el ilustrsimo arzobispo de Berito, el
doctor Chinarro y varios otros caballeros.
III
Aqu comienza la serie de acontecimientos que caracterizan la memorable campaa
del ejrcito del centro, con todas sus penalidades, contratiempos y heroicos esfuerzos,
dignos de la epopeya y de ser narradas por una pluma ms digna del asunto que la nuestra.
Habindose presentado una descubierta chilena el mismo da 26 en las alturas de
Jauja, se prosigui la retirada sobre Huancayo al siguiente da 27, esperando el general
Cceres encontrar los 3 batallones y la seccin de artillera, que el coronel Panizo
comandaba en Ayacucho, y a quien haba ordenado desde la quebrada, reiteradas veces,
emprendiera su marcha hacia el centro con el fin de unrsele, marcha que hasta esa fecha an
no haba verificado.
El 31 de enero fue nombrado prefecto y comandante general de Ayacucho el coronel
Morales Bermdez, y, el coronel Secada comandante en jefe del ejrcito del centro, reducido
ya a 1,200 hombres, porque desde la salida de Tarma hasta este punto habanse periodo
entre enfermos y desertores ms de 200 hombres y muchos oficiales de los improvisados
que tambin desertaron, ya inducidos a hacerlo, ya por mero desaliento o por falta de hbitos
militares.
profesin, y, por parte del general Cceres los sargentos mayores Osambela, Lafuente y
Dalon y cuatro oficiales.
Sobre la base de los prisioneros y los 370 soldados de las tres armas que quedaron el
general de su propia fuerza, despus de aquel combate, en que de una y otra parte murieron
cinco jefes, algunos oficiales y 150 individuos de tropa, se reorganiz el ejrcito durante los
tres meses, nico tiempo que permaneci en ayacucho, emprendiendo en seguida sobre
Junn, en apoyo de los pueblos sublevados contra los chilenos, y que llamaban con urgencia
y apremiantes suplicar a Cceres.
Ardua fue, atendida la escasez de recursos de todo gnero que se experiment, y al
aislamiento en que se encontraba la jefatura superior del centro, la tarea de armar, vestir,
equipar y proveer a la mantencin de esa tropa.
Sin embargo, vencidas estas dificultades, salieron en el mes de mayo sobre Junn: 4
batallones de 250 hombres cada uno, 150 artilleros y unos 30 soldados de caballera, escolta
del jefe superior.
El 3 de junio ocup el comandante en jefe con la segunda divisin el puente de
Izcuchaca, defendiendo hasta entonces por el patriota y esforzado prefecto del departamento
de Huancavelica don Toms Patio, que ha tenido una participacin bastante activo y digna
de la gratitud nacional, en toda la poca de la guerra y de las operaciones del ejrcito del
centro,
Llego ms tarde el general Cceres con el resto de las fuerzas, y despus de organizar
durante su permanencia en Izcuchaca y los dems pueblos de Huancavelica, numerosas
columnas de guerrilleros voluntarios, armados de rejones se march resueltamente sobre el
enemigo, reconcentrado todas las fuerzas en Pasos, a dos leguas de Pucar, donde se hallaba
su vanguardia: el batalln Santiago.
Existe publicado, dos aos ha, en los diarios de esta capital, el parte respectivo
elevado a la jefatura superior por el coronel Secada, comandante en jefe, sobre el asalto de
Marcavalle el 9 de julio de 1882, el de Concepcin el 10 del mismo, y de todos los dems
sucesos y encuentros de armas, que se siguieron hasta la toma de Tarma y la total expulsin
de las fuerzas chilenas, reducidas a menos de la mitad del nmero con que invadieron Junn;
razn por la que nonos detendremos a narrar esos acontecimientos generalmente conocidos,
y que constituyen uno de los sobresalientes generalmente conocidos, y que constituyen uno
de los sobresalientes episodios de la campaa del ejrcito del centro, cuyo triunfal regreso a
Ayacucho cubierto de laureles fue una serie de ovaciones tributadas por los mismos pueblos
que en la mustia, silenciosa y desfalleciente retirada del ejrcito en los meses de enero y
febrero, abandonaron sus hogares, mostrndose desesperados de su suerte. Despus de los
triunfos aparecieron los amigos y se formaron las adhesiones. El sol de Cceres y su ejrcito
asomaban, pues, ya por el oriente!
Ah! Si todos los militares, si todos los hombres de alguna influencia en los pueblos
del sur y norte de la repblica, y si todos los funcionarios pblicos hubiesen cumplido con
su deber, asumiendo una actitud igualmente viril y patritica, levantado los pueblos y
conflagrndolos contra el enemigo comn, como lo hiciera Cceres y los que lo secundaban,
cuan diferente hubiera sido el xito de la guerra! Ni Cceres ni los pocos jefes que con el
heroico desinters lo acompaaron en la mala poca, no en el Tabor, sino en el Glgota,
IV
Disminuido el ejrcito del centro en ms de 200 soldados muertos y dispersos en los
encuentros ocurridos hasta la ocupacin de Tarma, precedida por los que tuvieron lugar en
Tarmatambo y San Juan, en que tambin sufrieron no pocas prdidas los chilenos; se hizo la
entrada en la ciudad el 18 de julio nicamente con 890 soldados de las tres armas y cuatro
mil entusiastas guerrilleros.
Siendo menester incrementar el ejrcito hasta donde fuera posible y lo permitieran
los recursos, para hacer frente a cualquiera emergencia y proseguir la guerra, con el
propsito de llegar a una paz honrosa; desplegase por el general Cceres la ms activa
diligencia para alcanzar este fin. Sobraban, desde luego, los hombres que voluntariamente
ofrecan alistarse y formar parte del bravo ejrcito, que haba liberado el territorio de Junn
de la devastadora presencia del enemigo, pero faltaban las armas, y, lo propio que en
Ayacucho, los dems elementos necesarios para la consecucin de tan importante objeto. Si,
como fue posible, se hubieran mandado del sur unos dos o tres mil rifles, siquiera de los que
all abundaban y cayeron en poder del enemigo, sin hacer un disparo, el ejrcito del centro
se habra elevado a una cifra respetable.
Pero sin este auxilio fue imposible, no obstante todo gnero de amaos y arbitrios,
puestos en prctica para el recojo de armas en los mismos pueblos de Junn, llegar a obtener
sino muy pocas, as es que solo pudo ponerse en pi hasta unos 3,200 hombres no bien
armados ni suficientemente municionados, a pesar de haberse tomado al enemigo ms de
300 rifles y unos 30,000 tiros del sistema Grass. Con todo, ya en los 6 meses que mediaron
de julio a enero del siguiente ao, a mrito de incesantes trabajos de organizacin, de
instruccin asidua y afanes para procurarse elementos, habase logrado tener ese nmero de
soldados de excelente personal, regularmente vestidos y equipados y sujetos y sujetos a una
perfecta disciplina y rgimen en todas sus dependencias, que nada dejaba que desear.
Dos meses ms de tiempo y ese ejrcito habra estado en condiciones de medirse
ventajosamente con igual nmero o mayor del enemigo. Inmensa fue la labor de su
formacin. Pero cuando era ya una esperanza por lo menos para el xito de la guerra, y
poda lisonjearse el patriotismo de tener en esa parte de la repblica un grupo de ciudadanos
armados en su defensa, vislumbrse por el norte un punto tenebroso y siniestro que
amenazaba desarrollarse de una manera funesta y desastrosa para la honra y los intereses de
la patria. La faccin abortada en Montan invocaba la paz de hinojos, secundando las miras
del enemigo, y a su ejemplo algunos otros malos peruanos incitaban a la traicin a los
pueblos vecinos al cuartel general del ejrcito, que enarbolaba el pabelln nacional, resuelto
a sostenerlo a toda costa. Fue pues preciso expedicionar sobre Canta, adonde haba llegado
la propaganda de la traicin, y conjurarla oportunamente. Marchse, en consecuencia, sobre
esta provincia, con una parte del ejrcito acantonado en Tarma, el 29 de enero. El general
Cceres se dirigi a ella en persona con la primera y cuarta divisin; y el coronel Secada con
la tercera sobre Huarochir, protegiendo el flanco izquierdo del general.
Arreglados los asuntos de Canta se constituy este en Matucana con el fin de
preparar un asalto que deba darse con todas las fuerzas sobre la Chosica, ocupada por unos
tres mil chilenos, con los cuales los guerrilleros de Huarochir libraban frecuentes tiroteos,
apoyados por la divisin que el comandante en jefe tena a sus rdenes. Despus de
reconocer el general todas la posiciones, regres a Tarma, con el fin de mover los cuerpos
que haban quedado.
La cuarta divisin, mandada por el coronel Santa Mara, guarneca Canta, con
prevencin de sostenerse a todo trance, caso de cualquiera emergencia., que desde luego se
crea improbable. Pero el mismo da (8 de abril) en que el general regresaba a Tarma, el
comandante militar de Santa Eulalia don N. Medina, comunicaba al comandante en jefe que
el da 6 haba pernoctado en la Nievera una divisin chilena, que guiada por Vento, se
diriga sobre Canta: peda 10 mil tiros, que se le mandaron, y participaba estar reuniendo sus
guerrilleros para oponerse al paso del enemigo en los desfiladeros de Chacclla, Santa
Brbara y Jicamarca, a cuyo efecto haba solicitado del coronel Santa Mara unas dos
compaas para apoyar a los guerrilleros.
A su llegada a Chicla encontr el general el telegrama de esta noticia, y baj a
Matucana el 9; el 10 regres llevndose la primera divisin, despus de haber oficiado al
coronel Santa Mara reiterndole la orden de sostenerse, sealndose para ello la excelente
posesin de Lachaqui, hasta que l llegara, y poder tomar la tropa chilena da dos fuegos en
su ascensin sobre Canta. Pero aconteci que al llegar el general a Asuncin de Huanza, el
coronel Santa Mara haba emprendido la retirada en direccin a Tarma, dejando descubierto
el flanco derecho del general. Este incidente, que al ser los chilenos ms activos y diestros
en sus operaciones, hubiera puesto al general Cceres, hasta se acaso batido, dej, as mismo
comprometido la divisin ningn movimiento, y el general pudo burlarlo, contramarchando
impunemente sobre Chicla el da 14. La situacin creada por la sbita contramarcha de
Santa Mara, era pues sumamente difcil, hallndose Chicla amenazada, en circunstancias de
encontrarse diseminadas las divisiones del ejrcito peruano: una en Tarma, a rdenes del
coronel Tafur, jefe del estado mayor; otra en la quebrada, haciendo frente a los enemigos de
la Chosica; y la de Santa Mara en retirada por una lnea divergente.
Coincida la expedicin chile enviada a Canta, con un pan de ataque simultneo
sobre las quebradas de Matucana y Sisicaya; en consecuencia, fueron acometidos ambos
puntos por fuerzas considerables, trabndose en cada uno de los un reido combate por 24
horas, sostenido por los guerrilleros de la provincia de Huarochir, cuyo patriotismo,
decisin y valor desplegados en esa accin en defensa de la Patria, superiores son a todo
elogio. A pesar de su inferioridad numrica y calidad del armamento, se batieron con tezn
y bravura, hasta agotar sus municiones, haciendo a los chilenos numerosas bajas y comprar
bien caro su triunfo. No debemos olvidar a los jefes que estuvieron al frente de esas fuerzas:
coroneles Ismael Gonzlez, en Sisicaya, y los dos Inchustegui en la otra quebrada.
Estos acontecimientos dictaron la imperiosa necesidad de reconcentrar el ejrcito en
Tarma, antes de que la divisin que tena en Chicla el general, y la que en Matucana estaba a
rdenes del coronel Secada, fuesen batidas en detall con intercepcin de la lnea de
operaciones por los enemigos de Canta.
Diose principio, en consecuencia, al movimiento, llegando el general a La Oroya el
da 17, y el coronel Secada, que cubra la retirada, el 18, sin que el enemigo hubiese saldole
al encuentro, como era de temerse antes de tramontar la cordillera.
Reunidas todas las fuerzas en el cuartel general el da 20 con alguna prdida de
hombres en la divisin Santa Mara y muchos que fueron vctimas de las fiebres de la
quebrada, se procedi a la reorganizacin del ejrcito y, a los preparativos consiguientes a
las operaciones que deban efectuarse.
de ellos, se prosigui la marcha hasta Mito, adonde se lleg en la noche, extravindose con
este motivo algunos soldados, a merced de la fragosidad del camino sumamente accidentado
y montuoso.
La marcha a Chasqui (9 leguas) adonde se lleg al principiar la noche del da 5, fue
igualmente fatigosa y bien pesada por sus pantanos y las repetidas cuestas y fragosidades del
terreno.
El 6 se avanz a Sulluyaco, pasando por la cabecera del Maran (8 leguas) no mejor
camino que el anterior.
Llegase el 7, despus de una marcha sobre pantanos y estrechas abras, con la tropa y
las brigadas sumamente fatigadas, al ruinoso pueblo de Aguamiro, de siniestro aspecto y al
parecer si habitantes. Aqu sufri la tropa inmensamente por no haber tomado en todo el da,
mas que el escaso rancho de que se le provey en la anterior pascana al emprender la
marcha.
El 8 se le dio descanso, se pas la revista de comisario y se le acudi con el socorro
de sus semanas pendientes.
Deba emprenderse el 9 sobre Huallanca, adonde haba marchado el da anterior la
familia del general y se hallaba el ganado perteneciente al ejrcito; pero en los momentos de
desfilar lleg un individuo, apellidado Domnguez, enviado por los vecinos notables de
Huallanca a decir al general, por va de consejo, que no sera conveniente seguir esa ruta,
por ser en extremo pesada, desierta y sin recursos, y que hara sufrir al ejrcito; que la va
ms cmoda era la de Chavn, que no ofreca estos inconvenientes y era aun la ms corta, y
se adopt el camino indicado.
El ejrcito chileno se haba bifurcado en el Cerro de Pasco, tomando una parte por
Lauricocha (lnea izquierda) y llevando la otra la misma ruta que el ejrcito nuestro.
Ignorse por completo esta maniobra. Hasta la llegada a Huaraz se crey que todo el ejrcito
chileno reunido venia por Huanuco en persecucin del peruano.
Cuando el enviado de los huallanquinos lleg a Aguamiro, se encontraba en Baos, a
una jornada de Huallanca, la fuerza chilena que llevaba esa direccin. La familia del general
Cceres se hallaba en este punto; all tambin 400 cabezas de ganado pertenecientes al
ejrcito peruano. 50 soldados de caballera chilena salieron de Baos con el propsito de
apoderarse de la seora del general y del ganado. Un presentimiento de la seora la salv de
caer en poder del enemigo. Preocupada con la tardanza del ejrcito, se decidi, a la una de la
maana del da 9, a abandonar la poblacin y proseguir su marcha en direccin a Recuay,
pasando el resto de aquella noche al pie de la cordillera. El destacamento chileno cay en la
madrugada del 10, y solo pudo apoderarse de las reses.
Emprendida pues la marcha sobre Chavn se lleg, a las 7 de la noche, al lugar
denominado Taparaco, despus de atravesar 8 leguas del peor camino imaginable, cubierto
de profundos pantanos, algunos de los cuales fue preciso hacer colmar con piedras y fajina,
para que pudieran pasar la artillera, parque, etc. Se acamp a la falda de un elevado
contrafuerte de la cordillera, con una temperatura de 10 grados bajo cero, sin que la tropa
tomara ms que la racin de la maana, ni hubiera para las brigadas siquiera el pasto natural
de las punas, en un sueo rido y pedregoso, calcinado por los hielos.
qued asfixiada, a causa de la excesiva rarefaccin del aire, casi irrespirable, una
considerable porcin de los animales de carga pertenecientes a la artillera, y al parque, y de
las cabalgaduras de los oficiales, muchos de los cuales quedaron a pie nuevamente como en
Chavin, cuyo pueblo repuso las que faltaban.
Sin embargo, nuestra entusiasta y viril tropa, compuesta de robustos y expertos
mestizos, domin la cumbre del imponente y enhiesto Yanganuco, alegre, cantando, llena de
enterezas y bizarra, sin doblarse a la fatiga, ni presentar un solo soldado acometido del
soroche y todos en estado de empearse en un combate. Pocos ejrcitos en el mundo habrn
atravesado una montaa de la elevacin del Yanganuco.
Entretanto, los chilenos sufrieron inmensamente al pasar las cordilleras de Recuay y
Chavn (de solo 15,000 pies de altura) llegando al primer punto y a Huaraz, despus de la
unin de sus dos fuerzas a 3 leguas al sur de esta ciudad el da 17, en el ms lastimoso
estado de postracin, dispersos, cojeando, agobiados y con ms de 400 enfermos y muertos
de enfermedad o de asfixia. Un aviso oportuno de que marchaban divididos en dos lneas
distantes, y no se habra desperdiciado por cierto la oportunidad de batirlos en detalle, Pero
ni la menor noticia. Se careca adems en lo absoluto del arma de caballera, y no haba
cmo observar de cerca los movimientos del enemigo.
Mientras el ejrcito peruano continuaba su marcha, llegando en 5 penosas jornadas
ms, a la provincia de Pomabamba, los chilenos, despus de ocupar Huaraz el 18, destacaron
sobre Yungay una descubierta de caballera, a cuyo jefe se le dijo por los vecinos del
pueblo: que el ejrcito peruano llevaba el plan de contramarchar sobre Junn, despus de
pasar la cordillera, porque as lo propal intencionalmente el general Cceres, y solo los
coroneles Recavarren y Secada estaban al cabo de la verdadera direccin que se llevaba.
Habase adelantado la divisin Canto sobre la Quebrada Honda, en direccin de la
cordillera de Chacas, 8 leguas al sur de la de Yanganuco, con el fin de cortar o proseguir a
Cceres en su respuesta marcha a Junn. Pero hubo un episodio que merece referirse, porque
revela cunto haban sufrido y desalentadose los chilenos y hasta qu punto se haban
afectado su moral y su disciplina. Al llegar a la Quebrada Honda, cuatro leguas al noreste de
Huaraz, presentseles a la vista la, para ellos aterrante perspectiva de la formidable montaa
de nieve de esa parte de la cadena de los Andes, y la tropa se resisti a continuar la marcha,
detenindose en ese punto, hasta que lleg el jefe de la expedicin coronel Arriagada, y
reconviniendo a Canto por no haber continuado la marcha, le contest este: que no era
posible, porque la tropa se resista a ello, y el opinaba igualmente por qu no deba
exponerse el ejrcito a perder ms gente, atravesando cordilleras como la que se presentaba,
y sin la seguridad ni de la ruta que Cceres llevaba; que l asumira la responsabilidad ante
el gobierno de Chile por la no continuacin de la marcha por esa direccin, y que deba
regresarse a Junn, por donde mismo haban venido.
As se efectu a los pocos das de la ocupacin de Huaraz.
La divisin Gorostiaga, que el general Lynch, al saber que Recavarren deba dirigirse
a Cajamarca, haba, como era de esperarse, destacado al norte en apoyo de Iglesias, se haba
movido de Huamachuco hacia el sur en busca de Recavarren, ignorando su reunin con el
ejrcito del centro, y se hallaba ya en Corongo, de donde haba enviado una vanguardia a
preparar raciones en Siguas, 6 leguas nicamente de Pomabamba, ocupado a la sazn por las
dos fuerzas peruanas reunidas. Hubiera avanzado indudablemente Gorostiaga hasta
encontrarse con ellas y ser batido; pero un desgraciado incidente vino a frustrar este
resultado. El oficial chileno que se hallaba en Siguas, mandando hacer rancho para su
divisin, sorprendi una carta que llevaba un propio, en la cual se anunciaba a la persona a
quien iba dirigida la existencia en Pomabamba del ejrcito del centro, unida ya al del norte.
Inconsecuencia retrocedi ene. Acto, y Gorostiaga se retir rpidamente sobre Huamachuco,
pidiendo refuerzos a Lynch.
El 27, despus de un da de descanso, bastante bien mortificado por la copiosa lluvia
que sobrevino, se prosigui la marcha en pos de la fuerza chilena que hua. Se acamp en
una hacienda llamada Chuilln, dejando a la izquierda el camino que conduce a Siguas y
Corongo. De all, pasando sucesivamente por Andaymayo, Urcn, Vaquera y Tambo del
Inca, se lleg a Conchucos el 2 de julio, teniendo que dejar en Urcn una gran parte de las
municiones de guerra con 70 mulas, completamente aniquiladas que ya no pudieron
continuar la marcha.
Los 4 ltimos das haban sido sumamente penosos por la absoluta falta de forraje
para las bestias, el escaso rancho suministrado a la tropa, la fragosidad de los caminos,
cruzados por elevados y consecutivos contrafuertes de la cordillera y la inclemencia de la
temperatura. El nmero de los enfermos era excesivo, y la mayor parte de los oficiales
caminaba pie a tierra por habersele muerto sus cabalgaduras de cansancio e inanicin. De las
130 mulas del parque resultaron solamente en Urcn, medianamente tiles, y en estado de
conducir menos de la mitad de su carga: en ellas se transportaron 30,000 tiros solamente.
El da 4 se avanz a Pampas y el 5 a Tulpo, hacienda desprovista de forraje, como en
toda clase de recursos, de donde partieron las muladas del parque y la artillera en el ms
lamentable estado de aniquilamiento, tirndose en el suelo, agobiadas de fatiga y de hambre
y cayndose muertas algunas, durante la pesada marcha de 8 leguas hasta llegar a la cumbre
de Tres Cruces a las 5 p.m., sin ms que un slo alto que se hizo para dar descanso a la
tropa y hacer forrajear las extenuadas mulas en unos cebadales, pues la tropa no estaba
menos fatigada ni en las condiciones en que lleg a Huaraz: haba perdido mucho de su
aliento y entereza. Tena hechas hasta all cerca de 200 leguas desde su salida de Tarma.
El general Cceres, que se haba adelantado con su escolta, pudo distinguir, desde la
cima de Tres Cruces, a las 2 p.m., bajar a la pampa de Yamobamba y en direccin a
Huamachuco, unos 700 soldados enemigos, del refuerzo que se enviaba desde la costa a la
divisin Gorostiaga, y los cuales venan por el camino de Santiago.
Concluido el da, y llegada la noche se principi a bajar la escarpada cuesta de las
Tres Cruces, con el fin de sorprender al refuerzo chileno que deba acampar en Tres Ros a 3
leguas de Tres Cruces y a 5 de Huamachuco.
Se anduvo toda la noche hasta llegar a las 4 de la maana del da 7 al punto de Tres
Ros, sin encontrar el refuerzo del enemigo, cuyo jefe, distinguiendo al atravesar la llanura,
soldados de caballera a su derecha sobre la cumbre de Tres Cruces, y conceptuando fuesen
peruanos, aceler y continu la marcha sin detenerse hasta llegar a Huamachuco, segn
asercin de Gorostiaga, consignada en el parte que pas sobre la batalla.
El ejrcito peruano, que haba caminado cerca de 24 horas consecutivas, sin tomar
ms que el rancho que se le suministr en la madrugada del da 6, lleg sumamente fatigado
a Tres Ros, como hemos dicho, al amanecer el 7, en cuyo da se resolvi en junta de guerra
Este primer estruendo fue como el fnebre arrebato, que repercutiendo en el corazn
de las mujeres y nios los puso en triste huida, tan despavoridos como un rebao, al
escuchar el rugido de hambrientos lobos.
Grupos de seoras, de las principales familias de la ciudad, confundidas con las del
pueblo, seguidas de multitud de criaturas, hasta de tres aos, y llevando a no pocas en los
brazos, de diez en diez y de veinte en treinta, salan de sus casas, y apoco del camino
muchas de ellas quedaban descalzas y la mayor parte sin abrigo; por entre las balas de
ambos ejrcitos salieron sin rumbo y sin gua plidas de estupor y silenciosas como
sombras. Cada casa era como un panal de avispas movido repentinamente, quien sala y
tornaba no sabiendo que resolucin adoptar, quien sepultaba en las entraas de la tierra el
fruto de sus economas; muchas infelices en cinta apenas si podan huir; aquello eran triste
peregrinacin emprendida bajo el nutrido fuego de los dos combatientes.
En los campos, los indios, alhagados por los chilenos durante su permanencia en
Huamachuco, recibian con menosprecio, cuando no arrojaban fuera de sus chozas a sus
mismos patrones ya las desventuradas familiar, que errantes iban mendigando pan y abrigo;
por ningn precio se encontraba hospitalidad; y as, aunque lloraban las criaturas de hambre
y con las lgrimas en los ojos imploraban las madres algo por el amor de Dios, la ms fra
negativa era la nica respuesta.
A la plida luz de las estrellas hubirase visto, por quien los alrededores de
Huamachuco recorriera, apiados los nios, acurrucados cerca de la madre angustiada, como
racimos cortados por una mano sin compasin y arrojados en medio de los caminos.
As, familias hubo que durante los primeros das en que anduvieron furtivas no
tomaron ms que un pedazo de pan otro miserable alimento a las veinte y cuatro horas.
Los chilenos haban hecho comprender a los indios que los iban a poner en propiedad
de las tierras en que servan; que les iba a eximir del pago de todo gnero de contribuciones,
y que sus amos llegaran a ser sus colonos: he aqu la cusa de su crueldad.
Tres o ms leguas caminaron los fugitivos con los pies ensangrentados. aniquiladas
por el hambre, el fro y la desnudez. Sentbanse a llorar al borde de los caminos, sin saber la
suerte que correran los que se haban quedado en la poblacin.
Slo la idea del triunfo vagamente las consolaba; mas el corazn, presintiendo la
ruina, empujbalas lejos de la ciudad, que abandonaban como si fuese ya una tumba.
Continuemos
Roto el fuego de ambas artilleras, el general Cceres envi su escolta para arrear las
110 bestias que las dos compaas tenan ya a su retaguardia y que llegaron al campamento.
Eran de los oficiales chilenos, que debieron haber quedado a pie.
La fuerza del coronel Recavarren atravez la ciudad, evacuada ya por el enemigo, en
medio de los fuegos de la artillera peruana, y trab combate con aquel, colocada en el
panten (noreste de la ciudad). Llegada la noche, cesaron los fuegos de una y otra parte. Los
soldados del norte se haban batido con arrojo.
Los chilenos sufrieron una sorpresa con la aparicin sbita del ejrcito peruano, pero
notan completa que no tuvieran tiempo de sacar su artillera y colocarla sobre el Sazn. Se
ha sabido que una mujer, habitante de una de las casuchas que se encuentran sobre la
extensa loma de Santa Brbara, parti a toda carrera a darles el avisto tan luego que vio que
el ejrcito peruano suba sobre la cuchilla. Con todo, perdieron u menaje de cocina, sus
capotes, una parte del vestuario de lienzo, sus acmilas y el equipaje de oficiales.
El 9 se reconoci el flanco izquierdo del enemigo, que era el nico punto vulnerable
de su lnea atrincherada sobre el Sazn. En la tarde de ese da se acord atacarlo en la
madrugada del 10, pero la indisposicin de la salud del coronel Recavarren, comunicada al
general en la noche, aplaz la realizacin del plan, el cual consista en que: marchando
ambas fuerzas paralelamente, la de Recavarren a la izquierda, y la de Secada a la derecha,
envolviesen al enemigo por su ala izquierda, hincando el primero el combate al rayar la
aurora, y siguiendo el segundo su marcha de flanco por retaguardia hasta formar un ngulo
con la otra, y romper sus fuegos sobre el enemigo, d modo que fuera atacado por su extrema
izquierda y por retaguardia, inutilizando su derecha, que se prolongaba hasta cerca de la
poblacin de Huamachuco. Habrale sido en efecto difcil verificar un cambio en semejante
actitud y no le quedaba otro recurso que dar media vuelta y hacer una prolongada
conversin sobre la derecha en medio de los fuegos convergentes de Secada y de
Recavarren, y de los de la primera divisin del ejrcito del centro, que deba permanecer
oculta tras el panten, hasta el momento de poder atravesar la pampa de este, tomar el
camino Colorado (la calzada) y cargar por su retaguardia al enemigo. Todo esto sin poder ni
an hacer uso de su caballera, que quedaba inutilizada, se tuvo presente al acordar el plan
del ataque que se frust y que indudablemente habra dado la victoria. No quiso el destino
que as fuera.
Existan para entrar en combate 1,000 plazas disponibles del ejrcito del centro, y
unos 400 del norte: 1,400 hombres por todo. (1) El enemigo pasaba de 2,000 con el refuerzo
de 700 que le haba llegado.
Como pudiera extraarse que habiendo partido de Tarma el ejrcito del centro con
2,240 plazas no contara sino con 1,000 en la vspera de 10 de julio, creemos oportuno anotar
las bajas ocurridas en los 36 das de sus pesadas marchas. Fueron las siguientes: 250 del
batalln Tarma, que en Yungay pas a formar parte de las fuerzas del coronel Recavarren;
280 enfermos dejados a retaguardia, 40 en el campamento y los 670 restantes desertados y
rezagados en la marcha. (2)
Batalla del 10
Uno de los centinelas de la artillera colocada a la izquierda de la lnea, anunci a las
6 a.m. la presencia de unas 5 guerrillas del enemigo, que se dirigan sobre el flanco derecho
del ejrcito atravesando la llanura. Vistas por el comandante en jefe, fue este en el acto a
anunciar al general tal ocurrencia.
Nuestro ejrcito haba pernoctado tranquilamente.
Las compaas desprendidas del Sazn eran cinco, de los batallones Zapadores y
Concepcin, en nmero ms que menos de quinientos hombres, las que avanzando por la
pampa iban cargndose hacia la derecha de nuestro ejrcito, bajo los fuegos de la artillera
peruana que comenz a operar.
El batalln Junn, al mando del coronel Juan C. Viscarra, protegido por el batalln
Jauja, al mando del coronel Emilio Luna, pertenecientes a una misma divisin, salieron al
encuentro de las fuerzas chilenas y mientras esto ocurra a la derecha de la lnea peruana, la
primer divisin de nuestra tropas, pronta para el combate, ocupaba, pudieramos decir, el
centro de la lnea, si se tiene en consideracin que el resto de nuestras fuerzas permanecan a
la izquierda.
El comandante general de la primera divisin orden al coronel Borgoo que atacase
a las fuerzas que seguan desprendindose del Sazn, y que avanzaban sin trepidar; y
cumpliendo tal orden determin este el ataque de la manera siguiente: la primera compaa,
bajo el mando inmediato de su capitn Montenegro y a las rdenes del mayor Gmez,
avanz por la falda del cerro Santa Brbara, para proteger a la segunda divisin que ya se
bata con bravura; la segunda compaa, bajo las rdenes de su capitn Santilln (que muri
en la refriega) march en proteccin de la primera, cargando al enemigo por su derecha; la
tercera, a las rdenes del comandante del cuerpo, qued como reserva, mientras el coronel
Borgoa, a la cabeza de la cuarta, atacaba por su retaguardia al enemigo.
Nuestra caballera desmontada, llam la atencin de los chilenos atacando por la
izquierda hacia Sazn.
Pronto qued definitivamente empeado el combate: nuestras tropas de la derecha
descendan a la llanura cargando con denuedo; el batalln Tarapac recibi orden del
comandante general para comenzar a batirse. Tocles en el bizarro ataque la palma del valor
a los batallones Jauja, Junn, San Jernimo, Apata, Concepcin, Marcavalle, Tarapac y
Zepita, que descendiendo de sus posiciones avanzaron resueltamente hacia nuestra derecha,
donde arreci la batalla de una manera encarnizada. Acosado el enemigo por todas partes;
viendo caer sus soldados, en multitud heridos muertos, emprendi la fuga, procurando
protegerse con el mampuesto llamado la Cuchilla. En estas circunstancias nuevas compaas
enviadas por su izquierda avanzaron en proteccin de los que huan, y dos ms, atacando por
nuestro centro, intentaron romperle para envolver nuestra derecha; ms, apercibido esto por
el coronel Borgoo, que se hallaba ms prximo con la cuarta compaa de su cuerpo, carg
sobre las dos del enemigo, las rechaz dos veces y las oblig a encastillarse en el cerro que
tena como centro de sus operaciones.
En los momentos de lo ms recio de la pelea nuestros soldados atacaron con un
denuedo y bizarra singulares, en el que compitieron con el de sus jefes y oficiales: noble
esfuerzo digno de mejor resultado.
Arrollado el enemigo hasta la cumbre del Sazn, que solo parte del Talca sostena;
fugando ya en direccin de Condebamba; descendiendo su artillera para rodar
desordenadamente, dueo el ejrcito peruano de la lnea disminuyeron repentinamente sus
fuegos!
Faltaron municiones, y cesando el denodado ataque ofensivo comenz a
defenderse
Levantemos un Cargo
No ha faltado, ni faltan an, mal informados o mal querientes que culpen a los
huamachuquinos de poca adhesin al ejrcito defensor de la honra del Per, fundndose en
no haberlos visto pelear agrupados en un cuerpo de voluntarios. Semejante acusacin es
infundada y es as mismo calumniosa; los huamachuquinos pelearon y tambin regaron con
su sangre el suelo que los viera nacer. Tal venzo faltaron algunos que simpatizaran con
nuestros enemigos, y non nos atreviramos a afirmarlo si Gorostiaga no hubiera dejado
olvidada una carta entre varios de sus papeles, la vez primera que pasara por Huamachuco, y
en ella no hubiese quedado el comprobante de una delacin; ms cuatro, que all como en
otras partes, por desgracia para el Per, no han faltado, no pueden responder por el nombre
de una ciudad, cuyos honrossimos antecedentes datan desde la guerra magna (1821) y que
fue, a la vez que la de Cajabamba, la primera que en la nacin elevara sus actas y protestara
de hecho no bien en Cajamarca lanz don Miguel Iglesias su manifiesto y tambin de
aquellas que durante el gobierno de este ha batallado sin cesar con su dinero, con sus
mejores hijos, con la abnegacin ejemplar de sus matronas, hasta el punto de ver
saqueadores sus hogares por repetidas veces y proscritos sus pobladores, vctimas de
implacable persecucin.
Huamachuco no organiz fuerza ninguna por la razn siguiente:
Reducido el nmero de sus habitantes y de estos la mayor parte emigrado en las
haciendas, desde que Gorostiaga ocup por vez primera la ciudad. Esas haciendas se hallan
a largas distancias unas de otras y de la poblacin y como ni se sospechaba la llegada de
nuestro ejrcito, ni se presuma un combate, diseminados los habitantes aguardaban la
aproximacin del algn caudillo, pues ya organizados haban peleado contra Iglesias y
decepcionados por falta de un buen jefe esperaban otra oportunidad.
En semejante circunstancia, en da inesperado, se verific la batalla y sin embargo de
los pocos que haban quedado en la ciudad, todos en grupos o interpolados en los cuerpos
del ejrcito pelearon y all entre los Castillo, Ascate, Pea, Rubio, Mantilla, Labado, el
maestro Toribio y otros, murieron con herosmo jvenes como los dos hermanos Julio y
Jernimo Malpica.
Fueron igualmente seis jvenes huamachuquinos los que al alcalde seor don
Manuel Isidro Cisneros puso a rdenes del seor Elas para ser enviados por este a peticin
del general Cceres como guas en el asalto que deba haberse dado en la madrugada del 10;
y cuando los caones chilenos hacan llover su metralla sobre las filas peruanas; tambin
huamachuquinos en la torre de la ciudad echaron a vuelo las campanas, manifestando el
regocijo por la llegada de las fuerzas patriotas, y, para constancia quedan hasta hoy las
seales en esa misma torre de las balas del can enemigo. Dice un testigo presencial en El
Comercio del 10 de julio de 1886:
El saqueo
Para pintar los horrores de la implacable crueldad de los chilenos nos bastar citar las
siguientes palabras textuales de don Raimundo Valenzuela, chileno, autor de un libro
titulado La batalla de Huamachuco (Santiago, imprenta Gutemburg, 1885), que dice,
hablando de la persecucin de los fugitivos: Dur esta como hasta la nueve de la noche. En
el delirio de la persecucin no perdonaban a nadie: enemigo alcanzado era enemigo
muerto. Lo que quiere decir que repasaron a los heridos habian quedado en el ampo, que
ultimaron despiadadamente a los que se rendian y que fusilaron a jefes y oficiales, dignos
por mil ttulos del respeto de quienes en verdad fueran hidalgos; pero no es esa carnicera
espantosa la menor de las manchas, que eternamente llevaron sobre s los chilenos que
pelearon en Huamuchuco, sino las escenas que pasamos a descubrir, y de cuya autenticidad
a Dios ponemos por testigo.
La hora del infortunio haba sonado.
Una a dos de la tarde del 10 de julio de mil ochocientos ochenta y tres.
Durante los tres das del sangriento reir, casi todas las familias principales, y no
pocas de las del pueblo, haban, como hemos dicho, abandonando la poblacin: dos o tres, a
lo ms, de las primeras, vieron llegar el terrible momento, y no tuvieron ni tiempo para huir,
ni encontraron un lugar dnde refugiarse. Como volcn que estalla y derrama su lava en la
campia, desde la cumbre del Sazn se lanz sobre la ciudad la soldadesca desenfrenada,
semejante a los brbaros del siglo V, en los pueblos que conquistaban; aullando como jaura
de perros, ms que dando gritos de triunfo, en grupos armados esparcironse los chilenos
por toda la ciudad y sus suburbios, rompiendo a culatazos cuanta puerta encontraban
cerrada, despus de descerrajar tiros de rifles en las chapas.
Olvidado todo sentimiento humanitario, solo hablada en aquellos feroces y crueles
hombres el instinto del bruto; sus rostros mismos, baados por el sudor, embadurnados con
el polvo de la refriega y muchos salpicados por la sangre peruana, presentaban, segn
refieren testigos presenciales, aquel respecto patibulario de los descamisados del 93, o de los
salvajes compaeros de Atila.
Ebrios por el licor, por lujuria y la codicia, acuchillando moribundos, repasando a
los heridos, lanzando gritos, destrozado cuanto encontraban; era aquello como danza
infernal, en la que al horror del asesinato, las imprecaciones del asesino y el clamor de las
vctimas, mezclbase la algaraza de la lubricidad.
-Dnde est la plata? era la primera pregunta, de aquellos criminales autorizados.
- Seor, soy un pobre, responda alguna infeliz anciana.
-Mientes, vieja bruja, entrgame la plata, si noquieres morir y la boca del rifle
tocaba el pecho de la desventurada.
-Por el amor de Dios!
- Muere, vieja ladrona, y el soldado arrojndola por el suelo, penetraba hasta el
ltimo rincn de su casucha; rompa los bales, tomada todo lo que era de valor, pasando a
otra casa a repetir la misma escena, y as no hubo una sola de la ciudad que se librara del
saqueo.
Indescriptible era el cuadro que presentaba cada casa: puertas hechas pedazos; bales
destrozados: objetos que no eran de valor rodando por el suelo en fragmentos; manchas de
sangre en las paredes; cadveres de infelices ancianos, de indefensos invlidos, tendidos en
los corredores, o en medio de las habitaciones; mujeres desmayadas y semimuertas, vctimas
de horribles violaciones en actitudes vergonzosas.
Las infelices suban a los terrados a ocultarse, seguinlas los soldados: arrojbanse al
suelo desde lo alto, prefiriendo la muerte a la deshonra, y sobre cadas y exmines, como
sobre cadveres, se lanzaban los que no haban subido tras ella, y las violaban.
Ebria la mayor parte de aquella infame soldadesca asesinaba por placer, robaba y
cometa violaciones lanzando carcajadas bestiales. Ni el templo se libr del ultraje:
rompieron a balazos sus cerraduras, de igual modo las de los Tabernculos, despojaron de
sus alhajas a los altares y las imgenes. Dejando pisoteados y por el suelo las vestiduras de
los santos..
Todas las casas, desde la de Dios, hasta la del ltimo ciudadano, fueron profanadas
en tan criminal feria: unos entraban y otros salan, para facilitar su robo llevaban a os indios
con alforjas al hombro, en las que conducan a sus cuarteles cuantos objetos juzgaban de
valor, y as, la poblacin qued barrida.
Los siete pecados capitales, en traje militar, celebraron su fiesta durante cinco das
consecutivos, Nada fue perdonado, ni la criatura de once aos, ni la anciana de ochenta:
muchas desgraciadas murieron a consecuencia del acto criminal en ellas cometido; y por lo
que hace a sangre fue vertida entre la de muchos, tomados caprichosamente por
montoneros, la de setenta y dos ancianos, invlidos la mayor parte de ellos, por sus
achaques, algunos miserablemente degollados.
con su taje despedazado, tendidas en los sofs y alfombras del saln o dormitorio, y de
infelices domsticos en los patios o despensas.
El aspecto de aquella ciudad, antes alegre y festiva, era horrible y desesperante.
Quines haban cometido tantas y tan horrorosas maldades?
Los mismos peruanos.
El alcalde de Santiago de Chuco, trescientos bravos de su nsula Barataria, el ejrcito
peruano se hizo dueo del pueblo y la hueste del cojo Garca se distingui por sus infamias
con los habitantes de Huamachuco.
Saquearon los almacenes, infamaron los hogares ms puros, asesinaron a madres,
hijas y ancianos y cometieron atrocidades que la pluma tiene vergenza de describir.
Esos vndalos regaron de lgrimas los hogares de Huamachuco.
A la vuelta de nuestros victoriosos, Huamachuco era un cementerio que despeda
miasmas insoportables.
Ya haba principiado a declararse la viruela y fue necesario abandonar
inmediatamente aquella poblacin triste desierta y mancillada.
En este horrible cuadro, lo nico que hay de verdadero es el horror de la desolacin
que describe; y los calificativos que aplica a las atrocidades, todo lo dems es infame
calumnia.
Comienza el escritor afirmando una mentira grosera, al decir que el seor Garca
arm 300 hombres: no llegaron a 100, y tan miente, (perdn sino decimos que falta a la
verdad) en la acusacin que hace a los santiaguinos, que todos aquellos que los encabezaron,
como los seores don Manuel Porturas, Santiago Caldern, Garca, etc., comercian
actualmente, y conservan la mejor armona con Huamachuco; santiaguinos y
huamachuquinos han defendido la causa constitucional, habiendo el que escribe estas lneas,
visitado las dos poblaciones, no hace un ao, y pudiendo testificar lo que asevera, por
cuantos medios puede existir la historia para formar su criterio.
Fue el ejrcito chileno, fueron solo y exclusivamente chilenos los que cometieron el
saqueo y los crmenes que dejamos narrados: all estn para afirmarlo todos y cada uno de
los habitantes del departamento de La Libertad.
Los santiaguinos concurrieron a Huamachuco, no a infamarse, sino a defender la
patria como buenos, en unin de los huamachuquinos y desde el primero hasta el ltimo
momento de la batalla, con arrojo supieron combatir, dejando bien puesto su nombre y el de
la provincia a que pertenecen.
El tiroteo del da 9 fue sostenido exclusivamente por ellos.
Episodios particulares
Prescindiendo del tema que para el canto del poeta, o la narracin del novelista hay
en todos los episodios de la campaa al norte, y de la batalla de Huamachuco, queremos
referir los siguientes, histricos realizados durante el saqueo.
Un anciano presenci la violacin de sus hijas, cayendo, al saltar para defenderlas,
como muerto. Cuando volvi en s, las infelices, con las vestiduras desgarradas y lastimado
sus cuerpos, yacian tendidas a su lado.
Una hermosa seorita, que hacia dos das que se haba casado con un joven, al ver
entrar la soldadesca a su habitacin sac del seno sus alhajas y las entreg para que la
salvasen: despus de recibirlas, quisieron violarla; el joven esposo saliendo de una
habitacin, a la que haba penetrado para sacar todo el dinero que tena tambin lo entreg,
no vastando esto pues persistan en su intento los soldados, se coloc delante de su esposa y
fue muerto defendiendo su honra.
El hospital de sangre que se haba establecido en casa de la suegra del coronel
Marino, y en el que se haba puesto la bandera de la Cruz Roja, no fue respetado, asesinaron
al farmacutico Smith, as como a todos los soldados que estaban heridos y quemaron
despus la dicha casa.
Algunas personas ocultadas en los jardines bajo cuposos rosales se salvaron de la
muerte, oyendo desde all el clamor de las vctimas y el estruendo del saqueo.
Un maestro zapatero, que haba tomado parte en las filas peruanas, no teniendo
tiempo para huir de la poblacin abri su tienda y se sent tranquilamente a terminar uno de
los varios pares de botas que habianle mandado hacer los jefes chilenos, y cuando lo
quisieron fusilar l present las botas alegando con la mayor sangre fra que no tena testigos
para probar no haber tomado parte en el combate, que podan matarlo si alguien haba que
terminase el pespunte de las botas que trabajaba.
Un comerciante testigo del saqueo de su establecimiento tomen, les deca con
desesperacin, arrojndoles dinero y efectos, y ahora mtenme, aadi al fin rompiendo
sus vestidos y presentando su desnudo pecho, secretos del corazn humano! No fue
victimado.
Muchos entierros, tesoros, o sea cantidades de miles, que durante aos haban
permanecido ocultos fueron descubiertos por los chilenos.
Individuo an existe que el espanto de la catstrofe le hizo perder el uso de la palabra
que hasta hoy no recobra.
huesos humanos blanqueando a lado de los de las bestias; en fin, el mudo silencio de la
catstrofe atestiguada por hacinamiento de despojos entre ruinas. Los chngales con sus
flores rosadas rodeando aquellos paredones parecan coronas de espinas entrelazadas, aun se
ve los estragos de la artillera peruana en las despedazadas paredes de granito y los boquetes
practicados para las punteras chilenas. All fue fusilado Emilio Luna, si hemos de juzgar a
ms de referencias por el hecho de haber sido all encontrada la funda de un quep con las
iniciales bordadas, del nombre del valiente que recordamos.
ANOTACIONES BIOGRAFICAS
LEONCIO PRADO
Por entre las ruinas de Huamachuco vagar perpetuamente una sombra, como el
ngel custodio de sus tumbas; y esa sombra no ser otra que la de aquel joven soldado tan
celoso de la libertad de su patria, como lo fue de la Cubana.
Vamos a desmentir las falsas narraciones que los escritores chilenos han hecho
acerca de la muerte de Leoncio Prado, y en la que, con sobrada malicia han enaltecido el
valor en sus ltimos instantes para disimular un crimen.
Hijo de un prestigioso e infortunado jefe del ejrcito peruano, cuya gloria ofuscaron
superiores a su previsin, pareci consagrado por las mismas desgracias de su padre a salvar
con ahnco la honra de su apellido.
Los dos hermanos Leoncio y Grocio Prado, fueron los hijos gemelos del deber: el
uno muri gloriosamente en Tacna; y, el otro, despus de haber pelado con el denuedo
propio de su corazn valeroso, fue victimado miserablemente en Huamachuco.
Vamos a narrar los episodios de esa muerte, que un da ser tema de la tragedia o la
novela en que popularizado hecho tan triste har imperecedera su memoria.
Era el sbado 14 de julio cuando Leoncio Prado herido gravsimamente en la pierna
y salvado con sus tres fieles ordenanzas, se hallaba refugiado en la casa de Jos Carrin,
arrendador de la hacienda Serpaquino, en el punto llamado Cushuro, a tres leguas de
Huamachuco.
La manera como el infortunado Leoncio solicit hospitalidad en la casucha de ese
indgena se refiere haber sido de lo ms enternecedor: el dinero consigui, lo que los ruegos
no alcanzaron.
Y no haber adnde llamar!
En la tarde de aquel da el indio desapareci de su morada, y al caer el sol, en aquella
hora melanclica en que las madres ensean a los nios a rezar el Ave Mara, una comisin
de cincuenta hombres, a las rdenes del capitn de artillera Julio Fuensalida, sorprendi al
refugiado y a sus leales ordenanzas.
Se nos ha referido que una vez Prado en su escondite haba dicho a sus soldados:
hasta aqu no ms, hijos, yo no puedo moverme; pero ustedes pueden salvarse: djenme.
No, mi coronel, contestaron sencillamente aquellos sublimes compaeros del
infortunio.
Insisti Leoncio manifestndoles la imposibilidad de poder continuar y los
ordenanzas, por nica respuesta le abrazaron llorando.
As, tcitamente y de manera tan solemne, se firm el pacto del sacrificio entre
aquellas almas cuya grandeza era semejante.
En la noche entraban a Huamachuco, la comisin y los prisioneros. Leoncio,
invalidado, fue conducido en una camilla.
Los cuatro prisioneros fueron alojados en la casa que serva de cuartel a la artillera
chilena, casa del finado seor don Manuel Bringas, y depositados en la ltima sala de la
derecha.
Recordamos, algunas veces, haber visitado esa sala, que sobre dos de sus paredes
tena al fresco en una: el retrato de Bolvar; y, en otra, el de Salaverry; eran dos medallones,
uno de la poca gloriosa en que don Simn acamp con su ejrcito en Huamachuco; y otro
del tiempo en que Salaverry era como el caballero Bayardo de la repblica.
Aquellos retratos estaban destinados a ser los mudos testigos del sacrificio de un
valiente.
Desde la noche del sbado hasta las nueve de la maana del domingo dur la prisin
de Leoncio y sus compaeros.
Prado manifest que deseaba hablar con algn peruano; como si alguna revelacin ya
patritica, ya ntima, como si algn legado misterioso quisiera hacer antes de morir.
Un maestro carpintero, apellidado Coluna Monzn fue quien lleg al cuartel a las
nueve de la maana; pero no se le concedi permiso para recibir la postrer confidencia de
nuestro compatriota; y vio, nos lo ha referido, al coronel, medio recostado tomando un poco
de sopa, en un plato de loza y con una cuchara de palo.
A la misma hora las tropas chilenas desocupaban Huamachuco y emprendan su
marcha con direccin a Cajabamba.
Los centinelas chilenos no abandonaban, sin embargo, su puesto y del lugar llamado
la Calzada, ya en las afueras de la poblacin, regres un ayudante del coronel Gorostiaga, en
momentos que Prado comenzaba a tomar su alimento. Al ver este a aqul, le pidi permiso
para hablar con el carpintero Coluna; y el ayudante contest de este modo: -Coma usted
noms, no hay permiso. Prado entonces arroj el plato lejos de s, e incorporndose y
comprendiendo su sentencia dijo: -Pues que voy a morir, muero por mi patria, viva esta
palabra se confundi con el traquido de un balazo, era el del revolver del ayudante, que casi
a boca de jarro le penetr por la mejilla izquierda, matando instantneamente al bravo
Leoncio.
Seor general, acabo de saber que flaquean nuestros soldados, usted viene de
all?
No seor, carezco de colocacin en la lnea.
Pero, mi general, qu haremos?
Por mi parte voy a ver lo que pasa y a cumplir con mi deber como soldado,
diciendo esto, precipitadamente, se encamin hacia donde se hallaba lo ms
comprometido de la batalla.
Y he aqu las palabras de un escritor chileno, palabras que son el resumen histrico
de la noble conducta de un patriota.
Se estaba dando la terrible carga a la bayoneta por nuestros enemigos y los peruanos
se defendan a culatazos: haba llegado el supremo momento de la prueba.
Dice el historiador chileno: el Per tuvo all herosmo probados y glorias que deben
esculpirse en bronce.
Entre los ms valientes caudillos peruanos, sobresali el general don Pedro Silva, el
anciano de la gorra blanca, tan respetable por su aspecto como por su corazn.
Este caudillo avanzaba con mpetu y no retroceda un momento.
Se le mat el hermoso caballo en el cual combata y continu peleando a pie, espada
en mano, hasta que cay herido y muerto.
Hay una nota melanclica en esta muerte, que embarga, al mismo tiempo el espritu,
excitando la admiracin.
Un jefe de alta graduacin militar que mand por ms de veinte aos prestigiosos
cuerpos de ejrcito, se bate y sucumbe al frente de una compaa!.....
El pundonor que, como lo ha probado Silva, no es vana palabra y su patriotismo a la
antigua, tal como lo entendi Catn, condujeron al general que nos ocupa, el sacrificio.
Esta muerte tiene la tristeza, el estoicismo y la gloria de la muerte de Moore en los
fuertes de Arica. El honor militar en sus leyes es tan inflexible que, a veces, hace pesar sobre
los hombres, desgracias que no pudieron evitar, como una sentencia capital que
voluntariamente deben pronunciar ellos mismos. Con todo, estas inmolaciones dejan
profundas enseanzas para las grandes almas de todos lo tiempos.
1860. Carcter altivo, patriota severo, de justa reputacin como valiente, su comportamiento
en la batalla de Huamachuco no desminti en lo menor a sus buenos antecedentes.
Chalaco, es decir, hijo de aquel pueblo liberal y patriota, en el que ninguna tirana
encontr eco y que disput siempre el papel de centinela avanzado de n lustras instituciones
democrticas. Mucho ms joven que el anterior, alumno distinguido de la universidad,
miembro de muchas sociedades filantrpicas, probo, abnegado y resuelto, recin terminada
su carrera de abogado se alist a principios del 83 en el ejrcito del norte.
Ocup el puesto de comisario de guerra, con la clase de teniente coronel.
Aqu principia su activa labor en pro de la santa causa del Per, es el punto de partida
de su abnegado sacrificio: divide su tiempo entre la prensa y las mltiples ocupaciones de su
nuevo cargo.
Combate por la primera, con enrgico y persuasivo estilo. Entre sus notables
artculos merece especial mencin el que lleva por epgrafe: La patria se ha salvado!.
En la epopeya del patriotismo infortunado, el joven comandante desempea
satisfactoriamente comisiones arriesgadas, y empeado el combate decisivo, intrpidamente
escala el cerro Sazn, fascinado por el ardiente deseo de dar un da de gloria a la patria, y se
abre as la puertas de la inmortalidad, muriendo de 40 a 50 metros de las bayonetas
enemigas.
El seor general Cceres, lo mismo que los jefes que concurrieron a esa hecatombe
le hacen en sus partes la ms debida justicia.
MAXIMO TAFUR
Era el ao de 1872: don Manuel Pardo, escapado milagrosamente de Lima, cuando la
tirana de los Gutirrez haca registrar hasta su alcoba persiguindole, iba furtivamente a
merced de las olas en busca de la nave que deba ocultarle y se trataba a bordo de la fragata
Independencia de que uno de los oficiales fuese el alcance del ilustre fugitivo para
acompaarle en su fuga: era menester para el caso que reuniera ese oficial: serenidad,
prudencia, valor, inteligencia y que fuese reservado como una tumba.
Mximo Tafur, fue el designado y su jefe entonces el seor don Aurelio Garca y
Garca, qued una vez ms satisfecho de su comportamiento.
Tal era aquel que algn tiempo despus cuando sus amigos le instaban para que
pidiese mejor colocacin les contestaba: No se debe recordar ningn servicio: la
satisfaccin propia es la mejor y la nica recompensa que uno debe buscar.
Tales palabras revelan toda la grandeza de alma, de quien ya alistado en el ejrcito
del centro, cuando su digna esposa le escriba que cuidara su vida para sus hijos,
contestbale: Antes que la familia, estn la patria, esta es la ley, y no permita Dios que me
le echen en cara.
Tena pues el amor de la patria, por la patria y aspiraba al cumplimiento del bien por
el bien mismo.
Nada puede haber para el hombre, deca en otra carta dirigida a su esposa, ms
digno de ser ambicionado como es el poder ofrecer su vida por la patria y si llega, hija, el
da en que me toque demostrarlo, te prometo que procurar dejar bien puesto mi nombre,
que es tambin el de nuestra hija.
Aunada as al generoso sentimiento de su corazn la honra que buscaba para la que
tendra que llevar con orgullo legtimo su apellido y el recuerdo de su hermosa conducta.
Mximo Tafur era limeo, e hijo del valiente jefe coronel don Manuel Tafur y de la
respetable seora doa Dominga Ovalle de Tafur, haba hecho su educacin en colegios
particulares y en el de Guadalupe.
Al estallar la revolucin del 65, abandon las aulas y se alist en las filas de los
restauradores. El entonces jefe supremo, observando las dotes del joven Tafur, destinle al
cuerpo de marina, alistndole a bordo de la fragata Amazonas, de donde pas a otros buques
de la armada nacional hasta 1872 en que se separa de la carrera.
En 1878 fue nombrado subprefecto de Jauja y de esta colocacin pas a otras hasta la
poca en que fue designado como comandante general de la segunda divisin del ejrcito del
centro.
Altivo, desprendido, pronto para la prctica de las buenas acciones, de bellsimas
prendas en la intimidad del hogar y del afecto, liberal, entusiasta, leal en la amistad, firme en
sus convicciones, fue Mximo Tafur, tipo de esa juventud ardiente que ha sabido sucumbir
con gloria por lo mismo que supo vivir con probidad y pundonor.
Cay con el sable en la mano encaminado a sus soldados, tan valiente como sereno.
La historia le consagrar siempre una pgina singular.
FLORENCIO PORTUGAL
Slo conocemos la versin chilena respecto a la muerte de este valiente. Dice:
Le toc al subteniente Pobrete de la cuarta compaa del Talca alcanzar a un capitn
que hua por las quebradas.
El secretario del coronel Gorostiaga era el capitn Isidoro Palacios, quien dado
cumplimiento a la orden de su jefe, hizo avanzar a cuatro soldados y se dispuso a fusilar al
fugitivo.
Este medit un momento y levantndose de sbito pregunt al capitn Palacios:
-
Si, seor!
Me permite escribir las ltimas palabras de un infeliz guerrero?
Como n!
Portugal escribi entonces en la cartera del secretario del jefe de nuestra divisin:
Soy Florencio Portugal, arequipeo y con hijos.
En seguida medit otro instante frente a los cuatro soldados que deban ultimarlo y
de pronto se par por segunda vez y dijo:
-
MANUEL GAMERO
Teniente de la armada nacional.
Sera conveniente que se escribiera un libro, titulado los nios de la guerra, para
que en l se consignaran las apuntaciones biogrficas de los que, en muy temprana edad,
cumplieron su deber como peruanos.
En ese libro ocupara una de las primeras pginas el recuerdo que se tributar al
joven Gamero que, Felipe Valle-Riestra, no tiene ms anotacin biogrfica que los premios
obtenidos en el colegio, donde hiciera su educacin; los testimonios de las distinciones que
ms tarde mereci de sus jefes y las pruebas que de una conducta irreprochable podra
presentarse, en el pequeo perodo de su carrera como marino y como soldado.
Harto quisiramos encomiar; de uno en uno, a todos los que con lealtad y valor
comprobado cumplieron su deber en la batalla de Huamachuco; pero sin ms que referencias
orales que pueden revestir el carcter de la parcialidad, carecemos de las pruebas en que nos
fuera dado apoyar nuestro elogio; y teniendo no ser lo bastante justos con los unos o sobrado
injustos con los otros, hemos prescindido de los que sobreviven, consagrando el homenaje
de nuestros respetos a los que sucumbieron no obstante, tomamos del parte del general
Cceres los nombres anotados con particularidad: coronel Secada que siempre estuvo a la
altura de su deber; mi secretario privado, agrega, teniente coronel Florentino Portugal, que
en todas las compaas del centro ha prestado importantes servicios; los secretarios de la
jefatura dr. Don Pedro M. Rodrguez, Daniel Heros y L. La Puente; del coronel y teniente
coronel de ingenieros Teobaldo Elspuro y E. de la Combe, de mis ayudantes que han
desempeado satisfactoriamente las ms peligrosas comisiones; sargento mayor Ricardo
Bentn, a quien le mataron el caballo en el fragor del combate, Daro Enriquez, que sali
herido; Enrique Oppenheimer que muri combatiendo al mando de su compaa, Abel
Quimper, y Z. del Vigo, y los tenientes Romero, Flix Costa y Velarde; y de mi escolta
compuesta de la juventud tarmea. Al mando del sargento mayor don Zapatel.
se puso a su disposicin una fuerte divisin, para que tomara a sangre y fuego la plaza y
fusilara a dicho caballero; pero su bondadoso carcter salv al Per de presenciar escenas
desgarradoras entre hermanos, pues dej a dos leguas de la poblacin las fuerzas que llevaba
y se present slo a las puertas de la ciudad, haciendo presente slo a las puertas de la
ciudad, haciendo presente que era el mensajero de paz: al comprender el pueblo la nobleza
y valor del funcionario que se le presentaba, abri sus puertas, y lo recibi con todas las
consideraciones debidas al enviado de la tranquilidad.
Una vez pacificada la poblacin, renunci su puesto.
Fue en varias ocasiones, juez de hecho. Su vida entera la consagr a defender su
patria, pues en ltimo tercio de ella se present gustoso a ser instructor de varios batallones
de la reserva, y ms tarde comandante general de la quinta divisin de dichas fuerzas.
Al ver ocupada la capital por el ejrcito chileno, emprendi marcha al centro, donde
fue jefe de estado mayor general del ejrcito, hasta la batalla de Huamachuco. Finalmente,
muri desempeando la prefectura del departamento de La Libertad.
silvestres, continuaban el festn a que haban dado principio los perros: en vano algunas
personas piadosas iban durante el da a cubrir con tierra las reliquias de nuestros
compatriotas, pues, durante la noche y en la madrugada volvan a escarbarlas los perros y a
hociarlas los puercos hambrientos. Aquellas sepulturas ofrecan, por otra parte, un aspecto
conmovedor, pues brazos y piernas de unos, como rejas de lea, se hallaban confundidos
con cabezas y miembros de cuerpos distintos, y los cadveres expuestos durante varios das
al sol, hinchados y ftidos, parecan restos de monstruos: quin hubiera llevado a los ampos
de Huamachuco, a las madres de los que as sufran, an despus de muertos!
Triste y horroroso espectculo, y sin embargo an respiraban y miraban la luz del
sol, tranquilamente, los traidores!!!.....
Los muertos
El primero de abril de 1884 el seor prefecto y comandante general del departamento
de La Libertad que resida en Cajabamba, pas una nota al alcalde municipal de
Huamachuco, manifestndole: que teniendo conocimiento por personas fidedignas que los
cadveres de nuestros defensores existan cuasi insepultos en los mismos sitios donde
rindieron su existencia excitaba el celo del consejo para el recojo de esos cadveres y que
depositados en atades con forro interior de zinc, comprobada la identidad de cada uno de
ellos, fuesen trasladados a un lugar sagrado, donde permanecieron hasta que la patria o sus
deudos ordenasen su traslacin a la capital de la repblica.
El seor alcalde municipal, don Vicente Tenorio, procedi a dar cumplimiento a su
patritica labor. Por ms diligencias que se hizo. No se hall sino un cadver en estado de
poder ser trasladado: creyeron algunos que fuera el del general Silva; pero afirmaron otros
que era el de Aragons, por la bufanda que llevaba en el cuello. Fue depositado este cadver
en la caja destinada por el del general Silva y que llevaba sus iniciales. Otra caja, que fue
llevada tambin en la ceremonia fnebre, no contuvo restos humanos.
Esta ceremonia fue celebrada con el mayor recogimiento y pompa. En la iglesia
mayor se form una capilla ardiente; la base tena la forma de un trapecio de cuyos ngulos
se levantaban columnas adornadas con las armas de la repblica; la forma de la coronacin
exterior era triangular y la del interior oval; en la parte ms alta del frontis se vea una gran
corona de laurel, y alrededor de las columnas, pabellones formados con rifles y cubiertos
con la bandera nacional; grandes flameros ene. Centro de la capilla y sobre una granada
chilena entrelazadas las banderas peruanas. En el arco inferior se lea:
En los lugares ms visibles fueron consignados los nombres de los jefes de mayor
graduacin.
Nosotros debemos dar aqu la razn de los muertos.
por el estado mayor para la asistencia del ejrcito y antes haba comunicado la alcalda la
asistencia de las corporaciones y oficios al prraco y a los dems clrigos que se hallaban
presentes, para una misa solemne; y colocados los atades, a una cuadra de la plaza de esta
ciudad, sali de la iglesia todo el acompaamiento, y tres sacerdotes, a conducir los
cadveres al templo cantando responsos graves, en las respectivas fosas. Despus tuvo lugar
la misa vigiliada; y concluida, se llevaron los atades hasta el panten donde estaban
preparados dos fosas en el centro de la capilla, al pie del altar; pero antes que fuesen
colocados tan venerados restos, pronunci un sentido discurso invitando al ejrcito y al
pueblo, a seguir el ejemplo de los hombres que han muerto sosteniendo la autonoma del
Per; y el pueblo y el ejrcito inclinados, parece que sintiendo ese amor santo del
patriotismo, juraron vengar la sangre derramada por tantas vctimas y luchar hasta conseguir
la libertad de su patria oprimida por el tirano.
El juramento al cual se refiere esta nota fue hecho solemnemente sobre la tumba de
nuestros hermanos, despus de oir las siguientes palabras del esclarecido jefe superior
poltico y militar de los departamentos del norte dr. Don Jos Mercedes Puga, palabras que
creemos deber reproducir, para que queden eternamente grabadas en el corazn de nuestros
compatriotas, y en la memoria de nuestros hijos.
Seores jefes y oficiales del ejrcito del norte y ciudadanos presentes, acabamos de
cumplir el sagrado deber que la patria y la religin nos imponan, honrando con la pompa
que las circunstancias y los pocos elementos que esta poblacin nos ofrece, los venerados
restos de los hroes, que por darnos libertad, patria y honra sucumbieron valientemente el 10
de julio ltimo, en las inmediaciones e esta ciudad.
Seores, estos restos, que hoy depositamos en la mansin del descanso,
pertenecieron en el mundo a ciudadanos peruanos, que por defender la patria abandonaron,
unos sus comodidades, otros sus elevados puestos sociales, y, todos, su familia, para venir a
lejanas tierras a sucumbir defendiendo el pabelln peruano.
Estos restos y estas memorias no slo merecen de nosotros nuestra admiracin y
respeto, sino que engendran algo ms grande en favor de la patria: el estimulo y el ejemplo,
que debemos seguir en la grandiosa obra que sobre nosotros pesa: la redencin de la
repblica.
En esta virtud, os invito a jurar conmigo ofreciendo a Dios y a la patria ante
estos manes, palpitantes an de patriotismo y de valor, que sobremos imitar su
ejemplo, sucumbiendo, tambin, como ellos, siempre que se trate de defender la honor
y la autonoma nacional.
El Autor
Agradece muy particularmente el favor que le han dispensado los siguientes
caballeros, con su erogacin especial para esta obra.
atendieron a su
ABELARDO GAMARRA.