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Autoconciencia Por El Mov

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Moshe Feldenkrais

Autoconciencia por
el movimiento
Ejercicios fáciles para mejorar tu postura, visión,
imaginación y desarrollo personal

PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México

5
Título original: Awareness through movement. Health exercises for personal growth, de
Moshe Feldenkrais
Publicado originalmente en inglés, en 1972, por Harper & Row Publishers, Inc., Nueva York

Traducción de Luis Justo

Cubierta de Idee

1ª edición, 1985
1ª edición en esta presentación, abril 2014

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su


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© 1972, 1977 by Moshe Feldenkrais


© 1985 de todas las ediciones en castellano,
Espasa Libros, S. L. U.,
Avda. Diagonal, 662-664. 08034 Barcelona, España Paidós es
un sello editorial de Espasa Libros, S. L. U. www.paidos.com
www.espacioculturalyacademico.com www.planetadelibros.com

ISBN: 978-84-493-2987-6
Depósito legal: B-4.984/2014

Impreso en Book Print


Botànica, 176-178 – 08908 L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona)

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está
calificado como papel ecológico

Impreso en España - Printed in Spain

6
Sumario

Primera parte
comprender al hacer

Prefacio........................................................................................... 11
La autoimagen.................................................................................19

Niveles de desarrollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Dónde empezar y cómo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Estructura y función . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
La dirección del progreso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Segunda parte

hacer para comprender:


doce lecciones prácticas
Observaciones generales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Algunas sugerencias prácticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Lección 1. ¿Qué es una postura correcta? . . . . . . . . . . . . 83
Lección 2. ¿Qué acción es buena? . . . . . . . . . . . . . . . . 105 Lección
3. Algunas propiedades fundamentales del
Lección 3. movimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
7
Lección 4. Diferenciación de las partes y las funciones
Lección 3. en la respiración . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
Lección 5. Coordinación de los músculos flexores
Lección 3. y de los extensores . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Lección 6. Diferenciación de los movimientos pelvianos
Lección 3. mediante un reloj imaginario. . . . . . . . . . . . 147
Lección 7. La postura de la cabeza influye sobre el estado
Lección 3. de la musculatura . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Lección 8. Perfeccionamiento de la autoimagen. . . . . . . . 165
Lección 9. Las relaciones espaciales como medio
Lección 3. de coordinar la acción . . . . . . . . . . . . . . . 175
Lección 10. El movimiento de los ojos organiza el
Lección 10. movimiento del cuerpo . . . . . . . . . . . . . . . 183
Lección 11. Cómo conocer las partes de las que no
Lección 10. tenemos conciencia con ayuda de aquellas
Lección 10. de las que tenemos conciencia . . . . . . . . . . . 195 Lección
12. Pensamiento y respiración . . . . . . . . . . . . . 203

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215
Primera parte

COMPRENDER AL HACER
Prefacio

Actuamos de acuerdo con nuestra autoimagen. Ésta —que a su vez


gobierna cada uno de nuestros actos— es condicionada en grado
variable por tres factores: herencia, educación y autoeducación.
La parte hereditaria es la más inmutable. El patrimonio
biológico del individuo —forma y capacidad de su sistema
nervioso, estructura ósea, músculos, tejidos, glándulas, piel, sentidos
— es determinado por su herencia física mucho antes de que él
posea identidad establecida alguna. Su autoimagen se desarrolla a
partir de sus acciones y reacciones en el curso normal de la
experiencia.
La educación determina el propio lenguaje y crea un patrón de
conceptos y reacciones común a una sociedad dada. Tales conceptos
y reacciones varían según el ambiente en que nace la persona; no
son característicos de la humanidad como especie, sino sólo de
ciertos grupos de individuos.
De la educación resulta en gran medida la dirección que seguirá
la autoeducación, que constituye el elemento más activo de nuestro
desarrollo y que, en el plano de lo social, empleamos con frecuencia
mayor que los elementos de origen biológico. La autoeducación
influye sobre la manera en que adquirimos la educación exterior, así
como sobre la selección del material que se aprende y el rechazo de
lo que no podemos asimilar. Educación y autoeducación son
procesos intermitentes. En las primeras semanas de la vida infantil,
la educación radica sobre todo en absorber el ambiente, y la
autoeducación casi no existe: sólo consiste en rechazar todo aquello

11
que, desde el punto de vista orgánico, resulta extraño e inaceptable
para las características hereditarias del infante, o en resistirse a ello.
La autoeducación progresa a medida que el organismo infantil
crece y se estabiliza. El niño desarrolla poco a poco características
individuales; empieza a elegir, de acuerdo con su propia naturaleza,
unos u otros objetos y acciones. Ya no acepta todo cuanto la
educación trata de imponerle. Ésta y las propensiones individuales
se asocian para establecer la tendencia que gobernará toda nuestra
conducta y nuestras acciones habituales.
De los tres factores activos que intervienen en la formación de la
autoimagen, sólo la autoeducación está, en cierta medida, en
nuestras manos. Recibimos la herencia física sin haberla pedido, la
educación nos es impuesta, y ni siquiera la autoeducación es por
entero voluntaria en los primeros años, sino que es decidida por la
relación de las fuerzas de la personalidad heredada, las
características individuales, el funcionamiento eficiente del sistema
nervioso y la intensidad y persistencia de las influencias
educacionales. La herencia hace de cada uno de nosotros un
individuo único por su estructura física, su aspecto y sus acciones.
La educación hace de cada uno de nosotros un miembro de alguna
sociedad humana particular, y procura hacernos tan parecidos como
sea posible a todo otro miembro de esa sociedad. Ésta dicta nuestra
manera de vestirnos, por lo que nuestra apariencia es similar a la de
otros. Al darnos un lenguaje, la sociedad nos hace expresarnos en la
misma forma que otros. Instila en nosotros una pauta de conducta y
valores, y trata de que también nuestra autoeducación influya de
manera tal que deseemos parecernos a todos los demás.
Como consecuencia, incluso la autoeducación, es decir, la
fuerza activa que pugna por abrir paso a lo individual y llevar al
campo de la acción la diferencia hereditaria, tiende en gran medida
a poner nuestra conducta en concordancia con la de los otros. El
defecto esencial de la educación, tal como la conocemos hoy, reside
en que se basa sobre prácticas antiguas y a menudo primitivas que
no perseguían de forma consciente ni clara su propósito igualitario.

12
Ese defecto tiene su ventaja, puesto que al carecer la educación de
todo propósito definido, salvo el de moldear individuos de modo
que no sean inadaptados sociales, no siempre logra anular por
completo a la autoeducación. Sin embargo, incluso en los países
avanzados, donde los métodos educacionales se perfeccionan
constantemente, hay similitud cada vez mayor de opiniones,
apariencia y ambiciones. El desarrollo de los medios de
comunicación y las aspiraciones a la igualdad política también
contribuyen de forma sustancial a la actual confusión de
identidades.
Los conocimientos y técnicas modernos en los campos de la
educación y la psicología ya han permitido al profesor B. F.
Skinner, psicólogo de Harvard, presentar métodos para producir
individuos «satisfechos, capaces, educados, felices y creativos». Ése
es también, en efecto, el objetivo de la educación aunque no se lo
enuncie de forma tan explícita. Por cierto, Skinner no se equivoca
acerca de la eficacia de esos métodos, y existen pocas dudas de que
en su momento seremos capaces de crear unidades de forma
humana, educadas, organizadas, satisfechas y felices: y si
aplicáramos todos los conocimientos que poseemos en el campo de
la herencia biológica, incluso lograríamos producir varios tipos
distintos de dichas unidades, con el fin de satisfacer todas las
necesidades de la sociedad.
Esta utopía, que tiene posibilidades de realizarse en nuestro
tiempo, es el resultado lógico de la situación actual. Para
materializarla sólo necesitamos provocar uniformidad biológica y
emplear medidas educacionales apropiadas para impedir la
autoeducación.
Muchas personas consideran que la comunidad importa más que
los individuos de que se compone. En todos los países avanzados se
advierte una tendencia hacia el mejoramiento de la comunidad; las
diferencias residen sólo en los métodos que se eligen para alcanzar
esa meta. Parece haber acuerdo general en que lo más importante es
mejorar los procesos sociales de empleo, producción y provisión de

13
oportunidades iguales para todos. Toda sociedad procura inculcar en
los más jóvenes, mediante la educación, aquellas cualidades que les
permitirán formar una comunidad tan uniforme como les resulte
posible, capaz de funcionar sin mayores tropiezos.
Puede que tales tendencias sociales concuerden con la tendencia
evolutiva de la especie humana; de ser así, todos deberíamos, por
cierto, dirigir nuestros esfuerzos hacia el cumplimiento de ese fin.
Empero, si por un momento hacemos a un lado el concepto de
sociedad y nos volvemos al hombre mismo, comprobamos que
aquélla no es la mera suma total de las personas que la constituyen y
que, desde el punto de vista del individuo, tiene un significado
distinto. Para éste, la sociedad importa, ante todo, como campo en el
que debe avanzar para ser aceptado como miembro valioso; valor
que, a sus propios ojos, es influido por su posición en la sociedad.
Pero ésta también le importa en cuanto campo donde ejercitar sus
cualidades individuales, donde desarrollar y expresar aquellas
particulares inclinaciones propias que forman parte orgánica de su
personalidad. Las características orgánicas provienen de la herencia
biológica y es esencial manifestarlas para que el organismo funcione
en toda su plenitud. A medida que la tendencia a la uniformidad,
dentro de nuestra sociedad, crea innumerables conflictos con los
rasgos individuales, la adaptación a la sociedad puede resolverse por
supresión de las necesidades orgánicas individuales, o bien por
identificación del individuo con las necesidades de la sociedad (de
tal forma que a él no le parezca impuesta), lo que puede llegar hasta
el punto de que el individuo se sienta rebajado cuando no acierte a
comportarse con arreglo a los valores sociales.
La educación provista por la sociedad obra en dos direcciones a
la vez. Elimina toda tendencia disidente mediante penas consistentes
en el retiro de su apoyo y, al mismo tiempo, inculca al individuo
valores que lo obligan a superar y desechar los deseos espontáneos.
Por efecto de tales condiciones, la mayoría de los adultos viven hoy
tras una máscara, la máscara de la personalidad que el individuo
procura presentar a otros y a sí mismo. Toda aspiración o deseo

14
espontáneo es objeto de una rigurosa crítica interna, no sea que
revele la índole orgánica del individuo. Esas aspiraciones y deseos
despiertan inquietud y remordimiento, y el individuo procura
combatir el impulso de realizarlos. El único premio que torna
soportable la vida a pesar de tales sacrificios es la satisfacción
derivada del reconocimiento, por la sociedad, del individuo que
alcanza el éxito tal como lo entiende ella. Tan intensa es la
necesidad de recibir apoyo constante de los propios congéneres, que
la mayoría de las personas parecen consagrar la principal parte de
sus vidas a consolidar sus máscaras. Sólo la repetición del éxito
puede estimular al individuo a persistir en la mascarada.
El éxito tiene que ser visible y supone un ascenso constante por
la escala socioeconómica. Si el individuo no logra ascender, no sólo
se tornarán difíciles sus condiciones de vida; además, él disminuirá
de valor ante sus propios ojos hasta el punto de poner en peligro su
salud mental y física. Apenas si se permitirá tomarse unas
vacaciones, aunque disponga de los medios materiales para ello. Las
acciones y el impulso que las origina —necesarios para mantener
una máscara exenta de fallas y grietas, so pena de revelarse tal como
él es— no se derivan de necesidad orgánica alguna. Como
consecuencia, la satisfacción que obtiene de esas acciones, por más
éxito que tengan, no es orgánica, no lo revitaliza; es una mera
gratificación superficial, externa.
Muy lentamente, con los años, ese hombre llega a convencerse
de que el reconocimiento de su éxito por la sociedad tiene que darle
contentamiento orgánico; más aún, se convence de que se lo da. Con
no poca frecuencia, tanto se adapta el individuo a su máscara, tan
completa es su identificación con ella, que ya no siente impulso
orgánico alguno, ni satisfacciones de esa especie. Tal vez a raíz de
ello descubra que en sus relaciones familiares y sexuales hay fallas
y trastornos, y que quizá siempre los hubo, pero siempre se los pasó
por alto en atención al éxito del individuo en la sociedad. Pues la
verdad es que, en comparación con la brillante existencia de la
máscara y con su valor social, la vida orgánica privada y la atención

15
de necesidades urgentes de poderosos impulsos orgánicos no tienen
casi importancia. La gran mayoría de las personas viven, detrás de
sus máscaras, vidas lo bastante activas y satisfactorias como para
que puedan sofocar, sin gran dolor, cualquier vacío que sientan al
detenerse y escuchar qué les dice el corazón.
En las ocupaciones que la sociedad considera importantes, nadie
triunfa hasta tal punto que le permita vivir una vida de máscara
satisfecha. Muchos de aquellos que, en su juventud, no acertaron a
labrarse una profesión u oficio que les brindara prestigio suficiente
para mantener sus máscaras en vida, afirman que son perezosos y no
tienen el carácter ni la perseverancia necesarios para aprender algo.
Intentan una cosa tras otra, van de empleo en empleo, y sin embargo
se consideran, invariablemente, aptos para cualquier cosa que se les
presente. Tal confianza en sus propias aptitudes les infunde
satisfacción orgánica suficiente para justificar cada tentativa nueva.
Pueden no tener menos dotes naturales que otros —tal vez tengan
más—, pero han adquirido hasta tal punto el hábito de descuidar sus
necesidades orgánicas, que ya no logran sentir interés genuino por
actividad alguna. Acaso tropiecen con algo en lo que se asienten
más que de costumbre e incluso alcancen cierta eficiencia. Pero, aun
en ese caso, será la suerte de haber encontrado ese empleo y, gracias
a él, una posición social, lo que les permitirá fundar un juicio sobre
su propio valor. Al mismo tiempo, el débil respeto que sienten por sí
mismos los lleva a buscar éxito en otras esferas, una de las cuales
bien puede ser la promiscuidad sexual. Ésta, paralela al constante
cambio de empleo, es activada por el mismo mecanismo, es decir, la
creencia en alguna dote propia y especial. Eleva su valor ante sus
propios ojos, y también proporciona por lo menos una satisfacción
orgánica parcial; bastante, en todo caso, para que valga la pena
intentarlo de nuevo.
La autoeducación —que, según vemos, no es del todo autónoma
— provoca aun otros conflictos estructurales y funcionales. Muchas
personas padecen de algún trastorno en la digestión, la eliminación,
la respiración o la estructura ósea. El alivio periódico de una de esas

16
disfunciones trae consigo otros mejoramientos y, por un tiempo, un
aumento de la vitalidad general. Este período será seguido, poco
menos que en cada caso, por un período de salud y ánimo
empobrecidos.
Resulta obvio que de los tres factores que determinan en general
la conducta del hombre, tan sólo la autoeducación está sujeta en
medida apreciable a la voluntad. La cuestión radica entonces en cuál
es realmente esa medida y, más en particular, en qué forma puede
uno ayudarse a sí mismo. Muchos optarán por consultar a un
especialista, y en los casos graves es la mejor solución. Empero,
muchos no lo consideran necesario, o no desean en modo alguno
hacerlo: en todo caso, dudan que el especialista pueda serles útil. En
definitiva, el único camino abierto a cada uno es ayudarse a sí
mismo.
Camino duro y complejo, está sin embargo entre las
posibilidades prácticas de toda persona que sienta necesidad de
cambiar y mejorar, mientras tenga presente que debe comprender
con claridad algunos puntos para que ese proceso —la adquisición
de un nuevo conjunto de respuestas— no le resulte demasiado
difícil.
Es preciso entender bien desde el principio que el proceso de
aprendizaje es irregular, consiste en pasos y no carece de altibajos.
Esto rige incluso para algo tan simple como aprender de memoria
un poema. Un día un hombre puede aprenderlo, y al día siguiente no
recordar nada. Pocos días después, sin haber vuelto a estudiarlo, tal
vez compruebe de pronto que lo sabe perfectamente. Incluso si deja
de pensar en ese poema durante meses, un breve repaso se lo
restituirá por completo. No debe desanimarnos, en consecuencia,
comprobar que en algún momento hemos retrocedido al punto
inicial; a medida que el aprendizaje continúa, esas regresiones se
tornarán más raras, y más fácil, en cambio, retornar al nuevo estado.
También es preciso comprender que a medida que se operan
cambios en la propia persona se descubren dificultades nuevas,
hasta entonces inadvertidas. La conciencia las rechazaba antes,

17
fuese por miedo o por dolor; sólo a medida que la confianza en uno
mismo se fortalece se torna posible reconocerlas.
Muchas personas efectúan tentativas esporádicas por mejorar y
corregirse, aunque a menudo no tengan clara conciencia de ello. La
persona media se contenta con sus actividades y piensa que no
necesita nada, salvo un poco de gimnasia para corregir unas pocas
deficiencias que ha notado. Todo lo dicho en esta introducción se
dirige, en rigor, a ese hombre medio a cuyo juicio nada de esto le
concierne.
A medida que cada uno trata de mejorarse, puede encontrar en sí
mismo varias etapas de desarrollo. Y a medida que progresa, los
recursos necesarios para corregirse más aún se tornan cada vez más
sutiles. En el presente libro he trazado con considerable detalle los
primeros pasos por ese camino, con el fin de que el lector llegue
más lejos aún por su propio impulso.

18
La autoimagen

Dinámica de la acción personal

Cada uno de nosotros habla, se mueve, piensa y siente de forma


distinta, de acuerdo, en cada caso, con la imagen de sí mismo que ha
construido con los años. Para modificar nuestra manera de actuar
debemos modificar la imagen de nosotros mismos que llevamos
dentro. Esto implica, desde luego, cambiar la dinámica de nuestras
reacciones, no el mero reemplazo de una acción por otra. Tal
proceso supone no sólo cambiar nuestra autoimagen, sino también
la índole de nuestras motivaciones, y movilizar además todas las
partes del cuerpo interesadas en ello.
Esos cambios determinan las notables diferencias en la forma en
que cada individuo ejecuta acciones similares, por ejemplo, escribir
a mano y pronunciar.

Los cuatro componentes de la acción

Nuestra autoimagen consiste en los cuatro componentes que


intervienen en toda acción: movimiento, sensación, sentimiento y
pensamiento. El aporte de cada uno de ellos a una acción particular
varía, tal como difieren las personas que la ejecutan, pero en
cualquier acción estará presente, en alguna medida, cada uno de los
componentes.

19
Para pensar, por ejemplo, una persona debe estar despierta, y
saber que está despierta y no soñando; o sea, debe sentir y discernir
cuál es su posición respecto del campo de gravedad. De ello se
deduce que en el pensar intervienen también el movimiento, la
sensación y el sentimiento.
Sentirse iracundo o feliz exige a un hombre adoptar cierta
postura, en alguna suerte de relación con otra persona y objeto. O
sea, también debe moverse, tener sensaciones y pensar.
Para tener una sensación —visual, auditiva, táctil— la persona
debe interesarse o sorprenderse por algún hecho que le concierne, o
tener conciencia de éste. Es decir, debe moverse, experimentar un
sentimiento y pensar.
Para moverse, debe emplear por lo menos uno de sus sentidos,
consciente o inconscientemente, lo que involucra además
sentimiento y pensamiento.
Cuando alguno de esos componentes de la acción disminuye
casi hasta el punto de desaparecer, la vida misma puede correr
peligro. Es dificil sobrevivir, aun por períodos breves, sin efectuar
movimiento alguno. Un ser privado de todos sus sentidos carece de
vida. Es el sentimiento lo que nos impulsa a vivir; sentirnos
sofocados nos fuerza a respirar. Sin siquiera un mínimo de
pensamiento reflejo, ni un escarabajo subsiste mucho tiempo.

Los cambios se tornan fijos como hábitos

En realidad, nuestra imagen nunca es estática. Cambia de una


acción a otra, pero tales cambios poco a poco se transforman en
hábitos; o sea, las acciones asumen un carácter fijo, invariable.
En la edad temprana, cuando la imagen va cobrando forma, su
ritmo de cambio es activo; rápidamente se adquieren formas de
acción nuevas, que tan sólo la víspera superaban la capacidad del
niño.

20
El niño empieza a ver, por ejemplo, pocas semanas después del
nacimiento; un buen día empieza a ponerse de pie, caminar y hablar.
Las experiencias del propio niño y su herencia biológica se
combinan lentamente, hasta crear una manera individual de pararse,
caminar, hablar, sentir, atender, así como de ejecutar todas las
restantes acciones que otorgan sustancia a la vida humana. Pero si
bien la vida de una persona, vista desde cierta distancia, parece muy
similar a la de cualquier otra, un examen más detenido revela que
son por completo distintas. En consecuencia, debemos emplear las
palabras y los conceptos de maneta tal que se apliquen más o menos
flexible o igualmente a todas.

Cómo se forma la autoimagen

Nos limitaremos, pues, a examinar en detalle la faceta motriz de la


autoimagen. Por estar el instinto, el sentimiento y el pensamiento
conectados con el movimiento, el papel que cumplen en la creación
de la autoimagen se revela por sí solo cuando consideramos el papel
que corresponde en ella al movimiento.
La estimulación de ciertas células de la corteza motriz del
cerebro activa un músculo particular. Hoy se sabe que la
correspondencia entre las células de la corteza y los músculos que
activan no es absoluta ni exclusiva. Sin embargo, podemos
considerar que existe base experimental suficiente para justificar la
suposición de que ciertas células específicas activan músculos
específicos por lo menos en sus movimientos básicos y elementales.

Acción individual y acción social

El recién nacido es incapaz de ejecutar prácticamente nada de lo que


hará como adulto en la sociedad, pero es capaz de hacer casi todo lo
que hace el adulto como individuo. Puede respirar, comer, digerir,

21
defecar, y su cuerpo es capaz de organizar todos los procesos
biológicos y fisiológicos, con excepción del acto sexual que, en el
adulto, puede considerarse un proceso social, pues se consuma entre
dos personas. En el comienzo, la actividad sexual permanece
confinada a la esfera individual. Ahora en general se acepta que la
sexualidad adulta se desarrolla a partir de la autosexualidad inicial.
Este enfoque permite explicar las insuficiencias en ese campo como
una falta de desarrollo individual hacia la sexualidad social plena.

Contacto con el mundo externo

El contacto del niño con el mundo exterior se establece


principalmente por medio de los labios y la boca; por medio de ellos
reconoce a su madre. Cuando utiliza las manos para tocar
desmañadamente y ayudar en la tarea de la boca y los labios, conoce
por el tacto lo que ya conoce con los labios y la boca. A partir de allí
progresará gradualmente hacia el descubrimiento de otras partes de
su cuerpo y sus relaciones mutuas, de donde resultarán sus primeras
nociones de distancia y volumen. El descubrimiento del tiempo
empieza por la coordinación de los procesos de respirar y tragar,
conectados ambos con los movimientos de los labios, la boca, el
maxilar inferior, las ventanas de la nariz y la zona circundante.

La autoimagen en la corteza motriz

Si marcáramos con color, en la superficie de la corteza motriz del


cerebro del niño de un mes, aquellas células que activan los
músculos sujetos a su creciente voluntad, obtendríamos una forma
semejante a la de su cuerpo, pero que sólo representaría las zonas de
acción voluntaria, no la configuración anatómica de las partes del
cuerpo. Veríamos, por ejemplo, que los labios y la boca ocupan el
sector más extenso de la superficie coloreada. Los músculos que

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trabajan contra la fuerza de gravedad —los que abren las
articulaciones y otorgan al cuerpo la postura erecta— no responden
aún al control voluntario; los músculos de la mano, a su vez, sólo
ahora empiezan a responder, por momentos, a la voluntad.
Obtendríamos una imagen funcional en que el cuerpo humano
estaría indicado por cuatro delgados trazos correspondientes a las
extremidades, unidos entre sí por otro trazo corto y fino,
correspondiente al tronco, y en que los labios y la boca ocuparían la
mayor parte de la imagen.

Cada función nueva modifica la imagen

Si coloreásemos las células que activan los músculos sujetos a


control voluntario de un niño que ya ha aprendido a caminar y
escribir, obtendríamos una imagen funcional no poco distinta. Los
labios y la boca ocuparían de nuevo la mayor parte del espacio, por
haberse agregado a la imagen anterior la función del habla, que
involucra la lengua, la boca y los labios. Pero además se notaría otro
gran parche de color, correspondiente al sector de células que
activan los pulgares. El área cubierta por las células que activan el
pulgar derecho sería notablemente más grande que la cubierta por
las que activan el izquierdo. El pulgar interviene en casi todos los
movimientos de la mano, la escritura en particular. La zona
correspondiente al pulgar sería más amplia que la representativa de
los restantes dedos.

La imagen muscular de la corteza motriz es única para


cada individuo

Si volviéramos a trazar esos bocetos cada pocos años, no sólo el


resultado sería cada vez distinto, sino que también variaría
característicamente de un individuo a otro. En un hombre que no

23
hubiese aprendido a escribir, las manchas de color representativas
de los pulgares seguirían siendo pequeñas, porque las células que
podrían haber incluido no fueron utilizadas. El área correspondiente
al dedo medio sería más amplia en una persona que hubiese
aprendido a tocar un instrumento musical que en otra que no lo
hubiera aprendido. Las personas que conocieran varios idiomas, o
los cantantes, presentarían áreas más amplias de células que activan
los músculos que controlan la respiración, la lengua, la boca, y
demás.

Sólo la imagen muscular ha sido comprobada por observación

En el curso de mucha experimentación, los fisiólogos han


establecido que, por lo menos en lo que concierne a los
movimientos básicos, las células que intervienen en ellos se
conectan en la corteza motriz del cerebro de manera tal que
configuran una forma parecida a la del cuerpo humano, a la que
dieron el nombre de homúnculo. El concepto de «autoimagen»
tiene, pues, una base válida, por lo menos en lo que se refiere a los
movimientos básicos. No hay prueba experimental similar en
relación con la sensación, el sentimiento o el pensamiento.

Nuestra autoimagen es más pequeña que nuestra capacidad


potencial

Nuestra autoimagen es por necesidad más pequeña de lo que podría


ser, pues sólo la constituye el grupo de células que hemos utilizado
efectivamente. Por añadidura, tal vez más importantes que su
número material sean los varios patrones y combinaciones de
células. Un hombre que ha llegado a dominar varios idiomas
utilizará mayor número de células, así como de combinaciones de
ellas. En las comunidades minoritarias del mundo entero, la mayoría

24
de los niños conocen por lo menos dos idiomas; su autoimagen está
un poco más cerca del máximo potencial que la de las gentes que
sólo conocen su lengua materna.
Lo mismo puede decirse de la mayor parte de las restantes
esferas de actividad. En general, nuestra autoimagen es más limitada
y pequeña que nuestro potencial. Existen individuos que saben de
30 a 70 idiomas. Ello indica que la autoimagen media sólo ocupa
alrededor del 5 % de su potencial. La observación y el trato
sistemático de varios miles de individuos, originarios de la mayoría
de las naciones y las civilizaciones, me han convencido de que la
fracción que empleamos de todo nuestro potencial oculto llega
aproximadamente a dicha cifra.

Alcanzar objetivos inmediatos tiene un aspecto negativo

El aspecto negativo de aprender a alcanzar objetivos reside en que


tendemos a poner fin al aprendizaje cuando hemos adquirido
conocimientos suficientes para lograr nuestra meta inmediata. Por
ejemplo, mejoramos nuestra dicción hasta que podemos hacernos
entender. Pero toda persona que desea hablar con la claridad de un
actor descubre que debe estudiar dicción durante varios años para
aproximarse siquiera a todo lo que podría dar en ese sentido. Por un
intrincado proceso de limitar sus aptitudes, el hombre se acostumbra
a bastarse con el 5% de su potencial, sin comprender que su
desarrollo se ha atrofiado. Lo complejo de la situación resulta de la
independencia —inherente a ambos términos de la relación— entre
el crecimiento y el avance del individuo, y la cultura y la economía
de la sociedad en que vive.

25
La educación está subordinada, en gran medida, a
las circunstancias

Nadie sabe qué propósito persigue la vida, y la educación que cada


generación trasmite a la siguiente se limita a perpetuar los hábitos
mentales de la primera. Desde el comienzo de la humanidad, la vida
ha sido una lucha áspera; la naturaleza no tiene contemplaciones
con las criaturas que carecen de conciencia. Es imposible ignorar las
grandes dificultades sociales creadas por la existencia de los muchos
millones de seres humanos que la Tierra alberga desde los últimos
siglos. En tales condiciones de tirantez, la educación se mejora sólo
en la medida de lo necesario y lo posible para que una generación
nueva reemplace a la anterior bajo condiciones más o menos
similares.

Un desarrollo mínimo del individuo basta para las necesidades de la


sociedad

La tendencia biológica básica de todo organismo a crecer y


prosperar en la mayor medida posible ha sido considerablemente
gobernada por revoluciones sociales y económicas, que al mejorar
las condiciones de vida de la mayoría permitieron que mayor
número de personas alcanzaran cierto mínimo de prosperidad. En
esas condiciones, el desarrollo potencial básico cesó en etapa
temprana de la adolescencia, porque las exigencias sociales
permitieron a los miembros de la generación joven ser aceptados, en
escala mínima, como individuos útiles. En rigor, más allá de los
primeros años de la adolescencia la capacitación se limita a la
adquisición de conocimientos prácticos y profesionales en algún
campo, y el perfeccionamiento fundamental continúa por azar y en
casos excepcionales. Sólo una persona fuera de lo común persiste en
mejorar su autoimagen hasta que se aproxima bastante a la aptitud
potencial inherente a cada individuo.

26
El círculo vicioso del desarrollo incompleto y la satisfacción de
realizarse

A la luz de lo dicho, resulta evidente que la mayoría de las personas


sólo alcanzan a utilizar poco más que una fracción diminuta de su
capacidad potencial; la minoría que aventaja a la mayoría no lo hace
porque posea un potencial superior, sino porque aprende a utilizar
una proporción mayor de su potencial, que bien puede no superar el
término medio, habida cuenta, desde luego, de que no hay dos
personas que tengan la misma capacidad natural.
¿Cómo se crea un círculo vicioso tal que, a la vez, atrofia las
facultades del hombre y sin embargo le permite sentirse
razonablemente satisfecho con aquello a lo cual él mismo se ha
limitado, o sea, con una escasa proporción de sus aptitudes? La
situación es curiosa.

Los procesos fisiológicos que obstaculizan el desarrollo

En los primeros años de su vida, el hombre se parece a cualquier


otro ser vivo: pone en acción todas sus distintas facultades y utiliza
toda función que se encuentre suficientemente desarrollada. Como
todas las células vivas, las de su cuerpo procuran crecer y cumplir
sus funciones específicas. Esto se aplica también a las células del
sistema nervioso; cada una vive, como célula, su propia vida,
mientras participa en la función orgánica para la cual existe. Sin
embargo, como parte del organismo total, muchas células
permanecen inactivas. Ello puede deberse a dos procesos distintos.
En virtud de uno de ellos, el organismo puede estar ocupado en
acciones que exigen inhibir ciertas células y activar otras. Si el
organismo se consagra más o menos continuamente a esas acciones,
cierto número de células permanecerá en estado casi constante de
inhibición.

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En el otro caso, puede que algunas funciones potenciales nunca
maduren. Tal vez el organismo no necesite ejercerlas, sea porque no
le resultan valiosas como tales, o porque sus propios impulsos lo
llevan por un camino distinto. Ambos procesos son comunes. Y la
verdad es que las condiciones sociales permiten que un organismo
funcione como útil miembro de la sociedad sin que en modo alguno
desarrolle sus aptitudes hasta el punto máximo.

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