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El Odioso

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1

El odioso

Victor M. Niño
2

«Hubiera sido satisfactorio verte morir»


3

Derechos

El odioso©
Registro Autor Colombia.
Bucaramanga (Colombia) 2016
Primera edición de autor
Víctor Manuel Niño Rangel (1961)
Portada y diseño de portada Amazon
4

Índice

Índice 5
Dedicatoria 8
Enamorado 9
Sentencia de muerte 12
Mi juego 14
Mi certidumbre 15
Agnósticos 16
Remordimiento 17
La ciudad 19
Enemigos ocultos 20
La pedrada 21
El sida 22
La hermana de la Chica 23
Los sucesos en el plan 24
La hermana de la Chica 25
Seducción 26
Disoluto 27
Motel de a píe 28
Los libros 30
Chupadora 31
Chivo expiatorio 32
III Enferma 33
El crimen 36
Anagnórisis 40
Venganza 42
Pelagatos 43
La celada 44
Reconocimiento 45
Cartilla 47
5

El atentado 50
Epílogo 53
6
7

Dedicatoria

«A mi esposa que siempre me ha apoyado en este vuelo de Icaro»


8

Enamorado

Hubiera sido satisfactorio verte morir; así se podría traducir el sentimiento más secreto
de Claudel. O no tan secreto, pues su personalidad era como la había
ilustrado un casual amigo: ¡Con todo respeto, te ofendo!. Y ese día no perdió
oportunidad para hacerlo, aprovechó una ronda de licores en la que nos encontramos
con una chica, y en la que entre los dos hubo un despliegue de machismo: me derrotó
al exhibir su enorme pene cavernoso, y la mujer al pedirme a mi que saliera del cuarto
pues no quería que yo viera como la acomodaban.
Al cabo de una hora salieron y él me dijo que ella había extrañado como yo la había
hecho gemir antes que él. A decir verdad me aguantaba su personalidad prepotente
pues no era del todo consciente que la mía se definía en no reconocer que era
vulnerable al maltrato, y fingir que no era del todo susceptible al matoneo.
9

Al parecer, mi amigo no sabía que tenía una doble vida, que pretendía tener un mellizo
(pastel que sólo me yo me comía). Así estuve visitando ( o mi hermano estuvo
visitando) a un psicólogo de la corriente analista, pues sabiendo del odio que le asistía
a Claudel, debía hacerme consciente sus deseos criminales hacia mi persona. Veto es
mi nombre de pila y pretendía que mi mellizo se llamara Vito.
Mi doble era espontáneo, extravagante y alcohólico y eso lo odiaba mi amigo. Se había
enamorado de la chica lo que significaba mostrar su talón de Aquiles en su vida de
perfección socialista ¿Enamorado de una mujer que vende barato su cuerpo? No podía
explicármelo. De un momento a otro en mi vida repudié comprar placer. Ahora el entre
cejo de Claudel estaba puesto en el precedente que yo había hecho gemir a esa chica
a pesar de su enorme pene; evidencia que me produjo desde mi orgullo de hombre una
pretendida humillación que se tradujo en una pataleta que me la calmó un pajazo y una
embriaguez escuchando boleros y salsa con una de mis feas amantes.
10

A esta hora mi mellizo Vito estará como siempre, tratando de aumentar su numero de
amantes. Claudel odiaba a los cantinflescos o los que usaban moda «gayumba», los
que dejar ver los calzoncillos. El psicólogo mío era gayumba… Y el todavía no había
encontrado mi talón de Aquiles, o si, sabía que podría si quería intrigar con su nueva
mujer; pero lo mío era la seducción; lo que corre es el año 1995 en curso. Y Claudel
enamorado de una masajista. Puedo imaginar como llegó esa niña a eso: el novio de
su colegio la dejó (hasta con un bebé) y ella cayó en el empleo más fácil; los que
ofrecen por el periódico como masajista con altos ingresos; pero lo último era ficción.
Claudel me había citado para ir a la biblioteca, pero a mi se me había ocurrido recurrir a
mi mellizo Vito para tratar d contactar a la chica.

Que mala suerte que el día de la independencia haya caído hoy (Un jueves), le había
dicho a mi amigo No se le olvide que la nueva presidencia de esta Ínsula de Barataria
empieza dentro de pocos días; hablamos luego.
11

Sentencia de muerte

El psicólogo me llamó; observé que el círculo número siete del disco del teléfono
estaba roto, lo que no me hizo reír, sino conjeturar que alguna mujer celosa lo había
hecho. Doctor, estoy cumpliendo un viejo sueño al estar con usted, o mejor, estoy
cumpliéndole un viejo sueño a Veto. Soy Vito, Vito Camelas; él siempre quiso tratarse
con un psicoanalista, que en nuestra ciudad son casi inexistentes aun faltando pocos
años para el fin de este consciente siglo XX.
Mientras tanto mis fantasías paranoicas corrían haciéndome pasar como un vengador
justiciero y de saltaban a fantasías eróticas haciendo rabiar a Claudel.
La primera vez que Veto supo de usted fue por un suceso que apareció en el periódico
local; enfatizo que usted es el único psicoanalista que existe en esta ciudad… ¡Ah siii...!
-Dijo el psicoanalista– Al parecer soy el único... Siiii... Lo deeel suceeeso...
Desafortunadameeeente... ¡En el parqueadero de este edificio una paciente mía
decidió acelerar en lugar de disminuir la marcha de su automóvil...!
Bueno Doctor, lo cierto es que Vito lo rastreó hasta su consultorio y vio la réplica de la
pintura de Paul Cezane que cuelga en la pared frente a usted...-¡Ah... Sí..! La hizo un
paciente que estudió en Londres, se titula en español “el asesinato”; es idéntica a la
original, o eso creo...
Bueno doctor, él no lo quiere consultar a usted a causa de la pintura de Cezane, pero
yo si quiero que sea por causa de esa pintura: ¡ Estoy seguro que a Vito lo quieren...!
Luego se lo dije despacio y tímidamente... -¡Lo quieren matar...!-
El consultorio del psicoanalista olía un poco a eucalipto, otro poco a ropa guar- dada.
Sobre todo a un “olor litúrgico” de hierbas; no era que el consultorio tuvie- ra vasos con
hierbas; ese olor se debía a unas bolitas de naftalina que el médico había puesto entre
los libros de un estante. ¿Y quien lo quiere matar? Me preguntó con expectación. Vito
tenía un amigo asiduo llamado Claudel -Le contesté-.
12

No sé si Claudel había descubierto mi doble vida y lo habría revelado a todos sus


allegados y amigos míos, diciendo que se hacía pasar en otro barrio por un obrero
metalúrgico de nombre Vito.
Esa noche me volví a costar con la chica y cuando salía de la pieza llegó Claudel
hecho un energúmeno y le propinó una paliza; me había estado siguiendo. Me le
enfrenté y no fue capaz de pegarme a pesar de su corpulencia.
13

Mi juego

Nunca pensé que eso era un juego, pero el psicoanalista me lo hizo ver; me pagó con
un cheque falso, desgraciado, te voy demandar penalmente y unos meses a la cárcel.
A mi no me gustaba jugar a ser Vito; pero no podía mostrar esa faceta de mi
personalidad en sociedad según él, cuando descubrió que Claudel también le gustaba
crear fábulas para hacer ver los defectos de la gente de una forma elegante… -Bueno
doctor lo que quiero decirle es que Vito se apega de las personas que lo maltratan-

Claudel además era paranoico, pues no pasaba un día sin que me contara que menudo
lo miran en la calle de reojo o con el rabillo extremo del ojo, y que también se
encontraba con un tipo que lo amenazaba con un fajo de lápices afilados. Pero no se lo
refiero al psicoanalista a pesar de que me había dicho que le dijera todo lo que se me
ocurriera en ese momento.
14

Mi certidumbre

Por ser mi idéntico, presiento a veces las fuertes emociones de Vito; sobre todo cuando
va en busca de... ¡! Mi hermano mellizo me había narrado que Claudel creía que la
culpa de los problemas sociales la tenía la indiferencia de la gente. Se empezó a
obsesionar conmigo, pues siempre le refutaba que darle la culpa a la gente en general
de los problemas sociales, es seguirle el juego al sistema, y es fascista.
Mientras le hablo al psicoanalista estoy imaginando una de tantas veces que Vito le
daba manuscritos literarios a Claudel y este en su presencia, mientras lo miraba con el
rabillo del ojo, analizaba la horrible caligrafía de Vito junto con su novia; ahí empezó
Vito a ser consciente de su fastidio hacia Claudel y él de su deseo de desaparecerlo.
Tampoco refiero esta reflexión al sacerdote de los racionalistas.
15

Agnósticos

Vito y Claudel ateos; a sociales y oportunistas; pero el último quería posar socialmente
como persona íntegra.

A pesar de todo, día tras día, año tras año, Vito seguía de hermanito gemelo de
Claudel, asistiendo a la biblioteca local. Claudel seguía diciéndole a las otras amistades
de Vito, que no existía un tal hermano idéntico que fuera obrero me- talúrgico...
Analicen a ambos -Decía- no es posible que un obrero metalúrgico tenga tanta facilidad
de palabra. Luego otros amigos entraban en la duda -Llevamos tratando a Veto tantos
años y no conocemos a su familia-.
Yo seguí viendo a la chica y Claudel también. Ya no trabajaba tan asiduamente en la
sala de masajes y Claudel le propinaba frecuentes palizas. Le dije a Vito que me
ayudara a no volver pero me había envuelto una indignación que me hacía frecuentarla
aunque terminara la reunión en una degustación tormentosa a mi pene; no dejaba de
pensar como tomaría el enorme pene de Claudel.
La chica dijo, yo también en mi vida estoy ausente de Dios.
16

Remordimiento

Lo que puedo ver es que el psicoanálisis es para ti, no para Vito, me había dicho en
vísperas de descubrir el cheque chimbo. Dejé de recordar en voz alta, luego él evalúo
detalladamente el caso haciendo énfasis en que debería narrarle algunos sueños, ojalá
de esos que estuvieran casi en el olvido. Le narré un sin número de sueño lo que hizo
que se durmiera. Yo no soy capaz ni de pensar que mataré una mosca sin que pase
días enteros con remordimiento.
Y como cree que Vito buscará a alguien que le propine una paliza a Claudel y que
hasta se le vaya la mano.
Al rato me fui sin decir nada; dejé al psicoanalista con la palabra en la boca; ya era
consciente del plan majadero, por decirlo así, de Claudel para eliminarme. Pensé en lo
que Vito había percibido cierta vez y que me comunicó puntualmente... Pasando las
cebras de una vía rápida, al llegar al andén o vereda, y al pasar el semáforo a verde...
Claudel no había acabado de poner el pie en el andén, cuando se dio cuenta que la
marcha de Veto iba al compás de la suya, como le había acostumbrado; frenó para
hacer que el siguiera por reflejo hacia la arrancada de los vehículos, pero él no llevaba
su marcha como creía ver y se conformó con ver de reojo la avispa de Veto volar.
17

Cuando me dijo el día y la hora exacta de ese suceso, quedé impresionado. Ocupado
con la pulidora (¿no he dicho que soy un obrero metalúrgico?) sentí a esa hora un
vacío, un vértigo como si ( yo que padezco de vértigo) hubiera estado mirando desde el
balcón de un piso veinte... Luego a punto de caer, tuviera conciencia del segundo
exacto de la caída ¿Efecto de nuestros corazones idénticos? Así supe claramente que
a Veto lo quería matar como mataría alguien que no quiere tener consciencia de ser un
asesino.
Y la muerte se hubiera producido rápido pues el tráfico de esta ciudad está loco y se
pasan los semáforos recién cambiados a rojo.
18

La ciudad

Esta ciudad había crecido de la nada por la unión de sus pueblos cercanos y por estar
entre la costa y la capital del país. En un tiempo no era sino levantar la mano y las
mujeres llegaban fácilmente; con el crecimiento de la ciudad la desconfianza fue
creciendo y ya no se abordaba tan fácil. Me dediqué hacerle una encuesta a las
mujeres que yo tenía y que me doblaban la edad, sobre el tamaño del pene. Mire ese
edificio de 35 pisos que están construyendo; está ciudad ya no volverá a hacer la
misma. Le narré el tamaño del pene de Claudel y vi que sus ojos se dilataron, pero me
soltó un «Extraño a Vito» lo que me halagó un poco. Al rato sentí que el mundo me
daba vueltas y caí en un charco de sangre. Alguien me había dado una pedrada
mientras atravesaba un parque con el pájaro afuera.
19

Enemigos ocultos

No se podría decir que Caludel era un enemigo oculto, él era un enemigo decla- rado
siendo amigo de él. Pero el verdadero enemigo oculto de Vito era la Chica. Lo culpaba
de las continuas palizas que le daba Claudel. Pensé en eso; a mi amigo le gustaba
irritar a los que se le acercaban a Vito ¿Un amigo posesivo pensé? Pero recordé que la
Chica alguna vez había criticado a un conocido mío en mi presencia lo que me acarreó
la enemistad de este; y alguna vez que averiguó el lugar de mi residencia compró al
portero para que me agrediera.
Vito había recordado la charla con el psicólogo; que su amigo Claudel, una mañana
cualquiera, dobló el brazo sosteniéndolo con la otra mano en una clara señal fálica, al
ver que la Chica le dio una fruta estando él presente. En ese momento Vito no sabía
que al no darle fruta a Claudel lo irritaría pues su autoestima lindaba con el concepto
de respeto. Con ese movimiento obsceno, Claudel mostró una falta de respeto hecha
en su contra; la palabra respeto era para él un culto.
Vito nunca había visto a Claudel llevarse una fruta a la boca, o comer en un momento
dado algún manjar a la vista. Sumando después, hubiera recordado el gesto de él ante
la fruta; le parecía curioso que sus constantes alimentos fueran el arroz y una bebida al
limón. La novia de presentar de Claudel sonreía pocas veces (No se podría imaginarla
en su compañía comiéndose un helado); siempre en su puesto de secretaría de oficina
sindical. Luego se trasladaba a su casa, donde llegaba Claudel cada noche. Su cabello
largo caía sobre su espalda, sobre sus veinte años de trabajo continuo. Claudel era un
socialista a carta cabal: disciplinado, austero, hipócrita; había hecho de la ignorancia
sabiduría.
20

La pedrada

Después de la escalabrada y los cinco puntos en la cabeza quedé preocupado. Esa


tarde la chica me lo mamó y se fue rápido. Claudel sabía la especialidad que le
asignado a su «mosa». Su persecución sistemática para con Vito había iniciado y no
acabaría hasta exasperarlo, hasta que cometiera un error que le costara la vida. Los
motivos del odio de mi amigo eran inexplicables; lo único que se le ocurría a Vito, que
ese odio lo podría haber motivado su desenfado, su candor o su irreverencia contra
todo respeto.
21

El sida

De todas las mujeres de Vito dejaría una y a la Chica, pero se le dificultaba


abandonarlas pues estaba apegado, enamorado u obsesionado, o como se llame. La
fidelidad no era fuerte, pero tenía que jurar compromiso por interés, y además con la
epidemia de Sida la cosa empeoraba en el sentido del asco de las mujeres dignas.
Jamás había pensado que a Claudel le gustara pagar por placer, y menos que se fuera
a enamorar de la Chica que según informes de Vito seguía frecuentando clientes de
todo tipo, y que por su hermosura no le era tan difícil.
Empezaba la noche del jueves; un momento antes de pisar el andén de la prime- ra
casa que iniciaba el barrio, pasando un parque, bajó la mirada ante el ondear de las
banderas que llenaban las astas colgadas de las fachadas de las vivien- das y se
encerró en su casa... ¡Otro día de la independencia! –Pensé-.
Vito se acostó fastidiado por la música de un radio que sonaba a todo volumen en la
casa vecina... Trató de escuchar la canción para digerir su rabia: «Encontraron a Don
Goyo, estaba muerto en el arroyo, amarrado con majagua, lo encontraron muerto en el
agua... Que lo mataron por celos, eso fue lo que dijeron, eso fue lo que o í...Yo no
estaba en el arroyo cuando mataron a Don Goyo ¡Yo no estaba ahí!…»
Vito se acordó de esa canción en lo profundo de su infancia, pero cerró simple- mente
los ojos y el resto de la noche los mantuvo abiertos, sufriendo también por la
humillación que le había causado Claudel empezando la mañana cuando encontró a la
Chica en plena faena con su amigo; y después le recordó lo mediocre que era:
«poetastro» le había dicho.
22

II

La hermana de la Chica

Soy Vito, Vito Cámelas; llevo tres día con dolores de cabeza y ayer encontraron a la
Chica en un basurero inconsciente; está en estado de coma en el Hospital de caridad
de la ciudad. Tiene una hermana idéntica a ella y que estudia en la universidad estatal;
le había dicho a Claudel que ella frecuentaba las ollas buscando alucinógenos.
Claudel se enamoró de ella, lo vi en sus ojos. Su piel blanca y bronceada; sus nalgas
poderosas hicieron delirar a Claudel. Yo la invité aun café y terminamos los tres en una
cafetería comiendo empanada y gaseosa.
Claudel con su eterna seriedad amargada no dejaba de fastidiar; la hermana d ella
Chica tenía enrojecido los ojos de tanto llorar y la noticia se la daría a su madre el fin
de semana.
Pasaron unos días, después del día de la independencia sin un libro en la mano, como
una mujer que ya no lleva su bolso ( Claudel cuando me veía con el libro también le
daba por cargar uno, pero balanceándolo en su mano izquierda; era zurdo).
23

Los sucesos en el plan

Esa tarde en la cafetería quise decirle a la hermana de la Chica que Claudel la había
golpeado varías veces.Yo le había comentado a Vito el trauma, podría decirse, que me
había causado Claudel, días atrás, cuando al terminar de compartir una botella de
aguardiente sugirió que compartiéramos ala Chica que era conforme a nuestro
presupuesto. Tamaña sorpresa me llevé cuando él se desnudó; tenía un pene que
superaba el mío unas tres veces; a Vito se le habían dilatado sus ojos y no dejaba de
acariciarse su cabeza calva.
Te estoy contando estos sucesos, pues yo soy una persona transparente (así me lo
decía en tercera persona) y espontánea, además simpatizo enseguida con todos y no
mido mis palabras.Según Vito, Claudel tiene planeada mi muerte y le parecía
sospechoso que yo me reuniera seguido con él sabiéndolo: ¿tu quieres entregarte a
Claudel en sacrificio? En el fondo una voluntad ajena a mi me pedía ser un chivo
expiatorio de quien sabe que cosa. Hoy es sábado, antes de salir de casa Vito veía un
programa de televisión; en mi cabeza rondaba la hermana de la Chica que estaría en
una edad cercana a los veinticinco años. Me gustan las mujeres de poco kilometraje
me había dicho Caludel, haciendo contraste por mi gusto por las cincuentonas. En el
encuentro ella había bailado conmigo esa canción que recorría mi vida entera, bajo la
mirada burlona de Claudel...
«Encontraron a Don Goyo muertecito en el arroyo…»
y que inesperadamente se volvía a poner de moda. Ella sonreía como loca y daba la
impresión de parecerle normal el cacho de Claudel (lo que más me mo- lestó); me
parecía una de esas mujeres que no consumían alucinógenos y fin- jían ser
desvergonzadas para agradar a los clientes. Pero cuando la vi comerse con toda la
gana el aparato de mi amigo, mi idea de ella cambió.
24

La hermana de la Chica

Encontré a Claudel acostado con la hermana de la Chica y eso me llenó de ira. Crucé
la calle esperando encontrar a Vito; el raudo rodar de una motocicleta me volcó en la
cabeza la horrible canción que nunca reconocí que fuera horrible y que no me dejó
dormir esa noche de independencia nacional:
“Encontraron a Don Goyo, estaba muerto en el arroyo, amarrado con majagua, lo
encontraron muerto en el agua... Que lo mataron por celos, eso fue lo que me dijeron,
eso fue lo que oí...Yo no estaba en el arroyo cuando mataron a Don Goyo ¡Yo no
estaba ahí!...”

Según Vito, debía llevarme a un determinado sitio donde Caludel estaría listo para
darme el golpe. Pero dudo mucho de la hipótesis de mi hermano pues la esencia de
Claudel estaba en la cobardía, o mejor, un tipo que le parecía que así eran las cosas, y
que todo estaba y se encaminaba bien. Caludel era un tipo hipócrita.
25

Seducción

Ya estaba demasiado desesperado para seducir a la hermana de la Chica; ignoraba


como había hecho Claudel para llegar tan rápido al sexo con ella. Tenía flatulencias
pues había llenado de frijoles al almuerzo; le pregunté a ella que si su hermana se
haba recuperado, me dijo que lo estaban esperando para que dijera que la había
pasado; tenía signos de tortura. Cobre un tremenda erección al verla, me tocó
despedirme rápido e irme a buscar a una de mis mujeres que mejor me lo mamara.
por la tarde en la cas llegó una patrulla y me llevaron a contravenciones, me sorprendí
al ver al psicoanalista allí; exigía el pronto pago de un millón de pesos por consultas y
secretos que guardar.
Lo increpé y lo maldije delante de la policía; me puso cara de huevón.
26

Disoluto

Yo era un disoluto, en palabras de Claudel, y mi tendencia política era ambigua. Pero


también soy un hipócrita; sobre todo un energúmeno. Así que Claudel podría planear
un atentado contra mí. Si pensara que estuviera planeando matarme, me mataría con
una estrategia psicológica (con tal que no empañara su idea de si mismo). Cuando vi a
Claudel que venía hacia mí, coincidió que al pasar por una taberna, el televisor colgado
en la pared mostraba el reloj que el nuevo presidente del país le había regalado en
plena campaña al Jefe Guerrillero apodado Tiro Fijo (regalo simbólico) Entramos a la
taberna y pedimos empanada y café con leche (A Caludel no le gustaba beber cerveza
y las tabernas también funcionaban como cafeterías y loncherías). Le sonó el «beeper
»y salió hacia una cabina telefónica en la calle.
Me dijo que la hermana de la Chica necesitaba verlo.
Dos días después vi a la hermana de la Chica con un ojo morado y terminamos
acostados y yo imponiéndole mis gustos.
27

Motel de a píe

Cuando salí de la «residencia» donde había metido a la hermana de la Chica, me dirigí


a donde le psicoanalista y le di dos patadas para su sorpresa. Me miró con ojos de loco
y llamó a la policía. Salí corriendo.
Mi hermano idéntico Vito, obrero metalúrgico, me había dicho que el único psi-
coanalista titulado de esta ciudad (el diploma estaba firmado en Argentina seg ún pudo
ver entre otros diplomas) quería verme para conciliar. Mejor entro a un negocio a
beberme una cerveza. Pensaba en Caludel y en el día que planeó mostrarme su
enorme pene para humillarme; me agacho y veo el título del libro reflejado por el espejo
donde el mesero puede ver los clientes, veo mi barba reflejada, lo que me hace pensar,
no sé por qué, en la canción de mataron a Don Goyo que nunca me gustó y que no
recuerdo el por qué traté de interpretarla tan torpemente en la escuela primaria y que
ahora que estaba de moda nuevamente me exasperaba. Desde el espejo volví a leer el
título del libro: “Recordando con ira”. Yo era un iracundo, pero Claudel me quería matar
porque sobre todo era un lascivo que nunca quería estar amaba con prostitutas, y que
la Chica fue la excepción a la regla a pesar del pavor al Sida, y del que Claudel decía
que sólo era peligroso para el que les gustaba por detrás. Me quería matar porque le
había mancillado a la Chica con unos gemidos que ni él se los había sacado con su
enorme pene, y frente a mis narices la había tratado como a una perra, mientras
repetía, variándolo, un texto de Baudelaire:
“Linda perrita mía, buena perrita, chuch querida, acércate y ven a respirar un ex-
celente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad...”
La chica jamás hubiera descubierto como terminaba el texto de Baudelaire. Tenía en su
cara la viva marca de un golpe, que traté de ignorar.
28

Luego llegué a casa y traté de leer “Recordando con ira” o cogía mi nuevo lapi- cero de
tinta negra Paper Mate, que tenía la ventaja de que al llevarlo en el bol- sillo de la
camisa no goteaba ni un poco de su negra sangre. Me imaginaba a Claudel, que de
azules pasaban sus ojos a verdes cuando sentía odio, cuando se daba cuenta que
había regalado un libro de los libros que él me había visto acumular o conseguíamos
entre los dos. Nunca le dije que mi biblioteca era la biblioteca pública de la ciudad y
podía escupir sobre los lomos de los libros que eran míos.
29

Los libros

Caludel también me odiaba por mi irreverencia ante los libros y ante la supuesta
sabiduría de él. Alguna vez me había mostrado más de mil libros acumulados en una
caja de cartón. Luego me ganaba mi angustia que hacía que mirara hacia el techo,
acostado en mi catre, o mirando detenidamente el reloj de pared, hasta que me
presentía asechan y me iba con la idea de que Vito tuviera un lindo programa; en caso
contrario me volcaba hacia mí mismo hasta tres veces hasta dormirme. Otro rato
elevado frente a la lluvia blanca y negra que fluía de la pantalla del televisor, pensando
que en ese momento podría estar alguien averiguando mi número de teléfono in
existente. Luego sintonizaba la perorata del noticiero radial que insistía en el reloj que
el presidente Andrés le había rega- lado a Tiro fijo, y luego anunciaba que un Juez
Español había ordenado la cap- tura del Argentino Videla. Cuando sintonices la radio,
sintoniza una emisora de- portiva -Me decía insistentemente Claudel- Así descansas la
mente. Si no me sentía como un perro, me sentía como Gregorio Samsa, pero
sabiendo clara- mente que yo nunca había sido un asalariado.
30

Chupadora

Ahora Claudeel y yo teníamos la hermana de la Chica; otra tarde Claudel la encontró


chupando como un bebé mi pene y se enfureció.
Nunca más la volvería a ver.
Al llegar a la casa el jueves en la noche, no había mirado a la cara a mi madre ( como
solía hacerlo últimamente), venía viendo los colores de las ondeantes banderas; sólo le
comuniqué a Vito que al acercármele a una chica para decirle un piropo me miró con
un profundo desprecio, y eso me había venido pasando, convirtiéndose en mi pesadilla.
Me fui para donde la hermana de la Chica y allí estaba Claudel encarándola; cuando
me vio se me vino encima y no supe más. Desperté en un hospital con un fuerte dolor
de cabeza. Pensé que si Claudel quería matarme debía desaparecer de su vista; atrás
quedaría un pantalón que quise comprar aconsejado por Vito, pero el dinero lo había
destinado para montar una fábrica de pasa bocas con Claudel, quien había pensado
primero en diseñar un detector de bolsillo para billetes falsos; esa tarde cuando llegó
con una cacerola nueva, yo le mostré una cacerola ( era mi aporte) que estaba muy
usada. No sé por qué reí tanto que Claudel dio media vuelta y se marchó. Luego me
encontré con Vito y lo acompañé caminando hasta su casa.
31

Chivo expiatorio

Se me ocurrió bajo consentimiento de Vito, que él fuera el chivo expiatorio con Claudel.
Me invitó a almorzar, su madre me sirvió a mí antes que a él; su hermana, que se
acercaba al medio siglo de vida, había fruncido el ceño un poco, sonreía luego. Yo
pensaba, que al igual que Claudel que me aventajaba en edad Vito era socialista. Ese
día grité a Caludel después de que salimos de su casa, en respuesta a un grito suyo.
Quedó mudo, mirándome desorientado.
32

III

Enferma

Vito me dijo que la hermana de la Chica estaba enferma, que sospechaba tuviera sida.
Ella sin vergüenza le había confesado que Claudel le daba por detrás; que además le
descubrió que Claudel le había dicho que era hora de arreglar cuentas conmigo; sabía
que estaría irritado hasta el punto que no sería capaz de sostener un libro en sus
manos ¿Si sintiera el peso de esta pulidora de metal...? ¡Quizá podría fijar su mirada en
el rectángulo de letras sin traumas!
Vito, estoy seguro, quiso lanzarle un golpe a la chica; a ella que jamás había
amenazado, y que jamás volvería a amenazar; reflexionaría que estaría en peligro de
tener sida, pero sólo era una conjetura.
33

26

Lo que Vito no sabía es que la chica había despertado. Curiosamente Claudel estaba
desparecido hacía más de tres días. Recordé el golpe que me había dado Claudel: si
mi cabeza no hubiera rebotado en el piso embaldosado de una sala, me hubiera
matado al chocar mi cráneo contra la pared. La mano de Claudel se fracturó y tuvieron
que ponerle ganchos. Pensé en demandarlo penalmente por lesiones personales, que
era la única demanda que prosperaba en este país; pero lo pensé dos veces; le dije a
Vito que mejor esperáramos; a que dijo él, a que te mate.
34

27

Claudel me odiaba porque el cuento de Vito era un insulto para su inteligencia. Cuando
me vio tenía conciencia de que yo era un mentiroso por eso me odiaba más; también
por mi bluyín; él nunca usaría uno ¿acaso Claudel ignoraba que yo sabía del golpe que
él también le había dado a la bella Chica?
35

El crimen

He sentido remordimiento o un sentimiento de vergüenza. A Vito lo vi el jueves antes


de que regresara a casa y no le dije nada. Supuestamente hoy era el d ía del crimen en
contra suya. Estaría en casa con su libro Recordando con ira, que yo le había regalado
meses atrás pensando en sus repentinos ataque de ira. Claudel alguna vez me invitó a
que lo acompañara a una taberna. Antes de que compartiera a la Chica sexualmente.
Me había dicho que observara la que tu- viera cara de menos kilometraje, la chica más
joven. Lo conocía poco, pero sa- bía que Claudel se comía lo que fuera. Me puso a
escoger una chica; ingenua- mente escogí a la que encabezaba la fila que pasó frente
a nosotros, como si me fueran a quitar el pan de la mano. De todas maneras, él corrió
con los gas- tos. Me preguntó luego que si le había sacado la piedra a la chica, cuando
ya me había dicho de su técnica para sacar la piedra.
36

Luego, bebiéndonos una cerveza me narraba las terribles peleas que protagoni- zaba
su hermano en bares de mala muerte. Su madre temía por la vida de su hermano, pero
él sonreía incrédulo, con una mueca de pesar. Me volvió a pre- guntar por la vida de mi
hermano Vito, llevándome por primera vez la cuerda; pero él sabía exactamente que
Vito era yo y sabía del terrible odio que ya le profesaba, y sobre todo por el golpe que
me había dado y que casi me mata ( sin contar la envidia que sentía por su virilidad); el
método para matar a Vito no era el que suponía, ni era planeado. Le dije que Vito había
sido un huevón al estar solo; yo mantenía dos mujeres y un hijo con cada una de ellas.
Sí, mi primera mujer conoció a la otra por casualidad en una reunión. Me había
tomado una dosis de leche de magnesia y tuve que ir al baño, cuando volví las
encontré charlando. Ella me buscaba para que le diera el dinero de la mensuali- dad...
Ella ignoraba que hacía mucho tiempo, temiendo que el dinero no alcanzara para
todos, a mi hijo bastardo le habían asignado un dinero mínimo… Pero igual, Claudel
sabía que hablaba de mi hermano menor, el obrero metalúr- gico, el que le gustaba
bañarse como un condenado al desierto. Yo a veces no podía soportar el chorro de
agua de la ducha. El chorro de una manguera ca- yendo por mi flaco cuerpo.
37

El jueves y el viernes Vito se había prometido iniciar a leer el libro Recordando con
Ira... Luego me había comentado que no había podido concentrarse y re- pasó quince
veces la primera línea de la página inicial tratando de darle arran- que a la lectura; la
noche del sábado cuando regresó a casa después de des- alojar la promesa de todos
los años de escribir algo sobre la Independencia se volcó hacia si mismo.
38

Traté de concéntrame, pero un sobresalto hizo que volviera a gritar a la Chica


En la noche la desalojé del catre y la puso a dormir en el
suelo. Los problemas con la Chica seguían y Claudel indagaba las causas profundas
de esta agresividad y se las participaba a Vito. Debía recordar cuando dormía con Vito,
cuando a veces amanecía rodeando con mis brazos su pequeño cuerpo trigueño; Vito,
me decía, te volviste a orinar anoche en la cama; pasaba que él salía a espiar en la
noche extraños quejidos, según sus palabras, y veía a la Chica en extrañas posiciones.
39

Anagnórisis

Claudel reconoció a Vito cuando trató de escabullirse entre las gentes, se paró frente a
él, encarándolo. Vito, de uno setenta y dos, claudel, de uno setenta y cinco, totalmente
erguido; su cara hinchada por una cirugía que le habían hecho para estirarse las patas
de gallina y el acné. Esbozaba una sonrisa desprevenida y una expresión vacía de
contenido. Vestía normalmente; con una camisa man- ga corta y un pantalón de paño.
Claudel si había reflexionado en el uso de la camisa manga larga; él usaba manga
corta, aunque no decía que aquí el sol calentaba fuerte. Vivía mirando fijamente sus
camisas manga larga. No se dijeron nada por unos instantes; la expresión de Claudel
era de una decepción disimulada.
Nunca le pegaría a una mujer-dijo Claudel- . Vito le contestó rápido –pero si que las
haces abortar- Supe que lo hizo con la hermana de la Chica, y dieron la vuelta y se
marcharon. Pero Vito sabía que él también le había pegado a ella.
40

IV

He vuelto muchas veces al momento en que Claudel en mi presencia aplastó con toda
saña la memoria de la hermana de la chica porque yo estuve con ella. Hubiera querido
aplastar todas las hormigas que habían invadido esa mañana la reserva forestal que se
había protegido de la invasión de los destechados, frente a su casa ¿tenía culpa la
hormiga? Su paranoia había pasado a todos los espacios de su vida y me había
recriminado que yo que lo había mirado con el rabillo del ojo. Y yo que había estado
caminando para no pensar en el grito que le di cuando estaba parado en una esquina,
como hacía a menudo, buscando un olor oculto en su dedo zurdo.
Me dijo: –Vito acompáñame a la plaza de mercado-
Entonces me imaginaba el olorcito a mierda que nunca encontraba en su dedo
índice. Ya habían pasado cuatro días del día de la independencia; estuve en la casa de
Claudel; La hermana de la chica frente a una imagen se arrodillaba sosteniendo un
rosario de cuentas de madera, mirada con escepticismo por él. Luego estuve en la
casa de Vito, salió a recibirme la mascota llamada “laica” (Claudel odiaba las mascotas
pero tenía una).
41

Venganza

Trataba de encontrar donde vivía la hermana de la Chica cuando una patrulla me me


detuvo y me llevó a la comisaría, supieron que la había pegado dos patadas al
psicólogo y me dejaron doce horas porque les hice caer en cuenta que no tenían
pruebas.
Ya estaba decidido me vengaría de Claudel por el golpe que me había dado, peor Vito
me aconsejó que no, que me llevara bien con él según las teorías de Gandhi; el día que
conocí a Claudel en la sala de su negocio de miscelánea, lo había invitado a una
reunión, luego le dije a Claudel que ya no haría la reunión; ahí empezó a odiarme. Eso
me dio pie para pensar en cómo hacer ver el odio que él sentía hacia mí. Pero si se me
ocurrió invitar a mi amante de turno, pues pensaba que ella manejaba muy buenas
relaciones sociales; ni mínimamente veía problema en que asistiera a misa todos los
días. Hasta pensé en invitar al psicoanalista que había contactado mi hermano Vito,
pero él había seguido en tratamiento e iba en la etapa de transferencia con él.
La verdad de la reunión era participar una de mis ideas políticas que Claudel no
compartía; las consideraba con su visión cobarde. La chica iría complaciente, de paso
le echaría un polvo detrás de la puerta. En fin, sólo a pocos invitaría; un amigo de
Claudel lo supo y trató de colarse para espiar y luego burlarse. Mi idea genial era
preguntar por qué el poder judicial se había vuelto un lacayo del ejecutivo y el remedio
que expondría lo consideraba en tratar de cambiar el país por medio del agnosticismo
predicado a los juristas; pensaba que el exceso de misticismo personal hacía lacayos a
los juristas.
42

Pelagatos

¿Que hace un pelagatos con esa idea? Había dicho el psicoanalista; mi her- mano Vito
había adoptado la aptitud de él. Esa apreciación del psicoanalista me hacía irascible y
me disparaba unos remordimientos que no sabían de donde partían.
43

La celada

Debía verme con Claudel que me tenía una noticia, Vito me había dejado un mensaje
por el telebox diciéndome que desconfiara, que lo dejara esperando como él lo hacía
casi siempre para irritarme.
Luego pasó a decirme que el psicoanalista le había dicho que seguramente necesitaba
organizar su vida, que él no veía que fuera feliz. Yo le había dicho que ese señor veía
mi vida a través de él, que le había compartido sus sueños de desnudez donde corría
para esconderse de las miradas de un fisiculturista parecido al hombre increíble. Luego
se había escondido detrás de un ataúd que a él también le parecía conocido. La verdad
de los sueños es otra le decía a Vito. Pero me dejó pensando en la felicidad; no era
feliz, si por ser feliz se entiende vivir sin sentimientos contradictorios. Vito cada vez más
era un psicoanalista hasta el punto que Claudel trató de intimidarlo para manipularlo a
su antojo.
44

Reconocimiento

Me encaminé hacia la universidad pública y aproveché para entrar a una sala de


exposición pictórica dónde encontré a la hermana de la Chica que esperaba a Claudel.
Al fin no se supo que le había pasado a la Chica. Quería poner a mamar a la hermana,
pero esa mañana hacía un sol de mierda y no quería dar un paso. Me dijo que quería
comer guanábana, yo la había invitado a comer esa fruta prodigiosa, luego empezó a
bajar su mirada hacia mis zapatos. De un momento a otro se agachó para dejar que mi
imagen rebotara en un espejo que teníamos en frente y me tomó por el cuello y
apretaba su pubis en mis secas nalgas (no sé por qué pensé en ese momento que ella
no se había dado cuenta de mi ajetreo con una mujer detrás de una puerta de entrada,
mientras ella me esperaba en la sala).
Al verme reflejado en el espejo, me pregunté por qué había guiñado mi ojo iz- quierdo,
en un repetitivo tic nervioso que alguna vez hizo que un tipo se confun- diera y me
tomara por homosexual. La hermana de la Chica seguramente pensó que yo tenía
problemas de identidad.
45

La chica era voluptuosa y de unos ojos azules profundos. La mujer que yo ha- bía
llevado detrás de la puerta, de unos ojos negros presentes y una piel de ébano
resplandeciente.
Claudel tendría ocho años más que ella, un poco menor que yo. Comparándome, yo
tenía mejor presencia, hasta el punto que una hermosa flaca que yo había conocido
meses atrás, estuvo enamorada de mí; él se había enamorado de la flaca con un
mínimo de esperanza, aunque le permitió ciertos coqueteos que casi le cuestan su
dignidad.
La hermana de la chica confesó que tenía una hija adolescente. Me despedí de ella
con la promesa de volver en unos minutos.
Saliendo de la universidad me tropecé con Claudel que me habló sin pedírselo del
trabajo de los zánganos en la colmena, yo intuí que no hallaba la manera de
declararme su rencor. ¿El trabajo? –Contestó él-.
Nos gustaba charlar entre los estudiantes, también por burlarnos (o burlarme) de
nuestro autodidactismo (actualmente se dirá empíricos). Nos encontrábamos con otros
amigos que estudiaban allí.
46

Cartilla

Del círculo de los siempre jóvenes que conocíamos a través de la Biblioteca Pú- blica,
Claudel daba cartilla a los que sabía que tenían poco estudio académico. Algunos nos
sabíamos con la culpa de no haber siquiera terminado los estudios de bachillerato,
acaso no lo mencionábamos por vergüenza personal. Claudel, a mis espaldas, había
empezado a estudiar para presentar un examen de Estado que le conferiría ese
anhelado título de bachiller. Vito ni lo mencionaba, sólo sufría al verme.
Así, no pensaba en que iría a morir algún día, pero siempre pensaba en que nunca iría
a ser bachiller, que era lo de menos ( pues por una cantidad de dinero habían
instituciones encargadas de hacerte bachiller).
Vivía siempre en el presente aunque pasaran los años; para mi tener cualquier edad
era igual (con tal que siempre le diera guerra su revolver... Como decía Claudel). Tenía
conciencia ya, que Claudel había concebido asesinarme, pues él creía que hacía cosas
indignas de alguien que se presentaba como... (no lo quiero decir...).

Pero en el fondo lo reciente que odiaba el hecho de haberme acostado con la Chica y
también la hermana que ran de él. Odiaba verme comer como un cerdo. Me había
dicho poetrastro, dándole un golpe a mi orgullo de estudioso. Odiaba que me lo pasara
hablando del reloj que le regaló Pastrana a Tiro fijo.
Usted es el que no se graduará -Dije-.
47

La hermana de la chica decía que mi cabeza aún lucía un cabello crespo, le confesé
que aunque tenía latente en mis adentros la infantil decepción por no haber poseído un
cabello lacio que creciera en melena; había heredado de mi padre los rizos que lo
mantenían escaso, de mi madre las canas que hacían presentir las mías.
48

Era una multitud de muchachas las que veía pasar por los prados de esta universidad
pública (no sé si a algunas chicas les pareceríamos viejos, aunque de mi parte me
encontraba a un año luz de imaginarme que el tiempo me pudiera pasara (lo que ve ía
en la muñeca de Claudel era la ausencia de un reloj).
De pronto vimos a la hermana de la Chica, iba presurosa con sus libros. Claudel salió
corriendo y la alcanzó, yo me quedé pensando que le iba decir a Vito. La mirada no
alcanza a detenerse en alguna muchacha. La tesis de Claudel, reflexioné años
después; la suma del conocimiento intelectual que despliega este amigo, se puede
resumir en que él culpa al ciudadano corriente de los pro-
blemas del país. Luego le asiste un secreto rencor contra todo aquel que se le
atraviese (nunca le pregunté si con su familia también sentía rencor) aun con la
capacidad de mantener buenas relaciones con la gente. Entonces había caído en
cuenta que yo le simbolizaba la culpa que tenía la gente de un sistema políti- co
malvado; él que era teólogo no podía entender como no avanzaba el materialismo
histórico; yo sería el chivo expiatorio, yo que decía que el llamado pueblo es inerme y
que siempre necesita de líderes.
Ya lo había decidido; Vito sería el chivo expiatorio, en el encuentro me podría la
máscara.
49

El atentado

Ya estaba todo arreglado; sabía que me iban a matar el lunes próximo en las horas de
la tarde, yo le había hecho creer que no sabía de la estratagema y que caería en sus
redes. Por si me mataran, en ese día había ido a ver al psicoana- lista pago por mi
doble Vito y le había confesado que el hermano por el que me había intentado pasar
era un año menor que yo y con la piel oscura producto de otro padre. Él era reservado
y muy trabajador; padecía de diabetes y era duro de corazón. Le confesé al “cura de
los racionalistas” que mi único orgullo en la vida era no haber sido un sectario político
por obra y gracia de las lecciones de un profesor que había conocido en un seminario
muchos años atrás, cuando mi pensamiento sólo se traducía en suspiros y
quejumbrosas metáforas. Me despedí de él y sonrió. Entonces queda perdonada la
deuda; no mi hermano la había pagado. Cuando le di la espalda me golpeó tan fuerte
que me hizo orinar, y me tiré tres pedos. Los psicoanalistas son una mierda, pens é... Y
corrí a buscar desesperadamente un polvo de la Chica esa tarde; con tan mala suerte
que Claudel me vio como me trenzaba el pene. Corrió hacia nosotros y yo logré
escapar. Se había sabido que la Chica le contó a la policía lo que le había pasado.
Cuando llegué a casa, insulté a Vito por la descortesía de no advertirme sobre el
asedio de Claudel.
50

Empezaba a desembarazarme de los sentimientos nacionalistas, chauvinistas o


patrioteros. Ya no me decían nada los populistas, ni los nacionalistas que jura- ban por
la patria. Mi pensamiento se había vuelto sensacionalista; pensaba que la mala
educación de los gobernantes era debida a la mala educación del pueblo. En ese
círculo vicioso...¿quién tendría la culpa? Si no hubiera sido por ese profesor, estaría
igual que Claudel. Le había confesado además que quería dejarme matar por Claudel y
no sé de quién más, que estaba cansado del odio gratuito que sentía en todas partes.
Diciéndole esto al galeno, me perseguía una sensación tan tremenda, que sentía que el
tiempo la llevaba; me daba cuenta las veces que la muerte me había tocado, incluso
sin saberlo... (una noche, que me pasé de copas, alguien en una esquina me abordó y
por segunda vez casi me matan de un golpe). Conjeturan que lo hizo Claudel;
La hermana de la chica me advirtió de las acechanzas de Claudel en esos días en los
que escribía uno sonetos perfectamente rimados; en uno me mostraba capaz de
felación; recordé que estábamos acusados de haber sido contagiados del VHI;
afortunadamente a la Chica no le encontraron ninguna enfermedad; la que la tenía era
su hermana decía Claudel, pues ella resultó hipersexual.
51

Una mañana que llegué a comprar el pan para el desayuno, la hermana de la chica me
esperaba; me mostró un examen en la que salía negativo el VIH. Al parecer, me dijo,
Caludel es el que está contagiado del virus. Su frecuente asedio a las mujeres del bar
del centro parece que tiene algo que ver.
Quedé palído, corrí loco de alegría a contarle a Vito no sin antes echarle una polvo a la
hermana de la chica que olía delicioso por un perfume que le había regalado. Me
hiciste gritar otra vez cabezón, dijo. Pero me quedaba otra duda…¿Porqué la chica no
adquirió el virus… Y yo cuando hicimos el trio que me traumatizó?
52

Epílogo

Claudel me miró de pies a cabeza sin pronunciar palabra. Ya se me había olvidado el


día de la independencia en la que puse a mamar a la hermana de la Chica. Ahí fue la
primera vez que lo vi; el color de sus ojos le cambiaba de azul a verde.
Claudel miró con seriedad mis bermudas y las criticó con su mirada. Nunca men-
cionaba a Neruda; hecho que me parecía extraño, pues lo que pensaba parecía ser
extraído de uno de sus poemas que pone un altar a un independentista...
“¿Padre, le dije, eres o no eres o quién eres? Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
"Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo".
Claudel pensaba que si el pueblo no se despierta, es porque es estúpido, así Neruda
no se pueda despertar.

Miré a la hermana de la Chica de pies a cabeza y supe que Caludel ya le había


insinuado algo. Me dijo secamente que me saliera pues le iba a participar algo.
Mientras tanto en un discurso, un locutor reflexionaba ( en el negocio tenían un radio a
todo volumen) que el pueblo tiene el gobierno que se merece.
53

Hoy viernes, tendría el sábado y el domingo para reflexionar el como escapar de la


celada surrealista de Claudel. Mi hermano Vito se había vuelto loco y creía que era el
psicoanalista; yo le llevaba la cuerda y me dejaba psicoanalizar por él; recuerda bien,
me decía... ¡Cuando te maten piensa en mi...!
La muerte de Vito, ahora lo reflexiono, debía sucederse tan de repente como cuando se
duerme para amanecer. El responsable de ese crimen serían Cla- udel, enfurecido
siempre pues chocaba con mis contradicciones; recientemente le refutó en público que
la cultura no salvaba a nadie ( la tesis de Claudel era que salvaba) ateniéndose al libro:
“ El castillo de barba azul”. Otra vez contradecía a Claudel cuando afirmaba que la
salsa nos salvaba la música comercial, Veto decía que lo único de lo que nos salvaba
era de la marca de la salsa de tomate que nos habían impuesto y que había
caracterizado un salsa roja que identificó nacionalmente este género musical. Luego
tarareaba una can- ción tropical y él tarareaba la de Ray Barreto que había puesto de
moda la "hi- pocresía y la falsedad. Luego me entrelazaba con Claudel a discutir sobre
el tema de la estupidez y a sacarle en cara que no sabía quién era Bouvard y
Pécuchet, seleccionados por Borges como los más estúpidos; también Vito ignoraba el
porqué eran estúpidos. Borges, que culpaba a la estupidez humana de los problemas
de la humanidad, llegó a decir con furia subjetiva que la historia universal era la historia
de Bou- vard y de Pécuchet.
54

Es posible que sea esa Historia –Había conciliado Claudel- Quien dice que Bouvard y
Pécuchet no son una metáfora de eso ¿no es la estupidez humana la culpable de las
malas situaciones? Bueno si.(El vicio de Claudel consistía en generalizar todo).
Mientras tanto -continuó el ojos azul verde-, es bueno ir eliminando a los estúpidos.
55

El día que conoció a Claudel, un muchacho que entró a comprar un dulce al negocio,
recibió un tiro crítico de él que lo llamó estúpido; lleno de la ira que desplegaba contra
quien no cuadrara con su idea de gente.
Mejor miremos el «bojote» de la chica –Había dicho Veto-
( A Claudel le dio un ataque de risa; a Vito se le soltaron tres pedos seguidos debidos
a su espontaneidad, luego él rió sin contenerse; había estado trabajan- do para dejar
ver respeto en su personalidad, en contraste con Vito que lo saboteaba.
Ya me había olvidado el tremendo golpe que me había dado Claudel, y ya veía normal
que pusiera a mamar a la hermana de la chica. Es que cualquiera no es... -Decía luego
Claudel-, tratando de entrar en la conciencia de Vito. Se trata de personalidad - atacó-,
y no paraba de reír bajo la barata carcajada de Vito.
56

Mucho tiempo me llevó darme cuenta que Claudel, quien tenía unos años más que yo,
asumía comportamientos en contraste con los míos, eso le daba una fuerza que lo
hacía, no sé si conscientemente, depender de mí, a la vez guardar sentimientos de
rivalidad. Alguien que está en este medio debe inspirar respeto, no cualquiera es, la
gente sabe quién es... -Repetía Claudel sin descanso-

Di un giro a la charla. Claudel –Había dicho yo- Borges era como Vito (entonces
bostezó e imaginaba que horas podían ser), lo sabía pues aunque nunca había usado
reloj, no dejaba de subir, bajar la mirada al cielo… ¡Es que Vito es un estúpido! –Dijo
categórico-

Es como Vito -dije-, en el sentido que Borges tomaba el carácter de la gente con la que
estaba en ese momento; si estaba con un altivo él tomaba su altivez, era como un
generosos mimo... Pécuchet disque era el eco perfecto de las opiniones de Bouvard, o
me parece que Bouvard las de Pécuchet (no había leído en totalidad esa novela de
Flaubert, además que mis lecturas eran mordi- das a cualquier obra que cayera en mis
manos) en ese momento lo decía más por rivalizar con Claudel. Claudel se percató de
mi descreste y se levantó del prado ya con sus ojos vueltos verdes; quedé quieto y me
lanzó una patada al brazo.
57

Salí del examen limpio, no tenía nada. La hermana de la chica me confirmó que
Claudel era positivo, y que estaba lleno de ira. Mientras tanto el nuevo presidente
esperaba que Tiro Fijo le devolviera el reloj (Pero Tiro fijo no le ped ía que le devolviera
nada) y lo anunciaba en televisión, radio y prensa. Me vi con Vito por la tarde y le
pregunté qué opinaba del reloj... ¿Cuál reloj? Me respondió. No dije nada, acababa de
salir de trabajar; le dije que por qué no se ponía ropa limpia después del trabajo; iba
volando pues jugaba el equipo local de fútbol y lo esperaban con unas cervezas
servidas. Se le había olvidado que era psicoanalista, pero llamó al psicoanalista y le
había dicho que él también iba volando pues lo esperaban con unas cervezas servidas
para ver el partido de fútbol local, que no se había quitado su blanca bata.
Para completar, Vargas Llosa había acabado de ganar el premio Cervantes (Claudel
ocultaba celosamente su pretensión de novelista) lo que no tenía im- portancia para mi.
Claudel si odiaba directamente a Vargas Llosa por neoliberal, y hablaba entusiasta de
Pavese.

En ese año había conocido a Vito, al que yo consideraba un erudito literario ( además
era “freelance” del sector inmobiliario y obrero metalúrgico). Bajo sus auspicios,
comencé a ofrecer vivienda usada, aunque me decidí por los estratos medios bajos,
por considerarla de fácil venta. Vito me hablaba a menudo del emperador Adriano, de
su joven amante Antínoo, luego insistía en que quería conocer a mi familia.
58

Hoy era domingo, mañana me matarían. Es decir mañana disfrazaría a Vito de mi. En
estos años no me reconocía frívolo, ni ensimismado, ni pobre, ni mucho menos
perdido. Vivía un buen momento con las mujeres; con el dinero que empecé a ganar
me vestía bien. Me gustaba usar ropa informal, buenos zapatos. Claudel si pudo
tratarse ampliamente con Vito pero no con la misma reserva que la mía. Yo era
seguidor de las ideas de Vito, yo seguía también las ideas de Claudel como otro
mimo... Vito, un día propuso que nos volviéramos fisiculturistas y locutores de radio;
estuvo conmigo haciendo gimnasia al aire libre hasta que me cagué de un
sobreesfuerzo; pero luego deserté después de que me recomendó comer mucho
pescado. Le hacía caso e iba a comprar el pescado a la plaza de mercado central (Vito
parece que si era profesional universitario) que por esa época estaba ya remodelada;
entonces le habían cercenado la vouminosa cabeza de sátiro que sobresalía de la
fachada principal ( a la que muchas ancianas la asemejaban a la cara de un diablo que
figuraba en una tarjeta que tenía la inscripción: «el demonio no entra aquí»; luego la
ponían detrás de la puerta de entrada de sus casas). No faltaba el que se persignara al
pasar por allí, haciendo un pequeño gesto de terror por esa cara de la mitología griega,
que asemejaban a la cara de la estampa de San Ignacio de Loyola, que en otras
versiones clásicas se asemejaba a la cara del diablo y que después algunos conocidos
asemejaban a mi cara.
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Me cruzó por la cabeza que podría hacer lo que hacían algunos estoicos atenienses;
practicar la «ascesis» gimnasia, virtud, pero luego Claudel me recomendó no dejar la
cerveza, pues la virtud que él practicaba no llegaba a tanto, como si le importara mi
virtud. Estaba cayendo en la trampa de los estoicos. Léete a Nietzsche me había dicho
Vito.
60

Vito invitaba a Claudel a las reuniones de un grupo de profesionales maduros (entre


los que habían docentes universitarios, empresarios; lo que les quitaba la aureola de
“yuppies” era precisamente la edad) con vocación literaria que publicaban en el
periódico local el fruto de sus reflexiones de las lecturas de Platón y Aristóteles, al calor
de buenas copas del licor local. Poco después Claudel decía que Vito era un psicólogo
oscuro.
61

No se me ocurrió ni por un momento que esos años me consumirían velozmente,


dejándome entrever un sentimiento que latía en mi corazón hacía mucho tiempo, la ira
reprimida. De qué manera los latinos tenemos tan enraizados una visión clerical de la
vida, por más que alguno se diga agnóstico, de qué manera podemos desligarnos de
esa visión, de esa sensibilidad. En mi caso esa sensibilidad se complicaba en el
sentido de mi particular situación de insociabilidad; había trabajado para satisfacer
necesidades, lujos del momento, nunca había estudiado en un aula, nunca había tenido
una esposa. De paso transparentaba cierta fragilidad, hasta el punto que se iniciaba un
serie de sugerencias en cuan- to a los que otros consideraban mi identidad sexual.
Vito varias veces me dio a leer – como dije- las Memorias de Adriano, e insistía en el
amante de este, Antínoo. Duré años sin comprender, hasta que
cierta vez me dio a leer las novelas de Henry Miller; puso el ejemplo de un cole- ga
suyo a quien apodaban “la espada”; según él, clavaba hasta una sandía, así había
salido adelante en la vida ( había progresado económicamente).
Lo que detestaba de Vito era su indiferencia, su particular manera de estar de acuerdo
con todo; como si en su vida la «matriz dofa» la tuviera en su ano. Era como si quisiera
verle a todo sus fortalezas. Más por eso, no creía que fuera capaz de matar a alguien;
tenía tan agudo su sentido de lo correcto que me asqueaba. La verdad lo que más me
repugnaba era su falta de sentido de su pro- pio porvenir, que le parecía poco ahorrar
para su propia pensión de ancianidad.
Con él no podría hablar del nuevo presidente.
62

Me encuentro a la hermana de la Chica, me dice que Vito era el último que la había
visto esa noche. Hoy es lunes; ya envié a Vito al encuentro con Claudel; hoy matarían a
Vito empujándolo al vacío desde un piso alto de un edificio central. Pero lo peor de todo
es que Vito fingirá caer en la peligrosa trampa, para hacerle ver a Claudel que él no es
un estúpido. El método de Claudel ya no sería por manipulación psicológica, y el del
otro seria por la violencia física, seguramente. Ellos concibieron la muerte de Vito
mientras hablaban de él. Ya no lo podía ver ni en retrato, pues para Claudel le falta de
expresión en el rostro, su singularidad, su sonrisa dirigida constituía ya algo
insoportable.
63

El lunes mi hermano Vito me llamó y me dijo que me esperaba en el piso doce del
edificio de seguro social (lo llamaban el edifico de los suicidas). Subí hasta allí y me
extrañó ver a la chica con él; su hermana también estaba allí. Me acerqué curioso
( estaban en el pasillo donde el vacío estaba a un paso, separado por una baranda que
protegía de la curiosidad a los niños) de un momento a otro miré al vacío y me pareció
ver a Claudel cerca de un semáforo mirando hacia arriba. Tomé el brazo de mi
hermano y con la otra mano el pasamanos infantil. La chica se acercó y dijo que le
parecía muy bella la imagen de la ciudad. Se acercó bajo mi temor y me abrazó.
Escuché de los labios gruesos de Vito decir que Claudel se había lanzado al vacío; que
la Chica había muerto en el hospital, y la hermana de la chica estaba allí.

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