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El Don - Selena Bonnet

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PRIMERA PARTE

Primera edición.
Título Original: El Don
©2021 Selena Bonnet
Diseño de portada y maquetación: Selena Bonnet
Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, distribuida o transmitida en
cualquier forma o método mecánico, sin el permiso previo por escrito del editor,
excepto en el caso de citas breves incorporadas en revisiones críticas y ciertos
otros usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.
Todo lo que contiene la obra es pura ficción. Todos los nombres, personajes e
incidentes son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con
eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es totalmente casual.
Dedicatoria

A todas esas personas qué, murieron del amor


que no fue correspondido.
Advertencia

Está historia no tiene romance vainilla, no habrá un mafioso lindo


que cuida a su esposa, no. El protagonista de esta historia es malo,
cruel, despiadado y un imbécil. Giovanni poco a poco se convierte
en el villano de su propia historia, al igual que Bianca. Ellos son sus
propios villanos, los verdugos que van a destruir su vida poco a
poco y tendrán que luchar por lo que a cada uno anhela y quiere.
Que tengan sexo no significan que ya se aman apasionadamente,
la atracción sexual no significa que se hayan enamorado, solo es
eso, que sienten ganas de follarse unos con otros.

No intento que esta historia sea una comedia romántica, aquí todo
es cruel, malo, tóxico, mero entretenimiento. Se intentan matar entre
ellos mismos, no están luchando por el amor, por lo menos en este
libro.

Giovanni no será un caballero, quítenselo de la cabeza. Bianca


deberá sufrir mucho más en la mafia para llegar al final que tengo
destinada para ella. Si hay un romance, este será oscuro y tóxico.
La crueldad no se detiene en este libro y cada vez se intensificará
más. Habrá muertes, suicidios, violaciones, machismo, relaciones
sexuales explícitas con distintos personajes... mucho más que irán
viendo si deciden quedarse. (Eso no significa que esté de acuerdo)

Digo esto para que después no me vengan con reclamos, este es


mi libro, yo decido lo que pasa. No suelo ir por el buen camino. Si no
quieren leer, no lean. Si no les gustan los personajes, no los lean. Si
no le gusta la narración, está bien. Hay miles de historias que
pueden ser de su gusto, incluso puede hacer la suya.
Solo les pido que no vengan a decirme después cosas porque no
les gusta el libro o los giros que doy. Son libres de dejar de leer, no
les estoy apuntando con una pistola para que lean.
Si van a comentar una crítica, que sea constructiva y que me
ayude a progresar como escritora.

Quedan avisados, este libro no es un color de rosas donde los


villanos se convierten en buenos, no mi amor, aquí progresan a
peor, se vuelven destructivos y malvados, a excepción de unos
cuantos.

Si deciden quedarse, adelante, tienen un mundo cruel por


descubrir.

Fin del comunicado.

´
1

Mi nana siempre me lo había advertido, aun así, cerré los ojos y


me tiré al vacío.
El cielo todavía estaba despejado cuando abrí el portón de mi
hogar, observé el entorno varias veces verificando que no hubiera
ningún hombre de seguridad custodiando el jardín. Al no haber
nadie, salí sigilosa como un gato. No debía escaparme de nuevo,
pero tampoco me importaba volver a hacerlo.
Mi vida se había convertido en una jaula de diamantes y
champán francés.
Quería negarme a pensar en los problemas que me daría esa
huida, no tenía opción estaba atrapada entre esas bestias. Yo tenía
constancia de que la mafia, en verdad, el capo de la mafia siciliana
acechaba a mi familia como un lobo a su presa, no sabía el motivo,
pero debía huir.
Yo sería su próximo juguete roto.
Era una cobarde.
Corrí calle abajo olvidando todos mis recuerdos. No podía
arriesgarme más. Mi destino se trazó cruelmente escrito con una
garra del diablo.
Me tumbé en la cama de mi nuevo y sucio apartamento, las
sábanas estaban manchadas de algo marrón y gris, no me esforcé
en identificar la sustancia. La sensación del nudo en mi estómago
provocó que cerrara los ojos, escuchando la música a todo volumen.
Mi vida apestaba.
La habitación olía a moho y era tan pequeña que no podía dar un
paso sin tropezar con algo. Fue lo único que podía alquilar en ese
edificio de mala muerte y con el dinero que le había robado a mi
madre.
Suspire cansada.
No estaba acostumbrada a aquella miseria, tuve todo lo que una
niña podía desear y, aun así, viví infeliz. Hasta que me cansé y
decidí vivir por mi cuenta una vida sin la estricta decisión de mi
madre. Ella debería estar buscándome por mar y tierra. Sabía que
no tardaría en encontrarme de nuevo.
Mi adicción a la huida comenzó a los diecisiete, a los veinte
todavía lo seguía haciendo. Hasta que encontrara esa libertad
ansiada que no se veía por ninguna parte.
Me levante de la cama con el sonido de sus muelles crujir bajo
mis huesos. Necesitaba saber con urgencia, si todavía mi familia
seguía con sus planes, así que busqué el mando de la televisión.
Pero no encontré ningún aparato para encenderla, así que pase mi
mano por atrás y presione un botón.
La pantalla se quedó en blanco y después unas rayas de colores
iluminaron la penumbra de mi habitación. No había imagen, por
suerte el sonido se escuchaba perfecto y estaba ubicada el canal
principal. La presentadora hablaba sobre la flamante boda de ese
malnacido, del que horas antes de mi huida me quería retener como
a un conejito, para luego devorarme en su oscuridad.
—Última hora, el empresario multimillonario Giovanni Lobo
ingresa en la catedral donde se llevará a cabo su boda —divise la
figura dura de ese hombre en la pantalla.
Nunca le había visto en persona, solo en fotos y no era como de
esos mafiosos viejos y feos. Su aspecto era envolvente y sensual,
con un aura de malicia alrededor. Lo suficiente para engatusar a
quién se lo propusiera.
—La que es su prometida da vueltas en una limusina negra
alrededor de la manzana. ¿Será que se arrepintió de casarse tan
repentinamente? ¿Cómo es que el joven más millonario y sexy de
todo Los Ángeles ha decido comprometerse? ¿De dónde viene su
prometida? Les daremos más noticias después de la publicidad.
¡Demonios! ¡Malditos anuncios! La prensa y los canales de
cotilleos eran una mierda absoluta.
El programa se pausó y los anuncios llenaron mis oídos.
Seguía sin creer que mi madre hubiera montado ese teatro y ni
siquiera podía controlar nada. Estaba furiosa.
La prometida de ese hombre debía ser yo, esa boda era un
acuerdo entre familias al que me negué. Sí, lo hice. Y mi cabeza
estaba en busca y captura por ello. No me casaría con un hombre
que no amo, y menos con ese ser malvado. Giovanni Lobo era un
mafioso.
El Capo de la mafia siciliana, para nosotros el Don. Yo estaba tan
metida en la droga como mi padre, no porqué la consumiera, sino
porque había visto cómo se transportaba todo tipo de
estupefacientes en mi hogar. Aunque debo decir que esa mansión
no era mi hogar. Yo solo era una recogida por un hombre que
desplazaba la droga por diferentes regiones.
Mi padre había muerto, el hombre que me recogió de la calle
cuando apenas tenía dos años de edad, falleció. Y solo tenía a una
madre egocéntrica y despreciable. Qué me hacía la vida imposible,
algunas veces solo la odiaba tanto que deseaba su muerte.
Por lo que aprecié, mi hermana asumió mi puesto. Y
seguramente estaría feliz. Era una ingenua, su vida se convertiría en
cenizas al igual que la de todos.
Si no ha quedado bastante claro lo resumiré, me había escapado
un día antes de mi boda concertada con un narcotraficante, y esa
ofensa la iba a pagar caro.
Como si el destino quisiera burlase de mí, unos nudillos tocaron
mi puerta alertándome, maldije por lo bajo y me coloqué el albornoz
para proteger mi desnudez. Pise el vestido de novia con mis pies
frío, lo había traído conmigo para destrozado con unas tijeras.
Odiaba verlo, me producía nauseas.
Me escondí detrás de la puerta de la entrada, oyendo una voz
suave.
Tenía tanto miedo que todo en mi temblaba.
—Señorita Lamberdy, no haga esto más difícil —el empleado de
mi madre tocó de nuevo la puerta —. Sabemos que se encuentra
aquí, salga inmediatamente o sino me veré obligado a tirar abajo la
puerta —pidió Ashton, el guardaespaldas de mi madre.
Respiré hondo y me mantuve en silencio.
Siempre acababan encontrándome, no sé cómo. Seguro llevaba
un chip incorporado en alguna extremidad de mi cuerpo, porque no
le veo otra explicación. Aquella vez me asegure de no dejar atrás
nada. Ninguna pista. Nada. ¡Maldita sea! La vida injusta deseaba
marcar mi suerte.
—Déjame a mi estúpido —mi madre sonó furiosa —. ¡Bianca!
Niña malcriada, ya has conseguido lo que querías. Está locura que
estás creando nos pone en boca de todos. Caprichosa malcriada. Si
tu padre estuviera aquí desearía verte en el altar con el hombre que
eligió para ti.
Me reí.
—¿Mi padre? —cuestione terminando con mi silencio —. Un
padre no vende a su hija. ¡Él no me vendió a ese mafioso, mamá!
Era un puto narcotraficante que lo acribillaron a balazos sí, pero no
me hizo esto. Fuiste tú. Quisiste condenarme, pero tu hija favorita
compartirá cama con un asesino. Me niego a seguir con está
mierda...
—Haz desaparecer la puerta —le ordenó mi madre a Ashton.
En un parpadeo la puerta chocó en el suelo y unos diez hombres
armados ingresaron en mi apartamento apuntándome en el
entrecejo, asegurándose de que no tuviera ningún arma para
disparar contra mi madre o contra su persona.
—¡Tú no eres la dueña de mi destino! —chille retrocediendo.
—Deja el drama, niña —escupió ella, haciéndose paso entre sus
hombres —. El señor Lobo te está esperando, quiere verte en la
catedral. No sé casará con Priscilla si no estás, dice que quiere a
toda nuestra familia allí.
Camine hacia la ventana abierta para obtener el oxígeno que no
fluía por mis pulmones. La sensación de un horrible mareo invadió
mi cuerpo cuando observé los edificios de Los Ángeles alzarse y
compitiendo por ser el más alto.
—¡No me casaré con él! —exclame al borde la histeria.
Apreté mis dedos en el borde de la ventana. Un pensamiento
suicida cruzó por mi mente, iniciando una pelea con mi
subconsciente.
—Claro que no lo harás, estúpida. Tu hermana ocupará tu lugar,
pero no creas que te saldrás con la tuya. Tengo un candidato que te
quiere de esposa.
—¡No me casaré con ningún mafioso, mamá! No estamos en el
siglo pasado para que me comprometas de esa manera —susurre
con las lágrimas en mis ojos —. Déjame ir, por favor. Quiero vivir
una nueva vida.
—No. Estas a salvo por mí, ya es hora de que cumplas con lo
que tu padre dejó para ti.
—Mamá, no. No quiero ir. Me matará, ese hombre matará por
desobedecerlo y dejarlo en ridículo. Se va a enterar de la verdad.
—No me importa si quieres o no. Vas a ir —mi madre dio
instrucciones a sus hombres para que me atraparan.
Aproveche los segundos para sostenerme por el borde de la
ventana y saltar. No quería vivir una vida así. Los planes de mi
padre no eran esos que mi madre mencionaba, eran horribles. Mi
madre no era una mafiosa, pero eso no significaba que estuviera
libre de delitos. Ahora me costa, ella hacía tratos con mafiosos. Y la
entrega de esa carga era yo, una dócil jovencita educada para ser
una esposa perfecta.
Ashton me atrapó con sus brazos antes de que me
estrellara contra el suelo. No pude retener las lágrimas que se
derramaron de mis ojos sin aviso, me sentí aun peor. Luché
moviendo mi cuerpo, intentado liberarme de su agarre. No pude.
Ese hombre era más fuerte que yo.
Y mi madre ganó.
De nuevo.
—Vístete. Tu hermana nos está esperando, hoy es el día de su
boda.
2

La pareja recién casada salió de la catedral con las manos


entrelazadas.
Priscilla esbozó una sonrisa triunfal mirándome de reojo,
pensaba que había ganado, maldita idiota, ella misma se metió en la
boca del lobo. Llevaba puesto un vestido clásico con un escote en
forma de barco, de color blanco y su larga cola se movía a medida
que caminaba, saliendo del gran templo. Por otro lado, su esposo se
mantenía neutral vestido de negro, no sonrió a las cámaras que lo
grababan y fotografiaban, ni siquiera reparó en mí. Sólo tenía sus
ojos al frente pareciendo un maldito egocéntrico.
Era jodidamente sexy. ¡Maldita sea!
Mi madre apretó sus dedos en mi muñeca para que no tuviera
acceso a huir.
—No hagas ninguna tontería —espetó furiosa en mi oído.
Su contacto me hacía daño.
—Mamá, esta gente es peligrosa. ¿Por qué? ¿Por qué nos
condenaste a la muerte?
—Silencio, Bianca. Aquí hay cámaras y micrófonos, pueden
oírnos —asegura viéndome con sus círculos ennegrecidos —.
Bájate un poco más el escote, tenemos que conseguirte un marido
rápido.
—Deja de decidir en mi vida. Esto está mal, no puedes mover los
hilos de mi existencia.
Ella me ignoró y sonrió cuando la llamaron para fotografiarse con
el nuevo matrimonio. Yo me paseé por la acera esperando que todo
se acabara.
Me di cuenta que el lugar estaba lleno de seguridad y
francotiradores en lo alto de los edificios, velando por la seguridad
de su jefe y ahora, la que era su esposa. Tragué saliva cuando sentí
el cuerpo de Ashton detrás de mi espalda. Su pecho duro se clavó
en mi espalda apuntándome con un arma en la cadera, podía sentir
el cañón a milímetros de mi piel.
—Todos van al banquete. Muévete.
Suspire hondo atragantándome con mi propia saliva.
—Deja que huya, todos sabemos que este no es mi destino. No
quiero que un asesino me mate hoy por no haberme querido unirme
a él. ¿Qué voy a hacer? —sollocé, limpiando rápidamente las
lágrimas con el dorso de mi mano —. Tan pronto como esa bestia
me vea, me cortará en pedacitos. Eso hacen los mafiosos con sus
enemigos, ahora yo soy la enemiga de Giovanni Lobo.
—Él no te matará. No sabe nada de lo que ha pasado, sigue
creyendo que Priscilla es la hija que tú padre dispuso para él —
explica quitándome un peso de encima.
La opresión de mi pecho se evaporó lentamente, pero todavía
seguía sintiendo un nudo allí, que ansiaba destruirme.
—¿Padre era un mafioso? Necesito saberlo. Sé que transportaba
la droga, pero... ¿mataba?
Ashton niega con la cabeza.
—Dime la verdad, por favor. Tú eras su amigo.
—Llevo trabajando para tu familia hace más de dos décadas. Tu
padre sólo fue un hombre que hizo las cosas mal, un empresario
que le debía dinero al Capo de Italia, porque sí, Bianca. Ese hombre
que iba a ser tu esposo es el máximo jefe de la mafia siciliana. Todo
el mundo le debe dinero, todos le temen porque es impasible. Y tu
padre no era la excepción.
—No entiendo, Ash. ¿Por qué me vendió? —cuestione con los
ojos abiertos —. ¿Fue él o mi madre?
El pánico se sembró en mi interior.
—No lo sé —se encogió de hombros —. Nadie sabe lo que
pasaba por su cabeza hace años, y ni lo que hacía. Él sólo tenía
que cumplir una orden, no salió de su mente comprometerte fue de
alguien superior.
—¿Mi madre?
—Puede ser. Pero era alguien superior.
—¿Cómo mierdas sabes todo eso?
—No puedo hablar más sobre este tema. Tu madre me lo tiene
prohibido, preciosa —agarró mi brazo y me obligó a moverme —.
Vamos, vuelve el culo.
��
El banquete de honor se celebró en un hotel prestigioso en
Nueva York, también el coctel. Los invitados podían ir donde
quisieran, ya que Don había comprado ese edificio exclusivamente
para su boda. Yo lo veía un gasto innecesario, pero lo que yo
pensaba no le importaba a nadie.
Decidí no cruzarme con mi hermana y su esposo, no quería verlo
a él. Había algo en su aura que no me daba buena espina, o tal vez
eran las famosas crueldades que todos hablaban de él, lo que me
echaba para atrás.
Pero eso sería por poco tiempo, porque estaba siendo arrastrada
por mi madre a la mesa nupcial donde comeríamos la familia más
cercana y los novios.
—Por fin llegas, Bianca. No te vi en todo el día —comento mi
hermana cuando me senté en la mesa. Era rectangular, con un
jarrón de flores en el medio bellísimas y un decorado que estaba a
la altura.
Había varios familiares de Don, primos, tal vez hermanos... No
conocía a ninguno de ellos, eran mejor ignorarlos y centrarme en mi
hermana.
—Lo sé.
El oxígeno no parecía llegar a mis pulmones, estaba tan nerviosa
que podía percibir como mis venas palpitaban aclamando auxilio.
—¿Dónde estabas? —preguntó llevándose a los labios una copa
de vino.
Sonrió de nuevo, esa sonrisa no era de verdad. La falsedad en
ella era algo que la caracterizaba. Tenía el cabello rubio recogido en
un moño, parecía una princesa. Me incliné para ver si a su lado se
encontraba Don, pero no había nadie, el sitio estaba vacío.
—Priscilla, me sorprendes demasiado. Deja esa falsedad. Sabes
de sobra donde estaba. ¿Conseguiste lo que querías? Espero que
ese hombre no te use para meterte la polla en el coño y que
después expulses a un heredero y te acabe matando. Porque,
cariño. Para eso usan los mafiosos a sus esposas.
Los agujeros de su nariz se agrandaron con rabia. No giró para
mirarme porque no podía, esa verdad le había afectado y yo sabía
perfectamente lo que pasaría. Su destino estaba marcado al igual
que el mío.
—Qué vulgar eres, Bianca. Eres una puta que debería ser
violada por cada hombre de aquí —susurró con los dientes
apretados —. Cuando vea a mi esposo le diré que te venda a algún
viejo verde.
Solté una carcajada.
—Cualquier otro sitio será mejor que este. Os detesto —escupí
—. Tú y tu madre sois personas que merecen lo peor.
—¿Y tú no? —cuestionó ella con diversión —. No te olvides que
aquí no hay nadie bueno, y tú no eres la excepción.
Me acerqué a ella con la intención de quitarle todo lo bonito que
estaba dibujado en su rostro. Mi hermana tenía una belleza única,
yo era bonita, pero es que ella lo era más. Me daba rabia.
—Voy a matarte Priscilla...
La voz de mi madre detrás de mi espalda me interrumpió:
—Chicas, tenemos buenas noticias —canturreó sentándose en la
mesa, venía cogida del brazo de Don, no me atreví a subir la mirada
para conectar mis ojos con los de él —. Le comenté al señor Lobo lo
inseparables que sois, no podéis vivir una sin la otra —rio enérgica
—. Como sabéis tendré que ir de viaje a Londres, para programar
unos negocios. Así que, hemos acordado que Bianca se vaya a vivir
con vosotros hasta mi regreso ¡Es maravilloso!
Si mi madre hacía algo bien, era ser la mejor mentirosa del
mundo. Visualicé una copa de vino en mi zona y la agarre con los
dedos temblorosos para bebérmela de un trago. El sabor amargo
raspó mi garganta. La gente disimulaba, pero escuchaban
atentamente.
Priscilla por otro lado se quedó blanca como la nieve, cómo si no
tuviera la tez lo bastante blanca ya.
—¡Qué! —chilló horrorizada. Ni siquiera me atreví a decir nada
—. Madre, no creo que eso sea posible. Ya sabes... Don y yo
tenemos la luna de miel mañana. Y claramente no puede
acompañarnos.
Intentó ocultar la rabia que sentía, se le hizo imposible. Mi madre
estaba totalmente loca, pero había algo raro en esa acción. Gato
encerrado, tal vez, estaba decidida a descubrirlo.
Don se aclaró la garganta, dispuesto a hablar. Para mí era como
un fantasma que vagaba en mi círculo social, no iba a prestarle
atención. Irradiaba sensualidad. Una sensualidad peligrosa que te
llevaba a cometer los pecados más pecaminosos que existían. Y no
necesitaba sentir ese tipo de sentimiento por ese hombre tan
despreciable.
—No habrá luna de miel está semana —anunció con una voz
ronca. Sus palabras volaron hacia mis mejillas y las acarició con su
cálido aliento —. Tal vez la que viene.
Priscilla agachó la cabeza y no refutó nada. Yo tampoco hablé.
No podíamos.
Don era el máximo jefe allí, y por poco que me gustara también lo
era para mí. Debíamos atacar las órdenes que salían de su boca sin
decir una palabra al respecto, de lo contrario, nosotras mismas
cavaríamos nuestra propia fosa. Ser la familia de su nueva esposa
no nos hacía más importantes, nos convertía en el foco principal de
sus crueldades.
Mi piel se erizó cuando él tomó asiento al lado de mi hermana. El
banquete comenzó, en ese instante sólo quería morirme. Exquisitos
alimentos se colocaron en mi visión, deleitándome con su exquisito
olor. Se me hacía la boca agua de sólo observar la comida en mi
plato. Algo era cierto, Don se había gastado un par de millones en
hacer su boda, que tan solo era un teatro más. Yo sabía lo que
quería.
Un heredero. En la mafia existía una regla y esa era la
descendencia asegurada.
No iba a poder alejarme de Don. Cada segundo estaba más
encadenada a él, sin que ninguno de los dos quisiéramos.
Así que usaría otros métodos para salir de ese infierno.
Fue una mierda que ese hombre me calentará tanto.
3

La semana se me hizo larguísima, las pertenecías de Priscilla


llegaban a la mansión de Don cada día, sus hombres y empleadas
se encargaban de transportar todo con sumo cuidado, porque en
una de esas mi hermana les gritaba lo mal que estaban haciendo su
trabajo.
Solo llevaba días viviendo en esa mansión perdida en la periferia
de Nueva York y era peor que quemarse en las llamas del infierno.
Por suerte, la estúpida mudanza de mi hermana acabó. No podía
comprender por qué quería traerse todo de nuestra casa, si aquí
podía tener todo lo que deseaba y más. Solo bastaba con pedírselo
a Giovanni Lobo, el don.
A él no lo vi, la noche de su boda se folló a mi hermana y
desapareció. Mis sospechas bien infundadas empezaban a ser
ciertas, ese idiota nos había encerrado en una casita de muñecas
para vivir solo en su ático lujoso en la gran manzana, con mujeres
voluptuosas y haciendo lo que le daba la gana, sin molestias.
Aunque a mi hermana le dijera que se trasladó a Italia para hacer
negocios, yo sabía que era mentira.
—¿Y mí agua con limón? —cuestionó altiva Priscilla a una
empleada.
Cruzó sus piernas desnudas y se recostó sobre la hamaca
blanca con forma de columpio. La joven que nos atendía estaba
muerta de miedo, observé como tragaba saliva.
—Está casi lista, señora —le sonrió y me miró a mí —. ¿Qué
quiere usted, señorita Bianca?
Le sonreí quitándome las gafas de sol para mirarla a los ojos.
—Una Pepsi está de lujo —respondí cordial —. Si puedes échale
un poco de mata ratas al agua de mi hermana.
La chica neoyorquina palideció al instante. Priscilla bufó y siguió
leyendo su revista de moda.
—¿C-Cómo dice?
—Tranquila, solo bromeaba —le resté importancia con un gesto
de manos.
Mi hermana soltó un suspiro dramático.
—No deberías intentar caerle bien a la servidumbre con esas
bromas tan usadas por ti —alzó la vista de su revista fulminándome
—. Si quieres convertirte en una vulgar sirvienta dime. Estaría
encantada de que me lavases los pies.
—Deja de tratar mal a los empleados ajenos —espeté con furia.
—¡Retírate! —le ordenó a la chica —. Eres una tonta, hermanita.
Te recuerdo que soy la esposa de Giovanni Lobo y como tal me
debes respeto porque puedo matarte cuando quiera. Si estás viva
solo es porque mi padre así lo quiso y yo no desobedeceré su
orden.
—¡Ay, la dócil Priscilla! —canturree —. ¿Eres así de dócil
también cuando follas con tu esposito? Seguro te folla por el culo
como a las putas.
—¡Cállate estúpida! —chilló indignada tirando al césped su
exclusiva revista.
—¿Te folló por el culo verdad? —cuestione divertida —. Eso es lo
que eres para él, una puta vulgar. Nunca te amara, hermana bonita,
no te hagas ilusiones —me burlé ensanchando mi sonrisa.
Las mejillas de Priscilla se enrojecieron en un parpadeo, estaban
cargadas de rabia y enojo.
—Ese cabrón debe estarse follando a otra en Italia. O alquiló un
departamento en el centro de Nueva York para no verte la cara —
me carcajeé en su jeta —. Nunca serás la única mujer en su vida. Y
si te llegan a matar sería una alegría para él.
—¡Qué te calles digo! —bramó, estoy segura que se rompió la
garganta en el proceso.
Mi hermana no perdió el tiempo en levantarse y desplazarse
hasta mi hamaca, curvó sus dedos esqueléticos en las hebras de mi
cabello rubio. Me dio un tirón con tanta fuerza que caí al césped, ella
se subió encima de mi cuerpo y empezó a propinarme golpes por
todos sitios. Me llevó un momento reaccionar, cuando lo hice arañé
su mejilla con mis uñas creando un bonito rasguño adornando su
rostro, la sangre brotó de la herida.
Ella chilló dañando mis oídos y de repente todos los hombres que
vigilaban el jardín, con armas de fuego, corrían hacia nosotras como
si nos fuéramos a matar, tal vez sí, era la hora de matar a mi
hermana. Preparé mi puño para lanzárselo hacía su barbilla, cuando
lo hice sus huesos crujieron y me llené de satisfacción.
—Vete al infierno, puta —dije cegada por el odio.
Cayó a un lado de mí quejándose con la mano en su barbilla
intentando que el dolor cesase. Pero era demasiado tarde, estaba
dispuesta a devolverle todos los golpes que ella me dio. Me subí a
su regazo y empecé a pegarle puñetazos en su barriga, si algún
espermatozoide de Don hubiera llegado a su ovulo, yo lo estaría
destruyendo. Y que satisfacción me daba.
Odiaba a Priscilla.
La odiaba con todo mi ser.
—¡Bianca, detente! —me pareció escuchar la voz de mi madre,
pero hice caso omiso.
Los empleados de Don intentaban parar los golpes, no podían,
me agarré a ella tan fuerte que no existía manera de soltarme.
Sostuve su cabeza y la proyecté al césped duro una y otra vez,
esperando que su cabeza se abriera y pudiera ver sus sesos
pegados en la hierba húmeda por el rocío de la mañana.
Me sentía toda una psicópata.
Y me encantaba.
Descargar la ira acumulada contra la persona que más odiaba en
la vida era lo más reconfortante que podía existir.
Pero esa satisfacción se evaporó de lleno cuando unas manos
agarraron mi cintura y me alejaron de mi víctima. Mi piel quemó ante
ese tacto rasposo. Mi hermana lloraba desconsoladamente y se
hacía bolita añorando los bracitos de su mami. Puta mimada. Mamá
la abrazó ayudándola a incorporase.
—¡Estás maldita! —confesó mi madre —. Ya, cariño. Todo ha
pasado. Bianca será castigada por tocarte.
Mamá me había dicho a lo largo de mi vida palabras tan feas,
que esas ya no había ningún efecto en mí. No me ponía triste como
antes.
Intenté zafarme del agarre del empleado de Don, clavaba sus
dedos en mis cosquillas haciéndome daño. La loción que llevaba
puesta me estaba mareando, olía bien, demasiado bien para ser
uno de los hombres de Don. Mi pecho empezó a sudar, no quise
girar mi cabeza para certificar el rostro de mi captor.
—Luka revisa a mi esposa y llama al doctor de la famiglia —
ordenó con su voz ronca —. Yo me encargaré de esto.
Creo que me oriné encima. Don me jaló hacia adelante para que
caminara recto a la entrada de su casa. ¿Cuándo había venido? ¿Y
por qué mierdas llegó en ese momento? ¿Dónde había estado?
—¡Don, por favor no la mate! —suplicó Priscilla llorando en los
brazos de madre. El supuesto Luka revisaba su rostro.
No mentiré.
Me sorprendió oír eso de mi hermana.
Ella era el ser que más me odiaba y era mutuo. Tal vez tuviera
algún plan para hacerme pagar por lo que le había hecho de una
forma más cruel.
Don ignoró a su esposa y me jaló del brazo más fuerte, sin
compasión porque eso era algo que no poseía. Sus empleados se
habían quedado quietos observando cómo me dominaba a su
antojo, su contacto quemaba mi piel. La abrasaba por completo. Me
guiaba por los pasillos de su mansión, ingresamos en zonas oscuras
llenos de polvo y bajamos varias escaleras espinadas para llegar a
su sótano.
—No pretendía hacerle daño a mi hermana —mentí con el pulso
a mil.
No obtuve respuesta.
Su agarre fue más intenso y me detuvo en una sala
absolutamente oscura. Me soltó gracias a Dios, me sobé la muñeca.
Ese salvaje seguro quedó marcado sus dedos. Él encendió un
interruptor y la luz se hizo.
Primero lo observé a él, llevaba un traje azul marino que le
quedaba pegado al cuerpo, tanto que sus músculos se apreciaban
por cada rincón que mirases. Dos botones de su camisa estaban
desabrochados, dejaba al descubierto su pecho y con él un tatuaje
casi se dejaban ver por el hueco.
Mordí mi labio inferior con nerviosismo y subí la mirada a su
rostro. La mandíbula estaba apretada de tal manera que incluso
creo que se llegó a hacer daño, y sus fosas dilatadas tan grandes
que hubiera cabido una pata de elefante por sus orificios. Y sus
ojos, de un color verde agua cada vez se volvían más oscuros.
Maldita sea, y sus facciones, eran demasiado atractivas para mí.
¿Porque me tenían que gustar los hombres así? Ni me importó
que fuera cruel.
Lo segundo es que vi fueron las máquinas de tortura que estaban
esparcidas aleatoriamente en la sala helada, me estaba congelando
de frío y tiritaba. Me horroricé tanto que un jadeo se escapó de mi
garganta y retrocedí. Pero no me moví, ya estaba acostumbrada a
ver esas cosas.
—¿Por qué me trae aquí, Don? —pregunté nerviosa.
Tampoco respondió.
Caminó por la sala en silencio sentándose en una silla que se
caía a pedazos en el centro de la habitación. Tragué saliva porque
juro que me estaba cagando de miedo. Veía mi fin tan cerca que me
costaba reconocer que moriría allí mismo entre las manos de ese
asesino.
—¿Don?
—Golpeaste a mi esposa —rugió —. Nadie puede hacerlo.
Me desplacé hacia detrás. Mi espalda chocó contra la pared,
toqueteé con mis dedos buscando un cuchillo, tornillo o algún arma
que me fuera útil. Si tuviera que matar al Don de Italia, máximo
Capo de la mafia siciliana lo haría sin dudar. Aunque después todos
sus demonios me persiguieran.
—No malgastes tu tiempo en huir —me observó con una sonrisa
ladeada —. No hay forma de que puedas salir de aquí. Ahora me
perteneces.
Alzó unas llaves y las guardó en el bolsillo de su pantalón.
—No quería hacerle daño a Priscilla. Solo me defendí.
Giovanni Lobo ensanchó su sonrisa y dejó ver sus perlas
blancas.
—Me parece que no te enseñaron a obedecer, niña —aseguró
volviendo a su mismo rostro neutral.
Entrecerré mis ojos.
—Y yo creo que a usted no le enseñaron a escuchar —
contraataque.
Estaba tentando a la suerte.
Y me gustaba.
—Poner las manos sobre mi esposa te costará la vida —sacó un
cuchillo y jugó con él mientras me observaba con malicia —.
Escúchame bien, cariño —elevó la voz —. No permito que nadie
toque lo que es mío y menos que no dañe, ¡maldita sea! —un golpe
—. Estoy harta de que todos hagan lo que les dé la gana. Pagaras
con tu sufrimiento haberle pegado de esa manera. Si le pegas a ella
me pegas a mí, si la ofendes me ofendes a mí. Recuérdalo. Soy tu
Don y debes darme respeto. Y al dañar lo que es mío te burlaste de
mí. Mando sobre ti y tu vida. ¿Lo entiendes?
Se levantó de la silla para venir y desplazarse hasta mi cuerpo,
en vez de huir me quedé quieta. Su cuerpo me aprisionó contra la
pared subiendo su mano hasta mi cuello y apretándolo con fuerza
para que me quedará sin oxígeno. Y eso tan solo hacía que mis
pezones se endureciesen.
—¿Lo entiendes, cariño? —susurró contra mis labios.
Mierda. Qué voz tan erótica.
Su aliento olía a tabaco y yo necesitaba un buen cigarrillo. Quería
besarlo. Retarlo. Y follarlo.
—No le tengo miedo, Giovanni Lobo —espeté contra sus labios
de vuelta.
Un brillo en sus ojos apreció un segundo y tan pronto como vino,
se fue. El puño que impactó sobre mi mejilla retumbó en las paredes
húmedas de ese sitio. Apretó mis mejillas e hizo que lo mirara a los
ojos, los tenía preciosos. ¡Maldita sea me pegó! Deseaba que su
lengua agrediera mi coño húmedo.
—Yo te enseñaré a temerme, Bianca. Acabaras metiéndote en el
infierno si me retas.
Le sonreí.
Estaba cagada de miedo, pero nunca hay que mostrarle que le
temes al fuerte, porque acabará destruyéndote. Como yo lo haría
con él si me tocaba más. Me asustaba y eso me calentaba.
—Estaría encantada de quemarme si Lucifer me folla rico todos
los malditos días de mi eternidad —susurré.
Don me observo con las cejas alzadas. Aquello también le
agradaba. Sentía la puta erección entre sus piernas.
—¡Demonios! —masculló, acercándose a mi amenazador.
—¿Te sorprende? —cuestioné casi sin voz.
Estaba demasiado cerca. A centímetros de mi boca, tan solo un
paso y ya estaría devorando esos labios carnosos.
El condenado estaba bien bueno. ¡Joder por qué me atraía!
—No me retes, Bianca. Puedo crear yo mismo el infierno y ser el
Lucifer que te folla duro todas las noches, sin compasión alguna.
¿Don estaba diciendo eso? Estaba salvada. Solo tenía que jugar
con él un poco más y sacar la sensualidad que se mantenía dormida
en mi interior.
—¿Todas las noches? —pregunté mordiéndome el labio.
Asintió con los dientes apretados.
—Sí, todas las malditas noches. Gozarías como una perra en
celo.
—Sí, Don —solté un jadeo —. Lamentablemente tienes esposa.
Puta madre.
Qué mierdas estaba haciendo.
—No le guardo fidelidad a mi esposa —rozó sus labios con los
míos.
Acaricié su mejilla y rápido él alejo mi mano de su rostro y me
inmovilizó contra la pared.
—Muy astuta, cariño —sonrió —pero yo soy más astuto que tú.
Tus juegos absurdos de seducción solo valen para entretenerme un
rato, después me aburro.
Mi ceño se frunció.
—¿Me mataras?
Se carcajeó en mi rostro.
—Bianca, ¿cómo llevarías tu vida sin un dedo de la mano?
—Don, por favor.
Mierda, estaba lloriqueando.
—Hoy estoy de buen humor, preciosa. Así que solo te cortare dos
dedos de los pies. Te aseguro que el dolor será multiplicado si
vuelves a agredir a mi esposa o a retarme.
4

Las sábanas sedosas acariciaron la piel desnuda de mi cuerpo


mientras combatía contra el dolor incesante de mi pie derecho. No
podía moverlo, era imposible, el dolor se hacía más intento y ya no
sentía mis últimos dedos. Don me los había cortado cruelmente con
su cuchillo de sierra.
Con el suyo propio.
Y maldita sea como dolió.
Todavía en mi cama sentía como clavaba sus cuchillos en mis
dedos y luego los tiraba al suelo. No pude hacer nada. Me sentó en
su silla, amordazó y empezó a mutilar mis pequeñas extremidades.
¡Pero eso no se quedaría así!
Mi odio por ese malnacido solo hizo más que aumentar y solo
una cosa cruzaba por mis pensamientos.
La venganza.
Mi vendetta contra Don sería mucho más planificada y cruel que
todas las que él había ejecutado. Mucho más que mi sufrimiento ese
día.
Estaba decidida y nada podía pararme.
Iba a meterte tan dentro de su vida que arruinaría todos sus
planes, si fuera necesario ayudaría a la DEA a reunir pruebas contra
él.
El mayor daño que podía hacerle era dejarlo muerto en vida en
una prisión de alta seguridad. Porque matarlo sería demasiado
sencillo, yo quería que sufriera. Después robarle todo su imperio,
hacerme la ama y señora de su dinero y riquezas.
Y me daba igual morir en el proceso.
Suspiré.
A quién quería engañar.
No iba a poder hacerlo. Era demasiado difícil. Incluso si me
preparaba por años. Antes de que pudiera dar un movimiento, él
daría diez más. Pero, de alguna manera vengaría la mutilación de
mis dedos.
La puerta de mi dormitorio se abrió de repente, de ella
emergieron dos siluetas.
Una era la de Giovanni, su cabello negro y sus hombros anchos
eran inconfundibles. La otra no lo sabía, pero divisé un maletín de
cuero, una calvicie adornando su cabeza y una bata blanca. Así que
supuse que era el doctor. Don cerró la puerta con facciones
impasibles y me dejó sola con ese desconocido.
—El señor Lobo me llamo de inmediato —comunicó él
caminando hacía la cama —. Te examinaré el pie, puede que la
herida se haya infectado. Eso no sería bueno. Estate quieta, el me
cortara la cabeza si te hago daño.
Asentí sin energía.
Eché a un lado las sábanas y le tendí el pie para que lo
observara con detenimiento. Primero desenvolvió la venda, después
buscó en su maletín una especie de agua oxigenada y la vertió
sobre la herida abierta de mi pie. El escozor y la picazón no tardó en
llegar maltratando mi débil consciencia.
—Lo que me temía —anunció asustándome —. Necesitas
puntos. Además, perdiste bastante sangre, por suerte paró a tiempo.
Maldito Don.
El doctor sin articular ninguna palabra más hizo su trabajo y se
fue, no preguntó ni curioseó sobre él motivo que me llevó a perder
mis dos dedos. Yo tampoco dije nada, me silencié y emití algún o
que otro aullido de dolor cuando la aguja traspasaban mi piel
ensangrentada.
Varios minutos después llegó una sirvienta que me ayudó a
bañarme, agradecí esa ayuda. El dolor era malditamente
insoportable. Al estar ya aseada y totalmente limpia, sin ninguna
superficie de mi cuerpo llena de sangre, me vestí con el vestido
granate que habían dejado sobre mi cama con sábanas limpias.
Giovanni Lobo pretendía sobornarme con prendas caras. Y no podía
culparlo de nada. En la mafia era así. Y yo había incumplido sus
leyes. Pero él se burló de mí enviándome, un vestido del color de mi
sangre derramada. Estoy segura que lo hizo aposta.
Los empleados de Don eran demasiado rápidos en sus
quehaceres.
La chica me dejó sola en mi habitación y segundos más tarde
regresó para notificarme que debía asistir en cinco minutos a la
cena que su jefe había organizado con su familia.
Me quería morir.
��
—Basta de negocios ¿Quién es está bella señorita, figlio? —
preguntó el padre de Don en italiano, dirigido a mí.
Sonreí sin ganas ante el halago y agaché la cabeza para
tragarme la pasta con salsa boloñesa. Un nudo se formó en mi
garganta, que casi me asfixia delante de todos esos asesinos.
Sentía como todos los ojos de la mesa estaban puestos en mí. Y
la gran repulsión que tenía por mi agresor iba creciendo, más y más,
a cada minuto que compartía espacio con él.
Deseaba su muerte.
Su destrucción.
Quería tanto clavarle en la garganta el cuchillo de cortar el pan,
que tuve que esconderlo debajo de mi plato para no hacer ninguna
locura.
Giovanni Lobo no tenía una familia muy grande, constaba de tan
sólo tres personas, o al menos los que yo conocía. Su padre ya
mayor, su hermano, que estaba de viaje en Sicilia y su hermana
Melody, que era una dócil jovencita que no abría la boca, parecía un
fantasma en aquella cena. Solo comía al igual que yo.
Todos eran parecidos físicamente, atractivos a la vista y coquetos
por naturaleza.
Delante de mi hermana y mía, ellos no hablaban sobre sus
negocios clandestinos, sino sobre los legales que tenían de
tapadera para confundir a la DEA y que no los atraparan.
—Es la hermana de mi esposa, padre —dijo Don, bebiendo un
vaso de whisky —. Se quedará un tiempo hasta que su madre
regresé.
Horacio Lobo sonrió enseñando sus dientes de oro.
—Es muy hermosa —me halagó de nuevo —. ¿Ya está
comprometida?
Me sentía incómoda.
Giovanni rugió y le dio a su padre una mirada penetrante.
—De acuerdo, mío figlio —levantó los brazos en gesto de
rendición —. No me meteré en vuestros asuntos. Ahora cuéntame.
¿Cuándo Priscilla me dará un nieto? Espero que pronto. Este viejo
ya está cansado de vivir.
—Yo también espero que me lo dé pronto —masculló Don y
volvió a poner la vista sobre su teléfono.
No era muy hablador.
Mi hermana se aclaró la garganta:
—Señor, pero si usted se ve demasiado joven. No diga que es un
viejo, todavía le falta mucho por vivir. Y es atractivo, las mujeres
seguro se pegan por hablar con usted.
Horacio se carcajeó.
—Eso sí es verdad, me conservo bien —aseguró inflando su
pecho.
El señor Lobo era demasiado atractivo para su edad, y no estaba
nada mal. Debía tener unos cincuenta y parecía uno de cuarenta.
En el salón principal apreció Luka, la mano derecha de Don, creo
que era su consigliere, porque lo seguía a todas partes y
desaparecía con él. Se acercó susurrándole algo en el oído y se fue
furioso de la cena.
—¿Pasó algo? —pregunté distraída.
Horacio sacó de su cajetilla un puro, lo encendió y le dio una
larga calada.
—Padre, el doctor dijo que no debía fumar —por primera vez
habló Melody.
Su voz era angelical.
—Tonterías. No hay nada que un buen puro pueda hacerle daño
a mi salud —tosió varias veces.
Las empleadas retiraron los platos y trajeron el postre. Una
adorable tarta de queso con mermelada por encima atrajo mi vista.
Mis tripas rugieron.
La devoré como si no hubiera comido en muchos días. Y repetí
varias veces.
La cena me estaba aburriendo, hablaban sobre cosas triviales. El
postre no parecía acabarse y la curiosidad abordó en mí, sobre lo
que estaría haciendo Don en su despacho privado. Porque sí, había
algo raro allí y quería saberlo todo. Joder.
Quería tener más información para dañarle y destruirlo, aunque
solo fuera un deseo frustrado.
—Si me disculpan —me levanté torpe de la silla lujosa y cómoda
—. Debo retirarme ya, mi fatídico accidente me dejo casi sin fuerzas
y necesito recuperarlas con un buen sueño. Ha sido un honor
conocerlo, espero pasar más cenas agradables con ustedes.
Me despedí de Melody y el señor Horacio, a mi hermana ni la
miré. Tampoco ella a mí. ¿Estaría tramando algo? Priscilla era una
arpía con todas las letras de la palabra. Y sin más, me fui. No
escuche lo que dijeron después, no me importaba una mierda. Solo
quería huir como siempre había hecho, porque me estaba ahogando
con mis pensamientos.
Tras tomarme las medicinas que el doctor me había recetado, mi
pie ya se podía mover con mucha más soltura, pero claro, apoyando
el talón en el suelo.
El Don era cruel, despiadado y atractivo. Una belleza bañada en
la oscuridad del infierno, capaz de derretirte con solo una mirada.
Esa era su esencia.
Ser un completo diablo, pero tener la belleza de un ángel.
Y yo le quitaría todo.
Mi juego empezaría en ese momento, y planeaba que fuera
divertido para mí.
Llegué a mi habitación tras un par de minutos, me costó subir las
grandes escaleras que llevaban a la tercera planta, donde estaba
alojada mi habitación. La mansión de Giovanni Lobo era la más
impresionante que había visto y eso que había visto muchísimas.
Desde que era pequeña mis ojos divisaron los edificios más
exclusivos y caros de Nueva York, también de Italia, solíamos ir de
vacaciones y pasar por las islas para tomarnos semanas de
descanso. En ese entonces Priscilla no era la de ahora, era una niña
bonita y humilde, pero cuando creció, madre metió en su cabeza a
la fuerza los planes que tenía para ella.
Conmigo no lo consiguió.
Supongo que no insistió tanto porque no salí de sus entrañas.
Siempre fui la adoptada.
Caminé hasta la cama tumbándome sobre el edredón gris,
estaba frustrada y cansada.
Solo en la privacidad de mi habitación me permití llorar, sacar
todo lo que retenía en mi interior, porque esa tormenta no debía
explotar, no aún. No estaba sola. Las sombras de mis paredes me
vigilaban desde los agujeros pequeños, eran los hombres de Don.
Seguro se sentía amenazado por mí o tal solo les ordenó eso para
que no pudiera darle más problemas.
Estaba segura de que la noticia de mi agresión a Priscilla ya le
había llegado a los demás Capos e integrantes de la Famiglia, eso
no era bueno. O sí.
Excelente para mí.
Pésimo para él.
Mi puerta se abrió sin previo aviso. Giré mi cuello haciéndome
daño por la intensidad, cuando mis ojos evaluaron la entrada, todo
en mí se erizó. No había nadie. ¿Se había abierto sola? Fui hasta
allí y la entorné de nuevo, ese vestido me estaba matando, así que
me desplacé lentamente a mi vestidor privado.
Don se había tomado demasiadas molestias, claro eso fue antes
de que sucediera la pelea.
No es justo.
La vida no es justa.
Deseché mi ropa a un cesto con prendas sucias y me busqué un
albornoz. Oí en la pared como algo se movía, no tarde en ir de ese
sitio. Esas sombras que me seguían a todas partes, empezaban a
agobiarme, por eso decidí salir de la habitación para hablar con
Don. Además, tenía cosas que investigar. Juntar información para
destruirlo.
Sí, seguía con ese descabellado plan.
—¿Dónde va, señorita Bianca? —una voz varonil me alertó de
inmediato.
Solté el pomo de la puerta y observé el pasillo buscando el dueño
de esa voz.
Me encontré con un hombre robusto, más que Don, llevaba un
traje negro como la noche, con las mangas remangadas dejando ver
un tatuaje de la famiglia. Su cabello castaño estaba peinado hacia
atrás con gomina. En su oreja llevaba un auricular, y a un lado de su
cadera aprecié la forma de una pistola. Era atractivo, la forma de su
rostro era cuadrada y su quijada se marcaba con violencia.
Era Luka.
El consigliere de Giovanni Lobo.
Su hermano de la Cosa Nostra y su compañero inseparable.
Luka y Giovanni se parecían tanto, solo que este no se veía la
sangre manchando sus pupilas.
—Quería hablar con Don —le dije la verdad porque me convenía
—. También tomar el aire. Mi habitación me agobia.
Sacaría información, sus planes, las salidas del trasporte del
cargamento, los carteles de droga con los que colaboraba...
Absolutamente todo. Me metería en su vida poco a poco, y lo
destruiría en la sombra. Si tenía que chuparle la polla arrodillada en
su despacho, lo haría. Por asco que me diera, lo haría por mi
libertad.
Luka me echó un vistazo de arriba abajo, tan serio que me daba
miedo.
—Eso no será posible —negó con autoridad —. Regrese a su
cuarto.
Arrugue mi nariz.
—¿Por qué? ¿Está ocupado? Es verdad que quiero hablar con
él, necesito decirle algo que me come por dentro y creo que no
podré dormir hasta que se lo diga —pestañeé e hice una mueca con
mis labios como una niñita.
Él se quedó parado observándome con paciencia.
—Señorita Bianca, no haga las cosas más difíciles. Váyase a su
dormitorio y no salga hasta mañana. Es lo mejor que podrá hacer
para su seguridad.
—¿Es qué pasa algo? —cuestioné con voz sutil.
—Señorita Bianca...
Entonces pasó.
Un gran estruendo soñó a lo lejos del jardín, las vibraciones
llenaron a las paredes en cuestión de segundos. Todo el suelo que
pisaba se zarandeó bajo mis pies débiles, perdí el equilibrio y caí sin
agarrarme a nada para no hacerme daño. Luka se tapó los oídos
agachándose hacia donde estaba para protegerme de los trozos de
techo que caían amenazando con aplastarnos.
Otro estruendo más.
Vibraciones.
Las luces parpadearon. Terminaron por apagarse.
Y mucho caos.
Temblé debajo de Luka, él sacó la pistola que tenía atorada en su
cintura y apuntó a la nada. Se arrodilló a mi lado revisando mi rostro
entre el polvo el humo. Mi garganta raspaba, solo tosía cada vez
más. No sabía que estaba pasando, pero estaba cagada de miedo
hasta arriba.
—Quieta —marcó un número en su teléfono y se lo colocó en la
oreja —. Señor, sí señor. Parece que fue en el jardín. ¿Dentro de la
mansión también? Los hombros están afuera, los estábamos
esperando. Sí. Los rusos no entrarán en la casa. Sí, señor. Está
conmigo, la protegeré con mi vida. La llevaré al sótano y la subiré a
un auto. Yo subiré con ella, señor. De acuerdo, lo intentaré.
La voz de la línea se oía furiosa. Sólo pegaba gritos y hablaba
alto.
Luka curvó sus dedos en mi brazo y me obligó a levantarme.
—¿Qué pasa? —pregunté nerviosa.
—Los malditos rusos nos hicieron una emboscada. ¡Muévete! —
bramó.
��
En mi escondite solo oía disparos, voces lejanas y un leve
murmullo en el exterior. Luka se había ido y me había dejado sola,
dentro de un armario y con un arma de fuego para defenderme. Las
cosas se habían complicado. Esos rusos que eran enemigos de Don
consiguieron entrar en la fortaleza del mafioso, sembraron el caos
en cada kilómetro.
Mi respiración era irregular, la segunda planta era el foco
principal de todo. Las palabras en un idioma que no entendía se
hacían más cercanas a cada minuto.
Y yo estaba en esa planta.
Quería llorar como una pequeña consentida que no tenía lo que
deseaba, pero si lo hacía todo me descubrirían antes. Por el hueco
del armario divise dos hombres con metralletas cargadas bajo sus
hombros. Examinaban el lugar con intensidad, alertados en todo
momento.
Cerré los ojos.
Si moriría, lo haría.
Pero no dejaría que me mataran.
Ambos individuos intercambiaron palabras. Rieron incluso.
Yo sonreí en medio de la oscuridad y me preparé para robarles
su vida. Lleve el cañón de la pistola al hueco libre, la cargue de
balas siendo lo más silenciosa posible y toqué con mi dedo índice el
gatillo, esperando mi momento. Tenían en sus pechos armamento
militar. ¿Eran militares rusos? Oh, no.
Respiré hondo cuando supe que no lo eran, solo lo parecía,
estaban equipados así para recibir menos daño. Me preparé para
apostar contra mi primera presa. Un ángulo perfecto para volarle los
sesos de un disparo. Me llené de valor y conté hasta diez en mi
mente, no había vuelta a atrás.
3
2
1
Apreté el gatillo.
Cómo me había imaginado, la bala se proyectó a la altura de su
cerebro ingresando por detrás y saliendo por su frente. La sangre se
esparció en el mármol del piso cuando su cuerpo muerto e inerte se
estampó con violencia. La pistola que tenía no poseía de la
velocidad que deseaba.
Me hice daño por el retroceso y mi dedo dolorido me estaba
ardiendo. También mi pie, pero no reparé en eso. No tenía tiempo.
El otro sujeto me había descubierto, alzó la metralleta al armario,
pero antes de que pudiera hacerlo salí de mi escondite y le disparé
en sus manos. El arma cayó a sus pies, chilló de dolor. En un
segundo todo se calmó. Una bala salió de otra pistola que no era
mía y mató al hombre por la sien.
Don me había salvado.
Me quedé paralizada mirándolo, avanzaba por la estancia dando
grandes zancadas.
—No sabía que te defendías tan bien —ladeó sus labios —.
¡Ahora muévete, niña tonta! —gritó en mi dirección.
—¡Deje de decirme niña! Soy más mujer que su esposa y le
aseguro que puedo ser letal si me lo propongo.
No sé cómo pasó.
Solo sentí como me sostuvo de los hombros con sus manos y le
lanzó al suelo. Mi cabeza se golpeó, un dolor agudo se instaló en
ella, haciendo que todo en mí se estremeciera. Él disparó de nuevo
a un sujeto que apareció en la entrada.
Estaba confusa. Y dolorida.
—¡Maldita sea! —exclamó Don —. Jodidos cabrones.
El cinturón de mi albornoz se soltó cuando me subí a su regazo y
disparé contra otro hombre que le apuntaba en la sien. Él me salvo
antes, yo lo había salvado ahora. Pero eso no significaba que iba a
perdonarle todo. Solo era una muestra de confianza para que
confiara en mí.
—¿Está bien, Don? —pregunté sonando preocupada, mi
actuación había comenzado —. La bala lo pudo alcanzar, por suerte
disparé primero.
Los ojos de ese miserable bajaron a mis senos, que ya no
estaban cubierto por el algodón del albornoz sedoso. Su mano subió
a mi cadera y junto mi intimidad con la suya restregándose. Oh, por
Dios. ¿Qué hacía? Sonrió con diversión, jugando con mi pezón que
se volvió duro al sentir su dedo frío. Era tan malditamente caliente,
que podía dejar que hiciera con mi cuerpo lo qué deseará.
Entonces me quitó el albornoz de los hombros.
Quedando expuesta y excitada ante la mirada de ese monstruo.
5

Era un paraíso para mis ojos y lo recorrí con gusto utilizando mis
manos en el proceso. Su cuerpo reaccionó ante mis caricias,
excitándome aún más de lo que estaba ya. Volví a deslizar mis
dedos sobre sus pechos desnudos, no estaban nada mal. Posicioné
las manos debajo de sus tetas y jadeó como respuesta. Me dieron
unas ganas terribles de comerla ahí mismo.
De arrancarle las bragas y follarla salvaje por el culo.
Esa mujer era una tentación.
—¿Qué mierdas haces? —preguntó con enfado.
Me deleité un momento más antes de mirar a sus ojos cristalinos.
Era jodidamente hermosa, mucho más que mi esposa. Priscilla era
una cagada de vaca y ella una diosa de la belleza. Bianca era
caliente y su cuerpo gritaba a sexo.
Y yo ansiaba meterle la polla y dejarla dolorida un mes por
desobedecerme.
Ninguno de mis hombres lo hizo jamás. Ella tan solo llegó y tuvo
el descaro de maltratar lo que es mío. Nadie toca lo que es mío.
Nadie. Porque las consecuencias siempre serán peor. No podía
dejar que eso volviera a pasar, tampoco quería hacerle daño porque
era una mujer. No maltrataba a las mujeres, me enseñaron eso
desde que era un bambino. Así que utilicé una de mis torturas
menos crueles. Me dio pena oírla sollozar, pero me excitaba tenerla
cerca.
Y maldita sea cómo me excité.
Me sentí un jodido psicópata.
Sé que me odiaba por eso.
A mí solo me daban más ganas de hundirme en ella como un
completo desquiciado y hacerla mía. Estaba seguro que no era igual
de mustia cómo su hermana, que se tumbaba en la cama y no
movía ni un dedo. La manera en la que se meció suavemente no
siendo consciente sobre mi erección me lo confirmó.
La quería para mí.
Todo su excitante cuerpo.
Era perfecta, joder. Me sentí prendado al segundo de que me
retará.
Le regalé una sonrisa torcida, un segundo después ya estaba
entre el canalillo de sus pechos saboreando su piel cremosa. Bajé el
agarre de la cintura hacia sus nalgas y las apreté haciendo que su
intimidad, seguramente húmeda, se chocará contra mi miembro
ardiente. La pequeña arpía intentó zafarse de mi agarre.
—¡Suéltame, maldito! —chilló contra mí oído —. ¡Ayuda! Quieren
abusar de mí.
Jadeó cuando metí su pezón erecto en mi boca mordiéndolo con
una sonrisa.
Sus movimientos solo me ponían a mil. Se movía intentado
zafarse de mi cuerpo, pero los dos sabíamos que estaba disfrutando
de mis caricias. Contenía en su garganta gemidos de placer que
estaba decidido a sacarle. Sus pupilas estaban dilatadas y sus
mejillas rojas.
—No seas tonta, yo no violo. Solo me follo a las chicas que
quieren ser folladas. ¿Quieres que te folle aquí, Bianca? —cuestioné
lamiendo su pezón.
Soltó un chillido y la dejé ir. Jugar con ella era divertido.
—¡Claro que no! —se negó con ferocidad, levantándose de mi
regazo y alejándose para subir de nuevo su albornoz —. No vuelva
a tocarme. Eres un maldito violador, ¿también quisiste abusar de mi
hermana la noche de bodas? Debería darte vergüenza tocarme
sabiendo que tu esposa puede estar en peligro.
Me incorporé sacudiendo mi cuerpo del polvo y la suciedad del
suelo. Oh joder. Esa mujer sí que tenía ovarios para decirme las
cosas a la cara. No iba permitir ni un segundo más que me hablará
con ese noto.
—Tú hermana me espero con las piernas bien abiertas. ¿A eso le
llamas violación? Sus gritos no eran precisamente de asco —le
informé con una sonrisa. No sabía que mierda me pasaba. Sonreír
no era una de mis facetas —. Baja el tono conmigo, ya sabes lo que
puede pasarte si vuelves a retarme.
Entrecerró los ojos y puso una mueca de asco.
—¡No necesitaba esa información! —escupió con la pistola entre
sus manos.
La reconocí enseguida, era la de Luka. Ese maldito imbécil la
había dejado sola mientras esos cabrones osaron a penetran mi
hogar. Si tan solo no fuera mi amigo, ya le hubiera cortado la
cabeza. Ahora estaban todos muertos, yo mismo rompí sus huesos.
Aunque puede que haya uno que otro más, no lo creo.
Se aclaró la garganta cuando le arrebaté la pistola de sus manos
y la guardé junto a la mía atrás de mi espalda.
—¿Qué haces? ¿Cómo me defenderé?
Mis ojos siguieron la sangre que brotaba de su pie. Estaba
descalza y la venda que protegía la herida de sus dedos cortados
sangraba. No era médico. Pero eso no era bueno. Maldita sea, la
chica bonita se me desangraba.
—No necesitas defenderte. Mi mansión nunca dejó de ser segura
—gruñí —. Tu pie sangra, ven aquí.
—Pues muy segura no será, cuando tus enemigos entraron y
casi nos vuelan la cabeza.
Con un movimiento rápido la sostuve entre mis brazos y avancé
hasta la salida con sus chillidos. Golpeó mi pecho varias veces e
intentó saltar de mis brazos. Cedió en unos minutos cuando se
cansó de hacer el idiota. Sus puñetazos eran como golpes de
plumas, hasta me hacían cosquillas.
Suspiró cansada.
Estaba incómoda porque sus músculos se mantenían tensos
como una roca. No estaba acostumbrada a mi masculinidad, era
comprensible.
—¿Dónde me llevas? —preguntó.
—Iremos a Italia. Allí todo será más seguro.
Crucé un pasillo oscuro, las ventanas estaban abiertas y observé
el césped del jardín de mi mansión destrozado. Esos rusos de
mierda me declararon la guerra hace horas, y solo porque me follé a
la hermana de mi ex socio ruso. Cerraron todos nuestros tratos y
rutas de droga. La chica había dicho que la había seducido y por
eso perdió su virginidad conmigo. El prometido se juntó con el
hermano y declaran una guerra contra la famiglia. Su coño estaba
más usado que mi polla. Y mira que yo la he usado.
En fin.
Lo solucionaré porque este problema es un grano en el culo. Soy
el que manda en toda la puta mafia. Todos me tienen miedo por mis
crueles venganzas y todo lo que hice cuando era pequeño. Subí de
rango tan solo unos años después de mi tío Antonelli muriera en mis
manos y mi padre se retirará.
No podía dejar que ninguna mujer destrozara mi imperio. Así que
la mande matar y mis sicarios de Rusia lo hicieron bajo mis
indicaciones.
La joven que retenía en mis brazos tenía la mirada perdida.
—¿Dónde está mi hermana y por qué vamos a Italia? —preguntó
de repente —. Seguro hay otros lugares más seguros.
Bajé las escaleras para llegar al primer piso, donde estaría
mi consigliere encargándose de todo este desastre. Algunos de mis
hombres murieron por defenderme, sus familias serán
recompensadas con una suma de dinero aceptable.
Puedo ser malvado.
Pero si me eres fiel te lo recompensare.
Lamió sus labios inocentes y ni quiera me miró.
Joder.
Las ganas de follarla no se iban. Quería hacerlo para desfogarme
porque verdaderamente mi día iba de mal en peor.
—¿Qué pasó? ¿Por qué esos hombres te atacaron?
Respiré duro.
—Demasiadas preguntas —conteste cortante—. No tengo
ánimos para responder.
Me ponía desquiciado que hiciera tantas preguntas y fuera tan
curiosa, pero sus labios me desquiciaban más. Deseaba besarla y
explorar a mi antojo el interior de su boca. Hacerla mía por ahí
también y que se tragara mi semen mientras lamía la punta de mi
miembro.
Santa mierda.
Oh joder.
Mi erección creció y chocó contra la tela de mi pantalón, el dolor
se intensificó con el poco espacio que tenía mi amigo allí abajo.
Necesitaba aliviarme enseguida.
Y esta puta solo hacía más que ponerme caliente con todo su
cuerpo rozando el mío.
La primera planta estaba vacía, en silencio. No había ni un alma.
En silencio recorrí con mis pies el poco camino que quedaba hacia
la salida. Allí mis hombres me esperaban con sus coches y sus
armas. Un par de cuerpos estaban en el suelo con charcos de
sangre, eran los cadáveres de mis defensores. Entré solo para
buscar a la hermana de mi esposa. No era tan cruel de dejar que la
mataran.
Ese gusto lo quería yo.
Porque esa mujer era un peligro para mí.
Una tentación prohibida que pondría mi rango pendiendo de un
hilo.
Ella era mi perdición.
La llama que amenazaría por consumirme.
Y desde el principio lo sabía.
—Señor —llamó uno de mis hombres. No veía a Luka por
ninguna parte —. Su padre fue uno de los fallecidos. Le ofrezco mis
condolencias.

Horacio Lobo había muerto en esa noche que habían tratado de


matar a Don y a todos sus seres queridos. Un día después su hijo lo
estaba enterrando en el cementerio de Nueva York, con doble
seguridad.
Me vestí con un vestido negro para acompañarlo, ya que mi
hermana no estaba y yo era la única "familiar" que estaba a su lado
para acallar los cotilleos de la prensa. Las cámaras seguían a Don
por todas partes, se rumoreó que un mafioso había matado a su
padre, cosa que era verdad, pero que él lo desmintió diciendo que
había fallecido debido al cáncer de pulmón que padecía.
Melody y Priscilla ya estaban de camino a Italia. No sabía para
que Don quería ir a ese país, y necesitaba saber. Necesitaba
descubrir porque esos rusos le habían declarado la guerra para
asociarme con ellos.
Porque no aguantaba. No podía sentir placer con su roce que
ese monstruo me daba.
Porque sí, lo sentí. ¿Y cómo no sentir nada si esa masa de
belleza y masculinidad me tocaba como pocos me habían tocado?
Nunca lo hicieron de esa manera. Y no quería que volviera a
suceder. No quería sentir que me gustaba sus besos, porque
entonces estaría perdida.
Me conocía. Y probablemente acabaría gustándome, porque me
gustaban todos los hombres que estaban prohibidos.
Y él lo era.
—Don le ofrezco de nuevo mi pésame —dije cuando el ataúd de
su padre se perdió entre la tierra.
El funeral había acabado.
Solo él, el párroco, los hombres de Don y yo habíamos asistido.
Observé sus ojos, no estaban enrojecidos. No había derramado
una sola lágrima por su padre.
—Gracias, Bianca —sonó duro, siempre sonaba así —. Camina,
el avión está esperándonos.
Su traje negro le quedaba ajustado. Su cabello estaba peinado
hacia atrás. Y su loción me estaba volviendo loca. Esos músculos sí
que me volvían loca.
Me hice paso entre sus hombres para llegar a la Range Rover
que estaba ubicada en la entrada del cementerio, junto con
periodistas curiosos y cámaras que me grababan a mí y a Don. Él
estaba por delante, sus guardaespaldas alejaron a esas escorias y
se aseguraron que subiera a su auto.
Yo estaba a punto de subirme al que se me había sido asignado,
pero oí la voz de Luka:
—Señorita Bianca —llamó acercándose a mí.
Me estaban fotografiando así que busqué en mi bolso y me
coloqué unos lentes negros, me molestaba ser el centro de
atención.
—¿Sucede algo? —pregunté desviándome del auto.
—El señor quiere que vayas en su auto —informó.
Asentí sin decir una sola palabra y me encaminé hasta el auto
donde estaba él. Sus hombres me cachearon antes de que me
abrieran la puerta y sentarme en el asiento de atrás junto con ese
mafioso.
No lo observé a los ojos.
Mi vestido se deslizó hacia arriba por mis piernas, lo baje rápido
sintiendo su mirada ardiente.
—Acércate —ordenó.
¿Qué estaría tramando? No quería estar cerca de él. Más lejos
mejor.
—Puede llorar si quiere. Aquí nadie lo escuchará y yo no diré
nada.
Sonrió y apretó el agarre en sus piernas. Echó la cabeza para
atrás riendo.
—Nunca lloro.
Arrugue la nariz sin poder creérmelo.
El motor del vehículo cobró vida con un sutil golpe en la
ventanilla polarizada. El interior del coche era todo negro, como el
alma de su dueño. El asiento era cómodo, pero yo no estaba
cómoda, así que jugueteé con mis manos.
—Todos los humanos lloran, usted no es la excepción.
Mordió sus labios, lo estaba viendo de reojo. Me miraba como si
fuera su presa. Mi canalillo estaba expuesto ante él, todavía podía
sentir su respiración que me excitaba entera.
¡Mierda!
Era demasiado caliente. Y esos toques no se iban de mi cabeza.
En la noche, cuando me pagó la habitación del hotel para que
durmiera, él no durmió. Tuve un sueño en él que aparecía. Y
amanecí caliente por su culpa. ¿Por qué me excitaba? Era cruel,
despiadado. No me convenía. Me había dañado. Me iba a matar. Me
corto mis dedos y arruinó mi vida.
¿Por qué quería sentirlo de nuevo?
Debía sacar ese deseo de mi cabeza lo más pronto posible.
Entre él y yo no podía ocurrir nada. No podía.
—Bianca...
Ganarme su confianza.
Después destruirlo.
—Don, no te ofendas, no es mi tipo. No quiero follar contigo, soy
la hermana de su esposa y creo que no sería beneficioso para mi
hermana. Puede coger a las chicas que quiera, pero no le pondrá el
cuerno conmigo —solté de repente.
—Tienes el... —señaló con su dedo un botón de mi vestido —. Se
te verán los pezones si no te abrochas ese botón.
Volvió a su seriedad.
Con vergüenza intente abrochar el botón que dejaba ver
demasiada piel de esa zona, pero los dedos se resbalaban unos con
otros y se me fue imposible.
—Déjame a mí —la alarma en mi cerebro me alertó.
Tragué saliva mientras mis manos chocaron con las suyas con
movimientos torpes. ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba así ante él?
No lo comprendía. No era una niña de quince años con las
hormonas revolucionadas.
Su aliento mentolado mezclado con tabaco chocó contra mis
senos cuando respiró y se inclinó para abrocharme rápidamente el
botón de mi vestido. Mi aliento seguramente olía mal, porque no
encontré ningún cepillo de dientes ni pasta dental en el hotel, así
que sellé mis labios.
¿Pero que importaba? ¿Por qué me preocupaba oler bien?
Don rozó con sus dedos una de mis tetas cuando volvió a su
sitio, mis pezones enseguida reaccionaron y se clavaron en la tela
fina mi vestido. No llevaba sujetador puesto, rara vez lo llevaba y me
maldije por no llevarlo porque se estaba notando.
Él lo había notado.
Esbozó una sonrisa por ello.
—Aunque intentes negarlo, tu cuerpo reacciona con el mío. Igual
que yo no puedo negarlo. Deja de odiarme por cortar tus dedos,
cariño, solo yo puedo darte los mejores orgasmos de tu vida. Sé una
de mis chicas y nunca jamás te haré daño, pero debes guardarme
respeto. ¿Aceptas, cariño?
6

Pestañeé varias veces girando mi rostro, para ver cómo sus ojos
no quitaban la mirada de mi boca. No era un buen momento para
besarlo, y tampoco lo haría por nada del mundo.
En un segundo estaba riéndome como una desquiciada, sí, me
estaba burlando de un mafioso que podría hacerme papilla y qué, de
hecho, ya había abusado de su poder conmigo cortándome los
dedos de los pies. Pero, es que parecía tan idiota proponiéndole eso
a la hermana de su esposa.
El punto débil de Giovanni Lobo eran las mujeres.
Y lo usaría en su contra.
—Mira, voy a tutearte —me tranquilicé la risa posicionando una
mano en mi pecho —. Quédate grabado bien en tu mente que nunca
me vas a poder tocar de la manera que quieres, porque yo no soy
una de tus putitas que te menean la cola. Nunca seré de nadie,
porque nadie tiene el suficiente dinero para comprarme.
Sonreí con suficiencia bajándome el vestido que se había subido.
Estaba harta de esta mierda. Las ganas de saltar del auto en
marcha estaban sobrepasando en mi mente. Respiré hondo y ni
siquiera lo observé, solo pude oír la respiración de Don.
—Poseo el dinero para comprarte —soltó con los dientes
apretados erizándome la piel —. ¿Quieres una joya? La tendrás.
¿Quieres una mansión en Hawái? Solo tienes que decírmelo. Puedo
dártelo todo. Dime, Bianca. ¿Qué quieres a cambio de que seas
mía?
No quité la mirada del cuenco de chocolate que había en de las
estanterías bajas de ese coche lujoso, había una nevera con agua
fría que necesitaba pasarla por mi garganta. Todo mi cuerpo
quemaba.
Ardía como si me consumiera las llamas de infierno.
Y era por su maldita cercanía.
—Puedes darme algo que quiero —pronuncié desenvolviendo el
papel metálico del bombón y llevándomelo a la boca.
No podía girar a mirarlo.
Su cuerpo se inclinó al mío, sentí el contacto de sus dedos fríos
chocar contra el borde de mi vestido.
Tragué duro y el aperitivo de chocolate se quedó atorado.
—Dime, preciosa.
Su mirada, esos ojos en mi piel. Quería arrancárselos por
hacerme sentir esas extrañas sensaciones. Unas que no quería
tener.
—Dame mi libertad —ahora sí lo miré.
Su ceño se arrugó al oír mi respuesta, esbozó una sonrisa ladina
y quitó su mano de mi muslo para acomodarse el cabello.
—¿De qué hablas? Tienes tu libertad. Puedes salir dónde
quieras, no puedo darte lo que ya tienes.
Negué con la cabeza.
Una opción viable estaba en mis narices, no iba a desperdiciarla.
Huiría como siempre lo había hecho, de una manera buena o mala,
pero lo haría.
—Quiero salir de la mafia. Borrar todo mi historial aquí y crear
una nueva vida —desvié la mirada porque mis ojos se llenarían de
rabia —. Mi madre se mantiene encadenándome en sus cadenas de
oro. Necesito salir de esta mierda, y eso es lo que puedes darme: La
libertad. Huir a otro país. Hacer una vida nueva y olvidar mi pasado.
El rostro de él se volvió neutral.
—No te quiero lejos de mí —gruñó ansioso.
—¿Soy un capricho para ti? Eso es —me reí —. Obtener mi
libertad es lo único que hará que sea tuya por unos días. Sin
importar cuando te odie. Porque es inevitable sentir algo bonito por
un monstruo como tú.
La mano de él impactó en mi cara de nuevo, me abofeteó con
tanta fuerza que mi cabeza se golpeó contra la ventanilla. Estoy
segura que después de eso me saldría un gran chichón en mi frente.
Mi lengua filosa hizo de las suyas de nuevo, me sentía tonta, era
obvio que ese mafioso con poca paciencia me pegarías las veces
que fuera necesarias, porque mandaba. Me sobé mi mejilla
mirándolo con odio entrecerrando los ojos. Sus facciones eran un
jeroglífico indescifrable.
—Respeto, Bianca —recordó —. Mantén tu respeto hacia mí
siempre. No quieres volver a estar en mi sótano, ¿verdad?
—Eres un... —me silencié cuando una lágrima rodó por mi
cachete.
—Si te pareció un infierno mi habitación de Nueva York, no te
puedes hacer una idea de cuán puedo hacerte sufrir en la de Italia.
No te la juegues. Esta vez no será dos dedos del pie.
Me odie a mí misma por llorar ante su mirada expectante y
malvada.
—No quiero verte nunca más —murmuré.
Su rostro enfurecido se pegó a mi frente, los dedos de ese ser
malévolo de curvaron en mi nuca haciéndome daño. No podía
respirar por su cercanía.
—Está vez será la pierna entera, bonita —sonrió enseñando los
dientes blanquecinos —. Rajaré con mi cuchillo tu bello rostro y te
usaré como una muñeca de trapo. Follándote cuando se me antoje.
Y cuando me canse de ti, te mataré, puta.
—Violador —sentencié. De nuevo mi lengua y mi impulsividad al
decir las cosas.
Proyecté mis manos contra su pecho duro y lo alejé de mí con la
fuerza que pude reunir. No sé cómo sucedió, porque mis impulsos
fueron rápidos y fugaces. Un segundo después estaba sentada en
su regazo, con el vestido roto, golpeando su cuerpo con violencia.
Chillaba y parecía una loca arañando su cuello porque nunca antes
me habían tratado así.
Nadie se merece ser violado o violada por engendros.
Seguramente eso haría el conmigo.
Nadie merece una vida llena de sangre y crueldad.
Yo no merezco esto.
—No merezco que un mafioso egocéntrico y caprichoso quiera
que sea su muñeca sexual —abofeteé su mejilla, ni siquiera se
inmutó —. ¿Te enteras? No quiero nada de ti, solo quiero vivir en
paz. ¡Qué me dejes vivir en paz! ¡Qué todos me dejen vivir en paz!
Se mantenía mirándome, no sé defendía, no le dolía mis golpes.
¿Por qué? Le estaba pegando fuerte, demasiado para que ni
siquiera se moviera e intentará pararme. Retrocedí para sentarme
en mi lugar, había cometido un error al saltar sobre él y centrar mi
rabia en golpes violentos, todos esos golpes me los devolvería de la
peor manera. Pero sus firmes dedos se hundieron en mi cadera.
Entonces sentí algo duro rozar con la tela fina que cubría mi
intimidad. Santa puta mierda. La erección de su pantalón chocó de
nuevo contra mi centro, cuando amarró mis manos con sus dedos y
las dirigió a mi espalda para inmovilizarme.
El coche se detuvo y los botones de mi vestido explotaron. Sonrió
mirando mis pechos relamiéndose los labios.
—¡No! —intenté zafarme, pero solo provoqué que su miembro
erecto se chocase más en mi centro y casi gimiera —. ¡Ni siquiera lo
pienses! ¡No volverás a hacer lo mismo que ayer!
—Cálmate y disfruta.
Se zambulló al hueco de mis senos y lamió esa parte, intenté
controlar su boca que descendía al pezón derecho, pero no podía.
La humedad de su boca calentó mi pezón y lo saboreó
descaradamente, después lo mordió y se alejó de mi pecho.
—¿Quieres que siga? —acarició mis nalgas aflojando el agarre
en mis manos.
¿Por qué mierdas quería que sí? ¿Por qué estaba mojada por él?
Dios mío, ¿qué me estaba pasando? Ya no podía controlar ni mis
propios deseos.
—No —mentí. Era obvio que quería. Lo ansiaba.
—Tu mirada me dice otra cosa —aseguró moviendo los labios
lentamente.
Se acercó a mi cuello y estampó suaves besos cálidos en mi piel.
El hormigueo en todo mi cuerpo era incesante.
—Dije que no —. En realidad, era un sí.
Lamió y chupó. Provocándome. Excitándome. Torturándome.
—Estoy estresado, bonita—comentó sin dejar de marcar mi
cuello con sus besos —. Te castigaré azotándote las nalgas por ser
una niña mala e irrespetuosa.
Ahogué un grito desesperado.
¡Maldita sea! ¡Maldito él! Ojalá la mala fortuna se posará sobre su
vida. Lo odiaba, pero esa atracción sexual no sé iba. Seguía
matándome.
—Vaya, Giovanni —una voz masculina que no conocía penetró
mis oídos —. No pierdes el tiempo, hombre. Deja un poco para los
demás.
Un hombre casi igual a Don, pero más joven abrió la puerta del
auto viéndonos con diversión. Estaba vestido con una camisa
blanca y pantalones negros. El chofer atrás de él bajo la cabeza y
jugó con sus dedos. Mi acosador me estrechó a él tapando por
completo mi desnudez, pude apreciar cómo mis pezones duros
frotaban su frío y duro pecho. Un sonidito emergió de su garganta.
¿Porque siempre acababa estando desnuda delante de él?
Tenía ganas de vomitar.
—Lo siento, señor. Insistió en abrir la puerta, yo le dije que
estaba en un momento privado con la joven...
Don hizo callar al hombre con un gesto de mano.
—No empieces a joderme, Sergie —rugió él hacia el chico
desconocido —. ¿Dónde mierdas está Luka? Cierra la puta puerta y
ocúpate del maldito jet privado. ¡Ahora!
El chico levantó las manos y rio cerrando la puerta.
—Como digas, jefe.
Antes de que pudiera hacer algún movimiento me zafé
torpemente del agarre de Don, salté sobre su regazo y salí del
vehículo tapando mis senos. El lugar parecía ser la parte trasera de
un aeropuerto, solo que había un avión blanco. Bajé mi vestido
porque me sentía como una puta.
Las miradas de los hombres de ese mafioso no me ayudaban a
sentirme mejor. Todo estaba rodeando.
—Señorita —musitó Sergie. ¿Quién era él? —. Le ofrezco mi
saco para protegerla de las miradas lujuriosas.
Me guiñó un ojo.
Acepté que me pusiera su saco de color negro, no objeté nada, ni
dije nada. No podía. Era una tonta por comportarme así con Don.
Temía por mi vida al llegar a Italia. ¿Sería verdad sus amenazadas?
¿O solo lo decía para que me comportara bien con él?
No podía ser más rebelde con Don.
Tenía que pensar bien las cosas antes de hacerlas.
Debía elaborar un plan. Uno que funcionará bien.
—Gracias —le agradecí.
La presencia de Don me perturbó cuando estuvo a unos metros
de mi espalda.
—¿Qué coño haces aquí? –cuestionó él, cerrando la puerta del
auto y dirigiéndose a nosotros.
Hizo varias señales para que sus hombres empezaran a
moverse. Cuatro de ellos subieron al avión. Y otros cinco se
quedaron supervisando el lugar.
Sergie puso en blanco sus ojos y suspiró.
—Hermano, vaya bienvenida de mierda —se quejó.
—Cállate —masculló —. No te quiero aquí, Sergie. No después
de que sembraras el caos en mi mafia.
—Agua pasada —sonrió.
—¿Me pagarás? No tendré piedad de ti, quiero mi puto dinero
ahora —se abalanzó a él, pero gracias a Luka no le metió con el
puño en la cara.
Don estaba furioso.
Y su hermano solo se reía.
—Tuve que matarte a los once —sentenció Don —. Más que me
das disgustos.
—¿Y librarte de este grano en el culo? —cuestionó —. Creo que
no. Vamos, hermano. Tendrás el dinero en Italia. Vine a verte, me
enteré de que papá murió. Golpe duro para la familia Lobo.
—¿Quién te informó? —preguntó, empujando a Luka —. Maldita
sea, puedo controlarme, ¡suéltame!
—Los rusos.
Los agujeros de la nariz de Giovanni se expandieron.
—¿Qué mierdas haces hablando con los rusos? Hijo de puta,
como me enteré que haces tratos te mato, te cortare en pedacitos....
—Están tramando algo, y tu esposa está metida.
Me quedé helada, porque la mirada de todos se posó en mí. ¿Mi
hermana? Joder. Ella no estaba en ningún lío de la mafia rusa.
—Priscilla no puede hacer nada contra Don, solo se preocupa de
cómo están sus uñas o lo bonito que quedó su cabello. No mataría
ni a una mosca. Por no hablar de lo torpe que es —expliqué
intentado salvar el pellejo de mi hermana —. Así que, creo que te
has confundido. Mi hermana no se metería en la cueva del lobo.
Sergie estaba parado examinándome. En cambio, Don y Luka no
lo hacían, observaban al recién llegado con confusión.
—Puede que no sea Priscilla —respondió.
Don apretó la mandíbula.
—¿De qué hablas?
Me tensé.
—Estoy hablando de qué la chica que está haciendo pactos con
los rusos es su hermana —aclaró Sergie.
—¿Bianca? —cuestionó Luka.
Mi boca calló al piso. No podía creer que me estuviera culpando
de algo que no había hecho. Ni siquiera había tenido la oportunidad
de hablar con esos rusos y tampoco lo haría. Quería salir de la
mafia, no meterme más en ella.
—¿Yo? —chille —. ¿Crees que me la jugaría así? Por favor,
estás acusando mucho a mi familia. Tal vez él que esté haciendo
tratos con esos rusos eres tú.
Me abracé a mí misma porque hacía un frío que helaba los
huesos. Las manos de Giovanni se curvaron en mis caderas, así
que me moví evitando que me tocara. Me lanzó una mirada de
enojo.
¿Dócil o salvaje?
Prefería lo segundo. Pero elegí lo primero.
—Mira, sí sabe hablar —sonrió el hermano de Don.
—Si es verdad que Bianca está traicionando... —no le deje
terminar.
Me acerqué a él y lo reté, ahí, delante de esos hombres.
—¿Crees que lo haría? Puedo ser tu puta peor pesadilla y una
rebelde que no ataca tus órdenes, pero no me metería en otra mafia
para destronarte de tu trono de la droga o lo que sea que quieran
hacer.
Claro que lo haría, si tuviera la oportunidad. Lo odiaba, pero en
ese momento debía ser lista. Más que todos ellos juntos, pero no
haría tratos con rusos porque eso significaba entrar en otro infierno.
Y yo lo que quería era huir.
Estaban culpándome por una razón y necesitaba descubrirla.
Don se rascó la barbilla con indiferencia.
—¿Por qué tendría que creerte? —interrogó su hermano —.
Acabas de llegar a su vida. ¿Qué intenciones tiene tu familia?
—¿Que qué intenciones tengo? ¡Yo ni siquiera quiero estar aquí!
—grite sin control, llena de furia —. Esto es absurdo. Podéis creer lo
que queráis, matarme si así os sentís más a gusto. Pero yo no estoy
haciendo tratos con nadie.
Me dispuse a alejarme de ellos porque no aguantaba más la
situación. A mi espalda todavía seguían hablando.
—Señor, deberías domarla ya —comentó Luka.
Sergie se carcajeó.
—Hermano, está chica te traerá muchos problemas.
Un segundo después, el avión privado que estaba a metros de mi
explotó por los aires, envolviéndolo de una bola de fuego y humo. El
caos fue lo único de lo que fui consciente. Los gritos desesperados y
ese olor a quemado que empezaba a asfixiarme.
La explosión me empujó al suelo, perdí la consciencia por el
impacto en mi cabeza.
7

Ni siquiera abrí los ojos cuando sentí un aroma peculiar


colándose por mi nariz, tampoco los chillidos escalofriantes de
personas. No sabía dónde estaba. Y no quería abrir los ojos para
saberlo, me ardían debido a la explosión del avión. ¿Me había
quedado ciega?
No quería comprobarlo.
Pero, ¿dónde estaba? El sitio era húmedo y frío, mis huesos
amenazaban con quebrarse si no sentía algo cálido. Tragué duro.
Intenté moverme. No pude, mis piernas estaban amarradas.
—¿Don? —susurré con mi respiración irregular.
Poco a poco abrí los ojos, solo una escena borrosa se proyectó
en mi mente. Una habitación bañada en sangre, cuerpos ambos
lados de mi descomponiéndose y unas horribles cadenas haciendo
prisionero a un hombre. El pelinegro tenía la cabeza baja, mirando
al suelo con todas sus extremidades amarradas.
No se movía. Y creo que tampoco respiraba.
Me aclaré la garganta. No podía ser él. No podía.
—¿Giovanni?
Mi garganta quemaba, en realidad, todo en mí. Pero esta vez no
era de una manera placentera, sino de una dolorosa. Parpadeé
varias veces para identificar al chico que se situaba a mi lado, la
escasa luz de una bombilla que parpadeaba cada tres segundos
que se situaba en el techo y se caía a pedazos, no era precisamente
de gran ayuda.
—Bianca, cállate —ordenó su voz dura.
Mi corazón bombeó al oír su mi nombre salir de su boca. Di una
última bocanada de aire antes de acercarme a él.
—¿Qué ha pasado? No... —me derrumbé —. Tengo miedo.
Don levantó la quijada para observarme, mis cadenas de las
piernas se tensaron cuando llegué al límite. Ni siquiera me había
acercado a él. Solo quería llorar, porque dentro de mi sabía lo que
había pasado. Y fue lo peor que me pudo pasar en ese momento.
—Shh, bonita —me silenció —. Los rusos nos tendieron una
maldita trampa. Estuvimos a punto de morir. Casi todos mis
hombres fallecieron, Luka y mi hermano pudieron huir, pero antes de
que yo pudiera hacerlo aparecieron esos cabrones y te metieron en
un puto coche. Así que fui por ti.
Nos tendieron una trampa.
Y fueros esos rusos de mierda.
—¿Querían secuestrarme? ¿Por qué? —cuestioné.
Él bufó irónico.
—¿Bianca, sabes? No eres el puto centro de atención —soltó
con furia, hirviendo en rabia —. Querían secuestrarme a mí, tú solo
era el anzuelo para que picara.
—Eres un idiota.
En un moviendo demasiado brusco, las cadenas de Don vibraron
por el fuerte golpe al aire que dio. Chilló como un condenado y
golpeó al aire muchas veces más, intentado bajar la rabia que subía
por su cuello.
—¿Me lo dices en serio o estás de broma? —apretó sus dientes
con tal fuerza, que por un momento pensé que se los rompería —.
¡Quise salvarte el puto culo! ¡Pensaba que querían hacerte daño
porque seguramente creían que tú eras mi esposa! ¿Y me lo
recompensas insultándome? Eres increíble.
Me hice un ovillo en el suelo, la sangre en las paredes me
revolvía el estómago. Las arcadas trepaban por mi garganta y
creaban un nudo en ella. Todo mi cuerpo estaba erizado por el
helado ambiente. Todo en aquel momento era una miserable mierda
pinchada en un palo.
—Lo siento —me disculpé, mirando a otro lado —. Pero debiste
huir.
—Te dije que protejo a mis mujeres, con mi vida si es necesario.
Cerré el pico en seco. Pero no pude.
—Yo no soy una de tus mujeres —protesté.
Giovanni Lobo suspiró cansado.
—Te convertiste en una de ellas —aseguró.
—No quiero ser una de tus mujercitas que solo usas para aliviar
a tu polla caliente. ¿Por qué me haces esto?
—Yo no hice nada —se encogió de hombros.
Una fina línea de sangre se derramó en el lado de su sien
izquierda. Lo que me anunció que lo habían torturado o pegado. No
era consciente del tiempo que había estado dormida.
—No valorarme. No valorar a las mujeres —dije examinando las
heridas de su pecho —. Nosotras no somos carne fresca que
puedes usar y desechar cuando se te antoje. Tenemos sentimientos.
No somos inferiores a ti.
Alzó su mirada a mis ojos, la conexión por un instante fue
mágica. Vi el arrepentimiento en sus ojos verdosos agua, eran una
mezcla de verde y azul, el color no se podía identificar fácilmente,
porque si lo veías con una luz más leve se veían azules y si le daba
una luz más oscura se verían verdes. Pero eso fue opacado por una
oscuridad inmensa, apretó su mandíbula.
—Las mujeres sois lo más preciado de este mundo, nosotros los
hombres debemos cuidaros. Amaros, daros cariño y respetaros —
dijo tragando saliva y emitiendo una mueca—. Pero yo no soy un
hombre simple, el imperio de mi tío y padre están en mi puta
espalda. Debo crear una reputación sino estos cabrones hijos de
puta no me respetarán. ¿Y sabes que es lo peor? Qué no puedo
confiar ni en mis propios familiares, porque todos quieren mi trono,
mi dinero y mi rango. Eso me obsesiona.
—Eso no justifica nada, la humillación a mujeres como yo todavía
sigue viniendo de hombres que se creen más por eso mismo, por
ser hombres. Estoy harta.
—Lo sé, bonita. Ser una mala persona va en mi personalidad, y
no pienso hacer nada para cambiarlo —sentenció presionando sus
labios.
Apoyé mi cabeza en la pared y cerré mis ojos. Solo quería
sumirme en un sueño eterno, porque despertar no era una opción.
Don me había seguido cuando mordió el anzuelo y lo secuestraron
también. No es mi culpa. Es la suya. El mafioso multimillonario,
heredero de una gran fortuna y propiedades no era yo. Este ganaba
millones al día.
Pero de nada servía el dinero cuando estábamos a punto de
morir.
—No temas a la muerte —dijo cuándo una lágrima se derramó
por mi mejilla.
Me la sequé con el dorso de la mano.
—No le temo a eso.
—¿Entones a qué? —preguntó, no lo miré.
Quedé callada ante su pregunta. No emití ninguna respuesta
válida porque mi cabeza no funcionaba bien. El fuerte dolor se
instaló de nuevo, parecía que millones de agujas penetraran mi
cráneo y pincharan mi cerebro.
Él tenía razón, yo le temía a la muerte. No exactamente, solo a la
forma de morir torturada por algún psicópata.
—Prométeme algo, Bianca —vociferó con la voz ronca. Su voz
era increíblemente sexy —Mírame a los ojos —hice lo que me
ordenó y en ese instante se me estremecieron los músculos —. Si te
saco de aquí, promete que serás unas de mis mujeres.
—Nos van a matar, nos están torturando aquí dentro. Nunca
saldremos de aquí.
—Acepta y te sacaré.
Parecía demasiado confundido. Mi mente decía que me negara a
ello, aceptar sería una maldición que llevaría cargando a cuesta
toda mi maldita vida, con suerte se cansaría de mí la primera noche
en su cama. Porque sí, sus mujeres sólo eran objetos sexuales.
¿Cuantas tenía? ¿Dos? ¿Seis? No lo sabía. No quería convertirme
en una de ellas, no quería denigrarme ante él de esa forma tan
despreciable, pero por alguna razón.
Mi corazón dijo que sí. Latió con frenesí, y asentí. ¿Que tenía
que perder? Mi vida ya estaba lo suficientemente destrozada.
—Si me sacas, prometo ser una de tus mujeres —pronuncié con
suavidad.
Una sonrisa iluminó su rostro. El diablo me había sonreído, y
maldita sea, era realmente excitante.
—Con una condición.
—No acepto condiciones —sonrió negando —. Muy bien,
preciosa. Tienes las manos libres, así que cuando venga el próximo
hombre tendrás que pegarle con el codo en el cuello. Atiende, es
muy importante que sepas cómo hacerlo.
��
Grabé en mi cabeza todas las indicaciones de Don, solo tenía
una oportunidad. Si la desperdiciaba con un movimiento torpe,
nuestra vida acabaría allí. En ese momento. Porque el hombre que
apareció por la puerta una media hora después llevaba un arma en
el borde de su pantalón y unas llaves. Se veía a la vista, la tenía allí
para que supiéramos que ellos tenían el poder. Sus rasgos eran
rusos, ojos oblicuos, nariz achatada, cabello crudo y la piel tirando a
amarillenta. Mi compañero de secuestro se hacía el dormido,
mientras clavé mi codo en el cuello del chico rubio, un moviendo que
hizo caer al desconocido al suelo.
Una derrota.
Una victoria para mí.
¿De verdad podríamos salir de ahí? ¿Sanos y salvos?
Desconocía la respuesta. Pero todo aclamaba que nada saldría
bien.
—¡Bianca, las llaves! —avisó Don, zarandeando sus cadenas.
¿Había matado al chico? ¿Qué importaba? Ya había matado a
suficientes personas en mi vida, una más en mi lista no me
supondría una pesadilla en mis horas de descanso.
—Ya voy —me incliné hacía el cuerpo del hombre ruso, sus
llaves habían caído a su lado.
Me manché de sangre los dedos de las manos al sostenerlas,
solo había dos, así que supuse que una era para nuestras cadenas
y la otra para la puerta que nos robaba la libertad. Sin que Don se
diera cuenta guardé la pistola en mi ropa interior.
Primero entré la llave en mi cerradura, todo en mí temblaba, así
que se me hizo un poco difícil poder soltarme. Una vez estuve lista,
caminé en silencio en dirección a mi enemigo eterno, que por
motivos del destino me había aliado con él para salir de esa prisión.
Giovanni mataría a todos esos rusos que intentaron matarlo y
robarle lo que era suyo. Solo si sobreviviera a aquello.
Ese hombre era demasiado listo, en cinco minutos ya había
trazado un plan perfecto para salir de allí. Sin saber dónde
estábamos, predijo todos los pasillos y los pasos que tendríamos
que dar para llegar a una salida. Yo me mantenía detrás de él.
Observaba cómo cojeaba, su pierna sufría en silencio y él no
había emitido ni un solo quejido. Y eso que su cuerpo estaba
magullado y lleno de heridas recién abiertas.
—¿Preparada? —entrelazó mi mano con la suya, temblé de
nuevo.
No porque tuviera frío, o porque tuviera miedo, sino porque ese
contacto repentino me había producido una corriente eléctrica que
hizo que temblara contra él.
—Sí —mentí. No estaba preparada para mi muerte.
Pero sí para la de Don.
La deseaba tanto que me quedaría allí solo para verle morir.
Abrió la puerta, y todo fue un caos. En cuanto cruzados el umbral
de la última salida, la que sería nuestra salvación, unos hombres
llenos de músculos que parecían gorilas nos alejaron mientras nos
llevaban con el hombre que había ordenado nuestros secuestros.
Era un viejo verde asqueroso, daba repulsión con solo verlo. Estaba
descuidado y arrugado por la edad, ese señor debía estar en una
residencia para mayores y no secuestrando a gente.
—¡Hijo de puta! —bramó Don golpeando a sus captores —. ¡Me
cagó en tus muertos, cabrón! Te voy a...
Un disparo.
Mi mente se paró.
El hombre viejo que desconocía su nombre había levantado su
pistola ubicándola a la pierna de Don, no tardó en disparar con una
sonrisa en su mellada. Ni un grito salió de Giovanni.
—Te dije que no podías superarme, niño —rio el vejestorio juntos
con sus cómplices —. Bienvenido a tu propio, infierno. Te
estábamos esperando.
Se mantenían en una mesa circular, unos seis o cinco, los
guardaespaldas mantenían su seguridad. Yo solo me deje llevar por
el gorila que me arrastraba a ese hombre asqueroso, mis ganas de
vomitar aumentaban.
—¡Para está mierda, ahora! —ordenó.
Solo se oyeron risas.
—Amigo, esto acaba de empezar —dijo otro de ellos, uno más
joven, con una nariz puntiaguda, su inglés era nefasto.
Don luchó contra esos hombres que le echaban para atrás. No
funcionaba. Su fuerza no era la indicada para poder derrotar a esos
cabrones. Yo creía que no, pero todavía había una ficha más.
Una enterrada en nuestro subconsciente.
La mesa circular cayó al suelo, dejó a la vista los miembros
erectos y desnudos de esos asquerosos seres. Me tragué una
arcada, intentado moverme para que el hombre que me retenía,
soltara un poco el agarre. Me hacía daño en el brazo.
—¡Para este puto juego, mierda! —gritó Don histérico —. La
zorra de tu hija ya estaba bien follada antes de que lo hiciera yo.
Un puñetazo se proyectó en la quijada de él. Me quedé mirando
como la sangre brotaba de sus labios y la escupía a suelo.
—Pagarás tu deshonra a mi hija —sonrió con autosuficiencia,
ese viejo empezaba a caerme mal. Estaba tan mareada que no
podía mantenerme en pie yo sola —. Y lo pagarás viendo como tú
esposa es follada por todos nosotros. Así pagarás. No te mataré, tú
te matarás solo viendo como tu mujer muere lentamente por
nosotros.
¿Esposa? Mi vista se nubló, mi espalda chocó con la del gorila y
casi caigo.
—Ella no es mi esposa —aseguró Don —. Pero tócale un solo
pelo, y saldré del infierno para matarte.
Caí en las piernas del viejo, no quería ver como su polla estaba
erecta. Así que baje la mirada. Quería llorar, nada estaba saliendo
bien. Y todo era por su culpa. Por la culpa de Giovanni Lobo. Lo
odiaba, cada vez más. Yo debía ser su esposa, hui para no serlo,
dio igual. Porque estaba atada a él por ese hilo rojo.
—Hola, preciosa —me saludó. Su aliento apestoso llegó a mis
fosas nasales aturdiéndome —. Es bonita, eh. Muy bonita.
Acarició mi mejilla, alcé mis ojos y lo reté.
—Bonita pero letal.
Don intentaba salvarme, pero nadie podía hacerlo. Gritaba,
maldecía, pero no suplicó, ellos nunca suplican. Se volvió loco
lanzando golpe y patadas, no servía. Habían llegado tres hombres
más para detenerlo. Y yo estaba frente de ese viejo pellejo, con la
punta de su diminuta polla en mi frente.
—Preparar todo —dijo divertido —. Esta noche toca jugar con
esta bella dama al juego del muelle.
—No, por favor —supliqué —. Eso no.
8

Aquello no estaba sucediendo. No podía estar ahí. Debía ser un


sueño de mal gusto, de que despertaría. Cerré y abrí los ojos
intentando despertar de ese sueño.
Pero es que no era un sueño.
—Desnúdate —ordenó el viejo asqueroso —. La diversión acaba
de empezar. Alegra esa cara.
Las lágrimas rodaron por mis mejillas cuando un dedo se delineó
por mi hombro. Unos minutos después el otro que me había
capturado, me desnudo totalmente para posicionarme al centro de
todos esos mafiosos. Don seguía con lo suyo, intentaba aplastarle la
cabeza, pero es que eran demasiados enemigos. No solo estaba allí
la persona que más odiaba, sino esos crueles seres que me querían
denigrar.
—Vaya con la puta, sí que está bien rica —oí decir a uno de los
mafiosos —. ¿Será virgen, señor?
Se dirigió al viejo. En ese momento me quería morir.
Mis ojos ya estaban dolorosos y escocían de tantas lágrimas
saladas que expulsaron. No podía controlarme. Mi respiración cada
vez era más irregular. Mi pecho ardía como si allí el infierno se
mantuviera.
—No lo soy —comuniqué en un susurro.
La atención cayó en mí, en mi desnudez. Sentía como esas
miradas oscuras se posaban en mis curvas, en toda mi intimidad, en
mis senos redondos. Se relamían como si fuera un fruto exquisito al
que sacar el jugo. Si hubiera tenido un arma, ya les hubiera metido
un balazo en el entrecejo. Pero se la di a Don, él la usaría mejor.
Creo que se la quitaron o se le cayó cuando se movía como un
desquiciado intentado salvarme.
Él me llevó allí.
Él es el Lucifer que empezó a consumir mi paraíso y me atrajo a
su infierno envuelto en llamas.
—Es una pena, ¿verdad, señores? —se divirtió nuestro captor
mayor.
Ese anciano iba a morir, lo mataría con mis propias manos. No
me haría daño. No. Me negaba a ser una princesa en apuros.
Estaba harta de que me miraran de forma lasciva sin pensar en lo
que pudiera sentir.
Aquello había acabado.
—Bueno Richard, para meterle la polla y saciarnos vale —se río
otro de ellos.
Yo no los distinguía. Pero había descubierto que ese viejo se
llamaba Richard.
¿A quién quería engañar? Era débil. Muy débil para entrar de
lleno en ese mundo, aunque siempre aquello fuera parte de mi vida.
La mafia estaba en mis venas, oculta y dormida. Fue en ese
secuestro cuando me di cuenta.
—Eso es evidente —dijo Richard —. Vamos tráela, seré el
primero que la folle.
Su carcajada me dio náuseas.
Don estaba tirado en el suelo. ¿Estaba muerto? Había sangre
alrededor de su cuerpo. Genial. Me había quedado sola. Se
cargaron a ese gilipollas. No estaba segura de eso, tal vez un
disparo había llegado a alguna de sus extremidades y solo había
perdido la consciencia.
El juego del muelle consistía en que ese grupo de hombres se
sentaban en círculo con sus erecciones al descubierto, yo debía
pasar por cada uno de ellos, sus penes debían entrar y salir de mi
vagina hasta llegar a los treinta segundos. Debía ser penetrada por
esas escorias hasta que alguno de ellos eyaculara dentro de mí y
perdiera. Yo sería solo una muñeca de trapo que manejarían. Una
puta más que sería violada por hombres neandertales.
Respiré hondo y me senté en el regazo de Richard, su rostro
envejecido me sonrió y dirigió sus manos hacia mis nalgas y las
apretó. No se sentía como el agarre de Don. Lloriqueé por su
acción, hundiéndome en un oscuro agujero del que no podría salir
por mucho que saltara.
—Qué llores solo me pone más cachondo, putita.
Estaba enfermo.
Su polla flácida estaba a escasos centímetros de mi entrada.
Intentaba respirar, era casi imposible. Hacerlo solo me traía su
apestoso aliento a mi nariz.
Él toqueteó todo mi cuerpo. Quería arrancarle los ojos, lo hubiera
hecho de no ser porque tenía varias pistolas en mi cabeza. ¿Morir
acribillada a balazos era una opción? No. No moriría igual que mi
padre. Era eso o dejar que me violaran.
Los espasmos que sentía me mareaban más, debí beber algo
con alguna droga, o tal solo era el cansancio físico.
—¿Preparada para gozar? —cuestionó riendo, todos
prosiguieron con sus carcajadas.
Mi garganta atrapó el oxígeno y lo mantuvo allí.
—¡Don! —grite cuando me acercaba más a su pene —. ¡Don!
Dijiste que me cuidarías. Me lo prometiste. —lloriqueé con la voz
chillona. Mis gritos solo hicieron que todos los hombres que estaban
allí se rieran de mí.
Me sentí patética.
—Tu querido Don no te salvará de está, belleza. Hoy serás mía.
—¡Siga soñando con eso viejo verde! —negué zafándome de su
agarre, o intentándolo.
El cómo sucedió a día de hoy lo desconozco, pero fue como un
milagro que me salvó de aquel infierno. Las puertas metálicas de
esa habitación/almacén se quebraron en pequeños trocitos a causa
de la explosión que detonó envolviendo todo de humo. Las balas
volaron por el aire insertándose en los cuerpos de los hombres de
Richard, muchos cayeron heridos o muertos, pero eso no era un
impedimento para que se armaran y dispararan contra el ejército,
con trajes antibalas, que se introducían con destreza en el sitio.
La sangre invadió mi visión cuando le dieron al viejo verde que
quería violarme, su cuerpo cayó arriba de mí y sus fluidos rojos me
bañaron. La silla donde estábamos sentados se hizo pedazos por
culpa de las balas que salían de una metralleta.
Me hice la muerta unos minutos, hasta que el caos se detuvo y
solo cuando un último disparo retumbó en las paredes me atreví a
abrir los ojos. Lo primero que vi fue a una mujer con un arma
apuntándome, después se arrodilló y me quito el cuerpo sin vida de
encima.
Era bellísima, se parecía a un ángel. Sus ojos azules se parecían
al agua del caribe, y hacía conjunto con su cabello negro azabache.
Sentí alivio cuando me sonrió, pero nada podía opacar el miedo y
temor que había sentido.
—¿Estás herida? —preguntó, qué voz tan angelical tenía.
Negué con la cabeza y me tapé cuando me ayudó a sentarme.
Me cubrió con una chaqueta de algún hombre muerto, no me
importó. Mis músculos ya entumecidos, se quejaban.
—Tranquila. Todo ha pasado —acarició mi rostro —. ¿Dónde
está Giovanni Lobo? ¿Le hicieron algo al Don? ¿Te han violado o
han hecho algo?
Negué de nuevo y señalé con el dedo índice dónde se
encontraba el cuerpo.
—No sé.... No—tragué saliva intentado contarme —. No sé qué
ha pasado con él. Creo que está herido. A mí no llegaron a violarme.
¿Me vais a matar? ¿Sois unos nuevos enemigos de él?
La angustia subió por mi pecho sin control.
—No. No. Tranquilízate, Bianca —ordenó ella —. Nosotros
somos el grupo especial de seguridad de Lobo. Trabajamos para
Don y hemos venido a liberaros. —levantó la vista buscando a
alguien —. ¡Alaric, examina a Don, yo me encargo de la chica!
¡Rápido, está allí! —señaló.
—¿Dónde estamos? Necesito... Necesito aire.
La seguridad de Don fue a examinarlo mientras lo sacaban de allí
a toda prisa. El chico que se llamaba Alaric dio instrucciones y
rápidamente se dirigió a nosotras. La chica solo me observó y me
examinó como si no se creyera que había llegado a tiempo. En el
momento justo. Le estaba tan agradecida. Sentía que le debía algo.
Alaric se detuvo al acercarse.
—Le dispararon en el costado izquierdo. Nada grave, Sydney,
solo que perdió parte de sangre. ¿Abusaron de ella? —informó él.
—No. Por suerte llegamos a tiempo. ¿Terminaron con todos los
rusos? —cuestionó ella.
Sus cejas se alzaron.
—Ni en Las Vegas ni en ningún lugar de EE. UU hay rastro de
una sucia rata rusa. Acabamos con esa plaga.
—Buen trabajo —celebró ella —. Ahora ayúdame a llevar a esta
chica a la hacienda.
Alaric me sostuvo entre sus brazos, me sacó de ese sitio y
cuando por fin vi el cielo despejado pude sentirme viva de nuevo.
Alrededor del almacén había numerosos coches, los hombres de
seguridad estaban preparando todo para hacerlo arder en llamas.
Aliviada y tranquila, me sentí segura en los brazos de aquel
desconocido que me subió a un coche blindando, de camino a una
hacienda a las afueras de Las Vegas

Desperté exaltado con un pequeño dolor en mi costado. Lo


primero que hice fue buscarla, pero no la encontré, no había rastro
de ella en la habitación medio a oscuras. Las cortinas blancas
estaban echadas para que la escasa luz no me diera en el rostro.
—¡Bianca!
Reconocí el espacio en seguida, era mi habitación de la mansión
de Las Vegas. ¿Por qué estaba aquí? En segundos llegué a la
conclusión de que mi seguridad de la ciudad me había rescatado.
Me quite las sábanas y el edredón echándolos a un lado, estaba
hirviendo en rabia.
Esas escorias rusas me habían agredido. Seguramente abusaron
de Bianca. Prometí protegerla y no pude ¡Era un maldito idiota! La
decepcioné, no debería importarme, pero me jodió no cumplir con mi
puta palabra.
Estaba cabreado. Muy cabreado.
Podría estar aplastando cráneos, deseaba llenar mis manos de
sangre rusa. Esa maldita escoria. ¡Se iban a cagar! Más les valiera
rezar, o cualquier otra cosa que hicieran, porque la mafia rusa iba a
desaparecer en mis manos. Mis sucesores me recordarían por ser el
más cruel de todos los mafiosos. No dejaría que mi reputación se
viera más dañada y para eso debía ser más cruel de lo que estaba
siento.
El miedo es poder.
—¡Bianca! —la llamé de nuevo.
No me contestó. No apareció por la puerta, en cambio, Alaric
ingresó a mi recámara junto con mi mano derecha, mi hermano y un
doctor. Sus facciones se veían peores que las mías, él que peor
estaba era Luka, tenía grandes orejas debajo de sus ojos.
—Hermano, por fin despiertas —se alegró él.
Alaric movió su cabeza en un gesto de respeto y se quedó atrás.
—Es un gusto verlo despierto, señor —hablo desde la distancia.
Luka en cambio no dijo nada, mi hermano se acercaba a mí con
una sonrisa.
—Hicimos añicos a esos rusos. ¡Mi hermano por fin está a salvo!
Debemos aliarnos con carteles para tener más poder, lo he pensado
todo. Tengo un plan que...
—¡Esa mierda puede esperar! —mascullé incorporándome.
Solo estaba vestido por un pantalón de pijama de seda. Mi torso
estaba descubierto. Necesitaba verla, saber que estaba bien, que
estaba con vida. Ni quiera comprendía el porqué de aquello.
Me estaba desquiciando.
Salí de aquel cuarto dejando a mi hermano con la palabra en la
boca, ordené a un hombre a que me llevara con Bianca. Alaric le
había asignado una habitación de invitados, estaría durmiendo o
llorando en alguna esquina por mi culpa. Yo era el culpable de todo
lo que le había pasado. La use como un saco de boxeo para opacar
mis problemas. Hacerle la vida imposible a aquella chica no haría
que mágicamente mis enemigos y la famiglia me respetasen. Lo
comprendí, por fin. Ninguna mujer merecía lo que le había hecho.
Me sentía fatal por una vez en mi vida.
Por fin encontré la habitación, había dos de seguridad
custodiando sus puertas. El dolor se intensificó en mi costado, pero
no emití nada, ni torcí mis facciones. Mi padre me enseñó desde
pequeño a ocultar mi dolor. Un jefe de la mafia no puede tener
ninguna grieta, porque los enemigos pueden usarla para derrotarlo.
Bianca estaba tumbada en la cama, las sábanas cubrían su
cuerpo. Me desplacé lentamente, dando pasos muy cortos,
observando su melena rubia. Su respiración era pausada y roncaba
un poco, nada sonoro, solo de forma leve. Se veía tierna durmiendo.
Di un giro a la cama para ver su bello rostro, su boca estaba
entreabierta. Las ganas de besarla, de nuevo llegaron a mí. Dios.
Mierda. Ella era mi perdición. Era una diosa. Y había aceptado a ser
una de mis mujeres.
Me senté observándola, estaba hechizando ante su belleza. Su
rostro estaba perfecto, no había rastro de algún rasguño, solo
ojeras.
—Mhm —musitó algo.
Inconsciente me tumbe en la cama, en ningún momento dejando
de mirar los detalles de su rostro. Quedé delante de Bianca, mis
manos subieron a su cabello y acaricié sus hebras. Supe que estaba
despierta porque movió su nariz de una manera extraña.
—Siento todo lo que ha pasado, ratita —pellizqué su naricita —.
Hubiera matado a todos esos hijos de puta sin piedad, pero me
dispararon y mis hombres me robaron ese honor.
Las cejas de Bianca se alzaron cuando aparté mis dedos de su
nariz.
—Me dejaste sola —susurró sin abrir los ojos.
—Créeme que estoy muy enfadado por no haberles disparado
antes. Desde hoy reforzaré mi seguridad, tengo demasiados
enemigos —le confesé —. Perdóname.
—¿Estás intentado disculparte? —cuestionó murmurando.
—Sí.
—Giovanni Lobo nunca se disculpa —me recordó.
—Tal vez sea la hora de disculparme contigo, bonita.
Abrió los ojos, dejándome admirarlos, poseían un brillo. Estos se
dirigieron primero a mi rostro, después a mi torso descubierto. Se
mordió un labio. Me contuve de no tocarla más. Debía respetarla.
No le pondría una mano encima hasta que ella quisiera. Eso le haría
saber que de verdad estaba arrepentido de ser tan malo con ella.
—Eso no resolverá lo que me hiciste. Por tu culpa nos
secuestraron, casi me violan y me cortaste mis dedos sin ninguna
piedad. Te sigo odiando, ahora mucho más que antes —intentó
bajarse de la cama, pero la inmovilicé.
Abracé su diminuto cuerpo y la atraje a mí, su calidez embriagó
mi frialdad. No se movió, solo se quedó quieta, controlando su
respiración. La ponía nerviosa, lo sabía. Se hacía la dura, pero era
demasiado vulnerable. Respiré por fin, dando una bocanada de aire
al saber que no le hicieron daño.
—Deja que me vaya. No soporto más tus caricias —susurro débil.
—Shh. Duerme —ordené.
—¿Qué? ¿Aquí? ¿En la misma cama que tú? No creo qué...
La interrumpí:
—No haré nada. Solo te abrazare y te protegeré está noche. Te
lo debo. Tienes que descansar, bonita, fueron días.
9

Acabé durmiendo en los brazos de él, después de un largo


tiempo. No dejaba de asfixiarme con su agarre tan fuerte, tal vez
intentaba tenerme desprevenida para matarme. Como fuera, cuando
desperté él ya no estaba allí, se había ido. Por fin descanse sola, en
esas paredes, que no tenían sombras que pudieran custodiar mi
persona.
Era idiota por no echarlo de la habitación y dejarlo dormir
conmigo, aunque solo fuera por unas horas.
Aquel hombre me volvería loca.
Si es que ya no lo estaba.
No le perdonaría nunca. Pero hacerle creer que sí, me daría
puntos para producir mi venganza. Nunca debió ponerme una mano
encima, porque yo ahora seré su verdugo.
Lo letal aun dormía en mi interior, solo hacía falta una llama para
despertarlo.
Esa llama era la venganza.
Salí del baño con una toalla envuelta en mi cuerpo. La habitación
era grandísima, creo que no iba a poder acostumbrarme a aquello.
No teniendo a Don a metros de distancia de mí. ¿Dónde mierdas
estaría mi madre? ¿Por qué me dejó con él? Un pensamiento algo
chocante se desplazó peligrosamente por mi cabeza. Entonces todo
cuadró.
¿Podía que se ella fuera la que estaba haciendo trato con los
rusos? Eso explicaría el motivo de las acusaciones del hermano de
Giovanni.
No podía ser. Debía comunicarme con ella, la matarían y a mí
también. O podía unirme a ella para quitarle el trono a Don.
Giré instantáneamente cuando la puerta se entornó, reforcé el
agarre en mi toalla, no era momento para que me vean desnuda.
Analicé el espacio con mis ojos, mi cuerpo siguió en alerta,
preparado para patear el culo de la persona que osara a entrar sin
permiso a mi habitación.
Espere, pero nunca nadie llegó, en cambio, una carta blanca se
deslizó por el interior de mi dormitorio con un fugaz movimiento.
Dudosa caminé hasta el trozo de papel y lo sostuve contra mis
dedos, no tenía remitente, tampoco un lugar destinado. Sólo había
escrito con una caligrafía peculiar un simple "Ábrelo". Parecía una
orden.
—¿Hola? —hablé con confusión.
No entendí nada.
Cuando me asomé al pasillo no había nadie, solo un pasillo largo
con inmobiliario lujosa. Uno de los guardias que custodiaba mi
puerta se hallaba dormido en una esquina de la pared. Roncó
suavemente inmerso en el mundo de sus sueños.
Sin más me encogí de hombros cerrando de nuevo la salida y
entrada de mi prisión, mis dedos fueron más rápidos que mi
consciencia y terminé abriendo la carta. Un pequeño texto apareció
inscrito, tampoco ponía a quien se dirigía:
Ven a las nueve de la noche al casino que te llevará Don, al club de las
prostitutas. Lo reconocerás fácilmente. No le comentes nada de esto porque
estarás en peligro, pequeña. Es muy importante que confíes en mi si quieres salir
de la mierda en la que estás metida.
He descubierto muchas cosas de ti. Sé quién eres.
Eres mucho más poderosa que ese bastardo.
Tú debes tener el poder, niña.
Te tiene engañada, Bianca, solo te quieren para sus propios beneficios. Tu
padre era él peor de todos, él sabía lo que querían hacer contigo y no le importó.
Yo te puedo ayudar a ser la reina de tu vida. Comprenderé que no quieras ponerte
en peligro.
Ahora solo falta que te descubras. Por eso resolveré todas tus dudas está
noche, si quieres luchar por lo que te pertenece.
Te estaré esperando, pequeña.

Ahogué un chillido en mi garganta.


No era capaz de creer lo que mis ojos leían, así que lo releí unas
cinco veces más. La confusión azotó todo mi organismo en ese
preciso instante. No sabía a qué venía eso. No por qué ahora. Su
destinatario me llamaba pequeña, como si realmente me conociera
de algo. Eso era imposible.
¿Y si fue Don él que me lo envió? ¿Y si quería ponerme a
prueba? ¿Sería verdad todo lo que decía ahí?
Tenía tantas preguntas que necesitaban una respuesta.
Descubrir la verdad me carcomía por dentro. No sabía qué hacer. Ni
cómo actuar. Nada. Solo era un peón movido por las manos de ese
rey cruel. Si verdaderamente todo lo que exponía esa carta era
cierto, no habría oposición para que destruyera al esposo de mi
hermana.
El deseo que sentía por él era grande, pero más grande era la
sed de su sangre derramada. La famiglia acabaría con los míos si
llegaba a matarlo, por eso necesitaba aliados. Por mal que me
cayera Priscilla no era capaz dejar que ese miserable la mataste.
Porque lo haría tarde o temprano.
—Bianca, te estaba buscando —una voz femenina ingresó en
mis oídos —. Pensé que estabas en el jardín, hoy hace un excelente
día.
Por supuesto que era un excelente día.
Hoy se firmaba el contrato de muerte de su jefe.
Me ladeé sonriéndole tímida, Sydney seguía igual de bella que
cuando la vi ayer. Preferiría borrar de mi mente el motivo por lo que
me conoció. Ese recuerdo se quedó aplastado en mi mente. No sé
quitaría por nada. Se quedaría allí para atormentarme.
—Hola, Sydney —le salude amable —. ¿Por qué me buscas? La
verdad es que no me apetece estar en ningún lado.
El rostro de ella se volvió compasivo, sintió pena.
—Resulta que el señor Lobo va a aprovechar esta noche para
hablar con sus socios. Así que me ha pedido que te ayude a
alistarte —se encogió de hombros —. Le he explicado que yo no sé
sobre moda, peinados y maquillajes, pero no quiere que nadie entre
aquí a menos que sea de confianza. Por cierto, ¿tu guardia está
dormido?
Mi estómago se revolvió como si hubiera una mano invisible
dispuesta a arrancarlo. Fingí otra sonrisa más, aunque dentro de mi
todo fuera un caos en llamas.
—Eso explicaría de dónde vienen esos ronquidos —me permití
bromear, su risita me confirmó que lo había hecho bien —. ¿Es
cómo una clase de fiesta, a lo que quiere llevarme? Creo que no
debería ir, hace menos de un día que salió de su secuestro.
—Es un milagro que no lo mataran —afirmó con un suspiro —.
Todos quieren su cabeza.
Me desplacé por la cama intentado ocultar la maldita carta. Recé
para que no diese cuenta. Una agente especial como ella observaba
todos mis momentos.
—No me extraña. No quiero que te lo tomes a mal, pero Don es
un neurótico despiadado. No siente compasión por nadie.
Las cejas de Sydney se elevaron.
—¿En serio piensas eso de él? —cuestionó no dando crédito —.
Giovanni Lobo es un nombre increíble, ha ayudado a muchas
familias de Europa y les ha dado trabajo. Cada mes destina un
porcentaje de su dinero a orfanatos. Y por eso mismo lo quieren
matar, porque es bondadoso. A la famiglia no le interesa tener un
capo así. Mataron a su padre, y ahora le toca a él. Si hace cosas
crueles es porque necesita que sus socios confíen en él.
La escuché atentamente y la rabia hirvió dentro de mis venas.
—Eso no justifica nada.
—Tienes razón —asintió con la cabeza —. Pero él ayuda. No es
tan malo como lo pintan.
—Sinceramente no tengo ganas de hablar sobre Don.
Bajé la cabeza intentado esconder la carta debajo del colchón de
la cama. Sentía la atenta mirada de ella y entonces supe que la
había cagado.
—¿Qué es lo que intentas esconder, Bianca?
Oh, no. Mierda. Era una estúpida.
—Es una carta de amor —pensé rápido —. Para Don.
Observé como sus facciones lentamente se suavizaron.
—¿Una carta?
—Es que quiero declararle mis sentimientos —mentí —. Dejaría
que la leyeras, pero pone cosas muy privadas y no me sentiría
cómoda.
Me regaló una sonrisa, no del todo convencida. Respiré hondo
intentado calmarme.
—¿Amas a Don? —se rio —. No me diste a entender eso antes.
Puse mis hombros rectos y la miré fijamente, sin atisbo de duda.
—Puede que me parezca el ser más detestable que existe, pero
el corazón no elige de quién se enamora.
—Vaya —silbó —, estoy realmente sorprendida.
Me quedé callada alejando mi vista a otro lugar.
Sonreí sin ánimos y guardé la carta debajo de mi almohada.
Sydney era una buena chica, se notaba su alma pura, a pesar de
asesinar a gente para proteger a Don, nadie se esperaba el final que
tendría. No podía ser mi amiga. Ella lo protegía a él, era su
seguridad. Y por lo que había dicho, me había dado la impresión
que le tenía un cariño especial.
Ojalá yo pudiera sentir eso. Creerla, pero no. A ella no le cortaron
dos dedos, a mí sí. No podía hacerse una idea del sufrimiento que
sentía.
Fue la peor sensación del mundo.
—¿Qué te parece si nos ponemos a mejorar mi aspecto? No creo
que Don me deje ir a ese casino con está toalla.
Ella sonrió.
—Me parece qué será mejor que nos pongamos en marcha —.
Pero algo en su rostro cambió y su sonrisa se borró —. Yo nunca he
dicho que te llevaría a un casino.
¡Era una estúpida con el pico suelto! Todo iba genial, pero no,
tuve que joderlo todo por hablar de más.
—Sí lo has dicho —aseguré seria.
Negó con la cabeza decepcionada. Sus piernas se movieron
hacia mí, mejor dicho, hacia la carta. Tenía que detenerla.
—¿Qué hay escrito en esa carta? —cuestionó furiosa.
Estaba al borde del colapso. Mi respiración se volvió más
errática, me costó tomar aire, el oxígeno tardaba en llenar mis
pulmones. Mi pulso estaba más que descontrolado, no podía
controlarlo, mi corazón iba a explotar.
—Nada —antes de que pudiera detenerla, la carta ya yacía en
sus manos.
La leyó con una mueca en su semblante.
—No puedo creerlo. ¿Qué es esto? ¿Intentas hacer algo contra
Don? Eres una hija de puta. No mereces la atención de él. Ahora
mismo se lo voy a decir y te matará... —deje de oírla.
Solo escuchaba la sangre hervir en mis oídos. No podía controlar
nada. Tenía que pensar rápido y salir de ese problema. Yo sabía
que esa carta me traería cosas malas, pero desconocía lo que
sucedería después de aquello. Una tormenta peligrosa se acercaba,
ni quiera la vi venir desde lejos.
Mi vista instantáneamente se dirigió a la mesilla de noche.
Todavía reposaba la bandeja que me había traído una empleada, el
pan y los cubiertos seguían intactos. Retrocedí cuando Sydney
caminó hasta mí, decidida a arrastrarme hasta Don y probar desde
cerca otra buena tortura. Pero fui más rápida que ella, a pesar, de
ser una joven que no tenía la menor idea de cómo agredir a alguien,
o al menos, eso creían.
Mis dedos agarraron el cuchillo de untar la mantequilla en el pan,
era lo bastante puntiagudo. Antes de que pudiera decir algo más, el
objeto punzante se proyectó en su pecho derecho con dirección al
corazón. Ella se quedó muda, me observaba con los ojos llenos de
lágrimas. Solté el cuchillo, pero se quedó clavado en su piel. La
sangre no tardo en brotar de la herida y derramarse en mis manos,
en el suelo, por su camisa. Después su cuerpo cayó al piso.
La había matado.
Ni siquiera sentí lástima.
Entonces esos recuerdos volvieron a mi cabeza. Mi infancia. Los
cuchillos. El fuego ardiendo. La satisfacción de ver sangre. El
cuerpo inerte de mis mascotas. Todo lo que necesitaba olvidar flotó
de nuevo en la superficie.
El monstruo que residía en mi interior había despertado, está vez
más fuerte que nunca.
Pero ahora era peor.
Porque ansiaba la sangre de mis enemigos.
��
Me deshice de la carta. Los forenses se llevaron a esa chica, a
mí me cambiaron de habitación. Limpié mis huellas antes de chillar
como una loca y salir despavorida de mi habitación asignada. Para
todos, un hombre encapuchado había osado a entrar en la hacienda
del mafioso más cruel que existe y mató a una agente de seguridad.
Una que dio la vida por mí. Fingí estar destrozada cuando abracé a
Don. Él debía pensar que quería ser una de sus mujeres.
Por eso estaba conmigo.
Consolándome, mientras él mismo se encargaba de borrar toda
la sangre de mi cuerpo.
—Es un jodido milagro que ese cabrón no te hiciera nada —
espeta él, en el balcón del baño. No me miraba, estaba furioso —.
Mandé a reforzar todas las putas esquinas, ¡joder! Me cago en la
puta. Aquí no estamos a salvo. Debemos irnos lo antes posible a
Italia.
—Ella dio la vida por mí —lloriqueé.
Pase la esponja por mis pechos pareciendo un pobre animalito.
Don giró para observarme, mi cuerpo estaba oculto bajo litros de
agua tibia enrojecida. Las lágrimas de cocodrilo cayeron de mis ojos
cuando se acercó más.
—Juro que encontraré a ese malnacido y lo mataré con mis
propias manos. Aunque tenga que buscar a esa rata por debajo de
las piedras —escupió con rabia.
Cariño, era yo la que buscabas.
—Lo sé —musite —. Fue... Fue horroroso ver como la
acuchillaban.
Su presencia me repugnaba, pero de alguna manera me sentía
atraída hacía los músculos que se trasparentaban en su camisa
remangada por sus codos. Era imponente. Un ser demasiado sexy
para perderlo de vista y no reparar en él. Mi zona íntima palpito por
su cercanía, se inclinó acariciando mi espalda dibujando figuras
circulares con el agua.
—No volverá a pasar, te lo prometo —gruñó.
Claro que volvería a pasar.
El próximo sería él, cuando destronará su imperio de droga.
Bajé la cabeza sutilmente afectada por la situación. Llegábamos
tarde a esa supuesta fiesta, pero no parecía importarle. Su vista se
deleitaba analizando mi cuerpo desnudo, bueno, gran parte de él.
—Giovanni...
—Dime, bella —usó el italiano para halagarme.
Curvé mis dedos mojados en su brazo y lo atraje hacía mí.
Pareció que sabía lo que estaba pensando porque se quitó los
zapatos, se desnudó desechando la ropa a ambos costados de él y
entró a la bañera dándome unas vistas inmejorables. Me negaba a
mirar más abajo de su abdomen.
Aunque podía hacerme una idea del tamaño que era su miembro.
—¿Esto es lo que quieres? —sonrío con picardía, su mirada era
de autosuficiencia.
Creía que me tenía ganada, que estaba colada por él. Pero todos
sabemos que él me deseaba más que a nada.
Pensaba darle un mordisco para que probará la exquisita esencia
de Bianca Lamberdy.
—Mhm, sí —lo dije claro, conciso.
Aún estaba bastante lejos de su cuerpo, pero sus piernas lo
cubrían todo, podía rozarlas y percibir lo duro que estaba a base de
ejercicios físicos. La bañera era lo bastante grande para que
pudiéramos relajarnos. Yo quería dar un paso más. Su mirada
seguía en mis ojos, en mis senos descubiertos, en mi sonrisa ladina.
Se lamió los labios cuando pase la esponja por el hueco de mis
pechos bajando lentamente hasta mi zona intima, que la cubría el
agua.
—¿Qué pretendes con esto, Bianca? —cuestionó con la voz
ronca, era tan excitante cuando su voz sonaba así —. ¿Volverme
loco? Tienes dos minutos para salir de aquí, de lo contrario tomaré
tu cuerpo y te follaré hasta que amanezca.
—Tal vez sea eso lo que quiero —gemí.
Sus ojos se volvieron oscuros por el deseo, alcé mi pierna con
dirección a su miembro. Me lo encontré de duro como la barra de
acero. Esbocé una sonrisa.
—Quieta —ordenó serio —. Estas jugando con quién no debes.
Puedo hacerte daño, Bianca. Recuérdalo.
Me incorporé, arrodillada me hice paso en el agua hasta
sentarme en su regazo. Sentir su miembro duro en mi entrada solo
me daban más ganas de restregarme, fue inconscientemente
cuando lo hice. Me observó con tu atenta mirada, sin pestañear.
Estaba embelesado conmigo.
—Yo solo recuerdo que decidí ser una de tus mujeres —tracé con
mi dedo su labio inferior —. ¿O ya no puedo?
Gemí sonoro cuando me atrajo más a su centro, apretándome las
nalgas con sus dedos en el proceso. Los roces ahí abajo eran
demasiado para mí, mis piernas empezaban a temblar a causa del
placer. El peligro de aquello solo lo hacía más tentador. Ambos
queríamos que sucediera lo que nuestros cuerpos gritaban cuando
estábamos juntos.
Sexo sin compromiso.
—Eso implica follarte aquí mismo —dijo muy seguro.
Algo estaba mal ahí.
Estaba conteniéndose. Ya no me acariciaba, solo notaba su
respiración cargada y sus ojos llenos de lascivia. No había nada
más. Estaba quieto. Puede que estuviera disfrutando de ello.
—Fóllame —. Me acerque a su boca para besarlo, entonces no
aguantó más. Me dio una fuerte nalgada que resonó en las paredes
del baño, jadeé entre sus labios.
Entonces me besó.
Sus grandes manos sostuvieron mis mejillas e impactó sus labios
con los míos, los saboreó con ferocidad mientras movía mi coño en
círculos sobre su glande. Gemí bajito cuando Giovanni desplazó sus
manos hacía abajo de mi cuerpo, atrapó una teta y la apretó
haciéndome gozar otra vez. Aquello era un infierno, uno muy
placentero. Busqué su lengua para jugar con la mía y exploré su
cavidad bucal sin reparo.
Rompió el beso, sentí mis labios hinchados, sus labios se movían
en mi cuello, besaba y succionaba la piel. La sensación era tan
cálida. Clavé mis uñas en su espalda sintiendo la punta de su pene
entrando lentamente por mi entrada, deseé hundirme en él de
repente. Mi pezón sintió la humedad de su boca, lo lamió y jadeé de
nuevo.
Sinceramente no sé cómo no lo hice.
Cerré los ojos disfrutando de sus besos, de sus caricias, de todo
mi cuerpo sobre el suyo. Nuestras pieles rozaban. Se erizaban
juntas al unísono. Todo era maravilloso. La mejor sensación de mi
vida. Pero la mala suerte planeaba truncarlo todo.
—¡Don...! —un chillido —. ¡Bianca!
La voz de mi hermana.
Ella estaba allí. Mirándonos.
10

Mis músculos se habían tensado de una manera impresionante.


No sabía qué hacer. Ni como actuar. De pronto otra persona
apareció en el baño, Luka sostuvo el brazo de Priscilla y la sacó
entre chillidos e insultos. Mientras todo pasaba me fui alejando de
Don. Él seguía en una especie de shock raro, pero pronto se
recompuso. Sus cejas fruncidas volvieron a su sitio y salió de la
bañera sin decir una palabra.
Iba detrás de su esposa.
Yo no era su esposa.
Tragué saliva saliendo también del baño, me coloqué un albornoz
para tapar mi desnudez. ¡No podía creer que tuviera tan mala
suerte! ¿Qué mierdas hacía ella aquí? ¿No estaba en Italia? Ya no
sabía nada. Presenciaba que todo era un engaño de Don, de ese
despreciable ser. Hubiera dejado que me follara en esa bañera. Y
todo por conseguir su estúpida confianza.
—Bianca, prepárate. Está noche todos los planes siguen en pie
—avisó la mano derecha de Giovanni.
Su cabeza desapareció por el umbral de la puerta. Volví a estar
sola en la habitación. Tenía curiosidad. Mucha curiosidad. Tanta que
me estaba carcomiendo por dentro. Debía descubrir por estaba
aquí, en Las Vegas. Puede que también estuviera la hermana de
Don. Puede ser. No lo sé. ¿Cómo se llamaba? Ya ni me acuerdo.
Sea como fuera, mi plan se había esfumado.
—Espera —musite, pero él me oyó.
—Tengo poco tiempo.
Me senté en los pies de la cama, mi cabello húmedo mojó la
colcha, pero no le di importancia a eso. Los empleados se
encargarían de dejarlo todo limpio. En las viviendas de ese
miserable no te permitían mover un solo dedo para limpiar algo.
—¿Qué hace Priscilla aquí? —pregunté ansiado respuestas.
Luka se dejó ver, ingresó en la habitación con el rostro cansado.
En su mejilla un rasguño adornaba su rostro, de ella emergió sangre
líquida. Un escalofrío me sacudió la espina dorsal. Recordé a
Sydney muerta, como le clavé ese objeto y mis manos manchadas
de sangre. Pero ese miedo solo dio paso a un alivio y a placer.
Mierda. Qué me pasaba.
—La mansión de Italia donde la hermana de Don y su esposa
vivían, ha sido incendiada por los narcos de Rusia. Tienen la guerra
declarada. Pusieron varias bombas y acabaron con todo a su paso,
por suerte el sótano tenía un búnker que estaba preparado para
protegerlas de una situación así. Esa gente no va a descansar hasta
tener todo a sus pies.
Escondió sus brazos detrás de su espalda y me explicó
detenidamente. No sentí ninguna pena por mi hermana.
—¿Qué hará Giovanni?
Se encogió de hombros.
Su expresión seria cambio a una dolida, rápido se recompuso y
adoptó una postura fiera.
—La fiesta de esta noche es para hacer aliados. El señor no
puede permitirse perder más socios o enfadar a la famiglia.
Asentí observándolo.
—Claro, entiendo. En unos minutos estoy preparada —notifiqué
caminando hasta él —. Estás herido. ¿Ha pasado algo más?
—Su hermana ha tenido un ataque violento contra mí.
Aguanté la risa, no por la situación sino por la manera en la que
lo dijo. Le sonreí, percibí como sus ojos brillaron. No se movió
cuando estuve cerca de su cara, deslicé mis dedos por su rasguño y
movió la nariz como respuesta.
—Deja de tocar —ordenó.
—¿Por? ¿Te duele? Pensaba que la mano derecha de Don era
más dura, no sé. La gente se equivoca.
Me analizó con unos ojos duros inexpresivo. Sin vida. Dio un
paso atrás y dirigió sus ojos a una esquina de la habitación, le seguí
la mirada y descubrí que había varias cámaras instaladas.
—No me gustaría que me cortaran la cabeza por estar
coqueteando con la amante de mi jefe —soltó con una pizca de
rabia —. Más vale que te des prisa, porque si no él vendrá y te
llevará a la fiesta en hombros si es necesario.
—¿Y por qué no se lleva a su esposa?
Sonrío.
Sus dientes se dejaron ver a través de esos rasgos duros.
¿Sonreía muy a menudo?
—Los mafiosos nunca podrían en peligro a sus esposas, para
eso existen las amantes o las putas. Como tú.
—Pronto seré tu jefa, y te arrepentirás de tratarme como una
puta. —contraataqué.
En verdad, aquello nunca iba a pasar.
—Suerte con eso. Estoy seguro de que Don te matará antes, te
estoy vigilando, Bianca, sé que tus intenciones no son buenas. Lo
sé todo de ti.
Arqueé las cejas y lo fulminé con una mirada cargada de odio.
—Cállate.
Me cogió de los brazos llevándome hasta los pies de la cama,
quise zafarme de su agarre, no lo conseguí porque todos eran
malditamente más fuertes que yo. Eso debía terminar. No podían
tratarme de esa manera. Me sentía como una muñeca de rapo. Me
empujó a la cama y caí a los pies del colchón insultando a sus
muertos en mi mente. Otro más en mi lista. Luka me caía medio
bien, pero en ese instante quería matarlo. ¿Sabía lo que quería
hacer? ¿Era el remitente de la carta?
—¿Por qué? ¿Vas a matarme igual que a Sydney?
Oh, no. Las cámaras. Me habían visto. Don lo tenía que saber
todo. Mi respiración se volvió pesada. No podía ser.
—Tú secreto está guardado conmigo, Bianca. Después de todo
tu sangre es la misma que la mía —explicó con seriedad—. Ser
monstruos nos viene de herencia.
Todo en mi mente explotó, colapsó. Ya no entendía nada. Todo
era realmente confuso.
Tenía que estar inventándoselo. ¿Herencia? ¿Qué herencia?
—¿Qué quieres decir?
—Está noche me encargaré de distraer a Don mientras tú te
encuentras con esa persona. Ojalá no nos maten por esto, pero soy
incapaz de dejar que mi jefe asesine a los míos.
—¿Eres ruso? —pregunté incrédula —. ¿Eres el infiltrado? ¿Por
qué? ¿Eres tú él que hace trato con los rusos?
Abrí los ojos. Eso era tan surrealista que no podía procesarlo
adecuadamente.
—No te equivoques. Yo no soy nada de eso, soy alguien mucho
peor, chiquita —sonrió de lado, alejándose —. A veces las
apariencias engañan.
—No entiendo —susurré.
—Los rusos que quieren matar a Don son los rusos norteños, son
agresivos, despiadados y no les tiemblan el pulso por matar a
alguien importante y hacerse con el poder. Yo pertenezco a un
grupo más pacífico, bueno ya pertenezco a la famiglia. Pero solo
quiero que mi gente no muera. Si deben hacerlo es porque
rompieron las normas de las mafias.
��
Era tan fácil de descubrirle. Si al menos le hubiera echado a Don
una mirada de odio o rabia todo sería más fácil. Pero no, Luka tenía
que ser el infiltrado. O no. O solo era un simple peón manejado por
una persona mucho más cruel, despiadada y mala que Don. En la
mafia rusa había dos grupos, el más agresivo quería acabar con
Giovanni. Dentro de mi sabía que eso era poco probable. Ese
muchacho era listo, sí, pero no era nadie. Engañaba a su jefe y a
todos sus hombres, no podía comprender como aquello era posible.
No había dudado en decírmelo y retarme, él sabía perfectamente lo
que intentaba hacer.
Tenía miedo. Sí, lo tenía.
Porque todos mis planes se podían tirar a la borda por ese
hombre.
—¡Bianca! No te lo volveré a repetir más veces —en la primera
planta Giovanni gritaba furioso —. Baja de una maldita vez si no
quieres que te mande a la sala de torturas.
Me daba asco aquella voz. Lo despreciaba.
Sus caricias y besos me hacían sentir de otra manera, no lo voy
a negar. Me gustaba recibirlas. Pero eso no significaba que lo había
perdonado y estuviera enamorada de él. Mi juego de seducción era
eso, un juego. Nada de sentimientos. Nada de amor. Solo noches
enteras de embestidas salvajes.
Eso era lo que quería.
Y me daba igual que mi hermana fuera su esposa.
—¡Ya voy, señor!
Ahora que la venganza estaba casi lista, haría lo posible para
tener pasar una noche con él. El sentimiento de lujuria era más
fuerte que mi cordura. Hacerle saber quien mandaba en la cama me
ponía cachonda.
Mierda.
Bajé las escaleras con elegancia, mis caderas se mecían en
movimientos suaves. El vestido rojo que me había colocado minutos
atrás parecía darme el resultado que quería. Don no era capaz de
despegar su vista de mí, sus ojos se volvieron oscuros por el deseo.
También deseaba lo mismo que yo. Sin sentimientos de por medio.
Me follaría a ese hombre y después lo desecharía.
¿Qué tal si cambiamos los roles la misma historia? El hombre
que se burla de la chica y después la tira a la basura ya está pasado
de moda. Ahora nos toca a nosotras hacerles sufrir.
Los hombres de Don permanecían en silencio, posicionados en
sitios concretos, todos llevaban armas. La seguridad había sido
reforzada por el psicópata mayor.
—Camina —ordenó, dando la vuelta y llegando a la entrada para
salir al exterior.
Antes de seguirlo, mis ojos conectaron con los de Luka, que
seguía serio. Me hizo un gesto con la mano para que moviera mis
piernas. Así que no perdí el tiempo y caminé detrás de un cuerpo
musculoso. La espalda de Giovanni me volvía loca, no aguantaba
las ganas de agarrarme a ella y arañarla. Puta madre. Y sus brazos.
Por no decir de esos labios.
El traje se ajustaba tanto a su cuerpo que por un momento pensé
que explotaría y se quedaría desnudo. Por desgracia no sucedió. En
ese mismo momento se dio la vuelta y me salté del susto.
—Bianca, debo hablar contigo —me atrajo hacía él.
Sentía la presencia de Luka detrás de nosotros.
—Señor, podrán hablar en el coche —propuso —. Estamos
llegando demasiado tarde y creo que eso no va a favorecernos.
Él aprovecho que Don no me estaba mirando para guiñarme un
ojo. Cuando le prestó atención le hizo un gesto, tiempo después el
ruso desapareció subiéndose a unos de los coches lujosos que
estaban aparcados en el jardín de esa increíble hacienda. La
elegancia de todo lo que me rodeaba me resultaba repugnante.
—¿De qué quieres hablar? Si es por mi hermana, no me importa
lo que ella piense. Después de todo los narcos tienen miles de
amantes...
No acabe la oración porque me cogió de la quijada de me obligó
a mirarlo.
—Necesito que me ayudes.
Me quedé sin respiración de nuevo.
¿El Don necesitaba mi ayuda? Esto se ponía interesante.
—¿Para qué? —susurré contra su boca.
Mojó sus labios dando un paso más acortando la distancia que
había entre nosotros. Su colonia varonil me envolvió y maldije por
dentro al descubrir cuanto me gustaba ese olor. Mis ojos conectaron
con los suyos, había un brillo inexplicable en ellos. Me atraparon,
nunca había visto esa mirada en él.
Aquello era raro. ¿Para qué un mafioso necesitaba mi ayuda?
—Uno de mis socios me está tocando la polla, necesito que lo
seduzcas y lo lleves a la parte que te diga para que su seguridad no
lo encuentre. Ese hombre debe morir hoy.
11

—¿Crees que se quiere quedar embarazada de Giovanni? —


preguntó Melody tímida mientras se sentaba en el borde del sofá
pequeño de cuero.
Estaba destrozada. No amaba a Don, pero su traición había sido
como un puñal incrustado en mi espalda.
Apreté mis labios sintiendo la rabia fluir por mi cuerpo. Me quité
una lágrima resbaladiza que surcó mi mejilla, no me esforcé en
esconderme porque ella era mi amiga. La única que me entendía en
ese momento. Afianzarme con la hermana de Don era un paso más
adelante que daría para dejar en ridículo a Bianca. ¿Por qué él no
me llevó?
—Bianca es una puta —espeté con asco —. No me extrañaría
que quisiera embarazarse para tener un hijo de tu hermano. Quiere
quitarme lo que es mío. Quiere suplantarme.
—¿Estás segura?
—Sí, porqué sino no follaría con mi esposo —me levanté
sintiendo otra vez nauseas.
Se le escapó una leve risita.
—En ese caso tienes que darle un heredero antes.
Me giré y la observé por un rato. Tenía una belleza extraña,
propia de su familia. Desde que Don me dejó sola para quedarse
con mi hermana nuestra relación se ha fortalecido. Nosotras nos
hicimos grandes amigas y ahora nos aliamos para quitar a mi
hermana de nuestras vidas. Bianca era una persona mala, se
atrevió a quitarme a mi esposo. Pero lo pagaría, que si lo va a
hacer...
Pensé hacer de su vida una mierda. No tenía ni idea de lo que
sufrimos en ese bunker. Creía que iba a morir.
No me importa que fuera de mi sangre.
Una hermana de verdad no traiciona así.
—Corre, Melody —le avisé sonriendo de oreja a oreja —. Pide a
algún empleado que compre una prueba de embarazo.
Ella abrió los ojos y se sobresaltó.
—¿Qué? —cuestionó incrédula.
—En la noche de bodas no usamos condón, además tengo
náuseas y mal estar. Tal vez un bebé pronto crezca en mí —le
comunique acercándome al espejo de la suite y peine mi cabello —.
Esa puta no ganará.

El viaje trascurrió rápido.


Los coches de Don pararon en un aeropuerto privado, que
claramente era de su propiedad. No supe en ningún instante a
donde nos dirigíamos. Estaba un poco reacia a subirme porque el
ataque que sufrimos hace poco ponía mis bellos de punta. El vuelo
fue agradable, el jefe se fue con sus hombres a una parte del avión
y yo estuve en otra. Ni siquiera nos cruzamos ni hablamos desde
que acepté ayudarlo.
Me estaba evitando. Podía sentirlo.
¿Pero, por qué? ¿Qué pasaba por su cabeza? Me sentía
tranquila sin tenerlo encima como un puto gorila caliente. En mi
interior lo extrañaba. Sus caricias, sus besitos plasmados en mi
piel... ¡No podía pensar en eso! Si Giovanni se le había pasado la
obsesión por mí era lo mejor.
Una punzada atravesó la seguridad de mis palabras.
Habíamos escogido distintos taxis, otra prueba más de que no
quería verme. Tuve que ir con Luka en un coche distinto, en cuanto
a su seguridad, fueron en una furgoneta especializada. Es increíble
como ese malnacido protegía su espalda. ¿Quién me iba a proteger
a mí? Estoy segura que sus hombres me dejarían morir si pudieran.
Les caía mal, lo sentía, y no podía hacerme una idea de lo que era.
El vehículo se desplazó por las calles de una ciudad conocida
para mí, aunque era de noche sabía perfectamente donde
estábamos. Habíamos viajado a Los Ángeles.
El taxista giró una calle, mi mirada se quedó clavada en el
espeso mar azul que se esparcía por el horizonte. Ahora no era
azul, pero la manera en la que la luna se reflejaba en el agua daba
paz.
—¿Podemos hablar? —pregunté quemándome con mis propias
preguntas.
Luka no alzó la mirada de la pantalla de su teléfono para
mirarme. Se estaba asegurando de indicarle a Don que estaba
haciendo en todo momento.
—Ahora no.
Sellé mis labios, era un grosero. No podía revelarme que
pertenecía a Rusia y después dejar que me consumiera con todo lo
que quería saber.
Rápido dejamos atrás las edificaciones. El coche iba dirigido a un
puerto con miles de cruceros, barcos, yates y botes de lujo. Había
pequeñas casitas de madera blanca colocadas estratégicamente en
sitios concurridos para que los turistas comieran o gastaran su
dinero en cosas que aparentaban ser caras.
No dije nada más. No quería cagarla. Luka sabía mi secreto, si
metía la pata todo mi plan se iría a la mierda. Y yo quería destruirlo.
Aunque si llegaba a irse de la lengua yo también lo podría acusar.
Era un ruso.
Los rusos estaban en guerra con Giovanni Lobo.
Avanzamos un poco más, delante de nosotros iba Don con un
grupo de seguridad. Detrás de nuestro coche viajaban la furgoneta
con todos esos hombres que velaban por nuestra seguridad.
—¿Qué hacemos aquí? —interrogué.
Luka resopló.
—Bianca si eres tan preguntona no me extrañaría si quieren
cortarte la lengua —espetó medio burlón —. Ahora silencio, necesito
concentrarme.
Entorné los ojos frustrada.
—¿Te han dicho que eres muy molesto?
Una leve risita ahogada salió por la profundidad de su garganta.
—Tú lo eres más. Ya cállate, pesada.
Puse los ojos en blanco y lo ignoré.
Minutos después el taxi se detuvo en frente de un inmenso barco
cerca de parecerse a un crucero. Era grandioso. El motor se paró
haciéndome entender que debía bajar de allí. Cuando levanté la
mano, que se había mantenido todo el tiempo en mi regazo, los
dedos de Luka atraparon mi muñeca.
Mi ceño se frunció por su toque. No entendía porque no podía
salir del auto si ya habíamos llegado a nuestro destino.
Entonces lo comprendí todo.
El mafioso más cruel del mundo salió del vehículo y acto seguido
toda la seguridad estaban detrás de él con armas escondidas en sus
vestuarios. Giovanni me dijo algo que no llegue a comprender.
Camino con sus duras y entrenadas piernas hasta donde me
encontraba, cada vez que se movía o hacía un movimiento brusco,
los músculos fornidos que poseía su cuerpo se plasmaban en la tela
carísima de su traje negro.
Mierda. Una oleada de calor ardiente subió por mi cuerpo, no
supe cómo controlarlo. Ni quise.
Sonreí al presenciar cómo me abría la puerta.
Cuando el rey de la mafia quería, podía ser un caliente caballero.
Unas ganas de ser yo quien lo cabalgara me hizo estremecer.
—¿Bianca? —me ofreció su mano.
Le regalé una sonrisa forzada y dejé que me ayudará a salir.
—¿Sí?
—Puedo ordenar a otra persona que lo haga, a alguna prostituta,
aunque corra el riesgo de que no lo haga bien. ¿Estás segura que
podrás hacerlo? —preguntó preocupado.
Entrelacé mis dedos con los suyos, me dio una corriente
eléctrica. Suspiré hondo intentado tranquilizarme y no caer en los
pequeños detalles que mi cuerpo sufría al estar a su lado.
—Sé hacerlo. Solo no me presiones y prométeme que un hombre
estará protegiéndome.
Él asintió.
No volvió a decir que nada más. No sabía si prefería su silencio o
sus palabras obscenas.
Parejas con vestidos de marca iban dirigiéndose a una enorme
escalera en un extremo del puerto. Esta conectaba directamente
con un barco. Caminamos en silencio haciéndonos paso entre la
multitud emocionada y excitada. La seguridad se mantenía detrás
de nosotros, y algunos esparcidos de incógnito. Luka estaba
dándole instrucciones a los ¿soldados? Creo que sí. ¿También
había soltados?
La mirada de las personas no tardó en ponerme incómoda.
Murmuraban y cuchicheaban cosas. Unos periodistas nos seguían,
pero la seguridad los alejaba. Pero si nos fotografiaron juntos.
Giovanni no pareció darse cuenta y siguió erguido andando hacia
esas escaleras. El personal del barco instruía a los visitantes
mientras los chequeaban de pies a cabeza. Después de que
estaban seguros que nadie tenía un arma, subían por las escaleras
empinadas e ingresaban en el barco.
Tragué saliva cuando estuvimos frente a esos peldaños de metal.
—La seguridad tienen armas —le avisé y miré a Luka que casi
llegaba a nosotros también advirtiéndole.
Él sonrío de lado con autosuficiencia.
Elevó nuestras manos todavía entrelazadas y acercó mis dedos a
su boca, para dejar un casto beso en el dorso de mi mano. Me
quedé helada ante esa acción y dejé de observar sus ojos para
mirar a otro lado.
Ni siquiera nos chequearon.
Me sentí como una estúpida. Estaba tan avergonzada conmigo
misma. No iba allí con un don nadie, estaba yendo con un mafioso
que a los ojos de la sociedad era un gran empresario. Los demás
eran simples peones que besaban sus pies.
El vértigo me azotó cuando subimos las escaleras, tuve que
agarrarme del brazo de ese miserable para no caer. Él aprovecho
para agarrarme de la cintura. Estaba claro que eso era un modo de
advertencia para los demás.
Ese gesto solo gritaba «Ella es mía y nadie la puede tocar».
��
El interior del barco era elegante y absolutamente lujoso. Toda su
inmobiliaria era un manjar para unos ojos como los míos, y aunque
había visto esa clase de lujos durante mi vida, nunca tuve la suerte
de ver algo como eso. En cada planta se situaban zonas privadas
para gente con mucho dinero.
Nos dirigimos al casino que quedaba en una planta más baja.
Cuando entré me embriagó el sonido de máquinas tragaperras, un
billar, los dados chocar entre sí, una ruleta donde se agolpaban
hombres trajeados con sus acompañantes, y gritos furiosos de los
jugadores de la primera mesa de póker que estaba al lado de la
entrada.
Las miradas curiosas seguían en mí.
—¿Puedo preguntarte algo, Giovanni? —pregunté.
Si no lo hacía me consumiría por dentro.
—Dime, amor.
Amor.
Amor.
Creo que mi corazón dio un vuelco. Esa simple y fugaz palabra
me torturaría para siempre.
—¿Por qué me estás evitando? —solté a bocajarro intentado
olvidar lo que dijo anteriormente —. Llevas ignorarme desde que...
Desde nuestro beso y que mi hermana...Bueno, joder, eso.
No era capaz de terminar la oración.
Él parecía divertido, su sonrisa egocéntrica no se evaporaba de
una vez de su rostro.
—¿Después de qué, Bianca? —cuestionó sin saber a qué me
refería.
Estaba jugando conmigo. Puto.
—Ya lo sabes —concluí rabiosa.
Fijé mi vista en sus labios, se los lamió.
—No lo sé.
—Es imposible hablar contigo —quise zafarme y huir, pero no lo
permitió. Tampoco tenía a dónde esconderme.
Me giro para quedar cerca de su boca situando sus manos
traviesas a la altura de mis nalgas. El vestido que llevaba puesto era
tan fino, que la calidez de su piel calentaba la mía en segundos.
Entrecerré los ojos advirtiéndole con la mirada que no hiciera nada
indebido.
Sonrío acercándose a mi boca, me quedé parada esperando un
beso que nunca llegó. Escogió otro camino y atrapó con sus labios
carnoso el lóbulo de mi oreja.
—¿Quieres decir que supuestamente llevo ignorándote desde
que casi te follo el coñito en la bañera? —susurró seductor.
Su voz se tornó ronca. Puta madre, que alguien me salve.
—Eso es justamente a lo que me refiero —mi garganta se secó.
Levanté mis manos acariciando su dorso, entrando los dedos por
debajo del saco negro que llevaba colocado. Quería quitárselo.
Basta. No. Me negaba a pensar eso.
Lo alejé de mí. Le lancé una mirada cargada de odio y me crucé
de brazos esperando a dónde ir. Estaba tan perdida como las
bragas de alguna amante de Don.
—No me toques más. Ahora soy yo la que quiere ignorarte —
sentencié.
Bufó divertido, rascándose la comisura de su labio desinteresado.
—Te comportas como una cría, Bianca. A veces me entran ganas
de matarte, pero de verdad —confesó siendo amenazador.
Sus cejas se habían elevado.
—Bueno pues luego me matas. Ahora me tienes que explicar
cómo le hago para acercarme a tu socio y llevarlo a un sitio privado.
Hablé rápido, se acercó a mí y como un descarado apretó mis
nalgas.
Asustada le di un puñetazo en el hombro. Él se quejó riendo por
lo bajo.
—Joder, mujer. ¿Qué mierdas te pasa? —se pegó más.
Puta mierda. Santa mierda puta.
—No sé. Tal vez porque estás casado y tu esposa es mi
hermana. Lo normal, ¿no crees? —mascullé sarcástica.
Se mordió los labios escondiendo una sonrisa.
—¿Estás celosa? —se burló.
Eso acabó con mi paciencia. Yo misma quise esto, si no estoy
casada con él es porque yo así lo decidí.
—Para estar celosa primero debería sentir algo por ti. Y ya te
digo yo que no es así. Eres un ser despreciable que solo mira por sí
mismo. Alguien depravado y desagradable que no merece ni el más
mínimo respeto. No me extraña que esos rusos intenten asesinarte
porque no ves más allá de tu nariz. Y por no decir de lo machista
que eres. Usando a mujeres para olvidar ese complejo de niño
maltratado que tienes. ¿Piensas que por tener un pasado inhumano
te hace ser así? Tu comportamiento da asco, estoy harta de que
todos nos tratéis como juguetes. Y estás equivocado si piensas que
siento algo más que tensión sexual. Conozco a hombres como tú,
todos tienen un puto trauma que los hace ser así. Pero, ¿sabes
qué? Eso no significa que puedas maltratar a los demás de maneras
crueles por ser un mafioso. La gente no te respetará así, no eres un
líder para ellos...
Cerré la boca porque había personas que me estaban
escuchando, además la sonrisa de Don se fue evaporando a medida
que las palabras descendían por mis labios. El brillo que sus ojos
habían adoptado también se fue. Su mandíbula se apretó.
Sus manos formaron un puño y temí por mi vida.
—¿Terminaste? —gruñó.
Asentí con el miedo subiendo por mi pecho.
—Sí.
Presionó sus labios y me guio brusco a una mesa donde nos
estaban esperando sus socios.
—Excelente, querida —dijo con los dientes apretados —. Mi
socio es el viejo calvo con la cruz de oro colgando del cuello.
Camina, y no abras la puta boca para joder.
12

Me senté en una silla junto a Don, desde que había escupido


todas esas para con el propósito de herirlo, no me había mirado.
Pero, las miradas en dedicadas hacia mí no faltaban, ya estaban los
socios de él follándome literalmente con los ojos. Algunos eran
jóvenes, otros más viejos. En esa mesa con una ruleta en el centro
había personas de todas las edades. En una esquina de la sala
unas chicas muy sexis bailaban sobre barras de acero y también
estaban metidas en unas jaulas. Dios mío. Me daban pena esas
chicas, ellas tenían que trabajar en medio de esas bestias. Dejé de
mirar y me centré en mi alrededor.
Los socios de Giovanni empezaron a saludarlo y comenzaron
con una nueva partida. Nunca había jugado a la ruleta, pero he de
decir que se veía bastante fácil.
—Las cosas van mal con los rusos, Don —un hombre de unos
cuarenta años, usó un tono de reclamo.
Giovanni alineó sus fichas, levantando la vista para aterrorizarlo.
—¿Crees que no lo sé, jodido imbécil? —gruñó él —. Estoy
intentado darles una parte de mi ruta, pero siguen jodiendo.
Necesito aliados para hacer un plan nuevo, tengo algo en mente.
Solo necesito tiempo para hacer las cosas bien.
El niñito estaba de mal humor.
Bajé la cabeza y jugué con la tela de mi vestido. El clima no era
muy helado, pero estaba segura de que cuando saliera de ese
barco-casino la noche estaría demasiado fría para salir con un
vestidito fino.
—No es por contradecirle, Don —dijo un chico, bastante joven y
atractivo —. Pero considero que acabar con esas ratas de una vez
sería lo más indicado.
—Hagan juego —dijo el crupier.
Todos los jugadores movieron sus fichas negras o rojas en las
casillas del tapete. Giovanni desplazó una montaña en el número 12
rojo.
—¿Y me puedes explicar que mierdas sugieres? —escupió,
entrecerrando los ojos y echándose salvaje hacia atrás en la silla.
Algo me dijo que estaba así por mí. Ups.
—Señor...
—No va más —le interrumpió el crupier.
Acto seguido lanzó la bola en la ruleta y esta rebotó en las
casillas hasta que rodó y terminó posicionándose en la casilla 15.
Don había perdido. Su mandíbula se apretó de tal manera que tuve
miedo que se la rompiera y sus huesos impactarán contra mí.
—Señores, creo que hablar de negocios cuando una dama se
encuentra presente, sea lo indicado —vociferó el ganador.
Ahí estaba. Era el calvo con aquella cadena de oro pendiendo de
su cuello. Esa era mi presa.
Le sonreí con amargura pretendiendo ser coqueta, pero mi falsa
felicidad se esfumó rápidamente cuando escuché la risa ronca del
jefe.
—¿Dama? —se mofó.
Me entrometí rápidamente:
—De hecho, puedo ser muy virtuosa para los negocios. Tal vez
podría encontrar una manera de solucionar su problema.
Todos los presentes estallaron en carcajadas menos Don. No
entendí. El juego se detuvo.
Erguí mi espalda y me quedé quieta en mi silla, al ver que
Giovanni era el único que no reía todos pararon en seco. Yo lo decía
de verdad, se estaban riendo de mí. No podía permitir aquello. Sentí
la pesada y callosa mano de mi enemigo en mi músculo. ¿Era una
advertencia? ¿Me estaba ganando ir al infierno?
Bueno si de todos modos ya tenía una pierna adentro.
Puta madre, mátame. Prefiero que Lucifer me torture a estar aquí
con estas personas peligrosas.
—Ya ven, la dama asegura saber sobre estos negocios —
aseguró inexpresivo Don —. No hay problema. Además, es de suma
confianza. Aquí mando yo, yo decido cuando se va y que debemos
hablar en cada momento. ¿Queda entendido?
Asintieron. Hasta yo asentí.
Y tanto que era de confianza. Si supiera que estaba trazando un
plan para matarlo. Me iba a dar pena al final. No. No. No. No. No.
Nada de sentir piedad, Bianca. Él te robó dos dedos del pie y te hizo
sufrir en ese puto sótano lo que no está escrito.
—¿Y puedo tener el honor de saber su nombre? —preguntó
interesado el calvo, tenía una asquerosa sonrisa y me miraba el
escote.
El crupier se fue porque sabía que aquello iba a ponerse caliente,
y no de esa manera placentera.
—Bianca, señor. Bianca Lamberdy.
No sé si fue mi nombre o mi apellido, pero eso bastó para hacer
que los ojos casi se le salieran de las cuencas.
El calvo habló de nuevo:
—¿Tu padre era un Lamberdy?
Asentí.
—Sí.
Don me contempló con los ojos disparados en llamas, me encogí
de hombros no sabiendo que había hecho mal. La sensación de su
mano se clavó más intenso en mi músculo, la fue bajando quedando
su mano y parte de su muñeca atrapada en el centro de mis piernas.
Respiré hondo, hundiendo mis uñas en su brazo. ¿Qué mierda
estaba haciendo?
—¿El hombre que murió acribillado por un ajuste de cuentas? —
advertí un estibo de burla.
—Ese mismo —se carcajeó otro.
Tenía ganas de vomitar. Mi padre era una mala persona, se metió
en el mundo de las drogas por nosotros. Para darnos lo mejor. Y
termino siendo asesinado por estos criminales. Quiero llorar. Nunca
había sentido tantas ganas de llorar por mi padre.
—Basta—ordenó Don.
Busqué su mirada para agradecerle, él noto mi mal estar allí. Así
que sacó la mano de mis muslos y las colocó en mis caderas
levantándome de la silla y sentándome en su regazo. Era un modo
de protección. Me estaba protegiendo de esas hienas. No sabía
cómo sentirme al respecto. Para sus ojos solo sería una puta que se
acostaba con él, pero lo que no sabían es que yo estaba más cerca
de matarlo que los dichosos rusos.
El calvo estaba muy atento a mí. Me escrutaba con descaro sin
importarle que hubiera venido con su jefe. ¿Quién sería él? Don dijo
que le estaba tocando la polla, o sea, no específicamente. Eso
esperaba.
Los labios de Giovanni rozaron mi oído.
—Dentro de unos minutos te irás a la última planta, hay una suite
con un jacuzzi esperándote. Él irá porque le mandaré una nota
diciendo que se la enviaste tú. Quiero que no te desnudes, ponte un
albornoz para tapar el vestido y mátalo cuando esté a punto de
follarte, la pistola te la darán luego. No dejes que te toque un puto
pelo, Bianca. Porque entonces tendré que buscarlo y hacerle pagar
por tocar a mi mujer. Me da igual que tenga a todos estos cabrones
en mi contra y no pueda aliarme con ellos —susurró ordenando,
haciéndome estremecer por dentro —. Enviaré a unos hombres y a
Luka por ti cuando acabes. La seguridad de ese tipo no está cuando
decide follarse a una mujer. ¿Lo entiendes?
Lo comprendí todo a la perfección.
Asentí.
Percibí como su respiración era trabajosa. ¿Le pasaba algo? Tal
vez seguía cabreado por lo de antes.
Los minutos pasaron. Siguieron hablando, trazando rutas de
donde descargarían y llevarían la droga, de cómo sobornarían a la
policía colombiana para sacar la droga de los laboratorios y llevarla
hasta los almacenes. Me mareé un poco porque debía intentar
entender, pero se me hacía muy difícil porque me movía sobre el
regazo de Don intentado prenderle.
No me sorprendió encontrar un agradable bulto bajo sus
pantalones. Jadeé cuando hizo el amago de levantarse y estrelló mi
zona íntima contra su centro más intensamente. Puta madre. Debía
concentrarme.
Pero ahí estaba de nuevo. Sus manos ascendieron por mi barriga
y trazó círculos con sus dedos sobre mi piel. Me moría. Juro que me
moría con un toque suyo. Numerosas escenas sexuales se
amontonaron en mi mente queriéndolas ejecutar con Giovanni. Ya
no podías controlarlas. Me sentía como una completa pervertida, en
vez de atender a las cosas que decían para recaudar información,
seguía moviéndome suavemente intentado no gemir en el proceso.
Lo hubiera hecho, de no ser porque vi el cogote de Luka y su
nariz arrugada. Me hizo un gesto con la mano para que fuera con él.
¿Para qué? Estaba a gusto allí. Demasiado.
—La nota. El encuentro —movió los labios sin emitir palabras.
Entonces entendí.
Le sonreí disculpándome de los socios y de Don. Él entiendo
como que yo ya iba en camino de esa "cita" porque no opuso
resistencia alguna. Me volteé para que todos pudieran admirar mi
cuerpo y desearme. Caminé como una gacela hasta la salida, antes
de irme aceché a Don, sus ojos me observaban con un extraño
brillo, como pensara que después de aquello no volvería a verme.
Tal vez presentía lo que pasaría después.
��
El consigliere del capo me guio por pasillos atiborrados de
millonarios, empresarios, funcionarios, gente de personal, niños... y
más. Mientras íbamos caminando no le hablé, él tampoco me habló
a mí. El papel brillante de las paredes me dejaba ciega. Salimos a
cubierta por una escalera estrecha. El olor marino me agolpó de
repente y la brisa marina alborotó mi cabello perfectamente peinado.
Tenía un montón de preguntas que necesitaban respuestas, pero
creo que Luka no iba a dármelas así que me silencié y me dejé
guiar. Pronto ingresamos en una nueva planta, el recorrido era
demasiado extenso. ¿Dónde mierda me llevaba? Entramos en una
puerta que tenía una placa anunciando que, en aquel espacio, solo
podía atravesarlo el personal.
Eso no pareció importarle porque se metió por aquel pasillo lleno
de más puertas a ambos costados. En cada puerta había tablones
con nombres pegados. Él y yo nos detuvimos cuando llegamos al de
"personal sexual". Pestañeé incrédula. ¿Que hacíamos allí? ¿Eran
la sala o camerino de las prostitutas?
Ahora sí que no entendía nada.
Luka tocó la puerta tres veces, no tardó en abrirse. Una mujer
rechoncha de cuarenta y pico años abrió la puerta y me sonrió.
Aplaudió emocionada para acabar besando a cada lado de mis
mejillas.
—¡Ya está aquí, Katerina! —bramó con un acento español.
¿Por qué se emocionó al verme?
Caminé indecisa atravesando la sala. Había varias mujeres y
travestis, se sentaban en frente de un gran espejo para aplicarse
maquillaje en el rostro y retocarse el peinado. Me volví para enarcar
las cejas.
—Ella te lo explicará todo, Bianca —musitó Luka.
No me digas, idiota.
—Pero ¿quién?
La respuesta la obtuve enseguida.
Una hermosa chica de ojos claros se dejó ver tras abandonar la
seguridad de una tela roja. Su cabello era hermoso, dorado con
ondulaciones leves. Lucía un hermoso corsé con una falda, ah no,
no era una falda. Para tapar su zona intima se colocó un tanga. Su
cintura era pequeña y también sus caderas. Sus facciones
adorablemente rusas. Era una niña, tendría poco más de diecinueve
años. ¿Ella fue quien escribió la carta?
¿Pero de que me conocía?
—Bienvenida a mi humilde hogar, cariño —pronunció
difícilmente.
El acento ruso me confirmó sobre su nacionalidad. Sus ojos
cristalinos brillaron al examinarme, su piel era tan pálida como la
nieve recién caída.
—¿Qué quieres saber? —preguntó suave. Su voz era como la
caricia de un ángel —. Si estás aquí es porque tienes... —miró a
Luka.
Ambos usaron el ruso para comunicarse.
—Dudas —sonrió —. Puedo ser tu llave de salida si quieres irte o
hacerle daño a tu dueño.
Una palabra en concreto me cabreó.
—¿Dueño? —busqué a Luka —. ¿Desde cuándo Don es mi
dueño? Como si fuera un objeto. Luka me estoy cabreando
muchísimo, no quiero ofender a nadie. Esto no me gusta.
—Bianca todas estas chicas han sido educadas así. Está mal, lo
sé. Ojalá pudiera hacer algo, pero no puedo. Las cosas no son tan
fáciles como crees. Aquí hay muchísimo dinero de por medio, estas
chicas solo trabajan porque si no las mataran. No tienen opción. Sus
padres las abandonaron o las vendieron.
—¿Quieres decir que son menores? —interrogué incrédula.
Se encogió los hombros y escondió sus manos en los bolsillos de
su pantalón.
—Algunas sí. Si te quedas más tranquila las menores solo
realizan bailes eróticos.
—¡Oh, mucho mejor! —exclamé irónica— ¡Son niñas!
Las manos aterciopeladas de Katerina recayeron en las mías,
hizo que girará mi cabeza y la mirada a los ojos. Era preciosa.
—Confía en mí —le costó decirlo —. Tienes una misión. Un
destino que trazó alguien para ti, pero podemos cambiar todo eso
juntas. Nosotras más que ninguna merecemos ser las reinas y no
las... —dijo algo que no entendí.
Me alejé. Choqué con la mujer regordeta que me abrió la puerta.
—Hazle caso, Bianca —pidió amable —. No nos gustaría verte
aquí comiendo las pollas de tres en tres. Si lo haces es porque te
gusta. Esa no es una vida para una princesita como tú.
Yo no era ninguna princesita. ¿Qué sabía esa mujer? No tenía
idea de nada, no me conocía.
—¡Pues yo lo hago con mucho orgullo, chica! —exclamó una
desconocida detrás de ella.
—Yo... No sé de lo que hablas. Yo no sé qué hacer. Estoy
confundida.
La decepción cruzó por los ojos de Katerina.
—Llévatela, Luka. Ella todavía no está preparada para su futuro
—me soltó las manos y se alejó —. Asegúrate de prepararla para
cuando el día llegué.
¿El día? ¿Qué día?
No me dio tiempo a despedirme ni objetar nada. El barco se
zarandeó de manera brusca haciendo que todos tropezáramos y
nos estrelláramos contra el piso de la habitación. Yo me di en la
cabeza contra algo puntiagudo y me abrí una brecha en la cabeza.
La sangre bajó pegadiza hacia mi mejilla.
Una explosión volvió a mover el barco, debía ser algo muy grave
para que un barco de ese tamaño se moviera sobre el mar. ¿Vale,
aquello que era? El polvo envolvió el lugar, no veía nada, solo oía
gritos por parte de las chicas, huían a la cubierta como gallinas
despavoridas. No entendí. No procese. ¿Habían puesto una bomba
en el barco? ¿Se estaba hundiendo?
La angustia se instaló en mi pecho.
—¡Bianca! —la voz de Luka.
—Blanka... —seguido de la voz de Katerina en un idioma que no
entendía.
Estaba asustada. Dejé que mi espalda resbalara por una pared,
pero antes de tocar el suelo unas manos se curvaron en mis brazos
y me sacaron de allí. El pasillo estaba abarrotado. No sé cuánto
tiempo tarde en descubrirlo, pero era Luka quien estaba
agarrándome con una mano, la otra la tenía ocupada en Katerina.
Nos quería sacar de allí, lo consiguió por medio de codazos e
insultos.
Luka soltó a Katerina, ella no sé fue hasta despedirse y darle un
beso casto en la mejilla. ¿Qué relación tenían aquellos dos? ¿De
qué se conocían? La cubierta era mucho peor que el pasillo. Las
personas se pegaban por subirse a un bote. El barco se estaba
hundiendo. ¿Y Don? ¿Él estaba casi en la última planta? Luka subió
a la chica en un bote y la perdimos de vista en cuanto este
descendió al océano. Después usó el teléfono para hacer llamadas.
Tomé el descuido de él para correr hasta la segunda planta. Iba a
salvar a ese desgraciado, no podía morirse. No podría vengarme de
él y estaría toda la vida amargada. Me hice paso entre la gente, no
escuche los gritos que llevaban mi nombre.
Mierda. Mierda. Mierda.
Que estúpida era. Podría estar subida en algún bote a salvo.
Pero no, yo iba encaminada a un destino incierto.
Pasó el tiempo, no encontré a Don en cubierta. Así que era
seguro que estaba abajo, en el casino. Terminé de respirar cuando
unos fornidos brazos me estrecharon contra un pecho. Era su
colonia. Él estaba a salvo. Me había acurrucado a su torso, me
protegía de los codos rabiosos de las personas histéricas. A día de
hoy sigo sin entender porque me sentía aliviada.
—¡Joder, Bianca! ¡Pensaba que te había perdido! —gritó
Giovanni. Luka le había avisado de que estábamos bien —.
Pensaba que estarías con ese hijo de puta. La bomba ha explotado
en las suites de los jacuzzis. Han matado al calvo y muchas más
ratas, lo tenían todo planeado. Te había llevado al matadero, cariño.
No le respondí, solo caminé.
Luka ya nos estaba esperando en un bote para nosotros, la gente
se agolpaba cerca indignadas porque no podían subirse a ese bote.
Giovanni extendió la mano con decisión para ayudarme, la acepté y
me ayudo a subir. Después saltó él, le hizo un gesto a su empleado
para que también se subiera. Luka lo hizo sin decir una sola palabra.
Le agarraban del saco para subir primero, pero su fuerza era mayor
y logró encontrarse con nosotros. Me senté hiperventilando. ¿Ya
estaba a salvo?
Un disparo no me lo confirmó.
Otro más.
Luka soltó la cuerda haciendo que el bote cayera empicado hacia
abajo. El aterrizaje al agua provocó que unas nauseas subieran por
mi garganta, y el agua chapoteó mojándome del vestido.
—¡Nos están atacando, señor! —le avisó preocupado.
Giovanni desechó la chaqueta de su traje lanzándomela, activo el
motor de ese bote, no era un puto bote joder, era una maldita
lancha. Ya no sabía identificar las cosas. Me quedé en el suelo
abrazándome como un ovillo, las lágrimas casi salían. El frescor de
la noche rápido me erizó los bellos, así que me coloqué el saco de
Don.
—Nos vamos —anunció autoritario.
—¿Qué?
Luka sonó incrédulo.
—¿Esa isla qué compré hace años todavía sigue siendo mía? —
preguntó.
—Sí, señor. No llegó a firmar el contrato con la empresa de
hoteles.
Giovanni tomó el mando de la pequeña embarcación y salimos
disparados, atravesando las olas salvajes. Dejamos atrás las luces
de emergencias que poseían los botes con personas dentro. Los
disparos seguían, una bala rozó la popa de la lancha, con el corazón
casi saliendo del pecho me escondí debajo de los asientos. No
entendía nada. Aquello debía ser una pesadilla.
No. Aquello no era una pesadilla, porque eso estaba destinado a
llegar más adelante.
—Desapareceremos del mapa hasta nuevo aviso. Primero debo
pensar el plan para aliarme con esas ratas rusas. Después
volveremos. Es la única manera de estar seguros.
13

Habían pasado horas o minutos desde que sucedió. Estaba


desesperada al final de los asientos de la lancha, mordiendo mi
labio y mirando al firmamento que se extendía en nuestras cabezas.
Don seguía controlando la pequeña cabina de mandos, centrado en
unas coordenadas que sólo él recordaba. Luka se acostó sobre mi
lado, tenía los ojos cerrados. Parecía cansado.
Me moví sin despertado. Debía descansar, no teníamos ni idea
de lo que pasaría después de aquello.
Íbamos de camino a una isla desconocida.
Giovanni la compró hace años, su dirección fue borrada de todos
los mapas que existían. Al menos eso decía él. Necesitaba saber lo
que sucedía en su mente. Su espalda tonificada era lo único que
podía apreciar desde mi distancia. A pesar de que la lancha no era
muy grande, los tres podíamos tener nuestro espacio.
Reduje los metros de distancia que nos separaban, en un
parpadeo ya me había posicionado a su lado. Llevaba la camisa con
los botones desabrochados, haciendo que luciera sus perfectos y
entrenados abdominales. Aparté los ojos, mantuve la vista al frente.
Y respiré hondo.
Mierda. Puta mierda.
Qué sexi estaba cuando se veía desaliñado. Maldición.
—¿Está cerca esa isla? —pregunté, casi susurré.
Arrugó la nariz con molestia.
Creo que alguien seguía enfadado.
—No.
Observé la inmensidad del océano. Litros y litros de agua salada
se extendían a nuestro alrededor. No se apreciaba rastro de tierra,
solo más y más oscuridad. Las estrellas tintineaban brillantes en el
cielo.
Suspiré.
—Supongo que ahora debo disculparme yo —comenté,
chocando intencionalmente mi hombro con el suyo. Un hormigueo
apareció en mi parte baja—. Dije cosas feas que pudieron haberte
herido. Pero tienes que comprender que mi situación... actual, es un
poco estresante.
—No tienes que disculparte, Bianca —no me miró —. Aprendí a
dejar que los comentarios de los demás me afectarán.
—Ya. Pero estás enfadado.
Elevé mi dedo para pincharle un ojo. Él emitió un gruñido como
protesta. Una cosa más que le molestaba, guardaría eso en mi lista
de cosas que molestaban o enfadaban al cruel Don de Italia.
—Lo estaré si no te veo lejos de mí —comentó malhumorado.
Su mandíbula se apretó. Le pasaba algo y yo no lo entendía.
Antes parecía preocupado por mí, parecía sentir algo... Y ahora,
nada. ¿Por qué eso me preocupaba?
Qué estúpida.
Me di una bofetada mental al pensar en sentimientos de por
medio. Aquello no era una romance vainilla, no, eso era una
atracción sexual que palpitaba tan centro de mí, que no podía
controlarla, ni soportarla.
—Creo que tendrás que estar enfadado —contraataqué cruzando
los brazos —, porque no hay manera de alejarme de ti.
Al oír mis palabras, él me observó con sus ojos de un color verde
brillante. La luz de la luna en su rostro parecía convertirlo en un
hombre más atractivo. Maldije por pensar de ese modo cuando se
trataba de él. Giovanni sólo era una apariencia bonita, atractiva,
magnética, atrapante. Su interior era lo contrario, algo oscuro
mantenía que su corazón dulce estuviera enterrado.
Por un momento tuve ganas de escarbar con mis dedos y
descubrirlo por mí misma.
Me arrepentí.
Sabía cómo terminaría. Si lo conocía de verdad, podía llegar a
cometer el error de amarlo. Eso no podía pasar. Amar significaba
perdonarlo.
No iba a olvidar porqué estaba cerca de él.
No podía amar a un monstruo sangriento que disfrutó mientras
cortaba mis dedos. Pero, ¿acaso no disfrute yo también cuando días
atrás les había robado la vida a personas?
¿Eso me convertía en un monstruo también?
Deseaba ver la sangre correr como él. Éramos iguales. Idénticos
en ese aspecto. Esa faceta mía que tanto había luchado por
esconder, por fin emergía, con una fuerza descomunal. No luché en
ocultarla. Tampoco por retenerla en lo más oscuro de mi ser.
En el mundo de la mafia debía ser malvada, cruel, despiadada,
sin sentimientos. Por fin lo había comprendido, aunque intentará
salir de ese agujero no podría. Estaba metida de lleno a allí. Y en la
profundidad de esa oscuridad estaba él. Mirándome.
Me estremecí. No porqué tuviera frío, sino porque tenía miedo a
sentir algo más. Algo que estaba prohibido para mí.
Lo prohibido siempre será lo más tentador.
—Bianca estás temblando, ¿tienes frío? —cuestionó alzando las
cejas.
Llevaba puesto su saco, era suficiente para que el calor se
acumulara.
—Un poco —mentí.
Estaba caliente. Ese asesino me ponía más caliente que el sol de
verano. Ni quiera había hecho nada y oleadas de deseo me
azotaron la consciencia. ¿Qué mierdas me pasaba? ¿Tendría el
control de rechazar esa lujuria que me humedecía?
Un leve ronquido me despertó de mi trance.
Giré para mirar a Luka que estaba dormido plácidamente. No
entendía cómo lograba dormir en esas condiciones. Volví mi vista
hasta Don, parecía debatir algo consigo mismo mirando a la nada,
meditando lo que fuese que pasaba por su mente cruel. Cuando
estuvo seguro dio un paso atrás soltando una mano del volante.
—Ven aquí. La noche en el mar suele pegar fuerte.
No quise ir. Quería alejarme.
En cambio, mi cuerpo optó por desobedecer mi rechazo. Caminé
temblando hacia el hueco que había dejado, mi espalda chocó con
su pecho y mi cabeza casi llegaba a sus hombros. Respiré hondo.
Podía con aquello. Era normal sentirse atraída por él, era un puto
Dios del sexo.
Jadeé cuando sus brazos me acercaron a él. Como si fuera lo
más normal del mundo siguió navegando por el mar con la lancha.
Me abrazó con fuerza, agachando su cabeza a la altura de mi
cuello. Dejó dos besos ahí. Colapsé.
Me centré en las estrellas y no en rozar mi trasero contra su
entrepierna. Por muchas ganas que tuviera, no sucedería.
—Mucho mejor, ¿verdad? —su voz masculina resonó en las
paredes de mis oídos.
Parpadeé con el corazón latiendo en mi pecho.
—¿Eh?
Su risa provocó que su pecho vibrara. Hubo un milisegundo en
que noté su miembro contra mis nalgas.
—¿Se puede saber qué te pasa? Estás ida, Bianca. Relájate, no
pasará nada. Calculo que dentro de una hora ya estaremos en la
isla.
Tragué saliva.
—Nada. No me pasa nada.
No parecía muy convencido.
La lancha botó en las olas, maldije porque eso había hecho que
me pegara más a él. Sentía la tensión sexual entre nosotros.
¿Estaba escapando de unos rusos y me centraba más en el sexo?
Pues sí.
—¿Segura?
Asentí.
Suspiré hondo. Necesitaba aire.
El cuerpo de Don seguía tenso, pero su tono de voz y su rostro
se habían suavizado un poco. Controlé mi respiración irregular.
—¿Cómo sabes que estás en la dirección correcta, si no tienes
ningún aparato para saberlo? —pregunté.
—Las estrellas —explicó lentamente —. Fui marinero. Cuando
era joven. Aún no había escogido el camino de mi padre y podía
hacer lo que quisiera. Después tuve que dejarlo, ya sabes. La mafia
exige muchas cosas, no podía centrarme en dos oficios a la vez.
—Así que elegiste ser un criminal.
Se rio. Mierda.
—Iba a serlo de todos modos, solo elegí el camino que me
llevaría a la cúspide —me pegó más a él y ahogué un grito ahogado
—. Si era marinero estaría rodeado de droga, si era el Don de la
familia italiana también. A veces tienes que elegir algo que no te
gusta para cumplir con lo que deseas.
—¿Y lo has cumplido?
Silencio.
Los músculos de su cuerpo se tensaron como una roca bajo mi
cuerpo. Supe que había metido el dedo para rascar.
—No.
Cambia de tema. Cambia de tema. No quieres conocerlo. No lo
hagas. Estás escogiendo amarlo. Y no puedes amarlo.
—¿Sabes algo?
—A ver, sorpréndeme.
Inspiré antes de soltarlo:
—No sé cómo mierdas pasa, pero siempre acabamos los dos
juntos en algún problema. Me has usado intentar matar a tu socio,
me llevas a sitios contigo... —cállate, no sigas —. Deberías pasar
más tiempo con tu esposa, no sé. Hacerle un hijo o algo. ¿No es
eso lo que quiere la famiglia?
—No tengo porque estar con alguien que no quiero. Y lo que
quiera la mafia me la viene sudando.
—Sí, pero te casaste con Priscilla, ¿no? Hiciste eso porque te lo
exigieron.
Se encogió de hombros.
—Sí hubieras sido tu mi esposa todo sería más fácil —comentó
poniéndome los bellos de punta.
—¿Eh? —balbuceé con horror.
Lo hubiera sido. Hubiera podido ser su esposa, pero no lo fui. No.
Y es mejor así. No estoy hecha para matrimonios arreglados. No
estoy hecha para amar. No estoy hecha para obedecer a un marido
cómo Don. Ni en ese momento ni nunca. Yo era destrucción.
—No he dicho nada.
—Mejor así —susurré.
Tenía que salir de sus brazos. Irme a otro sitio e ignorarlo. No
podía. No podía. No podía confiar en él. No podía enamorarme. Así
que hice lo que tenía que hacer, me escabullí de su cuerpo y me
senté muy lejos de él. No dijo nada. No se volteó para buscarme.
Porque sabía perfectamente lo que estaba pasando. Él también lo
sentía y tampoco estaba dispuesto a permitirlo.
��
—¿Luka le puedes decir a Bianca que deje de pasearse como
una puta histérica por la lancha? ¡Me está poniendo de los putos
nervios, joder!
Me apoyé a un costado de la lancha y observé fijamente el agua.
—¡Luka dile a el idiota de tu jefe que admita que es un inútil y
que nos hemos perdido! —bramé sentándome lejos.
Ellos estaban al frente, mirando el horizonte azulado y sin nada.
No había nada. Solo agua y más agua. El sol ya se había dejado ver
hacía poco, ninguno de nosotros había dormido excepto Luka. Y
cuando había despertado nos regañó por haberlo dejado dormir.
—No estamos perdidos, ¡joder! —gruñó —. Sólo que estamos
cerca, dentro de poco divisaremos la isla.
Giovanni estaba furioso. Las puntas de sus orejas adquirieron un
noto rojizo, y sus fosas nasales se dilataron con cada palabra mal
sonante que vociferaba. Ya estaba harta de él. De todo el océano.
De toda la mierda que me había pasado. La vida parecía que quería
algo de mí. Quería llevarme a la muerte.
No pretendía morir en esos momentos. No porque todavía me
faltaban muchas cosas por hacer. Odiaba a aquellos dos hombres.
Odiaba la mafia. Todo, odiaba y repudiaba cualquier cosa que
saliera de lo cruel y descabellado. Así que también me odiaba a mí.
—Sí seguís peleando voy a tirarme por la borda, en serio —
murmuró Luka bostezando.
¿Qué no había dormido suficiente? El rusito era un dormilón,
como yo.
—¡Tírate! —chillé.
—¡Tírate, maldita sea! —exclamó Don.
El muchacho abrió los ojos por la ferocidad de nuestras palabras.
Levantó las manos en señal de paz, diciéndonos con la mirada que
nos calmáramos.
—El viaje que me vais a dar vosotros dos va a ser increíble —se
burló, moviéndose a un compartimento escondido en un lateral del
diminuto barco.
Buscó algo que no tenía ni la menor idea de lo que era. Oh, era
unas gafas de sol. Sacó una y se la tiró a Giovanni, este la cogió al
vuelo y se las colocó sin dar las gracias. Era un gilipollas
primitivo. Lo odio. Lo desprecio. Quiero matarlo, pero hace unas
horas quería besarlo. Puta mierda.
Luka también se puso las gafas de sol en los ojos. Me crucé de
brazos esperando que me diera una a mí también, no sé giró en mi
dirección. Otro idiota. Sé que se dio cuenta, porque se encogió los
hombros evitando mirarme.
Ahora sí que estaba cabreada. Me tocaba cegarme con los rayos
de la mañana.
Me desplacé hasta popa de la lancha, tuve que agarrarme a los
costados porque el oleaje era tan fuerte que seguramente saldría
disparada. Además, llevar puesto un vestido de noche no era lo más
cómodo. ¿Cómo iba a bajar a esa isla? ¿Cuánto tiempo
estaríamos? ¿Habría comida allí, o tendríamos que arreglárnosla
para sobrevivir? Yo no sabía nada de supervivencia. Padre me
había enseñado a pescar cuando era pequeña, también a cazar,
pero no a hacer fuego ni crear un refugio dónde dormir. ¿Y si había
tormentas? Dios mío. Llevaban tantas preguntas a mi cabeza.
Me senté sintiendo las miradas de unos ojos criminales. No me
importó lo que me dijeran. No mandaban en mí. Ahí ya no.
Ni siquiera divisamos tierra firme.
Me quité las lágrimas rebeldes de los ojos, nadie me haría llorar.
El sol por otro lado me daba de lleno, estaba empezando a
quemarme la piel. Lo confirmé cuando observé mi reflejo en una
barra metálica que servía para agarrarse. Mis mejillas estaban
teñidas de rojo, mi maquillaje era un asco y mi cabello se enredó
salvaje por la brisa.
Pensé varias veces y valoré opciones. Saltar muriendo ahogada
era una de las cosas que más deseaba.
Bueno, en realidad eso fue antes de que una montaña llena de
árboles y maleza verde iluminará mis ojos. La isla estaba
apareciendo poco a poco, primero una montaña grande, puntiaguda,
después la playa desierta que custodiaba la entrada en la maleza y
árboles perennes. Parecía una selva. Era tierra firme. Estábamos
salvados. Don tenía razón, sabía lo que decía, solo debíamos
esperar un poco más. Casi me quedé sin respiración cuando divisé
la inmensidad de esa isla, era tan grande que no podía creer que
hubiera sido borrada del mapa.
Pestañeé sin quererlo. Qué hermosa.
—Bianca... —su voz ronca me acarició la nuca.
Me incorporé acercándome más para divisar aquella maravilla.
Esbocé una sonrisa mientras la lancha se giraba hacía ese pedazo
de isla.
—Esto es hermoso —susurré embelesada.
Luka correteó por la lancha dándole palmaditas en la espalda a
su jefe.
—Hermano, no sé cómo coño lo haces, pero tienes un as en la
manga —se rio Luka.
Giovanni no habló. Sólo asintió con aprobación.
Si estaba sonriendo o no, no me interesaba, solo quería grabar
ese paisaje en lo más profundo de mi mente. Mis pensamientos
eran positivos, serían como unas minis vacaciones. Los negativos
se hundieron en lo más profundo de mi ser, porque si los escuchaba
todos mis planes se vendrían abajo y no habría más que ruinas.
No se puede construir un imperio con unas ruinas simplonas,
necesitaba los cimientos de Don.
Y los iba a conseguir como fuera.
En minutos la lancha ya estaba lo suficientemente cerca de la
playa como para bajar sin problemas. El sol me cegaba los ojos, los
encerré sin dejar de mirar la isla. Los dos hombres hablaban
acordando como bajarían, ya que la lancha podía irse a la mierda
con las olas y nadie podría sacarnos de aquí. Me llamaron para que
los ayudará, pero hice caso omiso. Recogí mi vestido haciendo un
pequeñito moño en un costado.
Quería quitarme esa mierda de prenda, pero abajo casi ni llevaba
ropa interior. Y es evidente que no iba a quedarme desnuda en
frente de esos idiotas.
Primero muerta.
Salté por la borda en cuanto tuve oportunidad. Contuve la
respiración los segundos que estuve bajo el agua, era fresca. Nadé
hasta la superficie sintiendo como la tela de mi vestido se empapaba
y con ello también mi cabello. Qué bonita iba a estar con el
maquillaje corrido. En la superficie oía a los dos medios neuronales.
Me dio igual.
—¡Bianca eres una jodida irresponsable! —aulló Don desde la
comodidad de la lancha —. Puede haber tiburones merodeando.
Sube.
—No —canturreé con una sonrisilla.
El gruñido que salió de su garganta me erizó todo.
Le sonreí moviendo las piernas para llegar lo más rápido posible
a la playa.
Me alejé mucho de la lancha, solo tenía que meterme en el agua
cristalina, bucear hasta que ya no pudiera más y repetir lo mismo
hasta que diera pie. Por suerte, pronto mis piernas tocaron la arena,
pero las olas salvajes no ayudaban demasiado. Me empujaban
hacia los lados impidiendo que avanzará.
No sé cómo lo hice, tampoco de dónde saqué fuerza, pero poco
a poco fui llegando a la playa desierta.
—¡Es un jodido grano en el culo! —oí a Giovanni y la risa de
Luka.
Allí me tumbé en la arena llenando de aire, sin contaminar, a mis
pulmones. Parecía el paraíso. Pero en aquel paraíso había dos
ratas que no aguantaba.
—¡Daros prisa tenéis que encender el fuego antes de que
anochezca! —me burlé chapoteando el agua que subía aún
tumbada.
Me reí como una loca desquiciada.
Tiempo más tarde ellos ya habían sacado la lancha del océano y
la posicionaron muy lejos de la playa, para que la marea no se la
llevara por la noche.
Seguía allí. Con los ojos cerrados y dejando que los rayos
acariciaran mi piel.
—¿Qué quiere la princesita? —preguntó Luka agachándose.
Don apareció detrás suya.
—La princesita quiere que la dejes en paz —le palmeó el hombro
y lo alejó de mí, eso solo hizo que cayera a mi lado.
Cerré los ojos de nuevo.
—Giovanni, ¿podrías dejarnos descansar y morirte de una vez?
Luka y yo tenemos cosas que hacer, por supuesto que no estás
invitado.
Ambos nos carcajeamos. Bromear con ese hombre era una
incógnita, no sabías cuando algo le causaría risa o que no. Era tan
extraño como una primavera sin plantas floreciendo.
Alcé la cabeza sosteniéndome de mis codos para conectar su
mirada fría como un tempano de hielo. No tenía una expresión
alegre, nos miraba mal, fulminándonos, conteniendo sus puños en
los bolsillos de su pantalón caro.
—¿Y qué puñetera clase de cosas son esas? —cuestionó
acercándose amenazador.
Luka se sentó conteniendo la risa.
—Me temo que sí te lo confieso, hermano, el panda gruñón y yo
no saldremos vivos de aquí —se divirtió.
Abrí la boca ofendida.
—¿Cómo acabas de llamarme?
Él me interrumpió con una risa:
—Panda gruñón. Tu maquillaje...—se carcajeó inclinado su
cabeza y agarrándose el abdomen.
Don le lanzo una mirada demasiado dura a Luka. Su rostro no
tenía color, inexpresivo. El ruso recayó en ella y volvió a levantar las
manos. Sus miradas eran comunicativas, como si dijeran cosas con
tan solo verificar el iris de sus ojos.
Era extraño, e incómodo.
—Hermano…
La sonrisa de Luka se borró, estaba preocupado por algo.
—Hablaremos en privado —anunció el Capo Mayor —. Creo que
me tienes que explicar muchas cosas, espero que no sea lo que
estoy pensando, porque no dudaré en seguir las normas por mucho
aprecio que te tenga.
14

Los rusos supuestamente ya ni tendrían que atacarnos, pero lo


hicieron y de qué manera. Había llevado a Bianca a un matadero,
casi la pierdo por usarla de nuevo. Me sentía extraño, las miradas
de Luka eran raras. Aquellos dos tenían algo y pensaba descubrirlo.
Nadie iba a tocar a Bianca a parte de mí, no podían hacerlo porque
yo... Porque era mía. Y podría sonar posesivo, pero no me
importaba.
Aquella mujer me tenía bien cogido de los huevos, haría conmigo
lo que quisiese y yo me dejaría como un bendito gilipollas
enamoradizo.
Eso es lo que era.
No podía amarla, eso sería su destrucción, también la mía. Ella
era demasiado chiquita para enfrentarse a una legión de rusos
armados y a media mafia entera. Eso es lo que pasaría si alguna de
esas ratas que buscaban mi muerte, consiguieran descubrir lo que
sentía por Bianca. No dudaba de sus capacidades, porque se
convertiría en una gran arpía si quisiese. Pero ese mundo no era
para ella.
Bianca era como una muñeca de porcelana, con una artillería
pesada en su interior.
En mi vida solo me había enamorado una vez, cuando era
adolescente terminé con el corazón roto. No volvería a reconstruirlo
de nuevo. Los hombres de la mafia no se enamoran, no sienten,
solo matan, destruyen y crean planes para los negocios ilegales que
llenaran sus manos se billetes.
Pero era un puto enamoradizo que amaba a las mujeres en
secreto y luego hacía que me odiarán, para que no se acercarán a
mi más de lo debido. Esa era mi manera de protegerlas. Porque yo
era un veneno para todas ellas, les haría daño.
—No es lo que estás pensando. Nunca se me pasaría por la
cabeza, jefe —afirmó Luka en cuanto perdimos a Bianca de vista.
Estábamos lejos de ella, no quería que me escuchara. No podía
saberlo.
—¿Qué es lo que pasa contigo, maldito gilipollas? —lo empujé
con furia.
La vena de mi cuello palpitaba con ansiedad. Tan solo podía
imaginar a Bianca tumbada y siendo follada por mi mano derecha.
Me consumía los celos. Estaba tan celoso que rompería el cuello de
ese malnacido en segundos.
—Don, para. No hay nada entre nosotros, solo nos llevamos
bien, nada más. No podría tener nada con ella. No podría. No. De
verdad.
Gruñí sosteniéndolo del cuello.
—Ah, ¿no? —cuestione hirviendo en rabia —. ¿Entonces porque
la tratas así, con esa confianza? ¿Por qué quieres protegerla, Luka?
¿Por qué estás tan nervioso ahora mismo? Te la quieres follar, ¿no?
Luka era una clara amenaza para mí. Y yo no tenía amenazas.
—¡No! No quiero follarla, hermano —negó con la cabeza
zafándose —. Por Dios, no sé me pasa por la cabeza. Es una de tus
mujeres. Tus mujeres no se tocan.
Le regalé con sonrisa llena de odio.
—Sabes que he compartido mujeres contigo.
Las cejas de mi amigo se alzaron con picardía.
Aparté mi vista para verificar que no le estuviera pasando nada a
Bianca, ella estaba descansando en medio de la playa. Respiraba
lento, su cuerpo mojado no podía excitarme más. Si mi mano
derecha y amigo no estuviera con nosotros, estaría intentado
hacerla mía, besar todas las partes de su cuerpo y poseerla hasta
que ya no pudiéramos más.
—A mujeres de una o dos noches. Tal vez meses, pero no había
sentimientos —habló con detenimiento —. Nunca hemos compartido
a mujeres que amas.
Preparé un puño directamente a su mandíbula, pero el jodido
idiota vio mis intenciones y se alejó.
—Qué se te quede bien grabado en la cabeza, yo no amo a esa
mujer.
Luka sonrió.
—Oh, sí. Claro que la amas —vociferó.
—Cierra tu maldita boca si no quieres que te saqué los sesos con
la primera piedra que encuentre.
Mi consigliere esbozo una radiante sonrisa. La situación claro
que le divertía. A mí en cambio, me ponía de muy mal humor. Algo
en mi interior como una alarma, me avisaba de que él estaba
mintiendo. Lo conocía bastante bien para saberlo, pero el
condenado también me conocía y podía estar haciendo una obra de
teatro para ocultar sus verdaderas intenciones con Bianca. ¿Es que
ya nadie me respetaba? ¿Qué debía hacer?
Bianca no era mía.
Todavía no. Pero lo sería. Y nadie podía hacerle daño, a parte de
mí.
Solo yo, sería su verdugo.
—Aléjate de ella si no quieres morir, Luka. No quiero matarte por
andar caliente detrás de un culo —le avise con dureza.
—Solo me acercaré a ella para protegerla. ¿No es esa la misión
que me habías encomendando?
Su ceja se alzó con confusión.
—Protegerla, no follartela.
Asintió moviendo la cabeza con una sonrisilla.
—Sí supieras lo que de verdad pasa por mi cabeza y las
intenciones que tengo con esa mujer, no estarías así de celoso ni
gruñón.
—¿Y por qué cojones no me lo dices? Quiero saberlo, ahora.
Respiró hondo, tenía un nudo en la garganta que quiso quitárselo
tragando saliva. Ese cabrón me estaba ocultando algo y debía ser
muy gordo.
—Sospecho de ella —confesó —. Sólo intento ser su amigo para
sacarle una información jugosa.
Fruncí mi ceño no entendiendo nada.
—¿Qué jodidos dices?
Luka cogió aire antes de hablar:
—Creo que Bianca se está haciendo pasar por una persona que
no es. Creo que ella puede ser la persona rusa que buscamos y que
está infiltrada para destruirte. No es una ovejita indefensa, Don. Es
el lobo carroñero que devorará sin control si no le ponemos unas
cadenas. Y si descubro que es la persona que es, entonces todas
las mafias deberían prepararse. Incluso tú.
��

Dejaba que el aire de la isla entrará en mis pulmones y los


llenará de oxígeno. Por lo menos estaba en aquel paraíso y no
había muerto, aunque no sabía que era peor. Si morir, o compartir
espacio con mis enemigos. El agua salada empapaba mis piernas.
Tuve que hacer un esfuerzo descomunal para incorporarme. La
arena se abrió paso entre mis dedos, aquella sensación me
gustaba.
Me daba un poco de libertad.
Lo que necesitaba para sobrevivir.
Tras una charla aquellos dos volvieron. No sé de qué habían
hablado, pero estaba segura de que era algo relacionado conmigo.
No hablaron más. Sus expresiones eran duras, forzadas y no
habitaba vida en ellas. Eso de Don me lo esperaba, pero no de
Luka, él era más familiar, más hablador. Sé había abierto a mí, tal
vez confiaba porque quería lo mismo que yo, destruir al Don de
Italia.
O solo porque quería sacarme algo de información.
Si era lo segundo no tenía nada que hacer. Mi vida anterior había
terminado, esa Bianca ya no existía. Ahora solo la venganza era la
que dominaba mis acciones.
—De acuerdo —por primera vez Luka habló — ¿Qué tal si busco
algo de leña y hago fuego mientras vosotros vais a por algo de
comida?
Desplacé mis manos por mis caderas y las alojé allí.
—Creo que no sea una buena idea. ¿Y si hay algún animal
salvaje?
Don bufó.
—Podemos matarlos. Además, cerca de la playa hay una puerta
secreta escondida en la arena que lleva una cámara llena de
víveres.
Pestañeé sorprendida por sus palabras.
—¿Por qué hay una cámara secreta? —interrogué llena de
curiosidad.
—Hace unos años esta isla servía para preparar a soldados de la
mafia. Puede que también haya armas nuevas —explicó Don, no dio
más detalles.
Eso solo hizo que mi curiosidad aumentará.
Luka se despidió con un guiño de ojo, se adentró a la selva llena
de árboles y animales que posiblemente estaban hambrientos.
Ahora tenía miedo.
Don estaba sofocado, se desabrochó lentamente los botones de
su camisa y me la cedió. La sostuve nerviosa. Él no era consciente
de lo mucho que me gustaba tu torso descubrieron plagado de
músculos duros que deseaba besar y lamer. Mis ojos seguían sus
movimientos masculinos irradiando sensualidad ¡No podía seguir
pensando eso! ¡Él estaba prohibido!
—Bueno...
Giovanni adoptó la típica sonrisa de superioridad.
—Puedes ponerte mi camisa. Estoy seguro de que no estás
cómoda con ese vestidito que se te pega al cuerpo.
—No voy a ponerme tu camisa.
—Joder, Bianca. Si te quedas desnuda no podré mantener mis
ganas de follarte —balbuceó ronco —. Ponte la maldita camisa y
tapa tu cuerpo antes de que me vuelva loco.
Abrí los ojos sorprendida.
Mis mejillas se enrojecieron cuando la sangre llegó hasta ellas.
Nunca me sonrojaba. Y tampoco volvería a pasar. A partir de ese
instante, ignoraría a Don.
—Date la vuelta.
—¿Qué? —preguntó incrédulo.
—Voltéate para que pueda quitarme el vestido y ponerme la
camisa —expliqué ligeramente cabreada.
Él negó con la cabeza divertido. Entrecerrando sus ojos no
creyendo lo que le había pedido.
—Ya te he visto desnuda. Entera —recordó con un brillo de
lujuria en sus ojos.
Sonreí falsa dando un paso atrás.
—Date la vuelta, por favor.
Don resopló de mal humor. No me soportaba, ni yo a él. Pronto
estaría fuera de su vida. Había un plan que mi cabeza proyectaba
una y otra vez. Escapar era la única opción para tener mi ansiada
libertad. Pero eso significaba que no podría vengarme. Cuando todo
esto pasara y estuviera más tranquilo el ambiente, me escaparía de
las garras de Don. Me cambiaría el nombre, viajaría a España y
viviría mi nueva vida.
Me coloqué la camisa cuando se volteó mirando la inmensidad
azul que se extendía alrededor de nosotros. No me quitaría el
vestido. Solo llevaba una prenda de ropa interior abajo que era
demasiado trasparente.
Cuando se dio la vuelta soltó una carcajada seca.
—¿Para esto me he dado la vuelta, Bianca? Ni siquiera te has
quitado el vestido.
Me encogí de hombro, comencé a caminar por la playa buscando
algún letrero o pista para encontrar ese misterioso compartimento.
—No estaré medio desnuda delante de ti.
Evité mirar atrás, mirar su cuerpo de Dios griego fornido y cruel.
Los pensamientos pecaminosos sólo me ponían más excitada de lo
que creía haber estado en mi vida.
—¿Tienes miedo de mí? Es comprensible, soy demasiado
hombre para ti. Podría romperte el coñito mientras te follo detrás de
esa palmera.
Lo ignoré.
Pero mi cuerpo no ignoró sus palabras. ¿Acaso quería que me
llevara a esa palmera y me follara hasta que no pudiera sentarme en
un mes? Bueno, no sé. No. No. Y no.
—Creo que no podrías durar ni dos segundos, con ese mini pito
que tienes tampoco es que hicieras mucho. Es una pena, ¿eh? —
decidí seguirle el rollo y ofenderlo.
Insultar su hombría siempre conseguía que los hombres se
sintieran pésimo. Pero decirle eso a Don solo consiguió que emitiera
una carcajada ronca detrás de mí. Caminaba lentamente respirando
hondo, divertido de nuestra conversación.
—¿Quieres comprobar que tan pequeño es y lo que duraría?
Puedo asegurarte que…
—No —mentí descarada —. No quiero saber nada.
Tropecé con mis propios pies ante su proposición. Mierda. Ya me
había puesto nerviosa, ese idiota si sabía cómo poner excitada a
una mujer. Aunque no tenía que hacer mucho, su cuerpo hacía casi
todo el trabajo y si le sumábamos esa aura oscura de niño malo... Y
aquella mente perversa que poseía, santo Dios, solo quería
fusionarla con la mía y probar nuestros deseos sexuales más
oscuros.
—¿Segura, Bianca? —susurró, dando una gran zancada para
llegar a mi posición.
Sus dedos palparon la tela mojada de mis caderas, eso gesto
solo hizo que las llamas de mi infierno se prendieran. No aguanté.
Así que formé un puño amenazante, el impacto no tardó en hacerse
presente en su mejilla. El rostro de Don se giró mientras esbozaba
una sonrisa seductora.
—¿Eso te lo queda claro?
No sé cómo pasó. No sé por qué no lo vi.
Se abalanzó sonriente sosteniéndome de las caderas y pegando
mi pecho a su torso. Jadeé inconsciente intentado zafarme de su
estúpido contacto, lancé puños cargados de odio a sus brazos y
hombros. Eso solo funcionó para que ese asqueroso me juntará
más a él. Podía sentir su aliento cálido en mi mejilla, pero no es en
esa zona donde quería que estuviera.
—Suelta —ordené.
Mis fosas nasales se llenaron de su olor varonil. Repudiaba todo
lo que tenía que ver con él. Me daba asco todo.
—¿Te acuerdas de lo que pasó la última vez que me pegaste? —
cuestionó con los dientes apretados.
Un escalofrío helado recorrió mi espalda cuando esas imágenes
se colaron por mis pensamientos. Tragué saliva sintiendo miedo, le
había pegado otra vez. Y eso me metería en problemas.
—Como no acordarme —escupí con rabia —, si me cortaste los
dedos de los pies.
Mis ojos brillaron con odio. Él asintió con la cabeza satisfecho de
mi respuesta.
—Puede que sí me das un beso, te perdone por intentar
vagamente hacerme daño —sonrió enseñando sus dientes rectos y
blanquecinos.
—Ni en tus mejores sueños te besaría en la boca otra vez —
murmuré borrando el espacio que nos separaba.
—No quiero un beso en la boca, Bianca.
Mi ceño se arrugó.
—Lo quiero en la polla —confesó cerca de mis labios.
Juro que en ese momento todo mi cuerpo se calentó de su
veneno agresivo y pervertido.
Cuando quise darme cuenta mis dedos se curvaron sobre la piel
de sus brazos. Lo reté con la mirada desde solo unos centímetros
de distancia, el miedo todavía fluía por mis venas, pero eso no fue
suficiente para agachar la cabeza. Mi expresión seria no intimidaba
sus comentarios, ni su mente, ni una mierda.
Juguemos.
—No haré eso nunca —rocé mis labios contra los suyos.
—¿Qué apostamos?
—Tu rango en la mafia —propuse.
Don se sorprendió, las comisuras de sus labios se elevaron y fijó
sus ojos verdosos en mi boca. Mordí mi labio de forma intencional.
—¿Mi rango en la mafia? —escupió alejándome de él —. ¿Qué
significa eso, Bianca? ¿Estás planeado algo para destronarme?
¿Me estás traicionando? Sabes perfectamente lo que le hago a los
traicioneros, y te aseguro que es mucho peor que cortar dos simples
dedos de los pies. Espero que no estés haciendo ninguna tontería.
Alerta. Alerta. Alerta. Alerta. He metido la pata hasta el fondo.
—¿Qué dices, Giovanni? —soné ofendida —. ¿Crees que voy a
jugármela otra vez? Obvio no, solo estaba bromeando. Porque no te
besare la polla ni nada. Que te quede bien claro eso. Y no quiero
que pienses que me gustas o que me siento atraída por ti. No te
hagas ilusiones, puedes tener a mil mujeres, pero no me tendrás a
mí. Aquello de ser unas de tus mujeres era mentira, solo estaba
confundida por los hechos que sucedieron. No soy una de tus
muñecas bonitas porque no...
La arena se introdujo en mi garganta cuando ese mafioso se
precipitó al suelo subiéndose a mi cuerpo. Casi sentí como me
ahogaba al taparme la boca con sus grandes manos, arrastrándome
a un arbusto. Una vez detrás de las malezas que cubrían nuestros
cuerpos, liberó mi boca.
—¿¡Qué haces, idiota?!
Me dirigió una mirada amenazante.
—Silencio. Hay alguien.
—¿Esto no estaba desierto? —susurré, pegando su pecho para
hacer que se alejara de mí.
—Qué te calles —ordenó.
De mis ojos salieron dagas ardientes dispuestas a incrustarse en
su cuerpo fornido y excitante.
Me quedé callada, observando a través de la maleza salvaje y
controlando mi respiración irregular. Tener encima a un gorila
pervertido no es precisamente lo que estaba queriendo en ese
momento. Nuestras pieles estaban tan cerca, que ambos cuerpos se
calentaron por nuestro contacto efímero. Bueno no tan efímero.
Estuvimos un rato en silencio, mirando a la nada y prestando
atención a las pisadas y al murmullo que cada vez se iba
convirtiendo en palabras en italiano.
Mi corazón iba a mil por hora. Por lo menos no eran los rusos
que nos habían encontrado, pero ¿qué hacían allí esa gente?
Tenían un uniforme que parecía de militar, pero no se parecía a
ninguno que había visto. Era distinto. Los dos chicos jóvenes iban
charlando animadamente sobre lo mal que les había ido el
entrenamiento de la mañana. Yo observé a Giovanni, queriendo
saber las preguntas de mi mente. ¿Qué coño hacían en esa isla?
—¿Y bien? —susurré —. Sácate de mi lado, pareces una
lagartija trepando.
No le hizo gracia. Ni me hizo caso.
—Hace tiempo está isla era un campo para nuestros soldados
militares. Lo entrenábamos aquí y después lo mandábamos a las
guerrillas con nuestros enemigos, o simplemente a proteger a
nuestros capos aliados. Esto no debería seguir funcionando,
además hablan en italiano. Nuestros soldados eran americanos o
sudamericanos. Pasa algo aquí, y es evidente que no estoy
informado. ¡Maldita sea!
—¿Si son tus hombres por qué nos escondemos?
Don respiró hondo muy enfadado.
—Porque mis hombres no hablaban en italiano, ni llevaban
puesto ese absurdo uniforme con esa placa ridícula.
Giovanni tapó mi boca de nuevo antes de que pudiera rebatir.
—Comandante —habló unos de los chicos. Ya estaban muy
cerca de nosotros, estaba comunicándose por un pinganillo —. Por
este lado de la playa no hemos encontrado a nadie. Sí, señor. No
hace falta que lo repita. ¿Está herido? Sí. No ha podido venir solo.
Deben estar cerca. Sí, comandante. Los encontraremos.
Conecté mi mirada horrorizada con la de Don. Me observó unos
cuantos segundos, después dejo mi boca para buscar en la parte de
atrás de su pantalón, su arma negra me hizo estremecer.
—¿Qué piensas hacer? —moví mis labios sin emitir sonido.
Me ignoró y elevó la pistola apuntándome al costado de la
cadera. Debatía en su mente cosas de las que yo no entendía. Me
quede congelada deslumbrando como sus iris se convertían más
oscuros. Balbuceó un "lo siento" y después apretó el gatillo.
15

Cerré los ojos esperando el dolor, la bala penetrando mi piel


sensible e introduciéndose en mi costado. El estruendo retumbó en
toda la playa, hizo que los chicos militares se pusieran en alerta y
empezaran a buscar por la zona. Entre la maleza advertí como se
alejaban intentado averiguar de dónde provenía el sonido.
Casi chillé del horror.
Don recogió su pistola en la parte trasera del pantalón, me echó
una ojeada rápida y sonrió mostrando lo seguro que se sentía. Me
observé la cadera, no había dolor, no había sangre.
—¿Te he hecho daño? —preguntó, levantándose. Su mano entró
en uno de sus zapatos, a la altura de su tobillo guardaba un
increíble cuchillo.
Negué con la cabeza no entendiendo nada. Él no me había
disparado, la bala nunca me atravesó, pero el ruido envolvió todo.
¿Qué es lo que estaba pasando en esa mente mezquina? ¿Se
había inventado un nuevo método de tortura?
—Bianca... —alcé la vista justo a tiempo para ver como hundía la
hoja del cuchillo en la parte baja de su antebrazo —Escúchame.
Tranquila, no te hice daño.
Me senté observando con los ojos bien abiertos la sangre brotar
de la herida, que apareció en cuestión de segundos tiñendo su
carne bronceada. Giovanni me tendió el cuchillo, no tuve más
remedio que sostenerlo. Un líquido rojizo se deslizaba por mis
inquietos dedos.
—Sigue mi plan y todo irá bien. Voy a descubrir a base de
balazos que hacen esos tipos aquí y por qué nos están buscando.
Use el ruido de la pistola que no estaba cargada amortiguándolo con
tu piel para distraerlos, pronto van a encontrarnos así que guarda
silencio y espera a mi señal. Cuando apunte uno de esos cabrones
no dudes en agredir al otro con el cuchillo. ¿De acuerdo? ¿Podrás?
—cuestionó pícaro.
Mi nariz se arrugó no estando segura de poder conseguirlo. Mi
cabeza se movió sola cuando me tomé el lujo de asentir.
—¿Dudas de mis habilidades? —interrogué incorporándome
levemente ofendida.
—No dudo de las habilidades que puedas tener —sonrió burlón
—. Solo que esos cabrones están entrenados para matar con tan
solo un movimiento. Y me parece que tú eres una muñequita
endeble. E increíblemente sexy.
Le ofrecí una sonrisa falsa y plagada de odio.
Dejaría que pensara que era un indefenso y sensible conejito.
Porque cuando mi venganza cayera sobre su estabilidad, sobre su
familia y sobre su imperio ilegal, no sería un conejito, sería la
serpiente llena de veneno que lo engañó y lo destronó de su imperio
ilegal. Iba a vengarme de ese mal nacido, claro que lo haría, pero
también pensaba usarlo de manera sexual hasta que me cansara.
Don atrapó su sangre con la palma de sus manos, el líquido
emergía de la herida descontrolada. Me miro preguntándose si
podía acercarse a mí, mis ojos le dijeron que podía hacerlo. Sus
dedos ensangrentados recayeron en la parte de la cadera que había
disparado falsamente. Cuando estuvo seguro de que había
suficiente sangre para engañar a esos dos soldados militares, dejó
la tela de mi vestido empapada de su plasma. Ni en mis mejores
sueños habría pasado eso. Me aplicó también la masa pegajosa en
las mejillas, el toque de su contacto me producía inestables
hormigueos por todo mi cuerpo.
Quedé casi ensangrentada.
—¿Lista, amor?
Otra vez ese relámpago placentero en mi parte baja.
—Vuelve a decirme amor y te corto las pelotas para hacértelas
comer.
Él ladeó la cabeza no muy convencido de mi agresividad.
—La próxima vez probaré con pandita. A lo mejor, si uso los
apodos de Luka, te dejas de tensar tanto —recriminó.
Mojé mis labios, la mirada de Giovanni siguió un recorrido hasta
mi boca. Ya lo tenía. Lo había enganchado a mí. Solo me faltaba
lanzar la bomba que lo destriparía.
—¿Celoso?
No me dio tiempo a escuchar una respuesta, porque con un
movimiento rápido y preciso curvó sus dedos en mi hombro, pasó
las palmas sobre mi espalda e hizo presión. Sonreí mostrado que no
me daba miedo, aunque en verdad había perdido la respiración.
Podría aterrar a su ejército con esos ojos llenos de crueldad, pero
no a mí. Don sería un muñeco de trapo manejado por cuerdas
invisibles, mis cuerdas. Lo juré.
—¿Según tú por qué debería estarlo? —articuló ronco.
Mostré mi sonrisa más satisfecha cuando oí sus palabras que se
deslizaron por mis oídos como caramelo.
—Tu mano derecha se está ganando una buena follada —
susurré contra sus labios, el agarre de sus brazos no desapareció,
se hizo más fuerte —. Y estoy deseando dársela.
Solté un chillido cuando deslizó sus brazos por mis piernas,
cargándome como a una princesita indefensa. Su olor volvió a
colarse por mis fosas nasales. Pero había algo más, un brillo en sus
ojos, la manera en la que me miraba desde lo alto mientras
comenzaba a caminar, dejando atrás el arbusto y la maleza que nos
había servido de escondite.
—Pues dásela —respondió con la mandíbula tensa.
Esa no era la respuesta que había pensado en mi cabeza.
—¿Estás intentando usar al pobre Luka para darme celos? —me
comió con la mirada —. Los dos sabemos que no pondrás tus bellos
ojos en alguien que no sea yo.
Arrugue mi frente, incómoda. Qué idiota. Lo peor es que tenía
razón.
—Precisamente pondría mis ojos en él, porque no eres tú.
Nuestra conversación acabó allí, en ese preciso instante en el
que uno de los soldados se dejó ver cuando salió de detrás de una
palmera, el otro a su espalda siguiendo los pasos de su compañero.
Alzó el arma que retenía en sus manos hacia nosotros.
Entonces comenzó la actuación de ese malnacido.
—¡Ayuda! —suplicó falso —. Han disparado a mi novia, por favor,
ayúdenos. ¡Está muy mal! ¡La sangre no para de salir de su cuerpo!
¡Ayúdenme, ahora!
Don picó mis costillas para que les regalará un aullido lleno de
dolor. Acto seguido se dejó caer en la arena usando las rodillas para
mantenerse, actúe como una pobre chica que había sufrido la herida
de una bala. Mi mano cayó sobre los granos minúsculos de esa
playa y sentí las pisadas de las botas pesadas de esos dos
soldados. Mi enemigo tenía la mirada baja, una sonrisa amenazaba
con dejarse ver.
—¿Quién es usted? ¡Identifíquese! —ordenó uno de los chicos
cuando estuvo cerca.
Se arrodilló para examinarme, pero no llegó a tocar mi piel.
Giovanni me levantó como si mi peso fuera tan ligero como es el de
una pluma, empujándome al segundo sujeto que estaba más lejos.
Sentí el cañón de una pistola sobre mi nuca.
—Las manos quietas, chiquitín —se burló, Don utilizó una de sus
piernas fortalecidas para arrancarle el arma al primer soldado —.
Ahora te vas a quedas quieto y me responderás a todo lo que te
pregunte.
El segundo era todo mío.
Sus ojos aguazules me observaron por un momento, cuando las
neuronas de su minúsculo cerebro reaccionaron yo ya estaba detrás
de él, haciéndole una llave posicionándome detrás de su espalda
para asustarlo con el cuchillo en su cuello.
Un solo paso y su carótida estaría destruida.
—¿Qué puta mierda estáis haciendo aquí? —interrogó Don, con
la pistola pegada en la frente del primer soldado.
El chico estaba de rodillas ante él. Sus manos temblaban en
busca de algún artefacto para salir de aquella situación. No tenía
nada a parte de la arena, pero era demasiado estúpido como para
darse cuenta.
—Yo... —titubeó —. Yo no puedo... No puedo darle esa
información.
El chico que yo retenía pasó saliva.
—¡Parker! —vociferó mi presa —. ¡Dios mío! ¡Es nuestro Don!
Señor por favor, tenga piedad de nosotros. Estábamos buscándole.
Su hermano nos avisó de que llegaría a la Isla. Sea cordialmente
bienvenido...
—Shh—amenacé raspando con la hoja del cuchillo su cuello.
Giovanni parecía furioso, sus orejas adquirieron un noto rojizo y
sus fosas nasales estaban demasiado dilatadas.
—¡No he preguntado eso! ¡He dicho que qué mierdas estáis
haciendo aquí! —su tono de voz me hizo estremecer hasta a mí.
El soldado Parker decidió aclararse la garganta y hablar:
—¿No lo sabe, señor? Su padre, que en paz descanse, y su
hermano decidieron abrir de nuevo la isla militar para preparar a
nuevos soldados contra las amenazas de esos rusos cabrones.
Hemos localizado la vivienda dónde se encuentra el jefe de esos
rebeldes rusos. Mi capitán se lo explicará todo en el refugio. Por
favor, baje el arma.
Él no parecía estar dispuesto a guardar su pistola, en todo caso,
estaba disfrutando de las súplicas y deseaba ejecutarlo allí mismo.
—Parker dice la verdad, jefe.
El otro hombre, que desconocía su nombre estaba casi
temblando.
Pero eso no le importaba al ser más cruel que pudo escupir la
tierra. Con su mirada inexpresiva desactivó el seguro del arma que
poseían sus manos. No podía dejar que un chico inocente muriera
por tal solo estar en un momento equivocado, aunque estuviera allí
por su propio pie no merecía morir. Apenas tenía dieciocho años, su
rostro era él de un chico demasiado joven.
—Giovanni, no lo hagas. Por favor. No hizo nada malo. Solo hace
su trabajo, vayamos con ellos a ese refugio.
No me escuchó.
No podía permitir que asesinara al militar en mi cara, aunque no
conocía al chico, no podía. Hundí las manos en la espalda del
hombre al que retenía, busqué su pistola y cuando la encontré tiré el
cuchillo encaminándome hacia Giovanni Lobo. Su mirada fría como
el hielo recayó en mi como un frío y gigante glaciar helado.
—Mata al soldado y el próximo que visitará el infierno serás tú —
murmuré lo suficiente alto como para que me escuchara.
—No digas nada de lo que después puedas arrepentirte, Bianca
—me retó.
—En realidad, estás cagado de miedo porque sabes que soy
capaz de meterte una bala en la cabeza.
—Tú nunca me harías daño.
Entonces se oyó un disparo.
La bala que se mantenía guardada en el arma voló por el aire,
antes de introducirse en el cuerpo de Don. Me quedé quieta como
una estatua analizando la escena con pánico, le había disparado. Mi
arma y la suya cayeron al mismo compás, no alcancé a mantener
mis ojos quietos. La sangre brotó de su hombro izquierdo,
encharcando más su piel.
—¡Rápido, debéis iros! Decidle a alguien que venga por nosotros
y por favor, no le digáis que yo le he disparado —les pedí.
En un minuto ya estaban lejos de nosotros, habían corrido
entrando a la selva de árboles como si el diablo les estuviera
persiguiendo. Tal vez no fuera el diablo, pero después de lo que
había hecho, después de que había disparado al hombre que
posiblemente tenía el poder de países enteros, Don podría
convertirse perfectamente en un ser peor que Belcebú.
Llegué hasta él, se hallaba tendido en la arena húmeda. Empecé
a hiperventilar, era una estúpida. Una idiota. Nunca había disparado,
bueno si lo había hecho, pero no con una pistola de ese calibre. En
mis dedos habían aparecido unas marcas producto del retroceso del
arma. Caí a su lado, sus ojos estaban cerrados. Parecía como
muerto. ¿Por qué no sentía la satisfacción de verlo así? ¿Por qué no
estaba feliz? ¿Por qué sentía que el alma se me iba al verlo? ¿Qué
me pasaba? Eso no es lo que debería estar pensando.
Advertí la herida y aquello no se veía bien. Granos de arena se
habían introducido, la sangre brotaba a chorros. No sabía qué hacer.
—¿Qué mierdas, Bianca? —cuestionó con la voz baja, vi el dolor
en sus ojos y me destrozó el corazón —. ¿Qué coño haces, estás
loca? ¡No iba a acabar con la vida de ese miserable! ¡Estaba
usando su miedo para que me dijera la verdad, el arma ni siquiera
estaba cargada! ¡Eres una maldita arpía venenosa! Te juro que lo
vas a lamentar, bonita.
—Don, yo...
No me dejó hablar.
—Sí el castigo de tus dedos fue traumante para ti, no quieras
saber lo que te espera.
En un parpadeo, me empujó con tanta fuerza que me dolió
cuando mi cabeza golpeó la arena húmeda. Se me olvidó cómo
respirar cuando trato de trepar por mi cuerpo, gotas de su sangre
chocaron en mi rostro. Toda mi piel tenía su líquido rojizo pegado, la
opresión de su torso duro contra mis tetas débiles, ardió tanto que
contuve el aliento. Desató su ira sosteniendo mi quijada
obligándome a mirarlo.
—Mírame.
Lo hice. Me arrepentí.
—Lo siento —susurré.
Su cara se descompuso más todavía.
—¿Crees que un simple "lo siento" arreglará lo que acabas de
hacer? —cuestionó cociendo en rabia —. Voy a tener que matarte.
Los vellos de mi cuerpo se erizaron. No me importa a morir, había
hecho cosas malas, merecía la muerte. Pero es que Don no iba a
darme una muerte digna. Primero me torturaría, haría de mí lo que
le saliese de esa perversidad y después acabaría conmigo.
Por un momento me sentí tentada a matarme. No habría
sufrimiento. Sólo una acción que me llevaría a la más inmensa
oscuridad.
Un escuadrón de soldados militares emergió de entre la maleza,
entre ellos vi a esos dos muchachos. Giovanni apretó los dientes
dejándose caer a mi lado, me volteé para huir, pero era demasiado
tarde. En menos que dos segundos ya tenía a todos esos hombres
apuntando con sus armas en dirección a mi entrecejo. El
comandante dio instrucciones y entre unos pocos sostuvieron al jefe
de la mafia. No sé a dónde se lo llevaron. Porque a mí me dejaron
allí. Sentada esperando que algo pasara. Rodeada de bocas
hambrientas. Con el miedo subiendo por mi pecho, alojándose en lo
más profundo de mi ser. Cuando pasó. Ni siquiera había imaginado
lo que me esperaba después de que toda esa tormenta se fuera.
No dejen que les mientan, después de la tormenta no viene la
calma.
Viene algo mucho peor.
16

El refugio donde nos llevaron estaba situado dentro de la


montaña de la isla. El camino o dónde estaba la puerta para entrar y
salir, no lo sabía. Tampoco los pisos, ni si había habitaciones. Me
habían llevado inconsciente, ya que después de que Don
desapareciera de la playa, uno de esos hombres me molió a golpes
hasta que quedé tendida. Todo había pasado muy rápido.
No me arrepentía de nada. Aquello había hecho saber a mi
mayor enemigo qué, yo no era una ovejita indefensa, aunque esa
revelación me costará la muerte.
Desperté en una habitación vacía, con solo un camastro que ni
siquiera tenía un colchón. No había nada allí. Parecía una cárcel. El
único espejo reflejaba las marcas que me había salido por la paliza
de ese soldado, no sabía quién era, pero iba a pagar por pegarme
así, o eso creía. Dormí por unos minutos más. Las horas en esas
cuatro paredes parecían ser eternas. El frío consumía mis huesos.
Tiritaba en busca del calor que no lograba tener.
Entonces la puerta se abrió, salté de golpe y me senté
observando una silueta familiar.
—Bianca, ¿estás bien? —la voz de Luka me consoló.
Salí disparada a su encuentro, sus brazos de alzaron para
atraparme y acurrucarme en su pecho. No solté ni una sola lágrima.
No caería tan bajo. La sensación de abrazar a Luka era extraña, un
calor acogedor tranquilizó mis nervios.
Por lo menos él estaba sano y salvo. No era él muchacho que
habían herido.
No le contesté.
—¿Por le has disparado? No deberías haber hecho eso, eres
una inconsciente.
Si quería salir de aquella ilesa, tenía que mentir. Mis lágrimas de
cocodrilo empaparon la ropa de Luka.
—Lo... Lo siento —me quebré. Esta vez fue de verdad —. Yo solo
quería asustarlo para que no matará a ese chico. No pretendía
matarlo. Ni siquiera se usar una pistola así. Lo hice sin querer, Luka.
Yo no quería hacerle daño. ¿Él... Él está bien?
Mi pequeño teatro se fue a la mierda. Llore de verdad. Lo que
había pasado no fue culpa mía, le disparé sin quererlo. Algo en mi
consciencia hizo que el gatillo se apretará bajo mi dedo. Me sentía
una persona horrible. Pero, ¿no era lo que se merecía? Había
matado antes y no sé sentía tan mal. Clavarle el cuchillo a Sydney
no fue tan doloroso.
—Don está bien. No necesitó una cirugía ya que la bala solo se
incrustó en un costado de su brazo. Se la han sacado.
Ninguno de los dos rompimos el abrazo. Me acariciaba el cabello
enmarañado mientras me estrechaba a él.
—Él quiere verte, Bianca.
Sus palabras me cayeron como un jarrón de agua traída desde la
Antártida. Por un lado, estaba aliviada porque todavía no había
matado a ese infeliz, pero la otra aterrada, había llegado a sentir el
arrepentimiento. Eso no podía suceder. No. Necesitaba ver caer a
Giovanni, esa no fue la manera correcta de matarlo. Ya tendría
tiempo para eso. Además, quitarle la vida era sencillo.
Mi venganza se quedaría grabada en su corazón para siempre.
—¿Por qué? ¿Qué va a hacerme? —pregunté temerosa.
Me sequé las lágrimas de mis mejillas con el dorso de la mano.
No veía bien a Luka, así que rompí el abrazo retrocediendo un paso.
—Nada. Don no te hará nada.
No había escuchado bien. Meneé la cabeza confundida.
—Eso no puede ser.
—Él te ama, Bianca. No va hacerte más daño, le importas ¿está
bien? Sabe que todo esto ha sido complicado para ti, no estás
acostumbrada a este tipo de vida y lo comprende. No llores por
favor —limpió la última lágrima que salió de mi ojo —. El Don de
Italia está perdidamente enamorado de ti, no estarás en peligro. No
te matará ni agredirá contra ti.
Me quedé mirándolo como si todo lo que dijera por su boca no
fuera real y una simple mentira meditada por dos mentalidades
desalmadas. ¿Podría ser eso cierto?
—Pero dijo que me mataría. Que era una arpía y una víbora.
Luka sonrió acariciando mi mejilla.
—Sabes que no lo dijo de verdad.
—Me cortó los dedos. Podría matarme cuando quisiera. Nadie
me buscaría. Nadie me añoraría.
—En ese entonces no te conocía. Solo intentaba dejar ver el
poder que tenía, para que todos supiesen lo que les pasaría si
osaban a abusar de sus leyes. Vamos, ¿sí? Te llevaré hasta él.
Los ojos no tenían su brillo, en el fondo, muy en el fondo veía sus
verdaderas intenciones. Me estaba mintiendo. Luka me llevaría al
matadero donde todos esos lobos asesinos me comerían viva. El
primer bocado lo daría Giovanni.
—Esto es raro. No iré a ningún lugar —sentencié.
—No seas cabezota...
—¿Crees que un puto mafioso se enamoraría? —cuestioné.
—Bianca —me avisó de que no siguiera por ese camino.
—¡En la mafia no existe el amor! ¡El amor no existe, Luka! No te
creo, esto debe ser una prueba o algo que se le ha ocurrido a esa
bestia que se hace llamar tu jefe. ¿Qué es lo que quiere, ¿eh?
¿Torturarme? ¿Saber que lo amo para destruirme en cachitos?
¿Qué mierdas quiere?
—Bianca, cálmate —intentó tomarme por los hombros, pero no le
deje.
Me zafé de sus brazos, no iría con Giovanni. No después de que
hubiera salido por su boca que quería matarme. No confiaba en él.
No confiaba en nadie. Ni en mi misma.
—¡No voy a calmarme! —me alteré —. Dile a ese hombre que no
quiero verlo. Que lo odio con toda mi alma y que no pienso amarlo
nunca. Y si es verdad que llega a amarme, matará al hombre que
me ha golpeado hasta la saciedad por dispararle por accidente. Y
me sacará de la mafia en cuanto lleguemos a casa.
Él asintió confundido y decepcionado.
—Ahora sal de aquí. Quiero estar sola.
��

Todos eran unos mentirosos.


Usaban las mentiras para su propio beneficio, no iba a consentir
que me engañarán más. No creería nada de lo que Luka o Giovanni
dijeran, después de todo estaban hechos de la misma pasta. Ambos
crueles, malos y despiadados. Luka no era un cordero en los brazos
de un lobo, y Giovanni no era el único lobo hambriento que había
por allí.
Unas horas más tarde, un soldado abrió mi puerta, y sin decir
absolutamente nada agarró mi brazo llevándome hasta pasillos
oscuros llenos de humedad. Aquel espacio carecía de oxígeno,
parecía que la ventilación se había roto o dañado por esa zona.
—¿Puedo saber a dónde me llevas? —pregunté, deseando
respuestas.
Él hombre con traje oscuro y botas negras carraspeó.
—Espere.
Inspiré hondo tragándome toda la mierda que revoloteaba en el
aire.
—¿Esperar a qué? —cuestioné, mi voz era baja, lo suficiente
para que él me oyera —. ¿Van a ejecutarme? ¿Qué cojones van a
hacer conmigo?
Intenté llamar su atención tirando del brazo con él que me
sujetaba, pero era inútil. Nada podía parar a ese muchacho. No
tendría más de veinte años y su cabello era del color de la miel,
parecía tan sedoso que por un momento pensé en hundir mis
dedos.
No podía hacer eso, no lo conocía de nada.
Giramos hacia otro pasillo oscuro, está vez una farola alumbraba
el camino, que terminaba en una puerta de acero inoxidable. El
chico de cabello miel abrió la puerta de un manotazo, atrás
escaleras empinadas nos dieron la bienvenida. Me quejé cuando las
subimos rápidamente, no podía seguirle el ritmo porque mis piernas
estaban demasiado pesadas y dolían. Genial. Todo aquello era un
puto asco.
Por fin, después de ese sufrimiento, llegamos arriba. En esa
planta había más movimiento. Supe entonces que me habían
encerrado en un sótano y aquella era la parte principal del refugio de
la montaña. Los hombres en uniforme militar se dejaron ver, sus
rostros inexpresivos me hacían estremecer.
Incluso me hicieron gestos sexuales.
Pero ese no era nuestro destino. Recorrimos la sala avanzando
al ascensor, el chico apretó la yema dedo en el panel situado en la
pared y las puertas se alejaron para que pudiéramos
introducir. Joder. La tecnología en ese edificio dentro de la montaña
parecía ser de alto nivel.
Tampoco es que me importará. Pertenecía a Don.
El piso de arriba, en el segundo, estaba destinado a los soldados.
Numerosas literas empequeñecían la habitación bañada en piedra
pulida. Ningún rostro familiar me llamó la atención. Algunos
hombres, porque todos eran hombres, estaban preparando sus
camas u ordenado el cajón negro enorme situado en frente de las
literas.
El soldado que me custodiaba se detuvo al fondo, ladeé mi
cabeza mirando la litera que estaba en frente de mis narices.
Arrugué mi frente indignada.
—¿Qué significa esto? —interrogué curiosa —. ¿Por qué
paramos aquí?
Me soltó el brazo.
Caminó hasta el baúl y lo abrió buscando algo de ropa. Dentro
también había botas, ropa interior de hombre y unos kits de higiene
básica. Me los fue entregando mientras decía:
—Mi nombre es Antonni, seré su protector hasta que el Don
decida cuando te vas —miró a ambos lados, como si se sintiera
observado —. Como puede apreciar aquí no hay muchas mujeres,
nosotros estamos un poco... Faltos de sexo y alguno podría
intentar... Bueno... Algo con usted. No es que lo vayamos a hacer,
porque eres la protegida del señor Lobo, pero...
Le sonreí.
—Entiendo, Antonni —me importaba una mierda lo que quería
decirme —. ¿Puedes llevarme con tu jefe o con alguien? Necesito
hablar sobre lo que ha pasado.
Se encogió de hombros.
Era hora de enfrentar la realidad y pagar por mi error.
—Oh, sobre eso. Don no hará nada, puedes estar bien tranquila,
otra en tu lugar habría sido violada por todos nosotros al atentar
contra nuestro capo. Eso sería lo mejor que te iba a pasar.
Se me secó la boca al instante.
—Todo lo que hay en el baúl es tuyo, las duchas están allí —
señaló la puerta del otro lado de la habitación —, no hay nadie
ahora. Casi todos están haciendo sus tareas o planeando el ataque.
Mis cejas se arquearon de la impresión. ¿Qué no me estaban
contando?
—¿Qué ataque?
Él se rascó la nuca indeciso.
—El ataque que haremos la próxima semana al enemigo ruso.
Destruiremos la base del palacete donde viven en Moscú.
Asentí tratando de pensar. Aquello no podía ser bueno. ¿Había
sido idea de Giovanni? ¿Qué mierdas estaba pasando? Sabía que
la mafia era así, se destruían unos con otros por el máximo poder,
pero ese no era otro capo de Italia, no pertenecía a La Cosa Nostra,
era la Bratvá, territorio de rusos. No pensaban ni tenían las mismas
armas que nosotros, bueno eso era cuando yo tenía diez años, no
sabía cómo podía estar la situación actual.
—¿Dónde está Don?
—Él está en una reunión importante con su consigliere y mi
comandante tratando de asuntos importantes —intentó explicar con
las manos.
Ese asunto importante era yo. Lo presentía.
Pase saliva porque otra vez me había quedado seca. Sostuve los
objetos que me dio Antonni y empecé a caminar hasta esas duchas,
como si fuera mi sombra el chico empezó a seguirme.
—¿Antonni? —le llamé.
—Dígame, señorita Bianca.
Esquive a un hombre musculoso que se volteó para darme la
imagen de su erecto miembro. Iuggggggg. Seguí mi camino sin
prestarle atención.
—Comunícate con Don, es hora de hablar —más que una
petición, sonó como una orden.
��
Una hora más tarde estaba perfectamente limpia, sin un rastro de
sangre o arena en mi cuerpo. Me coloqué el uniforme que era una
única pieza de color negro, con unas botas militares altas. Dejé
suelto mi cabello que ondeaba a mis costados mientras terminaba
de lavar mi ropa. Cuanto acabé, lo guardé en una bolsa que mi
nuevo guardaespaldas me había entregado. No era raro tener a
alguien detrás de mí, cuando vivía en las mansiones de ese hijo de
puta de Giovanni también tenía a sus guardias vigilándome.
Siempre me ponía vigilancia.
¿De verdad estaba enamorado de mí? ¿O sólo era una simple
obsesión porque todavía no me puso las manos encima como él
quería?
Como fuera, le pedí a Antonni que me llevara al exterior. No sé
negó. Me asfixiaba y me aburría allí dentro, no podía hacer nada
más que mirar.
—¿Dónde quiere ir? Si quiere podemos dar un paseo por la playa
—propuso.
Los rayos amarillentos del atardecer, traspasaban las nubes
cargadas de gotas de lluvia. Una brisa con olor a mar me revolvió el
cabello, cuando estuve afuera observando el mágico paisaje que
tenía en frente. Al refugio solo se entraba con una clave, esa era las
huellas de tu dedo índice, si coincidía con los cientos de huellas
registradas tenías acceso a dentro o fuera.
La playa estaba muy lejos, debíamos pasar maleza y árboles
para llegar hasta ella. Por el momento, solo podía conformarme ver
como los soldados practicaban su puntería en siluetas de madera.
Otros, hacían flexiones o simplemente corrían de un lado al otro con
un jefe al mando. ¿Y dónde estaban las bombas? Si querían entrar
en ese palacio de Moscú necesitaban bombas.
—¿Qué quiere hacer? —preguntó de nuevo —. ¿Desea practicar
el tiro?
—No es necesario. Mi puntería es magnífica.
—Sí quiere puedo buscar un libro o algo para que se entretenga.
Negué.
Mi diversión estaba a pocos metros de mí.
Giovanni debía haber acabado su reunión importante, porque les
estaba enseñando a los soldados a como acomodar en un tiempo
récord las balas en el cargador de cualquier arma. Conservaba su
rigidez de hombre violento, sus hombros tensos que se marcaban
bajo ese uniforme. Lo odiaba y todo eso, pero joder, ese puto
desgraciado se ponía cualquier cosa y estaba malditamente
caliente.
—¡Señorita! ¿A dónde va?
Mis piernas se desplazaron hasta dónde estaba. Crucé los
brazos detrás de la espalda y tosí.
Luka estaba también allí, me regaló una sonrisa de lado, pero lo
fulminé con la mirada. Bien. No iba a dejarme vencer tan fácilmente,
debía aclararle a Don que lo que había pasado fue un accidente.
Tenía que salir de mi boca, debía ver su expresión porque no me
creía que iba a dejar que aquello quedara en el olvido.
Tosí de nuevo.
Me ignoró, el hombre con el que estaba hablando me observó
por unos segundos. Tenía al puto Antonni detrás de mí, y varias
miradas más. ¡Me estaba impacientando!
Tosí por tercera vez para que Don me prestará atención.
—¿Te estás atragantado con algún bicho? —su voz ronca
provocó que diera un paso atrás —¿O solo es tu veneno?
No se giró para mirarme. Me ignoraba de nuevo.
—¿Tienes metido un palo por el culo? Estas más rígido de lo
normal.
Sus ojos verdosos se llenaron de odio mientras me escaneaban.
La intensidad de su mirada era demasiado para mí cordura, así que
miré a otro lado y me rasqué la nariz.
—¿Sucede algo?
Giovanni acarició la empuñadura de su pistola.
—Nada que deba preocuparte —contestó.
Bueno. Era normal que estuviera así de seco y borde, le había
disparado por salvar a una persona que no conocía. Él era el
máximo jefe allí, aunque no supiera de su existencia todo le hacía
dueño.
—Lamento... —pestañeé y llené de aire mis pulmones —.
Lamento lo que pasó. No pretendía herirte, no era mi intención
dispararte. El gatillo se apretó con el peso de mi dedo porque estaba
rabiosa. De verdad lo siento.
—De acuerdo.
Arqueé una ceja, frustrada.
En ese rostro no veía nada, ni odio, ni compasión.
—¿Piensas estar así, Giovanni? Estoy tratando de arreglar las
cosas entre nosotros. Pelear siempre es tóxico.
Bufó molesto.
—No me importa.
Su mandíbula se apretó, contenía su ira. Estaba furioso.
—Quiero hablar. Estoy cansada de esta situación, cuando
salgamos de esta puta isla voy a tomar mi propio camino. Y me
importa una mierda si estás de acuerdo o no. No seré tu muñeca.
Las fosas nasales se agrandaron cuando respiró.
—Sí así lo quieres.
Asentí apretando mis labios. ¡Ni siquiera me estaba mirando!
Estaba prestando más atención a sus soldados que a mí.
—Te odio —me di la vuelta y volví al refugio.
��
En el comedor no lo vi. Tampoco a Luka. Supongo que estarían
haciendo algo, a mí me dejaron de lado. No supe con certeza el
porqué de mi molestia. Tal vez quisiera estar con ellos, saber lo que
tramaban y aportar mi opinión. Pero lo había jodido al dispararle. Ya
no tenía acceso a lo que estaba haciendo. Qué idiota era.
Había metido la pata hasta el fondo, por poco no la pierdo.
Fui al baño, lavé mis dientes y mi rostro con pequeñas marcas de
agresión adornando la piel. Estaba cansada. De todo. De esa
situación. Quería tranquilidad.
Así que con mi guarda detrás de mí, me encaminé al piso
superior, dónde mi litera me esperaba. El espacio estaba oscuro,
pero ningún soldado estaba durmiendo. Cuando terminaron su cena,
subieron al tercer piso todos, eran las diez de la noche y ninguno
había vuelto. ¿Qué estarían haciendo? ¿Giovanni estaba allí?
No me importaba.
Abrí la cama inferior de la litera y me dispuse a acostarme. Pero
me di cuenta que no me había puesto pijama, igual que más daba.
La puerta se abrió con un quejido.
—Antonni, puedes retirarte. Sube al tercer piso, están
esperándote —notificó esa voz fría.
El aludido se fue casi corriendo al segundo piso, cerró la puerta
con violencia dejándome sola con ese monstruo.
Tenía las manos en los bolsillos, su rostro parecía más relajado a
medida que se iba acercando a mi litera. Volteé mi rostro para darle
la espalda, me senté en la cama con cuidado de no darme en la
cabeza con una barra de hierro, no tenía de qué preocuparme. El
espacio entre las literas era muy grande.
—¿Qué quieres? —pregunté soltando los cordones de una bota.
Me la quité colocándola a un lado, después hice lo mismo con la
otra. Su presencia estaba cada vez más cerca. Eso no me gustaba.
Aunque nos odiásemos o nos peleáramos la tensión sexual seguía
latente en nuestros deseos. Me concentré en alisar mis pantalones
en vez de mirarle el abdomen y tener unas ganas indomables de
quitarle el uniforme.
—¿Quién lo hizo? —interrogó, haciendo referencia a mi herida
del labio.
—¿Quién hizo qué?
Giovanni se hincó para sostener mis mejillas. Me analizó las
marcas y magulladuras con un rastro de ira en sus iris verdosos.
—Tu rostro está dañado. ¿Quién fue?
—No sé su nombre. Pero llevaba un colgante de oro con el rostro
de Jesucristo —revelé casi susurrando.
Estaba demasiado cerca, incluso podía sentir su aliento que
apestaba a tabaco y a una mezcla rara de hierbabuena. Sus labios
se movían de forma sensual, hacían que quisiera devorarlos.
Necesitaba un beso de odio suyo, pero no lo admitiría en alto.
—¿Le matarás? —indagué.
—Es lo que me pediste —respondió acunando mi rostro.
Mi respiración se tornó pesada, me costaba llenar mis pulmones
y soltar el aire.
—¿Harás todo lo que te pida, Giovanni?
—Sería un estúpido si hiciera caso a una niña consentida. ¿No
crees? Pero podría hacer una excepción, ya que la niña consentida
es muy linda.
La sonrisa de lado apareció haciéndolo malditamente más
atractivo.
—Me encanta esa naricita —pellizcó mi nariz con sus dedos.
Su voz ronca hizo que en mi parte baja todo fuera un caos.
Intenté tranquilizarme, pero no podía. Cuanto más cerca estuviera
su cuerpo del mío, más ganas tenía de mandarlo todo al diablo y
subirme a su regazo, mientras lo cabalgaba hasta que me cansase.
—Y esa boquita me vuelve loco.
No, por favor.
Ladeó la cabeza aproximando sus labios carnosos a la comisura
de mi boca, rozó con disimulo la zona y mis piernas sintieron como
si un rayo eléctrico las recorriendo hasta llegar a mi intimidad y
hacerla vibrar. Pasé saliva. Ese un puto Adonis estaba casi encima
de mí, él era consciente de lo que llegaba a provocarme.
Pero yo también era una buena provocadora.
Y me encantaba jugar a ese juego prohibido.
—¿Por qué me tratas así ahora? Antes estabas arisco y frío, en
cambio ahora, eres una persona distinta —quise saber.
Se encogió de hombros alejándose un poco para mirarme.
—¿Cómo debería comportarme cuando me has disparado y casi
pierdo el poder de esta isla? Creí que todo estaba claro, Bianca.
Nada de querer sobrepasar en mi presencia. Nada de posicionarse
en mi contra. Eso solo te llevará a la muerte.
—La mafia es la muerte. Tarde o temprano todos vamos a morir,
me da igual si muero por tener la cabeza alta. Nadie nunca podrá
mantenerme con unas cadenas, Giovanni, porque siempre
encontrare la manera de zafarme de ellas y hacer lo que quiero.
—Lo tengo presente, nena.
Sin darme cuenta, había cerrado un puño en su camisa y lo
había acercado a mi boca. Un movimiento de cabeza, y estaría
saboreando su olor a tabaco. Se mantenía inclinado hacia mí,
aproveché que estaba embelesado mirándome, para empujarlo a un
lado de la cama. Con su atenta mirada me subí a su regazo
posicionándome en su miembro aun dormido. Me mordí la cara
interna de mi mejilla, pero no tardé en sentir el contacto de sus
manos en mis caderas. Las comisuras de sus labios se habían
alzado con diversión.
—Me cago en la puta, me encantaría saber que estás haciendo
—gruñó juguetón.
—¿Te gustan? —masajeé mis pechos que estaban cubiertos por
el uniforme.
El movimiento era lento, provocativo y sugerente. Los ojos
hambrientos de ese lobo siguieron mis dedos mientras las apretaba.
Él se movió debajo de mí, eso provocó que mi intimidad chocara
contra la suya. Su polla despertó, mis ganas de follar también. Me
morí de las ganas de tenerlo dentro de mi moviéndose como un puto
salvaje. Prometí usarlo sexualmente, así que…
—No sabes cuánto —se lamió los labios, se le hacía la boca
agua.
Las manos apretaron mis caderas, como queriéndome decir que
me frotara contra él. No podía pensar en otra cosa. Pero no iba a
dejarlo entrar en mi jardín de las delicias tan fácilmente. Ese hombre
se lo iba a ganar, aunque, podría darle una probadita.
—Mhm, ¿te gustaría probarlas otra vez? —ronroneé.
Me incliné desabrochando los botones y bajándome a las
piernas, la primera parte del uniforme militar. Los dedos traviesos de
Giovanni se colaron por mi ropa interior, apretó mis nalgas con
dureza palmeándolas. Jadeé contra sus labios, pero su atención
recaía en mis abultados pechos.
—Estoy deseando estrujarlas contra mi cara.
Hice un puchero.
—Es una lástima que no te deje hacerlo —me mojé los labios de
forma seductora —, pero estas de suerte.
—¿Ah, sí? —me observó juguetón.
—Bésame, Giovanni —pedí ansiosa —. Quiero que me beses ahí
abajo, y que hagas correrme del placer.
17

Los dedos de Giovanni seguían vagando por mi ropa interior,


quemándome la piel con su contacto agresivo. Su mirada se había
vuelto oscura por el deseo, seguramente la mía estaba igual. Me
sentía como una descarada allí subida a su regazo, con la cama de
la litera cerca de mi cabeza. Aquello no era el sitio indicado para
hacerlo.
Pero me daba igual. Ya no aguantaba más.
Tener a ese hombre debajo de mis piernas, me humedecía más
de lo que había pensado y odiaba eso.
Él se humedeció los labios para volver a mirarme a los ojos.
—¿Esto es una recompensar por dispararme? —curioseó
levantando su torso, acercándose a mis labios para susurrarlo.
Me mordí el labio aguantando una pequeña risita que asomaba
por mi boca.
—Esto solo es un adelanto —murmuré.
Introduje mis manos por debajo de su camiseta, deslizando con
las yemas de mis dedos su perfecto abdomen lleno de cuadritos por
lamer. Soltó un gruñido afianzando el agarre en mis nalgas, las
masajeaba descaradamente rozando mis labios contra los suyos.
Giovanni no aguantó más. Estampó su boca devorando la mía
como si estuviera hambriento. Su sabor era a una mezcla de whisky
y tabaco, me encantaba. La candente danza entre nuestros labios
calentó el ambiente subiendo mi deseo, humedeciendo toda mi
parte baja. Seguimos besándonos por un tiempo más, a lo primero
me costó seguirle el ritmo porque él besaba de una forma salvaje y
provocadora. Era imposible mantenerme cuerda en ese momento.
Lo tumbé a la cama conmigo encima moviéndome sobre su
regazo, disfrutando del roce de nuestros centros chocar. Puta
santísima madre. Tenía la respiración acelerada, tanto que el
oxígeno casi no llegaba a mis pulmones, pero no me reprimí de
disfrutar ese beso. Mordí ligeramente su labio inferior.
—Me vas a matar como me tengas así toda la noche —gruñó
atrapando mi mano para pasarla sobre su gran erección.
Ups. Si supiera que hoy solo me voy a correr yo.
Sonreí en medio de besos húmedos, pero eso duró poco, porque
me agarro de las caderas para quedarse encima de mi cuerpo. Me
acorraló contra la cama bajando los besos hasta mi cuello, dejó un
camino de leves mordidas succionando la piel para crearme marcas.
Cerré los ojos disfrutando de aquella sensación soltando jadeos por
sus caricias.
—Dime una cosa, Bianca —ordenó dejando mi cuello para elevar
su mirada.
Abrí los ojos y me lo encontré inclinado, su cabello caía en su
frente. Sus labios rojos inflados por los besos y una expresión dura
bañada en lujuria.
—¿Qué?
Soné ansiosa.
—Déjame correrme entre tus pechos, no aguanto más con esta
puta erección entre las piernas.
Sin tener una respuesta aferró los costados de la prenda que
dejaban cubiertos mis pechos y la rompió con un moviendo rápido.
Era un puto salvaje. Alcé mi ceja mirando cómo se desabrochaba el
pantalón y liberaba su polla inflada con una erección grandiosa.
—¿Y sí no? —negué con una sonrisa.
Tapé mis pezones con las manos antes de que pudiera mirarlos.
—Deja que lo haga —se agarró su polla, posicionando las
piernas abiertas a mi costado. Le incomodaba la altura de la cama
superior, se daba en la cabeza de vez en cuando.
Lamí mis labios fingiendo pensarlo, tenía la respuesta clara.
—Joder —respiró fuerte —. Ahora deseo follarte por la boca.
Deja de hacer que quiera follarte todo el tiempo.
Sonreí maliciosamente liberando mis tetas, él no tardó en
acunarlas en sus grandes manos y acariciarlas, masajeándolas con
una maestría excitante. Las apretó juntándolas para que el hueco
quedara lo más cerrado posible. Jugó con los pezones puntiagudos
antes de dar la primera embestida contra mis tetas. Mi consciencia
se fue a la mierda.
Mi corazón retumbaba en los oídos y mi centro palpitaba gritando
para que lo calmara. En vez de llevar mis dedos a mi entrada, los
llevé a los pectorales de Don. Me encantaba detallar sus músculos.
Su rostro estaba ido mientras se confortaba penetrando el hueco
que había formado, aún apretaba mis pechos para entrar y salir. Sus
embestidas cada vez eran más fuertes, mis pezones ardían y todo
mi cuerpo se consumía en un fuego ardiente.
Estaba embelesada mirando el gesto de su rostro mientras se
satisfacía de aquella manera, solté jadeos y suspiros empapándome
más.
Antes de correrse dejó libres mis pechos y explotó en mi vientre.
Su líquido resbaló por los costados. Bajó a mis labios para
chuparlos lamiendo cada centímetro de mi cavidad bucal, sentí su
sabor entre más besos y mordiscos.
—Joder me encantan —afirmó besando cada pezón, para salirse
de la cama.
Su sonrisa de lado me desquiciaba.
Curvó los dedos en mis piernas atrayéndolas a él, quedaron en el
límite de la cama, Giovanni ya se había quedado curvado y
desabrochaba los botones de mi uniforme. En menos de un
segundo ya estaba en ropa interior, abrió los ojos de la sorpresa
porque no llevaba nada debajo, además había manchado el
pantalón por mojarme demasiado. ¡No, mierda! ¡Se me había
olvidado!
Ya no podía escapar. Tampoco quería.
—¿Sin ropa interior? —se burló acariciando mi pierna por dentro
—. Eres jodidamente perfecta.
Solté una risita cerrando mis piernas.
Giovanni se arrodilló en el costado de la cama de abajo, rozó y
besuqueó con sus labios mis muslos desnudos creando hormigueos
que subían y bajaban por mi cuerpo. A medida que su cara se iba
acercando a mi centro, este palpitaba más, ansiando que llegara.
Me abrió las piernas con delicadeza, sin dejar de mirarme a los ojos,
estaba pidiéndome permiso, a pesar, de habérselo pedido.
—No me mires de esa...
Pasó su lengua lentamente por mis pliegues, mojándolos todavía
más. Creo que en ese momento colapse, otra vez.
—Manera...
Jadeé cerrando los ojos.
Besó mi centro abriendo mis pliegues, mordió mi clítoris sin
hacerme daño y aquello me mato.
—¿Te gusta esto? —preguntó.
Asentí.
—Mírame a los ojos y dímelo —ordenó duro.
Hice lo que me dijo, sus iris eran un verde oscuro.
—Sí.
—¿Eso quiere decir que aceptarás ser una de mis mujeres y me
obedecerás? —cuestionó repartiendo besos por mis pliegues.
—Ni —respiré conteniendo un gemido —. En. Tus. Mejores.
Sueños.
Solté un chillido de placer sintiendo aquella boca saboreando y
succionando. Sentí como sonreía entre mis piernas, su barba de
unos días raspaba mi piel provocando que todo aquello fuera más
excitante.
—¿Quieres que te folle, Bianca?
Me lo pensé. Juro que lo hice, pero una alerta en mi cerebro hizo
que negara con mi cabeza. Él sonrió como un puto pervertido,
lanzándose de nuevo a mi clítoris, sus dedos traviesos vagaban por
mis piernas acariciándolas. Coloqué una pierna en su hombro para
darle un mejor ascenso.
Estaba abierta para que me hiciera sexo oral. Y no me daba
ningún tipo de vergüenza.
Intenté contenerme, pero una oleada de calor subió por mi
cuerpo haciéndome estremecer y gemir sonoramente. Me penetró
con su lengua que lo saboreaba todo, quería morirme del placer en
eso momento. Quería cabalgarlo. Hacerle de todo, porque en ese
momento que estaba arrodillando ante mi comiéndose literalmente
mi coño, no podía pensar en otra cosa. Con mis manos tapé mis
labios, no quería darle algo con lo que subirle el ego. Pero terminé
explotando en la boca de mi enemigo, con un gran gemido como
acompañante.
Oh. Por Dios. Puta mierda.
Aquello no había sido más que el principio de lo que ese hombre
podría provocarme.
��
Sentí una masa endurecida en mi nuca. Abrí los ojos sintiendo
pesadez en todo mi cuerpo. Lo primero que vi al despertar fue al
Don de Italiana, mi cabeza descansaba en su pecho endurecido.
Dormía como un angelito indefenso, pero en realidad era puto
demonio del sexo y de la muerte. El agarre en mis caderas no me
permitía moverme, quería hacerlo. Oía murmullos a mi espalda.
Cuando me giré, quise arrepentirme en seguida.
Un arma estaba apretada en mi nuca y unos veinte hombres
parados alrededor de la litera. Yo me quería morir. Por lo menos la
sábana me tapaba la mayor parte del cuerpo desnudo.
—Vaya, mi hermanito sí que se ha divertido esta noche —se
burló Sergie, el hermano de Giovanni.
Don se removió a mi lado, cuando sus ojos se abrieron ni
siquiera mostró ninguna muestra de miedo.
—Tenías que aparecer en este justo momento —comentó con
desprecio —. Baja ese puto arma si no quieres que te castre. ¡Bajad
las armas! ¡Ahora!
Pero los hombres no obedecieron. Me apuntaban en la frente con
distintas armas. Por el fondo vi a Luka que me miraba repulsivo.
—¿Qué está pasando?
Nadie me respondió. Sergie curvó su mano en mi brazo y me jaló
para que saliera del colchón. Intenté zafarme. Casi quedé desnuda
ante todos.
—Hermano, te presento al traidor que le está pasando nuestras
rutas y todos nuestros secretos a la Bratvá —afirmó cargando el
arma.
Giovanni se interpuso entre su hermano y yo, pasó un brazo por
mi cuerpo protegiéndome. No estaba entendiendo lo que pasaba. Ni
tampoco porqué Sergie quería sacarme de allí. Todos me
contemplaban como si hubiera hecho algo malo, como si pensaran
que yo era la culpable.
—¿Y quién es? —pregunté nerviosa —. ¿Dónde está? ¿Le
habéis encontrado?
Todos soltaron carcajadas. Seguía sin enternecer ni porqué
reían.
¿Habían descubierto que Luka tenía contacto con los rusos?
¿Por eso me miraba de aquella manera? Eso no podía ser. Yo no lo
había delatado.
—Hermano, está fulana es la traidora. Debe pagarlo —sentenció
él.
Don se giró para observarme, mi rostro estaba pálido por el
miedo. Me cubrí con la sabana todo lo que podía y me abracé a mí
misma.
—¡Eso es mentira! —el miedo se filtró en mi voz.
—¿Qué pruebas tienes para afirmarlo, Sergie? —interrogó Don,
dándole un manotazo al arma que sostenía.
Su hermano sonrió con asco.
—¿Qué más pruebas quieres? Te ha disparado sin dudar, está
intentado seducirte sin importar que estés casado con su propia
hermana. Además, Luka y yo hemos certificado la prueba definitiva
que la incrimina. He venido aquí en cuanto he podido. El ruso herido
la ha reconocido, y otro más que quiso matarme en Las Vegas. Es
una puta traidora. ¡Ella es la que nos está jodiendo! —explicó con
rabia.
Me abalancé sobre él, pero Don me inmovilizó.
—¡Eso es mentira! Yo ni siquiera tengo contacto con los rusos.
Estás mintiendo. Eres un mentiroso —me defendí. Me dirigí a Don
—. Tienes que creerme.
Sergie bufó mientras Giovanni me aferraba a él con fuerza para
que no pudiera escapar, sus músculos se habían tensado
demasiado. Y oía su respiración acelerada. Estaba furioso.
—Giovanni, te dije que está chica no era de fiar. Siempre confías
en las mujeres y siempre ellas te salen con lo mismo. Estás perras
solo saben ponerte cachondo y traicionarte. No sirven para nada
más —se asqueó.
Luka apareció en la escena abriéndose paso entre los hombres
que observan sin parpadear, atentos a cualquier amenaza mía.
—Señor, lo que dice su hermano es verdad. Bianca es una
traidora —certificó él.
Pensé que era mi amigo. En serio lo pensaba. Pero ya veo que
solo me estaba usando para destapar lo que quería hacer.
Entonces, todo era mentira. Algo se rompió en mi interior. La
decepción me inundó.
—¿Estáis seguros? —. Giovanni Lobo no parecía convencido.
—Papá tenía razón, las mujeres te hacen débil —le miró mal —.
Traigan al chico.
Unos hombres se movieron desplazando a alguien esposado. Su
cabello era de un color dorado, no podía ser. No podía ser. No. Eso
no era real. Cuando vi su rostro toda la sangre que fluía por mis
venas se congeló.
Esbozó una sonrisa. Aquella sonrisa. Un hombre lo empujó y
cayó de rodillas al lado de la cama con una pistola puesta en su
cabeza. Sus facciones no eran iguales. Habían cambiado, se habían
vuelto más varoniles, ya no tenía la cara suave. Marcas de guerra,
rasguños, una nariz rota, sangre en su cara, una cicatriz que
atravesaba su mejilla y parte de la frente se habían añadido a su
rostro.
A mi corazón le dio un vuelco cuando observé la medalla que
llevaba puesto en el cuello. Una «B» tatuado a un lado de su cuello.
—Elijah... —mi voz se rompió.
Sentí la mirada pesada de todos, excepto la de Giovanni que se
levantó dejándome sola en la cama. Le dijo algo a su hermano que
no oí porque estaba escaneando al hombre que tenía en frente.
—Ella misma se ha delatado, señor. Elijah Miller, un ex soldado
de nuestro bando, abandonó la mafia italiana para aliarse con los
malditos rusos —explicó Luka.
Me ahogaba en mi propio cuerpo. No había oxígeno en ese
espacio. No para mí.
—¿Qué hay, Bianca? ¿Esperabas verme hoy? —su voz. Era él.
Era Elijah.
—No.
Giovanni observó atónito la escena.
—¿Lo conoces? —preguntó él.
Asentí.
—Me temo que sí, pero yo no hice nada. No traicioné...
La carcajada de Elijah me sobresaltó:
—Claro que me conoce. Si soy su esposo, ¿verdad? Incluso
tenemos un hijo.
18

De nuevo encerrada, pero ahora mi situación era mucho peor.


Elijah Miller estaba mirándome mientras me cepillaba los dientes
con mis propios dedos. Haría todo lo que fuera necesario para salir
de allí, antes de que me mataran. Él no había cambiado, seguía
siendo el mismo mentiroso de antes. Lo repudiaba. Era un asco de
persona.
Y me había vendido a Don de una forma rastrera. Yo no había
hecho nada. Yo ni siquiera sabía que seguía vivo. Debía tener un
plan en lo más profundo de su mente y lo descubriría a como diera
lugar.
—¿Quieres preguntarme algo? —dijo él tumbado en el camastro
con unos ojos perdidos.
Ya no tenía las facciones de niño, se había convertido en todo un
hombre atractivo y varonil. Me daba asco.
—Eres un puto mentiroso.
Su risa que años antes me había seducido, no era más que un
vago fantasma del pasado que me ardía en el pecho. No lo
aguantaba. No por más tiempo. Necesitaba aire fresco y explicarle a
Don que yo no había hecho nada, no por ahora. Y que todo lo que
había pasado era porque esos enemigos me inculparon. ¿Por qué lo
habían hecho? ¿Que tenía que ver Elijah?
—Hasta por lo que yo sé, todo lo que he dicho era verdad —
espetó.
Qué hijo de perra.
—Nunca me casé contigo, cabrón —escupí con rabia dándome la
vuelta —. Eres un cabrón de mierda, deberías estar muerto, pero
aquí estás. Haciéndome la vida imposible como siempre. ¿Qué
pacto has hecho con el diablo para que no te mate de una puta vez?
Parecía divertido con mis palabras.
Me recosté en la pared fría abrazándome a mí misma.
Necesitaba que me lo explicara todo. Aunque aquello fuera abrir de
nuevo la herida que nunca sanó y que llevaba años doliéndome en
el corazón.
—Eres muy divertida. Tu humor sigue siento una mierda —
bromeó sentándose en la cama.
Me miraba dañado, pero la sonrisa ladina perseguía.
—Tú sigues siendo la misma mierda de siempre.
Puso los ojos en blanco y suspiró.
—¿Hasta cuándo vas a dejar de tenerme asco, Bianca? Yo no
soy tu enemigo.
Mis fosas nasales se dilataron por la rabia que surgió de mis
recuerdos. Tenerlo delante de mi parecía irreal, las ganas de matarlo
eran las mismas que hace algunos años. Lo odiaba, con toda mi
alma. Más que a Don. Más que a la mafia. Más que a mi vida.
—Como no tenerte asco si me engañaste. Te fuiste a una puta
guerra en África y ya no supe más de ti. Engañaste a mi familia. Me
engañaste a mí. Incluso a mi hermano, que murió por tu jodida
culpa.
—Puedes seguir culpándome de tus problemas si quieres, pero
eso no hará que todo sea mi culpa. La única culpable de tu propia
vida eres tú.
—¿Qué haces? ¿Por qué mentiste? ¿Por qué has vuelto a mi
vida? Quiero respuestas, Elijah. Y las quiero ahora —exigí con
dureza.
Sus ojos no dejaban de analizar mis pechos, mis caderas, mi
cuello. Me avergoncé ya que las marcas que Don me había hecho
no eran fáciles de borrarlas. No me arrepentí de nada de lo que hice
anoche. La pasé bastante bien, no dudaría en repetirla si la
oportunidad lo ameritaba.
—Vine por ti, Bianca —murmuro suave —. Solo por ti, Osita.
Eso me descolocó. No por el apodo, no por la manera en la que
lo dijo. Sino porque sonaba real. Mi corazón latió descontrolado bajo
mi pecho y mi respiración se hizo pesada.
—Explícate —ordené.
Las lágrimas abordaron mis ojos, las contuve cuando pude. Elijah
pasó sus manos por el cabello de color miel, estaba frustrado.
Suspiró y habló:
—Ahora no te puedo contar —dirigió sus ojos a la cámara que
nos grababa desde lo alto —. Te pido que confíes en mí. Una sola
vez en tu vida más. No dejare que un mafioso te destruya, sé lo que
te hizo en los dedos de los pies. ¡Te los arrancó! ¡Ese maldito
asqueroso lo hizo!
—Eso no es de tu incumbencia. Metete en tus asuntos —le chillé
furiosa.
—¡Tú eres mis asuntos!
Me acerqué a él amenazante.
—No, Elijah. Hace mucho tiempo que ya no soy nada de ti. No
tenemos nada. No habrá nada. Así que te pido por favor que le
aclares a Don que todo esto, lo que has dicho, lo que ha salido de tu
boca es mentira y que soy inocente. No quiero más problemas.
Moriremos si no le cuentas la verdad.
—¿Tan pronto te has olvidado de mí? —cuestionó con una
sonrisa venenosa.
Asentí con la cabeza alta.
—Nunca fuiste nada para mí. Nunca hubo nada en mi vientre
tuyo —mentí.
Se rio sin gracia.
—¿Quieres a ese cabrón? Eres una estúpida.
Sin darme cuenta ya estaba muy cerca de su rostro. Preparé mi
mano en un puño lanzándosela a la quijada, su rostro se volteó por
el impacto y se carcajeó como un maldito psicópata.
—Yo no puedo querer a nadie —le confesé.
—A mí me querías.
—Entonces el estúpido eres tú por habértelo creído —me burlé
con suficiencia.
La puerta que nos mantenía encerrados se abrió con un leve
chirrido. Dos hombres corpulentos nos atraparon de los hombros y
nos hicieron caminar por los pasillos vacíos y siniestros antes de
llegar a la puerta que daba a la parte principal del refugio. No lo miré
más. No podía. Me dolía en el alma. Elijah Miller fue mi primer amor,
y la primera decepción que tuve. No llegué a casarme con él, pero sí
que me lo propuso un día. Como es obvio papá y mamá se
opusieron a esa ceremonia. Después de aquello sólo vino una
tormenta de sufrimiento que no quiero recodar ahora. Tal vez por
eso, mi hermana Priscilla y mi madre me odiaban tanto.
Ya en el exterior, los rayos del sol quemaban mi piel, pero eso
dudaría poco, porque unas nubes cargadas de agua se
aproximaban a la isla amenazando con desembocar en una buena
tempestad.
El hombre que me retenía se dirigió a una jaula, observé con
interés como todos los militares mantenían un silencio mortal.
Busqué a Don con mi mirada, no lo encontré. Ni a Sergie. Ni al hijo
de puta de Luka.
—¿Qué es esto? —preguntó Elijah removiéndose de los brazos
de su captor.
Abrieron las rejas de la jaula y me ayudaron a subirme a ella. El
olor a paja seca inundó mi nariz, la arrugué moviendo mis piernas a
la esquina de la pequeña prisión.
—Vuestro final —informó.
Una corriente eléctrica me erizó los bellos de mis brazos. Me
abracé a mí misma porque tenía frío. Solo llevaba una pequeña
camisa que Elijah se había quitado para dármela. Me habían visto
desnuda, todos.
—¿Eso que quiere…?
Las rejas se cerraron y atrapados, los ojos sedientos de sangre
mirándonos me daba terror.
Me quedé en silencio pensando algo para salir de allí. No sabía
lo que Don estaba preparando, pero tenía miedo. Me tiritaban las
piernas mientras la paja seca se pegaba en mis pies húmedos
llenos de barro.
Respiré hondo y me deslicé para sentarme.
Los hombres hicieron un corro levantando sus armas hacia la
jaula, cada vez estaban más cerca con las metralletas y pistolas en
lo alto dispuestos a dispararnos tras una orden. Mi pulso estaba en
graves condiciones, no era capaz de dar una bocanada de aire.
Elijah se mantenía serio, paseándose de un lado al otro.
—¿Listos para luchar? —cuestionó divertido uno de los soldados.
Tragué saliva.
—¿Contra quién? —pregunté en un susurro.
—Contra ella
Obtuve la respuesta rápido.
Mis ojos observaron ese rostro impasible, no tenía ninguna
emoción en sus ojos oscurecidos. Don se abría paso entre sus
hombres custodiando un animal que rugía hambriento. Me cago en
la puta. La pantera movía sus piernas en dirección a mi prisión.
Entonces supe que aquella era su jaula y nosotros su comida.
Nos habían servido como cena.
—Vamos a divertirnos un poco con los traidores, ¿no? —la voz
ronca de Giovanni me asustó.
Ni siquiera me miro. Luka estaba a su lado, este si contactó sus
ojos con los míos. Me pedía disculpas con la mirada, pero la aparté
en seguida observando la suciedad de mis uñas.
—¿A qué juegas? —le interrumpió Elijah —. ¿Te crees poderoso
por hacer lo que quieres?
El mafioso elevó siniestro las comisuras de sus labios y se
carcajeó.
—Debería estar sacándote todos tus putos intestinos, ruso de
mierda. Da las gracias que el animalito te de una muerte digna —
masculló con los dientes apretados —. ¡Abrid la jaula y soltadla!
Los hombres acercaron a la pantera que tenía los ojos
hambrientos en busca de su alimento. Me tembló todo el cuerpo
cuando las rejas se hicieron abajo y empujaban al animal con barras
de acero al interior. Cuando nos vio, Elijah me protegió con su
cuerpo arrodillándose en la esquina.
—Tranquila, Bianca. Sé cómo matarla —susurró Elijah.
No le creí. Era imposible matar a esa bestia.
—Tenéis armas escondidas en algún lugar...
—¡Giovanni! Por favor, escúchame —le grité.
Me quise mover, para ir en su dirección, pero la pantera se giró
hacía mí rugiendo. Tragué saliva.
Una barra con una punta metálica golpeó mi costilla, un soldado
me lo había clavado por dirigirme de esa manera a su jefe. Elijah en
un rápido movimiento se la arrebató para intentar defenderse del
animal que se desplazaba sigiloso hacia nuestra esquina.
Las puertas se cerraron, y comenzó la acción.
—Vaya, si la rata rusa tiene reflejos —se burló Giovanni —.
Disfrutemos del espectáculo, señores.
Elijah le escupió, pero estaba al otro lado y no le llegó. Como
respuesta, Giovanni alzó la mano ordenando a un hombre que le
empujará con una barra al animal, y haciendo así que se dirigiera a
nosotros. La pantera se paró rugiendo abalanzándose contra él,
pero no llegó muy lejos ya que la punta puntiaguda que sostenía
Elijah entre sus dedos, se incrustó abriendo la carne de la bestia. Le
apuñaló unas cuantas, de veces, a lo que el animal se defendió
rasgándole los brazos con sus zarpas. Me moría de miedo allí sola,
mientras él peleaba, Don me observó abrazada a mí misma. Le
lancé mi mayor mirada de odio.
Era un psicópata cabrón. Un mafioso cruel. Una persona
despreciable.
Al final, la pantera dio unos cuantos espasmos antes de
quedarse quieta en la paja seca. Elijah estaba envuelto en sangre,
con una mirada perdida. Si hubiera tenido que matarla yo, me habría
comido un brazo antes de apuñalarla. Respiré muy hondo cogiendo
aire espeso, porque sentía que me asfixiaba de verdad.
—¿Algo más, mi Don? —le hizo una reverencia. Una sonrisa de
triunfo iluminó el rostro de Lobo, su hermano apareció detrás suya
—. ¿Disfrutó de su espectáculo?
—Aún no —confesó —. Os voy a dar una única oportunidad
porque estoy de buen humor.
—Giovanni, por favor...
Sergie me calló:
—Silencio, puta.
La rabia trepó por mi cuerpo. Tenía ganas de gritarle a todos,
pero no tenía fuerza. El mafioso mayor avanzó hasta posicionarse
en frente de la jaula, la barba de unos días le hacía
irremediablemente atractivo y la pose que tomó con los brazos atrás
de la espalda marcando músculos, me daba... Asco. Asco. Asco.
Asco. Mentirosa.
Repítelo de nuevo hasta que te lo creas.
—Uno de vosotros podrá salir de aquí y huir —movió sus labios
lentamente, recordé como los había posicionado la noche anterior
en mi centro húmedo y lo lamía hasta que me corrí en su boca.
Puta madre. Se alejó sonriendo, enseñando todos sus dientes.
Elijah y yo nos miramos, lo que había dicho es que nos
matáramos entre nosotros, hasta que uno de los dos ganará y se
llevará la libertad. Mi amor del pasado todavía sostenía entre las
manos esa barra punzante llena de la sangre de la pantera, dio un
paso lento. Todavía sentada tanteé el espacio de atrás de mí, noté
una empuñadura dura desplazarse por las rejas de la jaula y rozar la
punta de mis dedos. La atrape en seguida. Uno de los soldados me
la dio, alcé la vista y los iris de Don brillaron.
—Empezad de una puta vez —exigió él, dejando ver de nuevo
sus ojos oscuros llenos de ira.
Levanté la pistola y le apunté a Elijah.
—Arrodíllate.
Él hizo lo que le pedí con una ceja alzada, tiró la barra a mi lado.
Sabía lo que era capaz de hacer, pero nadie allí descubriría lo que
se me habría ocurrido. Terminaría con aquella pesadilla de un
plumazo, bueno, de un balazo mejor.
—Hace tres años que te conozco, Elijah. En ese tiempo te amé
de verdad, como nunca había amado antes, siempre serás mi
primer amor. Aun así, no te puedo perdonar. No solo me hiciste
daño a mí, no solo intentaste matar a mi padre por ascender en tu
trabajo, sino que también mataste al niño que crecía en mí. Porque
sí, quedé embarazada y con tus golpes hacía mis seres queridos
hiciste que lo perdiera. ¡Contrataste a un puto sicario para que me
matará, cabrón! Por suerte no lo conseguiste. No me engañaste. Fui
más fuerte que tú. Ahora me toca a mí trazar mi propio destino,
estoy harta de ser manejada por hombres.
Elijah negó con la cabeza atolondrado.
—No fue así. Eso no fue así...
—¡Qué te calles! —meneé el revólver —. Cállate porque te voy a
matar.
Desvíe mi vista hasta el mafioso, su ceño estaba fruncido y sus
labios carnosos entreabiertos. Los soldados empezaron a mover la
jaula exigiendo que apretará el gatillo. Así que les hice caso. Una
gota de agua aterrizó en mi rostro, rápido otras más me mojaron
entera. El agua estaba helada. Empezó a llover como una
premonición de lo que sucedería después.
Levanté el agujero del revólver peligrosamente en dirección a mi
cuello. Lo posicioné allí y cerré los ojos.
—¡No, Bianca! ¡No! —rugió Elijah.
—Aquí se acaba mi tortura.
Un disparo inundó la selva paradisíaca.
Un silencio terrorífico.
Y un caos avecinándose.
—¡Corran! ¡A por las lanchas! ¡Corran! —gritaron.
—¡Puta mierda! —oí gritar a Don, que sacaba una media negra
de su bolsillo y se la posiciona en la cabeza, su hermano y Luka
hicieron lo mismo mientras sacaban las armas huyendo.
El disparo no lo emití yo. Los soldados se esparcían por el
terreno como si el diablo hubiera hecho acto de presencia. Levanté
mi cabeza, mi asombro fue tan grande que abrí la boca y el revólver
cayó a mis pies. Sentí el abrazo de Elijah que provocó que cayera al
suelo, con su cuerpo me apretujó salvándome de las miles de balas
que danzaban por el aire. Las hélices de los helicópteros hacían un
ruido arrollador mientras intentaban aterrizar.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—No te asustes osito mío. Ahora, Bianca. Ahora estás a salvo —
murmuró acariciando mi cabello, rozó mis labios al hablar—. Soy un
agente de la DEA, tu padre y yo hemos trazado un plan para
salvarte de Giovanni Lobo.
Eso no podía ser. Mi padre murió hace tiempo.
19

Dos días después


HACIENDA DE LOS LOBOS, ITALIA

—El Capo de Roma ha puesto excusas para distribuir el


cargamento de heroína por su zona. Y el traslado de Sicilia ha sido
un completo asco, los policías pillaron el barco cuando salían del
país —explicó Luka, sentado en la silla al frente de mi escritorio —.
No confían en ti, muchos te dan la espalda.
—¿Qué está pasando, Luka? —pregunté con los dientes
apretados de la ira que contenía dentro de mí.
Hace escasas horas que estaba en mi país natal y todo era una
mierda. Las entregas, los laboratorios llenos de policías que lo
analizaban todo... ¡Me estaban jodiendo desde dentro! Y para
rematar con mi puta mala suerte, Bianca no había aparecido. No
daba señales de vida. Esa miserable rata rusa se la había llevado,
pero toda la culpa era mía. Bianca no podía estar haciendo tratos
con los rusos, conocía a ese tipo, pero sólo era un amor del
pasado...
Su esposo.
Seguramente hayan escapado para follar delicioso.
Y tocará sus exquisitas tetas y las chupará haciéndola
estremecer.
Disfrutará de ella como yo no lo hice.
Ella tuvo un hijo de ese hijo de puta. Ella ama a otro, no a ti. Ella
nunca más volverá contigo.
Porque te odia, te desprecia, te quiere destruir por hacerle daño.
Nunca más tocarás sus curvas suaves, ni volverás a rozar sus
labios carnosos con sabor a fresa.
Su fuego no consumirá tus ganas de llevarla a tu infierno.
El veneno de esa mujer...por Dios. Nunca volverás a probar ese
dulce veneno que posee la mayor arpía que has conocido.
Ella nunca...
Bianca jamás iba a volver.
—Nieto, deberías escuchar a tu consigliere. El chico tiene razón
—mi abuelo Raffaello apareció en mi despacho pareciendo un alma
de pasado—. Hablemos de nuestros asuntos, por favor, muchacho,
déjanos hablar solos.
Luka me dio una última mirada y salió despacio de la habitación.
Cerré los ojos unos instantes antes de abrirlos de nuevo. Mi furia
se iba agrandando a medidas que los segundos pasaban y no
lograba saber nada de la mujer que casi hago mía. Me había hecho
tan adicto a ella, que ya no podía vivir sin tenerla cerca. Era mi puta
droga, que consumiría con demasiado gusto.
Me aclaré los pensamientos y pregunté:
—¿De qué quieres hablar?
El rostro envejecido de mi abuelo se frunció cuando tosió,
encontró a tiempo una servilleta de papel. Su nariz sangró. Él ya
estaba a escasos metros de la muerte. Melody y él, eran los únicos
familiares en los que podía confiar ciegamente. Los demás eran
escorias envidiosas.
—Las habladurías están perjudicando tu negocio, ¿así es como
quieres que te recuerden? El Don que lo dejó todo por una simple
chica. Las generaciones próximas te repudiaran, de hecho, nuestros
socios de Sicilia ya lo hacen. Sabes las costumbres Giovanni, una
vez que te cases no puedes serle infiel a tu esposa. La esposa son
lo más preciado que tenemos. Si al menos quieres pasar una noche
con alguna prostituta para saciarte, hazlo en secreto sin que nadie
se entere.
—Yo no elegí casarme con Priscilla, abuelo. No fue mi elección
—protesté —. No la amo.
—Pero así son las cosas, ya es demasiado tarde. Fue la voluntad
de tu padre y no la cuestionaremos.
—Podría haber elegido mi esposa yo mismo...
Me interrumpió.
—Las mujeres son tu perdición, muchacho —aseguró
escrutándome —. Pero a la única que tienes que cuidar y amar es a
la que tiene tu hijo en su vientre. Esa es Priscilla, olvídate de la
hermana, esa... ¿cómo se llamaba? ¿Blanca?
—Bianca —escupí.
—Cojones pues esa. Moriré pronto, Giovanni. Lo sé, al menos
asegúrate de que tu rango y tu poder en la mafia siciliana es tan
fuerte como la de nuestros antepasados.
—Me asegurare de que todos los problemas desaparezcan está
misma noche —bramé al borde de la histeria —. En cuando a
Bianca, ella vendrá aquí.
—¿Tú no escuchas? —se enfureció.
—No puedo seguir con esta conversación. Tengo negocios en
Nueva York, encontraré a la chica y la traeré a la nueva mansión. No
aceptaré objeciones —le aclaré con determinación.
Abuelo suspiró. Se rascó los cabellos canosos de su cabeza y
suspiró de nuevo mientras me levantaba del escritorio avisando a
Luka, para que preparara todo para mi marcha. Priscilla estaba
embarazada, así que ya no tendría que tocarla nunca más. Por
alguna razón, yo quería que mi hijo heredero estuviera dentro de
Bianca.
Pero ella ya tiene su familia.
—Tu lascivia acabara condenando a la famiglia.
—Que así sea.

SEDE CENTRAL DE LA DEA

Elijah me guio por diferentes pasillos, su presencia todavía me


causaba escalofríos, pero estaba tan ansiosa de ver a mi padre.
¿Cómo podía estar vivo? Aquello era imposible. Por mi cabeza
pasaba la idea de que podía ser una trampa. Literalmente estaba
entrando en territorio de policías y agentes especializados en la
droga. Yo la había visto de cerca y tenía relación con un Don
poderoso de Italia.
Suspiré cuando mi ex se detuvo en una imponente puerta, una
secretaría nos dio acceso y entramos al gran despacho de ese
hombre. Lo primero que vi fue al General, sentado detrás de un
escritorio pulido y limpio. A sus lados estaban dos caras familiares,
parpadeé varias veces sin poder creérmelo.
Elijah tuvo que sostenerme porque casi caigo para atrás de la
impresión.
—Bienvenida a nuestras instalaciones, Bianca Lamberdy —
comenzó diciendo el General —. Tome asiento, por favor. Hay
mucha información que debe saber en muy poco tiempo. El coronel,
su padre, aquí presente se tomará el tiempo para explicárselo —
señaló al hombre de cuarenta y nueve años, no estaba tan
demacrado como el General —. Teniente Moretti, ayúdela a tomar
asiento.
—Creo que está entrando en shock, General —habló el chico
joven al otro lado.
Yo me quería desmayar.
—No puede ser —susurré —. ¡Mi hermano y mi padre están
vivos! ¿Cómo mierda pasó?
Rechacé el brazo de Elijah. Papá dio un paso al frente.
—Todo tiene una explicación, siéntate —intentó calmarme.
—¡Papá! ¡Todo este tiempo nos mentiste, te hiciste pasar por
muerto! Yo te vi —me dirigí a mi hermano Alessandro —. Estabas
muerto. Lleno de sangre. Sin vida. Y ahora estás aquí, más vivo que
yo.
Sollocé subiendo mis ojos ardiendo por las lágrimas que querían
abandonarme, pero no lloraría. Había llorado suficiente.
El General se levantó de su cómodo y acolchado sofá.
—Todo era parte de una misión, Bianca. Tu padre y tu hermano
son agentes muy prestigiosos de la DEA, llevan combatiendo con
los mafiosos mucho tiempo. Tuvieron que fingir su muerte para
proteger sus vidas y cazar a esos criminales. Debes escuchar con
atención.
Respiré por la nariz muy enojada, al mismo tiempo sentía un
alivio en mi interior. La mitad de mi familia estaba viva, ¿y mis
lágrimas? ¿Quién me las devolvería?
—Quiero saberlo todo —más que una petición sonó como una
exigencia.
Mi padre dio otro paso hacia adelante.
—Cuando te encontré perdida en la calle con tan solo dos años,
no pude evitarlo y te recogí. Te llevé conmigo y te crie. Tu verdadera
madre era una prostituta que había tenido relaciones sexuales con
un sicario, ese mismo hombre la mató dejándote sola y
desprotegida. El General—señaló al hombre más viejo, pero
atractivo —, me propuso adoptarte, así que lo hice. Durante el
tiempo la cosa iba bien, pero un hombre estaba intentado meterse
en nuestras instalaciones y sobornarnos. Ese era Horacio Lobo.
Para la misión, tuve que hacerme pasar por un narcotraficante de
Los Ángeles para que aceptara tu casamiento con su hijo. Entonces
todo ocurriría rápido, encontraríamos las pruebas suficientes para
incriminarlos y meterlos en la cárcel a todos. Pero hubo un
problema.
La información me cayó como un témpano de hielo gélido. Se me
dificultó respirar, así que me senté en uno de los sillones
escuchando atentamente a mi padre. Todo era parte de una misión,
todo tenía sentido. Ese ser superior que me había comprometido
con mi padre era el General. Mi padre era un coronel, mi hermano
un cadete. Papá había estado infiltrado en la mafia. Creía que iba a
explotar por tanta información.
—¿Qué problema fue ese? —pregunté con la boca seca.
Mi hermano Alessandro suspiró atrayendo mi atención.
—Mamá lo descubrió todo cuando hacía mis prácticas para
entrenar con papá, era uno de los candidatos que podían llegar a
entrar —explicó atropelladamente —. Ella quería contárselo al Don
de Italia en ese momento, tuvimos que fingir nuestra muerte. Yo
primero, después papá. Todo fue un teatro. Nos cambiamos de
apellido después, por eso me llamo Alessandro Moretti.
No pude contener mis lágrimas por más tiempo. Exploté en
sollozos. Sentí la calidez de Elijah en mis hombros, abrazándome.
—Por eso debías casarte con Giovanni Lobo y no conmigo, por
eso salí de tu vida. Tu padre me lo contó todo cuando estábamos a
punto de casarnos... —habló Elijah.
Lo empujé alzando mi cabeza y levantándome del sillón.
—¿Y ahora qué queréis de mí? Yo sólo era una muñeca que
sería el cebo para Lobo. ¿Qué queréis?
Papá y Alessandro se quedaron callados. Fue el General quien
atravesó la sala en mi dirección, me sentía traicionada por mi propia
familia. Aunque no tuvieran mi sangre...
—Tu hermana Priscilla está embarazada, pronto la mafia italiana
tendrá un heredero —aseguró el General —. Queremos que
trabajes con nosotros, no tendrás el mismo puesto que los demás.
Pero si te llevarás una beneficiosa cantidad de dinero, además, si
quieres pertenecer a la DEA podemos ayudarte a conseguirlo
pagándote los costes de todo.
Entrecerré los ojos. ¡Priscilla se había quedado embarazada! ¡De
Don! Saber aquello fue como si me hubiera acuchillado en el
corazón.
—¿Qué debo hacer? —pregunté seria.
El General sonrió.
—Te prepararemos antes de que te marches a Nueva York, irás
al hotel donde se aloja Don y tratarás de seducirlo. Él tiene una
tarjeta donde guarda todas las rutas que toma para desplazar la
droga, también están los nombres de sus socios en Italia y parte de
América. Tu deber es encontrar la tarjeta y volver lo más rápido
posible. Iremos a por ellos en cuanto tengamos esas pruebas.
Era la oportunidad perfecta para arruinarle la vida a ése
miserable. No desaprovecharía lo que me habían pedido. Giovanni
Lobo era un cabrón que merecía todo lo peor. Y yo sería quien le
abriría la puerta de la cárcel.
—Acepto. Con una condición.
Papá frunció las cejas.
—¿Cuál? —interrogó él.
—Después de que el Don termine en la cárcel, me daréis una
nueva identidad y despareceré de vuestras vidas para siempre.
20

—Mi Don, por favor. Déjeme ir a esa fiesta en Nueva York —


supliqué pestañeando.
Una empleada pasó por su lado para echarle en el plato
espaguetis a la carbonara. Era su plato preferido. Lo sabía porque
durante su huida con mi asquerosa hermana, investigué sobre sus
gustos. Las empleadas eran conscientes de lo que era de su agrado
o no, pero había una de ella, una vieja que era como su madre.
Congeniamos muy bien. Y me contó absolutamente todo de él.
Le quitaría esa obsesión con Bianca, sí que lo haría porque él era
solo mi esposo. Debía venerarme y hacerme feliz. Yo era tu sol, la
persona más importante. Así lo exigía la mafia.
—Priscilla, he dicho que no —repitió con los dientes apretados.
Me miró un segundo para volver a enrollar su tenedor en la
pasta.
—Por favor. Quiero ir.
Hizo un ruido raro. Qué desagradable.
—No creo que en tu estado sea lo más conveniente —explicó
con la voz alzada.
Hice un puchero girando mi cabeza hacia su abuelo. El vejestorio
todavía seguía vivo, y casi va al otro barrio. Cuando los rusos nos
atacaron, casi le dio un ataque en el corazón en ese búnker.
—¿Qué opina usted, abuelo? —pregunté dolida.
Él dejó su copa de vino y conectó los ojos con su nieto.
—Puede que Priscilla tenga razón, debería ir contigo y así podéis
compartir más tiempo juntos. Os he visto muy despegados, las
parejas deben estar unidas. Para lo bueno y lo malo —explicó él.
—Es peligroso —objetó Don —. No irá. No pondré en peligro a la
madre de mi hijo. Las cosas están mal.
En verdad me apenaba que no me hiciera caso. Se la había
pasado de aquí para allá, sin reparar en mí. ¿Sería verdad lo que
Bianca había dicho? ¿Me usaría para parir a su heredero y después
matarme? ¿Por qué todos los hombres que me gustaban pasaban
de mí y se enamoraban de mi hermana?
Me estremecí en la silla de lujo.
La mansión de Don era bestial, más grande que la mía en Los
Ángeles. Bianca seguramente estaría en un cuchitril. Yo aquí con un
hombre apuesto, con miles de demonios en su interior que opacaría
con mi cariño.
—Por eso mismo —el viejo le dio un apretón de mano a Don —.
Si te ven con tu esposa —remarcó la palabra —. Puede que todos
tus problemas se solucionen. Ya sabes de lo que hablo.
—¿Y si le pasa algo por el embarazo? —gruñó, ya estaba casi
convencido.
Aquellas palabras de su abuelo habían hecho mella en él.
—Siempre podéis engendrar otro —sonrió feliz.
Chillé cuando asintió con la cabeza de mala gana. ¡Iba a ir a una
fiesta con mi esposo! Era la oportunidad perfecta para que me
deseara y me tomara de nuevo. Deseaba tanto volver a repetir lo
que hicimos la noche de bodas.
—¿Y en qué consiste esta fiesta? —pregunté con entusiasmo.
Luka que estaba a mi lado habló antes de que él pudiera hacerlo.
—Es una recaudación de fondos para algunos orfanatos. Toda la
élite de Nueva York llegará para apostar cosas de arte, lo que se
gane será destinado a esos niños huérfanos. Es una idea que lleva
en la cabeza de Don hace mucho tiempo, él será quien done más
dinero y organice la fiesta —explicó relajado, parecía que se sentía
orgulloso de mi marido.
Qué pérdida de tiempo. Esos niños iban a seguir siendo pobres
igual.
Don se giró para darle una mirada furiosa.
—En realidad, eso es una simple tapadera para reunirme con
algunos socios y capos —afirmó.
—¡Estoy deseando ir!
Melody esbozó una sonrisa acariciándome el cabello.

Vi el sol del amanecer colarse por los grandes rascacielos que


poseía Nueva York. Me permití respirar el aire en la terraza un rato
antes de ingresar de nuevo en la habitación del hotel. Estaba muy
nerviosa. En unas horas, vería a de nuevo a Don, está vez con una
única misión.
El albornoz se pegaba a mi piel cuando me senté en el sillón que
estaba al lado de la terraza, una empleada me trajo el desayuno
muy temprano. ¿Por qué mierdas seguía pensado en él? Iba a
destruirlo.
—¿En qué piensas, cariñoso? —preguntó Elijah haciendo a un
lado las sábanas y saliendo de la cama.
Caminaba desnudo hacia mí. Rodeé los ojos por su apodo
cariñoso llevándome una fresa a la boca. No me arrepentía de nada
de lo que había hecho, pero Elijah no parecía enterarse de que nada
iba a ser como antes.
—Elijah solo hemos follado, ¿entiendes eso? No voy a volver a
ser tu novia, es solo sexo. Sin más.
La decepción cruzó por su rostro. Se detuvo en seco al ir mis
palabras.
—Pensé que lo nuestro se habría arreglado —murmuró dolido.
El mayor error que puedes cometer en la vida es enamorarte. Te
debilita.
—Nunca hubo algo para arreglar, se destruyó cuando te fuiste —
contraataqué.
La mirada se nubló por el dolor, Elijah todavía me amaba. Yo a él
no. En mi corazón ya no había espacio para querer a alguien, todos
me habían decepcionado y mentido. Me habían usado, en ese
momento también me usaban, aunque el beneficio fuese derrotar a
Giovanni.
No era muy listo para la mafia. Era comprensible, no están
reparado para asumir el mando de su padre.
Él sólo quería ser un marinero.
Lo destruyeron entre todos para convertirlo en un ser idiota, malo
y asqueroso.
A día de hoy no sé porque sentía que dentro de él había una
llama de esperanza, estaba alojada muy dentro y esperaba a ser
sacada. ¿Iba a ser yo quien lo ayudará?
No.
—Bianca, podemos reconstruir nuestra relación —propuso
meloso, acariciando mi cabello suelto —. Tenemos que poner de
nuestra parte.
Mis ojos quedaron fijos en la habitación lujosa de ese hotel. Sus
palabras me herían.
—Vete.
—¿Qué? —cuestionó él, confuso.
Respiré por la nariz muy hondo.
—Qué te vayas de mi puta habitación, no quiero verte más de lo
necesario. No arreglaré nada porque no vale la pena, olvídame ya,
Elijah. Porque yo hace mucho tiempo que te olvide a ti.
—No puedes acostarte conmigo, tener una noche llena de placer
y decirme luego esto. Pensé que...
Podría arreglar las cosas con él, no quería. No estaba hecha
para amar a otra persona. Si le guardaba cariño, nada más.
—No me interesa. Las personas follan, no es nada del otro
mundo.
—Bianca —me llamó suplicante.
—¿Acaso no tienes dignidad? Te estoy diciendo que no quiero
nada contigo, lo de anoche fue un error mío. Lo siento. No volverá a
pasar.
��
Una estilista presumida ingresó en mi habitación por la tarde,
vino con un arsenal de vestidos de tela costosa, tacones de marca,
diademas, maquillaje, ropa interior y muchísimas cosas más que
perdí la cuenta. Después de que me bañara, me ayudó con mi
maquillaje, aplicó máscara en mis pestañas para realzarlas, base de
un tono de mi piel para quitar las imperfecciones, sombra en mis
párpados y por último pintó mis labios de un tono rojo.
La tarde iba pasando mientras elegía un vestido que me quedas
bien, varias prendas pasaron por mi cuerpo, solo uno se quedó. Era
de un color negro y llevaba un gran escote, se me encajaba en las
curvas a la perfección. Me sentía poderosa. Mis tacones me daban
una altura considerable, lo malo es que escapar iba a ser difícil.
—Exquisita —dijo al fin.
La mujer se fue con sus cosas y me dejó sola.
Saqué mi nuevo teléfono para mandarle un mensaje a mi padre
de que ya estaba lista, él me dijo que un taxi me estaría esperando
a las diez de la noche en frente del hotel. Ya no hablamos más.
A mi hermano no lo había visto desde ese día. Quería arreglar
todo con ellos, pero eso no serviría de nada. Me usaron para una
misión de la que no tenía constancia. Yo no era nada para ellos,
solo una simple muñeca para usar.
¿Qué pasaría después de que Don entrase en la cárcel?
No me importaba.
Justo a las diez de la noche una empleada vino a avisarme de
que mi coche estaba fuera. Salí de la habitación caminando por el
pasillo, toqué el botón del elevador y entré cuando las puertas se
desplazaron. Tragué saliva, no era difícil. Solo tenía que encontrar
esa tarjeta o lo que fuera.
Una limusina se alagaba en la entrada esperándome, aquello era
demasiado. El chofer bastante guapo se acercó a mí con sutileza.
—¿Es usted Bianca Lamberdy? —preguntó educado.
Asentí sonriendo.
Me abrió la puerta invitándome a entrar, lancé un suspiro.
—Pase señorita, le llevaré a su destino.
Entré a la limusina suspirando, me sentía incómoda entre tanto
lujo. Dentro del vehículo había una nevera pequeña, con bebidas y
champán. También había cuencos llenos de gomitas, chocolate de
todo tipo y fresas. Mi estómago rugió. La limusina ya estaba pagada,
así que cogí un trozo de regaliz y lo mastiqué.
El trayecto fue relajado, mis ojos no dejaron de observar el
exterior. Las luces de los rascacielos casi me cegaban dejándolos
atrás pasando por Central Park. La limusina se detuvo en un
prestigioso hotel. Varios periodistas y cámaras se paseaban por la
entrada fotografiando a los famosos que asistían a esa fiesta.
Tragué saliva.
Me tranquilicé antes de bajarme y ser la atracción de todos esos
focos. Caminé ignorando a los periodistas y las fotos que me hacían
cuando pasé por una alfombra roja. Las manos me temblaban, todo
mi cuerpo tiritaba del frío.
Ingresé en el hotel enseñando al portero una tarjeta que me dio
Elijah. Cientos de personas iban de aquí para allá. Seguridad
infiltrada como gente de servicio, cámaras instaladas en cada
esquina. Me desplacé hasta el centro, algunos bailaban. Yo no.
Atrapé una copa de champán que me enseñó un camarero y me
bebí su contenido casi entero. Estaba sedienta. Nerviosa. Esos
lugares no eran para mí.
—Mi esposo es el mejor, me compra todas las joyas que deseo.
Bien consentida me tiene —esa vocecita y risita me sonaba.
Busqué la procedencia de esa voz.
—¿En serio? Pues Giovanni me llevo a Hawái en nuestra luna de
miel, todo fue delicioso.
Tan mentirosa como siempre.
Priscilla hablaba en un extremo de la sala con una mujer de unos
cuarenta años, los retoques en su piel eran evidentes, como
también la riqueza en sus gestos. Mi hermana estaba allí, así que
Don no tendría que estar muy lejos.
Me acerqué a ella con una sonrisa.
—Hermana mía, que excelente encuentro —hablé con veneno.
Ella se giró con los ojos abiertos y me atravesó con su veneno.
—Bianca... —espetó —. Tú por aquí.
Elevó sus comisuras forzando una sonrisa.
—¿Qué tal tu luna de miel? He oído que ya estás embarazada —
me medio burlé —. Sí que tiene puntería tu esposo.
La mujer que estaba con nosotras se despidió con un sutil beso
en la mejilla. Desapareció de mi vista en menos de un segundo.
—Así es Bianca, estoy embarazada. ¿Qué quieres? ¿Acaso no
puedes dejarme en paz y no entrometerte en mi vida? Deja a mi
esposo en paz.
Se acercó a mí tocando su barriga. Qué patética.
—Tu esposo ni siquiera te quiere. Seguro que te mata después
de que des a luz, si es que el niño es suyo. Con lo suelta que eres
no me extraña que hayas quedado embarazada de otro, porque fui
yo quien estuvo con tu marido en tu luna de miel ficticia. Qué rica
polla tiene entre las piernas.
—Cállate ya —rugió con las orejas rojas del enfado.
Se aproximó a mi amenazante, no llegó muy lejos ya que el
brazo de Luka la detuvo. Me reí de ella en su jeta, Priscilla sólo era
una niña consentida que se comportaba como una idiota. Ella no
debería haber sido su esposa. Madre cometió con grave error,
aunque claro, su sed de poder era mayor.
—¡Basta! No montéis un número aquí —exclamó llamando la
atención de algunos —. El señor Lobo está haciendo un gran trabajo
hoy, no le arruinéis algo que le importa. ¿Bianca, que haces aquí?
Me miró de arriba abajo con curiosidad, estaba guapo con el pelo
engominado. El traje le quedaba bien, sus músculos eran bonitos a
la vista.
—¿Te atreves a llamarme traidora y me preguntas que qué hago
aquí? Vete a la mierda Luka —le espeté con rabia.
—Lo siento —pareció que lo sentía de verdad —. El hombre que
me verificó que eras una impostora ya está muerto, Don se encargó
de eso cuando la DEA supo dónde estaba la isla. Confesó que
Elijah, tu marido le pagó para que me mintiera.
Priscilla se removió en los brazos del ruso.
—¿Viste a Elijah? —chilló con un grito.
—Sí —le contesté —. No me interesa eso, Luka. Pensé que
éramos amigo, empecé a confiar en ti y me traicionas. Casi muero.
No te lo voy a perdonar nunca.
Asintió con una expresión de indiferencia. Siento una punzada en
el corazón.
—¿A qué viniste?
—Necesito hablar con Don —me limité a decir.
Arqueó sus cejas.
—¿Para qué? —cuestionó él.
Me encogí de hombros.
—No es de tu incumbencia. ¿Dónde está?
Resopló con una molestia notoria, soltó a Priscilla y camino para
enfrentarme.
—En el jardín, tomando aire —contestó mirándome los labios. Me
estremecí —. Pero primero necesito hablar yo contigo.
—No, Luka. No hablo con personas que odio.
Y sin decir nada más di media vuelta ignorándolos. Me encaminé
hacia las puertas transparentes que daban al jardín artificial, cuando
estuve afuera el viento con un olor a tierra mojada me revolvió el
peinado. Los de seguridad merodeaban el sitio, así que allí estaría
Don.
Lo busqué con la mirada, lo encontré enseguida mirando las
nubes que ocultaban la mayoría de las estrellas. El humo de un
cigarro revoloteaba en su alrededor, haciéndolo verlo misterioso y
sexy. Me mojé los labios observando su trasero, uy, ese traje negro
como las alas de un cuervo sí que le quedaba bien.
A medida que me iba acercando mi estómago se contraía, los
nervios estaban a flor de piel. Cuando estaba a tan solo unos
centímetros de él, sus guardias se alertaron, pero él los alejó con un
gesto de cabeza. Poseía una mano en su hombro me fui lentamente
colocando al frente suya.
Sus ojos estaban llenos de brillos y su color verde agua estaban
más bonitos que nunca.
—Y aquí estás —afirmó negando con la cabeza.
Mi ceño se frunció.
Acuné sus mejillas atrayéndolo a mis labios y lo besé lentamente,
saboreando su olor a tabaco que residía en su aliento. Me estaba
empezando a gustar esa sensación. Pensé que me iba a seguir el
beso, pero me equivoqué.
Me alejó apretando los dedos en mis brazos de forma agresiva.
—¿Qué deseas, Bianca? —interrogó cortante.
Lamí mis labios.
—A ti —susurré mirando su boca.
Se le escapó una risita ahogada, parecía hacerle gracia algo.
—Ya. Y también buscar algo que la DEA pueda usar en mi
contra. ¿Te crees que soy gilipollas?
21

Me quedé paralizada, mirando la dureza en sus ojos y lo


cabreado que estaba. No podía haberse enterado de todo, no
porque aquello era imposible. ¿Mi plan estaba saliendo mal? ¿Por
qué? Solo seguí lo que papá y Elijah me había dicho. Seducirlo,
llevarlo a cama y darle un calmante para buscar ese chip o tarjeta
donde estaba la información.
Tragué saliva.
—¿Eh? —parecí idiota —. No entiendo de qué hablas. Yo no sé
nada de la DEA.
La sonrisa perversa que emergió de sus labios me puso la piel de
gallina.
—Tu aparente esposo trabaja desde hace casi tres años en la
DEA, con el cual casi tienes un hijo —lo escupió con asco —. Por no
decir que tú familia estuvo infiltrada en la mafia hace décadas. ¿Me
vas a decir que no tengo razón? Toda tu puta vida es una mentira.
Me hice la sorprendida. Mis labios se entreabrieron por el
evidente asombro de que lo sabía todo.
—Yo no...
Me interrumpió con su voz grave:
—¿Crees que soy un gilipollas y olvidare todo porque muevas tus
deliciosas tetas en mi cara? Puedo ser muy benevolente, pero no
me quieras ver la cara de pendejo.
Retrocedí cuando su cuerpo de gorila entrenado se abalanzó
hasta mí amenazando con aplastarme contra el suelo. No logré
escapar de él, mi tacón se resbaló con el césped húmedo y casi
caigo. Antes de tocar el suelo, sus brazos fortalecidos me atraparon
haciéndome soltar un suspiro.
Cerré los ojos y los abrí de nuevo, respirando su aroma dulzón.
Me quería morir. No podía hacer nada bien. Todo me salía del asco.
—No es lo que crees —conseguí decir.
Me ayudó a ponerme recta, cuando acabó, sus manos
abandonaron mi piel y se dio la vuelta para pasárselas por el cabello
despeinado. Mi corazón latía a tal ritmo, que se me saldría del
pecho en cualquier momento.
—No es lo que creo, ¿verdad? —se volteó para verme con una
rabia absoluta —. ¡Fiorella!
¿Fiorella?
Me quedó descolocada con lo último.
Una mujer bellísima apareció de unos grandes arbustos, con un
vestido de tan bonito que dejaba al mío como una baratija. Se hizo
paso entre los hombres de Don, mientras este la miraba con un
extraño brillo de ojos.
En unos segundos esa mujer, la tal Fiorella estaba en frente de
mí. Sus piernas eran esbeltas y su belleza aumentaba cada vez que
estaba cerca. Sus hebras rubias eran ondeadas por la brisa y sus
labios rosas formaban una presuntuosa sonrisa. Tenía unos pechos
voluptuosos, Don no dejaba de mirarlos.
En mi pecho algo se sintió como una punzada. Él no podía mirar
a las demás así, solo a mí. Yo era su verdugo disfraza de una bella
flor, ahora era una flor pisoteada, porque el plan ya no existía.
Debía salir de allí antes de que me matase.
—Mucho gusto, ragazza —sonrió con suficiencia —Es bastante
linda.
Respiré hondo, me costaba mucho respirar. Me sentía como una
oveja indefensa a manos de dos lobos hambrientos de poder.
—¿Qué pasa con ella? ¿Quién es? —pregunté asqueada.
Fiorella puso los ojos en blanco y soltó una risita molesta.
—Se llama Fiorella Ricci y es mi contacto en la DEA,
casualmente te ha visto allí junto con tu esposo y tu padre. Claro,
preparando planes de cómo destruirme. Lo sé todo, Bianca. Aquello
de la isla sólo era un juego de ese Elijah, fui demasiado imbécil al
creerle.
La furia de Giovanni se palpaba en sus palabras. Me hería no
poder cumplir con mi palabra, saber que ese malnacido tenía más
poder del que pensaba. Él podía ser muy idiota, muy agresivo, pero
defendería lo suyo, aunque no quisiera tenerlo. Cómo a Priscilla, y la
prueba de ello estaba en mis dedos.
—También soy su ex —agregó ella —. Eres tan tonta por pensar
que la DEA te dará lo que quieres. Pobre ragazza ingenua. Ellos son
peores que la mafia, tienen planes tan malos que no soportarías
saber.
Alcé mi cabeza con la quijada bien alta.
No me daban miedo, no iba a rebajarme a pedir disculpas. Yo no
me arrodillaba ante nadie, tampoco le lamería la suela de los
zapatos a Giovanni Lobo. Lo sabían todo, sí, mi plan había
fracasado, sí.
Si tendría que morir a manos de esos desgraciados, sería con la
cabeza bien alta. Primero dignidad.
—Los ingenuos sois vosotros. ¿Creéis que seguiréis con el chollo
de la mafia por mucho tiempo? —me salió una risita y conecté mi
visión con la de Don —. Tú ni siquiera sabes cómo manejar un
imperio de la droga como el que tienes. Y tú —me dirigí a la mujer
—. Eres tan baja persona que no te importa traicionar a tus colegas
por un hombre como este. Eso es. Tienes que estar enamorada de
este monstruo para contarle todo lo que tu organización hace. Eres
despreciable. Yo no soy mucho mejor que vosotros, solo busco mi
libertad. Y esto es lo que voy a hacer hasta que me maten. Hacedlo
ahora, pegadme un tiro en la puta cabeza y acabemos con esta
mierda.
Había alzado la voz tanto, que algunos de los invitados salieron
al jardín en busca del chisme. Tragué saliva sintiendo sus miradas,
retrocedí. Necesitaba salir de ese lugar. Necesitaba escapar. No iba
a ir a la DEA, no me iría de nuevo con ese mafioso. Huiría a otro
país, donde nadie pudiera encontrarme.
Fiorella aplaudió sonoramente con una sonrisa en sus labios,
tenía ganas de quitársela de un puñetazo.
—Excelente discurso. Te felicito —se burló.
Don la empujó sin querer para poder pasar y agarrarme del
brazo, su contacto me hacía daño así que intenté zafarme miles de
veces, pegándole en el hombro, en el pecho, en todos los lugares.
Él no cedía. Sus dedos se habían clavado tan profundo en mi piel,
que temía que aquellas marcas se quedaran grabadas para
siempre.
Me alejó de todo el mundo, Fiorella no se inmutó. Me caía mal
esa tipa. ¿De qué iba? No era la diva se creía. Era una persona
rastrera y tonta.
Giovanni me guio hasta el final del jardín, dónde los arbustos
grandes y los árboles gigantes nos daban privacidad. Demasiada
para mi gusto. Sus hombres seguían por la zona, revisando que él
estuviera vivo y que yo no pretendía matarlo.
—¿Qué es lo que buscas, Bianca? —preguntó en mi oído. Me
estremecí —. ¿Dinero, poder...?
—Libertad.
Me soltó y me empujó con furia haciendo que mi espalda
aterrizara en el tronco de un árbol. El impacto fue de tal fuerza, que
uno de los tirantes de mi vestido se quedó atrapados en una afilada
rama y se rompió, dejando uno de mis pechos casi desnudos.
Siempre tenía la mala suerte de acabar desnuda para él.
Giovanni no pudo resistirse, observó con interés mi cuerpo
acercándose amenazador hacia mí. No me moví. No podía. Sus
brazos se posicionaron encima de mis hombros dejándome
inmovilizada contra el árbol. Podía besarme en las zonas que
quisiese, sabía que tenía las mismas ganas que yo. Sus labios
todavía estaban a una distancia considerable, su cuerpo se pegó
tanto al mío que se me olvidó todo lo que estaba pasando en mi
caos de vida, solo sentí su piel dura y su cosita entre las piernas
apuntándome desde dentro del pantalón.
—¿Sabes qué es lo que quiero yo? —me miro la boca y se
relamió.
Mordí mis labios para excitarlo.
—Follarme —susurré, eso era lo que quería.
El punto débil de Giovanni eran las mujeres. Yo era una muy
astuta y bella, lo usaría en su contra, en ese momento, porque mis
días seguramente estaban contados.
—No —negó frío, llevó su mano a mis labios y con sus dedos lo
acarició.
Juro que me estremecí de tal manera que hasta perdí el aliento.
El miedo resurgía en mis entrañas con cada caricia, después
vendría algo peor que su ardiente contacto.
—¿No? —curioseé tragando saliva.
Me pegué a él rozando nuestras bocas, haciéndole saber que
quería exactamente eso. Tal vez también lo quisiera yo. El peligro
era la llama que consumiría mi infierno, ese peligro se llamaba
Giovanni Lobo, o solo haría que las llamas se volvieran más
ardientes y un fuego comenzara a destruir todo a su paso.
Elevó las comisuras forzando una sonrisa amarga. Sus ojos se
habían teñido de un verde oscuro mortal.
—Quiero que te vayas de mi vida en este momento, te quiero
fuera de la mafia y sé que solo lo conseguirás con esto —se alejó,
dejándome helada.
Buscó algo en los bolsillos de dentro de su saco, su expresión
era seria, neutral. Opacó su deseo, su seducción, su astucia. En sus
dedos un UBS negro permanecía escondido, me lo cedió y lo cogí
sin entender nada.
—Esa es tu salvación. En este UBS tienes las rutas que tomaré
en fin de semana para llevar la droga a Italia y a España. No seas
tonta y úsalo, es la única oportunidad que tienes para salir de aquí.
Dáselo a los agentes de la DEA está misma noche, en la habitación
de tu hotel tienes una nueva identidad con un billete de avión a
Londres.
Fruncí mi ceño observando sus cejas casi juntas.
—¿Por qué me lo das, así como así? ¿Es una trampa? —
cuestioné clavando mis uñas en el pequeño UBS —. Giovanni no
puedo confiar en ti después de todo el infierno que me hiciste pasar.
Sonrió amargamente, negando con la cabeza. En sus ojos había
dolor.
—Nunca lo vas a entender —afirmó como si hubiera algo que no
podía saber —. Siento haberme comportado como un gorila
cachondo, siento cortar tus dedos tan cruel disfrutando de ello y
lamento haberte hecho la vida imposible. No es mi intención
hacerles daño a las mujeres, merecéis mi respeto. Huye ahora,
Bianca. Confía en mí por una vez en tu vida.
—No sé si quiero algo de ti.
—Eres una cabezota, vete de una puta vez de aquí. Si
permaneces entre los lobos solo serás carne fresca por cazar, me
incluyo entre ellos.
—Esa carne fresca está envenenada.
—Esa carne fresca envenenada es adictiva. Cuídate, Bianca.
Entonces, se fue. Se marchó sin decir nada más, sin mirar atrás
para verme descompuesta allí atrapada entre ese árbol y mi
consciencia.
Me había dado la llave que lo llevaría al infierno.
Él se había condenado. Y Creo que yo también.
��
Horas después
Permanecí callada en el interior de la oficina del General. No
había nadie más que yo, su secretaria estaba follando con algún
hombre en los baños del edificio.
Tenía que darme prisa. Encendí el ordenador introduciendo el
UBS en un lateral de la torre, la contraseña fue demasiado fácil. En
unos minutos ya me encontraba buscando el archivo de Don. Pero
hubo algo que me lo impidió.
—Inserte código de seguridad para continuar —ordenó la voz
robótica que salía de los altavoces del ordenador.
Mordí mis labios metiendo unos dígitos aleatorios.
—Incorrecto. Tiene dos oportunidades más —afirmó el robot.
Recordé la última vez que había estado allí, el General encendió
el ordenador a mi lado, para hacerme una ficha por si cambiaba de
opinión sobre lo de hacerme agente la DEA en un futuro. Recuerda.
Recuerda.
1. 6. 9. 1
—Correcto.
Esbocé una sonrisa moviendo el ratón con velocidad y abriendo
los archivos.
Allí estaban, todas sus rutas, los nombres de sus socios, la suma
indecente que estaba ganando distribuyendo la droga por los
países. Aquello era una locura, no parecía real. Como si hubiera una
trampa en todo eso los revisé uno a uno, saber aquello me daba
poder. Muchísimo. Saberlo antes que la DEA era esencial, no
metería la pata con gente tan importante dándole archivos falsos.
Era real.
Giovanni no me había mentido. Por primera vez me había
contado la verdad, aunque no le hice caso en eso de darle el USB y
huir. Ya tendría tiempo. Ellos ya venían en camino, deberían llegar
en minutos.
Una llamada entrante me asustó, provenía de mi bolso. Busqué
mi nuevo teléfono descubriendo que Elijah me llamaba.
—¿Lo tienes? —se oía ansioso —. El General irá en unos
minutos, tu hermano, tu padre y yo estamos en la puerta del edificio.
Sonreí sentándome en la silla del escritorio.
—Todo está aquí. Todo —susurré colocándome el teléfono bien
en la oreja.
—¿Te hizo algo? —preguntó preocupado —. ¡O Dios mío lo
tenemos! ¡Ese cabrón irá a la cárcel!
Pero entonces sucedió.
En la pantalla de ordenador saltó una notificación de alarma, y
después una cuenta regresiva cuyos números iban retrocediendo. El
USB emitió varios ruidos, acompañados de sonidos secos que
fueron por las paredes hasta llegar a mis oídos, las luces que
desprendía ese objeto no eran normales.
—Error. Error. Error en el sistema. Finalice la cuenta regresiva
antes de detonar.
Estaba helada, aspirando con dificultad. No podía creerlo.
—¡Biancaaaa! ¿Qué está pasando? ¿Por qué habló de detonar?
¿Dónde estás?
Traté de moverme, salir de ese despacho. Me desplacé hasta la
entrada y tiré del pomo para abrirla, no pude. Se había cerrado
desde fuera. Grité con todas mis fuerzas, pataleé las puertas con
mis puños y mis patadas.
—¡No puedo salir! ¡Va a explotar y no puedo salir! —mis lágrimas
me empañaron los ojos y mojaron el teléfono de mis manos.
—Bianca...
—Sistema descodificado. Iniciando la autodestrucción del
sistema, empieza en diez...
Elijah gritaba por el teléfono cosas incomprensibles. No lo oí,
para poder tirar la puerta o hacer que se abriera de una vez.
—Nueve.
Me dañé el hombro cuando intenté salir por las fuerzas.
—Ocho.
—¡Auxilio! ¡Por favor, abran la puerta! ¡Estoy en peligro!
El contador no cedía.
—Seis.
—¡Ayúdenme! ¡Por favor! —chillé asustada.
—Cinco.
—Cuatro.
—Tres.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, la puerta se abrió con un clic.
En el pasillo no había ni un alma, las luces estaban apagadas y
supe que la secretaría se había ido.
—Dos.
Corrí incluso cuando mis pies se enredasen, sería una bomba
pequeña, lo suficiente para que explotara por los aires el ordenador
junto con mi cuerpo.
—Uno —mi cuerpo tembló antes del desastre.
La agresividad de la explosión me empujó por los aires cuando
apenas había salido del despacho, el ruido se clavó en mis oídos
haciéndome sangrar por ellos. Di vueltas de campaña en el duro y
frío suelo llevándome los cristales de las ventanas rotas adheridos a
mi piel.
Pensé que era el fin de Don.
Qué equivocada estaba.
El rey de la mafia apenas estaba emergiendo de entre las
sombras de su crueldad.
Y yo, vi la muerte desde frente.

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