El Don - Selena Bonnet
El Don - Selena Bonnet
El Don - Selena Bonnet
Primera edición.
Título Original: El Don
©2021 Selena Bonnet
Diseño de portada y maquetación: Selena Bonnet
Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, distribuida o transmitida en
cualquier forma o método mecánico, sin el permiso previo por escrito del editor,
excepto en el caso de citas breves incorporadas en revisiones críticas y ciertos
otros usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.
Todo lo que contiene la obra es pura ficción. Todos los nombres, personajes e
incidentes son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con
eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es totalmente casual.
Dedicatoria
No intento que esta historia sea una comedia romántica, aquí todo
es cruel, malo, tóxico, mero entretenimiento. Se intentan matar entre
ellos mismos, no están luchando por el amor, por lo menos en este
libro.
´
1
Era un paraíso para mis ojos y lo recorrí con gusto utilizando mis
manos en el proceso. Su cuerpo reaccionó ante mis caricias,
excitándome aún más de lo que estaba ya. Volví a deslizar mis
dedos sobre sus pechos desnudos, no estaban nada mal. Posicioné
las manos debajo de sus tetas y jadeó como respuesta. Me dieron
unas ganas terribles de comerla ahí mismo.
De arrancarle las bragas y follarla salvaje por el culo.
Esa mujer era una tentación.
—¿Qué mierdas haces? —preguntó con enfado.
Me deleité un momento más antes de mirar a sus ojos cristalinos.
Era jodidamente hermosa, mucho más que mi esposa. Priscilla era
una cagada de vaca y ella una diosa de la belleza. Bianca era
caliente y su cuerpo gritaba a sexo.
Y yo ansiaba meterle la polla y dejarla dolorida un mes por
desobedecerme.
Ninguno de mis hombres lo hizo jamás. Ella tan solo llegó y tuvo
el descaro de maltratar lo que es mío. Nadie toca lo que es mío.
Nadie. Porque las consecuencias siempre serán peor. No podía
dejar que eso volviera a pasar, tampoco quería hacerle daño porque
era una mujer. No maltrataba a las mujeres, me enseñaron eso
desde que era un bambino. Así que utilicé una de mis torturas
menos crueles. Me dio pena oírla sollozar, pero me excitaba tenerla
cerca.
Y maldita sea cómo me excité.
Me sentí un jodido psicópata.
Sé que me odiaba por eso.
A mí solo me daban más ganas de hundirme en ella como un
completo desquiciado y hacerla mía. Estaba seguro que no era igual
de mustia cómo su hermana, que se tumbaba en la cama y no
movía ni un dedo. La manera en la que se meció suavemente no
siendo consciente sobre mi erección me lo confirmó.
La quería para mí.
Todo su excitante cuerpo.
Era perfecta, joder. Me sentí prendado al segundo de que me
retará.
Le regalé una sonrisa torcida, un segundo después ya estaba
entre el canalillo de sus pechos saboreando su piel cremosa. Bajé el
agarre de la cintura hacia sus nalgas y las apreté haciendo que su
intimidad, seguramente húmeda, se chocará contra mi miembro
ardiente. La pequeña arpía intentó zafarse de mi agarre.
—¡Suéltame, maldito! —chilló contra mí oído —. ¡Ayuda! Quieren
abusar de mí.
Jadeó cuando metí su pezón erecto en mi boca mordiéndolo con
una sonrisa.
Sus movimientos solo me ponían a mil. Se movía intentado
zafarse de mi cuerpo, pero los dos sabíamos que estaba disfrutando
de mis caricias. Contenía en su garganta gemidos de placer que
estaba decidido a sacarle. Sus pupilas estaban dilatadas y sus
mejillas rojas.
—No seas tonta, yo no violo. Solo me follo a las chicas que
quieren ser folladas. ¿Quieres que te folle aquí, Bianca? —cuestioné
lamiendo su pezón.
Soltó un chillido y la dejé ir. Jugar con ella era divertido.
—¡Claro que no! —se negó con ferocidad, levantándose de mi
regazo y alejándose para subir de nuevo su albornoz —. No vuelva
a tocarme. Eres un maldito violador, ¿también quisiste abusar de mi
hermana la noche de bodas? Debería darte vergüenza tocarme
sabiendo que tu esposa puede estar en peligro.
Me incorporé sacudiendo mi cuerpo del polvo y la suciedad del
suelo. Oh joder. Esa mujer sí que tenía ovarios para decirme las
cosas a la cara. No iba permitir ni un segundo más que me hablará
con ese noto.
—Tú hermana me espero con las piernas bien abiertas. ¿A eso le
llamas violación? Sus gritos no eran precisamente de asco —le
informé con una sonrisa. No sabía que mierda me pasaba. Sonreír
no era una de mis facetas —. Baja el tono conmigo, ya sabes lo que
puede pasarte si vuelves a retarme.
Entrecerró los ojos y puso una mueca de asco.
—¡No necesitaba esa información! —escupió con la pistola entre
sus manos.
La reconocí enseguida, era la de Luka. Ese maldito imbécil la
había dejado sola mientras esos cabrones osaron a penetran mi
hogar. Si tan solo no fuera mi amigo, ya le hubiera cortado la
cabeza. Ahora estaban todos muertos, yo mismo rompí sus huesos.
Aunque puede que haya uno que otro más, no lo creo.
Se aclaró la garganta cuando le arrebaté la pistola de sus manos
y la guardé junto a la mía atrás de mi espalda.
—¿Qué haces? ¿Cómo me defenderé?
Mis ojos siguieron la sangre que brotaba de su pie. Estaba
descalza y la venda que protegía la herida de sus dedos cortados
sangraba. No era médico. Pero eso no era bueno. Maldita sea, la
chica bonita se me desangraba.
—No necesitas defenderte. Mi mansión nunca dejó de ser segura
—gruñí —. Tu pie sangra, ven aquí.
—Pues muy segura no será, cuando tus enemigos entraron y
casi nos vuelan la cabeza.
Con un movimiento rápido la sostuve entre mis brazos y avancé
hasta la salida con sus chillidos. Golpeó mi pecho varias veces e
intentó saltar de mis brazos. Cedió en unos minutos cuando se
cansó de hacer el idiota. Sus puñetazos eran como golpes de
plumas, hasta me hacían cosquillas.
Suspiró cansada.
Estaba incómoda porque sus músculos se mantenían tensos
como una roca. No estaba acostumbrada a mi masculinidad, era
comprensible.
—¿Dónde me llevas? —preguntó.
—Iremos a Italia. Allí todo será más seguro.
Crucé un pasillo oscuro, las ventanas estaban abiertas y observé
el césped del jardín de mi mansión destrozado. Esos rusos de
mierda me declararon la guerra hace horas, y solo porque me follé a
la hermana de mi ex socio ruso. Cerraron todos nuestros tratos y
rutas de droga. La chica había dicho que la había seducido y por
eso perdió su virginidad conmigo. El prometido se juntó con el
hermano y declaran una guerra contra la famiglia. Su coño estaba
más usado que mi polla. Y mira que yo la he usado.
En fin.
Lo solucionaré porque este problema es un grano en el culo. Soy
el que manda en toda la puta mafia. Todos me tienen miedo por mis
crueles venganzas y todo lo que hice cuando era pequeño. Subí de
rango tan solo unos años después de mi tío Antonelli muriera en mis
manos y mi padre se retirará.
No podía dejar que ninguna mujer destrozara mi imperio. Así que
la mande matar y mis sicarios de Rusia lo hicieron bajo mis
indicaciones.
La joven que retenía en mis brazos tenía la mirada perdida.
—¿Dónde está mi hermana y por qué vamos a Italia? —preguntó
de repente —. Seguro hay otros lugares más seguros.
Bajé las escaleras para llegar al primer piso, donde estaría
mi consigliere encargándose de todo este desastre. Algunos de mis
hombres murieron por defenderme, sus familias serán
recompensadas con una suma de dinero aceptable.
Puedo ser malvado.
Pero si me eres fiel te lo recompensare.
Lamió sus labios inocentes y ni quiera me miró.
Joder.
Las ganas de follarla no se iban. Quería hacerlo para desfogarme
porque verdaderamente mi día iba de mal en peor.
—¿Qué pasó? ¿Por qué esos hombres te atacaron?
Respiré duro.
—Demasiadas preguntas —conteste cortante—. No tengo
ánimos para responder.
Me ponía desquiciado que hiciera tantas preguntas y fuera tan
curiosa, pero sus labios me desquiciaban más. Deseaba besarla y
explorar a mi antojo el interior de su boca. Hacerla mía por ahí
también y que se tragara mi semen mientras lamía la punta de mi
miembro.
Santa mierda.
Oh joder.
Mi erección creció y chocó contra la tela de mi pantalón, el dolor
se intensificó con el poco espacio que tenía mi amigo allí abajo.
Necesitaba aliviarme enseguida.
Y esta puta solo hacía más que ponerme caliente con todo su
cuerpo rozando el mío.
La primera planta estaba vacía, en silencio. No había ni un alma.
En silencio recorrí con mis pies el poco camino que quedaba hacia
la salida. Allí mis hombres me esperaban con sus coches y sus
armas. Un par de cuerpos estaban en el suelo con charcos de
sangre, eran los cadáveres de mis defensores. Entré solo para
buscar a la hermana de mi esposa. No era tan cruel de dejar que la
mataran.
Ese gusto lo quería yo.
Porque esa mujer era un peligro para mí.
Una tentación prohibida que pondría mi rango pendiendo de un
hilo.
Ella era mi perdición.
La llama que amenazaría por consumirme.
Y desde el principio lo sabía.
—Señor —llamó uno de mis hombres. No veía a Luka por
ninguna parte —. Su padre fue uno de los fallecidos. Le ofrezco mis
condolencias.
Pestañeé varias veces girando mi rostro, para ver cómo sus ojos
no quitaban la mirada de mi boca. No era un buen momento para
besarlo, y tampoco lo haría por nada del mundo.
En un segundo estaba riéndome como una desquiciada, sí, me
estaba burlando de un mafioso que podría hacerme papilla y qué, de
hecho, ya había abusado de su poder conmigo cortándome los
dedos de los pies. Pero, es que parecía tan idiota proponiéndole eso
a la hermana de su esposa.
El punto débil de Giovanni Lobo eran las mujeres.
Y lo usaría en su contra.
—Mira, voy a tutearte —me tranquilicé la risa posicionando una
mano en mi pecho —. Quédate grabado bien en tu mente que nunca
me vas a poder tocar de la manera que quieres, porque yo no soy
una de tus putitas que te menean la cola. Nunca seré de nadie,
porque nadie tiene el suficiente dinero para comprarme.
Sonreí con suficiencia bajándome el vestido que se había subido.
Estaba harta de esta mierda. Las ganas de saltar del auto en
marcha estaban sobrepasando en mi mente. Respiré hondo y ni
siquiera lo observé, solo pude oír la respiración de Don.
—Poseo el dinero para comprarte —soltó con los dientes
apretados erizándome la piel —. ¿Quieres una joya? La tendrás.
¿Quieres una mansión en Hawái? Solo tienes que decírmelo. Puedo
dártelo todo. Dime, Bianca. ¿Qué quieres a cambio de que seas
mía?
No quité la mirada del cuenco de chocolate que había en de las
estanterías bajas de ese coche lujoso, había una nevera con agua
fría que necesitaba pasarla por mi garganta. Todo mi cuerpo
quemaba.
Ardía como si me consumiera las llamas de infierno.
Y era por su maldita cercanía.
—Puedes darme algo que quiero —pronuncié desenvolviendo el
papel metálico del bombón y llevándomelo a la boca.
No podía girar a mirarlo.
Su cuerpo se inclinó al mío, sentí el contacto de sus dedos fríos
chocar contra el borde de mi vestido.
Tragué duro y el aperitivo de chocolate se quedó atorado.
—Dime, preciosa.
Su mirada, esos ojos en mi piel. Quería arrancárselos por
hacerme sentir esas extrañas sensaciones. Unas que no quería
tener.
—Dame mi libertad —ahora sí lo miré.
Su ceño se arrugó al oír mi respuesta, esbozó una sonrisa ladina
y quitó su mano de mi muslo para acomodarse el cabello.
—¿De qué hablas? Tienes tu libertad. Puedes salir dónde
quieras, no puedo darte lo que ya tienes.
Negué con la cabeza.
Una opción viable estaba en mis narices, no iba a desperdiciarla.
Huiría como siempre lo había hecho, de una manera buena o mala,
pero lo haría.
—Quiero salir de la mafia. Borrar todo mi historial aquí y crear
una nueva vida —desvié la mirada porque mis ojos se llenarían de
rabia —. Mi madre se mantiene encadenándome en sus cadenas de
oro. Necesito salir de esta mierda, y eso es lo que puedes darme: La
libertad. Huir a otro país. Hacer una vida nueva y olvidar mi pasado.
El rostro de él se volvió neutral.
—No te quiero lejos de mí —gruñó ansioso.
—¿Soy un capricho para ti? Eso es —me reí —. Obtener mi
libertad es lo único que hará que sea tuya por unos días. Sin
importar cuando te odie. Porque es inevitable sentir algo bonito por
un monstruo como tú.
La mano de él impactó en mi cara de nuevo, me abofeteó con
tanta fuerza que mi cabeza se golpeó contra la ventanilla. Estoy
segura que después de eso me saldría un gran chichón en mi frente.
Mi lengua filosa hizo de las suyas de nuevo, me sentía tonta, era
obvio que ese mafioso con poca paciencia me pegarías las veces
que fuera necesarias, porque mandaba. Me sobé mi mejilla
mirándolo con odio entrecerrando los ojos. Sus facciones eran un
jeroglífico indescifrable.
—Respeto, Bianca —recordó —. Mantén tu respeto hacia mí
siempre. No quieres volver a estar en mi sótano, ¿verdad?
—Eres un... —me silencié cuando una lágrima rodó por mi
cachete.
—Si te pareció un infierno mi habitación de Nueva York, no te
puedes hacer una idea de cuán puedo hacerte sufrir en la de Italia.
No te la juegues. Esta vez no será dos dedos del pie.
Me odie a mí misma por llorar ante su mirada expectante y
malvada.
—No quiero verte nunca más —murmuré.
Su rostro enfurecido se pegó a mi frente, los dedos de ese ser
malévolo de curvaron en mi nuca haciéndome daño. No podía
respirar por su cercanía.
—Está vez será la pierna entera, bonita —sonrió enseñando los
dientes blanquecinos —. Rajaré con mi cuchillo tu bello rostro y te
usaré como una muñeca de trapo. Follándote cuando se me antoje.
Y cuando me canse de ti, te mataré, puta.
—Violador —sentencié. De nuevo mi lengua y mi impulsividad al
decir las cosas.
Proyecté mis manos contra su pecho duro y lo alejé de mí con la
fuerza que pude reunir. No sé cómo sucedió, porque mis impulsos
fueron rápidos y fugaces. Un segundo después estaba sentada en
su regazo, con el vestido roto, golpeando su cuerpo con violencia.
Chillaba y parecía una loca arañando su cuello porque nunca antes
me habían tratado así.
Nadie se merece ser violado o violada por engendros.
Seguramente eso haría el conmigo.
Nadie merece una vida llena de sangre y crueldad.
Yo no merezco esto.
—No merezco que un mafioso egocéntrico y caprichoso quiera
que sea su muñeca sexual —abofeteé su mejilla, ni siquiera se
inmutó —. ¿Te enteras? No quiero nada de ti, solo quiero vivir en
paz. ¡Qué me dejes vivir en paz! ¡Qué todos me dejen vivir en paz!
Se mantenía mirándome, no sé defendía, no le dolía mis golpes.
¿Por qué? Le estaba pegando fuerte, demasiado para que ni
siquiera se moviera e intentará pararme. Retrocedí para sentarme
en mi lugar, había cometido un error al saltar sobre él y centrar mi
rabia en golpes violentos, todos esos golpes me los devolvería de la
peor manera. Pero sus firmes dedos se hundieron en mi cadera.
Entonces sentí algo duro rozar con la tela fina que cubría mi
intimidad. Santa puta mierda. La erección de su pantalón chocó de
nuevo contra mi centro, cuando amarró mis manos con sus dedos y
las dirigió a mi espalda para inmovilizarme.
El coche se detuvo y los botones de mi vestido explotaron. Sonrió
mirando mis pechos relamiéndose los labios.
—¡No! —intenté zafarme, pero solo provoqué que su miembro
erecto se chocase más en mi centro y casi gimiera —. ¡Ni siquiera lo
pienses! ¡No volverás a hacer lo mismo que ayer!
—Cálmate y disfruta.
Se zambulló al hueco de mis senos y lamió esa parte, intenté
controlar su boca que descendía al pezón derecho, pero no podía.
La humedad de su boca calentó mi pezón y lo saboreó
descaradamente, después lo mordió y se alejó de mi pecho.
—¿Quieres que siga? —acarició mis nalgas aflojando el agarre
en mis manos.
¿Por qué mierdas quería que sí? ¿Por qué estaba mojada por él?
Dios mío, ¿qué me estaba pasando? Ya no podía controlar ni mis
propios deseos.
—No —mentí. Era obvio que quería. Lo ansiaba.
—Tu mirada me dice otra cosa —aseguró moviendo los labios
lentamente.
Se acercó a mi cuello y estampó suaves besos cálidos en mi piel.
El hormigueo en todo mi cuerpo era incesante.
—Dije que no —. En realidad, era un sí.
Lamió y chupó. Provocándome. Excitándome. Torturándome.
—Estoy estresado, bonita—comentó sin dejar de marcar mi
cuello con sus besos —. Te castigaré azotándote las nalgas por ser
una niña mala e irrespetuosa.
Ahogué un grito desesperado.
¡Maldita sea! ¡Maldito él! Ojalá la mala fortuna se posará sobre su
vida. Lo odiaba, pero esa atracción sexual no sé iba. Seguía
matándome.
—Vaya, Giovanni —una voz masculina que no conocía penetró
mis oídos —. No pierdes el tiempo, hombre. Deja un poco para los
demás.
Un hombre casi igual a Don, pero más joven abrió la puerta del
auto viéndonos con diversión. Estaba vestido con una camisa
blanca y pantalones negros. El chofer atrás de él bajo la cabeza y
jugó con sus dedos. Mi acosador me estrechó a él tapando por
completo mi desnudez, pude apreciar cómo mis pezones duros
frotaban su frío y duro pecho. Un sonidito emergió de su garganta.
¿Porque siempre acababa estando desnuda delante de él?
Tenía ganas de vomitar.
—Lo siento, señor. Insistió en abrir la puerta, yo le dije que
estaba en un momento privado con la joven...
Don hizo callar al hombre con un gesto de mano.
—No empieces a joderme, Sergie —rugió él hacia el chico
desconocido —. ¿Dónde mierdas está Luka? Cierra la puta puerta y
ocúpate del maldito jet privado. ¡Ahora!
El chico levantó las manos y rio cerrando la puerta.
—Como digas, jefe.
Antes de que pudiera hacer algún movimiento me zafé
torpemente del agarre de Don, salté sobre su regazo y salí del
vehículo tapando mis senos. El lugar parecía ser la parte trasera de
un aeropuerto, solo que había un avión blanco. Bajé mi vestido
porque me sentía como una puta.
Las miradas de los hombres de ese mafioso no me ayudaban a
sentirme mejor. Todo estaba rodeando.
—Señorita —musitó Sergie. ¿Quién era él? —. Le ofrezco mi
saco para protegerla de las miradas lujuriosas.
Me guiñó un ojo.
Acepté que me pusiera su saco de color negro, no objeté nada, ni
dije nada. No podía. Era una tonta por comportarme así con Don.
Temía por mi vida al llegar a Italia. ¿Sería verdad sus amenazadas?
¿O solo lo decía para que me comportara bien con él?
No podía ser más rebelde con Don.
Tenía que pensar bien las cosas antes de hacerlas.
Debía elaborar un plan. Uno que funcionará bien.
—Gracias —le agradecí.
La presencia de Don me perturbó cuando estuvo a unos metros
de mi espalda.
—¿Qué coño haces aquí? –cuestionó él, cerrando la puerta del
auto y dirigiéndose a nosotros.
Hizo varias señales para que sus hombres empezaran a
moverse. Cuatro de ellos subieron al avión. Y otros cinco se
quedaron supervisando el lugar.
Sergie puso en blanco sus ojos y suspiró.
—Hermano, vaya bienvenida de mierda —se quejó.
—Cállate —masculló —. No te quiero aquí, Sergie. No después
de que sembraras el caos en mi mafia.
—Agua pasada —sonrió.
—¿Me pagarás? No tendré piedad de ti, quiero mi puto dinero
ahora —se abalanzó a él, pero gracias a Luka no le metió con el
puño en la cara.
Don estaba furioso.
Y su hermano solo se reía.
—Tuve que matarte a los once —sentenció Don —. Más que me
das disgustos.
—¿Y librarte de este grano en el culo? —cuestionó —. Creo que
no. Vamos, hermano. Tendrás el dinero en Italia. Vine a verte, me
enteré de que papá murió. Golpe duro para la familia Lobo.
—¿Quién te informó? —preguntó, empujando a Luka —. Maldita
sea, puedo controlarme, ¡suéltame!
—Los rusos.
Los agujeros de la nariz de Giovanni se expandieron.
—¿Qué mierdas haces hablando con los rusos? Hijo de puta,
como me enteré que haces tratos te mato, te cortare en pedacitos....
—Están tramando algo, y tu esposa está metida.
Me quedé helada, porque la mirada de todos se posó en mí. ¿Mi
hermana? Joder. Ella no estaba en ningún lío de la mafia rusa.
—Priscilla no puede hacer nada contra Don, solo se preocupa de
cómo están sus uñas o lo bonito que quedó su cabello. No mataría
ni a una mosca. Por no hablar de lo torpe que es —expliqué
intentado salvar el pellejo de mi hermana —. Así que, creo que te
has confundido. Mi hermana no se metería en la cueva del lobo.
Sergie estaba parado examinándome. En cambio, Don y Luka no
lo hacían, observaban al recién llegado con confusión.
—Puede que no sea Priscilla —respondió.
Don apretó la mandíbula.
—¿De qué hablas?
Me tensé.
—Estoy hablando de qué la chica que está haciendo pactos con
los rusos es su hermana —aclaró Sergie.
—¿Bianca? —cuestionó Luka.
Mi boca calló al piso. No podía creer que me estuviera culpando
de algo que no había hecho. Ni siquiera había tenido la oportunidad
de hablar con esos rusos y tampoco lo haría. Quería salir de la
mafia, no meterme más en ella.
—¿Yo? —chille —. ¿Crees que me la jugaría así? Por favor,
estás acusando mucho a mi familia. Tal vez él que esté haciendo
tratos con esos rusos eres tú.
Me abracé a mí misma porque hacía un frío que helaba los
huesos. Las manos de Giovanni se curvaron en mis caderas, así
que me moví evitando que me tocara. Me lanzó una mirada de
enojo.
¿Dócil o salvaje?
Prefería lo segundo. Pero elegí lo primero.
—Mira, sí sabe hablar —sonrió el hermano de Don.
—Si es verdad que Bianca está traicionando... —no le deje
terminar.
Me acerqué a él y lo reté, ahí, delante de esos hombres.
—¿Crees que lo haría? Puedo ser tu puta peor pesadilla y una
rebelde que no ataca tus órdenes, pero no me metería en otra mafia
para destronarte de tu trono de la droga o lo que sea que quieran
hacer.
Claro que lo haría, si tuviera la oportunidad. Lo odiaba, pero en
ese momento debía ser lista. Más que todos ellos juntos, pero no
haría tratos con rusos porque eso significaba entrar en otro infierno.
Y yo lo que quería era huir.
Estaban culpándome por una razón y necesitaba descubrirla.
Don se rascó la barbilla con indiferencia.
—¿Por qué tendría que creerte? —interrogó su hermano —.
Acabas de llegar a su vida. ¿Qué intenciones tiene tu familia?
—¿Que qué intenciones tengo? ¡Yo ni siquiera quiero estar aquí!
—grite sin control, llena de furia —. Esto es absurdo. Podéis creer lo
que queráis, matarme si así os sentís más a gusto. Pero yo no estoy
haciendo tratos con nadie.
Me dispuse a alejarme de ellos porque no aguantaba más la
situación. A mi espalda todavía seguían hablando.
—Señor, deberías domarla ya —comentó Luka.
Sergie se carcajeó.
—Hermano, está chica te traerá muchos problemas.
Un segundo después, el avión privado que estaba a metros de mi
explotó por los aires, envolviéndolo de una bola de fuego y humo. El
caos fue lo único de lo que fui consciente. Los gritos desesperados y
ese olor a quemado que empezaba a asfixiarme.
La explosión me empujó al suelo, perdí la consciencia por el
impacto en mi cabeza.
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