LaCiudaddelasNubes EduardoAbelGimenez
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LaCiudaddelasNubes EduardoAbelGimenez
de las Nubes
Eduardo Abel Gimenez
PLAN NACIONAL DE LECTURAS
Coordinación: Natalia Porta López
Edición: Teresita Valdettaro
Corrección: Cecilia Biagioli
Diseño y diagramación: Elizabeth Sánchez
Ilustración de tapa: Verónica Varela
© Eduardo Abel Gimenez
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Bajo la mirada al pupitre, busco una hoja en blanco en mi La sonrisa de Alina le enciende los pómulos, donde hoy,
carpeta y corto una tira de papel. Escribo: “¿Qué hubiera con su estilo simple y clásico de ser hermosa, se pintó un
pasado si estuviéramos en clases separadas?”. pequeño círculo esmeralda. Un color delicioso en la vecin-
Doblo el papelito al medio, lo doblo en cuatro y se lo doy dad de sus ojos verdes y anaranjados.
a Alina. Alina se tapa la boca con la mano y sonríe. “¿Y si estuviéramos volando juntos por Egipto?”, escribe.
—¿Y si Costa Rica no fuera potencia mundial? —dice el “¿Y si estuviéramos volando juntos por el Amazonas?”,
profesor González. escribo.
Alina busca la lapicera y escribe en otro papelito. Ella Le paso el último papelito a Alina, sin darme cuenta de
prefiere doblarlo en tres, y luego en seis. Me lo da sin mi- que, al otro lado de la espalda de Carpinetti, el profesor
rarme: “¿Y si viviéramos en países distintos?”. González se fue acercando por el pasillo. Pero Alina no lle-
Tras cada pregunta, el profesor González abunda en de- ga a desplegar mi mensaje. Ahora que levanto la mirada,
talles sobre cómo responderla, y sobre los recursos de la resulta que la grulla está de pie, en toda su espectacular
lógica, la investigación y blablá, pero la verdad es que no le altura, justo al lado de Alina. Y no es todo: está mirando
presto atención. Entiendo que la derrota de Hernán Cortés, hacia su pupitre.
por ejemplo, hubiera obligado a los españoles a... algo. Pero El profesor González estira un brazo largo, que sería de
no me pregunten a qué. grulla si las aves tuvieran brazos, levanta el papelito y lo
Escribo: “¿Y si yo hubiera nacido en otro siglo?”. lee para sí. Mientras, frunce los labios, arruga la frente y
El sol acaba de encontrar un camino para entrar por la asiente lentamente con la cabeza.
ventana. Da justo en el pupitre de Alina, para sacarle brillo a Alina y yo estamos paralizados. Ella mueve la vista de
la piel oscura de sus manos mientras pliegan otro papelito: las manos pálidas de González a su nariz interminable y
“¿Y si yo tuviera un lunar enorme en la punta de la nariz?”. vuelve a las manos. Yo miro la esmeralda de Alina y, luego,
—¿Y si los vikingos hubieran colonizado América? —pre- los ojos del profesor, que son negros pero que, de pron-
gunta el profesor González. to, parecen tener un fulgor rojo (seguro que hay grullas de
Algunos de nuestros compañeros bostezan. Los otros ojos rojos). Para Alina debe ser aún peor que para mí, no
parecen en animación suspendida. Carpinetti está entre los solo porque tiene a la grulla más cerca, sino porque no sabe
bostezantes, me doy cuenta por la forma en que, a veces, qué dice el papel secuestrado. ¿Y si justo escribí algo íntimo
echa la cabeza hacia atrás. entre lo íntimo, algo que nadie más debería ver, algo que se
“¿Y si nunca nos hubiéramos dado un beso?”. pueda usar horriblemente en nuestra contra?
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Pasa un siglo. Pienso: no es nada, Alina, no te preocu- Ya lo sabemos, sí: la tarea.
pes. Pasa otro siglo. Pienso: ahora viene el picotazo. —Para el jueves, cada uno formulará su propia alterna-
El profesor mira con esos ojos que deberían ser rojos a los tiva a la Historia real, y desarrollará en dos páginas cómo
ojos arcoíris de Alina, hasta que ella baja la mirada al pupi- hubiera cambiado el mundo.
tre. Luego me mira a mí, y yo también bajo la mirada. Enton- Suena el timbre. Fin de la clase, fin del día en la escuela.
ces hace algo que, en adelante, deberemos mencionar como El profesor González se despide, da tres o cuatro pasos de
“nuestra propia ucronía realizada”. Al contrario de todo lo
grulla y sale del aula.
que enseña la Historia, el profesor González deja asomar una
Nuestros compañeros, repentinamente despiertos, se
sonrisa en el lado izquierdo de la boca, vuelve a dejar el pa-
apuran a juntar sus cosas para irse de una vez. Carpinetti
pelito en las manos de Alina y sigue avanzando por el pasillo.
levanta con mucha lentitud su cuerpo de oso y vuelvo a ver
—¿Y si jamás se hubiera prohibido el automóvil? —dice.
el mundo frente a mí.
¿Podemos respirar? Sí, podemos. ¿Podemos mirarnos
Alina y yo nos demoramos en los asientos. Ella sigue ru-
de reojo? También. ¿Hay vida en medio de tanta vergüen-
borizada. Supongo que yo también. Somos los últimos en
za? Algo hay, sí. Y ganas de reírnos. Pero no nos reímos.
cruzar la puerta, tomados de la mano, mientras los otros
Alina encierra en el puño el papelito sin leer. Miramos al
encienden las alas y se dispersan por la Ciudad de las Nubes.
frente, nos quedamos quietos y contamos los segundos
que faltan para que la clase termine.
—¿Y si el Principio de Kafka hubiera sido rechazado por
la Liga de las Naciones?
Incansable, el profesor González sigue caminando arri-
ba y abajo por el pasillo y haciendo preguntas. Incapaces de
volver a desafiar el destino, Alina y yo nos afiliamos al parti-
do de los que bostezan. Hasta que llega el momento mágico
en que, por fin, el profesor González mira el reloj pulsera.
—Muy bien —dice—. Ya han aprendido a formularse
preguntas interesantes sobre las muchas formas en que la
Historia pudo ser distinta, y cómo eso podía haber llevado
a un presente muy diferente del nuestro. Ahora...
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Eduardo Abel Gimenez
Nació en Morón, provincia de Buenos Aires y es
de Alija en 2014.
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