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“De dientes para adentro”,

Arqueología de la alimentación entre una élite bogotana de la segunda mitad del siglo

XIX.

Daniela Trujillo Hassan

Tesis de grado para optar al título de Antropóloga

Director: Angélica Viviana Triana Vega (Profesor Universidad Externado)

Codirector: Felipe Gaitán Ammann (Profesor Universidad de los Andes)

Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Antropología

Bogotá, D. C., Colombia, septiembre de 2019

2
Tabla de contenido

Introducción………………………………………………………………………………….13

Capítulo 1. San Ignacio, un espejo del pasado en nuestro tiempo…………………………....19

1.1 El sitio arqueológico del templo de San Ignacio…...…….………………………...19

1.2 La modernidad en Colombia a finales del siglo XIX ……………………...………24

1.3 El clima y la vegetación en Santafé (1538-1819) y Bogotá (1819-1991) ……….....28

1.4 El espacio social en el que se relacionaban los habitantes de Bogotá …...……...…33

Capítulo 2. La estructura tras el consumir de lo exclusivo y lo cotidiano en la


alimentación…………………………………………………………………………………..40

2.1 La arqueología y las prácticas de alimentación……….......………….…………….40

2.2 El campo social y el papel de la salud y la alimentación durante la segunda mitad del

siglo XIX en Bogotá…………………………………………………………………………. 45

2.3 El gusto en las prácticas alimenticias……………………………….…………...…..53

Capítulo 3. Lo que se dijo o reportó sobre la alimentación de Bogotá durante la segunda

mitad del siglo XIX.…………………………………………………. …………………….. 58

3.1 Lo característico en la comida de Bogotá durante la segunda mitad del siglo


XIX…………………………………………………………………………………………...58

3.2 Lo disponible para el consumo de alimentos de los que habitaban


Bogotá………………………………………………………………………………..……... 64

3.3 Algunas características de las formas en que se interactuó en Bogotá con los
alimentos durante finales del siglo XIX ……………………………………………………...75

Capítulo 4. Lo que un grupo de personas que fueron inhumadas en la iglesia de San Ignacio
posiblemente hizo en sus prácticas alimentarias ……………………………………………..84

4. 1 El análisis de los restos óseos realizado en los 12 individuos


seleccionados…………………………………………………………………………………84

3
4. 2 El estudio de los micro residuos en el cálculo dental de los 12 individuos
seleccionados…………………………………………………………………………………93

4.3 Relación entre los análisis bioantropológicos y el estudio de los microresiduos de los
cálculos dentales……………………………………………………………………….……112

4. 3. 1 K - Means clustering ..………………………………………………………..….112

4. 3. 2 Análisis de componentes principales (PCA) ………… ………………………...113

4. 3. 3 Las dos técnicas estadísticas en R ………………… ………………………..….113

4. 3. 4 Estadística aplicada a los datos expuestos …………… ………………………..114

Capítulo 5. Discusión….………………………………………………………………….. 119

Referencias…………………………………………………………………………………134

4
Lista de figuras

Figura 1. Mapa ubicación del templo de San Ignacio……………………………………...…20

Figura 2. Templo de San Ignacio……………………………………………………………..21

Figura 3. Plano fosa común de la cripta del Templo de San Ignacio……………………...….23

Figura 4. Botella de medicamento cubana de 1880 ……………………………………….…23

Figura 5. Paseo de una familia a los alrededores de Bogotá́ : provincia de Bogotá́ / 1855
Manuel María Paz…………………………………………………………………………… 37

Figura 6. Esquema campos en Bourdieu…………………………………………………..…48

Figura 7. Teoría aplicada al siglo XIX en Bogotá……………………………………………50

Figura 8. Carteles publicitarios de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la
campaña contra la chicha……………………………………………………………………..61

Figura 9. Carteles publicitarios de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la
campaña contra la chicha……………………………………………………………………..61

Figura 10. Carteles publicitarios de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la
campaña contra la chicha……………………………………………………………………..61

Figura 11. Paisaje entre Honda y Bogotá……………………………………………….…….64

Figura 12. Episodio de mercado en la Plaza Mayor de Santafé en 1850…………………….65

Figura 13. Ausencia de los dientes 46 y 36 y malformación congénita en el diente 34,


patología popularmente llamada diente en mora, en el individuo 8, femenino adulto
mediano.……………………………………………………..……………………………….89

Figura 14. Calzas de amalgama en los dientes 47 y 37 e hipoplasia en el diente 33, que crece
entre los 10 a 12 años de edad (Scheuer y Black, 2000) en el individuo 8.…………………89

Figura 15. Caries y desgaste dental en el individuo 27, adulto mediano masculino…………89

Figura 16. Cráneo de dulto joven masculino con periodontitis en el individuo 23…………..89

Figura 17. Cráneo individuo 25, subadulto………………………………………………..…90

Figura 18. Cráneo individuo 16, adulto mayor femenino con desgaste severo…………..….90

Figura 19. Absceso severo asociado al individuo 23……………………………………..….90


5
Figura 20. Calzas de amalgama de oro, en los dientes 15, 16 y 27 en el individuo 3, masculino adulto
joven ……………………………………………………………………………….………... 90

Figura 21. Extracción del cálculo dental…………………………………………….………..97

Figura 22. Extracción del cálculo dental………………………………………….…………..97

Figura 23. Maceración del cálculo dental………………………………………….…………98

Figura 24. Maceración del cálculo dental………………………………………….…………98

Figura 25. Centrifugación…………………………………………………………….………99

Figura 26. Centrifugación………………………………………………………….…………99

Figura 27. Forma de leer la lámina. ……………………………………………..………….100

Figura 28. Segmento de abdomen asociado al individuo 8……………………...………….104

Figura 29. Élitro de un coleóptero asociado al individuo 2……………………...………….104

Figura 30. Escama de micro lepidóptero asociado al individuo 15…………………………105

Figura 31. Escama de micro lepidóptero asociado al individuo 2…………………………..105

Figura 32. Algodón asociado al individuo 2…………………………………………….…..105

Figura 33. posible fibra vegetal asociada al individuo 8……………………………………105

Figura 34. Fibra proteica animal asociada al individuo 16……………………………...…..106

Figura 35. Porsible seda o algodón mercerizado asociado al individuo al individuo 8……..106

Figura 36. Hifa y esporas asociadas al individuo 16………………………………………..106

Figura 37. Carbón asociado al individuo 2……………………………………..……….…..106

Figura 38. Fitolito de Pooideae asociado a individuo 25……………………………………110

Figura 39. Fitolito de Cyperaceae asociado al individuo 3………………………………….110

Figura 40. Fitolito Globular verrugoso o crenado asociado a individuo 22………………...110

Figura 41. Fitolito Globular verrugoso o crenado asociado a individuo 22……………...…110

6
Figura 42. Fitolito buliforme asociado a individuo 5……………………………….…….111

Figura 43. Fitolito elongado asociado al individuo 2……………….………………….…111

Figura 44. Fitolito tricoma asociado a individuo 15………………………………….…..111

7
Lista de gráficas

Gráfica 1. Distribución general del material……………………………………………….102

Gráfica 2. Distribución general de los fitolitos…………………………………………….107

Gráfica 3. Estadística general de las variables del proyecto………………………………..116

8
Lista de tablas

Tabla 1. Datos meteorológicos de 1807 publicados por Francisco José de Caldas en 1809…29

Tabla 2. Alimentos reportados por son Le Moyne (1969), Romero (1990), Barriga (1981), Mollien

(1944), Holton (1857), Stewart (1989) y Röthlisberger (1963) de la Plaza Mayor durante el siglo

XIX.………………………...…………………………………………………...…………....66

Tabla 3. Alimentos reportados en los textos de aduanas referenciados……………………...70

Tabla 4. Ingredientes y preparaciones enunciadas en el Indutrial del Coadjutor…….………76

Tabla 5. Plantas y sus usos medicinales enunciados en el Industrial del Coadjutor………...78

Tabla 6. Patologías reportadas en los individuos…………………………………………….91

9
A mis padres John Trujillo y Betty Hassan

10
Agradecimientos

Esta investigación es producto de una idea que no hubiese sido posible sin la formación teórica

que me brindó la Pontificia Universidad Javeriana y todos los profesores del departamento de

antropología de la universidad. Sin embargo, sin el apoyo emocional y económico de mis

padres John Trujillo y Betty Hassan jamás hubiese accedido a la educación que gracias a ellos

hoy tengo.

Otro gran apoyo que respaldó esta tesis fue la guía de mis dos tutores y mentores Felipe

Gaitán Ammann y Angélica Viviana Triana quienes me apadrinaron, me enseñaron el valor de

la arqueología y forjaron mi carácter y ética profesional al permitirme tener experiencias

inolvidables para mi vida dentro de las instalaciones de la Universidad de los Andes. Carl

Langebaek amablemente facilitó y apoyó mi acceso a las excelentes instalaciones, laboratorios

y equipos de esta institución, igualmente sede del Proyecto Arqueológico San Ignacio, en el

cual he encontrado a un equipo de trabajo que se ha convertido en una familia de futuros

colegas que me han brindado toda su amistad y sus saberes: Melissa Isabel Acosta, Tania León,

Sthefany Vélez, Diego Alejandro Ruiz, Andrés Colmenares, la conservadora Catalina

Hernández y las profesoras Julie Wesp de la North Carolina State University y Jimena Lobo

Guerrero de la Universidad de Caldas.

Fuera de este proyecto recibí especial ayuda y consejo de mi mejor amigo, el futuro

arquitecto Juan Sebastián González Vivas; mis grandes amigos, el ingeniero José Guillermo

Barrero Navas y el antropólogo Juan Camilo McAllister; los investigadores William Andrés

Posada Restrepo, María Antonieta Corcione, Elizabeth Ramos Roca, Alejandro Hiram Marín

11
Leyva y Andrés Ramírez Hassan; los profesores y estudiantes asociados al laboratorio de

entomología de la PUJ Giovanny Fagua González, Sergio Vargas y Daniel Chirivi y al profesor

Carlos Alberto Rivera asociado al departamento de biología de la facultad de ciencias en la

PUJ.

12
Introducción

Esta investigación está enmarcada dentro del Proyecto Arqueológico San Ignacio, emprendido

por los investigadores Felipe Gaitán Ammann, Julie Wesp y Elena Uprimny Herman entre los

años 2016 y 2017. Durante este período se realizaron una serie de excavaciones estratigráficas

en el interior de la iglesia madre de la Compañía de Jesús en Bogotá, de las cuales se

recuperaron una gran variedad de materiales arqueológicos y bioarqueológicos

correspondientes a los períodos colonial y republicano. A partir de estos hallazgos se dio

espacio al estudio de problemas concretos como el que se formula en esta investigación: ¿cómo

se refleja la incorporación de un estilo de vida distintivamente moderno en algunas de las

prácticas alimentarias de un grupo de individuos que fue inhumado durante la segunda mitad

del siglo XIX en el templo de San Ignacio de Bogotá?

La pregunta que guía esta investigación surgió de un interés particular por estudiar las

prácticas alimentarias de un grupo de personas que, alrededor de la década de 1880,

probablemente donaron un precio considerable a la Compañía de Jesús para tener el privilegio

de ser inhumados en su templo. Dadas estas circustancias históricas, en este trabajo se asoció

a estos individuos con un grupo humano que, de forma directa o indirecta, socializó con una

élite local o global ilustrada que impulsó la adopción de comportamientos modernizados y

modernizantes entre una élite de la Bogotá republicana.

Las características de esta modernidad, desligada aún de fenómenos como el capitalismo

(Žižek, 2015) o la liquidez (Bauman, 2015), fueron engendradoras de discursos sobre el

bienestar económico, los derechos y el triunfo de la ciencia, que se evidenciaron en la manera

en que los intelectuales locales promovieron una transición de un modelo de organización

13
social colonial tradicional a uno repúblicano, regido por principios que exaltaban el

conocimiento humano y el quehacer científico en un territorio que recibió múltiples nombres

a lo largo del período que siguió su independencia política del imperio español. Desde 1819

hasta 1831 la actual Colombia recibió el nombre de la Gran Colombia; desde 1831 hasta 1858

se llamó la República de la Nueva Granada y desde 1863 hasta 1886 se conoció como los

Estados Unidos de Colombia, un país que contenía los actuales territorios de Colombia,

Panamá y algunas partes de Brasil y Perú.

El problema a tratar está, por lo tanto, sujeto a la comprensión de un contexto particular

que vincula a los cuerpos de los individuos seleccionados para esta investigación a una élite

criolla que, a través de diversos regímenes políticos, buscó adoptar estilos de vida que hoy

podemos vincular con la modernidad. En un principio, una de las estrategias más radicales con

la cual se buscó transformar el pensamiento teocéntrico nacional fue la desamortización de los

bienes de algunas congregaciones religiosas, como lo fue la Compañía de Jesús. No obstante,

los principios tradicionales propios de este tipo de instituciones fueron oficialmente

reincorporados a la vida política y social de la nación en 1886, con el impulso de un gobierno

conservador cuyo proyecto consistía en regenerar y limpiar una sociedad que había sido

corrompida por la aplicación indiscriminada de principios ultraliberales en las décadas

anteriores (Chevrollier, 1968).

Esto último refleja la forma en que las ideas de la iglesia y el gobierno se vincularon y

desvincularon constantemente durante cada gobierno, evidenciándose así las dificultades y

retos que representó entre las élites criollas una apropiación de un pensamiento moderno dentro

de los Estados Unidos de Colombia. Por esto, las actitudes, ideas, acciones, prácticas culturales

14
y recursos distintivos de aquellos que fueron inhumados en el templo de San Ignacio hacia

finales del siglo XIX pudieron haber sido afectados por una dicotomía entre dos corrientes: una

de ellas modernizadora, liberalista y científica que promovía un modelo de nación en el cual

se conceptualizaron y definieron las relaciones que el cuerpo debía mantener con los objetos,

las sustancias y los alimentos y otra tradicional, que buscó provocar una regeneración de la

sociedad a través de la incorporación de una serie de hábitos marcadamente higienizadores.

Estos pensamientos homogeneizadores en contravía, formularon maneras particulares

sobre la forma en que los cuerpos, tanto de blancos criollos como de mestizos y negros, debían

interactuar con la naturaleza, impulsando hábitos y formas particulares de consumir los

recursos que estuvieron disponibles. Fue así como, durante la llamada República Liberal, dicha

interacción, sin duda apoyada por una nueva élite criolla que ya ejercía su dominio sobre la

fuerza pública y las instituciones educativas y sanitarias, provocó la aparición de nuevos

prejuicios oficiales sobre lo que se debía consumir y producir en relación a diferentes hábitos

inscritos dentro de lo saludable, puro e higiénico.

Ejemplos de esto se observan en una serie de documentos legales, como las “Leyes

colombianas” (1890) o el “Código de Policía” (1827), que reflejaron la implementación de

aquello que se formulaba tanto en los manuales de etiqueta como en los textos de médicos y

botánicos escritos por autores como Merizalde (1828) y Caldas (1809), quienes se refirieron a

la influencia del clima y los alimentos en la formación de seres pobres, enfermos y viciosos,

irremediablemente afectados por condiciones de vida sin ley o moral. Este tipo de pensamiento

había sido sugerido en los trabajos de autores mucho más tempranos, como Juan de Castellanos

(1562) y José Celestino Mutis (1782), quienes plantearon que la ingesta de alimentos como la

15
chicha, la yuca brava y la cebolla podía provocar enfermedades o comportamientos tales como

la estupidez, la locura, la parálisis o la perversión de la moral (Castellanos, 1562; González,

2017; Mutis, 1782).

Teniendo en cuenta esto, se puede hablar de una suerte de gastropolítica (Appadurai,

1981) inmersa dentro de una nosopolítica o uso político de la enfermedad durante finales del

siglo XIX en Bogotá (González. et al., 2017), esta forma de pensar se fundamentó en una

perspectiva característica del periodo comprendido entre el siglo XVI hasta el XIX y que hoy

es conocida como la teoría miasmática de la enfermedad, la cual formulaba que un entorno

natural impuro era el causal de las enfermedades (Chiapelli. et al., 2005). Este aspecto puede

apreciarse en fenómenos como la diseminación de ideas como las que se describieron

anteriormente, que buscaron formular una manera racional de entender los diversos tipos de

aguas, aires, suelos, plantas, animales, humanos y, por ende, alimentos que era posible ingerir

en Bogotá. Por ello, los primeros objetivos que guiaron el desarrollo de esta investigación

fueron: indagar en archivos históricos de carácter legal, oficial, informativo, investigativo y

educativo, cuáles fueron los insumos asociados a las prácticas alimentarias que estuvieron

disponibles durante la segunda mitad del siglo XIX en Bogotá y reconocer en ellos los juicios

morales y científicos modernos con los cuales se categorizó a estos recursos alimentarios.

Naturalmente, la serie de discursos que se transcriben dentro de estos archivos debieron

interactuar con los cuerpos de un grupo de individuos que fue inhumado durante la segunda

mitad del siglo XIX en el templo de San Ignacio de Bogotá. Debido a esto, otro objetivo

específico formulado dentro de este proyecto, consistió en estudiar los modelos de limpieza

oral y patrones dietarios identificables en los restos óseos y micro residuos de los cálculos

16
dentales de estos individuos. Esto último consistió en identificar los materiales culturales

(como lo son los fitolitos o restos vegetales mineralizados), que estuvieron asociados a la serie

de actividades alimentarias o higiénicas que estas personas ejecutaron con la boca y que se

conservaron y ocluyeron en la superficie de sus dientes, como resultado de la mineralización

de la placa bacteriana.

Finalmente, resolviendo un último objetivo específico, se realizó un análisis de todos los

datos obtenidos durante el desarrollo del proyecto, con el fin de conocer cómo fue la

apropiación efectiva de aquello que un grupo reducido de personas probablemente concibió

como bueno o malo dentro de sus propios hábitos cotidianos, realizando así la distinción básica

que ha realizado la etnografía desde sus inicios: distinguir entre lo que la gente dice que hace

y lo que la gente efectivamente hace (Malinowski, 2002).

En este sentido el documento aquí presentado se organiza en cuatro capítulos que logran:

1. Describir el contexto arqueológico y social en el que pudieron haber interactuado un grupo

de individuos que fue inhumado en el templo de San Ignacio hacia finales del siglo XIX.

2. Presentar la manera en que este contexto configuró un campo social dentro del cual los

alimentos tuvieron roles distintivos en los estilos de vida de estas personas.

3. Desarrollar un análisis basado en documentos de archivo que permitió conocer lo que la

gente decía en el siglo XIX sobre los insumos asociados a las prácticas alimentarias propias

de una élite de la Bogotá republicana.

4. Exponer lo que la muestra bioarqueológica estudiada sugiere en cuanto a lo que la gente

efectivamente hacía en sus prácticas alimentarias.


17
La serie de datos y conjeturas expresadas a lo largo de estos capítulos, permitieron

finalmente, con base en los datos concretos obtenidos en esta investigación, evaluar el impacto

que tuvieron una serie de discursos característicamente modernos en la forma en que ciertos

individuos, probablemente miembros de la élite republicana de Bogotá, consumieron los

alimentos que estuvieron disponibles en los mercados locales.

18
Capítulo 1. San Ignacio, un espejo del pasado en nuestro tiempo.

Este capítulo tiene como fin exponer el contexto del sitio arqueológico del templo de San

Ignacio. Por ello, aquí se especula acerca de la cotidianidad que pudieron haber vivido una

serie de personas anónimas que, en el pasado reciente, habitaron Bogotá. Esto implica que

se aludirá al patrimonio cultural que fue rescatado por el proyecto arqueológico San

Ignacio y a archivos históricos que pueden tener relación con este. Así, el templo de San

Ignacio será entendido como un lugar del pasado que fue vivido y sentido por quienes

habitaron el actual centro histórico de la ciudad de Bogotá.

1.1 El sitio arqueológico del templo de San Ignacio

El templo de San Ignacio es una iglesia católica, diseñada por el padre jesuita Juan

Bautista Coluccini, que fue levantada entre los años 1610 a 1691 en el corazón de la antigua

Santafé (figura 1). Este santuario, consagrado al religioso San Ignacio de Loyola, fue

restaurado entre los años 2004 y 2018. El proceso enunciado permitió reconocer y rescatar

parte del importante patrimonio arquitectónico y arqueológico que fue resguardado en el

subsuelo de este importante monumento, estratégicamente situado en la esquina suroriental de

la plaza de Bolivar en la ciudad de Bogotá, en el centro de la capital colombiana.

19
Figura 1. Mapa ubicación del templo de San Ignacio.

Fuente: Elaborado por Juan Sebastián González para este proyecto

Durante los años 2016 y 2017, los investigadores Felipe Gaitán Ammann, Julie Wesp

y Elena Uprimny Herman realizaron una serie de excavaciones arqueológicas en los espacios

más representativos del edificio (figura 2), incluyendo el presbiterio, el crucero, el sotocoro, el

atrio, la Capilla del Rapto y la antesacristía de la iglesia. Para conocer las propiedades y el

potencial arqueológico de estos espacios, se realizaron cortes que se fueron ampliando

20
dependiendo de la densidad y calidad del material recuperado. Las excavaciones realizadas

permitieron reconstruir la secuencia de fases e interfaces de construcción y ocupación del

templo a lo largo de los últimos cuatro siglos.

Figura 2. Templo de San Ignacio


Fuente: propia

En San Ignacio fueron identificados contextos funerarios tanto primarios como

secundarios. Para este proyecto, se tuvo en cuenta dos tipos de contextos que se diferencian

tanto por sus características formales como por la cronología a la que se asociaron. Es preciso

aclarar que la escogencia de ambos contextos no tiene un fin precisamente comparativo,

únicamente permite proponer una serie de hipótesis sobre la manera en que una élite bogotana

pudo haber cambiado sus prácticas de alimentación para finales del siglo XIX.

El primer contexto corresponde a un enterramiento secundario múltiple ubicado en la

nave central de la iglesia, que probablemente data del período colonial. El segundo contexto,

es muy distinto al que se acaba de describir puesto que corresponde con una fosa común en

21
forma de L (Figura 3) ubicada alrededor de la escalera por la que se bajaba a la cripta de la

iglesia. Aquí se encontró un número mínimo de 47 individuos adultos y 17 individuos

subadultos desarticulados, junto con restos arqueobotánicos, zooarqueológicos y artefactos

textiles, cerámicos, vítreos y metálicos.

Dichos artefactos, y en especial una botella de medicina fabricada en Cuba durante la

década de 1880 (figura 4), sugiere que este contexto refleja un proceso de remodelación de la

iglesia, posiblemente ocurrido en la última década del siglo XIX, durante el cuál posiblemente

se desocuparon los osarios de la antigua cripta ubicada bajo la actual capilla de San José.

Siguiendo la interpretación propuesta por los arqueólogos del Proyecto San Ignacio, en esta

investigación partimos de la premisa de que, durante la segunda mitad del siglo XIX, dicha

cripta debió constituir un espacio funerario muy apetecido en la Bogotá republicana. Por lo

tanto, deducimos que los restos óseos hallados en la fosa mencionada corresponden a

individuos que, para el momento de su muerte, contaban con los suficientes privilegios

económicos y sociales como para ser inhumados en un ámbito tan exclusivo,

independientemente que, años después, sus huesos hayan sido dispersados en una fosa común.

22
Figura 3. Plano fosa común de la cripta del Figura 4. Botella de medicamento
Templo de San Ignacio. cubana de 1880.
Fuente: propia. Fuente: foto tomada por Julie Wesp.

Teniendo en cuenta lo anterior, se estableció una cronología relativa para estos cuerpos

que tiende hacia la segunda mitad del siglo XIX. Más precisamente, se plantea que la fosa

común referida corresponde a un único evento de deposición, tal vez relacionado con la

devolución de la iglesia de San Ignacio a los jesuitas en el año 1893 (refs). Dadas las

condiciones aquí expuestas, se estableció que la fosa común hallada en la iglesia constituía un

contexto funerario idóneo para estudiar la dieta de un sector privilegiado de la población

bogotana de finales del siglo XIX, en aras de conocer la efectividad que un discurso moderno

tuvo sobre dicho estamento de la sociedad nacional. Así, se seleccionó una muestra de once

individuos provenientes de dicho contexto republicano, a la que se sumó un individuo

proveniente del contexto colonial de la nave central con el propósito de utilizarlo como muestra

de control.

23
1.2 La modernidad en Colombia a finales del siglo XIX

Para el estudio de la muestra arqueológica descrita se debe tener en cuenta el contexto

ideológico dentro del cual pudieron efectuarse las inhumaciones referidas. Para 1813, cuando

quizás alguno de los individuos que se seleccionó para este trabajo vivía sus primeros años en

Santafé, algunos personajes ilustres de la sociedad local se reunían en torno a una taza de

chocolate para discutir sobre la posibilidad de realizar una revolución independentista (Vergara

y Vergara, 1863). Tras la formación de la Gran Colombia (1819-1831), las élites capitalinas

representadas por blancos criollos y laicos ilustrados encontraron en las congregaciones

religiosas una amenaza institucional dentro de este nuevo Estado repúblicano. Ejemplo de ello

fueron los decretos públicos presentados el 18 de marzo y el 3 de agosto de 1826, en los cuales

se estipuló un nuevo plan de estudios que incluyó el francés, el inglés y nuevas teorías ultraístas,

con el fin de limitar el papel de la Iglesia católica en la formación de los futuros ciudadanos

(Archivo Histórico Nacional, 1826: 1 - 202).

Ya en la segunda mitad del siglo XIX, cuando las nuevas generaciones de esta élite

convidaban a elegantes reuniones en las que se tomaban brebajes que para los viejos

comensales eran desagradables y medicinales como el café y el té (Vergara y Vergara, 1863),

las ideas liberales habían ganado fuerza dentro de los llamados Estados Unidos de Colombia

(1863-1886). No obstante, aún con la exaltación del derecho, la ciencia y el librecambismo que

reflejan los inicios de una modernidad (Bauman, 2015; Bruke, 2013), estos gobiernos liberales

colindaron con fuerzas tradicionalistas como las representadas en la constitución de 1843, en

la cual la religión católica fue declarada como el único culto oficial dentro del territorio

nacional (Departamento Administrativo de la Función Pública, 2019).

24
Las grandes dicotomías ideológicas de estos periodos históricos en Colombia se ven

reflejadas en el hecho de que este tipo de formalismos gubernamentales, como lo fue la

constitución de 1843, no evitaron la continuación de un proyecto nacional renovador que

buscaba controlar y transformar las instituciones políticas y sociales más tradicionales. Reflejo

de ello fue como el 18 de mayo de 1850 se decretó una nueva ley de expulsión de los jesuitas

y cómo el 9 de septiembre de 1861 Tomás Cipriano de Mosquera decretó la desamortización

de las propiedades eclesiásticas para debilitar el poder de la Iglesia y fortalecer las reformas

liberales (Restrepo, 1940).

Así fue como los predios de los jesuitas, que incluían tanto templos como instituciones

sanitarias, educativas y residenciales, pasaron a manos del gobierno nacional. Esto permitió

reevaluar desde el Estado los principios de una moralidad religiosa que antes había definido lo

correcto, lo saludable, lo que debía aprenderse y las jerarquías con base en las cuales se debía

organizar el mundo (Arias, 2003; Bushnell, 2004; España, 1985; Restrepo, 1940; Restrepo,

1987).

Ejemplo de esto fue la manera en que los predios de diversas congregaciones religiosas

pasaron a ser administrados por juristas, higienistas, médicos, botánicos e inspectores laicos

que creían en un conocimiento proveniente de lo empírico, natural y científico. Este fue el caso

del Hospital San Pedro que era administrado y atendido por la Orden Hospitalaria de San Juan

de Dios que para el año 1829 fue afectado por una nueva dirección, pasando a ser propiedad

del Estado nacional y a ser atendido por médicos y científicos (Restrepo, 2011).

Esto último refleja cómo los intelectuales y académicos adquirieron un lugar importante

en la reformulación de una epistemología determinista en la nación, que desembocó en diversos

25
documentos oficiales como lo fueron las leyes estipuladas por la Junta Central de Higiene. Los

informes del inspector de instrucción pública Merado Rivas (1870), son ilustrativos sobre lo

enunciado puesto que tuvieron en cuenta para el tratamiento de las enfermedades al conjunto

de emanaciones fétidas que los suelos, los aires y las aguas impuras podían generar en los

cuerpos. Naturalmente las nociones de pureza allí expuestas tenían un carácter religioso, por lo

cual los miasmas, emanaciones o humores, estaban definidos tanto por aquello que era valioso,

bueno o malo tradicionalmente, como por calificativos y conceptos relacionados con los

descubrimientos científicos que se hacían sobre la naturaleza (González et al., 2017).

El libro El influjo del clima sobre los seres organizados escrito por Caldas en 1808 y

reeditado en 1942, puede ser muy demostrativo en este sentido. Allí Caldas planteó que los

climas extremos del Ártico y África podían hacer que los animales, las plantas y las personas

tendieran a la violencia, mientras que los climas templados de Europa provocaban el efecto

contrario: tranquilidad y elegancia. Según este autor, eran los alimentos los que más afectaban

a los seres vivos puesto que se producían en la naturaleza y se integraban directamente en los

cuerpos para asimilarse en lo más profundo del ser. Naturalmente, como los seres humanos

tenían un carácter espiritual que les distinguía de los otros seres de la naturaleza estos alimentos

podían alterar la moral y la virtud del espíritu. Sin embargo, este mismo carácter espiritual les

permitía a los seres humanos tener la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo a la hora

de consumir los productos de la naturaleza, aun cuando el clima irremediablemente afectara la

voluntad del ser humano (Caldas, 1942: 190 - 196).

Lo enunciado anteriormente es muy interesante puesto que esta serie de ideas, propias

de una incipiente modernidad en la cual la ciencia aún establecía sus axiomas o principios

(García, 2000), se manifestaron dentro de los Estados Unidos de Colombia a través de unos

26
planteamientos supremamente aristotélicos. Fue así como se provocó una proyección de

imaginarios sociales sobre ciertas prácticas de alimentación que se pueden reconocer en el

siguiente fragmento: “(…) en 1880 se convidará a tomar quina entre amigos. Estarán de moda

los sudoríficos y antiespasmódicos; ¿por qué no les ha de llegar su sanmartín a los febrífugos

y antihepáticos?” (Vergara y Vergara, 1863: 64). Este tipo de supuestos sobre el futuro

encontró refugio en la nostalgia y la tradición que habitaba a aquellos conservadores, que quizá,

como José María Vergara Vergara, extrañaban el chocolate y las viejas costumbres.

Fue así como para 1886 se destacó un pensamiento tradicionalista y conservador que

resurgió frente al liberalismo predominante y permitió la formación de un nuevo gobierno

conservador que buscó dejar de lado la exaltación de los conocimientos humanos para retomar

la idea del Dios católico como el centro del poder en la República de Colombia. Por ello, con

los principios de la iglesia como guías fundamentales de la nación se buscó generar una unidad

a través de la regeneración de los cuerpos de blancos, mestizos, negros e indígenas.

Naturalmente, dicha regeneración promovió hábitos higiénicos basados en el perdón y la

oración estipulados por los principios de la Biblia, sin dejar de lado los aportes que disciplinas

científicas como la botánica y la medicina seguían realizando (González. et al., 2017; Mutis,

1968).

En este sentido, la incorporación de unas prácticas distintivamente modernas dentro de

la élite repúblicana podría dar cuenta de los encuentros y desencuentros que hubo entre las

ideas científicas y tradicionales. Por ello, las prácticas cotidianas de aquellos cuyos restos

constituyen la colección arqueológica aquí expuesta pudieron haberse visto afectadas por un

zeitgeist que empezaba a ser moderno y que configuró la forma particular en que se estudiaron

los espacios, horizontes y fenómenos, formulando así nuevas formas de relacionarse con la

27
naturaleza y el entorno.

1.3 El clima y la vegetación en Santafé (1538-1819) y Bogotá (1819-1991)

Los aportes realizados por la Expedición Botánica (1783-1942; 1812-1816) y la

Comisión Corográfica (1850- 1862) permiten realizar un acercamiento muy particular a la

ciudad que a partir de la segunda mitad del siglo XIX comenzó a conocerse como Bogotá.

Personajes que hicieron parte de estos proyectos, como José Celestino Mutis (1782), Jorge

Tadeo Lozano (1813), Francisco José de Caldas (1942), Agustín Codazzi (1856;1857), Miguel

Bracho y Jerónimo Martínez (1852) lograron retratar a una urbe compuesta por 465 manzanas

que sumaban 250 hectáreas que eran bañadas por la quebrada de San Diego, San Bruno y San

Juan, el río San Francisco, San Agustín, Santa Catalina y Fucha (Bracho y Martínez, 1852;

Caldas, 1942; Codazzi, 1856;1857; Lozano, 1813; Mutis, 1782).

Estas fuentes hídricas no sólo surtían de agua a la capital, sino que, tras su paso por la

sabana circundante, alimentaban a una gran diversidad de plantas. Entre estas podía encontrarse

plantas sin semillas o criptógamas, musgos, plantas herbáceas como el tomillo, flores como las

orquídeas, los cardos, los lirios y las rosas, cereales, hortalizas, pastos o gramíneas, palmas,

arbustos y árboles como los robles, los manzanillos y las toluiferas (Caldas, 1942).

En cuanto al clima de la ciudad, la descripción sistemática realizada por Caldas (1809)

durante dos años de mediciones meteorológicas en Santafé permiten conocer detalles sobre su

altura, sus temporadas de lluvia y sus temporadas secas:

28
Tabla 1. Datos meteorológicos de 1807 publicados por Francisco José de Caldas en 1809.

Fuente: (Pabón, 2006).

Otras fuentes consignadas en pinturas, libros y poemas costumbristas, así como archivos

del Fondo de Tributos, Policía y Asuntos importantes del Archivo General de la Nación,

permiten conocer otras formas en que se experimentó el clima de Santafé. Para el período

referido, este fue percibido como particularmente húmedo y frío. Transtornos climatológicos

fueron vividos y reportados por indios, curas, corregidores y otros habitantes del territorio,

quienes se quejaron de plagas, inundaciones, heladas y epidemias que dañaron sementeras y

afectaron la manutención del ganado.

Ejemplo de cómo ocurrió esto se ve reflejado en este testimonio del año 1809 de un

vecino de una finca en Fúquene, municipio localizado en Cundinamarca a 116 km de Bogotá:

Es cierto que van pá dos años que se han podrido las sementeras por tanta lluvia,

que sabe y le consta que algunos de los que han quedado de los tributarios de los pocos

géneros que hacen los venden para comprar manutención y que sabe que algunos han

muerto de hambre y que algunos bueyes que tienen se les han muerto y que para el año

29
venidero se espera más hambre por la escasez de semillas. (AGN, Fondo Tributos, Tomo

22, Folios 723 - 737).

Mora (2015), Bradley y Jonest (1993) y Hughes y Díaz (1994) plantean que este tipo de

fenómenos pudieron haber sido provocados por un periodo llamado la Pequeña Edad de Hielo

(PEH) que tuvo lugar desde los años 1550 hasta los años 1850 en el hemisferio norte. Lejos de

ser un evento geológico extraordinario, la PEH pudo sentirse de formas diversas en diferentes

latitudes. En países europeos como España este fenómeno pareció tener un gran impacto y

países mucho más cercanos al trópico, como México, también han confirmado algunos de los

efectos de la PEH en su territorio (Garza, 2014). No obstante, debido a la inmensa cercanía que

tiene Bogotá con la línea ecuatorial y a la escasez de investigaciones sobre este tema en

Colombia, las grandes lluvias, sequías y fríos experimentados y reportados durante la primera

mitad del siglo XIX en Colombia no serán abordados a través de esta perspectiva, pues el clima

de Bogotá descrito por autores de finales del siglo XIX como Alfred Hettner (1882 - 1884) y

Eliseo Reclus (1866 - 1893) nos describen un panorama similar al que ya se había reportado.

Aunque los dos autores mencionados coincidieron en que Bogotá estaba ubicada a cerca

de 2500 metros sobre el nivel del mar y contaba con una temperatura promedio de 14ºC, 3ºC

más alta de la que Caldas (1809) había formulado, enunciaron que la ciudad también tenía

precipitaciones muy altas. Hettner (1882 - 1884), quien fue mucho más específico al describir

el clima de esta región, planteó que durante los meses de julio a septiembre Bogotá era

primaveral, mientras que durante los meses posteriores a los equinoccios se caracterizaba por

tener una serie de destructivas lluvias y granizadas (Hettner, 1976).

Con esto es posible decir que la Santafé y la Bogotá descritas durante todo el siglo XIX

30
es muy parecida a la Bogotá de hoy. Aunque hoy Bogotá tiene más de 200 cuerpos de agua por

haber crecido a 177.598 hectáreas, existen datos generales que tienen una gran similitud a

aquellos que hace dos siglos se conocieron: instituciones como el IDEAM (Instituto de

Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales) y el INM (Instituto Nacional de Metrología

en Colombia) dicen que Bogotá tiene una elevación media de 2554 m.s.n.m, una temperatura

media de 13,5 ºC y precipitaciones de más de 100 l/ m² durante los meses de abril y noviembre

e inferiores a 50 l/ m² durante los meses de junio a septiembre (IDEAM, 2019).

Además, hoy se sabe que Bogotá cuenta con pisos térmicos fríos y de páramo y períodos

secos y de lluvias constantes que permiten el crecimiento de plantas de tipo C3, C4 y CAM1.

No obstante, aunque Bogotá se encuentre en una zona tropical, sus condiciones climáticas

húmedas y frias hacen que en su territorio sea mucho más común encontrar plantas de tipo C 3

(entre algunas de estas plantas se entra la soja, el trigo y algunas algas), pues las plantas de tipo

C4 y CAM suelen ser más comunes en climas cálidos (Curtis.; et al, 2008). Así, en Bogotá se

pueden cultivar durante diversos momentos del año más de 60 especies vegetales, entre las

cuales se destacan diversos tipos de granos, frutas, tubérculos, hortalizas y cereales (Calvachi,

2002, 2012; Pérez, 2000; Rangel, 2000).

1
Estas plantas se pueden diferenciar entre sí por la cantidad de carbonos que utilizan en su ciclo de fijación del
carbono, conocido como ciclo de Calvin. Esto implica que, para producir energía o carbohidratos de forma
independiente a la luz, las plantas tipo C3 necesitan una molécula orgánica que se fija con 3 carbonos, llamada
ácido 3-Fosfoglicérico; las plantas C4 necesitan una molécula orgánica que se fija con 4 carbonos, llamada ácido
oxalacético y las plantas CAM no necesitan de ninguna de estas moléculas con estos números de carbonos.

31
Aunque el clima de la capital no haya cambiado significativamente desde el siglo XIX

hasta hoy, las revoluciones sociales que se han experimentado durante estos años han

modificado la forma en que su población ha percibido la naturaleza y ha consumido los recursos

que han estado disponibles en este territorio. Ejemplo de ello se ve reflejado en la ya citada

obra de Caldas. En la descripción que este autor realiza del clima, la fauna y la vegetación de

los Andes se exaltan las grandes ventajas que tiene el habitar este territorio. Vivir, comer y

respirar en los Andes, bajo un cielo despejado, en un clima templado y con la posibilidad de

acceder a toda clase de plantas son para este autor factores benignos (Caldas, 1942).

La bondad de estas latitudes se veía reflejada en que los animales de los Andes fueran

menos feroces y más serenos y los humanos más refinados en sus gustos, con voluntad de

trabajar, sedentarios, con costumbres moderadas, una moral y justicia bien formada y una

fisionomía y belleza singular (Caldas, 1942), entre otras facultades que coinciden con diversas

características descritas por otros autores. Ejemplo de ello es el trabajo que hizo el geógrafo y

etnólogo José María Samper en 1862 quien, dentro de la clasificación que propone de las

personas que habitaban la Confederación Granadina, describió al Criollo Bogotano como

“notablemente bello y distinguido, de talla es robusto (...) ojo expresivo, al mismo tiempo que

afable y burlón, la nariz bien perfilada, la barba espesa (...)” (Samper, 1969: 85).

Es así como el reporte del clima y la vegetación que formularon los intelectuales durante

este periodo tenía como trasfondo todo un modelo miasmático, científico y moral en el que se

planteaba una solución a la enfermedad mediante la regeneración del comportamiento. Por ello,

aunque el clima de la región no haya cambiado drásticamente, los ambientes descritos por los

autores arriba citados refieren la Santafé y la Bogotá del siglo XIX como un lugar con un

ambiente y clima privilegiado para curar y transformar los cuerpos naturalmente degenerados.

32
1.4. El espacio social en el que se relacionaban los habitantes de Bogotá

La forma en que se percibió al mundo natural y social durante finales del siglo XIX en

Bogotá, da cuenta de un ámbito intelectual y cultural con características crecientemente

modernas. Por ello, dentro del proceso de formación de relaciones sociales en la capital

republicana fueron relevantes muchos aspectos climatológicos, en particular aquellos

relacionados con el agua. Aun cuando el agua potable fue concebida como un bien público

desde las épocas de la Colonia, acceder a ella, sobre todo para sectores marginados de la

población, fue verdaderamente difícil. Aunque en la ciudad existieron sistemas públicos de

distribución de aguas en períodos previos a la Independencia, sólo fue para la década de 1880

a 1890, cuando Bogotá contaba con más de 80.000 habitantes, que se instaló un acueducto con

tubería de hierro que beneficiaba a parte de la población local (Gaitán y Lobo Guerrero, 2015;

Rivadeneira Velazquez, 2001; Ibáñez, 1913; Samper, 1898). Sin embargo, la mayor parte de

los habitantes de Bogotá debían recurrir al uso de acueductos o sistemas de distribución y

evacuación de aguas insalubres e ineficientes. Esto último se ve reflejado en la siguiente

observación de Hettner (1882 - 1884):

En bien de la higiene pública es poco lo que se hace. Medidas de parte de la policía

sanitaria casi no se conocen, explicándose así el amontonamiento de basura en las calles,

especialmente en los barrios periféricos, lo mismo que la acumulación de inmundicias en

el lecho de los riachuelos durante las épocas carentes de lluvias. Sin duda estos fenómenos

ya observados durante nuestras correrías por la ciudad, vienen constituyendo poderosos

focos de gérmenes infecciosos. Muchas habitaciones existentes en los bajos de casas de

dos pisos, pero sin acceso al patio para sus moradores; así quedan estos obligados a

servirse de la vía pública para hacer sus necesidades naturales. (Hettner, 1976: 108).

33
Este aspecto permite pensar el acceso al agua potable, no como un bien público, sino

como un capital, que por ahora será entendido como la acumulación o adquisición de diversos

bienes, servicios, saberes o contactos que podrían facilitar el acceso a un lujo o podrían ser una

señal de prestigio social (Bourdieu, 1979). Esto último aplica al acceso al agua durante el siglo

XIX en Bogotá, puesto que aquellos que tenían el suficiente dinero, conocimiento o dominio

de las instituciones podían construir fuentes de agua dentro de sus casas (Gaitán y Lobo

Guerrero, 2015).

Las dificultades de los bogotanos para acceder al agua potable posiblemente afectaron los

juicios que se tenían sobre la salud de las personas, teniendo en cuenta la gran importancia que

tuvo en el siglo XIX el contacto con el ambiente, el clima y la vegetación para la formación de

personas saludables, tal como lo menciona Caldas en este fragmento: “Estoy fielmente

persuadido que las aguas son la causa de los cotos, que mudar de clima para curarlos no es otra

cosa que mudar las aguas que se beben” (Caldas, 1942:190).

Así, en una Bogotá en la cual el agua fue un capital de difícil acceso y en la cual había

epidemias constantes de enfermedades como lo fueron la viruela, el cólera, la lepra y la

tuberculosis, desde el gobierno se buscó controlar factores que, como el agua, podrían ayudar

a purificar y limpiar los cuerpos de aquellos que tenían predisposiciones naturales negativas.

Para la élite criolla neogranadina, los campesinos, negros e indígenas hacían parte de este grupo

de desafortunados. Naturalmente, las personas pertenecientes a estas etnias podían ser curadas

a través de la educación e incorporación de hábitos sanos y la imposición de mecanismos de

control público. Iniciativas como la policía de higiene, ornato y costumbres tenían por objeto

generar campañas de educación orientadas hacia estas poblaciones, enseñándoles a manejar sus

fluidos, alimentarse y comportarse de manera civilizada (González. et al., 2017).

34
La búsqueda por estandarizar los comportamientos desde estamentos oficiales también se

orientó hacia otros segmentos de la sociedad neogranadina como lo fueron las niñas y las

jovencitas, los adultos privilegiados y los hombres subordinados. Esto implica que los

proyectos higiénicos y educativos no estuvieron dirigidos únicamente hacia una población

pobre. Por el contrario, los manuales de higiene incluían normativas sociales tanto para

personas de clase alta como para personas de clase baja puesto a que pretendían provocar un

respeto hacía las jerarquías y evitar el contacto de los fluidos entre grupos de personas que

interactuaban en los comedores, casas y lugares públicos (Cuervo, 1833; Gaitán, 2005; Castillo

de, 1851; Carreño, 1854).

Fue así como, este contexto configuró un campo social, que será entendido como un

espacio dentro del cual relacionan individuos con jerarquías determinadas (Bourdieu, 1979),

en el cual la salud, que fue comprendida como el parecer o lucir higiénico, fue un aspecto

indispensable para acceder a lujos o grupos particulares. Por ejemplo, el ser caucásico,

saludable, recatado y educado eran algunas de las características capaces de dar prestigio dentro

de la sociedad del siglo XIX dentro de la República de la Nueva Granada (1831-1858) y los

Estados Unidos de Colombia (1863-1886), donde este pensamiento pudo ser instaurado dentro

del contexto de una nación gobernada por intelectuales laicos a través de instituciones y leyes

que establecían controles sobre la salud pública, como algunas de las que ya se han enunciado

(Pérez, 1896; Valencia, 1998, Safford y Palacios, 2002).

Lo que es interesante de las formas en que los nuevos intelectuales empezaron a configurar

y a ocupar ciertos lugares dentro de este campo social dentro de la Nueva Granada y los Estados

Unidos de Colombia, es que revelaron las luchas que los libertadores habían llevado a cabo no

sólo en las guerras físicas contra el imperio español sino en espacios más simbólicos. Ejemplo

35
de ello es cómo la ciencia, la salud, el arte, la moda, la literatura o la música, reflejaron a través

del costumbrismo, un movimiento intelectual criollo capaz de revalorizar algunas costumbres

que, sin hacer parte de las prácticas propias de una élite, contribuyeron a la construcción de

una incipiente identidad nacional.

La labor documentalista de los cartógrafos y geógrafos de finales del siglo XIX permitió

conocer diversos aspectos sobre la vida cotidiana local. La iconografía producida durante este

periodo, de la que las láminas de la Comisión Corográfica constituyen un excelente ejemplo,

retrató con rigor científico las clases de personas que habitaban Bogotá, así como sus

actividades, ambientes, plantas, animales, comidas y trabajos cotidianos. Dichas obras

permiten conocer a una Bogotá conformada por aproximadamente 5.300 viviendas, algunas

con grandes solares, patios, corrales, huertas, establos y espacios reservados a actividades

higiénicas. En la ciudad y sus alrededores, además de edificios, fábricas y tiendas, se podían

observar puentes y caminos destapados por los que andaban personas y animales como perros,

cerdos y caballos (Rivadeneira Velazquez, 2001).

De esta manera, la gran diversidad de documentos producidos durante este período

histórico son testimonio de la forma en que se configuró un campo social en el que se jugó el

prestigio y el nuevo ordenamiento social dentro del territorio de la Nueva Granada y los Estados

Unidos de Colombia. Ejemplo de ello fue como la música, la literatura y la moda estuvieron

atravesados por marcadores de distinción social y estatus. En la moda, por ejemplo, el vestido

se vio afectado por el valor agregado adicional de las telas importadas. La ropa utilizada durante

el siglo XIX en Santafé y en Bogotá reflejó además diferencias de roles enmarcados por lo

sexual y lo étnico, dos características que dieron cuenta de jerarquías sociales particulares

(Martínez Carreño, 1995).

36
Las láminas corográficas dan fé de prendas como las ruanas, sombreros y alpargatas

usadas por hombres y mujeres de diversas clases sociales en Bogotá (Figura 5). Sin embargo,

los trajes que se utilizaban para ocasiones especiales revelaban una mentalidad poco progresista

que, en principio, excluyó a las clases menos privilegiadas y promovió un pensamiento

tradicional sobre el cuerpo femenino, un cuerpo entendido como ámbito potencial del pecado.

Por esta razón el cuerpo femenino debía lucir cubierto y recatado, a imagen y semejanza de la

moda francesa, inglesa y norteamericana. Estas eran tendencias a las que no podían acceder

aquellas mujeres de las clases menos favorecidas que con frecuencia buscaban imitar los cortes

de estos trajes, utilizando telas burdas y muchas veces sin usar calzado (Martínez Carreño,

1995).

Figura 5. Paseo de una familia a los alrededores de Bogotá́ : provincia de Bogotá́ / 1855 Manuel María Paz
Fuente: Biblioteca Nacional de Colombia. Fondos gráficos. Comisión Corográfica.

37
La literatura santafereña contiene numerosas menciones acerca de la moda típica de este

periodo. Cuando invitaron a José María Vergara y Vergara a tomar una taza de té para el

cumpleaños de la marquesa de Gacharná, irónicamente descrita como una mujer inglesa nacida

en el barrio de Santa Bárbara y quién jamás había salido al extranjero, el cronista asistió al

agasajo con traje de etiqueta, pantalón con ancha tabilla, un chaleco de seda, una casaca de

paño negro y zapato de tacón. Así vestido, Vergara y Vergara confiesa haber tomado con

desagrado tres tazas de té que le fueron servidas de una tetera de plata alemana. También

describe que comió hambriento bizcochuelos que, como todo aquello que se había ofrecido en

aquella reunión, le supieron a alcoba de enfermo. No obstante, también dice haber realizado

observaciones científicas sobre hombres y mujeres flacas y estilizadas, que escuchaban música

para él desconocida y hablaban sobre economía política y moda de París (Vergara y Vergara,

1863).

Estas descripciones, hechas desde la literatura constumbrista, reflejan una serie de

prácticas que, lejos de ser endógenas, daban cuenta de una clase alta que exaltaba los cánones

predominantes en la sociedad europea. Naturalmente, toda esta serie de costumbres también

atravesaron los criterios con los que se componía la música en la Nueva Granada,

marcadamente influenciada por el arte clásico. Así, muchos de los artistas que compusieron

música en la Nueva Granada y en los Estados Unidos de Colombia habían estudiado en Europa

y Norteamérica. Por ello, sus obras se caracterizaron por utilizar instrumentos de origen

europeo como lo fue el piano y el órgano. Sin embargo, la búsqueda de una identidad nacional

neogranadina en el ámbito de la música también desembocó, para finales del siglo XIX, en el

surgimiento de nuevos ritmos autóctonos como el pasillo y el bambuco (Hoyos Pérez, 2010).

38
Con este contexto general es posible entender el arte, la moda, la literatura y la música, por

un lado, como fuentes importantes de información acerca de unas luchas simbólicas que se

realizaron durante este periodo por una legitimidad nacional o, por otro lado, como un reflejo

de una cómoda aceptación de lo que ya había sido legitimado desde Europa.

No obstante, es preciso especular que las disciplinas que se enunciaron durante este

capítulo no solo son funcionales para retratar la forma de vida de aquellos que habitaron Bogotá

durante el siglo XIX. Quizá la moda, la literatura o la música de este periodo, hoy comprendidas

en archivos históricos, pueden dar cuenta de la forma en la que se relacionaron entre sí diversos

quehaceres, que con un análisis específico de cada uno tal vez podrían llegar entenderse como

campos sociales. Ejemplo de ello, fue como importantes elementos de distinción como la moda

o la música se reflejaron en la literatura o la pintura.

Enteniendo entonces que los archivos históricos son reflejo de relaciones sociales

complejas, cabe preguntarse sobre el papel que desempeñó la ciencia, la salud y la alimentación

dentro de la sociedad bogotana durante el siglo XIX, teniendo en cuenta que la naturaleza y los

hábitos fueron retratados por la literatura y la pintura en diversos documentos realizados

durante este periodo histórico en Santafé.

Esta discusión se ampliará en el capítulo que se presentará a continuación, entendiendo

que diferentes partes del espacio social, como las que fueron enunciadas durante este capítulo

pueden ser una fuente igualmente válida de indagación histórica que, más allá de brindar

información meramente folklórica, pueden dar cuenta de la forma en la cual la modernidad

pudo haber afectado la cotidianidad de aquellos que alguna vez fueron inhumados en la cripta

del templo de San Ignacio.

39
Capítulo 2. La estructura tras el consumir de lo exclusivo y lo cotidiano en la

alimentación

Las formas en que se consume, viste, relaciona, come, duerme y ocurre la vida cotidiana

vinculan aquello a lo que es posible acceder con la clasificación de un orden básico de división

de clases. Es así como los significados acerca de las actividades y actitudes cotidianas dentro

de una sociedad están mediados por los juicios y opiniones formulados por una élite

(Wacquant, 2009). Para analizar estas conductas dentro de una práctica cotidiana, como lo es

la alimentación, es preciso aproximarse a categorías tales como: práctica de alimentación,

campo y gusto que serán elementos en los que se ahondará durante el desarrollo de este

capítulo.

2.1 La arqueología y las prácticas de alimentación

Muchos estudios sobre diéta han visto a los alimentos desde una perspectiva nutricional

(Vogel & van der Merwe, 1977). Por ello, el concepto de dieta ha sido utilizado por las ciencias

naturales para estudiar diversos aspectos relacionados con la forma de vida de los seres vivos.

Los estudios sobre las dietas humanas se han realizado sobre todo en sociedades tempranas y

han sido abordados también por disciplinas como la nutrición, la biología y la química. Esto

tiene sentido ya que conocer las formas en que las sociedades de un pasado tan lejano

relacionaron con los alimentos, requiere del uso de metodologías tanto sociales como

biológicas. El aproximarse a la diéta de culturas cuyas creencias y pensamientos no fueron

retratados a través de evidencias como la escritura, hacen que estos estudios se hayan asociado

con preguntas que se pueden contestar a través de evidencias biológicas, como lo son aquellas

que enfocadas hacía el acceso a los recursos naturales y a la forma en que diferentes miembros

40
de sociedades simples absorvieron los nutrientes en el pasado (Marschoff, 2007).

No obstante, a diferencia de esta visión sobre la diéta, el acto de comer se ha asociado a

prácticas sociales con un alto contenido simbólico que integran a los humanos y a los alimentos

a través de acciones colectivas complejas. Por ello, es posible decir que los humanos, aun

siendo animales, comen y no sólo se alimentan (Goyan et al., 2011). En este sentido el acto de

alimentarse, o la ingestión de alimentos, para el caso humano esta más relacionado con una

serie de prácticas culturales que con el proceso biológico de nutrirse (Montón Subías, 2005;

Vogel & van der Merwe, 1977; Goyan et al., 2011).

El reconocimiento de esta visión en particular ha generado una serie de cambios

metodológicos y teóricos relacionados con los estudios sobre la alimentación. Pues, las

recientes investigaciones de arqueología histórica han hecho que exista una clara distinción

entre abordar las dietas y estudiar las prácticas de alimentación (Marschoff, 2007). No

obstante, es preciso aclarar que las prácticas de alimentación, comúnmente llamadas foodways,

no estan aisladas de aspectos biológicos, químicos o ecológicos. En este sentido, la relación

que los humanos tienen con los alimentos en sus prácticas habituales puede ser estudiada

interdisciplinariamente. El aporte de diversas visiones para estudiar este tipo de problemas,

permite conocer aspectos como la distribución de los bienes o la demografía social, el acceso

de las sociedades a los recursos, las relaciones entre nutrición, organización social y

comportamiento humano, la evolución de la dieta e incluso las consecuencias que determinados

patrones de consumo tienen sobre la salud, el desarrollo físico y las disponibilidades ecológicas

(Messer, 1984; Ungar, 2007, Henshilwood et al., 2002; Jenike, 2001; Mannino et al., 2002).

Reconociendo entonces que las prácticas de alimentación o foodways tienen una

41
dimensión social y una dimensión ecológica y natural, es posible entender la

interdisciplinariedad que opera en la forma en que los estudios en arqueología histórica la han

abordado. No obstante, para responder a problemas sobre la cultura y la alimentación, la

arqueología ha interpretado la evidencia material del pasado con base en las miradas y las

teorías que están a disposición y han sido trabajadas por la antropología.

Este aspecto evita el uso del sentido común en la interpretación arqueológica y permite una

aproximación hacia los alimentos como fuentes para una comprensión de las instituciones o

los mecanismos de regulación social; la inequidad, el estatus e incluso la división del trabajo

dentro de las sociedades; los signos, significados o símbolos relacionados con un pensamiento

simbólico grupal; el género, la cosmología y la identidad social o el poder, el disciplinamiento

y la distinción, que son los problemas que han sido de interés para investigaciones que, como

esta, utilizan las bases del estructuralismo, del que se ahondará más adelante.

Esto último implica que las prácticas de alimentación en las sociedades están vinculadas

tanto con los gastos de energía, la asimilación de los nutrientes y los modos de subsistencia o

estrategias para adquirir recursos, como con la complejidad social, el uso de tecnologías, la

presencia de mano de obra y el procesamiento o preparación de la comida, por lo cual el estudio

de este tema, con evidente trascendencia teórica y conceptual, exige una comprensión de las

relaciones que las personas conciliaron con el medio en el que vivieron (Aguirre, 2017).

Teniendo en cuenta el carácter biológico y cultural que existe en las prácticas alimentarias

humanas, vale la pena usar tanto las herramientas teóricas enunciadas, como las metodologías

que se han utilizado y desarrollado para estudiar de diéta de las sociedades tempranas. Las

metodologías enunciadas se han usado para entender la disponibilidad de recursos; los cambios

42
en el clima; la demografía y las formas de sostenimiento, variables que afectan la forma y el

estilo de vida de las sociedades puesto que influyen con la movilidad, el intercambio y el acceso

a los recursos de estas (Arnold, 1996; Veen, 2003; Zucol, 2003; Correal, 1990; Triana, 2011;

Van Der Hammen, 1963; Gil, 2011; Rodríguez, 2006).

Los estudios sobre diéta humana en sociedades tempranas reconocen que hay diferentes

formas de aproximarse a la cultura que habita los restos arqueológicos antiguos. Una de las

formas en que se puede estudiar esta relación es conociendo aquello que se seleccionó de un

ambiente que fue habitado por personas del pasado estudiando diversos artefactos, restos o

espacios que pudieron haber sido utilizados para cocinar o procesar los alimentos. Este tipo de

indicios, denominados evidencias indirectas, proporcionan información sobre lo que se

percibió como comestible, pero no pueden dar cuenta de aquello que las personas que habitaron

esos espacios efectivamente ingirieron para su alimentación. Este último es el aspecto al que

se aproximan las líneas de investigación directas (Piperno, 1998; Triana, 2011).

Estos diversos tipos de evidencia permiten entonces cotejar aquello que está presente en

el ambiente con las formas en que se pudo haber seleccionado, preparado, conseguido y comido

un alimento. En otras palabras, el registro arqueológico puede arrojar información sobre

aquello que se encontró disponible en un ambiente particular. Naturalmente, este tipo de datos

junto con otro tipo de evidencias que permiten conocer el pensamiento simbólico de las

sociedades, como los registros escritos que se encuentran entre sociedades tardías o modernas,

pueden dar luces sobre el poder, los lujos, los deseos, los gustos o las preferencias de quienes

habitaron dicho ambiente (Hayden, 1995, Birch, 1999; Larsen, 1997).

En este sentido, desde los estudios arqueológicos se puede dar cuenta de las formas de

43
pensar que pudieron haber tenido las personas del pasado, ejemplo de ello son los aportes que

han hecho el análisis de los estilos cerámicos y el estudio de los textos asociados a periodos

coloniales y postcoloniales. Si bien este tipo de estudios enfocados a las prácticas de

alimentación humanas, aún no son muy comúnes dentro del contexto de la arqueología

latinoamericana y particularmente la arqueología colombiana. Sin embargo, es preciso añadir

que en países como Estados Unidos, Asia y Europa se ha desarrollado un número significativo

de investigaciones acerca de la alimentación, la dieta y la vida cotidiana de sociedades

históricas a través del estudio de diversos materiales arqueológicos y archivos históricos

(Fradkin y Walter, 2018; Graff y Edwards, 2018; LaBianca, 2002; Veen, 2003).

Los estudios de archivos históricos asociados a la dieta, han sido utilizados por

reconocidos investigadores entre los que se puede destacar a Jacques Hemardinquer (1970),

Aron (1967), Braudel (1967), Barrau (1983), Stouff (1970), Piponnier (1974), Wyczanski

(1895), Aymard (1975) y Morineau (1985), quienes estudiaron a través de diversos textos que

contenían información acerca de las raciones alimentarias, los alimentos comprados o las

recetas, importantes actividades sociales como la cocina, los gustos y las prohibiciones que

hubo en diversas partes de Europa desde mediados del siglo XIV hasta inicios del siglo XIX.

En Colombia también se han realizado estudios históricos que se enfocan en la dieta y la

alimentación como ejes centrales a la hora de describir la vida cotidiana en áreas específicas

de la Nueva Granada y los Estados Unidos de Colombia (Patiño, 2005; Restrepo, 2009;

Bejarano, 1950; Martínez Carreño, 2012). Sin embargo, es importante destacar que, aunque

estos trabajos se hayan preocupado por documentar y analizar un amplio número de fuentes

historiográficas tanto primarias como secundarias sobre el tema, aún existen grandes vacíos en

la información disponible en cuanto a prácticas alimenticias locales en el pasado reciente.

44
También, es preciso resaltar que, los archivos históricos tienen limitaciones considerables

cuando se trata de conocer la verdadera dimensión del consumo, es decir, aquello a lo que

apunta la arqueología cuando se aplican las líneas de investigación directas que fueron

enunciadas anteriormente. En este sentido, la arqueología histórica, aunque pueda jugar un

papel muy importante en la comparación o verificación de datos provenientes de las fuentes

escritas, es una fuente de información independiente que puede proporcionar datos de

naturaleza muy distinta de la que se obtiene de la historiografía tradicional (Deagan, 2008).

En este sentido vale la pena ahondar en el estudio de las prácticas alimentarias dentro

del campo de la arqueología del pasado reciente en Colombia pues, aunque se puede destacar

el trabajo realizado por autoras como Ramos (2001) y Groot (2006) sobre este tema, aún existe

mucho por estudiar y explorar en cuanto a la arqueología, la historia y la alimentación dentro

de este territorio desde nuevas perspectivas como lo es la mirada estructuralista y

posestructuralista.

2.2 El campo social y el papel de la salud y la alimentación durante la segunda mitad del

siglo XIX en Bogotá

Como se mencionó anteriormente, las bases teóricas del estructuralismo fueron aspectos

importantes dentro del desarrollo de este trabajo. Entender las culturas en términos de

estructuras que condicionan de forma inconsciente las conexiones y formas de las actividades

humanas dentro de todo un sistema sociocultural, resulta partícularmente útil para entender

problemas sobre el poder, el disciplinamiento o la distinción en sociedades modernas.

Aunque autores catalogados por la escuela norteamericana como posestructuralistas, han

enunciado que esta perspectiva teórica no es autosuficiente y que no todos los problemas

45
sociales se pueden ver en términos binarios, estos investigadores sociales han estudiado grupos

humanos superando estas falencias. Ejemplo de ello es Pierre Bourdieu, quién logró realizar

aportes sociológicos enunciando mecanismos de reproducción jerárquicos dentro de la urbe

francesa, al identificar entre dicha sociedad construcciones históricas cotidianas en actores

colectivos e individuales.

Para Pierre Bourdieu, en el mundo social se disputa el poder por el estado, una

apreciación que describe muy adecuadamente la situación de caos político reinante en

Colombia en la segunda mitad del siglo XIX. Retomando al autor, para obtener dicho poder

los agentes o personas luchan en campos de batalla que trascienden aquellos en los que se

enfrentan con armas los ejércitos. Estos otros campos son, para Bourdieu, terrenos de juego

históricamente determinados en que los agentes luchan simbólicamente por el poder sobre las

instituciones. Esta lucha o ilusio ocurre entre agentes dentro del juego, personas cuya posición

es posible conocer a través de la manera en que actúan inconscientemente ante una serie de

ideologías u opiniones incuestionables que son definidas como doxa o discurso (Bourdieu,

1990).

Sin embargo, es importante aclarar dos aspectos. El primero de ellos es que, todos los

agentes incorporan dicha doxa y ninguno de ellos es consciente de su dominio o aceptación. El

segundo de ellos es que, aunque los agentes estén inmersos en estos campos de lucha, no se

debe generalizar el que todos estos quieran ganar el juego, aun cuando todos cuenten con

herramientas o fuerzas con las que se puede llegar a ocupar un mejor lugar dentro de una

estructura social determinada.

46
Las fuerzas aquí enunciadas son los capitales económicos, sociales y culturales. Con estos

capitales los agentes logran obtener prestigio, legitimidad o autoridad. Pero, sólo el capital

simbólico generado dentro de un campo específico puede llegar a generar una eficiencia en la

adquisición de los demás capitales, pues este es aquel que modela diversos aspectos abstractos

que subyacen a las formas de pensar, sentir y actuar individuales. Estos aspectos están

estrechamente vinculados con el concepto de habitus, entendido como una estructura capaz de

estructurar en los cuerpos una subjetividad que a través de una socialización sistemática en el

mundo forma las prácticas y los pensamientos de los agentes. Es así como el habitus comprende

tanto los esquemas cognitivos como, lo que Mauss (1979) llamó, las técnicas corporales, que

están implementadas dentro de los cuerpos (Bourdieu, 1979; Bourdieu, 1990; Bourdieu, 2000;

Gaitán, 2011; Wacquant, 2009; Mc Allister, 2015).

El esquema aquí propuesto (figura 6) es un resumen de esto último. Mirándolo de afuera

para adentro aquí se representa al campo que moldea las reglas del juego de color amarillo,

mientras que las fichas o capitales con los que es posible jugar son las rosquillas: que

están inmersas dentro de este espacio. El círculo azul, ubicado en el centro del campo, es aquel

en el cual se reconoce al capital simbólico representado a través de la siguiente figura: .

Siguiendo el esquema propuesto (figura 6), los agentes, representados a través de

cuadrados, círculos y triángulos, han socializado durante mucho tiempo en este contexto a

través de sus cuerpos. Es por esta razón que los cuerpos se encuentran inevitablemente

inmersos en las dinámicas sociales que determinan las disposiciones, las posturas, las

atracciones, las formas de consumo, los gustos, los gestos y las maneras de responder ante un

estímulo individualmente, el habitus, que es representado en este esquema por los colores

diversos que rellenan las figuras de los agentes que se disputan dentro del juego.

47
Aquel agente que tiene incorporado el mismo color naranja que tiene el capital

simbólico: es aquel que tiene el dominio del discurso, la doxa, y además, el poder sobre las

instituciones representadas por casas color verde: . Estas condiciones implican que los

demás agentes requieren de una modificación de sus prácticas habituales para incorporar

acciones y pensamientos que estén bien vistos dentro del campo. Estos cambios en los habitus

incorporan una violencia simbólica legítima definida como una serie de esquemas

inconscientemente aceptados por los agentes (Bourdieu, 1996). Naturalmente, aunque se trate

de un tipo de violencia, esto es aquello que les permite a los jugadores llegar a escalar o a

enclasarse dentro del juego y obtener una mejor posición dentro del campo, aspecto que es

representado a través de la siguiente flecha .

Figura 6. Esquema campos en Bourdieu.


Fuente: Elaboración propia.

48
Esta forma de percibir lo social no aplica a todas las sociedades ni a todos los grupos

humanos. Sin embargo, puede aplicarse a un contexto bogotano del siglo XIX en tanto los

saberes de esta época, expuestos en el contexto, permiten conocer una forma de pensamietno

que responde a la estructura ya descrita. El esquema que se muestra a continuación (Figura 7)

representa la forma en que estos conceptos pudieron haber tenido lugar dentro de la población

que se seleccionó para esta investigación.

Teniendo en cuenta que en la Nueva Granada (1831-1858) y en los Estados Unidos de

Colombia (1863-1886) se estaba gestando un proyecto político criollo que buscaba ejercer un

control total del estado, es importante exaltar el papel que jugó un campo de juego en el que se

luchó el capital burocrático. Naturalmente, como lo social se puede estudiar desde las

relaciones que lo social produce y este trabajo no trata del campo de juego en sí, delimitar su

nombre o sus características no resulta relevante aquí. Sin embargo, conociendo el zeitgeist,

entendido como espíritu de la época, crecientemente moderno dentro del cual vivió parte de la

élite bogotana para finales del siglo XIX, es posible plantear que el campo social de la

Bogotá republicana tuvo como uno de sus mecanismos de gobierno al ejercicio de la ciencia y

la implementación de sus producciones. Por ello, en este campo social se desenvolvieron

intelectuales como Agustín Codazzi (1793-1859) o Manuel Ponce de León (1829 -1899)

quienes, sin haber tenido algún vínculo con tradiciones religiosas, ocuparon puestos públicos

que les permitieron administrar diversas instituciones con un enfoque característicamente

científico.

Este campo, claramente enmarcado dentro del discurso de la ciencia moderna, moldeó

las reglas de juego de otros campos. Uno de ellos: fue aquel en el cual la salud se transformó

en un mecanismo de gobierno. Las lógicas de este campo se expresan en el capítulo uno de este

49
trabajo, dentro del cual se enuncian a autores como Caldas (1768-1816) y Merizalde (1790-

1868) quienes, siendo muy influyentes políticamente dentro del territorio de la Nueva Granada

y los Estados Unidos de Colombia, formularon descripciones científicas sobre el clima y

expresaron una opinión legitima, una doxa, en la cual no cuestionaron la influencia de las

emanaciones fétidas provenientes del agua, el aire y el ambiente en la salud y en la moral de

los seres vivos.

Figura 7. Teoría aplicada al siglo XIX en Bogotá.


Fuente: Elaboración propia.

Por ello, el capital simbólico aquí enunciado se refleja a través de un discurso que

empezaba a ser moderno dentro de un contexto tradicional que situó la experiencia y

observación humana como fuentes de organización, saber y conocimiento. Este capital

fundamental se expresó dentro de una estructura social jerárquica en la cual los intelectuales:

, estuvieron a cargo de muchas de las instituciones que antes pertenecían al imperio español

y a las congregaciones religiosas, como lo fueron la dirección de la república a manos de

presidentes y no reyes o virreyes dotados por un poder divino; la fuerza pública como la policía

y el ejército oficial y algunos hospitales, colegios y monasterios (González. et al., 2017;

Restrepo, 1940; Restrepo, 2011).

50
Debido a esto, algunas de las instituciones educativas, de salud y fuerza pública,

determinadas aún por prejuicios religiosos, impulsaron la implementación de taxonomías

vegetales, animales y humanas, la utilización de manuales de etiqueta y comportamiento y

leyes orientadas hacia el control de los fluidos. Así, textos como “Negros de Pílamao” de

Daniel Gutiérrez (1880), “Principios de urbanidad” de Pio Castillo (1851), “Leyes

colombianas” (1890) y el “Código de Policía” (1827) presentaron regulaciones que le sirvieron

a la élite social neogranadina para conocer lo que se debía reflejar en sus acciones, movimientos

y pensamientos. A su vez, estas regulaciones fueron útiles para los mestizos: y los negros e

indígenas: que ocuparon posiciones menos privilegiadas y explícitamente subordinadas, ya

que podían ser guías para conocer aquello que debían incorporar en sus hábitos aquellas

personas que deseaban subir en su posición social.

Esta forma de enclasarse estuvo inmersa en un pensamiento tanto científico como

tradicional que se vio reflejado en las propuestas de regeneración que surgieron en los Estados

Unidos de Colombia para finales del siglo XIX. Dicho aspecto devela, dentro de este campo

específico, capitales tales como: la moral, expuesta como la capacidad del hombre para

encontrar lo bello y cuidar lo creado por Dios; las predisposiciones naturales, ya que,

dependiendo del clima y ciertas características fisionómicas innatas, se presumía que los

cuerpos tendían a actuar de ciertas formas; la higiene, que reflejaba el bienestar en la salud y

la purificación dentro de prácticas cotidianas como la limpieza y el consumo de ciertos

alimentos y el dinero, que facilitaba el acceso a los recursos de consumo de forma diferencial.

Teniendo en cuenta que la alimentación cubría aspectos relativos a: 1. Los criterios de

higiene, 2. Las prácticas comerciales o de mercado, 3. Una serie de condiciones naturales y

biológicas innatas suceptibles a ser clasificables y 4. Las categorías morales dentro de las cuales

51
cabía todo lo creado por Dios, es posible decir que esta fue un aspecto transversal a todos los

capitales. Esto implica que la alimentación, por un lado, hizo parte del proyecto modernizador

y, por otro lado, formó parte de los criterios de distinción social. Por lo tanto, es posible decir

que dicha distinción pudo haberse visto reflejada en cuerpos expuestos a ciertas prácticas

alimentarias asociadas a la implementación de fuerzas colectivas e individuales particulares.

Con esto, es posible entender que el acto de comer estuvo mediado por relaciones

políticas que impusieron o controlaron prácticas alimenticias determinadas, enmarcadas dentro

de conceptos modernizados de lo bueno, lo higiénico y lo saludable. En este sentido, aun

estando inmerso dentro del campo de la ciencia y la salud, el valor nutricional de un alimento

pudo llegar a ser irrelevante ante el carácter cultural que atravesó la comida, como lo son los

alimentos cuando están dotados por valores capaces de otorgar estatus al ser consumidos o

calificados por personas que ocupan un lugar privilegiado en una jerarquía social (Veen, 2003;

Curet y Pestle, 2010).

Entonces, teniendo en cuenta que existe una suerte de gastropolítica (Appadurai, 1981)

inmersa en una nosopolítica o uso político de la enfermedad del siglo XIX (González. et al.,

2017) esta categoría analítica presta una serie de herramientas que permiten una aproximación

a los lugares sociales ocupados por individuos, identificando en ellos la forma en que sus

capitales acumulados pudieron haberlos hecho productores o consumidores de una doxa, una

ideología y una opinión legitimada que se impregnó en sus cuerpos. Así, esta teoría puede

aplicarse a los cuerpos provenientes de un contexto arqueológico como el que se estudia en

esta investigación. Pues la cultura que subyace a las prácticas cotidianas, está inscrita y se

transcribe dentro de cuerpos, cuerpos que alguna vez pudieron haber estado en una condición

dominada, pudieron haber hecho parte de una fracción bien provista de capitales o, por qué no,

52
pudieron haberse refinado o enclasado mediante consumos distinguidos de ciertos productos

dentro de un campo en el que socializaron y en el cual, de forma inconsciente, pudieron haber

incorporado a sus vidas más que el consumo de ciertos alimentos, unas nuevas formas de

consumir estos recursos a través de la incorporación de comportamientos repetitivos y

cotidianos, de actitudes que a su vez son capaces de habituar y moldear los cuerpos.

Por esta razón teórica tiene sentido estudiar la coherencia que existe entre los esquemas

cognitivos dispuestos en los archivos históricos y las prácticas corporales efectivas llevadas a

cabo por aquellos, que al menos al final de su vida, tuvieron el capital económico o social que

les permitió acceder a un espacio funerario exclusivo como lo fue el templo de San Ignacio en

Bogotá. De modo que, el haber sido inhumado en este espacio reproduce, más que una utopía

divina, la jerarquía social de quienes, al morir, se distinguieron por los lugares que les fueron

concedidos a sus cuerpos, y, al vivir, por las ideas, limitaciones, posibilidades, actitudes y

labores que desempeñaron, las personas con las que socializaron, los conocimientos que

adquirieron y, en resumen, por los capitales a los que accedieron (Bourdieu, 1979).

2.3. El gusto en las prácticas alimenticias

Las actividades cotidianas repetitivas y comunes inherentes a cualquier ser vivo ocurren

en torno a la búsqueda de su permanencia en el mundo, hecho que depende explícitamente del

consumo de alimentos (Jenike, 2001). Naturalmente entre los seres humanos la alimentación

se inscribe dentro de hábitos, costumbres y distinciones particulares capaces de organizar un

mundo social que interactúa con la naturaleza. Ejemplo de esto es la forma en que los alimentos

han sido objeto de catalogación y conocimiento humano, las convenciones y las categorías que,

aunque tienen fines políticos, también han servido dentro de las sociedades para establecer

53
formas de aproximarse y conocer al mundo y a la naturaleza. En este sentido, los alimentos

inevitablemente interactúan con categorías que pueden estar cargadas de tabúes asociados con

la creación y existencia de lo bueno y lo malo y con virtudes asociadas a lo correcto e higiénico

(Douglas, 1973).

Entonces, parte de la existencia terrenal humana y la forma en que se actúa y piensa ante

los objetos tiene que ver con un sistema de creencias que hace parte de la relación entre la

naturaleza y la cultura. Según Mary Douglas (1973), es posible conocer esta relación

estudiando el comportamiento que los individuos de un grupo social tienen ante la alimentación

(Douglas, 1973). Este aspecto debe ser rescatado puesto que sugiere que para pensar a los

alimentos en la cultura se debe tener en cuenta la condición natural humana. Es decir que los

seres humanos son mamíferos, omnívoros y receptores de nutrientes y energía. Pero además de

esto la alimentación tiene una dimensión social que se ve reflejada en las elecciones que las

sociedades realizan sobre la amplia gama de posibilidades a las que la biología humana hace

posible acceder.

Esta dimensión social de la alimentación tiene como trasfondo identidades y saberes

colectivos que según Lévi-Strauss (1968) comprenden creencias confirmadas por la

experiencia y reforzadas por un valor simbólico. Entonces, la alimentación humana contiene

representaciones sobre creencias, conocimientos y prácticas heredadas, aprendidas y

compartidas por individuos dentro de una cultura (Douglas, 1973).

Es así como, las personas en sociedad utilizan sus habilidades para pensar, hablar, actuar

y formular reglas, condicionamientos y prejuicios en torno a lo que se debe o no comer dentro

de un contexto social y ecológico (Birch, 1999; Contreras y García, 2005). Autores como Smith

54
(2006) y Flannery (1973) dieron cuenta de este aspecto aun teniendo una perspectiva teórica

que exaltaba las condiciones materiales que afectaban lo que la gente efectivamente hacía.

Estos arqueólogos plantean que, desde la revolución neolítica hasta hoy han tenido lugar entre

diversas comunidades actividades de selección artificial sobre los animales y las plantas

disponibles en el ambiente, lo cual sugiere que los seres humanos realizan elecciones para

determinar lo que merece la pena ser cultivado, transportado o almacenado.

Esto último, formula una serie de prácticas relacionadas con la alimentación que

integran un amaestramiento, definición, moldeo y uso de la vida y los recursos, puesto que

están determinados por una viabilidad ecológica capaz de influir sobre las diversas formas de

organización social dentro de las cuales se concibe aquello que será un lujo, que será deseado

o indeseado (Smith, 2006; Flannery, 1973).

Este tipo de conjeturas vistas a la luz de otras problemáticas y preguntas enfocadas hacía

el pensamiento simbólico o abstracto permiten entender otros aspectos que trascienden al

acceso a los recursos naturales. Las elecciones en las prácticas alimentarias presentes en las

sociedades también pueden dar cuenta de estilos de vida socialmente adquiridos y de las

diversas formas de pensar, sentir y actuar inscritas dentro de lo que la gente dice que hace o

debe hacer (Harris, 2005; Durkheim, 2001, Veen, 2003; Harris y Ross, 1987). Esto último

remite directamente a la cultura, a la forma en que los individuos dentro de sus prácticas

concretas no se inclinan hacía lo más nutritivo, sino hacía lo que se puede encontrar disponible

dentro de las posibilidades que las sociedades se formulan por los gustos o preferencias

(Larsen, 1997; Birch, 1999). Este aspecto invita a comprender los alimentos dentro de

conceptos cargados de parámetros culturalmente construidos. Estos criterios pueden hacer

parte de la identidad de un individuo en un grupo social capaz de producir o incorporar una

55
serie de elecciones y limitaciones. Naturalmente, dichas formas de actuar tienen cabida en la

forma en que los grupos humanos han definido lo comestible en la determinación de aquello

que será "preferido" o "menospreciado" (Birch, 1999; Veen, 2003; Harris, 2005; Douglas,

1973).

Lo que la gente dice acerca de lo “preferido” y lo “menospreciado” puede tener sentido

en las creencias que rodean a las prohibiciones. Ejemplo de ello es la ingesta de cerdo en

sociedades musulmanas y el consumo de vaca en la religión hindú. Aunque existen diversas

hipótesis acerca de las razones que incentivan a estas restricciones, autores como Marvin Harris

(2005) y Mary Douglas (1973), a pesar de sus diferentes abordajes sobre este tema, coinciden

en que las restricciones ocurren explícitamente desde la ley o la moral que rige las prácticas

comunes dentro de una sociedad. Este aspecto difiere del gusto, pues este último se relaciona

mucho más con las formas en que las personas dentro de una misma comunidad se distinguen

de otras y conocen lo ajeno y lo propio a esos lugares comunes en que se forjan las relaciones

sociales (Bourdieu, 2000).

No obstante, la relación básica entre lo que la gente dice y lo que la gente hace es

diferente cuando se trata de los gustos alimenticios puesto que estos, a diferencia de los gustos

por los colores, el arte o los deportes, se asocian a lo inherente al ser humano, a lo natural y

esencial. Según Bourdieu (1979), estas características hacen de este tipo de gusto algo

primordial que está ligado a los hábitos y prácticas de la infancia, e implican que las tendencias

alimenticias están fuertemente incorporadas en la conducta humana y a las prácticas cotidianas.

Es esta la razón por la cual los gustos por ciertos alimentos permanecen en el tiempo aun

cuando los individuos se hayan refinado, enclasado o hayan socializado con fracciones de la

sociedad bien provistas de capitales (Bourdieu, 1979).

56
Entonces, a través de la alimentación se puede dar cuenta de prácticas culturales desde

las cuales se manifiesta el estatus y la distinción. Por ello, puede ser muy interesante explorar

la alimentación dentro de contextos particulares y problemáticas que estén asociadas a la clase

social, tal como la que impulsa a esta investigación.

Aunque para el siglo XIX en Bogotá la alimentación pudo haber hecho parte de una técnica

mediante la cual fue posible ascender de posición dentro del campo social , los gustos dan

cuenta de que la práctica alimentaria no se cambia fácilmente y por ello estudiarlos en este

contexto permite entender la relación y la eficacia simbólica que tuvo un discurso con razgos

modernos en los cuerpos de los individuos inhumados en el templo de San Ignacio ,

agentes cuyos gustos se forjaron en una historia individual que se impregnó en sus mentes y en

sus cuerpos, en sus habitus. En resumen, el gusto en la alimentación hace posible distinguir

aquello que para Malinowski (2002) fue tan trascendental: distinguir entre lo que la gente dice,

lo que la gente dice que hace y lo que la gente efectivamente hace.

57
Capítulo 3. Lo que se dijo o reportó sobre la alimentación de Bogotá durante la segunda

mitad del siglo XIX.

En el manual de urbanidad de Carreño (1854) se enuncia que “La mesa es uno de los

lugares donde más clara y prontamente se revela el grado de educación y de cultura de una

persona (…)” (Carreño; 1854: 49). Naturalmente, las reglas y prohibiciones que atravesaron

los comportamientos en la mesa durante la segunda mitad del siglo XIX incluyeron elementos

tales como la salud y el aseo, referentes a los utensilios de comida y a los alimentos. Como este

trabajo se enfoca en el consumo directo de los alimentos, se realizó una revisión de archivos

históricos en la cual se buscó conocer lo que la gente decía sobre lo característico, lo disponible,

lo que se sabía y algunos aspectos asociados a las preparaciones de estos alimentos, con el fin

de conocer los insumos que posiblemente ingirieron aquellos que inspiraron esta investigación

y los juicios o reflexiones que los atravesaron a la hora de comer.

3.1 Lo característico en la comida de Bogotá durante la segunda mitad del siglo XIX

Teniendo en cuenta algunos de los aspectos que Caldas (1942) había exaltado sobre el

clima, es posible pensar que los alimentos provenientes de Europa deberían ser bajo esta mirada

los más correctos. Sin embargo, este aspecto es ambiguo para el siglo XIX teniendo en cuenta

que el territorio donde se situó la República de la Nueva Granada (1831-1858) y los Estados

Unidos de Colombia (1863-1886) había estado, desde 1499, inmerso en intercambios globales

protagonizados por conquistadores como Alonso de Ojeda y Gonzalo Jiménez de Quesada. Por

esta razón, los alimentos de origen americano como el aguacate, la papaya, el anón, la guayaba,

el cacao, el lulo, la uchuva, el zapote, el níspero, el marañón, el chontaduro, el mamoncillo, la

piñuela, el icaco, la ciruela o la guama podían estar disponibles en Bogotá junto con otros

58
alimentos originarios de Asia y África como la naranja, la manzana, la uva, el mango, el arroz,

la caña de azúcar, el melón, el trigo y la gallina que habían sido introducidos por diversos

viajeros de origen francés, italiano y español. Estos alimentos habían llegado a Europa a través

de rutas comerciales como lo fue la ruta de la seda, que sirvió como espacio de intercambio

desde el siglo I a. C hasta el siglo XIV d. C cuando cayó el imperio mongol (Latourette, 1938).

Además, en el siglo XVIII, cuando aún las revoluciones de independencia de la corona

española no tenían lugar, la comida española se vio afectada por un movimiento llamado la

Nueva Cocina, que se caracterizó por tener una comprensión amable y benigna de todos los

productos de la naturaleza y la apertura en el uso de alimentos o preparaciones no endógenas

o importadas (Marschoff, 2007). En este sentido la dieta europea y particularmente la española

durante el siglo XIX, estuvo compuesta por una gran variedad de alimentos que, sin importar

su origen, eran cultivados en países como Francia, Portugal o España para la elaboración de

productos como el pan, la cerveza y el vino, así como cocidos cuyos ingredientes podían ser

productos de huerta estacionarios y algunos trozos de carne de res, cerdo o aves como pollo y

gallina, que desde la Edad Media y el Renacimiento llegaron a considerarse como carne fina y

como parte importante de banquetes y festejos especiales (Azcoytia, 2004).

Lo interesante de estos datos es que, posterior al siglo XVIII, la variedad de alimentos

exóticos dejó de ser un elemento importante en la gastronomía. Por ejemplo, en el caso

particular de Cundinamarca las descripciones folclóricas de la comida revelaban que en esta

región del país se cocinaban, producían y compraban productos europeos o extranjeros como

los descritos en el párrafo anterior:

59
En las mesas y tierras frías, en Bogotá, por ejemplo, se cosecha el trigo y las papas

o turmas como en Europa. (…) En muchos puntos se consumen alimentos extranjeros; en

Bogotá, por ejemplo, no sólo se importan harinas, manteca etc. de los Estados Unidos,

sino hasta sebo para fabricar bujías ordinarias. En alimentos y condimentos se introducen

unas 500 toneladas al año y 2,250 en licores y bebidas espirituosas (Reclús, 1866: 336 –

389).

Esto último es muy interesante puesto que, por un lado, la ingesta de bebidas fermentadas

tradicionales como la chicha se había considerado bebidas embrutecedoras y antihigiénicas

capaces de provocar enfermedades de todo tipo (Castellanos, 1562; Mutis, 1782; 1968;

Bejarano, 1950). Ejemplo de ello fueron las fuertes campañas publicitarias de finales del siglo

XIX y principios del siglo XX (figura 8, 9 y 10) y el decreto de ley formulado a inicios del

siglo XX en el cual el ministro de higiene prohibió la elaboración, venta y consumo de la chicha

en Colombia debido a un padecimiento físico, mental y social llamado chichismo (Sánchez,

2012). Debido a esto, el hecho de que los bogotanos introdujeran tantas cantidades de bebidas

espirituosas de otros países a su ciudad permite pensar a una Santafé y a una Bogotá

caracterizadas por reproducir unos modelos de alimentación europeos.

Por otro lado, la importación de harinas y los cultivos de trigo, también característicos

de la dieta europea, se pueden relacionar con el consumo de pan. Archivos como las cuentas

llevadas por el mayordomo de fábrica a cargo de la Iglesia Parroquial de San Carlos en el año

1877 que reposan en el archivo de la Catedral de Bogotá y las crónicas de la viajera inglesa de

nombre Rosa Carnegie-Williams en el año 1882, son evidencia de las compras de pan que se

hicieron para, en el primer caso, ofrecerlo en los funerales y, en el segundo caso, consumirlo

en el ámbito doméstico.

60
Figura 8. Carteles publicitarios de finales Figura 9. Carteles publicitarios de finales
del siglo XIX y principios del siglo XX, en del siglo XIX y principios del siglo XX, en
la campaña contra la chicha. la campaña contra la chicha.
Fuente: González. et al., 2017: 406. Fuente: González. et al., 2017: 405.

Figura 10. Carteles publicitarios de finales del siglo


XIX y principios del siglo XX, en la campaña
contra la chicha.

Fuente: González. et al., 2017: 407.

Que estos alimentos fueran populares no implica que el acceso a ellos fuera posible para

todas las personas en la ciudad. La movilización popular llevada a cabo por aproximadamente

1500 personas en la plaza mayor el día 23 de enero de 1875 es ejemplo de ello. El nombre de

61
esta manifestación fue: “el motín del pan”, reportado en la prensa de la época y tuvo su origen

por el alza del precio del “pan de a cuatro” y la harina de trigo (Polo Buitrago, 2008).

Este ejemplo revela que, aunque los altos costos dificultaron el consumo de ciertos

alimentos en Bogotá, no solo las clases altas buscaron alimentarse de estos productos. John

Stewart (1836 – 1837) narró que en Bogotá se acostumbraba a comer tamal, cerdo, plátanos y

arracachas. Sin embargo, especificó que los peones usualmente se alimentaban de sopa de arroz

cocinada con arracacha, achiote, manteca de cerdo, cominos, bollos o arepas y, rara vez,

tomaban chocolate, comían carne o pan de trigo puesto que estos productos eran muy costosos.

Por el contrario, personas pertenecientes a clases sociales privilegiadas, de forma

particularmente maleducada, consumían con cucharas algunos de los víveres que mencionó

Reclus, como las papas cocidas y alimentos hechos con trigo como el pan, aunque también

reportó la ingesta de carne asada, huevos, comino, ajo y, al igual que los peones, sopa de

arracacha y arroz (Stewart, 1989). Por esta razón es posible decir que el pan no estaba realmente

disponible en toda Bogotá y, aunque las personas desearan consumirlo, sólo podían comerlo

aquellos que tenían el dinero para pagarlo, como parece ser el caso del chocolate también.

En la descripción hecha por Le Moyne (1945) en el año 1830, éste reporta la presencia

de implementos para preparar chocolate, puchero y dulces en una cocina bogotana. Le Moyne

dice que la gente solía beber agua de una tinaja de barro cubierta por una tapa de madera, así

como una “bebida fermentada de maíz llamada chicha”. Asimismo, cuenta que en el día a día

la gente comía:

carne cocida con mazorcas de maíz, plátanos, yucas y diversas legumbres; un guiso

de cordero de cerdo, aves asadas o fritas, huevos fritos o en tortilla, todo ello acompañado

62
de mucha cebolla, pepinos y tomates (…) mazamorra, que es una sopa hecha de harina de

maíz, azúcar, miel y un sin número de dulces y compota (Le Moyne, 1945).

Además, añade que: “Se come muy poco pan: el que hace la gente del país está mezclado

con huevo, lo que le da el aspecto y hasta el sabor de un bollo malo” (Le Moyne, 1945) y apunta

que “El vino es bebida de lujo por lo muy caro y se bebe poco porque además está considerado

como pernicioso” (Le Moyne, 1945).

Estos testimonios demuestran que lo europeo no era necesariamente bueno y que la

posibilidad de consumir alimentos provenientes de este continente para las clases más

privilegiadas, no implicó una verdadera adopción de modelos de alimentación extranjeros,

como es posible reconocerlo tanto en la descripción de Stewart cuando habla sobre la cuchara,

de Le Moyne cuando explica cómo se comía el pan y del francés “Pepito” quien escribió en la

Gaceta Mercantil de Santa Marta en 1848, disponible en el libro de Martínez Carreño (1995),

lo siguiente:

El trato de las gentes ha mejorado bastante en Bogotá. En la mesa, sin embargo,

cometen todavía muchas faltas. Escupen en el comedor, comen con el cuchillo, y pasan a

otro el plato que les han servido. Todavía se usa esa multitud de guisos indigestos y

desagradables, nadando en grasa de puerco, costumbre española que da lugar a ciertos

accidentes incómodos y poco decentes después de la comida (Martínez Carreño, 1995: 58).

Teniendo en cuenta esto y lo relativas que pueden ser las caracterizaciones folclóricas

que, así como la descripción del clima de Santafé, exaltaron a una región ilustrada, blanca y

educada, vale la pena recoger otros testimonios para conocer, más allá de lo característico, lo

realmente disponible para los bogotanos durante la segunda mitad del siglo XIX.

63
3.2 Lo disponible para el consumo de alimentos de los que habitaban Bogotá

Durante los días viernes la Plaza Mayor fue el escenario de intercambios comerciales,

dentro de los cuales la comida fue uno de los principales bienes de consumo. Diversos viajeros

que visitaron Santafé y Bogotá desde los años 1800 a 1900 describieron en sus diarios lo que

allí vieron. Hoy estos testimonios son documentos indispensables para conocer descripciones

sobre la cultura y los recursos alimentarios que estuvieron disponibles durante el siglo XIX en

esta región.

El diario escito en el año 1810 por Abella (1980) permite imaginar a peones y campesinos

que se transportaban hacia el centro de Santafé desde los arrabales de la Peña, Belén y Egipto,

o los poblados de la Calera y Usaquén entre una fuerte y fría brisa. Algunos de estos

trabajadores pasaban por lodazales y potreros de la Sabana en donde había casonas y

establecimientos comerciales llamados pulperías. Allí estos hombres y mujeres campesinos

ponían a sus mulas a pastar mientras tomaban caldos de gallina y bebidas fermentadas como la

chicha y el guarapo para llegar listos a la Plaza Mayor a las 5 de la mañana (Abella, 1980: 115).

Figura 11. Paisaje entre Honda y Bogotá.


Fuente: Sánchez , 2015. En “La imagen de la nación en el siglo XIX. Pintores de lo cotidiano y lo extraordinario”

64
Abella (1980) narra que, avanzada la mañana aquellos que habían emprendido su viaje

armaban tiendas cubiertas en la plaza, en las que colgaban sus productos y cocinaban en hornos

de piedra diversas preparaciones para vender. Ya dispuestos los productos para el comercio,

Le Moyne (1969) describe la manera en que para el año 1828 se asentaban desde las escaleras

de la catedral hasta el interior de la Plaza Mayor una muchedumbre de hombres en busca de

mujeres hermosas y vendedores y compradores de todas las razas y clases sociales.

(...)van por la mañana tanto las damas de la alta clase social como las

pertenecientes a las demás, las primeras acompañadas de una criada o de un indio que

lleva a la espalda un gran canasto donde se van poniendo las provisiones que se compran

para toda la semana (Le Moyne, 1969: 132).

Figura 12. Episodio de mercado en la Plaza Mayor de Santafé en 1850.

Fuente: Torres Méndez, 2002.

65
Las provisiones que estas personas podían comprar incluían una gran diversidad de

alimentos provenientes de todas partes del mundo:

(…) En este mercado se ven carnes, granos, verduras, frutas de toda clase europeas

y americanas tales como las fresas, piñas, aguacates, y melocotones, también yucas,

zanahorias, patatas y plátanos, maíz, cebada, trigo, almendras de cacao y pilones de

azúcar (Mollien, 1944).

Aún así los viajeros no siempre se fijaron en los mismos alimentos y enseres. Uniendo los

testimonios de autores que viajaron a Santafé en el siglo XIX se puede reconstruir una lista

muy variada de los productos asociados a la alimentación que estaban disponibles en los

mercados de la Bogotá republicana (ver tabla 2). Sin duda, insumos como el carbón de palo,

artículos indígenas hechos en lana, el algodón y la fibra de pita, zarazas y telas importadas, así

como plantas de los páramos y flores como claveles, rosas y jazmines, son elementos que no

se pueden dejar de lado aquí puesto que pudieron estar asociados a las formas de preparación,

transporte o servicio relacionado con prácticas de alimentación.

Tabla 2. Alimentos reportados por son Le Moyne (1969), Romero (1990), Barriga (1981), Mollien

(1944), Holton (1857), Stewart (1989) y Röthlisberger (1963) de la Plaza Mayor durante el siglo XIX.

Ingredientes Preparaciones
Legumbres Frijoles No se reportan
Gramíneas Trigo, maíz, cebada, caña de azúcar, arroz y avena. Chicha, pilones de azúcar y
o pastos azúcar, maíz totiao, harina,
pasteles mantecosos,
alfandoques, pan y maicena.
Hortalizas Coliflor, repollo y alcachofa. No se reportan
Árboles Fresa, piña, aguacate, breva, plátano, naranja, limón,
frutales granada, mango, tomate, chirimoya, melón, Vino, chocolate, guarapo y
berenjena, melocotón, cacao, mora, manzana, café y pisco.
ciruela.

66
Bulbos Yuca, zanahoria, papa, remolacha, arracacha, ajo y
cebolla. Ajiaco ahumado
Lácteos Leche y mantequilla No se reportan
Proteínas Pescado, pavo, pichón, pollo, gallina, huevo, pato, Longaniza, chicharrón,
carne de res, cordero, cerdo y anguilas. fritanga, manteca, rellena y
caldo de gallina.
Cactáceas Tuna No se reportan

Fuente: Autoría propia.

Teniendo en cuenta la información aquí presentada, es preciso decir que la disponibilidad

para acceder a los recursos en estos periodos está mediada por los precios de estos alimentos,

como se vio en el caso del “motín del pan”. Así, vale la pena exaltar el inventario de costos del

mercado realizado por la inglesa Rosa Carnegie-Williams en 1882, publicado en 1990.

(Carnegie-Williams, 1990)

67
Para comprender mejor la información presentada en la lista de Carnegie-Williams (1990),

se tuvo en cuenta el costo de las unidades de cada producto, a excepción de los tomates, las

zanahorias y los plátanos porque no se reportó su costo. Con esto es posible decir que el azúcar,

el pan del día y el paquete de maicena junto con el cacao y la remolacha fueron los alimentos

más costosos. Otros pastos como el arroz, almidones como la papa y frutos como la naranja

fueron especialmente económicos en comparación con los demás. Para el caso de las proteínas

y lácteos se debe tener en cuenta que no había forma de refrigeración y su consumo debía ser

casi inmediato o preservarse en sal, insumo que Rosa no compró, por ello su costo no era

realmente económico como fue el caso del pichón que costaba casi el doble que el pescado y

la leche.

Esto es interesante puesto que los insumos más costosos que Carnegie-Williams compró

(cacao, azúcar o pan) coinciden con diversas descripciones sobre los alimentos que eran

consumidos por personas de clases sociales privilegiadas bogotanas hechas por autores como

Stewart (1989) y Vergara y Vergara (1863). Ambos autores coincidieron en que la acción de

“beber un pocillo de chocolate tan espeso y dulce como sea posible” (Stewart, 1989) y

acompañarlo por otros insumos como pan y bizcochos era un acto realmente exquisito y de

gran privilegio (Vergara y Vergara, 1863). Este detalle es interesante ya que, aunque existía la

tendencia de mirar lo europeo con ojos de admiración, el cacao (de origen centroamericano)

fue descrito en la lista de Carnegie-Williams (1990) como un alimento para el servicio. Esto

sugiere que esta mujer inglesa, probablemente más acostumbrada al comsumo de té, tal vez no

valoraba el chocolate como pudieron hacerlo sus empleados nativos.

Retomando la lista de mercado, es preciso añadir que estos insumos pudieron haber

sido comprados en la Plaza Mayor, pues esta fue el epicentro del comercio de alimentos durante

68
los días viernes en Santafé y en Bogotá. Sin embargo, hubo otros espacios de comercio donde

se vendieron y compraron otros alimentos que estuvieron disponibles en Bogotá. Los archivos

relacionados con Aduanas son testimonios que prestan información sobre este tema. Por ello,

se presentarán algunas generalidades presentes en textos como: el registro del despacho de

hacienda de Bogotá el día 11 de diciembre de 1880, en el cual se describen las mercancías que

fueron importadas desde Curaçao en el barco holandés “Otilia” con destino a Riohacha; el

manifiesto que se presentó a esta misma aduana el día 6 de enero de 1882, con las mercancías

del señor Joaquín Pereira disponibles en el Archivo General de la Nación; la factura de los

efectos embarcados en Le Havre y Southampton por Henríquez en el buque suizo de vapor

Tasmanian con destino a Panamá en 1872; la factura de mercancías embarcadas por Punderford

y Jenney de New York el 21 de septiembre de 1872 a bordo del vapor inglés St Thomas con

destino a puerto de Sabanilla; la factura de mercancías embarcadas por estos mismos hombres

el 3 de septiembre de 1872 a bordo del mismo vapor al mismo destino y las mercancías

embarcadas por St Nazaire a bordo del vapor Francés “La Fayette” con destino a Panamá en

1887, que están disponibles en la tesis: “Expresiones de modernidad en la Quinta de Bolívar.

Arqueología de la alta burguesía bogotana en tiempos del Olimpo Radical” de Gaitán Ammann

(2005).

Algunos de los insumos que se presentaron en estos textos fueron textiles fabricados

con algodón y seda; de carácter medicinal como cajas de Agua de Florida, remedios, artículos

dentales y drogas medicinales; artículos de lujo como relojes, medallones, adornos, arracadas,

chucherías, botones y amuletos de oro, útiles de relojería, lacre roja para botellas, lámparas y

para aplicar o añadir a alimentos como zarzaparrilla Bristol, sal Gramber y Epson y entre otros.

Sin embargo, también se reportaron otros productos alimentarios (ver tabla 3).

69
Tabla 3. Alimentos reportados en los textos de aduanas referenciados.

Ingredientes Preparaciones

Legumbres Guisantes, judías y lentejas. Sopa de legumbres.


Gramíneas Caña de azúcar, trigo, maíz, cebada, alpiste Cerveza, azúcar, harina de
o pastos y arroz. trigo y de maíz, bizcochos,
fideos y pastas.
Bulbos Criadillas de tierra.

Árboles Uva, olivas y tomates. Vino .


frutales
Herbáceas Anis, espárragos, alcachofas, lino,
chologague (medicinal) y alcaparras.
Lácteos Mantequilla.
Proteínas Jamón, hígados, anchoas, langosta, cangrejo, Estofado.
sardinas, atún y tripas.
Lípidos y Manteca de cerdo, aceite de bacalao y
hongos. hongos.

Fuente: Autoría propia.

Como se evidencia en la tabla anterior, las dos primeras fuentes enunciadas muestran

la presencia de productos como manteca de cerdo, harina de trigo y de maíz, mantequilla,

azúcar y arroz, pero tienen como particularidad la importación de una gran cantidad de cajas

de cerveza. Este aspecto es interesante porque el consumo de esta bebida alcohólica hecha

comúnmente con cebada, trigo o avena se había popularizado o impulsado desde diversos

frentes como la prensa, que promovía su consumo en comparación con otras bebidas

fermentadas embrutecedoras como la chicha y el guarapo, que como se puede evidenciar en el

testimonio de Abella (1810) eran consumidas por los peones o trabajadores.

En relación a las bebidas alcohólicas hay otro aspecto muy interesante que es visible en

los productos transportados a bordo del vapor francés “La Fayette”. De las mercancías allí

registradas los licores fueron los más costosos, el vino de Burdeos que costaba Fr. 95.50 y el

70
vino Pichon Longueville costaba Fr. 72. 30. Cabe añadir que, de los otros víveres transportados

en este barco, las conservas de manteca estaban a Fr. 20, el pastel a Fr. 14.40, los hígados a Fr.

10.50 y los espárragos a Fr. 9.80 y fueron los alimentos más costosos. Luego les siguieron los

bizcochos a Fr. 6.40, las criadillas de tierra a Fr. 6.25, los hongos a Fr. 6, los guisantes a 5,60,

las quenelles a Fr. 4.50, la sopa de legumbres a Fr. 4, el estofado a Fr. 4, los cuernecitos a Fr.

3.60, las anchoas a Fr. 3.40, las alcachofas a Fr. 3.25 y la berza acida a 3.05. Los insumos más

baratos fueron los guisantes a Fr. 1.20, la langosta a Fr. 1.20, la mostaza a Fr. 1.40, las judías

a Fr. 1.50, el cangrejo a Fr. 1.50, las alcaparras a Fr. 1.60, las lentejas a Fr. 1.80, las sardinas a

1.80, el atún a Fr. 1.80, los fideos a Fr. 2, las pastas a Fr. 2, la tapioca a Fr. 2, las olivas a Fr.

2.25, las tripas a Fr. 2,25 y los tomates a Fr. 2,40 (Gaitán Amman, 2005: 65 y 66).

De esta información es posible reconocer que, de los ingredientes contenidos en estos

alimentos, sólo se conseguían en la Plaza Mayor el azúcar, el trigo, el maíz, la cebada, el arroz,

el tomate y la mantequilla, que son algunos de los productos que la inglesa Rosa Carnegie-

Williams compró en 1882 y que aparecen igualmente referidos en las facturas de las compras

realizadas en Santafé por miembros de la Real Expedición Botánica (1942). Aunque este

listado de gastos diarios corresponda a inicios del siglo XIX, ofrece una información

importante acerca de la gran variedad de alimentos que ya para finales del período colonial

estaban a la venta en Bogotá.

Entre los alimentos más frecuentes que compraron los miembros de la Expedición,

compuesta por científicos, cartógrafos y médicos de quienes se pensaría que preferían consumir

productos políticamente correctos, se encuentran: tomate, manteca, alcachofa, cebolla, huevo,

pescado, miel, carne, turma, arroz, alverja, arracacha, frijol, calabaza, leche, limón, pollo,

tocino, manzana, maíz, naranja, perejil, batata, plátano, azafrán, yuca, sal, azúcar, ciruela y pan.

71
Otros víveres que también compraron los expedicionalistas pero que aparecieron con menos

frecuencia a lo largo de su listado fueron: bollos, jamón, ajo, acelga, cerveza, coliflor, haba,

rábano, lenteja, almidón, mostaza, ají, mogolla, cidra, papaya, café, higo, anís, fideo,

mantequilla, rábano, habichuela, salchichón, salchicha, comino, melao, cebada, badea, chicha,

empanada, aceite, vinagre, ajonjolí, especias, alfandoque, piña, col, cacao, queso, bizcochuelo,

marrano, ternera, cordero, patilla, pimienta, clavo, chocolate, lechuga, orégano, harina, vino,

garbanzo, gallina, pato, aguardiente, aguacate, longaniza, menudo de res, auyama, panela,

jabón, cebo e hilo. De aquí se puede subrayar el bajo costo que tenía el perejil, la calabaza, los

limones, la arracacha y la naranja a diferencia de la miel, las turmas, la manzana, el azúcar, la

sal y proteínas como la carne, el pollo y el tocino. El pescado y los huevos fueron las proteínas

más baratas puesto que costaban casi lo mismo que bulbos como la cebolla y la batata.

De esta lista compuesta por más de 80 productos, 11 fueron reportados tanto en la plaza

de mercado como en los insumos importados de Europa a finales del siglo XIX, 32 de estos

insumos estuvieron presentes únicamente en la Plaza Mayor, mientras que solamente 6 de los

productos importados, el jamón, la cerveza, la lenteja, el anís, el fideo y el aguardiente, fueron

mencionados por los expedicionistas. Sobre esto, es preciso señalar que 34 los productos

enunciados en la lista de la Expedición no aparecieron ni en lo disponible en la Plaza Mayor ni

en los insumos importados, aun cuanto aquí se ignoraron preparaciones como la mogolla y el

bizcochuelo puesto que podrían hacer parte de productos que, casí un siglo después, se vendían

en tiendas como la confitería “La Charteuse”, situada en la esquina de la Catedral, número 250,

y el “Almacén de Aquilino Ángel”, situado en la Calle Real números 512 y 514. Naturalmente,

los anuncios publicitarios también pueden dar cuenta de otros productos disponibles en la

Bogotá del siglo XIX. Por ejemplo, en 1887, tiendas como El Café del Comercio ofrecía:

72
(…) asistencia enteramente a la francesa y se servirá a toda hora café, té y chocolate

(…) Ajos, ají, azúcar morena, azúcar catire, azúcar, arroz Cunday, arracachas, arvejas,

alcachofas, alfandoques, berros, carne salada, carne fresca, carne de marrano, cacao,

café, canastos, cazuelas, coliflor, calabazas, chunchullas, color, curas pescuerzones,

frisoles, fresas, garbanzos, guapuchas, guayabas, habas, habichuelas, huevos, harina,

lechugas, lebrillos, lentejas, maíz, manteca de puerco o de vaca, mararayes, menudo,

mortiños, papas de año, papas criollas, plátanos hartones, guineos, dominicos, pacíficos,

palmitos, patas de res, cordero, pescado, papayas (…) (Martínez Carreño, 2012: 59)

Esto último implica que el trabajo de archivo tiene limitaciones. La información

disponible en registros de aduanas o anuncios publicitarios, así como los testimonios de los

viajeros que visitaron Bogotá a lo largo del siglo XIX probablemente esté sesgada e incompleta.

Sin embargo, las comparaciones y reportes presentados aquí permiten aproximarse a preguntas

tales como: ¿Qué alimentos compraban las élites locales en la Plaza Mayor, teniendo en cuenta

que allí podían encontrar tanto productos agrícolas cultivados en distintos pisos térmicos

próximos a Santafé y a Bogotá, como una gran variedad de productos importados?

Los datos anteriores revelan que tanto Carnegie-Williams (1990) como los intelectuales de

la Expedición Botánica compraron, para su consumo, alimentos distinguidos y bien vistos

como cerveza y productos de panadería, que se preparaban con plantas como el trigo y la

cebada. Sin embargo, también compraron productos hechos con base en ingredientes menos

valorados como el maíz, como es el caso de la maicena en la lista de mercado de la mujer

inglesa o el caso de la chicha para dentro de la lista de mercado de los expedicionistas.

Sobre esta factura de los gastos realizados durante la Real Expedición Botánica (1791

73
-1942), es importante añadir que es muy complicado llegar a distinguir entre los insumos más

baratos y los menos accesibles, puesto que con frecuencia el listado no incluyó muchos precios.

Además, es difícil conocer bajo qué circunstancias se compraban los víveres, por ejemplo, si

estos eran para comer en un mes, si correspondían a alimentos regalados o intercambiados y

entre otras muchas variables.

Aun así, es posible decir que, retomando estos dos archivos, los víveres más económicos

fueron los frutos como la naranja, de los que cabe decir que se conseguían con mayor variedad

en la Plaza Mayor, mientras que el azúcar fue un insumo especialmente costoso al igual que

proteínas provenientes de aves y mamíferos. Acerca de esto, cabe añadir que curiosamente para

una región cuyo contacto con el mar es difícil, los mariscos y pescados parecen ser económicos

en comparación a otros productos. Naturalmente, para ese entonces los rios y océanos eran

caminos comerciales muy frecuentes por los cuales se movían mercancías de diversas partes

del mundo, por lo cual el acceso a mariscos o pescados quizá pudo haber sido mucho más fácil

de lo que se pensaría (Poveda, 1998).

En relación a los alimentos provenientes del trigo hay otros aspectos interesantes. El

primero de ellos es que a inicios del siglo XIX el pan no pareció hacer parte de los víveres más

costosos, a diferencia de lo que se puede observar en los finales de este mismo siglo. Polo

Buitrago (2008) le atribuye el alza del pan en la segunda mitad del siglo XIX a los monopolios

en el mercado del trigo dentro de Bogotá. Este aspecto puede dar luces sobre la dificultad en el

acceso a este recurso durante la segunda mitad del siglo XIX en la ciudad. El segundo aspecto

es que, entre las bebidas alcohólicas, el vino y la cerveza son aquellos que más costo tuvieron,

pero teniendo en cuenta el diario de Le Moyne, aunque el vino fuera una bebida lujosa, sólo se

exaltaron las características productivas y positivas de la cerveza.

74
3.3 Algunas características de las formas en que se interactuó en Bogotá con los alimentos

durante finales del siglo XIX

Los víveres arriba enunciados se utilizaban en diversas preparaciones de comida o

medicamentos caseros. En relación con la comida, en Bogotá fueron comunes gran variedad

de recetas como las que se presentan en la columna derecha de la tabla 3. Dentro de estas

preparaciones, las sopas tuvieron un gran protagonismo, tal como se puede observar en la

crónica de John Stewart (1989) mencionada anteriormente, así como en el libro El Industrial

del Coadjutor de Timoteo González (1893), en el que el autor refiere que los medicamentos

deben suministrarse “con una cucharada de la primera sopa del día” (González, 1893: 151).

Timoteo González divide su libro en cinco tratados: uno de cocina española, otro de

cocina bogotana, otro de confitería, repostería y botillería, otro de enfermería y dentistería y el

último de economía doméstica y panadería. En el tratado sobre cocina bogotana se enuncia que

las sopas se cocinaban en un guisado de tomates con manteca en una olla. Luego de que se

hubiese cocinado este guisado se le agregaba agua y se añadían otros ingredientes entre los

cuales había granos, gramíneas, hortalizas y frutas, tubérculos, lácteos, proteínas y plantas

herbáceas. Así, se preparaban sopas de mazamorra de piste, arroz, uña, cuchuco de trigo, ajiaco,

torrejas, arroz entero, masa de envueltos, mote, envueltos, albóndigas, pasta, cenida, victoria,

yuca, verduras, maíz, calabaza, cangrejos y cola de res (González, 1893).

Posterior a esto Timoteo González, habla de otras preparaciones (ver tabla 4). Estas

recetas contenían muchos de los ingredientes que fueron descritos en la sección anterior,

aunque igualmente menciona insumos que también pudieron haber estado disponibles en

Bogotá, tales como: haba, cidra, calabaza, uchuva, mamey, guayaba, almendras, curuba,

75
guanábana, nuez, higos, papayuela, coco, maní, hibia, culantro y la rosa de Alejandría.

Tabla 4. Ingredientes y preparaciones enunciadas en el Industrial del Coadjutor.

Ingredientes Preparaciones

Legumbres Haba, arveja, habichuela Sopas, ensalada bogotana, alverjas guisadas y


y maní. encurtidos.
Gramíneas Sopas, tamales de arroz, de harina de maíz y de mute,
o pastos Trigo, maíz, cebada, arroz con coco, arepitas de yema y trasnochadas, tortas
caña de azúcar, arroz y de mote, budín de mojicón, de pan, de maíz y de arroz,
avena. buñuelos de marinilla, ponque galo, bizcocho de
torrejas de bizcochuelos, panecitos de cuajada, pastel
frío, masitas, panderos, rosquetes de maíz, galletas de
crema, bocado de reina, azúcar rosada, dulce de maíz,
mazapanes, prestiños y masatos de maíz.
Hortalizas Coliflor, repollo y Sopas, ensalada de lechuga, repollo y coliflor.
alcachofa, lechuga
Palmas Guadeño o jipijapa Masatos de hojitas de guadeños
Arbustos Canela Empanadas de dulce
Árboles Fresa, piña, naranja, Tortas, budines, bizcochos, ponques, dulces, flanes y
frutales limón, melocotón, ponches de almendras, de manzana, de coco, de
cacao, mora, manzana, durazno, de plátano, de naranja, de curuba, de limón y
calabaza, uchuva,
de piña, bocadillos de guayaba, mora, fresa, uchuva,
mamey, guayaba,
almendras, curuba, mamey, guanábana y sidra, crema de plátano pacifico,
guanábana, nuez, higos, cocada, papayuelas, calabacitas y tomates rellenos,
papaya, cidra, quesos de fresa, almendras, piña y coco y molde de
papayuela, coco. cidra.
Bulbos Yuca, zanahoria, papa, Sopas, budín de gabinete, papas, yuca y arracacha,
remolacha, arracacha, guisado de criollas, enyucado, masato de hibias y
ajo y cebolla e hibia ensalada de remolacha.
Lácteos Leche y mantequilla Tortas de bocado de reina, leche, arequipe y requesón.
bizcochuelos y panecitos de cuajada y menestra de
queso.

Proteínas Pescado, pavo, pichón, Sopas, tortas de menudo,


pollo, gallina, huevo, huevos dobles, lengua de buey nitrada, morcillas de
pato, carne de res, cerdo, pernil cocido, pescado con verduras, gelatina,
cordero , cerdo y pernil de cerdo, pescado panche y menudo guisado.
anguilas.
Herbáceas Perejil, comino,
culantro, comino, Cardos guisados, bocado de ángel.
borraja, azafrán, rosa de
Alejandría y cardos.

Fuente: Autoría propia.

76
En relación a lo medicinal, cabe decir que los medicamentos tenían una estrecha relación

con lo alimentario y lo higiénico durante el siglo XIX, como fue posible contemplar en el marco

teórico de esta investigación y en diversos ejemplos que se han expresado a lo largo del texto.

Por consiguiente, hay distinciones que son muy difíciles de encontrar entre los saberes

relacionados con lo culinario y lo medicinal cuando se trata de alimentos o insumos de consumo

asociados con la mesa. Por ejemplo, aunque en el libro de Timoteo González se habló de zumos

ácidos, de guindas o cerezas también se habló de zumos de yerbas depurativas y otros remedios

que se bebían o se ingería de forma oral.

Algunas de las preparaciones medicinales que se realizaban con plantas que se consumían

por vía oral fueron las tisanas de cebada, goma, miel, maná, flores violetas o hojas de borraja

que cuando se elaboran por cocimiento lucían como el té; vinos de quina, ajenjo y aromáticos;

ratafías de naranja; bebidas medicinales de clara y yema de huevo; pociones para los vómitos

hechos con leche de cuajada y limón; pociones calmantes de tilo, hojas de naranja y láudano;

gaseosas; gargarismos de miel; jarabes de horchata, goma, grosella, frambuesa, naranja,

adormideras o amapolas, malvavisco, malva, tolú, acónito y flores cordiales; polvos

estomacales de quina y ruibarbo, purgantes de agraz, ajenjo y adormideras y gotas

antiespasmódicas de espliego y opio y anti cólicas de asafétida. La tabla 5 contiene las plantas

y los usos con los que se hicieron los tipos de remedios arriba enunciados, aspecto que permite

conocer los conocimientos que la gente tenía sobre los víveres y plantas que estaban

disponibles:

77
Tabla 5. Plantas y sus usos medicinales enunciados en el Industrial del Coadjutor.

Ingredientes Uso

Gramíneas Cebada, caña de azúcar y trigo. Tos, dolor de muelas, sífilis y diarrea

Hortalizas Ruibarbo Purgante

Goma, grosella, guindas o Constipación, tos, bronquitis, calambre,


cerezas, frambuesa, naranja, calambre de estómago y cólicos, vómitos,
Árboles limón, azahar, sauco, agraz, tilo, ataques nerviosos, antiespasmódicos,
guayaco o guayacán, almáciga y constipados, purgante, calmante, disentería,
tolú (árbol leguminoso) indigestión.

Arbustos Aloe, mirra, tolú y zarza Dolor de cabeza, indigestión, ulceras en la


boca, dolor de cabeza, tos ferina y para tratar
la sífilis.

Leguminosas Jengibre Dolor de cabeza

Huevo, leche cuajada y leche Tos, envenenamiento, disentería, diarrea,


Proteínas
vómitos y palpitaciones del corazón

Ajenjo y romero, plantas Tónico, purgante, antiespasmódico, excitante,


aromáticas, adormideras o estimulante, depurativo y purgante. Para tratar
amapolas en láudano, opio y la sífilis la inflamación de encías, las
morfina, malvavisco, ruibarbo, afecciones al hígado y nerviosas, la disentería,
malva, flores cordiales, menta, la indigestión, la constipación, las ulceras, la
Plantas asafétida, espliego, digitales, tos, la bronquitis, el calambre general y del
herbáceas anís, beleños, vainilla, estómago, los cólicos, la bilis y el dolor de
ipecacuanha, flores violetas y cabeza, de garganta, de muelas y de estómago.
achicoria, borraja, rosas,
acónito, lirio, yerbabuena,
árnica, valeriana, culantro y
azafrán

Quina Anti febril, inflamación de encías y dolores


Juncos
estomacales

Fuente: Autoría propia.

Sobre esta tabla se pueden enunciar dos aspectos importantes. El primero es la presencia

de muchas enfermedades relacionadas con la constante interacción con un ambiente frio y de

padecimientos relacionadas con lo que hoy se conoce como intoxicaciones, aspecto que puede

respaldarse con algunos de los reportes que fueron revisados en el libro Defunciones 2 del

78
Archivo Histórico de la Catedral Primada de Bogotá, en el cual las actas de defunción fechadas

entre el siglo XVIII y principios del XIX en repetidas ocaciones describían como causa de

muerte los vómitos y las fiebres (Archivo de la Catedral Bogotá, Defunciones libro 2. Folios

40 - 250).

El segundo aspecto importante es el que estuviesen incluidas tantas variedades de plantas

con fines medicinales que no estaban presentes en Europa, algo que no es completamente

antitético con las teorías acerca del influjo de los alimentos o los modelos miasmáticos de la

enfermedad aún vigentes durante este periodo. En El influjo del Clima sobre los seres

organizados, Caldas (1942: 194) hace énfasis en los animales y las plantas domesticadas. Dice

que estos se han corrompido al entrar dentro de la sociedad porque también se han vuelto

viciosos como el asno, el caballo y el buey y que ante los ojos de un botánico las plantas de los

jardines domesticados son abominaciones monstruosas.

En este sentido, las plantas nativas medicinales podrían tener diversas formas de

contemplarse ante un discurso moderno. Por ejemplo, el caso de la quina es muy interesante.

En el fondo Enrique Ortega Ricaurte de la sección colección del AGN, se afirma que la quina

abundaba en las provincias septentrionales del reino. Naturalmente, viniendo esta de ambientes

húmedos y cálidos, este archivo en general es revelador al mostrar la frecuencia con la cual se

realizaban evaluaciones sobre la calidad de la quina o cascarilla. Entre dichos reportes de

calidad se puede destacar aquel que fue escrito en 1789 y que contiene las opiniones de tres

médicos sobre las cualidades y defectos que la quina podía tener (AGN, EOR,.Folios 11 y 12).

Para extraer las propiedades que estas plantas contenían González (1893) describe

que se usaba con frecuencia agua no hervida puesto que se presumía que al ebullir esta se

79
perdería el aire que contenía dentro, así como miel y azúcar al gusto y, para el caso de los vinos,

alcoholes blancos como ron, coñac o aguardiente. Otros insumos menos frecuentes hicieron

parte las preparaciones gaseosas, gotas, pociones y gargarismos como lo fueron: agua de

Seydlitz de hielo, bicarbonato, vinagre, ácido cítrico, alumbre, etíope de Lemery, sal,

amoniaco, carbonato y sulfato de magnesio, cremor y ácido tartárico, estramonio, miel, y éter,

subnitrato de bismuto, polvos de Dowr’s y tintura de castóreo (González, 1893).

Las preparaciones de uso odontológico tenian algunas particularidades puesto que

podían contener plantas medicinales. Para tratar la inflamación de las encías se aplicaban

polvos con nuez de agallas, quina, raíz de lirio, rosas y glicerina o podía emplearse la receta

para las úlceras en la boca creada por el doctor Dunglison, quién sugería mezclar zinc, agua,

miel, mirra, nitrato de plata y alcohol (González, 1893).

La aplicación de este tipo de medicamentos se realizaba directamente con algodón en

la muela, encía o llaga dentro de la boca. Por ejemplo, para el dolor de muelas, se recomendaba

friccionar el diente y las encías con hilajas de algodón mojadas con mezclas como: 1. Esencia

de clavo, creosota pura, cloroformo, espíritu de vino rectificado, tintura de cochinilla y aceite

de yerbabuena. 2. Láudano, opio, alcanfor, canela, nuez moscada, culantro, azafrán, espíritu de

vino y cebada. 3. Arnica, glicerina, agua de rosa y agua destilada. 4. Tintura de acónito y tintura

de yodo. La efectividad de estas preparaciones pareció ser paliativa porque si el intenso dolor

persistía era recomendable beber valeriana y licor (González, 1893).

Cuando el dolor pasaba a un segundo lugar y se sometía a las personas a otros

tratamientos para destruir la pulpa de los dientes, se utilizaban otros métodos tales como mojar

un palito de madera en ácido sulfúrico y ponerlo directamente en el orificio del cual se había

80
sacado todo el diente y el tártaro o hacer esto mismo con una mezcla de ácido arsénico, sulfato

de morfina y creosota. El doctor Harris advertía que, aunque estos procedimientos dolieran

mucho, recomendaba llenar la cavidad con cera o algodón en una solución de goma sandárica

y algodón con el fin de proteger la pulpa (González, 1893).

También se implementaban otras prácticas asociadas al mejoramiento de la calidad de

vida de las personas, tales como métodos para asegurar la dentadura en los cuales se utilizaba

vino blanco, mirra, hojas de encina y alumbre y métodos para prevenir las enfermedades como

la higiene oral. En relación con esto último es importante decir que la higiene oral hizo parte

de las prácticas relacionadas con la mesa: “Después que nos levantemos de la mesa, y siempre

que hayamos comido algo, limpiemos igualmente nuestra dentadura; pero nunca delante de los

extraños ni por la calle (…) pues esto no está admitido entre la gente culta” (Carreño, 1854:

20).

Esto último revela parte de la relación existente entre distinción, salud y alimentación. En

el libro de Timoteo González (1893) se incluyen seis preparaciones de polvos dentífricos. Estas

preparaciones son las siguientes: 1. Magnesia, esencia de menta, carbonato de cal, acido de

potasa y azúcar pulverizada. 2. Magnesia, esencia de menta, cremor de tártaro, carbón

pulverizado y quina. 3. Magnesia calcinada y magnesia pura, crémor de tártaro, tinturas como

cochinilla y rojo inglés fino y Agua de Florida, valeriana y raíz de lino de Florencia. 4.

Magnesia, cremor tártaro, cochinilla, espíritu de ámbar y aceites esenciales de canela, azahar y

menta, almizcle y rosa y sulfuro de quina. 5. Esencia de menta, tinturas de ratania, mirra, árnica,

azahar y cochinilla, alcohol alcanforado, aceite esencial. Y 6. Cremor soluble, cochinilla,

esencia de menta, anís, y limón, alcohol y otros ingredientes naturales puestos al fuego con un

poco de agua tales como: canela, vainilla, clavos de especias, ajo, azahar, mirra y quina

81
(González, 1893).

Aunque estos insumos no hacen parte de medicinas que curan dolores, están relacionados

con los mismos criterios y fichas o capitales con los cuales las personas buscaban

alimentarse de insumos característicos de la mesa europea, puesto que servían para mejorar el

bienestar personal, la calidad de vida y la etiqueta, es decir que podían ser un factor de

enclasamiento :

El aseo es una gran base de estimación social y contribuye poderosamente a la

conservación de la salud. Nada hay, por otra parte, que comunique mayor grado de belleza

y elegancia a cuanto nos concierne, que el aseo y la limpieza. Los hábitos del aseo revelan

además hábitos de orden, de exactitud y de método en los demás actos de la vida (Carreño,

1854: 19)

En este sentido el lavado de dientes hizo parte de un marcador de distinción social. No

obstante, lo que se dijo dentro de los manuales de etiqueta no implicó que así debía ser

precisamente la manera en que las personas actuaban o formulaban sus hábitos cotidianos.

Ejemplo de ello es cómo en el libro de Timoteo González (1893) se formuló que el limpiar los

dientes permitía fortificar las encías y dar a la boca una frescura agradable, aunque no era

necesario lavarse los dientes todos los días, mientras que en el manual de Carreño se prescribe

que: “Al acto de levantarnos, debemos hacer gárgaras, lavarnos la boca, limpiar

escrupulosamente nuestra dentadura interior y exteriormente. Los cuidados que empleemos en

el aseo de la boca, jamás serán excesivos” (Carreño, 1854: 19).

Los datos expuestos, demuestran que entre los ilustrados no hubo una opinión homogénea

sobre los hábitos ya enunciados. Naturalmente estos testimonios tienen en común la

82
comprensión de la higiene oral como un aspecto importante en la calidad de vida y en la

proyección de una imagen saludable, aspecto que desde el marco teórico aquí expuesto da

cuenta de la incorporación inconsciente de habitus distintivamente modernos inscritos dentro

de lo saludable y lo bueno.

Para culminar este capítulo cabe decir que lo que la gente dijo o reportó sobre la

alimentación en Bogotá durante la segunda mitad del siglo XIX, no siempre estuvo

caracterizado por tener opiniones homogéneas. Sin embargo, se puede resaltar que hubo una

percepción positiva sobre los alimentos cultivados en tierra fría, aunque no fueran endógenos

de la región, como es el caso del trigo que era cultivado en Bogotá y al cual el acceso era difícil

puesto que era tan costoso como el azúcar. También es importante decir que hubo conflictos

entre los intelectuales que vivieron durante este período, en cuanto a sus opiniones sobre

plantas nativas, como fue el caso de la quina, una planta nativa de tierra lluviosa y cálida.

Naturalmente, como se vio con el caso de la compra de la chicha y la cerveza entre aquellos

que hicieron parte de la Expedición Botánica, los juicios que se realizaron sobre lo saludable y

lo nocivo por parte de las élites locales pudo no haber repercutido en los hábitos reales que

estos mismos tuvieron, como se explorará en el capítulo que se presenta a continuación.

83
Capítulo 4. Lo que un grupo de personas que fueron inhumadas en la iglesia de San

Ignacio posiblemente hizo en sus prácticas alimentarias.

Las observaciones científicas acerca de la cultura bogotana, los hábitos saludables y los

alimentos buenos, higiénicos y reformadores formuladas durante la segunda mitad del siglo

XIX en esta región pudieron haber retratado las expectativas sociales que, en la capital, se

tenían sobre las prácticas asociadas a la mesa de una élite. Sin embargo, dichas expectativas

mediadas por un discurso modernizador pueden evaluarse a través de los marcadores

bioarqueológicos presentes en los cuerpos de aquellos individuos que fueron seleccionados

para esta investigación. La información presentada a acontinuación expone las metodologías

desarrolladas y los resultados obtenidos de los estudios aplicados en los restos óseos y los

cálculos dentales del grupo humano ya descrito.

4. 1 El análisis de los restos óseos realizado en los 12 individuos seleccionados

Luego de que culminaran las labores de campo en el sitio arqueológico del templo de

San Ignacio, los aproximadamente 47 individuos adultos y 17 individuos subadultos

desarticulados excavados de la fosa común de este santuario, fueron analizados por la doctora

Julie Wesp entre los años 2017 y 2018 en las instalaciones de la Universidad de los Andes.

Estos análisis realizados tienen una gran relevancia puesto que, desde su formación,

los huesos contienen información genética que se puede manifestar en los fenotipos de los seres

vivos. Es decir que, los esqueletos de los seres humanos tienen caracteres visibles que pueden

brindar información sobre el sexo, la edad, la estatura y el patrón racial de una persona que

vivió en el pasado. La disciplina que estudia estas evidencias, la bioarqueología, llama a este

conjunto de características la cuarteta básica, que es una base importante en la comprensión de

84
las identidades o roles sociales tanto individuales como colectivos dentro de diversos contextos

arqueológicos (Buikstra, 2006).

Naturalmente, como los huesos son estructuras biológicas que se mueven, regeneran y

adaptan, ya que reaccionan a estímulos externos e internos que generan cambios en su forma,

textura o color original, estos pueden brindar importante información sobre otra serie de

características asociadas a las actividades y los estilos de vida de las personas dentro de una

sociedad (Cohen y Armelagos, 1984). Es así como las características presentes en los

esqueletos humanos, al igual que en los cuerpos humanos, al estar inmersas en dinámicas

sociales, pueden ser determinantes para entender problemas teóricos de la antropología.

Ejemplo de esto es la forma en que los esqueletos humanos pueden evidenciar

eventualidades transitorias violentas, estéticas o accidentales asociadas a la ruptura, moldeo o

lesión de ciertas estructuras óseas; reflejar en las alteraciones de forma o textura de los huesos

la serie de prácticas repetitivas relacionadas con hábitos como la actividad física, el trabajo, la

nutrición o el estrés fisiológico y dar cuenta de algunas patologías que permiten conocer acerca

de la salud, la enfermedad, los cambios en la subsistencia, el contacto entre sociedades o el

contexto político y económico presente en un momento de la historia (Cohen y Armelagos,

1984; Buikstra, 2006; Buikstra y Ubelaker, 1994).

Naturalmente, dependiendo de las preguntas que se formulen a la hora de estudiar los

restos óseos, cada hueso puede ser una fuente muy importante de información. Por ejemplo, a

través de la observación de características métricas y no métricas del cráneo, una estructura

ósea conformada por 8 huesos que forman una bóveda que contiene al cerebro, se puede dar

cuenta en individuos arqueológicos de: su edad, a través de marcadores como la distancia entre

85
las suturas que dividen estos huesos; su sexo biológico a través del estudio de los ángulos que

se forman en el mentón, el arco superciliar, la órbita, el proceso mastoide y la protuberancia

occipital externa; las actividades de deformación estéticas que pudieron haber tenido lugar en

sus culturas; la razón de sus muertes asociadas a tumores o golpes; sus padecimientos

relacionados con patologías que afectan la calidad de vida o el ambiente como la osteoartritis

y ciertas infecciones; su forma de nutrirse al conocer patologías asociadas con la malnutrición

crónica, como lo es la hiperostosis porótica, o el tipo de alimentos que consumieron, aspecto

que puede ser estudiado a través de análisis químicos destructivos como lo son el análisis de

isótopos estables y el estudio del desgaste mandibular (Buikstra, 2006; Howells, 1989; 1973).

Para el caso de los dientes, que son los únicos órganos anatómicos duros que se

encuentran incrustados en los alveolos del maxilar inferior y superior, al ser las únicas

estructuras esqueléticas que los individuos arqueológicos tuvieron expuestas en vida, estos

pueden dar cuenta de otro tipo de información relacionada con las actividades o trabajos que

estos realizaron, aspecto que es observable en el desgaste irregular de los dientes que en general

puede ser un indicador de la edad o la forma de alimentarse y masticar; el tipo de dieta que

estos ingirieron y que pudo dejar su rastro en la composición química de cada diente o en la

cantidad de caries y abscesos que padecieron; las prácticas de higiene que estos mantuvieron y

que es evidente en la presencia de caries, cálculo dental, abscesos o desgaste interdental o entre

los dientes (que puede ser reflejo de algún tipo de actividad de limpieza) o las patologías

relacionadas con la malnutrición en diferentes momentos de la vida. Este es el caso de

patologías que pueden estar asociadas a malnutrición materna como la anodoncia o ausenciade

piezas dentales congénita (Scheuer y Black, 2000) o patologías adquiridas en los primeros años

de crecimiento como lo es la hipoplasia de esmalte que, estando presente en dientes incisivos,

86
canínos o premolares, puede dar cuenta de la ausencia de nutrientes en diferentes etapas del

crecimiento inicial de una persona (Scheuer y Black, 2000; Molnar, 1971).

Debido al gran número de datos que puede brindar el estudio de los cráneos humanos,

uno de los criterios de selección llevados a cabo por la bioarqueóloga Julie Wesp para delimitar

la muestra de este proyecto fue que los índividuos tuvieran la presencia del cráneo o la

mandíbula, piezas dentales y una cantidad abundante de cálculo dental, esto último para poder

realizar el estudio de los micro residuos. Teniendo en cuenta estos criterios, la muestra se redujo

al número de 12 individuos, pues, aunque hubiese más cráneos y mandíbulas al interior de la

fosa común, no todos tenían piezas dentales o cálculos dentales que extraer. Considerando

entonces que la mayoría de los individuos femeninos que fueron inhumados en este sitio no

tenían dientes, la mayoría de los individuos seleccionados fueron masculinos.

Los cráneos y mandíbulas seleccionados estan particularmente conservados puesto que

hicieron parte de un solo proceso de deposición y se mantuvieron intactos al interior de un

espacio cerrado, en el cual los restos biológicos no tuvieron contacto con otro tipo de residuos

ambientales particulares. Debido a esto es posible decir que la afectación tafonómica que

sufrieron estos restos óseos desde el momento en que fueron enterrados fue mínima.

Para realizar los análisis bioarqueológicos en los individuos seleccionados se utilizó la

metodología estándar de características craneales expresadas en Buikstra y Ubelaker (1994),

por lo cual se analizó el proceso mastoideo, la glabela, la cresta nucal, la margen supra orbital

y el mentón para estimar el sexo y la fusión de las suturas craneales y el desgaste oclusal de los

dientes para estimar la edad.

87
Para identíficar patologías asociadas a la salud bucodental se utilizó la ficha de registro

propuesta por Küstner et al. (1999) y para conocer las patologías que dejan rastros en los

cráneos y que estan asociadas a la nutrición se consultó a autores como Ortner (2003) y Mays

(1998). Teniendo en cuenta lo anterior, se registró a los individuos con los códigos que les

fueron asignados en el laboratorio de forma independiente a esta investigación y se reportó la

serie de características que era posible conocer con base en los elementos que estaban

disponibles. Siguiendo a Buikstra y Ubelaker (1994), se manejaron los siguientes rangos de

edad: subadultos (hasta los 20 años), adultos jóvenes (de 20 a 35 años), adultos medios (de 35

a 50 años) y adultos mayores (mayores de 50 años) (figuras 16, 17 y 18). Igualmente, se

reportaron las patologías asociadas a la calidad de vida, a la nutrición y a la higiene como las

que se describieron anteriormente (figura 13, 14, 15, 16 y 19); los niveles de desgaste dental

general e interdental (figura 15) y la presencia de calzas (figura 14 y 20) para cada individuo

de la muestra (ver tabla 6).

88
Figura 23. Ausencia de los dientes 46 y 36 y Figura 14. Calzas de amalgama en los dientes 47 y
malformación congénita en el diente 34, patología 37 e hipoplasia en el diente 33, que crece entre los
popularmente llamada diente en mora, en el individuo 8, 10 a 12 años de edad (Scheuer y Black, 2000) en el
femenino adulto mediano. individuo 8.

Fuente: propia. Fuente: propia.

Figura 15. Caries y desgaste dental en el Figura 16. Cráneo de adulto joven masculino con
individuo 27, adulto mediano masculino. periodontitis en el individuo 23

Fuente: propia. Fuente: propia.

89
Figura 17. Cráneo individuo 25, subadulto. Figura 18. Cráneo individuo 16, adulto
mayor femenino con desgaste severo.
Fuente: propia.
Fuente: propia.

Figura 19. Absceso severo asociado al Figura 20. Calzas de amalgama de oro, en
individuo 23. los dientes 15, 16 y 27 en el individuo 3,
masculino adulto joven.
Fuente: propia.
Fuente: propia.

90
Tabla 6. Patologías reportadas en los individuos.
Código
Elemento Sexo Edad Caries Abscesos Desgaste Observaciones
Individuo
Adulto
2 Mandíbula M 5 0 Ligero Osteoartritis.
joven
3 calzas de amalgama
Adulto de oro, tumor en el
3 Cráneo M 3 0 Moderado
joven parietal y no perdió
dientes antemortem.
Tiene sólo un diente
Adulto
5 Mandíbula M 1 0 Ligero disponible, 7 perdidos
Mayor
antemortem.
Tiene 2 calzas de
amalgama, ausencia
Adulto de los dientes 46 y 36,
8 Mandíbula F 6 0 Moderado
Mediano malformación en el
diente 34 e hipoplasia
de esmalte.
Adulto Infección en los senos
10 Cráneo F 1 1 Moderado
Mediano paranasales.
Mandíbula Adulto
15 M 3 3 Moderado Desgaste interdental.
y cráneo Mediano

Mandíbula Adulto Tumor e infección en


16 F 2 0 Severo
y cráneo Mayor los senos paranasales.
Mandíbula Adulto No tiene ninguna
19 M 8 4 Ligero
y cráneo Mediano patología.
Hiperostosis porótica
Mandíbula Adulto
22 M 7 11 Ligero e infección en los
y cráneo joven
senos paranasales.
Adulto Periodontitis y
23 Cráneo M 8 7 Ligero
joven desgaste interdental.

No tiene ninguna
25 Cráneo NN Sudabulto 4 0 Ligero
patología.

Mandíbula Adulto Hiperostosis porótica


27 M 6 0 Moderado
y cráneo Mediano y desgaste interdental.

Fuente: elaboración propia.

91
Como se puede observar, los individuos seleccionados fueron en su mayoría masculinos

y murieron siendo adultos jóvenes y medianos. Todos los individuos tenían presencia de caries.

Entre las patologías más comunes que padecieron estos individuos fueron los abscesos,

reportados en cinco individuos, y la infección en los senos paranasales, reportada entre dos

individuos. Excluyendo al individuo colonial (individuo 10), esta patología es igual de

recurrente que los tumores, presentes en los individuos 3 y 16, e hiperostosis porótica, presente

entre los individuos 22 y 27. Entre las patologías menos comunes se encuentran la periodontitis

(identíficada en el individuo 23), la osteoartritis (identíficada en el individuo 2) y las patologías

asociadas al individuo 8 quien, por un lado, tenía una malformación congénita en el diente 34,

aspecto que puede ser un indicador de infecciones padecidas por su madre durante la etapa de

embarazo (Suby, 2016) y, por otro lado, posiblemente no estuvo bien alimentado entre sus 10

y 12 primeros años de vida. Teniendo en cuenta este antecedente, la ausencia de los dientes 46

y 36 podría ser producto de patologías de este mismo orden como es el caso de la anodoncia

generada por falta de nutrientes en el útero. Sin embargo, esta interpretación es difícil de

comprobar. Aún así, la presencia de la hipoplasia de esmalte en este único individuo permite

pensar que las enfermedades relacionadas con desnutrición infantil no fueron precisamente

comunes entre este grupo de individuos.

Refiriéndonos a las patologías en general, es posible decir que estas no parecen tener

alguna relación con la edad o con el sexo. Por ejemplo, los individuos 5 (adulto mayor) y 25

(subadulto) no reportan ninguna patología y entre los pocos individuos femeninos no hay

características distintivas en común. No obstante, el estudio bioarqueológico presentado puede

dar cuenta de algunas características en la higiene oral o el prestigio social de los individuos

estudiados. Por ejemplo, la presencia de calzas dentales, únicamente presentes entre los

92
individuos 3 y 8, pueden ser indicadores de algún tipo de capital económico mientras que el

desgaste interdental, presente en los individuos 15, 23 y 27, quienes eran adultos medianos y

jóvenes, podrían sugerir la implementación de prácticas de limpieza oral. De esta información

se podría inferir que probablemente existieron cambios en los hábitos de higiene oral entre una

y otra generación. Sin embargo, esta afirmación sólo podría cobrar sentido al contrastar estas

variables con otros indicadores provenientes de un grupo más grande y variado de individuos.

4. 2 El estudio de los micro residuos en el cálculo dental de los 12 individuos seleccionados

Los individuos que fueron seleccionados y analizados para esta investigación presentaban

costras duras de color blancuzco y amarillento conocidas como cálculo, sarro o tártaro dental.

Los cálculos dentales son producto del endurecimiento paulatino de una película incolora y

pegajosa compuesta por bacterias muertas calcificadas y azúcares conocidas como placa

bacteriana (Lindhe, et al., 2009). Esta acumulación heterogénea de microbios interactúa

durante meses o años con diversos depósitos minerales, tales como la hidroxiapatita, la sílice,

la witlockita y las mismas sales minerales contenidas en la saliva, que generan la consolidación

y formación de estos residuos alrededor, sobre o bajo las encías en forma de cálculo dental

(Hoyer et al, 1984; Hidaka y Oishi, 2007).

Aunque la formación del cálculo dental tenga un origen conocido, su consolidación y

composición depende de diversas condiciones químicas del cuerpo o diversos tipos de

consumos o actividades culturales, como por ejemplo la dieta y la higiene oral. Esto último

tiene sentido puesto que, aunque el cálculo se adhiera de forma contínua a los dientes por el

sólo hecho de alimentarse, es posible extraerlo mediante prácticas asociadas al cuidado oral.

Sin embargo, de no llevarlas a cabo, el cálculo dental puede llegar a provocar enfermedades

93
tales como caries, abscesos, periodontitis e incluso la pérdida de piezas dentales (Newman et

al., 2010).

Es así como el cálculo dental puede ser una fuente importante para documentar las

prácticas de salud e higiene posiblemente implementadas por individuos del pasado en sus

últimos años de vida, periodo de tiempo en el que pudieron formarse este tipo de depósitos

minerales. Sin embargo, debido a las condiciones en que se genera el cálculo dental, este

también puede contener diversos materiales asociados a la realización de otras actividades

relacionadas no sólo con el consumo de alimentos o medicamentos, sino también con la ingesta

de otros elementos que pudieron haber quedado atrapados en los cálculos dentales durante los

procesos de mineralización. En cuanto a esto, la tafonomía de los suelos y el ambiente en que

se trabajan las muestras son factores contaminantes de muy bajo riesgo puesto que los

componentes adheridos al cálculo dental sólo pudieron ser mineralizados en su momento de

deposición (Warinner et all, 2015).

Algunos de los depósitos minerales que se pueden encontrar dentro del cálculo dental

son los fitolitos. Los fitolitos son microfósiles provenientes de plantas vasculares que, al

transportar nutrientes por sus raíces, absorben a través del xilema un compuesto soluble

llamado sílice que tiene funciones estructurales, fisiológicas y de protección dentro de la planta.

Este resistente óxido de silicio y oxígeno pasa entre las células y los tejidos de las plantas que

absorben tanto activa como pasivamente la entrada de dicho compuesto que, dependiendo del

taxón de cada planta, se deposita de formas diferentes, tomando una forma particular dentro de

los tallos, hojas, flores o raíces. Es por ello que las características químicas y morfológicas de

los fitolitos pueden abrir paso a la identificación de ciertas familias y géneros de plantas

encontradas en contextos arqueológicos (Piperno, 1988; Posada Restrepo, 2014; Morcote,

94
2015; Triana, 2011).

Como los fitolitos se depositan directamente en las plantas vivas, permiten conocer

aspectos sobre el clima y la vegetación en los cuales dichas plantas crecieron o sobre los

contextos culturales en las que fueron consumidas. Naturalmente, cuando estos microfósiles

vegetales se han quedado depositados en materiales como líticos o cerámicas, así como dentro

del cálculo dental, es posible relacionarlos con la ingesta de alimentos vegetales. Esta es la

razón por la cual estos microresiduos han sido de gran utilidad para entender aspectos tales

como la dieta, el ambiente o el uso y la función que tuvieron algunas plantas dentro de las

sociedades (Piperno, 2006:7; Triana, 2011; Zucol, 2003).

No obstante, no todas las plantas producen estructuras de sílice en la misma cantidad y hay

plantas en las que no se han observado estas estructuras como ocurre en gimnospermas como

la Araucariaceae; angioespermas basales como la Yristicaceae; monocotiledonias como la

Agavaceae y eudicotyledoneae como la Solanaceae (Currie y Perry, 2007). Por esta razón, la

interpretación de los fitolitos debe tener en cuenta dos aspectos. El primer aspecto son las

limitaciones que este tipo de estudios tienen y el segundo es la existencia de pautas y debates

acerca de la clasificación de los fitolitos.

Aunque existen debates sobre la denominación y descripción de los fitolitos, en el

International Code for Phytolith Nomenclature se establece una serie de protocolos sobre las

nomenclaturas apropiadas para identificarlos. En este documento se plantean desde pautas

básicas de observación científica que nos invitan a medir y rotar los componentes para

diferenciarlos unos de otros, verlos en 3 dimensiones, realizar ilustraciones o fotografías con

escala en un microscopio óptico o electrónico de barrido y utilizar una clasificación estándar.

95
En este código internacional se plantea un glosario como herramienta descriptiva y se

establecen tres tipos de descriptores para los fitolitos. El primer descriptor es la forma,

directamente relacionada con la simetría y la morfometría; el segundo descriptor es la textura

u ornamentación, relacionada con la sensación táctil o visual que se pueda observar desde el

microscopio; el último descriptor es el origen anatómico que permite conocer sobre la

estructura del tejido o de la célula (ver anexo 1). Estas características ayudan a designar las

taxonomías de los componentes encontrados, los cuales para ser diagnósticos deben estar

presentes en todas las familias y grupos con esas mismas características y deben estar ausentes

en las demás familias y géneros de plantas (Madella et all, 2005).

Teniendo en cuenta esto, autores como Piperno (2007; 2006; 1988) junto con Pearsall

(1998) y Bertoldi de Pomar (1975) han exaltado características distintivas en diversas familias

de plantas vasculares. Por ello, esta investigación tuvo como puntos de referencia y consulta

las clasificaciones, descripciones e imágenes expuestas por estos autores para realizar la

identificación de los fitolitos.

No obstante, para llegar a observar estos componentes se requiere de la aplicación de

una serie de protocolos que permitan limpiar la muestra disgregando la materia orgánica, esto

con el fin de separar los minerales de otros componentes que impiden la observación de los

fitolitos. Sin embargo, para este proyecto se buscó que el protocolo implementado permitiera

tanto la limpieza de las impurezas o contaminaciones del ambiente al que pudo estar expuesto

el cálculo dental en su momento de consolidación, como mantener la presencia de otros

componentes no minerales que permitieran la observación de otras variables relacionadas con

la higiene. Por ello, en esta investigación en particular el protocolo que se siguió se dividió en

tres momentos, desarrollados en su totalidad en los laboratorios de arqueología de la

96
Universidad de los Andes.

El primer momento consistió en extraer de la parte superior de la cara lingual y labial de

alguno de los molares o premolares de cada individuo, la placa bacteriana endurecida sobre

estos dientes con herramientas de uso dental. Para hacerlo se identificó y raspó cuidadosamente

el diente con un bisturí de uso odontológico (ver figuras 21 y 22). Al desprenderse el cálculo

dental, este se recuperó sobre una espátula y se introdujo la muestra dentro de tubos de

Eppendorf previamente esterilizados y marcados.

Figura 21. Extracción del cálculo dental. Figura 22. Extracción del cálculo dental.
Fuente: imagen archivo de la autora. Fuente: imagen archivo de la autora.

El segundo momento consistió en la preparación de las muestras, para lo cual se

utilizaron morteros de cerámica debidamente esterilizados y lavados para macerar porciones

de costras de cálculos dentales relativas al tamaño de cada muestra. No fue necesario utilizar

una cantidad estándar de cálculo dental para realizar este procedimiento, puesto a que dicha

cantidad dependió de la disponibilidad de cálculo de cada individuo. Esta actividad se realizó

con suavidad ya que se buscaba evitar que se rompieran las estructuras vegetales que se quería

97
observar, generándose así polvillos finos de cálculos dentales (ver figura 23 y 24).

Figura 23. Maceración del cálculo dental. Figura 24. Maceración del cálculo dental.

Fuente: imagen archivo de la autora. Fuente: imagen archivo de la autora.

En el tercer momento se diseñó y realizó un tratamiento químico para las muestras.

Para ello, se prepararon dos ácidos: HCl conocido como ácido clorhídrico diluido al 7% y

C2H4O2 conocido como ácido acético diluido al 10%. Estos porcentajes se eligieron de esta

manera con el fin de permitir la observación de otros componentes y materiales además de los

fitolitos. El primer ácido utilizado fue el HCl al 7%. Este se aplicó con un gotero sobre los

tubos de Ependorff donde estaba cada muestra, buscando que cada una quedara totalmente

sumergida dentro de este líquido durante 4 horas. Posterior a la reacción del HCl al 7% durante

el periodo de tiempo establecido, las muestras fueron vertidas en tubos de centrífuga y se

centrifugaron a 1000 revoluciones por minuto durante 3 minutos, con el fin de evitar que al

eliminar el HCl se perdiera parte de la muestra. Posteriormente se vertió el HCl en un recipiente

asignado para los residuos durante el resto del procesamiento.

98
Para asegurarse de que la muestra quedara totalmente libre de ácido, se aplicó agua

destilada sobre cada muestra con un aplicador. En este procedimiento se evitó tocar las

boquillas de los tubos con esta herramienta para no provocar ningún tipo de contaminación. Al

haber cubierto las muestras que estaban dentro de los tubos de centrífuga con agua destilada,

se volvió a realizar el mismo procedimiento de limpieza descrito para eliminar el HCl (ver

figuras 25 y 26). Este procedimiento se realizó tres veces por cada muestra con el fin de

eliminar por completo el ácido vertido.

Figura 25. Centrifugación. Figura 26. Centrifugación

Fuente: imagen archivo de la autora. Fuente: imagen archivo de la autora.

Luego de terminar este primer tratamiento, se aplicó con un gotero la cantidad de C2H4O2

al 10%, suficiente como para que la muestra quedara totalmente sumergida en este líquido

durante 4 horas y se repitió el mismo procedimiento de lavado que se realizó con el HCl al 7%.

No obstante, el último lavado no se realizó con agua destilada sino con etanol, con el fin de

fijar la muestra. Posterior a esto se dejó secar la muestra dentro del laboratorio en un espacio

cerrado en el cual no pudiese haber alguna circulación de aire que contaminara las muestras.

Al haberse evaporado el alcohol, las muestras quedaron listas para ser montadas y observadas

bajo el microscopio Axio Scope.A1 con el programa ZEN lite edición blue 2.5.

99
Con el fin de evitar la contaminación y permitir la visibilidad de las muestras, se limpiaron

los porta y cubre objetos que serían utilizados para realizar los montajes. Esto se realizó

aplicando agua destilada y alcohol sobre los implementos. Estando limpios los utensilios, se

marcaron los porta objetos y se montaron las muestras de los cálculos dentales ya procesados.

Esto consistió en extraer con la punta de la espátula de uso odontológico una porción suficiente

de muestra y colocarla sobre los porta objetos, aplicar sobre ellas dos gotas de bálsamo de

Canadá (una resina del árbol de abeto que por su índice de refracción, equivalente a 1.55,

permite observar y girar los componentes en el microscopio) y sellar las muestras con un

cubreobjetos, aplicando en sus bordes esmalte transparente.

Al tener las muestras debidamente montadas, se prosiguió con la identificación y conteo

de los componentes o microresiduos. Para ello, se colocaron las láminas en la platina del

microscopio bajo el lente de 40X. Para realizar la identíficación y conteo de los componentes

se realizó una ficha con los tipos de fitolitos y material esperado. Una vez con la ficha y la

lámina montada en el microscopio se leyó la muestra como se muestra en la figura 27, en la

cual los puntos rojos representan el punto de inicio y el punto final de la lectura y la linea

amarilla el recorrido que se debía relizar con el lente:

Figura 27. Forma de leer la lámina.

Fuente: propia.

100
Este ejercicio permitió identíficar componentes que ya habían sido reportados por otros

autores en muestras de cálculos dentales arqueológicos, como es el caso de esporas e insectos

del orden Lepidóptera (Triana, 2011), almidones (Arriaza et all, 2018) y fitolitos (Zucol, 2003;

Triana, 2011; Gil, 2011; Arriaza et all, 2018). No obstante, la presencia de estos materiales

varió entre cada individuo, aún cuando se omitió la presencia de posibles almidones (presentes

en los individuos 10, 23 y 15) y diatomeas (cuya presencia fue confirmada en el individuo 19).

Aunque los almidones y diatomeas no se tuvieron en cuenta en este análisis, puesto

que el tratamiento y protocolo realizado sobre las muestras pudieron haber afectado su

conservación y visibilidad, su presencia fue confirmada mediante dos pruebas diferentes.

Primero, a través de una prueba de lugol sugerida por Loyla Rodríguez Pérez y Claudia

Ramírez de la Pontificia Universidad Javeriana (com. pers., 2019), se verificó la existencia de

almidones en la muestra. La segunda consistió en el estudio exclusivo de las diatomeas en la

muestra extraida del individuo 19, realizado por el director del departamento de biología de la

Pontificia Universidad Javeriana, Carlos Alberto Rivera Rondón.

Respecto a la información que arrojó la prueba de lugol, se reconoció la presencia de

almidones dentro de la muestra 23, que se tiñó de color azul. Este aspecto sugiere que, dentro

de las muestras analizadas podrían encontrarse testimonios del consumo de plantas tuberosas

como papa y yuca (Piperno, 2006). Respecto a los resultados obtenidos del análisis de

diatomeas, el biólogo Carlos Alberto Rivera reportó la presencia de dos valvas de la diatomea

del género Aulacoseira. Este género de algas tiene una distribución muy amplia puesto que

puede habitar una gran diversidad de ambientes, como lo son las aguas dulces eutrofizadas, es

decir enriquecidas en nutrientes. La presencia de estas algas podría corresponder con sustratos

lodosos y con la presencia de vegetación acuática sumergida, como lo son lagos, estanques y

101
ríos y ambientes lóticos como lénticos (O’Farrell et al., 2001). Sin embargo, en Colombia, las

diatomeas Aulacoseira se caracterizan por estar presentes en aguas poco profundas, como lo

son lagos relativamente someros (Naranjo et al., 2007).

En esta investigación se encontraron otros componentes que no han sido mencionados

en otros estudios, como lo fueron fragmentos de textiles y carbones ocluidos dentro de los

cálculos dentales, de los cuales se pudo realizar un conteo juicioso. Las gráficas 1 y 2 ilustran

la distribución general del material que se identificó dentro de los cálculos dentales. En ellas el

eje Y representa al número de componentes encontrados y el eje X a los códigos de los

individuos:

Gráfica 1. Distribución general del material.

Material general del estudio de los cálculos dentales


180

160

140

120

100

80

60

40

20

0
2 3 5 8 10 15 16 19 22 23 25 27

Insectos Algodón Otros textiles Esporas Carbón Fitolitos

Fuente: elaboración propia.

102
Los insectos encontrados en la muestra fueron identificados en el laboratorio de

entomología de la Pontificia Universidad Javeriana por los investigadores Giovanny Fagua

González, Sergio Vargas y Daniel Chirivi (com. pers, 2019). Diversos fragmentos permitieron

documentar la presencia de restos de insectos, como lo fueron algunas cutículas y segmentos

de abdomen (figura 28). Algunos componentes encontrados pudieron ser asociados con

insectos pertenecientes a las órdenes Coleoptera y Lepidoptera, que contienen el mayor número

de especies en el reino animal (Chaudhry, 1997).

Los coleópteros, comúnmente conocidos como escarabajos, fueron identíficados a

travéz de fragmentos de elitros o alas (figura 28) y los lepidópteros de pequeña envergadura,

conocidos como micro lepidópteros, fueron identíficados a través de las escamas que

conforman sus alas (figuras 29 y 30). Estos animales se caracterizan por habitar nichos

ecológicos muy diversos y alimentarse de hongos, animales muertos, esporas y, especialmente,

tejidos vegetales, razón por la cual suelen ser plagas de cultivos y generar daños agrícolas y

forestales (Bualoi, 2009; Johnson et all., 1996).

Los textiles encontrados fueron identificados por la restauradora de textiles Catalina

Hernández Gómez y la estudiante de antropología de la Universidad Nacional de Colombia

Melisa Isabel Acosta, vinculadas al Proyecto del Templo de San Ignacio (com. pers. 2019).

Las observaciónes realizadas por estas investigadoras indican que estos textiles están

particularmente preservados en comparación a otros textiles que se han analizado de la

indumentaria mortuoria con la que se inhumó a algunos de los individuos que fueron

encontrados dentro del templo de San Ignacio. Esta observación es un buen indicador de la

capacidad que tiene el cálculo dental para resistir los procesos tafonómicos de los suelos.

103
Acerca de la identificación particular de las fibras textiles encontradas, ambas

investigadoras plantean que, en su mayoría, los textiles encontrados dentro de los cálculos

dentales analizados corresponden a algodón (figura 32). También se encontró una pequeña

proporción de otros textiles, entre los que se pueden destacar fibras tanto de origen vegetal

(figura 33) como animal (figura 34).

Las esporas (figura 36) pueden encontrarse en espacios muy diversos y propagarse a

través de cualquier medio, por lo que su presencia no se considera diagnóstica. El carbón

(figura 37), que puede ser un componente de origen vegetal o mineral, se encontró en los

cálculos dentales de todos los individuos seleccionados para este estudio.

Figura 28. Segmento de abdomen Figura 29. Élitro de un coleóptero


asociado al individuo 8. asociado al individuo 2.
Fuente: propia Fuente: propia.

104
Figura 30. Escama de micro Figura 31. Escama de micro
lepidóptero asociado al individuo 15. lepidóptero asociado al individuo 2.
Fuente: propia. Fuente: propia.

Figura 32. Algodón asociado al Figura 33. posible fibra vegetal asociada
individuo 2. al individuo 8.

Fuente: propia. Fuente: propia.

105
Figura 34. Fibra protéica animal Figura 35. Porsible seda o algodón
asociada al individuo 16. mercerizado asociado al individuo al
individuo 8.
Fuente: propia.
Fuente: propia.

Figura 36. Hifa y esporas asociadas al individuo 16 Figura 37. Carbón asociado al individuo 2.
Fuente: propia. Fuente: propia.

106
Además de haber encontrado estos componentes, como se puede observar en la gráfica

1, también se encontró un considerable número de fitolitos, de los cuales fue posible identíficar

diversos ejemplares o tipos que serán explicados más adelante. No obstante, es importante

aclarar que estos componentes tuvieron diferentes proporciones dentro de cada muestra, así

como se ilustra en la gráfica presentada a continuación:

Gráfica 2. Distribución general de los fitolitos.

Distribución general de los fitolitos


30

25

20

15

10

0
2 3 5 8 10 15 16 19 22 23 25 27

Pooideae Cyperaceae Globular verrugoso Buliforme Elongado Tricoma

Fuente: elaboración propia.

La subfamilia Pooideae (figura 38) se caracteriza por tener fitolitos con forma de trapecio.

Como parte de la familia de las gramíneas o Poaceae las plantas de este taxón se caracterizan

por ser herbáceas y por hacer parte de una gran cantidad de nichos ecológicos en diversas partes

del planeta. Sin embargo, las plantas pooides se asocian a climas templados y ambientes

húmedos con vegetación abierta de sabana y a procesos de asimilación del CO2 propios de una

fotosíntesis tipo C3 (Triana, 2018; Brown, 1984; Twiss et al 1992, Curtis, 2008). Esto último

107
implica que la temperatura ideal para su crecimiento esta entre los 15-25 °C (Curtis, 2008;

Fredlund y Tieszen, 1994, 1997). Es por ello que la mayoría de estas plantas son silvestres,

aunque muchas de ellas pueden ser cultivables, este es el caso de la soja, el trigo, la avena y el

centeno.

La familia Cyperaceae (figura 39) tiene grandes similitudes con los pastos o plantas de

la familia Poaceae puesto que suele tener forma de espiga. Sin embargo, los fitolitos que

produce tienen forma trapezoidal o cónica, dependiendo la perspectiva en la que se observen,

y textura escrobiculada o punteada. Las ciperáceas, se asocian mucho más a los juncos de

ambientes húmedos y templados puesto a que su fotosíntesis, tipo C4, les permite tener mayor

afinidad al CO2, no hacer foto respiración, utilizar más eficientemente el agua y crecer en

temperaturas de 30-47 °C (Piperno, 2006; Posada Restrepo, 2014; Meinzer, 1987; Triana,

2011; 2018). Debido a estas características son muchas las variedades que son silvestres. Sin

embargo, en Latinoamérica algunas de sus variedades como la Cyperus rotundus llamada

comúnmente coquito, corocillo y ajuncia, se caracterizan por ser la maleza en diversos cultivos

y otras por tener usos medicinales o comestibles, este es el caso de la Cyperus esculentus,

conocida por producir un tubérculo llamado chufo o chufa con el cual se fabrica la horchata

(Simpson e Inglis, 2001).

Para el caso de los fitolitos globulares verrugosos que fueron encontrados (figura 40 y

41), estos se asocian a la familia Arecaceae caracterizada por estar conformada por palmas

(Piperno, 2006). Aunque las palmas pueden crecer en zonas templadas, desérticas, boscosas e

incluso de manglar, estas tienden a crecer en lugares húmedos con temperaturas superiores a

21 °C, es decir zonas tropicales y subtropicales (Twiss, 1992; Curtis et al, 2008). Esta es una

de las razones por las cuales Colombia es el país con mayor variedad de palmas entre las cuales

108
se pueden destacar las especies: Bactris gasipaes que produce un fruto comunmente llamado

chontaduro, Desmoncus mitis que puede ser utilizada para hacer tejidos, Euterpe catinga que

tiene grandes propiedades medicinales, Euterpe oleracea de la cual se extrae un fruto

comestible llamado azaí, Cocos nucifera conocida por producir el fruto del coco y Mauritia

flexuosa que produce frutos comúnmente llamados moriche, con los cuales se hace aceite de

burití, y en cuyos troncos caídos se crían las larvas de coleópteros comestibles llamadas

mojojoy (Galeano, 2000).

Los fitolitos buliformes (figura 42) y elongados (ilustración 43) se asocian a pastos en

general que pueden ser de tipo C3 y C4. Sin embargo, los fitolitos buliformes suelen tener lugar

en pastos de sabana. No obstante, ninguno de estos fitolitos es diagnóstico al igual que los

fitolitos con forma de pelo llamados tricomas (figura 42). La razón de la ambigüedad en la

interpretación de los fitolitos radica en que, más allá de hablar de algún tipo de planta

específica, estos sólo se pueden asociar con células de plantas de tipo C3 y C4 que crecen en

temperaturas entre 15 y 35 °C (Triana, 2018; Twiss, 1992).

109
Figura 38. Fitolito de Pooideae asociado Figura 39. Fitolito de Cyperaceae
a individuo 25 asociado al individuo 3.

Fuente: propia. Fuente: Propia.

Figura 40. Fitolito Globular verrugoso o Figura 41. Fitolito Globular verrugoso o
crenado asociado a individuo 22. crenado asociado a individuo 22.

Fuente: propia. Fuente: propia.

110
Figura 42. Fitolito buliforme asociado a Figura 43. Fitolito elongado asociado al
individuo 5. individuo 2
Fuente: propia. Fuente: propia.

Figura 44. Fitolito tricoma asociado a


individuo 15

Fuente: propia.

111
4. 3 Relación entre los análisis bioantropológicos y el estudio de los microresiduos

de los cálculos dentales

Para entender la relación entre las variables expuestas durante el desarrollo de este

capítulo, se utilizaron dos metodologías estadísticas de análisis de datos que fueron

ingresados dentro del lenguaje de programación R, con la ayuda del investigador de la

universidad EAFIT, Andrés Ramírez Hassan. A continuación, se presentan las

metodologías usadas.

4. 3. 1 K - Means clustering

Este es un método de agrupamiento que busca realizar grupos con características

similares y establecer correlaciones entre rasgos diferentes entre grupos. No obstante, se

diferencia de otras metodologías de agrupamiento en que ayuda a aumentar la distancia

entre las variables con características diversas (inter cluster) y a acercar las variables con

características similares (intra cluster), aún cuando todas las variables tienen el mismo

estatus.

Teniendo en cuenta esto, K- Means clustering genera diferentes centros en los

cuales se agrupan todas las características y variables. La cantidad de centros o grupos que

se pueden formar es de libre escogencia. Sin embargo, existe un centro principal que

agrupa a todas las características dentro de un campo principal. Para formar el resto de los

centros esta metodología realiza una selección aleatoria de observaciones, las cuales se

aproximan a diferentes puntos en centros particulares por una serie de características en

común dentro del plano (Bellot y El-Beze, 1999).

112
4. 3. 2 Análisis de componentes principales (PCA)

PCA es una herramienta estadística usualmente utilizada para estudiar bases de

datos con muchas variables que están distribuidas de forma irregular, lo que implica que

algunos datos pueden impedir la identificación de patrones o características generales del

conjunto de variables. Debido a esto, la técnica consiste en buscar una proyección que

permita observar las variables a estudiar desde una perspectiva en la cual se reduzcan las

distancias entre los datos, aun cuando estos no tengan alguna relación aparente. Esto es

posible al crear nuevas variables mucho más simplificadas y analizables que expliquen la

mayor parte de la variación existente en los datos, al volverlos componentes principales o

valores lineales (Tipping y Bishop, 1997a).

Esto último puede tener gran valor en este proyecto ya que muchas de las variables

registradas pueden estar correlacionadas y, teniendo en cuenta que los componentes

principales permiten conocer factores capaces de explicar la mayor variabilidad de los

datos sin perder información relevante (Tipping y Bishop, 1997b), esta metodología

facilita la interpretación de los datos en función de nuevos factores que en la gráfica 3 son

aquellos que se llaman PC1 y PC2.

4. 3. 3 Las dos técnicas estadísticas en R

Como fue posible reconocer en las descripciones anteriores, las metodologías K-

Means clustering y análisis de PCA tienen una serie de características que se adaptan muy

bien al problema por el cual se extrajeron todos los datos presentados durante el desarrollo

de este capítulo. Naturalmente, llegar a combinar estos dos tipos de análisis en una sola

gráfica podría contribuir, por un lado, al reconocimiento de su eficacia y, por otro lado, a

la observación clara de la serie de características que generan las mejores proyecciones

113
(MacQueen, 1967).

Esto último es posible con la utilización de R ya que este es un lenguaje de

programación con herramientas estadísticas de cálculo y graficación que pueden ser

ingresadas en este lenguaje a través de paquetes. Por este motivo se utilizó esta herramienta

en el proyecto puesto que permite programar las dos metodologías presentadas en los

apartados anteriores y representarlas en un solo gráfico.

Teniendo en cuenta lo formulado anteriormente, se bajaron una serie de paquetes

que permitieran leer un código diseñado por Andrés Ramirez Hassan, profesor

investigador asociado a la universidad EAFIT, en el cual se asoció la base de datos y las

variables que se quería contemplar dentro del estudio. Posteriormente se ingresó el código

que permitía realizar el análisis de K – Means, en el cual era posible pedir el número de

grupos que se quisiera, que para este caso fueron 3. Sobre esta misma base de datos luego

se ingresó un código que realizara el análisis de PCA y otro código que permitiera volver

legible esta información dentro de una gráfica (ver gráfica 3), en la cual se puede

contemplar tanto la distancia entre todas las características descritas anteriormente, como

la forma en que estas agruparon a los 11 individuos republicanos y al individuo colonial

que se estudió durante esta investigación.

4. 3. 4 Estadística aplicada a los datos expuestos

Para poder utilizar este modelo estadístico tuvieron que estandarizarse las variables

que todos los individuos tenían en común. Por ello, como no todos contaban con todo el

cráneo tuvo que ignorarse una serie de variables que confundían la realización de los

grupos. Se ignoró la variable cráneo, mandíbula, numero de dientes perdidos antemortem

y el numero de dientes disponibles. Las variables numéricas caries, abscesos y calzas se

114
redujeron a si había o no presencia de estas particularidades o patologías entre los

individuos al digitarlas en la base de datos con valores binarios.

La combinación entre los valores binarios del análisis de los restos óseos y los

valores númericos provenientes del estudio de los microresiduos que estaban consignados

en columnas dentro de la base de datos no afectaron la formación de los componentes

principales. Esto tiene sentido puesto que el hecho de que unos individuos tuvieran 0

mientras otros tenían 1 le generó a la estadística un valor significativo que era tan

equiparable como la existencia de los valores númericos llamados variables continuas

dentro de columnas con rangos entre 0 a 165 (ver gráfica 3). Ejemplo de ello son la

variable de la flecha (L) caries, que al estar presente en todos los individuos no representó

un valor significativo, las variables de la flecha (ñ) hipoplasia y (p) malformación dental

que al estar presentes en únicamente un individuo, parecieron haber sido determinantes

para la exclusión de este individuo de otros grupos o las flechas con las variables (aa)

pooideae y (Y) carbón que, siendo las que más cantidad númerica tienen, fueron tan

determinantes en la formación de los nuevos factores y los grupos como las otras dos

variables mencionadas.

Fue así como, la combinación de estas variables resultó en la formación de dos

componentes principales que contienen, por un lado, el 22, 9% y, por otro lado, el 17,3 %

de varianza explicada por cada eje representado en la gráfica 3. Esto último, junto al

análisis de K - Means, permitió reconocer los valores más importantes en la formación de

los 3 grupos gráficados, que estuvieron representados por puntos de color azul, rojo y

verde. El círculo gris que se localiza en el centro de la gráfica encierra los parámetros

normales y las flechas que salen de su centro son las variables que se distancian entre sí

115
por las diferencias o similitudes entre la aparición de ciertas características o materiales

asociados a los individuos. Esta información fue verificada por José Guillermo Barrero

Navas en otro lenguaje de programación con el fin de conocer si los resultados estaban

siendo bien graficados.

Gráfica 3. Estadística general de las variables del proyecto.

Grupo Ind

3,
10,
16

2,
5,
15,
19,
22,
23,
25,
27

Nombre de las variables


a Femenino h Desgaste Ligero ñ Hipoplasia u Insectos ab Cyperaceae
b Sexo ambigüo i Desgaste Severo o Hiperostosis porótoca v Algodón ac Globular verrugoso
c Masculino j Desgaste moderado p Malformación dental w Otros textiles ad Buliforme
d Subadulto k Calzas q Osteoartritis x Esporas ae Elongado
e Adulto Joven l Caries r Infección senos paranasales y Carbón af Tricoma
f Adulto Medio m Abscesos s Tumor z Fitolitos
g Adulto Mayor n Periodontitis t Desgaste interdental aa Pooideae

Fuente: gráfica realizada con la ayuda de Andrés Ramírez Hassan para este proyecto.

116
De esta gráfica se puede deducir lo siguiente: en el grupo azul, en el que solo se

encuentra el individuo 8, es preciso decir que este tiene la variable ñ (hipoplasia) y p

(malformación dental) que lo diferencia del resto de los grupos. Naturalmente la primera

variable se asocia a problemas de nutrición en su formación inicial entre los 10 a los 12

años y la segunda a la posible presencia de alguna infección padecida por la madre durante

el embarazo. Sin embargo, es interesante que la variable que lo aproxima a otro grupo es

la variable k (calzas) presente únicamente en el individuo 3, quien se clasificó dentro del

grupo rosado y, al igual que el individuo 8 y 10, se salió de los parámetros normales que

están representados por el círculo gris.

Acerca de los individuos pertenecientes al grupo rosado es preciso decir que las

variables de las flechas z (fitolitos), aa (pooideae), af (tricoma), ae (elongado) y ab

(cyperaceae) son las que los diferencian de los demás grupos. Estas varíables incluyen 5

de los 6 fitolitos encontrados y la variable fitolitos, esto implica que son los individuos

que tenían mayor variedad y número de fitolitos ocluidos en sus cálculos dentales. Esto

último es interesante puesto que se trata de variables asociadas a la dieta. Sin embargo, es

importante decir que este grupo sigue siendo una minoría frente al grupo más grande (el

grupo verde), en el cual se encuentran 8 de los 12 individuos seleccionados para esta

investigación. Por ello, cabe destacar que entre esta minoría el individuo 10, ubicado en la

coordenada (5,2; 2,3), es el que tiene la mayor distancia entre los rasgos que lo agruparon

al grupo rosado, aspecto que es interesante puesto que, sin haberse incluido entre las

variables graficadas, es aquel que pertenece a un contexto colonial y no al siglo XIX.

Sobre el grupo verde se puede observar que las características predominantes que

agrupan a los individuos son la presencia de las flechas con las variables: y (carbón), v

117
(algodón), c (masculino), m (abscesos), t (desgaste interdental) y n (periodontitis) que en

su mayoría están relacionadas con la higiene. No obstante, este aspecto más allá de

permitir conocer sobre la efectividad que tuvieron los modos de limpieza oral, nos invitan

a asociar al mayor número de los individuos originalmente inhumados en la fosa común

de la cripta del templo de San Ignacio a personas cuyas patologías dentales provocaron

prácticas de higiene particulares. No obstante, la variable masculina puede ser un indicador

de una apropiación más efectiva de los discursos de higiene entre los hombres, pero esto

no será tenido en cuenta puesto que solo tres de los individuos eran femeninos y entre ellos

se encuentran el individuo 10 (colonial) y el individuo 8 (claramente anormal dentro del

contexto).

Las particularidades aquí expuestas reflejan una serie de prácticas alimentarias

partículares que posiblemente hicieron 12 de los individuos que fueron inhumados en el

templo de San Ignacio. Con base en esto, es posible proponer que estos individuos en

general pudieron haber nacido de una madre sana, haber sido bien nutridos en su niñez,

haber consumido dentro de la república una poca variedad y volumen de frutos o vegetales,

haber introducido en sus bocas insumos como algodón, textiles de origen vegetal y animal

y carbón y haber padecido patologías bucodentales como los abscesos o la periodontitis.

118
Discusión

Teniendo en cuenta que este proyecto pretende conocer la forma en que una

modernidad temprana impactó en las prácticas alimentarias de un pequeño grupo humano

que interactuó activamente con la élite bogotana de la segunda mitad del siglo XIX, es

posible decir que la información obtenida de los archivos históricos, los restos óseos

humanos y los cálculos dentales expuestos durante el desarrollo de este trabajo permitió

dilucidar una serie de características propias de un estilo de vida crecientemente moderno

entre los individuos que se seleccionaron para esta investigación.

Naturalmente, debido a las privilegiadas condiciones en las que fueron inhumados

sus cuerpos, es preciso añadir que la posición que estos individuos ocuparon dentro del

campo social supondría que se apropiaron de los hábitos modernizadores, higiénicos y

regeneradores que eran bien vistos bajo la mirada científica de finales del siglo XIX:

(…) las clases sociales construidas pueden ser caracterizadas en cierto modo

como conjuntos de agentes que, por el hecho de ocupar posiciones similares en el

espacio social (esto es en la distribución de poderes), están sujetos a similares

condiciones de existencia y factores condicionantes y, como resultado, están dotados

de disposiciones similares que les llevan a desarrollar prácticas similares (Bourdieu,

2001: 110).

Por ello, es importante destacar cuáles son las características encontradas durante el

desarrollo de este proyecto que sugieren la existencia de prácticas comunes entre la

burguesía bogotana de la segunda mitad del siglo XIX. Una de las características fue la

presencia de patologías asociadas a la higiene oral. La información presentada da cuenta

de la evidente recurrencia de afecciones como la periodontitis y la caries entre la mayoría

119
de los individuos que fueron analizados en este proyecto. Por un lado, la periodontitis

podría dar cuenta de malas prácticas de higiene puesto que la principal causa de la

periodontitis son los cálculos dentales excesivos (Lindhe et al., 2009). Por otro lado, las

caries podrían estar indicando un consumo recurrente de carbohidratos o azúcares. Aunque

existen muchas fuentes alimenticias que contienen azúcares, entre ellas sobresalen los

frutos que, siendo los insumos más económicos identificados en los archivos históricos

revisados, no dejaron rastro de su consumo entre los dientes de los individuos estudiados.

Naturalmente, la evidencia hallada sobre las panaderías, pastelerías y tiendas existentes en

Bogotá y la presencia de las gramineas encontradas en los cálculos dentales podrían

sugerir el consumo de alimentos fabricados con trigo, que eran particularmente costosos.

Naturalmente, estas patologías estaban presentes en casi todos los cuerpos que

fueron analizados y, aunque se tuvo en cuenta a un individuo que probablemente vivió

durante el período colonial, no existe un punto de referencia que permita conocer si esta

cantidad de patologías dentales es realmente característica de la burguesía republicana

local. Este es el motivo por el cual habría que hacer un estudio comparativo mucho más

ambicioso y detallado que permita conocer si estas patologías eran comunes en este

periodo en general y si otros individuos asociados a contextos menos privilegiados

también sufrían de esta misma cantidad de caries o abscesos.

En relación al tratamiento de estas patologías, existe otra serie de características

dentro de este grupo de individuos que se relaciona con el uso de insumos recomendados

por personajes ilustrados. Eminencias como los doctores Dunglison y Harris que fueron

referidos por González (1893), recomendaron para el cuidado, higiene y salud oral una

serie de prácticas particulares que posiblemente fueron implementadas por una parte de la

120
población local. Este aspecto se puede observar en la presencia frecuente de carbón

ocluido dentro de los cálculos dentales de los individuos analizados. En el libro de Timoteo

González (1893) el carbón tiene presencia dentro de la receta de los polvos dentífricos y

de recetas caseras para tratar el dolor de muelas, pues contenían creosota pura.

Otra práctica de cuidado que fue recomendada por estos autores y que podría

evidenciarse en algunos de los componentes encontrados dentro de los cálculos dentales,

es el uso de hilajas de algodón mojadas en medicamentos caseros que se ponían sobre las

muelas, encías y llagas para tratar enfermedades bucodentales (González, 1893). Esto

último tiene sentido puesto que muchos de los individuos que tienen abscesos también

contaron con presencia de algodón entre sus dientes.

No obstante, el contraste del volumen de patologías con el volumen de este tipo de

insumos no sugiere nada acerca de la efectividad de estos tratamientos para curar las

enfermedades dentales. Más bien, este aspecto sugiere que este tipo de prácticas fueron

paliativas y no preventivas, de modo que los fundamentos científicos sobre la salud que

respaldaban la higiene oral pudieron haber sido utilizados sólo cuando las personas estaban

padeciendo ya de alguna enfermedad.

Sobre las características relacionadas con el tratamiento de estas patologías es

importante aclarar que existe otra serie de indicios como la relación entre el desgaste

interdental y la presencia de otros textiles en el cálculo dental que se puede asociar a

prácticas de higiene, pero esta relación aún no se puede sustentar, ni a través de archivos

históricos ni a través de este estudio, dado el tamaño reducido de la muestra y el hecho de

que muchos de los individuos carecían de un gran número de piezas dentales.

121
A diferencia del poco volumen de información que circula acerca del desgaste

interdental en este periodo, el manejo de las aguas que había durante el siglo XIX ha sido

un foco de interés para muchos investigadores. Este interés no es ajeno a las temáticas que

guían esta investigación, pues la predominancia de una idea de la alimentación mediada

por un modelo miasmático de la enfermedad hizo del agua un capital muy importante en

la Bogotá republicana.

El análisis de diatomeas nos puede dar luces sobre los tipos de fuentes hídricas de

las que se abastecieron los individuos que aquí se estudiaron. No obstante, únicamente se

analizaron las diatomeas presentes en el individuo 19, que hacía parte del grupo más

grande de la gráfica 3. Los resultados obtenidos de este ejercicio experimental nos

permiten pensar sobre la posible ingesta de aguas dulces someras y eutrofizadas entre la

élite bogotana. La presencia de diatomeas del género Aulacoseira en el cálculo dental de

dicho individuo sugiere, por extensión, que aquellos que fueron inhumados en la iglesia

de San Ignacio, al igual que otros bogotanos pertenecientes a otras clases sociales,

pudieron haber accedido a un agua de dudosa calidad, proveniente de las quebradas de San

Diego, San Bruno y San Juan, el río San Francisco, San Agustín, Santa Catalina y Fucha.

Sin embargo, es preciso recordar que los miembros de la élite bogotana también

pudieron haber direccionado estas aguas a fuentes caseras con poca profundidad, en las

cuales ésta se estancaba, contaminaba o podría. Esto último pudo haber provocado dentro

de este grupo de personas enfermedades como disentería y vómitos, que fueron reportadas

tanto en el libro de defunciones de la Catedral Primada de Bogotá, como en el libro el

Industrial del Coadjutor de Timoteo González. Cabe señalar que en el libro de González

(1893) se aconsejaba, para el tratamiento de estas enfermedades, ingerir preparaciones

122
medicinales sin agua hervida porque se pensaba que al hacerlo se podía perder el aire que

ésta tenía dentro.

En este sentido, se estaría hablando de una clase alta bogotana que, por un lado,

pudo haber tenido acceso a un agua socialmente apetecida pero química y biológicamente

podrida y, por otro lado, pudo haber seguido la serie de consejos realizados por personajes

ilustres como Timoteo González.

Siguiendo por esta línea, los miasmas de Bogotá no emanaban únicamente de las

aguas que rodeaban la ciudad. La serie de consejos que fueron realizados por otros autores

sobre el ambiente describían las plantas y los animales de la Sabana como parte de un

clima frio no muy extremo que era particularmente beneficioso. Sobre este aspecto es

interesante destacar que, aunque desde el siglo XIX hasta hoy se haya descrito una

variedad muy extensa de plantas que habitan la Sabana, la constante presencia de pastos

representados por los fitolitos buliformes y pooides en los cálculos dentales de estos

individuos tiene sentido puesto que las condiciones climáticas húmedas y de la Sabana de

Bogotá hacen que sea muy común encontrar plantas de tipo C3 en el área.

Aún así, las fluctuaciones entre un clima húmedo y seco que caracterizan a esta

Sabana también hacen posible la presencia de otros fitolitos, como los fitolitos tricomas y

elongados que pueden ser pastos de tipo C3 y C4 y cuya presencia sería común en las

temporadas secas, y fitolitos de juncos, como lo son las plantas de la familia Cyperaceae,

de tipo C4 que podrían aparecer en las temporadas húmedas.

Sin embargo, la cantidad de fitolitos globulares verrugosos comúnmente

encontrados en las palmas de lugares tropicales con temperaturas superiores a los 21ºC,

como aquellos presentes entre el cálculo dental del individuo 10 (colonial), invitan a

123
pensar en un posible cambio del clima desde la colonia a la época repúblicana a uno más

frio. Este hecho respaldaría las teorías que hay acerca de la pequeña edad de hielo en el

mundo. Pero como esta aproximación proviene del estudio del cálculo dental y no de un

trabajo realizado en sedimentos, valdría la pena estudiar más a fondo la presencia de las

palmas en la Sabana de Bogotá a través del tiempo al estudiar los fitolitos en el sedimento.

Teniendo en cuenta las características del clima y la vegetación bogotana durante

este periodo, es preciso subrayar que los individuos analizados se destacaron por tener una

dieta con poca variedad y cantidad de vegetales, dato que se podría llegar a relacionar con

la presencia de la hiperostosis porótica presente entre dos de los individuos estudiados.

Esto tendría sentido en la medida en que los nuevos modelos de salud implementados entre

la sociedad bogotana pudieron haber creado conciencia sobre los peligros asociados al

consumo de diversos insumos naturales, provocando así el rechazo de ciertos alimentos

vegetales y una diéta desbalanceada nutricionalmente entre ciertos estamentos de dicha

sociedad.

Esta conjetura se cierra al siglo XIX puesto que, las variables que excluyen al

individuo colonial del resto de los individuos fueron las que estaban asociadas con la

variedad y cantidad de restos vegetales ocluidos en los dientes. Esto implicaría que entre

esta élite bogotana hubo una serie de prácticas de consumo distintas durante la segunda

mitad del siglo XIX. Sobre este aspecto se puede destacar la presencia de plantas de climas

húmedos de la familia Cyperaceae, únicamente presentes entre los individuos 3, 10 y 25.

En el archivo histórico las plantas de esta familia solamente se reportaron dentro de una

de las recetas para jarabes sugerida por González (1893) y este aspecto podría llegar a

sugerir su uso medicinal.

124
Otro aspecto que se puede destacar es la presencia de palmas, que en Colombia

suelen producirse en climas cálidos de la Amazonía o en la costa pacífica y atlántica

(Galeano, 2000). Como se expuso en el capítulo 4, estas plantas producen una gran

variedad de frutos, por lo cual es muy sugerente que únicamente se haya encontrado el

coco dentro del trabajo de archivo y que los fitolitos Globulares verrugosos fueran

especialmente frecuentes dentro de los cálculos dentales del individuo 10 (colonial).

Teniendo en cuenta que los cálculos dentales del individuo colonial contaron con la

presencia de estos dos tipos de fitolitos, se podría estar hablando de un cambio

epistemológico que se reflejó en una clase alta de diferentes periodos. Esto es interesante

puesto a que al retomar los textos escritos por admiradores de la ciencia como Caldas

(1942), Samper (1861), Merizalde (1828) y Gutiérrez (1880) y algunos de los reportes

realizados por investigadores que estudiaron la efectividad medicinal de la quina (AGN,

Fondo EOR, Colecciones, 1789), se puede vislumbrar que, durante el siglo XIX, los

animales, plantas y alimentos provenientes de diferentes latitudes a la Sabana no fueron

percibidos de manera precisamente positiva, en especial si se trataba de productos

provenientes de climas húmedos y cálidos.

Es así como se puede presentar como característica de esta clase social del siglo

XIX la tendencia a alimentarse con plantas tipo Pooideae como el trigo y la cebada. La

apropiación de los nuevos discursos enunciados, explicarían la razón por la cual los

fitolitos más comunes entre los individuos estudiados son los de los pastos y las gramíneas

tipo C3, entre los que se puede destacar el trigo (con el que se fabricaba el pan) y la cebada

(con la que se producía la cerveza).

125
Ejemplo de esto fue la manera en que Reclus (1866) equiparaba las costumbres

bogotanas con las europeas, resaltando el hecho de que en Bogotá se cultivaba trigo, planta

que, se consideraba medicinal (González, 1893). Para el caso de la cerveza, Reclus (1866)

nuevamente enunció que en Bogotá se bebían licores y bebidas espirituosas. Naturalmente,

este hecho, se puede verificar en los archivos de aduanas encontrados en los cuales se

reportó la importación de cerveza extranjera. Sobre la cerveza, es preciso destacar que el

Estado buscó que esta fuera un reemplazo para la bebida popular hecha con maíz llamada

chicha, que se describía como nociva, embrutecedora y generadora de enfermedades

(Castellanos, 1562; Mutis, 1782; 1968; Bejarano, González. et al., 2017; Sánchez, 2012).

En este sentido, se puede decir que, además de que el cultivo de plantas Pooideae

sean compatibles con el clima de la Sabana, el consumo de estos pastos entre la élite

bogotana podría estar hablando de una apropiación de un discurso moderno europeo que

pudo haber generado un cambio en el consumo de chicha a cerveza y de maíz o arepa a

trigo y pan.

No obstante, es importante aclarar que, aunque no se haya encontrado la presencia

de fitolitos panicoides de Zea mayz, es probable que los individuos estudiados si hayan

consumido maíz. Dicho esto, es muy sugerente el que se haya encontrado esta cantidad

considerable de fitolitos de la subfamilia Pooideae dentro de los cálculos dentales de los

individuos estudiados.

Para concluír la presentación sobre las características en la diéta vegetal de estos

individuos es importante aclarar que las limitaciones metodológicas que representa el

análisis de los fitolitos excluye a otra gran variedad de plantas no vasculares. Por ello sería

muy relevante aplicar a futuro otras técnicas de la arqueobotánica en el estudio de estos

126
cálculos dentales pues, como se reportó, estos podrían indicar la presencia de almidones

y, aunque los almidones no hayan sido identificados, los archivos históricos podrían

sugierir que los individuos analizados podrían haber consumido insumos como papa o

yuca.

Como las metodologías utilizadas en el registro arqueológico tampoco permiten

conocer sobre la ingesta de carnes o proteínas, es difícil llegar a formular hipótesis sobre

el tipo de dieta protéica que realmente ingirieron estos individuos. Sin embargo, la factura

de compras de la Real Expedición Botánica, la lista de mercado de Carnegie-Williams

(1990) y los documentos de aduanas revisados permiten conocer sobre la presencia de

proteínas como el huevo, el pescado, el pollo y la res, entre las cuales las dos úlimas eran

particularmente costosas.

Este aspecto puede contrastarse con los datos arqueológicos recogidos por Ramos

(2001) quién hizo una investigación sobre la fauna comsumida en la Quinta de Bolívar

para la década de 1880, en la cual reportó la presencia de res, carnero y gallina y destacó

la total ausencia de cerdo. En este sentido valdría la pena explorar a futuro las nociones y

juicios que circulaban sobre la carne de este animal en el siglo XIX, teniendo en cuenta

que ciertos productos provenientes del cerdo, como la manteca, comúnmente se

empleaban en la cocina para preparar o guisar alimentos (González, 1893).

En cuanto a la diéta proteíca de estos individuos, cabe decir que podrían haber

sido nutridos por insectos microlepidópteros y coleópteros puesto que son fuentes

alimenticias muy enriquecidas en proteína (Triana, 2011). No obstante, el consumo de

estos animales pudo estar relacionado con otro tipo de variables que no corresponden con

la percepción de estos animales como un alimento, pues no se reporta en ningún archivo a

127
los insectos como un insumo para comer. Esto último tiene sentido ya que estos insectos

se alimentan de animales muertos y tejidos vegetales, por lo cual pueden estar presentes

dentro de productos provenientes de cualquiera de estas fuentes de alimento, razón que

explicaría su presencia en los dientes. Además, las estructuras quitinosas de los animales

resisten a altas temperaturas (Víquez et al., 2010) y por ello es posible pensar que, aunque

se hayan cocinado los alimentos, estos se hayan introducido accidentalmente en los

alimentos que ingirieron los individuos analizados para esta investigación.

Teniendo en cuenta lo anterior, se puede asociar la presencia de estos insectos en los

cálculos dentales con la ingesta de alimentos preparados con carnes no refrigeradas y al

consumo de frutos o vegetales provenientes de cultivos o a la interacción de los dientes

con algún tipo de tejido vegetal, como lo son algunos de los textiles encontrados.

Otra característica que tienen estos individuos es que posiblemente gozaron de

una buena salud y nutrición en su período de formación y crecimiento, pues las patologías

identificadas en ellos mostraron, en general, que la gran mayoría de ellos había nacido de

madres saludables y habían estado bien alimentados en su niñez. Las únicas patologías

realmente ajenas a este grupo social son las que presentó el individuo 8, quien pudo haber

sufrido por infecciones padecidas por su madre durante la etapa de embarazo y quién

pareció haber tenido malnutrición durante su formación inicial, como se mencionó en el

capítulo 4. Esto podría estar reflejando un caso de enclasamiento exitoso , puesto que

dicho individuo siendo una mujer adulta media, presentaba dos calzas de amalgama en los

dientes 47 y 37; hacía parte de aquellos que no consumieron una alta variedad de alimentos

vegetales y, de hecho, es la que menos restos vegetales conservó en sus dientes.

128
Es así como las características que muestra esta mujer en sus prácticas dietarias y de

higiene, permiten pensar que entre este pequeño grupo fue el individuo que mejor se

apropió de los discursos y planteamientos formulados por los científicos modernos. Sin

embargo, como el habitus tiende a auto conservarse, valdría la pena estudiar mucho más

a fondo este caso con otro tipo de análisis, como los isótopos estables, con el fin de tratar

de entender lo que pudo haber sido su experiencia de ascenso social.

Teniendo en cuenta esta serie de características, es posible decir que aquellos que

hicieron parte de este estudio, tuvieron en común el haber consumido o utilizado una serie

de insumos que en los archivos históricos fueron caracterizados como saludables o

higiénicos, es decir que posiblemente tuvieron una serie de prácticas que fueron

respaldadas por discursos científicos promovidos por las clases más privilegiadas de la

alta sociedad de la Bogotá republicana.

No obstante, retomando la figura 7, es posible cuestionar una apropiación

homogénea de estos discursos con características modernas dentro de toda la sociedad

bogotana del siglo XIX ya que, aunque lo formulado sobre el individuo 10 invite a pensar

en un cambio epistemológico de una época a otra, lo encontrado en la minoría que

representa el individuo 8 podría sugerir que, aunque las personas de diversas clases

sociales sí pudieron haber entendido la importancia que tenía la adquisición de

capitales como la higiene y la moral impulsados por las campañas promovidas

desde diversas instituciones , ciertos grupos pudieron no haber incorporado estos

discursos en sus estilos de vida de la misma manera que las personas de clases altas .

129
Esto último es muy interesante puesto que, a pesar de que las personas conocieran

sobre la existencia de estos modos de enclasamiento , se podría pensar que la

modernidad temprana no modificó la distribución del poder en Bogotá. Teniendo en

cuenta que había otros capitales , como las predisposiciones naturales y el dinero, es

posible pensar que estas fueron las fichas del juego que mantuvieron las brechas sociales,

ya que pudieron haber evitado la acumulación de capitales para otras clases sociales. Esto

se podría ver reflejado en los costos elevados que tenían los insumos bien vistos y en la

existencia de movimientos sociales como el motín del pan.

Otro aspecto que podría soportar este argumento acerca de la forma en que se

mantienen las brechas sociales en el pasado, a pesar de que las personas menos

privilegiadas conozcan y adquieran ciertos capitales, radica en otros trabajos con

perspectivas teóricas similares que se han desarrollado en otros lugares de América. Un

ejemplo de esto se encuentra en el texto Gato por Liebre de María Marschoff (2007), en

el cual la autora se pregunta por “¿Qué significan las prácticas alimenticias de

Floridablanca en relación con los discursos de la sociedad española del siglo XVIII?”

(Marschoff, 2007: 33).

Allí Marschoff (2007) contrasta el concepto de la Nueva Cocina (ver capítulo 3) y

los proyectos igualitarios e inclusivos del siglo XVIII con material arqueofaunistico y

archivos que reflejaron un consumo diferencial en las raciones de alimento que se les

proporcionaron a la población española, religiosa, enferma, indígena y ordinaria que

habitó Floridablanca, en la Patagonia argentina. Dentro de su trabajo de archivo la autora

destacó que, a diferencia de la población común e indígena, las personas del hospital de

Floridablanca se alimentaron con alimentos costosos que desde tiempo atrás se había

130
usado en Europa (Marschoff, 2007: 57).

A partir de esto podría pensarse que la alimentación enfocada a la salud, como es el

caso de la comida que se le daba a la gente del hospital en Floridablanca, tuvo como fin

proporcionar a las personas los alimentos que socialmente tenían más valor social, ya que

costaban más. No obstante, el hecho de que fuesen los alimentos de la Vieja Cocina y no

de la Nueva Cocina los que estuvieron a disposición de la población no nativa y los

enfermos, dejan ver que los alimentos tradicionales de la cocina europea tuvieron mucho

más éxito o fueron mejor vistos dentro de la población en este lugar, aspecto que la autora

pudo desarrollar desde los estudios de fauna.

Esto podría permitirnos preguntar acerca de la efectividad de los discursos durante

este periodo. Pues estos discursos innovadores y cambiantes como lo fue el concepto de

la Nueva Cocina del siglo XVII, no se incorporan con tanta efectividad en la vida cotidiana

de las personas por un tema supremamente tradicional y de mercado (Marschoff, 2007).

Sin embargo, a diferencia de esta apropiación del discurso estudiado por Marschoff

(2007), durante el siglo XIX también hubo discursos innovadores dentro de la sociedad

nacional, pero estos, a diferencia de los principios que impulsaban a la Nueva Cocina, no

suponían un cambio abrupto en el pensamiento, el ordenamiento y la economía de la

sociedad nacional, ya que los criterios con los que se clasificó la comida del siglo XIX,

aún siendo científicos, tenían de trasfondo ideas tradicionales sobre la jerarquía social

económica, más no religiosa, y la moral existentes desde la organización social colonial

anteriormente establecida, dos aspectos que hacen parte de la forma en la cual se configuró

y se jugó dentro del campo social del siglo XIX en Los Estados Unidos de Colombia.

131
Conclusión

El grupo de individuos que posiblemente interactuó activamente con una élite bogotana

de la segunda mitad del siglo XIX que fue analizado en este estudio, posiblemente

incorporó un estilo de vida crecientemente moderno a través de la aceptación de una serie

de discursos científicos y regeneradores que, sin afectar la jerarquía social económica y

las ideas sobre la moral tradicional, promovían prácticas alimentarias saludables, como lo

fue el consumo de gramíneas europeas compatibles con el clima de la Sabana; un consumo

restringido de plantas provenientes de climas tropicales cálidos y húmedos y el uso de

insumos médicos recomendados para tratar de forma paliativa enfermedades

bucodentales.

Los resultados obtenidos permiten reconocer dos aspectos importantes. El primero

radica en la forma en que se abordó la alimentación en este grupo de individuos

arqueológicos a partir de la identíficación de las variables extraidas por el análisis

bioantropológico y arqueobotánico, pues los datos obtenidos con estas metodologías

demuestran el gran potencial que ofrecen para la interpretación de un contexto social. De

modo que, este ejercicio es testimonio de la utilidad que este tipo de estudios tiene para

conocer la vida social en el pasado.

No obstante, los resultados obtenidos cobraron sentido al aplicar el modelo teórico

de Bourdieu. Naturalmente, es preciso añadir que, el tamaño de la muestra y el no poder

observar el habitus de forma presencial, o se se quiere etnográfica, son algunas de las

grandes limitaciones que tiene el aplicar este tipo de teórias a una muestra como la que se

estudió en este trabajo.

132
Otro aspecto que es necesario resaltar es que, para obtener una interpretación más

precisa, es necesario explorar el impacto que tuvieron estos discursos dentro de esta misma

clase social en su consumo efectivo de proteínas y ampliar los estudios que se realizaron

junto con otra serie de análisis en una muestra más grande que permita corroborar la

información encontrada durante el desarrollo de este proyecto.

133
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Anexos:

Anexo 1. Tabla identificación de fitolitos según el código internacional.

Quadra-lobate Polylobate Bilobate Elongate Rectangle

Forma
Fusiform Lanceolate Oblong Orbicular Ovate

Unciform Stellate Scuare

Castelate Corniculate Favose Granulate Echinate

Crenate Facetate Dendriform Lacunose Papilate

146
Textura
Reticulate Pilate Cavate Columelate Laminate

Striate Sulcate Spiralling Scrobiculte Rugate

Tuberculate Tabular Verrugate Sinuate Ruminate

Trichome base Vascular cell Trachied Hair cell Epidermal

or tissue mesophyl cell


Origen

anatómico

Bulliform cell Epidermal Hair base Papillae cell Trichome

short cell

Stomate

Fuente: propia

147

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