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Disputas en La Representación de La Otredad. Dicotomía Oriente-Occidente en Pushkin y Lermontov

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Pablo C. I.S.P.J.V.G Seminario Lit.

Rusa

Disputas en la representación de la otredad. Dicotomía oriente-occidente en Pushkin y


Lermontov

A la hora de pensar en una literatura nacional resulta necesario reflexionar sobre los
conflictos que se producen en la representación de sujetos que de alguna manera dialogan con
la idea de nación e identidad propia de los autores y el contexto histórico en el que si
inscriben. Es así como las visiones de mundo de dichos escritores en torno a su cultura suelen
darse en torno a un debate que incorporan modos de representar la realidad y que se traducen
en las respectivas obras. En este sentido es posible afirmar que dichas conceptualizaciones
culturales van a estar cargadas de contenidos simbólicos que funcionarán como un entramado
de sentido capaz de configurar a un otro siempre en diálogo con los valores propios de la
nación.
La literatura rusa también participa de estos debates y es a través del aporte de dos grandes
novelistas como Pushkin y Lermontov que es posible analizar dos diferentes modos de
construir sentido. Es necesario tener en cuenta el contexto histórico de dichos escritores,
ambos publicados en la primera mitad del siglo XIX y dentro de una sociedad que buscaba
llevar adelante un proceso civilizatorio pero que se veía eclipsada por el avance del resto de
Europa. El imperio ruso a través de sus zares y el conflicto con los intelectuales ​provocaba el
aislamiento de su pueblo y su atraso económico. El conflicto se cifraba en la idea de buscar el
ser nacional en la figura de Europa o en buscar una figura nacional propiamente rusa mientras
que se debatía la idea de reformar el estado autócrata ruso. De esta cobra relevancia una idea
del ser europeo que en palabras de Said implica que “el componente principal de la cultura
europea es precisamente aquel que contribuye a que esa cultura sea hegemónica tanto dentro
como fuera de Europa, la idea de una identidad europea superior a todos los pueblos y
culturas no europeos” (Said, p.27, 2002) De esta manera aquellos pueblos que queden por
fuera de esa idea recibirán un tratamiento negativo. Es en esta dicotomía que se puede
observar dos configuraciones en las novelas de Pushkin y Lermontov los cuales presentan dos
modos del tratamiento de la figura del extranjero y bárbaro, una más positiva y otra más
negativa.
En primer lugar es posible señalar que la constitución de la figura de la otredad se da de
manera positiva en ​La hija del capitán.​ La idea de trabajar con un material histórico al tomar
como eje una revuelta campesina en donde se representa la figura de un caudillo permite
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señalar una toma de posición en donde los modos de descripción del personaje de Pugachov y
sus hombres son un modo de representar que buscan revitalizar el ser nacional ruso alejado
de lo europeo.
“Al liberar nuestra concepción del mundo de los anteojos occidentales debemos sacar los
ingredientes necesarios para crear una nueva cultura (...) utilizando el tesoro de nuestros
elementos nacionales” (Trubetskoy, p. 606, 1997) Es así como dichos elementos nacionales
van a aparecer en una mirada “enamorada” de aquello rebelde y extraño. Pensemos en la
ambivalencia de la figura del caudillo quien en un primer encuentro y sin conocer su
identidad llama la atención del protagonista que lo observa como una figura extraordinaria y
portadora de un saber bárbaro particular pero importante a la hora de sobrevivir en ese
espacio propio de la otredad (la montaña y la naturaleza). Así cuando encuentra al extraño el
protagonista dice: ​“me quedé asombrado de su sagacidad y de la finura de su olfato”(p.19).
Y más adelante da una descripción del personaje utilizando términos positivos como
singular,​ ​agradable​ y​ pícaro​, que construyen la idea una figura llamativa y atractiva.
No es hasta el encuentro con Pugachov y su ejército en el capítulo VII que la figura del
caudillo se reviste con elementos propios de lo oriental: “​Llevaba un bonito caftán cubierto
de galones y un gorro alto de cibelina con borlas doradas” (p.67). ​Es allí donde este
personaje se construye también desde un lugar de poder el cual aterra a la población que se le
opone pero que también genera una empatía en sus soldados seguidores y en el protagonista
quien ve un rasgo de civilización en sus modos, una figura que por momentos está del lado de
la razón y por otros momentos del lado de la barbarie. Pensemos en las escenas en donde el
protagonista dialoga con el caudillo y este deja entrever su saber cultural propio de alguien
formado (el cuento de la infancia de Pugachov en el capítulo XI) o incluso la posibilidad de
recuperar a la hija de Mironov mediante el desenmascaramiento de Schvrabin y la posibilidad
del diálogo. Todos estos son ejemplos que remiten a la construcción de una figura que
alberga un carácter dicotómico ya que a pesar de revestirse de cualidades que pueden
vincularse a la barbarie, se muestra como una figura civilizada la cual incluso el protagonista
desea salvar de ese desenlace fatal: ​“el monstruo, el malvado con todos menos conmigo (...)
deseaba ardientemente liberarlo de los miserables que él dirigía y salvarle la vida antes de
que fuera demasiado tarde” (p.110). Es decir un tratamiento de la figura del caudillo que
reconoce al personaje verosímil histórico para la historia rusa pero que decide otorgarle un
carácter más positivo a contramano de la sociedad de entonces.
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Por otro lado en la obra de Lermontov hay una configuración totalmente contrapuesta a la
figura positiva del bárbaro. Para comprender ello es necesario pensar en la figura del
personaje protagonista Pechorim y como desde su lugar de sujeto civilizado y proveniente de
un lugar de clase alta se dedica a ingresar en ese otro espacio, así el narrador comenta: ​“No
pude por menos de sorprenderme de la capacidad de los rusos para adaptarse a los hábitos
de los pueblos con que conviven (...) lo que sí demuestra es una increíble flexibilidad” (p.29).
De esta manera se presenta también la convivencia del pueblo ruso con una otredad a la cual
se rechaza. La idea de involucrarse en ese mundo implica un retroceso hacia ese lugar al cual
constantemente se está calificando de forma negativa.
Si tomamos como ejemplo el encuentro con los asiáticos en la narración de Bela: ​“Estos
asiáticos son unos bestias (...) son unos granujas tremendos” (p.6) o​ la construcción del
espacio en Tamán ​“es el villorio más infame de todos los pueblos costeros de Rusia” (p.65)
los espacios no urbanos que aparezcan dentro de la novela de Lermontov van a estar
asociados no ya a una visión idílica hacia ese sujeto de la otredad sino a un conjunto de
rasgos propios de una barbarie a la cual se desdeña.
Pensemos a su vez en el recorrido del personaje protagonista, la asimilación y el momento al
raptar a la princesa, la contraposición del espacio urbano en el devaneo amoroso con la
princesa Mary, y el final fatal en manos de un cosaco señalan una aventura del protagonista
que se va inmiscuyendo cada vez más en ese lugar para incorporar sus reglas y no poder
acatarlas. Al mismo tiempo la visión del narrador Maximich es la que de alguna manera
configura la mirada del otro espacio en donde se pierde el protagonista. Mirada atravesada
por una idea etnocentrista1 en donde este personaje trata de entender la razón del
comportamiento de Pechorim. Así la configuración de la otredad queda establecida en esta
caracterización negativa de esos lugares, de esos sujetos habitantes de ese espacio y de
compartir esas reglas que alejan de la civilización y en el cual Pechorim se inmiscuye.
Es por todo lo mencionado anteriormente que es posible seguir dos posibilidades de lectura
en torno al diálogo con la figura extranjera. La riqueza de estas representaciones radica ya no
en la configuración (positiva o negativa) que se haga de ellas sino en la consecuencia de esas
configuraciones simbólicas para una sociedad que estaba buscando una identidad.

1
Según Todorov “El etnocentrismo consiste en elevar a la categoría de universales los valores de la
sociedad a la que yo pertenezco. Este cree que sus valores son los valores universales y esto le
alcanza. Aspira a universalizar partiendo de algo particular que se esfuerza por generalizar”
Pablo C. I.S.P.J.V.G Seminario Lit. Rusa

Bibliografía

Lermontov, Mijail. (1839). “Un héroe de nuestro tiempo”. www.ebookelo.com

Pushkin, Alexandr. (1995). ” La hija del capitán”. Ed. Nuevo Siglo. Argentina

Said, Edward. (2002). “Introducción” en ​Orientalismo. ​Random House, España.

Todorov, Tveztan. (1991). “Etnocentrismo: El espíritu Clásico” en ​Nosotros y los otros.​


Siglo XXI, México.

Trubetskoy, Nikolái. (1997). “Euroasiatismo: nosotros y los otros”, en ​Estudios de Asia y


África​ XXXII, N°3, México.

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