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ODECOFI
Coleccin Territorio, Poder y Conflicto
Y
EN LA
COSTA CARIBE
Fernn E. Gonzlez G.
Diego Quiroga
Tmara Ospina-Posse
Andrs Felipe Aponte G.
Vctor A. Barrera R.
Eduardo Porras M.
Fernn E. Gonzlez Gonzlez. Politlogo de la Universidad de los Andes de Bogot e historiador de la Universidad
de California en Berkeley. Pregrados tanto en Filosofa y Letras
como en Teologa de la Universidad Javeriana. Investigador del
Cinep y profesor de varias universidades de dentro y fuera del
pas. Director del grupo de investigacin Violencia Poltica y
Formacin del Estado del Cinep y de Odecofi. Especialista en
los temas de historia poltica de Colombia e Iberoamrica, relaciones Iglesia-Estado, y violencia reciente.
Diego Quiroga. Magster en Estudios Polticos de la Universidad Nacional de Colombia y politlogo en la misma institucin.
Hasta 2013 se desempe como investigador en el equipo de
Violencia Poltica y Formacin del Estado del Cinep y miembro
de Odecofi. Actualmente se encuentra vinculado laboralmente
al Instituto Colombiano de Desarrollo Rural, Incoder.
Tmara Ospina-Posse. Politloga de la Pontificia Universidad Javeriana. Se desempe como asistente de investigacin en el proyecto de construccin de la Base de Datos
sobre Secuestro en Colombia de la firma Cifras & Conceptos.
Actualmente es investigadora del equipo de Violencia Poltica y
Formacin del Estado del Cinep.
Andrs Felipe Aponte Gonzlez. Politlogo e historiador de la Universidad de los Andes; su inters se centra en el
conflicto armado, la cuestin agraria, la formacin del Estado,
y la poltica colombiana desde la sociologa histrica. Fue investigador del equipo de Violencia Poltica y Formacin del Estado del Cinep y miembro de Odecofi. Actualmente cursa una
maestra en Sociologa General en cole des Hautes tudes en
Sciences Sociales, en Pars.
Vctor A. Barrera R. Politlogo de la Pontificia Universidad
Javeriana con estudios de maestra en la Universidad de los
Andes. Ha sido profesor en la Universidad Sergio Arboleda. Es
investigador y coordinador del equipo Violencia Poltica y Formacin del Estado del Cinep y miembro de Odecofi.
Eduardo Porras Mendoza. Magster en Historia de la
Universidad Pedaggica y Tecnolgica de Colombia, abogado de
la Universidad Libre. Consultor e investigador social en historia
regional, memoria histrica, justicia transicional y desarrollo rural. Es asesor en desarrollo rural y tierras del Departamento para
la Prosperidad Social; ha sido consultor en justicia transicional
y desarrollo rural de la OIM, del Pnud y de la Unin Europea,
investigador del Cider (Universidad de los Andes) y director regional de la Comisin Nacional de Reparacin y Reconciliacin
para Crdoba y Sucre.
COLECCIN
TERRITORIO, PODER
Y CONFLICTO
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Fernn E. Gonzlez G.
Diego Quiroga
Tmara Ospina-Posse
Andrs Felipe Aponte G.
Vctor A. Barrera R.
Eduardo Porras M.
L ib erta
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y O rd e n
Primera edicin
ISBN: 978-958-644-178-2
Mayo de 2014
Bogot D.C., Colombia
Impreso en Colombia Printed in Colombia
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Contenido
Captulo 1
Conflicto armado en la regin Caribe: un paneo por sus etapas y
sus dinmicas en cinco dcadas de violencia
Por Diego Quiroga y Tmara Ospina-Posse
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Captulo 2
Armar la hacienda: territorio, poder y conflicto
en Crdoba, 1958-2012
Por Andrs Felipe Aponte G.
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Captulo 3
Las vicisitudes de la integracin.
Trayectorias de desarrollo y conflicto armado en el Cesar
Por Vctor A. Barrera R.
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Captulo 4
Conflictos, violencias y resistencias en los Montes de Mara
Un anlisis de temporalidad extendida
Por Eduardo Porras Mendoza
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Los clculos fueron elaborados por Tmara Ospina con base en la informacin de los aos
1990-1993 recopilada por el Banco de Datos de DD. HH. y Violencia Poltica del Cinep.
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El captulo recoge aspectos de un borrador previo, elaborado por Diego Quiroga para las
discusiones preliminares del Grupo de Memoria Histrica, completado y puesto al da por
Tmara Ospina para la versin que recoge este libro.
pulsada por la Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc) fueron interpretados como una amenaza al statu quo regional, ante lo cual
las elites regionales y locales reaccionaron apelando a la fuerza, con apoyo
de los cuerpos de seguridad estatales, especialmente cuando el gobierno
de Misael Pastrana Borrero dio marcha atrs a los propsitos reformistas.
Los problemas relativos a la consolidacin de la hacienda en el norte
y en la regin de las sabanas, aadidos a la movilizacin social, se ligan
con otro tipo de problemas ms semejantes a los propios de las zonas de
colonizacin campesina del mundo andino. En el sur del departamento de Crdoba, la confluencia de campesinos sabaneros expulsados por
la configuracin de las haciendas con colonos antioqueos que venan
escapando de la violencia crea un escenario favorable al surgimiento de
guerrillas gaitanistas en el curso de la Violencia, la insercin del Ejrcito
Popular de Liberacin (EPL), la presencia ulterior de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el avance paramilitar en el sur
del Departamento. A ello se aadir, aos ms tarde, la intromisin del
narcotrfico y de los cultivos de uso ilcito.
Finalmente, el libro culmina con un captulo de Eduardo Porras
sobre la subregin de Montes de Mara, de la que hacen parte municipios de Sucre y Bolvar y que fue severamente afectada por el conflicto
armado en pocas recientes, que el autor relaciona con problemas de
larga y mediana duracin: las disparidades culturales, sociales y raciales
de los tiempos de la Conquista y la Colonia y los problemas socioeconmicos relativos a la tenencia y el aprovechamiento de la tierra en el
curso de la vida republicana, todo lo cual preparaba el escenario de los
conflictos sociales recientes.
Tan diversos acercamientos a las subregiones caribeas tienden a
subrayar la necesidad de enmarcar los fenmenos violentos, tanto de la
guerrilla como de los paramilitares, con la configuracin social interna
de las regiones y subregiones, lo mismo que con la manera como esos
territorios se relacionan, tanto con la economa nacional y mundial como
con las redes polticas de los partidos y las instituciones del Estado central. Los grados de cohesin y jerarquizacin social de esos territorios
permiten que las clases dominantes regionales y locales puedan adoptar
una postura selectiva frente a las directrices del Estado central. A esta
diferenciacin en el espacio hay que aadir la dimensin temporal, que
obliga a tener en cuenta los momentos de insercin de las regiones y sus
elites al conjunto de la nacin y su relacin con la presencia en ellas de los
actores armados.
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Los cuatro captulos coinciden en sealar el carcter tardo de la insercin guerrillera en la Costa Caribe, en contraste con el momento fundacional de las guerrillas en el mundo andino y en sus fronteras con esa
costa: las guerrillas surgieron en regiones de colonizacin campesina en
situaciones de frontera agraria abierta o a punto de cerrarse, donde no estaban todava presentes los grados de jerarquizacin social e intercambio
econmico que seran la base que las elites de poder locales y regionales
tendran para articularse a las redes de los partidos tradicionales y a las
instituciones estatales.
Este momento inicial contrasta con el movimiento expansivo de las
guerrillas hacia zonas ms integradas a la vida poltica y econmica del
conjunto de la nacin, sea porque ellas han experimentado procesos de
acelerado desarrollo con tensiones sociales que superan la capacidad regulatoria de las instituciones estatales y que ofrecen una estructura de
oportunidades favorable a la insercin de grupos insurgentes, o sea porque han logrado consolidar modelos tradicionales de agricultura y ganadera basados en haciendas latifundistas de corte tradicional y sustentados en la subordinacin o exclusin de la poblacin campesina como
resultado del agotamiento de los sistemas de aparcera y arrendamiento y
de su desplazamiento hacia zonas inundables o poco productivas. Estos
problemas del campesinado son interpretados por la insurgencia como
un escenario favorable para su insercin, por permitirles presentarse
como representantes de los grupos sociales menos favorecidos.
Este segundo escenario sera muy proclive al surgimiento del paramilitarismo en los aos noventa y dos mil: en las sabanas de Sucre y Crdoba, la expansin guerrillera configur una reedicin de los mecanismos
de violencia privada de los hacendados tradicionales, reforzados por los
lazos de estos latifundistas con las autoridades locales y regionales, como
lo sealan, tanto Andrs Aponte como Eduardo Porras. Con un ingrediente adicional: la presencia de grupos de narcotraficantes convertidos
ahora en terratenientes. Tal combinacin de nuevos y antiguos factores
imprimira una dimensin mucho mayor a la violencia suscitada en la regin, asociada a lo que se ha denominado parapoltica o paraeconoma.
El paso del primer escenario al segundo est ejemplificado por la expansin del Ejrcito Popular de Liberacin (EPL), que haba nacido en
los aos setenta en los alrededores del Nudo de Paramillo y la subregin
de Tierralta, en el sur de Crdoba. Sin embargo, este grupo nunca haba
logrado establecer un control de la subregin; su accin se haba concentrado en el secuestro y la extorsin de hacendados, quienes, en respuesta,
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de la demanda de carne por parte de Antioquia, que increment la demanda de mayores extensiones de tierra, la tala sistemtica del bosque y
la introduccin de pastos artificiales y del alambre de pas. La sedentarizacin de la ganadera, ocupacin que antes tena un carcter trashumante, llev a la necesidad de clarificar la propiedad de la tierra y modernizar
la organizacin de las haciendas, impulsada por propietarios antioqueos y cordobeses. Pero esta consolidacin de la estructura de la hacienda
ganadera trajo como consecuencia la ruptura de la coexistencia pacfica
de los terratenientes con los campesinos ubicados en la periferia de sus
propiedades, especialmente en las dos ltimas dcadas del siglo XIX y los
inicios del XX.
La otra cara de estas transformaciones fue, pues, la expulsin del campesinado de las regiones de frontera agrcola hacia territorios vecinos,
como Urab, no pocas veces mediante el empleo de mecanismos violentos o fraudulentos. A estos problemas se sumaban las contradicciones en
torno a la apropiacin de baldos y de las tierras que dejaban libres los
ros, situacin que empeoraba por la necesidad de disponer de grandes
extensiones, a causa de la dependencia que la ganadera tena respecto
de los cambios climticos. Esta situacin produjo, como reaccin, el surgimiento de procesos campesinos organizativos bastante radicales, que
fueron reprimidos violentamente por matones a sueldo, con la tolerancia
o el respaldo de las autoridades locales, mtodo que era definitivo para
legalizar el despojo. Adicionalmente, la respuesta de los terratenientes se
concret en la organizacin de una Defensa Civil, que fue apoyada por
gremios como la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), as como
en la apelacin, tanto a matones contratados para desarticular violentamente las organizaciones campesinas, como a las autoridades locales, interesadas en bloquear los intentos de los sectores reformistas, incluidos
los provenientes del gobierno nacional.
En esa direccin se mova la autorizacin dada en 1965 por el presidente Guillermo Len Valencia para que los terratenientes, en aras de
preservar el orden pblico, pudieran organizar grupos de autodefensa
encaminados a cumplir tareas exclusivas de la fuerza pblica. Para muchos, esta reaccin de los poderes locales preludi el origen del actual
paramilitarismo, aunque los grupos de violencia privada de entonces,
compuestos por personal a sueldo, eran menos poderosos y estaban mucho ms subordinados a los terratenientes y a la clase poltica tradicional,
cuyas buenas relaciones con las autoridades locales permitan contar con
el apoyo de las fuerzas estatales de seguridad. Adems, no siempre era
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necesario recurrir a las vas violentas, ya que los nexos de los terratenientes con los poderes locales y regionales eran suficientes para los procesos
de expropiacin de tierras y de apropiacin legal de baldos. Adems de
estas alianzas locales, estos grupos podan recurrir a la colaboracin de
los niveles nacionales del Partido Conservador, para quienes la organizacin campesina amenazaba el tradicional predominio del partido en el
campesinado.
Adems de estos aspectos polticos, la decisin del ELN y las Farc de
proyectarse hacia zonas ms integradas del pas coincidi con la aparicin de un nuevo actor el narcotraficante, que modific el escenario
rural al invertir en las propiedades rurales y promover el surgimiento de
los grupos paramilitares. Se abri as una nueva etapa de privatizacin
de la violencia: los propietarios tradicionales, que ya haban enfrentado
violentamente las movilizaciones campesinas y ahora hacan igual cosa
con la guerrilla, se vieron reforzados por los narcotraficantes, convertidos
en terratenientes, y por algunos sectores de la fuerza pblica, activos o
retirados, empeados en la lucha contrainsurgente.
Esta confluencia empez a hacerse visible en las reticencias de estos
grupos frente a las negociaciones de paz del presidente Belisario Betancur, especialmente en regiones como el Magdalena Medio y Crdoba,
donde, para enfrentar las crecientes extorsiones de las guerrillas, los tradicionales grupos de seguridad privada de las haciendas se combinaban
con cuerpos armados mejor organizados y equipados, como Los Tangueros de Fidel Castao. Aponte sostiene que la insercin del grupo de Castao se hizo posible por su trayectoria anterior en el departamento, que
haca que el modelo paramilitar fuera percibido como viable y aceptable
por los poderes regionales, ya que era congruente con la experiencia previa de privatizacin de la fuerza para contener la movilizacin campesina,
la cual responda al estilo de presencia diferenciada del Estado.
Este xito permiti que, bajo el gobierno de Virgilio Barco, los grupos
paramilitares continuaran su expansin nacional y su campaa de repudio sistemtico de los miembros y simpatizantes de la Unin Patritica.
En Crdoba, esta labor se extendi a las organizaciones sociales que eran
consideradas como una extensin del proyecto revolucionario, al cual
supuestamente proporcionaban una base social y poltica. El resultado
obvio fue el evidente descenso de la movilizacin social en la regin, sobre todo la relacionada con la tenencia de la tierra, junto con la erosin
de las bases sociales y logsticas de la guerrilla. Pero, por otra parte, el
mismo campesinado empez a ser victimizado por la insurgencia como
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Esta evolucin del conflicto explica tambin el sangriento enfrentamiento de las Farc con el EPL, que era el grupo hegemnico en la regin.
El mismo afect a las bases sociales de ambos grupos, especialmente porque la desmovilizacin del EPL y su ulterior conversin en un movimiento poltico legal (Esperanza, Paz y Libertad) fueron vistos por las Farc
como una traicin a los ideales revolucionarios. Los ataques de las Farc
a los desmovilizados de esa agrupacin condujeron a algunos de ellos a
integrarse a los cuerpos de inteligencia del Estado. Tales enfrenamientos
reeditaban los choques anteriores de estos destacamentos en Urab, que
a su vez explican la alianza inusitada de algunos de ellos con los paramilitares de la regin, frente a un enemigo comn, ya que las Farc venan
exterminando a los reinsertados del EPL en Crdoba y Urab.
La importancia de esa ubicacin geogrfica motiv los sucesivos ataques y contra-ataques de las Farc y los grupos paramilitares en su intento
de lograr el dominio de este corredor en el Nudo del Paramillo. Las Farc
atacan a Tierralta en 1998, y el siguiente ao a Puerto Escondido, Montelbano (Crdoba) y Dabeiba (Antioquia), para lo cual contaron con cierto
apoyo de las poblaciones que haban sufrido el asedio paramilitar. Obviamente, esto provoc el contra-ataque del grupo paramilitar, que concentr sus fuerzas en los municipios de Toledo, Caasgordas, Giraldo, Ituango y Buritic (Antioquia), apoyado por grupos provenientes de Crdoba.
Muchos campesinos se vieron precisados a desplazarse hacia los cascos
urbanos y la capital departamental, Montera, ciudad que lleg a contar
con el barrio de invasin ms grande del pas en los aos noventa. Los
barrios subnormales proporcionaban una oportunidad para la insercin
de los paramilitares en contextos urbanos y para reclutar a sus seguidores.
Estos enfrentamientos fueron produciendo transformaciones de los
grupos subversivos armados. En esos aos, tanto el ELN como las Farc y
el reducido grupo disidente del EPL aumentaron sus acciones contra la
poblacin civil: las extorsiones, los secuestros y asesinatos de hacendados, la destruccin de fincas y el robo de ganado, se unan a las llamadas
pescas milagrosas, especialmente en las carreteras entre el interior y la
regin Caribe. Tales acciones terminaron contribuyendo a la legitimacin
social del paramilitarismo, desde sus bases en Crdoba hacia los dems
departamentos del Caribe. Por otra parte, los recursos del narcotrfico
haban permitido cierta relativa autonoma de las huestes paramilitares
frente a sus aliados locales para superar el carcter privado de las fuerzas
subordinadas a ganaderos y militares e ir creando un proyecto ofensivo
de alcance nacional.
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As fueron conformando una alianza heterognea, cruzada por divergencias internas pero que aprovechaba la mentalidad antirreformista de
las elites locales y los hacendados tradicionales o modernos, el pensamiento contrainsurgente de sectores de mandos militares y poderes locales, los intereses de los narcotraficantes convertidos en terratenientes y la
experiencia de algunos exguerrilleros o antiguos militantes de la izquierda legal o revolucionaria perseguidos por las Farc, quienes aportaban
tanto su experiencia de combate como su trabajo poltico y social entre
la poblacin civil
La subregin de Montes de Mara se convirti asimismo en un escenario muy conflictivo. Ante la presencia de las Farc, las AUC organizaron el
frente Rito Antonio Ochoa, que cambiara su nombre por el de Hroes de
los Montes de Mara y estara comandado por Edward Cobo Tllez (alias
Diego Vecino) y Rodrigo Antonio Mercado Peluffo (alias Cadena). La
maniobra afect gravemente a la poblacin campesina, ya que el trabajo
poltico y organizativo desarrollado previamente en la regin hizo que las
AUC consideraran a las comunidades campesinas de la subregin como
base social de la guerrilla, que no deba ser reconocida como poblacin
civil sino como guerrilleros de civil. De ah las escandalosas cifras de
masacres y asesinatos y los masivos desplazamientos de poblacin con
la colaboracin, abierta o implcita, de servidores pblicos, tanto civiles
como policiales y militares, que afectaron principalmente a San Onofre y
Ovejas (Sucre) y El Carmen y San Jacinto (Bolvar).
Esta reaccin paramilitar hizo que los aos corridos entre 1996 y 2005
estuvieran marcados por las expansiones simultneas de guerrillas y grupos paramilitares, como resultado de la radicalizacin poltica de la opinin pblica hacia una solucin militar del conflicto armado, coyuntura
que explica el xito de la poltica de Seguridad Democrtica esgrimida
por el presidente lvaro Uribe Vlez. En el contexto de esas polticas fue
establecida, en 2002, la primera zona de rehabilitacin y consolidacin
en los municipios bolivarenses y sucreos de los Montes de Mara, a los
cuales se aadieron otros de la subregin de Sabanas (Sucre). As se produjeron capturas masivas de personas sin rdenes previas de detencin,
a quienes se endilg el delito de rebelin con base en una supuesta pertenencia a las guerrillas. A esto se sum la estigmatizacin generalizada de
los pobladores de la regin como miembros o auxiliadores de la guerrilla.
Paralelamente a la ofensiva contra la subversin, el gobierno de Uribe
Vlez inici un proceso de negociacin con la cpula de las Autodefensas
Unidas de Colombia (AUC) que condujo a su desmovilizacin. El acuer-
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diciones puestas por las AUC para su desmonte, y a llegar incluso a las
zonas limtrofes de Crdoba con Choc y Antioquia.
La nueva ofensiva oblig a las Farc a replegarse hacia el Nudo de Paramillo y el sur de la serrana del Darin, en territorios del Choc y Antioquia, de ms difcil acceso para la fuerza pblica. El acto marc un
punto de inflexin de esta guerrilla, cuya presencia en Crdoba quedaba
limitada a las zonas de cultivos ilcitos. Este repliegue de las Farc trajo
como consecuencia la adopcin de una postura selectiva frente a las estructuras criminales de las llamadas bacrim, segn fuese la cambiante relacin de fuerzas: en unos casos las enfrentaban y en otros se aliaban con
ellas, llegando a cierta divisin del trabajo en relacin con la economa
cocalera. Porque la incapacidad de esa guerrilla para controlar las rutas
de salida hizo que este grupo se concentrara en el control de los cultivos
y de algunas etapas de su procesamiento, y dejara la labor de transporte
y distribucin en las costas en manos de las bacrim, que cuentan con la
capacidad tanto logstica como infraestructural para exportar la droga a
los pases centroamericanos y al propio Mxico.
La presencia de las bandas criminales, consideradas por algunos como
grupos neoparamilitares, puso de manifiesto las ambigedades de la negociacin con los paramilitares, las cuales derivaron en un rearme y un
violento reacomodo interno de sus estructuras, ahora fragmentadas y
cambiantes, fuertemente permeadas por el narcotrfico pero ms pragmticas en su actividad criminal. Incluso, el hecho de que, bajo el actual
gobierno de Juan Manuel Santos, la subregin de Montes de Mara hubiese sido escogida como prioritaria para la aplicacin de la Ley de Vctimas
y de Restitucin de Tierras, la ha convertido en escenario de nuevos actos
de violencia: el hostigamiento, los atentados y asesinatos de los reclamantes de tierras y las pugnas internas entre campesinos segundos ocupantes o compradores de buena fe contra los poseedores originales, han
motivado la protesta de organizaciones campesinas y de otras semejantes.
La diversidad interna de los grupos y el alcance de su penetracin en
varias regiones del pas aparecieron claramente en el proceso de desmovilizacin. Los paramilitares se mostraban ms como una confederacin de
grupos dismiles que como una agrupacin cohesionada, pues eran claras
las diferencias entre el ala ms vinculada al narcotrfico y los partidarios
de un proyecto de carcter ms poltico, todo ello en medio de conflictos
internos de los grupos narcotraficantes por el control de los cultivos y las
rutas del trfico. El problema de fondo era que las desmovilizaciones partan del supuesto de que los grupos paramilitares estaban conformados
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solo por sus estructuras armadas, y se pasaban por alto, tanto sus nexos
con los poderes locales y regionales (los grupos econmicos dominantes
en sus regiones), como, obviamente, sus relaciones con mandos locales y
regionales de las fuerzas de seguridad del Estado.
Las regiones ms afectadas por las agrupaciones rearmadas coinciden
con aquellas donde las AUC alcanzaron un importante control poltico,
econmico y social, como la Sierra Nevada de Santa Marta, el Alto Sin y
el San Jorge cordobeses, los Montes de Mara y el Magdalena Medio. Sin
embargo, la expansin de estos grupos no se restringe a estas subregiones,
pues actualmente se han incrementado y estn presentes en muchos de
los municipios que conforman la Costa Caribe.
Las renovadas estructuras paramilitares, comandadas por antiguos cuadros medios de los grupos paramilitares o por narcos camuflados bajo
el halo de paramilitares reinsertados, desencadenaron una nueva ola de
violencia por el control territorial de las zonas de cultivo y de las rutas de
comercializacin de la cocana. Anteriormente, la direccin central de las
AUC garantizaba el reparto de los eslabones y los territorios de la economa
de la coca, pero ahora los antiguos segundones buscan cada uno por su lado
copar todos los eslabones de la economa ilegal y controlar a la poblacin
y el territorio mediante sus propias estructuras armadas. As, los secuaces
de los jefes desmovilizados adoptan un estilo operativo muy similar al de
los paramilitares, pero con un discurso antisubversivo menos pronunciado,
unos grupos operativos menos numerosos y unas relaciones con sectores
polticos que anteriormente no trascendan el nivel regional-local.
Esta restriccin operativa a la poltica local es fruto de la experiencia
dejada por los escndalos de la llamada parapoltica, que les hizo caer
en la cuenta de que los arreglos institucionales de carcter regional y
nacional los hacan demasiado visibles frente a la opinin pblica y los
colocaba en una posicin muy vulnerable frente a las fuerzas estatales
de seguridad. Sin embargo, pese a los avances de estas ltimas, las formaciones ilegales siguen teniendo nexos con algunos miembros de la fuerza
pblica, activos y retirados.
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lticas tradicionales por grupos ms progresistas y preparados en universidades de Barranquilla, Bogot y Medelln, agrupados en el Movimiento
Revolucionario Liberal (MRL), comandado por Alfonso Lpez Michelsen y enfrentado a la vieja guardia del liberalismo oficialista.
Estos avances significaron una mayor integracin de la regin a la
economa y la poltica nacionales: el progreso material de la regin y la
consiguiente construccin de infraestructura atrajeron, en torno a Valledupar, a una poblacin numerosa, procedente sobre todo de la subregin
del norte del Departamento.. La escasez de mano de obra y los altos jornales entusiasmaban a jornaleros de la Costa Caribe (Atlntico, La Guajira, Bolvar, Crdoba y Sucre) y cosecheros, recolectores y empresarios
agrcolas del interior (Tolima, los Santanderes, Valle y Huila), al tiempo
que impedan el establecimiento de mecanismos coercitivos de sujecin
del campesinado, mientras que el carcter itinerante y trashumante de los
cosecheros no favoreca una organizacin permanente. A esto se aada la
relativa ausencia de conflictos sociales de importancia, debida al carcter
de la regin como frontera agraria abierta, a la cantidad de empleos disponibles en otras actividades y al inters de los propietarios en el cultivo
intensivo de la tierra a fin de no resultar afectados por la reforma agraria.
Sin embargo, la bonanza econmica del algodn significaba tambin
el desplazamiento de los cultivos tradicionales y el consiguiente desabastecimiento de alimentos, junto con la adopcin del cultivo de la marihuana como la nica alternativa para amortiguar la crisis de los campesinos. Posteriormente, la crisis internacional de los precios del algodn y el
agotamiento del modelo de sustitucin de importaciones, convertiran a
este cultivo en el medio de supervivencia de los recolectores y cosecheros
desempleados.
Adems de los efectos ambientales, esta crisis tuvo una grave consecuencia poltica: el surgimiento de una nueva clase dirigente, mucho ms
ligada a los negocios ilcitos y que supo acumular el capital econmico suficiente para incursionar en la poltica local y aprovechar los espacios que
dejaba la elite algodonera, entonces en retroceso. La nueva capa social se
vio favorecida por la eleccin popular de alcaldes y gobernadores, que le
permiti empezar a desplazar a los lderes polticos tradicionales, que en
las dcadas de los aos noventa y dos mil haban facilitado la incursin
del paramilitarismo. La apertura econmica de los noventa profundizara
esa crisis al aumentar las divergencias sociales en torno a la tierra y la
divisin de las dirigencias polticas como producto de su relevo parcial
en el campo algodonero, promovido por la aparicin de movimientos po-
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movimiento poltico Alas resultaron cobijados por un convenio que dividi los departamentos del Caribe en distritos electorales para beneficiar
a algunos barones electorales. Adems, el riguroso control de cuentas y
del reparto de recursos, impuesto por Jorge 40, evit los enfrentamientos
y ajustes de cuentas que se presentaron entre sus lugartenientes de otras
regiones.
En cambio, en el sur del Cesar el liderazgo poltico de Juancho Prada se vio favorecido por el rechazo de ganaderos, agricultores y palmicultores a un eventual despeje de zonas de su territorio para favorecer
un posible dilogo de paz con el ELN. Este apoyo le permiti colocar a
personas afines en las alcaldas y concejos de Aguachica y San Alberto,
aunque persistan sus diferencias con las autodefensas del Bloque Norte, al cual se haban sumado formalmente para enfrentar en conjunto
la amenaza del Bloque Central Bolvar. Las contradicciones grupales
sobre el reparto de los territorios afloraron nuevamente en la coyuntura electoral. A pesar de ellas, a comienzos de 2003 era ya obvio que
el orden paramilitar se haba consolidado en la mayor parte del Cesar,
especialmente en las zonas planas, las ms articuladas al desarrollo econmico regional y nacional.
Adems, la recuperacin militar del territorio por parte de las fuerzas estatales, en el marco de la Seguridad Democrtica establecida por
Uribe, oblig a las guerrillas a replegarse hacia las zonas medias y altas
de la Serrana del Perij y la Sierra Nevada de Santa Marta, lugares de retaguardia de las organizaciones insurgentes. Sin embargo, este repliegue
hacia las zonas montaosas no signific la completa desaparicin de los
frentes guerrilleros del ELN y las Farc, que resolvieron coordinar acciones
conjuntas para mantener su presencia estratgica en el Perij y continuar
asediando las zonas vecinas, como Curuman, Becerril, La Jagua de Ibirico y Chiriguan.
Incluso, pasada la desmovilizacin negociada con Uribe, Jorge 40,
aparentemente, adopt la estrategia de ubicar a algunos de sus seguidores en lugares estratgicos, a fin de no perder el control social y militar
del territorio que haba conquistado. No obstante, su extradicin, a principios de 2008, condujo a la desaparicin de la cohesin del grupo. La
fragmentacin desencaden fuertes disputas entre sus facciones y otras
externas en torno al control de las rentas provenientes de las regalas, los
distintos eslabones de la economa del narcotrfico y la regulacin de negocios como el paga diario, el cobro de extorsiones a comerciantes y el
contrabando de gasolina. Sea como fuere, los hechos violentos siguieron
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Referencias bibliogrficas
Gonzlez G., F. E., Bolvar, I. y Vsquez, T. (2003). Violencia poltica en Colombia. De la nacin fragmentada a la construccin del
Estado. Bogot: Cinep.
Gonzlez G., F. E., Gutirrez, O. J., Nieto, C., Aponte, A. F. y Rodrguez, J. (2012). Conflicto y territorio en el oriente colombiano.
Bogot: Odecofi, Cinep y Colciencias.
Ocampo, G. I. (2014). Estado y poderes regionales en Colombia. Etnografas del poder y la poltica. En prensa.
Pia, Efrn (2012). Entre la frontera del desarrollo y el desarrollo de la
frontera. Bogot: Cinep, Odecofi y Colciencias.
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Captulo 1
Conflicto armado en la regin Caribe:
un paneo por sus etapas y sus dinmicas
en cinco dcadas de violencia
Diego Quiroga y Tmara Ospina-Posse
El propsito de esta seccin es ofrecer un contexto general sobre el entorno geogrfico, socioeconmico y poltico de la regin Caribe colombiana
y, especialmente, trazar un retrato de lo que han sido las dinmicas histricas del conflicto armado en esta zona del pas. Se trata de un texto descriptivo que pretende ubicar al lector en el escenario regional dentro del
cual se encuentran inmersos los territorios que son materia de este libro,
es decir, los departamentos de Crdoba y Cesar y la subregin de Montes
de Mara, que se traslapa en los departamentos de Sucre y Bolvar. En
primer lugar, se realizar una descripcin general del territorio en cuanto a sus principales caractersticas geogrficas, econmicas y sociales, y
enseguida se pasar a presentar un relato de las dinmicas de lo que ha
sido el desarrollo histrico del conflicto armado en el Caribe colombiano.
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Mapa 1
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Caractersticas fsicas
En cuanto a sus caractersticas fsicas, la parte continental de la regin
Caribe est formada en su mayora por planicies o sabanas (29%) y lomeros (28%), cuya altitud no supera los 130 msnm, por lo cual la mayor
parte del territorio (87%) tiene un clima clido. Las zonas de montaa y
piedemonte representan el 22% y el 11%, respectivamente, y se encuentran localizadas en la Serrana de San Jernimo, ubicada en el Nudo de
Paramillo, que afecta al sur de Crdoba; la Serrana de San Jacinto, que
conforma lo que se conoce como Montes de Mara, ubicada entre los departamentos de Sucre y Bolvar; la Serrana de San Lucas, en el sur de Bolvar; la Serrana del Perij en las estribaciones de la Cordillera Oriental,
que afecta al sur de La Guajira y Cesar; y la Sierra Nevada de Santa Marta,
que se eleva en la interseccin de los departamentos de Magdalena, Cesar
y La Guajira. Finalmente, hacia el nororiente se asienta una zona desrtica ubicada en la pennsula guajira. Cabe anotar la importante diferenciacin que existe entre los territorios cercanos al litoral, baados por el
Mar Caribe, y aquellos que corresponden a las reas interiores, contraste
presente en todos los departamentos caribeos, con excepcin de Cesar,
que no tiene salida directa al mar.
Tradicionalmente se ha establecido una subregionalizacin de la parte
continental del Caribe, de acuerdo con caractersticas geogrficas y climticas. Se trata de cinco principales zonas diferenciadas: 1) la Pennsula
de La Guajira, 2) la Sierra Nevada de Santa Marta, 3) la Depresin del
Bajo Magdalena (Atlntico, Bolvar y Magdalena), 4) la Depresin Momposina (Sucre, Crdoba, Magdalena y Bolvar) y 5) la planicie del Caribe
(sabanas de Cesar, Magdalena, Atlntico, Bolvar, Sucre y Crdoba).
Una de las caractersticas fsicas relevantes de esta regin es su gran
riqueza hdrica: son unas 87.869,3 hectreas ocupadas por cuerpos de
agua, con una representacin del 25% a escala nacional. En este aspecto
es destacable la regin conocida como La Mojana, que hace parte de la
Depresin Momposina y cubre territorios de los departamentos de Crdoba, Sucre, Bolvar y Magdalena. All reposa una importante zona de
humedales que crean un rea muy susceptible a inundaciones en pocas
de lluvias (Meisel y Prez, 2006), pero tambin una composicin del suelo
muy frtil y con especial vocacin agrcola.
Esto ltimo es importante si se tiene en cuenta que casi la mitad de
los suelos de la regin tiene un nivel de fertilidad bajo (23%) y muy bajo
(25%), mientras que un 35% son moderadamente frtiles y solo un pe-
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queo porcentaje presenta una fertilidad alta (12%) o muy alta (0,5%)
(Meisel y Prez, 2006). Tambin hay que recordar que la regin es atravesada en sus tramos finales por los dos ros ms importantes del pas. El
ro Magdalena corre por los departamentos de Cesar, Bolvar, Magdalena
y Atlntico, donde desemboca en el Mar Caribe, y el ro Cauca recorre
el sur de Sucre y Bolvar hasta su desembocadura en el Magdalena, a la
altura del municipio de Pinillos. Adems, se consideran de importancia
mayor los ros Sin, San Jorge, Cesar y Guatapur.
Con excepcin del desierto de La Guajira y de la Sierra Nevada de
Santa Marta, la mayor parte de la regin Caribe tiene un rgimen de lluvias subhmedo, mientras que el desierto es rido y semirido, con una
oferta hdrica muy escasa durante todo el ao; la Sierra Nevada, por su
parte, mantiene un rgimen de lluvias mucho mayor al promedio regional y conforma una zona hmeda (Meisel y Prez, 2006).
A pesar de esas diferencias, existen patrones estacionarios que determinan la cantidad e intensidad de las precipitaciones del Caribe. Entre
los meses de enero y abril (y durante algunas semanas de junio y julio) se
presenta el periodo ms seco, seguido por un aumento paulatino de las
lluvias entre mayo y octubre, que en sus puntos ms intensos provocan
inundaciones en diversas zonas de la regin. Finalmente, las precipitaciones comienzan a disminuir a partir de noviembre hasta llegar al clima
ms veraniego de enero (Meisel y Prez, 2006).
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Departamento
Atlntico
Bolvar
Cesar
Crdoba
La Guajira
Magdalena
Sucre
Costa Caribe
Resto de
Colombia*
Colombia
Agrcola
Agroforestal
Pecuaria
Forestal
Conservacin
62,9
18,4
52,7
37,8
16,8
32,1
42,1
33,2
3,9
21,7
3,7
7,2
33,1
28,4
8,5
17,3
17,1
22,3
4,8
32,9
8,4
11,9
28,9
17,7
0,0
0,9
6,1
7,5
0,3
0,9
1,8
3,0
12,7
36,6
32,6
14,6
41,3
26,6
18,7
28,7
14,8
15,1
6,2
19,0
44,6
9,1
19,3
9,0
18,9
43,6
Este tipo de situacin refleja la presencia de lo que se denomina conflictos de uso del suelo por subutilizacin y sobreutilizacin de la tierra.
Segn Meisel (2006), en el 56% de las tierras de la regin Caribe hay conflictos de uso del suelo. La Tabla 1 muestra que el 33% de las tierras de
la regin tienen vocacin agrcola y, sin embargo, en el ao 2002 solo el
6,7% estaba dedicado a esta actividad. En un sentido inverso, se observa
que, si bien el porcentaje de hectreas con vocacin pecuaria no supera el
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Conservacin
8,2
4,5
14,1
6,1
1,8
9,4
1,7
6,7
0,0
0,0
20,0
1,2
1,9
3,5
0,0
4,6
74,7
53,8
33,0
72,4
17,9
53,0
85,2
51,1
0,0
11,4
24,7
1,5
19,2
10,2
0,5
11,6
9,3
25,1
6,6
18,0
59,1
18,1
7,8
22,8
11,1
8,1
34,6
13,9
31,8
4,6
3,2
23,2
9,8
58,7
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Yuca
122.981
Caf
52.140
ame
38.608
Cacao
19.720
Has sembradas
Pltano
38.018
Palma
133.778
Banano
14.192
Aguacate
7.251
Grfica 1
Principales cultivos de la regin Caribe, 2011
Mango
7.085
Caa
5.152
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Se refiere a las guerrillas liberales lideradas por Mariano Sandn en las riberas del Sin y
Julio Guerra en las del San Jorge, en el sur de Crdoba, desarmadas en 1953 con motivo
de la amnista decretada por el gobierno de Rojas Pinilla y que constituiran uno de los
antecedentes de la conformacin, catorce aos despus, de la guerrilla del EPL (Observatorio
del programa presidencial de DH y DIH, Diagnstico Departamental Crdoba, 2008)
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En trminos generales, estas zonas de retaguardia histrica se caracterizan por ser perifricas
y poco integradas a la vida econmica y poltica del pas, con importante tradicin de luchas
campesinas y conocidas como territorios de frontera agrcola abierta.
de Tierralta, en la cual se determin la conformacin de los primeros grupos de defensa privada, que ms adelante evolucionaran en los Tangueros y luego en las Autodefensas Campesinas de Crdoba y Urab (Accu)
(Observatorio del programa presidencial de DH y DIH, 2008).
Por su parte, las primeras incursiones del Ejrcito de Liberacin Nacional (ELN) en la regin ocurrieron alrededor del ao 1972, cuando, en
el marco de su inicial estrategia de expansin territorial, esa agrupacin
envi tropas ms all de las fronteras santandereanas, con rumbo al ro
Magdalena abajo, y logr establecer unidades guerrilleras en Antioquia,
el sur de Bolvar y, posteriormente, el sur de Cesar (Hernndez, 2006).
En el caso de Bolvar, esta guerrilla penetr por la zona de la Serrana de
San Lucas, y hacia el ao 1973 ya haba definido el curso de accin para
avanzar hacia el norte de este Departamento.
Sin embargo, ese mismo ao el grupo sufri un fuerte golpe militar,
asestado por el Ejrcito colombiano en una operacin realizada en Anor, Antioquia, acto que determin un debilitamiento de la organizacin
ilegal, que, combinado con fracturas internas del grupo armado, le caus
una crisis que se prolongara hasta 1983, cuando reanud con fuerza la
estrategia de expansin y dio inicio a una etapa de consolidacin (Harnecker, 1988). Sin embargo, cabe anotar que antes de finalizar el decenio
de 1970 el ELN ya tena presencia en gran parte de lo que podemos llamar
el Magdalena Medio Caribe (sur de Bolvar y sur de Cesar) a travs del
Frente Camilo Torres Restrepo (Observatorio del programa presidencial
de DH y DIH, 2008)4.
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Las Farc crearon la figura de bloques en su octava conferencia; por lo tanto, para este
momento del relato an no existan tales denominaciones.
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que diera origen a los frentes 24 y 19 de las Farc en la Serrana del Perij
y la Sierra Nevada de Santa Marta, Sols Almeida, comandante del Frente
19, comenta sobre la estrategia de insercin guerrillera en la zona:
[] el plan de trabajo lo tenamos de nuestra cuenta, todo dependa de nuestra
iniciativa, y nuestros movimientos se encaminaban a conocer terreno y gente,
lo ms que se pudiera, para generar condiciones sobre la serrana para meter de
un solo tajo guerrilla armada, que era lo que quera la Direccin. (Almeida y
Santrich, 2008).
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Estos asuntos sern tratados a profundidad en los diferentes estudios de caso presentados
en los captulos siguientes de este libro. El caso del rgimen hacendatario en Crdoba es
muy representativo de esta cuestin e importante para comprender las estructuras sociales
y econmicas que dieron lugar a las formas de violencia que surgieron en la regin.
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Como es el caso de los Garca en Ovejas (Sucre), los Mndez en Crdoba (Bolvar), los Pupo
en Valledupar (Cesar), entre otros.
Algunos de estos son: Camilo Echanda (2006). Dos dcadas de escalamiento del conflicto
en Colombia, 1986-2006. Bogot, Universidad Externado de Colombia, as como los
documentos de la Serie Geogrfica producidos por el Observatorio del Programa
Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario: Panorama
actual de la regin de Montes de Mara (2003), Bogot, Serie Geogrfica No. 19, y Panorama
actual de Sucre (2006), Bogot. Serie Geogrfica No. 27.
Este importante movimiento atrajo a variados sectores polticos, estudiantiles e intelectuales de izquierda, que se encontraban fragmentados en un sinnmero de siglas y tendencias ideolgicas, con mltiples
contradicciones y disonancias entre s. Los sectores ms radicales vean
en la lucha armada el camino para la transformacin de la sociedad colombiana y, siguiendo la tesis de la combinacin de las formas de lucha,
vieron en la Anuc una oportunidad para difundir su ideologa entre el
sector campesino. Sin embargo, la influencia poltica de la izquierda radical en el movimiento facilit la fractura y el posterior debilitamiento
de la Anuc.
Fue en el departamento de Sucre donde la Anuc llev a cabo la mayor
cantidad de tomas de tierras en la historia de Colombia9. En un principio, las vas de hecho del campesinado reciban el aval del gobierno, el
cual, representado en el Incora, se haca presente en las invasiones y los
enfrentamientos con el fin de mediar y negociar entre los campesinos y
los latifundistas. El auge de la lucha por la tierra en este Departamento fortaleci una tendencia poltica que influira en las actuaciones de la
Anuc en el norte del pas: la llamada lnea Sincelejo. sta, que entr a
identificarse como la lnea radical, lleg a dirigir a un sector mayoritario
que operaba alrededor de las asociaciones departamentales de usuarios
campesinos en los departamentos de Caldas, Cauca, Nario, Risaralda,
Santander, Arauca, Caquet, Putumayo, Bolvar, Cesar, Crdoba, Magdalena, Meta y, claro est, Sucre10.
El radicalismo no era gratuito, ya que, desde finales de los aos sesenta, en la costa actuaba el ncleo fundador del EPL en el Alto San
Jorge, entre Crdoba y Antioquia; su brazo poltico, el PCC-ML, haba
iniciado una campaa denominada de bolchevizacin11 de sus militantes, ideario que los llev a relacionarse de manera profunda con
los sectores campesinos movilizados a travs de la Anuc. Militantes de
9
10
11
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Barricada Socialista, aunque menos radicales, tambin apoyaron el movimiento. Su influencia fue determinante en la forma de accin de los
campesinos, quienes a travs de las vas de hecho haban logrado poner
en marcha a amplios sectores12 e iniciar los procesos de titulacin de
algunos predios que haban sido exitosamente invadidos. La impronta
de la izquierda radical sobre el movimiento puede vislumbrarse en las
palabras de Luis Rendn, ex dirigente del PC-ML:
En Bolvar nos mandan para el Carmen de Bolvar. Duramos seis meses en tomas
de tierras, trabajamos con el sindicato obrero y con los campesinos del cultivo
del tabaco. Conocimos nueva gente, se fortaleci la estructura del partido (PCML). Ya haba zonales all, instalamos el zonal David Borras de Bolvar. Haba
tambin clulas y crculos de aspirantes. Una experiencia muy interesante que
implementamos fueron los actos polticos. Eran algo as como una rplica de las
Juntas Patriticas. Los hicimos en Sucre y otras regiones. Eran actos masivos en
la clandestinidad. La gente los consideraba una forma de gobierno, y a partir de
ellos se trabajaba el partido poltico, los asuntos sociales y se trabajaban los problemas econmicos []
El 29 de febrero (1972) era impresionante ver quince mil, veinte mil personas
en Sincelejo, San Jacinto, El Carmen. Era la poca de oro de la Anuc y una gran
nmina de dirigentes, una gran cantidad de ellos eran militantes polticos nuestros. Haba ya cuadros regionales del partido y cuadros militares. Haba todo un
control, como en el caso de Bolvar, donde la experiencia del Carmen fue muy
particular. (Entrevista a Rendn, Luis, exdirigente del PC-ML, en Villarraga y
Plazas, 1996: 67-68).
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Hacia 1971 y con solo cinco aos de existencia, la Anuc registraba un total de 989.306
miembros inscritos, 28 asociaciones departamentales y 13.983 lderes entrenados. Zamosc,
1987: 91.
Zamosc, 1978: 75-78.
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Frente para hacer una gran cantidad de relaciones pblicas que permitieron un
magnfico lanzamiento de la UP en 1985. (Santrich, 2008).
Como puede apreciarse, durante los tiempos de la tregua las Farc continuaron sus planes de crecimiento a escala poltica y militar, logrando incluso reconocimiento en algunos sectores influyentes de la regin Caribe.
Un ejemplo de esta simpata qued en evidencia cuando al lanzamiento
de la UP en Pueblo Bello asisti un cono de la sociedad costea; Simn
Trinidad relat al respecto:
[] Nos decidimos, sin que ella tuviera idea, por Consuelo Araujo, periodista y
folclorloga de la msica violinista [] finalmente, sta acept de manera complacida hacer el primer contacto con Adn Izquierdo en Valledupar. En la reunin
de Consuelo con Adn ste le dijo que si lo poda poner en contacto con otras
personas influyentes en Valledupar, y ella inmediatamente se puso en contacto
con dirigentes polticos, gremiales, profesionales y sindicalistas.
Consuelo fue importante en ese periodo, ya que no solo logr que el Gobernador
del Cesar, Doctor Luis Rodrguez Valera ya fallecido, se reuniera en su apartamento con Adn, sino que se fue en carro a visitar a uno por uno de los gobernadores de la Costa Atlntica y logra que en Barranquilla se renan todos con Adn
y otros comandantes farianos en un acto pblico en la Asamblea Departamental
del Atlntico. De ah sale la propuesta de lanzar a la UP en la regin Costa Atlntica, en el corregimiento de Pueblo Bello [] de ah en adelante la UP y las
Farc se riegan como verdolaga en playa: La Jagua de Ibirico, Becerril, San Alberto,
El Copey, Valledupar, Fundacin, Cinaga, Santa Marta, Barranquilla, Cartagena
[] (Santrich, 2008).
Tal apogeo fue interrumpido por la brutal reaccin de algunos sectores de la sociedad que se negaron a permitir el ingreso de una fuerza
poltica de izquierda que amenazaba con transformar el statu quo de las
estructuras socioeconmicas y polticas tradicionales. Producto de este
rechazo, se inici lo que se conoce como la guerra sucia contra la UP,
proceso mediante el cual una alianza entre hacendados, polticos regionales, narcotraficantes y militares puso en marcha un periodo de persecucin y asesinato sistemtico de miles de militantes y lderes de este movimiento poltico. Parte de las consecuencias de esta arremetida mortal
fueron el rompimiento definitivo de los dilogos de paz (1987), el regreso
de muchos a las filas de las Farc y la radicalizacin de la guerrilla, que,
a partir de entonces, se concentr en privilegiar las formas militares en
detrimento de las polticas.
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En las guerras irregulares en general, y particularmente en el caso colombiano, los combates directos entre los grupos armados no son, ni de
lejos, la principal modalidad de violencia y, por lo tanto, tampoco son
la mejor manera de medir las dinmicas de la guerra. Por el contrario,
los repertorios de violencia de las guerras irregulares suelen enfocarse
en la poblacin civil como forma de golpear al enemigo, usualmente con
mtodos poco ortodoxos y frecuentemente violatorios de las normas internacionales que rigen las guerras. Por tal motivo, para esta seccin se
ha seleccionado, como indicador del accionar de los actores armados,
la categora de Infraccin al Derecho Internacional Humanitario18, que
agrega crmenes como homicidio intencional a persona protegida, tortura, amenazas, daos a bienes civiles, minas antipersonales y desaparicin
forzada, entre otras modalidades de agresin.
El comportamiento de este indicador en el periodo 1990-2013 (Grfica 2) permite identificar, por lo menos, cuatro fases diferentes del desarrollo del conflicto armado, que a su vez coinciden con dinmicas propias
del contexto poltico en el nivel nacional. El perodo comprendido entre
1990 y 1995, corresponde a la reconfiguracin de los escenarios de la confrontacin propia de la etapa inmediatamente posterior a la desmovilizacin de algunas guerrillas; entre 1996 y 2002, ocurre un recrudecimiento
que coincide con la avanzada del paramilitarismo; a partir de 2003 y hasta
2007, es un lapso que presenta una disminucin paulatina de la violencia, la cual seala el mayor control logrado por el Estado de la mano de
los paramilitares, hasta la desmovilizacin de las AUC; y, finalmente, un
perodo entre 2008 y 2013, en el que se detiene el declive de la violencia
y se sostiene cierto nivel de actividad, en un contexto caracterizado por
el rearme paramilitar, una nueva configuracin de los escenarios de la
confrontacin y el inicio de los dilogos de paz de La Habana.
Una mirada al indicador desagregado por actores armados, ayuda a
reafirmar la diferenciacin de estas fases (Grfica 3). El inicio de la ofensiva paramilitar se ve expresado en un impresionante pico de violencia
en 1997, el ms alto de toda la serie, que supera al siguiente casi en un
200%. A partir de ese momento, la actividad de este actor supera a la del
resto durante casi todo el periodo, al final del cual es casi el nico que
permanece ejerciendo violencia. Por el lado de las guerrillas, es notorio su
18
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2004
2003
2002
2001
2000
1999
1998
1997
1996
1995
1994
1993
1992
1991
1990
Fuente: Cinep. Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Poltica. Elaboracin propia.
200
400
600
800
1000
1200
1400
1600
2005
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Grfica 2
2013
2012
2011
2010
2009
2008
2007
2006
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ELN
FARC
PARAMILITARES
FUERZA PBLICA
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013
Fuente: Cinep. Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Poltica. Elaboracin propia.
200
400
600
800
1000
1200
1400
Grfica 3
Infracciones al DIH por autor
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Los clculos son propios y estn basados en Banco de Datos de Derechos Humanos y
Violencia Poltica del Cinep.
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Grfica 4
Fuente: Cinep. Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Poltica. Elaboracin propia.
Fuerza Pblica
13%
Farc 17%
ELN 11%
Paramilitares
59%
tecimientos ms relevantes de este periodo fue la realizacin de la octava conferencia de las Farc (1993), que tuvo al menos dos resultados con
efectos sobre la regin Caribe: el cambio de estrategia militar de guerra
de guerrillas a guerra de posiciones20 y la divisin de la organizacin en
bloques, que dio origen al Bloque Caribe.
Pasada la octava conferencia, tres Bloques de las Farc quedaron con
presencia en departamentos del Caribe. El Bloque Noroccidental, en el
sur de Crdoba, por los lados del Nudo de Paramillo y con gran influencia al oriente del Caribe, pues estuvo encargado de la guerra con los paramilitares por el control del Urab. Por su parte, el Bloque Magdalena
Medio abarc toda la subregin surea de los departamentos de Bolvar y
Cesar, caracterizada por ser una de las zonas caribeas donde el conflicto
se desarroll de manera ms violenta. Finalmente, el Bloque Caribe fue
creado para agrupar a los frentes que hacan presencia en todos los departamentos de la Costa, exceptuando las dos zonas recin mencionadas.
Adems de los frentes que venan operando desde los aos ochenta,
en 1994 se cre el Frente 59, denominado Resistencia Guajira, cuyo surgimiento ocurri a partir del desdoblamiento de los frentes 19 y 24. Con la
nueva estructura, las Farc entraron a hacer presencia ms permanente en
el sur de La Guajira, especialmente en las zonas cercanas al costado oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta y al norte de la Serrana del Perij.
Tabla 3
Bloque Caribe en la dcada de 1990
Farc-Ep Bloque Caribe
Frentes
Departamentos
Magdalena
Sucre-Bolvar
Sucre-Bolvar
Cesar
59
La Guajira-Cesar
Zona geogrfica
Sierra Nevada de Santa Marta
Montes de Mara
Montes de Mara
Serrana del Perij
Serrana del Perij, sur de La Guajira, vertiente
oriental de Sierra Nevada de Santa Marta.
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Con todo, a principios de los aos 90 no fueron los frentes del Bloque
Caribe los que ejercieron ms activamente la violencia en el norte del
pas, ya que las Farc estaban concentradas en la regin de Urab, disputando los territorios que haba ocupado el EPL. No obstante, el fortalecimiento del proyecto paramilitar de los hermanos Castao se convirti
en un obstculo para los intereses de la guerrilla y trajo consigo el recrudecimiento de la violencia, enfocada sobre todo contra la poblacin civil.
Tierralta, en el departamento de Crdoba, y el Urab antioqueo fueron
las subregiones ms afectadas por la accin blica de las Farc en esos aos.
La mayora de las operaciones de esta guerrilla se centraron en las regiones donde histricamente venan consolidndose grupos paramilitares
atados de manera notoria al fenmeno del narcotrfico, entre ellos el de
Hernn Giraldo en la Sierra Nevada de Santa Marta y el de Fidel y Carlos
Castao en el departamento de Crdoba (Mapa 2).
Como atrs se dijo, el fenmeno paramilitar que se desarroll en los
aos 90 comenz a configurarse desde los 80 y su mxima expresin al
inicio de los 90 eran las Accu. El xito de este modelo paramilitar y la
creciente concentracin de poder poltico e influencia social en sus nichos histricos, sumados al apoyo de comerciantes, ganaderos y polticos
regionales, originaron un proceso de expansin del modelo cordobs a
Sucre, Bolvar, Magdalena y Cesar, zonas que llevaban ms de diez aos
ocupadas por las Farc y el ELN. Para ese momento, el proyecto paramilitar ya contaba con la estructura del narcotrfico necesaria para independizarse de los sectores que lo financiaban. Ya no se trataba de ejrcitos
privados subordinados a ganaderos y militares; ahora los una la lgica
contrainsurgente en una relacin horizontal: ganaderos, comerciantes,
militares y narcotraficantes, todos sentados a la misma mesa.
De acuerdo con Mauricio Romero,
para mediados de los aos noventa las Accu eran una alianza aparentemente inslita, y no sin tensiones entre negociantes y empresarios vinculados con el narcotrfico, ganaderos y agroexportadores, y exguerrilleros o antiguos militantes de la izquierda legal o revolucionaria, coalicin que se mantena unida, dada la dimensin
del objeto comn por enfrentar. El papel de esos sectores venidos de la izquierda
en la jerarqua de las Accu, adems de proveer mandos militares, ha sido clave en el
trabajo poltico y social con la poblacin civil. (Romero, 2003: 246).
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Mapa 2
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Mapa 3
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Mapa 4
rrillera o de inters estratgico para el negocio del narcotrfico. El nacimiento de las AUC marc un nuevo hito en la historia de la guerra en
Colombia. Signific el comienzo de una era de violencia que sumi al pas
en el terror como nunca antes. Tambin represent la consolidacin del
paramilitarismo como un proyecto nacional, fuertemente ligado a intereses econmicos de las elites regionales, con pretensiones especficas de
incidir en la poltica local, regional y nacional y con tintes ideolgicos de
extrema derecha.
El crecimiento de las AUC entre 1997 y 2002 coincide con el proceso
de dilogos entre las Farc y el gobierno del presidente Andrs Pastrana.
De acuerdo con la tesis de Romero (2003), los acercamientos y acuerdos
de paz entre el gobierno y las guerrillas provocaron, una vez ms, la respuesta violenta de los poderes locales y regionales enderezada a impedir transformaciones del sistema poltico que pudieran afectar el estado
de las cosas: [] los grupos paramilitares y de autodefensa han sido
unos defensores extremistas del statu quo. Es decir, la agudizacin de la
violencia poltica desde 1982 tiene que ver, adems de los problemas de
seguridad surgidos con las negociaciones de paz para las coaliciones en
el poder, con las reacciones en contra de la posibilidad de redefinir los
equilibrios polticos regionales a favor de una mayor democratizacin.
(Romero, 2003: 79).
En su proceso de expansin en la Costa Caribe colombiana, las mltiples ramas del paramilitarismo se desarrollaron en subregiones distintas, aunque de manera simultnea. La accin paramilitar se dirigi especialmente a atacar lo que se ha tendido a denominar como bases sociales
de la guerrilla. El ao de 1997 fue escenario de la abrupta propagacin de
los paramilitares por toda la Costa. El primer semestre de ese ao registr
las primeras masacres paramilitares en las mismas reas donde se mova
la guerrilla. Los grupos paramilitares se movilizaron por las sabanas de
los departamentos de Crdoba, Sucre, Bolvar, Magdalena y Cesar, sin
mayores contratiempos. Se concentraban principalmente en los municipios sucreos de Sincelejo y Toluviejo y llevaban a cabo diversas operaciones en el centro de Bolvar, en el rea de influencia de Magangu y en
regiones en donde la guerrilla atacaba y luego se retiraba a causa de las
dificultades geogrficas para desarrollar operaciones militares constantes
(Mapa 5).
Entre junio de 1996 y febrero de 1997, en el departamento del Cesar fueron asesinadas 119 personas y 17 ms fueron desaparecidas; las
acciones tuvieron su expresin ms grave en la masacre de Mariangola
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Mapa 5
Paramilitares. Infracciones al DIH en el Caribe, 1996-1999
(corregimiento de Valledupar) y las vctimas fueron principalmente campesinos. Al respecto, los paramilitares informaron:
Nos hemos visto forzados a tomar algunas medidas de tipo contrainsurgente, que
aunque en un principio nos toque pagar un precio inmediato de impopularidad,
el pueblo, cuando haya recuperado la paz, las comprender y nos lo agradecer
(Banco de datos de violencia poltica. (Cinep, 1997: 5.).
La incursin paramilitar hecha en el mes de abril en los departamentos de Bolvar y Sucre ya haba logrado el dominio de los cascos urbanos,
con lo cual sus grupos iniciaron un proceso de asesinato selectivo de personas que tenan influencia local, entre ellos funcionarios pblicos, lderes polticos y miembros de la Iglesia, todos acusados de ser auxiliadores
o miembros de la guerrilla. En otros lugares continuaron las masacres en
zonas que, a los ojos de militares y paramilitares, constituan retaguardias guerrilleras. Las matanzas de esos aos se perpetraron en Cinaga,
Fundacin (Magdalena) y en la regin de Montes de Mara. El gobierno
calcul que hacia 1997 en la Costa Atlntica colombiana moran diariamente alrededor de veinte personas como producto del conflicto armado.
(Nuevo Siglo, 1997:7)
Rpidamente se fueron sumando grupos de narcotraficantes y delincuentes comunes a escala regional, quienes, o bien se subordinaban al
proceso, o bien eran eliminados. Fue as como coincidieron, a escala local
y regional, las AUC y los hacendados que contaban con grupos delictivos
a su servicio. Uno de estos casos se present en el centro del departamento de Magdalena, donde los cheperos21 ya haban abonado el terreno para
el arribo del paramilitarismo a la regin. La banda de Chepe Barrera, que
actuaba en el departamento de Magdalena, y la de Los Chamizos, de la
Sierra Nevada de Santa Marta, dieron muestra de que el paramilitarismo
haba encontrado, en algunas regiones, agrupamientos de elites de escala
local y regional que facilitaban su entrada. La disputa paramilitar por la
Sierra Nevada se inici a mediados de 1997 y la accin guerrillera en esta
regin donde el ELN haba sido la fuerza ms activa atac constantemente al sector ganadero. El Cesar vena siendo objeto de acciones para21
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Mapa 6
En suma, el ELN no constituy un contendor real para los grupos paramilitares de la regin Caribe, lo cual marc el inicio del declive definitivo de esta guerrilla en la misma. Despus de fracasar en su intento
por acceder a una zona desmilitarizada en el Magdalena Medio con el
propsito de entablar dilogos de paz con el gobierno y en parte gracias
a la presin que ejercieron los paramilitares para evitarlo, esta guerrilla
empez a desaparecer de los escenarios de la violencia nacional.
Distinta fue la historia de las Farc, que por esos aos participaba en
los dilogos del Cagun y disfrutaba de la zona de distensin concedida por el gobierno de Pastrana, situacin que le permiti fortalecerse
militar, financiera y organizativamente a escalas nada despreciables. Tal
ventaja le permiti hacer frente a la avanzada del paramilitarismo en
esos primeros aos y crear un escenario de disputa bastante intenso, al
menos hasta principios de la dcada del 2000, cuando, a su vez, empez
a debilitarse y a perder, cada vez ms, control territorial e influencia en
el Caribe.
En los inicios de este periodo los frentes del Bloque Caribe desplegaron una intensa actividad. Algunas estructuras abrieron operaciones
contra el proselitismo poltico y, decididos a sabotear las elecciones, se
concentraron en el secuestro, las amenazas y el asesinato de candidatos en
sus reas de influencia. As ocurri con el Frente 19 en el norte del Cesar y
con el 35 y el 37 en Sucre, donde, en 1998, entre otras acciones, quemaron
la Registradura del Estado Civil de Los Palmitos. El principal efecto de
este tipo de asedio fue la renuncia de una gran cantidad de candidatos a
las alcaldas y concejos municipales (Manosalva Correa y Quintero lvarez, 2011).
Las operaciones de mayor escala fueron caractersticas de la actividad
fariana en este periodo. Siguiendo la estrategia de la guerra de posiciones, se buscaba asestar golpes que permitieran acceder a un control ms
permanente de un territorio y ya no solo del clsico asalto y repliegue,
propio de la guerra de guerrillas. Ejemplo de esto fueron las operaciones
contra municipios, los ataques a estaciones de la Polica seguidos del ingreso de tropa como ocurri en las tomas de Chaln y Pueblo Bello,
las arremetidas directos contra alcaldas municipales y la instalacin de
retenes ilegales, como los efectuados por los frentes 35 y 37 en varios municipios de Sucre y Bolvar (Mapa 7).
En la Sierra Nevada de Santa Marta los frentes 19 y 59 alcanzaron su
momento de mayor xito, al igual que las estructuras del ELN que ope-
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Mapa 7
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En aplicacin de la PSD se crearon en varias partes del pas las llamadas zonas de rehabilitacin22. En cuanto a la Costa Caribe, Montes de
Mara entr a ser una de esas zonas especiales. Bsicamente, esto implic
una intensa ocupacin militar de la regin, con tropas dotadas de una capacidad de accin ms amplia que la que tienen permitida normalmente.
Al inicio de este periodo, en la Serrana de San Jacinto hacan presencia
las Farc, el ELN, un pequeo reducto del EPL, el Ejrcito Revolucionario
del Pueblo (pequea guerrilla disidente del ELN) y las AUC.
Pero, aunque las Zonas de Rehabilitacin y Consolidacin cumplieron en buena medida con el objetivo de expulsar a las guerrillas, ello no
necesariamente signific el establecimiento de mejores condiciones de
seguridad para los habitantes de esas regiones. Al respecto, Alfredo Molano coment unos aos despus que El resultado del Plan Nacional de
Consolidacin ha sido francamente desastroso. Las cifras lo dicen. Segn
el Informe Codhes 2010, una tercera parte de la poblacin desplazada
en este ao 91.500 personas lo fue de las zonas de consolidacin; la
mitad de las masacres registradas en todo el pas ocurrieron en zonas de
consolidacin y costaron 92 vidas, a las que hay que sumar 176 vctimas
de homicidios selectivos, todas ultimadas por sicarios. En 62 de los 86
municipios del plan operaron al menos ocho grupos paramilitares, en 30
hubo presencia de las Farc y en cuatro del ELN (Molano, 2011) .
No hay duda de que en este periodo el paramilitarismo logr consolidar su dominio militar, social, econmico y poltico de las principales
cabeceras municipales y las ciudades intermedias de la regin. Ante esta
arremetida y la indudable superioridad estatal en la balanza del poder, el
repertorio de las Farc se fue quedando sin margen de maniobra. El paramilitarismo en el Caribe recibi el apoyo de sectores de la fuerza pblica,
no solo para el desarrollo de operaciones contra la poblacin civil sino
tambin para mantener el control de regiones que eran consideradas bastiones de la guerrilla en el Caribe colombiano (Mapa 8).
Por su parte, la fuerza pblica, ya fortalecida, avanz de la mano del
paramilitarismo mientras las guerrillas retrocedan paulatinamente hacia
sus zonas de retaguardia histricas. El proyecto paramilitar logr impo22
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Definida por el gobierno como el rea geogrfica afectada por acciones de grupos
criminales en donde, con el fin de garantizar la estabilidad institucional y restablecer el
orden constitucional, la integridad del territorio nacional y la proteccin de la poblacin
civil se toman medidas singulares, como restriccin de derechos fundamentales y aumento
del pie de fuerza, orientadas a conjurar la difcil situacin de orden pblico. (Defensora del
Pueblo, 2003: 1.)
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Mapa 8
nerse sobre los dems actores armados en casi la totalidad del territorio.
Rpidamente la fuerza pblica fue recuperando el control sobre vas de
comunicacin y centros poblados y golpeando las estructuras guerrilleras
en Montes de Mara, la Sierra Nevada de Santa Marta, La Guajira y Cesar.
La primera guerrilla en perder definitivamente su influencia en la regin
fue el ELN, que prcticamente se retir de ella entre 2002 y 2003, salvo
acciones aisladas en Montes de Mara y el Valle de Upar, as como en
algunos municipios del sur de Cesar y Bolvar, adscritos a las lgicas que
rigen la regin del Magdalena Medio, que era la retaguardia y el bastin
de este movimiento (Mapa 9).
Por otro lado, aunque las Farc no fueron expulsadas totalmente del
Caribe, sus estructuras en esta regin se vieron dramticamente diezmadas. Con la captura, en 2004, de Ricardo Palmera, alias Simn Trinidad,
comandante del Frente 19, y especialmente con la muerte, en 2007, de
Gustavo Rueda, alias Martn Caballero, comandante del Frente 35 y lder
de los procesos de las Farc en Montes de Mara, ocurrida durante una
operacin conjunta de fuerzas militares, el Bloque Caribe recibi los dos
golpes ms devastadores de su historia (Mapa 10):
Las acciones que dieron muerte a Martn Caballero hicieron parte del plan de recuperacin social del territorio llevada a cabo por el gobierno de Uribe en distintos
lugares del pas. Especficamente en esta zona se llam Plan Marco para la Recuperacin Integral de Montes de Mara [] Este plan logr el desmantelamiento,
no solo de los frentes 35 y 37 de las Farc, sino de otros grupos armados que se
encontraban en la zona, como el ELN, el ERP y la desmovilizacin del Bloque
Hroes Montes de Mara de las AUC. Hoy el gobierno de Juan Manuel Santos
contina con su implementacin. (Manosalva Correa y Quintero lvarez, 2011).
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Mapa 9
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Mapa 10
Nombre de la estructura
Regin
Diciembre, 2004
Sur de Magdalena
Enero, 2005
Bloque Crdoba
Sur de Crdoba
Febrero, 2005
Bloque Mojana
Junio, 2005
Occidente de Crdoba
Junio, 2005
Montes de Mara
Diciembre, 2005
Sur de Bolvar
Enero, 2006
Sur de Bolvar
Febrero, 2006
Resistencia Tayrona
Magdalena-La Guajira
Marzo, 2006
Sur de Cesar
Marzo, 2006
Bloque Norte
Bolvar, Magdalena,
Cesar, Sucre, La Guajira
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Los Paisas y Los Rastrojos (Indepaz, 2009), interesados en alcanzar la influencia que lleg a tener Jorge 40. Estos grupos continuaron regulando
negocios como el chance23 y el paga diario24, el control de los centros de
expendio de narcticos y la delincuencia comn encubierta detrs del mototaxismo, sin comandantes conocidos ni discurso poltico pblico. Alrededor del ao 2009 la disputa por el control de los mercados, tanto legales
como ilegales, se libraba as: Los Rastrojos, Los Paisas, las Autodefensas
Gaitanistas, el Frente Antisubversivo Wayu y las guilas Negras se implantaron en el norte y el occidente de la Sierra Nevada de Santa Marta, as
como en el mundo del contrabando que opera en La Guajira; en Barranquilla se enfrentaron Los Paisas y las guilas Negras; Los Paisas tomaron
posiciones en los principales municipios del centro y el norte de Sucre; finalmente, en el departamento de Crdoba, todos los grupos mencionados
entraron a disputarse los recursos arrojados por ms de quince aos de
monopolio paramilitar de la vida econmica y social.
Esta variedad de bandas emergentes mantuvo su disputa por los territorios y en ese proceso se present una depuracin significativa, en la cual la
mayora de las agrupaciones, o bien fueron eliminadas de la competencia, o
bien fueron absorbidas por las ms poderosas. En el ao 2012 se registraba
la presencia de cuatro grupos paramilitares en los departamentos del Caribe, ubicados en el territorio de la manera como muestra la Tabla 5.
Tabla 5
Los
Urabeos
Atlntico
Bolvar
Cesar
Crdoba
La Guajira
Magdalena
Sucre
Departamento
Los Paisas
guilas
Negras
x
x
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Departamento
Total de
municipios
2009
2010
2011
2012
Cesar
25
60,0
56,0
76,0
92,0
92,0
Crdoba
28
54,0
75,0
82,0
85,0
89,0
Sucre
26
34,0
27,0
61,0
65,0
73,0
Bolvar
45
24,0
16,0
51,0
75,0
53,0
Magdalena
30
27,0
23,0
43,0
50,0
50,0
Atlntico
23
13,0
9,0
35,0
52,0
43,0
El fenmeno del rearme de grupos paramilitares no ha pasado inadvertido ni por analistas ni por las instituciones gubernamentales encargados del proceso de desarme, desmovilizacin y reinsercin (en adelante
DDR). En el informe elaborado por la Comisin Nacional de Reparacin
y Reconciliacin (en adelante, Cnrr) se propone una tipologa que interprete el hecho.
En el mismo documento la Cnrr reconoce la continuidad del discurso contrainsurgente, debilitado por el proceso con las AUC. El informe plantea que es muy posible que luego de la desmovilizacin y
la ruptura de la unidad de mando y las filiaciones que existieron entre
comandantes, mandos medios y combatientes rasos, estos grupos haya
terminado en una fragmentacin y dispora de liderazgos y militancias
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regionales, unas en torno a la continuacin de actividades contrainsurgentes aunque en muy pocos casos, otras ligadas con el narcotrfico
y la criminalidad, y otras de control poltico sobre las organizaciones
sociales (Cnrr, 2007:40).
La atomizacin del poder que ostentaron los jefes paramilitares y sus
respectivos ejrcitos ha abierto la puerta para que todos aquellos grupos
que en algn momento se vieron obligados a obedecer a las directrices
de las AUC tengan va libre para asegurarse una porcin del pastel, con
lo cual dificultan ms la labor de las autoridades legales. De ah el origen
y el tipo de violencia que se vienen presentando hoy en el pas. La capacidad de adaptacin y participacin de estas formaciones en actividades
legalmente constituidas an est por conocerse, y la evidencia muestra
que en su seno sigue presente la estrategia antisubversiva, que aparece
instrumentalizada para propsitos muy similares de los que instigaban a
las AUC: las agrupaciones regionales de oposicin poltica.
Pero este fenmeno de neoparamilitarismo no es la nica caracterstica particular que ha marcado esta ltima fase del conflicto armado en
Colombia y en el Caribe: el anuncio pblico de un nuevo proceso de paz
entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos, hecho el 4 de septiembre de 2012, marc de nuevo un hito en la historia de medio siglo de
guerra ininterrumpida. Las negociaciones de La Habana no han estado
exentas de tensiones y suman un buen nmero de enemigos dentro de la
arena poltica nacional, mientras la opinin pblica se mantiene dividida
al respecto.
En este contexto, las Farc, que en los ltimos aos han recibido duros
golpes militares que le han significado las prdidas ms importantes de
su historia, parecen tener voluntad de llevar las negociaciones hasta la
consecucin de un acuerdo final. Sin embargo, su accin militar se encuentra activa, dado que los dilogos se desarrollan sin un cese al fuego
de las partes. Aunque el grueso de esta guerrilla se encuentra actualmente
en las zonas sur y suroriental del pas, en la costa norte an hacen presencia algunas de sus estructuras. Lo cierto es que el Bloque Caribe, ahora llamado Bloque Martn Caballero, aunque pervive, es hoy uno de los
ms dbiles de la organizacin y su actividad militar es mnima; si acaso,
puede decirse que la nica agrupacin armada que ha persistido y protagonizado ataques de vez en cuando es el Frente 59, ya que el 19 y el 41 se
limitan a una presencia muy pasiva en el territorio (Manosalva Correa y
Quintero lvarez, 2011)
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Tabla 7
Presencia de las Farc en la regin Caribe, 2012
Departamentos
Municipios
Bolvar
Cesar
Crdoba
La Guajira
Magdalena
Cinaga.
El ELN, aunque abandon la regin Caribe desde comienzos del presente siglo, todava conserva presencia en algunos municipios del sur de
Cesar y Bolvar, que, como se ha explicado, hacen parte de lgicas y dinmicas propias del Magdalena Medio. As, en 2010 el Frente Edgar Amlcar Grimales Barn operaba en los municipios de Yond, Cantagallo y
San Pablo; la Compaa Mariscal Sucre en San Pablo y Santa Rosa del Sur;
el Frente Jos Solano Seplveda en Santa Rosa del Sur, Morales, Arenal y
Tiquisio, y el Frente Camilo Torres Restrepo en el municipio de Gamarra
(Caicedo, 2011). Para 2012, el registro de presencia de esta guerrilla en los
departamentos del Caribe aparece detallado en la Tabla 8.
Tabla 8
Presencia del ELN en la regin Caribe, 2012
Departamentos
Municipios
Cesar
Bolvar
En conclusin
En esta regin los grupos paramilitares aseguraron un importante nivel
de influencia en la poltica local, regional y nacional. All se renen condiciones como la existencia de una estructura agraria consolidada que
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Referencias bibliogrficas
Almeida, S., y Santrich, J. (2008). Huellas de las Farc-EP en la costa Caribe,
Segunda Parte. Obtenido de Bolvar somos todos, disponible en: http://
Bolvarsomostodos.org/index.php?option=com_contentytask=viewyi
d=361yItemid=75
25
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Ver al respecto los informes del caso emblemtico de la masacre de El Salado (2009) y Baha
Portete (2010), del Grupo de Memoria Histrica de la Cnrr.
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Captulo 2
Armar la hacienda: territorio, poder
y conflicto en Crdoba, 1958-20121
Andrs Felipe Aponte G.
Introduccin
El paramilitarismo ha sido ampliamente referenciado y estudiado en
Colombia (Duncan, 2006; Gutirrez y Barn, 2006; Romero, 2003, 2007;
2007a; Richani, 2007; Rangel, 2005; Medina, 1990; Reyes, 2007; Arjona,
2008; Medina y Tllez, 1994). Y aunque desde la dcada de los aos noventa ya algunos trabajos haban alertado sobre la configuracin de una
alianza conformada por distintos sectores en contra de la insurgencia y
la protesta social, solo desde principios del presente siglo se le prest la
atencin que requera dicho fenmeno, tras resonantes escndalos como
el Pacto de Ralito, que salpicaron al gobierno de Uribe Vlez y a la misma
clase poltica por haber sido colaboradores o indulgentes en la expansin
y consolidacin del proyecto paramilitar. As mismo, estos trabajos sealaban las alianzas que se conformaron en los aos ochenta por cuatro
sectores de la sociedad: narcotraficantes, polticos regionales, ganaderos
y militares. Igualmente, se han interesado en ver cules fueron los distintos procesos que permitieron que el proyecto paramilitar hubiese logrado consolidarse en vastas zonas del territorio colombiano, hasta el punto
de que, en algunas ocasiones, esta organizacin lleg a ejercer funciones
estatales, como administrar justicia, proveer seguridad, prestar servicios
pblicos y establecer un orden social de acuerdo con sus intereses.
1
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El presente artculo toma como base mi trabajo de grado para obtener los ttulos de
historiador y politlogo, y hoy en da hace parte de un trabajo ms extenso que estoy
desarrollando en la maestra de Sociologa General de la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales (Ehess), de Francia.
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modelo de desarrollo regional: la cuestin agraria, la presencia diferenciada del Estado en el espacio y el tiempo, las histricas desigualdades
sociales, el constante sealamiento y la contencin de cualquier expresin o reivindicacin campesinas (sobre todo con el caso de la Anuc).
Todas estas aristas confluyeron para que se configurara, en los aos que
siguieron al decenio de los ochenta, un tipo de ordenamiento regional
alineado con los intereses de los grandes propietarios y narcotraficantes, que tuvo como mejor expresin no solo la expansin del proyecto
paramilitar a varias regiones de Colombia sino tambin la intencin de
la toma del poder bajo la premisa de refundar la patria, en lo que se
conoce como el Pacto de Ralito.
En esta va, es menester resaltar la relacin que hay entre la presencia
diferenciada del Estado en el espacio y el tiempo (Gonzlez, Bolvar y
Vzquez, 2003) y el poder poltico regional, la posesin de la tierra y las
movilizaciones campesinas, sobre todo estas ltimas, que se constituyeron en una prctica contra-hegemnica y provocaron una fuerte resistencia del grupo dominante.
El presente artculo parte del supuesto de que la organizacin del
paramilitarismo no tiene como punto de arranque la dcada de los aos
ochenta sino que dentro de los terratenientes exista toda una experiencia previa que permiti la implantacin y organizacin de las autodefensas. De hecho, el modelo de Puerto Boyac constituy una etapa ms
que permiti la consolidacin y hegemonizacin de un modelo de desarrollo regional, a tal punto que consolid un orden social y toda una
estructura poltica en sincrona con sus intereses. Eso significa que esta
experiencia ech races en las tensiones estructurales que emergieron
del orden hacendatario, ya que, con la modernizacin del campo y la
necesidad de acaparamiento de la tierra para erigir el modelo imperante, surgi dentro del campesinado una creciente inconformidad, impulsada por su continua pauperizacin y expresada en distintas movilizaciones en el reclamo del derecho al usufructo y tenencia de la tierra. En
respuesta, los grandes propietarios apelaron a las distintas fuentes de
poder social (Mann, 1992) que estaban a la mano para contener y hacer
prevalecer el orden regional.
Del anterior criterio se desprenden los siguientes interrogantes: cmo
se haca valer ese derecho a la tierra por parte de los terratenientes?, de
qu manera eran contenidas la movilizacin y las invasiones campesinas?, cules fueron las estrategias terratenientes?, cmo se organizaron?, cul fue el resultado de este modelo de privatizacin de la justicia?,
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Por pedido de algunos entrevistados, sus nombres fueron cambiados en las citas.
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una herramienta militar que parte de la confluencia de intereses de distintos sectores para conformar una alianza con el propsito de apuntalar
y reafirmar un orden social hegemnico regional y local, que es o ha sido
cuestionado por otros sectores: grupos armados, grupos de oposicin o
movimientos cvicos, populares o campesinos (Gonzlez, Bolvar y Vsquez, 2003). En este orden de ideas, en el caso cordobs, los narcotraficantes deben ser vistos como sujetos que se insertaron en viejas tensiones
y problemticas previas y aprovecharon unos acumulados histricos de
privatizacin de la justicia para impulsar las autodefensas. Claro est que
su agencia fue determinante para darle un impulso decisivo a una experiencia que ech mano del exitoso modelo de Puerto Boyac y lleg a
transformar un conflicto armado de manera cualitativa y cuantitativa.
En cuanto a la llamada parapoltica, este fenmeno sale a relucir a la
luz pblica con el llamado Pacto de Ralito, durante el segundo mandato de lvaro Uribe, cuando el mismo comandante paramilitar, Salvatore
Mancuso, afirm que ellos controlaban cerca del 35% del Congreso Nacional, mientras que algunos congresistas de Crdoba y otros polticos
regionales y locales hacan pblica la existencia de un acuerdo con la idea
de refundar la Patria. La importancia de este episodio radic no solamente en que revel los alcances de la influencia paramilitar en la arena
poltica sino que tambin destap otra serie de acuerdos regionales a los
cuales se lleg en varios lugares del pas, donde los paramilitares tuvieron
una presencia importante. Tal es el caso del Pacto de Pivijay, acordado entre Rodrigo Tovar y polticos de Magdalena y Cesar, y los acuerdos establecidos en Meta, Valle del Cauca, Antioquia, etc. En cierta medida, esta
serie de arreglos fueron una reedicin de lo que Gutirrez y Barn llamaron los consocionalismos antisubversivos regionales (Gutirrez y Barn,
2006), lo que dejaba en evidencia que la poltica colombiana estaba muy
lejos de desligarse del empleo irregular de las armas.
La interpretacin dominante sobre dicho fenmeno estima que este
evento, a semejanza de lo que pas en el caso yugoslavo, puede encuadrarse como una captura del Estado, dejando de lado las diferencias
de los contextos regionales y de los agentes (Barrera y Nieto, 2010). En
contrava de estas interpretaciones, nuestro captulo recurre a los planteamientos de Gonzlez, Bolvar y Vsquez (2003) para presentar algunos interrogantes: qu Estado se captura?, los paramilitares llegan a
un espacio vaco e imponen all un orden a su antojo? e intenta sealar
cmo los grupos paramilitares se vieron obligados a negociar con las
distintas redes polticas preexistentes, tal como sucede, por parte del
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La ley de tres pasos consta de un primer momento, cuando el colono tumbaba el monte
y adecuaba la tierra para su explotacin, y permaneca en ella un periodo muy corto o
hasta que el terreno se cansara y se viera obligado a dirigirse a otros lugares; un segundo
momento, cuando vende a precios bajos sus mejoras o las cede a un finquero, contratista
o intermediario que semi-explotaba el feudo. Este finquero intentaba realizar alguna
consolidacin o unificacin de las explotaciones. Por ltimo, este finquero contratista ceda
a su vez ante las presiones de un latifundista empeado en ampliar sus propiedades o en
crear una nueva hacienda.
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unos slogans provenientes de la Revolucin Rusa: La tierra es para quien la trabaja. l puso una escuela de lderes en un pueblecito desaparecido que se llamaba
Lomagrande, all en el club ese Jaraguai, y haca exmenes que pona preguntas
como stas: Esto es una rula, para qu me sirve la rula? Para desmontar el campo,
para limpiarlo Qu ms? De pronto por si aparece una culebra, le puedo cortar
la cabeza a la culebra Para qu ms? Para componer cualquier cosa en m casa.
No, pero hay una funcin fundamental: Sabe para qu sirve? Para cortarle la
cabeza al patrn que no pague el salario justo (Entrevista de Hctor Lorduy, julio
24, 2009).
Con el inicio de la repblica liberal, los reclamos obreros y campesinos encontraron una respuesta. En materia agraria se promovi la Ley
200 de 1936, conocida como Ley de Tierras. Sin embargo, la oposicin de
diversos sectores polticos y de la sociedad no se hizo esperar. Se adelant
un sistemtico cabildeo mediante la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) y se organizaron gremios, como el Sindicato Central de Propietarios y Empresarios Agrcolas (Scpea) y la Accin Patritica Econmica
Nacional (Apen), para contrarrestar la poltica del gobierno central.
Como en otras regiones de Colombia, tambin en Crdoba se apel al
desalojo masivo de campesinos frente a las invasiones o a la prevencin
de ellas, junto con actos supersticiosos, como la brujera o los conjuros
para alejar al campesinado de la tierra. Incluso se lleg al empleo de las
vas de hecho, al contratar a matones para amedrentarlos (Cepeda, 2009;
Fals Borda, 2002; Negrete, 2007; Gilhods, 1990; Pcaut, 1987). Para ello,
los propietarios se amparaban muchas veces en su influencia en la institucionalidad local y la fuerza pblica, pues por medio de escrituras de falsa
tradicin o de dudosa procedencia legitimaban su posesin en las notaras; as mismo, los distintos juicios de pertenencia perjudicaban al campesino, en lo que Legrand llam la lucha entre el hacha y el papel sellado,
que termin beneficiando a los grandes propietarios (Legrand, 1987).
Una vez iniciada la llamada pausa reformista con la llegada de
Eduardo Santos a la Presidencia, fueron muchas las tensiones y problemticas que quedaron sin tramitacin ni resolucin; pero, en contrava
de lo que se puede pensar, lo que ocurri enseguida fue la consolidacin
del latifundio bajo la figura del trabajo asalariado (Reyes, 1978; Legrand,
1988). Y, para opacar ms el panorama del mbito rural, el gobierno de
Mariano Ospina Prez impuls la Ley 100 de 1944, que es considerada
por algunos como una verdadera contrarreforma agrcola, en respuesta
al cabildeo de la SAC y otras agremiaciones, que responda a una mentalidad de desconfianza e inseguridad que asociaba el proceso reivindicativo
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con ideas comunistas y socialistas. Con esta iniciativa se legaliz nuevamente el contrato de aparcera en el pas y se establecieron normas que
garantizaran los derechos de los propietarios (Machado, 1994).
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Precisamente Jos Bentez Ceballos recalca que el campesinado de filiacin liberal de las zonas de los altos San Jorge y Sin qued sin tierras
y en la hecatombe menos deseada de la vida [] pues los ricos de la regin aprovecharon la Violencia para expropiar al campesino de su tierra
fundamentalmente. Incluso llega a afirmar que la denominada Violencia
fue buena ventana de oportunidad para que muchos terratenientes del
Sin robaran las tierras a los pobres campesinos (Bentez, 1987).
Por otro lado, como resultado contingente del anterior proceso, se debe
sealar que el surgimiento del bandolerismo en el espacio rural colombiano, as como en el Alto San Jorge y Sin, obedeca a que se haban puesto
en entredicho los vnculos que ataban al campesinado con el orden terrateniente. Durante este periodo los campesinos lograron una relativa autonoma que los constituy en una amenaza, ya que sus acciones estaban
dirigidas contra los terratenientes, cualquiera fuese su filiacin poltica, [y
estos] comenzaron a amenazar el sistema social en su conjunto, a tal punto
de adquirir caractersticas revolucionarias (Snchez, 1985, 2008; Snchez
y Meerteens, 2006). Evidencia de lo anterior fue la aparicin de los bandoleros, que fueron la mejor expresin de una tendencia hacia un reordenamiento clasista que rompa las viejas lealtades verticales (Fajardo, 1985).
Sin embargo, debe sealarse que este fenmeno es propio solamente
de lo que se llama la segunda fase de la Violencia, en la cual no desaparecieron las directrices partidistas de los campesinos pero irrumpieron en clave bajo la direccin comunista y la escisin llanera (Snchez y
Meertens, 2006). Esto empez a legitimar su represin, ya que estas masas
desorganizadas y desarticuladas de las tradicionales redes polticas empezaron a ser tildadas de bandidos y guerrilleros para justificar su represin
(Snchez, 1985; Guilln, 2008).
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optimizar la productividad, mejorar el nivel de vida de los campesinos, superar la pobreza y lograr un mayor desarrollo de la democracia.
Por lo mismo, una de sus metas centrales era amortiguar los riesgos
polticos vigentes, tanto internos como del mbito internacional, para
encaminarse, por la va del impulso a la mediana propiedad, a la superacin de las limitaciones del desarrollo capitalista puesto en marcha
(Arango, 1988; Bagley y Botero, 1978; Bejarano, 1998; Gilhods, 1989a;
Machado, 2000).
Para tal objetivo se impuls la Ley 135, que busc reducir la concentracin de las propiedades rurales y fomentar una adecuada explotacin
de tierras incultas o deficientemente explotadas, al igual que la creacin
de mejores condiciones sociales para los asalariados agrcolas, bajo la tutela del Incora. A pesar de lo anterior, su reglamentacin tena muchos
vacos normativos y dej ventanas abiertas para que los grandes terratenientes pudieran hacer uso de su influencia en el sistema con el propsito
de evitar la expropiacin de sus fundos (Ley 35 de 1961). Igualmente, su
oposicin a esta iniciativa se manifest en el estallido de los primeros
brotes violentos en las regiones.
Por ltimo, este esfuerzo debe ser encuadrado en una serie de programas sociales y econmicos diseados para rehabilitar las zonas del pas
golpeadas por la Violencia, y acelerar el ritmo de crecimiento (Bushnell,
1994) bajo un contexto hemisfrico influenciado por la Alianza para el Progreso (APP) frente a la amenaza que representaba la Revolucin Cubana.
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muchos de los problemas presentes en Crdoba se derivaban de los sistemas inadecuados de explotacin ganadera, los cuales fueron creando
una mentalidad de conjunto segn la cual solo se puede tener ganadera
cuando se dispone de grandes extensiones de tierra (El Tiempo y El Espectador, Hay que racionalizar la explotacin del ganado, diciembre
19, 1965).
No hay que olvidar como se dijo pginas atrs que las caractersticas fisiogrficas del territorio hacan que la actividad ganadera cordobesa
exigiera extensiones de tierra considerables, pues tanto el verano como el
invierno obligaban al traslado de las reses de un lugar a otro, de acuerdo
con las necesidades (agua, disposicin de pastos). Por estar ubicado en un
delta, en tiempos de invierno el Bajo Sin era anegado por los ros Sin y
San Jorge, mientras en el verano las aguas retrocedan. En estas circunstancias, la mayora de los ganaderos deba poseer fincas tanto en los valles
como en las partes altas, porque en el invierno tenan que migrar hacia
arriba y en el verano retornaban al valle. Esta situacin los obligaba a disponer de abundante tierra para alojar poco ganado (Entrevista a lvaro,
junio 26, 2008).
Para ese entonces, cuando todava existan terrenos baldos, tanto los
agricultores como los ganaderos soltaban a sus animales y cultivaban
sobre los terrenos donde las aguas retrocedan, y as aprovechaban los
minerales y sedimentos que dejaba el retroceso del Sin en poca de verano. Sin embargo, esta dinmica se trastoc cuando algunos ganaderos
decidieron anexar esas tierras a sus propiedades para expandir su fundo,
bajo los mismos mtodos implementados desde el siglo XIX. Segn Ordez, la dinmica y los reclamos de ambos bandos se caracterizaban de
la siguiente forma:
Algunos terratenientes no tenan escrituras completas de sus tierras legalizadas,
sino que mantenan una falsa tradicin de las tierras, porque muchas de esas tierras
las tenan bajo una especie de colonizacin, pero en la poca del 65, hasta hace poquito, la ltima dcada, hasta el 95, la mayora de las movilizaciones campesinas se
focalizaron sobre los terrenos que eran propiedad del Estado, en especial, los terrenos que les llaman humedales. (Muchas veces) todos los dueos de tierras alrededor
de los humedales no tenan escrituras legalizadas, sino con falsa tradicin, es decir,
que haba parte de las tierras que se anexaban a las tierras que ellos mantenan con
falsa tradicin, que eran las tierras donde se retiraban las aguas, y ellos metan el ganado a pastorear, y llegaba eso a ser de una manera pblica, donde muchas personas
traan ganado de otras partes a pastorear ah. Posteriormente, muchos campesinos
se fueron quedando en el pastoreo y fueron abriendo un espacio para sus cultivos
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de patilla, frjol, etc. Entonces fueron aduendose de parcelas para evitar que le
metieran ganado.
Los dueos de tierras vecinas o colindantes con las cinagas no vean con
buenos ojos que esas tierras fueran ocupadas estacionariamente, o sea, no de
manera provisional, sino que la persona se estacionara en la tierra cuando un
campesino decida cultivar. Ya cuando se cultiva se sabe que la persona est
adquiriendo una propiedad por mucho tiempo, mientras dura el cultivo y su
desarrollo. Eso cre unos celos entre los ganaderos porque vean con malos ojos
a unos vecinos que aparecan usufructuando y apropindose de unos terrenos,
que era ms lgico tenerlos, de la tierra que colindaba con la cinaga que se iba
secando. Entonces, ah viene una puja por el control de esos terrenos provisionales de retiro de agua. El ganadero, o el cultivador, o el hacendado, que est en
posesin legtima de unas tierras vecinas a esos cultivos, a esos retiros de agua,
pelea para que el terreno se extienda hasta donde terminan las aguas de retiro.
Cuando viene la creciente igualmente se retira otra vez y llega a usufructuar lo
que tradicionalmente en pocas de invierno se puede utilizar de las tierras no
inundables. Cuando los hacendados construyen canales y grandes taponamientos de las aguas a travs de unos terraplenes que impiden que las aguas regresen
otra vez a sus tierras, han copado as el doble de extensin de la hacienda que
tenan. Si una persona tena cien hectreas normales, cuando se retiraban las
aguas resulta que tena doscientas. Entonces el ganadero o hacendado, para no
perder esas cien hectreas, le mandaba a poner un terrapln en la zona ltima
del retiro de las aguas y se adueaba de esa gran porcin de tierra. Al aduearse
de esa gran porcin de tierra, el campesino se las invada porque eso no era de
ellos sino del Estado. Ah comienzan las grandes luchas (Entrevista a Jos Garca Ordez, julio 4, 2009).
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cgele el cacho a ese toro, ve, cgele el cacho. Iba, se lo coga y aplaudan.
Eso s era vergonzoso. Antes eso era los ricos dueos de ganado tirando
plata, mantas, ron, pues a uno lo adoraban (ib.).
Frente a este escenario, no se hicieron esperar las primeras reclamaciones y reivindicaciones campesinas, que encontraron en la nueva legislacin una estructura de oportunidad para llevarlas a cabo. Esa situacin
se plasm en una primera ola de movilizaciones e invasiones de tierras,
ocurrida entre los aos 1959 y 1962 en varias zonas de la Costa Caribe,
donde se reclamaba la posesin de los playones considerados baldos (Archila, 2005). Esta situacin puede observarse en una relacin de luchas
campesinas ocurridas en los niveles regional y nacional y que para esos
aos alcanzaron cifras nada despreciables.
Frente a estos hechos, la reaccin de los afectados no se hizo esperar.
Los ganaderos lesionados reclamaron acciones encaminadas a proteger
las inversiones en el campo colombiano, que, segn ellos, eran necesarias en ese caso porque la inseguridad estaba afectando notablemente
la produccin agrcola, por lo cual se haca imperiosa una campaa de
autodefensa (El Tiempo, Accin decidida pide la SAC, diciembre 22,
1964); como forma de protesta de los agricultores por la inseguridad
que se ha desatado en el campo colombiano(El Espectador, Contener
la inseguridad en el pas, plantean los gremios agrarios al gobierno,
diciembre 22, 1964).
En el proceso de plena expansin de la ganadera, la seguridad era
considerada como factor primordial de su rentabilidad. No en vano se
expres que La ganadera es un gremio en expansin que requiere ms
crdito, ms asistencia tcnica y sobre todo que se garantice la seguridad
de las inversiones rurales, no solo desde el punto de vista de la seguridad
rural, en cuya bsqueda hemos dado pasos decisivos, como el contrato
con el [Departamento Administrativo de Seguridad] DAS (El Espectador, El crdito, diciembre 21, 1964). Estas posturas de resistencia, previas a la creacin gubernamental de la Defensa Civil (Decreto 3398 de
1965), se justificaban no solo porque se estaba cuestionando un orden
social sino tambin porque estaba en juego la libertad de defensa de un
modo de produccin de desarrollo rural. Por esa razn la SAC reclamaba
como acto legtimo el acto de organizarse en aras de hacer valer el derecho a la vida, el derecho a los bienes legtimos y el derecho a la libertad
de trabajar consagrados en la Constitucin Nacional (El Tiempo, Accin
decidida pide la SAC, diciembre 22, 1964).
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Sin embargo, a pesar de la imagen postrada y de poca maniobrabilidad que proyectaban los terratenientes, en las regiones y localidades la
situacin real era todo lo contrario, ya que ellos, con gran influencia en las
instituciones locales como ocurra en Crdoba y Sucre, empezaron a
hacer uso de las vas de hecho al desarticular las colonias de campesinos
con muertes, persecuciones, amenazas y reubicaciones, e igualmente para
evitar cualquier accin del Estado camuflaron sus posesiones dividindolas entre parientes (Negrete, 2007; Bagley y Botero,1978; Reyes, 1978).
Con el paso del tiempo, las tensiones y las vas para tramitarlas se fueron
polarizando. Se recuerda un hecho que tuvo lugar en 1963, cuando los
terratenientes, frente a cierto aval que el Incora otorgaba a las reclamaciones campesinas, acudieron a abrir las compuertas de los canales para
inundar los terrenos de los colonos, e incluso empezaron a armar a matones privados (citado por Archila, 2005). Asimismo, hicieron uso de sus
relaciones con las instituciones del nivel local para paralizar el curso de
la reforma, a tal punto que en 1964 el gobernador de Crdoba, Germn
Bula, advirti que el Proyecto Crdoba No. 2 se encontraba entorpecido
porque algunas de las propiedades del senador Miguel Garca Snchez
eran afectadas (El Tiempo, El Senado debate sobre el Incora, diciembre
10, 1964).
Esta incidencia en el nivel estructural se debe, como sealamos al
inicio del presente artculo, a la presencia diferenciada del Estado colombiano y la consiguiente posibilidad de una postura selectiva de los
representantes frente a las directrices del gobierno central, pues muchos
de los ganaderos cordobeses tambin ejercan como intermediarios entre el nivel central y la regin. Por esta razn, muchas de las instituciones locales y regionales estaban bajo su influencia poltica o de la clientela de su gamonal, quien, generalmente, era tambin un terrateniente.
En estas circunstancias, no debe extraar que se hayan emitido decretos
gubernamentales enderezados a salvaguardar de las invasiones a ciertas
propiedades, bajo el barniz de evitar la alteracin del orden pblico.
Por lo cual se prohiban, hasta nueva orden, las manifestaciones, reuniones o desfiles pblicos en el territorio del Departamento (Decreto
No. 00039, Archivo Departamental de Crdoba, Decretos de gobierno,
enero-agosto, 1964).
Igualmente, estas acciones encontraron respaldo en el nivel central.
Personas como el entonces ministro de Guerra informaban a la ciudadana que la accin cvico-militar sera extendida a todo el pas y auguraban
un mejor ao para 1965 (El Espectador, A todo el pas ser extendida la
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accin cvico-militar: Minguerra, diciembre 20, 1964). Con esta iniciativa se autorizaba y legitimaba la conformacin de grupos privados para
defenderse de las amenazas a la propiedad rural. Y es que este tipo de
repertorios de protesta representaba, para el terrateniente, un atentado
contra el ejercicio de un derecho inalienable como es la garanta de la
propiedad privada, el derecho a trabajar y usufructuar el fundo. Por eso
se haca necesaria una accin expedita, ya que
Una invasin requiere una accin inmediata, porque se est violentando un derecho de propiedad. Ah no hay nada que alegar. Lo que haya que alegar se alega
desde afuera, y ya es un derecho que pueda tener una persona sobre determinada
propiedad, y resulta que aqu se pasaba deliberadamente a la etapa policiva para
entrar a una etapa de juzgado que era interminable y nunca se acab (Entrevista
a Arturo Vega Snchez, julio 4, 2009).
No obstante las anteriores medidas, algunas personas del Establecimiento, as como polticos, consideraron que eran necesarias ms acciones represivas. Por eso se procedi a expedir el Decreto 3398 de 19656, a
fin de que los terratenientes pudieran conformar y organizar grupos de
autodefensa encaminados a realizar tareas exclusivas de la Fuerza Pblica, en aras de la preservacin del orden pblico: de esa manera se delegaba una de las funciones primordiales del Estado y, de paso, se posibilitaba
el empleo de cualquier medio para derrotar al adversario (Pcaut, 1987;
Romero, 2003).
Para ese entonces, el presidente Guillermo Len Valencia (1962-1966)
abogaba por la imperiosa necesidad de pacificar el territorio colombiano
frente a las escaramuzas remanentes de la Violencia. Afirmaba que uno
de sus deberes era dejar el pas pacificado [] Nos ha tocado una etapa muy difcil. A m se me pidi al iniciar mi periodo de gobierno que
pacificara la Nacin (El Tiempo, Dejar al pas pacificado diciembre
13, 1965), por lo cual consideraba que la movilizacin y la defensa civil,
por su importancia y trascendencia, deben ser ampliamente conocidas
por la poblacin colombiana, ya que tales aspectos competen a la Nacin
6
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A esta altura de las cosas, cabe anotar que en el rgano legislativo colombiano ya haba
adelantado un largo debate y ciertas proposiciones para organizar una Defensa Civil, por
lo cual el Decreto 3398 no debe ser considerado como una iniciativa propia del Ejecutivo
colombiano sino como una respuesta a una serie de peticiones provenientes de varias
regiones. En Bandoleros, gamonales y campesinos, Snchez y Meertens (2006) ilustran estos
debates de forma clara y subrayan que ciertos gremios y haciendas promovan planes para
la dotacin de armas y la conformacin de grupos de autodefensa.
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Tabla 1
Cvicos
9
39
19
33
20
26
25
29
25
23
14
45
22
44
28
31
70
177
114
95
130
96
92
71
107
119
Campesinos
4
20
7
14
4
7
3
1
6
8
6
13
24
365
32
20
52
75
32
29
23
67
70
73
82
110
Asalariados
11
57
47
46
48
77
89
94
113
74
49
64
67
56
75
63
107
246
139
158
86
62
72
131
141
121
Estudiantes
14
19
20
16
22
29
32
28
34
16
39
61
49
65
52
32
40
208
194
114
86
75
87
77
57
52
Indgenas
1
1
3
1
4
3
11
3
3
1
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En esta misma lnea aparece el relato de Garca Ordez, quien sostuvo que los terratenientes defendieron la hacienda a punta de amedrentamiento directo con la Fuerzas Armadas o con fuerzas ilegales. Algunos
campesinos sufrieron la crueldad de asesinatos y eso, y otros campesinos,
sencillamente despavoridos, se fueron (Entrevista a Jos Garca Ordoez, julio 4, 2009). Garca agreg que esas fuerzas ilegales estaban conformadas por matones a sueldo, pues la defensa de la hacienda estaba
compuesta por una multiplicidad de actores y elementos mediante los
cuales se logr sortear dicha amenaza.
Segn su descripcin, esos distintos elementos reflejan una capacidad
organizativa y de coordinacin entre los agentes estatales y las autodefensas, gracias a su influencia en las instituciones locales, como se ha expuesto anteriormente:
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Las fuerzas ilegales bsicamente eran matones a sueldo, y las fuerzas legales eran a
las que los hacendados recurran al Estado para que defendieran sus tierras en peligro de invasin; entonces, utilizaban al Ejrcito o a la Polica. Al Ejrcito en caso
extremo, porque eso era cuestin meramente policial, pero en casos extremos de
orden pblico utilizaban la fuerza del Ejrcito Nacional. Pero bsicamente eso era
una cuestin policial y sobre todo tambin con las distintas organizaciones del
Estado. Como bien tenan acceso los terratenientes, ellos solicitaban al alcalde
proteccin, solicitaban a las autoridades del Estado tambin proteccin. Entonces
ellos all, la reaccin era de tipo legal o de tipo ilegal. (ib.).
La lgica organizativa y la accin correspondiente estaban determinadas por el objeto de mantener y garantizar la posesin de la tierra, as
como la preservacin del orden social vigente. Es decir, haba una estrategia clara de control territorial en la cual estas estructuras deban ser interpretadas como una expresin de demanda de privatizacin de la justicia
encaminada a tramitar y resolver problemticas y rigideces sociales. En
este caso, la zozobra se expresaba en la reivindicacin campesina por la
tenencia de la tierra y en una incipiente presencia insurgente, materializada con el Ejrcito de Liberacin Popular (EPL). En ese contexto conflictivo, las pequeas estructuras creadas para enfrentar esas discrepancias
no tenan ni el objetivo ni la capacidad de expandirse e, inicialmente, se
mantenan subordinadas a los miembros de la Fuerza Pblica, los terratenientes y la clase poltica tradicional.
Por otra parte, hay que sealar que no todas las acciones de resistencia contemplaron las vas de hecho sino que muchos de los polticos y
terratenientes se apoyaban en sus redes de poder locales y regionales para
obstruir los procesos de expropiacin y de adjudicacin. Como muchos
de esos terratenientes tenan familiares en gobernaciones o alcaldas
cuando ellas no estaban directamente en sus manos, era fcil lograr que
en esas instancias decisorias se emitieran decretos y normas para su beneficio. As aparecieron resoluciones enderezadas a restablecer el orden
pblico y evitar cualquier clase de asociacin por parte de los campesinos, a fin de contrarrestar las invasiones. No en vano, en 1967, en Montera se emiti un decreto que estableca que ninguna persona poda intervenir en la difusin de noticias, informaciones y propagandas radiales
o escritas susceptibles de crear alarmas, afectar la tranquilidad pblica o
dificultar el pleno restablecimiento del orden (Archivo Departamental de
Crdoba, Decreto de gobierno nmero 000197, mayo-octubre, 1967).
Pero el hecho ms diciente, y que evidencia la relevante postura selectiva de los poderes regionales y locales, fue la adopcin en 1967 del
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Decreto 3398 de 1965. En esa oportunidad el entonces gobernador encargado orden que se designaran juntas de Defensa Civil enderezadas a
evitar cualquier alteracin del orden pblico:
Que para organizar en el departamento de Crdoba los planes de la defensa se
hace necesario designar varios ciudadanos que en coordinacin con las autoridades civiles y militares desarrollen actividades y trabajos que aseguran un clima
de confianza dentro del cual se propenda por el bienestar y la proteccin de los
asociados, y que, a la vez, sean garanta del mantenimiento del orden jurdico y la
tranquilidad ciudadana. Nombrados: Jairo Garca, Enrique Martnez Lara, Rafael
Daz, Ral Haddad, Alberto Jaramillo, lvaro Espinosa, Jos Taboada y Alfonso
Sotomayor (Archivo Departamental de Crdoba, Decreto de gobierno nmero
00312, 1967).
Y precisamente estos ilustres ciudadanos, nombrados para presidir dichas juntas, han hecho parte de la elite local y hoy da lo siguen haciendo,
as como tambin tienen intereses sobre la tierra de Crdoba. Apellidos
como Garca, Garcs, Vega, Burgos, Martnez, Cabrales, Lara, etc., son
reconocidos por ser parte de las familias blancas que por dcadas han
mantenido el monopolio de la tierra en la regin cordobesa.
Paralelamente, esos esfuerzos fueron fortalecidos en el nivel nacional
por sectores conservadores ligados a intereses agrcolas, los cuales buscaban opacar la imagen del esfuerzo reformista, al tildarla o calificarla
de comunista, demaggica o como la causa primaria de las malas condiciones sociales del pas. En referencia a este punto, Pcaut seala en sus
crnicas que en el ao de 1969
Doa Bertha Hernndez de Ospina Prez, esposa del expresidente y personaje
poltico muy importante, no vacil en declarar que la reforma agraria es comunista. Los sentimientos de los partidarios de lvaro Gmez Hurtado no son, por
lo general, ms favorables al Incora. En un debate en julio de 1970, Raimundo
Emiliani Romn, senador del departamento de Bolvar y uno de los principales
dirigentes del conservatismo independiente, present la reforma agraria como
responsable del desempleo existente (Pcaut, 1987).
En este orden de ideas, a las vas de hecho se sum una fuerte crtica
a la accin reformista, al buscar ligarla a ideas comunistas o a intereses
oscuros o demaggicos. Por ltimo, los ataques tambin se dirigieron
contra las instituciones de la Reforma. Para esos aos la SAC sostena
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una gran victoria de los propietarios, que lograron arrancar nuevas ventajas ms all del proyecto original del gobierno (Pcaut, 1987; Reyes,
1978; Negrete, 2007; Zamosc, 1987).
No obstante, las medidas represivas no lograron tranquilizar del todo
a los empresarios agrcolas afectados, quienes prosiguieron sus esfuerzos
en procura de la privatizacin de la justicia, a fin de enfrentar con mayor
efectividad las tensiones y problemticas. Ahora no solo estaban amparados en un discurso que relacionaba al movimiento campesino con el
comunismo, el socialismo o la demagogia, sino que tambin lo ligaba a la
insurgencia armada, a la cual estimaba como su prolongacin.
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Tabla 2
Sucre
60
11
Huila
69
17
Crdoba
80
Magdalena
90
Antioquia
31
Bolvar
54
Tolima
12
43
Cauca
32
Meta
10
24
30
Csar
Cundinamarca
26
Atlntico
17
Casanare
23
Santander
15
Caldas
63
27
103
24
67
199
112
2
49
44
33
45
25
23
2
23
11
N. Santander
Quindo
Boyac
La Guajira
Nario
Caquet
Risaralda
14
14
13
6
2
645
66
63
11
13
47
107
Choc
10
Valle
Total
24
2
54
51
123
70
15
20
1.031
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Las anteriores formulaciones fueron una prediccin, pues nuevamente empez a ejercerse la violencia contra el movimiento campesino,
el cual, como corolario, estaba empezando a ser asociado a la insurgencia armada. Alfonso Jaramillo le adverta al presidente Pastrana Borrero
que la violencia no iba a hacerse esperar si no cambiaba la situacin de
la escasa seguridad con que contaban las inversiones en el campo, especialmente aquellas representadas en tierras adecuadamente explotadas.
En el parecer de los propietarios, todo eso era una campaa sistemtica
orquestada por la subversin para buscar el enfrentamiento en los campos, que desembocara en una nueva violencia (El Tiempo, septiembre
27,1970).
El gobierno central tom atenta nota de los reclamos y recomendaciones de los jefes polticos y los grandes ganaderos, lo mismo que de
sus representantes en el poder legislativo nacional, quienes expusieron
tambin la grave situacin por la que estaba atravesando el campo
colombiano, cuyas condiciones iban en detrimento de la produccin
agropecuaria a gran escala. Por lo dems, hay que tener en cuenta que
el movimiento campesino nunca haba sido visto con buenos ojos por el
mandatario conservador, quien lo estimaba como una amenaza al predominio histrico del conservatismo en el espacio rural colombiano.
Para el presidente Pastrana, la Anuc era la punta de lanza del Partido
Liberal en un espacio de dominacin tradicionalmente conservador, y
ella deba ser contenida (Zamosc, 1987).
El Ejecutivo termin por asumir entonces una estrategia coercitiva
frente al ala radical del movimiento (Lnea Sincelejo), la cual se tradujo
en el despliegue de una represin desmedida que incluy encarcelamientos masivos y muertes de lderes campesinos. La situacin fue aprovechada por los grandes terratenientes, quienes, a su vez, desplegaron sus
ejrcitos privados y la fuerza de los proyectiles para proteger sus fundos.
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Aunque este caso se podra considerar excepcional, pues quien enfrentaba la situacin era el mismo propietario, tambin tuvieron lugar
casos en los cuales los campesinos llegaban a una hacienda que iba ser
objeto de la ocupacin y de inmediato esta accin se vea frenada porque
el terrateniente tena apostada su guardia personal. Tal es el caso de la
frustrada toma de la hacienda Mundo Nuevo, la cual contaba con una
guardia de treinta hombres armados con carabinas para impedir su paso.
Incluso das despus el propietario en persona advirti a los invasores
sobre las posibles represalias (citado por Fals Borda, 2002).
Simultneamente se procedi a asesinar a reconocidos lderes de la
organizacin. Tal es el caso de Ismael Bertel, quien fue ultimado en su
casa por orden de unos terratenientes, los cuales estaban amenazados por
las invasiones y el trabajo que se vena adelantando en el departamento
(El Tiempo, noviembre 25, 1973; Fals Borda, 2002).
En algunas notas periodsticas y editoriales de prensa se puede apreciar que esta campaa muchas veces en comunin con la fuerza pblica
no tena solamente lugar en Crdoba; su correlato apareci asimismo en
otras regiones del pas, y a pesar de haber sido denunciada por la Anuc,
no recibi la atencin necesaria. Para entonces, Enrique Santos Caldern
denunciaba la persecucin y mostraba cul era el objeto del movimiento
y de sus lderes. No obstante, sus reiteradas denuncias, tanto por medio
de cartas como en comunicados, no recibieron atencin alguna:
En forma concreta se denuncia el asesinato de los campesinos de Anselmo Mendoza (el 8 de diciembre en un predio del Prado, Sucre), Salomn Tuberquia (el 11
de febrero, en Apartad), Rubn Daro Grajales (el 20 de febrero, en Gutica, Risa-
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ralda) y Ernesto Correa (el 6 de marzo, en Guamal, Risaralda). Las cartas tambin
informan ampliamente sobre torturas, atentados y encarcelamiento masivo de dirigentes campesinos de Sucre, Antioquia, Crdoba, Csar, Magdalena, Huila, Bolvar
y la intendencia de Arauca. Se trata de denuncias graves y precisas, que poco han
trascendido a la luz pblica y que no estn siendo investigadas, pese a que varios
de los responsables son sealados con nombre propio por la Anuc (El Tiempo, 20
de mayo, 1973).
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la regin del Magdalena Medio antioqueo y las zonas del Alto Sin y
San Jorge, siendo este ltimo lugar el que alcanz mayor xito, debido al
apoyo recibido por parte de viejos guerrilleros liberales, entre los cuales
sobresala Julio Guerra.
Posteriormente ellos lograran insertarse con gran xito en la zona del
Urab antioqueo, donde apoyaran las reivindicaciones de los trabajadores bananeros y los procesos organizativos de las poblaciones campesinas
migrantes, en su mayora expulsadas de las sabanas de Bolvar como resultado de la consolidacin de la hacienda ganadera. Si bien este territorio era inicialmente dominado por el EPL, las Farc entraron a disputarle
el terreno en materia militar y poltica, a tal punto que las dos fuerzas se
enfrascaron en un enfrentamiento armado caracterizado por la comisin
sistemtica de matanzas y asesinatos mutuos (Surez, 2007).
En la dcada de 1990, la importancia alcanzada por la insercin regional de las dos guerrillas determin la trayectoria y las posibilidades que
tuvo la expansin del proyecto paramilitar en el nivel nacional, porque
consolid un propsito que contaba con parmetros claros acerca de la
manera como deba estar constituido el orden social regional bajo lo que
finalmente se denomin como Autodefensas Campesinas de Crdoba y
Urab (Accu).
Al igual que otros grupos guerrilleros, el EPL busc insertarse en las
problemticas y tensiones sociales que bullan en el contexto regional
con el propsito de ganar el apoyo de los pobladores locales y la legitimidad de su orden y su proyecto. Y qu mejor ventana de oportunidad
que incorporar en sus banderas el contexto de finales de los aos sesenta e inicios de los setenta, cuando estaba en marcha la organizacin del
movimiento campesino alrededor de una serie de reivindicaciones que la
guerrilla estaba enarbolando. Dicho escenario era visible sobre todo en
las zonas del Alto Sin y San Jorge, donde acababa de cerrarse la frontera
agrcola sin que hubiera un pleno control social y poltico por parte de las
redes polticas regionales y del mismo Estado central, tal como ocurra en
el norte del Departamento. Esto permiti al EPL ejercer una importante
influencia all donde estaban adelantndose las reclamaciones por la posesin de la tierra. Era evidente que, si bien el departamento de Crdoba
no se caracterizaba por la ausencia del Estado, ella era marcadamente
diferenciada (Gonzlez, Bolvar y Vsquez, 2003), coyuntura que implicaba la existencia de una debilidad infraestructural frente a la solucin de
los conflictos y las tensiones sociales. Eso llevaba a que la tramitacin de
las diferencias se delegara en los poderes regionales y locales, los cuales
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Estas interacciones se vieron favorecidas porque muchos de los combatientes hacan parte de familias campesinas que en el pasado y el presente
haban sido objeto del despojo y la violencia de los terratenientes. En esos
aos el escenario se caracterizaba por el recurso sistemtico del campesinado a las invasiones, a las cuales los propietarios respondan con la violencia.
Fals Borda (2002) anotaba que los muchachos de la guerrilla del EPL bajan a Mundo Nuevo para visitar a sus parientes y ofrecerles apoyo, especialmente para la vigilancia nocturna y frente a cualquier hecho violento. No
obstante, frente a esta relacin simbitica entre campesinos y guerrilleros
expuesta por Fals Borda hay que tener ciertas precauciones. Tanto de las
entrevistas hechas como de otro tipo de fuentes consultadas se saca la evidencia de que los lazos de relacin entre insurgencia y organizacin campesina no eran directos sino que obedecan a la decisin o al voluntarismo
de ciertos sectores o de miembros radicalizados, quienes, frente a la represin del gobierno y de los propietarios, se volcaron a la insurgencia, sin que
esto implicara en ningn momento que toda la Anuc contemplara dicha
posibilidad. De hecho, estos ires y venires reflejaban una postura dubitativa dentro de esa organizacin, tal como ocurra con otras ms igualmente
influidas por la izquierda en esos aos, cuando no haba una clara distancia
frente a la lucha armada sino cierta ambigedad un tanto difusa. Ese hecho
allan el camino para el ensamblaje de la Anuc y la insurgencia poltica en
una misma amenaza: la organizacin comunista y la lucha armada.
Asimismo, la relacin entre insurgencia y campesinado no estuvo
exenta de tensiones y debates, pues, en el criterio de algunos dirigentes,
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Por lo tanto, esta alianza (in)conveniente termin yendo en detrimento de los intereses y reivindicaciones del campesinado, debido a que tanto
la insurgencia como la movilizacin campesina fueron enmarcadas en
un imaginario nico: el de la amenaza comunista. La percepcin de los
ganaderos cuando ellos invadieron sus fincas fue la de estar durmiendo
con el enemigo, un enemigo impulsado y envalentonado por los intereses
de la izquierda revolucionaria:
El Moir, despus los grupos comunistas y socialistas del pas, instigaron al campesino a la toma de esas tierras; y los ganaderos, como ya han hecho unos trabajos
sobre esos humedales a travs de terraplenes y de canalizaciones, de obras de bulldozer para arreglar las tierras, comienzan a hacer una lucha contra esos campesinos apoyndose en la fuerza del Estado, en la fuerza policial, porque ellos dicen
que ya no solamente se estn invadiendo las tierras del Estado sino a sus propias
tierras a travs de la intromisin de guerrilleros para asustar al ganadero. Qu
ms haca el ganadero cuando saba que estaba pasando eso? Entonces deca: Estos tipos que se estn metiendo a las tierras me estn trayendo subversin para
poder secuestrar al ganadero, para robarle el ganado, hacerle abigeo, entonces la
situacin de la tenencia de la tierra se trasladaba a hechos delictivos. Entonces era
una confrontacin que se daba con diferentes versiones. La versin campesina era
de la lucha de unas personas sin tierras que deseaban tierras donde trabajar, que
supuestamente eran campesinos sin tierras, que eran campesinos humildes, pero
los hacendados no los vean as, los venan como una forma de traer los huevitos
para empollar los que eran de la guerrilla; adems, estos vecinos incmodos les
robaban ganado, daaban los cultivos y las cercas (Entrevista a Jos Garca Ordez, 4 de julio, 2009).
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El subrayado del autor quiere visibilizar que los afectados son personas con apellidos de
familias notables de la regin.
frente al contexto. En este orden de ideas, sujetos como Donaldo Cabrales, alcalde de Montera, y Oscar Haddad, al ver obstaculizado el ingreso
a sus propiedades, crearon un comit antiextorsin y secuestro integrado,
entre otros, por el gobernador del Departamento, un comandante y oficial de inteligencia del batalln Voltgeros, el representante de la Defensa
Civil y otros funcionarios (Archivo Departamental de Crdoba. Decreto
de gobierno nmero 555, mayo-julio, 1971). Adems, los poderes pblicos nacionales ordenaron la organizacin de un servicio de Inteligencia
Rural (El Espectador, Se pide colaboracin contra el abigeato, 7 de febrero, 1973) mediante el Decreto 2257 de 1973, que permita a los propietarios armarse y proteger su tierra mediante la organizacin de comits
de vigilancia, encargados de controlar los movimientos de la poblacin,
la cantidad de hatos y de ganado, etc., con la ayuda de campaas de divulgacin entre la ciudadana y bajo los siguientes presupuestos: que los
ganaderos crearan asociaciones de defensa que mantuvieran reuniones
peridicas para el intercambio de informacin sobre hatos, marcas de ganados, hurtos, etc. (El Tiempo, 8 de noviembre, 1973).
Dicha posicin se vio reforzada por un discurso que busc cada vez
ms asociar al movimiento campesino con la manipulacin comunista
o socialista del mismo, sustentada no solo en una supuesta Internacional Comunista sino tambin en la influencia de los grupos armados de
izquierda. El resultado fue el apalanqueamiento del gobierno central y
los propietarios al recurso sistemtico de la represin, pues las opiniones
afirmaban que los campesinos eran objeto de campaas de proselitismo
comunista. En referencia a las invasiones, el senador conservador Hugo
Escobar Sierra, dirigente poltico regional y frreo opositor a la reforma
del orden agrario, afirmaba que haba cerebros del comunismo dirigiendo
las invasiones en compaa de peligrosos sujetos infiltrados en el Incora
para orientarlos. En tales circunstancias, opinaba el senador, se justificaba
que el debate no se presentara en el campo poltico, ya que dichas acciones eran criminales, y adverta al gobierno que, en el caso de no adoptar
una postura fuerte para reprimir las invasiones, este fenmeno llevar al
pas a un cataclismo (El Tiempo, 3 de diciembre, 1971). En otra intervencin Escobar sostuvo que no se poda ignorar y desconocer que desde un
tiempo atrs en Colombia se siente un aluvin de ideas subversivas, por
lo tanto se haca necesario pedirle a la autoridad una mayor intervencin
(El Tiempo, 14 de octubre, 1971).
En este periodo, al igual que en el mandato de Guillermo Len Valencia (1962-1966), se puede percibir una sincrona entre las directrices del
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Estado y la posicin de los poderes regionales frente al movimiento campesino, debido a que el gobernador no solo aplaudi las medidas adoptadas por la administracin Pastrana para contener el mpetu reivindicativo, sino que aadi resoluciones suyas destinadas a enderezar el rumbo
del campo colombiano, ya que las agudas invasiones de las que haban
sido vctimas los propietarios podan llevarlos a la permanente zozobra.
Y sugiriendo como solucin, una mayor colaboracin de los hacendados
para hacer contratos de comodato para que el campesino pudiera hacer
sus cosechas, lo que ayudara a descomprimir gran parte de la presin que
trae como consecuencia el desgaste del principio de autoridad (El Tiempo,
22 de mayo, 1972).
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Tabla 3
Motivos de las luchas sociales en Crdoba, 1975-1982
Motivos-Lucha
Predios rurales
1975
1976
1977
1978
1979
1980
1981
1982
10
13
Retencin Salarial
Derecho a la vida,
integridad y libertad
Energa
Agua
Vas
Educacin
Total General
2
1
1
15
20
1
39
21
14
27
3
20
20
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En este orden de ideas, el gobierno de Turbay emprendi una ofensiva sistemtica contra de los grupos armados de izquierda, cuya mayor
expresin fue lo que se denomin como la guerra del Caquet contra
las Farc y el M-19, cuyos actos publicitarios haban dejado mal parado
al gobierno. Esta iniciativa se sintetizo en el Estatuto de Seguridad, con
el cual el aparato represivo estatal enfil contra los grupos de izquierda y
sus colaboradores para preservar el orden pblico, con el corolario de una
mayor estigmatizacin de la movilizacin social en el pas. No en vano,
para esos aos se hace evidente un descenso de la movilizacin social,
tanto a escala nacional como regional (Tabla 4). El entonces ministro de
Defensa, Luis Carlos Camacho Leyva, recordaba a la ciudadana que la
defensa nacional interna no era una obligacin del gobierno y especficamente de los militares, sino que ella requera el concurso y la disposicin
de todos los ciudadanos (El Espectador, 3 de septiembre, 1978. Citado por
Gutirrez y Barn, 2006).
En esa direccin, ya podemos tener idea de la lnea de desarrollo que
tuvo el campo colombiano, sumergido en la produccin agroindustrial
basada en la ocupacin de enormes extensiones rurales. El trfico de narcticos en auge contribuy a modificar asimismo el escenario al hacerse al
dominio de nuevas tierras como medio, no solo de depurar sus ganancias
y adquirir mayor reconocimiento econmico y social, sino tambin de
adelantar sus actividades ilcitas en laboratorios, rutas terrestres y pistas
de aterrizaje. As se puso en marcha un nuevo proceso de concentracin
de la tierra, pues los narcotraficantes no solo expulsaron a la poblacin
campesina sino que asimismo aprovecharon la coyuntura de expansin
guerrillera para hacerse a las viejas haciendas abandonadas por la creciente arremetida insurgente.
Esta insercin de los narcotraficantes en los negocios del campo
coincida con la decisin de los grupos guerrilleros, entre ellos el ELN
y las Farc, de emprender un proceso de expansin a nuevos territorios,
ms integrados a la economa y la vida poltica de la nacin, y a escenarios de organizaciones sociales ms jerarquizadas y a la vez con grandes
desigualdades econmicas y sociales. Estas circunstancias contrastaban
con la situacin habitual de las zonas de colonizacin perifrica en la
frontera abierta, que los grupos guerrilleros estaban acostumbrados a
manejar para extraer recursos materiales y humanos en desarrollo de
los planes trazados por sus aparatos de direccin. Las nuevas regiones
se ubicaban en el Urab antioqueo, Magdalena Medio, Norte de Santander, Valle del Cauca y Crdoba, entre otros lugares; para nuestro
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caso, hay que destacar que las Farc reforzaron su presencia en el Urab
antioqueo y el Alto Sin y San Jorge, con el empeo, tanto de disputar
la hegemona militar del EPL como de ganar el control poltico de los
trabajadores bananeros.
Por su parte, el EPL aument la presin sobre sus reas de influencia y
busc emular con los dos grupos guerrilleros ms importantes, as fuera
perceptible el cambio del escenario. La reaccin de los nuevos propietarios frente a la extorsin guerrillera consisti en recurrir al empleo exitoso del modelo de autodefensa implementado en Puerto Boyac y que
se centraba en el grupo Muerte a Secuestradores (MAS), supuestamente
creado para combatir el secuestro. El resultado de esta reaccin provoc
la transformacin, tanto cualitativa como cuantitativa, de las tensiones y
conflictos en el seno de la sociedad cordobesa.
Desde entonces, todo tipo de expresin reivindicativa fue truncado y
cualquier demostracin colectiva fue tildada de subversiva y asociada con
la izquierda alzada en armas. En los aos ochenta, muchas de las grandes fincas que podran ser afectadas por la reforma agraria empezaron a
tener proteccin armada y los campesinos sin tierra teman las represalias si solicitaban la tierra al Estado (Entrevista con Carlos Ossa, citada
por Reyes, 2007). Frente a este panorama no es aventurado afirmar que
se puso fin a una lucha de ms de sesenta aos, porque tanto Pastrana
como Lpez Michelsen se encargaron de promover una serie de medidas
que truncaron y contuvieron la movilizacin campesina. Como sostiene
Reyes (2007), el movimiento campesino fue derrotado por el gobierno
conservador de Pastrana Borrero mientras que la reforma agraria fue sepultada por el gobierno liberal de Lpez Michelsen.
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Tabla 4
Municipio
Vctima
Jos Ivn
Crdoba
Velsquez Gonzlez
Planeta Rica Manuel Otero Snchez
Puerto
Luis Alberto
Libertador
Bedoya Londoo
Ezequiel Enrique
Ayapel
Llanos Arrieta
Carlos Mario Vlez
Montelbano
Betancourt
Julio Cesar
Ayapel
Barreto Pinzn
Andrs Manuel
Pueblo Nuevo
Montes Tamara
Rafael Francisco
Buenavista
Mndez Riquelme
Montera
Gustavo Flrez Snchez
Miguel Mariano
Sahagn
Vergara Betn
Sector
Modalidad
Responsable
Ganadero
Secuestro y
extorsin
Homicidio
Ganadero
Homicidio
EPL
Ganadero
Secuestro y
extorsin
ELN
Ganadero
Secuestro
EPL
Ganadero
Secuestro y
extorsin
EPL
Ganadero
Homicidio
EPL
Ganadero
Homicidio
EPL
Ganadero
Homicidio
Farc
Ganadero
Secuestro
EPL
Ganadero
1990
Ayapel
Ganadero
1990
Montelbano
1990
Planeta Rica
1990
Sahagn
Secuestro y
extorsin
Homicidio
Ganadero
Homicidio
Ganadero
Homicidio
Farc
Farc
Farc
Sin informacin
Paramilitares
Delincuencia
comn.
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Dichas inconformidades revelaban no solamente una falta de coordinacin y subordinacin de la rama militar al poder ejecutivo, ya que el
desacuerdo frente a la poltica de paz fue expresado pblicamente por el
ministro de Defensa de ese entonces, el general Miguel Vega Uribe, sino
tambin la capacidad de veto y oposicin de las elites regionales y locales,
y de los mismos gremios econmicos, a una poltica de paz del Estado,
como fue el caso de los ganaderos, quienes exteriorizaron su rechazo a los
acercamientos entre el gobierno y la subversin.
Entre los argumentos esgrimidos contra el proceso de paz estaba el
criterio de que la ausencia del Estado, as como las polticas de paz, haban permitido el avance de la guerrilla. En palabras de un reconocido
ganadero de la regin, lo que haba existido siempre en Crdoba era la
ausencia del Estado, que poda comprobarse en el hecho de que el crecimiento de la guerrilla haba ocurrido bajo el gobierno de Belisario, que
se hace un poco, yo dira, el Shakira: sorda, ciega, muda. Tuvo unas directrices confusas, que no daban las posibilidades de accin, que eran
tolerantes para ir actuando en torno al crecimiento de la guerrilla (Entrevista a Arturo Vega, 2009). La impresin que una amplia mayora de
la opinin pblica tuvo de los dilogos de Betancur en La Uribe, era la de
que los grupos armados de izquierda se haban burlado de l cuando los
invit a dejar las armas para hacer poltica, porque Betancur era un romntico, un tonto, y fue un gobierno terriblemente funesto por su debilidad total. Las antiguas administraciones, las de Lpez y compaa, fueron
administraciones sumamente tolerantes, tolerantes con todo (Entrevista
a lvaro, 26 de julio, 2008).
De esa manera, para los grupos opositores un cese de hostilidades no
era suficiente mientras no cesaran los secuestros y las extorsiones, por lo
cual estimaban que estas medidas de paz eran una oportunidad para que
los grupos alzados en armas expandieran su presencia e influencia, no
solo en Crdoba sino tambin a lo largo y ancho del territorio nacional.
Esta percepcin qued plasmada en la opinin de un cronista cordobs,
quien afirm que con el gobierno de Betancur muchos guerrilleros aprovecharon la ocasin para obtener salvoconductos y transitar por todo el
territorio nacional para exponer, aparentemente, sus ideas de paz; pero la
realidad habra sido otra: esos tales encuentros solo sirvieron para que las
guerrillas censaran a sus futuras vctimas y oficializaran la extorsin, el
boleteo y el secuestro (Snchez, 2004).
Ese era el panorama en la segunda mitad de los aos ochenta. El territorio cordobs ya contaba con las primeras estructuras paramilitares,
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precedidas por los hermanos Castao y respaldadas por algunos propietarios rurales. En un inicio, este grupo fue conocido como Los Tangueros, Los magnficos o Los Mochacabezas, y estaba integrado por
personas entrenadas en campamentos instalados en el Magdalena Medio (Semana. El dossier paramilitar. 12 de junio, 1989). Inicialmente,
estos grupos tenan por misin solamente la vigilancia de la finca de
los Castao, pero, en vista de los buenos resultados, los ganaderos no
solo empezaron a llevar consigo un escolta con su escopeta al hombro
cuando visitaban su finca sino que tambin se acercaron ms a ellos
para conocer de ms cerca cmo operaba todo (Entrevista a Carlos, 29
de agosto, 2013).
Esta convergencia es bien expuesta por Snchez (2004), quien sostiene
que para esos aos los ganaderos, comerciantes, bananeros y campesinos
empezaron a confiar su seguridad a grupos armados particulares. Los Rurales, por ejemplo, era un grupo de personas de la regin que realizaba
rondas nocturnas, patrullaba a caballo las fincas y enfrentaba a guerrilleros,
cuatreros y maleantes. Fue la poca en la que se entremezcl la autodefensa tradicional con la nueva organizacin de hombres armados que se
hacan llamar Los Tangueros, los cuales salan por las noches a realizar
incursiones a los campamentos de la subversin [] Los Tangueros estaban al mando del enemigo ms temido de la guerrilla: Fidel Castao (ib.).
Para ese entonces el umbral de tolerancia frente a la extorsin guerrillera era cada vez menor entre los grandes propietarios (Tabla 4), porque
ya no solo les exigan una cuota de dinero cada vez que se extraa ganado
sino que tambin se les peda ropa, vveres, botas, etc., y, si el propietario
se negaba, los guerrilleros atentaban contra sus bienes o lo secuestraban.
Un entrevistado coment que en esos aos lo que haba era mucha sinvergencera: esos hijueputas entraban hasta la casa de uno y se sentaban
en la sala a venirle a cobrar plata. Tambin recuerdo las largas filas que
tocaba hacer en la Universidad de Crdoba para pagar la vacuna, porque,
si no, le mataban el ganado a uno, le volaban la fincas y daaban todas las
cercas (Entrevista a Facundo, 26 de julio, 2009).
La anterior versin fue ampliada por otro ganadero de la regin, quien
afirm que
La extorsin era terrible, andaba la guerrilla por todas partes extorsionando a los
ganaderos y an aqu adentro de Montera y no haba autoridad que la detuviera,
no haba con quin quejarse, no haba autoridades. Y los alcaldes y gobernadores
eran absolutamente indiferentes frente a la suerte de la gente, cuando yo recurr
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a los Castao, aclaro que no haba nada ms que hacer en Crdoba, no haba absolutamente nada que hacer. Hubo que recurrir a ellos y ellos se apersonaron de
la regin, de hecho usted tuvo que haber odo, se apersonaron ellos e hicieron lo
que no estaba haciendo la justicia, ni la Polica y el Ejrcito (Entrevista a lvaro,
julio 26, 2008).
Estaban dadas, pues, todas las condiciones para que se adoptara el modelo de autodefensa de los hermanos Castao. Sin embargo, queda en evidencia, como se ha expuesto en el texto, que esto no habra sido posible sin
la trayectoria que ha recorrido el Departamento en relacin con su proceso
de configuracin regional y a las problemticas que se han derivado de l.
Como sucede en el trance de formacin del Estado, cuyas instituciones no
se asientan en un espacio vaco sino en un mbito condicionado por la
redes de poder preexistentes, el modelo de las autodefensas fue percibido
como viable y aceptable por los poderes regionales gracias a la experiencia
previa de este segmento de la sociedad, el cual, aos atrs, haba tenido que
contener la movilizacin campesina contra el rgimen hacendatario.
Sin embargo, a diferencia de aos atrs, el nuevo enemigo no solo sintetizaba las anteriores amenazas sino que expresaba tambin nuevas, a
causa de sus lgicas de actuacin, con el agravante de que, si prescinda
de ellas, el terrateniente no podra salvaguardar su propiedad. Adems,
en todo este proceso la presencia diferenciada del Estado desempe un
rol importante: por un lado, continu el clamor por una mayor autoridad coercitiva del Estado, pero, simultneamente, se prescinda de ese
recurso, pues la oferta de una seguridad privada le permita extinguir el
problema de raz, sin ceirse a los marcos constitucionales.
Con esto se pretende evidenciar que el paramilitarismo de Crdoba es
resultado de procesos histricos concretos, que no son parte de un plan
premeditado de unos sujetos o de un grupo de personas, sino que obedece a una trayectoria singular que, en desarrollo de distintos procesos y
coyunturas, desemboc en ese fenmeno. En ese sentido, los hermanos
Castao difcilmente habran podido implantar este modelo en otras regiones del territorio colombiano, donde no estaban dadas las condiciones
requeridas que encontraron en Crdoba.
Ahora bien, en el curso de la segunda mitad de los aos ochenta, bajo
el gobierno de Virgilio Barco (1986-1990), la actividad de las autodefensas comenz a ser ms visible, no solo en el nivel regional sino tambin en
el nacional, como resultado de la confluencia de varios factores que polarizaron todava ms la vida poltica nacional: la organizacin de grupos
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Tabla 5
Miembros muertos y desaparecidos de la UP en Crdoba
Ao
Municipio
Nombre
Roberto Miller
Modalidad
Responsable
Desaparicin
Ejrcito Nacional
Asesinato
Paramilitares
Asesinato
Paramilitares
1985
Puerto Libertador
1987
Cinaga de Oro
1987
Cinaga de Oro
1987
Tierralta
Asesinato
Paramilitares
1987
Tierralta
Asesinato
Paramilitares
1988
Montera
Rosa Lesmos
Desaparicin
Paramilitares
1988
Montera
Luis Lesmos
Desaparicin
Paramilitares
1988
Montera
Zoraida Montoya
Desaparicin
Paramilitares
1988
Pueblo Nuevo
Gerardo Castao
Asesinato
Paramilitares
1988
Montera
Alfonso Cujavante
Asesinato
Paramilitares
1988
Sahagn
Arturo Jaramillo
Asesinato
Paramilitares
1988
San Carlos
Marlene Caraballo
Asesinato
Paramilitares
1988
Valencia
Asesinato
Paramilitares
1988
Montera
Asesinato
Paramilitares
1988
Montera
Asesinato
Paramilitares
1988
Planeta Rica
Asesinato
Paramilitares
1988
Montera
Asesinato
Paramilitares
1989
Montera
Paramilitares
1989
Ceret
Edison Pacheco
Asesinato
Paramilitares
1989
Montera
Asesinato
Paramilitares
1989
Puerto Libertador
Asesinato
Paramilitares
1989
Montera
Asesinato
Paramilitares
1990
Momil
Eugenio Rodrguez
Asesinato
Paramilitares
1990
Momil
Luis Lyons
Asesinato
Paramilitares
1990
Apartad
Desaparicin
Paramilitares
1996
Montera
Alejandra Camargo
Cabrales
Asesinato
Paramilitares
Feliz Natanael
Senz Bedoya
Felipe Rafael
Senz Bedoya
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Tabla 6
Luchas sociales en Crdoba 1983-1997
Ao
Total
1983
28
1984
17
1985
52
1986
25
1987
26
1988
18
1989
26
1990
24
1991
1992
1993
1994
10
1995
1996
1997
20
Tabla 7
Principales motivos de lucha social en Crdoba, 1983-1997
Motivos-Lucha 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997
Predios
rurales
Retencin
Salarial
Derecho
a la vida,
integridad y
libertad
10
32
14
20
13
Energa
Agua
Vas
Total
General
40
52
52
45
52
40
41
40
23
17
14
18
18
26
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tioqueo) y Segovia (Antioquia), las cuales parecen estar interrelacionadas bajo la misma lgica (Semana, Pura sangre, 16 de mayo, 1988).
En los hechos de La Mejor Esquina (Crdoba), en jurisdiccin del municipio de Buenavista, asentado sobre el Alto San Jorge, los indicios e hiptesis sealan que este suceso, en la cual murieron alrededor de 36 campesinos, fue una retaliacin de los paramilitares contra la poblacin de la zona,
ya que ese lugar era considerado la oficina del EPL. Sin embargo, el suceso
presenta aristas que tornan ms complejo el contexto en el que ocurri.
Se puede considerar entonces que estos acontecimientos fueron resultado de procesos ms amplios, ligados al conflicto entre terratenientes y
campesinos que se estaba viviendo en esta zona desde los aos setenta,
y expresado en invasiones campesinas de grandes propiedades y en la
reaccin violenta de sus dueos para defender sus posesiones mediante
desalojos violentos, muchas veces con la colaboracin de la fuerza pblica. Este contexto se fue complicando todava ms, a medida que oper
una mayor presin guerrillera y el arribo a las fincas de los nuevos propietarios, ahora vinculados al narcotrfico. El panorama resultante era el
siguiente: por un lado, estaban los ganaderos, algunos de cuyos vecinos
eran ahora narcotraficantes afiliados al Cartel de Medelln, adems del
hondureo Matta Ballesteros; por otro lado, los campesinos tenan como
visitantes asiduos a la guerrilla, que haba logrado reclutar a algunos de
ellos, quienes le proporcionaban informacin y bienes a cambio de su
apoyo en los procesos organizativos.
Antes de producirse el ingreso de los capos, cuando la presencia guerrillera era poco cuestionada, la extraccin de recursos (boleteo, vacunas,
extorsin o secuestro) se negociaba de forma individual y los convenios
solo afectaban al respectivo propietario, pero la aparicin de estos nuevos propietarios modific las reglas del juego: de pagar vacunas se pas
a resolver el problema a punta de bala. Ahora los narcos comenzaron a
impulsar la creacin de grupos de autodefensas muy diferenciados: uno
de ellos estaba anclado en el modelo de Puerto Boyac, financiado no solo
por narcos sino tambin por los ganaderos de bien de la regin, y otro
era agrarista, partidario de las invasiones y apoyado por la insurgencia,
sobre todo la del EPL (Semana, Masacre, 9 de mayo, 1988).
Este escenario permite entender de mejor forma los detonantes de las
matanzas. Por ejemplo, en los casos de las de El Tomate y La Mejor Esquina, todo parece indicar que sus motivaciones estuvieron relacionadas no
solo con una retaliacin de los poderes locales y los paramilitares en con-
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No obstante, pese a los avances de la lucha contrainsurgente, los ganaderos de la regin seguan reclamando una mayor presencia del Estado
colombiano, que por ese entonces estaba afrontando uno de sus mayores
retos: el narcoterrorismo, en cabeza de Pablo Escobar. Los poderes cordobeses, al igual que en ocasiones anteriores, exponan la difcil situacin
por la que estaban pasando, pero as mismo reconocan su apoyo a las
actuales estructuras de autodefensas frente al asedio guerrillero. En carta
enviada por un ganadero se afirmaba que ellos estaban
dispuestos, seor Presidente, incluso a renunciar a esa legtima defensa colectiva
usada en otras regiones con reconocido xito [] A m comenzaron a boletear-
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me desde 1969. Pero en esta poca incluso se poda negociar con la guerrilla y
explicarle a esa gente que uno no tena la cantidad que exigan. Pero ahora tiene
que ser la suma que ellos pidan o si no matan al administrador, lo matan a uno,
o, como les ha dado por hacer los ltimos tiempos, matan las reses y queman las
fincas [] Si el Ejrcito no puede, le toca a uno (Semana, El drama cordobs,
1989; Carta de ganaderos al Presidente Barco, citada por Aranguren, 2001).
Este tipo de terratenientes fue el que inspir el ttulo del presente captulo: la hacienda armada, que tuvo como su mejor exponente en Crdoba
a Salvatore Mancuso9, nombre que infundi terror y admiracin en el Departamento, pues fue una de esas personas que se encargaron de envalentonar a los ganaderos de la regin y a demostrar que la privatizacin de la
justicia y la organizacin de autodefensas era la herramienta adecuada para
proteger la propiedad de cualquier amenaza. Sobre todo cuando en sus inicios tuvo que defender las de sus familiares y especialmente la de su esposa,
integrante de la familia Milans, reconocida por sus extensas posesiones.
Por otro lado, resulta paradjica la instalacin del Batalln No. 11, que
contradice las afirmaciones de los ganaderos, pues en su sede se efectuaron
reuniones de narcotraficantes y miembros de la fuerza pblica para coordinar operaciones e intercambiar informacin de inteligencia. Para esto
se reunan muchsimo. Haban reuniones con mucha frecuencia y consejos para coordinar la seguridad, recomendaciones de la Brigada. En fin,
fue una actitud que trajo mucho optimismo a los ganaderos de Crdoba
y nos mantuvo con el nimo dispuesto a contribuir a combatir su subversin (Entrevista a Jos Flix, 18 de junio, 2008). A ese tipo de formas
de coordinacin contrainsurgente se le ha atribuido igualmente asesinatos
de lderes campesinos; bombardeos de zonas campesinas de Las Pailas,
La Fra, El Prado, El Diamante; instalacin de retenes, hostigamientos y
detenciones de campesinos, maltratos y torturas a la poblacin detenida;
destruccin de mejoras y sacrificios de animales, saqueos de tiendas y casas, persecucin y asesinatos de educadores (Medina y Tllez, 1994).
De hecho, la importancia que la fuerza pblica tiene para los propietarios de Crdoba parece ser muy grande:
9
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Su vida ya ha sido objeto de estudios que muchas veces se asemejan ms a una apologa
que a una biografa. No sobra referenciar el trabajo de Glenda Martnez (2004), que
narra cmo se inici en las autodefensas, las reuniones que organiz con lderes locales,
ganaderos y miembros de la fuerza pblica, adems de sus operaciones al mando de grupos
de autodefensas y las picas batallas que libr para defender no solo sus haciendas sino
tambin las de sus conocidos, al igual que los grupos guerrilleros que azotaron la regin en
los aos ochenta y noventa.
En resumidas cuentas, todo lo anterior no solo evidencia sino que tambin visibiliza que la alianza entre narcotrfico, ganaderos y militares ya estaba establecida para finales de la dcada de los ochenta. En palabras de un
coronel retirado, la forma de operar era la siguiente: Los combates contra
el EPL se dieron con ayuda de ciertos ganaderos, y las acciones de la guerrilla, como la muerte del capitn Garca, tuvieron su respuesta: masacres,
ya que este tipo era primo de Homero Rodrguez, (carcelero de Escobar) y
pap del famoso Zeus. Las masacres fueron organizadas por los mandos
bajos, es decir, los tenientes, subtenientes y mayores. A la persona que no
estaba de acuerdo la trasladaban, consolidndose una forma de afrontar la
subversin (Entrevista a Eduardo Murillo, septiembre, 2009).
Son varios los elementos y las expresiones del proceso en cuestin que
diferencian a estos aos de la etapa anterior, pero tambin se presentan
ciertas continuidades. Los nuevos grupos de autodefensas siguen operando con la misma lgica control territorial y defensa de un orden social
regional figurado en la gran posesin, bajo las directrices de ganaderos
y militares. La puesta en escena de un nuevo actor trajo consigo nuevas
formas de operar y ejercer la violencia, valindose de nuevos repertorios
y ampliando el blanco. Empezaron a ejecutarse masacres, desapariciones
y asesinatos selectivos, pero no solo contra los combatientes sino tambin
contra lo que los polticos llaman las bases sociales. El blanco ya no
es individual, sino en masa. Se trata de matar a los supuestos amigos de
la guerrilla (asalariados del campo, invasores de tierras, campesinos sindicalizados, etc.) que suelen andar desarmados y no ofrecen resistencia
(Semana, Pura sangre, 16 de mayo, 1988). Es decir, se asuma el empleo
sistemtico de la guerra sucia para que no quedara duda de la imposibilidad de recomponer el escenario.
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Y si bien los narcotraficantes eran los primeros auspiciadores, los recursos humanos y materiales decisivos provenan de los ganaderos y de
miembros de la fuerza pblica. Pero, a diferencia de los aos venideros,
estas estructuras no pretendan una expansin territorial sino controlar
el territorio amenazado. Adems, en contraste con la violencia anterior,
centrada contra la organizacin campesina, en estos aos la violencia se
extendi a otros sectores, que constituan, segn la opinin de los terratenientes, los jefes militares y los antioqueos recin llegados, una amenaza al orden vigente. Por eso, la guerra sucia de esta poca se materializ
en masacres, asesinatos selectivos y el destierro de lderes de izquierda sin
tregua alguna.
Asimismo, se termin por apuntalar un ordenamiento regional caracterizado por la prevalencia de las grandes posesiones y un modelo de
desarrollo rural inclinado hacia la ganadera extensiva y la produccin
agroindustrial, borrando, ahora s, cualquier posibilidad de subsistencia
de la economa campesina, al dedicar las tierras ms frtiles del Departamento al levante y ceba de ganado para abastecer el centro del pas. De
este proceso se desprendi un nuevo intento de contrarreforma agraria
y de acumulacin de tierras, que no solo afect al departamento de Crdoba sino tambin a otras amplias porciones del territorio nacional. Para
el ao de 1990 se calculaba que los narcotraficantes haban comprado
tierras en cerca de 300 municipios, de los 1.020 que tena el pas (Reyes,
2007). Situacin que fue sealada por la revista Semana, que calific este
proceso como el narco-agro. Ese medio de prensa estimaba que en el ao
1988 cerca de un milln de hectreas haban pasado a manos de narcotraficantes, especialmente en los departamentos de Crdoba, Sucre y Valle
del Cauca y en las regiones de Urab y Magdalena Medio (Semana, El
narco-agro, 26 de diciembre, 1988).
Por ltimo, otro cambio producido por la aparicin de los narcotraficantes fue el relativo al material de guerra: los anillos de seguridad de
los ganaderos no estaban armados ya con machetes, escopetas y otros
tipos de armas rudimentarias sino con armas modernas. Igualmente,
los cambios se presentaron tambin en la composicin de las autodefensas, compuestas anteriormente por el capataz o el cuidandero y
algunos integrantes de su familia o personas vinculadas a la hacienda,
pues ahora la afluencia de grandes capitales permiti que toda persona
que se alistara en esta organizacin devengara un sueldo. Aspecto muy
atractivo para el grueso de la poblacin cordobesa y urabea, que se
ha caracterizado por vivir un proceso de pauperizacin causado por la
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solo como una traicin a los ideales revolucionarios sino tambin como
la aparicin de nuevos adversarios en la lucha, porque algunos desmovilizados se integraron a los cuerpos de inteligencia del Estado, con la consiguiente polarizacin de las identidades polticas, que para mediados del
decenio condujo a un exterminio recproco (Surez, 2007).
Ahora bien, en estos aos los grupos de autodefensas haban disminuido su actividad en el Departamento, por dos razones. La primera obedeci
a que en la regin era evidente el debilitamiento del principal grupo guerrillero (EPL): hacia finales de los aos ochenta Fidel Castao haba disminuido su accin y la extraccin de recursos, pues haba logrado, segn
se aseguraba, acabar de una vez por todas con la vacuna; el jefe guerrillero a quien se le ocurriera pasar por la zona de influencia de Rambo para
cobrarla era devuelto en pedazos (Semana, Rambo, 21 de mayo, 1990).
Esto llev a que el EPL viera en la desmovilizacin la mejor salida frente
a la situacin, hasta el punto de pactar con la organizacin de Castao un
acuerdo de paz mediante el cual el lder paramilitar se comprometi a entregar tierra a militantes del EPL y campesinos desplazados, bajo la figura
de la Fundacin para la Paz de Crdoba (Funpazcor) (Semana, La pipa
de la paz, 8 de abril, 1991). Se estima que con la desmovilizacin de Castao se repartieron 10.000 hectreas de varias de las fincas ms valiosas de
Crdoba, de las cuales se haba apropiado a sangre y fuego. Su fundacin las
parcel y las reparti entre 2.500 familias de barrios pobres de Montera y
del campo (Semana, Sor Teresa, la ltima del clan siniestro, 13 de octubre,
2013).La segunda razn del descenso de las autodefensas fue el involucramiento del mismo Fidel Castao en la guerra contra el Cartel de Medelln y
la consiguiente concentracin de sus esfuerzos en la persecucin del Pablo
Escobar, el capo de esa organizacin, por medio del grupo de los Pepes
(Perseguidos por Pablo Escobar), que se aada a la serie de ajustes de cuentas y pugnas internas de los paramilitares entre partidarios y opositores a la
articulacin con el narcotrfico.
En este orden de ideas, esta pausa fue posible, no solo por la desmovilizacin del EPL sino porque tambin en algunos lugares del Departamento se haba logrado apuntalar un nuevo orden social y poltico, como
ocurri en las dos vertientes del norte de la Serrana de Abibe, desde las
cuales se proyectara la expansin paramilitar hacia todo la regin de
Urab en los aos venideros10. Por ese motivo, el descenso de la activi10
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No en vano Gonzlez, Bolvar y Vsquez muestran que las acciones blicas presentan una
tendencia oscilante, en la cual se destaca el crecimiento de un 275% en 1992, y de 57,5% en 1993.
dad militar de los Castao no fue obstculo para que este grupo siguiera
ejerciendo violencia contra los campesinos y evitara que el EPL, ya desmovilizado, ganara influencia institucional en las elecciones de alcaldes y
concejales11. Y, al lado de estas disputas por el control territorial y poltico, prosigui la consolidacin del poder de los nuevos propietarios, que
compraban masivamente tierras en los municipios de Arboletes, Valencia, Tierralta, San Juan de Urab, Canalete y Villanueva, (Romero, 2003).
No en vano, en 1990 se estimaba que solo en la persona de Fidel Castao
estaban concentradas casi cien mil hectreas de tierra y miles de cabezas
de ganado, que tenan su origen en el negocio de la cocana (Semana,
Rambo, 21 de mayo, 1990).
Esta evolucin permite comprender las razones de la intensificacin del
conflicto en 1993 en Urab, el Alto Sin y el nordeste antioqueo, as como
en otras regiones de Colombia (el Magdalena Medio, el sur de Cesar, el
sur de Bolvar y la subregin del Catatumbo), porque ya se estaban perfilando las pretensiones de configurar un corredor que atravesara el pas de
occidente a oriente, compuesto por estas regiones contiguas que ofrecan
condiciones propicias para la insercin de los actores armados ilegales y
compartan dos rasgos estructurales: el hecho fsico de ser una zona limtrofe entre el Caribe y la regin Andina, y el hecho social y econmico de
ser zonas de colonizacin en va de cerrarse (Gonzlez, Vsquez, Quiroga,
Barrera y Aponte, 2011). No obstante tambin es evidente un descenso en
la confrontacin regional y en las infracciones al DIH, pues las disputas territoriales estaban ms concentradas en ciertas reas del Departamento por
cuenta de los factores mencionados anteriormente (Grficas 1 y 5).
Sin embargo, apenas para estos aos estaba tomando forma el proyecto unificador de los grupos paramilitares, que solo se concret con el
ascenso de Carlos Castao, lo cual signific el cambio de nombre de las
estructuras armadas de Fidel, que, de llamarse Los Magnficos o Los
Tangueros, pasaron a constituir las Autodefensas Campesinas de Crdoba y Urab (Accu). Esto no solo buscaba dar una impresin de unidad
y mando unificado sino tambin expresar la pretensin de su mximo
lder de pasar, del reconocimiento regional que ya haba adquirido, a su
legitimidad como actor poltico relevante y con un liderazgo en el mbito nacional. Con vistas a ese objetivo, la organizacin no solo construy
unos lineamientos polticos y militares sino que tambin se encamin
11
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No sobra recordar las masacres de La Mejor Esquina y El Tomate (Crdoba), al igual que la
desaparicin de 42 campesinos en Pueblo Bello, corregimiento de Turbo, en 1990.
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Infracciones DIH
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
10
20
30
40
50
60
70
Grfica 1
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Atlntico
Bolivar
Cesar
Crdoba
Sucre
Total
General
3
4
La Guajira
Magdalena
Total
23
10
27
10
37
11
17
20
12
24
25
131
Tabla 9
1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 Total
Puerto Libertador
Tierralta
Montera
1
1
2
1
Chin
Canalete
Valencia
Ayapel
Buenavista
La Apartada
Montelbano
Puerto Escondido
Pursima
Sahagn
San Andres
Sotavento
San Carlos
Total
1
0
1
0
23
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Magdalena
28%
La Guajira
8%
Sucre
13%
Atlntico
5%
Grfica 2
Crdoba
21%
Cesar
8%
Bolvar
17%
1998
1999
2000
2001
2002
Predios rurales
2003
Retencin salarial
Derecho a la vida,
integridad y libertad
Energa
Agua
2007
2008
2009
2010
2011
11
2
1
Educacin
9
2006
10
2012
2005
Vas
Total General
2004
11
10
10
13
12
31
38
Por su lado, este control territorial por parte de las Accu revelaba que
su actividad no solo estaba dirigida a salvaguardar y mantener la proteccin de la gran empresa agrcola. A la par de la pacificacin del mbito
rural, se retomaron las antiguas rutas del boom marimbero, y se fueron
consolidando ciertas rutas y eslabones de la economa de la coca que
aprovechaban las ventajas comparativas que, como era de conocimiento
pblico, ofrece el Departamento para la existencia de rutas del contrabando y pistas areas. La llegada de los paramilitares y de algunos narcotraficantes signific no solo el reciclaje de esta infraestructura sino asimismo
toda una integracin espacial del Departamento en torno a esa actividad.
En esta direccin, para los aos noventa, Crdoba no solo era noticia en
los medios de prensa por motivo de la violencia sino tambin por el des-
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Paramilitares
64%
Fuerza Pblica
10%
Paramilitares
64%
Guerrillas
26%
Sin Informacin
0%
Grfica 3
Guerrillas
26%
Nmero de Hectreas
1920
117
652
385
838
2004
1.536
2005
3.136
2006
1.216
2007
1.858
2008
1.710
2009
3.113
2010
3.889
2011
1.088
2012
1.046
Fuente: Simci. Elaboracin propia.
Sin embargo, esta presencia hegemnica no impeda que siguiera existiendo en el Departamento una zona que pareca bastante problemtica
para los intereses de la casa Castao. Como ya lo hemos dicho, el Alto
Sin ha sido tradicionalmente la porcin del territorio departamental
menos integrada a las redes polticas regionales del Departamento y al
mismo Estado central. El hecho de ser la zona de colonizacin ms reciente hizo que la guerrilla lograra insertarse en ella exitosamente. Si a lo
anterior se aade la mayor ligazn de sus dinmicas sociales con el Urab
antioqueo, podemos entender la ola de violencia que tena lugar en esos
aos, que marcaron el final de la conquista del Urab antioqueo por
parte de los paramilitares, como culminacin de una sangrienta disputa
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por el control territorial de esa regin. No en vano, la zona del Alto Sin
y San Jorge aloj el 47% del total de masacres que se presentaron en el
Departamento entre los aos ochenta y 1997 (Tabla 9).
De ah la frecuencia de los enfrentamientos que tuvieron lugar por
esos aos en ese territorio y las sistemticas acciones de las autodefensas
en contra de la poblacin civil encaminadas a cerrar el paso a las Farc,
que estaban buscando replegarse hacia las zonas del Alto Sin con la intencin de recuperar sus fuerzas despus de su expulsin de Urab. Esto
hizo que la presencia de los frentes 18 y quinto centrara la disputa por
el control territorial en torno a Tierralta y Valencia (El Tiempo, Ola de
violencia azota Tierralta, 27 de marzo, 1996) terminara acarreando nuevos desplazamientos de pobladores locales a los principales cascos urbanos y a la misma capital departamental. De hecho, en 1996, se estimaba
que los ltimos once aos de confrontacin armada haban provocado
el desplazamiento de cerca de 100.000 campesinos, en su gran mayora
provenientes de los municipios de Planeta Rica, Tierralta, Valencia, Canalete y San Carlos (El Tiempo, En Crdoba la violencia desplaza ms de
cien mil campesinos, 8 de abril, 1995). Situacin que pone de relieve la
problemtica y poca fiabilidad de los datos oficiales, los cuales contrastan
de manera ostensible con las cifras publicadas por los medios de prensa nacionales. No por nada, para esos aos se estimaba que solo cerca
de 26.000 personas haban sido desplazadas (Tabla 12). Este proceso de
desplazamiento trajo como resultado que, para mediados de los noventa,
la capital cordobesa (Montera) contara con el barrio de invasin ms
grande del pas, integrado en su mayora por desplazados de las zonas
rurales, quienes, frente a la violencia, no tuvieron ms remedio que huir
(El Colombiano, Cantaclaro: el refugio ms grande de Colombia, 28 de
mayo,1995). Por supuesto, este tipo de asentamientos le representaron al
paramilitarismo, en los siguientes quince aos, no solo recursos humanos sino tambin materiales y logsticos, pues el carcter subnormal del
poblamiento (falta de servicios pblicos, ausencia de programas sociales,
condiciones de pobreza y exclusin, economas informales) sera aprovechado para incidir en amplios espacios de la vida social de los pobladores,
extraer recursos, reclutar y organizar distintos sistemas de seguridad y
redes de apoyo para salvaguardar y garantizar el orden social establecido.
De esa forma, el proyecto de Castao iniciara otra fase en su desenvolvimiento: su insercin en medianos y grandes centros urbanos.
Para entonces, la insurgencia armada no pasaba por sus mejores momentos en el Departamento. Por un lado, la disidencia del EPL el frente
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Tabla 12
Nmero de personas
desplazadas
26.366
30.509
39.100
55.561
72.202
95.737
114.819
120.835
127.638
137.492
148.109
159.541
175.962
186.434
197.740
212.739
215.760
2.116.544
Manuel Elkin Castao opt por desmovilizarse frente a la creciente presin de las Fuerzas Militares y las autodefensas. Igual suerte corri el Frente
58 de las Farc, cuyo comandante advirti que esperaba que no se repitiera
lo sucedido con los antiguos desmovilizados del EPL, quienes fueron asesinados despus de su desmovilizacin (El Espectador, Declina frente de las
Farc, 6 de octubre, 1996). Sin embargo, el comandante olvid aclarar que
no todos fueron asesinados sino que muchos de ellos engrosaron las filas
de las Accu. Por aadidura, y sumado al desplazamiento de los pobladores
locales, all donde el control territorial no estaba garantizado y en las zonas
donde los grupos armados de izquierda haban tenido cierta ascendencia
social, se prosigui con el exterminio de los movimientos polticos alternativos, as como de los pocos lderes de algunas organizaciones sociales que
haban logrado sobrevivir a la dcada de los ochenta. Por ejemplo, en 1997
fue ultimado el nico candidato de la Corriente de Renovacin Socialista
al concejo de Montera, Fredy Fuentes, suceso que condujo al retiro de la
CRS de toda actividad proselitista en esa zona del pas (El Pas, Elecciones:
entre el terror y las dudas, 17 de agosto, 1997). Lo mismo sucedi con la
concejal Evangelista Vega, del M-19, asesinada en Sahagn (El Heraldo, 6
de mayo, 1997). Igualmente, dirigentes cvicos y sindicales no solo fueron
sealados por medio de panfletos sino que sus reclamos fueron aplacados
con diferentes hechos violentos que en la mayora de las ocasiones los obligaron a exiliarse (Semanario Voz, 19 de junio, 1996).
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Acciones Blicas
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
10
15
20
25
30
35
Grfica 4
1998
Atlntico
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
Bolvar
11
18
12
Cesar
Crdoba
La Guajira
Magdalena
11
10
Sucre
Total
29
46
36
25
12
11
Total
7
51
19
1
21
19
34
17
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la funcin de eje nodal (Grficas 1 y 4). Cuando las Farc son expulsadas
del Urab antioqueo, se ven en la necesidad de replegarse a zonas perifricas y deciden una vez ms durante los aos de negociacin con
Pastrana emprender una nueva ola expansiva, que tuvo como respuesta
la incursin de los paramilitares en municipios del Choc, Antioquia y
Crdoba (Vicepresidencia, 2002 y 2009; Surez, 2007). Por ltimo, todo
este proceso, con el paso de los aos, convirti a este territorio en un escenario en permanente disputa entre los actores armados, tanto por las condiciones estratgicas sealadas anteriormente como por la incapacidad
del Estado para proveer de justicia y servicios pblicos a una poblacin
marginal que solo ha encontrado en la economa de la coca un medio
para subsistir, situacin que tiene como corolario el intento de regulacin
de los espacios de sociabilidad por parte de los distintos actores armados.
Por otro lado, el dominio territorial de los paramilitares no solo se
expresaba en el campo militar y social sino tambin en el poltico. Cabe
sealar que de aos atrs, reconocidas figuras polticas, agremiaciones
del campo (Ganacor) y el mismo Carlos Castao estaban demandando
el reconocimiento poltico de la organizacin, ya que, a su entender, el
fenmeno paramilitar responda a una forma de resistencia civil en armas
frente a la incapacidad del Estado para proveer de seguridad a los ciudadanos de bien, as como para garantizar el orden social y el patrimonio
econmico, y sobre todo para responder a la expansin de los grupos
armados de izquierda, que no solo amenazaban la paz en general sino
tambin la idea de Estado. En esta va, tanto Carlos Castao como sus
consejeros eran conscientes de la necesidad de que el movimiento no se
limitara a hacer planteamientos claros sobre su naturaleza poltico-militar. Basta con consultar los distintos documentos en los cuales se enunciaban sus percepciones sobre el conflicto armado colombiano, la posibilidad de la solucin negociada y la naturaleza poltica del movimiento
(AUC, Planteamientos sobre la solucin poltica negociada al conflicto
interno, abril 13, 1998; Naturaleza poltico-militar del movimiento, junio 26, 1997). El movimiento expresaba su deseo de convertirse en un
actor de primera lnea en la escalada nacional de la guerra.
Para conseguir tal objetivo su expansin se concentraba, no en zonas marginales de la vida nacional sino en las que contaban con ciertas
particularidades, tales como una integracin relativa al Estado central y
cierta presencia de unos segmentos ms diferenciados socialmente (poderes locales) pero con grandes desigualdades econmicas y sociales, que
estaban experimentando el asedio insurgente y la extraccin de recur-
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Crdoba
13%
La Guajira
11%
Magdalena
20%
Sucre
10%
Atlntico
4%
Grfica 5
Cesar
11%
Bolvar
31%
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Fuerza Pblica
7%
Sin informacin
7%
Grfica 6
Paramilitares
73%
Guerrillas
13%
Tabla 14
1998
1999
2
2
2
2
2000
2001
2002
1
3
3
2003
2004
2005
2006
2007
2008
Total
11
10
0
1
0
1
0
0
1
0
0
1
0
0
0
25
Montera
Chin
Canalete
Valencia
Ayapel
Buenavista
La Apartada
Montelbano
Puerto Escondido
Pursima
Sahagn
San Andrs Sotavento
San Carlos
Total
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Desde luego, la injerencia del paramilitarismo en la vida poltica regional cont tambin con opositores, como en el caso del ex senador liberal Juan Manuel Lpez Cabrales, quien vea que sus intereses empezaban a afectarse a causa de la mayor intervencin de los paramilitares, ya
que era bien sabido que ellos exigan, a cambio de su apoyo, cuotas en
la burocracia local y regional. De ah proviene la pelea de ellos con los
Lpez Cabrales, quienes manejaban todo lo concerniente a la salud y la
educacin cordobesas. Fueron bastantes las peleas por la UniCrdoba y
por los contratos. Yo o que l (Juan Manuel Lpez Cabrales) y El Mono
(Salvatore Mancuso) no se podan ni ver, pero se hacan pasito. Y es que
eso es una pelea heredada, porque El Mono no quera ni cinco a los Lpez, a consecuencia de que, en los aos ochenta, cuando empezaron a
organizarse las invasiones de tierras por parte de los polticos, el viejo
Libardo orden a sus cercanos que llevaran a un pocotn de campesinos
desplazados para que le invadieran la finca a Salvador pap, y eso nunca
se le olvid al Mono, eso fue una espinita que le qued clavada (conversacin con ex funcionaria de la Gobernacin, marzo, 2008).
Tales alianzas se concretaron en lo que se denomin como el de Pacto
de Ralito, que inici el destape de los acuerdos entre los distintos jefes
polticos regionales y locales y los paramilitares en varias regiones del
territorio nacional. En esa direccin, algunos medios empezaron a catalogar este captulo de la vida nacional como la parapoltica y empezaron
a destaparse las dimensiones del acuerdo. En ese entonces el mapa poltico de Crdoba era el siguiente: el liberalismo estaba divido en cuatro
tendencias, que desde los aos ochenta e incluso desde antes se haban
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Cuando se desat el escndalo parapoltico, el propio Salvatore Mancuso afirm que el proyecto paramilitar controlaba el 35% del Congreso
Nacional, gracias a la divisin de los distritos electorales entre los candidatos amigos y a la exclusin de los adversarios o no incluidos. Por
supuesto, cinco aos despus se tuvo conocimiento de un documento
suscrito en 2001 por las AUC y 32 polticos de la Costa Caribe (entre ellos
once senadores y representantes), en el cual haba quedado consignado no
solo este arreglo sino tambin el supuesto acuerdo de refundar la Patria
para enderezar el maltrecho rumbo de la nacin (Corte anexa Acuerdo
de Ralito a expediente por parapoltica, Semana, 24 de enero, 2007). En
su defecto, este fenmeno, que en un inicio mostraba un alcance regional,
se fue ampliando a numerosas regiones del territorio nacional, hacia las
cuales se haban expandido las AUC. Tal era el caso de los Santanderes,
Valle del Cauca, Caldas, Meta y Casanare. Pero sin duda alguna el caso
cordobs es el ms emblemtico, no solo por haber evidenciado el mayor
grado de colaboracin que haban logrado las AUC sino tambin por las
mismas heterogeneidades existentes en su seno.
Puede asegurarse que el alcance de la penetracin paramilitar en las
instituciones locales, as como en los cargos de eleccin popular del nivel regional, fue muy alto en Crdoba, si se le compara con el encontrado en otras regiones del pas. El mismo Mancuso lleg a afirmar que,
de los 28 alcaldes que haba en 2007, 25 estaban bajo sus rdenes (El
Heraldo, De 28 alcaldes de Crdoba, 25 estn bajo mis rdenes, 17 de
mayo, 2007). Por esa razn los procesos contra la parapoltica afectaron
a los senadores y representantes del Departamento: de los seis que tena
Crdoba en 2007, solo sala indemne la mitad. Haban sido capturados
Juan Manuel Lpez, Reginaldo Montes y Miguel Alfonso de la Espriella
(El Heraldo, Poltica cordobesa reducida a la mitad, 15 de mayo, 2007).
Ese nmero aument con los arrestos de Julio Manzur, Mario Salomn
Nader y Zulema Jattin. Este tipo de sucesos revelaba el grado de aceptacin del control paramilitar en el Departamento, as como su amplitud
en el mbito regional, por cuenta de la configuracin de un mapa poltico que trascenda las divisiones poltico-administrativas. Eso dejaba
entrever el alcance de la influencia militar, que pretenda consolidar un
tipo de orden social en un mbito regional que fuera afn a sus intereses
y visin de sociedad (El Heraldo, 40 polticos ms de Urab y Crdoba
en los por AUC, 13 de junio, 2012).
Sin embargo, este el tipo de arreglos y el grado de compromiso frente al proyecto paramilitar variaban de acuerdo con el poder poltico
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llev incluso a vetar la Ley de Justicia y Paz impulsada por el gobierno del
presidente Uribe para favorecer el desmonte paramilitar. En contraste con
la subordinacin de Pineda y De la Espriella frente a Mancuso, el caso de
Lpez ilustra muy bien la capacidad de maniobra de los polticos frente a
los paramilitares, pero tambin los malentendidos y desacuerdos propios
de la negociacin poltica en el nivel regional. Para Lpez, el paramilitarismo no representaba ningn incentivo, porque posea una maquinaria
electoral consolidada desde haca aos y basada en su control sobre las
instituciones ms apetecidas del Departamento (Educacin y Salud), que
le garantizaba el apoyo electoral de sus clientelas. La creciente influencia
paramilitar en la vida poltica departamental representaba ms bien una
amenaza a su capital poltico, porque lo obligara a compartir las cuotas
burocrticas que cimentaban su poder en la regin y a aceptar la divisin
de distritos electorales, con sus adversarios y con las nuevas figuras emergentes. A diferencia de Pineda y de la Espriella, Juan Manuel Lpez nunca
necesit el apoyo de los paramilitares para ganar su curul en el Senado,
hecho que queda comprobado con los votos obtenidos en las elecciones
de 1998 y 2002, pues presentaron la misma tendencia en cuanto a cantidad y concentracin espacial (Montera y San Andrs de Sotavento) (Misin de Observacin Electoral, sf).
Por ltimo, podemos citar el caso de Julio Manzur, cuyo inters en
el Pacto de Ralito obedeca a una forma de acrecentar su poder en la
regin y minar as la hegemona de su mayor rival, Juan Manuel Lpez
Cabrales. Como muestra la MOE, su votacin en el Departamento no
registr ascensos vertiginosos, ya que en 2002, al tradicional dominio
conservador en los municipios de Ceret, San Pelayo, Puerto Escondido, Pursima y Cinaga de Oro, se sumaron San Carlos y Canalete,
donde el lder conservador nunca haba obtenido una votacin notable. Por eso, su implicacin en la parapoltica fue reconocida por el
propio Mancuso, quien lo mencion como miembro del denominado
sindicato, constituido por un grupo de polticos que buscaron al comandante para que apoyara a un candidato de ellos a la gobernacin
de Crdoba y acabara as con el dominio tradicional de la familia Lpez Cabrales, cuyo candidato era Libardo Lpez. Mancuso afirm que
los seis congresistas que integraban el sindicato eran Zulema Jattin, Julio Manzur, Miguel de la Espriella, Eleonora Pineda, Reginaldo
Montes y Musa Besaile (El Tiempo, Supuesto pacto entre Mancuso y
polticos para ganar gobernacin de Crdoba enreda a Zulema Jattin,
11 de mayo, 2009).
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ya un proyecto poltico, econmico y militar con pretensiones de expansin hacia otras zonas. Incluso, podan prescindir de sus relaciones con
los poderes regionales y los militares, ya que los recursos del narcotrfico
les permitan una mayor capacidad de agencia.
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vilizacin de varias estructuras paramilitares del pas, entre ellas las que
hacan presencia en la regin de Crdoba. El gobierno nacional contabiliz 31.671 personas desmovilizadas de los distintos bloques y frentes
afectados, aunque esta cifra fue muy controvertida tras el no desmonte
de las estructuras de las organizaciones y el descubrimiento de falsas desmovilizaciones, treta que no solo buscaba engrosar en el papel el nmero
de combatientes para aparentar una mayor percepcin de fortaleza, sino
tambin invisibilizar a los actores de primer orden (El Universal, Crece
escndalo por las falsas desmovilizaciones, 7 de marzo, 2011).
Ahora bien, al margen de estas vicisitudes del proyecto paramilitar a
escala nacional, las estructuras presentes en Crdoba antes de su desmovilizacin evidenciaban una gran complejidad organizativa y, a la vez, una
presencia activa en amplios espacios del Departamento. Esto replicaba
lo que tena lugar tambin en otros casos, como los del Bloque Central
Bolvar y el Bloque Norte, entre otros, divididos en distintos frentes pero
que compartan territorios con otros bloques, como ocurra en el Cesar,
Norte de Santander y otros lugares. En ese sentido, conviene sealar las
diferentes estructuras que operaban en Crdoba en ese entonces. En primera instancia aparece el Bloque Crdoba, bajo el mando de Salvatore
Mancuso y que tena una mayor envergadura y complejidad, por estar
dividido en varias subestructuras regionales: en Tierralta y Valencia operaba el frente Abibe, bajo el mando de alias Sebastin; en Valencia, el
frente Hroes de Tolov, al mando de Manuel Arturo Salom Rueda, alias
J. L., y en Tierralta y Valencia la llamada Escuela Mvil y dedicada a la
formacin de cuadros paramilitares.
En el Departamento tambin haca presencia el Bloque Elmer Crdenas, con influencia en Antioquia, Choc y una franja del noroccidente del Departamento, en los municipios de Las Crdobas, Canalete y
Puerto Escondido. A l se aadan el frente Alto San Jorge, de Montelbano y Puerto Libertador, que estaba al mando de Juan Mara Lezcano,
alias Pollo Lezcano, y actuaba en Ayapel, La Apartada, Planeta Rica y
Buenavista. Adicionalmente funcionaba un frente urbano, al mando de
Vctor Alfonso Rojas y con radio de accin en Montera, Ceret, Cinaga de Oro, San Carlos y Sahagn. Hacia el occidente del Departamento
estaba el frente Rito Antonio Ochoa, comandado por Rodrigo Mercado
Peluffo, alias Rodrigo Cadena, con influencia en Sucre y algunas zonas de
Crdoba, entre ellas los municipios de San Andrs de Sotavento, Chim,
Momil, Pursima y Lorica. Finalmente, no sobra nombrar el Bloque Mineros, bajo el mando de Ramiro, alias Cuco Vanoy, presente en el Bajo
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de que esas fuerzas ocultas, que nunca fueron develadas, deberan haberse considerado para su desmonte y su reincorporacin a la vida legal.
Por su lado, las Farc continuaron en su intento de seguir copando los
territorios ganados en aos recientes frente a los paramilitares, y aprovecharon cualquier ventana de oportunidad para seguir consolidando su presencia territorial en el sur del Sin. Su objetivo era no solo recuperar el
territorio perdido en los aos noventa sino tambin restablecer el corredor
que una esta zona con el Urab antioqueo y chocoano (El Tiempo, Reaparecen columnas de las Farc en Crdoba, 13 de mayo, 2002). Este impulso
fue facilitado por el contexto del momento, as como por el evidente desgaste que tenan algunas estructuras paramilitares de la regin por cuenta
de sus purgas internas y el descenso de su capacidad de fuego (Grfica 4).
As, en el ao 2005 el quinto Frente de las Farc incursion en la vereda El
Guadual (Valencia), situada a solo 50 kilmetros de Santa Fe Ralito (El Colombiano, Farc llegan a solo 50 kilmetros de Ralito, 27 de agosto, 2005).
Frente a esta relegacin de los paramilitares a un plano secundario, la
accin del Estado empez a intensificar sus confrontaciones con las Farc
en el periodo comprendido entre 2002 y 2005, de acuerdo a lo pactado
con las AUC para su desmonte. El objetivo transcenda la escala regional
y buscaba garantizar una estabilidad regional que comprendiera zonas de
los departamentos de Antioquia y Choc donde las Farc seguan resistiendo, e incluso recuperar territorios anteriormente perdidos a manos
de los paramilitares. En este orden de ideas, los ataques del Ejrcito se
tornaron ms intensos, no solo en Crdoba sino tambin en Antioquia y
Choc, mediante el despliegue de una estrategia destinada a erosionar la
capacidad de fuego del bloque noroccidental de las Farc. Eso se reflej en
la importancia que tuvieron las operaciones Orin y Mariscal en la escalada regional de la guerra, segn Medina (2011), porque obligaron a un
cambio drstico del rumbo del Bloque Noroccidental, que dej de recibir
el apoyo logstico que le haba permitido el establecimiento de grandes
corredores estratgicos. Esto modific la correlacin de fuerzas en las regiones colindantes con el rea metropolitana de Medelln, ya que forz a
este grupo a replegarse hacia zonas del Nudo del Paramillo y el sur de la
Serrana del Darin, en territorios de Choc y Antioquia, de ms difcil
acceso para la fuerza pblica.
Tales desarrollos marcaron un punto de inflexin de este Frente fariano, cuya presencia en Crdoba empieza a ser cada vez ms gris y limitada
a los zonas de cultivos ilcitos, para adoptar, de acuerdo con el contexto,
una postura mucho ms cercana al repliegue y la conservacin de fuer-
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Tierralta, donde Mancuso denunciaba la aparicin de unos grupos llamados Los Traquetos, que atentaban contra la paz, el orden de la regin y
la vida de los desmovilizados de su grupo (El Tiempo, Mancuso advierte
sobre los traquetos, 4 de julio, 2006).
Estas zonas se tornaban estratgicas debido a la disponibilidad de recursos que alojaban. La poltica antidrogas norteamericana y la campaa
de fumigacin de la administracin de Uribe, lejos de remediar la problemtica de los cultivos ilcitos, hicieron que los grupos armados continuaran trabndose en disputas violentas por el control de los cultivos ilcitos.
No en vano, tales siembras no desaparecieron de la regin sino que se
acentuaron con el tiempo, como observamos en la Tabla 15.
Tabla 15
Cultivos ilcitos por municipios (hectreas), 2001-2011
Municipio
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010 2011
La Apartada
Montelbano
37
66
233
428
1.021
376
360
621
681
835
240
Puerto
Libertador
278
141
193
339
978
447
1.084
464
728
579
243
Tierralta
331
178
399
669
1.124
389
414
624
1.360
2.474
604
99
13
12
Valencia
Total
13
652
385
838
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en toda lucha territorial. Se hizo entonces evidente el recurso sistemtico a la violencia para garantizar el control territorial mediante matanzas,
desplazamientos y asesinatos selectivos (El Heraldo, Se disparan muertes
en Crdoba, 19 de agosto, 2008; El Mundo, Masacre en Crdoba, 22 de
julio, 2008). No en vano en esos aos se presentaron picos histricos en el
nmero de desplazados y de acciones violentas contra la poblacin civil
(Tabla 16 y Grfica 6).
Inicialmente, y durante dos aos, no se perfil un claro ganador, pero
despus la balanza se fue inclinando en favor de Don Berna, cuyo control
sobre distintos aparatos armados, como la Oficina de Envigado, le permiti constituir la banda Los Paisas, que logr doblegar a la organizacin
de Mancuso. As fueron asesinados el ex piloto de Mancuso (El Heraldo,
Acribillado a tiros ex piloto de Mancuso, 26 de junio, 2008) y su mano
derecha en el Medio San Jorge, Juan Mara Lezcano Rodrguez, alias El
Pollo Lezcano, conocido en la zona como patrocinador de los integrantes
de las autodefensas que operaban en Ayapel y Puerto Libertador. Lezcano, considerado como el heredero de Salvatore Mancuso, aterrorizaba
al Departamento con su guerra en busca del control de los cultivos ilcitos
ubicados en la zona (El Mundo, Asesinado Jess M. Lezcano, 1 de marzo, 2008). Este crimen evidenci la prdida manifiesta de la influencia
del otrora jefe paramilitar en la regin y el ingreso de nuevos actores. Y
adems confirm los temores de varios cordobeses entrevistados en el
sentido de que vean en Mancuso el obstculo que haba impedido la total
colonizacin antioquea de Crdoba.
Este escenario de confrontaciones abri una ventana de oportunidad
para que Daniel Rendn Herrera, Don Mario, se insertara en la zona y
comenzara a ejercer un papel protagnico en la disputa (2007-2008). El
suceso inaugur una segunda etapa del proceso de rearme en el Departamento. Don Mario emerge en la escena regional despus de la misteriosa
muerte de su jefe, Vicente Castao, y se apoya en las estructuras de aqul
para hacer presencia en los municipios de Ayapel, La Apartada, Buenavista, Planeta Rica y Pueblo Nuevo, anteriormente bajo la influencia de
Los Paisas de Don Berna. Su grupo empez operaciones bajo el mote
de Bloque Hroes de Castao, luego llamado guilas Negras (AG) y ms
recientemente Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), y estuvo
enfilado a disputar el dominio territorial de Los Paisas, ahora conocidos
como Los Urabeos (Vicepresidencia, 2009).
El nuevo escenario muestra una transformacin importante de la interaccin violenta, que ya no se concentra en las disputas en las reas de
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20
180
702
42
72
La Apartada
Lorica
Las Crdobas
Momil
Moitos
117
San Carlos
3.006
30.509
3.403
9.549
80
134
56
54
982
143
36
1.369
103
1.318
562
7.553
1.365
96
45
736
224
21
35
203
51
78
1.716
389
201
1997
26.366
Valencia
Total
7.869
Tierralta
65
35
San Pelayo
50
San Antero
479
San Jos de Ur
29
100
Sahagn
1.091
Puerto Libertador
Pursima
90
1.268
Pueblo Nuevo
Puerto Escondido
477
Planeta Rica
7.021
Cotorra
1.180
27
Cinaga de Oro
Montera
178
Chin
Montelbano
51
Chim
1.631
Canalete
73
363
Buenavista
Ceret
143
Antes 1997
Ayapel
Municipio
39.100
3.917
13.739
94
16
135
78
56
1.040
172
45
2.074
130
1.377
696
8.164
3.125
125
49
770
249
33
11
61
232
67
105
1.823
441
276
1998
55.561
4.632
26.738
102
37
144
103
71
1.105
230
65
2.914
171
1.450
838
8.635
3.733
151
51
828
316
33
17
73
258
97
122
1.859
448
340
1999
72.202
5.297
38.050
137
58
181
149
92
1.239
312
81
4.476
232
1.579
1.036
9.376
4.846
172
51
888
370
33
25
102
321
124
148
1.955
467
405
2000
95.737
13.566
44.690
182
67
233
232
158
1.491
510
130
7.611
289
1.750
1.362
10.318
7.155
224
111
986
480
50
38
138
400
139
209
2.154
555
509
2001
114.819
16.648
51.236
250
119
265
353
170
1.825
651
137
10.200
356
1.861
1.579
11.211
10.936
342
194
1.063
638
50
60
196
455
159
300
2.262
595
708
2002
120.835
17.259
53.652
296
125
317
455
201
1.958
707
146
10.716
383
1.901
1.708
11.603
11.799
376
226
1.116
715
58
76
226
496
167
356
2.321
638
838
2003
127.638
17.918
55.146
331
216
349
524
226
2.237
763
153
12.152
463
1.967
1.826
12.124
12.849
427
303
1.175
836
68
104
271
537
181
389
2.445
689
969
2004
Tabla 16
137.492
20.018
56.909
352
267
425
648
255
2.369
821
178
14.426
508
2.072
1.980
12.669
14.344
523
338
1.217
978
68
104
371
595
208
483
2.534
721
1.111
2005
148.109
20.794
59.454
406
288
467
759
313
2.453
887
189
16.412
544
2.143
2.209
13.254
17.450
573
363
1.292
1.087
73
104
462
643
230
555
2.684
776
1.245
2006
159.541
22.459
63.102
461
355
475
909
349
2.529
977
207
18.596
607
2.207
2.386
13.933
19.031
646
373
1.397
1.191
113
108
524
670
259
635
2.809
836
1.397
2007
175.962
23.901
67.492
496
440
512
1.026
397
2.588
1.066
222
24.142
774
2.277
2.682
14.681
21.205
811
407
1.459
1.379
152
118
580
745
286
697
2.964
888
1.575
2008
186.434
24.552
69.928
862
830
538
1.315
517
2.641
1.132
230
25.980
934
2.347
3.077
15.323
22.829
1.069
410
1.510
1.738
265
137
639
756
286
775
3.030
996
1.788
2009
197.740
24.783
71.622
1.003
999
546
1.587
559
2.657
1.176
248
27.783
1.026
2.743
3.935
15.960
25.337
1.328
413
1.555
2.115
798
143
657
777
289
825
3.090
1.560
2.226
2010
212.739
25.001
75.112
1.135
1.194
549
1.874
587
2.677
1.256
252
29.773
1.086
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4.437
16.769
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1.647
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1.241
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1.271
261
30.187
1.106
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1.664
2.384
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796
294
901
3.246
1.884
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cosecha y procesamiento de la coca instaladas en el sur del Departamento; ahora tales espacios se van ampliando, porque la reconfiguracin del
orden paramilitar condujo a la articulacin de nuevos territorios a la disputa violenta. Ella se extendi a municipios o lugares que permitan una
rpida comunicacin con el mar o eran espacios de embarque propicios
para la comercializacin en el mercado internacional, como San Bernardo del Viento, Moitos y Puerto Escondido, entre otros (El Meridiano de
Crdoba, La orden de las Bandas es eliminarse entre ellas, 20 de junio,
2010). Esos municipios se volvieron tambin zonas de disputa entre las
bandas, particularmente all donde haba sido mayor la influencia de Los
Paisas; en San Antero, por ejemplo, a finales de noviembre de 2008 se
produjo una masacre en el balneario de Punta Bolvar (El Heraldo, Masacre en Santa Antero atribuida a Bacrim, 27 de agosto, 2010).
Lo de San Antero no fue un suceso aislado: haca parte de una escalada regional violenta que buscaba el control por la fuerza de los distintos
eslabones de la economa de la droga. Precisamente en los aos de disputas ms intensas, como 2008, se calculaba que la cifra de muertos, solamente por homicidios registrados, llegaba a 520 personas (El Heraldo,
Crdoba: preocupacin por 16 meses de alta criminalidad, 19 de abril,
2009). Por su parte, los desplazados ese mismo ao ascendan a 175.962
(Tabla 16).
Por lo dems, la capital departamental fue escenario de crecientes disputas, en primer lugar por su ubicacin estratgica, atravesada por los
principales ejes viales: las carreteras que vienen del Alto Sin desembocan en la troncal que viene de Caucasia, Antioquia, mientras la ciudad
est cruzada por las vas que desembocan en la Costa Caribe, con destino
a San Antero y Las Crdobas, municipios que se intercomunican con el
resto de zonas costaneras. Adems de su ubicacin estratgica, el hecho
de ser el principal centro econmico de la regin converta a Montera en
el mejor escenario posible para limpiar las ganancias de la actividad narcotraficante en distintas actividades legales (El Heraldo, Montera sera
campo de guerra de bandas emergentes, 4 de abril, 2008).
Desde mediados del nuevo siglo los medios nacionales advirtieron la
peculiar vida de los monterianos, quienes, al lado de inmensos cordones
de miseria, erigan pequeos y relucientes palacetes y se beneficiaban de
un boyante comercio de ropa y muebles de marca, que exhiba decenas de
camionetas 4x4, en tanto que se inauguraban flamantes restaurantes con
cavas y depsitos repletos de vinos finos y licores importados. En otras
palabras, Montera, la antigua capital ganadera del pas, que siempre ha-
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gunos miembros del estamento militar. Estas bandas han utilizado a veces
a miembros de la fuerza pblica en su mayora soldados profesionales o
suboficiales, no solo para intervenir en sus disputas sino tambin para
dirimirlas mediante la violencia oficial en contra de determinado grupo.
La relacin entre las Bacrim y la fuerza pblica, al igual que ocurra en
aos pasados, ha presentado una lnea de continuidad que ha garantizado
que las fuerzas de seguridad estatales no solo colaboren en la generacin
de recursos financieros para estas estructuras sino que desempeen tambin un rol protagnico en el asunto, en el cual se involucran transacciones de armas e intercambio de inteligencia (El Espectador, Alianzas
siniestras, 19 de enero, 2001).
Tales lazos siguen extendindose en el campo de la poltica, aunque
en un nivel ms local, no solo a causa de las limitaciones organizativas de
las Bacrim sino tambin como evidencia de la capacidad de adaptacin
y aprendizaje que mostraron frente al escndalo de la parapoltica. Los
acuerdos convenidos en tales pactos nacionales eran mucho ms visibles
y fciles de rastrear que los establecidos en los nuevos pactos, que tienen
lugar en espacios menos integrados a la vida nacional pero que les son
tiles para sus fines. De esa forma se ha abierto un nuevo captulo en
la relacin entre la poltica y los actores armados, en el cual el objetivo
es solo extender los nexos hasta el poder local y en algunas ocasiones el
regional, para verse favorecidos por la toma de decisiones de las instituciones o, en su defecto, para pasar inadvertidos.
En este orden de ideas, no resulta extrao que medios de prensa nacionales hayan alertado acerca del caso de Crdoba y La Guajira, y sobre todo
del primero, donde el proyecto paramilitar conquist mayor hegemona y
donde ha tenido lugar uno de los procesos de mayor fortalecimiento de las
bandas criminales. De acuerdo con las autoridades de polica, las Bacrim
pueden estar operando hoy por lo menos en veinte departamentos del pas,
dotadas de una compleja composicin basada en alianzas de todo tipo:
mafias con delincuencia comn, exparamilitares con guerrilleros activos,
redes de microtrfico con miembros del Ejrcito y la Polica, promotores
de la minera ilegal con oficinas de cobro, entre otras modalidades. Sus
vasos comunicantes con los actores polticos son la mejor estrategia para
afianzar su poder en las regiones, como lo evidenci Don Mario, quien se
habra echado al bolsillo a miembros de la Polica, del Ejrcito y hasta de la
Fiscala General (Semana, As cogieron a Don Mario, 15 de abril, 2009).
Sobre todo en la actual coyuntura del pas, cuando los procesados por la
Ley de Justicia y Paz empezarn a quedar libres y no es de extraar que
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nuevas olas de violencia, como el ataque a Tierradentro, donde resultaron muertas veinte personas (El Tiempo, La guerrilla ya manda sobre
la coca del Nudo de Paramillo, 27 de noviembre, 2006). Esta expansin
llev al grupo a verse enzarzado en las disputas de las Bandas Criminales, ante las cuales ha asumido una postura selectiva, de acuerdo con
sus capacidades y recursos: en algunas ocasiones se enfrent a ellas pero
en otras se ali con ellas para combatir a un enemigo comn (El Meridiano de Crdoba, Los Paisas y las Farc estaran aliados, 29 de enero,
2009). Igual opinin merecen las alianzas o pactos de la guerrilla con las
Bacrim en relacin con la economa de la coca (El Heraldo, Erradican
5.400 hectreas de Coca, 9 de enero, 2009), porque su incapacidad de
controlar las rutas de salida limit a las Farc al control de los cultivos y
de algunas etapas del procesamiento, por lo cual abandonaron las labores de transporte y distribucin en las costas en manos de las Bacrim,
que cuentan con la capacidad logstica e infraestructural para exportar
la droga a los pases centroamericanos y al mismo Mxico. De hecho,
esto no es un caso particular, pues esta misma divisin de algunos eslabones de la faena puede observarse entre los distintos actores armados,
de acuerdo con las posibilidades que tienen en el territorio, como sucede en el Magdalena Medio y, con mayor precisin, en Santa Rosa del
Sur (Aponte, 2013).
No obstante, este momento expansivo se ha visto frenado por una
mayor capacidad militar del Ejrcito en la zona, que refleja el avance tecnolgico del armamento y de la inteligencia militares, as como la mayor
decisin estatal para arrebatar el control del territorio a los actores armados ilegales. De hecho, la tarea asignada a la Brigada 11 de proteger a la
regin se cumpli a cabalidad porque se procedi a atacar a las Farc en
sus lugares de retaguardia (El Meridiano de Crdoba, Ejrcito golpea a
las Farc en el sur y Dos nuevas bajas a la subversin, 6 de junio, 2010; 24
de diciembre, 2009), hasta el punto de lograr dar de baja a alias Muelas,
cabecilla de la compaa Manuel Cepeda. Pero los xitos militares no se
detuvieron en ese punto, pues posteriormente se pudo eliminar a alias
Diego, subcomandante de la compaa financiera de Riosucio, del Frente
18 (El Meridiano de Crdoba, Bajaron a dos de esos de las Farc, 25 de
mayo, 2012), as como provocar la desmovilizacin voluntaria de algunos
guerrilleros del Frente 58 (El Colombiano, Guerrilleros del Frente 58 se
entregaron al Ejrcito, 29 de octubre, 2011), lo cual llev a estimar que
su influencia en la regin no solo se encuentra disminuida sino tambin
cada vez ms delimitada geogrficamente.
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No obstante, tales logros en el campo militar fueron opacados o salpicados por lo que se conoce como los falsos positivos. Al igual de lo sucedido en la poblacin cundinamarquesa de Soacha, en Crdoba algunos
militares hicieron pasar a ciertos campesinos por falsos guerrilleros para
recibir beneficios e incentivos econmicos (El Tiempo, 28 aos a dos
militares por falsos positivos, 9 de junio, 2010).
Consideraciones finales
En primera instancia, se comprueba de qu manera un recuento histrico se torna fundamental para comprender un fenmeno social, poltico
y econmico como el del paramilitarismo, ya que el recurso al relato no
se reduce a una mera recoleccin de eventos sino que, en s mismo, ese
ejercicio hace parte de la explicacin. En efecto, el presente intento tuvo
como objetivo superar los estudios concentrados en el mediano y el corto
plazos a fin de intentar una explicacin mucho ms amplia y profunda,
que subyace en la comprensin, no solo de la configuracin regional sino
tambin de las aristas que han compuesto las estructuras societales de la
regin, para evitar caer en diagnsticos sintomticos y coyunturales. Las
principales excepciones a este tipo de estudios de corto plazo son los trabajos de Duncan (2006) y Romero (2003), quienes vinculan el fenmeno
paramilitar con procesos que preceden a los aos ochenta, tal vez porque
sus estudios no se interesaban solo en este caso sino en todo el fenmeno,
ocurrido en el nivel nacional.
Por eso, este captulo quiso subrayar la invisibilizacin y marginacin
de ciertos factores y procesos que son fundamentales para comprender
el fenmeno del surgimiento, organizacin y consolidacin de las autodefensas en Crdoba as como en otros lugares del territorio nacional
(Sucre, por ejemplo). Esto hace imperioso asumir el anlisis de este fenmeno con una temporalidad ms amplia, que permita visibilizar las tensiones que se manifiestan en una sociedad dada, a partir de una mirada
que tenga en cuenta tanto las estructuras sociales como los procesos de
configuracin regional.
Por esa razn este estudio parte del supuesto de que una mejor comprensin del caso cordobs debe prestar atencin a los intentos previos de privatizacin de la justicia hechos desde los inicios del siglo XX,
mediante el empleo de matones a sueldo y escuadrones armados para
defender el tipo de ordenamiento regional prevaleciente y la consolidacin de la hacienda ganadera. De ah que el concepto de presencia
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La capacidad de maniobra de esas elites se explica, tanto por su influencia en la institucionalidad local y regional, como por sus lazos con
sectores de la fuerza pblica, que muchas veces intervinieron en su favor, no solo protegiendo con tropas las propiedades de los ganaderos
sino tambin colaborando en la misma organizacin de los grupos de
autodefensa. Para los militares, los finqueros son muy dados, muy inclinados a tratar de arrastrarlo a uno a cometer ese tipo de delitos; los
finqueros, eso s, lo tratan a uno de jalar, lo tratan a uno de jalar, pues
llega uno a la finca, el finquero te atiende, te da comida, te atienden muy
bien y te ofrece el carro y no s qu (Entrevista a Eduardo Murillo,
septiembre 10, 2009). Ha sido tal el amalgamamiento de la fuerza pblica con sectores ilegales de la zona, que no resulta raro ver que ciertos
miembros fueran salpicados, no solo por el recurso sistemtico a la violencia sino tambin por ciertos casos de falsos positivos o actividades
ligadas al narcotrfico.
La experiencia cordobesa, tanto de las movilizaciones de los aos
veinte y treinta del siglo como de las encabezadas por la Anuc entre 1060
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Por esa razn algunos analistas caracterizan este periodo como una
nueva etapa del paramilitarismo, que, a partir de zonas semiurbanas y
rurales donde se mova tradicionalmente, se est expandiendo hacia las
ciudades ms grandes del pas, donde asume la proteccin de actividades como mercados de abastos, sanandresitos, extorsin a tenderos,
sicariato, narcotrfico, el contrabando y la concertacin de arreglos institucionales con el poder poltico. Esto fue posible porque su injerencia
en las ciudades tuvo lugar en espacios susceptibles de control, como barrios marginados o negocios legales vinculados a transacciones ilcitas
(Duncan, 2006).
En segundo lugar, y con visos mucho ms preocupantes, este proceso
de desplazamiento ofrece pistas en torno a la dimensin del despojo al que
fueron sometidos los campesinos. Si bien en el artculo no se profundiz
en este aspecto, por carencia de espacio, el actual proyecto del gobierno
est lejos de ser una restitucin efectiva, no solo por el plazo del que dispuso para reclamar sino tambin por la falta de garantas para el retorno
de la poblacin expulsada (El Espectador, Impunidad en homicidios de
reclamantes de tierra, 27 de marzo, 2013). De hecho, la cifra oficial dada
para Crdoba por la Unidad de Restitucin revela la poca efectividad y
confianza sobre la poltica del gobierno, debido a que solo han sido radicadas 1.691 solicitudes, que abarcan la mdica suma de 66.484 hectreas
del Departamento (Unidad de Restitucin de Tierras, 2013).
El problema reside en que este proceso de despojo fue apoyado por
toda una serie de figuras jurdicas y agremiaciones que facilitaron los
traspasos forzados, lo mismo que su legalizacin (bien fuese por compra
a menosprecio, despojo directo o compraventa forzada, entre otras formas). Incluso aprovecharon las relaciones con ciertos poderes regionales
y su influencia en la institucionalidad local para apropiarse de las tierras
baldas adjudicadas a los campesinos, con la finalidad de engrosar las posesiones de los comandantes paramilitares, sus amigos y sus aliados. Al
respecto, en los ltimos das Benito Osorio, director del Fondo Ganadero
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cort el avance guerrillero hacia el norte del pas sino que represent tambin la conexin de distintos circuitos econmicos, sobre todo de la coca, y
la prolongacin de un modelo de desarrollo rural (palma de aceite y ganadera). Igualmente, este control territorial permita su injerencia sobre los
distritos electorales de ciertas zonas donde el Estado, a causa de su presencia diferenciada, no poda garantizar los derechos polticos, a consecuencia
de lo cual el ejercicio poltico quedaba bajo el dictamen de las armas.
En esta va, ciertos polticos regionales encontraron una ventana de
oportunidad para ascender en la pirmide del poder regional por fuera
de los marcos tradicionales de la poltica, sin tener que respetar jerarquas
ni aguardar turnos. Esto les permita ahorrar recursos propios pero tambin tiempo, porque el dominio paramilitar dentro de ciertos territorios
ofreca a algunas nuevas figuras saltar del mbito local o regional directamente a la esfera nacional, sin necesidad de insertarse en las tradicionales
maquinarias polticas, que tornan mucho ms larga e incluso difcil esta
reposicin y enclasamiento. De esta forma podemos entender las decisiones de Eleonora Pineda o Miguel de la Espriella: para la primera, la
parapoltica represent dar un salto desde el Concejo de Tierralta hasta
la Cmara de Representantes; a de la Espriella le ofreci la posibilidad de
formar toldo aparte del grupo lopista, que de tiempo atrs dominaba el
panorama poltico regional.
Pero eso no es todo. La llamada parapoltica tambin permiti a ciertos barones electorales acrecentar su poder regional, reacomodarlo luego de un retroceso o incluso buscar erosionar el de su rival. Es el caso
de Julio Manzur, quien buscaba ampliar su poder en la regin y en la
misma institucionalidad, o el de Zulema Jattin, cuyo movimiento estaba
languideciendo desde cuando su padre fuera apresado por sus nexos con
el Proceso 8.000; sin embargo, los pactos establecidos con Mancuso le
permitieron recomponerse para las elecciones de los aos 2002 y 2006.
Por ltimo, podemos entender el referenciado Sindicato, que agrupaba
a distintos polticos, entre ellos casi todos los mencionados atrs, interesados en unir fuerzas y empezar a resquebrajar el dominio poltico de la
casa Lpez, a escala tanto regional como local.
De hecho, este ltimo caso muestra que la llamada parapoltica no
fue un fenmeno homogneo y mucho menos ajeno a las disputas y las
tensiones. Para Juan Manuel Lpez Cabrales, la ascendencia paramilitar
representaba un retroceso y una amenaza frente a la maquinaria que su
familia haba constituido y fortalecido desde aos atrs. En este orden
de ideas, qu incentivo representaba compartir con Mancuso, Castao y
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Referencias bibliogrficas
Fuentes primarias
Entrevistas
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Jos Garca Ordoez, exalcalde de Ceret, exconcejal y exdiputado, expresidente de las Juventudes del Poder Popular, 4 de julio, 2009.
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Captulo 3
Las vicisitudes de la integracin
Trayectorias de desarrollo y conflicto armado en el Cesar
Vctor A. Barrera R.
Introduccin
La mayora de los estudios econmicos y sociales indican que la trayectoria histrica del departamento del Cesar podra resumirse como el trnsito de un lugar prspero, pacfico y con un inusitado bienestar social
apalancado por el cultivo del algodn, a una situacin ms bien crtica,
producto de la irrupcin de la violencia y de la implementacin de una
economa de enclave basada en un modelo de desarrollo excluyente (Bonet, 1998; 2007; Gamarra, 2005; Bernal, 2004; Caldern, 2010; Econometra, 2010).
No obstante, la realidad histrica del Departamento resulta ser mucho
ms compleja, ya que en el territorio del Cesar han tenido lugar modelos de desarrollo diferenciados, incluso a veces contrapuestos, tanto en el
espacio como en el tiempo, que, adems de funcionar bajo lgicas productivas particulares, han tenido distintas repercusiones en las formas y
tiempos en los cuales la regin se ha insertado a la vida poltica y econmica del pas. Por eso, una observacin ms detallada de estos procesos
histricos lleva a pensar que el trnsito de la estabilidad a la crisis en
el Cesar no fue tan automtico o inesperado como algunos analistas y
lderes regionales lo perciben.
Este captulo busca ofrecer una interpretacin de este trnsito a partir
de una aproximacin procesual que recaba en la interaccin entre modelos de desarrollo y dinmicas violentas. Se esfuerza por reconocer cules
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han sido los mecanismos asociados a los factores de produccin que han
alimentado o debilitado las relaciones sociales violentas del Departamento
en el marco de su inacabado proceso de integracin territorial a la nacin.
El captulo se divide en tres grandes secciones, adems una conclusin
general. En la primera se presenta una breve caracterizacin del territorio
del Cesar, que describe las subregiones que lo constituyen y sus principales rasgos socioeconmicos, productivos e histricos. La segunda seccin
se ocupa de las implicaciones que han tenido los considerados como tres
modelos de desarrollo que habran regido al Departamento, define lo que
se entiende por modelo de desarrollo y estudia sus trayectorias particulares.
En la tercera seccin se seala en qu momento de esas trayectorias
de desarrollo se inserta el conflicto armado y cul ha sido su desenlace
territorial en los ltimos veinte aos. Se pretende asimismo ofrecer un
panorama general de los orgenes histricos y la evolucin del conflicto
en el Departamento, con un especial inters por mostrar los procesos de
insercin y expansin diferenciados de los actores armados y su relacin
con las dinmicas de desarrollo de la regin.
Al final, se ofrece una conclusin general en la que se recogen tres
aspectos que dan cuenta de asuntos tericos de mayor envergadura y que
ayudan a comprender otros casos regionales.
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Subregin norte
En la subregin norte se ubican los municipios de Valledupar, Pueblo Bello, La Paz, Manaure, San Diego, Codazzi, Bosconia, El Copey, El Paso y
Astrea. Desde los tiempos de la Colonia esta subregin ha mostrado una
importancia poltica y demogrfica mayor que la del resto de subregiones
del Cesar. En la actualidad cuenta con 546.859 habitantes y un potencial
electoral de 334.157 votos, lo cual denota cierto tipo de supremaca sobre el centro y el sur del Departamento. Asimismo, presenta un desarrollo
importante de vas de comunicacin que vinculan sus mercados con los
departamentos de Magdalena, Atlntico y La Guajira.
Este desarrollo institucional, poltico e infraestructural data de los
tiempos coloniales, pues fue en este territorio donde el Estado espaol
tuvo un mayor control y las familias y los hacendados lograron con xito
la expansin del latifundio ganadero en las zonas planas, ubicadas entre
los ros Cesar y Ranchera (Santos, 2002). De igual manera se desarroll
una importante economa campesina que rodea los asentamientos indgenas de la Sierra Nevada y las laderas de la Serrana del Perij.
Adems de contar con un hato ganadero importante y con una economa campesina que, aunque tuvo alguna importancia, hoy se encuentra
en declive, los municipios de El Copey y Bosconia presentan un buen
desempeo en el cultivo de la palma de aceite. Y, segn Jos Gamarra,
el conjunto de toda esta subregin ofrece un espacio potencial para la
implementacin de explotaciones silvopastoriles, que incrementara la
eficiencia y productividad de la ganadera de doble propsito (2005: 15).
Subregin central
En la subregin del centro se ubican los municipios de Becerrill, La Jagua
de Ibirico, Curuman, Pailitas, Tamalameque, Chimichagua y Chiriguan,
que cuentan con un total de 167.478 habitantes y un potencial electoral
de 113.252 votos. Su economa gira en torno a la minera, lo cual hace que
las administraciones locales de La Jagua de Ibirico, Chiriguan y El Paso
reciban gran parte de sus recursos por concepto de las transferencias y regalas que el Estado central les gira como compensacin por ser lugares
donde se extraen recursos naturales no renovables.
El sector minero ha incidido en su desarrollo social y poltico y explica fenmenos como el acelerado proceso de urbanizacin que ha ex-
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Subregin sur
La subregin surea agrupa los municipios de San Alberto, San Martn,
Ro de Oro, Gamarra, Pelaya, Gonzlez, La Gloria y Aguachica, donde se
asientan 188.942 habitantes y un potencial electoral de 116.084 votos, lo
cual la ubica en un nivel de importancia electoral similar al del centro del
Departamento.
Desde mediados de los aos sesenta, el municipio de Aguachica se
convirti en el nodo subregional ms importante, no solo en lo que se refiere al sur del Departamento sino tambin a toda la regin del Magdalena
Medio, con la cual comparte rasgos identitarios, econmicos y polticos.
La economa de la subregin se basa un modelo agroindustrial representado por el cultivo de la palma africana, concentrada en los municipios de San Alberto y San Martn, y una importante economa ganadera
de doble propsito.
Aunque se encuentra atravesada longitudinalmente por la Carretera
Troncal del Oriente, sus relaciones comerciales y polticas tienden hacia
los Santanderes y el interior del pas. Su precaria integracin al resto del
departamento del Cesar se presenta como un obstculo para su desarrollo econmico (Gamarra, 2004: 18).
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Cuadro 1
Subregiones
Norte
Centro
Sur
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Caractersticas histricas y
socioeconmicas
Ubicada entre las estribaciones de la Sierra
Nevada y de la Serrana del Perij, muestra
una predominante tendencia ganadera en las
zonas planas y una economa campesina en
descomposicin ubicada en las laderas de la
Valledupar, Pueblo
Sierra Nevada de Santa Marta. HistricamenBello, La Paz, Manaure, te, en la subregin se concentr una mayor
San Diego, Codazzi,
presencia estatal e institucional que gravita alBosconia, El Copey, El rededor de la capital del Departamento. PotenPaso y Astrea.
cial de desarrollo: las planicies tienen aptitud
para la ganadera y la agricultura de riego; se
recomienda la implementacin de explotaciones silvopastoriles que incrementen la eficiencia y productividad de la ganadera de doble
propsito.
En ella se ubica la mayora de la minas de carbn. Sus municipios reciben una importante
cantidad de los recursos que el Estado central
les gira por concepto de regalas. Sin embargo,
no ha dejado de ser un territorio apto para la
agricultura y la ganadera, con un uso del suelo
Becerril, La Jagua de
limitado por las peridicas inundaciones alreIbirico, Chiriguan,
dedor de los complejos cenagosos. HistricaCuruman,
mente fue una zona de difcil acceso, debido a
Chimichagua, Pailitas y
la presencia de los aguerridos indios Chimilas,
Tamalameque.
obligados a desplazarse del norte del Departamento a esta zona por la presin colonizadora
de los espaoles. Su potencial de desarrollo se
basa en el turismo, la ganadera y la agricultura.
De clara ascendencia santandereana, esta subregin obedece a una lgica ms atada a la regin
del Magdalena Medio. Sus pobladores, usualmente, han denunciado el histrico abandono adminisSan Alberto, San
trativo de la capital, Valledupar, y se han identifiMartn, Ro de Oro,
cado ms como un territorio perifrico respecto de
Gamarra, Pelaya,
ella. No obstante, en las ltimas dcadas esto ha
Gonzlez, La Gloria y
cambiado como consecuencia del cultivo agroinAguachica.
dustrial de la palma africana y la consolidacin de
una importante economa ganadera de doble propsito, principales motores de su desarrollo.
Municipios
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Los tres factores (geografa accidentada, escaso poblamiento y resistencia indgena) explican el carcter perifrico que gran parte de este territorio tuvo respecto del interior del pas durante mucho tiempo.
La persistencia de estos problemas estructurales a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII signific que, pese al empeo espaol de poblar
y controlar la zona1, la provincia de Santa Marta entrara al siglo XIX con
una debilidad crnica de sus bases materiales y simblicas: los recursos
reales escaseaban y la Corona gozaba de una precaria legitimidad frente a
sus subordinados. As se puede colegir de testimonios de la poca, como
el del oidor del virreinato, quien, en mayo de 1819 y a su paso por Santa
Marta, centro poltico de la provincia, afirm haberse quedado sorprendido del descontento de los habitantes, de la ruina en que se halla la agricultura, del atraso del comercio, del desorden y de la miseria en general
(citado en Elias, 2008: 5).
En el curso de la segunda mitad del XIX, durante el periodo en el cual
los liberales radicales estuvieron en el poder (1863-1886), los gobiernos
departamental y nacional de la nueva repblica aunaron esfuerzos por
integrar la zona al pas mediante diversos mecanismos, como la creacin
de colonias extranjeras y la implementacin de territorios nacionales,
como consecuencia de lo cual las zonas de la Sierra Nevada y la Serrana
del Perij quedaron sujetas a un sistema de gobierno controlado directamente por Bogot (1971), a lo cual se aadi el trabajo misional de
los monjes capuchinos patrocinado por el gobierno de la Regeneracin
(1886) (Viloria, 2005: 40; Uribe, 2000)2.
1
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Luego de que se estableciera una precaria red de ciudades durante el siglo XVI y se intentara
la fundacin de otras en el siglo XVII, fue en el siglo XVIII cuando, bajo el marco de las
conocidas reformas borbnicas, las estrategias de poblamiento de la regin se hicieron ms
fuertes. Personajes como Fernando de Mier y Guerra y Pedro Agustn de la Sierra fueron
los encargados de extender el control colonial a las zonas controladas por los indios Chimila. Entre 1744 y 1770 de Mier y Guerra, con la ayuda de encomenderos, hacendados y
vecinos pobres, abri caminos y fund varias poblaciones sobre la margen derecha del ro
Magdalena y del ro Cesar. Entre 1775 y 1776 hizo lo mismo, aunque no con tanto empeo,
Pedro Agustn de la Sierra, quien fund algunas ciudades que tuvieron una vida efmera. De
cualquier forma, lo cierto es que, a pesar de estos avances, hacia finales del siglo XVIII aun
existan en la regin espacios que estaban por fuera de un control espaol efectivo (Mendoza, 2009).
Con base en la gaceta del entonces Estado Soberano del Magdalena, Carlos Alberto Uribe
identifica los lmites que la ley le asign a cada una de estas zonas. Al territorio de la Sierra Nevada le correspondan los antiguos distritos de San Antonio, San Miguel, Marocaso,
Rosario, Atnquez y San Sebastin de Rbago, mientras que al territorio de los Motilones
se le asign, por el oriente, la zona que divide a los Estados Unidos de Colombia con los
Estados Unidos de Venezuela, mientras por el occidente limitaba con los antiguos distritos
de Jobo, Palmira, Espritu Santo y Becerril (Uribe, 2000).
No obstante, estos intentos por poblar y controlar una porcin importante del territorio no fueron muy exitosos. A principios del siglo XX la
ciudad de Valledupar albergaba poco ms de dos mil personas, controlaba escasamente las poblaciones aledaas ubicadas al norte y el nororiente de la ciudad y presentaba caractersticas de una zona perifrica y
desordenada. Segn lo registr Francisco Javier Vergara y Velasco en su
Nueva Geografa, a principios del siglo XX la ciudad de Valledupar era
tierra de cra, asilo de reos prfugos, indios bravos limtrofes y gente de
carcter especial, por lo cual sus moradores los llaman Vallenatos (citado
en Snchez, 2008: 7).
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acaparadores de tierras. Por el contrario, se trata ms bien de la historia de un campesinado que en alguna medida prosper gracias al cultivo
del caf, y de un sector ganadero que, aunque se involucr tambin en
ese cultivo, enfrent serias dificultades para hacer eficiente y rentable su
principal actividad productiva.
Colonizacin, caf y expansin de la frontera agrcola
En ese contexto, el proceso de colonizacin espontnea que se desenvolvi en las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta y de la Serrana del
Perij a finales del siglo XIX y durante gran parte del XX ha sido a veces
subvalorado como un evento aislado en la configuracin territorial y el
desarrollo agrario del actual departamento del Cesar. Sin embargo, ese
proceso tuvo un significado poltico fundamental: ocupar porciones de
territorio donde haban fracasado las campaas de poblamiento y control
impulsadas por el gobierno departamental y nacional durante la segunda
mitad del siglo XIX.
Por eso, en las ltimas dcadas del siglo XIX, estos territorios cobraron importancia en dos sentidos: como refugio de los perseguidos
polticos y como tierra para cultivar caf (Viloria, 2005: 40). Estos motivos explican por qu resultaron ser zonas atractivas, tanto para los
vencidos de las guerras civiles decimonnicas cuya ltima expresin
fue la Guerra de los Mil Das como para la poblacin campesina proveniente del interior del pas, donde la expansin del latifundio y una
frontera agrcola en vas de cerrarse los haban expulsado y obligado a
buscar nuevas tierras (Rodrguez, 1998: 193; Uribe, 2000; Tllez, 2000;
Baquero, 2005: 116-117).
De esta forma, en el marco del proceso que Catherine Legrand (1988)
denomin colonizacin de baldos, se inici un proceso de aprovechamiento espontnea del suelo apuntalado en colonos andinos, familias
acaudaladas de Valledupar y un puado de ciudadanos extranjeros con
visin empresarial. Entre 1851 y 1885, la colonizacin de la franja suroriental de la Sierra Nevada y parte de la vertiente de la Serrana del Perij
estuvo encabezada por el ciudadano francs Franois Dangond, miembros de prestantes familias, como los Cotes, los Mestre, los Villazn y
los Baute, y colonos provenientes del Tolima (Anzotegui y El Lbano) y
Santander (Ocaa y San Vicente de Chucur), que procedan del sur del
Departamento, en un proceso paulatino de apertura de la frontera agrcola que avanz desde los municipios de Chiriguan y Chimichagua hacia
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con la tesis que la asume como una calamidad histrica3. Por el contrario, ella parece ser una historia mucho ms compleja, de infructuosos
intentos de muchos ganaderos por aprovechar plenamente las bondades
que los suelos les ofrecan para el desenvolvimiento de esta actividad y
por superar las barreras que obstaculizaban el transporte de las reses a los
nodos comerciales del pas.
En ese sentido, aunque es cierto que para los decenios de 1920 y 1930
existan importantes haciendas, como Las Cabezas, de propiedad de Oscar Trespalacios Cabrales la cual abarcaba el territorio comprendido
entre el corregimiento de Los Venados, en inmediaciones de Valledupar,
y el actual municipio de El Paso, la tendencia general de la expansin
ganadera que predomin en la regin durante la primera mitad del siglo
XX fue de clara estirpe campesina y no latifundios de muchas hectreas
(Snchez, 2008: 20). As lo sostiene Hugues Snchez con base en los datos
de compraventa de potreros disponibles en el curso de la dcada de 1930,
apreciacin que coincide con los testimonios de ganaderos de la poca,
quienes enfatizan en el carcter primitivo, trashumante, estacionario y
rudimentario de una difcil actividad que se concentraba alrededor de los
municipios de Valledupar y Chiriguan4.
3
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En la historiografa sobre la ganadera colombiana Shawn Vas Ausdal reconoce dos interpretaciones en torno a su impacto en el desarrollo social y econmico del pas. Una de ellas es la
tradicional, o tesis de la calamidad histrica, que asume la ganadera como un fenmeno
general, homogneo y monoltico cuya expansin ha tenido como fin ltimo el control territorial a travs de medios como la coercin extraeconmica, en detrimento de la eficiencia y
productividad de esta actividad. Desde esta perspectiva, los ganaderos y hacendados son concebidos como personas ricas, poderosas y represivas. Sin dejar de reconocer la parte de verdad
que corresponde a esta tesis, el autor toca un problema fundamental: desconocer que, al igual
que toda actividad econmica, la ganadera obedece a una lgica productiva concreta y que,
por lo tanto, los agentes que intervienen en sta son personas racionales que se enfrentan a una
actividad llena de riesgos y dificultades (Van Ausdal, 2008).
Varios testimonios se refieren a las caractersticas que revisti la ganadera en el curso de
la primera mitad del siglo XX. Por ejemplo, Eduardo Posaba Carb cita a dos reconocidos
ganaderos de Valledupar, Juvenal Palmera y Jos Meja, para sealar las dificultades que
encontraban para mejorar la raza criolla y enfrentar la preponderancia de terrenos indivisos, de suerte que los ganados viven en soltura permanente y en comunidad (Posada
Carb, 1998: 149). De igual forma, Hugues Snchez, al citar el testimonio de Jos Guillermo
Pepe Castro, uno de los ganaderos y polticos ms importantes del departamento, muestra esta misma tendencia y llama la atencin sobre las particularidades de esta actividad a
mediados de 1930: la ganadera, de rasgos primitivos, se desarrollaba a campo abierto, las
reses circulaban libremente en un amplsimo territorio y los grandes ganaderos no existan:
Realmente no hubo personajes destacados para esa poca; s haba ganadera, pero para los
aos 20 y 30 la produccin no era grande. Rosa M. de Castro engordaba entre 20 y 100 novillos
al ao, eso no era nada. Juvenal Palmera, Tito Pumarejo, Guillermo Castro Trespalacios (mi
pap), eran ganaderos. La familia Pumarejo tena gran cantidad de tierra pero poco ganado
(Snchez, 2008: 20).
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Como ha anotado de manera convincente Shawn Vas Ausdal en otro estudio distinto al ya
citado, desarrollar potreros a partir de bosques no era barato. En las tierras clidas del norte
de Antioquia se necesitaban cerca de 20 das de trabajo para rozar una hectrea de bosque
a comienzos de la dcada de 1920. Luego la tierra deba ser sembrada de pasto, a lo cual
seguan dos costosas rondas de deshierbe. Se necesitaban cerca de dos aos y medio antes
de que el potrero estuviera completamente formado, y entonces, como sealaba [Mariano]
Ospina, Dios nos ayudar a encontrar el ganado despus para aprovisionarla (Van Ausdal,
2009: 141).
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territorio para la expansin del cultivo: suelos frtiles, abundancia de tierras de bajo precio y voluntad y disposicin de agricultores y ganaderos
de innovar la faena agrcola.
Entre los factores externos a la regin aparecen eventos internacionales, entre ellos el buen comportamiento del precio de la fibra de algodn
en el mercado mundial como producto del desabastecimiento de materias primas que haba ocasionado la Segunda Guerra Mundial, adems
de factores nacionales como el modelo de desarrollo de industrializacin
apoyado en la sustitucin de importaciones adoptado por el Estado colombiano, as como los intentos de reforma agraria impulsados por el gobierno de Carlos Lleras Restrepo.
Sin embargo, el auge algodonero del Cesar no habra sido posible sin
el liderazgo poltico de personajes como el vallenato Pedro Castro Monsalvo, quien, desde la cartera del Ministerio de Agricultura durante la administracin presidencial de Mariano Ospina Prez, impuls una serie de
medidas y la creacin en 1948 de entidades como el Instituto de Fomento
Algodonero (IFA), encaminadas a favorecer este cultivo y a favorecerse
del apoyo estatal necesario para su implementacin6 (Bonet, 1998: 4). Segn Snchez, Castro Monsalvo personific el contacto entre la elite local
de Valledupar y los industriales antioqueos, que vean en el proyecto de
sustitucin de importaciones una forma clara de industrializar el pas y
defender sus intereses regionales (Snchez, 2008: 25).
Las buenas conexiones de las elites agrarias del Departamento con el
Estado central facilitaron la consecucin de recursos y la implementacin
de polticas de crdito y subsidio favorables al desarrollo de un cultivo intensivo en capital y en mano de obra durante todas sus etapas productivas.
Gracias a estos diversos factores, el cultivo algodonero se expandi
rpidamente, en particular en el piedemonte de la Sierra Nevada de Santa
Marta y la Serrana del Perij, alrededor de los municipios de Valledupar,
Codazzi, Becerril, San Diego y Chiriguan, al norte del Departamento y
en el sur, alrededor de Aguachica (Wagner, 2011: 10).
De esta forma, el Departamento tuvo una participacin creciente en
el nmero de hectreas destinadas al cultivo, con lo cual cobr cada vez
6
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Ante la escasez de materia prima para la industria textil nacional, el vallenato Pedro Castro
Monsalvo impuls el desarrollo de un mercado interno de algodn por medio de medidas,
entre ellas la ley de absorcin obligatoria de productos nacionales como el algodn, la
fijacin de altos aranceles para telas importadas y, en 1952, la prohibicin de importar telas
(Wagner, 2011: 22).
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1969
1968
1967
1966
1965
1964
1963
1962
50,000
100,000
150,000
200,000
250,000
300,000
1973
1972
Cesar
1976
1975
Nacin
1979
1978
1977
1974
1971
1970
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350,000
400,000
Grfica 1
1987
1986
1985
1984
1983
1982
1981
1980
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En este sentido, la resistencia a la creacin del Cesar no vino precisamente del departamento
de Magdalena ni de los sectores polticos de Santa Marta que queran conservar el control de
esta zona, pues desde haca mucho tiempo sta haba tenido cierta independencia poltica,
a la cual se le respetaban sus nichos electorales.
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Para Bolvar, la creacin de municipios est relacionada con un aumento de las interdependencias sociales, establecidas dentro de la localidad como expresin poltica de las redes de
poder que ah se han configurado, al reclamar un vnculo directo con el Estado mediante la
peticin de crear el municipio, de suerte que resulta preciso sostener que el proceso de estatalizacin se acelera en el departamento del Cesar de la mano del algodn. En este sentido,
podran recordarse los condicionamientos que sugera Ernest Gellner para la monopolizacin estatal de la coercin y la justicia.
1951
Norte
40.771 194,85 120.214 126,70 272.521 42,97 389.636 17,75 458.787 19,20 546.859
Centro
36.942 97,31
72.891
Sur
34.953 94,01
67.812
41,94
Total
Cesar
Total
pas
(miles)
TCI
1964
11.455 51,19
17.319
TCI
1973
TCI
1985
TCI
1993
TCI
2005
5,09 188.942
9,19 903.279
32,14
42.889
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34,953
Sur
1964
67,812
72,891
120,214
36,942
Centro
1951
40,771
Norte
100,000
200,000
300,000
400,000
500,000
600,000
96,249
101,285
272,521
1973
1951-2005
Grfica 2
147,613
162,179
389,636
1985
1993
179,789
188,643
458,787
2005
188,942
167,478
546,859
(un poco mayores que la media regional y nacional)9, hicieron del Cesar
un destino llamativo para jornaleros, principalmente procedentes de la
Costa Caribe (departamentos del Atlntico, La Guajira, Bolvar, Crdoba
y Sucre), as como para cosecheros, recolectores y empresarios agrcolas
del interior del pas (Tolima, los dos Santanderes, Valle y Huila), lo cual
condujo a que el departamento se convirtiera en uno de los principales
centros de migracin interna del pas, despus de Bogot y Meta (Mrmora, 1976; Helmsing, 1990: 292; Bernal, 2004: 34; Zapata, 2006).
Ausencia de conflictos agrarios de gran envergadura
El arribo de un flujo poblacional tan importante como el que recibi el
departamento del Cesar durante las dcadas de 1950, 1960 y 1970 no devino en roces notables entre la poblacin establecida y la recin llegada,
ni tampoco en conflictos agrarios de gran envergadura. Eso fue as por
cuatro razones.
Primero, porque el recurso bsico para el desarrollo del cultivo del
algodn la tierra abundaba en este territorio, que, como ya se anot,
contaba con una importante dotacin de bosques primarios que hacan
de l una zona de frontera agrcola abierta. Esta ventaja explica por qu,
tanto arrendatarios y medianos campesinos como grandes propietarios,
se beneficiaron del cultivo, aunque de manera diferente.
De acuerdo con clculos hechos por Marcela Wagner quien estudi
en detalle los impactos ambientales del cultivo algodonero en el valle del
ro Cesar, las 47.500 hectreas de bosque seco que existan en 1955 en
los piedemontes de la Sierra Nevada y la Serrana del Perij haban desaparecido en 1985 como producto de la expansin de la frontera agrcola
(Wagner, 2011: 62 y ss.). Esta cifra resulta algo conservadora si se contrasta con la suma de tierras que de acuerdo con datos de Jorge Dangond
Daza, lder poltico e importante algodonero y ganadero de la regin
haban sido civilizadas en el territorio del Cesar. En un discurso pronunciado ante el Concejo Municipal de Valledupar, del cual era presidente,
Dangond sostuvo que las extensiones de montaas y selvas inhspitas
9
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Menores
de 5
De 5 a 10
De 10 a 50
De 50 a
100
De 100 a
500
De 500 a
1.000
Ms de
1000
Nmero
1970
1980
(%)
1970
1980
Hectreas
1970
1980
(%)
1970
1980
7.720
3.479
40,9
18,0
10.314
6.675
0,6
0,4
1.116
4.437
1.318
6.546
5,9
23,5
6,8
33,9
7.648
112.013
9.532
180.116
0,5
6,6
0,5
10,3
2.131
3.463
11,3
17,9
140.201
231.155
8,3
13,3
2.779
3.998
14,7
20,7
565.480
798.598
33,4
45,9
394
405
2,1
2,1
275.978
268.094
16,3
15,4
294
124
1,6
0,6
581.138
246.187
34,3
14,2
Totales
18.871 19.333 100,0 100,0 1.692.772 1.740.357 100,0
100,0
Fuente: Mrmora et al. (1976) y Ministerio de Agricultura (1984: 66). Elaboracin propia.
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Cuadro 4
Menos de 50
Has.
%
4.782
4,3
11.930
5,3
2.907
4,3
11.567 14,0
24.130
7,6
2.790
9,2
15.380 13,8
8.990
6,0
10.624
11,9
9.915 14,6
21.524 14,4
8.239 10,2
Becerril
Chiriguan
San Diego
Curuman
Valledupar
Gamarra
Codazzi
El Copey
Tamalameque
La Gloria
Chimichagua
San Martn
Robles
14.513 15,3
41.758
(La Paz)
San Alberto
8.448 12,9
30.721
Ro de Oro
10.681 19,6
23.389
Aguachica
16.685 19,2
38.172
Pailitas
8.210 19,1
21.515
Gonzlez
3.960 52,4
2.213
Total
195.325 100,0 573.726
Fuente: Ministerio de Agricultura (1984: 67).
Total
Has.
109.235
187.338
69.265
82.887
315.440
30.183
111.243
148.900
89.137
67.915
148.838
80.413
44,1
38.486
40,6
94.757
46,8
43,0
44,0
50
29,3
100,0
26.499
20.314
31.831
13.267
1.385
1.023.790
40,4
37,4
36,7
30,9
18,3
100,0
65.668
54.384
86.688
42.992
7.558
1.792.841
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en 1965 y llegara, en 1968, a cerca 2.236.129, un total del 12% del hato
nacional (Snchez, 2008a: 39).
Por estos motivos, el latifundio ganadero encontr en el algodn un
aliado fundamental para modernizarse y expandirse a nuevos territorios
que antes le haban sido de difcil acceso. As se evidencia en el Cuadro 5,
que muestra que el nmero de hectreas dedicada a pastos es muy superior a las dedicadas a cultivos permanentes y transitorios.
Cuadro 5
Menores de 5
5 a 10
10 a 50
50 a 100
100 a 500
500 a 1.000
Ms de 1.000
Permanentes
Temporales
En descanso
Otros
Pastos
1.324
1.609
596
989
1.680
1.365
1.249
2.494
5.796
860
11.120
11.905
24.602
46.399
17.987
8.583
12.133
29.435
67.362
22.688
11.975
57.292
79.089
314.363
106.761
3.406
22.340
26.083
145.456
78.693
6.100
22.762
28.287
260.708
263.281
Totales
44.188
129.406
189.341
837.771
492.066
Fuente: Lelio Mrmora. Censo Nacional Agropecuario: Magdalena, Cesar, 1970-1971.
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Segn resea Marcela Wagner, este fue un problema importante, denunciado con frecuencia por las agremiaciones algodoneras, a tal punto
que una de las publicaciones ms importantes del sector algodonero de la
poca, El Emisor Agropecuario, calific de imperativo urgentsimo la necesidad de diversificar la produccin agrcola en el valle del ro Cesar ante la
escasez de alimentos y de productos agrcolas bsicos que, si se cultivaban,
lo hacan en zonas alejadas de los centros urbanos (en Wagner, 2011: 70).
Al parecer, el nico cultivo alternativo que tuvo fuerza en la regin fue
la marihuana, que ya a finales de los aos 70 cobraba importancia en las
vertientes de la Sierra Nevada de Santa Marta (Caldern, 1998: 218). En un
principio, en poca de bonanza, ese cultivo compiti con el algodn por la
mano de obra y, posteriormente, en tiempos de crisis, se convirti en un
medio idneo para amortiguar las prdidas de algunos algodoneros y en
un recurso de supervivencia de una creciente masa de recolectores y cosecheros desempleados (Wagner, 2011: 13; Uribe, 2000; Caldern, 2010: 83).
Condiciones como el clima, la baja presencia estatal y la cercana a
los puertos de embarque hicieron de la Sierra Nevada de Santa Marta,
y particularmente de su rea de selva subandina y de las cuencas de los
ros Fro, Aracataca, Sevilla, Toribio, Crdoba y Guachaca, el escenario
perfecto para el desarrollo del cultivo de marihuana (Viloria, 2005: 42),
como resultado de lo cual el final de la bonanza del algodn se apuntal
en el inicio de una nueva bonanza, de carcter ilegal.
Aunque todava no se dispone de suficientes estudios que indiquen
con claridad las consecuencias ambientales, polticas y sociales que la bonanza marimbera descarg sobre el departamento del Cesar, es preciso
mencionar algunas de ellas.
Segn el trabajo de Joaqun Viloria,
la bonanza de la marihuana (1970-1985) trajo aparejada la destruccin de una
amplia zona de bosques, que algunos estudios calculan entre 120.000 y 150.000
hectreas [] en la dcada de 1980 los cultivos de marihuana llegaron a ocupar
aproximadamente el 12% del territorio de la Sierra Nevada, si se toma la cota de
los 200 metros de altitud, esto es, 150.000 de 1.223.230 hectreas (2005: 42-43).
De la mano de la marihuana surgi en la regin una nueva aristocracia mucho ms ligada a los negocios ilcitos y que supo acumular el
capital econmico suficiente para incursionar en la poltica local aprovechando los espacios que dejaba la elite algodonera, para entonces en
retroceso. En este sentido, durante el decenio de 1980 se conjugaron ele-
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mentos, como la crisis del algodn, la irrupcin de la bonanza marimbera y la apertura del sistema poltico local con medidas como la eleccin
popular de alcaldes, que, a la postre, significaron el inicio de un proceso
de relevo de comandos sociales y polticos que tuvo consecuencias en lo
que posteriormente, en los decenios de 1990 y 2000, fue la incursin del
paramilitarismo en la poltica nacional.
No obstante, a pesar de su carcter ilegal, el cultivo de la marihuana no
necesariamente condujo a una devastacin del suelo y de la sociedad del
Cesar sino que, gracias al empeo de algunos polticos locales ms bien
pragmticos, puso en marcha mejoras infraestructurales importantes que
nos permiten entrever que la relacin entre ilegalidad y desarrollo no necesariamente es tan negativa como se supone.
As lo indica una valiosa ancdota de quien fuera gobernador del departamento del Cesar en tiempos de bonanza marimbera en la que contaba cmo una parte de la red elctrica del departamento del Cesar se
construy con los recursos que la administracin, amparada en la legislacin nacional, pudo extraer de los cultivadores de marihuana de la Sierra
por concepto de multas que les indujeron a pagar en calidad de tributos
(entrevista a Pepe Castro).
En suma, el balance del desarrollo de la economa campesina en el
curso del periodo final de la bonanza del algodn y el inicio de su crisis
puede calificarse como crtico, pues la tendencia al monocultivo no solo
afect la posibilidad del Departamento de diversificarse en materia agrcola, sino que tambin hizo de la marihuana un cultivo atractivo para
amplios sectores sociales del Cesar (tanto grandes propietarios como
campesinos) que supieron adaptarse a la nueva situacin y decidieron
dedicarse a un cultivo que, a todas luces, resultaba mucho ms rentable10.
Crisis del algodn
Las aceleradas transformaciones que vivi la sociedad cesarense por espacio de casi dos dcadas encontraron sus lmites cuando sobrevino la
crisis del algodn, la cual, como acabamos de ver, coincide con la emergencia de una nueva bonanza ilegal.
10
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La cada de los precios internacionales, la incapacidad de los cultivadores para interpelar a un Estado central menos interesado en financiar
la siembra de un producto en declive, el retraso en el suministro de insumos (especialmente de insecticidas) y el aumento de sus precios, as
como las fuertes lluvias que afectaron la que se esperaba fuera la cosecha
de algodn ms grande registrada hasta la fecha (1977-1978), son los factores que explican el ineludible advenimiento de una crisis agrcola que
afect profundamente las bases socioeconmicas del Cesar, situacin que
se prolong hasta mediados de la dcada de 1990, cuando la apertura
econmica sepult por completo las esperanzas del sector (Ministerio
de Agricultura, 1984: 60; Caldern, 2010: 63; Bernal, 2004: 63; Gamarra,
2005: 5; Bonet, 1998: 23).
Los efectos de la crisis no se hicieron esperar. Las tensiones sociales
relacionadas con la tierra se incrementaron, la sociedad y la elite poltica
del Cesar se dividieron profundamente y los impactos ambientales dejados por la expansin del algodn se hicieron evidentes. En otras palabras,
con la crisis del algodn se configur un escenario que, en combinacin
con otros componentes que se mencionarn en el siguiente aparte, dispar la violencia y, posteriormente, el conflicto armado en el departamento.
Economa de enclave
La decepcionante sucesin de hechos que sobrevinieron a la crisis del
algodn durante los aos 80 pareci encontrar algn alivio en los yacimientos carbonferos que, en 1983, comenzaron a ser explotados a gran
escala por empresas multinacionales. A finales de los aos 80 y principios
de los 90 la minera se perfil como el inicio de una nueva bonanza en el
Departamento, como lo evidencia el ritmo creciente y sostenido que la
explotacin del carbn ha tenido desde la dcada de 1990 (Snchez, Meja
y Herrera, 2004: 19; Gamarra, 2005: 47).
En la actualidad hacen presencia en la regin empresas como Prodeco, Carbones de La Jagua, Carbones El Tesoro, Carbones de Colombia,
Consorcio Minero Unido, Drummond, Norcarbn y Vale Coal Colombia, (Villareal, 2011: 65).
Como se observa en la Grfica 3, es evidente el aumento sostenido de
la participacin del departamento del Cesar en la produccin carbonfera, comparada con las que registran la regin Caribe y el total del pas.
Del 11% de la produccin regional y el 7% de la nacional que el Departa-
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94,934
132,517
Costa Caribe
Nacin
166,863
145,280
46,140
1996-2000
10,449
1990-1995
Cesar
50,000
100,000
150,000
200,000
250,000
300,000
350,000
Grfica 3
246,986
222,723
105,661
2001-2005
321,760
291,270
133,938
2006-2010
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Cuadro 6
1990
2005
45,13
11,26
7,99
44,54
Industria Manufacturera
8,23
3,60
0,75
2,47
4,26
6,65
Comercio
11,61
7,78
4,64
5,43
4,59
6,49
14,60
11,78
100,00
100,00
Total
Fuente: Caicedo y Hernndez, 2010.
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34,591
191,838
algodn
Fuente: Agronat.
58,600
127,190
97,400
1994-1997
sorgo
1990-1993
71,379
Hectreas sembradas
palma de aceite
50,000
100,000
150,000
200,000
250,000
17,295
25,375
99,121
1998-2001
Grfica 4
20,277
23,695
120,098
2002-2005
14,619
4,101
134,278
2006-2009
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Total Cesar
Fuente: Agronat.
932,170
1,264,510
Doble propsito
2003
332,340
Carne
500,000
1,000,000
1,500,000
2,000,000
2,500,000
2004
1,783,180
1,504,309
278,871
1,819,830
1,317,302
502,528
2005
2006
1,906,365
1,688,152
218,213
Grfica 5
2007
1,937,924
1,443,560
494,364
2008
1,770,723
1,231,012
539,711
2009
1,870,839
1,272,320
598,519
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2008
152.807
77.782
53.033
9.043
2009
191.947
91.054
71.898
6.767
2010
176.539
79.523
48.129
10.093
Total
861.132
415.120
289.595
33.743
Junto a las regalas, las transferencias que el Estado central gira a los
municipios y al departamento cesarenses constituyen otro importante ingreso de esas administraciones pblicas. Sin embargo, aunque el aumento
de estos recursos ha irrigado de riqueza al territorio del Cesar, termin
por incentivar a muchas administraciones para que no se preocupen por
implementar polticas tributarias que fortalezcan el recaudo de recursos
propios, de suerte que en el Departamento se ha creado una fuerte dependencia de los recursos del Estado central para sanear las cuentas y
las finanzas municipales. Esta prctica resulta grave, toda vez que afecta
cualquier posibilidad de desarrollo endgeno de la regin, pues se trata
de recursos que dependen de un agente externo y que, adems de tener
atada su destinacin, terminan alimentando redes de corrupcin.
Esta dependencia se puede evidenciar en la ltima evaluacin sobre
desempeo fiscal realizada por el Departamento Nacional de Planeacin.
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Norte
Centro
Sur
Ingresos
externos
(%)
Recursos
propios
(%)
IDC*
Valledupar
38,75
100,00
84,32
La Paz
67,29
61,92
72,09
12
San Diego
71,43
67,29
74,26
Agustn Codazzi
70,40
79,43
74,68
Bosconia
61,66
83,68
76,99
Pueblo Bello
91,18
23,53
62,11
23
Manaure
84,63
42,34
63,53
19
El Copey
85,83
68,80
66,68
15
El Paso
86,38
72,85
64,61
18
Municipio
Posicin
Calificacin
Solvente
Sostenible
Vulnerable
Astrea
90,48
29,52
62,42
21
La Jagua de Ibirico
73,57
93,96
82,31
Becerril
77,57
83,38
77,69
Chiriguan
83,93
88,86
76,93
Curuman
72,72
80,22
78,16
Tamalameque
88,61
37,03
62,27
22
Pailitas
80,53
29,73
63,02
20
Chimichagua
95,82
43,95
57,21
24
San Alberto
66,29
80,86
77,92
San Martn
78,10
70,20
72,47
10
Aguachica
70,78
60,21
72,11
11
Ro de Oro
82,44
53,75
66,72
14
Gamarra
67,11
55,93
67,61
13
Pelaya,
75,16
47,04
65,51
17
La Gloria
81,90
61,03
66,40
16
Gonzlez
93,98
14,87
55,65
25
Riesgo
74,26
99,97
76,01
10
Sostenible
Solvente
Sostenible
Vulnerable
Riesgo
Sostenible
Vulnerable
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12
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Cinep-Caribe.indd 270
Hace bastante tiempo el pensador ingls Jeremy Bentham lo haba dicho con precisin: no
ha existido ni puede existir un hombre que, pudiendo sacrificar el inters pblico al suyo
personal, no lo haga. Lo ms que puede hacer el hombre ms celoso del inters pblico es
que coincida con la mayor frecuencia posible con sus intereses privados (citado en Escalante, 1994: 80).
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a pesar del cambio en las reglas del juego, se sostiene la misma prdica: para qu cobrar impuestos a los ciudadanos bajo mi jurisdiccin si,
igualmente, puedo utilizar los recursos del orden nacional para cumplir
con mis metas de gobierno?
La segunda razn se refiere al papel que ha asumido el gobierno central en el control de las regalas14. A pesar de que resulta sensato pensar
que es mucho ms costoso capturar un nivel de gobierno nacional que
uno local, no se trata de una medida que repercuta de forma directa en
un mejor desempeo de las entidades subnacionales, pues el porcentaje
de ejecucin de dichos proyectos sigue estando por debajo del que rige a
escala nacional.
An ms, la nacionalizacin del manejo de las regalas podra tener
como efecto la profundizacin de la tendencia previa en cuanto al desempeo municipal. Si, como muestran Snchez y Pachn (2013) en su artculo, la vinculacin de los alcaldes a redes estables de polticos nacionales desincentiva la generacin de recursos propios, toda vez que su aliado nacional
les otorga recursos adicionales a cambio de votos, en el actual escenario
esta tendencia terminar por consolidarse e, incluso, generalizarse a nuevas
regiones del pas. La cercana y la capacidad de cabildeo que muchos congresistas tienen ante entidades como el DNP y el mismo gobierno nacional,
los erige como un aliado estratgico que encuentra en este poder un nuevo
recurso para negociar con sus socios de las instancias locales.
En sntesis, resulta difcil pensar que las tendencias histricas al escaso
impacto positivo de los recursos de las regalas en los municipios productores del Cesar puedan reconducirse de cara al nuevo sistema.
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Se estableci una comisin rectora del sistema, presidida por el Departamento Nacional
de Planeacin, entidad encargada tambin del monitoreo, seguimiento y evaluacin de
la ejecucin de los recursos, y se otorg poder de veto a los funcionarios del gobierno
central con representacin en los diferentes rganos Colegiados de Administracin y
Decisin (Ocad), lo cual muestra que al nivel central del gobierno corresponde, finalmente,
determinar qu tipo de proyectos se financian y cules no.
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apuntaba al fortalecimiento del mercado interno bajo el modelo de industrializacin por sustitucin de importaciones.
La importante toma de posicin poltica de las elites cesarenses se evidenci, por un lado, en la buena estima en que las tuvieron varios gobiernos, entre ellos el de Alfonso Lpez Michelsen, y, por el otro, en el destacado poder de negociacin de que gozaron frente al Estado central y a
otras coaliciones regionales, gracias a una organizacin gremial que controlaba gran parte de lo que suceda con el algodn en el Departamento.
Sin embargo, el rpido crecimiento y las aceleradas transformaciones
que vivi por espacio de dos dcadas llegaron a su fin con el advenimiento de la crisis del algodn, momento cuando se visibilizan en la regin
conflictos agrarios, una creciente polarizacin de la sociedad, un relevo
parcial de las elites polticas algodoneras y la aparicin de movimientos
polticos alternativos, como muestra del malestar de una parte de la poblacin.
En este contexto se gest el tercero y ltimo modelo de desarrollo que
estudiamos: una economa de enclave basada en la extraccin del carbn,
que ha transformado el panorama productivo y agrario de la regin. En
este sentido, puede decirse que esta etapa mostr una creciente integracin econmica al mercado nacional e internacional, que no necesariamente estuvo acompaada por un mejor y ms fuerte posicionamiento
poltico frente al Estado central. El escaso control que las aristocracias
polticas tienen sobre los procesos econmicos hoy dominados por empresas multinacionales, las disputas internas que las elites escenificaron
a finales de la dcada de 1980 y gran parte de la de 1990 y el escndalo de
la parapoltica, son algunos de los eventos que explican las dificultades
que enfrenta la regin para lograr una mejor posicin en su interaccin
con el Estado central.
Cinep-Caribe.indd 274
lace territorial en los ltimos veinte aos. Ms concretamente, se pretende ofrecer un panorama general de los orgenes histricos y la evolucin
de ese conflicto en el departamento del Cesar, con un especial inters
por destacar los procesos de insercin y expansin diferenciados de los
actores armados y su relacin con los avatares del desarrollo econmico
regional.
Esta reflexin est organizada en tres subsecciones. En la primera se
presentan los elementos que explican el origen de la Violencia y del posterior conflicto armado que desde principios de la dcada de 1990 afecta
con fuerza a la regin. En la segunda seccin se describen las principales
caractersticas de los grupos armados ilegales que han protagonizado la
disputa armada en estas ltimas dos dcadas. Finalmente, en la tercera
seccin, luego de una rpida descripcin de los aspectos generales del
comportamiento de los actores armados presentes en el Cesar, se describe
en detalle la lgica temporal y territorial de la confrontacin armada en el
Departamento en el periodo que va de 1990 a 2010, con base en los datos
del Sistema de Informacin General del Cinep.
Cinep-Caribe.indd 275
Entre las principales transformaciones econmicas que vivi el Departamento en el curso de los aos 80 hay que mencionar el auge del cultivo
de la marihuana, especialmente en las partes medias de la Sierra Nevada
de Santa Marta, as como el desarrollo de los primeros proyectos mineros en el centro del Departamento, que perfilaban en la regin una nueva bonanza, con las consecuencias ya mencionadas. Eran dos actividades
productivas que resultaban atractivas para los grupos armados ilegales, ya
fuera porque despertaban la necesidad de regular cierto tipo de relaciones
laborales, ya por las cuantiosas rentas que de ellas pudieran extraer.
En el plano social, como se dijo atrs, durante esta poca afloraron con
fuerza distintos tipos de conflictos, algunos de ellos asociados al acceso a
la tierra en un entorno donde el agotamiento de la frontera agrcola haba
hecho de ella un recurso escaso. Esto se evidenci en las disputas entre
propietarios y colonos en el norte y el centro del Departamento y en las
invasiones de predios alrededor de la emblemtica hacienda Bellacruz,
ubicada en el sur. En efecto, un documento oficial de la poca, adems
de calificar de tangencial el desempeo del Incora, registraba 10.765
hectreas en conflicto, correspondientes a 24 predios ubicados en los municipios de El Copey, Valledupar, Curuman, Pailitas, Chimichagua, Tamalameque y El Paso (Ministerio de Agricultura, 1984: 69-76)
De igual forma emergieron pleitos laborales relacionados con la complicada situacin obrero-patronal que se viva en los municipios palmicultores
del sur y el norte del Departamento, donde el despliegue de la actividad sindical cobraba cada vez ms importancia alrededor de organizaciones como
Asotraindupalma, Sintraproaceites y Asintraindupalma (Proyecto Colombia Nunca Ms. Informe Zona V: 14, s. f.), con las cuales intentaron articularse sectores campesinos que reclamaban tierras (Gonzlez, 2006: 520).
En el plano poltico, la crisis del cultivo del algodn dio lugar a una
fragmentacin del campo poltico y una creciente polarizacin de la sociedad cesarense, toda vez que ellas significaron la descapitalizacin de la
elite algodonera, que vio cmo era desplazada poco a poco por un nuevo
grupo de polticos profesionales que logr insertarse con xito en la poltica regional, gracias no solo a su poder econmico sino a las buenas
relaciones que estableci con algunas familias tradicionales. Un avance
poltico tan importante que, a la postre, oblig a las oligarquas algodoneras en declive a establecer alianzas con estos nuevos sectores para evitar
desaparecer del mapa poltico regional, situacin que alcanz tal intensidad, que muchas de ellas se convirtieron en testaferros de sus negocios
(Bernal, 2004: 84 y 105).
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tos que surgan en la regin, esta vez relacionados con la competencia por
el acceso al poder local y la disputa por el monopolio del vnculo con el
Estado central para gestionar reclamos y apoyos.
Decisiones estratgicas de los actores armados
Las transformaciones sociales y polticas que vivi el Departamento,
as como las tensiones y conflictos que haban estallado en la regin
desde principios de la dcada de 1980, configuraron una estructura de
oportunidad que los grupos guerrilleros supieron aprovechar en su empeo por expandirse a nuevas regiones. As, el Ejrcito de Liberacin
Nacional (ELN), en el marco de su proceso de recomposicin tras el
golpe sufrido en el municipio de Anor (1973), y las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (Farc), de acuerdo con los objetivos contemplados en su sptima conferencia, arriban a la regin a principios
de los aos 80, atrados por las ventajas estratgicas que en trminos de
movilidad, proyeccin regional y acceso a nuevas rentas les ofreca el
departamento del Cesar.
Sin embargo, aunque encontraron estructuras de oportunidad favorables a sus planes de expansin, ellas no fueron las mismas para las
dos guerrillas, que desde principios de 1980 operan en el Departamento.
Mientras las Farc incursionaron en la regin por la zona norte, porque
estaban interesadas en consolidar una corredor de movilidad entre la
Sierra Nevada de Santa Marta y la Serrana del Perij para proyectarse
desde ah hacia los municipios del centro, el ELN penetr en el sur del
Departamento porque tena el plan de realizar un trabajo poltico con la
poblacin que posteriormente le permiti avanzar hacia las zonas ms
integradas del centro y el norte del Cesar e incidir, por la va armada, en
algunas de sus administraciones locales.
En ese sentido, es preciso sealar que las distintas condiciones estructurales de las subregiones que encontraron a su arribo evidencian un proceso de insercin diferenciado de las dos guerrillas y explican, a su vez, el
alcance territorial de su expansin y el control que lograron ejercer.
Vale decir que, al contrario de lo que ocurri, por ejemplo, en el departamento de Arauca, la expansin simultnea del ELN y las Farc en el
Cesar no provoc disputas armadas sino que, por el contrario, foment
una accin coordinada de estas guerrillas, toda vez que les resultaba estratgica una alianza para combatir enemigos poderosos, como eran los
paramilitares y la fuerza pblica.
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147
132
192
175
88
239
256
110
103
179
171
140
143
72
60
48
96
67
52
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010
50
100
150
200
250
300
Grfica 6
la poblacin, establecer arreglos sociales favorables a sus proyectos de expansin y construir relaciones de poder que garanticen su consolidacin
(Castillo y Salazar, 2007: 76).
Las dos categoras a las que nos referimos son las de acciones blicas
e infracciones al Derecho Internacional Humanitario, cuya suma nos da
como resultado el total de hechos de conflicto. As, mientras que la primera categora, las acciones blicas, nos remite a la lgica estrictamente
militar de cada uno de los actores armados, la segunda, infracciones al
DIH, nos permite identificar el nivel de afectacin de los civiles en medio
de la guerra, que obra como una manera bastante aproximada de identificar la disputa por las adhesiones de la poblacin civil.
Una primera aproximacin al comportamiento de estas dos categoras
nos muestra trayectorias distintas en el caso del Cesar, que no alcanzamos
a distinguir en un indicador ms agregado, como los hechos de conflicto
presentados en la Grfica 6, que corresponde a la suma de las dos categoras (vase Grfica 7).
No obstante, como veremos a continuacin, los actores armados contribuyen, en distinto grado, a definir cada una de las categoras, lo cual
nos ayuda a comprender cul fue la naturaleza de su accin en el departamento del Cesar durante los veinte aos que aqu analizamos.
Cuadro 9
ELN
Farc-EP
Fuerza pblica
Paramilitares
Total
Tipos de categora
Acciones blicas
Infracciones al DIH
Nmero
%
Nmero
%
434
175
474
28
1.111
39,0
16,0
43,0
3,0
100,0
385
144
137
825
1.491
26,0
10,0
9,0
55,0
100,0
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32
56
71
76
63
69
72
120
56
74
Acciones Blicas
66
109
49
190
66
190
56
54
39
64
69
110
87
84
83
57
74
69
35
37
32
28
38
10
58
38
10
57
52
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010
DIH
20
40
60
80
100
120
140
160
180
200
Grfica 7
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56
56
32
1991
88
1992
1993
6963
132
120
1994
72
192
Acciones Blicas
7671
147
1990
74
130
Total hechos
Grfica 8
109
1995
66
175
190
1996
49
239
Infracciones al DIH
190
1997
66
256
Grfica 9
Departamento del Cesar
Municipios afectados por el conflicto armado
1990-1997
GONZLEZ
ASTREA
1
4
TAMALAMEQUE
13
GAMARRA
13
CHIMICHAGUA
13
MANAURE
LA PAZ
15
21
RO DE ORO
23
EL PASO
23
CHIRIGUAN
24
LA GLORIA
BOSCONIA
SAN MARTN
30
34
45
SAN DIEGO
61
BECERRIL
62
PAILITAS
LA JAGUA DE IBIRICO
AGUSTN CODAZZI
64
67
82
PELAYA
CURUMAN
SAN ALBERTO
EL COPEY
AGUACHICA
VALLEDUPAR
90
95
104
110
178
187
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tambin los proyectos mineros a los que se les deba el crecimiento econmico que desde principios de 1990 experimentaba el Departamento.
La emergencia del paramilitarismo
De esta forma, hacia 1996 se establecieron en el Cesar las Autodefensas
Campesinas de Crdoba y Urab, que, posteriormente, se convertiran en
las Autodefensas Unidas de Colombia, las cuales mantuvieron su presencia a travs del Bloque Norte y se expandieron desde Codazzi y Valledupar hacia las subregiones del centro y el sur.
Sin embargo, lo que en el norte se experiment como un fenmeno
nuevo de la violencia, que desde 1996 buscaba articular los diversos
grupos de seguridad privada alrededor de una organizacin ms compleja, como lo eran las AUC, en el sur ya contaba con antecedentes importantes, como las denominadas Autodefensas del Sur del Cesar, conformadas a finales de la dcada de 1980 por los ganaderos Roberto Prada y su
hijo Juan Francisco.
Las Autodefensas del Sur del Cesar, que hasta principios del decenio
de 1990 se haban mostrado como una organizacin reactiva que intentaba repeler los ataques de las guerrillas y poner a salvo los intereses de los
ganaderos y palmicultores de la subregin, a finales de este subperiodo
demostr ser la fuerza militar, logstica y social requerida para iniciar un
proceso de expansin importante en sus zonas de influencia, proceso que
explica el hecho de que hasta el ao 1996 esta subregin haya sido el eje
de la disputa armada.
As lo demostraron hechos como las jornadas antisubversivas que
adelantaron campesinos, ganaderos y agricultores de la subregin en julio
de 1995: en enero de 1995, la masacre de Puerto Patio, en zona rural de
Aguachica, donde este grupo paramilitar asesin a ocho campesinos, y la
realizacin de una cumbre paramilitar en la que decidieron implementar
una segunda fase ante lo que consideraban como un ataque del gobierno
contra sus comandos y bases campesinas (Vanguardia Liberal, 18 de
agosto, 4F).
Mientras en el sur las histricas autodefensas de los Prada iniciaban lo que pareca ser una nueva etapa de su actividad blica, en el norte
las operaciones que, hacia el mes de octubre de 1996, emprendieron las
Autodefensas Campesinas de Crdoba y Urab alrededor de Codazzi y
Valledupar, promovieron un importante cambio territorial: la conversin
de esta subregin en el principal escenario del conflicto armado en el
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39
43
Sur
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32
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50
42
66
27
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88
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15
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25
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12
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10
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1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010
Centro
Nmero de hechos
Norte
20
40
60
80
100
120
140
160
Grfica 10
Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40. Esta expansin tuvo un alcance tan
decisivo, que el proyecto paramilitar cal hasta en las ms hondas fibras
de la sociedad cesarense, al gozar de una legitimidad que sorprende, si
se tiene en cuenta que la poblacin civil era el principal objetivo de su
estrategia contrainsurgente.
Sin embargo, las lealtades y simpatas de la poblacin por el paramilitarismo se explican en gran parte como un resultado apenas previsible de la indiscriminada agresividad que desplegaron las guerrillas en el
Departamento mediante la aplicacin de mecanismos tan dainos como
las tristemente clebres pescas milagrosas, que convirtieron las vas de
comunicacin del Cesar en las ms inseguras de la nacin y que afectaron
no solo a quienes consideraban sus objetivos (ganaderos, empresarios,
etc.) sino tambin a los campesinos y pequeos comerciantes, quienes
vieron hondamente afectada su situacin econmica.
En este contexto se present un total de 703 hechos de conflicto, de
los cuales 334 correspondieron a acciones blicas y 369 a infracciones al
DIH, lo que evidenci un decrecimiento respecto del periodo inmediatamente anterior (vase Grfica 11).
En lo que respecta a la expresin territorial del conflicto en el curso
de este subperiodo se observan dos hechos importantes. Primero, que, a
pesar del descenso de los eventos de armas, ellos continuaron afectando de manera importante a gran parte del Departamento, excepto en los
municipios de Gonzlez, que no registra accin alguna, y Gamarra, San
Martn y Pueblo Bello, donde se presentaron menos de dos en el curso de
todo el subperiodo (vase Grfica 12).
En segundo lugar, en relacin con las dinmicas subregionales es importante sealar que, a pesar de que el conflicto armado tenda a concentrarse en la subregin nortea, se presentaron variaciones importantes en
las coyunturas de los aos 2000 y 2001, cuando se evidencia un notable
crecimiento de las cifras en las subregiones del sur y el centro, que coincide con los aos de mayor incremento del conflicto blico despus del ao
1997, el pico mximo de toda la serie (vase Grfica 13).
El sobresaliente incremento de la violencia que se vivi en el sur del Departamento en el ao 2000 est relacionado con el arribo del Bloque Central
Bolvar a la ciudad de Aguachica con el objetivo de disputar el territorio a las
Autodefensas del Sur del Cesar y a los frentes Camilo Torres del ELN y 24 de
las Farc, en un entorno de movilizacin social que, como veremos ms adelante, favoreci an ms el fortalecimiento del proyecto paramilitar.
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Acciones Blicas
64
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110
Total hechos
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87 84
2001
171
83
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Infracciones al DIH
57
Grfica 12
PUEBLO BELLO
SAN MARTN
GAMARRA
TAMALAMEQUE
CHIMICHAGUA
ASTREA
SAN ALBERTO
EL PASO
MANAURE
RO DE ORO
BOSCONIA
13
PAILITAS
14
PELAYA
20
LA PAZ
21
LA GLORIA
22
BECERRIL
CHIRIGUAN
LA JAGUA DE IBIRICO
28
32
36
SAN DIEGO
43
EL COPEY
43
CURUMAN
65
AGUSTN CODAZZI
65
AGUACHICA
VALLEDUPAR
77
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20
21
Centro
Sur
18
15
23
1991
24
25
27
1992
39
24
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29
12
31
1994
19
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1995
14
12
23
1996
33
1990
Norte
10
20
30
40
50
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70
17
24
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1997
14
17
25
1998
24
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33
18
18
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28
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26
2001
Grfica 13
16
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2002
24
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2003
33
2004
26
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2006
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10
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2007
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2009
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Acciones Blicas
ELN
FARC
FUERZA PBLICA
PARAMILITARES
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010
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20
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Infracciones al DIH
1990
1991
1992
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1994
1995
ELN
1996
20
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80
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160
180
1998
FARC
1997
2000
2001
FUERZA PUBLICA
1999
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2003
2004
PARAMILITARES
2002
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2008
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En este punto es importante insistir en que, en el caso del Cesar, contrariamente a lo sucedido en otros departamentos, los polticos locales involucrados en el escndalo de la parapoltica parecen no haber tenido el mismo margen de maniobra en sus negociaciones con
el grupo armado correspondiente. En ese sentido, la etapa en la que la clase poltica supo
instrumentalizar al grupo armado y mantener sobre l un control importante parece no
haber tenido lugar, como se evidenci en el caso de Sucre entre los aos 1996 y 2002.
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As ocurri con los asesinatos de varios alcaldes, concejales y lderes polticos del Departamento. Entre otros, se contaban distintos casos: Miguel Romero Morn y Julio Csar
Rodrguez Morn, quienes fueron alcaldes de El Copey; ngel Rodrguez, alcalde de El
Paso y la personera de Curuman; los concejales de San Alberto, Hugo Lpez Quiroz y Jos
Saldaa Ballena; la aspirante a la alcalda de esta misma poblacin durante las elecciones
de 2003, Ada Cecilia Lasso; el concejal de Aguachica, Miguel Malo Quiroz, y el exalcalde y
por entonces aspirante a un segundo mandato, Luis Fernando Rincn (Verdad Abierta. El
genocidio no contado del Cesar).
grupos de seguridad privada independientes, que operaban en el Departamento bajo el ribete de las AUC, as como sus acercamientos a
otros lderes de las autodefensas, contra quienes Jorge 40 sostena una
disputa territorial, como ocurra en el caso de los vnculos entre Hugo
Gnecco, exalcalde de Santa Marta, y Hernn Giraldo, jefe paramilitar de
la Sierra Nevada de Santa Marta y quien posteriormente se doblegara
ante el poder de Tovar Pupo.
Por su parte, los Arajo y su movimiento poltico Alas resultaron
beneficiados por un convenio de alcance regional que estableci la divisin en distritos electorales de varios departamentos de la Costa Caribe,
a fin de consolidar un tinglado poltico lo suficientemente fuerte para
representar los intereses del grupo paramilitar en las ms altas dignidades
pblicas del orden nacional: el Congreso de la Repblica.
Bajo esta estrategia, con ocasin de las elecciones de 2002, Jorge 40
orden dividir el departamento del Cesar en tres distritos electorales:
el primero de los cuales estaba integrado por los municipios que tenan
un frente comn de intereses de cara a los recursos mineros: El Copey,
Bosconia, El Paso, Becerril, Astrea, La Jagua, Chiriguan y Chimichagua. All la orden fue votar por Mauricio Pimiento (Movimiento S
Colombia) y su frmula a la Cmara de Representantes, Jorge Ramrez (Partido Liberal). El segundo distrito comprenda los municipios de
Curuman, Pailitas, Tamalameque, Pelaya, La Gloria, Aguachica, San
Martn, Ro de Oro y San Alberto, y le correspondi a lvaro Arajo
Castro (Movimiento Alas) y su frmula para la Cmara, Miguel ngel
Durn Gelvis (Movimiento de Integracin Regional). Y un tercer distrito, de Cielos abiertos, estaba integrado por los municipios de Valledupar, Codazzi, La Paz, San Diego, Manaure y Pueblo Bello, donde los
candidatos ungidos por las autodefensas podan disputarse el favor
del electorado con aparente libertad.
Obedeciendo a esta estricta divisin electoral, los cuatro candidatos resultaron elegidos. De esa forma, mientras Mauricio Pimiento dej
de ser el jefe poltico de arraigo regional que en 1994 haba llegado a
la Gobernacin para convertirse en Senador de la Repblica con un
capital electoral de 47.027 votos, lvaro Arajo dobl la votacin que
en los comicios anteriores lo haba habilitado para su segundo periodo
en la Cmara de Representantes: de tener un capital electoral cercano
a 34.000 votos pas a uno que superaba los 77.000 (Acevedo y Arias,
2010: 63).
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En ese contexto afloraron conflictos entre los dos grupos por el control de la poltica local, como el que se present en Aguachica con ocasin
de la controvertida18 eleccin del alcalde David Simanca, quien, posteriormente, fue asesinado. De acuerdo con un informe del Observatorio
de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la Repblica sobre la subregin, detrs de esta controvertida eleccin y su fatal resultado estaba
la disputa poltica entre el Bloque Norte, que patrocinaba a Simancas, y el
Bloque Central Bolvar, que, al parecer, apoyaba a la candidata rival, Luz
Irina Prez (Vicepresidencia de la Repblica, 2006a: 66).
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Los primeros resultados electorales arrojaron un empate de 5.523 votos entre los dos candidatos, el cual, despus de la eliminacin de 23 mesas de votacin por no haber entregado
los resultados a tiempo, se resolvi a favor de Simancas (Vicepresidencia de la Repblica,
2006a: 66; Vote Bien, 2006).
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Total hechos
2004
35
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Acciones Blicas
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2005
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28
48
2006
38
Infracciones al DIH
10
cremento que se concentra en los aos 2004, 2005 y 2006 (vase Grfica
17). Se trata de un dato inusual de la serie, no solo porque describe una
trayectoria distinta de la que se puede percibir para el Departamento,
sino tambin porque este municipio no se haba visto involucrado en los
hechos de ninguno de los subperiodos anteriores. Como se ver ms adelante, la respuesta a este interrogante tiene que ver con la accin decidida
de la Fuerza Pblica parar recuperar los territorios que estaban controlados por las guerrillas, en este caso una poblacin donde las Farc haba
mantenido un dominio histrico desde principios del decenio de 1980.
Los principales hechos de conflicto, clasificados de acuerdo con la situacin general de cada uno de los actores armados durante este subperiodo, al cual hemos denominado de hegemona paramilitar y recuperacin territorial, se presentan en el aparte que sigue.
Hegemona paramilitar
La consolidacin del paramilitarismo se expres de diversas maneras. En
el mbito territorial, el frente Mrtires del Cacique del Valle de Upar,
comandado por David Hernndez, alias 39, haba asegurado las zonas
bajas de la Sierra Nevada de Santa Marta, especficamente un tramo de la
carretera San Marta-Valledupar-La Guajira, que tradicionalmente haba
sido objeto del asedio guerrillero, porque resultaba estratgico para extenderse paralelamente al ferrocarril que transporta el carbn de El Cerrejn y al trazado final del oleoducto Cao Limn-Coveas.
Una vez asegurado este territorio, el frente emprendi un cerco militar
que debilit an ms a las guerrillas asentadas en la parte alta de la Sierra y afect a la poblacin indgena, que desde haca algn tiempo deba
pagarle un impuesto al grupo paramilitar para poder comercializar los
productos agrcolas que cultivaba.
Por su parte, en la subregin sur los pocos eventos de conflicto de
este subperiodo, cuyo pico ms alto seala apenas doce hechos en el
ao 2006, son un indicador claro del control que haban alcanzado en la
regin los distintos frentes paramilitares que operaban all (Vicepresidencia de la Repblica, 2006: 64).
En el mbito poltico y social, la influencia paramilitar se profundiz
an ms durante las elecciones locales de 2003, momento en el cual las
presiones no se hicieron esperar. As qued demostrado en los casos de
Chimichagua y de Astrea, donde varios candidatos a la alcalda se vieron
obligados a desistir de sus aspiraciones, lo mismo que con motivo de la
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Grfica 17
CHIRIGUAN
SAN ALBERTO
LA GLORIA
GONZLEZ
MANAURE
BOSCONIA
PELAYA
EL PASO
LA JAGUA DE IBIRICO
12
EL COPEY
12
PAILITAS
15
BECERRIL
15
LA PAZ
17
CURUMAN
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AGUACHICA
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20
23
SAN DIEGO
30
AGUSTN CODAZZI
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VALLEDUPAR
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2007
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Total hechos
2008
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57
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Acciones Blicas
Grfica 18
2009
52
2010
Infracciones al DIH
Grfica 19
Departamento del Cesar
Municipios afectados por el conflicto armado
2007-2010
SAN DIEGO
PELAYA
LA JAGUA DE IBIRICO
GAMARRA
CHIRIGUAN
BECERRIL
CHIMICHAGUA
ASTREA
LA PAZ
EL COPEY
PUEBLO BELLO
CURUMAN
AGUSTN CODAZZI
SAN MARTN
SAN ALBERTO
LA GLORIA
VALLEDUPAR
21
AGUACHICA
124
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haban establecido para la distribucin territorial y el control de la poblacin y de las actividades ilcitas.
De esa manera, sin disponer de referencias claras o de figuras sociales
de alguna ascendencia en la subregin, la etapa posterior a la entrega de
armas del Bloque Central Bolvar y de los frentes Hctor Julio Peinado y
Resistencia Tairona, del Bloque Norte, no pudo ser sino una violentsima
disputa por controlar la explotacin de actividades ilcitas, como el contrabando de gasolina, y por asegurar el corredor de movilidad que conecta el sur de Bolvar con la regin del Catatumbo y la vecina Venezuela.
Las bandas: Urabeos y Rastrojos20
El proceso de recomposicin paramilitar en el departamento del Cesar
entre 2007 y 2010 evidencia una transformacin importante de la situacin, ya que las fuertes disputas armadas que sostenan distintas agrupaciones ilegales en un contexto de fragmentacin del poder paramilitar
han dado paso a una nueva etapa de alianzas estratgicas, incentivadas
por el arribo de estructuras armadas ms complejas y con mayor capacidad operativa y logstica, que desde Urab, Crdoba y el Magdalena
Medio se han proyectado a distintas subregiones del Departamento con
el objetivo de controlar territorios estratgicos para el control de la poblacin, el transporte de narcticos y la extraccin de rentas locales.
Ms all de la discusin semntica de si son o no bandas criminales,
como asegura el gobierno, o si se trata ms bien de neoparamilitares o
sencillamente de grupos rearmados, lo cierto es que, en el caso del Cesar,
estamos hablando de un fenmeno que entraa la permanencia de un
sector importante de los frentes del Bloque Norte como una estrategia
ideada por Jorge 40 para mantener las estructuras sociales y econmicas
que el paramilitarismo construy en el curso de ms de diez aos. Sin
embargo, esto no significa que el fenmeno permanezca inmutable, sino
que, por el contrario, aunque hay continuidades en el recurso humano
que alimenta a estas agrupaciones y que hace que los pobladores de la
regin las identifique como los mismos paramilitares, las nuevas caractersticas organizativas de tales estructuras armadas le imponen algunos
lmites. En efecto, los frecuentes relevos de sus cabecillas y la tendencia
hacia un mando descentralizado y menos cohesionado, llevaron a que su
20
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Gran parte de este apartado se basa en los diferentes informes de riesgo que la Defensora
del Pueblo ha emitido desde 2008 hasta la fecha, as como en sus correspondientes notas de
seguimiento (2008; 2009; 2010a; 2010b; 2011).
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el sur por una organizacin rival que se proyectaba desde esta subregin
hacia las zonas ms integradas del Departamento, aprovechando la discrepancia interna dentro de Los Urabeos desatada despus de la captura, en abril de 2009, de su mximo cabecilla nacional, alias Don Mario.
Por su parte, la insercin de Los Rastrojos, la organizacin auspiciada por el cartel del norte del Valle del Cauca, tuvo lugar hacia mediados
de 2008, cuando un grupo de hombres provenientes del sur de Bolvar
llegaron al sur del Cesar con el objetivo de controlar las zonas paralelas
al ro Magdalena, desde La Dorada (Caldas) hasta la regin Caribe. Ms
especficamente, los municipios ubicados en cercanas de las principales
vas de transporte terrestre y de los puertos sobre el ro Magdalena, como
Aguachica, La Gloria, Tamalameque y Gamarra con el fin de asegurar un
corredor de movilidad para el transporte de narcticos, ya mencionado
(Defensora del Pueblo, 2010a).
Aunque sus cabecillas an no se conocen con claridad, lo cierto es que
el control territorial que lograron establecer hacia finales del ao 2009,
luego de atraer a su seno a muchos grupos y redes criminales locales,
les permiti contener la avanzada de Los Urabeos en esta subregin y
disputar el control sobre las rutas de comercializacin de la coca e incluso
sobre territorios que estaban bajo su tutela.
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En cuanto al alcance geogrfico entendido como el nmero de municipios que registraron hechos de conflicto durante el periodo de anlisis, observamos que, si bien durante los dos primeros subperiodos tales
municipalidades sumaron 24, en el tercero la cifra se redujo a 19 y en el
cuarto a 18. Sin embargo, llama la atencin todava ms la disminucin
del total de hechos violentos sucedidos en los municipios en cada uno
de los subperiodos, pues se present un descenso importantsimo que,
no obstante, no denota la ausencia de grupos armados sino, antes bien,
puede significar un control territorial notable de los mismos.
En ese sentido, es aventurado afirmar que el departamento del Cesar
es un escenario que transita hacia el posconflicto, no solo porque desconoce una realidad evidente para muchos de sus pobladores (los paramilitares siguen ah) sino tambin porque no estimula el descubrimiento
de mecanismos que permitan implementar muchas de las polticas de
la agenda nacional sin que se traduzcan en nuevas formas de violencia,
sobre todo en un territorio donde se conjugan asuntos tan estratgicos
para el orden nacional como la minera, la reparacin de las vctimas y la
restitucin de tierras.
Conclusiones generales
Este captulo ofreci una explicacin histrica del trnsito de una sociedad regional prspera y pacfica a una sociedad violenta y en crisis en
el marco de su paulatino proceso de integracin poltica, econmica y
territorial a la nacin. Adems, esboz una interpretacin de los fenmenos temporales y territoriales de la confrontacin armada que en ella ha
tenido lugar en las ltimas dos dcadas.
En esta seccin de conclusiones merecen recogerse por lo menos tres
aspectos que dan cuenta de asuntos tericos de mayor envergadura y que
ayudan a comprender otro conjunto de casos regionales.
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En sntesis, los tres momentos muestran el dinmico proceso de integracin territorial de una sociedad regional segn las particularidades
de sus modos de produccin vigentes y las posibilidades que distintos
sectores sociales encuentran de apropiarse de los excedentes de capital
con el nimo de posicionarse mejor en un entorno poltico competitivo.
As, de un tipo de elite con buenos vnculos personales en el orden
nacional y muy bien posicionada por los procesos productivos que lideraba, se pas a un ltimo tipo de elite ms turbia, que vio disminuida
su capacidad de accin en el mbito nacional por su involucramiento en
prcticas de corrupcin e ilegalidad.
Estas dinmicas son consistentes con la necesidad de desligar de toda
pretensin teleolgica y lineal los procesos de integracin de las sociedades regionales al mbito nacional. Por el contrario, este fenmeno est
signado por la contingencia y sujeto a retrocesos que se definen de acuerdo con las diversas formas como interactan sus dimensiones poltica,
econmica y social.
Prosperidad y (no) violencia
El segundo aspecto del caso del Cesar que llama la atencin es que no
se corresponde con aquellas explicaciones que sostienen que una de las
vas hacia la violencia tiene que ver con una pauta de desarrollo acelerada en un contexto de precariedad institucional (Bejarano, Echanda,
Escobedo y Len, 1997: 105). En efecto, durante la bonanza algodonera
el Departamento experiment un crecimiento econmico vertiginoso, en
un momento en que su entorno institucional pareca no poder contener
las demandas de bienestar de una poblacin en continuo aumento.
Aunque trabajos como el de Fernando Bernal (2004) resuelven el
enigma esbozando la tesis de la naturaleza democrtica del cultivo algodonero, las cifras y la informacin cualitativa muestran una tendencia
distinta, que lleva a pensar que esta explicacin tiene una validez parcial.
Por un lado, observadas en el nivel subregional, las cifras indican que la
democratizacin de la tierra incentivada por la produccin del algodn
se sostiene nicamente para unos pocos municipios del sur del Departamento (no todos algodoneros, por cierto). Por el otro, la evidencia cualitativa apunta a que las relaciones laborales establecidas en el seno de esa
ocupacin no fueron estrictamente justas y armoniosas. Por el contrario,
los malos tratos parecen haber sido ms la regla que la excepcin (Snchez Baute, 2008: 170; Mrmora, Hernndez y Bermdez, 1976).
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unidireccional, y, en segundo lugar, no se limita a un problema de instituciones, como suele asumirse. En la explicacin deben tenerse en cuenta,
adems, factores tan diversos como la lgica productiva del recurso que
impulsa la prosperidad, la naturaleza de los agentes involucrados y las
creencias de aquellos que, eventualmente, pueden o no motivar el escalamiento de los conflictos en contextos de creciente desigualdad.
La interaccin entre poltica e ilegalidad
El tercer aspecto a destacar tiene que ver con la estructura organizativa
que asumi el paramilitarismo y con su posicionamiento en la poltica departamental. De manera similar a lo ocurrido en otras regiones del pas,
en el territorio cesarense el paramilitarismo se expres de una manera
diferenciada, con la particularidad de que las caractersticas personales
de su principal lder, Jorge 40, y de sus mandos medios, permitieron consolidar una estructura de comando y control jerrquico que redujo las
expresiones de oportunismo dentro de sus filas y le asegur un margen
de maniobra mucho mayor frente a los polticos locales, sobre todo en
las subregiones central y nortea. En el sur del Cesar, por el contrario, la
situacin fue ms problemtica, toda vez que all se sobrepusieron distintos bloques paramilitares que se trenzaron en la disputa por el poder local
con aliados polticos en una y otra orilla.
La situacin es ilustrativa de las dificultades y variaciones de los acuerdos entre personajes polticos e ilegales, en el marco de lo que ha dado en
denominarse parapoltica. En este captulo sostuvimos que la ascendencia de Jorge 40 en la poltica local se explica no solo por el capital social
que sustentaba su liderazgo, sino tambin por la ausencia de experiencias
previas de las elites cesarenses en el manejo y administracin de la violencia, caracterstica que, finalmente, les impidi instrumentalizar al grupo
armado de manera discrecional, al contrario de lo que aconteci en otros
departamentos de la Costa Caribe.
A manera de contraste, ntese la deriva del paramilitarismo en el departamento de Sucre, donde el mismo, al contrario de lo que sucedi en el
Cesar, surgi como apndice de un conjunto de polticos locales que, ante
la incapacidad de llegar a un acuerdo, definieron una estructura de comando militar bipartita en la cual Diego Vecino (al servicio de la familia
Merlano) y Rodrigo Cadena (a rdenes de lvaro Garca) dividieron sus
lealtades en redes polticas que competan entre s. Bajo esta estructura,
los problemas de coordinacin dentro del grupo armado fueron eviden-
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21
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Las elecciones locales de 2003 fueron el escenario donde se hizo ms evidente la posicin
estratgica que haba adquirido el paramilitarismo. Poca gracia despertaron entre las elites
polticas del Departamento los intentos del lder paramilitar por capturar sus redes clientelistas y el trabajo poltico que su frente, por medio de Vecino, comenz a adelantar con las
que fueran sus bases sociales. En el primer caso, las cuotas burocrticas asignadas a Cadena
en las carteras de Educacin y Salud del Departamento, a cambio del apoyo electoral que le
brind a Jorge Anaya en su carrera hacia la Gobernacin, le otorgaron el poder necesario
para llegar a todos los lugares del Departamento con nombramientos de maestros, adjudicaciones de contratos y dems actividades propias de la administracin pblica. En el
segundo, la construccin de los denominados acumulados solidarios, definidos por Diego
Vecino como [la injerencia poltica] resultado de un trabajo a conciencia, con las bases, le
permiti al grupo armado ejercer control sobre todas las alcaldas y concejos de los municipios del Golfo de Morrosquillo, capturar sus rentas y definir los destinos de los presupuestos
locales. A travs de la creacin de cooperativas, como Coopsabana, Asosanjorge y Asosin,
los grupos paramilitares manejaron los contratos de los municipios de esta subregin, lo
que report ingentes recursos a la organizacin armada.
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El Tiempo, 22 de enero, 2006
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Captulo 4
Conflictos, violencias y resistencias
en los Montes de Mara
Un anlisis de temporalidad extendida
Eduardo Porras Mendoza
Introduccin
Colombia arrastra una larga historia de violencia: a lo largo del siglo XIX
padeci ocho guerras civiles de carcter nacional, sin contar la guerra de
Independencia, las dos guerras internacionales contra el Ecuador y una
treintena de guerras civiles regionales de raigambre partidista (Tirado M.,
2001; Gonzlez G., 2006). Por si fuera poco, despedimos esa centuria y le
dimos la bienvenida al siglo XX en medio de la Guerra de los Mil Das y
sus ms de cien mil muertos, la ms cruenta que viviera nacin latinoamericana alguna durante ese perodo (Snchez, 2006). La primera mitad
del siglo XX colombiano estuvo caracterizada por una tensa calma en la
cual la violencia no dej de hacer marcada presencia, como en los casos
de la masacre de las Bananeras, en el Magdalena; la etapa conflictiva de
1930 en los Santanderes y Boyac, de fuerte impacto en Cundinamarca,
Antioquia y Caldas; la guerra contra el Per y los magnicidios de Rafael
Uribe Uribe y Jorge Elicer Gaitn, a ms de cuatro dcadas de distancia
entre ellos (Ortiz, 1995). La muerte de Gaitn, por lo dems, supone la fecha emblemtica de una poca de friccin entre liberales y conservadores
conocida, precisamente, con el nombre de la Violencia, con dos periodos
traumticos claramente definidos, 1948-1953 y 1954-1958, que legaron
a esta sociedad entre 200.000 y 300.000 muertos, ya al borde de la sexta
dcada del siglo XX1. Y cuando las elites creyeron que el pas se aprestara
1
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Sobre el particular puede consultarse: Oquist (1978); Guzmn Campo, Fals Borda &
Umaa Luna (1988); Snchez y Meertens (2006); y Snchez y Pearanda (2007).
a un periodo de paz estable y duradera, tras los pactos de Sitges y Benidorm que inauguran el Frente Nacional en medio de la bipolaridad de la
Guerra Fra, la Revolucin Cubana lleg al poder (1959) y difumin por
toda Amrica Latina el sarampin de la revolucin comunista. El Frente
Nacional haba constitucionalizado en Colombia el bipartidismo, y aunque el Partido Comunista, ilegalizado de tiempo atrs por el gobierno,
haba recuperado su existencia oficial tras la cada del rgimen militar, en
1961 agita la bandera de la combinacin de todas las formas de lucha, lo
que deviene en la fundacin, en 1964, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) tras la ejecucin de la llamada Operacin Marquetalia2. En ese momento acontece, a manera de mito fundacional, no
solo el nacimiento de las Farc sino tambin del actual conflicto armado
interno colombiano (Pizarro, 2011: 179). Un antecedente importante en
la conformacin de las Farc fueron las guerras de Sumapaz o de Villarrica
(Tolima), en los tramos 1948-1953, 1954-1957 y 1958-1965. En esa regin
se fund la Colonia Agrcola del Sumapaz, dirigida por Erasmo Valencia,
a la vez creador del Partido Agrario Nacional, aunque la colonia, en la
prctica, estuvo bajo el dominio del Frente Democrtico de Liberacin
Nacional impulsado por el Partido Comunista. Las fuertes confrontaciones entre las fuerzas militares y las guerrillas comunistas, integradas por
colonos armados, condujeron a la expansin de los frentes de colonizacin hacia el sur, en los hoy departamentos de Caquet y Guaviare, zonas
que desde entonces han constituido el nicho natural de las Farc.
En este orden de ideas, el decenio de los aos sesenta leg al pas una
guerrilla de primera generacin en la que, adems de las Farc, aparecen el
ELN y el EPL (Pizarro, 2011: 185), y, en las tres dcadas posteriores, nuevas generaciones guerrilleras como el M-19, ADO, Quintn Lame, MirPatria Libre, PRT, CRS, ERP, entre otras (Behar, 1986). Este cuadro de
2 No obstante lo anterior, vale la pena resaltar la advertencia que hace Eduardo Pizarro
(2011) en el sentido de que, si bien 1964 es tomado como el ao fundacional de las
Farc, no es menos cierto que se trata de un fenmeno con races anteriores incluso a
la Revolucin Cubana y de clara extraccin comunista y no derivado de la cooptacin
de antiguos guerrilleros liberales por el Partido Comunista despus de la Operacin
Marquetalia: La guerrilla colombiana tiene dos particularidades con respecto a las
guerrillas del resto de Amrica Latina: por una parte, la emergencia temprana de este
actor poltico con amplia antelacin a la revolucin cubana. Y, por otra parte, su carcter
crnico. Basta decir, para subrayar uno y otro aspecto, que Manuel Marulanda Vlez
ingres a las guerrillas comunistas en el ao de 1952 siete aos antes de la entrada
triunfal del Movimiento 26 de Julio a La Habana, y al Comit Central del Partido
Comunista de Colombia (PCC) en el ao de 1962. Dos aos antes del cerco militar a
Marquetalia y al nacimiento de las futuras Farc (p. 7).
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Ms all de esta observacin, no puede dejarse de lado que la contienda armada interna del pas es el cuarto ms antiguo del mundo, solo
superado por tres contiendas asiticas: la disputa entre India y Paquistn
por la regin de Cachemira, que data de 1947; el conflicto entre Israel y
Palestina, surgido en 1949; y la guerra civil por la secesin de la regin de
Shan, en Birmania o Myanmar, que se desarrolla desde 1960 (Pizarro,
2004: 49). Por esta y otras razones, se ha caracterizado la guerra colombiana contempornea diciendo que () se trata de un conflicto armado
interno (inmerso en un potencial conflicto regional complejo), irregular,
prolongado, de races ideolgicas, de baja intensidad (o en trnsito hacia
un conflicto de intensidad media), en el cual las principales vctimas son
la poblacin civil y cuyo combustible principal son las drogas ilcitas (Pizarro, 2004: 80).
Este examen general del actual conflicto armado interno colombiano
reviste, entonces, ciertas particularidades en las diferentes regiones del
pas, entre ellas los Montes de Mara, la unidad de anlisis contextual que
se aborda en el presente captulo. Ahora bien, como espacio geogrfico,
los Montes de Mara tambin conocidos como Serrana de San Jacinto
son una prolongacin de la Serrana de San Jernimo (en la Cordillera
Occidental de los Andes), alcanzan una extensin aproximada de 6.317
Km2, ocupan 16 municipios del norte de los departamentos de Bolvar y
Sucre5, en la regin Caribe, y cuentan con cerros de hasta 810 m. s. n. m.,
aunque su altitud promedio se sita en el orden de los 400 metros. En
2013 su poblacin se estimaba en 353.591 personas (Dane, 2013), cuya
vocacin econmica tradicional es la agricultura y la ganadera de pequea escala (sector campesino), con amplios espacios dedicados a la ganadera extensiva, en poder de elites locales y regionales y que en los ltimos
aos se aade a cultivos comerciales de palma africana en Marialabaja y a
maderables en Crdoba y Zambrano (Incoder, 2012).
El presente texto aborda ese contexto a partir del proceso de formacin social operado en los Montes de Mara y su relacin con ciertos
5 Los municipios son: Crdoba, El Carmen, El Guamo, Marialabaja, San Jacinto, San
Juan Nepomuceno, Zambrano, en el departamento de Bolvar; y Chaln, Colos, Los
Palmitos, Morroa, Ovejas, San Antonio de Palmito, San Onofre, Sincelejo y Toluviejo,
en el departamento de Sucre.
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() mustrase la gente de esta tierra ser belicosa, y tener guerras unos con otros,
porque en este pueblo donde nosotros estamos, que es pueblo de calidad, y el
otro grande, los hallamos todos cercados, la mayor parte de ellos, de cabezas de
muertos puestas en palos. Lo que de ello hemos podido alcanzar, es que son de sus
enemigos (Corrales, 1999: 34).
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ofrecidas a insurrectos en nuestro territorio, dentro del esquema de perdn y olvido6. As, a ms de las guerras de pueblos indgenas entre s y de
las hostilidades entre stos y los invasores espaoles, habra que agregar
la beligerancia con los africanos sublevados, segn la constancia histrica
del cardenal espaol.
Varias fueron las rutas y zonas preferidas por los cimarrones para evadir a las autoridades coloniales. Palenques hubo en las selvas y valles de
los ros Sin y San Jorge, en los territorios del ro de la Hacha, en la regin
aurfera de Simit y Zaragoza, as como en inmediaciones de Cartagena,
hacia el norte, en la Serrana de Pioj y la Cinaga de Luruaco. No obstante, el rea geogrfica que ofreca mayores ventajas estratgicas para la
localizacin de los palenques fue la de arcabucos, cinagas y montaas de
Mara, al sureste de Cartagena, dada no solo la facilidad para la obtencin
de alimentos, sino tambin las condiciones topogrficas que dificultaban
el acceso de las tropas espaolas a los territorios cimarrones. Por si fuera poco, la cercana con Cartagena significaba oportunidades de libertad para otros esclavos que emprendieran la huida, aspecto que adems
contribua a mejorar el pie de fuerza de los africanos insurrectos. No en
vano los ms importantes palenques de entonces fueron fundados en los
Montes de Mara.
Los palenques no seran solamente enclaves de tipo militar, sino tambin social y cultural. En ellos se combinaban caractersticas africanas,
indgenas y europeas, ya que se ha documentado la existencia de circuitos
sociales y comerciales entre palenques, poblados indgenas y ciudades y
villas espaolas (Borrego Pla, 1994; Vidal, 2002). En trminos polticos,
los palenques () se regan por un jefe al que llamaban rey o virrey,
aunque el negro brujo del respectivo palenque llegaba a adquirir una gran
influencia sobre todo el conjunto () (Borrego Pla, 1994: 103), y las relaciones de poder eran ms formales y estables que en los conglomerados
o behetras indgenas.
Como lo demuestra Arrzola, la guerra contra los africanos soblevados fue una constante durante los tres siglos de coloniaje instaurado por
los espaoles. Si bien en la carta de fray Garca queda en evidencia la
situacin de 1540, el punto ms crtico de esta guerra de los cien aos,
6 Por la misma poca, sin embargo, se desplegaba en el sur del Nuevo Reino de Granada,
en la provincia de Popayn, la insurreccin de La Gaitana, la cacica de Timan, cuyo
nombre originario era Guatipn, en contra de los horrores del conquistador Pedro de
Aazco, lugarteniente de Sebastin de Belalczar.
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El nombre Domingo era, por supuesto, la denominacin cristiana de quien los africanos
llamaban Benkos. Respecto del apellido, se encuentran varias grafas a lo largo de los
documentos coloniales, tales como Bioh, Bih o Biho, Bijo o Bioo, aunque Arrzola
plantea que la escritura correcta era Biho. De este guerrero africano, lder de los
africanos insurrectos en la provincia de Cartagena durante las dos primeras dcadas
del siglo XVII, se presume que era de Guinea, pues de all provena la mayora de los
esclavos trados a Cartagena. En 1603, el gobernador Gernimo de Suazo y Casasola
escribe al rey dicindole que llevaba cuatro aos huido de las galeras donde era
forzado. Es el lder emblemtico del cimarronaje de aquellos aos, con tal xito, que no
solo logra organizar de manera impecable a los ejrcitos rebeldes, sino que en el ao de
1605 logra un acuerdo o tratado de paz con el gobernador de Suazo y Casasola. Entre
las concesiones que obtuvo Bioh est el reconocimiento de la autonoma polticoadministrativa del palenque de Matuna (localizado en territorios de los actuales
municipios de Marialabaja (Bolvar) y San Onofre (Sucre), y de l como suprema
autoridad del mismo, la prohibicin de entrada al palenque de autoridades espaolas
armadas y de que no vivieran blancos entre ellos, y el permiso para que l no solo se
vistiera a la usanza espaola sino tambin para portar armas, lo cual estaba prohibido
por una cdula real, todo ello a cambio de que no recibieran en el palenque a ningn
negro adicional a los censados o que nacieran en dicho territorio. Este periodo de paz se
extiende por quince aos, hasta cuando el entonces gobernador de la provincia, Garca
Girn, impide la entrada de Benkos a la ciudad de Cartagena y, tras la reaccin armada
de ste y su guardia africana, es capturado, procesado sumariamente y ajusticiado en la
horca el 16 de marzo de 1621 (Arrzola, 1970).,
tensiones, las cuales, ms que libertarias, fueron autnticamente emancipatorias, comoquiera que ellos dominaban territorios que iban desde las
minas de Zaragoza, en el Bajo Cauca, hasta la provincia de Panam.
Resulta interesante saber que durante la Colonia, en especial entre
1540 y 1713, las autoridades espaolas siguieron ofreciendo sin xito
real indultos a los negros cimarrones que accedieran a ingresar a lo que
en la actualidad se denomina un proceso de desarme, desmovilizacin y
reintegracin a la vida civil. Los indultos concedidos a los esclavos escapados constan en infinidad de documentos coloniales y aumentaron a medida que creci el nmero de palenques establecidos en los territorios de
las montaas o Serrana de Mara8. El broche de oro de este largo proceso
libertario/emancipatorio sera la constitucin y reconocimiento del palenque de San Basilio, en el partido de Mahates (1713), como resultado de
una larga guerra que concluy en un autntico proceso de negociaciones
entre las autoridades espaolas, encabezadas por el gobernador Sancho
Ximeno, y el lder de los insurrectos, Domingo Criollo, que concluy en
la firma de un tratado de paz. Fue la culminacin de poco ms de un siglo
de encuentros y desencuentros, entre guerras y aspiraciones de paz, como
da cuenta Arrzola en la recta final de su obra. La regin de los Montes de
Mara, sin embargo, seguira siendo un territorio de frontera y de conflictos por mucho tiempo ms.
Las anteriores circunstancias dan cuenta de cmo se fue construyendo
en los Montes de Mara un complejo y variopinto poblamiento, determinado por la presencia e interaccin de elementos humanos de origen
amerindio, africano y europeo, que, a su vez, propici un ethos intercultural, no solo por los diferentes orgenes tnicos de sus protagonistas sino
tambin por el largo proceso de convivencia y mestizaje que se present
en el territorio y que condujo a la conformacin de grupos humanos y
espacios vitales marginales, por fuera del control de las autoridades civiles, militares y religiosas de la poca, designadas desde entonces con el
nombre de rochelas.
En 1774, el capitn de milicias Antonio de la Torre y Miranda, por
encargo del gobernador Juan de Torrezar Daz Pimienta, emprendi la
misin de () reducir en poblaciones formales las infinitas almas que
vivan dispersas en la provincia internadas en los montes, faltas de reli8 Durante este periodo los palenques ms importantes de las cinagas y montaas de
Mara fueron los de Matuna, Matuder, Tabacal y San Miguel. Posteriormente se
constituye el de San Basilio, cuya existencia se prolonga hasta nuestros das.
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mes, calabaza, ame, yuca, patillas, melones, papayas, caa dulce y toda especie
de hortalizas, que antes pocas conocian ni usaban, adelantando mucho las cras
de ganado de asta, cerda y caballar, en que se reconoci muy en breve los efectos
de la Sociedad y sus ventajas, habiendo conseguido en imponerlos a la Doctrina
Christiana, y en los actos de religion, que los ms ignoraban (encontrando varios
adultos que carecan del Sacramento del Bautismo) y en que reconociesen como
reconocen el verdadero dominio y vasallage S. M. (Moreno de ngel, 1993: 16).
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Carbonell, daba cuenta al gobierno nacional de las dificultades que afrontaba para cumplir con las cuotas de reclutamiento para el servicio militar
(Posada Carb, 1994: 272-273).
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eran apenas una quinta parte del comercio nacional. Conocido como tabaco del
Carmen, por el nombre del principal distrito donde se produca, este tabaco se
cultivaba extensamente en varias reas de la costa atlntica. Para 1862, las exportaciones del Carmen igualaban casi las de Ambalema; y en 1863 el tabaco del
Carmen lider las exportaciones colombianas de este producto () Adems del
Carmen, la produccin de tabaco en Bolvar tambin era importante en Sincelejo,
Colos, Corozal, Turbaco y San Estanislao. En 1888 Bolvar produca ms tabaco
que el resto del pas (p. 87).
No obstante, desde 1832 el monopolio del tabaco se vena desmontando de forma paulatina, principalmente mediante el arriendo de las factoras del Estado a inversionistas particulares (Viloria, 1999: 16). El desmonte final solo ocurri como consecuencia de una ley del 23 de mayo
de 1848, que lo oficializ a partir del 1 de enero de 1850 (Fals Borda,
1986: 91). En lo que tiene que ver con los Montes de Mara, la factora
regional de El Carmen se instal en 1848, cuando empez a ampliarse
la produccin de manera gradual, de forma tal, que entre 1865 y 1875 la
produccin de la zona de El Carmen de Bolvar represent en promedio
el 38% de la produccin nacional, solo superada por las vegas de Palmira,
en el Valle del Cauca, segn refiere Viloria de la Hoz (1999: 17).
Adicionalmente, a la eliminacin del monopolio de tabaco se sumara en 1851 una reforma institucional trascendental y revolucionaria, la
abolicin de la esclavitud, que hinchara an ms el espritu liberal de la
regin, independientemente de que esta determinacin respondiera ms
a propsitos econmicos y polticos que a razones de tipo moral (Tirado,
1988: 142).
Como resalta Posada, hablar del tabaco del Carmen era referirse al
tabaco proveniente de varias localidades de los Montes de Mara. En 1893
los principales municipios productores de la hoja en el departamento de
Bolvar eran El Carmen, Ovejas del que hacan parte los actuales municipios de Chaln y Colos, San Juan Nepomuceno, Morroa, Corozal
que por entonces inclua a los actuales municipios de Los Palmitos y
Betulia, Crdoba (entonces llamado Tetn) y los municipios de Sinc y
Sampus, localizados, ya no en los Montes de Mara, sino en las sabanas
del actual departamento de Sucre, con la menor participacin entre los
grandes productores de tabaco (Viloria, 1999: 33).
Ms all de algunos altibajos, en el curso de la segunda mitad del siglo XIX este cultivo fue determinante para el poblamiento y el desarrollo
social y econmico de los Montes de Mara. Ante todo, posibilit que
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la regin se especializara en un cultivo especfico, creara circuitos comerciales con poblaciones del ro (Zambrano, Magangu) y del litoral
Caribe (Cartagena, Barranquilla), creara una poblacin con poder adquisitivo, estabilizara los ritmos econmicos, incrementara el recaudo de
impuestos, incentivara la inversin social y la apertura de caminos entre
las zonas productoras y comercializadoras (aunque ellas no recibieron
mantenimiento en ptimas condiciones, como lo habran esperado cultivadores y comercializadores), atrajera la inversin extranjera y, aunque el
campesino prcticamente trabajaba al debe, posibilitara un aumento de la
poblacin del territorio, dada la atraccin que ejerca sobre la poblacin
pobre de la costa y el interior del pas. Tanto, que en veinte aos, entre
1850 y 1870, El Carmen y Magangu principal puerto fluvial sobre el
Magdalena para la conexin de las zonas de produccin con el puerto de
Barranquilla duplicaron sus habitantes (Posada, 1998: 91).
Con todo, los conflictos polticos, rebeliones y guerras civiles regionales y nacionales del siglo XIX, en lo que hace a la regin de los Montes de Mara, estuvieron ligados a las dinmicas socioeconmicas del
cultivo y el mercadeo del tabaco. En el ao de 1875, la Costa Caribe,
como bloque poltico, cerr filas a favor de la candidatura presidencial
del cartagenero Rafael Nez, quien entre sus propuestas de campaa
tena la construccin de un ferrocarril y una carretera entre El Carmen
y Zambrano. Aunque toda la regin respald a Nez, ste fue derrotado por el santandereano Aquileo Parra, razn por la cual las represalias
consistieron en el decomiso de tabaco de exportacin en las riberas del
ro Magdalena. Episodios similares estn documentados tambin en las
guerras de 1887 y 1895, muy a pesar de que Los comerciantes argumentaban que al no ser el tabaco artculo de guerra, su expropiacin no
estaba amparada por las leyes del pas (Viloria, 1999: 10-11). Sin embargo, con un mercado externo e interno garantizado, la dinmica del
tabaco no mengu, ni siquiera mediante la violencia: durante la Guerra
de los Mil Das, el tabaco fue el nico cultivo que logr sostenerse,
segn Pedro E. Franco, un combatiente que haba pasado unos pocos
das en el distrito productor de Ovejas, segn registra Posada Carb
(1998: 90).
A finales del siglo XIX la regin de los Montes de Mara, con El Carmen a la cabeza, fue la nica zona tabacalera del pas que logr mantener
niveles significativos de exportacin, en razn de su privilegiada posicin
geogrfica, lo cual benefici el despegue econmico de ciudades como
Barranquilla, principal puerto de exportacin, y Sincelejo, que provea
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los cueros de res empleados en el empaque de la hoja en zurrones; situacin que mantuvo igual dinamismo hasta 1914, cuando estall la Primera
Guerra Mundial y se cerr el comercio internacional, especialmente en
los mercados alemanes. El auge del cultivo del tabaco permanecera, con
algunos altibajos, hasta finales de los aos 30 del siglo XX, segn agrega
Posada (1998).
Esta poca de bonanza trajo consigo otras particularidades. Con la
llegada de agentes comerciales de diversas partes del pas y del mundo El
Carmen adquirira visos cosmopolitas. Incluso, se cre una junta que tuvo
como finalidad principal estimular el arribo de extranjeros al municipio.
El cambio fue prohijando un comercio vivo, despierto, cuyos excedentes
empezaran a ser invertidos en la compra y concentracin de tierras, en
desarrollo de la lgica latifundista que haba caracterizado a la provincia de Cartagena desde tiempos coloniales, principalmente en Mompox,
Tol, Corozal y el valle del ro Sin, todo lo cual entra una ruptura
con el pasado, pues hasta entonces la estructura agraria prevaleciente en
los Montes de Mara haba estado constituida de manera exclusiva por
terrenos baldos, de libre acceso para los sectores subalternos, conformados por indgenas, cimarrones, libertos y campesinos. En consecuencia,
surgieron nuevos conflictos sociales, esta vez por el acceso, la tenencia y
los usos de la tierra.
Si bien el comercio del tabaco haba atrado a muchos extranjeros,
principalmente europeos claros exponentes de la mentalidad burguesa, est documentado que ellos nunca se interesaron por cultivar tabaco y que restringieron su participacin al negocio de la comercializacin
en los mercados internacionales. Se trataba de personas que buscaban el
mximo grado de lucro, lo cual lograron gracias a la poltica de endeudar a los campesinos con prstamos anticipados, conocidos en el argot
regional como avances y dirigidos a facilitar el proceso de cosecha. As,
el campesino permaneca atado a su acreedor y comprador anticipado
de sus productos, lo que representaba doble negocio para este ltimo:
compra de la hoja a bajo precio y rditos causados por los prstamos.
Esta situacin supuso un campesinado tenedor de pequeas porciones de
tierra (campesinado minifundista) pero atropellado por las condiciones
impuestas por los intermediarios, lo cual, a la postre, dara pbulo a la
aparicin de las organizaciones agrarias que dinamizaron el movimiento
campesino en la regin.
No obstante lo anterior, estos conflictos no se tradujeron necesariamente en episodios de violencia. Un dato diciente de este contexto
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As las cosas, el tabaco en la regin de los Montes de Mara y las sabanas de Bolvar, tabaco del Carmen, se convierte en un elemento dina-
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mizador del poblamiento y el proceso de construccin de identidad regionales, a los que ahora hay que sumar no solo los elementos indgena,
africano y espaol sino asimismo la inmigracin desde el exterior y el interior del pas, que fue creando un caleidoscopio social y cultural, a la par
que movi todo el andamiaje econmico regional y se tradujo en fuente
de nuevos conflictos, pues, por una parte, haba un cmulo de hombres
libres que accedieron a tierras baldas (tierras libres, en el decir del campesinado costeo), lo cual brind seguridad alimentaria y condiciones de
vida independientes a las familias campesinas, y, por otro lado, cre elites
que paulatinamente, de manera efectiva, fueron concentrando tierras, tal
como lo ha descrito Fals Borda (1975) en sus investigaciones sobre la hacienda ganadera del Caribe colombiano.
Por lo mismo, el campesino montemariano tuvo desde entonces la
libertad de combinar, segn sus criterios y conveniencias, el ejercicio independiente de la agricultura y el trabajo asalariado. Esta particularidad
supuso una paradjica situacin: ms all de los conflictos por la tenencia
de la tierra, se consolidaba cierta cohabitacin entre elites y sectores subalternos dentro de un modelo de interdependencia en el cual no siempre
las primeras se llevaban la mejor parte. En efecto, Solano de las Aguas
(2010) cuenta que en 1867 las autoridades provinciales del Estado Soberano de Bolvar se quejaban porque los jornaleros no cumplan con su
palabra en los contratos de trabajo, y pedan normas severas para resolver
esta situacin. Tanto as, que
En ese ao, en pleno auge de la economa tabacalera de los Montes de Mara y
de otras poblaciones de las sabanas de esta misma jurisdiccin, la Asamblea Legislativa de este Estado aprob un Proyecto de Ley sobre concierto de servicios
personales, presentado por los representantes de las provincias de El Carmen
y Chin (tabacalera y ganadera, respectivamente), que penalizaba con crcel el
incumplimiento del contrato laboral por parte de los trabajadores (p. 201).
Esa ley fue objetada por el poder ejecutivo del Estado y jams lleg
a aplicarse. Sin embargo, las pretensiones de represin legal muestran el
nivel de tensin entre elites y subalternos en los Montes de Mara y dems
territorios provinciales, lo mismo que los alcances de la voluntad de los
sectores sociales cuando de defender sus intereses de clase se trata. Este
es, a grandes rasgos, el panorama social, cultural, poltico y econmico de
los Montes de Mara hasta la llegada de otras formas sociales de conflictos
y violencias, ya a mediados del siglo XX.
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nado histricamente los conflictos sociales en el campo, y [] la falta de articulacin y resolucin de esos conflictos han contribuido decisivamente para que se
haya extendido la confrontacin armada en la mayor parte del territorio nacional
(p. 223).
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neracin de empleo en una ganadera extensiva; c) expulsin de la poblacin hacia los centros urbanos; d) un mercado de tierras poco dinmico,
a causa de la desigualdad en la tenencia; e) una escasa tributacin predial,
debida al poder poltico de los propietarios en los municipios, en especial
de los ganaderos; y f) poca capacidad de los municipios para disponer de
recursos propios que les permitan invertir y promover el desarrollo rural.
Machado resea que, hacia 1993, un total de 2.299.840 minifundios de
todo el pas, con un extensin total de 9.519.369 hectreas (4,1 hectreas
en promedio), constituan el 82,36% de los predios registrados ese ao
en el Igac y cubran tan solo un 15,64% del rea predial rural total. El
minifundio est concentrado en la zona andina (Cauca, Boyac, Nario,
Antioquia, Cundinamarca, Caldas y Santander), con un total del 87,4%
de los predios minifundistas, mientras que en la regin Caribe apenas se
asienta el 7,7% de los minifundios del pas (Machado, 2009: 123-124).
Estos datos ilustran acerca del fuerte proceso y estado de concentracin de la tierra en los departamentos del Caribe colombiano. Adems,
en 1995 el 77,8% de los suelos cobijados por el latifundio se emplean en
la ganadera extensiva y apenas el 6,7% en la agricultura (Machado, 2009:
125), lo que viene a crear un mayor grado de inequidad y exclusin por
causa de la escasa mano de obra que ocupa esta forma de produccin primaria, situacin que conlleva agudos problemas y conflictos sociales, entre ellos la inseguridad alimentaria, pues el latifundio multiplica las bocas
(y las vacas), pero no los panes, como lo ha sentenciado de forma lapidaria
Eduardo Galeano en Las venas abiertas de Amrica Latina.
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viene tener en cuenta que la superficie total de los Montes de Mara (Bolvar y Sucre) cubre un poco ms de 600 mil hectreas.
Esta larga tradicin imprimi al movimiento campesino regional unas
caractersticas ticas y polticas cimentadas en profundos valores democrticos y jurdicos, lo cual le sirvi para mantenerse al margen de la insurgencia armada que a partir de los aos 80 del siglo XX empezara a
asentarse en la zona, no obstante las reivindicaciones agrarias que la guerrilla blanda como bandera. Por el contrario, la articulacin del movimiento campesino con el Estado le acarre el menosprecio de la guerrilla.
Tal estado de cosas no sera suficiente para estar a salvo del terror paramilitar, que dara muestras de su presencia regional en el curso de la primera
mitad de los aos 90, por lo cual el movimiento agrario se convirti en
trompo de poner de los diferentes actores regionales: Estado, hacendados
y grupos armados ilegales, tanto de guerrillas como de paramilitares. Comentando esta situacin, comn a todo el territorio nacional, Alejandro
Reyes (1999) ha afirmado:
Todas las regiones donde el movimiento campesino disput la tierra con los propietarios en los aos sesenta han sido ocupadas por guerrilla y paramilitares y han
sido objeto de operaciones por parte de la fuerza pblica en algn periodo en las
ltimas dos dcadas. La guerra ha desarraigado una parte de la poblacin rural
y ha roto las relaciones de vecindario que fundan las sociedades agrcolas. Estos
hechos han cambiado por completo los trminos del problema agrario, pues la
nueva situacin plantea como primera necesidad la seguridad, por encima de la
distribucin (p. 206).
Se trata de un anlisis acertado y preocupante, puesto que tal necesidad de seguridad comenz a satisfacerse por la va del desplazamiento
forzado de grandes masas de campesinos, quienes, atemorizados, huan
del terror y la violencia o en el peor de los casos de amenazas concretas que de no ser oportunamente atendidas se convertiran en autntica
sentencia de muerte para quienes no obraran en consecuencia. En efecto,
un informe de la Fundacin Red Desarrollo y Paz de los Montes de Mara
(2008), que cita fuentes de la Defensora del Pueblo y Accin Social, seala que entre los aos 2001 y 2003 esta regin fue la segunda del pas en
expulsin de desplazados (52.163 personas); marchaba detrs de la Sierra
Nevada de Santa Marta y en el ao 2004 lleg a ocupar el primer escaln
nacional del horrendo drama, con 98.133 personas expulsadas. Paradjicamente, la regin tambin se constituy en uno de las principales zonas
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En efecto, en el curso de estos primeros aos de presencia de guerrillas en el territorio montemariano, los actores armados ilegales se dedicaron, ms que a desarrollar acciones blicas, a desplegar un amplio
trabajo poltico en la regin, habida cuenta de los acumulados sociales
de los movimientos agraristas, de larga tradicin en la zona. La violencia generalizada y las afectaciones a la poblacin civil apareceran a
finales de los aos 80, tal como se constata en el documento Panorama
del Departamento de Sucre, del Observatorio de la Vicepresidencia de la
Repblica (2007):
La implantacin de la guerrilla en Sucre a partir de los aos ochenta estuvo liderada, principalmente por el Ejrcito de Liberacin Nacional (ELN), as como por
el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), la Coordinadora [sic] de
Renovacin Socialista (CRS) y en menor medida por el Ejrcito Popular de Liberacin (EPL). Estas estructuras haban logrado atraer a ciertos sectores sociales
y campesinos proclives a la reforma agraria que entraron en contradiccin con
los terratenientes. El conflicto por la tenencia de la tierra fue debilitado, en gran
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lo cual tambin lideraran el proceso de confederacin con otras colectividades paramilitares, dando vida as a las llamadas Autodefensas Unidas
de Colombia, AUC.
En tal sentido, por razones geoestratgicas, los Montes de Mara fueron incluidos como prioritarios en su agenda de expansin. De esta forma nace el Frente Rito Antonio Ochoa de las AUC, que posteriormente,
al momento de su desmovilizacin, se autodenominara Bloque Hroes
de los Montes de Mara comandado por Edwar Cobo Tllez, alias Diego Vecino, y Rodrigo Antonio Mercado Peluffo, alias Cadena, con la
misin de enfrentar y derrotar a las fuerzas guerrilleras de los Montes de
Mara (Vicepresidencia de la Repblica, 2007). Tal como lo muestra el
proyecto Verdad Abierta (2010), el facilitador de la puesta en marcha de
esta estrategia de expansin fue el antioqueo Javier Piedrahita,
[] un caballista cercano a los narcotraficantes Ochoa Vsquez. Vctimas y desmovilizados del paramilitarismo han dicho a la justicia que l tena un grupo armado por Coveas, el municipio costero vecino a San Antonio de Palmito, y que
fue l quien actu de enlace entre las Autodefensas Unidas de Crdoba y Urab
de los Castao y los finqueros de Sucre para traer el paramilitarismo a los Montes
de Mara. Fue este caballista quin le present aCarlos Castao a Diego Vecino
en Urab en 1996, segn dijo ste en la citada entrevista [] Dijo Vecino que
Cadena se fue a trabajar con Piedrahita desde 1994, a su Convivir. En realidad,
segn consta en los registros de la Superintendencia de Seguridad, este caballista
antioqueo no registr oficialmente su Convivir sino hasta marzo de 1996, con
el sugestivo nombre de Nuevo Amanecer. Pero quizs Cadena ya vena siendo
parte del grupito armado que vena operando desde antes de ponerle la fachada
legal de Convivir. Vecino cuenta que a Cadena lo mandaron a hacer el curso de
comandante de frente, en las escuelas de formacin de comandantes que tena
Carlos Castao en Urab. Apenas estuvo listo, el ex carnicero de Macayepo se
volvi, desde 1997, el seor del terror de los Montes de Mara.
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des rurales colaboraban con las guerrillas y por tal motivo no deban ser
reconocidas como poblacin civil sino como combatientes, por lo que no
eran ms que guerrilleros de civil, a quienes haba que retirar del camino
para debilitar y derrotar al enemigo (Aranguren, 2001: 278-279).
De esa manera el proyecto paramilitar incursion en la zona con tcticas de ataque-repliegue, a fin de desarrollar una estrategia consistente
en desocupar el territorio, llevada a la prctica a partir de la implantacin
del esquema masacrar-aterrorizar-desplazar. Tal como ha quedado demostrado en procesos judiciales ordinarios y transicionales (de Justicia y Paz),
se trat de una estrategia que comport la articulacin ilegal con servidores pblicos, tanto civiles como policiales y militares, quienes afectaron los
derechos humanos de la poblacin civil y condujeron a su deslegitimacin
como autoridades pblicas. El resultado fueron 42 masacres cometidas entre 1991 y 2001 en toda la regin de los Montes de Mara, con un saldo
trgico de 354 vctimas fatales y miles de familias desplazadas y sumidas en
la ms absoluta miseria, de acuerdo con el segundo informe del Grupo de
Memoria Histrica de la Cnrr (Comisin Nacional de Reparacin y Reconciliacin, 2009: 9). Las cifras generales de homicidios son extremadamente
escandalosas. Un estudio financiado por agencias de cooperacin internacional consolid las cifras del Observatorio de Derechos Humanos de la
Vicepresidencia de la Repblica y mostr que
() entre los aos 1990 y 2002 en San Onofre y Ovejas se cometieron 516 homicidios, el 47,5% de los ocurridos en los ocho municipios de Sucre que hacen parte
de los Montes de Mara. En El Carmen y San Jacinto se cometieron 710 homicidios, el 58,2% de los ocurridos en los municipios de Bolvar que hacen parte de
los Montes de Mara (Bocchi, 2006).
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Seguridad Democrtica, concebida en un documento pblico de la Presidencia de la Repblica y el Ministerio de Defensa Nacional (2003) como
() una poltica de Estado de largo plazo, que se desarrollar en coordinacin
con todas las entidades del Gobierno y las dems ramas del poder. La verdadera seguridad depende no solo de la capacidad de la Fuerza Pblica de ejercer
el poder coercitivo del Estado, sino tambin de la capacidad del poder judicial
de garantizar la pronta y cumplida administracin de justicia, del Gobierno de
cumplir con las responsabilidades constitucionales del Estado y del Congreso de
legislar teniendo presente la seguridad como el bien comn por excelencia de
toda la sociedad.
La normativa expedida para tales efectos contena una serie de determinaciones que restringan las libertades y derechos de los ciudadanos
del rea delimitada, especialmente el derecho de circulacin y residencia,
que inclua aspectos como la solicitud de permisos para desplazarse fuera
de la zona delimitada, la suspensin de salvoconductos para portar armas
y el otorgamiento de facultades a las autoridades militares y policiales
para realizar de manera discrecional interrogatorios a la poblacin civil,
retener a quienes no portaran identificacin, revisar todo tipo de cargas
y utilizar por motivos estratgicos cualquier tipo de bienes y servicios de
particulares, y, previa autorizacin judicial, interceptar comunicaciones y
hacer allanamientos, registros y capturas. En teora, estas medidas tenan
por objeto proteger los constantemente vulnerados derechos individuales
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y colectivos de las comunidades ms amenazadas por la accin de guerrillas y paramilitares. La Corte Constitucional, mediante la Sentencia
C-122 de 2001, declar su congruencia con la Constitucin Nacional.
De esa forma, mediante Decreto 2929 del 3 de diciembre de 2002, se
delimit la primera zona de rehabilitacin y consolidacin y el turno le
correspondi a los municipios bolivarenses y sucreos de los Montes de
Mara, sumados a otros de la subregin de Sabanas, del departamento de
Sucre. Esto permiti una articulacin entre Fuerza Pblica y Fiscala General de la Nacin que condujo a la realizacin de operaciones conjuntas,
que a su vez se tradujeron en capturas masivas dentro de la denominada
Operacin Mariscal Sucre (identificada por la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos como Operacin
Ovejas), que en el ao 2003 dej como saldo la retencin de 156 personas,
sealadas de cometer delito de rebelin por su supuesta pertenencia a las
guerrillas de la zona. Al referirse a dicha operacin, el Informe Anual de
Naciones Unidas (2004) sobre la situacin de los derechos humanos en
Colombia seal que
La oficina en Colombia recibi informacin sobre detenciones, masivas o individuales, practicadas por miembros de la Fuerza Pblica, en particular por el Ejrcito, sin mandamiento judicial previo y fuera de situaciones de flagrancia. En otros
casos se cuestion la actuacin de la Fiscala porque las rdenes de captura se elaboraron una vez realizada la diligencia, o de manera irregular por no identificar
previamente a las personas, o estar basadas en informes de inteligencia o meros
sealamientos, aun de personas encapuchadas [] En el caso de 156 personas
detenidas en la Operacin Ovejas (Sucre), en agosto, se denunci la utilizacin
de personas encapuchadas y la elaboracin de las rdenes a posteriori. Un fiscal
orden posteriormente la puesta en libertad de esas personas por no encontrar
elementos que justifiquen su detencin (Anexo II, prrafo 8).
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Echando mano de instrumentos legales que permitan adelantar dilogos de paz, el gobierno de Uribe Vlez entr en un proceso de negociacin con la cpula de las AUC, para lo cual se determin una zona de
ubicacin en el departamento de Crdoba, municipio de Tierralta, hasta
entonces santuario de dicha organizacin armada ilegal. La mesa de dilogo entre paramilitares y gobierno acord el desarme, la desmovilizacin
y la reintegracin de aqullos a la vida civil luego de aprobarse la Ley 975,
tambin conocida con el sugestivo nombre de Ley de Justicia y Paz, en la
cual se dictaron disposiciones para la reincorporacin de miembros de
grupos armados organizados al margen de la ley, que contribuyan de manera efectiva a la consecucin de la paz nacional y se dictan otras disposiciones para acuerdos humanitarios (Congreso de la Repblica, 2005).
De esta forma, los Montes de Mara volvieron a ser territorio de una
desmovilizacin protagonizada por un actor del conflicto armado interno
contemporneo, luego de que el Bloque Hroes de los Montes de Mara,
de las Autodefensas Unidas de Colombia, anunciara su desmovilizacin,
que tuvo efecto el 14 de julio de 2005 en el corregimiento de San Pablo,
municipio de Maralabaja, Bolvar. Fue la dcimo-segunda desmovilizacin de las AUC y en ella 594 combatientes, pertenecientes a los frentes
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De esa forma, una vez despejado el territorio de paramilitares y guerrillas, comenz en extenderse en el territorio una fuerte ola de inversiones pblicas y militarizacin de la vida civil, fruto del esquema implementado, que puso a cargo de los jefes militares la articulacin de la
institucionalidad y las comunidades, tal como lo reconoci Luis Alfonso
Hoyos, entonces Director de la Agencia Presidencial para la Accin Social y la Cooperacin Internacional (Accin Social), en entrevista dada a
la revista Hechos del Callejn N 36, del Programa de Naciones Unidas
para el Desarrollo, Pnud, citada en el mencionado estudio de las agencias
de cooperacin internacional que trabajan en Colombia:
Para coordinar la labor de interlocucin con las autoridades locales, se decidi
nombrar como referente a un funcionario del Ccai. Para facilitar las sinergias y
la interlocucin con las comunidades y las autoridades regionales, alguno de los
delegados le hace seguimiento a toda la informacin de una zona y centraliza la
interlocucin con todas las entidades para el desarrollo de los distintos programas. A quien realiza esa labor se le conoce como padrino o madrina de la zona. El
padrino vena acompaado por un coordinador militar y un coordinador policial
(Bocchi, 2006: 54).
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ms de cuarenta aos por el Estado colombiano en medio del ms absoluto desgreo administrativo, situacin que propici la informalidad
en la tenencia de suelos y favoreci a los acaparadores de la tierra. Los
vendedores, en consecuencia, fueron los empobrecidos desplazados y
dems vctimas del conflicto armado interno, que en medio de necesidades y el temor persistente optaron por vender las tierras. De acuerdo con
la Superintendencia de Notariado y Registro (2011), en la regin de los
Montes de Mara se han detectado 34.000 hectreas adquiridas por unas
cuantas personas jurdicas o naturales, o ambas cosas al tiempo, en zonas
de desplazamiento masivo y sin la autorizacin del comit local de Justicia Transicional (despojo masivo por transferencia de dominio). Por
lo mismo, tras la desmovilizacin de las AUC y la derrota de las Farc es
correcto el anlisis que se plantea acerca de tres situaciones caractersticas
de la regin: la permanencia en ella de grupos armados ilegales, asociados
al narcotrfico y otras formas de coercin; el alto grado de militarizacin
de la vida cotidiana y la persistencia de conflictos sociales derivados de la
tenencia y uso de la tierra (Fundacin Social, 2010: 15).
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16 Las ZRC son reas geogrficas definidas como tal por la junta directiva del Incoder,
teniendo en cuenta caractersticas agroecolgicas y socioeconmicas regionales que
ameriten la regulacin, limitacin y ordenamiento de la propiedad o tenencia de
predios rurales.
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lgica contrainsurgente de ver a las poblaciones de estas regiones como potenciales enemigos del Estado, sino buscando estimular estrategias para el desarrollo de
las regiones de los productores campesinos, de los pescadores, de los habitantes
de los municipios, de las mujeres, de los jvenes y concibiendo el desarrollo no
solamente en su dimensin econmica, sino en su sentido amplio involucrando
lo social, lo cultural, lo organizativo; as el desarrollo de las regiones, a partir de
su diversidad, y de los pobladores, aparecer como el mejor elemento para consolidar la paz en las mismas.
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Conclusiones
Desde la Conquista espaola hasta el presente, las montaas y valles que
integran el territorio de los Montes de Mara, localizado entre la margen
occidental del ro Magdalena y el borde sur del Mar Caribe, han soportado un largo proceso de poblamiento y formacin social ligado de manera
estrecha a recurrentes conflictos y manifestaciones de violencia, que a su
vez se han traducido en un marcado y persistente proceso de resistencia
social.
Espacio ancestral del pueblo zen, el territorio montemariano se convirti, por fuerza de las invasiones europeas, en asentamiento de grupos
amerindios provenientes del litoral Caribe y las riberas del Magdalena, y
de antiguos esclavos africanos, que encontraron en el cimarronismo no
solo un estatus de libertad sino una forma de vida. De esa manera, la regin se fue poblando con behetras indgenas y palenques que, aunados
a las rochelas, conformadas por libres de todos los colores, fueron modelando comunidades forjadas social y culturalmente por la resistencia a
los fenmenos de violencia.
Esta combinacin de esfuerzos por construir territorio comenz a
cambiar de direccin a mediados del siglo XIX, cuando la fiebre del cultivo del tabaco se afianza en la regin. El fenmeno trajo consigo el crecimiento acelerado de la misma, no solo en aspectos econmicos sino
tambin poblacionales. Es entonces cuando aparecen nuevos conflictos
en torno a la tierra y al cultivo del tabaco, una actividad econmica que
en su aspecto comercial es controlada por grandes inversionistas nacionales y extranjeros.
Desde una perspectiva histrica, los Montes de Mara han servido
como territorio de mltiples y variadas comunidades, que no solo han
encontrado all el acceso a recursos naturales como la tierra y el agua,
esenciales para grupos humanos con dependencia de economas de tipo
campesino, sino tambin un espacio vital que ha permitido la construccin de estructuras y relaciones sociales y culturales en las cuales se ha
venido definiendo el carcter de los moradores de la regin.
Esta referencia no solo cobija a los pueblos indgenas originalmente pobladores del territorio sino tambin y desde los propios inicios del proceso
de poblamiento espaol en el Caribe colombiano a blancos de diferentes
condiciones socioeconmicas, comunidades afros organizadas en forma de
palenques y pequeas congregaciones sociales conformadas por diferentes
elementos socio-raciales, organizadas en forma de rochelas.
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El resultado de todo fue una guerra sin lmites ni controles entre diferentes actores armados, tanto ilegales como oficiales, que dej expuesta a la poblacin civil asentada en innumerables poblados rurales de los
Montes de Mara, entre ellos las comunidades de El Salado, Mampujn,
Las Brisas, Capaca, Colos, Canutal, Canutalito, Pijiguay, Macayepos,
Pativaca, El Pial y Chengue, que casi que de la noche a la maana se
vieron inmersas en los intersticios de la violencia. En total, en la regin
se contabilizaron 42 masacres y miles de familias desplazadas, con grave
afectacin emocional, material y relacional de las vctimas.
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ODECOFI
Coleccin Territorio, Poder y Conflicto
Y
EN LA
COSTA CARIBE
Fernn E. Gonzlez G.
Diego Quiroga
Tmara Ospina-Posse
Andrs Felipe Aponte G.
Vctor A. Barrera R.
Eduardo Porras M.
Fernn E. Gonzlez Gonzlez. Politlogo de la Universidad de los Andes de Bogot e historiador de la Universidad
de California en Berkeley. Pregrados tanto en Filosofa y Letras
como en Teologa de la Universidad Javeriana. Investigador del
Cinep y profesor de varias universidades de dentro y fuera del
pas. Director del grupo de investigacin Violencia Poltica y
Formacin del Estado del Cinep y de Odecofi. Especialista en
los temas de historia poltica de Colombia e Iberoamrica, relaciones Iglesia-Estado, y violencia reciente.
Diego Quiroga. Magster en Estudios Polticos de la Universidad Nacional de Colombia y politlogo en la misma institucin.
Hasta 2013 se desempe como investigador en el equipo de
Violencia Poltica y Formacin del Estado del Cinep y miembro
de Odecofi. Actualmente se encuentra vinculado laboralmente
al Instituto Colombiano de Desarrollo Rural, Incoder.
Tmara Ospina-Posse. Politloga de la Pontificia Universidad Javeriana. Se desempe como asistente de investigacin en el proyecto de construccin de la Base de Datos
sobre Secuestro en Colombia de la firma Cifras & Conceptos.
Actualmente es investigadora del equipo de Violencia Poltica y
Formacin del Estado del Cinep.
Andrs Felipe Aponte Gonzlez. Politlogo e historiador de la Universidad de los Andes; su inters se centra en el
conflicto armado, la cuestin agraria, la formacin del Estado,
y la poltica colombiana desde la sociologa histrica. Fue investigador del equipo de Violencia Poltica y Formacin del Estado del Cinep y miembro de Odecofi. Actualmente cursa una
maestra en Sociologa General en cole des Hautes tudes en
Sciences Sociales, en Pars.
Vctor A. Barrera R. Politlogo de la Pontificia Universidad
Javeriana con estudios de maestra en la Universidad de los
Andes. Ha sido profesor en la Universidad Sergio Arboleda. Es
investigador y coordinador del equipo Violencia Poltica y Formacin del Estado del Cinep y miembro de Odecofi.
Eduardo Porras Mendoza. Magster en Historia de la
Universidad Pedaggica y Tecnolgica de Colombia, abogado de
la Universidad Libre. Consultor e investigador social en historia
regional, memoria histrica, justicia transicional y desarrollo rural. Es asesor en desarrollo rural y tierras del Departamento para
la Prosperidad Social; ha sido consultor en justicia transicional
y desarrollo rural de la OIM, del Pnud y de la Unin Europea,
investigador del Cider (Universidad de los Andes) y director regional de la Comisin Nacional de Reparacin y Reconciliacin
para Crdoba y Sucre.
COLECCIN
TERRITORIO, PODER
Y CONFLICTO