La Dimensión de Lo Femenino en La Perspectiva Comunitarista - Ponencia Central Alicia Ocampo
La Dimensión de Lo Femenino en La Perspectiva Comunitarista - Ponencia Central Alicia Ocampo
La Dimensión de Lo Femenino en La Perspectiva Comunitarista - Ponencia Central Alicia Ocampo
PERSPECTIVA COMUNITARISTA”
Dra. Alicia Ocampo Jiménez
Introducción:
1
planteamiento del tema del sujeto que conducía al solipsismo y al idealismo en
sus variados matices; pues se partía de un sujeto de tipo racionalista, lúcido y
luminoso, autosuficiente y autoposeído” (Beuchot, 1996: 101). Este paradigma
de «sujeto» se identificaba exclusivamente con el género masculino, justificado
con la falsa premisa de la ilustración denunciada por Carolyn Merchant: al
proclamar la superioridad y antagonismo entre las dimensiones de la cultura y la
naturaleza, también consolidó durante siglos una mentalidad machista y
patriarcal. Lo «masculino» aún sigue siendo considerado el paradigma universal,
mientras que lo «femenino» se asimila al mundo natural, marcado por la
maternidad como la madre tierra, ciertamente salvaje, incontrolable, amenazante
de la autonomía, con un carácter emocional que se opone a la racionalidad
(Merchant, 1988). Lo masculino se identifica con la razón, la separación del «yo»
respecto al «otro»; mientras que lo femenino es cuerpo concreto «para» el
hombre, explícitamente caracterizado como el «sexo que alumbra» y acoge al
«otro».
La anatomía con genitalidad expuesta del varón coincide con la tendencia del
varón hacia «fuera de sí», mientras que la experiencia femenina de la
genitalidad se expresa como «apertura hacia dentro» (Castilla, 2002: 25-46). No
obstante, esta evidencia anatómica no debería justificar una perspectiva dualista
orientada hacia la «dominación masculina», en la que se perpetúa la tendencia
al dominio del hombre –razón, fuerza y estrategia- sobre la naturaleza y las
mujeres. Por eso autoras de tradición psicoanalítica como Jane Flax, acusan la
incapacidad de inclusión sociocultural de lo femenino en el plano simbólico,
2
como consecuencia del modelo antropológico disyuntivo, destinado a afirmar la
superioridad de la universalidad abstracta, en detrimento de la racionalidad
concreta, el cuerpo y la naturaleza:
En nuestra comprensión del hombre, se hace una disyunción radical entre lo
natural y lo social. Las mujeres simbolizan y se identifican con el cuerpo, la
diferencia, lo concreto. También se dice que estas cualidades tiñen y definen las
actividades más asociadas con ellas (…) se dice que los hombres tienen
poderes superiores para el razonamiento abstracto (mente), que son los dueños
de la naturaleza y que son más agresivos y militaristas (Flax, 1995: 286).
4
Según este autor, un bajo nivel de masculinidad privilegiaría la calidad de vida, el servicio a los
demás, el consenso, el ordenamiento del trabajo para vivir y no al revés, la valoración de lo
pequeño y lo lento, la simpatía con el desafortunado y la intuición.
3
Esta realidad confluye con la desvalorización del trabajo doméstico y el empleo
femenino, porque las actividades laborales consideradas «femeninas» habían
sido realizadas hasta hace muy poco en el ámbito de la invisibilidad y las tareas
domésticas aun no son reconocidas como auténtico «trabajo» (Lamas, 2006:
69). Luce Irigaray observa que la invisibilidad femenina se debe a que la cultura
ha forzado a la mujer a negar su propio sexo y género, a concebirse como un
objeto «no-masculino», en una cultura que además ha perdido el valor
simbólicamente sagrado de la concepción de la «vivienda», como elemento
fundamental para la vida de ambos géneros. Así explica que la artificial
separación entre la vida-privada-para-la-mujer y vida-pública-para-el varón, ha
mantenido un silencio cómplice sobre los desastres amorosos (Irigaray, 1992:
17-18). Esta escisión entre la racionalidad pública/abstracta del varón y la
privada/concreta de la mujer, se expresa de la siguiente manera:
En el discurso de los hombres el mundo suele designarse como un conjunto de
inanimados abstractos integrados en el universo del sujeto. La realidad aparece
como un hecho cultural vinculado a la historia colectiva e individual del sujeto
masculino. Nunca deja de ser una naturaleza secundaria, arrancada de sus
raíces corporales, de su entorno cósmico, de su relación con la vida. Esta
relación sólo expresa denegación, y permanece en el perpetuo paso al acto
inculto…las relaciones del sujeto masculino con su cuerpo, con quien se lo ha
dado, con la naturaleza, con el cuerpo de los otros, incluidas sus parejas
sexuales, permanecen sin cultivar. Mientras tanto, las realidades que expresa su
discurso son artificiales, hasta tal punto mediatizadas por un sujeto y una cultura
que no pueden ser compartidas…El discurso de las mujeres designa a los
hombres como sujetos y el mundo como conjunto de inanimados concretos que
pertenecen al universo del otro. Las mujeres establecen relaciones con el
entorno real, pero no lo subjetivan como suyo. Ellas son el lugar de la
experiencia de la realidad concreta, pero dejan al otro el cuidado de organizarla”
(Irigaray, 1992: 32-33).
4
Basta observar el análisis del orden lingüístico y la polarización de los valores
con perspectiva de género, para advertir la universalización masculinista del
orden planetario existente. Es evidente que la clasificación intergenérica de los
valores no es inmutable y sería deseable la encarnación «andrógina» de todos
ellos, cada uno es promotor del desarrollo humano global en la medida que se
asume de modo interdependiente con los otros. No obstante, la racionalidad
ilustrada se convirtió en la exaltación de los valores históricamente considerados
masculinos, con el desprecio de los femeninos; a tal grado que incluso algunas
vertientes del feminismo liberal contemporáneo han privilegiado la perspectiva
masculinista como objetivo de autorrealización, desdeñando los valores
considerados «femeninos» durante siglos –e incluso milenios, en vez de
propugnarlos universalmente como «humanos».
Por otra parte, valdría la pena considerar la herencia de los postulados ilustrados
en la antropología individualista que emergió en el seno de los movimientos
filosóficos, culturales y políticos del siglo XVIII. El individualismo surgió en gran
medida por la conciencia de la necesidad de defender la vida y la libertad del
individuo, frente a la opresión despótica de los sistemas totalitarios europeos. El
énfasis en el individuo era fundamental en aquellos momentos históricos, pero la
perpetuación de esta perspectiva ha tenido dos grandes consecuencias, según
observa Octavio Paz: la fractura de la comunidad y conversión de la «totalidad»
en dispersión: “la escisión de la sociedad se repite en los individuos: cada uno
está dividido, cada uno es fragmento y cada fragmento gira sin dirección y choca
con los otros fragmentos. Al multiplicarse, la escisión engendra la uniformidad: el
individualismo moderno es gregario. Extraña unanimidad hecha de la
exasperación del yo y de la negación de los otros” (Paz, 1992: 12).
El individualismo concibe a los sujetos como agentes sin vínculos, átomos que
forman parte de una sociedad anónima sin referencia a las circunstancias e
historias que nos influyen. Afirma que no existe influencia social en el proceso de
identidad actual de los miembros de una comunidad (Pérez, 2002: 155). La
«dispersión de la totalidad» ocasionado por el individualismo, ha instaurado una
preocupante fragmentación sociopolítica y cultural, que vuelve a los pueblos
incapaces de proponerse objetivos comunes y llevarlos a cabo, según señala
5
Charles Taylor: “la fragmentación aparece cuando la gente comienza a
considerarse de forma cada vez más atomista, dicho de otra manera, cada vez
menos ligada a sus conciudadanos en proyectos y lealtades comunes” (Taylor,
1994:138). En esta misma línea de análisis, el pensador mexicano Luis Villoro,
observa que el individuo moderno ha perdido su capacidad de arraigo y de
pertenencia a la tierra, ha reemplazado la noción de integración en la sociedad,
por el de autonomía pura: “el individuo ya no adquiere sentido y valor de esa
totalidad. Tiene, por lo tanto, que descubrir su propia identidad en un proceso de
crítica y oposición a las ideas heredadas. El individuo se cuestiona
constantemente las formas de decisión comunitarias. Su libertad implica negarse
a servir por decisión ajena” (Villoro, 1997: 371-372).
6
La existencia de diversas significaciones y tradiciones5 en las que se encuentra
inmerso el liberalismo, precisa ciertos matices para evitar equívocos,
ambigüedades y confusiones. Por esta razón, dada la finalidad del análisis de la
presente ponencia, utilizaremos el término «individualismo» en su sentido
antropológico y no «liberalismo» de manera abstracta. Amitai Etzioni observa
que el discurso de libertarios e individualistas liberales consiste en un intento de
maximización de la libertad y de minimización de las restricciones a la misma a
causa del bien común compartido, lo cual conlleva el conflicto entre autonomía y
orden social denso: “James K. Glassman escribe «la gran idea es colocar la
libertad humana por encima de todo». Lord Acton sostenía que «la libertad no es
un medio para un fin político superior; es el fin político más alto posible». Robert
P. George observa críticamente que los libertarios cogen una verdad importante
–la de que la libertad es esencial para la dignidad humana- y la estiran hasta
convertirla en una falsedad” (1999: 31).
5
Sánchez Cámara se refiere especialmente a las tradiciones estadounidense y europea (1998).
7
operarse por obra mía, pero esta concentración no puede hacerse sin mí. Me
realizo al contacto del Tú; al volverme Yo, digo Tú. Toda vida verdadera es
encuentro (Buber, 1994: 13).
8
porque no comparten con las mujeres su experiencia de empatía con la
naturaleza y los seres humanos, especialmente a través de la maternidad. La
falta de otredad entre el «yo-masculino» y la «otra-femenina» ha colocado al
género masculino en una «posición de inferioridad» respecto a la vida y la
experiencia intersubjetiva, que intenta superar a través de la búsqueda del poder
y el énfasis en la competencia:
Condenados no sólo a no poder engendrar la vida, sino también a ver su propio
semen confiscado en beneficio de otra vida que crece fuera de ellos –una forma
suprema de enajenación. La captura y matanza de animales salvajes o de gran
tamaño (más grandes que el bebé dado a luz por la mujer) y la subsiguiente
exhibición de trofeos representan el deseo del hombre (espasmódico en tanto
que irrealizable y, por ello, fuente de inagotable de frustración) de afirmar su
superioridad. Puesto que ello sólo es posible por medios artificiales, la cultura
(un rasgo masculino) se declara superior a la naturaleza (rasgo femenino) (Ib.
71-72).
9
preciso ahondar en la «diferencia sexual» (1999: 87 y 101), en un sentido
semejante a las propuestas de Luce Irigaray y Judith Butler (Butler, 2001: 51).
También valdría la pena considerar los condicionamientos históricos existentes,
como la dedicación del varón durante siglos a la «caza» y las actividades de
proveedor que le han mantenido fuera del ámbito de la intimidad de la «casa» y
las relaciones intersubjetivas concretas6.
Esta tendencia parece tener sus orígenes en la experiencia de la vida desde sus
primeras etapas. A este respecto, Badinter, Dinnerstein, Chodorow, Winnicott,
Rubin y Flax, explican que los bebés desarrollan su propio «yo» a través de la
interiorización de sus relaciones con la primera persona que los cuida, por lo
general la madre. Los cuidados maternales tienen consecuencias fundamentales
pero diferentes según el sexo, ya que mientras las niñas no establecen los
límites del «yo» por ser del mismo género que la madre, los niños experimentan
su relación con la madre como «otro-distinto»8. En esta relación materno-filial, la
6
El juego de palabras parece interesante: la actividad masculina de la «caza» implica una
«acción hacia fuera dar muerte», mientras que «casa» es concebido como un ámbito femenino,
ese «espacio íntimo intersubjetivo» destinado a cuidar la vida.
7
La canción española «Cuando los sapos bailen flamenco» ejemplifica el contraste entre una
racionalidad femenina que anhela continuidad en la relación con «el otro», y la masculina
tendiente a la discontinuidad con «la otra»: “Me alegra tanto escuchar tus promesas mientras te
alejas/ saber que piensas volver algún día cuando los sapos bailen flamenco/ y yo te espero ya
ves, aunque no entiendo bien que los sapos/ puedan dejar de saltar y bailar lejos de su charco/
Porque mis ojos brillan con tu cara y ahora que no te veo se apagan/ porque prefiero que estés a
mi lado aunque no tengas nada..te vas y te pierdo” (Ella baila sola).
8
Martha Nussbaum acude al argumento de la penetración generalizada de la influencia social
para observar que los experimentos con niños pequeños, que son tratados diferente de acuerdo
con el sexo percibido y éste se convierte en un factor activo en su desarrollo emocional: “las que
son tenidas por niñas son estrechadas y abrazadas, mientras que es más probable que los que
son tenidos por niños sean lanzados al aire. Es el caso de las que son tenidas por niñas, cuando
10
niña no se separa por completo de la madre y establece una continuidad o
extensión con ella, lo cual fomenta que las mujeres tengan una potencialidad
mayor en las cuestiones relacionales primarias y en su integración corpórea. Por
su parte, los niños parecen volcarse a la discontinuidad, diferenciación y acción
en el mundo exterior, porque deben rechazar los aspectos femeninos de «sí
mismos» para afirmarse como varones. Tal vez la tendencia al cuidado con los
hijos que no pocas veces deriva en sobreprotección y posesividad, es el rasgo
más relevante de la imagen femenina materna, que incita al niño a la
discontinuidad con ella para experimentar más «libremente» su masculinidad:
“los hombres satisfacen su necesidad con actividades de carácter no relacional y
ocultan su miedo a volver al estado infantil participando en el mundo no familiar
del trabajo y controlando a las mujeres” (Flax, 1995: 277).
lloran, se considera que están asustadas, mientras que, en el caso de los que son tenidos por
niños, se considera que están enojados” (Nussbaum, 2002: 350).
11
estudiados en la actualidad, tampoco es un rasgo exclusivo del género
masculino contemporáneo, porque muchas mujeres han asimilado esta
racionalidad. Sin embargo, es necesario ahondar en la percepción de la
violencia en las «relaciones primarias» por parte de los varones, para dilucidar la
justificación que se ha dado al discurso individualista. En una serie de
interesantes estudios experimentales, realizados como corolario del informe de
Horner (1968) sobre «imágenes extrañas y violentas», Pollak y Gilligan (1982)
observaron que los paradigmas de «separación» y «conexión» producen
diferentes imágenes del yo y las relaciones, en cada uno de los géneros. La
conclusión a la que llegaron confirma de alguna manera el análisis de Freud, ya
que en el grupo observado las mujeres ubicaban el problema de la violencia en
la construcción jerárquica de las relaciones humanas (Gilligan, 1985: 83),
manifestaban un temor al aislamiento del «yo» y percibían mayor agresividad en
la medida que las relaciones se presentaban de manera más impersonal. La
competencia y la limitación a través de reglas en las relaciones intersubjetivas,
era para ese grupo de mujeres una amenaza de la conexión y la gratuidad.
Lo más interesante para este momento de nuestro estudio, es que los varones
consideraban el «mundo de la intimidad» como peligroso y fuente de violencia,
ya que ubicaban las relaciones primarias como un contexto asociado con la
traición y el engaño, que las convierte en peligrosas. Tal vez por esa razón el
género masculino ha instaurado las estructuras del mundo público, de tal
manera que la seguridad se garantice a través de la separación. Dado que los
varones han privilegiado durante siglos las situaciones del logro competitivo,
consideran que el modo de limitar la violencia estriba en la capacidad para fijar
normas y leyes que pongan linderos claros a la conexión, de tal manera que se
limite la agresión y se garantice la dinámica de competencia en un ámbito de
seguridad: “la separación primaria, que brota del desencanto, y es estimulada
por la ira, crea un Si Mismo cuyas relaciones con los otros u «objetos» deben
ser protegidos por reglas, una moral que contiene este potencial explosivo y
ajusta las relaciones mutuas de los seres humanos en la familia, el estado y la
sociedad” (Gilligan, 1985: 85).
12
[Para el liberalismo] la justicia no es meramente un valor importante entre otros,
que pueda ponderarse y considerarse según lo requiera la ocasión, sino que
constituye el medio para evaluar y sopesar los valores. Es en este sentido el
«valor de los valores», por así decirlo, no está sujeto al mismo tipo de
compensaciones que los valores que regula. La justicia es el criterio en el cual
se reconcilian los valores en conflicto y se acomodan las concepciones
contradictorias del bien, aunque no siempre se resuelvan… con respecto a los
valores sociales, generalmente la justicia permanece separada y distante, tal
como un proceso de decisiones justo mantiene la distancia respecto de las
pretensiones de quienes a él recurren (Sandel, 2000: 32).
13
universales, mientras que las tradiciones anteriores han dejado un legado de
continuidad que también valdría la pena recoger. El individualismo ha generado
fragmentación, pero el planteamiento socialconservador apuesta por un orden
social establecido, que alaba –tal vez excesivamente- las virtudes monolíticas.
La confrontación entre ambas nos permite establecer un diálogo diacrónico
capaz de recoger ambas aportaciones, esa es la finalidad del comunitarismo
propuesto por Amitai Etzioni: “la tarea comunitaria, tal como yo la veo, estriba en
buscar la manera de combinar elementos de la tradición (un orden basado en
virtudes) con elementos de la modernidad (una autonomía bien protegida). Esto,
a su vez, implica hallar un equilibrio entre los derechos individuales universales y
el bien común (que demasiado a menudo se ven como conceptos
incompatibles), entre el yo y la comunidad, y, sobre todo, la manera de lograr y
sostener ese equilibrio” (Etzioni, 1999: 17-18).
Los rasgos del discurso comunitarista que hemos citado, parecen confirmar la
hipótesis de que esta corriente es promotora de la conjunción u otredad entre «lo
masculino» reflejado en el énfasis en la autonomía, y «lo femenino», orientado
hacia un orden social, basado en relaciones comunitarias que promuevan el
encuentro «Yo-tú» y el «nosotros». El comunitarismo es un intento de
superación de la racionalidad dominante, caracterizada por su poco aprecio a lo
«relacional», por lo que su primera premisa es el hecho de que el ser humano no
sólo «existe» como un «yo», sino que «coexiste» (Pérez, 1997: 82), potenciando
así la «feminización de la cultura»: “desde el momento en que la sociedad
necesita más de la complementariedad o del espíritu de servicio que de la
autonomía y del afán de logro personal, o desde el momento en que «sobran»
14
dominantes o dominantas, debe reconocerse la superioridad social de los
valores que la sociedad tipifica genéricamente femeninos” (Pérez, 2002: 54).
9
Una característica interesante en la propuesta de Etzioni, es la promoción de la dinámica social
a través del «mutualismo». “El mutualismo es una forma de relación comunitaria en la que las
gentes se ayudan unos a otros y no sólo a aquellos que padecen necesidad” (2001: 32). La
comunidades son capaces de crear asociaciones basadas en servicios mutuos, para promover
una labor no necesariamente asistencial, de tal manera que movilice aquellos sectores sociales
en los que están presentes las soberanías intermedias.
15
los hijos, para dedicarse a su carrera profesional. Lo importante de la cuestión
estriba en que mucha gente se siente llamada a obrar de este modo, en que
cree que debe actuar así, y tiene la impresión de que se desperdiciarían o
desaprovecharían sus vidas de no actuar de esta forma” (1994: 52). En este
sentido también se expresa el «Manifiesto comunitarista», publicado por Etzioni
y otras figuras relevantes como Francis Fukuyama, Robert D. Putnam y Mary
Ann Glendon. En dicho documento subrayan la responsabilidad que tienen los
padres de dar en el hogar «el anclaje moral» y la formación del carácter a las
nuevas generaciones:
La educación moral es una tarea que no se puede delegar a baby sitters, ni
siquiera a los centros profesionales de atención a niños, como las guarderías.
Ella requiere un sustento que puede ser dado exclusivamente por los padres.
Los papás y las mamás consumidos por el afán de éxito y por el consumismo,
que llegan a casa demasiado tarde y demasiado cansados para atender las
necesidades de los niños, no pueden descargar su más elemental tarea a los
niños mayores o a sus conciudadanos. De aquí se sigue la necesidad de que los
lugares de trabajo tengan la máxima flexibilidad para que los padres mantengan
una parte importante de su tiempo y de sus energías —de su vida— para
atender a la importantísima tarea de dar educación moral a la naciente
generación; sin esta educación moral su contribución económica y social al bien
común quedarían gravemente mermadas… De hecho las parejas con frecuencia
educan mejor cuando están insertadas en un entramado de relaciones familiares
más amplio. No debe malentenderse el papel de los abuelos; estos no están
para sustituir a los padres, sino para colaborar en la educación que los segundos
deben llevar a cabo. La crianza de los niños es por naturaleza intensiva en
trabajo. Aquí no hay tecnología que ahorre tiempo, ni atajo que no destruya al
ser humano, en perjuicio de todos10.
10
Puede consultarse el Manifiesto Comunitarista en inglés, en la Página Web de la
Communitarian Network. http://www.gwu.edu/~ccps/platformtext.html: The best place to start is
where each new generation acquires its moral anchoring: at home, in the family. We must insist
once again that bringing children into the world entails a moral responsibility to provide, not only
material necessities, but also moral education and character formation. Moral education is not a
task that can be delegated to baby sitters, or even professional child-care centers. It requires
close bonding of the kind that typically is formed only with parents, if it is formed at all. Fathers
and mothers, consumed by "making it" and consumerism, or preoccupied with personal
advancement, who come home too late and too tired to attend to the needs of their children,
cannot discharge their most elementary duty to their children and their fellow citizens. It follows,
that work places should provide maximum flexible opportunities to parents to preserve an
important part of their time and energy, of their life, to attend to their educational-moral duties, for
the sake of the next generation, its civic and moral character, and its capacity to contribute
economically and socially to the commonweal…Indeed, couples often do better when they are
further backed up by a wider circle of relatives. The issue has been wrongly framed when one
asks what portion of parental duties grandparents or other helpers can assume. Their assistance
is needed in addition to, not as a substitute for, parental care. Child-raising is by nature labor-
intensive. There are no labor-saving technologies, and shortcuts in this area produce woefully
deficient human beings, to their detriment and ours (Tr. del Dr. Carlos López Zaragoza).
16
garanticen una tarea educativa insustituible en el sentido de responsabilidad
ciudadana. La dedicación de los padres a los hijos es una tarea que debe ser
más custodiada por la estructura sociopolítica, por ejemplo, con horarios
laborales que reconozcan las «otras» dimensiones de sus trabajadores, como la
maternidad, la paternidad, el parentesco, la amistad, la participación de la vida
pública, la cultura, la relación con la naturaleza, etcétera. La dinámica y los
horarios laborales se habían establecido para padres proveedores, recluidos en
el ámbito público mientras su mujer se encontraba recluida en el ámbito privado,
pero el cambio de paradigmas intergenéricos implica también una revisión del
sistema laboral para superar los paralelismos existentes entre las dimensiones
pública y privada, de tal modo que se eleve la salud social a través de la
realización de las funciones de la familia, entre las cuales destaca el control
social. La presencia auténticamente biográfica del padre y la madre en la
existencia de los hijos, es el garante para evitar la proliferación de conductas
socialmente desviadas en los hijos (Pérez, 2002: 32).
Tomada esta conciencia del servicio que los padres brindan a la comunidad a
través de la conexión con los hijos y su educación como ciudadanos autónomos
corresponsables, también es preciso señalar otras dimensiones que se precisan
para la transición existencial y colectiva hacia el «nosotros-todos-siempre»
desarrollada en el planteamiento comunitarista de Pérez Adán. Su propuesta
incluyente con el modelo del «mestizo diacrónico» implica, además de la
solidaridad intergeneracional anteriormente citada, la inclusión de todas las
razas en el desarrollo humano global, lo cual lo convierte en una respuesta
alternativa a la «unidimensionalidad» etnocéntrica: “aquí, el sistema político y
social estaría formado por un sujeto colectivo mestizo sincrónico: el «yo»
inclusivo universalizado que resulta en un «nosotros-todos» (yo soy no sólo yo
sino también el excluido y el lejano); y un objeto que llamamos mestizo
diacrónico, el yo inclusivo proyectado en el tiempo hacia las futuras
generaciones que resulta en un «nosotros-siempre» (el objeto y meta para la
que trabajo y para la que procuro felicidad es el yo que hay en los que vienen
después: mis hijos y los hijos de los demás)” (Pérez: 2002, 21). No parece una
coincidencia el hecho de que el modelo masculinista haya coincidido con la
existencia de sistemas totalitaristas o etnocéntricos que han desembocado en
escisión entre norte y sur; entre estado, mercado y sociedad civil; entre la esfera
pública y la privada; el mismo individualismo que parece antagónico a estos
sistemas, tiende a ser pre-totalitario, según subrayaba Hannah Arendt (1987).
17
aquí se apoya en la persuasión. Cuanto más esté la gente persuadida de la
legitimidad del orden social, más se esforzará el personal en respetarlo. De
hecho, la misión del gobierno es fundamentalmente persuadir a la gente de la
bondad de una política más que imponer una solución” (Pérez, 2002: 162).
Nuevamente encontramos la promoción del diálogo según el modelo del poder
estereotipado como femenino, en el que la tendencia al cuidado y el servicio
privilegia el sentido de la «auctoritas», basado en la capacidad para ganarse el
respeto del otro con el fundamento del diálogo; frente a la «potestas», que
consiste en la imposición patriarcal sobre los otros a través de la fuerza.
18
intercambian entre la sociedad y la naturaleza (1995: 535). La economía debe
tender lazos solidarios, no abismos basados en el lucro, por eso Pablo Guerra
ha acuñado el concepto de «Socioeconomía de la solidaridad», en la cual están
presentes “las relaciones de intercambio (con y sin moneda), pero también, y
con singular fuerza, las de redistribución, reciprocidad y donación (gratuidad),
todas permeadas por argumentos y racionalidades alternativas a las más
propias del homo oeconomicus. Ignorar las relaciones de gratuidad y los
comportamientos altruistas sería como asimilar la cooperación al estricto vínculo
de la reciprocidad, argumento utilizado por algunas corrientes neoliberales que
se refleja en la teorización de una especie de cooperación con fines egoístas,
permeada en el fondo por el pensamiento utilitarista” (Guerra, 2002: 165).
19
social”11. La fusión o simbiosis del «yo» con el «tú» o el «nosotros», tendría
como consecuencia la creación de relaciones de co-dependencia o
colectivismos que incluso han atentado contra la dignidad de los individuos, e
históricamente nos han dejado una gran lección. Si queremos orientar la
construcción sociocultural hacia la «auto-comprensión» y la «co-comprensión»,
es preciso que la perspectiva socialmente considerada masculina y el
individualismo sean capaces de reconocer el valor de la coexistencia y la
corresponsabilidad, mientras que la visión socialmente considerada femenina y
el comunitarismo están llamados a ofrecer sus aportaciones específicas, sin
desdeñar la importancia de la autonomía en un marco neutro de justicia. Es
preciso superar la fragmentación entre el ámbito público y privado, pero también
debemos superar la tendencia al nepotismo y la creación de los cotos
preferenciales de poder en la vida pública, con el pretexto de los vínculos
familiares, políticos o sociales.
20
proyectos comunes. “La incomprensión sigue siendo general –afirma Edgar
Morin. Sin duda, hay grandes y múltiples progresos de la comprensión, pero los
progresos de la incomprensión parecen aún más grandes” (Morin, 1999: 43).
Por su parte, Adela Cortina realiza un interesante análisis sobre esta doble
racionalidad, explicando que los procesos de maduración en los varones pasan
por el de «individuación», y suelen oscilar desde el nivel preconvencional
(considerar como «justo» lo que les conviene) al convencional (tomar las normas
sociales como referencia), para llegar al nivel máximo de madurez, formulando
principios universalistas que permitan hacer una crítica de las normas sociales
(nivel postconvencional). En el caso de las mujeres, no pasan por esos
progresos en la individualización, sino en la responsabilidad que se siente
respecto al vulnerable y débil, que han de proteger. Sin embargo, también el
género femenino puede y debe aspirar al nivel postconvencional, que le permita
tomar conciencia de su propia dignidad respecto a los demás, con una
autonomía que trascienda las meras normas convencionales: “La madurez
vendrá, pues, cuando autónomamente se sepa responsable de la trama de
relaciones en la que ella es una persona fundamental, porque no hay madurez
sin autonomía y no hay madurez sin compasión y solidaridad por lo débil y
vulnerable. Creo que a la altura de nuestro tiempo las dos voces son
complementarias, porque no hay justicia sin compasión por lo débil ni hay
solidaridad si no es sobre las bases de la justicia” (Cortina, 1993: 156).
Paul Ricœur también aborda esta dialéctica de los dos niveles éticos, en el que
lo «bueno» y lo «legal» se contrastan como expresiones del «amor y la justicia».
Con el paradigma de la analogía, nuestro autor consigue consolidar una
propuesta de la intención ética 1, basada en la libertad; 2, conjugada con la
libertad en segunda persona; 3, mediada por las instituciones. “El otro es
verdaderamente otro yo, un alter ego, alter ciertamente, pero alter ego.
Efectivamente –dice Ricœur- si en momentos de desfondamiento de mi
creencia, yo dudara de ser libre, si me sintiera tan aplastado por los
determinismos de todo tipo, entonces ya no podría creer tampoco en la libertad
del otro y ya no querría ayudarle a ser libre. Si yo no me creo libre, tampoco creo
libre al otro…el «nosotros» mismo comporta el «ellos», que es el de la
institución. Y es más, sólo una parte muy débil de los vínculos humanos puede
ser personalizada, y esta personalización procede de nuestro esfuerzo por
interiorizar cada vez más un vínculo que, en primer lugar es neutro” (Ricœur,
2000: 65 y 69). La plenitud ética del «yo» se realiza cuando la acción se
encuentra adecuadamente vinculada «con-y-para-el-otro» (Ricœur, 1996: 186-
202), lo cual se representaría gráficamente de la siguiente manera:
21
El reconocimiento del «yo» como «alguien» individual pero coexistente «con-
para-el-otro-otra» es un componente fundamental para todo ser humano, sin el
«yo» se perdería la propia identidad como persona individual, y sin el «otro» el
solipsismo conlleva a la angustia. La intersección de ambas esferas genera la
autocomprensión en relación con el otro, de tal modo que la conexión entre
ambos elementos «construye» una nueva dimensión, el «nosotros», sin permitir
que desaparezcan el «yo» y el «otro». Este esquema implica la comprensión del
ser humano como «autonomía relacional» (Ballesteros, 2002: 19), de tal modo
que los vínculos intrasubjetivos nos hacen más capaces de elevar el sentido de
corresponsabilidad con la propia realidad circundante (rasgo femenino). Sin
embargo, también se precisa el respeto de espacios propios en cada miembro,
asumiendo la participación según las posibilidades personales, delegando
funciones específicas individuales en la tarea común y evitando la posesividad
(rasgo masculino).
Hay autoras que afirman, parafraseando a Malraux, que «el siglo XXI será
femenino o no será» (Chinchilla, 1999). La frase puede ser tentadora para las
congéneres femeninas, pero esa afirmación tiene un fondo excluyente con la
«otra» mitad del género humano. Después de estas reflexiones hemos tomado
conciencia de que la afirmación del «yo» ha sido histórica y culturalmente
asociado con la racionalidad masculina, mientras que la del «otro/nosotros» se
ha asimilado con la femenina. Nuestro tiempo exige el reconocimiento de la
perentoria necesidad de exaltar la dimensión de lo «femenino» en conjunción
con el modelo «masculino» instaurado, para librarlos a ambos de la tendencia a
la dominación y exclusión del otro o la otra, también de las futuras generaciones.
Hanna Arendt observaba que “aún en los tiempos más oscuros tenemos el
derecho a esperar cierta iluminación, puede provenir menos de las teorías y
conceptos que de la luz incierta, titilantes y a menudo débil que algunos
hombres y mujeres reflejarán en sus trabajos y sus vidas bajo cualquier
circunstancia, y sobre la época que les tocó vivir sobre la Tierra. Ojos tan
acostumbrados a la oscuridad como los nuestros difícilmente serán capaces de
distinguir si su luz fue la de una vela o la de un sol deslumbrante” (Arendt: 2001,
11). La conciencia de la «dominación masculina» ha sido fuente de «luz» para el
género femenino contemporáneo, que ha desarrollado serias investigaciones y
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acciones sociales promotoras del «empoderamiento» femenino y de la equidad
en la vida pública. Aún queda mucho camino por recorrer en la lucha contra la
exclusión, pero la luz debe ser también fuente de calor y de «encuentro», no
sólo de dialécticas disyuntivas conducentes a la «autoafirmación». Mujeres y
varones del siglo XXI hemos de desarrollar la capacidad para colocar los valores
de la «individuación» en su justa dimensión, conjugando la autonomía con la
responsabilidad.
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