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Violencia Escolar - Bullying 2020

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Ética, Derechos Humanos y Construcción de la Ciudadanía

Violencia Escolar
Lic. Roberto Sierras
V2020

VIOLENCIA ESCOLAR

1. Introducción.-

Abordaremos el tema de la violencia escolar como una violación a los derechos


humanos de los sujetos que aprenden; pero también como un fenómeno que afecta
a toda la comunidad educativa.

Entendemos por violencia a los actos que se ejercen con la intención de lograr una
cosa a través del uso de la fuerza. La conducta violenta, por lo tanto, busca dañar
física o psicológicamente a otra persona para someterla.

Existen distintos tipos de violencia, tales como la violencia familiar, la violencia


de género, violencia laboral, entre otras. Todo tipo de violencia que se ejerza
sobre la persona es una violación a sus derechos humanos.

En el caso de la violencia escolar, está dada por la conducta que se desarrolla en


el seno de la institución escuela y tiene la finalidad de generar algún tipo de daño
en dicho marco.

La violencia escolar puede desarrollarse dentro de la escuela (en un aula, un pasillo,


el baño, un patio, etc.) o en otros sitios que están vinculados a ella (la entrada al
edificio, la esquina, la plaza más próxima). Sus víctimas pueden ser estudiantes,
docentes, trabajadores de la escuela o familiares de los alumnos; es decir
cualquiera que integra la comunidad educativa.

Dentro de la violencia escolar podemos subrayar que existen tres tipos que se
determinan en función de quien es el agresor y quien el agredido. Así, por
ejemplo, podemos hablar en un primer término de lo que es la violencia de
alumnos hacia otros alumnos. Esta se traduce tanto en lesiones de diversa índole
(físicas o psíquicas) hurtos de objetos personales, en ataques sexuales, insultos,
apodos despectivos, humillaciones, etc.

En los últimos años como consecuencia de estas prácticas violentas ha dado lugar a
casos tristemente conocidos en todo el mundo en el que las víctimas, “machacadas”
y humilladas hasta límites insospechados, han acabado suicidándose, en algunos
casos extremos.

El suicidio es la peor consecuencia de la violencia escolar. La violencia siempre


deja huellas en quien la padece y también en quien la ejerce.

En segundo lugar, nos encontramos con la violencia escolar que es ejercida por
alumnos o familias sobre el personal docente. La misma se manifiesta tanto a
nivel físico, a través de lesiones de distinta categoría (agresiones), como a nivel
psicológico haciendo uso de insultos y humillaciones de muy variada tipología. Este
hecho ha experimentado lamentablemente un crecimiento importante en los últimos
años.

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Y en tercer lugar se encuentra la violencia escolar que es ejercida por el propio


personal docente hacia otros compañeros, hacia alumnos, padres de
estudiantes o incluso miembros del colegio que trabajen en el ámbito de la
administración o de los servicios. Entre las manifestaciones más frecuentes que tiene
este tipo de violencia se encuentran las siguientes: ataques al aspecto emocional de
las víctimas mediante humillaciones o violencia verbal en toda su extensión y en el
otro extremo la violencia física. Aquí tenemos la descalificación por falta de
conocimientos, el poder de la lapicera que puede ejercer el docente, la falta de
libertad para participar, entre otras.

Existen múltiples causas que pueden propiciar la irrupción de la violencia escolar. Los
expertos hablan de la falta de límites en la conducta, de la transmisión de
situaciones violentas a través de los medios masivos de comunicación que pueden
generar un efecto de contagio y de las condiciones de exclusión y discriminación
social.

No podemos dejar de señalar que vivimos en una sociedad violenta, esa violencia se
manifiesta diariamente en todos los ámbitos sociales. La violencia es un emergente
social.

2. Acoso escolar – Bullying.-

Es frecuente que la violencia escolar se asocie al acoso escolar, también conocido


como bullying (término en inglés). Este acoso consiste en someter a un niño a
maltrato constante y sostenido a lo largo del tiempo a través de burlas,
insultos, golpes, humillaciones, robos, chistes, exclusión, chismes, etc. por
otro niño mediado por la institución escuela. En edades tempranas se manifiesta a
través del maltrato físico. Durante la adolescencia, se da de manera verbal o
psicológica; esta es la más difícil de detectar y está totalmente expandida por el uso
de las redes sociales (ciberbullying). El ciberbullying en la actualidad se muestra con
mayor frecuencia y virulencia y excede los muros de las instituciones educativas
aunque sigue siendo un problema de ellas.

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Es decir que la violencia esta mediada por el uso de las tecnologías de la información
y la comunicación (TIC).

Por lo general, el bullying se presenta en el nivel primario y en los primeros años del
colegio secundario; aunque ya se registran casos en el nivel inicial. No diferencia
niveles socioeconómicos ni género.

Es difícil de detectar porque se caracteriza por la clandestinidad. El sujeto que acosa


a otro suele estar acompañado de una “pandilla”, un grupo, y usan lugares
estratégicos como el recreo, la salida del colegio o los baños de los establecimientos,
para que los adultos queden fuera del circuito. De ahí la necesidad de estar alertas.
Casi siempre hay un líder que arrastra en forma activa o pasiva al resto de los
acosadores.

"En las aulas es habitual normalizar situaciones de rechazo o de acoso de


bajo nivel, que se aceptan como propias de las dinámicas de grupo y no lo
son”.

Lo primero que debemos diferenciar es que la violencia escolar son los episodios
que ocurren dentro de los establecimientos educativos y le pertenecen; son
generados por el sistema. Un ejemplo típico de violencia escolar es el manejo, por
parte del docente, de la calificación para generar coerción sobre la conducta de sus
alumnos. En cambio, la violencia en las escuelas, que es la que preocupa en la
actualidad, es violencia social que irrumpe dentro de los establecimientos educativos:
violencia callejera, violencia familiar, uso y abuso de sustancias tóxicas, portación
ilegal de armamento, uso inadecuado de las redes sociales, etc.
Diferenciar esto permite comprender que este fenómeno actual le pertenece a la
sociedad entera y no a un sector, como pueden ser los docentes o las familias.
Siempre existieron los conflictos sociales entre escuela y familia pero nunca han sido
tan virulentos ni tan visibles.
Los medios masivos de comunicación, tales como las redes sociales hacen que todo
sea inmediato e instantáneo. Los niños y jóvenes viven en un mundo vertiginoso que
les permite acceder a bienes y servicios a una edad en la que no están preparados
para eso y les genera una falsa libertad. Esta autonomía anticipada los hace sentir
omnipotentes y les da cierta impunidad para hacer casi cualquier cosa. Esto se
desarrolla porque los niños y jóvenes de hoy se manejan en un mundo en el que los
adultos no logran sostener las normativas. La disciplina y la autoridad aparecen
vinculadas a situaciones de sometimiento y no al orden y al respeto que se
necesitan para la convivencia. Entender esto es fundamental para lograr la
formación de un sujeto autónomo con responsabilidad.

A partir de la irrupción de las redes sociales en la escuela todo tipo de violencia que
se ejerza a través de ese medio y entre integrantes de la comunidad educativa
también debe ser considerado como violencia en la escuela; este tipo de violencia es
el llamado Ciberbullying.

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Si bien como se señalo con anterioridad la violencia en la escuela entre sujetos


siempre existió hoy tiene visibilidad y cambio de violencia de física a psicológica. Hoy
perdura este tipo de violencia entre los jóvenes y adolescentes.

El bullying incide sobre el estado emocional y físico de los sujetos que


aprenden. Al afectado lo anula, tanto, que no puede pedir ayuda. Somos los
adultos que debemos tomar un rol activo en la prevención y abordaje a
través de la escucha, la atención y la conversación.
La prevención es la principal herramienta en la lucha contra la violencia
escolar.

Síntomas de un niño que padece bullying.- Hay distintos indicadores que le


permiten a la familia detectar que un sujeto está sufriendo violencia en la escuela:

• No quiere ir a la escuela sin motivo aparente.


• Pierde el dinero dado para el almuerzo, merienda o para el colectivo.
• Tiene frecuentes cambios en el humor.
• Se manifiesta muy ansioso.
• Le cuesta conciliar el sueño.
• Se manifiesta más sensible que de costumbre (llora o se queja).
• Aparecen dolores psicosomáticos de panza o de cabeza.

Es importante que ante la aparición de estos síntomas las familias se acerquen a la


escuela.
Veamos un caso:

Muy nervioso, Simón M., de 12 años, busca en un cajón de su placard unos billetes entre su ropa desordenada. Son
las 7.15 y su padre se inquieta de viva voz porque va a llegar tarde a la escuela. "Pará, pa... si no llevo plata para
comprarle un alfajor a Agustín, no puedo ser su amigo. Me va a gritar delante de todos que soy un sucio y me va a
robar la cartuchera. Ya me lo dijo ayer."

La escena en una casa de la zona norte del conurbano bonaerense muestra la dificultad de los preadolescentes para
ser aceptados por sus pares en la escuela, algo que se repite en muchos hogares del país y que no está vinculado
con el tipo de establecimiento al que se asista. Hay episodios de violencia entre los chicos tanto en las escuelas
públicas como en las privadas.

¿Cómo logró mejorar Simón M. su relación con Agustín? "No fue por darle el alfajor y aceptar las reglas de su
compañero, sino porque al regreso del colegio Simón me contó lo que le estaba pasando. Hablé con los directivos de
la escuela y trataron la cuestión en la hora semanal de tutoría. Así, además, salió a la luz que no se trataba de un caso
aislado, sino que Agustín tenía esa manera de relacionarse con varios compañeros de aula", contó Julián, el padre de
Simón M.

"Creo que el cambio no lo producen los relevamientos, sino la capacidad de los actores de pensar y reflexionar acerca
de la información. Mientras reunamos información y no la discutamos con padres y maestros, la posibilidad de producir

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cambios será mínima", afirmó a LA NACION el licenciado Gustavo Iaies, director del Centro de Estudios en Políticas
Públicas y especialista en educación.

Los especialistas en cuestiones educativas y de convivencia en aula admiten que hasta cerca de los 15 años se
percibe mayor violencia entre los alumnos, lo que puede llegar a perturbar el rendimiento en el aula. Y sugieren que
cuanto antes se interpreten las señales de violencia entre los estudiantes más posibilidades habrá de prevenir o de
resolver los conflictos.

Iaies pone el foco en la responsabilidad de los adultos: "No creo que los chicos sean más violentos que antes, me
parece que los adultos hemos perdido claridad para contenerlos. Me parece que la coherencia en los equipos
institucionales para establecer contratos claros con los alumnos es la clave. Que para los chicos sea claro lo que se
puede y lo que no se puede, y en lo posible, explicar los porqués. Me parece que cuando entendemos que el orden
es una herramienta para que los chicos aprendan y podemos plantearlo con esa convicción y evitamos vivir negociando
ese orden, los chicos lo van asumiendo como tal"..

Efectos posibles del bullying.- Algunos de estos efectos pueden ser detectados
por los docentes y otros por la familia; podemos señalar los siguientes:

• Ansiedad.
• Inseguridad.
• Miedo.
• Baja autoestima.
• Disminución del rendimiento escolar.
• Aislamiento.
• Trastornos del sueño.
• Trastornos del humor.

Cómo actuar en estos casos.-

Lo más difícil frente a un caso de bullying es poder detectarlo. El niño debe romper
el silencio y dejar a un costado cierto espíritu que lo lleva a conservar el
“secreto”.

Una vez detectado el caso, el adulto responsable, sea la familia o docentes, puede
alojar al niño para que se sienta contenido y le brinde información concreta sobre los
acosadores, para posibilitar un posterior trabajo con todos ellos.

En la escuela los gabinetes psicológicos muchas veces trabajan con los agresores y
la víctima para resolver el acoso. Resulta importante poder integrar en este proceso
a los educadores y a las familias de ambas partes para poder crear una red de sostén
y diálogo. Es indispensable que participe todo el grupo que no quede limitado al
agredido y al agresor es decir sumar a los llamados actores pasivos.

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En muchas familias y también en la institución escuela, algunos piensan: “son cosas


de chicos”, “qué quiere que haga, tiene alma de líder” o “los hombres se
hacen a golpes”. En estos casos, el trabajo con las familias es esclarecedor y los
resultados no siempre son los esperados. Aparece la necesidad desde la escuela de
desconstruir el mito sobre determinados roles vinculados con lo femenino y lo
masculino.

¿Qué se espera de las familias?


Afrontar la violencia escolar es un trabajo conjunto por lo tanto escuela y familia
tiene que trabajar juntos, o intentarlo, con el fin de lograr un buen resultado.
La escuela espera de las familias:
- No permitir que los hijos accedan tempranamente a bienes y servicios que
están indicados para edades mayores, por ejemplo el uso de teléfonos
celulares.
- No permitir reuniones entre adolescentes en donde circula alcohol sin la
presencia de un adulto responsable.
- Decir que no frente a las demandas de permisos para concurrir a lugares donde
se vende alcohol a menores, porque esto permite el acceso a otras sustancias.
- Decir que no frente a la demanda de manejar dinero excesivo o la utilización
de autos o motos a una edad no permitirá por la ley.
- Generar una red de contactos entre los padres de los amigos de los hijos para
estar al tanto de con quién se manejan cuando no están en casa.
- Acceder a las redes sociales en las que navegan a fin de monitorear por dónde
van sus búsquedas y qué tipo de amistades aceptan. Y, si los sujetos no dan
las claves de las redes sociales, a los adultos a su cargo, se debe prohibir su
utilización.
- Dar información sobre los diversos accesos problemáticos que pueden
encontrar en las redes sociales y los peligros que los pueden impactar.
- Hablar con los sujetos sobre los temas que los convocan en la actualidad y los
modos en que la era consumista los esclaviza haciéndoles creer que necesitan
todo lo que adquieren.
- Participar de la vida escolar, no sólo para hablar del proceso de enseñanza
aprendizaje, sino para internalizar a la escuela como un lugar posible de
contención.
- Lograr con los hijos “acuerdos” y no “negociaciones mercantilistas” que
terminan diluyendo el vínculo afectivo y transformando a los hijos en buenos
comerciantes y no en buenos hijos.
- No pretender satisfacer permanentemente a los hijos, la frustración es una
buena experiencia y prepara para la vida en comunidad.

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3. ¿Cuál es el perfil de un chico que realiza bullying sobre sus


pares?

En todos los casos - el del chico acosado o del acosador - se recomienda que las
familias generen espacios de diálogo y escucha abierta para que los chicos puedan
compartir exactamente lo que están sintiendo, y empezar así a atacar la
problemática.

Cuesta tratar de preestablecer cuál es el perfil de un chico que produce bullying y


más de entender el porqué. Es que este tipo de violencia, de acoso escolar, es tan
variopinto como el que la ejecuta: puede manifestarse a través de diferentes formas
de hostigamiento, como ya señalamos: físico, verbal, psicológico, virtual.

"No hay un perfil determinado que se diga es así -asevera Flavia Sinigagliesi,
coordinadora del Equipo Bullying Cero Argentina del Grupo Cidep-; sólo se sabe que
es un chico que aprendió un modelo de éxito con la violencia."

Los especialistas en esta temática concuerdan en que todo niño hostigador posee una
característica común: la falta de empatía. "Acosa de manera sistemática, es decir,
que establece estrategias a corto y largo plazo. Puede actuar en grupo o liderar
acciones para que otros ejecuten. No se mueven solos porque lo que necesitan de
alguna forma es hacer valer un poder y eso se lo realza el resto del grupo", explica
María Luján Díaz, psicóloga del Equipo Diocesano de Niñez y Adolescencia (EDNA).

Desde Bullying sin Fronteras, Javier Miglino aporta tres características del hostigador:
"Ejerce una situación de liderazgo de manera tal que lo que hace él produce imitación
en los demás, encuentra a la víctima y por último no tiene ningún tipo de freno.
Ahora si se llega a una instancia judicial en la que vienen los padres y los directivos,
inmediatamente cuando el chico se entera de todo el daño que causó, no lo puede
creer".

Sin embargo, Díaz marca que "el chico es consciente de lo que hace. Es cierto que a
menor edad hay menos conciencia en cuanto a las consecuencias y a armar una
estrategia. Pero en niños de entre 6 y 8 años podemos hablar de que existe
conocimiento de que pueden dañar al otro".

Cabe señalar que la característica principal del bullying es que es sistemático. "Es un
tipo de violencia silenciosa, donde una persona ejerce un poder desmedido sobre otra
-llamado hostigador- y una que padece esa agresión que está, de alguna forma,
imposibilitada de valerse por sí misma -el hostigado-", explican desde EDNA.

"El verdadero chico que hace bullying, va a saber qué es lo que le molesta al otro,
porque justamente esa es una de las habilidades que tiene. El caso más complicado
es en el cual la docente adhiere y le parece un chico divino, porque no lo ve. El niño
realiza la acción justamente cuando no lo ven", apunta Sinigagliesi.

¿Cuánto influye el entorno social donde crece un niño y los mandatos culturales?
"Hoy se sabe que si criás un nene con fortalezas empáticas, donde la empatía es un
valor importante, es totalmente distinto al chico que está criado en una familia donde

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el modelo de éxito es pisando al otro", sostienen desde el Equipo Bullying Cero


Argentina. "Esto es multicausal: no podemos perder de vista que los chicos vienen
de un contexto familiar donde se tiene que saber cuáles son las características de
vinculación de esa familia. Los casos de bullying generalmente llegan por las víctimas
y no por padres preocupados de que su hijo realice este tipo de acciones -remarca
Díaz-. Hay que entender que existen patrones de crianza donde se fomenta esto:
para muchos padres es más exitoso tener un hijo que se pueda defender, que sea
activo, a sentir que su hijo no sabe protegerse ante una situación. Sí o sí refleja cómo
son ellos en calidad de padres."

Tanto en el lugar del hostigador como en el del hostigado, los especialistas sostienen
que hay un déficit importante en la comunicación familiar. "Hay señales para darse
cuenta cómo es el patrón de sociabilización del chico en ambos lados. En el niño
víctima se puede decir que ha tenido un modelo de crianza, de mucha
sobreprotección, muy emotivo, que tiene pocos recursos de poder transmitir lo que
está viviendo, entonces se siente aislado", alerta Díaz.

Miglino asevera: "El padre del chico acosador tiene que tener conciencia de que lo
que está haciendo el chico no es un juego, no es una cosa divertida. Está, sin darse
cuenta, creando una persona violenta, que se aprovecha del dolor del otro, porque
el bullying es continuado y violento, no es simplemente una cargada o una pelea
como hemos tenido todos".

En relación a los padres del chico acosado, desde Bullying sin Fronteras aconsejan
escuchar siempre a su hijo sin juzgar, comunicarse con especialistas de confianza e
incluso si se nota una situación de violencia, hacer la denuncia. "Es preferible atestar
los tribunales argentinos con causas penales y no que en el camino un chico sea
lastimado o se termine muriendo", remarca Miglino.

¿Qué pasa en la escuela?

En cuanto al entorno escolar, la mayoría de los expertos asevera que la escuela no


está preparada para afrontar la problemática. Tras que su hijo sufriera una amenaza
de muerte, la mamá de Brain Tezzani (13 años) tuvo que pedir ayuda legal ante el
continuo acoso que recibía el niño por parte de sus compañeros de la Escuela Técnica
Nº 1 en el partido de Escobar, provincia de Buenos Aires.

"Notificamos a la escuela sobre la situación, que, como en el 99% de los casos, negó
absolutamente todo, pero cuando uno notifica a los directivos ya queda el
antecedente para una futura causa. Después se hizo una causa penal por amenazas
debido a la situación que había vivido Brian. Si bien los autores son menores de edad,
hay que investigar qué hay detrás, es decir, la instigación", cuenta Miglino.

En EDNA comentan que desde que lanzaron la campaña nacional contra el bullying
junto con el Consejo Publicitario Argentino, continuamente reciben consultas a través
de la página Web de padres cuyos hijos sufren bullying -y también de chicos que son
testigos pasivos de acoso que no saben cómo manejar la situación-. Más del 80% de
las familias que acudieron a las escuelas no han tenido una respuesta satisfactoria
ante el problema y en muchos casos hasta negaron directamente la situación.

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"Hace falta un compromiso más fuerte desde el área docente con relación a
este tema -apunta Miglino-. Los docentes y directivos tienen que estar siempre
en contacto con los chicos, sólo así podrán detectar qué niño hace bullying.
Es el maestro el que tiene que poner el freno, no los chicos. Sin embargo es verdad
que en los últimos años muchos maestros quedaron desarmados a la hora de poner
una sanción y ahí empieza el problema, en la falta de límites."

"Hay que trabajar mucho puertas adentros de la escuela, reflexionar sobre cómo se
paran respecto de la violencia entre pares, la violencia institucional, generar un
proyecto y sí o sí abrirlo a la comunidad. Los casos exitosos que supieron abordar
este problema han trabajado en grupo: padres, docentes y alumnos", reflexiona Díaz.
Y añade: "Todo lo que no es aprendido en los núcleos familiares es común
que recaiga en la escuela que debe formar a los niños como ciudadanos".

Cuestión de todos

Desde Unicef, María José Ravalli remarca que, en general, "cuando hay una situación
de acoso hay un entorno silencioso, ya sea escolar o familiar, que calla, que mira
para otro lado o que no atiende el problema".

"El bullying es un problema de chicos que lo resuelven los adultos. Pero es


un problema de chicos, el que lo sufre es el chico, el adulto es el que tiene
que dar la solución porque tiene más medios para hacerlo", apunta
Sinigagliesi. Y dice: "¿Qué hacer con el hostigador? Tenemos que trabajar siempre
con el grupo, hacer que no se ría ante lo que hace el hostigador. Con el último con
el que voy a trabajar es con el hostigador -porque a veces se puede hacerlo y otras
no-. Es importante generar actividades donde él empiece a darse cuenta de que lo
que hace produce sufrimiento en el otro y comenzar a darles modelos, donde el éxito
no pase por pisar al compañero de clase".

Finalmente, desde el EDNA aseveran que el trabajo tiene que ser integrado, no
estigmatizar el problema en la figura del acosador. "Es nuestra responsabilidad
social que acompañemos a este chico. Todos debemos tomar conciencia de la
problemática, trabajar en la prevención, ver el tema de valores, la convivencia, la
forma en que un docente se para delante de los alumnos, si es autoritario o no, si
sabe manejar el clima emocional dentro del aula", dice Díaz.

Y concluye: "Es fundamental tomar decisiones tanto para calmar al acosador


-que no deja de ser un niño- como para el chico que sufre esto. Hoy por hoy
minimizamos las consecuencias y realmente son a largo plazo, dejan
vestigios muy fuertes"..

4. Análisis de la situación actual a través de encuestas:


Un estudio realizado recientemente revelo que uno de cada cuatro argentinos dijo
haber conocido al menos un caso de bullying perpetrado hacía algún conocido o
familiar. Incluso esos mismos encuestados se declararon víctimas de algún tipo de

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hostigamiento escolar. El acoso entre niños, niñas y adolescentes es un tema que


preocupa al 87% de los argentinos. Esos son las principales conclusiones de un
estudio realizado por la consultora TNS-Gallup para el Consejo Publicitario Argentino
que lanzó una campaña bajo el lema “Si no hacés nada, sos parte”.
Según la encuesta, la mayoría de los argentinos opina que la responsabilidad
de prevenir el acoso escolar es de “los padres” (la familia) y en segundo
lugar, de los maestros (institución escuela). Por último, del Estado.
El estudio realizado entre 9377 alumnos de entre 9 y 18 años de todo el país muestra
que 1 de cada 4 chicos de entre 10 y 18 años tiene miedo de algún
compañero. El 30% sufrió alguna agresión física y el 65%, agresiones
verbales. Las mujeres son las que más conocen de situaciones de bullying (31%
contra 19% en los varones) y, según el informe, los que más saben del tema son los
mayores de 50 años.
Las cifras son alarmantes. Es el síntoma de un tejido social dañado, y la
complejidad y profundidad del fenómeno no admite que podamos evadir
nuestra responsabilidad. Nos interpela. La ausencia de reglamentación de la ley
de bullying la convierte en un papel sin valor, una ley muerta. Este vacío repercute
en la falta de cifras oficiales y, como consecuencia, la problemática permanece
invisible.
Recopilar información es el primer paso para sustentar el desarrollo de políticas
públicas y criterios unánimes de respuestas. No es posible seguir pensando que
se trata de una fuerza extraña que irrumpe desde afuera y que podemos emparchar
con algún producto.
No son casos aislados. Puede ser cualquiera que opine en una red social o que cuelgue
una foto. Puede causar daños con secuelas permanentes o incluso llevarse vidas. La
catarata de insultos y el hostigamiento suelen escalar sin freno. No hay instrumentos
válidos que nos puedan explicar cómo actuar, qué hacer o a quién recurrir.

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5. El exitoso método finlandés contra el bullying: cambiar la actitud


de los espectadores

La obligaban a comer pasto porque decían que era una vaca. Calentaban una lapicera
en la estufa y se la clavaban en la espalda. Un lunes por la mañana, la rodearon en
la clase de matemática y le tiraron la carpeta al piso. Uno de sus compañeros, de 12
años, lanzó una patada voladora y ella atinó a cubrirse la cara, pero terminó con
cuatro dedos rotos. Todo sucedió delante del maestro, que no hizo nada y por eso
fue desplazado del cargo, aunque la madre de la víctima ya la había cambiado de
colegio.

El episodio ocurrió el año pasado (2017) en la Escuela Media 17, en Bahía Blanca, y
la historia trascendió por su extrema crueldad. Pero no es un caso aislado. Seis de
cada diez chicos en edad escolar dijeron haber presenciado casos de humillación
entre pares, discriminación y violencia. Son los únicos datos oficiales disponibles que
surgen de la evaluación Aprender 2017, y que ponen en evidencia un problema que
no da tregua en las aulas argentinas.

El 1 de mayo se celebra el Día Mundial Mundial contra el Bullying, y las escuelas de


distintos países se cuestionan cómo abordar el conflicto. Algunas optaron por
métodos sistemáticos, como en Finlandia. En Barcelona, hay instituciones con
proyectos que se enfocan más en lo preventivo para evitar que se consoliden las
relaciones de acoso. En Chile, un proyecto impulsa una fórmula para cada escuela
en particular, que se centra en la elección de un grupo de alumnos como líderes de
convivencia. Y en algunos de los estados más importantes de Estados Unidos, como
Nueva York, reconocen que el tema es tan complejo que no hay fórmulas mágicas
que lo resuelvan.

Rechazados, acosados o excluidos. La tortura suele adoptar distintas formas, pero es


reiterada, abusiva y constante. A veces se enmascara como dinámicas propias que
se construyen dentro de un grupo, como algo intrínsico de la vida dentro del aula.
Fuera del ámbito escolar, el hostigamiento hoy se dilata de manera virtual en las
redes: el ciberbullying.

En los últimos cinco años, varios países sancionaron leyes específicas con respecto al
tema, que incitan a los maestros a denunciar pero que por sí solas poco hicieron para
cambiar la manera en que se enfrenta el problema.

Es Finlandia uno de los países que más investigó sobre el tema, tarea que asumieron
expertos de la Universidad de Turku hace más de una década, cuando crearon el
método KiVa, un programa sistemático que aborda el acoso como fenómeno grupal,
y que en lugar de centrar su mirada en el acosador y la víctima, hace foco en los
llamados bystanders, que son los espectadores pasivos. De acuerdo con la
experiencia de Tiina Makela, coordinadora del método para América Latina, el acoso
es la estrategia por la que un individuo pretende demostrar una posición de
mayor fuerza en un grupo de iguales. Y sin público "en las gradas" no hay
bullying.

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Luego de unos años de haberse implementado el método KiVa en el país báltico, se


hizo un estudio en 234 instituciones educativas y 30.000 estudiantes, de entre
7 y 15 años, y los resultados constataron que los casos de bullying habían
desaparecido en casi un 80% de las escuelas. La contundencia del programa
finlandés impulsó su incorporación en más de 20 países, incluido la Argentina, donde
un total de diez instituciones, todas privadas por el momento, compraron la licencia.

El bilingüe Michael Ham fue el pionero: lo instrumentó en sus dos sedes, de Vicente
López y Nordelta. Y hace pocas semanas, la vicedirectora académica, Mariana
Gallagher, recibió desde Finlandia los resultados de su primera evaluación, con una
disminución del 3% en alumnos que sienten que fueron víctimas, y de 2,5% en
alumnos que reconocen haber sido acosadores.

Testigos como protagonistas

¿Puede un método enlatado funcionar en diferentes escuelas alrededor del mundo?


KiVa tiene acciones universales, que son de prevención, y focalizadas, de
intervención. Todas están detalladas en un manual que la escuela debe poner en
práctica. Hay lecciones, ejercicios, juegos y trabajos en grupo. Hay maestros
en los recreos que están con un chaleco refractario y la leyenda KiVa en la espalda,
como para que nadie olvide que el programa está presente en la escuela. Pero las
acciones focalizadas, dicen, son las que hacen la diferencia. ¿Por qué? Según los
expertos, y a contramano de otros métodos que se centran en la víctima y el
acosador, KiVa intenta cambiar las normas que rigen al grupo.

"Llevamos por herencia la idea de que ser buchón está mal -apunta
Gallagher-. Era algo que la entrenadora finlandesa no lograba comprender bien, y
con su orientación incluimos el tema en el programa. El buchón busca el mal del otro,
exponerlo frente a los demás para dejar al descubierto un error, una falta. 'Ella no
hizo la tarea'; 'trajo medias celestes y no se puede'. Pero contar que una compañera
le saca la silla a otra, le esconde la vianda o le tira la mochila a la basura es una
forma de pedir ayuda, de ser parte de una solución".

Dentro del grupo, esos chicos que no son los acosadores pero sí testigos son para
KiVa la clave del cambio. "Si se reían y dejan de hacerlo, ya es un paso. A ellos se
los convoca cuando hay un conflicto, se los motiva para cambiar de actitud, y son
ellos los que proponen soluciones posibles", agrega Gallagher.

En abril del año 2017, cuando aún estaba a cargo del Ministerio de Educación de la
Nación, Esteban Bullrich viajó a Finlandia para reunirse con los creadores de KiVa, y
de ese encuentro surgió la posibilidad de la implementación del programa por un
período de tres años, con un muestreo de 400 escuelas públicas. Finalmente, la
intención no prosperó, y según señala Cristina Lovari, coordinadora de Educación
Inclusiva, "fueron reuniones muy positivas, que abrieron nuevas formas de pensar".

¿Cuáles son las herramientas con las que hoy cuentan las escuelas públicas
argentinas? En 2013 se promulgó la ley para la Promoción de la Convivencia

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Violencia Escolar
Lic. Roberto Sierras
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Escolar, y a partir de allí se desarrollaron algunos programas, como la Guía Federal


de Orientación para los docentes y la línea 0800 Convivencia, donde el año
pasado se recibieron 300 llamadas en que se denunciaba una situación
conflictiva. Pese a todo, los maestros en las aulas reconocen que muchas veces no
saben cómo actuar. "La formación docente es prioritaria, y a veces es difícil conjugar
el desencuentro entre los tiempos del sistema educativo y la necesidad de los chicos",
confiesa Lovari.

5.1. La receta chilena y el proyecto catalán

Andrea Henríquez es uno de los rostros más visibles en Chile de la lucha contra el
bullying, en un país que acumula más de 4000 denuncias al año y que tiene una ley,
desde 2011, que rige el actuar de las escuelas. "Hemos avanzado, pero aún falta",
dice Henríquez, una joven de 20 años, estudiante de Ciencias Políticas y directora de
la fundación Volando en V, que hoy está presente en 15 escuelas chilenas y este año
pretende sumar ocho más.

Cuando tenía once años, Henríquez y su familia se trasladaron a Ecuador, y en su


nueva escuela comenzó a sufrir acoso. Primero se expresó en forma de apodos como
"muñeca de plástico"; luego con canciones que la ridiculizaban delante de sus
compañeros y, más tarde, con el hostigamiento en las redes. Era adolescente cuando
llegó la gota que la desbordó: un día, más de 30 chicas aparecieron usando remeras
estampadas con insultos dedicados a ella. "Ese día nadie quedó indiferente. Las
alumnas más grandes intervinieron y luego se sumaron los profesores, los padres y
alumnos de otros grados. Fue una bomba que explotó", recuerda.

Así nació Volando en V, que imparte programas de liderazgo en las escuelas con la
finalidad de promover la convivencia positiva desde los alumnos mayores. ¿Cómo?
"La escuela elige a diez alumnos, entre segundo y cuarto año, de entre 15 a 17 años,
con un perfil sugerido. Después los capacitamos para que sean protagonistas del
cambio y realicen intervenciones que sensibilicen, enseñen valores de convivencia a
otros alumnos y se hagan cargo del tema del acoso escolar. Esto funciona a través
de juegos, charlas, actividades en las aulas y también los recreos", explica.

El programa Volando en V, en Chile

Jordi Musons es el director de la escola Sadako, en Cataluña, una de las comunidades


que en España marchan al frente en la cantidad de casos de acoso escolar, junto con
Madrid, Murcia y Andalucía, según datos de la ONG Bullying sin Fronteras. "En las
aulas es habitual normalizar situaciones de rechazo o de acoso de bajo nivel, que se
aceptan como propias de las dinámicas de grupo", responde Musons, que como
director de la escuela es el responsable también del proyecto Somrius, que no se
basa en una estrategia sistemática sino que se asienta en varias líneas de trabajo.

Una de las más sobresalientes se denomina Acompáñame, donde todos los alumnos
del centro son padrinos o ahijados de otros alumnos, o las dos cosas a la vez.

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"También resultaba prioritario desterrar el término "chivato" [buchón] -coincide


Musons-, para lo cual los alumnos crearon la palabra samagama, que implica ser un
cómplice positivo".

5.2. La excelencia y la crueldad

Las leyes sancionadas en países como Japón o Corea del Sur, en 2013, han incitado
a los maestros a denunciar. Los casos reportados aumentaron dramáticamente, pero
las autoridades reconocen que eso poco ayudó en la manera en que se enfrenta el
problema. Según Kanae Doi, directora en Tokyo de Human Rights Watch (HRW), los
maestros rara vez ayudan. "Son famosos por sus destrezas pedagógicas,
especialmente en matemática, pero no se comprometen en estos asuntos".

Algo similar ocurría en Corea del Sur, donde según datos oficiales, el 52% de los
estudiantes dijo haber sido testigo de casos de intimidación y acoso en la escuela,
sin poder haber hecho nada al respecto. Por eso, hace dos años, la agencia de
publicidad Cheil Worldwide junto con el Municipio de Seúl idearon una innovadora
campaña: Friend Name Tag, algo así como un llamador de amigos, donde cada
estudiante lleva una chapa prendida en la solapa con su nombre y el de un compañero
de clase. Las chapas tienen en su interior un chip, que está conectado vía wifi con un
sistema de alarma que reciben los profesores en sus dispositivos móviles, todo en el
preciso momento en el que en un estudiante presiona el botón que lleva la chapa
ante una situación de acoso.

Sin recetas mágicas

A pesar de los millones de dólares que entidades tanto privadas como públicas están
dedicando a la prevención del bullying, en la mayor parte de las escuelas más
famosas de Nueva York, se discontinuó la aplicación de cualquier fórmula mágica, o
más bien de cualquier fórmula en general. La teoría es que dichas fórmulas funcionan
para sociedades determinadas. Distintos profesores de estos colegios explicaron a LA
NACION que los chicos hoy, desde pequeños, saben las respuestas que se
esperan de ellos como "socialmente aceptables respecto al bullying", pero
eso no implica que luego actúen acorde.

Es lo mismo que cuando los varones de preescolar dicen "sí, sabemos que el rosa
también es para nosotros, pero mejor dame el azul", ejemplificaron. La única clave
que los educadores ven que funciona es que en los colegios se analicen los casos
cuando ocurren, en vez de las generalidades. Hacer una unidad sobre bullying
y pasar al tema siguiente consideran que no sirve para nada. En el sitio oficial
stopbullying.gov, hay un llamado a la transparencia en el que se admite que no se
avanzó de manera certera. "Muchos programas han sido testeados en escuelas con
resultados modestos. Otros no han logrado marcar una diferencia. Los investigadores
todavía están tratando de encontrar la solución a un problema tan complejo".

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Sucede en Nueva York, Barcelona, Quito o Bahía Blanca, donde la madre de la alumna
a la que sus compañeros le hacían comer pasto confiesa que volver a clase no fue
fácil para su hija. Sigue sin poder dormir, está irritable y a veces come
compulsivamente. Se recuperó de la lesión en la mano, pero los rastros en su
memoria perduran imborrables.

Bibliografía
Osorio, Fernando; Violencia en las Escuelas. Buenos Aires Noveduc ediciones.

Notas que grafican lo desarrollado hasta aquí:

Domingo 13 de mayo de 2012 | Publicado en edición impresa – Diario LA NACION – Suplemento Enfoques

Sociedad

Bullying: La ley del más fuerte


Enfoques

Acoso, maltrato entre pares, matonismo: los casos de violencia escolar entre menores no dejan de crecer en el país,
muchas veces en silencio, a espaldas de los adultos, y acompañados de un grado de virulencia que, afirman los
especialistas, va también en aumento. Por qué, pese a la falta de estadísticas oficiales, se habla de una epidemia y
cuál es el costo psicológico para las víctimas

Por Fernanda Sandez | Para LA NACION

Ver más fotos Foto: Ilustración: Martín Balcala / Fotos:


Shutterstock

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Le tocaron el hombro. Le pasaron un papel. "Morite", decía. Era su segundo día de clases en uno de los colegios
más caros y más bilingües de Belgrano. Acababa de llegar de Brasil y todavía estaba mareado por la mudanza, el
cambio de idioma, de paisaje, de todo. Por eso, al principio creyó que se trataba de una "cargada" de bienvenida.
Después, todo quedó más claro. "Las chicas, sobre todo, lo volvieron loco", dice Julio, su padrino. "Como mi ahijado
usa anteojos, le decían "nerd" y se la pasaban mandándole mensajes super agresivos. El es un chico muy tranquilo,
muy lector, pero lo tomaron de punto. Nunca entendió por qué", dice. Y tal vez haya dado, sin siquiera sospecharlo,
en el corazón oscuro del acoso escolar: nunca hay un porqué. Cualquier excusa sirve: ser gordo o flaco, nuevo o
compañero de años, muda, conversadora, bajo o alto. Rubia o pelirrojo. ¿Qué es entonces lo que sí se repite? La
asimetría de poder entre víctima y victimario. El silencio. Y -condición necesaria en todo episodio de maltrato
escolar- adultos que se fugan de su lugar de adultos. Maestros, profesores y padres que miran para otro lado. Sólo
así puede explicarse por qué el acoso escolar es definido por muchos especialistas como una "epidemia silenciosa".
Ese fue, de hecho, el título de una nota publicada por este mismo diario seis años atrás. Desde entonces, la
escalada de maltrato no ha dejado de crecer y así lo confirman los especialistas y las entidades dedicados al tema.

Bullying Cero Argentina es uno de esos grupos. Ofrece capacitaciones en colegios y charlas abiertas a la
comunidad. Su coordinadora, la pediatra Flavia Sinigagliesi, precisa que "si bien el bullying ha existido siempre,
ahora la sociedad es mucho más violenta y eso termina repercutiendo en los niños". ¿De qué manera? Todo
depende. Hay nenas a las que el "destierro social" al que las someten sus compañeritas de curso no las afecta, a
otras, en cambio, las arrasa emocionalmente. Ese es el punto: que nunca se sabe en qué puede terminar el acoso.
Según Sinigagliesi, "todo depente de la vulnerabilidad de cada chico y de su capacidad de volver al estado inicial
luego de una experiencia traumática".

Para el psicoanalista y especialista en psiquiatría Juan Vasen, por cuyo consultorio desfilan maltratadores y
maltratados, la experiencia del acoso es "siempre muy dolorosa. Pensemos que en el proceso de socialización de
los chicos, en un momento los pares toman en parte el lugar que antes ocupaban los padres. Pasan a ser figuras
muy importantes, y si ese traslado implica una relación despótica, el dolor es tremendo. El rechazo es vivido con la
misma intensidad con la que se viviría un rechazo de parte de los padres. La sensación de fracaso es total", alerta.

En los pasillos. En el patio. En los baños. En los juegos. Antes de entrar al colegio o a la salida. Allí donde los
adultos no están (o están pero no miran, que es la otra manera de no estar), el bullying nace, crece y florece en
carámbanos negros. En moretones como los que le crecían a Paula -morocha, pelo largo, flaquita- cada día que
pasaba en lo que ella misma llama su "otra escuela", esa que no tuvo más remedio que dejar hace dos años. Cada
veinticuatro horas, una nueva sesión secreta de pellizcos y patadas a cargo de sus encantadoras compañeras de
clase la dejaba ronca de bronca y dolor. Terminó cambiándose de escuela, como la mayoría de los protagonistas de
las historias recogidas para esta nota.

"El bullying te mata, te suicida o te saca del colegio", resumió con impotencia el padre de una de las víctimas, que
pidió reserva de identidad. Belgrano, Flores, Recoleta, Burzaco, Temperley, Aldo Bonzi, Ezeiza. Distintos colegios,
edades, barrios y familias enfrentando un mismo problema sobre el que, para variar, las estadísticas locales son casi
una quimera. De todos modos, lo poco que se sabe es de lo más tranquilizador. Según el informe ¿Qué dicen los
chicos? Datos cuantitativos sobre la violencia en las escuelas , un estudio realizado por el Ministerio de Educación
sobre 70.000 alumnos de colegios secundarios privados y estatales, el 8% de los chicos sufrió exclusión, al 12% lo
insultaron, a otro 12% le hicieron burlas, al 14% le gritaron y al 32% le rompieron los útiles. Pero como todos esos
hechos son considerados "incivilidades" y no "violencia", se concluye que "a partir de los datos obtenidos es posible
refutar la creencia de la escuela como un lugar inseguro".

Otro, y muy diverso, es el panorama en el exterior. Sólo en EE.UU., las víctimas de acoso escolar trepan a trece
millones, se estima que cerca de 160.000 chicos faltan diariamente a clase por temor a ser molestados y casi la

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mitad de los estudiantes teme ser "buleado" en el baño. Aun así, la mitad de las situaciones de acoso no se
denuncia.

También la Universidad de Yale publicó un trabajo en el que se señala que un niño víctima de acoso escolar
multiplica casi por diez sus chances de tener ideas suicidas. Otro mapeo realizado hace dos años en Finlandia
asegura que "ser acosado o acosador a los ocho años es un factor de riesgo de trastorno psiquiátrico en la edad
adulta" y que "la tasa de suicidio femenino se reduciría en un 10% si se eliminara la victimización escolar de las
niñas". Estas son, según se comprobó, quienes tienen más chances de matarse antes de los 25 años cuando han
sido acosadas por sus compañeros en la escuela. Y, sin embargo...

El Gran Bonete

Silencio, escuela. Silencio porque "acá estas cosas no pasan. Son peleas de chicos". La sola mención de la palabra
"bullying" ("toreo", adoptada en 1993 por Dan Olweus, un investigador noruego, para aludir al maltrato sistemático y
continuado entre pares) tiene la extraña capacidad de erizar la piel del cuerpo docente. "Es que cuanto menos se
sabe de un tema, más miedo se le tiene. Y si los docentes detectan el tema pero no tienen herramientas para
intervenir, prefieren no saber. Por eso lo primero que hay que hacer es capacitar a los docentes e implementar
políticas institucionales al respecto", destaca Sinigagliesi.

Damián Melcer es sociólogo y vicerrector de un colegio secundario y, si bien coincide en el diagnóstico, tampoco se
hace grandes ilusiones. ¿Por qué? "Porque hoy podemos hablar de bancarrota social. Hay vínculos que se han
quebrado para siempre y la escuela no hace más que reflejar ese estado de cosas. Hoy, la clase de vínculo entre las
personas que exalta la sociedad es la violencia, la sospecha, la competencia?". Vasen señala, al respecto, el papel
nunca inocente de los padres.

"En el caso de un chico que es agresivo, esto casi siempre viene fomentado desde la familia. Son chicos criados en
contextos en donde se promueven el exitismo, la competencia, todo esto de ser «líder» al precio que sea. Pero
¿cuáles son los atributos de ese liderazgo? ¿El hijo es un líder o es un jodido?", se pregunta. Tal vez por cuestiones
como ésas, señala Melcer, "si bien el hostigamiento escolar no es nuevo, hoy se da una agresividad extrema que sí
lo es. Hay armas de fuego, suicidios, de todo. Ya no sólo se da una situación violenta, sino que su resolución
también lo es".

O no. En un episodio sucedido en la escuela media donde Melcer es vicerrector, un chico había hecho un video
burlón sobre otro. Pero las cosas decantaron bien. ¿Por qué? Porque se habló del tema. Y porque hubo adultos
escuchando. "El chico vino, se quejó y llamamos al del video. Hablamos y le pedimos al agresor que hiciera otro
video, sobre el tema de la violencia escolar. Le mostramos que el recurso se podía usar de otra manera. Cuando el
adulto da garantías de que interviene y construye justicia, recupera su lugar como referente. La escuela tiene que
aparecer garantizando la justicia que la vida real al damnificado no le da", afirma.

El silencio

No hay maltrato sin testigos. Sin eso que los sajones llaman by standers : los que se paran a un lado y observan la
acción. Sin intervenir, pero sabiendo."Lo que pasa es que a veces en los chicos el temor es pasar de testigos a
víctimas del bullying, y por eso se callan", apunta la psicoanalista Sara Arbiser, miembro de la Asociación
Psicoanalítica Argentina (APA) y especializada en adolescencia. "Que esos chicos se animen a hablar, y que los
adultos los escuchen y actúen en consecuencia es lo que hace toda la diferencia", explica. "En Estados Unidos, por
ejemplo, vi cómo ante un caso así a los chicos se los reunía y se los ponía a hablar. Aquí rara vez se toma la
palabra y por eso estas cosas arrancan en jardín y se las deja crecer de año en año. Al final, la violencia es
imparable." Pero ¿cómo no entender el silencio cuando el estigma del "delator" es sacudido por algunos adultos

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sobre la cabeza del chico que se anima a contar? ¿Cuándo los chicos toman conciencia de que sus voces no
cuentan? "El docente suele subestimar lo que dice el nene agredido. Por eso, al final, las víctimas optan por no
denunciar. Saben que no van a ser creídos y que nadie intervendrá en su defensa", concluye.

Eso -el silencio asesino- fue algo que Jesús Campo descubrió del peor de los modos. Fue hace exactamente un
año, cuando lo llamaron del hospital donde su hija Celeste, de diez años, acababa de ser internada. Con fractura de
cráneo. Con tres coágulos en la cabeza y muchos, demasiados golpes en todo el cuerpo. "Un compañerito de la
misma edad que siempre la molestaba y que ya había sido expulsado de otros colegios la tiró por la escalera.
Celeste cayó cuatro metros. Estuvo diecisiete días internada, le hicieron dos operaciones. Está viva de milagro",
dice. El video que Jesús armó como pudo y colgó en YouTube cuenta lo demás. Noemí, la mamá de Celeste, cuenta
lo que no está en ningún lado. Por ejemplo, que hoy Celeste, tan coqueta como era, debe ir por la vida "con un
casco como el de los skaters, porque todavía el hueso no está bien. Tuvimos que cambiarla de escuela, tiene que ir
en remise. Perdió casi el 50% de la visión del ojo derecho. Se cansa, se marea, nunca más volvió a patinar ni a
hacer gimnasia. Es otra nena", dice. Silencio.

Los rotos

El video todavía da vueltas por Internet. Lo grabaron con un celular. Muestra un nene flaquito enfrentando a un
compañero dolmen que le lleva dos cabezas y veinte kilos de ventaja. David amaga a tirar un par de piñas. Acto
seguido, Goliat lo levanta, lo pone cabeza abajo y lo estrella contra el piso. El video no tiene audio ni fin: una y mil
veces, la espalda vuelve a dar contra el cemento. Huesos rotos. "Cosas de chicos."

Chicos como Víctor Feletto, otro que también era menudito y prefería estudiar. "En la última prueba de matemática
se había sacado diez", cuenta su abuelo José. "Era agradecido, muy responsable". Pero, ay, no le gustaba el fútbol.
No al menos como se lo hacían jugar en su escuela de Temperley: rodeado de chicos cuatro años mayores que se
divertían empujándolo y pateándolo. Un día, le golpearon un hombro; otro día, le golpearon el que faltaba. Terminó
en el hospital Gandulfo, con hematomas y enorme dolor. "El no quería ir más, lo trataban peor que a un esclavo. Era
tanta la angustia que tenía? La mamá habló con la directora, pero él se asustó porque ella dijo que si no hacía
gimnasia podía perder el año." Perdió otra cosa: el 4 de abril, al volver de otra sesión de insultos y patadas, fue al
cuarto de sus abuelos, tomó la pistola de José y apretó el gatillo.

Cosas de chicos. De chicos como cosas.

Huellas visibles del acoso escolar


• Negativa a asistir a clase.

• Golpes y moretones.

• Tristeza.

• Pérdida de objetos.

• Pérdida del dinero que le dieron para el recreo.

• Decaimiento, pesadillas, ansiedad, nerviosismo.

• Síndrome del domingo a la tarde.

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• Cefalea, dolores intestinales.

Fuente: Centro de Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico (CIDEP).

Domingo 13 de mayo de 2012 | Publicado en edición impresa

La escuela, al banquillo
Enfoques

Días atrás, una escuela de educación media de Rosario fue condenada a indemnizar a un ex alumno con 50.000
pesos. ¿La razón? Había sido atacado con una tijera en la puerta del colegio, por un compañero mayor. La Escuela
Privada de Enseñanza Media N° 8038, María Bicecci, fue sancionada porque el tribunal entendió que cuando un
chico ingresa al ámbito escolar la responsabilidad de cuidado que fuera de ese contexto les corresponde a los
padres automáticamente se traslada a la institución. En este caso, la escuela no impidió que en noviembre de 2003
la víctima -de 16 años- recibiera de parte de un compañero puñaladas en todo su cuerpo. Luego exhibió daño
psíquico y comenzó a vivir episodios de angustia. Sobre la base de todos estos datos, el tribunal concluyó que la
escuela había incumplido sus deberes y aplicó una multa a favor de la víctima. Pero no sólo eso; en el fallo se leen
conceptos que establecen una nueva manera de entender qué es lo que dice la ley en materia de maltrato escolar.
"La obligación de seguridad y de educar se encuentran en pie de igualdad. [?] La actividad educativa es lícita, pero si
se causa un daño, éste debe ser reparado porque es injusto que la víctima lo soporte y no el que ha sido creador del
riesgo." Consigna, además, que ya el mismo Código Civil establece que "los propietarios de establecimientos
educativos privados o estatales serán responsables por los daños sufridos o causados por sus alumnos menores
cuando se hallen bajo la autoridad educativa". Dicho de otro modo, un caso de agresión escolar ya no será cosa de
padres, alumnos y chicos, sino también de aquellas instituciones a las que se les confían niños y adolescentes por
cuya integridad psíquica y física no estén en condiciones de velar.

F.S.

Domingo 09 de octubre de 2011 | Publicado en edición impresa – Diario LA NACION

Entrevista con Gustavo Iaies

"Hay pibes con padres ausentes o tan


violentos como ellos"
Enfoques

Por Ricardo Carpena | LA NACION

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Violencia Escolar
Lic. Roberto Sierras
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Foto: FERNANDO MASSOBRIO

Cuando los problemas escolares saltan de la sección Educación de un diario a la sección Policiales debería
prenderse alguna luz de alarma en la sociedad. O, quizá, cuando eso sucede es el mejor indicio de lo peor, de que
ya es demasiado tarde, de que esas luces de alarma ni siquiera amagaron con parpadear.

Es lo que volvió a suceder la semana pasada, en forma casi simultánea: el director de una escuela secundaria de
Pergamino fue golpeado hasta quedar inconsciente, una directora de Tres Arroyos fue agredida a golpes de puño y
una maestra de Villa Luzuriaga fue atacada en la puerta de su propia casa. En todos los casos, los agresores no
fueron patoteros marginales ni delincuentes comunes, sino simples madres de alumnos que estaban molestas por
malas notas o por haber sido citadas a raíz de problemas de conducta de algún hijo.

El fenómeno es tan lamentable como creciente: tres de cada cinco maestros, por ejemplo, tienen actualmente
pedidos de licencia por problemas psicológicos, de stress o de deterioro físico a raíz de la violencia escolar, según
una encuesta hecha en junio pasado por la Unión Docentes Argentinos (UDA) entre 2000 afiliados.

"Hay que separar el costado policial de la cuestión general educativa: donde aparece un cuchillo en manos de un
alumno hay que sacar el episodio de la escena educativa -afirma Gustavo Iaies, experto en educación y director del
Centro de Estudios de Políticas Públicas (CEPP)-, pero cuando la Ctera hace un paro y advierte que hay tres casos
por día de violencia escolar, significa que esto está creciendo, que hay mucho más. Antes había una alianza: la
familia se hacía cargo de la socialización primaria de los chicos, y la escuela, de la socialización secundaria, pero
eso ya no funciona como un tándem y está muy quebrado. Hay un enojo grande de los padres hacia los maestros y
también, a su vez, de los maestros hacia los padres. La violencia en las escuelas tiene mucho más que ver con la
carencia de autoridad que con otra cosa."

Iaies tiene 48 años, es soltero, sin hijos, con una licenciatura en Ciencias de la Educación de la UBA y una maestría
en Política y Administración de la Educación de la Universidad de San Andrés. Fue director de escuela primaria y
trabajó como docente en instituciones educativas de nivel primario, secundario, terciario y universitario.

Tuvo también experiencia en la función pública, durante la gestión de la Alianza: en 1999, fue subsecretario de
Educación Básica del Ministerio de Educación de la Nación y, en 2001, secretario de Educación Básica. Y asesoró a
los ministerios de Chile, Ecuador, Colombia y Paraguay y a la Secretaría de Educación Pública de México.

Este especialista en temas educativos (hermano, por otra parte, del famoso pianista de jazz Adrián Iaies) tiene una
posición muy clara respecto de esta encrucijada en la que se alternan conflictos de alumnos contra alumnos,
alumnos contra maestros, padres contra maestros, alumnos contra padres y maestros contra todos: "Hay un punto
en donde los pibes tienden a ser muy violentos, y parte de la educación es que justamente puedan asimilar algunos
valores, y eso está ocurriendo poco, pero la verdad -afirma a Enfoques- es que hay muchos pibes que tienen papás
que están ausentes o son tan violentos como ellos".

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-Esa es una muy mala noticia: es mucho más difícil todavía solucionar este problema.

-Cuando era director de escuela me acuerdo de que cada vez que intentaba que los chicos tomaran una medida,
eran mucho más duros de lo que los adultos hubieran sido. Está faltando la posibilidad de que los que administren
justicia sean los adultos. Con estos adultos retirados, los niveles de violencia son mucho más altos.

-Tampoco es igual el tipo de conflicto.

-Claro . El año pasado hicimos un estudio entre viejos profesores y preceptores. Todos decían que no existe más la
llamada "indisciplina social", como hacer saltar los tapones de la escuela, pinchar la goma de los autos de los
profesores. Lo que sí hay son chicos más abúlicos, más anómicos: tampoco les importa mucho si les ponés
amonestaciones. La idea de que la carrera de la secundaria dura cinco años es mucho más débil que antes. Los
rectores nos decían: "Antes, si un pibe repetía de año venían la mamá, el papá, la tía, el abuelo; hoy, no viene
nadie". Ahora, cuando hay violencia es muchísimo más difícil pararla.

-¿Por qué?

-Antes, dos pibes se peleaban y había intervención social. Hace tres o cuatro años entrevistamos al director de la
guardia del hospital Posadas, que nos contaba que empezó a ver que llegaban muchos pibes de una esquina del
Acceso Oeste, siempre a la misma hora. Y un día fue en su propio auto al lugar y descubrió que los pibes jugaban a
cruzar el Acceso Oeste haciendo "pan y queso" cuando se ponía la luz verde y ganaba el que quedaba más cerca
del auto que pasaba. Cuando se equivocaba, el auto lo revoleaba. Hace 20 años, hubiera pasado un vecino y
seguramente los habría retado o habría ido a ver al padre de alguno para advertirle sobre eso. Pero hoy el entorno
les tiene mucho miedo. Los adolescentes violentos generan mucho pánico.

-Incluso entre los propios padres...

-Un día participé de un programa de TV y en el panel estaba el dueño de un boliche de San Miguel. En las
filmaciones ya quedaba en evidencia que era un mundo de jóvenes, que la ciudad adulta había desaparecido. Y él
me contaba que descubrieron a un pibe borracho a las 5 de la mañana en su boliche, llamaron a la casa y el padre
les dijo que no podía ir a buscarlo y que lo pusieran en un remise. Terminó diciéndole al de seguridad que lo dejara
en la calle. Eso es lo que hay: la sensación de que es difícil cuidarlos porque los pibes se quedaron solos.

-Y con más impunidad, quizá.

-Está faltando, en principio, tenerle miedo a alguna autoridad, saber que si te mandás una macana hay una norma
que se va a cumplir y que vas a tener un problema. Hay un punto en donde los pibes tienden a ser a veces muy
violentos, y parte de la educación es justamente que puedan asimilar algunos valores, y eso está ocurriendo poco,
muchos pibes se encuentran con unos papás que están ausentes o son tan violentos como ellos.

-Hoy, hasta los maestros y los padres terminan tomando las escuelas con los alumnos.

-Este año, en el Carlos Pellegrini, los pibes tenían sus diferencias con el director, pero mirabas por YouTube las
asambleas y te dabas cuenta de que eran bastante ordenadas. Ahora, la primera reunión de padres a la que llamó el
rector, a él lo tuvieron que sacar los de seguridad porque los padres le querían pegar. ¿Quién hace de adulto acá?
Si los adultos no hacen de adultos, lo hacen los chicos. En mucho de lo que sucede en materia de violencia uno
siente que los padres no sólo no la frenan, sino que en algunos casos son más violentos que los chicos. Y lo que
desapareció es esta idea de que te puede pasar algo, que tus actos pueden tener consecuencias. La violencia es
una de las maneras de resolver conflictos, es la peor, pero es una. El problema es cuando no lográs construir un

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cierto orden social, cuando la escuela no logra instalar esta idea de que hay normas que se aplican. En la década
del setenta o del ochenta se tomaban escuelas, pero los pibes sabían que los podían sancionar o echar.

-Ahora, no. Y hasta parece socialmente tolerado el camino más violento.

-El otro camino requiere algunos acuerdos y un orden social. Ese es el acuerdo que no está funcionando. Toda la
vida hubo escuelas en zonas carenciadas y eran mucho más disciplinadas. Las mismas escuelas parroquiales en las
zonas marginales son mucho más duras en el orden, pero no tienen este tipo de conflictos. Hoy estamos en una
situación en donde buena parte del manejo de la escuela está en manos de los más violentos, porque los pibes no
terminan de percibir que hay un orden del otro lado. En los años noventa, el investigador José Antonio Castorina
hizo un trabajo sobre las normas en las escuelas primarias. Les preguntaba a los pibes, por ejemplo: ¿en tu escuela
se puede salir al patio en invierno? Y los pibes decían: "Depende. Si le preguntás a Marta, no te deja, pero si le
preguntás a Alicia, sí. Aunque Marta a veces viene de buen humor y te deja". Es decir, no hay una norma, hay sí una
idea de que Marta a veces viene bien de ánimo y te deja, y otras veces, no, y de que Alicia es mejor mina y te deja?
Para que las escuelas sean menos violentas hay que demostrar que están las condiciones de un orden social que
resuelve conflictos por otra vía. Eso requiere que alguien haga de autoridad y que haya normas claras. Y la verdad
es que no las hay.

-También influye negativamente el hecho de que los padres, en general, y algunos profesores, en particular,
parecen querer ocupar el lugar de amigos de los chicos.

-Los profesores me preguntan si pueden ser amigos en Facebook de los pibes. Ahí tenés que anticipar una jugada:
el día que entrás en el mundo de intimidad de los pibes no podés ser neutro, si te encontrás con un desastre vas a
tener que hacer algo o vas a ser cómplice de eso. Los profesores sienten que queda mal decirles que no, pero la
idea de que hagan un desastre y el profesor no reaccione es el peor de los mundos. A desalambrar porque no hay
nadie que pare nada. Ese es el escenario en el que estamos. Los pibes todo el tiempo chequean cuándo vas a
reaccionar. De hecho, en todos los estudios sobre demanda de los jóvenes sobre la escuela secundaria ninguno
habla de autoritarismo. No existe más ese tema. Antes se quejaban de que los profesores eran muy duros; hoy
reclaman que vayan todos los días a la escuela y que les enseñen cosas interesantes.

-Más que de los chicos, entonces, el problema es netamente del mundo adulto.

-Si un papá le pega a un profesor junto con su hijo, se le mezclaron todos los tantos, no entiende con quién es su
alianza. Y también es cierto que a los profesores les cuesta mucho destrabarlos de ese lugar: "Si estamos los dos
trabajando para educarlo a él, ¿por qué no nos ponemos de acuerdo para ver cómo es la enseñanza." Está rota la
alianza de los adultos. Entonces, es muy difícil que haya ley, que haya encuadre.

-Algo que no solamente sucede en la escuela. Sucede en una sociedad a la que le cuesta aplicar las normas
y castigar a quienes no las aplican. La ausencia de los adultos es, en general, la consecuencia de no poder o
querer asumir el rol del que pone los límites.

-Y no se entiende que existe un costado democrático... Pero hay otro problema: hoy todos queremos tener 20 años.
Cuerpos de 20, dietas de 20, actividades de 20, parejas de 20. El problema es que los pibes no encuentran a nadie
que quiera hacer de autoridad y de referente. De todos modos, ahí igual siento que hay un avance. Cuando yo era
director de escuela, después de la mitad de los 80, los padres venían a buscar una escuela "libre", distinta a la que
habían tenido, con maestros que no fueran autoritarios. Ahí lo que nos pasó es que los adultos de esta sociedad se
estaban peleando con la idea de matrimonio de sus padres, con la idea de familia de sus padres, con la idea de
escuela de sus padres, no eran los pibes que se estaban peleando. Hace poco me acordaba del final de la película

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Solos en la madrugada , que tuvo un efecto enorme en el final de la dictadura en la Argentina. Y cuando escuchás
ese monólogo final, 30 años después, parece disparatado...

- ¿Qué decía?

Que había llegado la hora de darnos la libertad. "Si estás medio cansado de tu mujer, dejala; si estás cansado de las
contabilidades, olvidate y hacé otra cosa; si tenés algo de plata que estás guardando para tus hijos, gastátela porque
no te lo van a agradecer nunca? Llegó la hora de darnos la libertad los unos a los otros, somos maravillosamente
huérfanos". Esta idea de "matamos a nuestros viejos y a lo que querían de nosotros", y de que llegó la hora de
darnos la libertad. José Sacristán incluso dice: "¿Para qué? No sé, pero darnos la libertad los unos a los otros".

-¿Nos fuimos para el otro lado?

-Armamos un sistema educativo que camina muy fuertemente hacia eso, pero no hacia la felicidad. ¿En qué
sentido? La felicidad tiene que ver con que vos te acerques todo lo posible a quien querés ser. Si querés ser un
buen profesional, un buen padre, un buen amigo, te rompés el alma y algún día llegás, y ahí mirás para atrás y
decís: "Pude. Me esforcé, me caí y me levanté". No estamos preparando a los pibes para eso. Cuando le enseñás a
un pibe a andar en bicicleta, alguna vez le tenés que sacar las rueditas. Se va a caer, pero, si no, no va a andar
mucho. A los adultos nos cuesta mucho esta idea del esfuerzo, del trabajo y de la superación. No entendemos que,
si no, los pibes terminan corriéndose de la idea de ser felices, y pasa a asimilarse a lo que les sucede cuando se
compran algo, cuando toman algo, cuando fueron a una fiesta. Muy de corto plazo. La felicidad genuina tiene que
ver con otra cosa.

-Usted habla de "tomar algo"... Soy papá de adolescentes y sufro con esta moda de las previas, esos
encuentros en los que toman alcohol para salir entonados a bailar o a seguir tomando en boliches. El
problema es que no consigo tener una posición definida: algunos padres piensan que hay que prohibirles
las previas en las casas porque, si no, es un aval al alcohol. Otros prefieren que los chicos usen sus casas
porque así pueden controlar qué y cuánto toman. Es uno de los tantos ejemplos de lo difícil que es ser padre
hoy...

-Uno está constituyendo un nuevo rol, que no es el del viejo padre, y está tratando de encontrar un equilibrio. Es
mucho más difícil pelear con una sociedad que, además, se ha vuelto mucho más heterogénea. Antes los padres
hacían y pensaban más o menos lo mismo. Tiene que ver con este fenómeno de que en una sociedad más libre
estamos todos más solos. Construir hoy la idea de autoridad, de paternidad, es mucho más difícil. Y el desafío es
también construir otro vínculo, desde la confiabilidad, y construir algún acuerdo social alrededor de eso. La escuela
tiene que ayudar a que los padres funcionen como grupo, que no sean tipos sueltos tomando medidas. Construir un
orden social cada uno en su casa es muy complicado. Falta la idea de cómo encontrar un equilibrio entre el orden y
la libertad.

-Suena casi a una misión imposible...

-Hay que volver a construir esta idea, pero sin que exista miedo: prohibile algo a tu hijo y no tengas miedo de hablar
con los demás papás. La escuela tendría que poder funcionar más para eso, pero está tan asustada que prefiere
tenerlos lejos. No está mal que la escuela, a principios de año, proponga ponerse de acuerdo en temas como
alcohol, salidas, ropa. La escuela no te va a a bajar línea, te va a dar el espacio y la idea de que todos jugamos con
las mismas reglas. Pero lo que dicen algunos rectores es: "Yo lo hago, ¿y después? ¿Los padres se bancan jugar
con estas reglas?". Lo peor es la sensación de que muchos papás empezaron a no disfrutar de sus hijos. Ese es el
problema, el indicador de que llegaste a una frontera y de que tenemos que doblar para algún lado.

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MANO A MANO
Decir que el problema de los chicos es cosa de grandes parece un juego de palabras, pero Gustavo Iaies es alguien
que tiene en claro que ahí está el quid de la cuestión que explica la violencia escolar. Conozco bien al otro Iaies, el
pianista, y ahora puedo decir que se trata de una familia de talentos. El de Gustavo es su enorme conocimiento y
capacidad de análisis sobre la educación, tema que suele no ser prioritario en la agenda de la clase dirigente. Este
Iaies habla casi sin parar, a una gran velocidad, con una pasión que no lo lleva a quedar encerrado en corsés
ideológicos. Tiene la ventaja de haber asesorado a varios gobiernos de la región, algo que le da una visión mucho
más amplia. Pensé que me iba a encontrar con alguien que iba a hablar para la platea de la comunidad educativa,
que iba a escudarse en un discurso políticamente correcto. Fue al revés. Lo que me dijo, tan barnizado de sentido
común y dotado de una tremenda capacidad de diagnóstico, me dejó pensando, sobre todo, en la soledad de los
jóvenes, en la ausencia de los adultos. Ojalá que gente valiosa como Iaies tampoco esté sola ni ausente si alguna
vez nos decidimos a buscar soluciones al dilema educativo..

Esto es bullying? El debate entre los padres

Algunos adultos con hijos acusados de este comportamiento lo niegan mientras que otros no
saben cómo proteger a los chicos hostigados; en los grupos de WhatsApp abundan las
discusiones sobre qué es agresión y qué es acoso

Sebastián A. Ríos
LA NACION

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De un lado o del otro, los adultos no siempre saben qué actitud deben tomar con sus hijos. Foto: Birgid
Allig / Getty Images
"Si te parece que Ana es anoréxica Vot.A, si te parece que no, Vot.B". La consigna
colgada en redes sociales era el principal sustento de las charlas dentro y fuera del
colegio de los compañeros de séptimo grado de Ana (días atrás, la consigna había
sido comparar su nuevo corte de pelo con el de un varón). Cuando Valeria encontró
a su hija llorando con el celular en la mano decidió entrar en el "WhatsApp de las
mamis" para buscar ayuda ante este problema que venía in crescendo desde que
Ana se integró a un curso donde nunca perdió el mote de "la nueva". "Terminé
peleada con todos los padres -recuerda Valeria, de 36 años-. La mamá de la nena
que había subido el juego me dijo que eran cosas de chicos, que no me tenía que
meter... «Mi hijo no participó, no dijo A ni B», decían otros papás cuyos hijos
habían dado like, con lo que seguían siendo partícipes del agravio. ¡Incluso había
algunos que festejaban la ocurrencia del juego!".

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El chat de las mamis no sólo no fue de ayuda, por el contrario, amplificó aún más el
problema. "Después, en el colegio, los chicos usaban parte de la conversación de sus
padres contra Ana", recuerda Valeria, que tampoco encontró apoyo en el colegio:
"Las autoridades me dijeron que no podían hacer nada porque eran cosas que
ocurrían fuera del ámbito escolar". La ayuda vendría de afuera, de un grupo
personas que habiendo sufrido bullying sabían cuáles eran las herramientas para
sanar las heridas y fortalecer las defensas ante el acoso. Hoy, con su hija parada
fuera de un lugar de vulnerabilidad frente a su curso, Valeria analiza el rol de los
padres ante el bulllying. "Es terrible la negación de los padres de los chicos que
hacen bullying -dice-. Incluso aquellos que mostraban algo de contemplación y me
decían que no les gustaría que algo así les pasara a sus hijos, no se sentaban con
ellos para hablar y ponerles un freno".

Considerar el bullying "un problema de chicos" es uno de los principales obstáculos


para su abordaje. Al hacerse a un lado, los padres validan el accionar de sus hijos y
naturalizan la situación de maltrato. Pero en tiempos de redes sociales, esa ausencia
se vuelve cada vez más peligrosa. "El bullying es hoy un tema ardiente. Y no porque
se trate de un fenómeno nuevo, sino porque en los últimos tiempos se han
multiplicado sus vías de acción y, por lo tanto, sus efectos psíquicos se hacen sentir
con mayor crudeza", afirma la psicoanalista especialista en niñez y adolescencia
Susana Mauer. "Las redes sociales se han convertido en un escenario privilegiado y
maldito para accionar destructivamente sobre un compañero. El aparente
anonimato del autor del acoso en el mundo virtual parece envalentonarlos con
mayor facilidad a amenazar, inventar mentiras, a subir fotos inadecuadas de
terceros, publicar información privada comprometida haciéndose pasar por otro.
Un accionar impiadoso que entre los 9 y los 15 años se ha convertido en un
fenómeno social endémico".

Pero como ilustra el caso de Ana, "el chat de las mamis" resulta en muchos casos,
ante padres que dan un paso al costado, un elemento más de potenciación del
acoso. "Sin saberlo, estas redes terminan induciendo situaciones de discriminación
y bullying entre los compañeritos. Circulando por esta vía, los temas de chicos
cobran dimensiones de contiendas adultas -afirma Mauer-. Allí comienzan las

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escisiones que perjudican la integración que supuestamente todas procuran. El


vínculo familias-escuela tampoco se ve muy favorecido por este modo de
intercambiar información y opiniones".

El personaje de Hannah en 13 Reasons Why encendió el debate.

Al mismo tiempo, la intensa circulación en los medios de la temática -que por estos
días viene en alza como resultado del éxito de la serie de Netflix, 13 Reasons Why -
desdibuja sus límites, y así, casi todo conflicto que se presenta en el mundo de los
chicos termina siendo bullying. Javier, de 43 años y papá de Juan, de 11, cuenta que
hace unos días recibió el exasperado llamado de la mamá de un compañero para
decirle que su hijo le estaba haciendo bullying. "Luego de hablar con la mamá, con
el colegio y con mi hijo, llegué a la conclusión de que efectivamente Juan le había
pegado a un chico, pero en el contexto de una discusión -dice Javier-. Por supuesto
que hablé con Juan sobre el tema, pero lo que me parece descabellado es tomar
cualquier acto de violencia por bullying, que es otra cosa".
"Cualquier pelea entre chicos no es bullying, las peleas son frecuentes, pero tienen
un disparador del momento y se acaba allí mismo -explica Eva Rotenberg, psicóloga
que dirige la Escuela para Padres Multifamiliar-. Pueden haber peleas con
ensañamiento, pueden ser muy agresivas, pero si son ocasionales, aunque no dejan

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de ser merecer una seria intervención de las autoridades pertinentes, no


son bullying".

Y, entonces, ¿qué es bullying? Discriminación, exclusión, desprecio, maltrato


psíquico y físico hacia alguien con quien se comparte un mismo espacio de
interacción social -la escuela, el club, una red social- son sus signos básicos, ya que
es la imposibilidad de evitar ese contacto cotidiano lo que permite que la agresión, a
través del ejercicio de la repetición, devenga en acoso. Así, quien no puede evitar
que cada recreo se convierta en un suplicio sufre tanto como quien ve viralizarse en
redes sociales esa foto o comentario que lo ridiculiza. En ambos casos, está preso de
una situación que, sin freno, tienden a retroalimentarse: Jimena será entonces
quien "se hace la linda", Juan el "gordo trolo", Benjamín el "nerd" y Antonella la
"grasa". Y todos expiarán el pecado que les ha sido atribuido, de hoy en adelante,
hasta que alguien diga basta.

Y aunque muchas veces lo que queda expuesto a primera vista es sólo la existencia
de una víctima y de un victimario, no se trata de una violencia de a dos. Siempre
alrededor hay un grupo que, a través de la participación, la aprobación o el silencio,
confirma, justifica y reproduce la vulnerabilidad de la víctima. El que da like o
comparte el video de un chico siendo maltratado es tan fundamental para que un
acto de violencia se convierta en acoso como el coro que celebra que a una chica le
corten el pelo por "hacerse la linda". Ahora, sin testigos que validen la relación de
fuerza entre víctima y victimario, sin un ámbito compartido (real o virtual) del que
no se puede escapar y sin reiteración no hay bullying, sólo violencia.

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Paola Zabala, councelor de la Comunidad Antibullying Argentina, asesora a las familias. Foto: Diego
Spivacow/AFV
Un obstáculo para su prevención y abordaje, apunta Mauer, "es que el uso del
término fue perdiendo precisión, al punto que hoy se ha banalizado el concepto
pasando a ser aplicado indiscriminadamente para cualquier situación donde un
chico es molestado por otro".

María Antonia Osés, magíster en Lexicografía Hispánica y autora del primer


Diccionario Paidós de bullying y ciberbyllying, opina sobre el tema: "El uso que se
hace en general de las palabras relacionadas con esta temática no responde en todos
los contextos a las definiciones precisas. Sin embargo, no me animaría a decir que
se banaliza el uso de los términos, sino que se utilizan con significación aproximada
-opina-. Si bien ya hay una realidad instalada en nuestras sociedades con
manifestaciones de bullying, es un problema bastante nuevo. Y, como hablantes,
nos expresamos utilizando muchas voces que tenemos a mano, ya sea porque las
tomamos de los medios o porque las escuchamos casi a diario. Para dar un ejemplo
de la vida cotidiana, en mi casa, cuando se sirve una porción de torta más pequeña a
alguien, los chicos en seguida saltan diciendo: «Le hacen bullying a papá». Lo
toman como sinónimo de discriminación o de una situación injusta".

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El problema, claro está, es cuando son los adultos quienes hacen ese uso, cuando
menos, impreciso. Antonio, de 10 años, llegó de la escuela con un chicle pegado en
el pelo. "¡Bullying!", pensó inmediatamente Clara, su mamá, y no dudó en plantear
el caso en el WhatsApp del cole, donde le sugirieron, retroalimentando su
indignación, que exigiera una reunión en la escuela con las autoridades, los padres y
el supuesto acosador. Cuando se produjo el encuentro, Antonio se sintió
avergonzado, lloraba y, luego de varias preguntas, asumió que él había agredido al
otro chico primero y que el episodio del chicle había sido totalmente aislado. "La
verdad es que me subí a algo por temor sin darme cuenta de que estaba haciéndole
peor a mi hijo", dijo Clara meses más tarde de esa reunión.

Mirar para el costado

Pero más allá de lo poco aproximado o banalizado que sea el uso del término, lo
cierto es que el bullying existe, que genera daño y que requiere de los padres
atención y compromiso en su abordaje. Tanto de los padres de los chicos que lo
sufren como -y es este generalmente el lado ausente- de los que lo ocasionan.

"El bullying ocurre porque los adultos miramos para un costado", sostiene Teresita
Lagomarsino, docente y subcoordinadora de los talleres de inglés de la Dirección de
Educación no Municipal de Vicente López. "Incluso muchas veces los padres del
mismo chico que es víctima de bullying no denuncian por vergüenza, por sentirse
ellos menos que otros, porque al igual que sus hijos ellos también tienen baja la
autoestima. Por otro lado, los papás cuyos hijos son los victimarios obviamente no
se hacen cargo. Los chicos hacen espejo de los adultos y si un padre es prepotente lo
más probable es que su hijo vaya a ser prepotente, y ambos lo ven como una
conducta normal, aceptable", agrega la docente.

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María Zysman, directora del equipo “libres de bullying”, en una charla con educadores y padres. Foto:
Diego Spivacow/AFV
En el caso de los chicos que sufren bullying, un problema que señala Eva Rotenberg
es que los padres habitualmente llegan tarde al problema: "Tardan en enterarse ya
sea porque no se los cuenta el hijo o porque no pueden escucharlo, ya que no saben
cómo actuar. Debemos hacer un trabajo terapéutico para que los padres puedan ir a
hablar a la escuela y el hijo se los permita, porque teme represalias y no confía en
que la escuela hará algo".

"Los padres, sea de la víctima o del agresor, deben entender lo que sucede como una
luz de alarma que se enciende en sus hogares -afirma Pedro Horvat, médico
psiquiatra y psicoanalista-. Ambos niños coinciden en que expresan, de distinta
manera, sufrimiento personal, generalmente, vinculado a la autoestima. La
sobreexigencia, los conflictos conyugales, las situaciones de violencia son sólo
ejemplos posibles de situaciones que los afectan. Antes de culpar al compañero, la
maestra o la escuela, cada familia debe observarse a sí misma con cariño y
honestidad, para poder ayudar a su hijo".

Pero incluso en los casos en que los padres están atentos y responden a las llamadas
de alerta, la resolución de los conflictos en torno del bullying no siempre es
positiva, ya que son muchos los actores involucrados y no todos siempre están a la

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altura del conflicto. "Hace unos días me llega un WhatsApp de la mamá de uno de
los compañeritos de mi hijo con una foto que mostraba la remera del uniforme de
las escuela toda escrita en la espalda, diciéndome que había sido mi hijo y que
siempre le hacía cosas por el estilo", cuenta Paula, de 42 años, mamá de Nico, de 6,
quien acto seguido decidió interpelar a su hijo al respecto.

"Le pregunté de distintas formas, para tratar de averiguar si había sido él, y me
repitió una y otra vez que no. Entonces, fui a hablar con la maestra, para ver si era
cierto lo que me decía", agrega Paula, que cuenta que la maestra le dijo que no, que
no creía que hubiera sido su hijo, pero su consulta llevó al colegio a pedir una
reunión de los padres e hijos involucrados en una suerte de "careo". "Estábamos la
mamá del chico agredido y su hijo, y yo y mi hijo, y la directora de la escuela le
preguntaba al chico si mi hijo le había escrito la remera, obviamente el chico dijo
que no, ¿qué podía decir? Hubiese sido o no mi hijo, no iba a decir que sí".
Resultado de la intervención: nadie sabe quién escribió la remera, ni si se trata de
un hecho aislado o si efectivamente el pequeño está siendo acosado. Al momento,
Paula sólo puede confiar en la palabra de su hijo de 6 años.

Susana Mauer, por su parte, abre el foco hacia la actitud general de los padres ante
el tema: "A veces se percibe en los padres de púberes y adolescentes un
funcionamiento espasmódico que los lleva a estar en alerta solamente cuando algún
accidente por sobredosis o alguna serie de Netflix (como 13 Reasons Why) acecha
con el suicidio juvenil -opina-. Pero sucede que pasado el momento álgido, el
silencio y la distancia en el diálogo vuelven a aquietarse hasta la próxima
desgracia". ¿Cosas de chicos?

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