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Carol Townend - Serie Wessex Weddings 03 - Su Dama Cautiva
Carol Townend - Serie Wessex Weddings 03 - Su Dama Cautiva
Carol Townend - Serie Wessex Weddings 03 - Su Dama Cautiva
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El Tapiz De Bayeux, también conocido como el Tapiz de la reina Matilde, es una pieza de arte anglosajón, un lienzo bordado del
siglo XI de casi setenta metros de largo. Tiene entre otros elementos el registro cronológico en imágenes y textos en latín de la
preparación y desarrollo de La Batalla de Hastings (1066), la muerte del rey Harold trapazado por una flecha en el ojo, el paso
del cometa Halley en 1066, entre otros son elementos representados en la obra. En la actualidad está expuesto al público en el
antiguo palacio del obispo en Bayeux.
Capítulo 1
Westminster - Diciembre 1067
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NT. La palabra Thane hace referencia a cierto título nobiliario de Escocia y el norte de Inglaterra. Refiere a un representante del
Rey con tierras y privilegios, pero no tiene un referente directo a los títulos conocidos (duque, conde, etc.). El de Conde parece
ser el más próximo.
—Localice el campamento de Thane Guthlac. Infíltrese en el grupo,
necesitamos saber cuánta amenaza representan. Puede ser que sólo haya unos
pocos rezagados escondiéndose con él, no tenemos ni idea y debemos saberlo.
Ahora, sobre tu nombre…
—Podría usar mi otro nombre, mi Lord.
—¿Otro nombre?
—Saewulf Brader.
Por un momento, su señor le miró con la mirada perdida, antes de que la
comprensión le iluminase los ojos.
—Oh, supongo que Brader era el nombre de tu madre. ¿Lo usaste antes de
que tu padre te trajera a Normandía?
—Sí, mi Lord.
—Saewulf Brader —repitió De Warenne, examinando lentamente los rasgos
de Wulf. —Sí, eso servirá, tiene un toque auténtico. No se moleste en cortarse el
pelo tampoco, le ayudará a lucir bien. Y, si yo fuera tú, podría considerar dejarme
crecer la barba. Malditos peludos, estos Sajones.
Wulf tomó un sorbo del vino. Era rico y dulce, mucho más suave que el que se
servía en la parte baja del salón, la de los soldados.
—No, mi Lord, no creo que una barba sea para mí, me he acostumbrado a la
moda normanda.
De Warenne levantó una ceja.
—Levantarás sus sospechas.
Wulf sonrió.
—Podría decir que me encontré con unos Normandos y me corté la barba
para disfrazarme.
—Haz lo que quieras. Te dejo los detalles —De Warenne miró directamente a
los ojos de Wulf. —Haga un buen trabajo, capitán, y no lo olvidaré. Habrá
privilegios para usted.
—Gracias, mi Lord —entendiendo que estaba siendo despedido, Wulf se
levantó. —¿Cuándo quiere que me vaya?
—Tan pronto como puedas. Oh, y una cosa más...
—¿Mi Lord?
—¿Tienes un caballo?
—Sí —no es que su señor llamaría caballo a su pobre "Melody"; Wulf estaba
muy lejos de permitirse un destrier 7. Algún día, quizás...
—Tendrás que dejarlo atrás.
Wulf asintió. Un caballo también podría levantar sospechas, ya que los
Sajones no los usaban tanto como los Normandos. Pero, en cualquier caso, por lo
que Wulf había oído, los caballos y las tierras pantanosas no parecían compatibles.
—Póngalo en los establos a cargo de mi caballerizo. Me encargaré de que
sepa cómo cuidar de él —De Warenne cogió una bolsa y la lanzó hacia él. —Aquí,
esto te ayudará a comprar todo lo que puedas necesitar.
—Gracias, mi Lord.
Devolviendo lo que restaba del vino, Wulf se dio la vuelta para irse. Su mente
y sus pensamientos daban vueltas. Finalmente, ¡se le daba la oportunidad por la
que había trabajado tanto! No habría escogido por cuenta propia espiar a sus
antiguos compatriotas; en realidad, su misión no era nada agradable. Algunos
podrían llamarla una tarea sucia. Ciertamente no era una tarea para un noble
Normando. Y esto fue, por supuesto, exactamente por lo que se la habían dado.
De Warenne y el Conde de Medavy podían halagarlo todo lo que quisieran
refiriéndose a su aptitud, a su fluidez en inglés, a la longitud de su cabello, pero
Wulf sabía la verdadera razón por la que había sido elegido.
7
NT. Un destrier (destructor) es un tipo especial de caballo de guerra; el mejor y más poderoso, utilizado para batallas y torneos
medievales. Tan poderosos que eran los apropiados para poder cargar con la armadura y enseres de sus jinetes. Percherones.
Wulf no era noble, ni siquiera era legítimo, era un bastardo. Una misión
bastarda para un hombre bastardo. Ese ha sido el trasfondo tácito de todo el
debate. Ningún caballero de alta alcurnia consideraría para sí tal misión.
Al llegar a la pila de armas junto a la puerta, sacó su espada de la pila y se
quedó de pie durante un momento mirándola fijamente. Era una espada sencilla.
Con su vaina de madera y la empuñadura atada con cuero de vaca, era la espada
de un hombre común. Puede que tenga una gran ventaja y que fuese capaz de
manejarla tan bien como cualquier otro caballero, pero no tenía una familia noble
que lo apoyara. Y allí, también, había otra razón por la que el Señor de Lewes lo
había seleccionado para ir a los pantanos. Si por casualidad fuese asesinado, no
habría amigos aristocráticos que pidieran venganza, no habría mujeres nobles
llorando junto a su tumba.
Moviendo los poderosos hombros, Wulf desestimó sus oscuros pensamientos
y se abrochó la espada. Miró alrededor de la enorme sala llena de soldados del
Rey William. No podía permitirse ser grosero, no cuando se le daba una
oportunidad. Él tal vez no habría elegido pasar el invierno en las ciénagas, pero
dadas las circunstancias, cuanto antes se partiese, antes podrá volver. Así que, por
desagradable que sea esta misión, haría lo mejor que pudiera. Como él lo veía,
esos rebeldes, forajidos, proscritos, llámenlos como quieran, estaban luchando
por una causa perdida, y cuanto antes se dieran cuenta de ello, antes podría
terminar el derramamiento de sangre. Así, Inglaterra podría estar en paz cuanto
antes.
Si había algo que Wulf había aprendido de su señor, era que la paz no era algo
que sucediera por casualidad. No, en el invierno de 1067 8, había que hacer la paz.
Y si él pudiera desempeñar su papel en la consecución de esa paz y, al mismo
tiempo, ganarse privilegios para sí, entonces mucho mejor...
8
NT. SI bien la Batalla de Hastings (Octubre de 1066) concluyó con la victoria del Duque William (Guillermo II) y decretó la
conquista normanda del trono de Inglaterra; los anglosajones presentaron fuerte resistencia a la conquista normanda, hasta
1072 aproximadamente, momento en el cual Guillermo II se consolidó en el trono de Inglaterra.
Capítulo 2
***
11
NT. Prenda de vestir; del tipo armadura, que cubre los pies y las piernas, usualmente hecha de pequeños aros de metal que
conformaban cadenas.
palabra? ¿Podía confiar en que él no... la tocaría? Él era... ella debe recordar... un
hombre del clan de Guthlac Stigandson.
—¿Saewulf?
Dejó de rodar un barril más cerca de la pared, y miró a través de ella.
—¿Hmm?
—¿Qué han hecho con Ailric?
—Lo encerraron con su otro hombre —fue la breve respuesta. Dándose la
vuelta, continuó despejando su espacio para dormir.
—Thane Guthlac no les haría daño, ¿verdad?
De nuevo los ojos azules se encontraron con los suyos. Un encogimiento de
hombros.
—Creo que no —apoyó un codo sobre el barril. —Este Ailric —preguntó en
voz baja, —¿Ibas a casarte con él?
—Yo… yo... en un momento dado. Ahora no.
—¿Pero hay... afecto entre ustedes?
Érica se estrujó las manos. Por su parte, nunca había sentido nada más por
Ailric que por cualquier otro de los housecarl de su padre. Ailric, por otro lado,
había actuado como si ella le perteneciera. No es que eso le hubiera impedido
visitar a esas chicas en las tabernas con Hereward.
El hombre de Guthlac sonrió, y su expresión se suavizó. El pulso de Érica se
aceleró… él extraordinariamente favorecido cuando sonreía.
—Ailric ciertamente parece posesivo en lo que a ti respecta.
—Sí.
—Se enfadará después de esta noche —una mirada pensativa se apoderó de
él y suspiró. —Me atrevo a decir que deseará matarme. Tal es la naturaleza de una
disputa de sangre, así continúa, alimentándose de sí misma como la levadura en
una tina de cerveza.
Érica se mordió el labio y miró a la puerta.
—Pero dijiste que no lo harías... juraste que no… no lo harías...
—Paz, mi Lady —la mirada azul estaba fija. —Mantendré ese voto. Al
amanecer saldrás de esta cámara tan pura como cuando entraste en ella.
De nuevo sonrió, y de nuevo el corazón de Érica sintió afecto hacia él, por
haberse preocupado de tranquilizarla. Su boca era hermosa, pensó ella,
desconcertada. Se podía ver más la expresión de un hombre cuando no se
escondía detrás de una barba como lo hacía la moda Sajona. Y ciertamente en el
caso de Saewulf Brader, la falta de barba estaba lejos de ser poco atractiva. La
curvatura de su boca y la forma de su fuerte mandíbula...
Presentándole la espalda, hizo rodar uno de los barriles frente a la puerta,
gruñendo con el esfuerzo.
—Y antes de que te opongas... —su voz era divertida, aunque cómo en esta
tierra Érica podía negarse dada las circunstancias en las que se encontraba.
Saewulf Brader era un hombre de Guthlac, un extraño, pero ya sabía cuándo su
voz sonreía. —Antes de que se oponga, mi Lady, pongo este barril aquí para
asegurar que pueda dormir en privado esta noche. No está ahí para mantenerla
prisionera —enderezándose, se desempolvó las manos en los muslos.
—¿Saewulf?
Se acercó, tanto que ella tuvo que inclinar la cabeza para mirarlo.
—Mis amigos me llaman Wulf.
—Wulf —a Erica le dio una sonrisa temblorosa y rompió el contacto visual.
Wulf. Le venía bien. Y como enero era wulf-monath, el mes de los lobos, era
apropiado de alguna manera. Dulce Señor, pero era alto. Habiendo heredado la
estatura de su padre, Érica no estaba acostumbrada a mirar hacia arriba para
mirar a un hombre; eso la hacía sentir tímida. Y la proximidad de Wulf en la
estrecha bodega hizo que su presencia física pareciera abrumadora. No era
simplemente su altura; era la anchura de sus hombros, la intensidad de su mirada.
Si quisiera, no tendría problemas en forzarla. Pero, afortunadamente, no parecía
tener esa intención. Su ángel de la guarda debe haber estado vigilándola esta
noche. Este lobo en particular no era del tipo voraz.
—Wulf... —tragó, —que apropiado —el nombre Wulf fue, sin embargo, era un
recordatorio oportuno. Aquí estaba ella, una mujer solitaria entre una manada de
lobos, y él era uno de ellos, no debía olvidarlo. Sea cual fuere su aspecto, Saewulf
Brader debía tener en cuenta que era un hombre, un hombre de Thane Guthlac.
—¿Apropiado...? Oh, ya veo, por supuesto, se podría pensar eso. Es wulf-
monath... debes sentir que te han arrojado a una guarida de ellos.
La mandíbula de Érica se distendió, ¿podía leerla tan fácilmente? Ella miró el
pulso que latía en su cuello y frunció el ceño.
—Wulf, agradezco tu ayuda. Pero me pregunto...
—¿Mi Lady?
—Es sólo que no estoy segura de por qué Thane Guthlac me entregó a ti y no
a... a... ese otro... su nombre se me escapa.
—Hrothgar.
—Sí. ¿Por qué me dio a mí a usted, cuando dejó claro entonces que no tenía
intención de...? —intentó, sin éxito, sujetar un rubor y se habría apartado, pero un
ligero toque le devolvió la cara hacia la de él.
—Eso es fácil de responder. Después de esta noche, mi Lady, descubrirá que
su estatus ha cambiado, nadie creerá que usted es casta. No importará que no le
haya tocado, todo el mundo asumirá lo peor. Y porque… —su mano cayó y el
acero entró en esos ojos azules — porque yo soy lo que soy, tu menosprecio será
más severo, tu caída en desgracia más precipitada.
—¿Cómo es eso? —el pecho de Erica estaba apretado; no había suficiente aire
en este almacén.
Pareciendo sentir su incomodidad, retrocedió un poco, aunque sus ojos
seguían fríos.
—¿No escuchaste a Thane Guthlac y a Hrothgar? No sólo soy nuevo en la
banda de guerreros y no he sido probado en batalla, sino que... —le hizo una
reverencia burlona. —Thane Guthlac me recuerda de mi infancia en Southwark.
Sabe que soy el hijo ilegítimo de Winifred Brader, y se ha asegurado de que todos
los hombres que le han jurado lealtad me conozcan por lo que soy: un bastardo,
un bastardo de baja ralea.
Sus mejillas se habían oscurecido y ya no la miraba a los ojos. Érica no creía
que fuera la vergüenza lo que le hizo mirar hacia otro lado. El ve un desprecio y el
rechazo imaginario en mi cara.
—¿Wulf? —hizo su voz lo más suave que pudo. —No pudiste evitar las
circunstancias de tu nacimiento.
—Lady, ¿no me ha oído? La unión de mis padres no fue santificada. Un
bastardo compartirá su cuarto esta noche. Por eso Thane Guthlac te permitió
elegirme —sonrió, pero su sonrisa era amarga y su corazón estaba dolido.
—Tu nacimiento no me molesta —dijo Erica con franqueza. —¿Te elegí a ti
antes que a...?
—Hrothgar.
—Sí, él. De los dos, supe de inmediato quién era el hombre de honor.
Wulf agitó la cabeza y su cabello oscuro brillaba en la luz de la lámpara.
—Señora, somos extraños.
—Te conozco —dijo Erica con firmeza. —Y tú, Wulf Brader, no me harás daño.
Eso me dice todo lo que necesito saber.
Con un suspiro, se inclinó hacia el camastro, lo arrastró hasta el espacio que
había despejado y arrojó su capa sobre él.
—Lady, su cama —sacando su propio manto de color rojizo del bulto que
había traído consigo, se lo entregó a ella.
—¿Y tú? ¿Dónde dormirás?
—Aquí, junto a la puerta.
El lugar que indicó era pequeño para un hombre de sus proporciones.
—Hay poco espacio —inmediatamente, Érica se sonrojó y deseó no haber
dicho tales palabras. Sonaron casi como una invitación.
—Hay espacio suficiente
Al retirarse al camastro, se hundió sobre él y se cubrió con su capa hasta la
barbilla. Ella trató de no mirar sus formas. La capa en la que estaba tumbada, su
capa, era gruesa y doblemente forrada, pero no se podía ocultar que el colchón
que había debajo de ella era delgado e irregular. Por un momento, Érica sintió un
anhelo por el colchón gordo y lleno de plumón de su cama en Whitecliffe, pero
dejó de pensar en ello y cerró sus oídos al fuerte susurro de la paja mientras se
movía en su cruda cama.
Será una noche incómoda, pensó Érica, reconociendo con algo que se
acercaba al asombro que el miedo ya no la acosaba. Su juicio sobre este hombre
había sido sólido, podía confiar en él. Puede que sea ilegítimo, pero no se puede
negar que Wulf Brader era un hombre honorable. El honor, que ella ahora
aprendía rápidamente, no se limitaba únicamente a la aristocracia.
Se levantó sobre un codo, con brazaletes sonando.
—¿Wulf?
—¿Mmm?
Estaba sentado en el suelo, apoyado en un barril, quitándose las botas.
Apresuradamente se desabrochó el cinturón y puso su espada al alcance de la
mano. El corazón de Érica se exaltó mientras él comenzaba a desenrollar la
jarretera12 azul. Nunca se había acostado sola con un hombre. Y el aspecto oscuro
y casi pecaminoso de Wulf tenía un efecto extraño en ella; parecería que generaba
pensamientos impropios, pensamientos indecorosos que una dama Sajona soltera
no tenía por qué pensar, sobre todo porque apenas había escapado de la violación
en manos de Hrothgar.
Pero Érica no pudo evitarlo, los pensamientos siguieron llegando.
Pensamientos sobre cómo sería besar a un hombre así; uno con penetrantes ojos
azules y una boca bien formada que se había suavizado más de una vez cuando la
había mirado, un hombre poderoso con un peculiar toque de sensibilidad. Érica
nunca había besado a un hombre, no íntimamente. Una vez, Ailric había intentado
robarle un beso en la Navidad antes de que llegaran los Normandos, pero había
12
Garter. Jarrterea. Liga terminada en una hebilla, con la que se ajusta, a la altura de la corva, las medias o el calzón.
llegado a Érica con el olor de la taberna en el aliento y ella lo había alejado muy
rápidamente. Por otro lado, posición como hija de un Thane le había ahorrado la
atención de los otros hombres.
Mientras observaba a Wulf Brader prepararse para dormir, la desconcertante
intimidad de su situación le robó el aliento, y por un momento olvidó su pregunta.
Entonces se acordó. Ella sentía curiosidad por él, por sus antecedentes, y no sólo
por saber cómo sería compartir un beso con él. Era bastante ridículo que ella
estuviera teniendo pensamientos carnales e impropios de su condición. Sin
embargo, tenía que ser mejor que preocuparse del aprieto de estar a merced del
capricho de Guthlac Stigandson.
—Wulf, dices que eres un recién reclutado, ¿cómo te uniste a Thane Guthlac?
Por un momento pareció que no iba a responder, luego se movió y dijo:
—Me crie en el puerto de Londres, cerca de la casa del Conde Godwine en
Southwark. Ahí fue donde, de niño, conocí a Thane Guthlac.
Los ojos de Érica se abrieron de par en par.
—¿Conociste al Rey Harold también?
De nuevo, Wulf se tomó su tiempo para responder. En el vestíbulo, el ruido
disminuía, excepto por el estruendo de los taburetes y los bancos, que eran
empujados hacia las paredes para hacer espacio para dormir.
—Sí, pero no me gusta hablar de aquellos días —dijo con voz apagada e
inclinándose sobre jarreteras.
Érica asintió. Ella entendía; sentía lo mismo. También había conocido al Rey
Harold, tanto cuando era Conde como, más tarde, cuando había sido Rey. Y, sí, fue
doloroso recordar tiempos pasados, cuando un Rey Sajón se sentó en el trono de
Inglaterra, y cuando William de Normandía no era más que un príncipe menor al
otro lado del Narrow Sea.
—Todos deseamos que el rey William esté en el infierno —dijo. —¿Qué Sajón
leal no lo haría?
Wulf le lanzó una mirada impenetrable y dejó a un lado las fijaciones de las
piernas.
—Buenas noches, mi Lady.
—Buenas noches.
Colocándose una vez más sobre la capa de Wulf, Érica se tranquilizó para
dormir.
Capítulo 6
Erica se despertó a la deriva en algún momento en la oscuridad de la noche,
insegura de lo que la había despertado. La lámpara estaba humeando, su luz era
débil, pero era suficiente para alejar su miedo a la oscuridad. De hecho, era
sorprendente que ella hubiera dormido, ya que el sueño le había sido difícil de
alcanzar desde que llegó a los pantanos. Se había sentido incómoda en cada
momento desde que dejó Whitecliffe, incluso cuando estaba entre sus hombres,
pero el sueño le había llegado aquí, en el corazón del castillo de Guthlac; era muy
extraño.
El humo de la lámpara se retorcía hacia arriba en una espiral perezosa cuando
se dio cuenta de que el barril ya no bloqueaba la entrada del almacén y la puerta
estaba entreabierta. ¡Estaba sola!
Con el corazón en la boca, Érica se puso de pie, agarrándose la capa en su
pecho. Se acercaron pasos suaves. La puerta crujió de par en par y una figura alta,
de hombros anchos, se inclinó para entrar.
—¡Wulf! —el alivio era tan intenso que casi se ríe. —¿Dónde has estado?
—¿Pensaste que te había abandonado?
Lentamente agitó la cabeza.
Una ceja oscura se levantó; este gesto le indicó que él la consideraba una
mentirosa muy pobre.
—Tienes mi capa, tenía frío —dijo, mostrándole las mantas que llevaba. —
Vuelve a dormirte. Empujó el barril hasta colocarlo delante de la puerta.
—Hice bien en elegirte a ti, Wulf Brader —murmuró al tiempo que, maravilla,
el sueño le llegara por segunda vez.
Wulf miró fijamente a la parpadeante penumbra creada por la lámpara. Dios,
pero estas tablas eran tan duras y tan frías como el acero, pensó, mientras
intentaba encontrar una posición más cómoda. La Señora consideró que había
hecho bien en elegirlo. ¡Hah! Si sólo supiera lo que ha elegido. No importa que ella
estuviera aparentemente acostada con uno de los hombres de Guthlac… ¿cómo
reaccionaría si supiera toda la verdad? ¿Si supiera que Wulf era un capitán
Normando? ¿Qué habría dicho? ¿Que deseaba al Rey William en el infierno? Claro
que sí, pensó Wulf, restregándose la cara cansadamente.
Deseaba estar a miles de millas de distancia o, al menos, de vuelta en la
guarnición temporal Normanda que había sido lanzada contra Ely. Desearía que se
le hubiera dado otra misión, cualquier misión, siempre y cuando no implicara
traicionar a los Sajones o conocer a la valiente y bella hija de un Thane que lo
obligara a ayudar en contra de sus mejores intereses.
Afortunadamente, con Lady Érica salvada de un verdadero descrédito, ya
podría reportarse al hombre de De Warenne y, con suerte, regresar a la base
Normanda de Ely. Arqueros, había decidido, los arqueros serían la clave para
cualquier ataque exitoso contra Thane Guthlac.
Mientras tanto, Lady Érica yacía felizmente envuelta en su manto, un
pequeño bulto en la oscuridad, su respiración suave y uniforme. Que el cielo la
ayude, ella confió en él. Dada la precariedad de su posición como hija del enemigo
jurado de Guthlac, eso fue nada menos que milagroso. Se permitió el lujo de
saborear ese pensamiento. Ella, una mujer Sajona noble, confiaba en Saewulf
Brader… ahora había una novedad. Estaba demasiado oscuro para poder distinguir
sus rasgos, pero habían estado grabados en su mente desde el momento en que la
vio por primera vez: esa piel pálida y delicada, el pelo oscuro, tan oscuro que era
casi del color del azabache, la nariz lisa, las pecas, la curvatura suave de su boca,
los labios sonrosados. Una belleza.
Y valiente, también.
Podía imaginarse cómo se sentiría su cuerpo si la arrastrara a sus brazos. Ella
estaría caliente; tendría miembros largos, rectos y su piel sería lisa y…
¡Suficiente! Lady Erica pudo haber reaccionado con calma y cortesía ante el
hecho de su humilde nacimiento, pero había jurado no tocarla. Si la tocara de
verdad, sin duda su reacción sería muy diferente. No debía engañarse a sí mismo,
debía recordar quién era y qué estaba haciendo en este pantano ruidoso. Tiró de
la gruesa manta con fuerza. Cómo se llenarían esos ojos verdes de desprecio si ella
descubriese su verdadero propósito aquí, si supiese donde yacía su verdadera
lealtad.
Echando un último vistazo a la figura a unos pocos pies 13 de distancia en el
suelo, cerró los ojos. La dama pensó que lo conocía. En la oscuridad, su labio se
rizó. Lady Erica de Whitecliffe no le pediría ni la hora del día si realmente lo
conociera.
No sólo era un bastardo de clase baja, sino también un bastardo Normando
de clase baja; si ese hermoso manojo de femineidad se enteraba de eso, sin duda
se pondría en marcha y, con sus brazaletes sonando, saldría corriendo y gritando
de la habitación.
Dispuesto a relajarse… ¡Cielos!, acostado en estas tablas era una penitencia…
los pensamientos de Wulf se fundían entre sí. No tenía sentido preocuparse por lo
que Lady Érica pensaría de él una vez que se diera cuenta de su verdadero papel
en el séquito de Guthlac; no tenía sentido empezar a temer la mirada de odio que
distorsionaría ese hermoso rostro.
Había venido a East Anglia para descubrir la fuerza de la resistencia Sajona;
había venido a ganar favores y beneficios para sí mismo y a abrirse camino en el
mundo. Se le retorcieron las tripas. Ayer no sabía de la existencia de Lady Érica de
Whitecliffe. Otros hombres debían responder ante ella, otros proscritos, tal vez en
grandes cantidades. Merde. Debía averiguarlo, seguramente sería útil que De
Warenne lo supiera. Debido a ella se había perdido la primera cita, pero como no
la había tenido, también podía aprovechar al máximo las cosas descubriendo lo
que pudiera de su gente, que también eran rebeldes. Por eso estaba aquí, debía
concentrarse. Y no te olvides de los arqueros, se recordó a sí mismo, piensa en
entrenar a los arqueros...
A la mañana siguiente, en la plataforma fuera del salón, Érica salpicó su cara
con agua helada de la trastienda. Wulf estaba de pie como un centinela a su lado,
envuelto en las nubes creadas por su aliento. Con una sensación de hundimiento,
13
NT. Unidad de medida, en el sistema inglés. Un pie equivale a 30.5 centímetros.
se le ocurrió que sería difícil saber si él estaba allí para protegerla o para evitar que
intentara escapar. Aún es wulf-monath, se recordó a sí misma.
En el patio de abajo, un sacerdote de túnica larga caminaba hacia la capilla de
madera, con las manos metidas en las mangas de su hábito para combatir el frío.
Desapareció dentro de la capilla. Érica observó las construcciones adyacentes, una
de los cuales aparentemente estaba siendo usada como prisión para Ailric y
Hereward. La cabaña más cercana a la capilla no tenía ventanas, y los guardias
estaban apostados afuera, taconeando la tierra con sus pies en la fría mañana. Esa
cabaña, pensó, debe ser donde están sus escoltas.
La verja levadiza estaba firmemente bajada y, desde el mirador de Érica en la
pasarela de la cabecera de la escalera, era imposible ver si su barco aún estaba
amarrado en el embarcadero. El lago se había congelado durante la noche, pero
un pasaje navegable permanecía en el centro de la vía fluvial, una delgada línea
oscura que dividía en dos la superficie esmerilada.
—Buenos días, mi Lady —la voz burlona de Hrothgar irrumpió en sus
pensamientos. El estómago de Erica se movió incontrolablemente.
El segundo al mando de Thane Guthlac apoyaba su hombro en un poste de la
puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho, mirándola con un aire de
expectativa que resultaba inquietante. Asintiéndole con la cabeza, consciente de
que la mano de Wulf flotaba sobre su empuñadura, Erica se limpió la cara con el
borde del velo y se preparó para empujarlo.
Hrothgar se movió para bloquear la puerta del pasillo.
—Ya no puedes entrar.
— Yo…. ¿Perdón?
—No puedes volver al salón —una pausa, entonces, como una idea tardía
insolente: —Mi Lady.
—Necesito hablar con Thane Guthlac.
—Está ocupado. Métete en el patio.
Érica parpadeó.
—Pero... no lo entiendo. Nuestro acuerdo...
—¿Qué acuerdo?
Sorprendida por el regreso de las náuseas que sentía cuando estaba cerca de
Hrothgar, Érica tragó.
—Que… que nuestra gente debe llegar a un acuerdo. Si yo... —miró de reojo a
Wulf, cuyos ojos azules estaban fijos en los de Hrothgar, y se tranquilizó. —
Guthlac dijo que una vez que la afrenta a su madre hubiera sido vengada...
Hrothgar agitó la cabeza.
—Thane Guthlac ha cambiado de opinión —mirando a Wulf, sonrió un poco.
—Tal vez mi Lord pensó que una noche con un bastardo de baja alcurnia que había
dicho abiertamente que no te tocaría no era suficiente menosprecio.
Las náuseas se elevaron en la garganta de Érica y por un momento no pudo
hablar.
—¡No! ¡No! ¡Thane Guthlac dijo...!
Hrothgar levantó sus enormes hombros en una descuidada señal de desdeño.
—Cambió de opinión.
La rabia la poseyó y dio un brinco hacia delante.
—¡Eres repugnante! —curvando sus manos en garras, resistió el impulso de
correr hacia él, pero Wulf debe haber leído su primer impulso, porque la cogió del
brazo.
—Mi Lady —la voz de Wulf era calmada y restrictiva, pero Erica no quería
restricciones.
—¡Debo hablar con Guthlac! —se sacudió a Wulf.
Hrothgar se acercó por detrás y cerró la puerta con un golpe.
—Repito, él no hablará con usted —sacudió la cabeza señalando hacia el
patio. —Vete, Érica de Whitecliffe, no habrá colaboración entre los housecarls de
Thane Eric y los de Guthlac Stigandson.
La sangre tronaba en sus oídos, su cabeza palpitaba. Lo decía en serio. Ella
había perdido su reputación, Wulf Brader no le había puesto un dedo encima,
pero era como él le había advertido: Wulf no había tenido que tocarla para que
ahora fuera despojada. Cuando se corra la voz de que Lady Érica de Whitecliffe
había pasado la noche encerrada en un almacén con un joven guerrero viril como
Wulf Brader... y añadir a eso el hecho de su humilde nacimiento, su ilícito, humilde
nacimiento...
Brevemente, cerró los ojos. Ningún hombre de honor… ella no pudo mirar a la
cabaña de la prisión al otro lado del patio… no, ni siquiera Ailric, la querría ahora.
Enderezando su columna, recordándose a sí misma de quién era hija, miró con
odio a Hrothgar.
—¿Quieres decir que lo que pasó anoche no sirvió para nada?
—Exactamente, mi Lady. Cometiste un error táctico cuando aceptaste tan
fácilmente tu humillación.
Érica parpadeó.
—¿Un error?
Una sonrisa exasperante levantó los labios de Hrothgar.
—Déjame darte una pista. Deberías haber luchado un poco, o quizás gritado,
no se te vio sufrir lo suficiente.
Erica se puso una mano en la cabeza.
—Esto es una locura. Hrothgar, hazte a un lado. Déjame hablar con Thane
Guthlac.
—No.
Ella echó un vistazo a Wulf, no, a Saewulf Brader. No era amigo de ella si era
cómplice de esto... esto...
Una cosa era estar de acuerdo en ser humillada si eso aseguraba que sus
guerreros pudieran por fin unirse a los de Guthlac contra un enemigo común; otra
cosa era haber sido humillada si eso traía al resto de su gente a un lugar seguro…
pero que hubiera sido humillada para nada, por nada...
Se mordió el interior de la mejilla. Pero eso, por supuesto, era lo que Hrothgar
decía. Para que la madre de Guthlac fuera verdaderamente vengada, la
humillación de Érica tenía que ser completa, su degradación debía ser absoluta. A
pesar de que no había querido ser humillada, el hecho de que hubiera aceptado y
elegido a Wulf, esto había disminuido de alguna manera el acto de venganza de
Thane Guthlac.
La cara de Wulf era ilegible, pero los nudillos de su mano eran blancos en la
empuñadura de su espada. La tensión en el aire era palpable: los dos housecarl de
la casa de Guthlac tenían una gran aversión el uno al otro y no lo ocultaban. Pero
no era el momento de hablar de los celos entre los housecarls del clan de Thane
Guthlac...
Ella aspiró un respiro y repitió sus preguntas.
—Entonces, ¿anoche realmente no sirvió para nada?
La sonrisa de Hrothgar se amplió.
—Hábil, ¿no es cierto?
—¿Y tú lo sabías anoche?
Cuando Hrothgar se encogió de hombros, ella se acercó a Wulf.
—Y tú, ¿qué hay de ti? ¿Sabías que Thane Guthlac no tenía intención de
cumplir nuestro acuerdo?
Los ojos azules de Wulf estaban fijos en Hrothgar, pero él respondió con
suficiente facilidad.
—No lo sabía, mi Lady, pero ya que ha ocurrido, no puedo decir que me
sorprenda.
Mirando su perfil mientras observaba a Hrothgar, Érica deseaba poder
creerle. Anoche pensó que Wulf era honorable. Anoche había pensado en poner
fin a la disputa que había asolado a su familia y a la de Guthlac durante
generaciones. Anoche, reconoció, había sido una tonta de remate.
Arrastrando su capa desde la barandilla, se la tiró devolviéndosela.
—Muy bien, muy bien. Me iré —dijo, haciendo su voz tan fría como el viento
que soplaba sobre los pantanos.
Los ojos de Hrothgar estaban igual de fríos mientras, lentamente, agitaba la
cabeza.
—¿Irse? No lo creo.
Érica apretó las mandíbulas; sus mejillas estaban calientes a pesar de la
escarcha en el aire.
—He venido a escoltarte a la cárcel. Cuente sus bendiciones, mi Lady, está a
punto de unirse a sus hombres.
Aturdida por la perfidia de Hrothgar, de Guthlac, los pies de Érica no se
movían.
—Si soy prisionera de Thane Guthlac —logró manifestar ella, —él está
totalmente desprovisto de honor.
Hrothgar simplemente la miró fijamente.
Esto no podía estar pasando, pensó Érica alocadamente, no podía ser retenida
aquí. Si se convirtiera en prisionera de Guthlac, ¿quién se encargaría de cuidar a
Morcar? ¿Y qué hay de Solveig? ¿Y Hrolf? No, no, tengo que volver, ¡mi gente me
necesita! También necesitaban a Ailric y Hereward. Sin sus guerreros más audaces,
su clan disminuido no sobreviviría el invierno. No cuando los otros housecarls de la
casa de su padre se escondían en los pantanos...
—Deberías haber pensado en eso antes de venir de visita. Ahora debes
esperar el placer de mi Lord.
Hrothgar intentó tomarla del brazo, pero Wulf llegó primero.
—Acompañaré a Lady Erica.
Aturdida, Érica sintió los dedos firmes en su brazo, mientras Wulf la llevaba a
la parte superior de las escaleras. Miró por encima del hombro a Hrothgar.
—Mi pueblo no olvidará esto —dijo temblando de rabia.
—Sin duda, no lo harán. Oh, y, mi Lady, un punto más...
Érica levantó el ceño.
—Mientras esperas por la complacencia de Thane Guthlac, piensa en esto. La
muerte de tu padre no te ha hecho ningún favor. Tu posición como líder de sus
hombres es insostenible. Guthlac me pide que te pregunte, ¿qué señor digno de
ese nombre permitiría que una mujer le dicte indicaciones? Piense en eso, mi
Lady, antes de que cuestione el honor de mi Lord. Piensa en eso mientras Thane
Guthlac decide tu destino.
Ahogando su furia, Érica se dio la vuelta antes de golpearlo. En el escalón
superior levantó sus faldas y tomó el pasamanos. El toque de Wulf en el codo se
estaba estabilizando, pero ella sólo lo reconoció cuando ganaron el patio. ¿Mis
hombres? preguntó ella, en un tono tan arrogante como pudo proferir.
—Allí, mi Lady.
La cabaña de la prisión era la que estaba al lado de la capilla.
Y la capilla estaba al cruzar un patio, a un patio de distancia.
Un patio pequeño, pensó Érica, sus latidos acelerándose. Wulf no la miraba,
asintió a los dos guardias junto a la cabaña de la prisión, señalándoles para que
abrieran la puerta.
Su mente se aceleró. Un pequeño patio hasta la capilla. ¡Podía reclamar
santuario 14 en la capilla! Un patio. Su corazón latía con dificultad. Se detuvo hasta
que Wulf relajó el agarre de su brazo y le hizo señas para que entrara en la cabaña
de la prisión.
Rápida como un rayo, giró sobre sus talones y corrió en la dirección opuesta,
hacia la capilla. Dos velas ardían en el altar, a cada lado de una cruz de plata. El
tenue olor a incienso persistió en el aire, pero no hubo tiempo para registrar más.
Se abalanzó sobre el altar, rodeando al sacerdote. Vio una cara sorprendida con la
boca abierta y ojos saltones y situados detrás de la mesa del altar, con el pecho
agitado.
14
NT. Santuario: tanto lugar religioso y sagrado, como lugar de asilo.
Los hombros anchos Wulf llenaban la puerta. Pasó al lado del sacerdote, sus
botas ruidosas en el piso de tierra apisonada. Los delgados dedos del guerrero
pasaron la cruz.
—Mi Lady... —sus ojos brillaban a la luz de las velas. —No puedes esconderte
aquí.
—¡No a la violencia! —el sacerdote se acercó más. —¡Nada de violencia,
señor!
Wulf le echó una mirada fría.
—Ninguna es la intención —miró a Érica y flexionó los dedos. —¿Mi Lady?
Erica retrocedió hasta que sus hombros golpearon las tablas de la pared este,
y agitó la cabeza.
—No iré, y tú no puedes obligarme.
—¿No? —la voz de Wulf era baja y amenazadora, su expresión dura como el
granito.
Levantó la barbilla.
—Santuario, ¡reclamo santuario! Ni usted ni Thane Guthlac pueden
desalojarme de esta capilla.
—Mi Lady...—de nuevo, Wulf la agarró.
Ella le apartó la mano y miró al sacerdote en busca de apoyo.
—No puedes forzarme, no ahora que he reclamado santuario. ¡Dígaselo,
padre, dígaselo!
Apartando un mechón de su pelo oscuro, Wulf frunció el ceño, mirando al
sacerdote.
—¿Es esto cierto?
—Yo... yo... sí, sí, de hecho lo es —la cabeza calva del sacerdote brillaba. —
Nadie; ni siquiera un Rey, puede violar el santuario. Puede quedarse aquí todo el
tiempo que quiera.
—Mi Lady, piense —Wulf levantó la mano con los largos dedos, con la palma
hacia arriba, como lo había hecho en el vestíbulo de Guthlac. —Si reclama
santuario aquí, será tan prisionera de Guthlac como lo sería en la cabaña de la
prisión —sus ojos azules buscaron en los suyos. —La única diferencia que puedo
ver es que estará sola. Vamos, tome mi mano, déjeme acompañarle a la cárcel. Al
menos ahí tiene a sus hombres para que le hagan compañía.
Erica agitó la cabeza y su velo se onduló a su alrededor.
—Hay otra diferencia, Saewulf Brader —dijo, haciendo hincapié en la versión
formal de su nombre para distanciarlo de ella. Anoche, había pensado que podría
haber un poco de amistad entre ellos, pero después de la perfidia de Guthlac, no
se atrevió a usar la versión más amigable de su nombre.
—¿Y esa es?
Él debía darse cuenta de que ella nunca iría con él, ya que su mano se retiró y
metió sus pulgares en su cinturón. Érica enderezó sus hombros.
—Es una distinción importante. Aquí en el santuario, estoy encarcelada bajo
mis condiciones, no bajo las de Guthlac —hizo un gesto imperioso. —Vayan. Dile a
Thane Guthlac dónde estoy, y asegúrate de enfatizar por qué he elegido reclamar
refugio aquí en lugar de prisión con mis housecarls.
Mirando fijamente a la capilla por las estrechas rendijas de las ventanas, por
las paredes de tablas rugosas, Wulf se inclinó hacia ella. Por un momento Érica se
imaginó que había leído una preocupación genuina en su expresión.
—Mi Lady, por favor piénselo de nuevo, apenas hay luz aquí.
Érica saludó a las velas del altar, a la llama del santuario.
—Hay suficiente.
—Hace mucho frío y probablemente nevará cualquier día. No hay fuego.
Tampoco hay ninguna regla de santuario que yo conozca que garantice tu
sustento. Hay comida y agua en la celda, pero aquí, en la iglesia, no habrá ninguna.
Thane Guthlac no pensaría en matarte de hambre o frío.
—Que lo intente.
—Mi Lady, estamos en enero, usted no durará mucho.
—Vaya. Dígale a Thane Guthlac que he reclamado refugio. Veremos entonces
si me habla.
La miró un momento más antes de volverse hacia el sacerdote.
—Padre, ¿está seguro de que no puedo sacarla?
—No ahora que ella ha reclamado refugio, no a menos que quieras arriesgar
tu alma inmortal.
Wulf asintió con la cabeza, la miró por última vez y se dirigió a la puerta.
Mordiéndose el labio, Erica lo vio irse.
En el momento en que la puerta de la capilla se abrió suavemente tras él, ella
tembló. Se sentía muy sola, se sentía… como ridícula… como si la hubieran
abandonado. Estúpida, se reprendió a sí misma, estúpida. Se hizo sonreír ante el
sacerdote. Mira, no estás sola. Y agradece las pequeñas misericordias: aquí hay
luz, hay luz.
Los ojos del sacerdote eran cautelosos. Me mira como si le salieran alas,
pensó. No, es mucho más probable que piense que me crecerá una cola bifurcada.
Consciente de que le temblaban las manos y las piernas, los ojos de Érica se
posaron en un cómodo taburete junto a la pared. Arrastrándolo hacia sí, se
desplomó sobre él.
—¿Está usted bien, mi Lady?
—Sí, gracias. Padre, ¿cómo se llama?
—Padre Agilbert.
—Padre Agilbert. Bueno, padre, si no le importa, descansaré aquí hasta que
Thane Guthlac... hasta que...
—Thane Guthlac es un hombre orgulloso. No apreciará tu emplazamiento.
Levantando la cabeza, Érica se encontró con su mirada fija.
—¿Sabe quién soy?
—Sí, eres Lady Erica de Whitecliffe. Sé que tiene buenas intenciones, pero su
intento de reconciliación está condenado al fracaso.
Ella suspiró y apoyó su cabeza contra la pared de la capilla, mirándole a través
de los párpados semicerrados.
—No debería decir eso, Padre Agilbert. Porque seguramente eso equivale a
decir que Thane Guthlac nunca tratará conmigo y con mi gente, que la disputa
sangrienta nunca llegará a su fin.
—Eso es lo que creo —el padre Agilbert suspiró. —Por mucho que pudiera
rezar de otra manera. Creo, mi Lady, que soy realista en lo que concierne a
Guthlac Stigandson.
—Y yo, ¿no lo soy?
El sacerdote abrió las manos.
—Padre, ¿Thane Guthlac respetará el santuario?
—Creo que sí.
—Gracias a Dios.
Érica cerró los ojos y apoyó los hombros contra el entarimado de madera. Ella
era prisionera de Guthlac Stigandson, pero también fue como ella le dijo a Wulf;
no, Saewulf, su nombre era Saewulf, aquí en la capilla, estaba encarcelada bajo
sus condiciones, no bajo las de Thane Guthlac. Había consuelo en ese
pensamiento. Cierto, eran gachas acuosas, pero en ese momento sólo había
gachas 15 acuosas.
15
NT. Potaje de algún tipo de cereal. La frase refiere a situación difícil con ganancias mínimas.
Capítulo 7
Tres días después, al atardecer, Wulf estaba remando de vuelta por el lago
hacia el castillo rebelde, maldiciendo el hecho de que no estaba remando en la
dirección opuesta. Necesitaba llevar a los arqueros de De Warenne a los
montículos de práctica, a toda velocidad. Lo que estaba planeando sería lo
suficientemente desafiante a plena luz del día, pero por la noche...
Mientras tiraba de los remos, una garza le miró desde la orilla bordeada de
juncos y, golpeando fuertemente las alas, se lanzó torpemente al aire.
Wulf tenía el tiempo agotado. Tras perderse el primer encuentro con el
hombre de De Warenne, Lucien, no tuvo más que una oportunidad para hacer el
siguiente encuentro. De Warenne quería que los pantanos fueran despejados de
rebeldes lo antes posible, y no le agradecería a Wulf si se retrasaba en su labor de
inteligencia. Como un caballo de guerra con el olor de la batalla en la nariz, De
Warenne se moría de ganas...
Esa mañana Wulf había abandonado la fortaleza rebelde por orden de Guthlac
Stigandson.
—Patrullad las vías fluviales, Saewulf —había dicho Guthlac. —Busca con
cuidado. Mantente atento a la actividad enemiga.
Wulf había usado el tiempo que debería haber estado patrullando para reunir
provisiones en una cabaña de pescadores en desuso. La cabaña estaba en una
pequeña lengua de tierra al final de una de las vías fluviales menos conocidas.
Unos días antes, había tropezado con la cabaña por accidente, y la relativa
inaccesibilidad de la ésta le había hecho elegirla como punto de encuentro. Lucien
debería estar allí mañana al amanecer. Wulf no podía permitirse el lujo de
perderse esta cita, lo que significaba que debía abandonar el castillo pronto.
Gracias a Dios.
Excepto que... Wulf miró con ira al embarcadero que se acercaba… excepto
que no podía evitar preguntarse cómo le iba a Erica de Whitecliffe en el santuario.
No era asunto suyo, pero su conciencia no le dejaba descansar hasta que se
hubiera asegurado de que no corriera el riesgo de que ella sufriera el mismo
destino que el de su hermana, Marie. Y, por supuesto, estaba ese otro asunto.
¿Qué había pasado con el resto de la banda de guerreros de Thane Eric? Tenía que
haber algo más que los dos housecarls que Lady Érica había traído con ella,
¿dónde estaban los otros? Debe ser posible usar a la dama para obtener más
información sobre ellos. Los proscritos de Guthlac no eran los únicos Sajones en
los pantanos que conformaban la insurrección. La frente de Wulf se arrugó. Estos
eran los asuntos que debía considerar; la política era su primera prioridad, no la
seguridad de una temeraria noble Sajona.
Atando el bote al final de una fila de otros botes de remos similares, Wulf
saltó al embarcadero. La nave de Lady Érica seguía allí, firmemente asegurada en
el medio de la línea. Su banderín ya no revoloteaba en la popa, sino que, al pasar
hacia la verja levadiza, lo divisó yaciendo desolado en una de las entradas.
Pasando por debajo del portillo y a través de la empalizada, saludó al guardia.
—¿Soy el último en regresar?
—Sí.
Fuera de la capilla, el paso de Wulf se hizo más lento. Tres días. No podía
permitirse el lujo de preocuparse por ella personalmente, pero ni siquiera había
visto a Lady Érica durante tres días, y por lo que sabía la única persona que había
hablado con ella era el sacerdote. El proscrito Guthlac, como Wulf había
anticipado, se había negado a tratar con ella. No sólo eso, sino que a Érica de
Whitecliffe se le había prohibido comer y beber. ¿Tenía frío? Debía tenerlo.
Mientras se frotaba la barbilla afuera de la puerta de la capilla, ésta se abrió
de golpe y el Padre Agilbert emergió.
—Buenas noches, hijo mío.
—Buenas noches, Padre. ¿Padre...?
—¿Hijo?
—¿Lady Erica... está ella...? Wulf se detuvo a tropezones. ¿Qué podría
preguntar? ¿Tendría frío? Sin duda alguna. ¿Tendría hambre? Por supuesto que sí.
Pero sería su sed lo que sería peor. En los últimos tres días, Wulf había pasado más
tiempo del que le sobraba para preocuparse por ella cuando debería haberse
concentrado en su misión. Lady Erica de Whitecliffe era una distracción que debía
ignorar, sobre todo si se tiene en cuenta que su tiempo aquí se había acabado.
Excepto que... excepto que... ¿dónde estaba la banda de guerreros de Lady Érica?
La boca del Padre Agilbert se curvó, y mantuvo abierta la puerta.
—Puedes hablar con ella, hijo mío. Thane Guthlac no le ha prohibido visitas.
Con cierta alarma, Wulf miró a los ojos del sacerdote. Ojos bondadosos, se dio
cuenta, no pomposos y santurrones, sino ojos acostumbrados a mirar a los seres
humanos y verlos, frágiles y todo eso. ¿No lo ha hecho?
—Por supuesto, como sus dos housecarls están bajo llave, nadie ha ido a
verla, pero... —el sacerdote sostuvo la puerta una pulgada más ancha y bajó la
voz. —podría ayudarla si usted entra, porque no creo que ella lo rechace. Me
temo que Lady Érica es tan testaruda como Thane Guthlac. Intente convencerla de
que salga. Yo he fracasado completamente en ello.
Asintiendo, Wulf cruzó el umbral. El cerrojo hizo clic cuando el sacerdote se
fue.
Curiosamente, hacía más frío en la capilla que en el pantano. El silencio era
desconcertante, y el lugar estaba plagado de sombras mientras lo que quedaba de
la luz del día pasaba a través de las estrechas rendijas de las ventanas. Un tenue
resplandor iluminó el extremo este, donde frente a la luz del santuario el Padre
Agilbert había dejado un par de luces de emergencia. A ella no le gustaba la
oscuridad, pensó, ella debe habérselo comunicado.
¿Pero dónde estaba ella?
Rodeando la mesa del altar, Wulf se levantó bruscamente. Estaba dormida,
más bella de lo que su memoria la había pintado, tumbada en medio de un exótico
tumulto de vestiduras de la iglesia y telas de altar. Su velo había sido puesto a un
lado y su cabello estaba atado en una trenza suelta, varios zarcillos se le habían
escapado y estaban rizados en su pelo alrededor de las sienes. Sus mejillas
estaban pálidas como el alabastro, sus labios estaban abiertos, pero su frente era
clara. Dejando a un lado su palidez, parecía como si no tuviera ninguna
preocupación en el mundo.
Curiosamente reacio a perturbar su sueño y traerla de vuelta a la realidad,
Wulf enganchó el taburete de tres patas más cercano y se hundió en él. Inclinando
sus antebrazos sobre sus rodillas, entrecruzó sus dedos y esperó a que ella se
despertara. Las vestiduras sobre las que estaba tumbada eran ricas, incrustadas
con bordados de oro y plata. Tiene la cama adecuada para una reina, pensó
irónicamente. Era casi demasiado hermosa. Mientras observaba, algo en su
interior se retorcía.
Después de un tiempo, se movió, suspiró y tragó. Con una mueca de dolor, se
puso la mano en la garganta y abrió los ojos.
Cuando ella lo vio, se puso de pie, con sus brazaletes sonando.
—¡W... Wulf! Eso es... quiero decir... ¡Saewulf! —la mano aún en la garganta,
parpadeó y volvió a tragar.
Su garganta tenía que estar seca como el polvo. Tres días y ni una gota de
líquido había pasado por esos bellos labios.
—Mi Lady...
—¿Qué haces aquí? —susurró roncamente. —No pensé que volvería a verte.
El pensamiento no era bueno. Wulf se sorprendió a sí mismo preguntándose
si ella hubiera querido volver a verlo. Qué tontería, permitirle distraerlo así... la
política, se recordó a sí mismo, piensa en la política.
—¿Cómo está?
—Sedienta y reseca —admitió, continuando con el masaje en su garganta.
Wulf había sacado una botella de piel de cabra de la patrulla y le quedaba un
poco de cerveza. Con una rápida mirada en dirección a la puerta, la desenganchó
de su cinturón.
—Tengo cerveza suave, mi Lady —cuidadosamente, la dejó en el suelo junto a
sus pies. —Suya, si lo desea.
Lo miró, se mojó los labios y se la tragó. Entonces, con un empujón con el pie,
le regresó la botella de piel; era un pie con medias que se asomaba por debajo de
las vestiduras, se había quitado las botas y las había metido limpiamente bajo el
altar.
—No, no, guárdalo, no debo beber.
—Mi Lady, está usted pálida. Es la mitad del invierno se debilitará
rápidamente. Por favor, beba —empujó la botella de regreso.
Ella agitó la cabeza y más cabello se desprendió de su trenza. Seda oscura en
magnífico desorden. Su boca estaba seca. ¿Era tan suave como parecía? Wulf rizó
los dedos en las palmas de sus manos, pues no le correspondía a un capitán
Normando descubrir la suavidad del cabello de Érica de Whitecliffe, mantuvo su
voz uniforme.
—Nadie lo sabrá, no le diré a nadie.
—¡No! Si bebo, romperé la regla del santuario.
La frente de Wulf se arrugó.
—No estoy seguro de que sea así, mi Lady. Estoy seguro de que he oído hablar
de amigos que traen comida y bebida a aquellos que han reclamado el santuario. Y
ya te lo he dicho, podrás encontrar un amigo en mí.
Inclinándose hacia adelante, tomó la mano de ella e inmediatamente sintió un
breve momento de tal excitación emocional que casi se le cae. Se sintió despejado
hasta los dedos de los pies. Frunció el ceño. En toda su vida, un simple toque como
ese nunca había evocado tal respuesta. Una verdadera distracción.
Sus rostros estaban sólo a un pie de distancia el uno del otro. Ella tenía los
ojos muy abiertos y parecía haber dejado de respirar. Wulf también tenía
dificultades. Ella miró su boca y el calor se precipitó hacia su ingle. Wulf sostuvo
un gemido. Era una dama, una dama Sajona. No debía pensar en ella de esta
manera. Y de todos los momentos para sentir lujuria... Dios. Estaba disgustado
consigo mismo, estaba equivocado. Mujer equivocada, momento equivocado,
lugar equivocado...
Se arrastró incómodamente sobre la banqueta y se obligó a concentrarse en
hacer que ella bebiera. En eso al menos podría ser un verdadero amigo.
—Déjame ayudarte, mi Lady. Por favor, bebe.
La boca de Érica era una línea obstinada. Sus ojos parpadearon brevemente
hacia su botella de agua. Su garganta tenía que estar seca como la arena del
desierto. Impulsado por alguna emoción, que Wulf no alcanzaba a ponerle
nombre, excepto que el pensamiento más importante en su mente era que Lady
Erica debía beber, se movió sin avisar.
Cayendo de rodillas entre el reluciente lío de los manteles del altar, la empujó
para que ella se recostara sobre el altar. Con firmeza, le sostuvo la nariz entre sus
dedos, así que no tuvo más remedio que abrir la boca. Mantuvo su cuerpo inmóvil
con su rodilla.
Su boca se abrió; las uñas se clavaron en su muñeca; y los brazaletes, calientes
por el calor de su cuerpo, se abrieron contra su piel.
—¡Suéltame, imbécil! ¡Quítate!
Sin piedad, mantuvo su cabeza quieta, le metió el biberón en la boca y le dio
un leve golpe. La cerveza corría por su barbilla, oscureciendo el rico color púrpura
de su vestido. Ella balbuceó, se ahogó y tragó; él definitivamente la vio tragar. Se
inclinó y apretó la mano. Las pequeñas manchas doradas brillaron en sus ojos.
Volvió a dar otro golpe ligero.
Más balbuceo. Más asfixia. Más agitación en medio de las vestimentas cada
vez más arrugadas.
—¿Por qué, tú b...?
—¿Bastardo? —con tristeza, Wulf levantó un lado de su boca. —Como tú
digas —apretando los dientes, volvió a volcar la botella de agua.
Ella tragó una y otra vez; era eso o ahogarse. Y entonces, inesperadamente,
capituló. Era como si, habiendo probado la cerveza con agua, no pudiera evitarlo.
Su agarre cambió; sus uñas ya no arrancaban la carne de la muñeca de Wulf; se
agarró al cuello de la botella y bebió profundamente.
Sacando la rodilla de su vientre, Wulf se balanceó sobre sus caderas y suspiró.
Le preocupaba que hubiera tenido que dominarla, pero tenía algo de líquido en
ella y eso era un alivio. Más alivio del que debería ser. Con un suspiro, se quitó el
pelo de la cara.
Bajó la botella de piel de cabra y se limpió la boca en la manga de su vestido.
—Eres un bastardo al obligarme —dijo ella, su voz cayendo silenciosamente
en la sombría capilla.
Se encogió de hombros.
—Es peligroso pasar demasiado tiempo sin agua —alargando la mano, le
arrancó la botella de los dedos. —También es peligroso beber demasiado en una
sola sesión cuando se ha estado ayunando. Debe beber algo, más tarde.
Levantándose para sentarse, se apoyó en la parte de atrás del altar. Tres días
y sin comida, tenía que estar débil.
—¿Está mareada? ¿Desmayada? ¿Le duele la cabeza?
Ella miró hacia otro lado, con la mandíbula firme.
—No comeré cuando esté aquí. Trata de forzarme a comer y juro que me
ahogaré.
—Necesitarás tu fuerza, tal vez para tu pueblo. ¿Cómo puedes ayudarlos si
eres débil? ¿No es razón suficiente para comer?
Los ojos verdes se entrecerraron.
—¿Por qué debería importarte, hombre de Guthlac? Tu señor dejó claro que
nunca tratará con los hombres de mi padre, así que, ¿qué posible interés podría
tener usted en mi bienestar o en el de mi pueblo?
Más de lo que crees, pensó Wulf. Tu gente, aunque no lo sepas, debería estar
al cuidado de mi verdadero señor, William De Warenne. Y estarían a su cuidado, si
estuvieran de vuelta a donde pertenecían, en la propiedad de tu padre cerca de
Lewes. De Warenne no es el diablo que se podría pensar, cuida de los suyos. Pero
usted, mi Lady, usted y su pueblo se han convertido en proscritos. Y me
corresponde a mí descubrir sus intenciones...
El corazón de Wulf se sentía como plomo. No le gustaba guardar secretos a
esta mujer; no le gustaba tener que engañarla. Cuadrando sus hombros, se puso
de pie. Debía engañarla si quería cumplir sus órdenes para De Warenne. Y no era
sólo su condición de caballero lo que estaba en juego aquí, ya que el lío en el que
se había metido Lady Erica estaba resultando conmovedor.
Wulf quería la paz. Quería que se pusiera fin al conflicto entre Sajones y
Normandos… y su sangre mixta lo pedía a gritos. Miró sombríamente a la bella
mujer enjoyada que yacía como una reina pagana en medio del brillo de los
bordados de oro y plata, y supo que esa no era lo que quería.
La disputa de sangre le había mostrado que él también quería poner fin a los
conflictos entre Sajones y Sajones. Y más que eso, quería... Wulf apartó su mirada
de los esbeltos y bien formados miembros parcialmente ocultos por los manteles
del altar del Padre Agilbert y agitó la cabeza. En este punto, no pudo seguir.
—Esta disputa...
La cara de Érica se endureció.
—Thane Guthlac no quiere parlamentar, el asunto está fuera de mis manos.
—Viniste aquí para poner fin a la disputa de sangre. ¿Estuvo tu gente
totalmente de acuerdo? —Wulf planteó la pregunta con indiferencia, como si la
respuesta fuera de poca importancia, pero se encontró a sí mismo aguantando la
respiración, esperando su respuesta.
—Mi gente seguirá mi ejemplo —ella hizo un gesto de desdén con la mano. —
Pero esta conversación no tiene sentido, ya que Thane Guthlac nunca terminará
este conflicto entre clanes.
Temblando, se puso un mantel del altar sobre las piernas y luego metió los
pies en él como si fuera una manta. Era verde y combinaba con sus ojos, verdes
salpicados de oro, la tela de la Trinidad.
Levantando una ceja, Wulf puso la botella de agua a su lado, por si la
necesitara más tarde.
—¿No es un sacrilegio?
—¿Qué?
—Dormir entre las vestiduras de la iglesia.
—El padre Agilbert no lo cree así, fue él quien los sacó de ese cofre, dijo que
mi manto era insuficiente para protegerse del frío.
Wulf asintió con la cabeza... sí, eso encajaba, el Padre Agilbert querría
ayudarla. Maldita sea, él mismo quería ayudarla, lo que era, por supuesto, dadas
sus prioridades, casi imposible. Había algo en Lady Érica que hacía que un hombre
quisiera ayudar, algo en ese espíritu independiente, responsable y frágil.
Diablos, pensó Wulf, mientras se volteaba para irse. Esta es la última vez que
aceptaré una misión dudosa. De vuelta en el cuartel del Rey Williams en
Westminster, había pensado que no podía darse el lujo de rechazar la misión, pero
hoy estaba empezando a pensar que de alguna manera se empobrecería si la
terminaba. Quería ayudar a Lady Érica de Whitecliffe y no podía, era tan simple y
descarnado como eso. A menos que...
—¿Comerías si te trajera comida?
—No.
—¿Y no puedo persuadirte de que te unas a tus hombres?
—No.
—Buenas noches, entonces.
—Buenas noches, hombre de Guthlac.
***
***
Pasó media hora, tal vez una hora, perdió la noción del tiempo. Entonces, sin
previo aviso, el barco tembló. Más salpicaduras. El bote se inclinó, hubo varios
crujidos y gruñidos y se le instó a sentarse.
Murmuró en la mordaza. Le quitaron el saco de arpilla de la cabeza y sintió un
intenso frío en sus mejillas y orejas. La luz de las estrellas… no, no las estrellas,
sino la luz que se filtra de un farol de hierro, que tiene estrellas talladas en la piel
de sus paneles. Una figura de hombros anchos se agachó a su lado. La acercaron
sin ceremonias contra un pecho ancho y los dedos rápidos y ágiles desataron la
mordaza.
Capítulo 8
Escupiendo trozos de arpillera, Erica se levantó y se frotó la mejilla en el
hombro para deshacerse de los hilos perdidos.
—¡Wulf! —El alivio la hizo débil y enojada. —¿Qué demonios estás haciendo?
—Rescatándote, creo.
Había diversión en su tono, maldita sea. ¿Cómo se atreve a reírse de ella? ¿No
se dio cuenta de lo mucho que la había asustado?
—¿Rescatándome? —arrastrándose sobre sus rodillas, ella le presentó con las
manos atadas. —¿Tenías que atarme tan fuerte? Suéltame, por el amor de Dios.
En un momento sus manos estaban libres y estaba de nuevo frente a él,
moviendo los hombros adoloridos, frotando las muñecas entumecidas.
—¿Por qué?
Las cejas oscuras se juntaron.
—No confiaba en lo que Guthlac iba hacer contigo —sonaba cauteloso, pero
un movimiento de su mano la hizo concentrarse en lo que la rodeaba más que en
su tono. —Ahora eres libre.
El cielo debía estar nublado, porque las únicas estrellas que Érica podía ver
eran las estrellas que brillaban del farol chispeante. No había luna y un viento frío
sacudía los juncos. Ella temblaba.
—Al sacarme del santuario, pones en peligro tu alma mortal.
Con los hombros levantados.
—Había... consideraciones más importantes.
—¿Más importante que el estado de tu alma? El padre Agilbert se opondría a
eso.
Otro encogimiento de hombros.
—Hay muchos que dirían que mi alma es de poca importancia… estoy
condenado por mi nacimiento, recuerde. Además —con voz cálida. —Quería verla
fuera de allí.
—¿Te sientes impulsado a ser mi campeón? ¿Por qué? Thane Guthlac hará
que te azoten cuando se entere.
—Thane Guthlac haría más que eso si supiera todo —vino la respuesta
críptica.
Érica no tenía ni idea de lo que él estaba hablando. Miró hacia la noche, pero
la luz brillante de la linterna no llegaba muy lejos y sólo podía ver un litoral
arbustivo bordeado de hielo y una forma oscura que podría ser un árbol caído.
Parece que hemos encallado.
—Sí —Wulf se metió las manos en el pelo. —Las malditas vías fluviales son
como un laberinto, especialmente en la oscuridad.
—Perdiste el camino, ¿verdad?
—Sé dónde estamos, al menos eso espero —con un suspiro, se levantó y el
bote se movió. Cogió un bulto y le ofreció su mano.
Estaba vestido para viajar, con esos hombros anchos envueltos en una capa
de piel que Érica no había visto antes y unas robustas botas hasta la rodilla que
ocultaban la mayor parte de sus jarreteras. Y estaba armado... cuando su manto se
separó, vislumbró la empuñadura de su espada. Tenía, además, un par de guantes
metidos en su cinturón.
—Venid, mi Lady, veamos si podemos encontrar refugio. Si estamos donde
creo que estamos, hay una cabaña cerca. Tome el farol.
Poco a poco, ya que sus pies en calcetines eran torpes con el frío, Érica dejó
que la ayudara a salir del bote. Enrolló la cuerda de amarre alrededor de una rama
que sobresalía, la agarró con la mano libre y la llevó hacia el interior.
Después de un par de minutos de tropezar entre los árboles y de saltar sobre
las rocas, una raíz de árbol y sólo Dios que qué más, se detuvo.
—Aquí está.
Los dedos de los pies de Érica estaban tan entumecidos que apenas podía
pararse, sus dedos palpitaban. Levantando el farol, con los dientes castañeando,
vio lo que a primera vista parecían ser un par de vallas de juncos trabadas en
ángulo una con la otra. Una solapa de cuero ocupaba el lugar de una puerta.
—¿Esto? —luchó para ocultar el desdén de su tono. —Me lo pensaría dos
veces antes de meter a los cerdos en esta cabaña.
La cara de Wulf se endureció, relajando el agarre de su mano.
—Puede que no sea a lo que está acostumbrada, mi Lady, pero es todo lo que
tenemos —le hizo señas para que entrara. —Las damas primero.
No le gustaba, pero como apenas podía moverse, no estaba dispuesta a
discutir. El "refugio" de Wulf no era más que una choza, pero seguramente
mantendría afuera lo peor de la helada. Agachó la cabeza, agarró con cuidado la
linterna, se levantó las faldas y se escabulló hacia adentro.
El suelo de tierra estaba cubierto de piel y el techo era tan bajo que el único
lugar donde uno podía sentarse sin inclinar la cabeza era en el centro, bajo el
ápice.
Wulf la siguió, apretujándola en el espacio confinado antes de acomodarse
con las piernas cruzadas. Érica colocó la linterna en el suelo de piel, entre ellos y
esperaba que él no pudiera verla temblar. La antorcha hacía motivos estrellados
en su túnica y manto, a la sombra de su creciente barba.
La mirada de Wulf la recorrió, y maldijo suavemente.
—Dios, mi Lady, ¡me olvidé de sus pies!
Sus medias estaban hechas tiras. Érica hizo un intento a medias de quitarle los
pies de la vista debajo de las faldas, pero una rápida mano se extendió y su
protesta fue ignorada mientras él los subía a su regazo y empezaba a frotarlos.
Al principio el calor picaba, pero las capaces manos de guerra de Wulf
continuaron rozando, frotando, devolviéndole el calor y luego, poco a poco, se
convirtió en una delicia. Debería protestar, realmente debería protestar. No era
apropiado que los dedos de Wulf se movieran sobre ella de esta manera. Era
íntimo, demasiado íntimo, pero el frío intenso parecía haberle robado la voluntad.
Y sus manos... tan firmes... tan cuidadosas. Caliente. ¡Qué cielo! Érica enroscó los
dedos en las palmas de sus manos hasta que, ruborizada, se llamó la atención a sí
misma. Esto no debería suceder. Wulf no sólo era un extraño, sino que era uno de
los housecarl de la casa de Guthlac...
Esta vez, cuando Érica quiso volver a poner los pies debajo de ella, Wulf la
dejó hacer lo que quería.
—Te traje tus botas, deberías habérmelo recordado —dijo.
—¿Y cuándo podría haber hecho eso? —la vergüenza la hizo aguda —
¿Cuándo me metiste una mordaza en la boca, o cuando me pusiste un saco en la
cabeza? ¿Debería haber hablado antes de que me sacaras de la capilla? En contra
de mi voluntad, podría señalar.
—Tenía que amordazarte, habrías hecho caer a los guardias sobre nosotros —
Wulf metió la mano en el bulto y le tiró las botas. — Aquí, mis disculpas. Me olvidé
de ellas en la prisa por escapar.
¿Escapar? Qué interesante elección de palabra. Pero las manos de Wulf
habían vuelto a encontrar sus pies, rompiendo el tenue hilo de su pensamiento,
mientras él volvía a amasar la vida en ellos. A medida que el frío se calmaba, Érica
reprimió un gemido de puro placer.
—Las mujeres generalmente no duermen con las botas puestas —murmuró.
En un minuto, ella le diría que se detuviera. En un minuto...
—¿Ellas no…? —su voz era burlona. Sus ojos se encontraron y él sonrió y Érica
no lo entendió del todo, pero gran parte de su vergüenza pareció disiparse. —Me
alegra saber eso —continuó en voz baja. —Mi experiencia con las damas... ha sido
algo limitada, me temo.
Algo le dijo a Érica que aunque la experiencia de Wulf Brader con las damas
podría ser limitada, su experiencia con las mujeres en general estaba lejos de
serlo. Aunque la razón por la que una distinción tan ridícula le interesaba estaba
más allá de su alcance. La experiencia de Wulf Brader o la falta de ella con las
mujeres de cualquier posición no era asunto suyo.
Afortunadamente, soltando los pies antes de que Érica se avergonzara por
completo al derretirse en un mar de felicidad, Wulf metió la mano en su bulto y
sacó una manta de lana.
—Envuélvete con esto. Y como ya no estás en el santuario y estás fuera de las
manos de Guthlac, pensé que podrías disfrutar de esto —sacó un bulto más
pequeño y se lo pasó. —¿A menos que tengas más objeciones, es todo?
Érica arrancó la tela.
—¡Pan! —se le hizo agua la boca. —¡Queso! Y... oh, Wulf, pollo asado, ¡no
recuerdo cuándo fue la última vez que comí pollo! —su estómago gruñó; era
vergonzosamente ruidoso. Por impulso, se inclinó hacia delante y le dio un rápido
beso en la mejilla, captando, mientras lo hacía, la sutil fragancia de la hierba
jabón, mezclada con el olor almizclado masculino que era propio de Wulf. —
¡Gracias!
Se echó hacia atrás, tocando su mejilla mientras Érica hundía sus dientes en el
pan. Pan de trigo blando, recién horneado esa noche, si es que ella podía juzgarlo.
Apenas podía masticar lo suficientemente rápido.
Con una sonrisa torcida, Wulf puso una botella de vino en su regazo.
—Necesito rondar los límites afuera, no tardaré mucho —dijo, levantando la
solapa de cuero que servía de puerta.
Con su lengua saboreando los ricos sabores del pollo asado con cebollino y
tomillo silvestre, Érica asintió.
Wulf le dio tiempo para terminar de comer antes de regresar.
—Sólo soy yo —dijo, levantando la solapa de entrada y metiendo la cabeza
por la abertura. —Hay un pozo de fuego aquí afuera y tengo un pequeño fuego en
marcha.
Erica se había puesto las botas y la manta estaba sobre sus hombros encima
de su capa. No, Wulf se recordó a sí mismo, no debe pensar en ella como Érica.
Ella era Lady Erica. Lady Erica de Whitecliffe. Debía mantenerte alejado de ella. Y,
para su propia tranquilidad, debía mantenerla alejada de sus pensamientos tanto
como sea posible, a pesar de que le llevaba a la mente, ya que, puesto que la
había liberado de Guthlac, estaba obligado por honor a preservar su bienestar.
Su cara estaba pinchada por el frío, pero sus ojos se iluminaron.
—¿Un fuego? ¿Hay agua caliente?
La pregunta le desconcertó.
—Mi Lady, esto no es un hostal.
—Ya me había dado cuenta —llevando la linterna con ella, se arrastró hasta la
entrada. Afuera, se levantó las faldas moradas y comenzó a marchar en dirección a
la barca.
—¡Por ahí no! —Wulf le arrebató el farol, cerró la persiana de tela del farol y
la alejó del agua. —Por favor, tenga cuidado, mi Lady, la luz puede revelar nuestra
posición.
—¿De quién nos escondemos? ¿De Thane Guthlac o de los Normandos?
Wulf puso una mueca. Pensó que nadie les había seguido desde el castillo; el
guardia al que había relevado no habría vuelto en algún tiempo, y había remado
como el mismo diablo. Pero cuando Guthlac descubriera que Saewulf Brader le
había quitado a Érica de Whitecliffe de sus garras... no había forma de saber cómo
reaccionaría el hombre.
—En cualquier caso, la antorcha es pequeña —dijo, con los ojos abatidos
mientras se abría paso entre la oscuridad. —Y dijiste que habías encendido un
fuego, seguramente eso actuará como un faro.
—La chimenea está en los restos de una antigua hoguera, mi Lady, las llamas
están ocultas por las paredes de la fosa. Creo que el pescador cuya cabaña
estamos tomando prestada debe haberla usado como ahumadero. Si alguna vez
hubo un techo, hace tiempo que se no está, pero…
—Muéstrame —dijo ella, imperiosamente, usando un tono que sólo la hija de
un Thane usaría.
Abriendo la persiana de tela del farol, Wulf lo inclinó para que la luz cayera
sobre el camino que tenían enfrente. Tomando su mano, amargamente consciente
de que si ella sabía que era un capitán Normando se negaría a hablar con él, y
mucho menos a tocarlo, la llevó al claro donde estaba la hoguera. No sabía lo que
era esta mujer, pero ella le provocaba las ideas más inapropiadas. Calentar sus
pies de esa manera había sido un grave error. Muy inapropiado, pero estaba tan
fría. Y ahora se daba cuenta de que sus dedos eran como el hielo, exactamente
como el hielo, y tuvo que sofocar otro impulso inapropiado. También quería
frotarlos.
Cuando Wulf sacó a Lady Érica de la capilla, se acordó de recoger sus botas,
pero sus guantes, Dios, podrían estar en cualquier parte.
Los ágiles ojos de Érica estaban registrando toda el área.
—El pescador ha dejado su olla —señaló un caldero de tres patas que yacía a
su lado junto al tronco de un sauce sin hojas. Ennegrecida con el uso, casi se
mezclaba con la noche. En la fosa, el fuego brillaba como una puesta de sol;
generaba una cantidad sorprendente de calor.
A pesar de sí mismo, los labios de Wulf temblaban; no era difícil adivinar la
tendencia de sus pensamientos.
—Agua caliente —murmuró. —Veo que estás decidida a hacerlo.
Asintiendo, ella estaba a su lado, con el pelo desarreglado y despeinado,
desaliñada por el saco de arpillera que él le había arrojado sobre la cabeza, pero
de alguna manera misteriosa y dócil, manteniendo su dignidad. Su vestido era
oscuro con agua en el dobladillo, y sus ojos muy verdes, eran enormes a la luz de
la linterna.
—Wulf, por favor —los brazaletes parpadean, ella tomó el caldero. Tres días
en el santuario, tres días sin agua para beber, y mucho menos para lavarse. —
¿Seguramente no me negarías agua caliente?
Sacudiendo la cabeza ante la estupidez de un capitán Normando que no podía
resistirse a la petición de una mujer que había jurado librar a Inglaterra de todos
los Normandos, irritado por lo contento que estaba de que ella le llamara de
nuevo Wulf en vez de Saewulf, Wulf tomó el caldero y se dirigió a la ciénaga para
llenarlo por ella. Las mujeres, pensó, son las mismas en todo el mundo,
Normando, Sajón, no importa. Con agua cayendo por los costados, volvió al claro y
puso el caldero sobre el fuego.
—Volveré en un momento —alcanzó la antorcha.
Ella lo miró con atención.
—No me dejarías, ¿aquí no?
Por impulso, cogió su mano y dejó caer un beso en el dorso de la misma.
—Nunca —era mejor ignorar la forma en que su corazón se elevaba cuando
ella no le rechazaba. —Tengo jabón y un peine en mi mochila, pensé que te
gustaría usarlos.
Cuando ella lo miró fijamente, con una sonrisa complacida levantando las
comisuras de la boca, lo calentó hasta la médula. Merde. De repente, Wulf se dio
la vuelta y volvió a la cabaña, dejándola tostarse junto al fuego mientras el agua se
calentaba. Agitó la cabeza. Mal, mal, mal, esto está mal, ella es tu enemiga jurada.
***
***
Los pantanos se deslizaron bajo el bote. Los matorrales formaban una franja
puntiaguda a lo largo del borde de la tierra, como tantas lanzas que sobresalen a
través del agua helada. El sol de enero colgaba bajo en el cielo. El frío se había
profundizado, y el viento cortó tanto la tela del manto de Erica como la lana de la
manta que Wulf le había dado. Sostuvo los bordes firmemente unidos y observó
cómo pasaban algunos alisos. Su estómago estaba hueco, la sensación de náusea
se mantuvo.
De vez en cuando, ella lo observaba, encubierta, a través de sus pestañas. Se
había deshecho de su capa para remar mejor y su gran cuerpo de guerrero parecía
más grande que nunca. Fuerte. Imparable. Una o dos veces ella la miró fijamente.
Suponía que su silencio le desconcertaba, por eso, de vez en cuando, le enviaba
una sonrisa. Anhelaba que este viaje terminara. Aunque él se lo merecía, odiaba
tener que engañarle, incluso en un asunto tan pequeño como una sonrisa.
Adelante, el agua se dividió en dos canales. Fue un alivio reconocer que
estaban casi en la cabaña.
—Toma la vía fluvial de la izquierda —dijo.
Asintiendo, Wulf agarró los remos. Remaba con movimientos regulares y
uniformes, y su aliento ahumaba el aire entre ellos, pero no estaba sin aliento,
inhalaba y exhalaba constantemente, cronometrando cada respiración para que
coincidiese con el chapuzón y el tirón de los remos. Aunque era grande, no era un
hombre que desperdiciara su energía; cada movimiento era económico y preciso.
Era un guerrero nato, cómodo en ese fuerte cuerpo, y parecería que lo había
perfeccionado, lo había dominado para que respondiese instantáneamente a
todas sus órdenes. Y, por muy grande que fuera… Érica le envió otra mirada rápida
bajo sus pestañas... no se veía ni una onza de carne de exceso.
—No está lejos —Erica esperaba que no pudiera oír el hueco que se le había
metido en la voz. Se mordió el interior de la mejilla. No le gustaba lo que estaba a
punto de hacer, pero no veía otra salida.
—¡Allí! —Señaló y sonrió lo que esperaba que fuera una sonrisa de alegría. —
¿Ves esa cabaña, que se vislumbra alrededor de esa curva?
Wulf miró sobre uno de sus amplios hombros, girándose desde la cintura. En
realidad, tenía una cintura muy estrecha para ser un hombre tan alto. El cinturón
de su espada era liso como el resto de su vestimenta, con una simple hebilla de
latón que brillaba bajo la débil luz del sol. Su túnica marrón estaba sin adornos
salvo por una sola puntada del bordado que Érica podía ver; su camiseta parecía
ser de lino crema grueso. Y en cuanto a su falta de anillos en los brazos, se quedó
sin aliento. ¡Por supuesto! Le había parecido extraño que un hombre tan fuerte
como Wulf no hubiera ganado ningún premio de su señor, pero como Wulf no era
Saewulf Brader, sino el capitán Wulf Fitz-Robert, todo quedó claro. No era la
manera Normanda de que un señor recompensara a su capitán con brazaletes de
oro, sino que los Normandos daban a sus hombres honores o tierras.
Brevemente, Erica miró sus anillos en los dedos. Granates y zafiros le guiñaron
el ojo. Se puso los brazaletes en la muñeca, que de hecho eran los brazaletes de su
padre, al menos algunos de los que no se habían perdido en Hastings. Los otros
que no podía usar, eran demasiado grandes, y después de que William el Bastardo
se había apoderado de la corona del Rey Harold, Érica había tenido miedo de
perderlos. Siward los había enterrado en una caja en el suelo de Whitecliffe Hall.
¿Estaban todavía allí? ¿O lo habría encontrado ese señor… su señor… luchó para
no fruncir el ceño, los había encontrado De Warenne?
El bote se tambaleó y se raspó con algunas piedras en la orilla; habían llegado
al embarcadero junto a la cabaña, ya, al fin.
Con la boca seca y en silencio, vio a Wulf embarcar los remos y amarrarse con
su rápida eficiencia. Le envió una sonrisa. ¿Era su imaginación o había una ligera
tensión en su boca y sus ojos? Se abalanzó ligeramente sobre el embarcadero y le
ofreció una mano para ayudarla.
Uno, dos, Érica se encontró contando. Es mi turno de jugar al lobo. Sus
entrañas se retorcieron. Sonriendo, ella le agarró la mano… caliente, sus dedos
estaban tan calientes comparados con los de ella… y se subió al embarcadero. Al
soltarlo, ella se dio la vuelta y caminó casualmente hacia la cabaña.
Tres, cuatro... es el mes de los lobos.
No había nadie a la vista, ni humo enroscado en la paja, ni cerdos enraizados
en el pantano, ni gallinas picando en la tierra. El lugar parecía abandonado.
Cinco, seis... a la hora de la verdad, todos somos lobos...
Él estaba detrás de ella, caminando cerca, dando largos y fáciles pasos.
Confiado. Su mano descansaba en la empuñadura de su espada. Él miraba a su
alrededor, y esos ojos azules y brillantes estaban absorbiéndolo todo, esos ojos de
espía...
Todavía no se veía ni un alma. Por encima de la tierra baja, un rebaño de
gansos voló en un chevron 17 perfecto a través del cielo azul. La puerta de la
cabaña se balanceaba sobre sus bisagras. Silencio. No se oía ni un respiro, ni un
susurro. Al lanzarle una última sonrisa, sí, esa mano fue a su espada, Érica se
levantó las faldas y cruzó el umbral.
Una sombra se movió. Morcar. Se les estaba esperando. Bien.
Siete, ocho...
Otra sombra se desplazó. Siward. Los hombres de Érica deben haber colocado
un puesto de observación en algún lugar del canal.
Y entonces, cuando Wulf cruzó el umbral tras ella, otra sombra más
pequeña… Cadfael… saltó hacia la puerta y la cerró de un portazo.
Érica dejó de contar y encontró su lengua.
—¡Llévenselo!
Morcar y Siward podrían haber visto muchos inviernos, pero aun así podían
moverse.
El acero siseó mientras Wulf desenvainaba su espada.
No hay sitio. El pensamiento se posó en ella, tan rápido como el rayo. No tiene
espacio para pelear. Y antes de que otro pensamiento tuviera tiempo de formarse,
ella se le acercó y le puso la mano encima para que no pudiera terminar de
desenvainar su espada.
Por un momento, un momento sin aliento, ardiente, el cuerpo de su gran
guerrero estaba presionado contra el de ella, de pecho a muslo.
—Lady, usted me entorpece —dijo con fuerza, mientras la forma sombría de
Siward levantaba una jarra de arcilla y la derribaba en la parte posterior de su
cabeza generando una herida.
Wulf cayó a sus pies entre una lluvia de fragmentos de cerámica.
17
NT. Vuelo conjunto en forma de flecha que realiza la mayoría de las aves que vuelan en manada
Capítulo 10
—Lo sé —susurró Érica, cerrando los ojos ante la vista de ese largo cuerpo
inmóvil a sus pies. —Lo sé —enferma hasta la médula, se dio la vuelta.
—¡Mi Lady! —Solveig salió volando de la oscuridad en la parte de atrás de la
cabaña, con el pelo rubio volando. —¿Dónde has estado? Temíamos que Thane
Guthlac te hubiera matado.
—Estoy bien, Solveig.
—¿Y Ailric y Hereward? ¿Dónde están ellos? ¿Guthlac...?
—No, no, están vivos —Érica respiró tranquilamente. —Pero tuvimos que
dejarlos atrás.
Osred, otro de los housecarl del clan de su padre, se agitó.
—¿Dejarlos atrás? ¡Pero... mi Lady...!
Érica miró sus manos, temblando. Sintiéndose extrañamente desprendida,
enroscó las uñas en las palmas de las manos.
—Hay mucho que contar.
Morcar tosió y empujó a Wulf con su bota.
—¿Tal vez usted podría comenzar por decirnos quién es? ¿Es uno de los de
Guthlac? —empezó a patear la cerámica rota hacia la pared.
Desgarrada, Érica dudó, pero en su corazón sabía que no podía posponer este
momento. Lentamente agitó la cabeza. Serpientes se retorcían en su vientre,
serpientes que hacían que la bilis se elevara en su garganta.
—No de Guthlac, sino de William De Warenne. Es uno de sus capitanes.
Los ojos de Morcar se abultaron.
—¿Un Normando? Que San Miguel nos salve. ¿Cómo es que le acompaña un
Normando, mi Lady?
En el suelo, Wulf se agitó y sus párpados revolotearon.
—Hasta luego, Morcar, hasta luego —ella agitó la mano. —Por el amor de
Dios, llévatelo, ya no soporto verlo.
Gruñendo, Morcar se inclinó para agarrar a Wulf por debajo de las axilas.
Siward tomó sus pies. Con un tirón lo elevaron a la puerta. Deteniéndose en el
umbral, Morcar levantó una ceja grisácea.
—¿Una ejecución, mi Lady?
—¡No! —una ola de desmayo la invadió.
La ceja de Morcar se movió.
—¿Pero podemos interrogarlo?
—¿Qué? —la habitación se inclinó, y todo parecía muy lejano, muy lejano. —
¿Interrogarlo? —incluso su voz sonaba distante. —Sí, por supuesto que puedes
interrogarlo, pero no deben matarlo.
Siward murmuró en su barba, una frase que ella juraría que contenía las
palabras "pequeño accidente".
La cabaña parecía balancearse de un lado a otro, Erica agitó la cabeza para
despejarse y puso frialdad en su voz.
—No, Siward, no debe haber "pequeños accidentes". Si no fuera por este
hombre, aún estaría en poder de Guthlac. No vas a matarlo.
Wulf gimió. Morcar y Siward levantaron la cabeza y gruñeron y luego,
afortunadamente, el cuerpo bien formado de ese guerrero ya no estaba a su vista.
La puerta se cerró ruidosamente.
Solveig abrió una ventana para dejar entrar la luz y se giró para mirarla. La
tomó firmemente de la mano.
—Ven, mi Lady, necesitas comer y descansar, estás blanca como la tiza.
Tropezando, enferma del estómago, Érica se entregó al cuidado de su
sirvienta e hizo todo lo que pudo para sacarse de la mente los pensamientos de
los Normandos bastardos mentirosos -incluso los finamente hechos de ojos azules
y pestañas gruesas.
***
Wulf estaba sentado en la tierra que la escarcha había vuelto dura como el
hierro, con las piernas extendidas delante de él. Se había movido soportando el
dolor, de lo contrario sus brazos lo estarían matando porque habían sido jalados
hasta el punto de dislocarse antes de ser arrastrados y atados a la parte baja de su
espalda.
Desnudo hasta la cintura, estaba atado a un fresno y la corteza áspera le hacía
agujeros en los hombros y los brazos. Tendría frío si no estuviera soportando el
dolor, pues el árbol lo había retenido durante tanto tiempo que sus nalgas habían
perdido toda sensibilidad. Y eso tenía que ser algo bueno, pues cuando lo trajeron
aquí hacía suficiente frío como para congelar la médula de sus huesos.
Suerte para él, entonces, que estaba entumecido de pies a cabeza. Durante un
tiempo, mientras lo golpeaban, pensó que podría haber perdido el conocimiento.
Con dificultad, se concentró en los dedos de los pies, que estaban desnudos desde
que uno de los viejos housecarl de la casa se había llevado sus botas. Dedos
azules. ¿Azul por el frío o azul por los moretones? Era difícil decir mucho de
cualquier cosa, pero en la luz que se desvanecía, pensó que parecían moretones.
Un lado de su pecho tenía la huella clara de la bota de Morcar, el otro de Siward.
Su mejilla palpitaba, así como su mandíbula; tuvo suerte de no haber perdido
ningún diente.
¿Suerte? Temblaba y frunció el ceño; el frío le estaba afectando de nuevo y su
espalda se sentía retorcida. Tal vez estaba volviendo en sí correctamente. Wulf no
quería eso; no quería sentir el frío, los moretones...
Quizás si pudiera dormir un rato, podría olvidar la expresión de la cara de Lady
Whitecliffe cuando les ordenó que se lo llevaran. Quizás podría olvidar el dolor y el
frío incesante. El frío y el dolor eran despiadado, como ella.
Cerrando los ojos, intentó cortar toda la sensación del viento frío. Un viento
del este con los bordes más afilados. ¿Era así como iba a terminar, al borde de un
pantano en una de las partes más inhóspitas de Inglaterra? Demasiado para su
ambición. Tanto, pensó Wulf amargamente, por compasión. Porque eso fue lo que
lo trajo aquí, la compasión por una mujer valiente que no le había gustado dejar al
cuidado de Guthlac.
“Ya no soporto verlo.”
Respiró hondo y sus costillas gritaron en protesta. No, sé honesto, no fue
simplemente la compasión lo que le había llevado a este paso, la ambición,
también, había jugado su parte. Había cumplido con su deber en lo que respecta a
De Warenne; había descubierto dónde tenía su base Guthlac; había descubierto su
fuerza. Para la mayoría de los hombres, reconoció Wulf con pesar, eso sería
suficiente. Había cumplido su misión y lo había hecho bien
Pero, no, tenía que tratar de hacer algo mejor. Había querido impresionar al
nuevo Señor de Lewes con su iniciativa. De ahí la necesidad de escoltar a Lady
Érica hasta aquí para que pudiera familiarizarse con el tamaño de su fuerza, el
tamaño de su banda de guerreros.
Compasión, ambición y orgullo entonces, pensó cansado Wulf, tratando de
eliminar un nuevo latido en su mandíbula y el dolor en sus costillas. Tenía la piel
de gallina, y sus pulmones le dolían con cada respiración.
Miró hacia la cabaña, pero no había señales de ella. No había señales de nadie
excepto del chico, Cadfael, a quien habían dejado en guardia.
—Tengo sed —dijo, en un graznido.
Cadfael apenas se veía a sí mismo.
—No hay agua —dijo Siward, —no hay agua, nada.
Wulf suspiró y se estremeció. Sus costillas estaban prácticamente crujiendo.
Un pájaro de agua dulce que remaba por la superficie, por los juncos en el borde
del pantano, pareció desvanecerse mientras intentaba mirarlo sin éxito.
—No importa —dijo, con un severo intento de humor. —Sería un desperdicio,
ya que me gustaría estar muerto por la mañana.
El chico le entrecerró los ojos, mirándolo dudosamente a través de la última
luz. Y entonces todo se oscureció.
***
La noche está sobre nosotros. Érica miró a través del taburete a Solveig donde
estaban preparando pato salvaje para el asador. Apenas había suficiente carne,
pero ella y Solveig habían estado haciendo todo lo posible para aumentar el
volumen de la comida. No era un trabajo que una dama realizaría normalmente,
pero las damas que eran proscritas pronto aprendieron a poner sus manos en la
mayoría de las cosas. Habían rellenado las aves con una mezcla de avena, cebollas
y hierbas secas, y acababan de terminar de atarlos. Érica dejó a un lado su pincho.
—Creo que será seguro encender el fuego si mantenemos la puerta cerrada.
Asintiendo, Solveig se levantó y fue a la chimenea. Hurgando en el bolso que
colgaba de su faja, sacó el pedernal para encender una luz. Como la mayoría de las
mujeres, incluyendo a Erica, Solveig mantenía con sigo los medios para hacer
fuego. Era sensato en el mejor de los casos, y aquí, en la naturaleza, era una
necesidad.
—Solveig, ¿usamos lo último de la miel?
—No, mi Lady, quedan una o dos cucharadas.
—Bien, lo usaremos para hacer un aderezo para estos patos.
Los hombres estaban en algún lugar de la marisma, ocupándose de tareas que
Morcar no dudó en informarle que no eran adecuadas para los housecarls: tareas
como cazar más aves y pescar. Tareas que eran, pensó Érica, mientras preparaba
la última de las aves silvestres en el asador, sin embargo, vitales si su clan ahora
disminuido iba a prosperar. Si las damas aprendían a cocinar, los housecarls de
casa bien podrían aprender a pescar.
Se preguntaba cómo le estaba yendo a sus otros hombres, los guerreros más
capaces que se habían adentrado en los pantanos. Casi un centenar de ellos
estaban esperando su orden, ya fuera para emerger y unirse a Guthlac, o para
formar una alianza rebelde propia. ¿Comerán pato asado esta noche? Le gustaba
pensar que sí; eran sobrevivientes. Como todos ellos, eso esperaba.
La puerta se abrió de golpe y Cadfael entró en la habitación.
Solveig dejó caer la semilla de caña que estaba usando como leña. —Cadfael,
por el amor de Dios, ¿naciste en un granero? ¿No ves que estoy tratando de
encender el fuego?
—Lo siento, Solveig.
La puerta se cerró de golpe. Cadfael se acercó al taburete.
—¿Mi Lady?
—¿Sí?
—El Normando dice que tiene sed.
Érica puso el asado en una bandeja de madera. Había estado tratando de no
pensar en el Capitán Wulf FitzRobert; el hombre evocaba sentimientos que
estaban demasiado enredados como para desentrañarlos. Estaba agradecida de
que él la hubiera salvado de Hrothgar; estaba agradecida de que la hubiera sacado
de las garras de Guthlac, pero sus motivos para hacerlo habían estado lejos de ser
puros.
Wulf la había liberado para que la lo condujera hasta su pueblo; todo el
tiempo había estado planeando traicionarla. No le gustaba ese pensamiento y el
hecho de que había estado confiando en él sólo complicaba las cosas. Un
Normando, se recordó a sí misma, un Normando. ¿Qué tenía ella que hacer con
él?
—Entonces, dale agua —dijo ella. —La jarra está allí.
Cadfael dudó.
—Siward dijo que no le diera nada, pero el prisionero, él... él...
—¿Sí?
—No se ve muy bien. No la habría molestado, mi Lady, pero dijo que
probablemente no vería el amanecer. Y recuerdo que les dijiste a Morcar y Siward
que no debían matarlo.
El corazón de Érica se hundió, estaba perpleja. ¿Cuánto tiempo había pasado
desde que Wulf no había bebido nada, desde que habían desayunado en la cabaña
del pescador esa mañana? Ciertamente, tendría sed, y ella podía recordar con
claridad lo desagradable que había sido. Pero con seguridad un guerrero fuerte
como Wulf no podría estar en tan mal estado, no después de unas horas?
—¿Crees que debería verlo?
—Si quiere.
Con un suspiro, Érica enjuagó sus manos en el cuenco de agua.
—Solveig, ¿terminarías aquí?
—Por supuesto.
Tomando su capa y un envoltorio de la estaca, Érica siguió a Cadfael afuera,
cerrando cuidadosamente la puerta para que Solveig pudiera trabajar en el fuego.
Sus pies crujieron sobre la hierba blanqueada por la escarcha. El cielo se
estaba oscureciendo, excepto por un resplandor ámbar sobre la línea de los
árboles, que tenía unas pocas nubes fibrosas que se movían a través de ella. Las
nubes se tornaron de violeta al púrpura mientras Érica las miraba. El aire era tan
frío que le dolían los dientes y le hormigueaba la nariz. Se puso la capa firmemente
en el cuello y se envolvió la cabeza con la capucha y el abrigo. ¿Dónde estaba él?
Allí. Casi se tropieza con él. ¿Medio desnudo? Y, Dios, lo habían atado a un
árbol.
Manteniendo sus faldas alejadas de la escarcha, se apresuró a pasar. La
cabeza de Wulf se inclinó hacia un lado; parecía estar dormido. Santo Cielo, varios
moretones más habían aparecido en su cara, su labio estaba partido y la sangre
había manchado su barbilla, sangre seca. Estaba sucio y sus brazos… ¿por qué?, la
rigidez de sus ataduras debe estar cortando su flujo sanguíneo...
—¡Wulf! —cayó de rodillas a su lado, ella volvió su cara hacia la suya,
haciendo un gesto de dolor cuando los últimos rayos del sol revelaron la extensión
de sus moretones. Esas largas pestañas no se movieron. —¿Wulf? —y su pecho,
mientras el curandero en ella tomaba nota de las marcas moteadas… una bota… y
allí, otra… aunque ella se preguntaba si le habían roto las costillas, la mujer que
había en ella no pudo evitar notar su perfecta forma masculina. Brazos bellamente
musculosos, si no estuvieran atados tan torpemente, ese pecho ancho, salpicado
de pelo oscuro, ese estómago plano... sus pies... ¿sus pies desnudos? Santa María,
hasta sus pies estaban sucios y magullados bajo el barro y los arañazos...
—¿Wulf? —aún no había respondido. Mordiéndose el labio, Érica le dio un
cuidadoso apretón a su hombro. —¿Wulf? —su carne era fría al tacto.
Desabrochando su abrigo y su capa, se las tiró encima. ¿Cuánto tiempo había
estado así? Azul, el hombre estaba azul de frío, y la falta de respuesta significaba
que estaba inconsciente, no durmiendo.
Un movimiento junto al embarcadero le llamó la atención; Morcar y Siward
volvían de los pantanos. Apretando los dientes, se mecía sobre sus talones y los
señalaba con un gesto.
—¿Quién de ustedes hizo esto?
Dos pares de ojos, ambos confundidos, la miraron a través del crepúsculo.
—¿Hacer qué? —Morcar arrojó un par de peces al césped y se puso las manos
en las caderas.
—Esto —girando hacia atrás la capa, Érica indicó las marcas en las costillas de
Wulf, la sangre seca en su barbilla.
—¿Mi Lady?
Poniéndose de pie, se irguió en toda su estatura y miró a Morcar a los ojos.
—Ambos lo hicieron —su voz se elevó. —¡Les dije que no le hicieran daño!
Morcar y Siward intercambiaron miradas. Siward se movió primero.
—Matarlo, mi Lady, nos dijiste que no lo matáramos —abrió las manos. —No
lo hemos matado.
—¿Queréis que le mimemos, mi Lady? ¿Un capitán Normando?
—No, por supuesto que no, pero…
Morcar se encogió de hombros.
—Dijiste que podíamos interrogarlo y eso es lo que hemos hecho.
—¿Lo interrogaste?
—Sí, mi Lady.
Érica apretó los puños; esto fue su culpa. Si ella no hubiera perdido su sentido
común cuando Wulf la trajo de vuelta a la cabaña, habría sido más precisa en sus
instrucciones. Wulf yacía en la base del árbol, inmóvil como la muerte. Debería
haberlo pensado... por supuesto que Morcar y Siward serían... vigorosos... en su
interrogatorio. Si se negaba a contestarles, como estaba obligado a hacerlo,
siendo un hombre honorable… sin duda Wulf había hecho un juramento a su
señor de la misma manera que un housecarl se comprometería a su Thane. Y si
Wulf se negaba a contestarles, recurrían a la fuerza.
—Es la guerra —murmuró. Maldita guerra. —Cómo desearía que terminara —
volviéndose hacia Wulf, se arrodilló y tocó ligeramente una mejilla magullada.
—Sí, esto es la guerra —la mano de Siward estaba a la altura de su codo,
urgiéndola a levantarse. —Y no debería estar viendo esto. Vuelva a la casa, mi
Lady.
Érica sacudió su brazo y se negó a moverse. No pudo evitar que el desdén
coloreara su voz.
—¿No es un asunto de mujeres, Siward?
—Así es, mi Lady.
Érica miró fijamente. Siward y Morcar eran los housecarls más leales de su
padre y, con ella misma; nunca había habido una palabra ofensiva de ninguno de
ellos para ella. Pero ahora... con su trabajo yaciendo ensangrentado y roto a sus
pies...un recuerdo revuelto. En su mente escuchó a Thane Guthlac despedir a su
esposa, Lady Hilda, junto con sus damas antes de hacer el anuncio sobre su
humillación. Entonces, también, las mujeres habían sido enviadas lejos, relegadas.
La guerra, pensó ella, las afrentas de sangre, nos convierte en monstruos a
todos nosotros: a los hombres por relegarnos, y a las mujeres por dejarnos
relegar. Érica frunció el ceño. No sabía cómo, pero pondría fin a esto. Tenía que
ser un error cuando hombres buenos, hombres como Morcar y Siward, se veían
obligados a golpear a un hombre desarmado…uno que estaba… le echó otra
mirada a Wulf y lo apretó con tanta fuerza como a las aves silvestres que ella y
Solveig habían estado preparando para su cena. Que Dios nos ayude, pensó, debe
haber alguna forma de detener esta destrucción de buenos hombres, debe
haber...
—No, Siward —dijo ella, encantada de oír la fuerza de su tono. —No me
relegaré esta vez.
—Pero, mi Lady...
—¡Basta! —puso una palma cuidadosamente en el pecho de Wulf. —Este
hombre me salvó de Guthlac.
Morcar hizo un ruido exasperado.
—Este hombre —su voz era seca como el polvo, —es un capitán Normando.
Nos vería ahorcados antes de salvarnos.
Érica tragó. Era verdad, Wulf era Normando. Él le había mentido, había fingido
que había frecuentado el salón de Godwineson en Southwark, y ella cuestionó sus
motivos para traerla de vuelta a su campamento, pero... Miró a la mejilla
magullada, a las pestañas oscuras que protegían esos ojos azules.
—Esto lo sé, pero no se puede alterar el hecho de que Guthlac hubiera hecho
que Hrothgar me violara, y este hombre lo impidió, con cierto riesgo personal,
dadas sus verdaderas lealtades. No puede haber sido fácil para él entre los
hombres de Guthlac...
—¿Lo disculpas?
—No, Morcar, no lo sé. Pero me sacó de allí.
—Mi Lady, ¡el hombre es enviado a espiarnos!
Érica apretó los puños y se levantó.
—Me salvó de la violación. En cualquier caso, usted lo ha desarmado, no
parece ser una gran amenaza. ¿Dónde está su túnica, y qué hay de su capa y sus
botas?
—Se los di a Hrolf.
—Hrolf tendrá que devolvérselas —Érica miró fijamente a Wulf. —Suéltalo.
—¿Mi Lady?
—Así que ayúdame, Morcar, desatarás a este hombre de ese árbol y lo traerás
adentro. Y escucha atentamente, asegúrate de que no le hagan más daño ni a un
pelo de su cabeza.
—Esto no me gusta, mi Lady.
***
18
NT. Botes de armazón de sauce y cubierta de cuero curtido con alquitrán, cuya forma ovalada y tamaño permite llevarlo en la
espalda. De uso tradicional en Gales, Reino Unido así como en el suroeste y oeste de Inglaterra , Irlanda y Escocia. Hay
similares en otras partes del mundo (India, Vietnam, etc.)
Junto a las puertas de la ciudad, un par de guardias Normandos, con cotas de
malla, estaban apostados a la cabeza de los muelles. Los escudos en forma de hoja
estaban apoyados contra la empalizada; los cascos cónicos de acero reflejaron el
sol hacia él.
Viendo la dirección de su mirada, los ojos de Osred se entrecerraron. Wulf
atrapó un destello de acero que le apretó las tripas mientras Osred sacudía su
espada corta.
—Una palabra tuya, y esto llegará a tu hígado.
Wulf asintió con la cabeza.
Cuando su bote ganó el embarcadero, Osred lanzó una cuerda sobre un pilote
de amarras y la ató. Le hizo un gesto a Wulf para que saliera. Con el barco
tambaleándose y con las manos detrás de él, Wulf luchó por mantener el
equilibrio. Con cuidado, llegó a la orilla, con las contusiones de ayer que
protestaban por cada movimiento. Naturalmente, como sus manos estaban
ocultas por su manto, era probable que ni la gente de los muelles ni los guardias
de las puertas se dieran cuenta de que era un prisionero.
El barco de Erica era el siguiente en el muelle. Un velo azul se agitó, pero no
oyó ningún tintineo de brazaletes. Se había despojado de sus mejores galas para
esta incursión en territorio Normando. Y, naturalmente, tampoco utilizaba el
estandarte de su padre; el blanco pendón con el cielo azul y el mar verde estaba,
en cualquier caso, en el fondo de su otro barco, el que había sido dejado atrás en
la fortaleza de Guthlac.
Ganando la empalizada, su grupo pasó por la puerta del agua y se dirigieron a
la plaza del mercado. Había varios puestos en pie, a pesar del frío. El pescado, la
carne curada, el cuero, el queso, un herrero...
Algo afilado, eso era lo que necesitaba.
El pulso de Wulf se aceleró y estaba mirando una daga particularmente fina…
¿qué demonios habían hecho con su espada?... cuando por un pinchazo en las
costillas volvió la mirada a Osred.
—Sin trucos en mente —dijo Osred, empujándolo a través de los adoquines
hacia la calle principal.
Morcar y Lady Érica los seguían, pero los otros se quedaron en la plaza.
Siward, Cadfael y Solveig estaban acurrucados con el resto del clan junto a la
pared de uno de los edificios de la abadía. Deben haber acordado reunirse más
tarde, cuando los asuntos de Érica estén concluidos.
La frente de Osred estaba arrugada por las líneas de preocupación.
—¿Mi Lady?
—¿Mmm? —estaba masticando su labio inferior, sus ojos preocupados. ¿En
qué andaba ella?
Algo afilado, debe encontrar algo afilado.
—¿Está segura de que lo quieres...? —Osred hizo un gesto con su espada
corta y Wulf recibió otro aguijón en las costillas —¿Para traerlo?
—Se queda donde pueda verlo.
—Podría hacer una señal a sus amigos.
—Sin embargo, Osred, él viene con nosotros. Asegúrate de que su capucha
permanezca levantada y sobre su rostro.
Osred asintió a regañadientes y movió la capucha de Wulf, oscureciendo casi
toda la visión de Wulf.
Con la plaza del mercado a sus espaldas y la abadía de madera a su izquierda,
una estrecha calle se extendía hacia adelante, subiendo una ligera pendiente. Wulf
sabía dónde estaba. Según Gil, la guarnición Normanda yacía en un terreno
elevado en el extremo superior de la calle principal de Ely, y la taberna de la que
Gil había hablado, el “Waterman”, estaba frente a ellos en el cruce. Mientras se
acercaban, Wulf ralentizó sus pasos.
Por el rabillo del ojo, vio salir humo por las rejillas de ventilación del techo de
la taberna, una puerta abierta, el resplandor de la hoguera que había dentro. La
gente se movía dentro. Escuchó risas, incluso escuchó un trozo de francés
Normando, pero tuvo cuidado de mantener su expresión neutral como si no
hubiera oído nada. Consiguió otra mirada de reojo, con la esperanza de ver a Gil o
Lucien, pero sólo podía ver formas oscuras, figuras oscuras silueteadas contra el
fuego.
Y entonces lo notó, un clavo de borde cuadrado que sobresalía de uno de los
postigos. Era exactamente lo que necesitaba. Su corazón se estremeció.
Otro pinchazo en el costado. Esto, también, era exactamente lo que
necesitaba. Soltando un aullido como si Osred lo hubiera ensangrentado, Wulf
tropezó, intentando caer contra el postigo. Desesperadamente se puso detrás de
él para quitar su capa del camino. Su muñeca golpeó el clavo. Bordes afilados y
aserrados excavaron en su piel. Bien. Exactamente lo que necesitaba. Dio un
violento tirón con sus brazos para que el borde áspero del clavo pudiera serruchar
la cuerda. Enfocando toda su fuerza en este pequeño movimiento, repitió el gesto.
Y otra vez. Había aflojado el clavo, pero la tensión en la cuerda estaba
cambiando...
—Muévete, muévete —la mirada de Osred era burlona, pero a Wulf no le
importaba. —Apenas te toqué.
Los dedos de Wulf se cerraron sobre el clavo y lo arrancó. Lady Érica y Morcar
habían tomado la iniciativa, pasaban delante de un ciego que mendigaba en la
esquina. Ella le tiró una moneda al hombre.
—¡Bendito seas, bendito seas!
Ella siguió caminando, Morcar muy cerca en su costado. Mientras Wulf
aceleraba su paso para seguirlos, la cuerda comenzó a partirse. En un momento
sería libre, pero tenía que saber lo que ella estaba haciendo. A Érica de Whitecliffe
no le faltaba coraje, él se lo había dado. ¿Qué podría valer el riesgo de que ella,
una conocida proscrita Sajona, fuera capturada tan cerca de una guarnición
Normanda? Sólo podía pensar en una cosa...
Ella continuó durante otras cien yardas antes de detenerse frente a un taller
donde golpeó la puerta. Los lazos de Wulf se aflojaron. Casi se traicionó a sí mismo
soltando el clavo. Agarrándolo con firmeza, mantuvo la postura de cautivo
fingiendo tener sus manos firmemente atadas detrás de su espalda. Mantuvo la
cabeza baja y se dirigió hacia ella, ganando otra picadura de Osred, que ignoró.
Varios pernos resonaron abruptamente. Cuando la puerta se abrió y Érica
entró, Wulf siguió rápidamente a Morcar. El hombre estaba jadeando; el frío
claramente había llegado a sus pulmones.
—¡Cierra la puerta! —ladró alguien. Osred saltó para obedecer.
El taller era de un comerciante de oro, tenía que serlo, había suficientes
cerrojos en esa puerta para mantener alejadas a las hordas vikingas. Contra las
paredes yacía una caja fuerte tras otra, cada una mantenida en su lugar por
gruesas bandas de hierro enterradas en el suelo de piedra. Una rápida evaluación
reveló que las paredes de la tienda también habían sido reforzadas con pesadas
vigas de roble y tablones adicionales. Con la puerta y las persianas cerradas, el
interior se oscureció, iluminado por un par de faros colgando del techo. Wulf vio
los costosos accesorios de vidrio Importados en el claro resplandor de la llama.
El mercader estaba detrás de una mesa cubierta de tela oscura, acompañado
de hombre barbudo a cada lado, en gruesos gambesons 19 de cuero, con sus
cinturones llenos de armas, se veían lo suficientemente fuertes como para repeler
toda la guardia personal del Rey William. Las cejas de Wulf se elevaron. Esta
tienda era más segura que la casa de la moneda Sajona en Westminster.
Lady Érica hurgó en sus faldas y sacó sus brazaletes, los brazaletes que habían
pertenecido a su padre. Los puso reverentemente sobre el paño donde brillaban
suavemente en la luz de la lámpara.
Wulf vio como ella tragaba mientras los miraba. Estaba claro que la idea de
vender los brazaletes de Thane Eric le parecía abominable; algún propósito grande
y desconocido se lo estaba imponiendo. Su renuencia a verlos marchar era
evidente en la forma en que sus delgados dedos permanecían en uno de ellos,
formado como un dragón de dos cabezas; ojos enjoyados que brillaban de rojo
como el corazón de un horno.
¿Cómo sería sentir esos dedos moviéndose sobre él de una manera similar?
Frunciendo el ceño, Wulf aspiró en un suspiro. Debería estar concentrado en
su propósito, no permitiendo que ella lo distraiga. Pero, Dios, ella era una gran
distracción. Y si ella estaba haciendo lo que él sospechaba que estaba haciendo,
alguien debería detenerla. La mujer necesitaba que la cuidaran, se estaba
poniendo en peligro una vez más. ¿Pero para quién?
Su garganta se activó cuando su mirada se encontró con la del mercader.
19
NT. Gambeson: Saco medieval, hecho de piel o tela acolchada, usado como ropa de protección ligera.
—Me han dicho que eres un hombre justo.
El mercader de oro inclinó su cabeza.
—Le agradecería que me hiciera saber el valor de estos.
Los ojos del hombre se agudizaron.
—¿Estás vendiendo?
—Si el precio es correcto.
El mercader pasó sus manos por encima de los brazaletes, cogió uno y lo llevó
a la luz. Cogió otro. Lo mordió. Se acarició la barba.
—No hay mucha demanda para esto hoy en día.
—¡Pero son de oro puro! Mira, esta incrustación es granate, y aquí, zafiro, y
estos... —con ojos húmedos, ella pasó una delicada yema de su dedo sobre los
ojos del dragón —estos son rubíes.
El mercader de asintió con la cabeza, los labios apretados, y Wulf supo que
ella no iba a conseguir el precio que deseaba.
—Señora, no tiene que decirme mi oficio. Hoy en día... —el hombre chupaba
aire entre los dientes. —tales baratijas son consideradas anticuadas, algunos
dirían bárbaras.
Los ojos de Morcar se encendieron.
—¿Bárbaras?
El mercader dio un paso atrás apresurado.
—Eso es lo que algunos dirían. Normandos, ya ves —levantó los hombros y
sonrió con pesar. —Ellos tienen el dinero y no muchos tienen el gusto por ellos.
Como he dicho, señora, hay docenas de brazaletes en oferta y no hay
compradores.
Ella levantó la barbilla.
—Aun así, son oro puro, que tiene que tener valor.
El comerciante nombró un precio, un precio que incluso Wulf podía ver era un
cuarto de su valor.
Ella parpadeó.
—¿Tan poco? —respiró hondo y, recogiendo los anillos de los brazos, los
metió en la bolsa de su cinturón. —Gracias, pero no creo que los venda hoy.
Inclinando la cabeza, esperó a que Osred abriera la puerta antes de entrar en
la soleada calle. Su velo azul revoloteaba, su manto se movía de sus hombros;
caminaba hacia la guarnición Normanda. La mente de Wulf corrió. ¿Era consciente
de que cada paso la acercaba más al peligro? Debía estarlo. ¿Qué estaba haciendo,
buscando a otro mercader de oro? Alguien debería tomarla en sus manos antes de
que se meta en problemas. ¿Qué le pasaría a ella si fuera capturada? ¿Érica, como
las otras herederas Sajonas, sería vendida al mejor postor? ¿Sería entregada a uno
de los leales caballeros de De Warenne? Frunció el ceño tras la capa azul. Si
pudiera salir de esto con honor, se le había prometido una recompensa... ¿Cuál
sería la reacción de De Warenne si pidiera a Érica para sí mismo? ¿Cuál sería su
reacción? Agitó la cabeza. Locura. Pero... no hay nada malo en preguntar. Él
tomaría nota de la reacción de ella. No la había salvado de Hrothgar para acosarla
con sus propias lujurias indeseadas.
La vio marchar por la calle, directamente hacia el peligro. Si un Normando la
encontraba con tanto oro en su persona, la llevaría para interrogarla, en el mejor
de los casos. El oro revelaría su estatus, una noble mujer Sajona, y las mujeres
Sajonas nobles habían perdido más que sus hombres en Hastings. Puede que Érica
de Whitecliffe no lo sepa, pero con la llegada del Conquistador, 20 las mujeres han
perdido el derecho a disponer de sus tierras o de su persona. Lady Érica sería
sometida a la ley Normanda y su persona pertenecía al Rey, para disponer de ella
como él quisiera.
Y, en el peor de los casos... a Wulf no le gustaba pensar en lo peor que podría
pasar si la atrapaban, y descubrieran que era una rebelde. Si eso sucediera, el robo
o la violación sería lo de menos; ella podría ser ejecutada, sin hacer preguntas.
—¿Mi Lady?
20
NT. Nombre con el cual también se conoce a Guillermo II (William) de Normandía, quien lideró la invasión a Inglaterra en el
siglo XI con un ejército formado por normandos, bretones, flamencos y franceses.
En el cruce de un callejón, ella se giró y esperó a que él la alcanzara.
Wulf apretó los dientes; Osred estaba respirando sobre su cuello y tuvo que
recordarse a sí mismo que probablemente lograría más si pensaban que todavía
estaba bajo su control.
—¿Debe tu hombre estar tan cerca?
—Osred, un poco de espacio, por favor.
El hombre se retiró. El sudor le rociaba el labio superior y las líneas de
preocupación se hacían más pronunciadas. Osred estaba en un terremoto, sabía
que la guarnición recién construida estaba cerca, y, si él lo sabía, entonces Érica
también debía saberlo.
—Mi Lady... —Wulf no debería estar pensando en su bienestar, no cuando sus
hombres lo habían golpeado hasta casi matarlo y ella probablemente estaba
planeando alguna insurgencia, pero no podía evitarlo. Ayer, ella no quería que le
ejecutaran, un punto que le agradaba más de lo que debería. Y a cambio de su
compasión, Wulf apenas podía quedarse de brazos cruzados y observar la
ejecución de su grupo. —No deberías intentar vender los brazaletes de tu padre
en Ely, no es seguro para ti aquí.
Una oscura ceja se arqueo, ojos verdes se encontraron con él sin cesar. Con
frialdad.
—¿No es así?
—Hay una guarnición Normanda cerca, como creo que sabes.
—¿Tu punto es...?
—Los brazaletes de tu padre te traicionan, tus lealtades, tu linaje. Ese
mercader de oro puede ser un informante.
—Eso, también, lo sé.
Wulf sintió como si hubiera caminado sobre un terreno pantanoso y no
pudiera encontrar el camino. Mantuvo la voz baja.
—¿Por qué correr el riesgo?
—Las necesidades deben... no lo entenderías. Pero necesito más suministros.
Como sabes, nuestras despensas están algo agotadas...
—Ailric y Hereward —murmuró, con la boca abierta cuando se dio cuenta de
lo que ella quería hacer. ¡Quería rescatar los housecarls de su casa! Y para eso
necesitaba el dinero. ¡De todas las ideas estúpidas y sin sentido! fiel a una culpa…
Lady Érica esperaba montar un ataque contra el castillo de Guthlac Stigandson
para rescatar a sus hombres.
—¿Estás loca? —había dicho estas palabras antes de poder detenerlas. —Tus
posibilidades de éxito son inexistentes.
Esa boca, esa hermosa y tentadora boca, se apretó.
—No recuerdo haberle pedido su opinión, capitán FitzRobert. Ni recuerdo
haberte contado mis planes. Sólo estás adivinando.
Sorprendido, Wulf agitó la cabeza. Lo que ella estaba planeando era nada
menos que suicida. Si no estuviera fingiendo estar atado, le haría entrar en razón.
Quería vender los brazaletes de su padre porque si tenía monedas podría
contratar a más hombres -a menos que... a menos que... otra posibilidad se le
presentara- a menos que Érica estuviera en posición de llamar a los otros rebeldes
que sospechaba que estaban escondidos en otro lugar en los pantanos...Hrolf
—¿A dónde había sido enviado el hombre?
Si tan sólo pudiera prescindir de esta pretensión y liberar sus manos. Dividido
entre querer besarla… ¿besarla? y pegarle en las orejas, 21 Wulf se encontró con su
mirada de resplandor. Sus ojos brillaban como joyas, su capucha se había caído y
su nariz estaba azul con el frío. Si tuviera las manos libres, le levantaría la capucha
y...
Su boca era una gran distracción. Quería rescatar a sus hombres. ¿Fue
simplemente una disputa de sangre, o fue una insurrección? Demonios...
—Mi clan necesita provisiones —ella continuó. —Necesitamos...
21
NT. Box her/his ears. Acción popular en la cultura inglesa: castigo severo que consiste en palmear a alguien; regularmente
niños, en ambas orejas. De uso frecuente en la era Victoriana, aunque de raíces ancestrales. Hay ejemplos en “Alicia en el
país de la Maravillas”.
Una dura orden cortó sus palabras, ya que tardíamente, Wulf se dio cuenta de
la zancadilla a los pies. Esa boca...
—¡Alto! ¡Alto! —un sargento Normando, completamente armado y con la
espada desenvainada, se dirigía hacia ellos. Una docena de soldados de infantería,
con las armas preparadas, le pisaban los talones.
Y ahora que las cosas habían cambiado, su necesidad de fingir se había
acabado. Sacudiendo sus manos, Wulf arrojó su capa fuera de su vista. La cara de
Érica se vació de color y el Wulf sintió una fuerte emoción. Ella es una rebelde, se
recordó a sí mismo, una proscrita.
Mientras los soldados se abrieron en abanico a su alrededor, Morcar sacó su
espada y se puso delante de su dama. Osred estaba más cerca. Wulf fue pateado…
gracias a Dios que le habían devuelto las botas… y la espada corta de Osred resonó
en los adoquines.
Con un grito ahogado, Osred corrió por el callejón. Un segundo después
reapareció, retrocediendo hacia la calle a punta de espada ante dos soldados en
cota de malla 22. Debajo de su barba estaba tan pálido como su dama. Extendiendo
sus manos en rendición, fue guiado hacia el sargento.
—Los santos tienen piedad —murmuró.
Estaban rodeados. Hacia el fondo de la tropa, Wulf vio una cara sonriente,
una que conocía. ¡Gil! La sonrisa del chico se ensanchó.
—Capitán FitzRobert —el sargento echó hacia atrás su yelmo; era el sargento
de De Warenne, Bertram.
—Sargento, me alegro de verle —dijo Wulf, en francés Normando. Sus
muñecas palpitaban. Con una mirada a Morcar, Wulf agitó la cabeza y regresó al
inglés. —Levanta tu espada, hombre. Sería una locura pelear, estás ampliamente
superado en número —Morcar miró a Érica, cuyo rostro permaneció impasible,
Wulf hizo su voz más severa. —Y pones en peligro a tu dama.
Lentamente, Morcar bajó su espada.
22
NT. Cota de malla: armadura usada por los normandos, llegaba hasta las rodillas con abertura para los brazos, o se
prolongaban hasta los codos
Wulf elevó su cabeza en dirección del sargento Bertram y, un latido más
tarde, los soldados tenían a los dos housecarls de la casa de Erica de Whitecliffe
bajo control.
¿Y Lady Erica? Mordiendo esos bonitos y distraídos labios. Dios, esa mujer era
obstinada, valiente hasta el punto de la necedad...
Los ojos del sargento Bertram se habían fijado en su bolsa, en la que había
colocado los brazaletes de su padre. Una gran mano se extendió.
—¿Qué es esto, entonces?
Rápidamente, Wulf tomó su brazo y la atrajo hacia sí, sin resistirse pero con la
cabeza desviada, fuera del alcance de la mano de Bertram.
—Deja a la dama en paz —mirando por detrás de su cabeza, la empujó
firmemente por la calle en dirección a la guarnición. —Por favor, acompáñeme, mi
Lady.
Un hombre armado se acercaba, con una cuerda en la mano. Wulf lo despidió
frunciendo el ceño.
—Repito, dejen a la dama en paz, la tengo.
Fue recompensado con una breve y oscura mirada antes de que ella moviera
la cabeza. Sus labios eran delgados y sus mejillas blancas como la nieve, pero dos
pequeñas manchas de color aparecieron en sus mejillas. Entonces su velo cayó
hacia adelante y su expresión se perdió a la vista. El sargento Bertram siguió su
ritmo mientras los guardias que escoltaban a Morcar y Osred subían por la
retaguardia, con las botas taconeando en ritmo sobre los adoquines.
Wulf bajó la voz, solo para sus oídos.
—Érica, mi Lady, por favor, escuche. Cuando lleguemos a la guarnición, debe
dejarse conducir por mí.
El velo se movió parcialmente en el aire frío; no era mucho, pero le dijo a Wulf
que estaba escuchando.
—Si valoras tu vida, mi Lady, sígueme —no sabía por qué debía ser, pero la
desesperación se estaba apoderando de Wulf, causando estragos en su interior.
William De Warenne trataba con justicia a aquellos en los que confiaba, pero su
reputación con sus enemigos era dura e inflexible. Wulf no quería que el Señor de
Lewes decidiera que Érica de Whitecliffe era su enemiga. —Mi Lord puede ser
despiadado con aquellos a los que considera sus enemigos.
—No me importa —su respuesta fue tranquila, pero escalofriantemente
firme.
Intensificando su autocontrol, Wulf ignoró las curiosas miradas que recibía del
sargento, que sin duda se preguntaba por qué murmuraba en Sajón a la proscrita
cuyos hombres lo habían hecho prisionero. Acercó más a su cabeza y olió el fresco
aroma de las hierbas.
—No es sólo su seguridad lo que está en juego, mi Lady. ¿Qué hay de
Solveig... ese chico, Cadfael... qué hay de los otros que te esperan fielmente en la
plaza del mercado? Si Guthlac Stigandson había visto con felicidad a una
compañera Sajona, hija de un Thane herida y humillada, ¿qué posibilidades
tendría su criada en una guarnición de soldados Normandos?
El velo temblaba.
—Eres un gusano, eres despreciable.
—No, mi Lady, se lo advierto, por su propio bien y el de su pueblo. Piense —
sus miradas se encontraron y con tristeza Wulf indicó los moretones en su cara, las
manchas que las ataduras de sus hombres habían hecho en sus muñecas. —Soy
hombre de De Warenne, y, como cualquier buen señor, busca proteger a aquellos
que le juran fidelidad. Lo verá, sacará sus propias conclusiones y actuará en
consecuencia —sus ojos eran como hielo, hielo verde —Mi Lady, para De Warenne
usted es una rebelde, una proscrita.
Ella tiró de su brazo, pero Wulf se mantuvo firme y siguió adelante sin
descanso; él tuvo que hacerlo, por el bien de ella.
—Usted conoce la ley tan bien como yo. Se dice que todo aquel que es
declarado proscrito lleva la cabeza de un lobo 23. Usted y cualquiera de su gente,
incluso Solveig y el joven Cadfael, podrían ser juzgados así. Y una vez que eso haya
23
NT. Expresión popular inglesa que refiere a aquellos que son proscritos en "todos lados", sin tener la posibilidad de un lugar
de refugio seguro.
ocurrido, podrían ser ejecutados sin clemencia. No hay necesidad de hacer
preguntas. Nadie sería castigado por matarlos.
—Ustedes son unos hipócritas, eso es una ley Sajona, ¡no Normanda!
Wulf se encogió de hombros.
—No hay probabilidades en lo que concierne a mi señor. De Warenne ha
venido a estos pantanos para liberarlos de los Sajones rebeldes.
—¡Luchamos por lo que es legítimamente nuestro!
La atalaya de madera se acercaba; Wulf tenía poco tiempo para cruzar la
línea.
—No, mi Lady, su padre y sus compañeros lo perdieron todo en Hastings. Fue
una batalla honorable...
—¡Honorable!
—Y al negarse a aceptar el gobierno de Normandía —insistió Wulf
implacablemente, —usted y su pueblo se han convertido en proscritos y serán
tratados como tales. Cuando marchemos por esa puerta, tiene una esperanza.
Debe confiar en mí y seguir mis indicaciones.
Las fosas nasales de Érica se abrieron de par en par, pasaron juntos por el
portillo. Wulf no podía juzgar si estaba preparada para hacer lo que él le sugería.
La confianza era frágil en el mejor de los casos y una garra que le rasgaba las
entrañas le decía que ella había perdido la confianza en él y que no seguiría sus
indicaciones. Por primera vez en años, rápidamente elevó una oración, rezando
por estar equivocada.
***
Los pensamientos de Érica estaban en caos. Apenas había oído una palabra de
lo que Wulf, el Capitán FitzRobert, le había dicho; lo único que podía oír era la
sangre que le latía en los oídos.
Habían atado a Morcar y a Osred y los estaban haciendo caminar detrás de
ella, eso sí lo sabía. Sus propias manos quedaron libres. El agarre de Wulf sobre su
brazo no se había aflojado y esto, Érica se avergonzó de descubrir, la alivió tanto
como la enfureció. Tampoco había permitido que ese otro Normando, ese
sargento, deshonrara los brazaletes de su padre.
Érica vagamente, se dio cuenta de que la empalizada de la guarnición estaba
en buenas condiciones, de madera, pero sólida, muy sólida. Los clavos en la valla
levadiza estaban limados en puntas afiladas. ¿Qué tan fácil, se preguntó, sería
quemarlos?
Quería darse cuenta de todo, pero su mente no obedecía. Cuando entró en el
patio, todo su cuerpo se sacudió. El lugar estaba repleto de soldados en cota de
malla, unos al lado de otros, con arqueros. Extranjeros. Invasores. Normandos,
como el hombre a su lado. ¿Cómo había pensado ella que era Sajón?
Los perros ladraban, los hombres gritaban, el acero se agitaba y el olor acre de
un cuerno quemado irritaba las fosas nasales de Érica… cerca, un caballo estaba
siendo ensillado. Varias culatas de arquería estaban apiladas en una carreta.
Parecía habían preparativos en marcha. ¿Para qué? Su corazón saltó en su pecho.
Alrededor del patio había una serie de edificios de madera, otro de piedra, y
allí, sí, debe estar el establo. Los caballos estaban siendo cepillados a la luz del sol
en invierno. Eran bestias enormes con pechos más anchos que los pechos de los
bueyes que solían arar las tiras de los campesinos junto al río en Lewes. Eran los
llamados destriers, caballos de guerra. Terriblemente enormes. Puntas
tintineadas, arneses destellados. Y... se quedó sin aliento... soldado, más soldados,
infantería… protegidos por cotas de malla. En el mar, en medio de tantos
Normandos, Érica miró a Wulf... no, al capitán FitzRobert, y luchó por mostrar el
odio en su cara.
—Por aquí, mi Lady —la dirigió hacia el más grande de los edificios de madera.
Tenía una puerta doble, de roble, que se abría como una boca gigante. Tenía,
además, grandes bisagras de hierro y dos centinelas vigilando la entrada. Érica no
quiso entrar y apretó los puños cuando se le ocurrió un pensamiento
escalofriante. Una vez dentro, nunca saldría, esta sala era un monstruo, un
monstruo de guerra Normando, y estaba a punto de devorarla.
En el umbral, Wulf se detuvo para hacer una señal a los soldados que tenían a
Morcar y Osred bajo escolta. Dio una orden rápida en francés Normando. Con un
saludo, los soldados llevaron a los hombres de Érica hacia el edificio de piedra.
A pesar de lo intranquilo que fue escuchar a Wulf hablar francés con tanta
fluidez, Érica logró, brevemente, ordenar sus pensamientos.
—¿Adónde iban? —desenroscando sus dedos, se agarró a su brazo. —¿Qué
les dijiste a esos soldados que les hicieran?
Una amplia mano se posó sobre la suya. En otro mundo, en otro tiempo,
podría haber interpretado el gesto como reconfortante.
—No temas, estarán a salvo.
Se estrujó el cuello mientras Morcar y Osred desaparecían a través de un
misterioso arco.
—Pero... pero...
—Repito, están a salvo, están simplemente bajo control. Serán alimentados.
No serán golpeados.
Le ardían las mejillas y evitaba su mirada.
—Yo... no quería que te golpearan. No me di cuenta de lo que Morcar y
Siward pretendían, yo... —su voz se calló. Wulf nunca le creería. Ella era su
prisionera y él pensaría que trataba de ablandarlo. Con un suspiro, enderezó su
espalda y levantó la mirada hacia su mano que yacía sobre la manga del traje
casero marrón de Wulf, la manga más ancha del traje que lo cubría. —¿Y ahora
qué?
La miró durante un largo momento, y le pasó un dedo por la mejilla. Su tacto
era ligero como una pluma, pero ardía, como ardía. Y algo en sus ojos, en la forma
en que él miraba a los de ella, hizo que su aliento se detuviera por un momento.
Entonces, para su sorpresa, Wulf la soltó y dio un paso atrás.
—Tu parte es simple, debes seguir mis indicaciones. Mi Lord De Warenne
tiene un Consejo dentro.
Con una reverencia, le ofreció su brazo y la guio a través de la ancha puerta de
roble.
Capítulo 12
William De Warenne, señor de Lewes, el Normando al que se le habían
concedido vastas extensiones de las tierras que pertenecieron al Rey Harold en el
sur de Inglaterra, estaba celebrando un consejo, ubicado a la cabeza de una mesa
ancha y tosca. Érica no necesitaba que se lo señalaran, De Warenne era todo un
señor. Ubicado en el asiento central entre dos de sus caballeros, vistiendo un aire
natural de mando, parecía tener más de cuarenta años. Sin pavoneos, su pelo
canoso estaba cortado en el más simple de los estilos Normandos; estaba bien
afeitado y llevaba un gambeson de cuero manchado que había visto un servicio
duro.
Un par de soldados estaban luchando. Desnudos hasta la cintura, sus espaldas
brillaban de sudor mientras gruñían, jaleaban y raspaban los juncos. Una gran
multitud intercambiaba ruidosamente sus apuestas sobre el resultado. En una
ráfaga de extremidades agitadas, los luchadores rodaron y se detuvieron
abruptamente a los pies de Wulf y Érica. Todo el salón se quedó en silencio.
El estómago de Érica se apretó mientras cada ojo del salón parecía fijarse en
ella. Sentían como si estos hombres pudieran darse cuenta con sólo mirar que ella
era Sajona y rebelde. ¿La odiaban tanto como ella a ellos? Necesitó toda su fuerza
de voluntad para no acercarse a Wulf.
Wulf frunció el ceño.
—Edward, Giles, el salón no es lugar para pelear, váyanse al patio.
—Sí, Capitán.
—Lo siento, señor.
Mientras Wulf se abría paso a través de los hombres dispersos, la mirada De
Warenne se posó en él.
—FitzRobert, me alegro de verte… ¡un día antes también! Y pareces...
razonablemente sano —mientras Wulf se inclinaba, su mirada parpadeó sobre los
moretones en la cara de Wulf. —Cuando Gil vino corriendo y dijo que te había
visto prisionero en la plaza del mercado, apenas podía darle crédito.
El acento de De Warenne era ajeno a Érica, pero, como tenía cierto
conocimiento del francés Normando, captó la esencia de su discurso.
—Es bueno verle, también, mi Lord.
Wulf había respondido en la misma lengua y era incomodo oírle hablarlo con
tanta fluidez. FitzRobert, Capitán Wulf FitzRobert. Érica tragó mientras se formaba
un nudo en su garganta. Se había quedado atónita al escuchar ese nombre junto a
la cabaña del pescador, pero al escuchar su facilidad con el lenguaje de su
enemigo... Wulf había sido tan convincente como un Sajón. A ella le había
gustado. ¡Cielos!, su mejilla incluso se sentía caliente donde la había tocado hace
unos momentos...
De Warenne despidió a los caballeros alrededor de la mesa del Consejo.
—Gracias por sus informes, terminaremos esto más tarde.
—Sí, mi Lord —los caballeros se retiraron, mientras sus espuelas resonaban.
—¿Vino, Capitán?
—Por favor.
—Sírvase usted mismo. ¿Y tú... compañía? —cortésmente, De Warenne
inclinó su cabeza hacia Érica. —¿También esta dama tomaría un poco de vino?
—¿Mi Lady? —de nuevo la mano de Wulf estaba caliente sobre la de ella, y
por un instante su pulgar se enroscó para acariciar la palma de su mano. El dolor
de la traición retorcía su corazón. ¿Tenía que parecer Wulf tan... tan solícito, tan
atento con ella? Dejó a un lado su dolor, recordándose a sí misma la necesidad de
la calma, la necesidad de permanecer lúcida. Por el momento, sería prudente que
se guardara para sí misma su conocimiento de la lengua francesa, por
rudimentaria que fuera.
—¿Perdón? —preguntó en inglés.
—¿Le gustaría un poco de vino? —preguntó Wulf, en inglés. Tanto su voz
como la expresión de sus ojos eran pacientes.
—Sí... sí, por favor.
Una copa de arcilla presionó la mano de Érica. El vino era caliente y olía
ligeramente a canela y clavo, especias tan exóticas que Érica no las había olido
desde que había dejado a su gente en Lewes. Lentamente, levantó los ojos,
forzándose a mirar directamente a De Warenne. Estaba huyendo de ti, pensó ella,
luchando por mantener las emociones fuera de su cara. Se le quedó sin aliento y
sus cejas se juntaron. Curiosamente, este señor Normando le recordó a su padre.
Un escalofrío corrió por su columna.
—Mi agradecimiento —afirmó, en inglés.
Asintiendo brevemente, el Señor de Lewes volvió a prestar atención a Wulf.
—El informe que enviaste a través de Gilbert fue muy oportuno, FitzRobert.
He podido incorporar su información en mis planes inmediatos. La permanencia
de Guthlac en lo que él llama castillo será efímera.
Con suficiente comprensión, Erica se puso rígida. ¿Qué quiso decir De
Warenne? ¿Estaban los Normandos a punto de asediar a Thane Guthlac, fue esa la
causa del ajetreo en el patio? Érica no tenía razón para querer ni a Guthlac ni a
ninguno de sus housecarls, pero ¿qué hay de Ailric y Hereward? Quería que
salieran de su prisión. Si el ejército de De Warenne asalta el castillo antes de que
ella pudiera ayudarles... ¿cómo tratarían los Normandos a los prisioneros Sajones
de Guthlac?
La expresión de Wulf era ilegible, como la de ella. Fingiendo una completa
falta de comprensión de la conversación, Érica hizo un movimiento para mirar a su
alrededor.
El vestíbulo de la guarnición le recordó el salón de Guthlac, excepto que ésta
era más grande y larga. Había el mismo olor a madera aserrada recientemente, y
aquí también, el humo que salía del fuego no había tenido tiempo de ennegrecer
las paredes. Era una habitación para los soldados, con pocas concesiones en
cuanto al adorno. No había tapices, nada colgaba de las paredes, sólo una cortina
amarilla en la parte trasera de la sala, teñida, según Érica, con un tinte sencillo
hecho de hojas de abedul. Filas de ganchos corrían a lo largo de las paredes,
ganchos en los que estos soldados extranjeros habían colgado una amenazadora
serie de armas: espadas, hachas de batalla y lanzas, arcos y fundas, cinturones de
espadas, escudos...
Los caballeros que De Warenne había despedido se habían quedado en un
taburete alejado y estaban conversando con otros caballeros. Los soldados
estaban sentados en los bancos; otros se calentaban con el fuego. Sentado con
ellos, un arquero colocaba puntas de flecha en los ejes con pegamento y cordel. A
juzgar por el montón de flechas que tenía a su lado, el arquero había estado
trabajando durante algún tiempo. Santo Cielo, pensó Erica, si los pantanos ya
están llenos de Normandos, ¿cómo voy a rescatar a Ailric y Hereward?
—Gilbert asumió que te habías metido en problemas después de que él tomó
tu informe —decía De Warenne, señalando las contusiones de Wulf. —
¿Encontraste más rebeldes? ¿Otro nido de proscritos?
Wulf se pasó la mano por el pelo.
—Eso pensé al principio, mi Lord.
Apenas atreviéndose a respirar, Érica se interesó profundamente por un perro
lobo que se rascaba las pulgas a los pies de De Warenne. ¿Sospecharía Wulf que
había enviado a Hrolf a buscar la banda de guerreros de su padre? Debería
hacerlo.
—¿Estabas equivocado? —los ojos de De Warenne estaban puestos en ella;
los sentía como una marca. Su corazón se hundió. Su gente estaba perdida, si Wulf
dejaba entrever que tenía más hombres a su disposición… su gente estaba
perdida. Luchando para mantener una expresión relajada y sin problemas, sintió
que la tensión se hacía sentir en su interior. Quería levantarse las faldas y correr,
pero eso no ayudaría. Uno de estos hombres estaría sobre ella en un instante...
—En efecto, mi Lord —la voz de Wulf era tranquila y sin prisas; incluso tenía
una sonrisa. —Encontré que malinterpreté algo de lo que estaba pasando en el
salón de Thane Guthlac.
Con la copa en la mano, De Warenne apoyó la cadera en el borde del
taburete.
—¿Cómo fue eso?
—Lady Érica fue... retenida allí, y al principio no pude determinar su propósito
entre los hombres de Guthlac.
—¿La tomaste por una rebelde y proscrita también?
Wulf sonrió en su dirección y, aunque su sonrisa estaba relajada, Érica sintió
un mensaje urgente detrás de esa sonrisa, no estaba tan relajado como parecía. Al
igual que ella, le conmovía una emoción que se esforzaba por ocultar.
—Sí —dijo Wulf. —Sin embargo, una observación más cercana reveló a mi
Lady como una mujer bajo coacción, una mujer desesperada por salvar a su... clan.
Las cejas de De Warenne se juntaron.
—¿Clan? Capitán, ¿quién es esta mujer? Describa sus circunstancias... ¿a
cuántos housecarls puede convocar?
—No vi muchos, es un clan pequeño. Un par de hombres mayores la
acompañan, uno podría haber sido un guerrero, pero ya ha pasado su mejor
momento, en cuanto al otro... —Wulf agitó la cabeza. —Mi Lord, puedes juzgar
por ti mismo, están aquí bajo llave.
—Los veré más tarde. ¿Qué hacía la dama en compañía de Guthlac?
Érica agarró la copa de vino como si su vida dependiera de ello. No se le
escapó que, a pesar de que se le pidió que revelara su identidad completa, Wulf
aún no lo había hecho. Debajo de su comportamiento tranquilo, había
definitivamente un nerviosismo que ella no podía precisar. Era cierto que De
Warenne era un gran señor, un hombre de enorme poder, y hablar con De
Warenne intimidaría a la mayoría de la gente, pero había más que eso, estaba
segura. Wulf no parecía estar intimidado en lo más mínimo, al menos no por su
señor, pero algo le preocupaba.
—Se habló mucho de un enfrentamiento entre su familia y la de Guthlac
Stigandson —dijo Wulf.
—¿Una disputa de sangre?
—Sí, y como estaba bajo coacción en el castillo, no la consideré un riesgo.
De Warenne resopló.
—FitzRobert, ella es Sajona, y como tal siempre la consideraría un riesgo.
¡Dios mío, hombre, mira lo que te han hecho en la cara! Gilbert dijo que no tenías
marcas cuando lo conociste en el punto de encuentro. ¿Alguien en ese... pequeño
clan de ella te hizo eso?
Wulf se encogió de hombros y le arrojó a Érica otra mirada insondable; ella
deseó entenderlo.
—Ah, eso, sólo fue un pequeño malentendido. Pensaron que les mentía. Pero
yo tenía... otras ideas.
Las cejas de De Warenne se encajaron.
—¿No estás diciendo que hay algo entre ustedes?
Recordándose a sí misma que debía continuar fingiendo que desconocía su
lengua, Érica le dio a Wulf lo que ella esperaba era una sonrisa pasable y se inclinó
sobre su copa de vino. Wulf no respondió, pero, mirando bajo sus pestañas, Érica
observó con asombro como sus mejillas se oscurecían.
De Warenne soltó una carcajada.
—Una riña de amantes, ¿no? Alguna pelea —entrecerrando los ojos. —
¿Quién es esta mujer, FitzRobert? ¿Cuál es su nombre completo?
Los dedos calientes de Wulf la envolvieron y la llevó ante De Warenne.
—Mi Lord, esta es Lady Érica de Whitecliffe. Y yo preguntaría….
Los ojos de De Warenne se dirigieron a sus manos unidas y los surcos de su
frente se hicieron más profundos.
—Capitán FitzRobert, no recuerdo haberle dado permiso para cortejar a las
mujeres de la aristocracia Sajona.
—Mi Lord, no lo he hecho, pero…
—¿Erica de Whitecliffe, dices? ¿Y su padre? —la voz de De Warenne era fría.
—Thane Eric.
—¿Perdido en Hastings?
—Como yo lo entiendo, mi Lord. Era un Sajón del sur. Su salón está, si aún
está en pie, en Whitecliffe, cerca de su propiedad en Lewes.
Empujando la mesa, De Warenne la agarró por la barbilla dio vuelta a su cara
de un lado a otro, examinándome como si fuera a sacar a la luz mi último secreto,
pensó Érica. Con una sacudida, recordó que Thane Guthlac la había examinado de
la misma manera. Entonces, también, Wulf había estado a su lado, pero parecía
estar escondiendo más tensión hoy de la que tenía entonces, lo cual era extraño.
—El padre de Lady Erica sirvió a Harold Godwineson —añadió Wulf.
Mientras De Warenne escudriñaba sus rasgos, Wulf apretó su mano. Ahí
estaba otra vez, ese indicio de tensión en él, como un arco bien enhebrado. Pero
su comportamiento parecía seguro; ella debía estar equivocada.
De repente, De Warenne la liberó.
—Eso es lo que yo había oído. Sus tierras me han sido otorgadas.
Wulf aclaró su garganta y la presión en la mano de Érica aumentó. Empezó a
hablar tan rápido que sus palabras se le perdieron.
—Mi Lord, por favor sepa que no tengo ninguna expectativa con respecto a su
tierra, pero tengo algo que preguntarle...
—¿FitzRobert?
Wulf puso sus hombros en orden.
—Cuando me diste esta misión, hablaste de una recompensa. Me gustaría
reclamarla.
De Warenne frunció el ceño.
—¿Ahora? ¿En medio de una campaña?
—Sí, mi Lord. Sé que no soy oportuno, pero esta es la recompensa que
reclamaría. No pido un título de caballero, ni tierras, ni monedas. Mi Lord, le
agradecería mucho que me diera permiso para casarme con esta mujer.
Érica se olvidó de respirar, pues por esas últimas palabras que había
entendido… ¿Wulf estaba preguntando si podía casarse con ella? ¿Hablaba en
serio? Al menos su petición había impedido que De Warenne hiciera preguntas
sobre sus hombres. Pero Wulf no podía estar hablando en serio. Su cara
permaneció impenetrable, sus dedos firmemente envueltos alrededor de la de
ella.
De Warenne hizo un sonido despectivo.
—¿La hija de un Thane? ¿Me pide la mano de la hija de un Thane, Capitán? —
Sus ojos agudos escudriñaron fijamente a Érica antes de descansar por un instante
en la bolsa que colgaba pesadamente de su cintura. Debe adivinar que contenía
una parte de los tesoros de oro de su padre. —¿La hija de este extraordinario,
bello y rico guerrero?
—Sí, mi Lord, pero quiero subrayar que es sólo la mano de Lady Érica la que
pido, no su tierra o sus adornos.
—Sólo la mujer, ¿eh?
—Sí, sólo la mujer.
—¿Has hablado de esto con ella? ¿Está de acuerdo?
Érica quería hablar, pero se mordió la lengua, amordazada por el frío en la voz
de De Warenne y el instinto que le había advertido de fingir ignorancia del francés
Normando.
—Mi Lady Erica —Wulf cambió al inglés. Su postura mientras la miraba era la
de un conquistador, pero no todo era arrogancia, había una indecisión casi
imperceptible en él.
Érica forzó una sonrisa, o la sombra de una. ¿Casarse con él, casarse con el
capitán Wulf FitzRobert? Su mente dio vueltas. ¿Quién era Wulf FitzRobert? El
hombre era un enigma. Era amable, la había salvado de Hrothgar, pero también
era un mentiroso que desde el principio no había sido sincero con ella. Era un
guerrero, joven y fuerte, tan guapo como ninguno de los que había conocido;
además, era Normando...
El Normando en cuestión murmuró:
—Y por favor, no reaccione... mal ante mis próximas palabras —los ojos azules
captaron los suyos. Tenía unos ojos tan inteligentes; aparentemente, podía hacer
que pareciesen serios a voluntad. Fue muy convincente. Había manchas ligeras en
ellos y casi se volvieron verdes cerca de la pupila. —No sólo está en juego su vida,
sino que por favor piense en su gente, en los que dejamos, hace una hora...
Tragando, Erica asintió. Solveig, Cadfael... Wulf conocía su paradero, él
conocía sus rostros... ¿debía ella aceptar casarse con él para salvarlos? ¿Estaba
amenazando con entregarlos a De Warenne si ella no lo hacía?
Respiró profundamente.
—Le estoy pidiendo permiso a mi Lord para casarme con usted.
—¿Quieres que me case contigo? —dejó caer una expresión de sorpresa,
como si sólo en ese momento le hubiera entendido. A su lado, De Warenne se
metió los pulgares en el cinturón. Su expresión era adusta y Érica no se hacía
ilusiones, la petición de Wulf le había disgustado. ¿De Warenne hablaba inglés?
Érica no tenía forma de saberlo.
—Sí, te estoy pidiendo que te cases conmigo. Erica... mi Lady, por favor
sonríele a mi Lord, acepta mi propuesta.
Su garganta estaba tan seca que al principio no podía pronunciar las palabras.
—¿Por... por el bien de mi pueblo? ¿Harás lo mejor por ellos?
Un pequeño pliegue apareció entre sus cejas.
—Por supuesto, pero que sepas que te lo pido sobre todo por ti. Cásate
conmigo y haré todo lo posible para velar por la seguridad de tu gente. Toda tu
gente —Wulf se movió, y por unos momentos fue un escudo entre ella y su señor.
Érica se encontró mirando el borde oscuro que definía sus ojos mientras bajaba la
voz. —Mi Lady, quiero ayudarla, pero esto es una posibilidad remota, muy remota.
De Warenne no está de acuerdo por mi nacimiento.
—No eres un compañero adecuado para la hija de un Thane —dijo ella,
diciendo las palabras que él esperaba oír, no las que ella creía.
La boca de Wulf se adelgazó.
—Algo así. Pero dado que has caído bajo el cuidado de los Normandos, tu
persona está a la disposición de mi Lord. Él podría darte a cualquiera, pero me
debe una recompensa por mis servicios y, créeme, sería mejor para ti y para tu
gente si me aceptaras. Estoy trabajando por la paz. Además... —bajó más su voz, y
sus labios se retorcieron. —ya Guthla me había dado tus favores, así que sabes
que no te haría daño.
Érica pensó rápidamente. Wulf no había llamado la atención de su señor
sobre los brazaletes de su padre, pero sin duda uno de ellos le quitará la bolsa
apenas ella acepte casarse con Wulf. Según la ley Normanda, ellos estarían en su
derecho. Y, a pesar de las bellas palabras de Wulf, por eso había pedido su mano.
¿La quería para él sólo? ¿Quería salvar a su gente? ¿Era probable?
—¿Y qué hay de los otros? ¿Lastimarán a los otros?
—¿Otros, mi Lady?
Levantó la barbilla, enfadada por sus palabras descuidadas. Parecía haberle
devuelto la tensión a la superficie, como si Wulf sospechara que más de la banda
de guerreros de su padre habían sobrevivido a Hastings.
—Me refiero a Ailric y Hereward, naturalmente. ¿Qué más podría querer
decir?
Sus fosas nasales se abrieron.
—Acepte casarse conmigo, mi Lady, y juro que haré todo lo posible para velar
por su seguridad.
Érica no tenía más remedio que creerle. Temblorosa, cogió la cara magullada
y oscura y, poniéndose de puntillas, le dio un breve beso en la mejilla.
—Estoy de acuerdo, Capitán FitzRobert. Si su señor lo permite, me casaré con
usted.
El triunfo se encendió en los inteligentes ojos azules y cuando dio la vuelta y
sonrió a su señor, le pareció que ella debía haber imaginado esa breve vacilación
en sus modales. En ese momento había poco del suplicante en él… un joven
guerrero alto y musculoso se puso de pie audazmente ante uno de los señores
más poderosos de Normandía. El mismo Wulf no tenía un hueso noble en su
cuerpo, pero se enfrentó a su señor con la espalda recta y la cabeza orgullosa.
La nobleza de Wulf estaba en su corazón. ¿De dónde le había salido ese
pensamiento? No podía estar segura de ello. La duda luchó con la esperanza; sólo
podía rezar para que fuera verdad. Si no fuera cierto, acababa de cometer el
mayor error de su vida.
—Sí, mi Lord, Lady Érica está de acuerdo.
Originalmente, cuando Wulf aceptó su nombramiento en los pantanos,
esperaba ser nombrado caballero como recompensa por sus servicios. Se había
sorprendido a sí mismo con esta petición. No era una petición sensata, sobre todo
porque su encargo aún no se había completado, pero se encontró sosteniendo la
mano de Érica de Whitecliffe en la sala de guarnición de Ely, esperando con la
respiración contenida la respuesta de su señor. ¿Qué demonio le había llevado a
arriesgar no solo la ira de su señor, sino también de años de duro trabajo y
cuidadosa planificación? Debe haber más de Sajón en él de lo que pensaba;
realmente no quería ver morir a su pueblo. Tampoco quería verla entregada a otra
persona, sobre todo después de sus humillaciones en la salón de Guthlac.
—Lo primero es lo primero, FitzRobert —De Warenne le dio una breve y
abstracta sonrisa. —Tenga la seguridad de que he tomado nota de su petición de
casarse con Lady Érica. En cuanto a mi respuesta, hay mucho que resolver antes
de encontrar un marido adecuado para ella.
—Pero, mi Lord...
De Warenne hizo un gesto de desdén.
—¡Suficiente! He sido paciente. Me ha servido bien, Capitán, pero se ha
pasado de la raya. La cuestión del matrimonio de Lady Érica esperará hasta que
hayamos fortalecido nuestra posición en los pantanos. Mañana comienza en serio
nuestra campaña de invierno. Nos enfocaremos en Guthlac Stigandson.
Concéntrate en eso, por favor, te necesitaremos.
Wulf sumergió la cabeza.
—Por supuesto, mi Lord.
Con cuidado, De Warenne miró a Érica.
—Es atractiva, ¿verdad? Todo un premio, de hecho.
—¿Mi Lord?
De Warenne se puso la mano en la nuca.
—Cuando hayamos terminado con Stigandson, quiero que veas que ella llega
a la Corte del Rey en Winchester. Es vital que ella llegue allí casta y segura. Y tenga
en cuenta esto, FitzRobert, confío en que cumplirá esta comisión con la misma
seriedad con la que siempre ha cumplido sus otras comisiones.
—Sí, mi Lord.
—La cuestión del matrimonio de Lady Érica se resolverá en Winchester.
Wulf parpadeó.
—¿Por el Rey, mi Lord? ¿No está la tierra de su padre en tu poder?
De Warenne le echó un vistazo.
—Pensé que no le interesaba la tierra de la dama, capitán.
—Me llevaré sólo a la dama, si le parece bien.
—No me agrada.
Fue un rechazo duro, franco y absoluto, ¿realmente podía haber esperado
otra cosa? Wulf agarró la mano de Erica, asombrado por la ola de desilusión que
se estrelló sobre él. Ella no debía ser suya, podía ser llevada y entregada a un
extraño, no debía ser suya. Apretó los dientes para contener un aluvión de
objeciones que no le harían ningún favor. Al darse cuenta de que estaba
frunciendo el ceño, forzó su rostro a la neutralidad. Sólo se había ofrecido por la
mujer para distraer a De Warenne de cuestionar los motivos de la visita de esa
mañana a Ely. No debería estar sintiéndose así.
Pero, Dios, cómo se amontonaban los arrepentimientos, un montón confuso y
desordenado de ellos. Había que lamentar que, como la propia Érica se había
apresurado a señalar, no fuera un compañero apto para la hija de un Thane.
Cualquier matrimonio entre ellos sería desigual. Esa fue sin duda la principal
objeción de De Warenne. Había el pesar de que, para salvarla a ella y a sus
seguidores de un destino incierto, había estado dispuesto a arriesgar su ambición
caballeresca y a condenarse a sí mismo como un tonto enamorado ante los ojos
de su señor. Había la preocupación de que quizás su deseo de salvarla no había
sido totalmente guiado por la caballerosidad. Le dio una mirada, de reojo: ella se
estaba mordiendo el labio, ese labio inferior que también se puede besar, ese
labio inferior que distrae. Una puñalada de anhelo corrió a través de él. Lo peor de
todo es que la quería. Merde.
Levantó sus dedos hacia los labios de ella, sus ojos buscando los de ella.
—No te abandonaré —murmuró en inglés. —Después de la batalla, debo
escoltarte a la Corte de Winchester.
Mientras intentaba tranquilizarla, Wulf se recriminaba a sí mismo por pedirle
la mano. Cuando llegó a los pantanos, lo último que quería hacer era
comprometerse con una esposa, por muy bella que fuera. Había venido a ganar
honores, tal vez un título de caballero, tal vez alguna tierra. Pero una esposa...
demasiado apresurado, era demasiado pronto para él. Cuando se haya
establecido, tal vez busque una esposa. Pero para entonces sería demasiado tarde
para mirar a Érica de Whitecliffe.
Agitó la cabeza, pero se no pudo despegar de la imagen de Érica sola y
desafiante en la sala de Guthlac, enfrentándose a la crueldad de sus compatriotas
para asegurar un futuro decente para el clan de su padre. No había sido capaz de
mantenerse al margen en ese momento, había tenido que ayudarla, en memoria
de su hermana, Marie.
Entonces, había logrado alejar a Erica de Guthlac, pero ¿para qué? Aquí en Ely
ella estaba a merced de su señor, que podía y quería casarse con ella donde él
quisiera. No era más fácil soportar la idea de que la obligaran a casarse con un
extraño que lo que había sido soportar que Hrothgar la humillara. Era desgarrador,
el efecto que Érica de Whitecliffe tenía en él. Ella lo hizo hacer cosas que ponían
en peligro los planes de toda una vida...
Un silencio expectante le dijo a Wulf que su señor había hablado y que
esperaba una respuesta.
—Yo... lo siento, mi Lord, ¿qué dijo?
—Su espada, capitán, parece que la ha perdido. Puede que no te haya
concedido tu petición de matrimonio, pero puedo proporcionarte una espada
decente. Te estaba preguntando si te importaría elegir otra.
—Yo... Yo... —Wulf se recuperó. —Gracias, de verdad que sí.
—Ven, entonces —De Warenne movió la cabeza hacia la pantalla amarilla de
la parte de atrás de la sala. Tengo una que es perfecta para un hombre de tu altura
y peso.
—¿Y Lady Erica?
—Morgan la vigilará. ¡Morgan!
Uno de los centinelas metió la cabeza por la puerta.
—¿Mi Lord?
—Ocúpate de que esta mujer no se aleje, ¿quieres? Y cuídenla bien, que no
sufra ningún daño.
—Sí, mi Lord.
Las sienes de Erica empezaron a latir... ¿Iba a ser abandonada en un barracón
Normando? Se quedó helada mientras Wulf tocaba ligeramente el dorso de su
mano. Ella no podía fingir apartar sus ojos de él y su toque le provocó un doloroso
retorcijón en su interior ¿Se olvidaría de ella?; era, después de todo, un hombre, y
una vez que se puso a hablar de tácticas con su señor...
—Volveré —dijo Wulf, mientras seguía a De Warenne hasta la cortina
amarilla. —¿Vamos a atacar mañana, mi Lord?
Las anillas de las cortinas resonaron y los dos hombres desaparecieron de la
vista, pero la respuesta de De Warenne flotó hacia ella.
—Sí, mañana. He oído que tienes grandes planes para los arqueros.
—Sí, mi Lord. En Londres conocí a un hombre que había estudiado las tácticas
de los arqueros bizantinos.
—Una zona de tiro, sí, he oído hablar de ello Pero... un ataque nocturno,
FitzRobert, ¿estás seguro? —sus voces se desvanecían, pero Érica captó la
incredulidad en el tono de De Warenne.
—Creo que funcionará. Pero dígame, mi Lord, ¿intentará negociar primero?
Érica se esforzó por escuchar la respuesta de De Warenne, pero en ese
momento el grupo de luchadores, presumiblemente el mismo grupo de
luchadores anterior, irrumpió de nuevo en la sala. Esforzándose lo mejor que
pudo, una Sajona en el corazón del territorio enemigo, Érica encontró un taburete
junto al fuego y deseó ser invisible.
***
24
Abertura en el suelo de una habitación a través de la cual se puede ver lo que hay debajo o comunicar con el piso inferior
25
San Swithun, Swithin, o Svithun (800-8662 DC – (Winchester)) fue un religioso anglosajón, obispo de la ciudad de Winchester,
y un santo para la Iglesia católica y la comunidad anglicana.
sus preparativos y la miró a lo largo de su figura. Había una expresión de cautivado
en sus ojos.
—¿Qué... qué?
La cabeza oscura tembló, sus labios se curvaron.
—Nada, mi Lady, sólo me ha impresionado su belleza. Pensé que me
acostumbraría, pero parece que aún no ha llegado el momento.
¿De verdad? ¿Cree que soy hermosa? Es más probable que busque halagar
porque quiere... .quiere...
Wulf se inclinó hacia delante, los ojos brillando en la luz de la lámpara. Estaba
tan cerca que podía sentir su aliento en su mejilla, cálido y con fragancia de buen
vino francés. Su mirada se dirigió brevemente a sus labios y de vuelta a sus ojos.
Érica podría carecer de experiencia en asuntos de la carne, pero no había duda en
la naturaleza de esa mirada. Sus ojos encapuchados y soñadores le advirtieron que
Wulf no codiciaba simplemente su oro, sus antiguas tierras. Su estómago se tensó
y no fue una sensación desagradable, sino más bien en el camino… ¿de la
anticipación? Se mordió el labio. Seguramente no.
Dedos con callosidades en las yemas alcanzaron su mejilla, tocándola en una
ligera caricia antes de caer. Érica no podía respirar. Su boca estaba seca y
definitivamente no era por miedo… la parte chocante fue que se sintió atraída por
el Capitán FitzRobert. Y lo que es peor, esta no era la simple atracción de un amigo
por otro, pues eran enemigos, esta era la atracción más compleja que una mujer
sentía cuando un hombre... cuando su hombre... ¡no, no, no! Wulf podía haberle
preguntado a su señor si podía tomarla en matrimonio, pero eso fue porque él
codiciaba su tierra y sus riquezas. Él no la amaba. Era simplemente un hombre
joven, y como otros jóvenes tenía sangre caliente cuando se trataba de los
placeres de la carne...
Con más esfuerzo del que le gustaba, apartó su mirada de la de él. ¿Cómo
podría hacerlo? Era Normando, Normando. Su padre nunca la perdonaría. Ella
tuvo que luchar contra esta atracción, que había venido del diablo. Wulf podría
pedir su mano en matrimonio, pero nunca se casaría con él. De Warenne no lo
permitiría.
—Buenas noches —llegó el suave murmullo, y ese ligero toque volvió a su
sien, volviendo su rostro al de él.
Una vez más, vio esa rápida mirada hacia abajo, hacia su boca; notó también
un rayo de color oscuro en sus mejillas… mejillas limpias y afeitadas, mejillas que
anhelaba tocar, para probar su textura. Por pura curiosidad, naturalmente.
Érica no había tocado a muchos hombres y ciertamente no de esa manera. No
se anima a las mujeres nobles a que lo hagan, su pureza debe ser intachable, razón
por la cual Guthlac había elegido que se la humillara. Fue un destino
particularmente terrible para una mujer de alto nivel perder su inocencia,
especialmente una que no estaba casada.
Cuando era niña, Érica había jugado en las rodillas de su padre y le había
tirado de la barba; había tocado a Ailric una vez cuando él la había tentado a
besarlo detrás del establo. La barba de Ailric había sido suave y sedosa, el tacto
había sido mínimo y el beso una decepción, apestaba a taberna. Pero Wulf, si ella
tocara su cara... por qué, el solo pensamiento calentaba su sangre... ¿cómo se
sentiría esa mejilla de aspecto suave?
¿Y si Wulf la besara?
Wulf se inclinó, deslizó sus dedos alrededor de la nuca de ella, y luego se
besaron. O mejor dicho, Érica pensó salvajemente, mientras los labios calientes
cubrían los suyos y el limpio olor masculino de él la rodeaba, él la estaba besando.
Su beso fue sutil, sorprendente, un suave pero implacable asalto a sus sentidos.
Ella no se movió, no para acercarlo ni, para su vergüenza, repelerlo. Se sentó
aturdida en su camastro mientras los dedos de Wulf FitzRobert se deslizaban hacia
adelante y hacia atrás, acariciando su mejilla, su oreja. Le ardían la mejilla y la
oreja. Al parecer su toque tenía ese efecto en ella, calentarla. Besar a Wulf la
calentó. Él derritió sus huesos. Y entonces sus dedos estaban en su nuca,
sujetándola firmemente en su lugar como si temiera que intentara liberarse y él
no quisiera que lo hiciera. ¿Pero por qué debería hacerlo? Escapar era lo último
que tenía en mente. No fue ninguna decepción besar a Wulf.
Se olvidó de respirar. Cuando la lengua de Wulf tocó la suya, un calor
pecaminoso la atravesó y sus pensamientos se confundieron con algo que Érica
temía que fuera lujuria. Había una extraña sensación de caída en su vientre, y ella
deseaba apretarse contra él, para alcanzar ciegamente esos anchos hombros. Sus
párpados se cerraron. Casi podría desear que De Warenne hubiera aceptado su
unión, casi podría desear... el diablo, pensó ella, estos sentimientos tan poco
femeninos han venido del diablo...
—Erica —su voz era ronca. Se echó hacia atrás y le dio un beso en la nariz. —
Debemos ser castos, pero lucharé por usted, mi Lady, no la abandonaré.
Sin aliento, abrió los ojos. Todavía estaba muy cerca, demasiado cerca para un
capitán Normando con el que ella nunca se casaría, y sus ojos ya no eran azules,
eran negros. La estaban observando con esa cuidadosa atención que ella había
notado en él. Ojos de espía. ¿Alguien adecuado? No podía ser él, no podía. ¿Un
capitán Normando ilegítimo? Un partido así nunca sería tolerado, ni siquiera por
los Normandos.
—Wulf... —se lo tragó. No tenía ni idea de lo que estaba a punto de decir.
Sonrió, tan confundido que pasaron unos segundos antes de que ella se diera
cuenta de que sus dedos estaban en su pelo, terminando el trabajo de aflojar su
trenza.
—No, no, no —su voz era terriblemente débil, poco convincente, incluso para
sus oídos. El hombre la había embrujado.
—¿Un beso más, ma belle?
Su boca, clara y tentadora, parecía atraerla, le hacía querer volver hacia él,
apoyarse en ese pecho fuerte.
Sus labios se curvaron. Ella apretó los dedos en los puños para evitar que se
extendiese, pero cuando él le acercó la cabeza, ella colocó la palma de su mano en
el centro de su pecho.
—No —su cara estaba en llamas. —Yo... yo no puedo.
—Ma belle, sólo te pido un beso.
Esa ternura repetida, esa ternura francesa, la hizo entrar en razón.
—N... no, no más.
Otra sonrisa. Los dedos cuidadosos dibujaban círculos en la nuca. La piel de
Érica estaba ardiendo. Más ardiente a un, en todos los lugares que él tocó. Otra
vez le acarició la oreja y aun así le ardía.
—¿Estás tratando de seducirme?
Una frente oscura levantada.
—¿Tendría éxito?
Ella miró hacia otro lado, moviendo la cabeza, pero él la giró su cara de vuelta.
Era decidido cuando quería serlo.
—Todo lo que pido es otro beso, un simple beso que no dañe tu pureza. He
jurado mantenerte casta y eso es lo que haré. Tampoco soy tan tonto como para
asumir que Érica de Whitecliffe daría la bienvenida a un Normando y a un
bastardo en su cama, o... —se detuvo, la luz desaparecía de sus ojos, —en su
cuerpo.
Ahí estaba otra vez, esa riqueza de dureza y dolor en su tono. A Érica no le
gustaba oírlo. A ella tampoco le gustó cuando él suspiró y su mano desapareció. Se
echó hacia atrás en la cama que había hecho para sí mismo y se ocupó de
desenrollar los ribetes de sus piernas, enrollándolas en una bobina limpia y
colocándolas cuidadosamente debajo de los aleros. Algo en el gesto le llamó la
atención, pero no pudo decir por qué. Le dolía el corazón.
—¿Wulf?
—¿Mmm?
—Yo... te agradezco por cuidarme —casi soltó la verdad, que parte de ella
anhelaba otro beso. Ella quería poder decirle que se habría casado con él, si su
señor hubiera estado de acuerdo. Se le escapó un suspiro por eso, por supuesto,
era lo último que podía hacer. —¿Wulf?
—¿Sí?
—Me has sorprendido, me pregunto… ¿cómo hablas inglés con tanta fluidez?
—en el refugio del pescador Érica se había impactado de que Wulf era un
Normando que había paralizado que su mente…. Pero se estaba dando cuenta de
que para que él hablara inglés como un nativo, debía ser en parte Sajón…
—Mi madre —indicó las bobinas que había hecho de sus ribetes de piernas. —
Mi madre era Sajona, vivíamos en Londres, donde hacía trenzas para atar las
medias. De ahí mi nombre 26.
Ella parpadeó, murmurando:
—Brader, ya veo. Así que tu nombre Sajón es un nombre verdadero.
—Sí, pero también tengo un nombre Normando. Mi Lord me conoce como
FitzRobert.
—Sí, pero eres medio Sajón —Erica lo miró fijamente, preguntándose cómo
debe ser, su conciencia, debe estar turbada por lealtades divididas. —¿Tu madre
vive en Londres?
La cabeza oscura tembló.
—Murió cuando yo estaba en mi octavo año.
—¿Y realmente conociste al Rey Harold? —preguntó ella, preguntándose si
había algo de verdad en lo que le había dicho en el castillo rebelde. No todo podría
haber sido mentira, de lo contrario Thane Guthlac no lo habría reclutado como
parte de su grupo de guerreros.
—Sí, como dije, en Southwark. Entonces era el Conde Harold.
Las fijaciones de los ribetes de Wulf eran azules, Érica lo había notado en el
castillo de Guthlac porque contrastaban vívidamente con el resto de su atuendo,
que era liso y sin adornos. Su madre Sajona debía haberlos hecho; para que Wulf
los haya conservado durante años, debe haberla amado.
—Tu madre las hizo —dijo, conmovida, luchando por imaginar a Wulf como
un niño pequeño que había perdido a su madre. —¿Y después de su muerte?
—Mi padre vino a buscarme, me llevó de vuelta a Honfleur para vivir con su
familia legítima.
Ese ligero énfasis en la palabra legítimo insinuaba las dificultades que Wulf
debió haber encontrado cuando fue arrojado a la esposa de su padre. ¿Lo había
26
NT. Brader: proveniente de "Braid" (vt. tejer) tenejor, tejedor de trenzas, en este caso trenzas para sujetar las medias de la
época.
acogido la mujer en su casa, o lo había odiado, un recuerdo permanente y viviente
de la relación de su marido con una amante Sajona? La madrastra de Wulf habría
tenido que poseer una fuerza de carácter inusual para no descargar sus celos
sobre él.
—¿Honfleur?
La boca de Wulf se retorció.
—Un puerto Normando. Mi padre es un comerciante de vinos.
—Pero tú eres parcialmente Sajón —el corazón de Érica estaba más ligero.
Ella frunció el ceño. ¿Por qué le gustó esto? No debería complacerla; Wulf seguía
siendo medio Normando, y respondía a un señor Normando.
—Sí —Wulf debe haber sentido su ambivalencia, pues su boca se levantó en
una esquina y se inclinó hacia ella. —¿Alguien que es medio Sajón merece ese
segundo beso?
—¡Por supuesto que no!
Se encogió de hombros y cogió el postigo de la linterna. La luz se oscureció y
rodó en su capa entre un susurro de paja.
Con mucho cuidado, Érica se instaló. Así que, Wulf FitzRobert también era
Wulf Brader. Había nacido en Inglaterra, pero su padre lo había llevado a vivir a
Normandía. ¿Cómo debe haber sido la vida para un pequeño niño Sajón, llevado a
un país extranjero? ¿Cómo se sintió en el salón de Guthlac, desgarrado por las
viejas lealtades y por lo nuevo? No pudo haber sido fácil.
—¿Wulf?
Su voz volvió a flotar a través de la fría oscuridad.
—No puedo hablar toda la noche. Duérmete, mi Lady, hay mucho que hacer
por la mañana.
***
Érica se despertó con el primer canto del gallo, parpadeando en una luz gris.
La lámpara del gancho se había agotado, y la luz del día se filtraba a través de las
grietas en la paja y las tablas en el extremo del hastial. Le tomó un momento
recordar dónde estaba, en el establo de la guarnición Normanda de Ely.
Wulf yacía sobre su espalda a una distancia de una espada, con una mano
sobre sus ojos. Sigue durmiendo. Al tragar, Érica echó la cabeza hacia atrás para
mirarlo. Contra todo pronóstico, ella había tenido otra buena noche de descanso a
su lado. Parecería que las únicas oportunidades en las que había dormido bien en
East Anglia era cuando este hombre estaba cerca.
Mordiéndose el labio, estudió la mano… la derecha… que cubría sus ojos y
ocultaba el peor de sus moretones. Estaba relajado, los dedos se rizaron un poco,
y la luz fortalecedora cayó sobre las callosidades de la palma de su mano. Eran los
callos de un guerrero, un Normando. Wulf podría ser parcialmente Sajón, pero
había jurado a De Warenne que defendería las reivindicaciones del Rey Normando
contra sus compatriotas Sajones. El arrepentimiento era un dolor agudo en su
vientre.
Calculó que tendría unos veinte años, pero él tenía el autocontrol de un
hombre más experimentado. Su sentido del honor era fuerte, tan fuerte como ese
gran cuerpo. Ahora se dio cuenta de que el nerviosismo que había sentido al
pensar en volver a acostarse con él había sido emoción, no miedo. Wulf nunca la
deshonraría. Su mirada se detuvo en sus anchos hombros, viajó de arriba abajo, a
todo su largo… Wulf nunca usaría su fuerza en contra de ella, como Hrothgar lo
habría hecho. No, aquí yace un hombre… el único hombre… que, si fuera
totalmente Sajón, podría haberla tentado a querer casarse, por razones que no
tienen nada que ver con la política...
No, no, no. Ese camino no debía transitar este camino. Wulf era, o lo habría
sido, enemigo de su padre. Él le había mentido. A pesar de esto, ella no sentía odio
hacia él, Wulf nunca pudría hacerle sentir odio o miedo. Sus dientes continuaron
mordisqueando su labio inferior. Era tan grande y sólido, a ella le gustaba eso de
él. ¿Fue eso lo que lo hizo parecer confiable? Y cálido, él también era cálido. Una
sonrisa se le escapó. El tamaño y el calor de Wulf habían contribuido en gran
medida a la solidez de su sueño.
Pero en estos días su lealtad estaba con los Normandos. Suspirando, Érica
rodó sobre su espalda y miró fijamente una grieta en las vigas. Era un acertijo, la
atracción que sentía por este hombre. Pero ciertamente en los meses desde que
huyó de Whitecliffe Hall, ella sólo había dormido tres noches decentes y cada una
de ellas había estado en su compañía.
Había confiado en él en el castillo de Guthlac, cuando la había salvado de
Hrothgar; había confiado en él después de que la hubiera alejado del castillo en los
pantanos. Pero en ambas ocasiones ella había pensado que era Sajón. Esta
mañana conocía sus verdaderos colores, sabía que era capaz de mentirle y, sin
embargo, otra mirada de reojo y miraba fijamente la línea de su nariz, la curva de
esos labios finamente cortados, el crecimiento nocturno de barba en sus mejillas
magulladas, y sin embargo, enemigo o no, alguna parte de ella, alguna parte
instintiva y profunda, confiaba en él.
Wulf se movió y suspiró. Su mano se movió y ella se encontró con esa mirada
azul intensa.
—Buenos días —alargó la mano para seguir un largo dedo por la mejilla de
ella. El calor floreció dentro de ella. —¿Ya cantó el gallo?
—Sí —cielos, el hombre incluso afectaba la voz de Érica, estaba croando como
la de una rana.
Bostezando, Wulf se sentó y se puso a quitarse la paja de su túnica.
—Demonios, estoy cansado, podría dormir hasta el mediodía.
Tuvo que aclararse la garganta para hablar.
—Conozco ese sentimiento —¿Cuál era el problema con su voz? Esperaba no
haber cogido un resfriado.
Wulf se puso en pie y le ofreció su mano y la levantó.
—Lady, mi deber es con mi Lord esta mañana, le pido que se quede aquí.
Érica levantó la barbilla.
—¿En el establo? ¿Esta es mi prisión, entonces?
—¿Prisión? Por supuesto que no. Pero... —reteniendo su mano, se acercó y
tiró de ella hacia él. Cuando deslizó sus manos alrededor de su cintura, Érica se
encontró a sí misma sosteniendo la respiración e inclinando sus labios un poco,
sólo un poco, para permitirle... Pero él simplemente presionó un beso rápido e
irritantemente casto en su frente y la apartó firmemente. —Mi Lady, ¿me
promete hacer lo que le pido?
Tragando su desilusión, habría querido ese segundo beso anoche, ese beso de
amante, como lo quería esta mañana. No, no se debía dejar desilusionar, era una
mujer de alto linaje, y no se debía dejar llevar por sentimientos enviados por el
diablo, por muy tentadores que fueran. Era muy confuso. Apresuradamente, se
sacudió el polvo de sus faldas.
—¿Mi Lady? Necesito esa promesa, debe quedarse aquí hasta que regrese.
Su mano se extendió, tomó su antebrazo, ella pudo sentir el músculo y el
tendón a través de su túnica.
—Saewulf...
—Wulf, ¿recuerdas?
—Wulf —era tan alto, sus hombros tan anchos. ¿Y por qué no tenía aliento?,
¿porque estaba a punto de mentir? No podía quedarse aquí, su deber no se lo
permitía. —Lo... lo prometo.
—Estoy preparado para luchar por ti.
Ella se le quedó mirando fijamente.
—Sí, dijiste eso anoche, pero...
Wulf se pasó los dedos por el pelo, tratando de ordenar su cabellera.
—En el salón, usted consintió en casarse conmigo.
—Pero tu señor se negó, y además...
—No quieres casarte conmigo —su voz era plana. —Sólo accediste por salvar
a tu gente.
Érica no dijo nada. Sus ojos azules sostenían los de ella, su expresión era tan
determinada que no podía dudar de que él quería casarse con ella. De Warenne
podría no haber bendecido su unión, pero Wulf FitzRobert quería casarse con ella.
Cómo pensaba que lo lograría ante la oposición de su señor era un misterio,
pero...
Erica apartó la mirada y miró una paca de heno. Si estuvieran casados, ella
tendría que hacerlo... tendrían que hacerlo... este guapo y joven guerrero tendría
derecho a... oh, Cielos. De alguna manera, lo que una vez había contemplado
fríamente en relación con Ailric parecía otra cosa totalmente distinta con Wulf. No
había habido calor esa vez cuando Ailric la había besado, ni un rastro ardiente
donde sus dedos la habían tocado, ni una sensación de caída en picado en lo
profundo de su corazón. Ailric nunca la dejaría sin aliento. Incluso, en aras de una
tregua entre su pueblo y el de Guthlac, había estado dispuesta a sacrificarse con
Hrothgar, un hombre al que nunca podría gustarle aunque viviera mil años. Pero
Wulff, la forma en que sus ojos parecían llegar a su corazón, la forma en que le
robó el aliento. La idea de permitirle pasar esas grandes manos por encima de su
piel desnuda...
Santo Dios, ¿qué la había poseído para que accediera a casarse con este
hombre? Por supuesto, De Warenne había rechazado su petición y en realidad
Wulf no desobedecería a su señor, pero ¿qué pasaría si De Warenne hubiera
aceptado? En realidad, Érica nunca podría haberse casado con Wulf. Se le ocurrió
que la razón por la que no podía casarse con él no tenía nada que ver con la
sangre Normanda de Wulf; no, Érica no podía casarse con Wulf Fitz-Robert porque
él la hacía sentir.
Cuando Ailric regresó de la taberna con el olor a perfume de mujer aferrado a
su túnica, no sintió más que una leve exasperación. ¿Pero si Wulf fuera a visitar a
las chicas de la taberna? Sus entrañas se atascaban, tenía que admitir que el
pensamiento era perturbador. Pero, ¿por qué la idea de que Wulf se comportara
como Ailric le molestaba? Sólo lo conocía desde hacía unos días. Ciertamente que
la había salvado de la rapiña, pero también había conspirado con los enemigos de
su padre contra su pueblo, era un mentiroso y un embaucador.
Sin embargo, parecía totalmente honorable y su señor tenía plena fe en él
como táctico y como hombre. Se tragó un suspiro. Y ella lo había aceptado como
totalmente Sajón; parecía que su juicio no era confiable en lo que respectaba a
Wulf FitzRobert.
—Así que, mi Lady... —Wulf sacudió su capa con un chasquido. —¿recuerdas
tu promesa de permanecer en el recinto?
—Yo... ¿lo siento?
Se enrolló el manto alrededor de los hombros.
—Por su seguridad. Su persona estará a salvo aquí. Y si te falta algo, el
muchacho de abajo, el que duerme en el establo vacío, tratará de ayudarte. Su
nombre es Gil. Habla poco inglés, pero le he dicho que es hora de que aprenda —
le envió una sonrisa torcida y su corazón se estremeció. —Cree que seré
nombrado caballero y tiene ganas de ser mi escudero. Dado mi nacimiento, es
poco probable que tenga razón, pero le he dicho que no aceptaría a ningún
escudero que no hablara inglés.
Érica inclinó la cabeza hacia un lado.
—Esa es tu principal ambición, ¿no es así, ser nombrado caballero?
Una ceja oscura se arqueó hacia arriba.
—Digamos que es una ambición que he mantenido durante muchos años,
pero estoy empezando a ver que nunca la alcanzaré —cogió el anillo que permitía
manipular la trampilla. —Mi Lord me negó la recompensa que realmente quería.
Wulf se refería a ella, ella sabía que sí, pero no creía que la quisiera
personalmente. En primer lugar, Wulf quería un ascenso. ¿Y la atracción carnal
que había estallado entre ellos? Eso ocupaba el segundo lugar detrás de sus
ambiciones. En cuanto al amor... ¿amor? Era una tonta si pensaba encontrar el
amor aquí. Sólo las mujeres, pensó ella, anhelaban el amor; los hombres se
sentían atraídos por sus ambiciones. La política lo era todo para un hombre. Ailric
la había querido porque era hija de un Thane, y Wulf probablemente la quería por
lo mismo.
—Pregúntale a Gil si necesitas algo —decía. —Tendrás que ser paciente con su
falta de inglés, pero es un buen muchacho. Y, ¿Erica...?
—¿Sí?
Wulf se bajó por la abertura.
—Sería más seguro para ti si tuvieras en cuenta tu promesa de no abandonar
la guarnición.
Érica vio su cabeza oscura desaparecer mientras bajaba por la escalera. ¿Sería
más seguro para ella quedarse en la guarnición? Su pie dio un golpecito. ¿Wulf la
consideraba más segura entre los Normandos que entre los suyos?
Su voz la alcanzó, ligeramente amortiguada.
—Si no te veo esta noche, te veré por la mañana. Gil te traerá luz, comida y
agua, lo que necesites. Él protegerá tu sueño. Adiós, mi Lady.
Érica permaneció inmóvil mientras sus rápidos pasos se desvanecían. Un
caballo sofocado, un gallo cantando. Iba a entrar en batalla contra sus
compatriotas, una batalla en la que los hombres serían mutilados y asesinados,
pero hablaba como si simplemente fuera a dar un paseo. Ella no quería verlo
herido, no quería ver herirlo a nadie. Brevemente, cerró los ojos. Si Dios quiere,
Wulf regresaría a salvo a la guarnición, pero cuando lo hiciera, ella ya se habría
ido.
—No puedo casarme contigo —susurró, —como tampoco puedo
acompañarte a Winchester como manda De Warenne. No me someteré a que me
entreguen a un señor Normando.
A Érica le dolía el pecho. Wulf FitzRobert podría deber su lealtad a un señor
Normando, pero era un buen hombre y parecía tener una fascinación peculiar por
ella. ¿Era esta fascinación lo suficientemente fuerte como para hacerla olvidar su
deber?
Las palabras de su padre resonaron en su cerebro. Corta tus pérdidas, dijo su
voz. Rara vez podemos tener todo lo que queremos, así que es vital aprender
cuándo reducir sus pérdidas. No te equivocarás mucho si recuerdas tu deber.
En ese instante, Érica supo lo que debía hacer. Su padre no era sólo un
guerrero, su padre también había sido un líder sabio. Tenía que pensar en su
gente, eso debe tener prioridad sobre una promesa hecha a un hombre que
participaba en la campaña contra Thane Guthlac.
Se demoró lo suficiente como para dar tiempo a que Wulf se alejara del patio.
Por mucho que le doliera el corazón, por mucho que se arrepintiera de tener que
romper la promesa que le hizo, tenía que sacarlo de su vida.
¿Y qué hay de Ailric y Hereward, languideciendo en la cárcel de Guthlac?
Apretó los dientes. ¿Ellos eran más pérdidas que tendría que manejar? Sí, por
mucho que le doliera, tendría que abandonar a Ailric y Hereward a su suerte. Eran
sólo dos vidas y ella tenía que considerar un par de cientos. No sólo estaba su clan,
sino también el resto de la banda de guerreros de su padre, los housecarls del clan
que se habían adentrado más en el pantano, que debían tener prioridad sobre
Ailric y Hereward. Sin mencionar a sus esposas e hijos...
El deber de Erica era claro, llevar un mensaje a la sus guerreros, y cuanto
antes mejor, preferiblemente mientras Wulf y su señor estaban ocupados con
Thane Guthlac. Nadie tendría tiempo de tomar nota de ella, y Wulf -noble tonto-
aparentemente la consideraba atada a su promesa de permanecer en la
guarnición.
¿Qué tan difícil sería escurrírsele al chico Gil? Mordiéndose un dedo, escuchó
los movimientos de abajo. Había hombres que hablaban francés Normando. Oyó
una tos y un chisporroteo de risa, oyó a las tropas vagando por los adoquines, oyó
a los caballos...
Su aliento se emplumó como la niebla en el aire de enero. Es curioso que sólo
en ese momento se haya dado cuenta del frío. Temblando, se abrochó la capa y
fijó a su cinturón la bolsa que contenía los brazaletes de su padre. Era extraño,
también, que Wulf no la hubiera despojado de éstos. La ley normanda estaba
hecha para los hombres y seguramente eso significaba que el oro de su padre
pertenecía a De Warenne. Wulf habría estado en su derecho de tomarlos por él;
en su apuro por la próxima batalla ante Thane Guthlac debía haberlo olvidado.
Abriendo la bolsa y sacando un par de brazaletes, se los puso. Dudó antes de
sacar otro, y luego de eso también, se lo puso. Arrugando la frente, ajustó el
cordón de la bolsa. De Warenne no podía haber querido que se quedara con ellos;
los Normandos eran conocidos por ser una raza avariciosa. Y si bien su
conocimiento de las costumbres Normandas era escaso, había oído que a sus
mujeres no se les permitía poseer propiedades por derecho propio. Todo, hasta el
dedal más pequeño que “pertenecía” a una mujer normanda, en realidad
pertenecía al padre de la mujer, y una vez casada la mujer, a su marido.
Se formó un bulto frío en el vientre de Erica. Por eso, naturalmente, Wulf
había pedido casarse con ella; había visto el tesoro de su padre, conocía su
situación. Al girar y ajustar los brazaletes de su muñeca, sus pensamientos
siguieron su curso. Los brazaletes deben de haberse deslizado fuera de la mente
de Wulf, eclipsados por la preocupación por la próxima batalla.
Más tonto él, porque esta mañana Érica tenía un uso para el oro de su padre.
Capítulo 14
Moviéndose hacia la trampilla, Érica miró hacia abajo. La paja estaba
esparcida por el suelo empedrado; un caballo relinchó, sus cascos sonaban al
paso. Mejor que Wulf la hubiera atado, pues así ella no se consideraría obligada
por su promesa de quedarse aquí, como tampoco estaba obligada a acompañarlo
a la Corte del Rey en Winchester. No importaba que hubiera estado pensando en
lo impensable, que pudiera sentir algo de simpatía por el hombre. Debía ser
realista. Wulf podría ser parcialmente Sajón, pero no dudó en trabajar contra
Thane Guthlac. Miró ciegamente a la escalera de mano. ¿Había sido fácil engañar
a los rebeldes? ¿Le había molestado en su conciencia? No importa. Las lealtades
de Wulf le habían llevado a mentirle, ella no podía confiar en él.
Y en cuanto a su aceptación de su oferta de matrimonio, que, igual a la
promesa que ella acababa de hacerle, había sido hecha mientras ella estaba bajo
coacción. Con amenazas tácitas sobre Morcar y Osred, y la amenaza adicional de
que Wulf podría revelar a De Warenne de que otros miembros de su clan estaban
merodeando en Market Square, Érica habría prometido casarse con el propio Rey
William. Había pensado en ganar tiempo para ganar la libertad de su pueblo, un
noble objetivo. Sin embargo, la culpa se retorcía en su interior: ella, Lady Erica de
Whitecliffe, estaba a punto de romper su palabra.
No, no lo estaba. Estaba disminuyendo sus pérdidas exactamente como su
padre lo hubiera deseado. Una promesa extraída bajo coacción no era una
promesa verdadera; no tenía que cumplirse. El primer deber de Érica fue con su
pueblo; muchas vidas dependían de ella.
Enderezando sus hombros, transfirió sus faldas a una mano y agarró la
escalera. No volveré a ver a Wulf, dijo en su mente mientras bajaba peldaño por
peldaño. Y no me importa que piense mal de mí. Si lo repitiera lo suficiente,
adquiriría visos de verdad. A mí no me importa.
De vuelta en tierra firme, se movió silenciosamente más allá, hasta el final de
la barraca. El joven que Wulf había mencionado no estaba despierto como ella se
había imaginado, sino que yacía dormido, enroscado en una bola en el establo
más cercano a la puerta. Gracias al Señor. Mirando a Gil en una breve ojeada, se le
acercó y se detuvo en el umbral.
Todavía no era completamente de día. El cielo estaba despejado, pero una
nube grisácea colgaba sobre el patio. Un ejército de soldados en cota de malla
llenó el patio de la guarnición, tropa tras tropa, tras tropa. Palpitando con la vista,
el corazón de Érica se estremeció y por un momento fue incapaz de moverse.
Forzando su mente tratando de superar su pánico, miró más allá de los soldados.
El edificio contiguo al vestíbulo tenía salidas de humo que salían por las rejillas
de ventilación del techo. Debe ser la casa del horno; incluso al otro lado del patio
el olor a pan recién horneado era lo suficientemente fuerte como para hacer que
se le hiciera agua la boca. Una niña emergió con una bandeja de panes y, riendo,
esquivó a un arquero con la mano extendida. Cuando llegó al salón, había un pan
menos en su bandeja...
El sol había salido por encima de la empalizada de la guarnición; estaba
mirando a través de la cadena de los hombres que salían por la puerta. Las
pesadas botas golpeaban los adoquines, las armas sonaban. Tan pronto como la
tropa pasó por debajo de la reja levadiza, otro grupo armado entró.
¿Todo el ejército normando estaba estacionado en Ely?
El aliento de los soldados los rodeaba como humo, y en la mente de Érica la
tropa que regresaba se transfiguraba en un dragón metálico, un dragón que
respiraba fuego con un ruido más fuerte que los golpes del martillo de Thor en
Valhalla 27. Era suficiente para hacer temer que los viejos dioses volvieran a
caminar.
Se apoyó en el poste de la puerta del establo y se encogió en su capa,
intentando mirar sin ser observada. La tropa que regresaba rompió filas, y ante
sus ojos el temible dragón se desintegró. Un soldado se quitó el casco, mostrando
a un muchacho de pelo despeinado y rostro que podría haberlo convertido en
27
NT. En la mitología nórdica, Valhalla (del nórdico antiguo Valhöll, «salón de los caídos») es un enorme y majestuoso salón
ubicado en la ciudad de Asgard gobernada por Odín, principal dios nórdico. Thor, que significa trueno, es hijo de Odín.
gemelo de Cadfael; otro apoyó su lanza contra la pared del salón e hizo un gesto a
un camarada para que le ayudara a quitarse la camisa de cadenas. Varios se
dirigieron directamente a un abrevadero, el agua brilló al salpicarles las caras;
otros relajaron los músculos de los hombros y formaron una línea para llegar a la
casa del horno. Hombres cansados, hombres que sufrían y tenían hambre, seres
humanos como ella.
Sintiéndose de alguna manera “culpable” por estar observando, Érica giró los
brazaletes de su padre en su muñeca y aspiró en un suspiro profundo. Debería ser
un consuelo saber que muchos de estos Normandos eran poco más que niños,
niños como Cadfael. No le harían daño, especialmente porque había sido puesta
bajo la protección del Capitán FitzRobert. Armándose de valentía, entró en el
patio.
Nubes de color peltre se dirigían hacia el este, pero había un claro tinte
amarillo en el cielo. ¿Nieve? Aguantando la respiración, esperando a que la
detuvieran, Érica caminó de forma regular, tratando de no llamar la atención,
hacia el edificio que había identificado como la casa del horno.
Primero, necesitaba provisiones.
Segundo, hablaría con Morcar y Osred.
Una vez más la culpa se elevó dentro de ella, pensará mal de ti, su
sentimientos tenían un sabor amargo. Cabizbaja, intentando no mirar a los ojos de
ninguno de los soldados, continuó por el patio.
¿Cómo reaccionaría Wulf cuando encontrara que se había ido?... ¿Encogería
sus amplios hombros y la olvidaría? ¿Se enfadaría?… ¿Vería su deserción como
una afrenta a su orgullo? ¿Intentaría encontrarla? No es que le importara, estaba
minimizando sus pérdidas.
La puerta de la casa del horno estaba abierta y, cuando se acercó, emergieron
un par de arqueros con sacos de cuero manchado. Estaban metiéndose trozos de
pan en la boca, gimiendo de agradecimiento. Era difícil no sonreír, pero lo logró.
Los arqueros se quedaron en silencio. Uno se tragó el pan y, limpiándose la boca
con su guarda muñeca de cuero, le hizo una sonrisa de oveja. El otro, todavía
masticando, le hizo una reverencia irónica y la saludó con una mano indicándole
que pasara.
Con el pulso a saltos, Érica pasó a un lado. Era como chocar contra una pared
cálida. El panadero estaba sacando un lote de panes de un horno de ladrillo;
cuando se volvió hacia ella, se sorprendió enormemente. Sajón… el pelo largo y la
barba del panadero estaban al estilo Sajón…
Sus ojos la miraban de arriba a abajo, al tiempo que la juzgaba.
—¿Lady? —su cara era carmesí. El sudor corría por su cara y en su barba
oscureciendo el cuello de su túnica.
Preguntándose qué pensaba de ella, sintió un rubor en sus mejillas que de
ninguna manera estaba conectado con el calor en la casa del horno, Érica levantó
su barbilla.
—Necesito un par de panes, por favor.
—¿Y quién eres tú?
No había razón para mentir.
—Érica de Whitecliffe.
La mirada del panadero se agudizó.
—Usted es la dama Sajona que vino ayer.
—Yo... sí.
—Con el Capitán FitzRobert.
—Sí —sus mejillas ardían y se preparó para un comentario lascivo sobre pasar
la noche en los establos con el capitán de De Warenne, pero no llegó ninguno.
Aparentemente el nombre FitzRobert llevaba con él una medida de respeto.
—Sírvete tú misma —limpiándose la frente, indicó un lote de panes que se
enfriaban en un taburete. Érica tomó dos y los envolvió cuidadosamente en una
pieza de arpillera. Estaban deliciosamente calientes.
Sintiendo que la mirada interesada del panadero yacía en su espalda,
murmuró un agradecimiento y se apresuró en salir.
A continuación, se trataba de Morcar y Osred. Tenía la sensación de que esto
no sería tan simple...
Al llegar al edificio de la prisión, dejó caer los panes a un lado de la puerta y se
acercó al guardia. Se puso fría cuando lo miró. Este no es ningún niño, se dio
cuenta, mirando más allá del protector de nariz de metal de su casco a los ojos
que eran grises y duros como pedernal.
—Por favor, señor —dijo ella, haciendo una demostración deliberada
mientras jugaba con uno de los brazaletes de su padre. Se lo ponía y se lo quitaba,
mirándolo fijamente para dejar claro al hombre lo que podría ser suyo, en caso de
que accediera a dejarla pasar. Vamos… colgando los brazaletes delante de él.
Recordando mantener su actuación de no entender el francés en absoluto, se
aseguró de hablar en inglés. —Por favor, señor, me gustaría hablar con los
prisioneros que fueron traídos ayer por la tarde.
Encendido, apagado. Encendido, apagado. El brazalete en su brazo brillaba
suavemente a la luz de la mañana mientras ella lo movía entre el dedo y el pulgar.
El hombre hablaba inglés, al menos lo suficiente como para darse cuenta de lo que
estaba haciendo, ya que los ojos de color rojizo del guardia se movían de los suyos
al anillo del brazo y viceversa. Y aunque el mercader no le había ofrecido mucho
ayer, el anillo en el brazo tenía que valer una fortuna para un hombre común
como él. Puede que los Normandos no valoren los brazaletes por su valor artístico,
pero debían tener algún valor en términos mercenarios...
El yelmo del guardia ocultaba la mayor parte de su expresión, pero sus labios
se tensaron.
—No, mi Lady —agitó la cabeza. —No puede pasar.
—Por favor, señor.
—¡No!
Sería inútil discutir, Érica lo oyó en su tono. Un hombre de piedra, el segundo
grupo de soldados llegaría antes de que éste cediera. Como Wulf, el soldado
estaba cumpliendo sus órdenes. Se tragó un suspiro; sólo debe haber dos hombres
así en toda la raza Normanda y, naturalmente, tuvo que enfrentarse a ambos.
Pero por el bien de Morcar y Osred, debe intentarlo una vez más. Mencionar el
nombre de Wulf había funcionado como un encanto en el panadero, tal vez aquí...
—Por favor, señor, se lo ruego. Capitán FitzRobert...
Pero esta vez el nombre de Wulf no tenía encanto; los ojos saltones la
miraban fijamente, y él ni siquiera se dignó a responder.
Los hombros de Érica se inclinaron en señal de resignación, aunque la
respuesta del soldado no había sido una sorpresa. Con una mueca de dolor, volvió
a poner el brazalete de su padre en su puño, levantó los panes y comenzó a
caminar de regreso a los establos. Los ojos del guardia se clavaron en sus
omóplatos a cada paso del camino.
Al llegar a la puerta del establo, miró hacia atrás. El hombre había sido atraído
a conversar con un compañero soldado, alabando a los santos. Todo el cuerpo de
Érica temblaba.
Ya era hora.
Con una rápida y furtiva mirada alrededor del recinto, Érica dio un par de
pasos a un lado, y caminó hacia el puerto abierto y la calle más allá. Sé valiente, se
dijo a sí misma, abrazando los panes en su pecho, sé valiente. No hay necesidad de
culparse. Wulf no tiene derecho a retenerte, no cuando le diste tu palabra para
ganar tiempo. Piensa en Solveig y Cadfael, piensa en Hrolf y en los otros que te
necesitan...
Con audacia, sonrió a los guardias junto a la valla levadiza y pasó junto a ellos
hasta llegar a la calle. Nadie intentó retenerla. Inmediatamente giró a la izquierda,
hacia los muelles. Con oídos atentos, cada músculo tensado por el grito que sería
su señal para levantarse las faldas y volar, dio un paso casual, luego otro. Y otro...
En una herrería el horno brillaba como el ojo del diablo, y el herrero se dirigía
hacia él con martillo y tenazas. Érica pasó por aquí sin incidentes. Luego vino un
puesto de carnicero. Un par de gansos colgaban del toldo, desplumados y listos
para la olla, cerca de ellos un cerdo negro estaba atado a un poste, rascándose la
oreja con su pata trasera. Local que, también, se pasó sin hacerse notar.
Con valentía. Con valentía. Bordeó un poco de estiércol, se resbaló en un
pedazo de hielo y casi se cae.
Más adelante, la calle se abría al mercado propiamente dicho; más allá estaba
la empalizada de la ciudad y los muelles. ¡Libertad! El aire de enero colgaba
pesadamente en sus pulmones, su pecho se sentía apretado. Apenas podía
respirar, preparada como estaba para el grito que le diría que su relación con el
Capitán Wulf FitzRobert no había llegado a su fin.
El cielo se veía más ventoso, una tormenta de nieve se estaba gestando y ella
tenía mucho que hacer antes de que se desencadenara. Una ola de cansancio se
apoderó de ella. Ojalá no estuviera sola. Era muy desalentador, pero por primera
vez desde que huyó de Lewes, Érica se encontró contemplando una cierta derrota.
Había muchos Normandos, ¿se había propuesto una tarea imposible? Pero no
podía echarse atrás, no cuando los demás dependían de ella. Suspiró. Aunque
últimamente había dejado una guarnición que estaba a punto de estallar con los
Normandos, y aunque la gente de Eel Island 28 le pasaba por los lados a
empujones… barqueros, vendedores ambulantes, gente del pueblo… nunca se
había sentido tan sola.
Sé valiente, eres la hija de Thane Eric, tu deber no puede ser eludido. La lucha
debe continuar.
¿Incluso si has perdido el gusto por ello? —preguntó un demonio.
Incluso entonces.
Erica aumentó su ritmo, pasando rápidamente por delante de una mujer que
sacaba castañas calientes de un brasero, por delante de un hombre que vendía
vino de una caldera humeante...
Finalmente, estaba parada fuera de los límites de la ciudad en el muelle de
Ely, mirando a su alrededor, esperando contra toda esperanza que pudiera ver a
uno u otro miembro de su clan. Ayer, les había dado instrucciones de que si no
regresaba, se adentraran más en los pantanos para encontrarse con los guerreros
de su padre. Por supuesto que esperaba que la hubieran obedecido, pero uno de
ellos podría haber esperado...
Hubo una oleada en la puerta del agua que fue desde la plaza del mercado
hasta los muelles. Un grito. Poco a poco la puerta se abrió y figuras en cota de
malla entraron en tropel. Los soldados corrían por todos los muelles y
embarcaderos, largas filas de ellos, como muchas serpientes plateadas. Había
arqueros con cecinas de cuero, sus aljabas con flechas. Las órdenes sonaban por el
28
NT. Denominación en ingles antiguo para la isla de Ely.
aire, los embarcaderos gemían. Y entonces, mientras la mirada de Érica pasaba
por encima de un grupo de barqueros, su atención se vio atrapada por una figura
particularmente alta, un hombre distinguido, de hombros anchos, vestido con una
túnica marrón y una capa del color del... ¿Wulf?
Pero, no, no podía ser Wulf, Wulf ya se había puesto en marcha en su misión
para para cumplir la misión encomendada por su señor, debería estar en ello. Otro
capitán Normando dirigía una tropa hacia una de las barcazas, pero no tenía la
altura de Wulf. Otro más se apresuraba con un grupo de arqueros, este era
demasiado fornido. Y otro... Señor, ¿qué estaba haciendo, buscando a Wulf
FitzRobert cuando debería estar buscando a Cadfael o a Solveig?
Elevando sus faldas para librarse de un lío de cabezas de anguila y tripas de
pescado en el entarimado, Érica se abrió paso por uno de los muelles más vacíos.
Un barquero Sajón en uno de los botes de remos más pequeños sonrió. La
barba que sobresalía de su voluminosa capucha era negra y tupida, sus ojos eran
agudos.
—¿Necesita un barco, mi Lady?
—Tal vez —Érica se tocó un anillo en su brazo.
El barquero se acarició la barba.
—No busques más, Alfred es tu hombre —golpeó el costado de su bote con
un remo. El roble más fino, de construcción sólida. —¿Adónde vas, a la carretera
de Londres?
Érica hizo girar el anillo del brazo.
—Más tarde, tal vez. Pero primero, tengo otro destino en mente. Me dirijo a
una posada llamada Willow. ¿La conoces?
Alfred se quedó muy quieto.
—¿Será una que se llamaba Wicken Fen, en el oeste?
—Creo que sí, pero yo misma no he estado allí.
—El Willow no es un buen lugar para una jovencita no acompañada... —Alfred
se tiró de la barba y bajó la voz. —Lleno de rebeldes y proscritos.
La barbilla de Érica se levantó.
—Sin embargo, necesito llegar allí. ¿Me llevarás? —ella giró el brazalete de su
padre en su muñeca.
—Te dejaré ahí, pero no me quedaré, el lugar me da escalofríos. Y si uno de
ellos... —Alfred sacudió la cabeza, dirigiéndose a los soldados que subían a bordo
de una de las barcazas, —… descubre que he estado allí, mis días de transbordo se
acabarían —hizo un gesto de corte en la garganta. —¿Entiendes?
Érica tragó.
—Perfectamente. No espero que te quedes, simplemente llévame a Willow y
este anillo en mi brazo será tuyo.
Alfred bajó la cabeza en señal de acuerdo y le ofreció su mano.
Érica dudó; estaba mal preparada para este viaje. Necesitaba una daga,
necesitaba más comida. Pero más soldados Normandos serpenteaban a través de
la entrada del agua, no se atrevió. Es mejor que llegue a Willow hambrienta que
arriesgarse a ser capturada de nuevo.
—¿Mi Lady?
Se estaba formando hielo al margen del muelle. No hay tiempo, no había
tiempo, en cualquier caso.
—Yo... yo, sí, Alfred, mi agradecimiento.
Mientras Érica se instalaba en el bote, Alfred transmitió su destino al
barquero que estaba a su lado. Era una práctica común hacer saber a los
compañeros tu paradero siempre que fuera posible y más sensato en estos
tiempos de incertidumbre. Cuando ella miró hacia el otro lado, Alfred estaba más
pálido de lo que había estado un momento antes.
—¿Alfred? ¿Nuestro acuerdo se mantiene?
—Sí, mi Lady, pero el trabajo es más arriesgado de lo que pensaba y, lo que es
más, Bran considera que la nieve está en camino. Querré más de un brazalete, mi
precio es dos.
—¡Dos!
—Sí.
Apretó los dientes y miró fijamente al otro barquero, que no le miraba a los
ojos. Alfred la tenía sobre un barril y él lo sabía.
—Muy bien, Alfred, dos anillos de oro —sacando uno, ella lo aguantó. —Uno
ahora y otro cuando lleguemos a Willow.
Con un gruñido de asentimiento, Alfred se colocó el brazalete de su padre el
empujándolo el por encima de su puño y tomó sus remos.
Con su velo y manto azul envolviéndola, Erica observó cómo los muelles y
embarcaderos de Ely disminuían su tamaño mientras se dirigían hacia el canal. Tan
concentrada estaba en buscar a un Normando alto, especialmente de hombros
anchos y pelo oscuro que no se dio cuenta de la delgada figura del escudero, Gil,
mientras se lanzaba hacia el muelle. Con el pecho agitado, los ojos del joven
siguieron a su bote mientras éste se enrumbaba hacia el oeste.
***
La nariz de Alfred estaba roja, la de ella seguro que también. Reordenando los
pliegues de su manto alrededor de sus pies, deseando las pieles de marta que
habían quedado en Whitecliffe, Érica movió los dedos de sus pies. Si tan sólo
hubiera tenido tiempo de detenerse a buscar más suministros. La escarcha le
estaba cortando las orejas y las yemas de los dedos; anhelaba una capa más
gruesa y sus guantes perdidos.
Alfred tampoco llevaba guantes; sus manos estaban atadas con trozos de tela,
como vendas, vendas sucias. Pero el frío no parecía afectarle; el barquero remaba
constantemente con un golpe como el de Wulf que hablaba de años en el agua.
Anoche Wulf le había dicho que había sido criado cerca del río en Southwark.
Sus ojos azules nadaron en su mente, oscuros como lo habían sido después de su
beso. Se tocó la boca. Si lo intentaba, casi podía sentir el eco de sus labios en los
de ella. No, no, no debe pensar en él; su amistad, tal como era, era imposible.
Alfred estaba nervioso. Mientras remaba, su cabeza nunca estaba quieta, se
movía de un lado al otro mientras recorría los márgenes helados de las vías
fluviales. Siempre estaba atento y era muy desconcertante. Llegaron a una
bifurcación donde uno de los canales era mucho más ancho que el otro. Su barco
se adentró en el canal más estrecho y la vía fluvial pronto se perdió de vista detrás
de una cortina de sauces y alisos de ramitas.
El sol no les llegaba aquí, estaba oscuro y sombrío y los árboles parecían
estirarse hacia ellos, con brazos negros y puntiagudos, ligeramente bordeados de
blanco. Sentía la piel de gallina por todo el cuerpo. El fondo del barco se raspó
contra un obstáculo, Alfred dirigía el barco hacia la orilla. Se paralizaron de un
golpe y él embarcó los remos.
Érica frunció el ceño.
—¿Alfred?
Colocó una mano sobre la boca de Érica.
—Silencio —respiró, posando sus ojos sobre la isla, recorriendo con la mirada
el canal más amplio. —Escucha.
Suprimiendo una mueca, pues las ataduras de Alfred olían claramente a ajo,
Erica sacó la mano de su boca y asintió con la cabeza. Se formó un bulto de hielo
en su vientre. ¿Los habían seguido?
Alfred se agarró una rama para mantener el barco en su sitio. Pasó un minuto.
Una focha 29 chilló. Un minuto más. El viento soplaba entre los sauces, pero Érica
no podía oír otra cosa. Lanzando hacia atrás su capucha, inclinó la cabeza hacia un
lado y luego escuchó, un suave chirrido, débil pero distinto. El inconfundible
chirrido de un par de remos moviéndose encajados en sus tálamos.
—¿Quiénes? —dijo ella, el corazón casi se le detiene. ¿Normandos? Wulf no
debe encontrarla aquí, Wulf no debía encontrarla aquí.
Alfred se puso el dedo en los labios.
29
NT. Pájaro pequeño que vive en las riberas de los ríos.
Un chapoteo, un murmullo. Una orden siseada y luego más silencio. Sólo el
viento que acaricia los sauces y el graznido de los gansos que volaban por encima
en largas líneas desordenadas.
No había sol en este oscuro lugar, nada más que sombras y viento. Muy poca
luz. El cielo se llenó de nubes, y entonces ella lo vio, la primera pequeña escarcha.
¡Nieve! Mientras más copos de nieve caían sobre su regazo, Erica hizo como si
fuera a hablar, pero la desagradable mano de Alfred se apretó sobre su boca.
Ella se liberó y frunció el ceño, hablando:
—¿Qué?
—Son Normandos —murmuró, señalando. —Mira, lo que sea que estuvieran
planeando en Ely, va a pasar cerca.
En el canal principal, al otro lado de esos árboles, las formas se desviaban
lentamente, barco tras barco y barcaza tras barcaza, cargadas de soldados
silenciosos. Varios barriles estaban apilados en uno y las flechas sobresalían de los
cajones de embalaje en otro. Sutiles y silenciosos como fantasmas, se deslizaban,
apenas visibles a través de los arbustos. Las barcazas de De Warenne.
Esperaron en el pequeño bote de Alfred, mientras se convertían en bloques
de hielo a medida que las nubes de nieve oscurecían el cielo y toda la flota
invasora del Rey William, o eso parecía, pasaba por el otro lado de la isla.
Al final, Alfred se movió.
—Eso es —dijo, soplando un respiro. —No nos vieron.
—Alabado sea San Swithun —Érica se frotó las manos para que la sangre
circulara; sus dedos no funcionaban. Más copos de nieve estaban flotando; los que
aterrizaron en la isla se estaban asentando, pero los que cayeron en las aguas
negras desaparecían en un instante.
Alfred miró intensamente a través de la maleza. Sus manos estaban apretadas
en puños, Érica podía ver el pálido brillo de sus huesos. Se mordió el labio, golpeó
con un miedo repentino. ¿La abandonaría aquí? ¿O algo peor? Ella jugueteaba con
los otros brazaletes de su padre. Los ojos de Alfred siguieron el gesto. Cielos.
Al alcanzar sus remos, Alfred los empujó fuera de la orilla, remando hacia el
centro de la estrecha vía fluvial. Con la nariz más roja que nunca, estaba
encorvado en su manto contra la nieve, y cada vez que ella intentaba captar su
mirada, miraba hacia otro lado. Oh, Señor.
¿Wulf había estado en una de esas barcazas? El reconocimiento de Wulf
significaba que podía llevar a De Warenne directamente a la base rebelde. Wulf
también sabía la ubicación de la cabaña que Érica y su clan habían estado usando,
pero como había estado con ellos cuando la abandonaron, no quería llevar a su
señor allí. No, Wulf estaría a la vanguardia de esas barcazas, llevándolas hacia
Guthlac.
Con las sensación de estarse arrastrando sobre su piel, cerró los ojos. Ailric y
Hereward! ¿Qué les pasaría a ellos, atrapados en medio de una batalla, ni de un
lado ni del otro? ¿Se les daría armas y la oportunidad de luchar, o se les
masacraría con las manos atadas?
Minimiza tus pérdidas, no puedes tenerlo todo.
Una ola de náuseas surgió dentro de ella. No, padre, no. ¡No puedo hacer
esto! No Ailric y a Hereward!
Una cosa era prestar atención a los preceptos de su padre en teoría, pero en
la realidad... Érica se sentía enferma, enferma hasta los huesos porque la horrible
verdad era que no podía hacer nada por Ailric y Hereward, que ya estaban
muertos. Aunque lograra llegar a Willow y conectarse con otros guerreros de su
padre, sería demasiado tarde para Ailric y Hereward.
Reduce tus pérdidas, hija, corta tus pérdidas.
—Alfred, ¿conoces a Guthlac Stigandson?
Detrás de su barba, las mejillas de Alfred eran del color de los acantilados de
tiza cerca de su casa en Lewes.
—Sé de él.
—¿Está su castillo cerca?
Los ojos de Alfred se movieron.
—No la llevaré allí, mi Lady... —lanzó una mirada cautelosa sobre su hombro.
—No con los Normandos a la vista.
—Pero estamos cerca, ¿no? —incluso cuando las palabras salieron de los
labios de Érica, sabía la respuesta. Estaban cerca, algo sobre la forma de los alisos
en la tierra a su izquierda era familiar. Se le secó la boca. Sí, ella conocía este lugar,
Wulf la había traído aquí cuando la sacó de la capilla. Un poco más allá de esos
árboles, un poco más hacia el interior, había un ahumadero para pescadores y un
burdo refugio...
—¡El castillo está cerca!
Alfred la miraba como si le hubieran brotado varias cabezas. Su cara se puso
dura.
—No le llevaré allí, no hoy. Ni que me ofrezcas todas las baratijas que tienes
en tu poder —tirando con fuerza de un remo, giró el barco para mirar hacia el
ahumadero y se sacó una daga de su cinturón.
Érica lo miró fijamente, con el corazón en la garganta. No tenía daga propia,
nada con que defenderse. El bote se tambaleó sobre las aguas poco profundas.
—Fuera —Alfred hizo un gesto con la daga. —Fuera de aquí —las ramas de un
sauce colgante se engancharon en su velo mientras descansaban junto a la orilla.
—Vamos, salga de aquí. No sé a qué está jugando, mi Lady, y no quiero saberlo,
tengo una hija y planeo verla crecer. No le llevaré más lejos. Fuera.
Érica parpadeó a través de una ráfaga de copos de nieve.
—¡Pero no puedes! —la nieve de la isla ya había llenado los huecos,
volviéndolo todo blanco. Era un lugar desolado e inhóspito, sobre todo desde que
Wulf... desde que estaba sola.
La daga se sacudió y ella le devolvió el golpe.
—Alfred, no. ¡No puedes dejarme aquí!
—Tu juego es demasiado peligroso. No soy más que un hombre normal con
una esposa y un hijo en quien pensar —la daga parpadeó en la última luz. —Vete
al infierno.
—No, no —Érica no quería, realmente no quería que la dejaran sola aquí,
seguramente se congelaría hasta morir. —Alfred, llévame a Willow. Por favor.
—¡Fuera! Hay un refugio cerca, aprovéchalo al máximo. Piensa que tienes
suerte de que no te corte la garganta y me lleve el resto de los objetos de valor de
tu padre.
Instintivamente, la mano de Érica se fue a su bolsa.
—Tú... ¿conociste a mi padre?
Alfred agitó la cabeza y su capucha se cayó. Los copos de nieve se le estaban
enganchando en la barba.
—No personalmente, mi Lady, pero sé lo suficiente como para adivinar que
era un caballero. Leal a Harold, ¿verdad? Murió en Hastings, ¿cierto?
El tono de Alfred la confundió; era amargo y mordaz, y ella no podía
entenderlo. Alfred era Sajón. Y estos últimos años, desde que William, el Bastardo
había venido a Inglaterra, Érica había mantenido la memoria de su padre cerca de
su corazón. La lealtad de Thane Eric al Rey Harold era algo de lo que podía estar
orgullosa, su valentía era incuestionable, y sin embargo Alfred... ¿por qué sonaba
tan mordaz, tan cínico? No soy más que un hombre corriente, había dicho.
Las preguntas estaban surgiendo en su mente, pero antes de que Érica
pudiera abrir la boca, un último movimiento brusco de la daga de Alfred aquietó
su lengua.
—Fuera.
Agarrando el costado del bote con una mano, agarrando el pan en su saco con
la otra, Érica se bajó de la embarcación.
Capítulo 15
El atardecer, un atardecer espeso y silencioso lleno de nieve, pensó Wulf,
sacudiendo su capucha y parpadeando. Estaba estacionado en una de las barcazas
que De Warenne había comandado como transporte de tropas. La barcaza estaba
al acecho cerca del escondite de Guthlac, detrás de la cobertura que le daba un
trozo de tierra con arbustos en el borde oriental del lago.
Con indiferencia, quitó más nieve de la superficie de su capa. Este tenía que
ser el evento militar más difícil de su carrera. Iban a atacar un castillo defendido, a
través del agua, y le había dicho a De Warenne que era esencial un señuelo. Aquí
es donde entraban los arqueros.
A pesar de que los arqueros habían estado practicando tiro al blanco como él
había ordenado, seguía siendo un asunto arriesgado. En presencia de poca luz,
necesitarían cada gramo de su habilidad. La visibilidad era casi inexistente; a todos
los efectos, en principio se trataba de disparar a ciegas.
Mientras esperaba a que los arqueros se pusieran en posición, mantuvo su
mirada fija en la dirección del escondite rebelde. Dos círculos brillaban en la
oscuridad llena de nieve. Desde que había llegado, no había habido tráfico a través
del lago, ni sonido dentro de la empalizada. Todo el pantano estaba tan tranquilo
como una tumba.
Puso una mueca de dolor. Tal vez Stigandson estaba aprendiendo la
circunspección, las antorchas ardientes habían desaparecido. ¿Había sido
advertido del ataque? Sólo el más tenue parpadeo de luz se veía en las cercanías
del puerto. Otro destello era visible más arriba, donde Wulf estimaba que estaba
la puerta del salón principal, en la pasarela del montículo.
La barcaza se balanceó de lado, empujada por otra. Como la suya, estaba llena
de sombras, pero por un instante una linterna en su proa lanzó un rayo de luz.
Alguien maldijo suavemente y la luz se apagó rápidamente, pero no antes de que
Wulf viera a los arqueros.
Bien, aquí estaba su señuelo, o parte de él. Los arqueros estaban allí para
distraer a los que estaban en el castillo con flechas de fuego y así cubrir a la
infantería mientras forjaban su camino hacia el embarcadero de los rebeldes.
Siguiendo su sugerencia, se habían desplegado más arqueros en el oeste, al otro
lado de la isla.
Una rampa golpeó el trozo tierra en la ribera, y un barril fue apalancado… el
lanzamiento de las flechas. No iban a disparar las flechas desde las barcazas, no si
podían evitarlo. El barril rugió mientras rodaba por la rampa, como un trueno
lejano. Uno de los arqueros se ocupaba de un brasero lleno de carbón; lo
mantenía escudado y protegido hasta el último momento.
La nieve se estaba asentando. Impaciente, Wulf sacudió sus hombros. Llevaba
puestos sus guantes de piel de oveja, pero no le gustaba pelear con guantes; se los
quitaba cuando sonaba el ataque.
Nieve. Entrecerró los ojos, mirando hacia el cielo. Más nieve, demonios. En lo
que respecta a la cota de malla, la nieve era tan mala como la lluvia. Sólo tenía una
cota de malla… Gil, que insistió en hacer el papel de su escudero, más le valía
haber hecho un buen trabajo engrasándola, no podía permitirse el lujo de dejar
que se oxidara. Y, con o sin guantes de piel de oveja, el frío le roía los dedos; los
flexionaba para mantenerlos en movimiento. Al menos Érica estaba a salvo en la
guarnición, no estaría cubierta de nieve, congelándose hasta morir.
Otro barco, un pequeño bote de remos que no tenía cabida aquí, golpeó el
costado de la barcaza mientras se apretujaba entre la tropa y los arqueros.
—¿Capitán? ¡Capitán!
—¿Gil? —Wulf sintió un golpe en el estómago. ¿Gil, aquí? Gil estaba
destinado a vigilar a Érica.
Un pinchazo de luz parpadeó. Wulf le hizo una señal al chico para que hablara
en voz baja. La nieve amortiguaría el sonido; con suerte, mantendría a los Sajones
en su monte ignorantes de cualquier amenaza hasta el último momento, pero no
quería forzar su suerte. La sorpresa era un elemento importante de su ataque y
tenía que tener éxito, de ello dependía la continuidad de los favores de De
Warenne.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —siseó Wulf, inclinándose para
estabilizar el barco del chico.
—Lo siento, Capitán, pero sabía que querría saberlo. La dama...
—¿Sí?
—S... salió de la guarnición y creo que se ha escapado.
—¿Huir? —el corazón de Wulf se convirtió en hielo.
—Sí, señor. Al menos eso creo —tragando fuerte, Gil siguió adelante. —La
mantuve vigilada como dijiste. Después de que te fuiste, ella deambuló por el
recinto, cogió algo de pan e intentó ver a sus hombres. Y entonces ella... ella
simplemente se fue.
—Merde. ¿No pudiste detenerla?
—No, señor. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, no podía ya
hacer nada sin hacer una escena y había tantos compatriotas suyos alrededor y...
—la garganta de Gil convulsionó, —… pensé que era mejor seguirla.
—Muy bien, adelante —Wulf mantuvo su voz baja, complacido de poder
mostrar una voz tranquila. Dentro de su mente había confusión. Ella había roto su
promesa, había huido. Echó un vistazo a la noche llena de nieve. ¿Adónde iría, qué
haría? Diablos. Podría estrangular a Gil por dejarla escapar. Érica no estaba a
salvo. Érica...
Los ojos de Gil estaban fijos en los suyos, llenos de ansiedad.
—Lo... lo siento, señor.
Wulf agitó la cabeza. No castigaría al muchacho; probablemente él mismo
tenía más culpa. Esperaba que Érica pudiera confiar en él, pero ¿por qué iba a
hacerlo?
Las circunstancias habían conspirado en su contra. Había irrumpido en su
santuario y la había obligado a beber; la había recogido como un saco de trigo y la
había arrojado sobre su hombro; estaba luchando por la causa Normanda... la lista
continuó. Había sido ingenuo creer que ella mantendría su palabra hacia él. En
verdad, ella era la hija de su padre, sus normas eran las de Thane Eric Frunció el
ceño. Los estándares que Érica de Whitecliffe siguió pueden ser defectuosos, pero
eran los estándares con los que había crecido.
¡Por supuesto! Por eso había podido acercarse a Guthlac y ofrecerse como
sacrificio. Su padre había seguido leyes antiguas, leyes tribales. Wulf podía pensar
que eran bárbaros, pero le eran familiares a ella; probablemente estaba ciega a la
injusticia de ellos.
Y en cuanto a sí mismo, las circunstancias le habían obligado a ser poco
delicado y no le había dado a Érica ninguna razón para suponer que él o De
Warenne la tratarían mejor. Probablemente pensó que él era tan bárbaro como
Guthlac. Esperaba probar lo contrario. Suspiró.
—Gil, la culpa no es tuya, Lady Érica tiene su propia voluntad.
—Sí, señor.
—¿Dejó Ely?
—Sí, contrató un pequeño bote. Sabía que no querrías perderla, así que tomé
este bote y la seguí.
—Buen muchacho. ¿Y...?
—¡FitzRobert! —la voz de De Warenne se le subió por encima del hombro.
Mordiendo una maldición, Wulf le quitó la atención a su aspirante a escudero.
Casi se rió en voz alta. Nunca sería nombrado caballero después de esta debacle,
nunca. Perder a la dama que debía escoltar a Winchester... Diablos.
—¿Mi Lord?
—Da la orden de preparar las flechas con fuego.
—Sí, mi Lord —tragando una maldición por el mal momento, Wulf volvió a Gil.
—Golpea esa barcaza tres veces.
Gil tomó su remo e hizo lo que se le pidió. Un segundo después, el
astillamiento de la madera anunció que el arquero principal estaba abriendo el
campo. Una chispa parpadeó. Y luego las llamas ondulaban sobre la superficie del
campo, llamas que eran visibles para Wulf, pero que estaban protegidas de la vista
del vigía de Guthlac.
En el banco de arena, varias docenas de púas se movieron, negras contra el
brillo dorado del fuego, mientras los arqueros encordaban sus arcos. El olor acre
de la brea caliente flotaba sobre las barcazas y se dirigía hacia el lago.
Wulf agarró los guantes y se los colocó en el cinturón. Debía luchar, pero
dentro de él ya había una batalla enfurecida.
¡Erica! Cada nervio y tendón de su cuerpo le gritaba que se subiera al bote de
Gil y le arrebatara los remos. Quería registrar East Anglia hasta encontrarla. Pensar
en ella allá afuera sola y en la oscuridad, su corazón latía en un tamborileo salvaje,
que no tenía nada que ver con la próxima batalla y todo lo que tenía que ver con
una cierta noble mujer Sajona.
Pero no podía hacer nada, no cuando el ataque al castillo de Guthlac estaba
finalmente al alcance de la mano. Se le había encargado que atendiera este
vallado purgado de rebeldes y que cumpliera su cometido. Toda su vida había
estado esperando para probarse a sí mismo y el momento estaba a la vuelta de la
esquina. Wulf debería sentir el triunfo, pero su cabeza palpitaba y sus sienes
latían... merde.
—¿Gil?
—¿Capitán?
—Sal de la línea de fuego, terminaremos esta conversación más tarde —sin
esperar a ver que Gil le hubiese obedecido, arrastrado en dos por la necesidad de
asegurarse de que Érica estuviese a salvo, Wulf se volvió hacia su remero en jefe.
—¿Los hombres están listos?
—Sí, Capitán.
—Esperen hasta que los arqueros del oeste hayan soltado su primera
descarga, y luego remen como el demonio hacia ese muelle.
—Sí, señor.
Wulf observó como un caldero de lanzas en llamas se ponía en posición.
Aunque quería buscar a Érica, tenía trabajo que hacer aquí. Una vez que el caldero
estuvo a salvo en su trípode, cogió una linterna y lanzó el postigo hacia atrás.
—¡Preparen a los arqueros!
—¡Sí, Capitán!
—Disparen en el momento en que puedan seguir las flechas desde el otro
lado del lago. Etienne, tú comanda a los arqueros.
—Capitán.
Y entonces, repentinamente el cielo oscuro sobre el castillo estaba vivo con
luces rayadas… vuelos de flechas disparadas por los arqueros a través del lago.
Entonces, comenzó la batalla.
La barcaza de Wulf se estremeció.
—¡Escudos arriba!
A la manera romana, sus hombres encajaban sus escudos sobre sus cabezas
como protección contra los misiles. En la tierra detrás de ellos, decenas de flechas
de fuego parpadeaban sobre caras que brillaban con copos de nieve derretidos.
Los ojos de los arqueros brillaban intensamente.
Etienne levantó el brazo.
—Listos, apunten... ¡fuego!
Mientras la segunda descarga de flechas Normandas formaba un arco en el
cielo a través la noche, un grito se elevó desde el otro lado del lago. Sonó una
bocina.
La barcaza de Wulf se alejó del banco y sus remeros se apoyaron en sus
remos. Mientras se deslizaban hacia la fortaleza rebelde, el agua negra ardía con
flechas de fuego reflejadas, cientos de ondas doradas, como serpientes de agua
retorciéndose.
¡Érica! ¿Dónde diablos estaba ella?
***
***
Les llevó más de una hora llegar a la posada. Una hora en la que el cielo se
volvió sombrío y dejó caer más nieve sobre los pantanos. Patinaron la mayor parte
del camino, ceñidos a las orillas con Wulf de la mano. Insistió en que ella usara sus
guantes, pero incluso a través de la piel de oveja su agarre era como un tornillo
ajustado.
Wulf se dio cuenta que había aprendido dos lecciones. Una, mantenerse
firmemente agarrado a ella, y dos, no aventurarse lejos de los márgenes del río. Si
el hielo se rompiera de nuevo, no se ahogarían.
Le dolían los pulmones, en parte por el ejercicio y en parte por el frío
penetrante. Y aunque Wulf la condujo sin piedad, sus pies estaban entumecidos,
no podía seguir adelante mucho más. ¿Qué haría él si ella se desplomara? Una
leve sonrisa levantó los bordes de su boca. ¿La pondría sobre sus hombros otra
vez? El hombre era fuerte como un buey. Una ráfaga de nieve la abofeteó en la
cara y le picaron las mejillas. Así que, aún había vida en ella.
El paisaje consistía en una neblina de blanco, de un frío que hacía doler los
huesos. Cielos de plomo y un viento que pica. Incluso le dolían los ojos. Ella fijó su
mirada en el paquete que colgaba de los hombros de Wulf. Ella misma no tenía
mochila, pero su capa forrada de piel era un peso muerto en su espalda y casi no
podía llevarla más lejos. Estaba a punto de encogerse de hombros cuando él giró
la cabeza.
—Ya casi llegamos. ¡Mira! —señaló.
Érica miró a través de la nieve. Un manto de humo gris colgaba sobre un largo
edificio de madera. ¡La taberna! Junto a la puerta, una bandada de gansos se
había congregado para picotear las sobras. En los puntos del embarcadero
estaban los barcos amarrados, congelados en el lugar. Mientras pasaban desde el
embarcadero hacia la orilla, Érica miró subrepticiamente la imagen en el letrero.
Un cisne blanco. Su corazón se hundió; su mensaje a los housecarls de la casa se
retrasaría mucho.
El Cisne Blanco estaba lleno de gente del pantano atrapada por el clima, pero
una vez que se habían quitado los patines, Wulf ordenó un lugar junto al fuego.
—Mi Lady, necesita ropa seca y abrigada y una comida caliente —dijo Wulf,
escarbando en su bolsa en busca de dinero. ¿Erica lo traicionaría como capitán
Normando? No podía estar seguro. Parecía no estar en condiciones de estar de
pie, sin pensar en la traición. La empujó más cerca del fuego. Su pelo estaba
desgreñado, sus dientes castañeaban, pero de alguna manera se mantuvo erguida
con su capa azul y los restos de una bata, mientras la nieve se derretía a sus pies.
Como era su costumbre, mantuvo su dignidad.
Unos minutos más tarde, Érica había sido escoltada detrás de una cortina por
la esposa del posadero y había resurgido vestida con una sencilla ropa casera y
con el cabello trenzado en dos hileras de pelo ordenadas, que colgaban sobre sus
hombros. No llevaba velo, la esposa del posadero probablemente no tenía uno de
repuesto. El vestido era de un color verde fangoso y la lana era seguramente más
gruesa de la que estaba acostumbrada a usar, pero no pronunció queja que Wulf
oyera. Parecía más cálida y al menos la bata estaba seca.
Con una sonrisa, la esposa del posadero les hizo señas en dirección a una
mesa donde podían sentarse de espaldas al fuego. Ella les sirvió tazones
humeantes de caldo de guisantes con trozos de pan de trigo integral
generosamente cubiertos de mantequilla. Se les dio queso cremoso, manzanas
arrugadas y tazas de cerveza.
Como el espacio junto al fuego estaba reservado para la noche, Wulf sobornó
al posadero para que le cediera la cama. Sólo había una y estaba colocada en uno
de los extremos del hastial 30. Tenía cortinas gruesas para evitar las corrientes de
aire.
Los ojos de Erica se iluminaron cuando lo vio.
—Es como mi cama en Whitecliffe —dijo, enviándole la primera sonrisa
genuina desde que llegaron a la posada.
En realidad, la caja-cama era un pieza sencilla; con un colchón colocado en el
suelo en lo que era poco más que un puesto. Era bajo y estrecho y apenas lo
suficientemente grande para un niño, por no hablar de una mujer alta como Erica.
Wulf dudaba de que estuviera llena de plumas, como seguramente debía estarlo
su cama en Whitecliffe, pero, por pequeña que fuera la cama, no impidió que una
imagen impía a Wulf, de sus miembros enredándose con los suyos en una cama
como ésta, más larga, por supuesto, con un colchón mucho más ancho...
—Descansa, mi Lady —tragando fuerte, Wulf le hizo un gesto hacia adentro.
Se agachó y se arrastró a la cama sin siquiera un murmullo; no había
suficiente altura para que ella pudiera pararse. Las cortinas se cerraron. Wulf
arrastró un taburete y se sentó tan cerca como pudo.
Un momento más tarde, la cortina se abrió y captó el tenue olor a endibias del
colchón mezclado con enebro. Estaba arrodillada en la cama, girando sus
brazaletes.
—¿Wulf?
—¿Mi Lady?
—¿Don… Dónde vas a dormir? —preguntó ella, con un color más intenso en
las mejillas.
Sonrió y señaló al suelo frente a la caja-cama.
—A mano, no sea que me necesites.
Sus labios se movieron, fue la mínima sugerencia de una sonrisa, pero alegró
su corazón. Ella se inclinó hacia él, manteniendo la voz baja.
30
N.R. Parte superior triangular de la fachada de un edificio, en la cual descansan las dos vertientes del tejado o cubierta.
—Para que no intente escapar de nuevo, ¿quieres decir?
Mon Dieu, su boca, cuando sonreía así… tenía el trabajo del diablo de
mantener las manos quietas. Casta y segura, se recordó a sí mismo. Pero
entonces, desafortunadamente por sus buenas intenciones, Wulf notó que los
ojos estaban fijos en su boca y se encontró inclinándose hacia ella. Ella no
retrocedió; de hecho, le pareció que estaba levantando su boca hacia la de él,
rogando por un beso. Sus ojos eran tan oscuros...
Sumergió la cabeza y sus labios se encontraron. Suave como el vilano31. Sus
dedos se enroscaron alrededor de la nuca de ella mientras una de sus manos
descansaba en el centro de su pecho.
Un beso, uno casto, poco más que un beso.
Otro, y los dientes de Wulf se le engancharon en su labio inferior.
Y luego, más desafortunadamente por las buenas intenciones de Wulf, ella dio
un murmullo sensual que le excitó sobremanera. Retrocede, Wulf, retrocede. Sus
suaves dedos trazaban un serpenteante camino que subía y bajaba por sus
pómulos. Le ardía la cara. Ella lo tocó tan suavemente. Y ahora, él sostenía un
gemido, ella estaba jugando con su pelo.
Que la condenen a muerte. Dibujando una columna de aire, ya que apenas
podía respirar, puso su brazo alrededor de la cintura de Érica y la empujó
suavemente contra él.
Sus labios se abrieron. Su lengua estaba bailando con la de ella y ella... ella
definitivamente no estaba ayudando. Escuchó otro de esos pequeños murmullos.
Su cuerpo empujaba contra su pecho, ella se aferraba a sus hombros y en un
momento lo sacaba del taburete... el tacto de sus pechos, suaves y llenos a través
de la lana de su túnica, estaba derritiendo sus huesos.
Su hombría palpitaba, y aunque Wulf debería estar recordando su promesa a
De Warenne, la abrazó, se apretó contra ella y le arrancó otro de esos gemidos
que le derretían los huesos y...
31
N.R. Es el conjunto de pelos simples o plumosos que rodean a las diminutas flores que luego se convierten en fruto.
Dios, él no quería otra cosa que arrancarle ese vestido por la espalda y caer
con ella en la suavidad de ese colchón y...
En el fuego, alguien ladró una carcajada. Una mujer soltó una suave sonrisa.
Wulf aspiró aire y retrocedió. Tenuemente, oyó a alguien murmurar una
obscenidad.
Las mejillas de Érica eran rosadas y una de sus trenzas ya no era elegante en
su cabello. Wulf no recordaba haberla desordenado. Sus ojos eran suaves,
brillando a la luz del fuego. En resumen, parecía una chica a la que habían besado
profundamente.
—No debemos hacer esto —Wulf se metió la mano en el pelo. Lo sentía tan
desordenado como el de ella. Dios.
—No, no, por supuesto que no —ella frunció el ceño.
Ella Intentaba mostrar desaprobación. Lo que hizo querer besarla de nuevo.
—No es casto —dijo Wulf.
—O como una dama —el ceño fruncido de Érica se hizo más profundo.
Luchando con la urgencia de besar el ceño fruncido de su cara, Wulf sacó su
mano de su cintura y se relajó. Gracias a Dios la longitud de su túnica ocultaba el
hecho de que estaba muy excitado.
Los ojos de Érika parpadearon hacia abajo durante un instante. Las mejillas
brillaban, ella estaba luchando por mantener la compostura. Ella tenía que saber,
la bruja, cuánto la deseaba.
—Creo que ya lo has dicho antes. ¿La castidad es importante para ti?
Wulf apretó los dientes y mantuvo la voz baja.
—Como bien sabes, mi Lord… —no podía mencionar el nombre de De
Warenne en voz alta en este lugar. —Mi Lord me encargó que te trajera
castamente a Winchester, castamente y con el debido respeto.
Una ceja tembló y los ojos verdes brillaron con la luz reflejada en el fuego. Ella
era una prueba.
Capítulo 17
Sólo cinco días después, Érica se encontró acercándose a Winchester a
caballo. En una época en la que la mayoría de la gente viajaba a pie, había sido un
viaje relámpago. Tan pronto como amaneció, Gil apareció en la posada; Wulf
debió hacer arreglos para que se encontrara con ellos después de la destrucción
del castillo de Guthlac.
El monedero de Wulf había sido lo suficientemente generoso para comprar no
sólo el vestido verde y algunos guantes de la esposa del posadero, sino también
para alquilar caballos y otros artículos de primera necesidad.
—El camino de Londres —le había dicho Wulf. —Podemos llegar fácilmente
desde aquí.
Y así había comenzado su viaje. Wulf cabalgaba a su lado y Gil seguía por la
retaguardia. Fue duro cabalgar, especialmente para una mujer que no se había
recuperado completamente de su ayuno y de los rigores… no es que Érica lo
admitiera para sí misma… de una vida a la carrera. Cabalgaba a horcajadas,
simplemente porque era más fácil.
Atravesaron Londres en medio de una neblina de cansancio. Las calles
estaban concurridas, y las empedradas estaban resbaladizas por el hielo. Los
cubos de hielo bordeaban los abrevaderos de los caballos; había cubos congelados
en los establos. Dedos azules. Narices rojas.
Descansaron por la noche en la sala común de una posada y Érica había
estado demasiado cansada para darse cuenta de su nombre. Se encontró
flanqueada a su derecha por Wulf y a su izquierda por Gil. Por derecho debería
dormir entre mujeres, pero tener a Wulf y a Gil a la mano no le pareció algo
inapropiado. ¿Cómo podría hacerlo? Se sentía mucho más segura con Wulf y Gil
que con completos desconocidos, aunque fueran mujeres. Y en cualquier caso,
Érica sospechaba que, si se quejaba, podría encontrarse alojada en la guarnición
del Rey William en Westminster.
Se levantó cuando se despertó agitada y se levantó, lista para otro día
interminable en la silla de montar. En algún lugar de Londres hicieron una pausa
para que Wulf cambiara uno de los caballos alquilados por el suyo, un caballo
castrado llamado Melody. Era un nombre dulce para un animal de huesos tan
grandes. Melody tenía un grueso y trapo negro de recubrimiento para el invierno,
y Érica pronto descubrió que era una criatura gentil, sin ninguna de las tendencias
agresivas que ella asociaba con los caballos de guerra Normandos.
Ella le había mirado fijamente cuando le había visto, permitiéndole que
resoplara suavemente en su oído, su aliento era el único calor en el establo.
—Qué caballo tan hermoso —exclamó. —Y qué delicados son sus modales.
Wulf arrojó la silla de montar de Melody sobre su espalda, y levantó una ceja
oscura.
—¿Te sorprende que tenga un caballo tan bonito?
Se había encogido de hombros.
—Era sólo que esperaba algo más...
—¿Guerrero?
—Exactamente.
Wulf tiró de la cincha de Melody.
—Melody no es un destrier, mi Lady. Los destriers entrenados son una
mercancía demasiado rara para un capitán ordinario.
Ella le había puesto una mano en el brazo.
—Tal vez tu señor te dé un caballo de guerra.
Wulf se le sacudió y Erica se cruzó de brazos. Desde que habían abandonado
los pantanos el comportamiento de Wulf hacia ella había sido frío; era como si se
mantuviera deliberadamente a distancia. La miró, con una mirada tan impersonal
que nunca creerías que habían dormido uno en los brazos del otro, y que se
habían besado.
—No es probable —le dio una palmadita en el cuello a Melody. —En cualquier
caso, me he acostumbrado a Melody.
Y así continuó día tras día interminable: levantarse al amanecer, subir a la silla
de montar, cabalgar a través de un deslumbrante paisaje blanco por caminos que
eran apenas transitables, pasando entre árboles con ramas que estaban peludas
por la escarcha. Pero siguieron cabalgando obstinadamente, forzando a Érica a
concluir que Wulf se había cansado de su compañía y que estaba ansioso por
deshacerse de ella.
Supuso que se estaba inclinando cada vez más hacia la mitad Normanda de su
herencia. Tendría sentido, sobre todo porque toda Inglaterra parecía estar
firmemente bajo el pulgar de William de Normandía. Ya se le había ocurrido que
no podía haber sido fácil para Wulf en el salón de Guthlac, debe haberse sentido
desgarrado. Sin embargo, el sentimiento de desgarramiento no le impidió
entregar su informe a William De Warenne. Había una vena de crueldad en el
Capitán Wulf FitzRobert.
Al acercarse a Winchester, la ciudad que una vez había sido la sede central del
poder de los Reyes Sajones, Wulf miró de reojo a Érica. Su manto fluía a su
alrededor de ella como un mar azul, pero no podía ver su rostro por la caída de su
capucha. Su osadía lo asombró. Wulf aún no había oído una sola palabra de queja
de sus labios. Se preguntó qué demonios le había incitado a él a conducir a ritmo
este implacable, pero no tenía respuesta.
Su beso en el Cisne Blanco lo había puesto en este curso. Se había dado
cuenta entonces de que debía distanciarse de ella, al menos hasta que estuviera
más seguro de su terreno. Era simplemente demasiado hermosa, demasiado
tentadora. Una distracción. Echó otro vistazo al perfil de ella, que era todo lo que
podía ver, ese perfil perfecto. Pero, en realidad, Wulf no tenía que mirar a la mujer
para poder sentir simpatía por ella; conocía sus rasgos con aun los ojos vendados.
Esa frente ancha, clara y sin líneas, esas pestañas oscuras que ponen los ojos tan
verdes y brillantes como ninguno que haya visto. Afortunadamente, hoy su cabello
estaba fuera de la vista, bajo su velo y capucha.
Momentáneamente, Wulf cerró los ojos. Una trenza hoy... esta mañana la
había visto trenzarla. Una trenza, suave, oscura y brillante y gruesa como su
muñeca. Conocía su olor, ese indicio de enebro; conocía su textura, como la seda.
Poniendo su mandíbula rígida, Wulf miró fijamente al frente. El momento no
estaba maduro. Su corazón se contrajo. Poco a poco, una pared gris se elevó de la
nieve, una pared que había sido construida por los romanos en otra época.
Winchester City.
—¡Mira, Wulf! —una mano enguantada señaló, su cara se volvió hacia la de
él. —¿Winchester?
—Sí, ya casi llegamos.
Sus mejillas perdieron color y se mordió el labio. Wulf no tuvo dificultad en
leerla. No quería llegar a Winchester. Anhelaba comunicarse con sus hombres, de
vuelta en los pantanos. Si tan sólo confiara en él...
—¿Wulf?
Gruñó.
—¿Estará...? ¿Estará De Warenne?
—Se unirá a nosotros en unos días.
—¿Y qué hay de tu Rey?
—Tu Rey —señaló Wulf, —tu Rey.
—No lo sé, no lo sé. Érica... —mientras las murallas de la ciudad se alzaban,
Wulf cogió sus riendas y las enrolló alrededor del pomo de su silla de montar. —
Érica, lo siento... —su voz se calló y por un momento se perdió en sus ojos. ¿Qué
podría decir? Que lamentaba haber estado de mal genio, que no tenía más
remedio que mantener la distancia, que era eso o violar a la mujer y romper el
juramento a su señor. No podía dejarla participar en sus planes, los cuales, en
cualquier caso, podrían no tener éxito.
—¿Wulf?
Agitó la cabeza; la tensión que se había ido acumulando durante este viaje
estaba alcanzando niveles insoportables. Esto fue una tortura.
—Winchester —afirmó, estúpidamente, —hemos llegado.
Tener que escoltarla hasta el corazón de Wessex, tener que quedarse de
brazos cruzados mientras se casaba con un extraño... Cuando Wulf dejó East
Anglia, se dio cuenta de que esta era una misión que podría no cumplir. Sonrió con
tristeza. Hoy no tenía ninguna duda.
No podía hacerlo; rompería filas en vez de perderla. Érica le gustaba. Le
reconfortaba el hecho de que allí en el hielo, en esa helada ciénaga de East
Anglian, ella se había dado la vuelta y le había dejado recapturarla en vez de verle
caer a través del hielo. Y sus besos, besos inocentes, que sin embargo traicionaron
su gusto por él. No la perdería. Naturalmente, él haría todo lo posible para ganarla
con la bendición de De Warenne, pero si fuera necesario se casaría con ella sin la
bendición de su señor.
—¿Érica?
Esa frente clara y arrugada.
—Wulf, ¿estás bien? Te ves muy... extraño.
Wulf se concentró en las puertas de entrada de la ciudad e instó a Melody a
trotar. Aclarando su garganta, dirigió a los caballos hacia los guardias que estaban
de centinela en las puertas.
—Estoy bastante bien, mi Lady, se lo agradezco.
***
32
NT. Mead Hall. En la antigua Escandinavia una "mead hall", fue inicialmente un edificio sencillo grande, con un salón único.
Sin embardo desde el siglo V hasta inicios del medioevo estos edificios se convirtieron en la residencia de los Señores y sus
acólitos, era el gran salón del rey o del señor feudal.
Pasaron por delante de la catedral y subieron al patio del establo. A la luz del
sol de invierno, se dibujaron los rasgos de Érica. Estaba mordisqueando el dedo de
un guante con una mirada de búsqueda desesperada en sus ojos. Mirando a su
alrededor, Wulf sabía la razón. Un escuadrón de caballeros Normandos y sus
escuderos desmontaban en el patio del antiguo palacio, el aire estaba lleno del
tintineo de piezas metal y el ruido de cascos. A sus espaldas, una tropa de
soldados alineados en fila usaban la catedral como patio de entrenamiento su
presencia en esta antigua fortaleza Sajona debe ser odiosa para los ojos Sajones.
Para colmo, Normandos franceses se les acercaban desde todas las direcciones.
—¡Wulf FitzRobert!
Reconociendo la voz como una que conocía bien, Wulf lanzó una distraída
sonrisa en la dirección del caballero. Era el comandante de la guarnición. Sir
Richard, acercó el caballo de Érica y sus rodillas le temblaron. Probablemente era
una debilidad en él, pero no era algo que pudiera ignorar, y aunque aún no
confiaba en ella, quería tranquilizarla.
—¿Érica? ¿Mi Lady?
Ella se quitó el guante de la boca.
—¿A dónde me lleva? —su voz era poco más que un susurro.
Si tan solo ella confiase en mí, pensó, odiando ver esa mirada pellizcada en su
cara. El castillo dominaba toda la ciudad y Wulf hizo un gesto hacia éste en la
colina.
El trabajo de los albañiles franceses traídos por el rey William a través del
Narrow Sea, una de las torres redondas, se había completado recientemente.
Aunque estaba inacabado, el castillo ya parecía impenetrable. Era un magnífico
sustituto del motte and bailey de madera que habían sido construidos en los
primeros días del dominio Normando. Las nuevas torres eran un recordatorio
visual de que la autoridad del Rey William estaba aquí para quedarse.
Andamios escarchados cruzaban las paredes sin terminar, pero hoy las
pasarelas cubiertas de nieve estaban vacías de obreros. El clima hacía que fuera
demasiado peligroso trabajar en maderas altas y resbaladizas y, de todos modos,
el mortero se agrietaría en lugar de fraguar.
Erica tragó.
—Tú me metes en eso.
—Sí.
—¿Me... vas a dejar allí?
—Sí —insistió una voz dentro de él, la vas a dejar allí. Wulf se encontró
tomando su mano. —Tengo deberes que atender —le dolía el pecho. Era más
difícil de lo que había pensado que sería, guardándose sus planes para sí mismo.
Al soltarla, los condujo a un trote a través de la catedral cercana, donde un
torrente de peregrinos rodeaba a las tropas, en dirección al santuario de San
Swithun, en el Monasterio. Cualquiera que sea el Rey que se siente en el trono,
pensó Wulf, siempre habrá peregrinos que se dirijan al santuario. Así había sido en
los días del Rey Alfred, así será en el futuro.
***
***
***
34
NT. Expresión sarcástica. En un pasaje crucial de la batalla de Hastings, la estrategia de Guillermo II fue ordenar una retirada
circunstancial de una sección de su ejército en la cual los Bretones, parte del ejército de Guillermo, eran parte importante.
Hrolf maldijo. Por un momento, el silencio se apoderó de la capilla. Ya no era
posible respirar.
Una vela chisporroteó y Érica sintió que la mirada de Wulf se posaba
brevemente sobre ella, antes de que se fijara en De Warenne. Se inclinó.
—Mi Lord.
—Entonces, Capitán —la cara de De Warenne era impasible. —Vine aquí
esperando insubordinación, lo que Sir Richard confirma, aunque apoya su acción.
Y encuentro... ¿qué es esto? ¿Una rebelión?
—No, mi Lord —la voz de Wulf era firme. —Espero que me conozca mejor que
eso.
—Pensé que sí, Capitán. Pero al menos parecería que has contravenido una
orden directa, has desacreditado a esta mujer.
—No, mi Lord —dijo Érica. —Eso no es verdad, ¡Wulf no me ha deshonrado!
La mirada de De Warenne era fría.
—No es tu igual, pero se casó contigo, ¿no?
—Sí, mi Lord, pero... —Érica agarró la mano de Wulf. —no es menosprecio
para mí casarme con él. Yo... lo amo.
La mano de Wulf se sacudió en la de ella, su mirada quemaba.
—¿Érica?
De Warenne hizo un movimiento despectivo.
—¡Silencio, Capitán! —los ojos fríos se entrecerraron en los de ella. —Lady
Érica, ¿me está diciendo que está casada en todos los sentidos?
Las mejillas de Érica enrojecieron, no con vergüenza, porque estaba orgullosa
de haberse casado con Wulf, y nunca mejor que en este momento. Mientras
pensaba que él la había olvidado, él había estado luchando entre bastidores por la
reconciliación entre su pueblo y el de él. Pero la pregunta de De Warenne era
vergonzosa. Lo que había pasado entre ella y Wulf anoche se había hecho público
cuando debía ser privado. Pero esto era 1068, como hija de un Thane, era
importante que ella le hubiera dado su virginidad al Capitán Wulf FitzRobert.
Importaba porque, entre otras cosas, se ponía en duda la propiedad de sus tierras.
—Sí.
—Diablos, Capitán, se mete en una línea delgada, ¿se da cuenta de eso?
—Sí, mi Lord.
—¿Y por qué los guardaespaldas de Lady Érica han venido al Castillo de
Winchester? —De Warenne se puso los puños en las caderas. No lo había hecho,
Érica se dio cuenta con el ceño fruncido, e incluso pensó en coger su espada. Su
corazón se elevó. Toda esta charla de insubordinación, de no confiar en Wulf, es
sólo eso... hablar. El Señor de Lewes confía en Wulf; más que eso, le gusta. Es su
orgullo lo que le hace gritar y fanfarronear, De Warenne está enfadado porque
Wulf desobedeció sus órdenes.
Wulf se puso de pie a su lado, un soldado en su porte, excepto por un
pequeño pero significativo detalle: la sostenía de la mano. Érica miró sus dedos
unidos. Ni una sola vez Wulf había hablado de amor, pero él lo había demostrado
por la forma en que la trataba. Desde el momento en que se encontraron por
primera vez en el patio entre muros del castillo del castillo de Guthlac, él le había
tenido en respeto, la había mantenido a salvo. Wulf era uno de los hombres más
autónomos que había conocido, nunca dio espacio a sus emociones y sin
embargo... y sin embargo... le echó una rápida mirada, ella interceptó una mirada
de búsqueda de esos ojos azules y sus labios curvados... se había desviado de su
camino para pedirle a De Warenne su mano.
A Wulf le importaba.
Érica no sabía si la amaba, pero había dicho que la consideraba bella y, lo que
es mucho más importante, afirmó que la quería a ella y no a sus tierras. Sin falta,
Wulf la había honrado con la verdad. Ella le tomaría la palabra; muchos
matrimonios se habían construido sobre peores cimientos.
—Tú, Sajón —De Warenne cortó sus pensamientos; estaba mirando a Hrolf.
—No te he visto antes... ¿eres parte del clan de esta señora?
—Sí, mi Lord.
La frente de De Warenne se oscureció.
—¿Estuviste con ella en East Anglia?
—Sí, mi Lord.
—¿Qué hay de tus armas, de tus otros compatriotas? Había oído que cuatro,
tal vez cinco hombres, que respondían al Thane de Whitecliffe. ¿Dónde están los
demás?
Wulf soltó a Érica y se adelantó.
—Esos housecarls están desarmados, mi Lord. Vinieron a la capilla bajo mi
custodia para discutir los términos de un acuerdo pacífico para todos los
guerreros.
—Entonces, su informe era correcto, Asculf —dijo De Warenne. —Confieso
que lo dudé. ¿Capitán?
—¿Mi Lord?
—¿Han llegado a un acuerdo?
—Sí, mi Lord. Siempre que se acuerde un salvoconducto para los hombres de
mi Lady y no se tomen represalias contra sus familias, la mayoría de los housecarls
están dispuestos a abandonar el pantano y regresar a Whitecliffe.
—¿La mayoría?
Wulf extendió sus manos.
—No todos tratarán con Normandos, mi Lord, no todos regresarán. Pero los
que lo hagan jurarán lealtad a usted, siempre y cuando...
—¿Cuántos permanecerán fuera de la ley?
Ailric aclaró su garganta.
—No más de una docena, mi Lord.
—Puedes darme sus nombres más tarde.
Ailric se sonrojó y sus ojos se deslizaron apartando su mirada.
—Sajón, ¿me has oído?
—Sí, mi Lord.
—Muy bien —De Warenne se dirigió hacia Wulf y le hizo un breve
asentimiento con la cabeza. —No cabe duda de que habrá unos pocos rebeldes
endurecidos, pero en general lo ha hecho bien, Capitán. Confieso que no esperaba
un resultado tan rápido.
—Gracias. Mi Lord, sobre mi matrimonio...
De Warenne le hizo un gesto con la mano.
—No diga más, Capitán, usted desobedeció una orden directa.
—Sí, mi Lord.
—¿Mi Lord? —Ailric aclaró su garganta; tenía un brillo decididamente
beligerante en los ojos. —Debes saber que nuestra lealtad depende de que
bendigas el matrimonio del Capitán FitzRobert con Lady Érica. Si se anula, nos
veremos obligados a reconsiderar nuestra posición.
—No estás en posición de amenazarme, Sajón.
Ailric apretó la mandíbula.
—No amenazo, me limito a declarar los términos tal y como los hemos
acordado. El Capitán FitzRobert ha actuado con honor en sus relaciones con
nosotros. Destacó contra Thane Guthlac en el asunto de la disputa sangrienta,
protegió a nuestra señora. Y después de que el castillo de Guthlac fue incendiado,
confió en que Hereward y yo comenzaríamos las negociaciones con el resto de
nuestros hombres. Es medio Sajón, nos entiende.
Después de un momento de silencio, De Warenne sacudió la cabeza y
extendió la mano.
—Asculf, tu espada, por favor.
Sonó un chasquido de acero mientras Sir Richard desenvainaba su espada. De
Warenne presionó la empuñadura en la palma de su mano.
Érica se mordió el labio; no podía leer al señor de Wulf, pero un sudor frío
corría por su espalda. Su mano se deslizó hacia su brazalete, girando, girando.
—Paz, mi Lady —dijo De Warenne. —No se derramará sangre en la Capilla del
Rey. Capitán, arrodíllese.
Las mejillas de Wulf estaban vaciadas de color. Intercambió miradas
sorprendidas con Richard de Asculf y cayó de rodillas. Érica se encontraba a su
lado.
Los labios de De Warenne se curvaron.
—No me alegré mucho cuando me enteré de que te habías casado con Lady
Érica. Tenía la intención de que se casara con alguien de su misma clase y
reputación —levantó la espada, girándola para que el plano golpeara los hombros
de Wulf en rápida sucesión, una, dos, tres veces. —Así que más vale que seas un
caballero. En cualquier caso, usted ha estado actuando como tal, organizando
tratados con proscritos, casándose con sus damas y dándoles la confianza para
sumar sus lealtades como caballeros nuestros. Pero le advierto, capitán, que usted
pone el carro delante del caballo, y, aunque comprendo sus motivos, no deseo
que lo convierta en un hábito.
—Te has salido con la tuya porque has sido reivindicado por el resultado, y
porque considero que Inglaterra necesita hombres como tú. ¿Entendido?
—Sí, mi Lord.
—Oh, levántate, FitzRobert. Te he nombrado caballero.
***
Esa noche, Érica estaba tumbada sola en la habitación de la torre sin poder
dormir. ¡Se iba a casar!
¡Whitecliffe! Los preparativos estaban en marcha, salían por la mañana.
Apenas podía creerlo. Por supuesto, mucho había cambiado desde que ella se fue
del salón de su padre, su regreso a casa no iba a ser nada parecido al que había
planeado. Wulf estaría a su lado… su esposo… un hombre que le había enseñado a
confiar en él en todos los sentidos, tanto políticos como personales. De Warenne
le había regalado la tierra de su padre.
La frente de Érica se arrugó, ¿todos lo aceptarían? ¿Un caballero Normando
en Whitecliffe? ¿Quién lo hubiera pensado? Un sonido en el hueco de la escalera
llamó su atención. Wulf se los ganaría, sobre todo si continuaba tratando con
justicia a todo el mundo. Era un hombre justo y ellos lo apreciarían.
Wulf abrió la puerta… Las velas flameaban mientras se acercaba a la cama, su
sombra se extendía a través de las paredes pintadas con estrellas.
—¿Todavía despierta, ma belle? —el colchón se hundió bajo su peso mientras
se sentaba a su lado. —Me alegro de ello, porque tengo algo para ti.
—¿Oh?
Presionó un paño doblado en sus manos.
—Aquí.
Erica parpadeó. Verde, azul y blanco, como las cintas de la cerradura de la
puerta. El latido de su corazón aumentó. Entonces las cintas no habían sido una
coincidencia, Wulf sabía del emblema de su padre. Verde, azul y blanco: los tonos
coincidían exactamente con los colores que su padre había elegido para su pendón
de batalla.
—¿No vas a mirarlo?
Con cuidado, sin apenas atreverse a respirar, Érica desplegó la tela. Sí, como
sospechaba, era un pendón recién hecho. Le ardían los ojos. Aquí estaba el verde
del mar, danzando con las olas; y aquí un poco de seda azul para representar el
cielo sobre los acantilados cerca de Lewes; mientras que los blancos acantilados...
Abrió el último pliegue y parpadeó sorprendida.
—¿Qué es esto? —los acantilados blancos habían cambiado; oh, todavía había
una banda ancha de blanco en el centro del pendón, pero superpuestos sobre
ellos alguien había cosido la cabeza de un lobo, de perfil. Un lobo negro con un ojo
rojo y lengua expuesta.
La expresión de Wulf era cautelosa, pero su boca se elevó en una esquina.
—Es un lobo.
—Puedo ver eso, pero…
Un gran dedo extendió la mano para trazar el contorno de la cabeza.
—Es... —su sonrisa se agrandó. —…un emblema ambiguo. De Warenne lo ha
aprobado, por cierto.
Los ojos de Érica iban de los de Wulf al pendón y de vuelta a los ojos de Wulf.
—Yo... ya veo. Una cabeza de lobo, forajidos y rebeldes.
—Esa eres tú, mi Lady, mi esposa proscrita que lleva la cabeza de lobo. Y tus
hombres también, los housecarls que te acompañaron a los pantanos.
Ella agitó la cabeza.
—Pero tú, tu nombre, también eres tú, Sir Wulf —los labios de Érica se
curvaron mientras doblaba su cabeza sobre el pendón, alisando la tela. Wulf
acababa de disipar cualquier duda sobre si sería aceptado en Whitecliffe. —Es un
buen trabajo, me gusta. ¿Rose?
—Sí —quitándole el pendón a ella, Wulf lo apartó a un lado. —Quiero que
sepas que te protegeré, Érica. Siempre.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Eso es importante para ti?
—Es lo más importante. Desde que Marie murió, he anhelado estar en
condiciones de proteger a mis seres queridos.
Se inclinó sobre ella, y una gran mano le ahuecó la mejilla mientras ella le
cogía.
—¿A los que amas, Wulf?
Las mejillas de Wulf se oscurecieron, pero antes de que ella pudiera
interrogarlo más de cerca, sus labios se movían sobre los de ella y su mano se
deslizaba en el cuello de su camisón, haciéndola sentir ese tirón sensual entre el
pecho y en el vientre.
—¿Wulf? —consiguiendo retroceder un poco, Érica le dio una pequeña
sacudida. —No es justo, usted tuvo mi confesión en la capilla, ante testigos.
Necesito la tuya. ¿Me amas?
—No soy bueno con las palabras, ma belle —murmuró, tirando su cinturón a
un lado. —Pero puedo mostrarte lo que siento —puso la mano de Érica sobre la
parte alta de sus muslos. —Mira lo que me haces. Ninguna otra mujer me ha
afectado así. Sólo tienes que entrar en una habitación y esto sucede.
—¡Wulf FitzRobert, necesito las palabras!
—Érica, je t'adore, y bien lo sabes. Deja de ser una provocadora y déjame
demostrártelo. Si, eso es… —una tierna mirada de incertidumbre entró en sus ojos
—mira que aún no estás... recuperada después de lo de anoche.
Ella lo tomó por el hombro y le miró profundamente a los ojos.
—Las palabras no me asustan. Te amo, Wulf, y quiero que sepas que estaré
orgullosa de volver a Whitecliffe contigo a mi lado —ella sonrió. —Y en cuanto a lo
de anoche, temía que me castigaras por mi comportamiento indecoroso.
—Debo admitir que me sorprendió.
Abrió los ojos de par en par. ¿Estaba? ¿De verdad?
Él asintió con la cabeza.
—Esperaba mucho más de la conducta de una doncella.
—¿Lo hiciste?
—Mmm —levantando las sábanas, Wulf se deslizó a su lado y se acercó a ella.
—Y cómo eres la dama de un caballero, creo que será mejor que lo intentemos de
nuevo.
—¿Quieres un comportamiento de doncella, como el de una dama? ¿Estás
seguro?
—En efecto, y debes aprender a ser obediente. ¡Bésame!
Dócilmente, ella levantó sus labios hacia los de él.
—Sí, Wulf.
En un instante el beso pasó de suave a intenso. Érica gimió y abrió la boca.
Wulf se acercó, y se acercó aún más. Después de un momento, levantó la cabeza.
Sus ojos brillaban a la luz de las velas, su boca se curvaba y agitaba la cabeza.
—No es bueno, definitivamente necesitas más práctica.
—Mmm ¿Qué? ¿Qué es eso?
Sus manos gentiles subían y bajaban a lo largo de su cuerpo, sujetándola con
fuerza contra él. Una ceja oscura levantada.
—Modesta doncella, ma belle, realmente no le has cogido el “truco”. Veo que
tendremos que intentarlo una y otra vez hasta que lo hagas bien...