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El Corazon Del Laird

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Índice

El corazón del Laird


Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo
El corazón del Laird

Lairds de las Highlands 6

S. K. Wallace
Sinopsis

El corazón del Laird


Un romance épico en las Tierras altas
escocesas
En las brumosas Highlands de Escocia, la llegada de Eilidh MacDonnell a
la fortaleza de Alistair MacGregor, laird de su clan, marca el inicio de una
apasionante historia de amor y liderazgo. Con un pasado misterioso y
desafíos inminentes, su romance florece en medio de intrigas y traiciones
que amenazan su futuro y el de su gente.

"El corazón del Laird" nos lleva a través de festines opulentos, duelos al
amanecer y decisiones que podrían cambiar las Highlands para siempre. A
medida que Alistair y Eilidh luchan por unir sus clanes y enfrentar
enemigos comunes, se forja entre ellos un vínculo inquebrantable. Su boda,
un evento que promete paz y prosperidad, también se convierte en el
escenario de antiguas promesas y nuevas esperanzas.
Descubre en esta épica novela romántica cómo el laird y su valiente dama
desafían los peligros de su mundo para asegurar un legado de paz. "El
corazón del Laird" es una invitación a explorar el amor verdadero y el poder
de la unidad en el desafiante escenario medieval de Escocia. Perfecta para
quienes aman las historias donde el corazón y el coraje se entrelazan para
crear un futuro mejor.
Prólogo

La luna llena se alzaba imperiosa sobre las vastas y silvestres Highlands,


bañando las colinas y valles en su luz argentada, transformando los paisajes
en escenas de un mundo etéreo y olvidado. Bajo su velo plateado, la brisa
nocturna llevaba consigo el susurro de antiguas leyendas y el eco de gaitas
que alguna vez sonaron en celebraciones y batallas. Pero esa noche, el
viento también traía consigo un presagio, una promesa de cambio que se
manifestaba en la figura solitaria de una mujer que se acercaba a la fortaleza
de Dunmore.

La fortaleza, hogar del laird Alistair MacGregor, se alzaba majestuosa sobre


un promontorio que ofrecía vistas imponentes del territorio que gobernaba
con mano firme y corazón justo. Sus torres se recortaban contra el cielo
nocturno, y las antorchas que ardían a lo largo de las murallas proyectaban
un resplandor cálido que se esparcía por el suelo rocoso. Era un castillo que
había resistido el embate del tiempo y de los enemigos, un símbolo de la
fuerza y resistencia de los MacGregor.

—Se aproxima una forastera —anunció uno de los guardias, apoyando sus
manos sobre el frío parapeto de piedra, intentando descifrar la figura que se
movía con una determinación inquebrantable hacia la puerta del castillo.

Alistair, quien hasta ese momento había estado sumido en el estudio de


unos mapas antiguos, levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de
curiosidad y cautela. A sus treinta y cinco años, había visto suficiente de la
vida como para saber que rara vez las visitas nocturnas traían buenas
noticias.
—¿Una mujer, dices? —su voz, aunque teñida de sorpresa, mantuvo la
calma que lo caracterizaba.

—Sí, mi laird. Sola y a pie. No parece llevar más que una capa y lo que
parece ser una espada a su lado —respondió el guardia, sin quitar la vista de
la figura que ya comenzaba a ser visible bajo la luz de las antorchas.

Alistair se acercó al muro, observando cómo la figura emergía de la


oscuridad como un fantasma del pasado. Su estatura era notable, su postura
erguida; incluso a la distancia, había algo en su porte que hablaba de
nobleza, de una fuerza interna que pocos poseían. Sin apartar la vista de la
enigmática visitante, ordenó:

—Abre las puertas. Preparemos una bienvenida. Sea quien sea, no se puede
dejar a una dama a merced de la noche fría de las Highlands.

Con un gesto de su mano, los guardias se movilizaron, y las pesadas puertas


de madera comenzaron a abrirse con un chirrido que resonaba a través del
silencio nocturno. A medida que la mujer se acercaba, la luz reveló sus
rasgos: cabello rojizo, trenzado y largo, cascada sobre sus hombros, y unos
ojos verdes que brillaban con un fuego indomable. Llevaba una capa
gruesa, el color de la tierra húmeda, y en su cintura, ciertamente, colgaba
una espada.

—Bienvenida a Dunmore —dijo Alistair, descendiendo los escalones que


conducían al patio. Su figura imponente, vestido con el tartán de su clan,
inspiraba tanto respeto como curiosidad—. Soy Alistair MacGregor, laird
de estas tierras. ¿A qué debemos el honor de su visita?

La mujer detuvo su paso a unos metros de él, su mirada evaluando al


hombre que tenía ante sí. Tras un breve momento, en el que el único sonido
era el del viento moviendo los estandartes del clan, respondió con una voz
que llevaba el timbre de la autoridad y el velo de una tristeza apenas
perceptible:

—Mi nombre es Eilidh. He viajado lejos para encontrar este lugar, pues las
sombras que acechan mi hogar ahora amenazan también estas tierras. Vengo
en busca de alianza, de comprensión y tal vez... de redención.
Alistair escuchó, su interés aumentando con cada palabra. Aquella noche,
bajo el manto de la luna llena, las puertas de Dunmore no solo se abrían a
una desconocida, sino también a un nuevo capítulo que se entrelazaría con
el destino de su clan.

El viento volvió a soplar, llevando consigo el eco de antiguas promesas y


nuevos desafíos. Y mientras Alistair y Eilidh intercambiaban esa primera
mirada cargada de futuras historias, las Highlands parecían susurrar sobre el
inicio de una leyenda que ni el tiempo podría olvidar.
Capítulo 1

Era un amanecer frío en las Highlands, donde cada soplo del viento parecía
arrastrar consigo tanto el aliento de los antiguos dioses como los susurros de
incontables generaciones pasadas. La luz del sol aún no había tocado las
cumbres de las montañas, que se erguían como centinelas de un mundo
verde y misterioso. En este escenario, Alistair MacGregor, laird del clan
MacGregor, comenzaba su día como lo había hecho desde que heredó el
título tras la trágica muerte de su padre.

—¡Laird Alistair! —la voz de Hamish, su fiel segundo, interrumpió la paz


matutina—. Los hombres ya están listos para revisar las defensas del oeste.

Alistair asintió con un gesto grave y se dirigió hacia donde un grupo de


robustos guerreros lo esperaba. A pesar de su joven edad, los treinta y cinco
años no habían mermado su presencia imponente ni la determinación que
ardía en sus ojos azules. Llevaba el peso de la responsabilidad como si fuera
parte de su propia piel; una carga que no solo lo definía como líder sino
como hombre.

—Buenos días, señores —saludó con una voz que, a pesar de su calidez,
nunca dejaba lugar a dudas de su autoridad. Se montó en su caballo con una
agilidad que hablaba de años de entrenamiento—. Vamos a asegurarnos de
que no haya debilidades por las que los MacDonald puedan colarse.

La inspección les llevó la mayor parte de la mañana. Alistair no solo era


meticuloso en su liderazgo; era también un hombre que conocía cada
pulgada de sus tierras y entendía la importancia de mantener a su gente
segura. No había día en que no se involucrara personalmente en las tareas
de su clan, y eso le había ganado el respeto y la lealtad inquebrantable de
sus hombres.
Al regresar al castillo, su mirada se perdió momentáneamente en las
distantes colinas que su padre tanto amaba. La soledad de su vida, impuesta
por la muerte de su esposa y la ausencia de hijos, a menudo pesaba sobre él
como la niebla que se cernía sobre los valles en las mañanas frías.

—Mi laird, ¿pensáis en el pasado? —Hamish observó a su líder con una


mezcla de preocupación y respeto.

Alistair sonrió ligeramente, un gesto que rara vez mostraba a otros fuera de
su círculo más cercano.

—A veces, Hamish. A veces el pasado es todo lo que un hombre tiene para


recordar quién es.

—Pero también es el futuro lo que un laird debe forjar para su gente —


replicó Hamish, asegurándose de que su tono fuera tanto de apoyo como de
recordatorio.

—Así es —Alistair miró hacia el horizonte, donde el sol finalmente


comenzaba a bañar las tierras en oro y luz—. Y tengo la intención de forjar
un futuro donde el clan MacGregor no solo sobreviva, sino que prospere.

Decidido, Alistair guió a su caballo de vuelta al establo. Su mente estaba


llena de planes y estrategias, no solo para proteger a su gente, sino para
asegurar que su legado fuera más que guerras y disputas. Anhelaba la paz,
tanto para él como para el clan, aunque el camino hacia ella fuera tan arduo
y tortuoso como los senderos montañosos de las Highlands.

A medida que el día se desplegaba ante él, con sus tareas y sus desafíos,
Alistair MacGregor se enfrentaba a cada uno con la firmeza de quien sabe
que su destino no está escrito por los dioses antiguos, sino por las acciones
de un hombre determinado a dejar su marca en el mundo. Aunque el peso
de la soledad lo acompañara, no lo detendría. Después de todo, era el laird,
y su corazón, aunque cargado de melancolía, aún tenía mucho que ofrecer a
su tierra y a su gente.
Capítulo 2

El amanecer en las Highlands no era solo el inicio de un nuevo día, sino


también el despertar de una comunidad entrelazada por lazos tan fuertes
como el acero de sus espadas y tan suaves como los hilos de sus tartanes.
En el clan MacGregor, cada día era una sinfonía de sonidos y colores,
donde cada miembro, desde el más joven hasta el más anciano,
desempeñaba un papel vital en el tejido de su sociedad.

—¿Madre, me ayudas con el bordado? —La voz de Aileen, una jovencita


de catorce años, resonó a través de la estancia común donde varias mujeres
del clan se reunían para trabajar la lana.

—Claro, hija —respondió su madre, Mairi, una mujer cuya habilidad con
las agujas era tan reconocida en el clan como la destreza de los guerreros en
el campo de batalla. Sus dedos hábiles y curtidos volaban entre los hilos
mientras instruía a su hija—. Mira, así se hace el punto cruz. ¿Ves? Cada
puntada es como un paso en las Highlands, firme y seguro.

En otra parte del castillo, el fragor del metal contra el metal llenaba el aire.
Iain, el herrero del clan, forjaba las espadas y arados que sustentaban tanto
la defensa como el cultivo de sus tierras. Su taller era un hervidero de
actividad, con aprendices que se afanaban por aprender el arte de
transformar el hierro bruto en herramientas de vida y muerte.

—Más fuerte, lad, golpea como si tu vida dependiera de ello —gritaba Iain
a un joven que apenas superaba los diecisiete años, pero cuyo entusiasmo
por dominar el oficio ardía tan fiero como el fuego de la fragua.

—Sí, maestro —respondía el chico, limpiándose el sudor de la frente con el


dorso de su mano, antes de levantar de nuevo el martillo.
No muy lejos de allí, en los vastos campos que rodeaban el castillo, los
agricultores trabajaban la tierra desde el alba hasta el ocaso. Angus, el
capataz, dirigía a los labriegos y labriegas con una voz que parecía capaz de
hacer brotar los cultivos con solo pronunciarlos.

—¡Eso es, fuerte y constante! —animaba a su equipo mientras supervisaban


la siembra de cebada—. Este año la cosecha será tan abundante que incluso
los MacDonald envidiarán nuestro granero.

Entre la gente del clan, los niños jugaban entre los muros del castillo, sus
risas llenando el aire como música. Observados siempre por ancianos que,
sentados al sol, compartían historias de días pasados, cuando las fronteras
del clan se trazaban con sangre y valor.

—Cuando yo era joven como tú —contaba el viejo Seoras a un grupo de


niños embelesados—, luché junto a tu abuelo en la batalla de Glen Shiel.
Ah, esos eran tiempos de verdadera prueba.

Mientras el día avanzaba, Alistair observaba a su gente desde la altura de


sus almenas. Su corazón se llenaba de orgullo, pero también de una
determinación renovada. Sabía que cada risa de niño, cada golpe de martillo
y cada puntada en tela era un recordatorio de lo que estaba en juego: la vida
y el futuro de su clan.

Al caer la tarde, todos en el clan MacGregor se reunían en la gran sala para


compartir una comida. El aroma del guiso de cordero llenaba el espacio
mientras las voces de los clanes se entrelazaban en un cálido tapiz de
camaradería y comunidad.

—Hoy, como cada día, damos gracias por las manos que trabajan nuestras
tierras, por las espadas que protegen nuestro hogar, y por la paz que aún
reina en nuestras colinas —declaraba Alistair, alzando su copa en un brindis
que era más una promesa que una simple muestra de gratitud.

Así, en el clan MacGregor, cada día era un microcosmos de la vida en las


Highlands, una danza entre la tradición y la supervivencia, entre el amor por
la tierra y el compromiso con su gente. Y en el corazón de todo estaba
Alistair, el laird, cuya soledad era el único precio que pagaba por liderar con
amor y firmeza.
Capítulo 3

La tarde se cernía sobre las Highlands con un manto de tonos dorados y


naranjas que pintaban el cielo al ocaso. Los últimos trabajos del día se
llevaban a cabo con la tranquilidad de quienes conocen el ritmo inalterable
de la naturaleza y sus ciclos. Sin embargo, esta calma sería pronto alterada
por la llegada de una forastera que traería consigo tanto misterio como
turbación.

Eilidh, con su capa desgastada por el viaje y el polvo del camino cubriendo
su figura, apareció en la distancia. Sus pasos eran decididos, aunque
claramente mermados por la fatiga y el dolor. A cada paso que daba hacia la
fortaleza de Dunmore, su corazón latía con una mezcla de temor y
esperanza.

—¡Guardias! —gritó uno de los vigías desde la torre más alta, señalando
hacia la figura solitaria que se acercaba por el camino. Los hombres al pie
del castillo ajustaron sus espadas y se prepararon para recibir a la
desconocida, no sin antes intercambiar miradas de curiosidad y cautela.

Al abrirse las grandes puertas de madera del castillo, Eilidh se detuvo un


momento, tomando un respiro profundo, como si buscara en su interior la
fuerza para enfrentar lo que estaba por venir.

—Mi nombre es Eilidh —dijo con voz firme pero claramente debilitada por
el dolor—. Vengo de las tierras del norte, buscando refugio bajo la
protección del laird Alistair MacGregor.

Los guardias la miraron entre ellos, notando no solo la espada que colgaba
de su cinto, sino también las heridas visibles en su rostro y brazos. Uno de
ellos, el más veterano, dio un paso al frente.
—¿Qué te trae a Dunmore, y por qué deberíamos concederte entrada? —su
tono era desconfiado, pero no desprovisto de compasión.

—He sido atacada por bandidos en el camino —explicó ella, la voz


quebrándose ligeramente bajo el peso de sus recuerdos. Llevaba consigo
marcas de un reciente combate, evidentes en el corte de su capa y la sangre
que aún manchaba su blusa de lino.

—Déjenla pasar —intervino una voz autoritaria detrás de los guardias. Era
Alistair, que se había acercado tras ser informado de la presencia de la
visitante. Su mirada se posó sobre Eilidh, leyendo en su porte no solo la
urgencia sino también la nobleza oculta tras la fatiga—. Cualquiera que
busque refugio en Dunmore será acogido. Más aún si viene herida y sola.

Eilidh le miró, encontrando en los ojos del laird no la dureza que esperaba,
sino una chispa de entendimiento, quizás incluso de gentileza. Mientras los
sirvientes se apresuraban a ayudarla a entrar, Alistair ordenó que la llevaran
a la sala más cálida y que la sanadora del clan fuera convocada de
inmediato.

—Gracias, mi laird —dijo ella, mientras la apoyaban para caminar. Su voz


llevaba un timbre de alivio y algo más, una curiosidad apenas disimulada
por la identidad del hombre que le había extendido la mano sin pedir nada a
cambio.

Dentro del castillo, mientras la sanadora limpiaba y vendaba sus heridas,


Eilidh contó su historia. Habló de su viaje desde el norte, donde las disputas
entre clanes habían escalado a niveles peligrosos, y cómo había decidido
buscar un nuevo comienzo, lejos de la violencia y la traición que habían
marcado su vida hasta entonces.

Alistair escuchaba atento, cada tanto asintiendo o frunciendo el ceño,


mientras el fuego en la gran chimenea arrojaba sombras danzantes sobre sus
rasgos pensativos. Algo en el relato de Eilidh resonaba con él, una
resonancia de pérdidas y esperanzas que conocía demasiado bien.

—Serás bienvenida aquí, Eilidh —declaró finalmente, cuando la sanadora


hubo terminado su trabajo—. Dunmore será tu hogar tanto como lo
necesites. Y mañana, cuando estés más recuperada, hablaremos de cómo
puedes integrarte y contribuir con nuestras gentes.

Esa noche, mientras Eilidh descansaba en una habitación bajo techo de paja
y vigas de madera, sentía cómo el calor del hogar de Alistair comenzaba a
derretir el hielo que durante mucho tiempo había cubierto su corazón.
Quizás, pensó mientras el sueño comenzaba a vencerla, Dunmore podría ser
realmente el comienzo de algo nuevo, no solo un refugio, sino un lugar
donde finalmente podría pertenecer.
Capítulo 4

El sol comenzaba a declinar en el horizonte, tiñendo el cielo de un


crepúsculo naranja y púrpura que parecía iluminar las Highlands con una
luz de otro mundo. En el gran salón del castillo de Dunmore, el resplandor
de las antorchas parpadeaba contra las paredes de piedra, creando un
ambiente tanto acogedor como sombrío. Alistair MacGregor, sentado en su
gran silla tallada al final de la mesa del comedor, observaba a la recién
llegada mientras cenaban. Aunque le había ofrecido refugio, la curiosidad y
la precaución moldeaban sus pensamientos.

—Eilidh, has viajado desde lejos y, por lo que entiendo, has enfrentado
grandes peligros —comenzó Alistair, su voz resonando con una mezcla de
calidez y firmeza. —Pero, ¿podrías decirme más sobre los conflictos que
mencionaste? ¿Quién exactamente te persigue?

Eilidh, sentada frente a él con una copa de vino en la mano, sostuvo su


mirada con ojos que guardaban más historias de las que sus labios habían
revelado. Su mano tembló ligeramente antes de responder.
—Mi laird, mi historia es complicada y las heridas que llevo no todas son
visibles —dijo con una voz que intentaba mantenerse estable. —Los
conflictos entre mi clan y el clan rival se intensificaron tras la muerte de mi
padre. Me vi obligada a huir para evitar un matrimonio que habría sido poco
menos que una prisión.

—Entiendo la necesidad de huir de un destino no deseado —Alistair asintió


lentamente, recordando su propio pasado y las decisiones que había tomado
por el bien de su gente. —Pero, ¿por qué elegiste venir a Dunmore? ¿Qué
sabes de nosotros aparte de lo que las leyendas cuentan?

—He oído hablar de vuestra justicia y fortaleza, laird Alistair —respondió


Eilidh, esquivando ligeramente la mirada antes de recuperar su compostura.
—Y, sinceramente, no tenía a dónde más ir. Mi elección fue impulsada tanto
por la necesidad como por la esperanza de encontrar un lugar donde se
valore la lealtad y la justicia por encima de los viejos rencores.

Alistair la estudiaba mientras hablaba, tratando de descifrar la sinceridad de


sus palabras. La luz de las antorchas iluminaba su rostro, destacando la
firmeza de su expresión y la determinación en su mirada. Era evidente que
Eilidh no era una mujer común; su porte y su manera de hablar sugerían una
crianza noble, y sus respuestas, aunque cuidadosamente medidas, revelaban
una inteligencia y una astucia notables.
—Y tus habilidades con la espada, ¿dónde las aprendiste? No es común ver
a una dama empuñar una espada con tal destreza —inquirió Alistair,
cambiando el curso de la conversación hacia un terreno que esperaba fuera
menos espinoso.

Eilidh sonrió levemente, casi con melancolía. —Mi padre creía que todos
en el clan debían saber defenderse, sin importar su género. Fue él quien me
entrenó, junto a mi hermano.

—Era un hombre sabio —comentó Alistair, asintiendo con aprobación. —


Creo en el mismo principio. Aquí, en Dunmore, también enseñamos a
nuestros jóvenes, hombres y mujeres por igual, el arte de la defensa.

La cena continuó con una charla más ligera sobre las costumbres de
Dunmore y las responsabilidades de un laird hacia su gente. Sin embargo,
bajo la superficie de la conversación, Alistair guardaba sus reservas. Sabía
que la llegada de Eilidh podría ser una bendición o un desafío, y solo el
tiempo revelaría cuál de los dos sería.

Cuando la noche cayó por completo y los sirvientes comenzaron a retirar


los platos, Alistair se levantó, ofreciéndole a Eilidh una mano en señal de
paz.
—Serás bienvenida aquí mientras desees quedarte, Eilidh —dijo con
solemnidad. —Pero te pido que seas honesta conmigo. Cualquier secreto
que ponga en peligro a mi gente no será tolerado.

Eilidh asintió, comprendiendo la gravedad de su situación y la generosidad


de la oferta.

—Gracias, mi laird. Mi único deseo es encontrar paz y un nuevo comienzo,


lejos de las sombras del pasado.

Con esa promesa colgando entre ellos como una delicada trama de
esperanza y precaución, ambos se retiraron a sus respectivas habitaciones,
cada uno perdido en sus pensamientos sobre lo que el futuro podría deparar
para ellos y para el clan de Dunmore.
Capítulo 5

Era el alba en Druimdarach, una de las aldeas más remotas pero vitales para
el clan MacGregor, cuando la paz de la mañana fue desgarrada por el
clamor de la guerra. Sin previo aviso, un grupo de guerreros bien armados y
montados sobre caballos robustos irrumpió en el tranquilo amanecer. Las
casas, construidas con el esfuerzo de generaciones, se convirtieron de
repente en el blanco de una furia que parecía nacida del mismo corazón del
odio ancestral.

—¡A las armas! ¡A las armas! —gritó el centinela de la aldea, mientras


corría hacia la campana que colgaba del centro comunal y comenzaba a
repicarla con desesperación.

Dentro del castillo de Dunmore, el sonido de la campana de alarma llegó


como un eco distante pero inconfundible. Alistair, que ya estaba vestido y
listo para otro día de labores, se tensó al instante. Su corazón, curtido en mil
batallas, reconoció el llamado y supo que no era un ejercicio.

—¡Hamish! ¡Reúne a los hombres! —ordenó sin perder un segundo. —Nos


dirigimos a Druimdarach. Algo anda mal.

En cuestión de minutos, Alistair, montado en su caballo más confiable,


lideraba una columna de guerreros hacia la aldea. La tensión era palpable en
el aire, cada hombre y mujer armada que lo acompañaba sabía que este no
sería un día común.

—Mantengan los ojos abiertos —advirtió Alistair mientras galopaban. —


No sabemos qué nos espera, pero protegeremos a los nuestros a toda costa.

Al acercarse a Druimdarach, el humo ya se elevaba hacia el cielo, un testigo


mudo del caos que se había desatado. Los aldeanos, en su mayoría
agricultores y artesanos, luchaban valientemente pero estaban mal
equipados para enfrentar a los invasores, quienes claramente tenían ventaja
tanto en número como en armamento.

—¡Formación! —gritó Alistair, desenfundando su espada con una fluidez


que hablaba de años de dominio. —¡Protejan a los civiles y repelan el
ataque!

Los MacGregor, conocidos por su bravura, formaron rápidamente una línea


de defensa. Alistair, al frente, se abrió paso entre los atacantes, su espada
dibujando arcos mortales en el aire. Cada movimiento suyo era tanto un
baile de muerte como un canto a la vida, pues cada enemigo que caía
significaba un aldeano que viviría.

Eilidh, quien había insistido en acompañarlo, luchaba a su lado. Sus


habilidades con la espada no eran menores, y su presencia en el campo de
batalla era como la de una fuerza de la naturaleza: implacable y hermosa en
su ferocidad. Juntos, formaban un dúo que inspiraba tanto miedo en sus
enemigos como esperanza en sus aliados.

—¡No retrocedan! —animaba Eilidh, parando un golpe dirigido a un joven


guerrero a su lado y contraatacando con precisión letal. —¡Dunmore no
caerá hoy!

La batalla continuó con furia y desesperación, pero bajo el liderazgo de


Alistair y con la valentía de Eilidh, los defensores de Druimdarach
comenzaron a ganar terreno. Poco a poco, los invasores, viendo menguar su
ventaja y su número, empezaron a flaquear.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, los atacantes se dieron a la


fuga, dejando tras de sí heridos y muerte, pero enfrentando ellos mismos
grandes pérdidas. Alistair, jadeante y cubierto de sangre y sudor, clavó su
espada en el suelo, mirando a su alrededor para evaluar la situación.

—Cuiden a los heridos —ordenó, su voz resonando con autoridad y


compasión. —Y que alguien siga a esos cobardes. Quiero saber quién

osó atacar a Druimdarach y por qué.


Mientras los guerreros se ocupaban de los heridos y los exploradores
seguían el rastro de los atacantes, Alistair se acercó a Eilidh, quien limpiaba
su espada con un pedazo de tela.

—Gracias —dijo simplemente, mirándola con una mezcla de admiración y


agradecimiento.

—Hice lo que debía, mi laird —respondió ella, con una sonrisa que no
alcanzaba a ocultar el cansancio en sus ojos. —Protegeremos esta tierra
juntos.

En ese momento, mientras el sol se ponía tras las colinas manchadas de


sangre y cenizas, algo más nació entre ellos: un lazo forjado no solo en el
calor de la batalla, sino en el frío reconocimiento de sus almas compartidas.
Y mientras Druimdarach lamía sus heridas, Alistair y Eilidh sabían que,
juntos, enfrentarían cualquier tormenta que les deparara el destino.
Capítulo 6

Después de la tumultuosa batalla en Druimdarach, la aldea estaba sumida en


un silencio cargado de dolor y recuperación. Las casas que habían sido el
blanco de los invasores mostraban cicatrices de violencia, pero también de
resistencia. Mientras los guerreros del clan MacGregor reparaban los daños
y reforzaban las defensas, Eilidh, con las mangas de su vestido
arremangadas y una determinación serena en su rostro, se ocupaba de los
heridos.

—Tráeme más de ese emplasto, por favor —pidió Eilidh a una joven que
asistía en la improvisada enfermería establecida en la gran casa de la aldea.

—En seguida, Eilidh —respondió la chica, impresionada por la habilidad y


calma de la extranjera que, hasta hace poco, era una completa desconocida
para ellos.

Eilidh trataba cada herida con un cuidado meticuloso, aplicando ungüentos


hechos de hierbas que había recogido de los alrededores. Su conocimiento
de la medicina natural y su tacto gentil no solo aliviaban el dolor físico de
los pacientes, sino que también calmaban sus espíritus.

—¿Cómo sabes tanto de hierbas y curaciones? —preguntó una anciana que


observaba con ojos agudos mientras Eilidh vendaba la pierna de su nieto.

—Mi madre era la sanadora de nuestro clan —respondió Eilidh sin dejar de
trabajar. —Desde niña, me enseñó el poder de la naturaleza y cómo cada
planta puede tener un propósito curativo.

—Es un don noble —comentó la anciana, asintiendo con aprobación. —No


todos tienen la paciencia ni la sabiduría para tal oficio.
A medida que avanzaba el día, más aldeanos acudían a Eilidh, no solo por
sus heridas físicas, sino por la tranquilidad que su presencia parecía irradiar.
Aunque al principio algunos se mostraban reticentes por su condición de
forastera, su dedicación inquebrantable pronto les ganó el corazón.

—Parece que tienes manos de ángel, muchacha —dijo un robusto guerrero


mientras Eilidh trataba una profunda cortadura en su brazo. —He visto a
muchos sanadores, pero pocos con tu serenidad.

—Las manos son solo el instrumento, el verdadero trabajo lo hace el


corazón —respondió ella, regalándole una sonrisa que suavizaba la
severidad de su concentración.

Al caer la tarde, la noticia de las habilidades de Eilidh ya había corrido


como reguero de pólvora por todo Dunmore. Cuando Alistair llegó para
verificar el progreso de la recuperación de la aldea, encontró a Eilidh
rodeada de agradecidos aldeanos.

—Veo que has estado ocupada —comentó Alistair, impresionado por la


escena.

—Solo hago lo que puedo para ayudar —dijo Eilidh, limpiando sus manos
en un paño. —Es lo menos que puedo hacer después de la hospitalidad que
me han ofrecido.

—Tu habilidad y compasión hablan muy bien de ti, Eilidh —afirmó


Alistair, observándola con una mezcla de admiración y algo que parecía
sospechosamente parecido al afecto. —Has ganado el respeto de mi gente, y
también el mío.

—Gracias, laird Alistair. Eso significa mucho para mí —respondió Eilidh,


sus mejillas adquiriendo un suave tono rosado bajo la mirada intensa de
Alistair.

La aceptación de Eilidh en el clan se fortalecía con cada día que pasaba y


cada vida que tocaba. En ese pequeño rincón del mundo, rodeada de gente
que valoraba su don tanto como ella valoraba su nueva comunidad, Eilidh
comenzaba a sentir algo que no había sentido en mucho tiempo: un sentido
de pertenencia. Y mientras el sol se ponía sobre las Highlands, dejando el
cielo teñido de rojo y oro, Eilidh y Alistair compartían una mirada que
hablaba de promesas no pronunciadas y futuros posibles.
Capítulo 7

El crepúsculo extendía su manto sobre las vastas Highlands, tiñendo el cielo


de tonos ardientes que reflejaban el fuego de un ocaso tanto literal como
metafórico. En el corazón de este espectáculo natural, Alistair y Eilidh
caminaban lentamente por los senderos que serpenteaban a través de los
campos de Dunmore, aprovechando la tranquilidad que solo el atardecer
podía ofrecer.

—Te he visto hoy con los heridos —comenzó Alistair, rompiendo el


cómodo silencio que se había asentado entre ellos. —Tienes un don muy
especial, Eilidh.

—Muchas gracias, laird Alistair —respondió Eilidh con una sonrisa tímida,
observando cómo las últimas luces del día jugaban en los rasgos del hombre
a su lado. —En realidad, siempre pensé que mi habilidad para sanar era
simplemente algo que hacía porque necesitaba hacerlo, nunca lo vi como
algo especial.

—Creo que cuando algo se hace con pasión, siempre es especial —dijo
Alistair, mirándola con una intensidad que hacía difícil sostener su mirada.

El camino los llevó hasta un pequeño claro donde la vista del valle se abría
espectacularmente ante ellos. Se detuvieron, ambos contemplando el paisaje
en un momento de apreciación compartida.

—¿Por qué decidiste venir a Dunmore? —preguntó Alistair de repente,


volviendo su atención completamente hacia ella. —Quiero decir, entiendo
que huías de una situación difícil, pero ¿por qué aquí?

Eilidh suspiró, una nota de melancolía en su voz. —Escapé no solo de un


matrimonio no deseado, sino de una vida entera de obligaciones que nunca
elegí. Dunmore... me pareció un lugar donde podría empezar de nuevo, libre
de las sombras del pasado.

—Entiendo lo que es vivir con la carga de las expectativas —confesó


Alistair, su voz bajando un tono en un eco de vulnerabilidad. —Desde que
era muy joven, todo lo que he hecho ha sido por el deber hacia mi clan. A
veces, uno desea poder elegir su propio camino.

—¿Y alguna vez te has permitido pensar en lo que realmente quieres? —


preguntó Eilidh, girándose hacia él con curiosidad en su mirada.

Alistair se tomó un momento antes de responder, sus ojos perdidos en el


horizonte. —No mucho, la verdad. Mi vida siempre ha sido más sobre la
supervivencia y la protección de los que amo.

—A veces, protegernos a nosotros mismos también es una forma de cuidar


a los demás —dijo Eilidh suavemente, acercándose un poco más. —Si no
estamos bien, ¿cómo podemos esperar cuidar de alguien más?

—Tienes razón —admitió Alistair, mirándola ahora con una nueva luz de
entendimiento y aprecio. —Quizás he estado tan ocupado siendo el laird
que me olvidé de ser simplemente Alistair.

Eilidh le sonrió, y en ese momento, algo cambió sutilmente entre ellos. Una
conexión que había comenzado a formarse en el caos de la batalla ahora se
profundizaba en la paz del crepúsculo.

—Creo que todos merecemos la oportunidad de encontrar nuestro propio


camino, Alistair. Y quizás, juntos, podamos ayudarnos mutuamente a
encontrarlo.

Alistair asintió, la decisión reflejada en sus ojos. —Me gustaría eso, Eilidh.
Me gustaría eso mucho.

Mientras el sol se ponía completamente y las estrellas comenzaban a


aparecer en el cielo, Alistair y Eilidh continuaron su caminata, pero ahora
con un sentido renovado de compañerismo. Ambos sabían que los días
venideros traerían desafíos, pero también había una promesa no dicha en el
aire—la promesa de un apoyo y entendimiento mutuo que podría, con el
tiempo, transformarse en algo mucho más profundo.
Capítulo 8

El día amaneció con una ligera bruma que cubría las tierras altas, añadiendo
un toque de misterio al aire ya cargado de tensiones no resueltas. Alistair y
Eilidh, después de su conversación del día anterior, se encontraban en un
estado de complicidad renovada, decididos a descubrir la verdad detrás de
los ataques que habían perturbado la paz de Dunmore.

—Vamos a revisar el lugar del ataque una vez más —propuso Alistair,
mientras se preparaban para partir al alba. —Algo no encaja, Eilidh. Estos
ataques fueron demasiado directos, demasiado bien informados.

—Estoy de acuerdo —respondió Eilidh, montando su caballo con la


habilidad de alguien que había vivido siempre cerca de ellos. —Parece
como si el enemigo conociera exactamente dónde golpear.

Llegaron a Druimdarach mientras el sol comenzaba a disipar la niebla,


revelando los estragos aún visibles de la batalla. Alistair y Eilidh
desmontaron y comenzaron a caminar por la aldea, observando cada detalle,
cada marca en el suelo.

—Mira esto —dijo Eilidh de repente, señalando hacia unas huellas que
llevaban hacia el bosque. —Estas huellas parecen venir de dentro de la
aldea, no solo hacia ella.

Alistair se agachó para examinarlas más de cerca. Las huellas eran


definitivamente de botas usadas comúnmente por los hombres del clan, pero
algo en la forma en que estaban dispuestas sugirió una coordinación que
solo podía venir de alguien familiarizado con las tácticas de Dunmore.

—Podrían ser de cualquiera de nuestros hombres... o alguien que conocía


nuestros movimientos —murmuró Alistair, su mente trabajando
rápidamente para unir las piezas.

—¿Crees que hay un traidor entre nosotros? —preguntó Eilidh, mirándolo


con preocupación.

—No quiero creerlo, pero debemos considerar todas las posibilidades —


respondió Alistair con gravedad. —Vamos a seguir estas huellas. Quizás
nos lleven a algunas respuestas.

Siguiendo las huellas que se adentraban en el bosque, ambos mantuvieron


un perfil bajo, conscientes de que si había realmente un traidor, podrían
estar vigilados. Después de varias horas de seguimiento, las huellas los
llevaron a una pequeña cabaña oculta entre los árboles.

—Nunca supe que este lugar existía —susurró Eilidh, observando la cabaña
con cautela.

—Ni yo —admitió Alistair. —Esto era un viejo refugio de cazadores, usado


hace años por mi padre. No tenía idea de que alguien todavía lo conocía.

Con sumo cuidado, se acercaron a la cabaña. Alistair tomó la delantera, con


la mano en la empuñadura de su espada, listo para cualquier eventualidad.
Eilidh lo seguía de cerca, cada sentido alerta.

Al abrir la puerta de la cabaña, encontraron un pequeño espacio lleno de


mapas del territorio de Dunmore y planes detallados que solo podrían haber
sido dibujados por alguien con un conocimiento íntimo del área.

—Esto es traición, sin duda —dijo Alistair, su voz un ronco susurro


mientras recogía uno de los mapas, viendo marcas sobre los puntos débiles
de la defensa de Dunmore.

—Y planeado meticulosamente —añadió Eilidh, examinando unos


documentos que mostraban una correspondencia entre el traidor y un clan
rival.

De repente, un ruido fuera de la cabaña los alertó. Alistair miró a Eilidh, un


silencioso acuerdo entre ellos. Con movimientos ágiles y coordinados, se
posicionaron a ambos lados de la puerta, preparados para enfrentar a
quienquiera que estuviera espiando.
—Sal y muéstrate —ordenó Alistair, su voz autoritaria resonando en el
pequeño claro.

Un momento de tensión se cernió sobre ellos antes de que una figura se


adelantara desde las sombras del bosque, revelando a

un miembro de su propio clan, uno en quien Alistair había confiado. La


traición no solo era real, era personal, y cada revelación les llevaba más
profundo en una red de engaños que amenazaba con desgarrar el corazón
mismo de Dunmore.
Capítulo 9

En un salón adornado con los escudos y estandartes de los MacGregor, la


tensión era palpable. Las brasas en el gran hogar chisporroteaban, lanzando
sombras danzantes sobre las paredes de piedra, mientras Alistair se
preparaba para recibir al embajador del clan Fraser. Este encuentro,
destinado a ser un puente hacia la paz, estaba envuelto en capas de
desconfianza y recelo.

Eilidh observaba desde una esquina, su presencia una mezcla de guardiana


y consejera, sus ojos nunca dejando de analizar cada detalle, cada gesto.
Había aprendido a leer la tensión en el aire, un habilidad nacida de años de
vivir en alerta.

—Señor MacNab, bienvenido a Dunmore —saludó Alistair con una voz


que, aunque cordial, no lograba disimular completamente su cautela. —
Espero que el camino haya sido favorable.

—Igualmente, laird Alistair —respondió el embajador MacNab, un hombre


de estatura media con un rostro que parecía tallado en piedra. Su mirada
evaluaba, calculaba, como si cada palabra y cada pausa fueran piezas en el
tablero de ajedrez que era la política entre los clanes. —El viaje fue tan
tranquilo como uno podría esperar en estos tiempos turbulentos.

Los sirvientes ofrecieron vino, llenando las copas con un rojo oscuro que
reflejaba la luz del fuego. Alistair invitó a su visitante a sentarse, eligiendo
deliberadamente un asiento que permitía observar cualquier movimiento en
la sala.

—Hablemos claro, señor MacNab —inició Alistair, después de un sorbo de


vino que parecía más ritual que disfrute. —Los últimos ataques a nuestras
fronteras no son secretos, y los rumores sugieren que los Fraser podrían no
ser ajenos a estos eventos.

MacNab mantuvo su expresión impasible, pero sus ojos destellaron


brevemente, una chispa en la oscuridad. —Laird Alistair, le aseguro que
Fraser busca nada más que la paz. Nuestros intereses, creo, podrían
alinearse contra amenazas comunes. Es mejor tener aliados que enemigos,
especialmente en tiempos de incertidumbre.

—¿Aliados, señor MacNab? —Eilidh intervino, su tono tan cortés como


filoso. —¿Y cómo propone que nuestros clanes, con un historial de
disputas, forjen esta alianza? Las palabras son viento, pero las acciones son
piedras que construyen o destruyen puentes.

MacNab la miró, una sonrisa casi imperceptible curvando sus labios. —


Lady Eilidh, su reputación como consejera astuta es bien merecida.
Proporcionaré pruebas de nuestras intenciones. Mañana, mis hombres y yo
acompañaremos a sus patrullas. Verán que Fraser también ha sufrido
ataques. Juntos, podemos buscar al verdadero enemigo.

Alistair asintió lentamente, no completamente convencido pero dispuesto a


explorar la propuesta. —Estaremos preparados para su demostración, señor
MacNab. Espero que sus acciones reflejen sus palabras.

El resto de la noche se desarrolló bajo un velo de cortesía superficial. Los


platos fueron servidos, las conversaciones fluyeron como el vino, pero
todos los presentes eran muy conscientes de las corrientes subterráneas que
se agitaban bajo la calma aparente.

Cuando MacNab se retiró a las habitaciones preparadas para él y su


comitiva, Alistair y Eilidh se quedaron a solas en el salón, frente al fuego
que ahora sólo era un murmullo de cenizas.

—¿Qué piensas, Eilidh? —preguntó Alistair, su mirada perdida en las


sombras que bailaban en el suelo.

—Que debemos tener los ojos bien abiertos, Alistair —respondió ella, su
voz baja pero firme. —MacNab es astuto. Si tiene una segunda agenda, la
descubriremos. Pero hasta entonces, debemos jugar este juego de sombras
con tanta astucia como él.

Alistair asintió, sabiendo que las próximas horas podrían definir el curso de
su clan, para bien o para mal. Mientras la noche se cerraba alrededor del
castillo de Dunmore, ambos sabían que, aunque la batalla por la paz se
libraba con palabras y promesas, las verdaderas pruebas aún estaban por
venir.
Capítulo 10

El salón principal de Dunmore estaba engalanado con todo el esplendor de


un gran festín. Antorchas llameantes colgadas de los muros de piedra
arrojaban un resplandor cálido sobre tapices que contaban historias de
batallas antiguas y leyendas de los Highlands. El aire estaba impregnado
con los aromas de platos cocinados con las recetas más antiguas del clan:
venado asado, pasteles de carne y pescado fresco de los ríos cercanos. Era
una noche diseñada para celebrar la alianza emergente entre los MacGregor
y los Fraser, un intento de Alistair de sellar la paz con un brindis.

Eilidh, vestida con un traje tradicional de tartán que destacaba su


pertenencia al clan MacGregor, se movía entre los invitados con una gracia
que disimulaba su alerta constante. A su lado, Alistair desempeñaba el
papel de un anfitrión amable, aunque sus ojos también barrían la sala,
vigilantes de cualquier signo de traición.

—Un brindis —anunció Alistair, levantando su copa— por la paz y la


prosperidad compartida entre nuestros clanes.

Los invitados, incluidos los embajadores de Fraser y otros clanes vecinos,


alzaron sus copas en respuesta, el sonido del cristal resonando bajo las
bóvedas del salón. Justo cuando Alistair estaba por beber, un estruendo
ensordecedor irrumpió la ceremonia. La puerta principal fue derribada con
una fuerza brutal, y un grupo de guerreros encapuchados irrumpió en el
salón.

—¡A las armas! —gritó Alistair, arrojando su copa al suelo y


desenvainando su espada. La fiesta se convirtió en caos, mientras los
hombres de Alistair y algunos valientes invitados sacaban sus armas para
defenderse.
Eilidh, rápida de reflejos, se unió a Alistair, su espada ya en mano,
enfrentando a los asaltantes que avanzaban hacia ellos. Era evidente que el
ataque no era una simple incursión; estaba dirigido directamente hacia él y
sus aliados más cercanos.

—¡Eilidh, mantente cerca! —ordenó Alistair, parando un golpe que iba


dirigido a su cabeza.

—¡No dejaré que te pase nada! —respondió ella, luchando espalda con
espalda con él.

Los guerreros encapuchados eran hábiles y brutales, pero los defensores del
castillo luchaban con la feroz determinación de quienes protegen su hogar y
a su familia. Alistair y Eilidh, moviéndose con una sincronía perfecta,
lograron repeler a varios atacantes, pero el número parecía no disminuir.

En medio del tumulto, uno de los asaltantes logró acercarse demasiado a


Alistair, su espada en alto apuntando a un golpe mortal. En un acto reflejo
de desesperación y coraje, Eilidh se interpuso entre el arma y Alistair,
sintiendo el frío acero rozar su propio brazo en un corte que quemaba con el
fuego de la batalla. Aprovechando el momento de sorpresa del atacante,
Alistair lo derribó con un golpe certero.

—¡Eilidh! ¿Estás herida? —preguntó Alistair, mientras la batalla


continuaba a su alrededor.

—Solo es un rasguño —mintió ella, ocultando el dolor que comenzaba a


nublar su visión. No era momento para debilidades.

Finalmente, tras lo que parecieron horas pero solo fueron minutos, los
asaltantes comenzaron a retirarse, llevándose a sus heridos y dejando tras de
sí el salón en un estado de devastación. Mesas volteadas, copas rotas y el
suelo manchado de sangre de ambos bandos.

Alistair, asegurándose de que Eilidh estaba relativamente a salvo, se dirigió


a los supervivientes, su voz cortando el murmullo de los atemorizados
invitados.
—Esta noche hemos sido traicionados —declaró con furia contenida—.
Pero que quede claro, no permitiremos que la sombra de la traición nos
divida. Reforzaremos nuestras alianzas y encontraremos a los responsables.
Dunmore y nuestros aliados se mantendrán fuertes.

Mientras los heridos eran atendidos y los planes de respuesta comenzaban a


formarse, Alistair se quedó junto a Eilidh, agradecido por su lealtad y más
consciente que nunca del valor de aquellos en quienes realmente podía
confiar. Esta batalla podría haber terminado, pero la guerra para proteger a
Dunmore y desenmascarar la traición apenas comenzaba.
Capítulo 11

Era una fría noche en Dunmore, las estrellas titilaban en el cielo como si
fueran los ojos de los antiguos observando desde lo alto. El clan
MacGregor, junto a sus recién formados aliados del clan Fraser, había
organizado una patrulla conjunta a lo largo de las fronteras del territorio,
esperando fortalecer los lazos y demostrar la sinceridad de las intenciones
de ambos clanes.

Alistair lideraba la patrulla, con Eilidh a su lado y el embajador MacNab un


paso detrás, acompañado de sus guardias. La tensión entre los hombres era
palpable, cada sombra del bosque parecía esconder secretos y peligros, cada
crujido de las ramas bajo sus pies era un recordatorio de la fragilidad de la
paz.

—Mantened vuestra guardia alta —instruyó Alistair, su voz un susurro


rígido en la brisa nocturna.

De repente, el silencio de la noche fue roto por el sonido de flechas


cortando el aire. Eilidh, cuyo instinto de supervivencia había sido afinado
por años de peligros y traiciones, reaccionó con una rapidez sorprendente.
Al ver una flecha dirigida hacia Alistair, no lo pensó dos veces; empujó a
Alistair al suelo, cubriéndolo con su cuerpo mientras la flecha silbaba,
pasando a escasos centímetros de sus cabezas.

—¡Emboscada! —gritó uno de los guardias de MacNab, mientras todos


sacaban sus armas y se preparaban para la batalla.

El caos estalló en el bosque mientras los atacantes, ocultos entre los árboles,
lanzaban una lluvia de flechas y avanzaban con espadas desenfundadas.
Alistair y Eilidh se levantaron rápidamente, espadas en mano, luchando
espalda con espalda contra los asaltantes que emergían de las sombras.

—¡Eilidh, cuidado! —gritó Alistair al ver a un hombre enmascarado


apuntando directamente hacia ella. Con una destreza que desmentía su usual
papel de líder más que de guerrero, Alistair bloqueó el ataque, permitiendo
que Eilidh contraatacara y derribara al atacante.

La batalla se intensificó, y aunque superados en número, la habilidad y el


coraje de Alistair y Eilidh se hicieron evidentes. Cada movimiento de ellos
era un baile mortal, cada golpe una sinfonía de acero y fuerza.

—¡No podemos mantener esto por mucho tiempo! —exclamó Eilidh,


parando otra flecha con su espada.

—¡Hacia el río! —ordenó Alistair, recordando la estrechez del terreno que


limitaría el número de atacantes que podrían enfrentar a la vez.

Retrocedieron, luchando hacia el río mientras el embajador MacNab y sus


hombres hacían lo propio. Al alcanzar el río, la posición estratégica les dio
una ventaja momentánea, permitiendo a Alistair y Eilidh repeler a los
asaltantes con mayor eficacia.

Cuando finalmente los atacantes se retiraron, dejando tras de sí solo el eco


de sus gritos y el dolor de los heridos, Alistair miró a Eilidh con una mezcla
de gratitud y asombro.

—Eilidh, me salvaste la vida —dijo él, su voz cargada de una emoción


cruda y sincera.

—Lo haría una y mil veces, Alistair —respondió ella, su mano apretando la
de él. —Estamos en esto juntos.

En ese momento, bajo el cielo estrellado y al lado del río que murmuraba
suavemente, el vínculo entre ellos se profundizó más allá de la lealtad o la
amistad. Era un vínculo forjado en la batalla, templado en la confianza y
sellado con la promesa silenciosa de protegerse mutuamente contra
cualquier adversidad.
Mientras regresaban al castillo, sus corazones no solo compartían el alivio
de haber sobrevivido otro ataque, sino también la certeza de que, pase lo
que pase, no enfrentarían el futuro solos. Alistair y Eilidh habían
comenzado a entender que su destino estaba entrelazado, no solo por las
circunstancias, sino por una elección mutua de confianza y valentía.
Capítulo 12

A medida que el alba teñía de dorado el paisaje de las Highlands, la


fortaleza de Dunmore despertaba a la vida. Entre los primeros en salir al
fresco amanecer estaban Alistair y Eilidh, cuyas figuras se recortaban
contra el cielo claro mientras se dirigían al campo de entrenamiento. El aire
fresco, lleno del aroma de la tierra y el musgo, era un recordatorio constante
de lo que estaba en juego: la protección de su tierra, su gente y, ahora, el
uno del otro.

—Hoy, me gustaría que me enseñaras esa defensa que usaste anoche —dijo
Alistair mientras se ajustaba los guantes de entrenamiento. Su voz llevaba
un tono de respeto y curiosidad genuina hacia las habilidades de Eilidh.

—Con gusto, Alistair —respondió ella, una sonrisa juguetona iluminando


su rostro mientras desenvainaba su espada con un zumbido metálico. —
Pero espero que no te contengas sólo porque soy una dama.

—Jamás cometería ese error —replicó él, su propia espada en mano,


reflejando la primera luz del sol en su acero.
Comenzaron lentamente, calentando y repasando los movimientos básicos.
Eilidh demostró la técnica que había utilizado, un giro sorprendente con un
bloqueo que dejaba al oponente expuesto por un momento crucial.

—Así que, es todo acerca del equilibrio y la anticipación —observó Alistair


mientras intentaba imitar el movimiento. —Necesitas saber exactamente
cuándo va a golpear el otro.

—Exactamente —confirmó Eilidh. —Y además, necesitas confiar en que tu


cuerpo sabrá reaccionar. Vamos, inténtalo de nuevo.

Alistair asintió, concentrándose profundamente mientras repetían la


secuencia. Bajo la tutela atenta de Eilidh, su forma mejoraba notablemente.
Con cada repetición, su sincronización se afinaba más, hasta que los
movimientos fluyeron entre ellos con una gracia casi poética.

—¡Ah, eso estuvo perfecto! —exclamó Eilidh, parando el entrenamiento


para darle una palmada de aprobación en el hombro.

—Gracias a mi excelente maestra —dijo Alistair, ofreciéndole una


reverencia juguetona.
El entrenamiento continuó, y con el pasar de las horas, compartieron más
técnicas y estrategias, cada uno aprendiendo del otro. No sólo
intercambiaban habilidades con la espada, sino también historias de batallas
pasadas, errores aprendidos y victorias ganadas.

—¿Sabes? —comentó Alistair mientras tomaban un breve descanso,


apoyados contra la cerca del campo de entrenamiento. —Nunca pensé que
encontraría a alguien que compartiera mi amor por la estrategia y el
combate de esta manera.

—Ni yo —admitió Eilidh, bebiendo un sorbo de agua. —Es refrescante


poder hablar y ser entendida no sólo como combatiente, sino como
estratega.

—¿Crees que estaremos listos si hay otro ataque? —la pregunta de Alistair
llevaba un peso serio, su mirada perdida momentáneamente en el horizonte.

—Con cada día que entrenamos, nos hacemos más fuertes, más sabios —
respondió Eilidh, su voz firme y segura. —No sólo estamos preparando
nuestros cuerpos y mentes, sino que estamos fortaleciendo el vínculo entre
nosotros. Eso, más que cualquier espada o escudo, es lo que nos hará
invencibles.
Alistair asintió, sabiendo que tenía razón. El entrenamiento no era sólo una
preparación para la próxima batalla, sino una fortificación de la alianza
entre ellos, un tejido de confianza y respeto que los hacía no sólo aliados,
sino verdaderos compañeros.

Mientras el sol ascendía más alto en el cielo, continuaron entrenando,


riendo y aprendiendo. En ese campo de entrenamiento, en esas horas
compartidas, se forjaba algo más que habilidad; se forjaba un lazo
inquebrantable que los prepararía para enfrentar juntos cualquier adversidad
que les deparara el destino.
Capítulo 13

Después de una larga jornada de entrenamiento y estrategias, el crepúsculo


envolvía el castillo de Dunmore en tonos de cobre y púrpura. Alistair y
Eilidh, exhaustos pero satisfechos por el progreso del día, caminaban
lentamente hacia el lago que yacía al oeste del castillo, un lugar conocido
por su tranquilidad y belleza serena. El reflejo del cielo vespertino en el
agua creaba un espejo de colores vibrantes que parecía otro mundo, un
lugar apartado de guerras y conflictos.

—Hoy ha sido un buen día —comentó Eilidh, su voz suave como la brisa
que movía suavemente su cabello. —Siento que cada día que pasa estamos
más preparados... y más unidos.

—Así es —respondió Alistair, mirándola con una intensidad que había ido
creciendo con el paso de los días. —Y no solo en el campo de batalla.
Siento que... —se detuvo, buscando las palabras correctas.

Eilidh se detuvo también y se giró hacia él, sus ojos verdes encontrando los
suyos. —¿Sientes qué, Alistair?
Había una vulnerabilidad en su mirada que no solía mostrar, una apertura
que iba más allá del laird y el guerrero, tocando al hombre detrás de todos
esos títulos.

—Siento que hay algo más creciendo entre nosotros, algo que nunca esperé
encontrar —confesó él, dando un paso hacia ella. —Y me pregunto si tú...

—Yo también lo siento —admitió ella, su voz apenas un susurro. —Es algo
que no puedo, ni quiero, ignorar.

El aire entre ellos se cargó de una tensión diferente, eléctrica y


esperanzadora. Alistair se acercó aún más, levantando su mano para tocar
suavemente su mejilla. Eilidh cerró los ojos ante el contacto, respirando
hondo, moviéndose instintivamente hacia él.

—Eilidh, yo...

Justo cuando sus rostros estaban a centímetros de distancia, a punto de


sellar el reconocimiento de sus sentimientos con un beso, un ruido repentino
rompió el hechizo. Pasos apresurados y el sonido de voces alteradas venían
desde el camino que llevaba al castillo.

—¡Laird Alistair! —la voz de uno de sus guardias rompió el silencio del
crepúsculo. —¡Necesitáis volver al castillo de inmediato! Hay noticias
urgentes.

Con un suspiro de frustración y una última mirada a Eilidh, Alistair se alejó,


la mano aún temblando por la emoción no consumada. Eilidh quedó parada,
tocando su mejilla donde la mano de Alistair había estado, el calor de su
roce todavía ardiendo en su piel.

—Pronto resolveremos esto, Eilidh —prometió Alistair mientras se alejaba,


su voz cargada de un deseo no cumplido pero no olvidado.

—Lo espero, Alistair. Lo espero —murmuró ella, viéndolo desaparecer en


la creciente oscuridad.

Mientras regresaba al castillo, Alistair no podía dejar de pensar en lo cerca


que habían estado, en cómo un simple gesto estaba a punto de cambiarlo
todo. Sabía que las responsabilidades del laird eran su prioridad, pero ahora,
más que nunca, estaba consciente de que su corazón tenía su propia batalla
que luchar. Y Eilidh, la valiente y hermosa guerrera a su lado, era tanto su
aliada más fuerte como la mayor de sus desafíos personales.
Capítulo 14

En el corazón de Dunmore, bajo el susurro constante del viento a través de


los almenares, una sombra se cernía sobre el castillo, más oscura y profunda
que la noche misma. Alistair y Eilidh, después de su interrupción anterior,
se encontraban en la biblioteca del castillo, lugar de sabiduría y, en
ocasiones, de secretos olvidados.

—Tenemos que ser más cautelosos, Eilidh —decía Alistair, su frente


fruncida mientras revisaba unos documentos recién llegados de sus espías
en las tierras fronterizas.

—Siempre lo somos, Alistair. Pero, ¿qué te preocupa exactamente? —


Eilidh se acercó, su mirada fija en los papeles que esparcía sobre la gran
mesa de roble.

—Es esto —dijo él, señalando un mensaje que parecía inofensivo a primera
vista, una simple nota de suministros. Pero su tono indicaba otra cosa. Con
un gesto, entregó a Eilidh una pequeña lupa y un cuchillo para que raspara
ligeramente la tinta. Al hacerlo, palabras ocultas comenzaron a revelarse
bajo la tinta superficial.

—“La luna nueva traerá el final del laird”, —leyó Eilidh en voz baja, su voz
un susurro de incredulidad y horror. —Alistair, ¿quién más ha visto este
mensaje?

—Solo yo, hasta ahora —respondió él, su mandíbula tensa. —Fue


interceptado por uno de nuestros leales, pero el hecho de que esté cifrado
así... sugiere que alguien muy cercano a nosotros...

—Un traidor —concluyó Eilidh, su mente trabajando a toda velocidad. —


Alguien que sabe cómo manejamos la correspondencia. Necesitamos
revisar cada mensaje que ha entrado o salido en las últimas semanas.
Juntos, comenzaron el arduo proceso de examinar los documentos, un
trabajo que los llevó bien entrada la noche. A cada momento, Alistair no
podía dejar de mirar a Eilidh, su presencia un bálsamo en medio del caos
que amenazaba con engullir su mundo.

Finalmente, entre montones de papeles y pergaminos, encontraron más


mensajes con texto oculto. Eilidh, con una precisión que hablaba de su
entrenamiento y su astucia, descifró cada uno. Las palabras eran
escalofriantes, delineando un plan no solo para asesinar a Alistair, sino
también para tomar el control de Dunmore.

—Necesitamos confrontar esto ahora, Alistair —dijo Eilidh, su voz firme


pese al temor evidente en sus ojos. —Antes de que puedan actuar.

Alistair asintió, sabiendo que no había otro camino. Llamó a sus guardias
más confiables, hombres y mujeres que habían servido a su lado durante
años, y les ordenó que reunieran a todos los miembros del consejo y a los
sirvientes de alto rango en la sala principal.

Con el corazón golpeando fuerte en su pecho, Alistair enfrentó a sus más


cercanos colaboradores. Con Eilidh a su lado, reveló la existencia del
complot, observando cuidadosamente las reacciones de cada persona
presente.

—El traidor está entre nosotros —anunció, su voz resonando en los altos
muros del salón. —Y no descansaré hasta que sea descubierto y llevado
ante la justicia.

El impacto fue inmediato. Murmullos de consternación y de ira llenaron la


sala mientras las miradas se cruzaban, cargadas de sospecha y miedo.

—Todos serán investigados, no habrá excepciones —continuó Alistair, su


mirada finalmente posándose en el maestro de correos, un hombre que
había servido a Dunmore por más de una década.

—Laird, yo... —comenzó el hombre, su voz temblorosa, su rostro pálido.

—Serás investigado como todos los demás —cortó Alistair con severidad.
—Si eres inocente, no tienes nada que temer. Pero si eres culpable, espero
que confieses ahora y te ahorres el sufrimiento de todos.

Esa noche, mientras la investigación comenzaba, Alistair y Eilidh se


retiraron a una pequeña capilla dentro del castillo. Allí, ante el silencio de
los antiguos muros y la luz vacilante de las velas, se tomaron de las manos,
buscando en el otro la fuerza para enfrentar lo que vendría.

—No importa lo que pase, estamos juntos en esto —dijo Eilidh, su voz un
hilo de certeza en la oscuridad.

—Juntos —confirmó Alistair, sabiendo que, pase lo que pase, ya nada


podría romper el vínculo que los unía.
Capítulo 15

Mientras la luna ascendía, bañando los jardines de Dunmore con su luz


plateada, Eilidh caminaba sola, sumida en un mar de pensamientos
turbulentos. Su relación con Alistair había crecido más allá de la
camaradería de guerra; se había convertido en un vínculo profundamente
personal y emocional. Sin embargo, había una verdad que Eilidh guardaba
celosamente, un secreto que podía cambiar todo entre ellos.

Eilidh era, de hecho, la única heredera del clan rival de los MacGregor, los
MacDonnell. Su familia había caído en desgracia tras una serie de batallas
fatales y políticas traicioneras, y ella había huido para escapar de un
matrimonio forzado que la habría convertido en poco más que una
prisionera en su propio hogar. Su llegada a Dunmore había sido un acto de
desesperación y de búsqueda de una nueva vida, pero nunca había
anticipado que encontraría algo tan precioso como lo que había encontrado
en Alistair.

—¿Eilidh? ¿Estás aquí? —La voz de Alistair interrumpió sus pensamientos,


y ella se volvió para encontrarlo acercándose, su figura recortada contra el
cielo nocturno.

—Alistair —dijo ella, forzando una sonrisa. —No esperaba verte aquí.

—He notado que algo te preocupa —dijo él, su expresión seria y


preocupada. —¿Puedo ayudar?

Eilidh respiró hondo, sabiendo que este podría ser el momento de confesar
todo. La confianza y el amor que sentía por Alistair luchaban contra su
miedo a perderlo.
—Hay algo que debo decirte, algo sobre mi pasado... sobre quién soy
realmente —comenzó, su voz temblorosa.

Alistair se acercó más, su mirada intensa y reconfortante a la vez. —Eilidh,


puedes decirme cualquier cosa. No hay nada que pueda cambiar lo que
siento por ti.

—Yo soy Eilidh MacDonnell, la última de mi línea. Mi familia fue


destruida por las guerras y las traiciones, y yo escapé para evitar un destino
que no deseaba —reveló, las palabras fluyendo ahora que había empezado.

La sorpresa se dibujó en el rostro de Alistair, pero no había señales de ira ni


de rechazo. —¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Temía que cambiaría cómo me ves, cómo... cómo trabajamos juntos. No


quería que nuestra relación se basara en mentiras, pero tampoco quería
perder lo que hemos construido —explicó Eilidh, las lágrimas amenazando
con brotar.

Alistair tomó sus manos entre las suyas, su tacto cálido y firme. —Eilidh, tu
pasado no cambia quién eres para mí. Eres valiente, fuerte y la mujer que...
—hizo una pausa, buscando la certeza en sus ojos antes de continuar— que
amo. No importa tu nombre o tu clan.

Las palabras de Alistair envolvieron a Eilidh como un abrazo cálido,


disolviendo sus miedos. —Gracias, Alistair, por entender, por aceptarme. Te
amo, y esa es la verdad más profunda que conozco.

—Entonces enfrentaremos lo que venga, juntos —prometió él, sellando su


compromiso con un abrazo que hablaba de futuras batallas y de esperanzas
compartidas.

En ese momento, bajo el testigo silente de la luna, Eilidh y Alistair se


prometieron lealtad no solo a sus causas y a su gente, sino el uno al otro. En
la fortaleza de Dunmore, no solo se forjaban estrategias y alianzas; también
se tejían amores que desafiaban antiguas rivalidades y prometían un futuro
forjado en la confianza y la verdad.
Capítulo 16

La noche estaba adornada con festones de luces que colgaban entre los
robustos árboles de los jardines de Dunmore, donde se celebraba la fiesta
tradicional escocesa de la cosecha. Las risas y las conversaciones llenaban
el aire, tan fresco y picante como el aroma del whisky que se compartía
generosamente entre los asistentes. Músicos tocaban melodías alegres con
gaitas y tambores, invitando a todos a unirse a la danza.

Eilidh, vestida con un vestido de tartán que resaltaba el verde de sus ojos y
el rojo de su cabello, se encontraba al margen de la pista de baile,
observando cómo las parejas giraban y saltaban al ritmo de la música. Su
corazón latía al compás de las melodías, una mezcla de nerviosismo y
anticipación palpable en su sonrisa.

Alistair, por su parte, no podía apartar la vista de ella. Vestido con el kilt
tradicional de su clan, su presencia era tan dominante y magnética como la
de cualquier laird de leyenda. Finalmente, tomando una decisión impulsada
más por el corazón que por la mente, se acercó a Eilidh.

—¿Me concederías este baile, Lady Eilidh? —preguntó, extendiendo su


mano con una reverencia cortés pero cargada de un calor más íntimo.

—Sería un honor, Laird Alistair —respondió ella, colocando su mano en la


suya, sintiendo un cosquilleo de electricidad al contacto.

Mientras se unían a las demás parejas en la danza, la música los envolvía,


llevándolos a un mundo donde solo existían ellos dos. Sus pasos se
sincronizaban perfectamente, como si hubieran estado bailando juntos toda
la vida. Alistair guiaba a Eilidh con una mano firme en su cintura,
atrayéndola más cerca con cada vuelta y giro.
—Eilidh, cada momento contigo es un descubrimiento —susurró Alistair en
uno de los giros, cuando solo el sonido de la música podía robarse sus
palabras.

—Y cada baile contigo, una revelación —contestó ella, su voz apenas


audible sobre el estruendo de las gaitas, pero suficiente para que él la
escuchara.

La atracción entre ellos era palpable, visible no solo en sus miradas sino en
cómo el espacio a su alrededor parecía cargarse con una energía especial.
Los demás danzantes, aunque continuaban con sus propias celebraciones,
ocasionalmente lanzaban miradas a la pareja, reconociendo la conexión
intensa que florecía ante sus ojos.

Cuando la música finalmente cesó, ambos quedaron frente a frente,


respirando agitadamente, los rostros sonrojados más por la emoción que por
el esfuerzo físico. Alistair, sin soltar la mano de Eilidh, inclinó su cabeza en
un gesto de profundo respeto y afecto.

—Gracias por esta danza, Eilidh. No hay honor mayor que compartir este
momento contigo.

—Y yo agradezco a la luna y las estrellas por haberte traído a mi vida,


Alistair —respondió ella, su corazón desbordando con palabras que su boca
no se atrevía a pronunciar.

Mientras se dispersaban bajo el cielo estrellado, dejando la música y la risa


detrás, ambos sabían que algo había cambiado irrevocablemente entre ellos
esa noche. No era solo un baile lo que compartieron, sino el inicio de una
promesa no dicha, un futuro que ambos deseaban explorar, juntos.
Capítulo 17

En los días que siguieron al festín, la relación entre Alistair y Eilidh se


profundizó aún más, tejida de confianza y de una comprensión mutua que
había crecido entre ellos. Una tarde, mientras paseaban por los límites del
bosque que bordeaba Dunmore, Alistair decidió abrir su corazón sobre un
capítulo de su vida que rara vez compartía.

El cielo estaba teñido con los colores del atardecer, y el aire fresco del
otoño susurraba a través de las hojas, creando un tapiz sonoro que parecía
invitar a la confidencia.

—Eilidh, hay cosas de mi pasado que nunca he compartido contigo —


comenzó Alistair, su voz cargada de una solemnidad que inmediatamente
captó la atención de Eilidh. —Cosas que creo que debes saber si vamos a
continuar hacia el futuro juntos.

Eilidh se detuvo y lo miró, sus ojos llenos de una calma y apoyo


inquebrantables. —Alistair, no tienes que compartir nada que no desees.
Pero si decides hacerlo, estaré aquí para escucharte.

Alistair asintió, agradecido por su comprensión, y se sentaron juntos en un


tronco caído, mirando hacia el crepúsculo.

—Hace años, antes de que asumiera el liderazgo completo del clan, estaba
casado con una mujer maravillosa, Moira. Ella era mi compañera de vida,
mi amor. —La voz de Alistair temblaba ligeramente al pronunciar su
nombre, un indicio del dolor aún fresco en su memoria.

—¿Qué ocurrió, Alistair? —preguntó Eilidh suavemente, colocando su


mano sobre la de él.
—Moira... ella murió en un accidente trágico. Era un día lluvioso, y ella
cabalgaba cerca del río cuando su caballo resbaló. —Alistair hizo una
pausa, tomando aire como si aún sintiera el peso de aquel día. —Intenté
salvarla, corrí hacia ella tan rápido como pude, pero cuando llegué... ya era
demasiado tarde.

Las lágrimas formaban perlas en los bordes de sus ojos, y Eilidh apretó su
mano, ofreciéndole un silencioso consuelo. El laird de Dunmore, siempre
tan fuerte y resuelto, ahora mostraba su vulnerabilidad, y eso solo lo hacía
más humano a sus ojos.

—Desde entonces, he llevado conmigo la culpa y el dolor. Me cerré al


amor, a la posibilidad de perder a alguien de esa manera nuevamente. Pero
entonces llegaste tú... y todo comenzó a cambiar.

Eilidh le sonrió con ternura, sus propios ojos húmedos por la empatía que
sentía por el hombre a su lado. —Alistair, lo siento mucho por Moira. Pero
creo que ella habría querido que encontraras la felicidad de nuevo, que
vivieras y amaras de nuevo. No estás traicionando su memoria al abrir tu
corazón.

—Lo sé, y gracias, Eilidh. —Alistair miró hacia el horizonte, donde el


último rayo de sol se despedía del día. —Gracias por escuchar, por
entender, y por estar aquí. No sabes cuánto significa para mí.

—Estoy aquí, Alistair. Y no importa qué sombras del pasado te sigan,


podemos enfrentarlas juntos —respondió ella, apretando su mano.

Se quedaron allí, en silencio, observando cómo la noche se cernía sobre el


bosque, envolviéndolos en una tranquila aceptación del pasado y una
esperanzadora mirada hacia el futuro. En ese momento, no solo compartían
un banco bajo los árboles; compartían un entendimiento que solo los
corazones que han conocido la pérdida pueden realmente apreciar. Juntos,
empezaban a sanar, preparados para enfrentar lo que viniera con la fuerza
que solo el verdadero amor y la compañía genuina pueden brindar.
Capítulo 18

Era una noche clara en Dunmore, las estrellas titilaban con una intensidad
que parecía iluminar los secretos más profundos del corazón. Eilidh
caminaba junto a Alistair por los jardines del castillo, la luz de la luna
creando sombras danzantes sobre el camino de piedra. El aire estaba
impregnado con el aroma de las flores nocturnas, y el murmullo del viento
entre los árboles llevaba consigo promesas y revelaciones.

Después de la confesión de Alistair, Eilidh había sentido una conexión aún


más profunda con él, un lazo fortalecido no solo por la batalla y la
estrategia, sino también por la vulnerabilidad compartida. Sabía que era el
momento de revelar su propia verdad, la historia que había guardado
celosamente dentro de su corazón.

—Alistair —comenzó Eilidh, su voz temblorosa pero firme—, hay algo que
debo decirte. Algo sobre mí que nadie más en Dunmore sabe.

Alistair la miró, su expresión seria, pero sus ojos llenos de calidez. —


Eilidh, ya me has demostrado tu valentía y tu lealtad. No hay nada que
puedas decirme que cambie lo que siento por ti.

Eilidh tomó una profunda respiración, valorándose en la confianza y el


amor que Alistair le ofrecía. —Soy Eilidh MacDonnell, la última de mi
clan. Mi familia fue derrotada y despojada de su legado por conflictos y
traiciones que estaban más allá de nuestro control. Huyendo de un
matrimonio que habría sido mi prisión, busqué refugio aquí, en Dunmore,
bajo una identidad que creé para protegerme.

Alistair escuchaba en silencio, procesando cada palabra. Su rostro


permanecía inescrutable, pero sus ojos nunca dejaban los de Eilidh.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó finalmente, su voz baja.


—Tenía miedo —confesó ella sinceramente—. Miedo de cómo la verdad
podría afectar todo lo que he construido aquí contigo, con este clan que
ahora veo como mi hogar.

—Eilidh —dijo Alistair, tomando sus manos entre las suyas—, tu pasado no
define quién eres para mí. Eres la mujer valiente que ha luchado a mi lado,
que ha sanado a mis hombres, que me ha enseñado qué significa realmente
confiar en alguien. Nada de eso cambia por tu nombre o por la historia de tu
familia.

Eilidh sintió cómo las lágrimas brotaban de sus ojos, no de tristeza, sino de
alivio y gratitud.
—¿Entonces me aceptas como soy, con todo mi pasado?

—Te acepto, Eilidh MacDonnell —afirmó él con una sonrisa que iluminaba
su rostro bajo la luz de la luna—. Y te ofrezco no solo mi aceptación, sino
mi corazón y mi lealtad. Juntos, podemos construir un futuro donde ambos
clanes, MacGregor y MacDonnell, puedan encontrar paz.

Un suspiro de liberación y felicidad escapó de los labios de Eilidh mientras


se acercaba a Alistair, envolviéndolo en un abrazo que sellaba su confianza
renovada y su amor mutuo. Bajo el manto estrellado, en los jardines que
habían sido testigos de tantas conversaciones y confesiones, Alistair y
Eilidh se prometieron apoyo y fidelidad, no solo como líderes de sus clanes,
sino como compañeros de vida.

—Con cada estrella que brilla esta noche, prometo estar a tu lado, Eilidh —
susurró Alistair, mirando hacia el cielo nocturno.

—Y yo prometo estar al tuyo, en todo lo que venga —respondió Eilidh,


sabiendo que, juntos, nada podría detenerlos.

En el silencio de la noche, con solo las estrellas como testigos, Eilidh y


Alistair no solo compartieron secretos, sino que también tejieron sueños de
un futuro compartido, un futuro forjado en la verdad, el respeto y un amor
que había superado las pruebas del pasado.
Capítulo 19

El amanecer en Dunmore traía consigo una luz dorada que se filtraba a


través de los altos ventanales del gran salón, iluminando los rostros
preocupados de aquellos que habían escuchado la revelación de Eilidh la
noche anterior. Alistair, sentado en su silla tallada, parecía una estatua, su
mirada perdida en el vacío mientras digería la noticia de la verdadera
identidad de Eilidh. La tensión en la habitación era palpable, cada sirviente
y consejero esperaba una señal de su laird.

—No puedo creer que nos hayas ocultado esto, Eilidh —la voz de Alistair
finalmente rompió el silencio, su tono era de confusión y algo más, algo que
sonaba dolorosamente como traición. —¿Cómo esperabas que confiáramos
en ti después de esto?

Eilidh, de pie frente a él, mantenía la cabeza alta, aunque su corazón latía
con fuerza bajo su pecho. —Alistair, sé que es difícil entender por qué
guardé este secreto, pero te aseguro que nunca ha sido mi intención
traicionar a nadie aquí. Mi único deseo era vivir libre de las sombras de mi
pasado.

—Pero, ¿a qué costo? —Alistair se levantó, su estatura imponente haciendo


eco en las paredes del salón. —Has construido relaciones aquí, Eilidh. Nos
has hecho creer que eras una de nosotros, ¿y todo el tiempo eras una
MacDonnell?

—Ser una MacDonnell no me define más que ser un MacGregor te define a


ti, Alistair —respondió ella firmemente, su voz no contenía rastro de miedo,
solo una claridad implacable. —Soy la mujer que has conocido, la que ha
luchado a tu lado, que ha sanado a tus hombres, que... —hizo una pausa, su
voz suavizándose— que ha llegado a amarte.
El salón quedó en un silencio sepulcral, cada palabra de Eilidh resonando
contra las piedras ancestrales. Alistair, enfrentado a la sinceridad indudable
de Eilidh, sintió cómo la ira inicial comenzaba a disiparse, reemplazada por
una reflexión más profunda.

—Yo... —empezó Alistair, pasando una mano por su cabello, claramente


luchando por organizar sus pensamientos. —Necesito tiempo para pensar en
todo esto. No dudo de tu lealtad, Eilidh, ni de tus sentimientos, pero
necesito entender cómo encaja todo esto.

Eilidh asintió, entendiendo la necesidad de Alistair de procesar la


revelación. —Lo entiendo, y esperaré lo que necesites. Solo quiero que
sepas que mi corazón siempre ha sido honesto contigo, incluso cuando mi
historia no lo fue.

Alistair la miró, viendo no solo a la guerrera que había salvado su vida o la


sanadora que había cuidado a su gente, sino a la mujer que había desafiado
su mundo en más formas de las que había imaginado.

—Gracias, Eilidh, por tu honestidad ahora. Nos vemos al anochecer para


hablar más de esto.

Con un gesto de su mano, Alistair indicó que la reunión había terminado.


Eilidh se retiró, dejando a Alistair solo con sus pensamientos. Mientras
miraba cómo se alejaba, no podía evitar sentir una mezcla de admiración y
miedo: admiración por la fortaleza de la mujer que amaba, y miedo por lo
que su unión podría significar para el futuro de ambos clanes.

A medida que el sol ascendía en el cielo, Alistair se dio cuenta de que, a


pesar de las complicaciones, su corazón ya había elegido. No importaba el
apellido de Eilidh; ella era la mujer que había capturado su alma. Y
mientras reflexionaba, sabía que lo que vendría sería un camino difícil, pero
era uno que estaba dispuesto a recorrer, siempre que fuera a su lado.
Capítulo 20

Bajo el cielo de un gris plomizo que prometía lluvia, Alistair y Eilidh se


preparaban para una misión crucial. Desde la revelación de la verdadera
identidad de Eilidh, Alistair había pasado horas en reflexión y había llegado
a la conclusión de que, más allá de los títulos y los legados, lo que
realmente importaba era la lealtad y el valor que Eilidh había demostrado
repetidamente. Ahora, juntos, debían asegurarse de que las fronteras de
Dunmore estuvieran seguras, no solo de amenazas externas sino también de
posibles traiciones internas.

—Estás seguro de que esto es lo que quieres hacer? —preguntó Eilidh,


ajustándose la espada en la cintura, su mirada fija en Alistair mientras los
sirvientes cargaban los últimos suministros en sus caballos.

—Más que nunca —respondió Alistair con firmeza, ofreciéndole una


sonrisa que no alcanzaba a ocultar del todo la preocupación en sus ojos. —
Necesitamos entender completamente lo que enfrentamos, y no hay nadie
en quien confíe más que en ti para hacerlo.

Asintiendo con una determinación tranquila, Eilidh montó su caballo con la


gracia de quien ha pasado una vida en los estribos. Alistair hizo lo mismo, y
juntos partieron al galope hacia el norte, hacia las colinas que marcaban los
límites de sus tierras.

La misión los llevó a través de paisajes escarpados, bajo el dosel de


antiguos bosques donde la luz del día luchaba por penetrar. A medida que
inspeccionaban los caminos y los pasos conocidos, discutían estrategias y
compartían historias de tiempos más simples, antes de que los pesos del
liderazgo cayeran sobre sus hombros.
—Recuerdas la primera vez que cabalgamos juntos? —preguntó Eilidh, su
voz elevándose por encima del sonido de los cascos contra el suelo duro.

—Cómo olvidarlo, —rió Alistair, mirándola con afecto. —Eras una fuerza
de la naturaleza. Creo que fue entonces cuando comencé a darme cuenta de
que Dunmore podría necesitar una nueva definición de liderazgo.

Eilidh sonrió ante el recuerdo, pero su expresión se tornó seria al encontrar


señales de recientes actividades en una ruta menos utilizada. Huellas de
numerosos caballos, algunas frescas, otras ya medio borradas por el viento
y la lluvia.

—Parece que no fuimos los únicos interesados en esta parte de la frontera


últimamente —observó, desmontando para examinar mejor el terreno.

—Esto podría significar que alguien está preparando algo, o podría ser
simplemente pastores buscando mejor pasto... pero mejor estar seguros —
concluyó Alistair, uniendo su inspección a la de ella.

Continuaron su patrulla, cada descubrimiento, cada huella y cada rastro les


proporcionaba más pistas pero también más preguntas. Al caer la tarde,
encontraron un campamento abandonado que, por los restos de comida y los
emblemas encontrados, indicaba que pertenecía a un grupo de
merodeadores conocidos por su lealtad a un clan rival.

—Esto no augura nada bueno, Alistair —dijo Eilidh, mientras


inspeccionaban el área con cautela.

—No, no lo hace —aceptó Alistair, su mirada endureciéndose. —Pero


ahora que lo sabemos, podemos prepararnos. Y juntos, Eilidh, no hay
enemigo que no podamos enfrentar.

Con el crepúsculo tejiendo sombras a través de las colinas, Alistair y Eilidh


regresaron a Dunmore, no solo con información crucial sino también con la
renovada certeza de su fortaleza compartida. Mientras las primeras estrellas
aparecían en el cielo, ambos sabían que enfrentarían los desafíos venideros
con un frente unido, listos para proteger su hogar y su gente, sin importar lo
que les deparara el destino.
Capítulo 21

La misión de patrullar las fronteras había llevado a Alistair y Eilidh a


terrenos cada vez más aislados y peligrosos. Mientras el sol comenzaba a
declinar, pintando el cielo de tonos carmesí y oro, la belleza del paisaje se
veía opacada por la creciente sensación de peligro. Los indicios encontrados
en el campamento abandonado indicaban una amenaza latente, y ambos
sabían que debían mantenerse alerta.

—Tenemos que ser cautelosos, Alistair. No me gusta cómo se siente esto —


dijo Eilidh, su voz baja mientras sus ojos escudriñaban el denso bosque que
bordeaba el sendero.

—Estoy de acuerdo —respondió Alistair, ajustando la empuñadura de su


espada. —Mantén tus sentidos alerta. Algo me dice que...

Antes de que pudiera terminar su frase, el crujido de ramas rompiéndose


bajo el peso de pies sigilosos les alertó. En un instante, ambos
desenfundaron sus espadas, justo a tiempo para enfrentar a un grupo de
figuras encapuchadas que emergían de entre los árboles.

—¡Estamos rodeados! —exclamó Eilidh, colocándose espalda con espalda


con Alistair.

—Lucha como sabes, ¡no dejes que te atrapen! —gritó Alistair, mientras
paraba el primer golpe de un atacante.

La emboscada fue brutal. Los asaltantes, claramente bien entrenados y


coordinados, avanzaban con una ferocidad que dejaba poco espacio para
pensar. Alistair y Eilidh luchaban desesperadamente, cada movimiento,
cada esquive y contraataque era una danza entre la vida y la muerte.
—¡Alistair, a tu derecha! —gritó Eilidh, lanzando una estocada que desvió a
un enemigo que casi logra alcanzar a Alistair por el flanco.

—¡Gracias! —replicó él, girando para enfrentar otro ataque. —¡Eilidh, ten
cuidado!

El combate se intensificó, y aunque lograban mantener a sus enemigos a


raya, era evidente que el número podría abrumarlos eventualmente. En un
momento crítico, uno de los asaltantes logró sorprender a Eilidh,
arrojándola al suelo. Alistair, viendo su caída, sintió cómo el miedo lo
invadía.

—¡Eilidh! —gritó, corriendo hacia ella, cortando a su enemigo antes de que


pudiera herirla. Ayudándola a levantarse, miró a su alrededor, evaluando
rápidamente sus opciones.

—No podemos ganar esto con la espada sola —dijo él, buscando alguna
ventaja en el terreno. —Vamos a usar el río.

Sin perder tiempo, se dirigieron hacia el sonido del agua, sabiendo que el
río podría servir de barrera natural contra sus perseguidores. Al alcanzar la
orilla, Alistair y Eilidh no dudaron en sumergirse, dejando que la corriente
los ayudara a poner distancia entre ellos y sus atacantes.

—Sostén mi mano, ¡no te soltaré! —gritó Alistair por encima del rugido del
agua.

—¡Juntos en esto! —respondió Eilidh, aferrándose a él mientras el agua fría


les golpeaba con fuerza.

Emergiendo río abajo, lejos de sus perseguidores, ambos se arrastraron a la


orilla, exhaustos pero vivos. Tendidos en la hierba, miraron las estrellas que
comenzaban a brillar en el cielo nocturno, recuperando el aliento.

—Eso estuvo demasiado cerca —dijo Alistair, pasando un brazo alrededor


de Eilidh para asegurarse de que estaba bien.

—Sí, pero lo logramos, gracias a que confiamos el uno en el otro —


respondió ella, apoyando la cabeza en su hombro.
Mientras el silencio de la noche los envolvía, ambos sabían que cada
desafío enfrentado juntos solo fortalecía su vínculo. En la oscuridad, bajo el
manto protector de las estrellas, Alistair y Eilidh no solo habían sobrevivido
a una emboscada; habían reafirmado su compromiso de enfrentar juntos
cualquier adversidad, confiando plenamente el uno en el otro.
Capítulo 22

Alistair y Eilidh, empapados y temblorosos tras su escapada por el río,


encontraron refugio en una pequeña cueva oculta entre la densa vegetación
de la ribera. El frío del agua aún calaba en sus huesos, pero el calor de su
cercanía les ofrecía un consuelo que iba más allá del físico. Encendieron un
pequeño fuego con ramas secas que Eilidh había recogido, y mientras las
llamas crepitaban, el calor comenzó a reconfortar sus cuerpos y espíritus.

—Nunca pensé que terminaríamos nuestra misión de fronteras tratando de


no ahogarnos en un río —dijo Alistair, intentando aligerar el momento con
una sonrisa cansada.

—Ni yo —respondió Eilidh, devolviéndole la sonrisa. —Pero, parece que


cada prueba que enfrentamos juntos solo nos hace más fuertes. Y más
unidos.

Alistair asintió, su mirada fija en las llamas antes de volverse hacia ella con
una intensidad renovada. —Eilidh, estos momentos me hacen darme cuenta
de cuánto te necesito. No solo como compañera en la batalla, sino en mi
vida. Cada desafío que enfrentamos juntos nos fortalece, y no hay nadie
más con quien preferiría enfrentar estos peligros.

—Siento lo mismo, Alistair —dijo Eilidh, su mano encontrando la de él y


entrelazando sus dedos. —No importa lo que enfrentemos, mientras
estemos juntos, siento que podemos superar cualquier cosa.

Mientras el fuego chisporroteaba, ambos reflexionaban sobre los eventos


que los habían llevado hasta ese momento. La emboscada había sido un
recordatorio brutal de los peligros que aún acechaban en las sombras,
posiblemente orquestados por aquellos que se resistían a la paz entre los
clanes o por enemigos aún desconocidos que buscaban desestabilizar su
liderazgo.

—Debemos estar alerta, Eilidh. Alguien está tratando de debilitarnos, de


dividirnos —dijo Alistair, su voz teñida de firmeza. —Pero no permitiré que
eso suceda. Protegeré a Dunmore y a ti con todo lo que tengo.

—Y yo estaré a tu lado, protegiéndote, como has hecho por mí —respondió


Eilidh, su determinación igualando la de él.

Decidieron que al amanecer volverían a Dunmore, preparados para


investigar más a fondo quién podría estar detrás de la emboscada. Sabían
que las respuestas no serían fáciles ni las soluciones sencillas, pero
enfrentarían lo que viniera con la misma resolución con la que habían
enfrentado el frío del río esa noche.

—Mañana, cuando volvamos, comenzaremos a planear cómo fortalecer


nuestras defensas y descubrir a los traidores —planeó Alistair, mientras las
sombras de la noche se movían alrededor de la pequeña cueva.

—Juntos, —añadió Eilidh, apoyando su cabeza en el hombro de Alistair


mientras miraban las estrellas visibles a través de la entrada de la cueva. —
Siempre juntos.

En esa pequeña cueva, con el fuego protegiéndolos de la fría noche, Alistair


y Eilidh no solo encontraron calor en las llamas, sino también en la promesa
mutua de apoyo y lealtad inquebrantables. Al amanecer, regresarían a
Dunmore no solo como líderes de su gente, sino como un frente unido, más
fuerte y decidido que nunca, listo para enfrentar cualquier desafío que el
destino les preparara.
Capítulo 23

El amanecer teñía el cielo de tonos púrpuras y dorados cuando Alistair y


Eilidh se acercaban a los altos muros de Dunmore. Sus corazones, aunque
agotados por las pruebas de la noche anterior, latían con una determinación
renovada. La traición que habían enfrentado en las sombras del bosque
había encendido en ellos un fuego feroz, una necesidad de proteger su hogar
y desenmascarar a los culpables detrás de la conspiración.

Al cruzar el puente levadizo, los guardias los saludaron con respeto y alivio,
aliviados al verlos regresar sanos y salvos. Sin perder tiempo, Alistair
condujo a Eilidh directamente a la sala del consejo, donde había convocado
una reunión de emergencia con sus consejeros más confiables y los líderes
de los clanes aliados.

—¡Señores, hemos sido traicionados desde dentro! —declaró Alistair con


voz resonante en cuanto todos estuvieron reunidos. —Y estoy decidido a
arrancar este mal de raíz, hoy mismo.

Los murmullos llenaron la sala, cada señor y dama presentes


intercambiando miradas de preocupación y expectación. Entre ellos, se
encontraba el embajador del clan Fraser, cuya expresión cuidadosamente
neutral no escapó a la observación de Eilidh.

—Durante nuestra patrulla por las fronteras, Eilidh y yo fuimos emboscados


por un grupo de asaltantes claramente entrenados y bien informados —
continuó Alistair, su mirada finalmente fijándose en el embajador. —
Embajador, ¿puede explicar cómo hombres armados con las insignias de su
clan fueron encontrados entre estos asaltantes?

El embajador MacNab, atrapado en el acto por la acusación directa, vaciló


por un momento antes de responder, su voz temblorosa.
—Laird Alistair, juro que no tenía conocimiento de tal acción. Mi misión
aquí ha sido siempre de paz y...

—¡No más mentiras! —interrumpió Alistair, su paciencia agotada. Se


volvió hacia uno de los guardias. —Traiga las pruebas.

Un guardia entró en la sala, llevando una caja de madera que contenía las
insignias y las armas capturadas de los atacantes, todas marcadas
claramente con los símbolos del clan Fraser.

—¿Cómo explica esto, embajador? —preguntó Alistair, su tono ahora


helado.

El embajador MacNab palideció, sabiendo que había sido


irremediablemente atrapado. Con un suspiro derrotado, bajó la cabeza.

—Mis órdenes venían directamente de mi líder —confesó finalmente. —Se


me instruyó asegurar nuestra posición en la región, incluso si eso
significaba desestabilizar a Dunmore.

Un grito de indignación resonó en la sala. Alistair se adelantó, su presencia


dominante imponiendo silencio.

—Este acto de traición no quedará sin respuesta. —Alistair se dirigió a los


guardias. —Arresten al embajador. Será juzgado por su crimen contra
Dunmore y enfrentará la justicia completa por sus actos.

Mientras el embajador era llevado, Alistair se volvió hacia Eilidh, tomando


su mano.

—Gracias, Eilidh. Sin tu valor y astucia, esto podría haber terminado muy
diferente —dijo, su gratitud sincera reflejada en sus ojos.

—Lo hice por nuestro hogar, Alistair —respondió Eilidh con firmeza, pero
su mano apretaba la de él con un calor que hablaba de algo más profundo
que el deber.

Con la traición expuesta y el traidor bajo custodia, Dunmore podía esperar


algo de paz. Pero más importante aún, Alistair y Eilidh habían reforzado su
unión, forjada en la adversidad y templada en la confianza mutua. Juntos, se
enfrentarían a cualquier nueva tormenta, sabiendo que su alianza era su
mayor defensa.
Capítulo 24

El cielo sobre Dunmore se teñía de un intenso color carmesí, reflejando la


tensión que se respiraba en el aire mientras los habitantes del castillo se
congregaban en el patio. Las antorchas lanzaban destellos erráticos sobre
las piedras milenarias, iluminando la arena del duelo donde Alistair se
enfrentaría al embajador MacNab, cuya traición no solo había amenazado a
Dunmore, sino a toda la estabilidad de la región.

Eilidh, vestida con su armadura ceremonial, no solo estaba allí para apoyar
a Alistair, sino para revelar la última pieza del rompecabezas de la traición
que había tejido el embajador. Junto a ella, los líderes de los clanes aliados
observaban, sus rostros duros como la piedra, reflejando la gravedad de lo
que estaba en juego.

—Hoy, —comenzó Alistair, su voz retumbando contra los muros del


castillo—, enfrentamos a un hombre que se disfrazó de aliado mientras tejía
su red de traición. No solo lucharemos por justicia, sino por la verdad.

El embajador MacNab, con la espalda recta y el rostro inexpresivo,


simplemente asintió, aceptando el desafío. Su mano descansaba sobre el
pomo de su espada, listo para lo que sabía que era inevitable.

—Eilidh, —dijo Alistair, volviéndose hacia ella con un gesto de cabeza—,


por favor, revela lo que has descubierto.

Con un paso firme, Eilidh avanzó, sosteniendo en alto un conjunto de


documentos y cartas interceptadas que había descubierto en la cámara
secreta del embajador.

—Estos documentos prueban sin lugar a dudas que el embajador MacNab


ha estado conspirando no solo contra Dunmore, sino también contra
nuestros aliados. Ha negociado en secreto con enemigos de nuestros clanes,
prometiéndoles tierras y títulos a cambio de su apoyo en futuros conflictos.

Un murmullo de indignación se levantó entre los espectadores. Eilidh pasó


los documentos al maestro de armas, quien los examinó brevemente antes
de asentir con gravedad, confirmando la autenticidad y la traición.

El embajador, ahora completamente aislado, miró a los presentes, su rostro


finalmente mostrando una fisura en su compostura.

—¡Procedamos! —ordenó el maestro de armas.

Con la señal dada, Alistair y el embajador desenfundaron sus espadas. El


sonido del acero al chocar resonó por todo el patio, un eco siniestro de la
lucha por la justicia. Alistair, movido por un sentido de deber y protección
hacia su gente, presionaba al embajador con una serie de ataques precisos y
calculados.

Eilidh observaba, cada músculo tenso, lista para intervenir si era necesario.
Pero Alistair manejaba su espada con una habilidad que hablaba de años de
entrenamiento y batallas pasadas.

—¡Alistair! —gritó el embajador, intentando una estocada desesperada.

Alistair la paró con facilidad y, con un rápido movimiento, desarmó al


embajador, enviando su espada volando por el aire y aterrizando con un
clangor en la piedra.

—¿Te rindes? —preguntó Alistair, su espada apuntando ahora al corazón


del embajador.

Con un suspiro derrotado, el embajador asintió, bajando la cabeza en señal


de sumisión. —Me rindo. Acepto mi destino.

Alistair bajó su espada, señalando a los guardias para que tomaran al


embajador.

—Que este día sea recordado —declaró Alistair, volviéndose hacia los
clanes—, no solo como una victoria de Dunmore, sino como un testimonio
de nuestra unidad y fortaleza. Juntos, hemos protegido nuestra tierra y
asegurado nuestro futuro.

Eilidh se acercó a Alistair, poniendo una mano sobre su brazo en un gesto


de apoyo y orgullo compartido.

—Juntos, —dijo ella, su voz llena de emoción y determinación—, siempre


juntos.

El aplauso y los vítores de los clanes resonaron en el patio mientras Alistair


y Eilidh, mano a mano, enfrentaban el futuro con la certeza de que juntos
podrían superar cualquier desafío.
Capítulo 25

En la gran sala del castillo de Dunmore, las antorchas lanzaban un


resplandor cálido sobre los rostros serios de los líderes de los clanes
reunidos. Después de la traición expuesta del embajador MacNab, había una
necesidad palpable de fortalecer las alianzas y sanar las heridas abiertas por
las intrigas pasadas. Alistair y Eilidh, ahora reconocidos no solo como
líderes valientes sino como unificadores, se preparaban para proponer una
unión más permanente entre los clanes.

—Hemos enfrentado muchas pruebas, algunas que han amenazado la


misma fibra de nuestro honor y nuestras tierras —comenzó Alistair, su voz
resonando en el silencio expectante de la sala. —Pero cada desafío nos ha
ofrecido también una oportunidad: la de mirar más allá de nuestras
diferencias y ver nuestras fuerzas comunes.

Eilidh, de pie a su lado, asintió con determinación. Su presencia era un


testimonio silencioso de las posibilidades que yacían en la unidad; una
mujer de un clan rival que había salvado a Dunmore y había ganado el
corazón de su laird.

—Propongo que no solo busquemos reparar nuestras alianzas, sino que las
fortalezcamos formando una nueva coalición. Una unión que no solo
responda a amenazas externas, sino que también celebre nuestras culturas
compartidas y nuestras aspiraciones comunes —declaró Alistair,
extendiendo la mano hacia Eilidh en un gesto simbólico.

—Juntos, hemos descubierto que lo que nos une es mucho más poderoso
que lo que nos divide —añadió Eilidh, su voz clara y convincente. —Con
Alistair, he encontrado no solo un aliado, sino un verdadero compañero.
Juntos, queremos ver a nuestros clanes no solo coexistir, sino prosperar.
Un murmullo de aprobación recorrió la sala. Los líderes de los clanes,
muchos de los cuales habían sido escépticos al principio, ahora veían en
esta joven pareja una esperanza renovada para un futuro pacífico.

—¿Cómo aseguraremos que esta unión sea duradera? —preguntó uno de los
jefes de clan, un hombre anciano con el peso de la experiencia grabado en
su rostro.

—A través de pactos firmes y justos, y celebraciones comunes como la que


hoy proponemos. Queremos que cada clan mantenga su autonomía, pero
que todos seamos responsables ante un consejo formado por representantes
de cada clan —respondió Alistair, mientras Eilidh distribuía unos
documentos que delineaban los términos de la propuesta.

—Además, planeamos establecer festivales y mercados comunes, donde


nuestras gentes puedan intercambiar no solo bienes, sino ideas y tradiciones
—agregó Eilidh, su entusiasmo contagioso esparciéndose por la sala.

La discusión que siguió fue intensa pero productiva. Con cada pregunta y
cada respuesta, se tejían los hilos de una red más fuerte y más inclusiva que
las anteriores. Al final de la reunión, un nuevo pacto fue forjado, sellado no
solo con firmas y sellos, sino con un brindis compartido, donde cada líder
vertió un poco de su bebida en un cuenco común, simbolizando su
compromiso con la unidad.

—Hoy no solo celebramos una alianza entre clanes, sino el nacimiento de


una nueva era para nuestros pueblos —declaró Alistair, levantando el
cuenco antes de tomar un sorbo, pasándoselo luego a Eilidh, quien hizo lo
mismo.

Mientras la noche caía sobre Dunmore, las estrellas brillando con fuerza en
el cielo, Alistair y Eilidh se miraron con amor y esperanza. Habían superado
juntos traiciones y peligros, y ahora, al frente de este nuevo capítulo,
estaban listos para liderar no solo con fuerza, sino con un corazón unido y
una visión compartida de paz y prosperidad.
Capítulo 26

En el corazón del castillo de Dunmore, bajo los altos arcos del gran salón,
los miembros de todos los clanes aliados se habían reunido en una asamblea
extraordinaria. Las antorchas arrojaban un brillo cálido sobre los tapices
que adornaban las paredes, contando historias de batallas y alianzas
pasadas, un recordatorio del legado que cada líder debía proteger y
enriquecer.

Alistair se encontraba al frente de la sala, con Eilidh a su lado. Ambos


enfrentaban a la multitud con una mezcla de solemnidad y esperanza. Hoy
no solo compartirían planes de fortificación o estrategias de defensa, sino
un anuncio que marcaría el comienzo de una nueva era para su gente.

—Mis amigos, mi familia, mis leales compañeros —comenzó Alistair, su


voz resonando con autoridad y calidez. —Hoy nos reunimos para hablar de
un futuro, no solo de supervivencia, sino de prosperidad y fortaleza.

Los murmullos de la multitud cesaron poco a poco, todos los ojos estaban
puestos en él, pero también en Eilidh, cuya presencia ya no era una
novedad, sino una fuerza conocida y respetada.

—Con gran alegría y esperanza en nuestro futuro compartido, anuncio mi


compromiso con Eilidh, hija del clan MacDonnell. Este no es solo un enlace
matrimonial, sino una alianza que fortalecerá nuestros lazos y asegurará
nuestra defensa común contra cualquier enemigo.

Aplausos y exclamaciones de aprobación llenaron la sala, mientras muchos


asentían, reconociendo la sabiduría en fortalecer alianzas a través de lazos
tan personales y profundos.
Eilidh, tomando la palabra con una confianza que había crecido en ella
desde su llegada a Dunmore, compartió sus propios pensamientos.

—Desde que llegué a Dunmore, he sido testigo de la fuerza y la valentía de


este clan. Alistair y yo, juntos, no solo buscamos unir nuestras vidas, sino
también garantizar que nuestro futuro como pueblo sea seguro y próspero.

Mirando a los presentes, Eilidh sintió una mezcla de emoción y


nerviosismo. Este era el momento de su aceptación completa, no solo como
la esposa de su laird, sino como una líder en su propio derecho.

Alistair, observando la reacción de su gente, se sintió profundamente


conmovido. —Este matrimonio también simboliza nuestra apertura a
nuevas ideas y alianzas, a la unión no solo dentro de nuestras murallas, sino
más allá. Juntos, enfrentaremos los desafíos que vengan, y juntos
celebraremos nuestras victorias.

El entusiasmo en la sala era palpable, y mientras los líderes de los clanes se


acercaban para ofrecer sus felicitaciones, estaba claro que la decisión era
ampliamente apoyada. Las conversaciones que siguieron giraron en torno a
cómo este matrimonio podría traer no solo paz y seguridad, sino también
una prosperidad renovada a través del comercio y las relaciones fortalecidas
entre los clanes.

Mientras la noche avanzaba y los planes de boda comenzaban a tomar


forma, Eilidh se sintió abrumada por la calidez y el apoyo de todos. A su
lado, Alistair la tomó de la mano, ofreciéndole una sonrisa que decía sin
palabras que, sin importar lo que trajera el futuro, lo enfrentarían juntos,
como pareja y como líderes de un clan unido y fuerte.

En ese momento, bajo el techo ancestral de Dunmore, Alistair y Eilidh no


solo celebraban su compromiso, sino el amanecer de una era de esperanza y
colaboración, prometiendo un futuro en el que todos sus clanes podrían
prosperar juntos.
Capítulo 27

En el corazón de las Highlands, bajo un cielo que prometía una mañana


clara y despejada, el castillo de Dunmore bullía de actividad. Las bodas
entre lairds no eran meras uniones; eran festividades que marcaban la
historia de un clan, y la boda de Alistair y Eilidh no sería la excepción. Los
preparativos habían transformado el castillo en un hervidero de alegría y
anticipación.

Eilidh, vestida con un sencillo vestido de lino que ondeaba con cada
movimiento, recorría los pasillos y patios del castillo, involucrándose
personalmente en cada detalle. Desde la elección de las telas para los
estandartes hasta los ingredientes para el banquete, quería asegurarse de que
su boda reflejara no solo la unión de dos almas, sino también la fusión de
dos clanes.

En los vastos jardines, Eilidh se encontró con un grupo de mujeres del clan,
quienes estaban tejiendo las grandes banderas que ondearían sobre el
castillo el día de la boda. Cada bandera, bordada con el emblema de los
MacGregor y los MacDonnell, simbolizaba la nueva alianza.

—Eilidh, ven y elige el hilo —la invitó Morag, una mujer de manos ágiles y
ojos sabios. —Cada color tiene un significado, y tu elección será vista como
un augurio de tu reinado.

—Escojo el verde, por la esperanza y el crecimiento, y el azul, por la lealtad


y la sabiduría —declaró Eilidh, seleccionando los hilos con cuidado,
consciente de la importancia de su elección.

Mientras tejían, las mujeres compartían consejos y bendiciones,


fortaleciendo los lazos con Eilidh, que escuchaba atentamente cada palabra,
cada historia, absorbiendo la rica herencia de su nuevo clan.
—Recuerda siempre, el laird gobierna el clan, pero son las mujeres de la
casa quienes tejen la verdadera fuerza de nuestra gente —le susurró una
anciana al oído, entregándole un pañuelo bordado con antiguos símbolos
celtas.

Mientras tanto, Alistair estaba en los establos, supervisando la selección de


los caballos que llevarían a los novios a la capilla. Cada animal estaba
siendo adornado con cintas y flores, los colores de ambos clanes
entrelazados en su pelaje. A su lado, su hermano menor y padrino, Donnan,
le ofrecía un apoyo silencioso, pero firme.

—Alistair, ¿nunca te asusta la magnitud de lo que estamos por emprender?


—preguntó Donnan, observando a su hermano con una mezcla de
admiración y preocupación.

—Cada día —confesó Alistair, permitiéndose un momento de


vulnerabilidad. —Pero cada vez que miro a Eilidh, sé que no hay desafío
que no podamos enfrentar juntos. Ella es mi coraje tanto como yo soy el
suyo.

Al caer la tarde, después de un día lleno de preparativos, Alistair y Eilidh se


encontraron en la biblioteca del castillo, un lugar que había sido testigo de
muchos de sus momentos más íntimos y conversaciones durante su cortejo.

—Hoy, mientras elegía los hilos para nuestras banderas, cada color, cada
textura, sentí el peso de lo que estamos por comenzar —compartió Eilidh,
su voz llena de emoción y un ligero temor.

Alistair tomó sus manos entre las suyas, su tacto era tan cálido y seguro
como siempre.

—Mi amor, cada decisión que tomamos, la hacemos juntos. Y así


enfrentaremos cada día de nuestro reinado. Estas banderas, estos colores,
son solo el comienzo de todo lo hermoso que construiremos. No solo para
nosotros, sino para todos los que dependen de nosotros.

Eilidh asintió, su corazón lleno de amor y una renovada confianza en el


futuro. Juntos, en la serenidad de esa biblioteca, reafirmaron sus promesas
de apoyo mutuo, amor y respeto, promesas que llevarían consigo al altar y
más allá.

Así, con el castillo de Dunmore silencioso a su alrededor y el futuro


extendiéndose amplio y prometedor ante ellos, Alistair y Eilidh cerraron la
noche con un beso, sellando sus promesas y sus sueños compartidos.
Capítulo 28

El bullicio en el castillo de Dunmore alcanzó un nuevo pico mientras los


preparativos para la boda continuaban. Los invitados comenzaban a llegar,
trayendo consigo la promesa de celebración. Sin embargo, la llegada
inesperada de un antiguo pretendiente de Eilidh, Lachlan, un destacado
guerrero del clan MacDonnell, trajo consigo un viento de tensiones no
previstas.

Lachlan, con su estatura imponente y sus ojos como el cielo tormentoso, no


tardó en llamar la atención al entrar en el gran salón. Su presencia, tan
magnética como siempre, evocaba recuerdos de un pasado que Eilidh había
decidido dejar atrás, pero que ahora volvía a la superficie con una
intensidad desconcertante.

—Eilidh, nunca pensé que te vería vestida para otra boda que no fuera la
nuestra —dijo Lachlan, su voz teñida de un tono melancólico y desafiante
al mismo tiempo.

Eilidh, tomada por sorpresa, sintió cómo el pasado y el presente


colisionaban. —Lachlan, has sido siempre valioso para mi clan y para mí,
pero mi futuro está con Alistair. He elegido este camino por amor, no por
obligación.

Alistair, que había observado la escena desde el otro lado del salón, sintió
cómo las semillas de la duda y los celos empezaban a germinar en su pecho.
A pesar de su amor y confianza en Eilidh, la presencia de Lachlan evocaba
inseguridades que no sabía que tenía.

Más tarde, en la privacidad de la biblioteca del castillo, Alistair confrontó


sus sentimientos con Eilidh, la tensión entre ellos palpable.
—¿Hay algo que deba saber sobre ti y Lachlan? —preguntó Alistair,
luchando por mantener la calma, su voz revelando un rastro de inseguridad.

Eilidh, sintiendo el peso de la mirada de Alistair, supo que debía abordar


sus miedos y reafirmar su compromiso.

—Alistair, Lachlan fue parte de mi vida, pero lo que teníamos terminó


mucho antes de que yo llegara a Dunmore. Te amo a ti. Solo a ti. Mi pasado
con Lachlan no tiene lugar en nuestro futuro —explicó ella, acercándose a
él y tomando sus manos en las suyas.

La sinceridad en sus palabras y la calidez de su tacto suavizaron la


expresión de Alistair, quien luchaba por deshacerse de sus dudas.

—Lo siento, Eilidh. No debería haber dudado de ti. Es solo que la idea de
perderte...

—No me perderás, Alistair. Estamos juntos en esto, recuérdalo siempre —


interrumpió ella, con una sonrisa tranquilizadora.

Alistair asintió, cerrando la brecha entre ellos con un abrazo que selló sus
palabras. En ese momento, el amor y la comprensión reemplazaron
cualquier sombra de duda que hubiera oscurecido su felicidad.

—Gracias por ser mi roca, Eilidh. No sé qué haría sin ti —susurró Alistair,
mientras la abrazaba fuertemente.

—Y gracias a ti por confiar en mí, incluso cuando las sombras del pasado
intentan nublar nuestro camino —respondió Eilidh, su voz suave pero
firme.

Con la luna brillando a través de las ventanas de la biblioteca, Alistair y


Eilidh se comprometieron una vez más a enfrentar juntos cualquier desafío,
fortaleciendo su relación y reafirmando su compromiso de construir un
futuro juntos, libre de las ataduras del pasado. La promesa de su unión,
ahora más fuerte que nunca, era un faro que iluminaría su camino hacia el
altar y más allá.
Capítulo 29

La noche antes de la boda había caído sobre Dunmore como un manto


suave, teñido de expectación y antiguas tradiciones. Las estrellas brillaban
con un esplendor particular, como si incluso el cielo quisiera ser parte de la
celebración que se avecinaba. Alistair y Eilidh, respetando las costumbres
de su gente, debían pasar esta última noche antes de su unión separados,
sumergidos en los rituales que marcaban el comienzo de una nueva etapa en
sus vidas.

Alistair se encontraba en la gran sala del castillo, rodeado por los hombres
del clan. La atmósfera estaba cargada de risas y camaradería, pero también
de solemnidad, a medida que los hombres más ancianos compartían
consejos y bendiciones con el laird. Entre los sonidos de las gaitas y los
cánticos, Alistair escuchaba atentamente, valorando cada palabra que
fortalecía su resolución y su corazón para los días que vendrían.

—Recuerda, Alistair, que el matrimonio es tanto un bastión como un puente


—decía Fergus, un veterano guerrero cuyas cicatrices eran testimonios de
su valor y sabiduría. —Un bastión contra las tormentas del destino y un
puente hacia un amor que crece y se renueva cada día.

Alistair, sosteniendo un cuerno de cerveza, asintió con gratitud. —Gracias,


Fergus. Llevaré tus palabras conmigo no solo mañana, sino todos los días
que sigan mientras Eilidh y yo caminemos juntos.

Mientras tanto, Eilidh se encontraba en los jardines del castillo, iluminados


por antorchas y rodeados por las mujeres del clan. En un círculo de
confianza y apoyo, compartían historias de amor y compromiso, tejiendo
una red de fuerza femenina alrededor de Eilidh. Cada mujer presentaba a
Eilidh un pequeño regalo, símbolos de bendiciones y buenos deseos para su
matrimonio con Alistair.
—Cada una de estas cintas representa las muchas virtudes que esperamos te
acompañen en tu unión con nuestro laird —explicaba Mairi, la matriarca del
clan, mientras ataba una cinta azul alrededor de la muñeca de Eilidh. —
Azul por la serenidad, rojo por la pasión, verde por la crecimiento.

—Gracias, Mairi, y gracias a todas ustedes. Siento una gran fortaleza


sabiendo que tengo el apoyo de todas y cada una de ustedes —respondió
Eilidh, sus ojos brillando con emoción y determinación.

A medida que la noche avanzaba, tanto Alistair como Eilidh se retiraron a


sus respectivos aposentos, llevando consigo el calor y el amor de su gente.
En la quietud de la noche, cada uno reflexionaba sobre el camino que los
había llevado hasta ese momento tan crucial.

Alistair, mirando por la ventana de su habitación hacia el oscuro cielo


estrellado, sentía una mezcla de nerviosismo y emoción. Pensaba en Eilidh,
en todo lo que habían superado juntos, y en el futuro que estaban a punto de
construir.

Eilidh, por su parte, se encontraba sentada junto a su ventana, sosteniendo


las cintas de bendición entre sus manos. Pensaba en Alistair, en la fuerza de
su amor y en la nueva vida que comenzarían al amanecer. A pesar de la
distancia física de esa noche, sentía a Alistair cerca, como si sus corazones
ya estuvieran unidos en anticipación del sí que darían.

Mientras el primer resplandor del alba comenzaba a teñir el cielo de tonos


de rosa y oro, ambos sabían que al amanecer darían los primeros pasos en
un viaje que prometía ser tan desafiante como hermoso. Unidos, no solo por
la ley o la costumbre, sino por un amor que había demostrado ser tan vasto
y profundo como el propio cielo bajo el que se jurarían amor eterno.
Capítulo 30

La mañana del día de su boda, el castillo de Dunmore se había convertido


en un cuadro de actividad fervorosa y alegre expectación. Mientras los
primeros rayos del sol se filtraban a través de las ventanas altas, iluminando
las antiguas piedras con un brillo dorado, Alistair y Eilidh se preparaban
para la ceremonia de mano y corazón, un ritual sagrado que precedía a la
boda, cargado de tradición y simbolismo.

En el centro del gran salón, decorado con tapices que mostraban las
historias de los clanes y rodeado de todos sus seres queridos, se había
colocado un pequeño altar. Sobre este, reposaba un trozo de tartán que
combinaba los colores de ambos clanes, simbolizando la unión de sus
herencias y el futuro compartido que estaban a punto de tejer juntos.

Alistair, vestido con el kilt formal de su clan, sus ojos brillando con una
mezcla de orgullo y nerviosismo, tomó la mano de Eilidh. Ella, radiante en
un vestido que entrelazaba los hilos de sus respectivos tartanes, le devolvió
la mirada con una sonrisa que reflejaba todo el amor y la certeza de su
elección.

—Ante nuestros amigos, nuestra familia y los lazos que nos unen —
comenzó Alistair, su voz resonando en el recinto con solemnidad y calidez
—, yo, Alistair, laird de Dunmore, tomo a Eilidh, no solo como mi esposa,
sino como mi compañera de corazón y alma, en todas las batallas que la
vida nos depare.

Eilidh, emocionada y con los ojos brillantes de lágrimas contenidas,


respondió con voz firme:

—Yo, Eilidh, de la casa de MacDonnell, tomo a Alistair, no solo como mi


esposo, sino como mi compañero en todas las alegrías y desafíos que nos
esperan. Juntos, no solo uniremos nuestros clanes, sino nuestros corazones
y nuestras esperanzas.

Con estas palabras, un anciano del clan, vestido con las insignias de su
oficio, levantó el trozo de tartán y suavemente envolvió sus manos unidas,
atando el tejido con nudos que simbolizaban su compromiso de estar juntos
en lealtad, amor y respeto mutuo.

El silencio se cernía sobre el salón mientras todos los presentes observaban,


algunos con lágrimas en los ojos, movidos por la profundidad de la
ceremonia. Cuando el anciano terminó de atar el tartán, proclamó:

—Que este lazo sea tan fuerte como vuestra voluntad y tan duradero como
vuestras almas. Que ningún viento adverso deshaga este nudo, que ninguna
tempestad descoloque este tejido.

Un aplauso estalló en la sala, lleno de júbilo y bendiciones mientras Alistair


y Eilidh, aún con las manos unidas por el tartán, se volvían para enfrentar a
su gente, sus rostros radiantes de felicidad y amor.

—Hoy, más que nunca, me siento el hombre más afortunado sobre la tierra
—susurró Alistair a Eilidh, mientras se inclinaba para besar su frente.

—Y yo, la mujer más bendecida —respondió ella, apoyando su cabeza en


su hombro.

La ceremonia de mano y corazón no solo marcó el inicio de su vida


matrimonial, sino también el comienzo de una nueva era para Dunmore.
Bajo la guía de Alistair y Eilidh, el castillo y sus tierras florecerían, guiados
por el amor y la fortaleza de su unión, testimoniando a todos que la
verdadera fuerza reside en la unión de corazones dispuestos a enfrentar
juntos cada nuevo amanecer.
Capítulo 31

El día del matrimonio entre Alistair y Eilidh amaneció claro y luminoso,


con un cielo tan azul que parecía celebrar junto a ellos. El castillo de
Dunmore, ya imponente por su historia y belleza, se había transformado en
un escenario de festividad, donde banderas y estandartes ondeaban al
viento, anunciando la unión de dos almas y dos clanes.

Desde temprano, el bullicio llenaba el aire mientras los invitados de los


clanes aliados llegaban en carros adornados y a caballo, todos vestidos en
sus mejores galas, reflejando el espectro completo de colores y emblemas
de sus respectivas casas. Los sonidos de las gaitas y tambores se
entremezclaban con risas y saludos, mientras todos se preparaban para ser
testigos de la ceremonia.

En el corazón del castillo, en un amplio patio adornado con flores silvestres


y grandes arcos de hiedra y rosas, se había erigido un altar ceremonial.
Alistair, vestido con un kilt ceremonial que portaba los colores de Dunmore
y los MacDonnell, esperaba con una mezcla de nerviosismo y emoción. Al
mirar a los rostros sonrientes de los asistentes, sentía el peso de su futuro,
uno lleno de promesa y responsabilidad.

El sonido de una gaita solitaria anunció la llegada de Eilidh. Vestida con un


deslumbrante vestido blanco adornado con detalles del tartán de ambos
clanes, caminaba hacia el altar del brazo de su padre. Su cabello estaba
entrelazado con flores, y su sonrisa iluminaba el recinto más que las mismas
antorchas que colgaban de los muros del patio.

La ceremonia fue una perfecta fusión de tradición y profundo sentimiento


personal. El sacerdote del clan, un hombre anciano con una voz que
resonaba con sabiduría, los guió a través de sus votos, cada palabra cargada
de la historia y el honor de sus familias. Alistair y Eilidh intercambiaron
anillos forjados del metal de las tierras de Dunmore, sellando su
compromiso no solo el uno con el otro sino con la tierra que ahora
gobernarían juntos.

—Te tomo a ti, Eilidh, para ser mi esposa, mi compañera en la vida, en el


amor y en el liderazgo —declaró Alistair, su voz firme y clara.

—Y yo te tomo a ti, Alistair, para ser mi esposo, mi corazón y mi protector,


en todos los días de nuestra vida —respondió Eilidh, sus ojos brillando con
lágrimas de felicidad.

El "sí" fue sellado con un beso, uno que fue celebrado con un estruendo de
aplausos y vítores que resonó por todo el castillo y más allá, hacia las
colinas.

La celebración que siguió fue una espléndida muestra de alegría y


comunidad. Juegos tradicionales llenaban los jardines, donde niños y
adultos competían en carreras de sacos y tirones de cuerda. Las danzas
tradicionales escocesas, acompañadas por gaitas y tambores, invitaban a
todos a unirse, creando un torbellino de tartanes en movimiento.

Alistair y Eilidh, ya no solo como laird y su dama, sino como marido y


mujer, se unieron a las danzas, sus risas mezclándose con la música y sus
corazones rebosando de un amor fortalecido por la aceptación y el apoyo de
su gente.

Mientras la noche caía sobre Dunmore y las estrellas comenzaban a


aparecer en el cielo, Alistair y Eilidh se retiraron a la torre del castillo,
desde donde podían ver a su gente aún celebrando. Unidos, miraron hacia el
futuro, abrumados por la felicidad y la certeza de que juntos, enfrentarían lo
que viniera, apoyados siempre por el amor y la lealtad de su clan.
Capítulo 32

La recepción de la boda de Alistair y Eilidh en el castillo de Dunmore no


era solo un evento festivo, sino también una confluencia de poder y
promesa. A medida que la música llenaba el aire y las risas resonaban a
través de los muros de piedra del castillo, Alistair aprovechaba esta
celebración para reforzar los lazos de lealtad y trazar nuevas alianzas.

Con Eilidh a su lado, radiante en su vestido de boda con detalles de tartán


que representaba la unión de los clanes MacGregor y MacDonnell, Alistair
se movía entre sus invitados con una mezcla de orgullo y propósito. Su
presencia imponía, pero era su diplomacia y visión clara lo que realmente
impresionaba a los líderes reunidos.

—Gracias por estar aquí hoy —decía Alistair, estrechando la mano de un


líder de un clan vecino, cuyas tierras bordeaban las de Dunmore. —Esta
celebración marca no solo la unión de Eilidh y mía, sino también el
comienzo de una era de colaboración y mutuo beneficio para nuestros
clanes.

El líder, un hombre robusto con una barba entrecana, asentía, sus ojos
brillando con un respeto recién forjado. —Alistair, tu matrimonio ha traído
esperanza a nuestras tierras. Espero que juntos podamos enfrentar cualquier
desafío que el destino nos depare.

Mientras Alistair conversaba, Eilidh se encontraba rodeada de mujeres de


varios clanes, quienes la acogían oficialmente como la nueva lady del clan
MacGregor. Con cada felicitación y cada palabra de consejo, Eilidh se
sentía más integrada en su nuevo papel, consciente de las expectativas y las
responsabilidades que conllevaba.
—Eilidh, tu llegada ha sido como una brisa fresca en un día caluroso —
comentaba una matriarca de un clan aliado, su voz cálida y sincera. —
Esperamos grandes cosas de ti y Alistair.

—Gracias —respondía Eilidh, su voz firme a pesar de los nervios. —Mi


compromiso con Alistair es también un compromiso con cada persona en
nuestros territorios. Trabajaré cada día para merecer la confianza que han
depositado en nosotros.

A medida que la noche avanzaba, Alistair y Eilidh compartían un momento


tranquilo, alejados del bullicio de la recepción. Mirando hacia los terrenos
iluminados por antorchas donde sus invitados celebraban, reflexionaban
sobre el impacto de su unión.

—Hoy hemos hecho más que casarnos, Eilidh —murmuraba Alistair,


mirando hacia el futuro con una mezcla de determinación y esperanza. —
Hemos fortalecido antiguas alianzas y forjado nuevas. Nuestra boda es solo
el comienzo.

—Sí, y siento que juntos, podemos realmente hacer una diferencia —añadía
Eilidh, su mano buscando la de él. —No solo por nuestro amor, que es el
núcleo de todo esto, sino por nuestro deseo compartido de ver prosperar
nuestras tierras.

El abrazo que compartían, bajo el cielo estrellado y sobre las tierras que
ahora gobernaban juntos, era un símbolo de su compromiso renovado no
solo el uno con el otro, sino con cada hombre, mujer y niño que dependía de
ellos. Esa noche, mientras Dunmore celebraba, Alistair y Eilidh se
prometían mutuamente que su amor sería la base de su fuerza, y su
liderazgo, el reflejo de ese amor. Juntos, no solo enfrentarían el futuro, sino
que lo modelarían con esperanza y audacia.
Capítulo 33

A medida que las últimas notas de las gaitas se desvanecían en el aire fresco
de la noche y los últimos invitados se retiraban, Alistair y Eilidh ascendían
por las anchas escaleras de piedra del castillo de Dunmore hacia sus
aposentos privados. La energía de la celebración había dado paso a una
tranquila serenidad, un momento perfecto para reflexionar y soñar.

Al cruzar el umbral de la suite que ahora compartirían como marido y


mujer, Eilidh se acercó a la ventana y miró hacia las tierras que se extendían
bajo la luz de la luna. Alistair, quitándose el pesado tartán ceremonial, se
unió a ella, rodeando su cintura con los brazos y apoyando la barbilla en su
hombro.

—Hoy ha sido un día increíble, Eilidh —susurró Alistair, el alivio y la


felicidad evidentes en su voz.

—Sí, increíble y solo el principio, mi amor —respondió Eilidh, apoyando


sus manos sobre las de él. —¿Has pensado en cómo será mañana? Y todos
los días después de ese?

Alistair sonrió ante la pregunta, mirando hacia el horizonte oscuro salpicado


de estrellas. —Sí, he pensado mucho en eso. Sueño con un Dunmore
próspero, con nuestras tierras rebosantes de cosechas y nuestro pueblo
seguro y feliz. Y sueño con una familia nuestra, Eilidh, con niños que
corran por estos pasillos.

Eilidh se giró para enfrentarlo, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad.
—Yo también sueño con eso. Y sé que juntos, podemos hacer que esos
sueños se hagan realidad. Pero también quiero que recordemos disfrutar el
camino, amarnos y apoyarnos, sin importar los desafíos que enfrentemos.
—Nada podría ser más importante para mí —afirmó Alistair, bajando la
cabeza para capturar sus labios en un beso tierno y profundo. —Cada día a
tu lado es un regalo, Eilidh, y no tomaré ni un momento por sentado.

Separándose ligeramente, ambos se sentaron frente al pequeño fuego que


crepitaba en la chimenea, envueltos en una manta compartida. Mientras las
llamas iluminaban sus rostros, continuaron compartiendo sueños y planes,
tejiendo una visión conjunta para el futuro de su clan.

—Quiero que las mujeres de nuestro clan tengan más voz en cómo se
gobierna Dunmore —dijo Eilidh, su tono firme y decidido. —Y quiero
establecer una escuela para nuestros niños, para asegurarnos de que cada
uno tenga la oportunidad de aprender y crecer en sabiduría.

—Y yo te apoyaré en cada paso, Eilidh —prometió Alistair. —Porque tus


sueños son mis sueños ahora.

La conversación se deslizó hacia planes más inmediatos: la organización de


los festivales de otoño, la mejora de las defensas del castillo, y la
profundización de alianzas con clanes vecinos. Cada proyecto era una
piedra en la fundación del futuro que estaban construyendo juntos.

Finalmente, con los ojos pesados por el día largo pero llenos de esperanza y
amor, se acurrucaron más cerca el uno del otro, permitiéndose un momento
de paz y satisfacción. En los silencios compartidos, en las miradas que
cruzaban, y en el calor de sus cuerpos entrelazados, encontraban una
afirmación del compromiso que habían hecho ese día.

Alistair y Eilidh, ahora no solo laird y lady, sino marido y mujer, se dormían
con la seguridad de que, unidos, podían enfrentar cualquier cosa que les
deparara el futuro. El amor que habían sellado esa noche era tanto un
refugio como un faro: un refugio contra las tormentas del mundo y un faro
que guiaría a su clan hacia un mañana lleno de posibilidades.
Capítulo 34

La mañana del día más esperado en Dunmore amaneció clara y brillante,


con el sol esparciendo su cálido resplandor sobre los prados y los rostros de
quienes se habían reunido para celebrar la boda de Alistair y Eilidh. El
castillo, adornado con estandartes de los colores de ambos clanes, resonaba
con una vibración palpable de anticipación y alegría.

Las antorchas y flores decoraban el camino que llevaba a la gran capilla del
castillo, donde tendría lugar la ceremonia. Invitados de todos los rincones
de las tierras de los MacGregor y los MacDonnell, así como de clanes
aliados, llenaban el recinto, murmurando en tonos de admiración y afecto
sobre la pareja cuya unión simbolizaría una nueva era de unidad y
prosperidad.

Eilidh, acompañada por las mujeres de su nuevo clan, se preparaba en una


cámara decorada con tapices que narraban historias de amor y honor.
Vestida con un deslumbrante vestido blanco adornado con detalles de
ambos tartanes, su cabello trenzado con flores silvestres, Eilidh no solo
representaba la unión de dos personas, sino también la alianza de dos
clanes. Las mujeres a su alrededor, cada una aportando un pequeño símbolo
de bendición, susurraban palabras de fuerza y sabiduría que Eilidh acogía
con gratitud y corazón abierto.

—Hoy no solo ganas un esposo, sino una familia entera, y con ella, un
pueblo que te respalda —le susurraba Moira, una anciana respetada,
mientras le entregaba un pañuelo bordado, antiguo talismán del clan
MacGregor.

Mientras tanto, Alistair se encontraba con los hombres de su clan, vestido


con el kilt ceremonial de los MacGregor, que mostraba con orgullo los
colores vibrantes de su herencia. Sus hermanos de armas le daban palmadas
en la espalda y ofrecían sus últimas palabras de consejo y aliento, cada una
impregnada de la seriedad y el humor que caracterizaba a los guerreros del
clan.

—Recuerda, cada día junto a ella es un nuevo capítulo en la historia que


escribirán juntos —le aconsejaba su mejor amigo y segundo al mando,
mientras ajustaba la espada ceremonial a su cintura.

Al sonar de las gaitas, todos los presentes se levantaban, girando su


atención hacia la entrada de la capilla. Alistair, de pie frente al altar junto al
sacerdote, volteaba para ver a Eilidh hacer su entrada. En ese momento,
mientras ella caminaba hacia él, todo lo demás parecía desvanecerse; solo
quedaban ellos dos, y el futuro prometedor que comenzarían a construir
juntos desde ese instante.

La ceremonia estaba cargada de tradición y emotividad. El sacerdote, en


una voz que resonaba a través del silencio reverente de la capilla, los guiaba
a través de sus votos, entrelazando las historias y esperanzas de sus clanes
en cada palabra pronunciada.

—Alistair y Eilidh, hoy no solo unen sus vidas, sino que tejen juntos el
destino de todos aquellos que les han jurado lealtad. ¿Prometen honrar y
respetar no solo el uno al otro, sino también la herencia que ahora
comparten?

—Sí, prometo —respondían ambos, sus voces firmes y seguras.

El intercambio de anillos, forjados de plata y oro extraídos de las tierras de


Dunmore, simbolizaba la solidez y el valor de su compromiso. Y cuando
finalmente se les declaró marido y mujer, el sonido de las gaitas se elevaba
en una jubilosa celebración, mientras afuera, los clanes de MacGregor y
MacDonnell, ahora unidos a través de Alistair y Eilidh, vitoreaban con una
alegría que resonaba por valles y colinas.

La aceptación de Eilidh como nueva lady de Dunmore era palpable en cada


abrazo, cada sonrisa y cada palabra de felicitación que recibía de los
miembros de ambos clanes. A medida que la ceremonia daba paso a la
celebración, Alistair y Eilidh, tomados de la mano, se sentían abrumados
por la felicidad y el profundo sentido de comunidad y apoyo que los
rodeaba.
Mientras el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos de oro y
púrpura, ambos sabían que más allá de la festividad del día, lo que
verdaderamente celebraban era el inicio de una vida juntos, llena de
desafíos y triunfos compartidos, en un Dunmore que prosperaría bajo su
liderazgo conjunto.
Capítulo 35

Después de la exultante celebración de la boda, Alistair y Eilidh se


encontraron solos al fin, en la tranquila intimidad de la torre más alta del
castillo de Dunmore. Allí, con vistas a los vastos dominios que ahora regían
juntos, reflexionaron sobre el futuro y la nueva era de paz y prosperidad que
se proponían forjar.

—Eilidh, ¿alguna vez imaginaste que llegaríamos hasta aquí? —preguntó


Alistair, su voz llena de asombro y gratitud, mientras observaba el atardecer
que teñía de oro y púrpura las colinas lejanas.

—En mis sueños más audaces, quizás —respondió Eilidh, apoyando su


cabeza en el hombro de Alistair. —Pero hacerlo realidad, contigo a mi lado,
supera todo lo que había imaginado.

—Hoy, al ver a nuestros clanes unidos, celebrando como uno solo, no


puedo evitar pensar en todo lo que podemos lograr juntos. No solo para
nosotros, sino para nuestro pueblo —dijo Alistair, sus ojos brillando con
una visión de lo que estaba por venir.

—Sí, tenemos una gran responsabilidad —agregó Eilidh, su tono serio pero
lleno de esperanza. —Quiero que nuestro reinado sea recordado por haber
traído justicia, por haber mejorado la vida de cada persona bajo nuestro
cuidado, y por haber sembrado las semillas de un futuro aún más próspero.

Alistair asintió, entrelazando sus dedos con los de ella. —Quiero construir
nuevas escuelas, asegurar que nuestros caminos sean seguros, y revitalizar
las tierras que han estado en barbecho durante demasiado tiempo. Cada niño
en Dunmore debería crecer sabiendo que tienen un futuro brillante por
delante.
—Y apoyaré cada paso que des hacia esos sueños —dijo Eilidh con
firmeza. —Además, me gustaría ver más mujeres en roles de liderazgo
dentro del clan. Es hora de que sus voces sean escuchadas no solo en
nuestras casas, sino en nuestros consejos.

La conversación se deslizó hacia planes más específicos, desde la


reorganización de la estructura de gobierno hasta la planificación de
festivales que podrían traer alegría y cohesión al clan. Con cada palabra,
cada sueño compartido, sentían cómo se fortalecía su resolución de hacer de
Dunmore un modelo de gobierno compasivo y efectivo.

—Con cada amanecer, tenemos una nueva oportunidad para marcar la


diferencia —murmuró Alistair, mirando hacia el horizonte donde las
primeras estrellas comenzaban a brillar. —Y con cada puesta de sol,
podemos reflexionar sobre lo que hemos logrado y lo que aún podemos
hacer mejor.

Eilidh sonrió, su corazón lleno de amor y determinación. —Juntos, Alistair.


Siempre juntos.

En ese momento, mientras el crepúsculo daba paso a la noche y las estrellas


iluminaban el cielo, ambos sabían que estaban al borde de algo grandioso.
No solo como líderes de Dunmore, sino como compañeros cuyos destinos
estaban irreversiblemente entrelazados, se comprometieron una vez más a
guiar a su clan hacia un futuro de esperanza y prosperidad.

Así, en la quietud de su nuevo hogar, con los corazones ligados por


promesas de amor y deber, Alistair y Eilidh cerraban este capítulo de sus
vidas, listos para enfrentar los desafíos y celebrar las victorias que traerían
los días por venir. En los albores de esta nueva era, Dunmore no solo
prosperaría bajo su liderazgo, sino que brillaría como un faro de paz y
justicia en tiempos inciertos, guiado por el corazón firme y la mano amable
de sus nuevos laird y lady.
Epílogo

Un año había pasado desde aquel día mágico en el que Alistair y Eilidh se
unieron en matrimonio ante los clanes unificados y la promesa de un futuro
compartido. Ahora, de pie en la torre más alta del castillo de Dunmore,
miraban hacia las vastas Highlands que se extendían majestuosas ante ellos,
teñidas por los dorados y rojos del atardecer.

Eilidh, con la mano acariciando suavemente su vientre redondeado,


simbolizaba la esperanza y la continuidad no solo de su amor, sino del
legado que ambos estaban destinados a dejar. A su lado, Alistair
contemplaba el horizonte, un sentimiento de paz y satisfacción llenándole el
pecho.

—Mira cuánto hemos logrado en solo un año, Eilidh —dijo Alistair, su voz
teñida de orgullo y admiración. —Las escuelas están floreciendo, las tierras
están produciendo más de lo que habíamos soñado, y nuestros clanes están
más unidos que nunca.

Eilidh sonrió, su felicidad irradiando como el crepúsculo que los envolvía.


—Y lo mejor está aún por venir —respondió, su mano descansando sobre la
de Alistair que rodeaba su cintura. —Este bebé, nuestro hijo, será testigo de
todo lo que hemos construido y continuará con el legado que comenzamos.

—Será un nuevo líder para Dunmore, algún día —agregó Alistair,


mirándola con un amor que había crecido y se había profundizado con cada
desafío y cada victoria que habían compartido.

Reflexionaron sobre los cambios que habían implementado, cómo habían


abierto las puertas del consejo a voces antes silenciadas, especialmente a las
mujeres, y cómo, bajo la guía de Eilidh, las nuevas políticas habían sido no
solo aceptadas, sino celebradas por su justicia e innovación.
—Recuerdo la incertidumbre de aquellos primeros días —continuó Eilidh,
su mirada perdida en las sombras que danzaban sobre las colinas. —Pero
nunca dudé de que juntos podríamos enfrentar cualquier cosa. Cada día a tu
lado me ha mostrado que el amor es el más fuerte de los cimientos sobre los
que construir no solo una familia, sino un reino.

—Y cada día que pasa, me siento más agradecido por tener a mi lado a una
mujer tan sabia y compasiva como tú —dijo Alistair, besando suavemente
su sien. —Juntos, no solo estamos escribiendo nuestra historia, sino la de
todo Dunmore.

Mientras el sol se ponía completamente, dejando el cielo en un tranquilo


crepúsculo, Alistair y Eilidh se abrazaron, sintiendo en ese perfecto
momento, una paz que sólo aquellos que han superado pruebas juntos
pueden conocer. La brisa suave que susurraba a través de las Highlands
parecía llevar consigo promesas de días venideros, llenos de risas de niños,
prosperidad para su gente, y el continuo liderazgo guiado por el amor y la
sabiduría.

Así, en la quietud de la noche que se acercaba, Alistair y Eilidh se


prometieron nuevamente ser siempre uno para el otro y para su pueblo, un
faro de esperanza y un testimonio de que incluso en tiempos de cambio, el
amor y el liderazgo compasivo pueden triunfar sobre cualquier adversidad.

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