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El Corazon Del Laird
El Corazon Del Laird
El Corazon Del Laird
S. K. Wallace
Sinopsis
"El corazón del Laird" nos lleva a través de festines opulentos, duelos al
amanecer y decisiones que podrían cambiar las Highlands para siempre. A
medida que Alistair y Eilidh luchan por unir sus clanes y enfrentar
enemigos comunes, se forja entre ellos un vínculo inquebrantable. Su boda,
un evento que promete paz y prosperidad, también se convierte en el
escenario de antiguas promesas y nuevas esperanzas.
Descubre en esta épica novela romántica cómo el laird y su valiente dama
desafían los peligros de su mundo para asegurar un legado de paz. "El
corazón del Laird" es una invitación a explorar el amor verdadero y el poder
de la unidad en el desafiante escenario medieval de Escocia. Perfecta para
quienes aman las historias donde el corazón y el coraje se entrelazan para
crear un futuro mejor.
Prólogo
—Se aproxima una forastera —anunció uno de los guardias, apoyando sus
manos sobre el frío parapeto de piedra, intentando descifrar la figura que se
movía con una determinación inquebrantable hacia la puerta del castillo.
—Sí, mi laird. Sola y a pie. No parece llevar más que una capa y lo que
parece ser una espada a su lado —respondió el guardia, sin quitar la vista de
la figura que ya comenzaba a ser visible bajo la luz de las antorchas.
—Abre las puertas. Preparemos una bienvenida. Sea quien sea, no se puede
dejar a una dama a merced de la noche fría de las Highlands.
—Mi nombre es Eilidh. He viajado lejos para encontrar este lugar, pues las
sombras que acechan mi hogar ahora amenazan también estas tierras. Vengo
en busca de alianza, de comprensión y tal vez... de redención.
Alistair escuchó, su interés aumentando con cada palabra. Aquella noche,
bajo el manto de la luna llena, las puertas de Dunmore no solo se abrían a
una desconocida, sino también a un nuevo capítulo que se entrelazaría con
el destino de su clan.
Era un amanecer frío en las Highlands, donde cada soplo del viento parecía
arrastrar consigo tanto el aliento de los antiguos dioses como los susurros de
incontables generaciones pasadas. La luz del sol aún no había tocado las
cumbres de las montañas, que se erguían como centinelas de un mundo
verde y misterioso. En este escenario, Alistair MacGregor, laird del clan
MacGregor, comenzaba su día como lo había hecho desde que heredó el
título tras la trágica muerte de su padre.
—Buenos días, señores —saludó con una voz que, a pesar de su calidez,
nunca dejaba lugar a dudas de su autoridad. Se montó en su caballo con una
agilidad que hablaba de años de entrenamiento—. Vamos a asegurarnos de
que no haya debilidades por las que los MacDonald puedan colarse.
Alistair sonrió ligeramente, un gesto que rara vez mostraba a otros fuera de
su círculo más cercano.
A medida que el día se desplegaba ante él, con sus tareas y sus desafíos,
Alistair MacGregor se enfrentaba a cada uno con la firmeza de quien sabe
que su destino no está escrito por los dioses antiguos, sino por las acciones
de un hombre determinado a dejar su marca en el mundo. Aunque el peso
de la soledad lo acompañara, no lo detendría. Después de todo, era el laird,
y su corazón, aunque cargado de melancolía, aún tenía mucho que ofrecer a
su tierra y a su gente.
Capítulo 2
—Claro, hija —respondió su madre, Mairi, una mujer cuya habilidad con
las agujas era tan reconocida en el clan como la destreza de los guerreros en
el campo de batalla. Sus dedos hábiles y curtidos volaban entre los hilos
mientras instruía a su hija—. Mira, así se hace el punto cruz. ¿Ves? Cada
puntada es como un paso en las Highlands, firme y seguro.
En otra parte del castillo, el fragor del metal contra el metal llenaba el aire.
Iain, el herrero del clan, forjaba las espadas y arados que sustentaban tanto
la defensa como el cultivo de sus tierras. Su taller era un hervidero de
actividad, con aprendices que se afanaban por aprender el arte de
transformar el hierro bruto en herramientas de vida y muerte.
—Más fuerte, lad, golpea como si tu vida dependiera de ello —gritaba Iain
a un joven que apenas superaba los diecisiete años, pero cuyo entusiasmo
por dominar el oficio ardía tan fiero como el fuego de la fragua.
Entre la gente del clan, los niños jugaban entre los muros del castillo, sus
risas llenando el aire como música. Observados siempre por ancianos que,
sentados al sol, compartían historias de días pasados, cuando las fronteras
del clan se trazaban con sangre y valor.
—Hoy, como cada día, damos gracias por las manos que trabajan nuestras
tierras, por las espadas que protegen nuestro hogar, y por la paz que aún
reina en nuestras colinas —declaraba Alistair, alzando su copa en un brindis
que era más una promesa que una simple muestra de gratitud.
Eilidh, con su capa desgastada por el viaje y el polvo del camino cubriendo
su figura, apareció en la distancia. Sus pasos eran decididos, aunque
claramente mermados por la fatiga y el dolor. A cada paso que daba hacia la
fortaleza de Dunmore, su corazón latía con una mezcla de temor y
esperanza.
—¡Guardias! —gritó uno de los vigías desde la torre más alta, señalando
hacia la figura solitaria que se acercaba por el camino. Los hombres al pie
del castillo ajustaron sus espadas y se prepararon para recibir a la
desconocida, no sin antes intercambiar miradas de curiosidad y cautela.
—Mi nombre es Eilidh —dijo con voz firme pero claramente debilitada por
el dolor—. Vengo de las tierras del norte, buscando refugio bajo la
protección del laird Alistair MacGregor.
Los guardias la miraron entre ellos, notando no solo la espada que colgaba
de su cinto, sino también las heridas visibles en su rostro y brazos. Uno de
ellos, el más veterano, dio un paso al frente.
—¿Qué te trae a Dunmore, y por qué deberíamos concederte entrada? —su
tono era desconfiado, pero no desprovisto de compasión.
—Déjenla pasar —intervino una voz autoritaria detrás de los guardias. Era
Alistair, que se había acercado tras ser informado de la presencia de la
visitante. Su mirada se posó sobre Eilidh, leyendo en su porte no solo la
urgencia sino también la nobleza oculta tras la fatiga—. Cualquiera que
busque refugio en Dunmore será acogido. Más aún si viene herida y sola.
Eilidh le miró, encontrando en los ojos del laird no la dureza que esperaba,
sino una chispa de entendimiento, quizás incluso de gentileza. Mientras los
sirvientes se apresuraban a ayudarla a entrar, Alistair ordenó que la llevaran
a la sala más cálida y que la sanadora del clan fuera convocada de
inmediato.
Esa noche, mientras Eilidh descansaba en una habitación bajo techo de paja
y vigas de madera, sentía cómo el calor del hogar de Alistair comenzaba a
derretir el hielo que durante mucho tiempo había cubierto su corazón.
Quizás, pensó mientras el sueño comenzaba a vencerla, Dunmore podría ser
realmente el comienzo de algo nuevo, no solo un refugio, sino un lugar
donde finalmente podría pertenecer.
Capítulo 4
—Eilidh, has viajado desde lejos y, por lo que entiendo, has enfrentado
grandes peligros —comenzó Alistair, su voz resonando con una mezcla de
calidez y firmeza. —Pero, ¿podrías decirme más sobre los conflictos que
mencionaste? ¿Quién exactamente te persigue?
Eilidh sonrió levemente, casi con melancolía. —Mi padre creía que todos
en el clan debían saber defenderse, sin importar su género. Fue él quien me
entrenó, junto a mi hermano.
La cena continuó con una charla más ligera sobre las costumbres de
Dunmore y las responsabilidades de un laird hacia su gente. Sin embargo,
bajo la superficie de la conversación, Alistair guardaba sus reservas. Sabía
que la llegada de Eilidh podría ser una bendición o un desafío, y solo el
tiempo revelaría cuál de los dos sería.
Con esa promesa colgando entre ellos como una delicada trama de
esperanza y precaución, ambos se retiraron a sus respectivas habitaciones,
cada uno perdido en sus pensamientos sobre lo que el futuro podría deparar
para ellos y para el clan de Dunmore.
Capítulo 5
Era el alba en Druimdarach, una de las aldeas más remotas pero vitales para
el clan MacGregor, cuando la paz de la mañana fue desgarrada por el
clamor de la guerra. Sin previo aviso, un grupo de guerreros bien armados y
montados sobre caballos robustos irrumpió en el tranquilo amanecer. Las
casas, construidas con el esfuerzo de generaciones, se convirtieron de
repente en el blanco de una furia que parecía nacida del mismo corazón del
odio ancestral.
—Hice lo que debía, mi laird —respondió ella, con una sonrisa que no
alcanzaba a ocultar el cansancio en sus ojos. —Protegeremos esta tierra
juntos.
—Tráeme más de ese emplasto, por favor —pidió Eilidh a una joven que
asistía en la improvisada enfermería establecida en la gran casa de la aldea.
—Mi madre era la sanadora de nuestro clan —respondió Eilidh sin dejar de
trabajar. —Desde niña, me enseñó el poder de la naturaleza y cómo cada
planta puede tener un propósito curativo.
—Solo hago lo que puedo para ayudar —dijo Eilidh, limpiando sus manos
en un paño. —Es lo menos que puedo hacer después de la hospitalidad que
me han ofrecido.
—Muchas gracias, laird Alistair —respondió Eilidh con una sonrisa tímida,
observando cómo las últimas luces del día jugaban en los rasgos del hombre
a su lado. —En realidad, siempre pensé que mi habilidad para sanar era
simplemente algo que hacía porque necesitaba hacerlo, nunca lo vi como
algo especial.
—Creo que cuando algo se hace con pasión, siempre es especial —dijo
Alistair, mirándola con una intensidad que hacía difícil sostener su mirada.
El camino los llevó hasta un pequeño claro donde la vista del valle se abría
espectacularmente ante ellos. Se detuvieron, ambos contemplando el paisaje
en un momento de apreciación compartida.
—Tienes razón —admitió Alistair, mirándola ahora con una nueva luz de
entendimiento y aprecio. —Quizás he estado tan ocupado siendo el laird
que me olvidé de ser simplemente Alistair.
Eilidh le sonrió, y en ese momento, algo cambió sutilmente entre ellos. Una
conexión que había comenzado a formarse en el caos de la batalla ahora se
profundizaba en la paz del crepúsculo.
Alistair asintió, la decisión reflejada en sus ojos. —Me gustaría eso, Eilidh.
Me gustaría eso mucho.
El día amaneció con una ligera bruma que cubría las tierras altas, añadiendo
un toque de misterio al aire ya cargado de tensiones no resueltas. Alistair y
Eilidh, después de su conversación del día anterior, se encontraban en un
estado de complicidad renovada, decididos a descubrir la verdad detrás de
los ataques que habían perturbado la paz de Dunmore.
—Vamos a revisar el lugar del ataque una vez más —propuso Alistair,
mientras se preparaban para partir al alba. —Algo no encaja, Eilidh. Estos
ataques fueron demasiado directos, demasiado bien informados.
—Mira esto —dijo Eilidh de repente, señalando hacia unas huellas que
llevaban hacia el bosque. —Estas huellas parecen venir de dentro de la
aldea, no solo hacia ella.
—Nunca supe que este lugar existía —susurró Eilidh, observando la cabaña
con cautela.
Los sirvientes ofrecieron vino, llenando las copas con un rojo oscuro que
reflejaba la luz del fuego. Alistair invitó a su visitante a sentarse, eligiendo
deliberadamente un asiento que permitía observar cualquier movimiento en
la sala.
—Que debemos tener los ojos bien abiertos, Alistair —respondió ella, su
voz baja pero firme. —MacNab es astuto. Si tiene una segunda agenda, la
descubriremos. Pero hasta entonces, debemos jugar este juego de sombras
con tanta astucia como él.
Alistair asintió, sabiendo que las próximas horas podrían definir el curso de
su clan, para bien o para mal. Mientras la noche se cerraba alrededor del
castillo de Dunmore, ambos sabían que, aunque la batalla por la paz se
libraba con palabras y promesas, las verdaderas pruebas aún estaban por
venir.
Capítulo 10
—¡No dejaré que te pase nada! —respondió ella, luchando espalda con
espalda con él.
Los guerreros encapuchados eran hábiles y brutales, pero los defensores del
castillo luchaban con la feroz determinación de quienes protegen su hogar y
a su familia. Alistair y Eilidh, moviéndose con una sincronía perfecta,
lograron repeler a varios atacantes, pero el número parecía no disminuir.
Finalmente, tras lo que parecieron horas pero solo fueron minutos, los
asaltantes comenzaron a retirarse, llevándose a sus heridos y dejando tras de
sí el salón en un estado de devastación. Mesas volteadas, copas rotas y el
suelo manchado de sangre de ambos bandos.
Era una fría noche en Dunmore, las estrellas titilaban en el cielo como si
fueran los ojos de los antiguos observando desde lo alto. El clan
MacGregor, junto a sus recién formados aliados del clan Fraser, había
organizado una patrulla conjunta a lo largo de las fronteras del territorio,
esperando fortalecer los lazos y demostrar la sinceridad de las intenciones
de ambos clanes.
El caos estalló en el bosque mientras los atacantes, ocultos entre los árboles,
lanzaban una lluvia de flechas y avanzaban con espadas desenfundadas.
Alistair y Eilidh se levantaron rápidamente, espadas en mano, luchando
espalda con espalda contra los asaltantes que emergían de las sombras.
—Lo haría una y mil veces, Alistair —respondió ella, su mano apretando la
de él. —Estamos en esto juntos.
En ese momento, bajo el cielo estrellado y al lado del río que murmuraba
suavemente, el vínculo entre ellos se profundizó más allá de la lealtad o la
amistad. Era un vínculo forjado en la batalla, templado en la confianza y
sellado con la promesa silenciosa de protegerse mutuamente contra
cualquier adversidad.
Mientras regresaban al castillo, sus corazones no solo compartían el alivio
de haber sobrevivido otro ataque, sino también la certeza de que, pase lo
que pase, no enfrentarían el futuro solos. Alistair y Eilidh habían
comenzado a entender que su destino estaba entrelazado, no solo por las
circunstancias, sino por una elección mutua de confianza y valentía.
Capítulo 12
—Hoy, me gustaría que me enseñaras esa defensa que usaste anoche —dijo
Alistair mientras se ajustaba los guantes de entrenamiento. Su voz llevaba
un tono de respeto y curiosidad genuina hacia las habilidades de Eilidh.
—¿Crees que estaremos listos si hay otro ataque? —la pregunta de Alistair
llevaba un peso serio, su mirada perdida momentáneamente en el horizonte.
—Con cada día que entrenamos, nos hacemos más fuertes, más sabios —
respondió Eilidh, su voz firme y segura. —No sólo estamos preparando
nuestros cuerpos y mentes, sino que estamos fortaleciendo el vínculo entre
nosotros. Eso, más que cualquier espada o escudo, es lo que nos hará
invencibles.
Alistair asintió, sabiendo que tenía razón. El entrenamiento no era sólo una
preparación para la próxima batalla, sino una fortificación de la alianza
entre ellos, un tejido de confianza y respeto que los hacía no sólo aliados,
sino verdaderos compañeros.
—Hoy ha sido un buen día —comentó Eilidh, su voz suave como la brisa
que movía suavemente su cabello. —Siento que cada día que pasa estamos
más preparados... y más unidos.
—Así es —respondió Alistair, mirándola con una intensidad que había ido
creciendo con el paso de los días. —Y no solo en el campo de batalla.
Siento que... —se detuvo, buscando las palabras correctas.
Eilidh se detuvo también y se giró hacia él, sus ojos verdes encontrando los
suyos. —¿Sientes qué, Alistair?
Había una vulnerabilidad en su mirada que no solía mostrar, una apertura
que iba más allá del laird y el guerrero, tocando al hombre detrás de todos
esos títulos.
—Siento que hay algo más creciendo entre nosotros, algo que nunca esperé
encontrar —confesó él, dando un paso hacia ella. —Y me pregunto si tú...
—Yo también lo siento —admitió ella, su voz apenas un susurro. —Es algo
que no puedo, ni quiero, ignorar.
—Eilidh, yo...
—¡Laird Alistair! —la voz de uno de sus guardias rompió el silencio del
crepúsculo. —¡Necesitáis volver al castillo de inmediato! Hay noticias
urgentes.
—Es esto —dijo él, señalando un mensaje que parecía inofensivo a primera
vista, una simple nota de suministros. Pero su tono indicaba otra cosa. Con
un gesto, entregó a Eilidh una pequeña lupa y un cuchillo para que raspara
ligeramente la tinta. Al hacerlo, palabras ocultas comenzaron a revelarse
bajo la tinta superficial.
—“La luna nueva traerá el final del laird”, —leyó Eilidh en voz baja, su voz
un susurro de incredulidad y horror. —Alistair, ¿quién más ha visto este
mensaje?
Alistair asintió, sabiendo que no había otro camino. Llamó a sus guardias
más confiables, hombres y mujeres que habían servido a su lado durante
años, y les ordenó que reunieran a todos los miembros del consejo y a los
sirvientes de alto rango en la sala principal.
—El traidor está entre nosotros —anunció, su voz resonando en los altos
muros del salón. —Y no descansaré hasta que sea descubierto y llevado
ante la justicia.
—Serás investigado como todos los demás —cortó Alistair con severidad.
—Si eres inocente, no tienes nada que temer. Pero si eres culpable, espero
que confieses ahora y te ahorres el sufrimiento de todos.
—No importa lo que pase, estamos juntos en esto —dijo Eilidh, su voz un
hilo de certeza en la oscuridad.
Eilidh era, de hecho, la única heredera del clan rival de los MacGregor, los
MacDonnell. Su familia había caído en desgracia tras una serie de batallas
fatales y políticas traicioneras, y ella había huido para escapar de un
matrimonio forzado que la habría convertido en poco más que una
prisionera en su propio hogar. Su llegada a Dunmore había sido un acto de
desesperación y de búsqueda de una nueva vida, pero nunca había
anticipado que encontraría algo tan precioso como lo que había encontrado
en Alistair.
—Alistair —dijo ella, forzando una sonrisa. —No esperaba verte aquí.
Eilidh respiró hondo, sabiendo que este podría ser el momento de confesar
todo. La confianza y el amor que sentía por Alistair luchaban contra su
miedo a perderlo.
—Hay algo que debo decirte, algo sobre mi pasado... sobre quién soy
realmente —comenzó, su voz temblorosa.
Alistair tomó sus manos entre las suyas, su tacto cálido y firme. —Eilidh, tu
pasado no cambia quién eres para mí. Eres valiente, fuerte y la mujer que...
—hizo una pausa, buscando la certeza en sus ojos antes de continuar— que
amo. No importa tu nombre o tu clan.
La noche estaba adornada con festones de luces que colgaban entre los
robustos árboles de los jardines de Dunmore, donde se celebraba la fiesta
tradicional escocesa de la cosecha. Las risas y las conversaciones llenaban
el aire, tan fresco y picante como el aroma del whisky que se compartía
generosamente entre los asistentes. Músicos tocaban melodías alegres con
gaitas y tambores, invitando a todos a unirse a la danza.
Eilidh, vestida con un vestido de tartán que resaltaba el verde de sus ojos y
el rojo de su cabello, se encontraba al margen de la pista de baile,
observando cómo las parejas giraban y saltaban al ritmo de la música. Su
corazón latía al compás de las melodías, una mezcla de nerviosismo y
anticipación palpable en su sonrisa.
Alistair, por su parte, no podía apartar la vista de ella. Vestido con el kilt
tradicional de su clan, su presencia era tan dominante y magnética como la
de cualquier laird de leyenda. Finalmente, tomando una decisión impulsada
más por el corazón que por la mente, se acercó a Eilidh.
La atracción entre ellos era palpable, visible no solo en sus miradas sino en
cómo el espacio a su alrededor parecía cargarse con una energía especial.
Los demás danzantes, aunque continuaban con sus propias celebraciones,
ocasionalmente lanzaban miradas a la pareja, reconociendo la conexión
intensa que florecía ante sus ojos.
—Gracias por esta danza, Eilidh. No hay honor mayor que compartir este
momento contigo.
El cielo estaba teñido con los colores del atardecer, y el aire fresco del
otoño susurraba a través de las hojas, creando un tapiz sonoro que parecía
invitar a la confidencia.
—Hace años, antes de que asumiera el liderazgo completo del clan, estaba
casado con una mujer maravillosa, Moira. Ella era mi compañera de vida,
mi amor. —La voz de Alistair temblaba ligeramente al pronunciar su
nombre, un indicio del dolor aún fresco en su memoria.
Las lágrimas formaban perlas en los bordes de sus ojos, y Eilidh apretó su
mano, ofreciéndole un silencioso consuelo. El laird de Dunmore, siempre
tan fuerte y resuelto, ahora mostraba su vulnerabilidad, y eso solo lo hacía
más humano a sus ojos.
Eilidh le sonrió con ternura, sus propios ojos húmedos por la empatía que
sentía por el hombre a su lado. —Alistair, lo siento mucho por Moira. Pero
creo que ella habría querido que encontraras la felicidad de nuevo, que
vivieras y amaras de nuevo. No estás traicionando su memoria al abrir tu
corazón.
Era una noche clara en Dunmore, las estrellas titilaban con una intensidad
que parecía iluminar los secretos más profundos del corazón. Eilidh
caminaba junto a Alistair por los jardines del castillo, la luz de la luna
creando sombras danzantes sobre el camino de piedra. El aire estaba
impregnado con el aroma de las flores nocturnas, y el murmullo del viento
entre los árboles llevaba consigo promesas y revelaciones.
—Alistair —comenzó Eilidh, su voz temblorosa pero firme—, hay algo que
debo decirte. Algo sobre mí que nadie más en Dunmore sabe.
—Eilidh —dijo Alistair, tomando sus manos entre las suyas—, tu pasado no
define quién eres para mí. Eres la mujer valiente que ha luchado a mi lado,
que ha sanado a mis hombres, que me ha enseñado qué significa realmente
confiar en alguien. Nada de eso cambia por tu nombre o por la historia de tu
familia.
Eilidh sintió cómo las lágrimas brotaban de sus ojos, no de tristeza, sino de
alivio y gratitud.
—¿Entonces me aceptas como soy, con todo mi pasado?
—Te acepto, Eilidh MacDonnell —afirmó él con una sonrisa que iluminaba
su rostro bajo la luz de la luna—. Y te ofrezco no solo mi aceptación, sino
mi corazón y mi lealtad. Juntos, podemos construir un futuro donde ambos
clanes, MacGregor y MacDonnell, puedan encontrar paz.
—Con cada estrella que brilla esta noche, prometo estar a tu lado, Eilidh —
susurró Alistair, mirando hacia el cielo nocturno.
—No puedo creer que nos hayas ocultado esto, Eilidh —la voz de Alistair
finalmente rompió el silencio, su tono era de confusión y algo más, algo que
sonaba dolorosamente como traición. —¿Cómo esperabas que confiáramos
en ti después de esto?
Eilidh, de pie frente a él, mantenía la cabeza alta, aunque su corazón latía
con fuerza bajo su pecho. —Alistair, sé que es difícil entender por qué
guardé este secreto, pero te aseguro que nunca ha sido mi intención
traicionar a nadie aquí. Mi único deseo era vivir libre de las sombras de mi
pasado.
—Cómo olvidarlo, —rió Alistair, mirándola con afecto. —Eras una fuerza
de la naturaleza. Creo que fue entonces cuando comencé a darme cuenta de
que Dunmore podría necesitar una nueva definición de liderazgo.
—Esto podría significar que alguien está preparando algo, o podría ser
simplemente pastores buscando mejor pasto... pero mejor estar seguros —
concluyó Alistair, uniendo su inspección a la de ella.
—Lucha como sabes, ¡no dejes que te atrapen! —gritó Alistair, mientras
paraba el primer golpe de un atacante.
—¡Gracias! —replicó él, girando para enfrentar otro ataque. —¡Eilidh, ten
cuidado!
—No podemos ganar esto con la espada sola —dijo él, buscando alguna
ventaja en el terreno. —Vamos a usar el río.
Sin perder tiempo, se dirigieron hacia el sonido del agua, sabiendo que el
río podría servir de barrera natural contra sus perseguidores. Al alcanzar la
orilla, Alistair y Eilidh no dudaron en sumergirse, dejando que la corriente
los ayudara a poner distancia entre ellos y sus atacantes.
—Sostén mi mano, ¡no te soltaré! —gritó Alistair por encima del rugido del
agua.
Alistair asintió, su mirada fija en las llamas antes de volverse hacia ella con
una intensidad renovada. —Eilidh, estos momentos me hacen darme cuenta
de cuánto te necesito. No solo como compañera en la batalla, sino en mi
vida. Cada desafío que enfrentamos juntos nos fortalece, y no hay nadie
más con quien preferiría enfrentar estos peligros.
Al cruzar el puente levadizo, los guardias los saludaron con respeto y alivio,
aliviados al verlos regresar sanos y salvos. Sin perder tiempo, Alistair
condujo a Eilidh directamente a la sala del consejo, donde había convocado
una reunión de emergencia con sus consejeros más confiables y los líderes
de los clanes aliados.
Un guardia entró en la sala, llevando una caja de madera que contenía las
insignias y las armas capturadas de los atacantes, todas marcadas
claramente con los símbolos del clan Fraser.
—Gracias, Eilidh. Sin tu valor y astucia, esto podría haber terminado muy
diferente —dijo, su gratitud sincera reflejada en sus ojos.
—Lo hice por nuestro hogar, Alistair —respondió Eilidh con firmeza, pero
su mano apretaba la de él con un calor que hablaba de algo más profundo
que el deber.
Eilidh, vestida con su armadura ceremonial, no solo estaba allí para apoyar
a Alistair, sino para revelar la última pieza del rompecabezas de la traición
que había tejido el embajador. Junto a ella, los líderes de los clanes aliados
observaban, sus rostros duros como la piedra, reflejando la gravedad de lo
que estaba en juego.
Eilidh observaba, cada músculo tenso, lista para intervenir si era necesario.
Pero Alistair manejaba su espada con una habilidad que hablaba de años de
entrenamiento y batallas pasadas.
—Que este día sea recordado —declaró Alistair, volviéndose hacia los
clanes—, no solo como una victoria de Dunmore, sino como un testimonio
de nuestra unidad y fortaleza. Juntos, hemos protegido nuestra tierra y
asegurado nuestro futuro.
—Propongo que no solo busquemos reparar nuestras alianzas, sino que las
fortalezcamos formando una nueva coalición. Una unión que no solo
responda a amenazas externas, sino que también celebre nuestras culturas
compartidas y nuestras aspiraciones comunes —declaró Alistair,
extendiendo la mano hacia Eilidh en un gesto simbólico.
—Juntos, hemos descubierto que lo que nos une es mucho más poderoso
que lo que nos divide —añadió Eilidh, su voz clara y convincente. —Con
Alistair, he encontrado no solo un aliado, sino un verdadero compañero.
Juntos, queremos ver a nuestros clanes no solo coexistir, sino prosperar.
Un murmullo de aprobación recorrió la sala. Los líderes de los clanes,
muchos de los cuales habían sido escépticos al principio, ahora veían en
esta joven pareja una esperanza renovada para un futuro pacífico.
—¿Cómo aseguraremos que esta unión sea duradera? —preguntó uno de los
jefes de clan, un hombre anciano con el peso de la experiencia grabado en
su rostro.
La discusión que siguió fue intensa pero productiva. Con cada pregunta y
cada respuesta, se tejían los hilos de una red más fuerte y más inclusiva que
las anteriores. Al final de la reunión, un nuevo pacto fue forjado, sellado no
solo con firmas y sellos, sino con un brindis compartido, donde cada líder
vertió un poco de su bebida en un cuenco común, simbolizando su
compromiso con la unidad.
Mientras la noche caía sobre Dunmore, las estrellas brillando con fuerza en
el cielo, Alistair y Eilidh se miraron con amor y esperanza. Habían superado
juntos traiciones y peligros, y ahora, al frente de este nuevo capítulo,
estaban listos para liderar no solo con fuerza, sino con un corazón unido y
una visión compartida de paz y prosperidad.
Capítulo 26
En el corazón del castillo de Dunmore, bajo los altos arcos del gran salón,
los miembros de todos los clanes aliados se habían reunido en una asamblea
extraordinaria. Las antorchas arrojaban un brillo cálido sobre los tapices
que adornaban las paredes, contando historias de batallas y alianzas
pasadas, un recordatorio del legado que cada líder debía proteger y
enriquecer.
Los murmullos de la multitud cesaron poco a poco, todos los ojos estaban
puestos en él, pero también en Eilidh, cuya presencia ya no era una
novedad, sino una fuerza conocida y respetada.
Eilidh, vestida con un sencillo vestido de lino que ondeaba con cada
movimiento, recorría los pasillos y patios del castillo, involucrándose
personalmente en cada detalle. Desde la elección de las telas para los
estandartes hasta los ingredientes para el banquete, quería asegurarse de que
su boda reflejara no solo la unión de dos almas, sino también la fusión de
dos clanes.
En los vastos jardines, Eilidh se encontró con un grupo de mujeres del clan,
quienes estaban tejiendo las grandes banderas que ondearían sobre el
castillo el día de la boda. Cada bandera, bordada con el emblema de los
MacGregor y los MacDonnell, simbolizaba la nueva alianza.
—Eilidh, ven y elige el hilo —la invitó Morag, una mujer de manos ágiles y
ojos sabios. —Cada color tiene un significado, y tu elección será vista como
un augurio de tu reinado.
—Hoy, mientras elegía los hilos para nuestras banderas, cada color, cada
textura, sentí el peso de lo que estamos por comenzar —compartió Eilidh,
su voz llena de emoción y un ligero temor.
Alistair tomó sus manos entre las suyas, su tacto era tan cálido y seguro
como siempre.
—Eilidh, nunca pensé que te vería vestida para otra boda que no fuera la
nuestra —dijo Lachlan, su voz teñida de un tono melancólico y desafiante
al mismo tiempo.
Alistair, que había observado la escena desde el otro lado del salón, sintió
cómo las semillas de la duda y los celos empezaban a germinar en su pecho.
A pesar de su amor y confianza en Eilidh, la presencia de Lachlan evocaba
inseguridades que no sabía que tenía.
—Lo siento, Eilidh. No debería haber dudado de ti. Es solo que la idea de
perderte...
Alistair asintió, cerrando la brecha entre ellos con un abrazo que selló sus
palabras. En ese momento, el amor y la comprensión reemplazaron
cualquier sombra de duda que hubiera oscurecido su felicidad.
—Gracias por ser mi roca, Eilidh. No sé qué haría sin ti —susurró Alistair,
mientras la abrazaba fuertemente.
—Y gracias a ti por confiar en mí, incluso cuando las sombras del pasado
intentan nublar nuestro camino —respondió Eilidh, su voz suave pero
firme.
Alistair se encontraba en la gran sala del castillo, rodeado por los hombres
del clan. La atmósfera estaba cargada de risas y camaradería, pero también
de solemnidad, a medida que los hombres más ancianos compartían
consejos y bendiciones con el laird. Entre los sonidos de las gaitas y los
cánticos, Alistair escuchaba atentamente, valorando cada palabra que
fortalecía su resolución y su corazón para los días que vendrían.
En el centro del gran salón, decorado con tapices que mostraban las
historias de los clanes y rodeado de todos sus seres queridos, se había
colocado un pequeño altar. Sobre este, reposaba un trozo de tartán que
combinaba los colores de ambos clanes, simbolizando la unión de sus
herencias y el futuro compartido que estaban a punto de tejer juntos.
Alistair, vestido con el kilt formal de su clan, sus ojos brillando con una
mezcla de orgullo y nerviosismo, tomó la mano de Eilidh. Ella, radiante en
un vestido que entrelazaba los hilos de sus respectivos tartanes, le devolvió
la mirada con una sonrisa que reflejaba todo el amor y la certeza de su
elección.
—Ante nuestros amigos, nuestra familia y los lazos que nos unen —
comenzó Alistair, su voz resonando en el recinto con solemnidad y calidez
—, yo, Alistair, laird de Dunmore, tomo a Eilidh, no solo como mi esposa,
sino como mi compañera de corazón y alma, en todas las batallas que la
vida nos depare.
Con estas palabras, un anciano del clan, vestido con las insignias de su
oficio, levantó el trozo de tartán y suavemente envolvió sus manos unidas,
atando el tejido con nudos que simbolizaban su compromiso de estar juntos
en lealtad, amor y respeto mutuo.
—Que este lazo sea tan fuerte como vuestra voluntad y tan duradero como
vuestras almas. Que ningún viento adverso deshaga este nudo, que ninguna
tempestad descoloque este tejido.
—Hoy, más que nunca, me siento el hombre más afortunado sobre la tierra
—susurró Alistair a Eilidh, mientras se inclinaba para besar su frente.
El "sí" fue sellado con un beso, uno que fue celebrado con un estruendo de
aplausos y vítores que resonó por todo el castillo y más allá, hacia las
colinas.
El líder, un hombre robusto con una barba entrecana, asentía, sus ojos
brillando con un respeto recién forjado. —Alistair, tu matrimonio ha traído
esperanza a nuestras tierras. Espero que juntos podamos enfrentar cualquier
desafío que el destino nos depare.
—Sí, y siento que juntos, podemos realmente hacer una diferencia —añadía
Eilidh, su mano buscando la de él. —No solo por nuestro amor, que es el
núcleo de todo esto, sino por nuestro deseo compartido de ver prosperar
nuestras tierras.
El abrazo que compartían, bajo el cielo estrellado y sobre las tierras que
ahora gobernaban juntos, era un símbolo de su compromiso renovado no
solo el uno con el otro, sino con cada hombre, mujer y niño que dependía de
ellos. Esa noche, mientras Dunmore celebraba, Alistair y Eilidh se
prometían mutuamente que su amor sería la base de su fuerza, y su
liderazgo, el reflejo de ese amor. Juntos, no solo enfrentarían el futuro, sino
que lo modelarían con esperanza y audacia.
Capítulo 33
A medida que las últimas notas de las gaitas se desvanecían en el aire fresco
de la noche y los últimos invitados se retiraban, Alistair y Eilidh ascendían
por las anchas escaleras de piedra del castillo de Dunmore hacia sus
aposentos privados. La energía de la celebración había dado paso a una
tranquila serenidad, un momento perfecto para reflexionar y soñar.
Eilidh se giró para enfrentarlo, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad.
—Yo también sueño con eso. Y sé que juntos, podemos hacer que esos
sueños se hagan realidad. Pero también quiero que recordemos disfrutar el
camino, amarnos y apoyarnos, sin importar los desafíos que enfrentemos.
—Nada podría ser más importante para mí —afirmó Alistair, bajando la
cabeza para capturar sus labios en un beso tierno y profundo. —Cada día a
tu lado es un regalo, Eilidh, y no tomaré ni un momento por sentado.
—Quiero que las mujeres de nuestro clan tengan más voz en cómo se
gobierna Dunmore —dijo Eilidh, su tono firme y decidido. —Y quiero
establecer una escuela para nuestros niños, para asegurarnos de que cada
uno tenga la oportunidad de aprender y crecer en sabiduría.
Finalmente, con los ojos pesados por el día largo pero llenos de esperanza y
amor, se acurrucaron más cerca el uno del otro, permitiéndose un momento
de paz y satisfacción. En los silencios compartidos, en las miradas que
cruzaban, y en el calor de sus cuerpos entrelazados, encontraban una
afirmación del compromiso que habían hecho ese día.
Alistair y Eilidh, ahora no solo laird y lady, sino marido y mujer, se dormían
con la seguridad de que, unidos, podían enfrentar cualquier cosa que les
deparara el futuro. El amor que habían sellado esa noche era tanto un
refugio como un faro: un refugio contra las tormentas del mundo y un faro
que guiaría a su clan hacia un mañana lleno de posibilidades.
Capítulo 34
Las antorchas y flores decoraban el camino que llevaba a la gran capilla del
castillo, donde tendría lugar la ceremonia. Invitados de todos los rincones
de las tierras de los MacGregor y los MacDonnell, así como de clanes
aliados, llenaban el recinto, murmurando en tonos de admiración y afecto
sobre la pareja cuya unión simbolizaría una nueva era de unidad y
prosperidad.
—Hoy no solo ganas un esposo, sino una familia entera, y con ella, un
pueblo que te respalda —le susurraba Moira, una anciana respetada,
mientras le entregaba un pañuelo bordado, antiguo talismán del clan
MacGregor.
—Alistair y Eilidh, hoy no solo unen sus vidas, sino que tejen juntos el
destino de todos aquellos que les han jurado lealtad. ¿Prometen honrar y
respetar no solo el uno al otro, sino también la herencia que ahora
comparten?
—Sí, tenemos una gran responsabilidad —agregó Eilidh, su tono serio pero
lleno de esperanza. —Quiero que nuestro reinado sea recordado por haber
traído justicia, por haber mejorado la vida de cada persona bajo nuestro
cuidado, y por haber sembrado las semillas de un futuro aún más próspero.
Alistair asintió, entrelazando sus dedos con los de ella. —Quiero construir
nuevas escuelas, asegurar que nuestros caminos sean seguros, y revitalizar
las tierras que han estado en barbecho durante demasiado tiempo. Cada niño
en Dunmore debería crecer sabiendo que tienen un futuro brillante por
delante.
—Y apoyaré cada paso que des hacia esos sueños —dijo Eilidh con
firmeza. —Además, me gustaría ver más mujeres en roles de liderazgo
dentro del clan. Es hora de que sus voces sean escuchadas no solo en
nuestras casas, sino en nuestros consejos.
Un año había pasado desde aquel día mágico en el que Alistair y Eilidh se
unieron en matrimonio ante los clanes unificados y la promesa de un futuro
compartido. Ahora, de pie en la torre más alta del castillo de Dunmore,
miraban hacia las vastas Highlands que se extendían majestuosas ante ellos,
teñidas por los dorados y rojos del atardecer.
—Mira cuánto hemos logrado en solo un año, Eilidh —dijo Alistair, su voz
teñida de orgullo y admiración. —Las escuelas están floreciendo, las tierras
están produciendo más de lo que habíamos soñado, y nuestros clanes están
más unidos que nunca.
—Y cada día que pasa, me siento más agradecido por tener a mi lado a una
mujer tan sabia y compasiva como tú —dijo Alistair, besando suavemente
su sien. —Juntos, no solo estamos escribiendo nuestra historia, sino la de
todo Dunmore.