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La Predicación y Su Significado

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Extracto de Manual de Homilética por Kittim Silva

La predicación y su significado:

Es imprescindible que en un estudio serio de la homilética no comencemos el mismo sin


un conocimiento somero de la predicación. Antes preguntemos: ¿Qué es la predicación?
¿Cuál es su significado? ¿Qué lugar debe tener en el programa bíblico? Por lo tanto es
de desear que no miremos o consideremos a la predicación como una disciplina más en
el “curriculum” de una preparación religiosa. La misma dentro del propósito salvífico
divino forma parte integral del plan que en Jesucristo fue desarrollado para que Dios
entrara en una cita histórica con el ser humano.

I. La predicación
La predicación es divina-humana. Esta viene de Dios, a través de los hombres o mujeres,
para hombres y mujeres. Esta dicotomía divina-humana se descubre a lo largo de toda
la historia bíblica. Dios por medio de instrumentos humanos entró y entra en diálogo con
sus criaturas racionales.
Por ejemplo, los diez mandamientos fueron divinos en su procedencia y contenido, pero
por intermedio de Moisés (el elemento humano) llegan al pueblo. El ministerio sacerdotal
es otra ilustración de esta gran verdad bíblica. El sumo sacerdote se constituía en el gran
representante de los hombres ante Dios y de Dios ante los hombres. En el idioma latín
sacerdote se lee “pontifex”, cuyo significado es constructor de puentes. El sacerdote
tenía como función servir de puente entre Dios y los hombres. En nuestro Señor
Jesucristo tenemos el verdadero “pontifex” o “sumo sacerdote” (Hebreos 2:17; 3:1; 4:4;
6:20; 7:25; 9:11). Por medio de su sacrificio nos ha llevado a justas relaciones con Dios
(Romanos 5:1). El escritor a los hebreos dice: “Porque hay un solo Dios, y un solo
mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
En la persona de Jesucristo se descubre una vez más este principio divino-humano.
Aun su propio nombre compuesto: Jesucristo integra su misión terrenal (Jesús-Salvador)
con su misión divina (Cristo-Ungido-Mesías). El apóstol Juan declara: “En el principio
(eternidad) era el Verbo (griego, Logos), y el Verbo (Logos) era Dios (griego, Theos)”
(Juan 1:1). Aquí se resaltan tres verdades escatológicas: Primero, la eternidad del Logos,
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“En el principio era el Verbo”. Segundo, la comunión y relación divina, “y el Verbo era con
Dios”. Tercero, la naturaleza divina y deidad, “y el Verbo era Dios”.
Luego en Juan 1:14 leemos: “Y aquel Verbo (Logos) fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de
verdad”.
En Jesucristo se une el Theos (Dios) con el anthropos (hombre). Dios por medio de
Jesucristo se hace tangible y visible al ser humano.
El término Logos significa: verbo, palabra y pensamiento. Jesucristo es la Palabra de
Dios hecha carne. El Padre por intermedio del Hijo se comunica y entra en relación con
el mundo.
La Biblia, la Palabra de Dios escrita para todos, es divina-humana. Dios la inspiró, pero
hombres divinamente escogidos la escribieron usando su propio estilo literario (2 Timoteo
3:16).
Por lo tanto es de esperarse que la predicación sea divina-humana. El Dios que con voz
audible habló a Adán, Eva, Caín, Noé, Abraham y a otros personajes bíblicos, todavía
continúa hablando por medio de la predicación. Los métodos de Dios de hablar al ser
humano han sido muy variados: voz audible, truenos, relámpagos, vientos, la nube de
7 su gloria, la llama de fuego, silbido apacible, el profeta, sueños, visiones, urim y tumín,
escritos sagrados, visitaciones angelicales y muchas otras maneras.
El escritor de Hebreos en el capítulo 1:1–2 nos declara al particular: Dios, habiendo
hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero
de todo, y por quien asimismo hizo el universo.
Hasta ahora lo que he querido decir es lo siguiente: Dios emplea el elemento humano
para entrar en conversación con humanidad. Jesús fue la Palabra divina hecha carne por
medio de la cual Dios habló a la humanidad. La Biblia es la Palabra de Dios inspirada a
hombres santos por la cual Dios continúa hablando. La predicación cristiana no es sino
un evento divino-humano en el cual Dios usa seres humanos que han sido llamados y
comisionados como instrumentos para transmitir este mensaje al hombre.
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II. Su significado
En los párrafos anteriores argumenté un poco del propósito de la predicación cristiana.
Ahora seré más preciso en definir la predicación tomando en cuenta la opinión que al
particular han aportado algunos colegas. Sobre dichas declaraciones formularé algunas
reflexiones que sé serán de provecho. Las mismas nos ayudarán a tener una definición
propia de la predicación cristiana.

1. Orlando Costas define la predicación así:


“De igual manera, la predicación recibe su autoridad de parte de Dios. Esa autoridad se
desprende del hecho de que es un mensaje que está arraigado en lo que Dios ha dicho.
Aún más, es un hecho que la autoridad inherente de la predicación es el resultado de la
presencia misma de Dios en el acto de la predicación. La predicación es autoritaria
porque el que predica no es el hombre, sino Dios a través del predicador, de modo que
la palabra predicada viene a ser verdaderamente Palabra de Dios”.1
En su definición, Costas, quien fue un gran exponente del texto bíblico, señala las
siguientes características de la predicación:
Primero: La autoridad de la predicación “es de parte de Dios”. Lo que distingue a la
predicación cristiana de cualquier otra clase de discurso es esa realidad. El predicador
no se apoya en sus argumentos persuasivos, lógicos o retóricos para dar base autoritaria
a la predicación. Más bien expone el mensaje respaldado por la autoridad que Dios le ha
conferido. La predicación sin la autorización divina es hueca, sin propósito, un simple
discurso vacío o un ejercicio homilético.
Esa autoridad no se recibe por la disciplina homilética. La misma tiene que venir
directamente de Dios. Los predicadores que han sido usados para comenzar
revoluciones espirituales, han sido aquellos que han ministrado en la autoridad del Señor.
Segundo: De acuerdo a Costas “esa autoridad se desprende del hecho de que es un
mensaje que está arraigado en lo que Dios ha dicho”. Predicar no es otra cosa sino dar
un mensaje de parte de Dios. Por lo menos eso es lo que se espera de un predicador. El
predicador es un mensajero con la tarea de dar a otros el mensaje que Dios le ha
conferido. El mayor peligro y la peor presunción es dar nuestro mensaje y no el mensaje
de Dios. Cuando el mensajero se predica a sí mismo, hablando de sus hechos y
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experiencias a expensas de los hechos y dichos de Dios, corre el grave peligro de


predicar su propio evangelio.
Pablo, el gran teólogo de la iglesia cristiana dijo algo que se relaciona con el punto que
está bajo consideración: “mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por
mí no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por
revelación de Jesucristo” (Gálatas 1:11–12).
El mensaje de Dios tiene que llegar por revelación divina. No se produce en la mente del
razonamiento humano. Dios lo tiene que dar. El apóstol no pretende en sus palabras
restar importancia a la preparación homilética en el evento de la predicación. Pero sí da
por sentado que el mensaje que tiene que predicarse tiene que venir de arriba.
La homilética no es un conducto o receptor para recibir el mensaje divino. Es más bien
un proceso, una herramienta, un medio, o la manera de poder transmitir el mensaje divino
a los seres humanos. La misma no es un fin sino un medio para alcanzar un fin.
La predicación vacía del mensaje de Dios conduce a la proclamación de un “evangelio
diferente” (Gálatas 1:6), o al anuncio de “otro evangelio” (Gálatas 1:8). Lo que alguien le
ha llamado “el evangelio según san yo”.
Muchos predicadores basan sus argumentos en lo dicho por Barth, Burtlman, Calvino,
Lutero, Wesley, Tillich, Dietrich Bonhoeffer y otros teólogos en general. La autoridad
máxima del predicador del evangelio no es la escuela filosófica del pensamiento
contemporáneo o escuela del pensamiento teológico, tampoco el credo eclesiástico de
la denominación o los principios dogmáticos y tradicionales. La autoridad del mensajero
cristiano es respaldada “en lo que Dios ha dicho”. Es decir, en la Palabra escrita: La
Biblia. Predicar sin estar arraigados en la revelación escrituraria es ¡Voz de Dios y no de
hombre! (Hechos 12:22).
Tercero: El predicador es un medio, “el que predica no es el predicador, sino Dios
a través del predicador”. Si los predicadores reconocieran que no es su predicación
sino la predicación del Señor...
En una ocasión alguien le dijo a Juan Bunyan: “Ha predicado un buen sermón”. Su
respuesta desconcertante fue: “El diablo ya me lo dijo mientras bajaba del púlpito”.
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El conocido predicador Spurgeon dijo: “El mensaje de Dios merece toda mi capacidad; y
cuando lo transmito, debería estar allí todo mi ser; ninguna parte del mismo debe
extraviarse o dormirse. Algunos, cuando suben al púlpito no están allí”.
Muchos, después de una predicación regresan a sus hogares frustrados y desanimados.
Esperaban diferentes resultados. Quizás había pecadores y no respondieron a la
invitación de salvación. Los creyentes enfermos aunque escucharon el llamamiento por
sanidad divina hicieron caso omiso. Nadie los felicitó por la predicación.
El predicador debe recordar que el mensaje es de Dios. Por lo tanto, los resultados de la
predicación le pertenecen a Él. Toda esa psicología de altares llenos por la habilidad del
predicador no son los verdaderos resultados producidos por el evangelio. Sé de muchos
predicadores que si el altar no se llena después de sus predicaciones emplean cualquier
artificio para satisfacer su propio ego. A Dios eso no le agrada. El es Dios y sabrá cómo
y cuándo obrará.
Cuarto: El propósito es que la palabra predicada y la palabra de Dios sean lo
mismo. Costas afirma: “de modo que la palabra predicada viene a ser
verdaderamente Palabra de Dios”. ¿Cuándo habla Dios en su sermón o en una
predicación? Es una pregunta muy difícil de contestar. El predicador muchas veces está
sin conocimiento natural de lo que Dios está haciendo o diciendo. En otras ocasiones los
predicadores están conscientes de lo que Dios está diciendo y haciendo. Pero de alguna
manera en el evento de la predicación mucho de lo que expresa el predicador es
verdaderamente la Palabra de Dios. Es decir, Dios habla directamente usando la voz del
predicador.

2. José M. Martínez define la predicación


“Es la comunicación, en forma de discurso oral, del mensaje divino depositado en la
Sagrada Escritura, con el poder del Espíritu Santo y a través de una persona idónea, a
fin de suplir las necesidades espirituales de un auditorio”.
Primero: Martínez considera la predicación como “comunicación en forma de
discurso oral”. El predicador no escribe para el pueblo sino que oralmente anuncia al
pueblo. Más que todo, la tarea de predicar es tarea do hablar y no de escribir. Aunque
no negamos la eficacia de los sermones escritos para ser leídos. Pero sí estamos
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conscientes de que la unción hablada es de efectos más profundos que la escrita. Por
tal razón no estoy de acuerdo con los predicadores que escriben sus sermones para
leerlos ante una audiencia.
El sermón o predicación debe realizarse ante una situación verdadera y concreta. No
niego que en otras situaciones, como por ejemplo en la radio, el sermón escrito es más
efectivo y comprendido, Pero aun así el elemento de la voz le añade un toque especial.
Cuando un predicador está ante una audiencia visible e inmediata, es imprescindible
comunicar efectivamente el mensaje de manera natural y espontánea.
Debido a que la predicación es comunicación, todo predicador necesita aprender las
diferentes técnicas para comunicar. La comunicación es tanto natural (empleándose la
personalidad y la voz del comunicador) como mecánica (equipos y medios de
comunicación).
Segundo: Martínez ve la predicación como la comunicación oral “del mensaje
divino depositado en la Sagrada Escritura”. La predicación tiene que ser
bibliocéntrica.
La Biblia no sólo le da contenido a la predicación sino que le da autoridad. Es en la Biblia
donde se basa el predicador para la exposición del evangelio. Aunque un sermón para
ser bíblico no tiene que estar necesariamente basado en la interpretación de un pasaje
bíblico particular, sino en la revelación bíblica.
Pero aun empleando la Biblia, el predicador debe saber llegar al significado del texto.
Muchos sermones no pasan de ser una “ensalada textual” o un “sancocho homilético”.
Lo que hace el predicador es atar cabos con versículos bíblicos. De un pasaje bíblico
salta al otro y al otro como si fueran lianas espirituales. Al fin y al cabo deja a su audiencia
en el aire. Es mejor que el predicador invite a sus oyentes a entrar por la puerta de la
revelación de un texto bíblico y no que se asomen a las ventanas de muchos textos
bíblicos. Los textos bíblicos no deben ser extraídos con un “bisturí espiritual”, para luego
poner sobre ellos un significado y un uso que no es el debido. Un buen predicador sabe
sujetarse al texto sin rodar dentro del mismo.
Tercero: Otro elemento de la definición que se está analizando es: “con el poder
del Espíritu Santo”. Predicar sin la ayuda del Espíritu Santo es como querer apagar un
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fuego sin agua. El poder del Espíritu Santo lo adquirirá el predicador en su recinto privado
o en la práctica diaria de una vida devocional.
Pablo decía: Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de
Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría,… y estuve entre vosotros con
debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para
que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios
(1 Corintios 2:1–5).
Lo que muchos predicadores necesitan en nuestros días es más poder que palabras.
Ese poder no llegará a no ser que haya una entrega total y completa a la persona del
Espíritu Santo. Es El quien da unción al predicador. Cuando los predicadores dejen que
el fuego del Espíritu Santo los queme por dentro habrá humo por fuera. Las
predicaciones estarán saturadas de poder (Hechos 1:8; Romanos 1:16). Prediquemos
llenos de poder y cosas de parte de Dios sucederán a nuestro alrededor.
En Hechos 4:31 leemos: Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados
tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la Palabra de
Dios.
El secreto de una vida de poder en los apóstoles Pedro y Juan y la iglesia de los primeros
días estaba en el poder que recibían del Espíritu Santo. Con ese poder tenían el valor
necesario para predicar (Hechos 4:33), y ser acompañados de señales.
Cuarto: Martínez ve la predicación como un mensaje divino, “a través de una
persona idónea”. Sobre este particular quiero citar algunos dichos de Spurgeon: “Sea
cual fuere el ‘llamamiento’ que alguien pretenda haber recibido, si no ha sido llamado a
la santidad, puede asegurarse que no lo ha sido al ministerio”.
“Cuán horrible es ser predicador del evangelio y no estar sin embargo convertido”.
“Mejor es eliminar los púlpitos, que ocuparlos con hombres que no tienen un
conocimiento experimental de lo que enseñan”.
“Nosotros necesitamos que se tenga por ministro de Dios a la flor y nata de las huestes
cristianas, a hombres tales que si la nación necesitara reyes, no pudieran hacer cosa
mejor que elevarlos al trono.
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Nuestros hombres de espíritu más débil, más tímidos, más carnales, no son candidatos
a propósito para el púlpito”.
El púlpito debe ser usado por hombres y mujeres nacidos de nuevo, que hayan recibido
el llamamiento para servir en el ministerio de la predicación. La iglesia cristiana a lo largo
de los siglos ha sido vilipendiaba por hombres y mujeres que no han sido dignos de llevar
el reconocimiento de ser llamados “hermanos”.
El ministerio no es una profesión en el sentido usual del término. Es una vocación divina.
No es el hombre o la mujer que optan por ser predicadores, sino Dios es el que los llama
a la tarea de la predicación. Muchas denominaciones han fracasado porque al buscar los
requisitos para el ministerio consideran más la disciplina académica graduada antes que
el verdadero llamamiento de Dios. Por eso hay denominaciones que están llenas de
doctores en esto y aquello, pero carecen de ministros de corazón, que estén dispuestos
a darlo todo por la obra del Señor. Ministran más bien por un contrato que por el llamado
del Señor.
Quinto: Martínez dice que el predicador ha sido llamado “a fin de suplir las
necesidades espirituales de un auditorio”. El predicador tiene que tener en mente que
el pueblo al cual se le envía a ministrar está en necesidades espirituales. Se me hace
difícil distinguir o separar una predicación presbiteriana de una bautista. Una predicación
metodista de una pentecostal. Una predicación luterana de una anglicana. Una
predicación de los discípulos de Cristo de una reformada.
En una ocasión fui invitado a predicar a una congregación de una conocida denominación
histórica. El ministro amigo mío me dijo: “Hermano, no se olvide que no nos puede
predicar un sermón pentecostal sino un sermón X”. Me costó trabajo el poder prepararme
para un sermón denominacional. Opté por predicar como siempre lo había hecho.
Desde luego me cuidé de las etiquetas de mi propia tradición y de respetar la manera
litúrgica como se adoraba en dicha congregación. Dios se movió e hizo como quería. Al
finalizar, mi amigo y compañero de ministerio me dijo: “Kittim, Dios te usó mucho”. Le
susurré al oído, “No se lo digas a nadie, prediqué un sermón pentecostal”. Ambos nos
echamos a reír.
El predicador no predica su denominación o filiación religiosa sino a Cristo. Nuestra tarea
no es la de hacer prosélitos en otras denominaciones evangélicas sino alcanzar a los
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pecadores con el evangelio de salvación y edificar con el mensaje a nuestros hermanos


en la fe. La experiencia cristiana es de más importancia que los apellidos
denominacionales.
Pablo dijo: Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a
éste crucificado (1 Corintios 2:2).
Muchos fracasos en la predicación se deben al hecho de no tener en mente las
necesidades espirituales y convivenciales de la audiencia. El evangelio es pregunta y es
respuesta (Exodo 3:11–12; Isaías 6:8; Hechos 9:4–5; 16:30–31). Por lo tanto es
importante contestarnos pregunta a qué y respuesta a qué.
Cuántos predicadores malgastan el tiempo de la predicación tratando de explicar a sus
oyentes que lo que están leyendo no es lo correcto conforme al original griego. El empleo
del griego en el texto bíblico es importante en la exégesis correcta. Pero el griego también
puede ser un instrumento satánico para que predicadores liberales y controversiales
jueguen con definiciones aisladas para inyectar sobre el texto sagrado su propia postura.
Un ejemplo de lo antes dicho lo encontramos en Lucas 7:25 donde leemos: Mas ¿qué
salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen
vestidura preciosa, y viven en deleites, en los palacios de los reyes están.
Leamos ahora 1 Corintios 6:9 donde dice: ¿No sabéis que los injustos no heredarán el
reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los que se echan con varones.
El término griego en ambos casos es “malakos”. Recuerdo a un profesor mío que
tratando de justificar la homosexualidad jugó con este término. Según él “malakos” no
describe a alguien con tendencias homosexuales sino a cualquier persona débil y de un
comportamiento delicado. Pero aun así a la luz del contexto los tales están excluidos del
reino de Dios.
Por eso el predicador debe cuidarse de no hacerle daño al texto bíblico. La mayoría de
nuestra gente no habla bien el español. ¿Por qué confundirlos más con un idioma que
sería más provechoso para el estudiante seminarista?
Otros se preparan para llegar a cierto grupo particular de la audiencia. Su meta es
impresionar y saber la buena opinión de ese grupo a expensas de los demás. ¡Eso no
es predicar!
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El predicador tiene que comunicar el mensaje divino a toda la audiencia.


En todo ejercicio homilético el predicador debe tener en su corazón al pueblo que le
ministrará.
Algunas preguntas que debe hacerse ante Dios son: ¿Por qué les quiero hablar de este
tema? ¿Para qué les voy a hablar? ¿Será eso lo que Dios desea para ese pueblo?
¿Cuáles son las necesidades espirituales de esos oyentes? ¿Hablará Dios a través de
mí a su pueblo y al que no lo es?

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