Siguenza y Gongora PDF
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B ib lio t e c a A y a c u c h o
C o n s e jo D ir e c t iv o
SEIS OBRAS
SEIS OBRAS
IN F O R T U N IO S DE A L O N SO R A M IR E Z
T R O F E O DE L A JU S T IC IA E SP A O L A - A L B O R O T O Y M O T IN
M E R C U R IO V O L A N T E - T E A T R O DE V IR T U D E S P O L IT IC A S
L IB R A A S T R O N O M IC A Y FILO SO FIC A
P r lo g o
IRVING A . LEONARD
E d icin , N oia s y C ro n o lo ga
W lLLIA M G . BRYAN T
BIBLIOTECA
AYACUCHO
de esta edicin
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Impreso en Espaa
P rin tad in Spain
PR O L O G O
por los estudios laicos. De hecho, crey que la nueva m etodologa slo
confirm ara los dogm as de la fe, y el neom edievalism o de su am biente influy
en l tanto como la Edad M edia condicion a los hum anistas del R enacim ien
to. Pero, an ms que la m onja poetisa a quien tanto adm iraba, l sim boliza
la transicin de la ortodoxia extrem a de la A m rica Espaola del siglo X VII a
la creciente heterodoxia del siglo XVIII.
En esta p aulatina transicin Sigenza y Gngora llevaba la delantera por
haber introducido en su prosa un estilo que haba de caracterizar la del
sigu ien te siglo . D urante las dos ltim as dcadas del siglo XVII los escritos de
Sigenza presentan un desplazam iento, tal vez inconsciente, de la prosa
esencialm ente retrica y decorativa del barroco, la cual haba manejado
Sigenza como cualquier otro escritor de su poca, por una prosa ms
funcional que ex iga la m ateria ideolgica de la ciencia, historia y filosofa,
un estilo que perfeccionaran los autores del siglo neoclsico. Sigenza y
Gngora gozaba prestigio por ser astrnomo, m atem tico, biblifilo, cosm
grafo, ingeniero, gegrafo, experto en la lin g stica y antigedades de los
m exicanos, poeta y narrador de sucesos histricos y contemporneos, y por
sus contribuciones a varias de estas actividades recibi el encomio no slo de
los de su p atria sino de varios eruditos en el extranjero. U n investigador
moderno, sin em bargo, cree que sus obras im presas, con la excepcin de lo
que escribi sobre los cometas, no revelan una profundidad excepcional ni un
punto de vista que indique un adelanto, y considerando los textos p ub lica
dos, concluiran los estudiosos de hoy que disfruta una im portancia exagera
da. Pero hay que tener presente que sus investigaciones de peso sobre las
antigedades de su patrio suelo quedaron en m anuscrito y , en su m ayora,
por lo visto p erd id as.4
Este sabio criollo gustaba de jactarse de su lin aje, que, desde los tiem pos
de Isabel y Fernando, incluy hombres distinguidos en las armas y en las
letras. Su padre, don Carlos de Sigenza y B enito, oriundo de M adrid, fue en
su juventud tutor en la casa real. El hijo, nacido en M xico, estuvo
especialm ente orgulloso de que su progenitor instruyera algu n a vez a aquel
prncipe de corta vida, don B altasar Carlos, en quien se apoyaron en vano las
esperanzas dinsticas de Felipe IV y de toda Espaa. Ignoramos la razn por
la cual el padre de don Carlos renunci a ese puesto p rivilegiado y se avino al
Nuevo M undo, pero la rpida declinacin de las fortunas en la Pennsula
influy sin duda en su decisin de unirse al squito del recin nombrado
virrey de la N ueva Espaa, el m arqus de V illena. En 1640, en la m ism a
flota que trajo al dem ente G u illn de Lam part, que poco despus se
proclam ara emperador de M xico, lleg el mayor de ios Sigenza. Si algun a
vez tuvo la esperanza de m ejorar su fortuna m aterial con la em igracin a la
m s rica colonia de Espaa, qued en gran parte defraudado, como tantos
otros. Parece que tuvo que contentarse con un modesto em pleo de escribano
pblico aunque ms tarde lleg a ser secretario de una oficina del virreinato.
X
Dos aos despus de haber llegado a M xico se cas con Doa D ionisia
Surez de Figueroa y Gngora, natural de Sevilla, h ija de una fam ilia con
pretensiones aristocrticas. Los apellidos de esta seora eran distinguidos en
los anales de la historia literaria espaola y su hijo mayor agreg con orgullo
el Gngora a su firm a para patentizar su parentesco sanguneo con el poeta de
Crdoba. Nueve hijos fueron el fruto de esta unin, de los cuales el sabio
mexicano fue el segundo vstago y el prim er varn. Esta prole tan numerosa
fue carga penosa para el raqutico presupuesto del antiguo instructor de la
casa real y , con el tiem po, su famoso hijo tuvo que asum ir la responsabilidad
fam iliar. A lgunos de sus hermanos y hermanas entraron al servicio de la
Iglesia, otros se casaron, pero todos solan acudir a l en busca de ayuda
econmica y de consejo.
Si el joven Carlos no fue tan precoz como sor Ju an a, su talento
excepcional se mostr a tem prana edad. Su experim entado padre lo alentaba,
echando cim ientos firm es a los logros posteriores del adolescente. Para un
joven tan prometedor era obvio que la Iglesia ofreca la carrera ms
d istin gu id a, y la bien establecida fama intelectual de los jesutas hizo que esta
Orden le fuera especialm ente atractiva. A la edad de quince aos Carlos fue
aceptado como novicio y en 1662 hizo sus primeros votos. D urante ms de
siete aos se ejercit con rigor en la teologa y en los estudios hum ansticos;
pero este perodo fructfero term in sbitam ente con un suceso que pareci
frustrar sus grandes esperanzas; en el espritu del sabio dej una cicatriz que
nunca lleg a borrarse por completo.
El orgullo y el tem peram ento impetuoso del joven Gngora encontraba a
veces la discip lin a jesutica demasiado severa para su naturaleza independien
te. Aunque su mente gozaba de bastante libertad intelectual, le eran
irritantes las rgidas restricciones fsicas. Por fin la inquietud im paciente lo
arrastr a una indiscrecin juven il, cuya m em oria lo perseguira para
siem pre. D urante sus das de estudiante en el C olegio del E spritu Santo, en
Puebla, sucum bi a la tentacin de elud ir la vigilan cia de los prefectos y
escap del dorm itorio para saborear el fruto prohibido de las aventuras
nocturnas por las calles de la ciudad. El descubrim iento de esta repetida
violacin a las reglas le trajo una represalia inm ediata; el 15 de agosto de
1668 fue form alm ente despedido de la Sociedad. Este desgraciado suceso le
caus un traum a y un am argo rem ordim iento ti perm anentem ente su
carcter con cierta m elancola e irascibilidad. Protestando de su arrepenti
m iento, hubo de rogar, con llorosa sinceridad, su reinstalacin, pero toda
clem encia fue negada por sus im placables superiores jesutas. En marzo de
1669, el general de ia Orden escribi al provincial: don Carlos de Sigenza y
Gngora tam bin solicita el volver a la C om paa, pero no se lo o to rg ... La
causa de la expulsin de esta persona es tan deshonrosa, como l mism o
confiesa, que no merece esta m e rc e d ... Dos aos ms tarde, una renovada
splica de joven contrito tam bin fue rechazada. N o es m i intencin que
XI
oposiciones sim ilares, uno de los cuales tena grado acadmico y por esto se
crea el nico elegib le. Don Carlos, carente de diplom as, no se am edrent por
los de su rival pues la U niversidad no otorgaba licenciaturas en estas m aterias
especficas. Adem s, agriam ente record a las autoridades que los conoci
mientos son ms vivos que los ttulos y que ninguno de los otros aspirantes a
la ctedra, declar, era tan competente como l, pues l haba estudiado
exprofeso esas m aterias y . . . fue experto en estas disciplinas como es
reconocido y bien sabido por todo este Reino debido a sus dos alm anaques,
uno del ao anterior (1671) y otro del presente ao que fueron impresos con
la aprobacin del padre Ju lio de San M iguel de la Com paa de Jess y del
Santo Oficio de la Inquisicin de la Nueva Espaa.
Estos argum entos fueron eficaces y don Carlos estableci su derecho a
hacer la oposicin. El mtodo corriente para seleccionar a los miembros del
profesorado consista en las oposiciones. Cada candidato tomaba puntos de
una autoridad clsica en la m ateria y, a las veinticuatro horas, estaba obligado
a disertar sobre el tem a tomado al acaso. Despus de que los diversos
concursantes haban presentado cada uno a su turno una rpida improvisacin
mostrando su erudicin, tanto los estudiantes como los titulares votaban por
el com petidor que los haba satisfecho y as se ganaba la ctedra. Estas
elecciones no siempre estuvieron lim pias de fraude, y se supo de casos en ios
que un aspirante pag a un redactor venal para que escribiera su discurso.
Parece que Sigenza sospech una intencin sem ejante en el rival que
reclam ara el derecho nico a la Ctedra basado en el diplom a que tena y
solicit entonces que este opositor fuera vigilado por dos guardias durante las
veinticuatro horas otorgadas para preparar la disertacin. Es indicio de la
personalidad agresiva y franca de don Carios que las autoridades de la
universidad accedieran a su solicitud. El resultado fue la victoria absoluta del
brusco joven Sigenza y el 20 de julio de 1672 fue debidam ente instalado
como profesor de m atem ticas y astrologa.
Los archivos de la universidad no indican si el sabio criollo lleg a ocupar
bien un asiento acadmico, pues dem asiado claras son sus frecuentes
peticiones de permisos para largas ausencias y sus solicitudes de sustitutos en
sus clases. An ms comunes fueron sus omisiones relativas a la cuenta de la
asistencia de los estudiantes a clase, a veces por semanas enteras. Y como los
reglam entos universitarios imponan sanciones por estas n egligencias, las
m ultas que Sigenza hubo de pagar debieron de exceder al modesto sueido de
cien pesos que reciba. Abstrado en sus investigaciones y , al aum entar su
renombre, solicitado constantem ente para diversos servicios pblicos, descui
daba frecuentemente las obligaciones rutinarias de sus clases.
Su indiferencia a estas obligaciones es,
a su falta de respeto a la astrologa la que,
que sus queridas m atem ticas en una
conservaba prestigio en ambos lados del
XIII
mexicana lag u n a. El sum am ente inteligente sabio criollo era peculiarm ente
propenso al sentim iento de inferioridad que los de su clase experim entaban en
presencia de los nacidos en Europa, pues pensaba que sus propios talentos y el
encum brado lin aje que reclam aba para s le daban ttulo a consideracin
ig u al. P articularm ente irritante fue la condescendencia, a veces desdeosa,
que los peninsulares dispensaban a los nacidos en A m rica, y los extranjeros
del C ontinente no parecan creer que su erudicin les diera derecho a respeto
alguno. Piensan en algunas partes de Europa Sigenza com entaba
custicam ente , y con especialidad en las septentrionales, por ms remotas,
que no slo los indios, habitadores originarios de estos pases, sino que los
que de padres espaoles casualm ente nacimos en ellos, o andamos en dos pies
por divina dispensacin, o que aun valindose de microscopios ingleses
apenas se descubre en nosotros lo racio nal. En el caso del padre K ino, la
sensibilidad de don Carlos posiblem ente se vio exagerada por el hecho de que
su invitado era m iem bro respetado de la Orden religiosa de la que l fue
sum ariam ente expulsado y a la que repetidam ente se le neg la readmisin.
No duraba mucho la estancia del padre Kino en la ciudad de M xico, en
donde se preparaba para el campo misionero cuando llegaron al profesor
criollo rumores acerca de que este visitante estaba a punto de publicar un
libro sobre el cometa, en el que refutara las concepciones de Sigenza. Los
am igos del sabio mexicano le advirtieron que el em inente jesuta, con
contactos tan recientes con los sabios alem anes, sera un form idable contrin
cante en el debate. El padre Kino no haba insinuado siquiera sus intenciones
y don Carlos, confiando en la solidez de su posicin, segn se afirm a,
esperaba los acontecim ientos con serenidad. Por fin, una noche, cuando el
m isionero estaba prximo a p artir para Sinaloa, donde in iciara sus labores,
visit, para despedirse de l, al exjesuita en su alojam iento. En el curso de la
conversacin el visitan te, como por casualidad, ofreci a su anfitrin un
ejem plar de una Exposicin astronm ica, acabada de salir de la im prenta. El
adem n del misionero era condescendiente, o as lo tom el hipersensitivo
cientfico criollo cuando aqul le insinu que ste podra repasar con provecho
el libro que haba escrito, pues poda proporcionar al digno mexicano algo
para pensar. Don Carlos interpret estas palabras como desafo para su duelo
intelectual, y su respuesta fue la L ibra astronm ica y filo s fica .
El hecho de que el padre Kino no mencionara en parte algun a el nombre
de Sigenza no dism inuy la certeza del im presionable criollo de que las
aseveraciones estaban d irigid as a l. Cuando ley, por ejem plo, que los
cometas eran realm ente presagios de m al agero y mensajeros de m ala fortuna
y que otra opinin era contraria a lo que todos los mortales saban, fuesen
encumbrados o hum ildes, nobles o plebeyos, instruidos o iletrados, tuvo la
seguridad de saber a quin alud a este com entario. N adie sabe m ejor dnde
le aprieta el zapato que quien lo lleva; y pues yo aseguro el que yo fui el
objeto de su invectivo, pueden todos creerme el que sin duda lo fu i. Puesto
que el punto de vista racional no era sostenido por nadie, segn el padre
XXI
defuncin del prelado probablem ente puso fin a su bien remunerado empleo
de Limosnero M ayor y , junco con su salud, sus circunstancias econmicas se
deterioraron, aunque las demandas de sus numerosos pariences persistieron
sin cesar. Inesperadam ente, el puesto de Concador niversicario con sus
emoumencos, le fue rerirado y , adem s, la distincin de profesor emrico
slo la recibi con mucho recraso debido al no siem pre fiel desempeo de sus
deberes docences. En este estado casi de m iseria, acept ei puesto de
Corrector de la Inquisicin que lo obligaba a dedicar su vigor m enguante al
tedioso escrutinio de libros sospechosos, tarea esta especialm ente incom pati
ble con su esp ritu ilustrado y un abuso de su talento.
R esulta innegable, sin em bargo, la influencia de Sigenza sobre los
eruditos de su poca y en los del siglo posterior. Eran muchos los
contemporneos que se aprovechaban de la curiosidad intelectual del ilustre
mexicano y de sus investigaciones, algunos de los cuales han dejado
constancia de su g ratitu d . Debido a su pericia en m aterias tan diversas,
muchos hombres, entre los cuales figuraban investigadores, arzobispos,
virreyes y ocros funcionarios oficiales, acudieron a sus hospicalarias habitacio
nes que representaban u n centro de sabidura y de e stu d io .13
Uno de los eruditos del virreinato que se vala de la erudicin del
polgrafo fue el franciscano A gustn de V etancurt, autor del T eatro m exicano
(1688), en que trataba todos los aspectos de la vida novohispana, tem a
tam bin del T eatro d e la m a gn ificen cia d e M xico, obra que empez a redactar
Sigenza y que nunca lleg a publicarse. El franciscano, como otros tantos,
alude a la m unificencia del sabio, a quien llam a curioso investigador y
deseoso de que se descubran y publiquen las grandezas de este Nuevo
M undo. Para su historia hubo de recurrir'V etancurt tanto a los impresos
como a los m anuscritos que guardaba don Carlos, habiendo consultado
varios mapas, libros o volmenes originales de los antiguos mexicanos y
muchos m anuscritos de D. Hernando de Alvarado Tezozomoc, de D.
Fernando de A lba, de D. Dom ingo de S. Antn Mun C h im alp ain, de Ju a n
d? Pomar, de Pedro G utierres de Santa C lara, del oidor Alonso de Z urita,
que tiene originales y me ha participado m i com patriota y am igo D. Carlos
de Sigenza y G n go ra.14
El padre Francisco de Florencia, otro autor contemporneo, que escribi
E strella d e l norte d e M xico, en su defensa de la autenticidad de la aparicin a la
V irgen de G uadalupe consult una traduccin hecha por Ixtilix ch itl de un
docum ento que le haba prestado Sigenza, d ilig en te investigador de
papeles antiguos y deseoso que se descubran y publiquen las grandezas de este
Nuevo M u n d o .15
El m ism o afn de com partir sus conocimientos con los dem s no se
lim icaba a investigadores locales, sino abarcaba ilustres viajeros que visitaban
la capital y se aprovecharon de la oportunidad de conocer personalm ente al
famoso catedrtico. U n caso notable fue el viajero G em elli C areri. Trabando
XXV
prim eros daros. Pero estipul que el virrey debiera enviarlos en em barcacio
nes separadas a la costa de la Florida, de otra m anera no faltaran ocasiones,
afirm aba, de que, o l me arroje al m ar o que yo le arroje a l .
Este segundo viaje de Sigenza nunca se realiz, en parte porque su salud
lo hizo im practicable, pero ms probablem ente porque haba refutado
efectivam ente los argum entos de su oponente. Sin em bargo, el incidente no
dej de ahondar su desaliento y aun de provocar su ltim a com unicacin
reveladora. H asta cierto punto, sta fue la contraparte de la notable R espuesta
de sor Ju a n a Ins, pues los dos docum entos sim bolizan una crisis en las vidas
de los dos ^escritores. Ambas son contestaciones a crticas hechas a sus
actividades, am bas contienen datos personales; ambas son defensas a im p uta
ciones sobre el em pleo de sus intelectos; ambas son informes cuidadosam ente
m editados y subjetivos; y am bas, por fin, anuncian la desintegracin y
m uerte de sus autores. M ientras que la R espuesta de sor Ju an a es claram ente
m s p attica y sign ificativa, el carcter excepcional y las singulares personali
dades de los dos m alaventurados personajes estn conmovedoramente grab a
dos en las frases de sus largas deposiciones postreras. Para la m onja el paso a la
m uerte fue ms lento; para el sabio, ms veloz. Poco m s de un ao despus
de firm ar su respuesta a A rrila, su esp ritu atribulado y su cuerpo
atorm entado hallaron el descanso. El 22 de agosto de 1700 le trajo la
liberacin.
Las virtudes y el carcter de este erudito barroco se parecieron a los de los
hum anistas del Renacim iento, cuyas m entes inquisitivas y enciclopdicas
echaron los cim ientos de la ciencia y sabidura modernas. Como ellos
Sigenza afront la tarea de concordar la creciente independencia del espritu
hum ano y la indisputable autoridad de la Iglesia. Su m ente robusta, su duda
m etdica y su vigoroso pragm atism o en asuntos seculares fueron excepciona
les en el tiem po y lu gar barrocos en que l vivi. En cuanto al dogm a y la
piedad, perm aneci siem pre sum iso y devoto, aceptando im plcitam ente la
autoridad eclesistica y la validez de los principios del catolicism o ortodoxo.
Esta dicotom a de su vida m ental en ninguna parte est ms patente que en su
ltim a voluntad y testam ento, preparado durante las postreras semanas de su
existencia. A ll, curiosa yuxtaposicin, da testim onio de su incuestionable y
cndida aceptacin de los m ilagros y otras cosas sobrenaturales, y a ll tam bin
proclam a su absoluta devocin al espritu ilum inado de la investigacin
cientfica y al ilustrado servicio a la hum anidad. U na clusula testam entaria
atestigu a la actitud com pletam ente moderna que lo caracteriz y m arca la
dedicacin de toda una vida.
P or cuanto en la pro lija y d ilatad a enfermedad que estoy padeciendo,
que es de la orina, los mdicos y cirujanos que me han asistido no han
determ inado si es de piedra o de la v ejiga, y son gravsim os los dolores y
tormentos que padezco sin haber tenido n in gn alivio; deseoso de que los que
tuvieren sem ejante enfermedad puedan conseguir salud, o a lo menos alivio,
X XVIII
X X IX
NOTAS
XXX
X XX I
C R IT E R IO DE E ST A E D IC IO N
X XX III
SEIS OBRAS
IN P O R T V N IO S
Q V
ALONSO RAMIREZ
NATVRAL DE LA CIVDAD DE S. JU A t?
DE PVERTO RICO
IN F O R T U N IO S DE A L O N SO R A M IR E Z 1
Al excelentsimo seor don Gaspar de Sandoval Cerda y Mendoza, conde de Galve,
gentilhom bre (con ejercicio) de la cmara de Su M agestad, comendador de
Salamea y Seclavin en la Orden y Caballera de Alcntara; alcaide perpetuo de los
reales alczares, puertas y puentes de la ciudad de Toledo y del castillo y torres de
la de Len; seor de las villas de Trtola y Sacedn; virrey, gobernador y capitn
general de la Nueva Espaa, y presidente de 1a Real Chancillera de Mxico, e tc .2
confiado desde luego, por lo que me toca, que, en la crisis altsim a que sabe
hacer con espanto mo de la hidrografa y geografa del m undo, tendr
patrocinio y m erecim iento, etc.
Besa la mano de vuestra excelencia,
D
on
arlo s de
S ig e n z a
ngora
.3
I
M otivos que tuvo p a ra sa lir de su p a tria , ocupaciones y viajes
que hizo p or la N ueva Espaa, su asistencia4 en Mxico hasta
pasar a ias Filipinas.
Quiero que se entretenga el curioso que esto leyere por algunas horas con las
noticias de lo que a m me caus tribulaciones de m uerte por muchos aos. Y
aunque de sucesos que slo subsistieron en la idea de quien lo finge se suelen
deducir m xim as y aforismos que, entre lo deleitable de la narracin que
entretiene, cultiven la razn de quien en elio se ocupa, no ser esto lo que yo
aqu intente, sino solicitar lstim as que, aunque posteriores a m is trabajos,
harn por lo menos tolerable su m em oria, trayndolas a com paa de las que
me tena a m m ism o cuando me aquejaban. No por esto estoy tan de parte de
m i dolor que quiera incurrir en la fea nota de pusilnim e; y as, om itiendo
m enudencias que, a otros menos atribulados que yo lo estuve, pudieran dar
asunto de muchas quejas, dir lo prim ero que me ocurriere por ser en la serie
de m is sucesos lo ms notable.
Es m i nombre Alonso Ram rez y m i p atria la ciudad de San Ju a n de
Puerto R ico, cabeza de la isla que, en los tiem pos de ahora con este nombre y
con el de Borriqun5 en la an tigedad, entre el Seno M exicano6 y el mar
A tlntico divide trm inos. H cenla clebre los refrescos que hallan en su
deleitosa aguada cuantos desde la an tigua navegan sedientos a la Nueva
Espaa,7 la hermosura de su baha, lo incontrastable del Morro8 que la
defiende, las cortinas y baluartes coronados de artille ra que la aseguran,
sirviendo aun no tanto esto, que en otras partes de las Indias tam bin se h alla,
cuanto el esp ritu que a sus hijos les reparte el genio de aquella tierra sin
escasez a tenerla p rivilegiada de las hostilidades de corsantes. Empeo es ste
en que pone a sus naturales su pundonor y fidelidad, sin otro m otivo, cuando
es cierto que la riqueza que le dio nombre por los veneros de oro que en ella se
hallan, hoy por falta de sus originarios habitadores que los trabajen y por la
7
vehem encia con que los huracanes procelosos rozaron los rboles de cacao que
a falta de oro provisionaban de lo necesario a los que lo traficaban y , por el
consiguiente, al resto de los isleos se transform en pobreza.
Entre los que sta haba tomado m uy a su cargo fueron m is padres, y as
era fuerza que hubiera sido, porque no lo merecan sus procederes, pero ya es.
pensin de las Indias el que as sea. Llamse m i padre Lucas de V illan ueva, y
aunque ignoro el lu gar de su nacim iento, cnstame, porque varias veces se le
oa decir, que era andaluz; y s m uy bien haber nacido m i m adre en la m ism a
ciudad de Puerto Rico, y es su nombre A na R am rez, a cuya cristiandad le
deb en m i niez lo que los pobres slo le pueden dar a sus hijos, que son
consejos para inclinarlos a la virtu d . Era m i padre carpintero de rib era,9 e
im psom e (en cuanto p erm ita la edad) al propio ejercicio; pero reconociendo
no ser continua la fbrica y tem indom e no vivir siem pre, por esta causa, con
las incomodidades que, aunque m uchacho, m e hacan fuerza, determ in
hurtarle el cuerpo a m i m ism a patria para buscar en las ajenas ms
conveniencia.
V alm e de la ocasin que me ofreci para esto una urqu eta50 del capitn
Ju a n del Corcho, que sala de aquel puerto para el de la H abana, en que,
corriendo el ao de 1675 y siendo menos de trece los de m i edad, me
recibieron por paje. No m e pareci trabajosa la ocupacin, considerndom e
en libertad y sin la pensin de cortar m adera; pero confieso que, tai vez
presagiando lo porvenir, dudaba si podra prom eterm e algo que fuese bueno,
habindom e valido de un corcho para principiar m i fortuna. M as, quin
podr negarm e que dud bien, advirtiendo consiguientes m is sucesos a aquel
principio? Del puerto de la H abana, clebre entre cuantos gozan las islas de
Barlovento, as por las conveniencias que le debi a la naturaleza que as lo
hizo como por las fortalezas con que el arte y el desvelo lo ha asegurado,
pasamos al de San Ju a n de U la en la tierra firm e de N ueva Espaa, donde,
apartndom e de m i patrn, sub a la ciudad de la Puebla de los A ngeles,
habiendo pasado no pocas incom odidades en el cam ino, as por la aspereza de
las veredas que desde Ja la p a 11 corren hasta P erote,12 como tam bin por los
fros que, por no experim entados hasta a ll, me parecieron intensos. D icen los
que la habitan ser aquella ciudad inm ediata a M xico en la am p litu d que
coge, en el desembarazo de sus calles, en la m agnificencia de sus tem plos y en
cuantas otras cosas hay que la asem ejan a aqulla. Y ofrecindoseme (por no
haber visto hasta entonces otra mayor) que en ciudad tan grande me sera muy
fcil el conseguir conveniencia grande, determ in, sin ms discurso que ste,
el quedarm e en e lla, aplicndom e a servir a un carpintero para gran jear el
sustento en el nterin que se m e ofreca otro modo para ser rico.
En la dem ora de seis meses que a ll perd, experim ent mayor ham bre
que en Puerto R ico, y abom inando la resolucin indiscreta de abandonar m i
patria por tierra a donde no siem pre se da acogida a la liberalidad generosa,
haciendo m ayor el nmero de unos arrieros, sin considerable trabajo me puse
II
S a le d e A ca p u lco p a r a F ilip in a s ; d cese la d e rro ta d e este v i a je y en lo q u e
g a s t e l tiem p o h a sta q u e lo a p resa ro n in g leses.
Hcese esta salida con la virazn por el Oesnoroeste o Noroeste, que entonces
entra a ll como a las once del d a; pero siendo ms ordinaria por el Sudoeste y
10
III
P n en se en com p en d io lo s robos y cr u e ld a d es q u e h icie ro n estos p ir a t a s en
m a r y tie r r a b a sta l le g a r a A m rica .
Consigui un ginovs (no s las circunstancias con que vino all) no slo la
privanza con aquel rey sino el que lo hiciese su lugarteniente en el principal
de sus puertos. Ensoberbecido ste con tanto cargo, les cort las manos a dos
caballeros portugueses que a ll asistan por leves causas. N oticiado de ello el
virrey de Goa, enviaba a pedirle satisfaccin y aun a solicitar se le entregase el
ginovs para castigarle. A empeo que parece no caba en la esfera de lo
asequible correspondi el regalo que para granjearle la voluntad al rey se le
rem ita. V i y toqu con m is manos una como torre o castillo de vara en alto
de puro oro, sem brada de diam antes y otras preciosas piedras, y aunque no de
tanto valor, le igualaban en lo curioso muchas alhajas de p lata, cantidad de
canfora, m bar y alm izcle, sin el resto de lo que para com erciar y vender en
aquel reino haba en la embarcacin.
Desembarazada sta y las dos prim eras de lo que llevaban, les dieron
fuego, y dejando as a portugueses como a siameses55 y a ocho de los mos en
aquella isla sin gente, tiraron la vuelta de las de C iantn habitadas de
m alayos, cuya vestim enta no pasa de la cin tura y cuyas armas son crises.56
Rescataron de ellos algunas cabras, cocos y aceite de stos para la lan ta y
otros refrescos; y dndoles un albazo a los pobres brbaros, despus de m atar
algunos y de robarlos a todos, en dem anda de la isla de T am beln57 viraron
afuera. V iven en ella macazares; y sentidos los ingleses de no haber hallado
a ll lo que en otras partes, poniendo fuego a la poblacin en ocacin que
dorm an sus habitadores, navegaron a la grande isla de Borneo y , por haber
barloventeado catorce das su costa occidental sin haber p illa je, se acercaron al
puerto de C icudana58 en la m ism a isla.
H llanse en el territorio de este lugar muchas preciosas piedras, y en
especial diam antes de rico fondo; y la codicia de rescatarlos y poseerlos, no
muchos meses antes que a ll llegsem os, estim ul a los ingleses que en la
India viven pidiesen al rey de Borneo (valindose para eso del gobernador que
en C icudana tena) Ies perm itiese factora en aquel paraje. Pusironse los
piratas a sondar en las piraguas la barra del ro, no slo para entrar en l con
las embarcaciones mayores sino para hacerse capaces de aquellos puestos.
Interrum piles este ejercicio un cham pn de los de la tierra en que se vena de
parte de quien la gobernaba a reconocerlos. Fue su respuesta ser de nacin
ingleses y que venan cargados de gneros nobles y exquisitos para contratar y
rescatarles diam antes. Como ya antes haban experim entado en los de esta
nacin am igable trato y vieron ricas muestras de lo que en los navios que
apresaron en P uliub i Ies pusieron luego a la vista, se les facilit la licencia
para comerciar. H icironle al gobernador un regalo considerable y consiguie
ron el que por el ro subiesen al pueblo (que dista un cuarto de legua de la
m arina) cuando gustasen.
En tres das que a ll estuvim os reconocieron estar indefenso y abierto por
todas partes; y proponiendo a los sicudanes no poder detenerse por mucho
tiem po y que as se recogiesen los diam antes en casa del gobernador, donde se
17
perder la costum bre de robar aun cuando huan); dejndola sola los que la
llevaban, y eran m alayos, se echaron al mar y de a ll salieron a tierra para
salvar las vidas.
A legres de haber hallado embarcacin en qu poder aliviarse de la m ucha
carga con que se hallaban, pasaban a ella de cada uno de sus navios siete
personas con todas armas y diez piezas de artille ra con sus pertrechos, y
prosiguiendo con su v iaje, como a las cinco de la tarde de este m ism o da
desembocaron. En esta ocasin se desaparecieron cinco de los m os, y
presumo que, valindose de la cercana a la tierra, lograron la libertad con
echarse a nado. A las veinte y cinco das de navegacin avistam os una isla (no
s su nombre) de que, por habitada de portugueses segn decan o
presum an, nos apartam os; y desde a ll se tir la vuelta de la Nueva
H olanda,64 tierra an no bastantem ente descubierta de los europeos y
poseda, a lo que parece, de gentes brbaras, y al fin de ms de tres meses
dimos con ella.
Desembarcados en la costa los que se enviaron a tierra con las piraguas,
hallaron rastros antiguos de haber estado gente en aquel paraje; pero siendo
a ll los vientos contrarios y vehementes y el surgidero m alo, solicitando lugar
ms cmodo, se consigui en una isla de tierra llana, y no hallando slo
resguardo y abrigo a las embarcaciones sino un arroyo de agua dulce, m ucha
tortuga y ninguna gente, se determ inaron dar a ll carena para volverse a sus
casas. Ocupronse ellos en hacer esto, y yo y los mos en rem endarles las velas
y en hacer carne. A cosa de cuatro meses o poco m s, estbamos ya para salir a
viaje; y poniendo las proas a la isla de M adagascar, o de San Lorenzo,65 con
Lestes a popa, llegam os a ella en veinte y ocho das. Rescatronse de los
negros que la habitaban muchas gallin as, cabras y vacas, y noticiados de que
un navio ingls m ercantil estaba para entrar en aquel puerto a contratar con
los negros, determ inaron esperarlo, y as lo hicieron.
No era esto como yo infera de sus acciones y plticas, sino por ver si
lograban el apresarlo; pero reconociendo cuando lleg a surgir que vena m uy
bien artillad o y con bastante gente, hubo de la una a la otra parte repetidas
salvas y am istad recproca. Dironles los mercaderes a los piratas aguardiente
y vino, y retornronles stos de lo que traan hurtado con abundancia. Y a que
no por fuerza (que era im posible) no om ita el capitn Bel para hacerse dueo
de aquel navio como pudiese; pero lo que tena ste de ladrn y de codicioso,
tena el capitn de los mercaderes de vigilan te y sagaz, y as, sin pasar jams a
bordo nuestro (aunque con grande instancia y con convites que le hicieron, y
que l no ad m ita, le procuraban), procedi en las acciones con gran recato.
No fue menor el que pusieron Bel y Donkin para que no supiesen los
mercaderes el ejercicio en que andaban, y para conseguirlo con ms seguridad
nos mandaron a m y a los m os, de quienes nicam ente se recelaban, el que
bajo pena de la vida no hablsemos con ellos palabra algun a y que dijsem os
ramos marineros voluntarios suyos y que nos pagaban. C ontravinieron a este
19
IV
D anle libertad los piratas y trae a la memoria lo que toler en su prisin.
Debo advertir, antes de expresar lo que toler y sufr de trabajos y penalidades
en tantos aos, el que slo en el condestable N icpat y en D ick, quartam aestre
del capitn B el, hall algun a conmiseracin y consuelo en m is continuas
fatigas, as socorrindome, sin que sus compaeros los viesen, en casi
extrem as necesidades como en buenas palabras con que me exhortaban a la
paciencia. Persudome a que era el condestable68 catlico sin duda alguna.
20
pudim os, y con inm ediacin dim os las gracias a la que en el m ar de cantas
borrascas fue nuestra estrella. Creo hubiera sido im posible m i lib ertad si
continuam ente no hubiera ocupado la m em oria y afectos en M ara Santsim a
de G uadalupe de M xico, de quien siem pre protesto y vivir esclavo por lo
que le debo. He trado siem pre conm igo un retrato suyo, y tem iendo no le
profanaran los herejes piratas cuando m e apresaron, supuesto que entonces
quitndonos los rosarios de los cuellos y reprendindonos como a im pos y
supersticiosos los arrojaron al m ar; como m ejor pude se lo q u it de la vista y
la prim era vez que sub al tope le escond a ll.
Los nombres de los que consiguieron conm igo la libertad y haban
quedado de los veinte y cinco (porque de ellos en la isla despoblada de P uliub i
dejaron ocho, cinco se huyeron en Singapur, dos m urieron de los azotes en
M adagascar y otros tres tuvieron la m ism a suerte en diferentes parajes) son:
Ju a n de Casas, espaol, natural de la Puebla de los A ngeles en N ueva Espaa;
Ju a n Pinto y Marcos de la C ruz, indios pangasinn aqul y ste pam pango;
Francisco de la Cruz y Antonio Gonzlez, sangleyes; Ju a n D az, de M alabar,
y Pedro, negro de M ozam bique, esclavo m o. A las lgrim as de regocijo por
la libertad conseguida se siguieron las que bien pudieran ser de sangre por los
trabajos pasados, los cuales nos represent luego al instante la m em oria en
este compendio.
A las amenazas con que, estando sobre la isla de Caponiz, nos tomaron la
confesin para saber qu navios y con qu armas estaban para salir de M an ila y
cules lugares eran ms ricos, aadieron dejarnos casi quebrados los dedos de
las manos con las llaves de las escopetas y carabinas, y sin atender a la sangre
que lo manchaba nos hicieron hacer ovillos de algodn que vena en grea
para coser velas; continuse este ejercicio siem pre que fue necesario en todo e l ,
viaje, siendo distribucin de todos los das, sin dispensa algu n a, baldear y
barrer por dentro y fuera las embarcaciones. Era tam bin comn a todos
nosotros lim p iar los alfanjes, caones y llaves de carabinas con tiestos de lozas
de C hina molidos cada tercero da, hacer m eollar, colchar cables, faulas y
contrabrazas, hacer tam bin cajetas, em bergues y m jeles. A adase a esto ir
al tim n y p ila r el arroz que de continuo com an, habiendo precedido el
rem ojarlo para hacerlo harina, y hubo ocasin en que a cada uno se nos dieron
once costales de a dos arrobas por tarea de un solo da con pena de azotes (que
m uchas veces toleramos) si se faltaba a ello.
Jam s en las turbonadas que en tan p ro lija navegacin experim entam os
aferraron velas; nosotros ramos los que lo hacamos, siendo el galardn
ordinario de tanto riesgo crueles azotes, o por no ejecutarlo con toda priesa o
porque las velas como en sem ejantes frangentes70 sucede solan romperse. El
sustento que se nos daba para que no nos faltasen las fuerzas en tan continuo
trabajo se reduca a una gan ta (que viene a ser un alm ud) de arroz que se
sancochaba como se poda, valindonos de agua de la m ar en vez de la sal que
les sobraba y que jams nos dieron; menos de un cuartillo de agua se reparta
22
a cada uno para cada da. Carne, vino, aguardiente, bonga, ni otra algun a de
las muchas m iniestras que traan lleg a nuestras bocas; y teniendo cocos en
grande copia, nos arrojaban slo las cscaras para hacer bonote, que es
lim piarlas y dejarlas como estopa para calafatear; y cuando por estar surgidos
los tenan frescos, les beban el agua y ios arrojaban al mar.
Dironnos en el ltim o ao de nuestra prisin el cargo de la cocina, y no
slo contaban los pedazos de carne que nos entregaban sino que tam bin los
m edan para que nada comisemos. N otable crueldad y m iseria es sta!, pero
no tiene comparacin a la que se sigue. Ocupronnos tam bin en hacerles
calzado de lona y en coserles cam isas y calzoncillos, y para ello se nos daban
contadas y m edidas las hebras de hilo; y si por echar tal vez menudos los
pespuntes como queran faltaba alguna, correspondan a cada una que se
aada veinte y cinco azotes. Tuve yo otro trabajo de que se p rivilegiaron m is
compaeros, y fue haberme obigado a ser barbero; y en este ejercicio me
ocupaban todos los sbados sin descansar ni un breve rato, siguindosele a
cada descuido de la navaja, y de ordinario eran muchos por no saber
cientficam ente su m anejo, bofetadas crueles y muchos palos. Todo cuanto
aqu se ha dicho suceda a bordo, porque slo en P u liu b i y en la isla
despoblada de la Nueva H olanda, para hacer agua y lea y para colchar un
cable de bejuco, nos desembarcaron.
Si quisiera especificar particulares sucesos, me dilatara m ucho, y con
individuar uno u otro se discurrirn los que callo. Era para nosotros el da del
lunes el ms tem ido, porque haciendo un crculo de bejuco en torno de la
mesana y amarrndonos a l las siniestras, nos ponan en las derechas unos
rebenques y habindonos desnudado, nos obligaban con puales y pistolas a
los pechos a que unos a otros nos azotsemos. Era igu al la vergenza y el dolor
que en ello tenamos al regocijo y aplauso con que festejaban.
No pudiendo asistir m i compaero Ju a n de Casas a la distribucin del
continuo trabajo que nos renda, atribuyndolo el capitn B el a la que
llam aba flojera, d ijo que l lo curara y por modo fcil (perdneme la decencia
y el respeto que se debe a quien esto lee que lo refiera); redjose ste a hacerle
beber, desledos en agua, los excrementos del m ism o capitn, tenindole
puesto un cuchillo al cuello para acelerarle la m uerte si le repugnasen; y como
a tan no oda m edicina se siguiesen grandes vmitos que le caus el asco y con
que accidentalm ete recuper la salud, desde luego nos la recet con aplauso
de todos para cuando por nuestras desdichas adolecisemos.
Sufra yo todas estas cosas, porque por el amor que tena a m i vida no
poda m s; y advirtiendo haba das enteros que los pasaban borrachos, senta
no tener bastantes compaeros de quines valerm e para m atarlos y alzndome
con la fragata irm e a M anila; pero tam bin puede ser que no me fiara de ellos
aunque los tuviera por no haber otro espaol entre ellos sino Ju an de Casas.
U n d a que ms que otro me embarazaba las acciones este pensam iento,
llegndose a m uno de ios ingleses que se llam aba Cornelio y gastando larga
23
V
N avega A lonso R am rez y sus com paeros sin saber d n d e estaban n i la
p a r te a que ib a n ; dcen se los trabajos y sustos que p a d ecieron h a sta v a ra r
tierra.
Basta de estos trabajos que, aun para ledos, son muchos por pasar a otros de
diversa especie. No saba yo ni m is compaeros el paraje en que nos
hallbam os ni el trm ino que tendra nuestro viaje, porque ni entenda el
derrotero holands ni tenam os carta que entre tantas confusiones nos sirviera
de algo , y para todos era aquella la prim era vez que a ll nos veamos. En estas
dudas, haciendo refleja71 a la sentencia que nos haban dado de m uerte si
segunda vez nos aprisionaban, cogiendo la vuelta del Oeste me hice a la mar.
A los seis das, sin haber mudado la derrota, avistam os tierra que pareca
firm e por lo tendido y alta; y poniendo la proa al Oesnoroeste, me hall el da
siguiente a la m adrugada sobre tres islas de poco m bito. Acompaado de
Ju a n de Casas en un cayuco72 pequeo que en la fragata haba, sal a una de
ellas donde se hallaron pjaros tabones'3 y bobos,74 y trayendo grandsim a
cantidad de ellos para cenizarlos,75 me vine a bordo.
Arrimndonos a la costa, proseguim os por el largo de e lla, y a los diez
das se descubri la T rin id ad ,76 y al parecer grande. Eran entonces las seis de
la m aana, y a la m ism a hora se nos dej ver una arm ada de hasta veinte velas
de varios portes, y echando bandera inglesa me llam aron con una pieza.
Dudando si lleg ara, discurr el que viendo a m i bordo cosas de ingleses
quizs no me creeran la relacin que les diese, sino que presum iran haba yo
m uerto a los dueos de la fragata y que andaba fugitivo por aquellos m ares; y
aunque con turbonada que empez a entrar, juzgando me la enviaba Dios
para m i escape, largu las velas de gavia, y con el aparejo siem pre en la mano
(cosa que no se atrevi a hacer ninguna de las naos inglesas), escap con la
proa ai N orte, cam inando todo aquel da y noche sin m udar derrota.
A l siguien te volv la vuelta del Oeste a proseguir m i cam ino, y a l otro por
la parte del Leste tom El Barbado.77 Estando ya sobre ella se nos acerc una
canoa con seis hombres a reconocernos, y apenas supieron de nosotros ser
25
despus de anochecer di fondo en cuatro brazas y sobre piedras. Fue esto con
slo un anclote, por no haber m s, y con un pedazo de cable de cam o de
hasta diez brazas ajustado a otro de bejuco (y fue el que colchamos en P uliub i)
que tena sesenta; y por ser el anclote (m ejor lo llam ara rezn)83 tan pequeo
que slo podra servir para una ch ata,84 lo ayud con una pieza de artille ra
en talin gad a con un cable de gu am u til de cincuenta brazas. Creca el viento al
peso de la noche y con gran pujanza, y por esto y por las piedras del fondo
poco despus de las cinco de La m aana se rompieron los cables.
Vindom e perdido, m are todo el pao luego al instante por ver si poda
m ontar una punta que tena a la vista, pero era la corriente tan en extrem o
furiosa que no nos dio lu gar ni tiem po para poder orzar; con que arribando
ms y ms y sin resistencia, quedamos varados entre m ucaras en la m ism a
punta. Era tanta la m ar y los golpes que daba el navio tan espantosos que no
slo a m is compaeros, sino aun a m que ansiosam ente deseaba aquel suceso
para salir a tierra, me dej confuso, y ms hallndom e sin lancha para
escaparlos. Quebrbanse las olas no slo en la punta sobre que estbamos sino
en lo que se vea de 1a costa con grandes golpes, y a cada uno de los que a
corespondencia daba el navio, pensbamos que se abra y nos tragaba el
abism o. Considerando ei peligro en la dilacin, haciendo fervorosos actos de
contricin y queriendo m erecerle a Dios su m isericordia sacrificndole m i
vida por la de aquellos pobres, cindom e un cabo delgado para que lo fuesen
largando, me arroj al agua. Quiso concederme su piedad el que llegase a
tierra donde lo hice firm e; y sirviendo de andarivel85 a los que no saban
nadar, convencidos de no ser tan d ifcil el trnsito como se lo pintaba el
m iedo, consegu el que (no sin p eligro manifiesto de ahogarse dos) a ms de
m edia tarde estuviesen salvos.
Vi
Sed, ham bre, enferm edades, m uertes con que fu er o n a trib u la d os en esta
costa ; h a lla n in opin ada m en te g en te ca t lica y saben esta r en tierra fir m e
d e Y ucatn en la S ep ten trion a l A m rica.86
T endra de m bito la pea que term inaba esta p unta como doscientos pasos y
por todas partes la cercaba ei m ar y , aun tal vez por la violencia con que la
hera, se derram aba por toda ella con grande m petu. No tena rbol ni cosa
algu n a a cuyo abrigo pudisem os repararnos contra el viento que soplaba
vehem entsim o y destem plado; pero hacindole a Dios nuestro Seor
repetidas splicas y promesas, y persuadidos a que estbamos en parte donde
jams saldram os, se pas la noche. Persever el viento y , por el consiguiente,
no se soseg el m ar hasta de a ll a tres das; pero, no obstante, despus de
haber am anecido, reconociendo su cercana nos cambiamos a tierra firm e, que
28
VII
P asan a T thosuco, d e a l l a V alladolid, don de ex perim entan m olestias;
lleg a n a M rid a ; vu elve A lonso R am rez a V alladolid, y son a q u lla s
m ayores. C ausa p orq u e vin o a M xico y lo que d e ello resu lta.
sierra los que en ella iban y que, llevndolos al cura de su pueblo para que los
catequizase, como cada da lo haca con otros, le haram os con ello un
estim able obsequio, a que se aada el que, habiendo trado bastim entos para
solos tres, siendo ya nueve los que a ll ya bamos y muchos los das que sin
esperanza de hallar com ida habamos de consum ir para llegar a poblado,
podam os, y aun debam os, valernos de los que sin duda llevaban indios.
Parecim e conforme a razn lo que propona, y a vela y remo les dim os caza.
Eran catorce las personas (sin unos muchachos) que en la canoa iban; y
habiendo hecho poderosa resistencia disparando sobre nosotros lluvias de
flechas, atemorizados de los tiros de escopeta, que aunque eran m uy
continuos y espantosos iban sin balas, porque siendo im piedad m atar a
aquellos pobres sin que nos hubiesen ofendido ni aun levem ente, di rigurosa
orden a los mos de que fuese as. Despus de haberles abordado le hablaron a
Ju a n Gonzlez, que entenda su lengua, y prom etindole un pedazo de m bar
que pesara dos libras y cuanto m az quisisem os del que a ll llevaban, le
pidieron la libertad. Propsome el que si as m e pareca se es concediese, y
desagradndom e el que ms se apeteciese el m bar que la reduccin de
aquellos m iserables gen tiles al grem io de la Iglesia C atlica, como me
insinuaron, no vine en ello. Guardse Ju a n Gonzlez el m bar, y am arradas
las canoas y asegurados los prisioneros, proseguim os nuestra derrota hasta que
atravesada la ensenada, ya casi entrada la noche, saltam os en tierra.
Gastse el d a siguien te en m oler m az y disponer bastim ento para los seis
que dijeron habamos de tardar para pasar el m onte, y echando por delante a
los indios con la provisin, comenzamos a cam inar; a la noche de este da,
queriendo sacar lum bre con m i escopeta, no pensando estar cargada y no
poniendo por esta inadvertencia el cuidado que se deba, salindosem e de las
manos y lastim ndom e el pecho y la cabeza con el no prevenido golpe, se me
q uit el sentido. No volv en m i acuerdo hasta que cerca de medianoche
comenz a caer sobre nosotros tan poderoso aguacero que, inundando el
paraje en que nos alojamos y pasando casi por la cin tura la avenida, que fue
im provisa, perdim os la mayor parte del bastim ento y toda la plvora, menos
la que tena en m i gran iel. Con esta incomodidad y llevndom e cargado los
indios porque no poda moverme, dejndonos a sus dos criados para que nos
guiasen habindose Ju a n Gonzlez adelantado, as para solicitarnos algn
refresco como para noticiar a los indios de los pueblos inm ediatos adonde
habam os de ir, el que no ramos p iratas, como podan pensar, sino hombres
perdidos que bamos a su amparo.
Proseguim os por el m onte nuestro cam ino sin un indio y una india de los
gen tiles que, valindose del aguacero, se nos huyeron; pasamos excesiva
ham bre hasta que, dando en un p latan al, no slo comimos hasta satisfacernos
sino que, provedos de pltanos asados, se pas adelante. N oticiado por Ju an
Gonzlez el beneficiado de Tihosuco (de quien ya dir) de nuestros
infortunios, nos despach al cam ino un m uy buen refresco, y fortalecidos con
l llegam os al d a siguien te a un pueblo de su feligresa que d ista como una
34
legua de la cabecerea y se nombre T iia ,93 donde hallam os gente de parte suya
que, con un regalo de chocolate y com ida esplndida, nos esperaba. A ll nos
detuvim os hasta que llegaron caballos en que montamos y , rodeados de
indios que salan a vernos como cosa rara, llegam os al pueblo de Tihosuco
como a las nueve del da.
Es pueblo no slo grande sino delicioso y ameno; asisten en l muchos
espaoles y entre ellos don M elchor Pacheco,94 a quien acuden los indios
como a su encomendero. La iglesia parroquial se forma de tres naves y est
adornada con excelentes altares,95 y cuida de ella como su cura beneficiado el
licenciado don Cristbal de M uros, a quien jams pagar dignam ente lo que
le debo y para cuya alabanza m e faltan voces. Salinos a recibir con el cario
de padre y, conducindonos a la iglesia, nos ayud a dar a Dios N uestro Seor
las debidas gracias por habernos sacado de la opresin tiran a de los ingleses,
de los peligros en que nos vimos por tantos mares y de los que ltim am ente
toleramos en aquellas costas; y acabada nuestra oracin, acompaados de todo
el pueblo, nos llev a su casa.
En ocho das que a ll estuvim os a m y a Ju a n de Casas nos dio su mesa
abastecida de todo, y desde ella enviaba siem pre sus platos a diferentes
pobres. Acudiseles tam bin, y a proporcin de lo que con nosotros se haca,
no slo a los compaeros sino a los indios gentiles en abundancia. Reparti
stos (despus de haberlos vestido) entre otros que ya tena bautizados de los
de su nacin para catequizarlos, disponindonos para la confesin de que
estuvimos im posibilitados por tanto tiem po, oyndonos con la paciencia y
cario que nunca he visto; conseguim os el da de Santa C atalin a que nos
com ulgase. En el nterin que esto pasaba, notici a los alcaldes de la v illa de
V alladolid (en cuya comarca cae aquel pueblo) de lo sucedido; y dndonos
carta as para ellos como para el guardin de la vicara de T ixcacal,96 que nos
recibi con notable am or, salim os de Tihosuco para la v illa con su
beneplcito. Encontrnos en este pueblo de Tixcacal un sargento que
rem itan los alcaldes para que nos condujese, y en llegando a la v illa y a su
presencia, les di la carta. Eran dos estos alcaldes, como en todas partes se
usan; llm ase el uno don Francisco Z elern,97 hombre a lo que me pareci
poco entrem etido y de m uy buena intencin, y el otro don Ceferino de
C astro.98
No puedo proseguir sin referir un donossimo cuento que aq u pas.
Sabindose, porque yo se lo haba dicho a quien lo preguntaba, ser esclavo
m o el n egrillo Pedro, esperando uno de los que me haban exam inado a que
estuviese solo, llegndose a m y echndome los brazos al cuello, m e dijo as:
Es posible, am igo y querido paisano m o, que os ven m is ojos? jO h,
cuntas veces se m e han anegado en lgrim as al acordarme de vos! Q uin me
dijera que os haba de ver en tanta m iseria! Abrazadme recio, m itad de m i
alm a, y dadle gracias a Dios de que est yo aqu.
35
38
NO TAS
39
Nombre indgena de la isla de Puerto Rico, cuya grafa y etim ologa se ha discutido
mucho. Vase Rubn del Rosario, Consideraciones sobre la lengua en Puerto R ico , 21
conferencias de literatura puertorriquea (San Ju an : Instituto de C ultura Puertorriquea, 1960,
pp. 25-27, y Luis Liorns Torres, A m rica, estudios histricos y filolgicos (San Juan: Ed.
Cordillera, 1967), pp. 154, 179 y 203.
6 Llambase as durante la poca virreinal el m ar Caribe.
7 Antes de reemprender el viaje a Espaa los navegantes se surtan de agua potable en la
isla. Los nombres de los pueblos A guada, A guadilla y Aguas Buenas atestiguan esta
importancia de la isla. Vase Adolfo de Hostos, H istoria d e San J u a n , ciu d a d m urrada (San Juan:
Instituto de C ultura Puertorriquea, 1979), pp. 477-82.
La construccin de las obras de la fortaleza San Felipe del Morro, empezada en 1533, se
termin tal como existe hoy da en 1650. Sobre la historia del fuerte, A. de Hostos H istoria
pp. 177-265.
9 El que trabaja en obras navales.
Vaso de carga; y sirve ordinariam ente en varios parages de Indias, para el transporte de
granos, y otros gneros, D iccionario d e A utoridades, reproduccin de la Editorial Gredos,
M adrid, 1963-1964, que abreviamos A utoridades. P arajo an Corominas la voz es del francs
'hourque', de origen germnico, tal vez del neerlands hulke. D iccionario crtico etim olgico, IV
(M adrid: Gredos, 1971), pp. 651-52.
En 1518 Ju an de G rijaiba visit el pueblo de X alapa, dominado por N ahucaupateptl, o
Cofre de Perote. Se conoca despus de 1720 por el nombre de Xalapa de la Feria, debido ai
gran mercado donde se venda el cargo que haba llegado desde las Filipinas. Actualm ente se
llam a Jalap a de Enrquez. Peter Gerhard, A G uide to the H istorical G eography o f N ew Spain
(Cam bridge: University Press, 1972), pp. 373-78.
12 En el siglo XVII haba para los viajeros una venta en el pueblo de Perote, donde se
fund en 1754 la doctrina San M iguel de Perote, Gerhard, pp. 376-79.
13 Despus de dispersar los tum ultuantes de 1a famosa noche del alboroto de los indios,
don Antonio Desa afirma en su informe, fechado en Mxico el 16 de junio 1692: volv a salir
afuera para procurar por todos medios se atajase el fuego que iba trasminando todo el palacio
para cuya consecucin pas a la casa de la Morada de Cristbal de M edina, maestro mayor de
arquitectura, y habiendo hecho le cargasen por estar im pedido, lo envi y pas a la calle Tacuba
en busca de h erram ientas... A lboroto y m otn, ed. I. A. Leonard, p. 108.
14 H uaxaca, como en otros documentos de la poca.
La provincia de Chiapa tiene ms de 25 pueblos, el principal y cabeza es Chiapa de los
Indios, de donde toma nombre todo el Obispado; es uno de los mejores y mayores de indios,
no slo de la Nueva Espaa, sino de todas las Indias: tiene ms de 10.000 indios vecinos todos
de m ucha polica y razn, son m uy hbiles e ingeniosos, aprenden con facilidad cualquier
oficio que consiste en arte, son m uy acaballerados, corteses y bien criados, y todos los ms son
m uy buenos hombres de a caballo, y as tienen m uy buenos caballos y hacen m uy buenas
fiestas, corren caas y sortija, que pudiera parecer m uy bien en la corte de Su M agestad.
Antonio Vzquez de Espinosa, Compendio y descripcin d e la s Indias O ccidentales, ed. B. Velasco
Bayn (M adrid: A tlas, 1969), p. 144. Cf. Thomas Gage, The E nglish-A m erican; A N ew S urvey
o f the W est Indies, 1648 (London: George R outledge, 1928), pp. 164-67.
16 La provincia y gobernacin de Soconusco es del distrito de este obispado. Est en la
costa del m ar del Sur, frtilsim a de cacao; es de tem ple m uy caliente, todos los aos vienen a
e lla de la Nueva Espaa de Mxico y de la Puebla de los Angeles muchas recuas con harinas y
otras mercaderas, as de la tierra como de Espaa a cargar de cacao. Vzquez, Compendio, p.
17 Desde 1950 se llam a la v illa de T lalixtac de Cabrera. Gerhard, G uide, pp. 29-51.
18 El Ilustre Seor D. Ju an de Poblete, natural de M xico, Cura de Santa C athalina,
Cannigo M agistral por oposicin de Michoacn, y de a li Chantre, Arcediano, y Den de
Mxico, renunci la M itra de la Nueva Segovia, y la del Arzobispado de M anila, tan estudioso
que tena al Maestro de las sentencias en los mrgenes con singulares annotaciones de su letra,
40
ran asistente al Coro, que ms pareca vivir en la Iglesia que en su casa, donde como Religioso
abstinente en el comer, modesto en el vestir, era exemplar en sus virtudes; la renta que tena la
reparta a pobres con tal secreto, que slo l y ei que reciba la limosna lo saban, y as muri
pobre de bienes temporales, y tico de virtudes en 8 de Iuiio de 680 aos. Mandse enterrar en
el Colegio de las Nias, donde espera la resurreccin universal. Tuvo por Hermano al
Ilustrsimo Seor D. M iguel de Poblete, Arzobispo de M anila, a un sobrino D. Joseph M illn,
que le sucedi en el Arzobispado, y a D. Christbal M illn , Prebendado de la Santa Iglesia de
Mxico, su Hermano, y una Matrona Hermana, Doa Mara Poblete, V iuda del Secretario
Juan de Ribera que le asisti muchos aos, y que en su casa sacaba los panecitos de Santa
Theresa milagrosamente en el agua formados, m aravilla que celebr Mxico por singular, y se
declar por tal, cuya relacin es forzosa. Fr. A gustn de Vetancurt, Tratado de la ciudad de
M xico, en Teatro mexicano (Mxico, 1698), p. 19, y & continuacin 1a relacin de ios
panecitos de doa Mara Poblete, de quien era doncella hurfana ia esposa de Alonso
Ramrez.
19 Durante los siglos virreinales los reos fueron condenados a destierro en las Filipinas. En
1598 se quejaba Antonio de Morga de la cantidad de ellos y de su excesiva libertad. Y en otro
informe, fechado el 26 de ab ril, 1827, M anuel Bernaldez Pizarro recomend que dejaran de
mandar crim inales a las islas. Vase E. H . Blair y J . A. Robertson, T he p h ilip p in e Islands,
1493-1898, 55 vols. (Cleveland, Ohio, 1903-1909), vol. 10, p. 9 3 ; vol. 19, p. 143; vol. 51,
p. 211. En ei Archivo General de la Nacin hay una cdula real que perm ite a los virreyes
recoger a ios vagabundos recin llegados a San Ju an de U lloa y mandarlos a las Filipinas.
Reales cdulas 1, folios 39-40. Vase tambin Juan de Palafox y Mendoza, Ideas p oltica s, ed. J .
Rojas Garcidueas (Mxico: Universidad Autnoma, 1946), pp. 148-4920 El galen Santa Rosa lleg a Cavite el da de San Ju an Bautista y volvi a Acapulco ei
ao siguiente bajo en mando del general Antonio Nieto. B lair, P hilippines, vol. 42, pp.
191-213. W illiam L. Schurz dice que ei galen fue renovado en Acapulco en 1766. The
N amla G alleon (New York: Dutton, 1959), pp. 198-99 y pssim .
2! Habiendo regresado a Acapulco en 1683, el virrey le nombr castellano a d nterim de
Acapulco. Se le atribuye la restauracin del castillo y parece que volvi a las Filipinas poco
despus, puesto que fue encargado de resolver una disputa en Macn. B lair, Philippines, vol.
42, 213-14 y 195- En 1697 el viajero Giovanni Gemelli Careri escribi que el sbado 2 (de
febrero) entr a ver ei pequeo castillo, el cual, como no tiene foso ni baluartes, es slo notable
por su buena artillera de bronce, suficiente para defender el puerto de cualquier enem igo.
Viaje a la N ueva Espaa, ed. Francisca Perujo (Mxico: Universidad Nacional, 1976), p. 11.
22 En cuanto a la ciudad de Acapulco, me parece que debiera drsele ms bien el nombre
de hum ilde aldea de pescadores (tan bajas y ruines son sus casas, hechas de madera, barro y
paja) que el engaoso de primer emporio del m ar del Sur y escala de la C h in a... Acapulco
necesita proveerse, en lo que toca a su sostenimiento, en otros lugares; y por ello vivir cuesta
caro, no pudindose gastar menos de un peso de a ocho al da por una buena mesa.- La
habitacin, adems de ser m uy caliente, es fangosa e incmoda. Gemelli Careri, Viaje, pp.
7-8 Segn el cronista Antonio de Robles, la nao de China sali el Viernes Santo, 28 de marzo.
D iario de sucesos notables (1 6 6 5 -1 7 0 3 ), 3 tomos, ed. Antonio Castro Leal (Mxico: Editorial
Porra, 1946), vol. II p. 16. Adems de ser cronista de la poca, Robles fue am igo de
Sigenza y albacea de su testamento.
25 El camino a las Filipinas que describe el autor es el ms acostumbrado del siglo XVII.
Vase el excelente estudio ya citado de W illiam Lytle Schurz, T he M .anila G alleon.
24 En 1521 M agallanes visit las islas de las Velas Latinas, y por el comportamiento de los
naturales, las llam de los Ladrones. Slo en el siglo XVII fueron escala fija en el camino a las
Filipinas. Con la llegada de los jesutas y el primer gobernador, Ju an de Santa Cruz
(1668-1672), la corona tom posesin de las islas, llamndolas islas Marianas por la reina
Mariana de A ustria, viuda de Felipe IV.
25 G uan. Fray Ju an de San Antonio escribi que la isla San Juan Bautista tambin se
llam aba Y guan o G uajan. The P hilippine C hronicles o f F ray San A ntonio, tr. D. Pedro Picornell
(M anila: Casalinda and H istrica! Conservaron Society, 1977), pp. 54-55-
41
H umata. Se cree que fue la ensenada de Umacac donde ech ancia M agallanes en 1521.
Saiiin g along che Southern coast we then carne to che cown o f Umacag where ships anchor for
refreshments. The governor has ahouse here and he comes here wich h is guard to welcome che
Philippm e galleon on es arrival. San Antonio, C hronicle, p. 56.
27 P alapa. El pueblo de Palapag est en la isla de Sam ar, al sur del estrecho de San
Bernardino.
^ara Negar a M anila los galeones tenan que pasar por las islas, entrando por el estrecho
de San Bernardino, que est al norte de la isla Smar, donde se encuentra el cabo del Espritu
Santo.
A arivelez. Est en la entrada de ia baha de M anila, donde se encuentra hoy da
Corregidor.
El puerto de Cavite, dentro de 1a baha, fue fundado por Legazpi.
Nombre dado a los residentes chinos en Filipinas. Sobre el origen, vase B iair
Philippines. vol. 1, p. 39; 3, p. 74; 2 3, pp. 21 9-20, y pssim .
Parin, probablemente de paria del tam ul pareiyan: tenedor de bombo, ya que ste era
uno de ios oficios principales de los p arias. Jos Pedro Machado, D iccionario etim olgico da
n igu a portuguesa (Lisboa: Ed. Confluenia, 1952). Gonzalo Ronquillo de Penaiosa, gobernador
de las Filipinas (1580-1583), hizo construir el Parin, o mercado, para los sangleyes. Para A.
Vzquez de Espinosa, de la otra banda dei ro Passi hay otra Triana, que es un grande y buen
pueblo de ms de 3-000 vecinos, que se llam a Tundo, donde viven ios chinos y sangleyes, en
que se hace esta ciudad muy populosa y abastecida; estos sangleyes son todos los ms oficiales
muy hbiles, curiosos y sutiles en todos oficios, y as ponen tienda dei que les parece que ms
se usa y tiene mejor salida, y dentro de pocos das ponen por d ifcil, que sea de suerte, que son
tan hbiles, que todos cuantos oficios quieren usan con gran primor, como mejor le est como
si toda su vida le hubieran ejercitado en ellos, y as este lugar de estos chinos o sangleyes que
han venido de la gran China por ser cristianos es de mucha importancia para ia ciudad, porque
en el hallan cuanto han m enester. Compendio, pp. 184-85- Vase Ch'en C hing-H o The
C hnese C om m um ty in the Sixteenth C entury P hilippines (Tokyo: Centre for East Asian C ultural
!.es y
-1 y Alberto Santam ara, O. P ., T he Chnese Parian; el Parin de ios sangleyes
en The C hnese in the Philippines, 1 500-1700, I (M anila, 1966), pp. 67-132.
Despus de la destruccin de ios cajones de ropa en la plaza mayor durante el famoso
alboroto de los indios en Mxico en 1692, se construy un mercado para el grem io de los
chinos, es decir ios tratantes de Filipinas. Llamado tambin ei Parin, ei mercado exista hasta
i o/CUa -
saqueado en ei motn de la Acordada y fue derruido por orden de Santa Anna
en 1843- Vase Coleccin de documentos oficiales relativos a la construccin y dem olicin d e l P arin
(Mxico, 1843).
^ En 1639 ia ciudad de Madrs fue fundada por el ingis Francis Day, quien construy la
fortaleza San Jorge en M adraspatam , o Madraspacnam, al norte de Santo Tom y Mylapore.
Para los cristianos de India Madrs es importante por e santuario dei apstol Santo Toms
quien sufri el m artino a manos del rey de Mylapore en 53 de nuestra era. Fray Domine^
Navarrete visito ei monte en 1670 y dej una curiosa descripcin del santuario. The T ravels a n d
Controversias o f F n a r D om ingo N avarrete, ed. J . S. Cum m ins, Vol II (Cam bridge: U niversity
Prc-ss, 1962), pp. 297-302.
y
En el Prlogo ai lector del P araso occidental (1684), Sigenza y Gngora se refiere a la
estancia del mismo santo en tierra americana. Refirindose a sus escritos que quedaban en
m anuscrito, dice: Cosas son estas, y otras sus semejantes que requieren mucho coium en, y as
probablemente morirn conmigo, (pues jams tendr con qu poder im prim irlo debido a mi
gran pobreza). Quiera Dios Nuestro Seor no sea as lo que tengo averiguado de la predicacin
de Santo Tomas Apostol en esta tierra, y de su Christiandad p rim itiv a. Sobre este escrito
vease I. A . Leonard, Sigenza y G ngora, pp. 97-99.
Madras tambin se llam aba antiguam ente C alam ina, como consta en Pedro Sebastin
Cubero en su P eregrinacin y en Giovanni Botero en su R elationi universali.
35 Sincapura, como en otros textos de ia poca.
42
36 Actualmente se llam a D jakarta, cerca del estrecho de Sunda que separa las islas Sumatra
y Java. Desde 1609 tenan los holandeses gobernador en Batavia, y cuando visit la ciudad
Alonso Ramrez ocupaba el cargo ja n Camphuijs.
37 H abitantes de Macasar, pueblo en la isla Clebes.
Sianeses.
59 Sern los habitantes de Bajus o B ugis, pueblo ms importante de Clebes.
40 Como ejemplo de lo difcil de localizar algunos de los nombres que menciona Sigenza,
Blair registra las siguientes formas por Macan: Macao, Macam, Nacan, Macn, Macau,
Machn y Machao. Hay que tener en cuenta tambin que io esencial de esta narracin se lo
cont Alonso Ramrez.
41 Naturales de Tartaria, al norte de China. B lair, philippines, vol. 3, p. 205.
42 El santiaguista Gabriel de Curuzealegui y Arrila, alm irante y regidor de Sevilla, lleg
a M anila ei 24 de agosto de 1684 y sirvi de gobernador hasta su muerte en 1689. Despus de
la muerte de C uruzealegui, sirvi de gobernador a d interim el oidor don Alonso de Abella
Fuertes, hasta tomar posesin el 19 de julio, 1690, otro santiaguista, don Fausto Cruzat y
Gngora, gobernando hasta 1701. Ser el gobernador pariente de Sigenza y Gngora, quien
menciona a Domingo Jirnoza Petris de Crzate y Gngora, m i to en el A lboroto y m otn, ed.
I. A. Leonard, p. 29. Vase tambin Robles, D iario, III, pp. 254, 267 y 271.
4l Provincia al norte de Manila en ia isla de Luzn.
44 Capitanes mencionados en B lair, Philippines, vol. 2 4 , pp. 175-76 y vol. 2 9 , p- 197.
45 La provincia de Pangasinam est en Luzn, al sur de llocos. Panay es otra isla al sur de
Mindoro.
46 Por estos mismos das estaba muy cerca el famoso W illia m Dampier, autor del famoso
Voyage R ound tbe W orld, editado por Sir Albert Gray (London: Argonaut Press, 1927), vase la
pgina 260. Creemos que se trata de un capitn Bell que tambin estaba cerca de las islas por
las mismas fechas, tema que seguimos investigando.
47 Los navegantes holandeses jo ris van Spilberg y Jakob LeMaire pasaron al Atlntico en
1615 sin dar con el estrecho de M agallanes. LeMaire describi la travesa en Oest ende
W est-lndische S piegel (Leyden, 1619), y el estrecho todava lleva su nombre.
4S Los cabos Engao y Boxeador estn en el extremo norte de la isla de Luzn.
49 Caponiz, nombre dado a tres islas en la costa de Zamales en la provincia de Luzn, al
norte de la entrada a la baha de M anila. Vase ei mapa del padre M urillo de Velarde,
reproducido en O d M aps o f the W orld, V (Cleveland: Bloch, 1959).
50 Espacio en la cubierta superior desde el palo mayor hasta el castillo de proa
(D iccionario de la lengua espaola de la Real Academia, publicado por Espasa Calpe,
decimonovena edicin, 1972, que abreviamos en adelante D iccionario).
51 Puhcondon, ser error de im prenta por Pulo Cndor, isla que tambin se llam aba Con
Son en la costa sur de Cochin China, actualm ente el Vietnam . La palabra m alaya 'pulo
significa isla o isleta. B lair. Philippines, vol. 4 , p. 2 0 7 , n. 30. Como otros escritores, Sigenza
escribe 'p uli'.
52 Tambin se escriba Camboja o Camboxa .
53 W illiam Dampier menciona tambin esta costumbre de los pulocndores: They are so
free of their W om en, that they would bring them aboard and offer them co us; and many of
our Men hired them for a sm all M atter. N ew Voyage, p. 268.
54 P uliubi, isla en la baha de Siam , 40 leguas al oeste de Pulocondor, segn Dampier.
N ew Voyage, p. 271.
55 En el texto se lee sianeses, a pesar de haber escrito poco antes el autor Siam .
56 Pual o arm a blanca, de uso en Filipinas, de menor tamao que el cam piln y que
suele tener la hoja de forma serpenteada, D iccionario. Dei malayo pas al portugus y luego al
espaol. Vanse Hobson-Jobson, A . G lossary o f colloq u ia l A nglo-lndian W ords a n d P h ra ses a n d o f
k indred terms (London, 1903), y J . P. Machado, D iccionario, cris.
43
57 Creemos que se refiere T am baran ai grupo de islas Kepulauan Tam belan que estn
entre Borneo y Bintan. La mayor se llam a Tambeln.
58 Ser Sukadana en la costa oeste de Borneo, o B om ey como en otros escritos de la poca.
59 Ser actualm ente Tiomon en la costa de M alasia, al norte de Singapore.
Puede ser error de imprenta por Ior, mencionado por Morga y hoy da es Johore en
ingls. Vase, Antonio de M orga, Sucesos d e las isla s F ilipinas, ed. Jos R izal (Pars, 1890), p.
2. En la Biblioteca L illy de la Universidad de Indiana se conserva el ejem plar de los Sucesos que
perteneca a don Carlos de Sigenza. No hemos podido, sin embargo, averiguar ningn influjo
de M orga en el escrito de Sigenza.
61 En su popular P eregrinacin que h a hecho p o r la m ayor p a rte d el mundo (Zaragoza, 1688),
Pedro Sebastin menciona la isla de Pululaor (p. 239). Creemos que se trata de la isla Aur
(Puloaur o Puliaur) cerca de la de Tiomn.
62 El estrecho de Sunda est entre Java y Sum atra; el de Singapore, enrre Sumatra y
M alasia.
^ Despues de haber comido, y as tam bin en todas las horas del da, acostumbran tener
en la boca cierta hoja verde de una hierba llam ada por ellos buyo, la cual mezclan con un fruto
que llam an bonga, y a estas cosas aaden cal m uerta hecha de conchas m arinas, y m astican todo
junto tragando el jugo y humor que sale de ello, el cual primero es verde y am arguillo, pero
por los efectos que de ella se ven, pues ayuda mucho a la digestin, despierta y conforta los
sentidos de Venus, conserva las encas y los dientes y da un aliento m uy bueno y oloroso. Su
hoja ia produce una planta semejante a la de los frijoles y cultivada precisamente como
aqullos, apoyndola a algn palo o rama o pequeo arbusto, sobre los cuales se va enroscando.
Los espaoles, tanto los hombres como las m ujeres, acostumbran tambin m asticarla y tenerla
siempre en la boca, ya que una vez probada no se pueden luego estar sin ella; yo la masticaba de
buena gana alguna vez, y senta una satisfaccin y fortificacin de estmago, que m e daba
mayor vigor que el que da el vino, en vez dei cual estos indios acostumbran ofrecer en sus
visitas cortsmente a los amigos el dicho buyo. Francesco C arietti, R azonamiento os d e m i via je
a lred ed or d el mundo, edicin y traduccin de Francisca Perujo (Mxico: U niversidad Nacional
Autnoma de M xico, 1976), pp. 93-94. Y j . R izal apunta en su edicin de los Sucesos d e A, de
M orga (p. 206, n. 15, y p. 275) que bonga es el nombre que se da a la areca en F ilipinas, y
buyo llam an al betel, o a la m ixtura que de l se hace.
Nombre dado a la costa de A ustralia. Dam pier, N ew Voyage, pp. 310-16.
65 Hoy da la Repblica M alagasy, la isla de Madagascar fue conocida por Marco Polo,
pero sio en el siglo XVI fue visitada por los navegantes y sobre todo por los piratas. En 1500
Diego Dias la nombr San Lorenzio.
66 Creemos que se trata de la isia Santa Elena. Vase. G. C. K itching, T he Loss and
Recapture of St Helene, 167 3 , en M a rin ers M trror, XXXVI (1950), pp. 58-68.
67 Explica Dampier por qu los navegantes, despus de abandonar Santa Elena, se
acercaban a ia costa del Brasil: Ships m ight shape their course so as to keep on the African
shore, and pass between Cape Verd and Cape Verd Islands; for that seems to be the directest
course to Engiand. But experience often shewes us, that the farthest way about is the nearest
way home, and so it is here. For by strifm g to keep near the African Shore, you meet w ith the
W inds more uncertain, and subject to calm s; whereas in keeping the m idway between Africa
and Am erica, or rather nearer the American Condnent, til! you are North of the Line, you
have a brisk constant g a e . N ew Voyage, p. 366.
68 El que hace veces de sargento en las brigadas de artillera de m arina (D iccionario).
69 Forma espaola del ingls quarterm aster, cabo de mar.
70 Acontecim iento fortuito y desgraciado, que coge sin prevencin (D iccionario).
Lo mismo que 'reflexin', vale consideracin, o segundo reparo que se hace sobre el
asunto o m ateria que se trata o discurre. Sebastin de Covarrubias, Tesoro d e la lengua
ca stellana o espaola, ed. de M artn de R iquer (Barcelona: S. A . H orta, 1943).
Embarcacin de una pieza, ms pequea que la canoa, con el fondo plano y sin q u illa
(D iccionario).
44
73 Los pjaros tabones son ms propios de las Filipinas. En su viaje a las islas el padre
Navarrete los describi as: W h at I an many more admire is, that in being no bigger in Body
than an ordinary Chicken, tho long leg g d , yet it lays an Egg larger than a Goose, so that the
Egg is bigger than the Bird icself; and no Man livin g would judge that the Egg should be
containd w ithin it. J . S. Cummins apunta en su edicin de The T ravels a n d C ontroversia o f
F riar D omingo N avarrete, citando la Enciclopedia B ritnica, que ste es un ejemplo de lo que
pareca fantstico en las narraciones de los viajeros y que, rechazado por muchos, ms tarde se
verific. T ravels, Vol. I (Cam bridge: University Press, 1962), p. 117.
74 H ay unas aves que llam an pjaros bobos, y son menores que gavinas, y tienen los pies
como ios anadones, y psanse en el agua alguna vez, y cuando las naves van a la vety cerca de las
islas, a cincuenta o cien leguas de ellas y estas aves ven los navios, se vienen a ellos, y cansados
de volar, se sientan en las entenas y rboles o gavias de la nao, y son tan bobos y esperan tanto,
que fcilmente ios toman a manos, y de esta causa los navegantes ios llam an pjaros bobos: son
negros, y sobre negro, tienen la cabeza y espaldas de un plum aje pardo oscuro, y no son buenos
de comer, y tienen mucho bulto en ia plum a, a respecto de la poca carne; pero tambin los
marineros se los comen algunas veces. Gonzalo Fernndez de Oviedo, Sum ario de la n a tu ral
historia de la s Indias, ed. Jos M iranda (Mxico: Fondo de C ultura Econmica, 1950), p. 169Vase B iair, Philippines, Vol. 42 , p. 311.
75 Americanismo, cocinas.
76 Para facilitar la lectura, hemos incluido en ei texto los nombres de las isias en el Caribe,
ios cuaies figuran en el margen ia primera edicin. Es posible que e autor descubriera los
nombres despus de haberle entregado el manuscrito al impresor.
77 Actualm ente Barbados, ai noeste de Trinidad.
78 Ocupada por los franceses en 1635. El gobernador de 1677 a 1695 fue Pierre Hencelin.
David P. H enige, C olonial G overnors fro m the F ifteenth C entury to th e Present (Madison:
University of W isconsin Press, 1970), p. 31.
79 Ei que por el conocimiento del lugar en que navega d irije a ojo 1 rumbo de las
embarcaciones (D iccionario).
8(> Poner en movimiento una embarcacin en ei mar; gobernara o d irigira (D icciona
rio).
81 Ei domingo, 19 de agosto, 1498, Coln visit estas islas, llamndolas Madama Beata y
Alto Velo, actualm ente Beata y A lta Vela. Faralln o islote muy alto, cerca de la costa
septentrional de ia isla Espaola, que se descubre a mucha distancia entre la punta de ia Beata
y ia isia de V aca. Antonio de Alcedo, D iccionario geogr fico de las Indias O ccidentales o Amrica,
ed. Ciraco Prez-Bustamante (M adrid: Atlas, 1967), p. 44.
82 Ocupada por los ingleses, Jam aica fue, como Madagascar, muy frecuentada por los
bucaneros. Desde 1655 ya tena gobernador ingls.
85 A ncia pequea, de cuatro uas y sin cepo, que sirve para embarcaciones menores
(D iccionario).
84 Tam bin se ilam a 'chalana', embarcacin menor, de fondo plano, proa aguda y popa
cuadrada que sirve para transportes en parajes de poco fondo (D iccionario).
85 Cabo que va del rbol mayor al trinquete, cuerda colocada en diferentes sitios dei
buque, a manera de pasamano o maroma tendida entre las dos orillas de un ro, m ediante la
cual pueden palmearse embarcaciones menores (D iccionario). A qu, una cuerda entre el barco
y la tierra.
86 Imposible es precisar dnde Alonso Ramrez y ios suyos llegaron a tierra firme. Dadas
ias descripciones que nos ofrece la narracin, debiera ser la playa ai norte de la baha de ia
Ascencin, o tai vez ia de Chetum al, entre Yucarn y Beiice.
87 Americanismo, lo mismo que luz encendida o fuego y se usa generalmente en toda
A m rica. Alcedo, D iccionario. IV, p. 282. Vase, Francisco Santam ara, D iccionario de
am ericanism os (Mxico: Robredo, 1942).
88 Ave de Mxico del tamao de una gallin a. Cuando est volando grita desaforadamente,
y de ah le viene el nombre.
45
46
47
TROFEO ^
D E L A JVSTICIA ESPAOLA
EN E L . C A S T I G O
E SC R I B E L O
C s H r t ir o p ^ C
lo s H c d c r c j de 1* V iw d c R < m i r a
T R O F E O DE L A JU S T IC IA E SP A O L A
E N EL C A ST IG O DE L A A L E V O SIA F R A N C E S A 1
I
D esde q u tiem po asisten fra n ceses en la A m rica, lo q u e en ella ocupan,
con esp ecia lid a d en la isla E spaola y ca stigo q u e t a l vez p o r esto se les h a
hecho.
Y a llegan hasta la A m rica las centellas de los incendios m arciales con que se
abrasa Europa, pero si all se desempean las catlicas arm as, como ac se ha
hecho, slo ser el arrepentim iento y pesar lo que se inferir de sus violentas
resoluciones el cristiansim o rey de Francia.2 A ll, aunque sean aparentes y
m al fundados, de necesidad ha de haber prestado motivos para el rom pim ien
to, pero para hacer lo propio en las Indias ni aun aqullos tiene, pues, cuanto
en ellas ocupan sus vasallos slo es a ttu lo de la sinrazn y violencia con que,
como siempre lo hacen, roban lo ajeno. A delantarle los lm ites a su im perio
sin ms ju sticia que la que aseguran las armas es m xim a de aquella corona,
porque se lee entre las que escribi M aquiavelo;3 y como al ejem plar de las
cabezas supremas ordena el vulgo sus procederes, monstruoso, fuera en la
nacin francesa no hacer lo propio, pero as lo hacen.
Dndose por desentendido el cristiansim o rey Francisco I de estar en
posesin de toda la A m rica por donacin pontificia el invirtsim o Emperador
Carlos V , sin ms motivo que em ular sus glorias envi el ao de m il
quinientos treinta y cuatro a que registrase las costas ms septentrionales de
este Nuevo M undo a Jacques C artier,4 el cual, sin hacer cosa memorable,
repiti tres veces el viaje; hasta que el ao de m il quinientos cuarenta se le
encomend a monsieur de Roberval, y parecindole mucho haber entrado por
el gran ro de San Lorenzo o de Canad y levantando dos casas que, aunque se
fabricaron de cuatro palos, se las vendieron a su rey como dos castillos con las
inscripciones de Charlesbourgh R oyal y France R oi, se volvieron a Francia.
R epiti la m ism a d iligen cia el ao de m il quinientos noventa y ocho el
marqus de la Roche con igu al fruto, y otro tanto el ao de m il seiscientos
51
II
No pretendo hacer historia de cuantos malos sucesos han tenido los franceses
en esta A m rica, porque aun para referirlos en com pendio se necesitaba de un
libro. Asunto es, y m uy lleno, para ms bien cortada p lu m a que la que a m
me sirve; y porque al que en l se atareare no le hagan falta las verdaderas
53
III
IV
D eterm nase h a cer gu erra a los fra n ceses poblados en e l G u a rico p o r m a r y
tie rr a ; g en te q u e p a r a ello reclu ta y los cabos que se nom bran p a r a su
gobierno.
Puso treguas al coraje con que se hallaban todos la resolucin que se tom de
formar la ju n ta de guerra que expresa el orden. Citse para ella al maestre de
campo don Pedro M orel de Santa Cruz, que lo es del tercio de la gente de
Santiago, V ega y C o tu y,22 al sargento mayor Antonio Picardo V inuesa, que
ha gobernado las armas de aquella frontera por largo tiem po, y a los capitanes
de los restantes lugares de la isla. Y para que en el nterin que llegasen se
asegurase la A rm ada, se resolvi entrasen los bajeles dentro del puerto. Fue
para ello forzoso se alijasen, especialm ente la capitana, de donde se sac toda
la a rtille ra , lastre, aguada, bastim entos, m uniciones, vergas, m asteleros y
an hasta las cajas de la gente de mar y de los soldados.
Fue uno solo el voto de los capitanes de m ar y de tierra, y su contenido:
no deber perderse la ocasin que el excelentsim o seor virrey de la Nueva
Espaa les ofreca, pues era la m ism a a que anhelaban todos, y que siendo
ind u bitable regla de la prudencia no perder tiem po en funciones m ilitares
donde en la d ilacin, si le falta el arte, se experim enta el p eligro, no
pudiendo estar en m ejor postura las cosas que en la presente, as por hallarse
fatigados los franceses de las costas inm ediatas con la v igilan cia en que los
ponan nuestros lanceros, en cuyas manos haban dejado la vida muchos de los
suyos, a que se aada no poder ser socorridos ni de las islas de Barlovento que
posean por haberlos desbaratado en ellas la arm ada inglesa no mucho antes,
ni la de N ueva Francia por m uy remota, ni de la an tigu a por las guerras con
que estaba embarazado el cristiansim o rey con toda la Europa. Deba
59
V
Sucesos d e la A rm ada desde q u e sa le d e l p u erto d e S anto D om ingo h a sta
lle g a r a la b a h a d e l M a n z a n illo; lo que a l l d eterm in a n los gen era les d e
m a r y tierra y lo q u e p o r n oticia d e nuestras operaciones ten a n dispuesto
los fra n ceses.
VI
P revenciones espiritu ales y m ilita res q u e en la ciu d a d d e S anto D om in go y
en e l ejrcito se h acen a n tes d e la b a ta lla .
mucho alcance sino tam bin pistolas para recibir a nuestros lanceros si los
avanzasen.
De todo esto se dio noticia al general don Francisco de Segura luego al
instante, y considerando el maestre de campo don Pedro M orel era sujetar a
dos fuegos a nuestra gente entrar en 1a batalla con siete filas de fondo y ciento
veinte y siete de frente, como se hallaba, reformando esta plan ta del
escuadrn con indecible d iligen cia y sum a pericia le dio a aqulla doscientas
veinte y dos, y a su fondo cuatro, de las cuales era slo la de la vanguardia de
mosqueteros y las tres restantes de cuerpo y retaguardia de hombres de
lanzas. Diose el cuerno derecho a las compaas de Santiago y el izquierdo a
los de Azua y otros lugares; y quedaron volantes las tropas de norte y sur con
orden de q ue, en dndolo a los lanceros de acom eter, rompiesen ellas los
costados al enem igo y que con vigilan cia estuviesen prontas en el nterin al
m ayor p eligro. En el cuerpo de la batalla estaba un lienzo con la im agen
sagrada de nuestra Seora de la M erced, y a ll la persona del general y
estandarte real, y la del maestre de campo, y los capitanes se pasaron a hacer
frente a los mosqueteros para anim arlos.
Prosiguise la m archa con este orden hasta avistar a los enem igos, y se
hizo alto. Ocasionlo el querer cum plir exactam ente el general don Francisco
de Segura con las obligaciones de capitn, reconociendo el regocijo con que
estn todos. Segura tenemos la victoria (les d ijo ), porque la razn nos
asiste, pero sta no basta si el valor no sobra. Del que en otras ocasiones ha
fortalecido vuestros brazos tengo noticia, y en sta estoy cierto que para glo ria
m a m e lo m ostrar la experiencia. Qu puedo decir para irritaros y
asegurarla que no sea menos que los motivos que aq u nos tienen, y que
ninguno ignora? A ll estn! M iradlos bien, y haced refleja, generossim os
espaoles, a que son franceses, y franceses cuyos desafueros, no cabiendo en la
lib ertad de sus patrias, embarazan la vuestra para inficionarla con ellos. A ll
estn!, los que sin ms pretexto que el de ladrones ocupan las posesiones de
vuestros progenitores en esta isla; los que roban vuestras haciendas y os tienen
pobres; los que a la nobilsim a ciudad de Santiago pusieron fuego; los que en
ella muchos hijos, hermanos o padres vuestros, siendo dignsim os de larga
vida, les aceleraron la m uerte. A ll estn! Y a ll los tenis para levantar con
sus cadveres en este campo el trofeo en que, por el castigo de sus procederes
im pos, se perpetuar vuestra fama en las futuras edades.
AI aplauso con que con una voz respondieron todos, el que asegurndose
de la victoria adm itiese los plcemes que le daban de ella, parecindoles
preciso para que as fuese recabarla antes de Dios con corazn puro y hum ildes
ruegos, se sigui el que, postrndose en tierra y haciendo un fervorossimo
acto de contricin, recibiesen de los capellanes del ejrcito la absolucin de la
bula; y persuadidos a que con esto tenan ya a la ju sticia d ivin a por au xiliar,
tendidas las banderas y al agradable estruendo de las cajas y los clarines, sin
perder la disposicin y orden con que se hallaban, se pusieron a tiro de
m osquete del enem igo.
65
VII
D ase la b a ta lla ; con sigu en los nuestros la victoria p o r e l esfuerzo y
resolucin d e los lan ceros, p ersonas q u e en ella m ueren d e u n a y otra p a rte.
menores cabos. A l ejem plo del general asistieron a su curacin con cariosa
piedad todos los capitanes, y siendo la sed (por la conmocin de la clera, por
la falta de la sangre, por la hora del da) de lo que m s se quejaban, ellos
propios la condujeron de una lagun a que estaba cerca para tem plrsela.
Im iten esta accin y otras equivalentes ios que quisieren que im iten los suyos
en el esfuerzo y proceder a los que as pelearon, y pelearn as.
Entretanto que en esto y en darles sepultura a nuestros difuntos se pas
alg n tiem po, se supo que en una sabanera no m uy distan te, a solicitud del
sargento mayor del Guarico (al cual, y no s si tam bin a otro solo cap itn , se
le prorrog la vida por alg n rato) algunas tropas de los que vagaban por el
m onte se haba rehecho. A cudi con los pocos hombres de solas tres
com paas a aquel paraje el m aestre de campo general don Pedro Morel (para
qu era ms gente donde l estaba?) y a solas dos cargas que se les dieron,
tem iendo el avance de los lanceros con prdida de algunos, se desaparecieron
de a ll. En estas cosas se acab el d a, y en el m ism o lu gar de la b atalla con las
rondas y centinelas necesarias se pas la noche.
El modo con que aquel capitn francs, de quien d ije se le escap la
m uerte, sucedi as. A la prim era carga del enem igo le quebraron una pierna
a uno de los lanceros; y reconociendo no podra avanzar por esta causa cuando
lo hiciesen todos, acercndose y m ontando como su valor le dict en un
caballo q ue, para ocupar su lu gar en la vanguardia, dej un capitn nuestro a
su lib ertad , l fue el prim ero que, rompiendo con m uerte de cuantos le
servan de estorbo el escuadrn enem igo al revolver para asegundarlo
tirndole m anupuesto desde la ceja del m onte, tuvo con su m uerte nueva
lib ertad el caballo. Y apoderndose de l, el capitn francs asegur la vida.
No mostr menos valor el sargento de una com paa de lanzas, M elchor
de Chaves, que con siete balas en el cuerpo mat diez hombres; quizs por
em ular en el nmero y en el esfuerzo a otro que, parecindole a su capitn, no
acom eta con el ardor y d iligen cia de los restantes; y dicindole por esto se
diese prisa, respondi que para diez que haba de m atar le sobraba tiem po. Y
procurando estar siempre a vista del capitn, habiendo llenado el nmero que
apuntaba en el asta con la sangre de los que caan, clavando la lanza en tierra
(no era ste su lu g ar, sino el ms preem inente en el glorioso tem plo de la
fam a), volvindose a su capitn, le dijo con gran sosiego: No m ato ms.
Quedaron los nuestros por prem io, aunque corto, de su valor con muchas
escopetas bocaneras y mayor nmero de pistolas, con espadines curiosos y
sem ejantes arm as, con cantidad de m uniciones y con los vestidos de que
despojaron a los cadveres, pero casi de ningn uso por los golpes de lanza
con que m urieron sus dueos. H allse en un bolsillo de m onsieur Coussy el
orden que aquella m aana intim a los suyos, y se reduca a: que los salvajes
(as nombran a los lanceros) no se concediese cuartel, sino a los mosqueteros si
lo pidiesen; y que en todo caso procurasen haber a las manos y vivo al general
de los espaoles.
68
VIII
A podrase la A rm ada d e la p obla cion d e l G u a rico; s a le a tierra u n trozo
d e lanceros y mosqueteros p a ra en gro sa r e l ejrcito ; sucesos d e su m archa
h a sta lle g a r a T rusalm ortn.
Interin que esto suceda en tierra, levantse la A rm ada con el terral. Y yendo
por delante con la infantera de su tercio y las trescientas lanzas, las
embarcaciones pequeas, que eran el barco habanero, el bergantn fletado San
Jos con el capitn de m ar don Jos de A ram buru, el patache Santo Cristo de
San Rom n3 con el capitn de m ar don Toms de Torres, la fragata
Concepcin, a cargo del capitn de m ar y guerra don Francisco Lpez de
G am arra, la fragata San Nicols con su capitn de m ar y guerra don Andrs
de A rrila y consecutivam ente la alm iran ta y capitana. A la m ism a hora que
se oan las cargas de los que peleaban en tierra, se comenz a com batir el
Guarico; y fue tal la violencia y repeticin con que esto se hizo que, aunque
estaban atrincherados los enem igos, desamparando sus casas y sus defensas, se
retiraron a los bosques y a las colinas.
No fue sola la artille ra la que caus esta fuga, sino la resolucin con que,
con el agua a la cin ta y a tiro de pistola de las prim eras casas, salieron a tierra
los lanceros y mosqueteros; y hallando el lugar sin opositores, se apoderaron
de l. Y despus que con algunas m angas de m osquetera se tomaron las
venidas que podan hacer para su recobro ios que haban huido y se reconoci
por todas partes estar seguro, se pusieron en orden para la m archa los
doscientos mosqueteros de la A rm ada y los trescientos lanceros. Iban
distribuidos stos en cinco compaas a cargo de los capitanes don Antonio
del C astillo , don Francisco de O rtega, don Diego de Irigoyen, Bartolom de
los Reyes y Alonso Hernndez, y los mosqueteros en tres, que gobernaban los
capitanes don Jos M rquez Caldern, don Alonso R am rez y Ju a n G m ez.35
El capitn com andante don Jos M rquez que, con ttu lo del general don
Jacin to Lope G ijn, haca oficio de sargento m ayor; llev la vanguardia y la
b atalla el sargento m ayor don Jos de Pia; y con veinte y cinco batidores por
delante para que reconociesen las emboscadas se principi la m archa, y sin
accidente alguno se continu hasta la noche que en una colina em inente y
fuerte y con las rondas y centinelas que se juzgaron precisas se pas, y muy
m al, porque tocaron cuatro armas los franceses en el discurso de ella, pero a
su costa porque se hallaron muertos algunos en la circunvalacin de la colina a
ia m aana siguiente. Y con el m ism o orden que el antecedente d a, se pas
adelante.
Hacase esta m archa por el lu gar de la P etitan sa,36 y en su cercana se
mataron y aprisionaron muchos franceses. Spose de uno de ellos haba una
emboscada de trescientos hombres en la pasada de un rio, dispuesta para
acom eter al general don Francisco de Segura cuando viniese ai G uarico; y
tam bin se supo estaban ignorantes de io que la m aana antecedente sucedi
69
en l. Marchse sin alboroto y con gran cuidado, fue tanto el pavor de que,
sin tener enem igos a las espaldas, les acom etiesen por ellas que, quedando
m uchsim os m uertos a las prim eras cargas huyeron los dem s por aquellos
bosques sin saber de quin.
La incom odidad que se experim ent en esta m archa fue m u y notable.
Esguazronse tres ros con el agua a la cin tura, y a los pantanos y atolladeros
Ies falt nm ero, quedndose en ellos las m edias y zapatos de casi todos; y no
habindoseles ofrecido prevencin de bastim entos al com enzarla por la
presteza con que se hizo, se pasaron cuarenta horas sin sustento y aun sin
bebida, porque dndose orden que no se detuviesen a beber por no perder el
concierto con que se iba, aunque se vadearon los tres ros e innum erables
arroyos, ms quisieron pelear con la sed (enem igo fuerte) que dar ocasin a
alg n suceso con el desorden. Observse tam bin para el m ejor m anejo de las
armas el que nadie se embarazase con p illa je alguno por estim able que fuese,
y generalm ente se atendi a las m ujeres con gran decoro y a las iglesias y
sacerdotes con reverencia sum a.
Cerca de la poblacin de P etitansa, acompaado de una gran chusm a de
muchachos y m ujeres, sali un religioso capuchino, natural de Irlan d a,37 y
trayendo en la mano un pauelo blanco con palabras que apenas articulaba
por el tem or, pidi buen cuartel para s y para aquellos inocentes, el cual
tam bin solicitaban ellos con alaridos y lgrim as. Fue recibido de los nuestros
no slo con alegra, pero con aprecio y consiguientem ente con sum isin y
respeto. H aba sido prisionero de los ingleses que invadieron la isla de San
C ristbal, y parecindoles por catlicos y sacerdote pesada carga, lo haban
echado no mucho antes a aquellas costas. No le haban hecho los franceses
buena acogida, porque abom inando las disoluciones con que a ll vivan , les
persuada la reforma de las costum bres, y aun les previno el castigo que
despus lloraron.
Pagado del agasajo que se le hizo, dio noticia de estar inm ediata a la
poblacin de T rusalm orn una casa fuerte donde estaba una pieza de artille ra
que an le duraba, llam blicos y se hall cuando vinieron a nuestras manos
que eran granadas. Dijo tam bin ser aqul el lu gar que haban elegido (por su
fortaleza) para que les sirviese de abrigo en la retirada, si el ejrcito del
general don Francisco de Segura (de que slo supieron) los derrotase. Aadi
que en ella se hallaban y a muchos franceses para defenderla, y que por
instantes, con lo que se venan de todas partes a su seguro, creca el nm ero,
y sera d ifcil el avanzarla si se dilatase el hacerlo.
Por evitar el que fuese as se aceler la marcha, y como a la una hora del
d a se dio con ella, hallse como el buen religioso la haba descrito. Y
doblndose nuestra gen te (a disposicin del capitn com andante don Jos
M rquez Caldern) como pareci necesario, se comenz a com batir con la
m osquetera. Era cierto el grande nm ero de franceses que estaban dentro, y
siendo por esto su defensa algo porfiada con ocasin de haberse empeado
70
IX
A presa la A rm ada dos bajeles que ven a n d e F ran cia p a r a a n d a r a l corso
y a lg u n a s otras em barcaciones que a l l llega ron .
Todo esto sucedi el lunes, veinte y dos de enero, a los que m archaron por
tierra, y no fue menos feliz a los que estaban a bordo; porque vindose a las
prim eras horas de la m aana dos navios de m ar en fuera y reconocindose que,
sin hacer caso de ios que estaban surtos, esperaban ia virazn para entrar al
puerto por asegurar el que as lo hiciesen, mand el general se quitasen las
espaolas y se pusiesen banderas francesas y gallardetes. Y sacando para su
capitana la gente dei barco y bergantn de Santo Dom ingo y de la fragata
Concepcin, dio orden a los bajeles restantes de que atendiesen a sus
m ovim ientos y la siguiesen. Para que m ejor se lograse lo que se quera, con la
71
in teligen cia y providencia con que el alm irante don Antonio de A stina
procede en todo, mand tender una espa sobre la canal del puerto desde su
alm iran ta, y se esper el suceso.
Vino el viento de que necesitaban. Y despus de estar ya dentro y para dar
fondo reconociendo su engao, volvieron a izar las velas, y dando las popas a
la A rm ada para recib ir.m en os dao, se pusieron en fuga. Intentaron el
conseguirla, yendo al oessudueste con el nordeste para pasar por entre un bajo
que est en m edio de la baha y el m anglar de la costa y , virando por ei
barlovento de ste, tom ar la canal y salir del puerto; pero ai instante que
comenzaron a izar sus velas, restituyendo la A rm ada las banderas espaolas a
sus lugares, comenz a jugar la artille ra contra los dos navios. Salironse del
alcance de las balas a breve rato, y largando entonces los cables por la mano la
capitana, marearon38 San N icols y el patache en su seguim iento; pero por
escasear el viento y por no varar, se dio fondo entre el m anglar y el bajo, y de
a ll los volvieron a caonear.
A l m ism o tiem po se haba jalado la alm iranta sobre la espa que tendi
desde la boca del puerto para em barazar su canal, y vindose sitiados por
todas partes sin haber disparado ni un solo tiro, faltos de consejo y mucho
m s de valor, vararon en el m an glar que tenan por la proa; y arrojndose al
agua algunos y valindose otros de las lanchas, salieron a tierra y los dejaron
libres. No por esto lo quedaron casi todos de la m uerte a que a ll los traa su
destino, porque habindose odo el estruendo de la artille ra en T rusalm orn,
donde estaba ya alojado nuestro ejrcito y de donde ya haba salido para el
G uarico el sargento m ayor don Antonio de V erois, juzgando el general don
Francisco de Segura estaba peleando nuestra A rm ada y que le hara falta la
gente que tena en tierra, despach algunas com paas a su socorro; y cayendo
en manos de sus lanceros los que huan para T rusalm orn, la Petitanza y el
L im onal, exceptuando algunos que por rodeos y bosques llegaron a Porto Pe,
perecieron todos.
No slo se le dio buen cuartel a un sacerdote clrigo irlands que,
m ostrando la corona, lo peda a voces, sino a los que por estar al abrigo de su
sombra se les deba; y como vio que, hincndose de rodillas aquellos
esforzadsimos espaoles ai reconocer su estado, le besaban las manos con
reverencia, Cmo no habis de vencer? (les dijo), si excede vuestra piedad
-a vuestro valor en lo que hacis conm igo. Hacedlo as siem pre con los
ungidos de Dios, y correr por cuenta de Dios el que hagis siem pre con
vuestros enem igos lo que hacis ahora. A unque no lo supiera de boca de los
que habis destrozado, bien reconozco sois espaoles, porque vuestras
acciones religiosas lo m anifiestan. Dios os lo pague; Dios os prospere. Dios a
corespondencia de vuestra generosidad os aum ente triunfos. Desterrndose
este sacerdote de su patria por no verla arruinada con las hostilidades con que
en ella perseguan ios ingleses al serensim o Jacobo, su rey legtim o , se pas a
Francia; y a ll, para tener qu com er, se acomod en uno de estos navios por
72
X
D aos q u e d e este suceso se les sigu ieron a los fra n ceses y con ven ien cia s que
d e l resu ltarn a los espaoles.
Cuanto hasta aqu se ha dicho ms parece que se debi a la prim era que a las
segundas causas, porque aunque stas hicieron en trm inos hbiles lo que
73
XI
R azones q u e hubo p a r a que, sin p a s a r a la s p obla ciones d e P orto P e, se
vo lviese e l ejrcito a la ciu d a d d e S anto D om ingo y la A rm ada a l p u erto
d e S an J u a n d e Jl a .
San N icols el palo m ayor; la T riunfante y Santo Tom s, coft la varada que
hicieron en el m an glar, daban casi quinientos sunchazos en una am polleta y
se iban a pique.
Estos desvos y la consideracin de la ninguna conveniencia que haba en
Santo D om ingo para carenar y para bastim entarse (pues, para hacerse de
cuarenta y cuatro das se haban gastado en su puerto cuarenta y seis), oblig
a q ue, con parecer de los pilotos y capitanes mandndole hiciese farol y
echando por proa a la fragata San N icols, se tirase la vuelta del puerto de
C uba, donde se entr a diez y seis de febrero.
No se hall palo m ayor ni aun unos chapuces para rem ediar este b ajel, y
slo se hizo una rueca de tablones de caoba desde encim a de los baos hasta el
tam borete con sus reatas. A la T riunfante y Santo Toms no se Ies pudo dar
rem edio (por entonces) porque, aunque se les pas toda la artille ra de proa a
popa y se Ies cubrieron las costuras de los batidores calafetendolas de frm e y
em plom ndolas, nada sirvi, porque hacan el agua m uy baja por su varada;
pero, no obstante, son m uy ligero s, nuevos y de lindo glib o , y rem ediados
(ya lo estn cuando esto se escribe), servirn en la A rm ada de m uy til, y
ahorraron lo que haban de costar otros para su refuerzo.
Hzose segunda ju n ta en aquel puerto, y reconocindose absoluta
im p o sib ilidad para volver a Santo D om ingo, se determ in la recogida a la
Vera Cruz. Salise de a ll a veinte y dos de febrero, y habiendo corrido la
costa hasta Cabo de Cruz y avistado los Caim anes45 por la banda del norte,
que es donde surgen los que a ll llegan , pasando a buscar la sonda de Cabo de
C orrientes, se recal con las que a ll se hallaron a Punta de Piedras; de ella al
surgidero de Cam peche, donde se lleg a tres de m ayo; de a ll sin noticia de
enem igos se lev toda la A rm ada a cinco; y sbado, diez, a las cuatro de la
tarde con los cinco bajeles con que de a ll sali y los apresados (menos el
pin ge que se qued en Santo D om ingo) se amarr en la fuerza de San Ju a n
de U l a, y a las dos de la tarde del d a m ircoles, que se contaron catorce, se
supo en M xico.44
Sin p erm itir se leyese m s carta que la del general don Jacin to Lope Gijn
en que le relacionaba el suceso, paso su excelencia al santuario de nuestra
Seora de G uadalupe a darle a Dios en l, como en lu g ar de su com placencia y
agrado, no cuantas gracias se deban por ello , que eran m uchas, sino las que
su devocin le d ictara en el largo rato que a ll se estuvo. R epiti las m ism as
con inm ediacin en la cap illa que en la m agnfica iglesia de Santo Dom ingo
de M xico erigi a toda costa a la im agen de Atocha su excelentsim a
consorte, y difundindose a la m ism a hora por el grande m bito de esta corte
y por lo dilatado de sus provincias tan estim able noticia, dio asunto por
muchos das a ponderaciones y aplausos.45
78
XII
Sucesos fa ta le s d e m onsieur d e La S a lle en e l la g o d e S an B ern a rd o, y
felicsim o s p rin cip ios con que p a ra p o b la r la C arolin a -se ha cen a lg u n a s
en tra d a s a la p ro vin cia d e los t e ja s .^
A sunto darn siem pre para crecidos volmenes las felicidades que durante el
gobierno del excelentsim o seor virrey, conde de G alve, ha experim entado
hasta ahora la N ueva Espaa, aun a quien hiciera empeo de referirlas en un
compendio. Y aunque quizs me servirn de tarea en otra ocasin, si no se
preocupa m ejor p lu m a en tan heroica em presa, quiero en el nterin apuntar
aq u , como en apndice breve, en otros tantos sucesos una o dos de ellas, no
absolutam ente ajenos de lo que he escrito o por haber sido franceses los que
los m otivaron, o porque las catlicas armas am ericanas los consiguieron o
porque se le debi a la vigilan te providencia de este excelentsim o prncipe el
conseguirlos.
Crey el rey cristiansim o a monsieur de La S alle,47 natural de Normand a en la Francia, el que, habiendo navegado al sudueste de la Francia Nueva
por el gran ro de San Lorenzo el largo trecho de quinientas leguas, descubri
una provincia riqusim a y frtilsim a que in titu l la Luisiana, por donde, y
con inm ediacin a uno de los grandes lagos que hace aquel ro, corra otro a
desembocar en el Seno Mexicano con ms de una legua de distancia de o rilla a
o rilla; y para que por ste volviese a aquella provincia y , haciendo pie en ella
se fortificase (convoyado de un navio de guerra, con cuarenta y dos piezas y
trescientos hombres, que se llam aba la C h o li,48 una urca a que se agreg una
fragata y un queche,49 que coste su rey con cuanto en ellos iba) entr por
entre cabos el ao de m il seiscientos ochenta y cuatro.
Con varios sucesos (fatales todos) propasndose del ro que buscaba y que
nombr C o lb ert,50 lleg al lado de San Bernardo en el ancn que hacen las
costas de la Florida y de la N ueva Espaa, donde, desamparado del convoy
por persuadirse m onsieur Beauvieu, su capitn, haba sido supuesta y
fantstica su relacin, perdi la urca que se llam Le M ab le.51 R egistr el
lago y sus ros como m ejor pudo, y saliendo a tierra despus de algunos
choques con los indios caocoses que la ocupaban, comenz a poblar un lugar
que llam San Luis. Y dejando por gobernador a m onsieur Jo u te lle ,52
acompaado de un clrigo hermano suyo, llam ado C hevalier, de monsieur
D ieu (quien lo ayud con dineros para esta em presa), y de otros quince, tir
al rum bo del nordeste para buscar el ro; pero im pedido de esteros, pantanos
y espesos m ontes, despus de seis meses se volvi a los suyos.
Y a se haba perdido la fragata que le quedaba cuando lleg a San L uis, y
aconsejndose por esto desde entonces, con la desesperacin tir para el norte
el ao de m il seiscientos ochenta y cinco, usando antes y en el cam ino con los
suyos escandalosas crueldades. No fue la menor entre ellas desam parar a los
que no podan seguirle, necesitndolos a que se m atasen unos a otros para
79
m atar su ham bre, y fue uno de stos m onsieur B io rella,53 capitn del rey.
Lleg a la poblacin de los asineis, que llam am os tejas (y es lo m ism o que
am igos o cam aradas); pas a la de ios nasoonites; y no hallando lo que
buscaba, volvi a la suya de San L uis, donde arcabuce a algunos, cort las
orejas y marc otros, y pas casi a todos por la baqueta sin que tres religiosos
recoletos que llev consigo, y eran los padres Anastasio, Jenoble y M xim o,
ni su hermano el clrigo C hevelier, ni C hesdeville, que era del m ism o estado,
le pudiesen ir a la mano en tanto destrozo.
Porfi a tercer viaje en la prim avera del ao de m il seiscientos ochenta y
seis, dejando por gobernador a m onsieur B arbier, canadiense; pero a pocas
jornadas, despus de haber m uerto un cirujano, que se llam aba Liotto, a su
teniente m onsieur M orange, a un lacayo suyo A sag y a un indio xahuan de
los de la Luisiana, le q uit tam bin la vida a traicin a m onsieur de La Salle el
m ercader D ieu con una escopeta.54 A ste priv de ella poco despus un
m arinero, R eutre, y con el cirujano Liotto hizo lo propio H iem s, tam bin
m arinero, de nacin inglesa. A estas im piedades, que ms son para
abom inadas que para odas, correspondieron las que con los franceses de la
poblacin de San Luis hicieron despus ios indios de las naciones caocosi,
toh y xan n a,55 acometindolos sobre seguro y m atndolos indefensos por
slo robarlos.
De esta venida de m onsieur La Salle al Seno M exicano se tuvo algun a
n oticia, gobernando el excelentsim o seor marqus de la Laguna esta N ueva
Espaa. Y aunque por orden suyo se registraron sus costas y se llev por tierra
en dos viajes hasta Ro Bravo, no se logr el trabajo hasta que, con ocasin de
asistir en la m isin de la C aldera, confines de la provincia de C uah uila, el
reverendo padre fray D am in M assanet,56 religioso de San Francisco (a cuya
solicitud y d iligen cia se debe todo), supo de un indio de nacin quem s y otro
nombrado Ju a n de nacin pacpul haba una poblacin de hombres blancos a
o rillas del m ar y a distancia larga y que de ellos se hallaba uno en la sierra de
Axatson a sesenta leguas de a ll. N otici de esto dicho religioso al capitn
Alonso de Len,5' gobernador de aquella provincia; y arrojndose con solos
doce hombres a aquella sierra, a pesar de m s de seiscientos indios que lo
defendan, porque lo veneraban como dolo, apres al francs.
Era natural de C heblu en la N ueva Francia, segn se deca, y uno de los
que vinieron con monsieur de La Salle; y rem itindoselo con el general don
M artn de Mendiondo al excelentsim o seor conde de la M onclova, que
gobernaba entonces, con su vista y declaracin (aunque dim inu ta) dispuso se
hiciese entrada a la poblacin de los franceses para desalojarlos de ella y
desm antelarla. Y como por promocin suya ai virreinato del Per, tena ya el
excelentsim o seor conde de Galve, el de la N ueva Espaa, empendose
con resuelta eficacia en que as se hiciese, fio esta accin del gobernador
Alonso de Len que, cuando esto escribo, descansa ya en paz en el regazo de la
inm ortalidad que le granje su esfuerzo y cuyo nombre ser siem pre
80
XIII
H ostilidad es q u e se les hacen a los p ira ta s que ocupaban la la g u n a d e
T rm inos en e l Seno M exicano h asta d esalojarlos d e a ll.
85
NOTAS
1
Antes de escribir esta historia sobre las actividades francesas en Am rica, Sigenza y
G o n go raya haba publicado en 1691, de ndole ms periodstica, R elacin d e lo sucedido a la
A rmada d e B arlovento a fin e s d el ao pasado y principios d e ste d e 1691. Aunque en la portada de
sta no aparece el nombre del autor, es obra de don Carlos, puesto que en el Trofeo escribe en el
segundo captulo: ...reform ando por segundas cartas lo que (valindome de las prim eras que
de ordinario son dim inutas) en una relacin publiqu, referir aqu con ms difusin todo el
suceso para perpetua m em oria. A s que el Trofeo represenra, como apuntarem os, una
am pliacin y pulim ento dei prim er opsculo, lo cuai revela un aspecto im portante de la tarea
del historiador segn la conceba el autor.
Hemos consultado para sta la edicin de F. Prez Salazar, Obras, pp. 24 9 -6 8 , y la de j .
Rojas Garcidueas, Obras histricas, pp. 109-204. Omitim os la carta dedicatoria para doa
Elvira de Toiedo Osorio, esposa del virrey. En la carta Sigenza declara que escribi el Trofeo
del espritu americano* por mandado del virrey.
Frase con que el autor, m uy de su siglo , actualiza la historia, haciendo hincapi en los
acontecimientos americanos y el valor de ios americanos. Sigenza crea im portante investigar
los sucesos dei pasado y dei extranjero, pero a la vez estaba convencido de que el amor
hermoso de la virtud no debe ser buscado en modelos extraos; la alabanza domstica mueva
los nimos, y es mucho mejor conocer los triunfos en casa (Teatro de virtudes, p. 109 de nuestra
edicin). Por eso, se destacan en sus escritos los hombres ms ilustres, dignos de memoria y de
im itacin. Sobre ias centellas de los incendios marciales con que se abrasa Europa, vase la
cronologa al final de esta edicin.
El cristiansim o rey de Francia fue Francisco I (1494-1547). Durante su gobierno los
franceses invadieron Italia, y tras la batalla de Pava en 1525, fue llevado Francisco a Espaa,
donde firmo el tratado de Paz. Para las ltim as guerras contra Carlos I, el catlico rey de
Francia se aii con los prncipes protestantes de Alem ania y con ios turcos. Fue durante su
remado que los franceses empezaron a explorar tierra americana.
Niccol M achiavelli (1469-1527), conocidsimo autor renacentista que desarrolla este
tema en el captulo VII del P rncipe y en su R itra tti d elle cose d ella F rancia. La idea de que el
pueblo im ita en todo ias acciones del prncipe es tpico entre otros tratadistas de la poca.
c a l J acc)ues C artier (1 491-1557), navegador francs que explor ei Canad en tres ocasiones,
1534, 1535 y 1541. Jean Francois de la Roque, seor de Roberval, viaj a Nueva Francia en
1542 Sobre la exploracin francesa en Norteamrica conoca Sigenza las D os relaciones d el
descubrim iento d e la N ueva F rancia de J . C artier, citado por Len Pinelo, Eptome, p. 7 9. La
bibliografa sobre las exploraciones francesas es tan extensa que nos lim itam os a citar las ms
importantes: ju s tin W insor, N arrative a n d C ritica l H istory o f A merica, IV (New Y ork, 1884);
H erbert E. Bolton y Thomas M . M arshall, The C olonization o fN orth A m erica, 1492-1783 (New
86
Y ork, 1921); The J e s u it R elations a n d A llied D ocuments, 73 volmenes (New York: Pageant
Book C o., 1959).
5 Samuel de Cham plain (1567-1635), explorador francs y prim er gobernador de la regin
(1612-1629 y 1633-1635), es considerado el fundador de Nueva Francia. H ijo de un
marinero, el joven Cham plain sirvi por dos aos al rey de Espaa, viajando a las Indias, donde
lleg hasta la capital de Nueva Espaa. Su relacin fue publicada por la Sociedad H akluyt en
18596 En 1562 Jean R ibault lleg hasta San A gustn en la Florida, pero estableci una colonia
con calvinistas franceses en una isla cerca de la actual Beaufort en la Carolina del Sur. En 1565
lleg R ibault con trescientos soldados; el mismo da lleg una expedicin a San A gustn bajo el
mando del adelantado y gobernador Pedro Mndez de Aviles (1519-1574), quien destruy la
fortaleza que haban construido los franceses, matando a casi todos los habitantes. Fund luego
la actual San A gustn. Michael Kenny, The R omance o f the F loridas (1943); C . Bayle Prieto,
Pedro M enndez d e A viles (M adrid, 1928); A lbert Manucy, F lorida's M enndez, C aptain G eneral o f
the Ocean Sea (St. A ugustine: St. Augustine Historical Society, 1965).
7 .Isla al norte del H ait, poblada desde los primeros aos del siglo por piratas ingleses y
luego franceses desde 1641. Con la Paz de Rysw ick en 1697 Espaa cedi parte de la Espaola
a Francia.
8 Despus de la muerte de Andrs Prez Franco, gobernador de 1652 a 1653, ocup el
cargo Ju an Francisco Montemayor, Crdoba y Cuenca (1653-1655).
9 Se refiere a Timolean Hotman de Fontenay, segundo gobernador de Tortuga (16521654). A modo de ejemplos de algunos de los muchos incidentes y episodios entre franceses y
espaoles, Moreau Saint M ry cita ei destrozo de casi todos los establecimientos franceses en
1638, el desalojamiento de los franceses de Tortuga en 1654, la toma de Santiago de los
Caballeros en 1690 y la batalla de la Limonade, donde destruyeron ios espaoles los
establecimientos de la comarca del Cabo. Vase su D escripcin d e la p a rte espaola d e Santo
D omingo, tr. C. Armando Rodrguez (Santo Domingo, 1948), pp. 1-27, y E. Rodrguez
Demorizi, Invasiones h a itia n a s (Santo Domingo: Editora del Caribe, 1955), pp. 11-14.
10 Tras este resumen de la presencia de ios franceses en el Canad, la Florida y la Espaola,
trata ahora la materia que ya haba narrado en la R elacin. Vemos a continuacin cmo
trabajaba el historiador, corrigiendo y amplificando lo que ya haba redactado. Sobre lo que
trata aqu el autor, son tiles W illia m E. Dunn, Spanish a n d F ren ch R iva lry in the G u lf R egin o f
the U nited States, 1678-1702 (Austin: University of Texas, 1917), y J . I. Rubio Ma,
Introduccin a l estudio d e los virreyes de N ueva Espaa, 1 535-1746, II (Mxico: Universidad
Nacional Autnoma de Mxico, 1961), pp. 1-38.
11 Se trata de Pierre-Paul Tarin de Cussy, sexto gobernador de la isla (1684-1691). En la
R elacin leemos: . ..a 10 de julio del ao pasado de 1690, monsieur C utsi, gobernador de las
seis poblaciones que tienen los franceses en la costa septentrional y llam an Cap, hizo una
entrada con 900 hombres hasta ia ciudad de Santiago de los Caballeros, que dista de la de
Santo Domingo 36 leg u as. Sobre la diferencia entre la R elacin y el Trofeo, ha escrito Jaim e
Delgado: El Trofeo, en efecto, es una ampliacin de la R elacin anterior, y de esta copia, en
varias ocasiones, prrafos enteros, en los cuales introduce algunas modificaciones o variantes,
que no afectan ms que al estilo, sin modificar sustancialm ente el contenido de la narracin.
Incluye Delgado ejemplos de las amplificaciones en su edicin de P ied a d heroyca d e don F em ando
Corts (M adrid: Jos Porra Turanzas, 1960), pp. lXV-lXVIII.
12 Luis Joseph Peguero narra la historia D e la gran batalla que tuvo el Alm irante en ia
Vega Real con el Rey Guarinoex, y cien m il indios y otras cosas que acaecieron en esta isla
memorable en su H istoria de la conquista de la isla Espaola d e Santo D om ingo, trasum ptada e l ao
d e 1762, traducido d e la H istoria G eneral de las Indias escritas p or A ntonio d e H errera... y de otros
a u to res..., ed. Pedro J . Santiago, I (Santo Domingo: Museo de las Casas Reales, 1975), pp.
83-95.
13 La siguiente parfrasis de lo que haba pronunciado ei gobernador se im prim i, como
era costumbre de la poca, en letra cursiva, y no figura en la R elacin. Las palabras entre
parntesis son del autor.
87
24 Nombre dado a un cabo en enero, 1494, por Coln. La villa de Monte C risti est hoy
da en la Repblica Dominicana, y la baha M anzanillo pertenece al H ait.
24a Creemos que debe leerse Alonso Ramrez. Vase nuestra nota 3525 El siete de marzo, escriba en su diario A. de Robles que se ha dicho que pele la
Armada de Barlovento en el Puerto Pe, y pasaron a A stilla, y se perdi la capitana; que se gan
ei puerto, y se degoll toda la gente, y se corso todo lo que haba en el castillo por los
nuestros. D iario, II, p. 242. A qu escribe Sigenza Portope y en la relacin 'Puerto Pe. Se
trata, creemos, de Port de Paix. Vanse Alcedo, D iccionario, I, p. 18 y el mapa contemporneo
de Ju an Jordn que se incluye en Dunn, R iva lry, p. 11. Luego dir Sigenza que este pueblo
antiguam ente llam aron los nuestros Valparaso, p. 42.
26 Puerto descubierto por Coln y poblado durante la gobernacin de fray Nicols de
Ovando.
27 Pueblo destruido por los espaoles. Ms tarde fundaron los franceses dos pueblos,
Limonade y Limonade Bord de M er, estando ste donde haba fundado Coln Navidad. Vase
el mapa en A dm iral o f th e Ocean Sea de Samuel Eliot Morison (Boston: L ittle, Brown y C a.,
1942), p. 4 25. Rubio Ma lo llam a El Limonar.
28 Sera enemigo dei gobernador Ignacio Prez, puesto que de l dice Antonio de Alcedo:
Don fray Fernando de Carvajal y Rivera, del Orden de la Merced, el ao de 1690 se embarc
en una barca holandesa huyendo de las persecuciones dei presidente y se fue a las colonias
francesas para venir a Espaa el de 1698. D iccionario, II, p. 24.
29 Episodio narrado en Exodo 17, 8-16.
30 E l Santo Christo de San Andrs, llamado as porque est en un Hospital de esta
advocacin de San Andrs; es de bulto y est en un tabernculo con velos delante, y sus puertas
cerradas con llave; brese cuando algn devoto lo pide, o cuando van a velar delante de l, y se
saca en procesin cuando hay alguna necesidad o trabajo pblico y experim entan por esta
devocin el Divino favor. Alcocer, R elacin, p. 4931 As se llam aba la tierra entre la baha de Caracoles y el pueblo del mismo nombre.
32 Aunque Sigenza senta orgullo por todo lo espaol, senta lo mismo por todo lo
americano, io cual se expresa en esta declaracin en contra de la ignorancia europea de lo
americano.
33 Lucio Sergio C atiiina (109-62 a. de J .C .) , patricio y conspirador romano, cuya historia
fue narrada por Salustio, C onjuracin d e C atiiina.
34 En este patache iba el capitn de artillera, Juan Enrquez Barroto, am igo del autor y,
sin duda, fuente de muchos de los detalles incorporados en la historia. Vase Infortunios, nota
106. En el patache El Sto. C risto d e San Romn, con su Cabo Gobernador, Capitn de la
A rtillera don Ju an Enrquez Barroto, catorce oficiales, veinte artilleros con su Condestable,
Corneiis Cornelio, ocho marineros, cinco grum etes y tres pajes, cita un documento de la
poca Rubio Ma, Introduccin, III, p. 34.
35 Entre los de la fragata en que iba Barroto estaba Alonso Ramrez. Vase la conclusin
de los Infortunios de Alonso Ramrez.
36 Ser Petite Anse que menciona Alcedo, D iccionario, p. 18.
37 El rey catlico Jam es II (1633-1701), contra su rival, el protestante G uillerm o de
Orange, trat de pacificar a ios catlicos y a ios protestantes, pero result la Guerra Jacobita
(1689-1691).
>8 Como en Infortunios, marear quiere decir poner en movimiento una embarcacin en el
m ar; gobernarla o d irigira (D iccionario).
3y Los ministros de Luis XIV ya haban dado licencia a una compaa de St Malo todo el
trfico con la Espaola y pronto se llam a St Malo ciudad de los corsarios, segn C. B.
Norman, T he Corsairs o f Franee (London, 1887), p. 155. Vase Johnston Brown, T he H istory
a n d Present C ondition o f St. D om ingo, I (London, 1837), p. 76 y las pginas 78 -8 0 , donde se da
un resumen de esta batalla.
89
90
Voyage, pp. 99, 102. De los cuatrocientos hombres que haban llegado en 1684, slo siete
pudieron salir para el Canad, llegando a Qubec el 27 de julio, 1688.
55 Sobre los indios de a regin, vase H . E. Bolton, The Native rribes about the East of
Texas M issions, Texas Srate H istoricial Association Q uarterly, X I, 249-76.
56 Franciscano de Mallorca que estuvo en el colegio del Espritu Santo en Quertaro y
luego fund la misin de la Caldera en Coahuila. Fue buen am igo de don Carlos y le escribi
Carta de Don Damin Manzanee a Don Carlos de Sigenza sobre ei descubrimiento de la
Baha del Espritu Santo, publicada en facsmil con una traduccin por Lilia M. Casis, Texas
State Historical Q uarterly, II, 253-312, reimpreso en 1911 e incluido en Herbert E. Bolton,
Spanish Exploration in the Southwest, 1542-1706 (New Y ork, Charles Scribners Sons, 1908),
pp. 353-87. Bolton da otros documentos sobre ia expedicin de Alonso de Len y una
bibliografa valiosa.
57 Alonso de Len (1637-1691), gobernador dei Nuevo Reino de Len e hijo del capitn y
cronista del mismo nombre (H istoria d e Nuevo Len, con noticia sobre C oahuila, T ejas y Nuevo
Mxico, publicado en 1909 por Genaro Garca en Documentos inditos o m uy raros p a ra la historia
d e M xico, vol. X X V ). Siendo gobernador de Nuevo Len, comand dos expediciones en
demanda de los franceses. Vase Bolton, Spanish Exploration, pp. 388-423.
58 Segn Masanet, fueron Archebepe (Larcheveque, Last Voyage, p. 132) y Santiago
Groliecte. Fueron mandados a Espaa en 1689- Carta de Don Mazanet en Bolton, Spanish
Exploration, p. 364.
59 Alusin a su historia de Carolina, que es hoy da Texas y que no se debe confundir con
la Carolina de los ingleses al norte de ia Florida y que llam aban los espaoles San Jorge.
60 Dos de los hermanos se llam aban Roberto y Pedro, ste de once aos. Vanse Bolton,
Spanish Exploration, p l. 375, 4 1 3, 420 y Morfi, H istory, I, p. 148, n. 62.
61 A qu da el autor la lista de ias personas con quienes consultaba para redactar esta
historia.
62 Gobernador de Nueva G alicia (1716-1724) que haba pasado veinte aos en el Per y
luego fue capitn de infantera en San Ju an de Ula. En 1691 se le nombr gobernador de
Sonora y Sinaloa, y por eso Castaeda le considera el prim er gobernador de Texas. Morfy,
H istory, I, p. 174, n. 8 y n. 9; Dunn, R iva lry, pp. 129*4563 Luis Hennepin (1 640-1701), recoleto franciscano que acompa a La Salle en 1675 y en
1678, siendo su confesor. Regres a Francia y public su popular D escription de la L ouisiane
(1685) y N ouvelle dcourverte d un tres gra n p a ys situ dans l A mrique (1697). En su Contesta
cin, impreso por Prez Salazar (B iogra fa , p. 149) Sigenza dice que posea la traduccin
italiana de ia obra de Hennepin y que conoca el original que tena en su biblioteca el capitn
Gregorio de Salinas.
64 Alusin a ia clsica H istoria d e la F lorida dei Inca Garcilaso de la Vega <160 5), traducida
al francs por Pierre Eichelec en 1670. La versin francesa gozaba de mucha popularidad, ya
que aparecieron seis ediciones, ms dos ediciones abreviadas.
65 Vase ei informe de Ju an de O rtega y Montas, virrey interino en 1696, en que se
refiere a las amenazas de los piratas en la laguna de Trminos y en Campeche. Los virreyes
espaoles, ed. L. H anke y C. Rodrguez, V , pp. 143-44. Tam bin ofrece un buen resumen el
estudio de Rubio Ma, Introduccin, II, pp. 9 2 -1 5 1 ; III, pp. 6 0 -1 0 4 , 150-246 y 265-321.
66 Jaim e Franck, de nacionalidad alemana, estuvo ai servicio del rey en Catalua. En 1681
lleg a Nueva Espaa, donde dirigi la reconstruccin del Palacio despus dei incendio
ocurrido durante el alboroto y motn de los indios en 1692, y luego se le encargaron las obras
de San Ju an de U la, hacindola una de las principales fortificaciones en las Indias. Sufra un
desequilibrio mental en sus ltim os aos y opt por degollarse en 1702. Rubio Ma, al
discutir las campaas contra los piratas en Yucatn ofrece una carta dictada por Franck,
fechada el 16 de enero de 1692 en Mxico. Vase, Introduccin, III, pp. 152, n. 115, y 153-54.
67 A continuacin aparecen unos versos Epinicios gratulatorios escritos por algunos
ingenios mexicanos que celebran la victoria conseguida en la Espaola. Despus del
programa, escrito por Francisco de Ayerra Santa M ara y don Carlos, hay una silva escrita por
91
la madre Juana Ins'de ia Cruz, religiosa profesa en el convento de San Jernim o de Mxico,
Fnix de la erudicin en la lnea de todas las ciencias, emulacin de los ms delicados ingenios,
gloria inm ortai de la Nueva Espaa. Consideraba Alfonso Mndez Planearte, editor de las
obras de la monja, que esta oda era soberbia, y tan genuinam ente p in d rica y tan
fastuosamente gon gorin a , y segn el mismo editor contribuy Francisco de Ayerra un
excelente soneto y un bizarro Epigrama latino (Obras d e sor J u a n a Ins d e la Cruz, I [M xicoFondo de C ultura Econmica, 1951}, pp. 331-35 y 570). Aparecen otra silva y siete sonetos
de otros ingenios mexicanos. Por no ser de la plum a de Sigenza y Gngora, no reproducimos
aqu estos versos; estn incluidos en la edicin de Prez Salazar, Obras, pp. 2 31 -45, y en la de
Rojas Garcidueas, Obras histricas, pp. 189-204.
92
A L B O R O T O Y M O T IN
DE LO S IN D IO S DE M E X IC O 1
A L B O R O T O Y M O T IN
DE LO S IN D IO S DE M E X IC O 1
SE C E L E B R A N EN M E X IC O L A S B O D A S D E C A R L O S I I
Y M A R IA N A D E N E O B U R G O
Para los que m iran la entidad de las cosas con m adurez, todo esto se ha
adm irado y aplaudido como sin ejem plar; pero para el vulgo , que slo se paga
de la novedad y la diversin, tuvo lu g ar prim ero entre las disposiciones de su
excelencia el regocijo con que el ao pasado de m il seiscientos noventa y uno
celebr el segundo casam iento de nuestro monarca y seor, Carlos Segundo,
con la Serensim a Seora y R eina N uestra, doa M ariana N eo burgo .10
100
No soy tan am ante de m i patria, ni tan sim ple, que no persuada a que
cuanto hay y se.ejecuta en ella es absolutam ente lo mejor del m undo; pero,
aunque no he salido a peregrinar otras tierras (harto me pesa), por lo en
extrem o mucho que he ledo parceme puedo hacer concepto de lo que son y
de lo que en ellas se hace. Con este presupuesto le aseguro a vuestra merced
con toda verdad no haber tenido que envidiar M xico a otro cualquiera lu gar,
que no fuere esa corte de M adrid (donde no hubo representacin sino
realidad) en esta funcin.
D istribuyronse las mscaras11 por los grem ios y , em ulndose unos a
otros en galas propias, en libreas a los lacayos, en lo ingenioso de las ideas, en
la hermosura y elevacin de los triunfantes carros, en el gasto de la cera con
que las noches, con que consecutivamente regocijaban la ciudad, se equivoca
ban en das, dieron regla a los venideros para gobernarse con aplauso en
empeos tales. Mucho ms que esto fueron los juegos que, ya en otras tres
continuadas noches, con la pensin de parecer por slo lu cir, dejaron sin la
esperanza de otra inventiva a su industrioso a rtfic e .12
H icironse corridas de toros, sainete necesario en espaolas fiestas. Con
qu acierto! Con qu m agnificencia! Cun majestuoso y proporcionado el
uso! Qu prdigam ente repartidas las colaciones! Qu regocijada la plebe!
Qu gustosos los nobles! Con cunta com placencia los tribunales! Qu
alegre por todo esto nuestro buen virrey! Cunto, oh, Dios m o, Santo y
Ju stsim o , cun apartados estn del discurso humano tus incom prensibles y
venerables juicios, y cunta verdad es la de la Escritura que con la risa se
m ezcla el llan to, y que a los mayores gustos es consiguiente el dolor!13
voz le lleg al odo (por lo que tena de apariencia de religin ), mand este
discreto y prudente prncipe cesasen las fiestas y se despejase la plaza, y as se
hizo, tan atento como a todo esto ha estado siempre al gusto del pueblo y a la
com placencia de todos.
Pasronse de esta m anera los das sin accidente considerable hasta el
dom ingo, diez de julio , que no slo en lo que coge ia ciudad y lo circunvecino
sino generalm ente en casi todo el reino am aneci lloviendo. Prosigui el agua
por todo el d a y , sin ms violencia que la que tuvo del p rincipio, se continu
hasta el sbado, veinte y dos, sin interrupcin que pasase de m edia hora. Bien
poda el d a nueve haberse ido desde esta ciudad a la de Texcuco a pie o a
caballo por en m edio de la lagun a, porque absolutam ente se hallaba seca; pero
como no slo llova sobre ella y lo que estaba inm ediato sino sobre toda la
serrana con cuyas cum bres que bojean ms de setenta leguas se corona este
grandsim o valle donde vivim os, fueron tantas, tan pujantes y tan continua
dam ente unas las avenidas que, llenndose ms y ms en cada mom ento la
am p litud disforme de que se forma su vaso, ya navegaban el d a veinte y dos
por donde antes cam inaban recuas no slo chalupas sino canoas de ochenta
fanegas de porte y un barco grande.
Lo que se experim ent de trabajos en M xico en estos trece das no es
ponderable'; nadie entraba en la ciudad por no estar andables los caminos y las
calzadas; falt el carbn, la lea, la fruta, las hortalizas, las aves y cuanto se
conduce de afuera todos los das, as para sustento de los vecinos, que somos
muchos, como de los anim ales domsticos, que no son pocos; el pan no se
sazonaba, por la m ucha agua y consiguiente fro; la carne estaba flaca y
desabridsim a, por no tener los carneros y reses dnde pastar, y nada se
hallaba, de cuanto he dicho, sino a excesivo precio. Llovironse todas las casas
sin haber modo para rem ediar las goteras; cayronse algunas por ser de adobes
y no se vea en las calles y en las plazas sino lodo y agua.
Rebosaron los ros y arroyos de la comarca y cayeron sobre los ejidos de la
ciudad; los inundaron todos. Pareca un m ar el que hay desde ia calzada de
G uadalupe (en toda su lon gitud) hasta los pueblos de Tacuba, T lanepantla y
Azcapotzalco, donde se sondeaban por todas partes dos varas de agua.
C om peta con ste el que se forma entre las calzadas de San Antn y de la
Piedad, pero para qu quiero cansarme refiriendo los parajes anegados uno
por uno? Todo era agua desde Santa M ara hasta el convento de Beln y Salto
del A gu a por la excesivamente m ucha que recibieron en la prim era avenida
del mes de junio y de que an no estaban totalm ente libres en las de ahora.
siendo a su cosca ei gasto que se hizo en las prevenciones, como quiera que
aquel sujeto no slo no saba nada de la laguna pero ni la haba visto hasta que
lo pusim os en ella esta vez, y aun otras en que, a nueva peticin suya y de
vuestra merced, se repiti la d iligen cia, no se hall cosa.
Tuvo sem ejante suceso otra sem ejante propuesta, si merece este nombre
la pertinaz tem a de un sacerdote; ni en Mxico ni en el Consejo de Indias,
donde tam bin la hizo, tuvo acepcin y , de haberlo tomado algunos meses de
crcel, instaba en ella. A tendisela su excelencia ahora con m ansedum bre y se
redujo a otro sum idero. A segurle el prim ero que por el descubrim iento
peda y , siendo llevado con todo regalo y com odidad a donde gui, mostr
una lom a (quin ms vio por alguna subirse el agua!), cavse en ella y,
despus de haber sacado de raz un grueso rbol, en vez de sum idero se hall
una fuente. A unque no se dicen estos sucesos dignos de risa con la gravedad
de las cosas que voy diciendo, quise con todo darles lu gar en esta carta para
que de ellos infiera vuestra merced cunto haya sido el empeo con que se ha
aplicado nuestro virrey a la persecucin de lo que se le ha propuesto til a
M xico, pues aun en esto, que entre menos ahogos que los presentes
despreciara otro, procedi tan solcito y d iligen te que quiso ms exponerse a
la nota de algo crdulo que a la de m uy omiso.
Aunque cesaron las lluvias, corran los ros, as por lo perenne de sus
principios como por la m ucha hum edad con que se hallaban los montes. Bien
sabe vuestra m erced el que, no entrando aqu el de G u atitln (asunto nico
del desage de H uehuetoca, por donde se com unica al de T ula y de a ll al de
Pnuco), slo a los de T epolula y de Mecameca se les puede estorbar el que
entren en la laguna de Chalco y por ella a la de Texcuco, que es la de M xico,
y esto arrojndolos a una barranca de C him aluacn;18 el que se hiciese as fue
la prim era d iligen cia del seor virrey y , con comision que para ello dio al
alcalde m ayor de Tlalm analco y Chalco, se consigui quitarse todos de la
vista este enem igo antiguo, ya que no se poda hacer otro tanto con el de
Azcapotzalco; con el de T lanepantla, compuesto de el de los Rem edios,
Salazar y otros; con el de Sanctorum y los M orales; con el de Tacubaya; con el
de Cuyuacn, en que entran los de Mixcoac y San Bartolom . V alindose su
excelencia de cuantas personas juzg a propsito, se determ in a que no slo
corriesen por sus antiguas madres para que, sin caer sobre la ciudad,
desembocasen en la laguna sino a que se ensanchase aqulla por muchas varas,
fortaleciendo con estacadas los parajes dbiles y anegadizos, y con bordos bien
terraplenados y consistentes todos sus m rgenes, y as se hizo; porque
acudiendo continuadas tardes a unas y otras partes, mucho ms con lo que su
bolsa y con su mano daba a los indios que trabajaban que con su presencia se
granje mucho tiem po, y se acab esta obra.
105
como padre con azote de agu a, prosiguiese despus el castigo con ham bre por
nuestra poca enm ienda y , si sta no es absoluta despus del fuego en que, en
la fuerza del ham bre, se transform el agua, qu nos espera!
Y a le d ije arriba a vuestra merced que, aunque a veinte y dos de junio ces la
llu v ia, no por eso se vio el cielo en muchos das por las m uchas nubes; y aado
ahora el que stas arrojaban tal vez a ia tierra aguaceros recios y tal vez aguas
m enudas y con ms repeticin neblinas gruesas, pero sin viento alguno.
N adie tuvo por entonces reparo considerable, exceptuando a los labradores
que, teniendo por sospechosa tan ta hum edad, suspiraban solcitos porque
soplase el viento, as porque Ies sacudiese el roco a sus sem enteras como
porque, despejndose el cielo de tantas nubes, se dejase ver el sol y se
calentase la tierra.
Los que de stos no gastaban el tiem po en sem ejantes suspiros sino en
visitar sus sem brados, si se afligan algunas veces, viendo que los m aizales por
estar aguachinados se iban en vicio, muchos otros, reconociendo los trigos al
m ism o tiem po m uy bien logrados y aun comenzados ya en m uchas partes a
tom ar color, se regocijaban. Y como jams ha sucedido tal cosa en este clim a
por m ediado agosto, atribuyendo la m adurez tan intem pestiva a m anifiesto
m ilagro , se esperaba con espanto com n una gran cosecha. En estas cosas se
lleg el d a veinte y tres de agosto en que, segn lo haban prevenido los
alm anaques y pronsticos, se eclipsaba el sol. Si vuestra m erced supiera
algun a cosa de astronom a, le dijera aqu con sus propios trm inos m il cosas
buenas y primorosas que observ este da, de ser no slo total sino uno de los
mayores que ha visto el m undo. Se sigui que, a m u y poco ms de las ocho y
tres cuartos de la m aana, nos quedam os no a buena sino a m alas noches,
porque ninguna habr sido en comparacin de las tinieblas en que, por el
tiem po de casi m edio cuarto de hora, nos hallam os ms horrorosa. Como no
se esperaba tanto como esto, al m ism o instante que falt la lu z, cayndose las
aves que iban volando, aullando los perros, gritando las m ujeres y los
muchachos, desamparando las indias sus puestos en que vendan en la plaza
fruta, verdura y otras m enudencias por entrarse a toda carrera en la C atedral;
y tocndose a rogativa al m ism o instante, no slo en ella sino en las ms
iglesias de la ciudad, se caus de todo tan repentina confusin y alboroto que
causaba g rim a .20
Yo, en este nterin , en extremo alegre y dndole a Dios gracias repetidas
por haberm e concedido ver lo que sucede en un determ inado lu gar tan de
tarde en tarde y de que hay en los libros tan pocas observaciones, que estuve
con m i cuadrante y anteojo de larga vista contem plando al so l.21 M ediaba
ste entre M ercurio que, apartado de l como cinco grados hacia el O riente,
se vea con el anteojo cmo estaba la Luna en cuadratura y en el corazn del
108
desgraciada fortuna, levantaron una voz tan dolorosa y desentonada que lleg
a M xico, y al instante que entr por su alhndiga, se levant el m az.24
A unque hasta aqu no pasaba de una cu artilla lo ms que se daba a los
compradores, ya se gastaban en ella por este tiem po (que era al m ediar
noviembre) de m il a m il trescientas fanegas de slo este grupo todos los das.
Si era la penuria del trigo la que lo causaba, slo fue la providencia del seor
virrey la que hasta aqu lo pudo tener tan de sobra en esta ciudad aun con
tanto gasto, porque acudiendo prim ero a Dios (valindose para ello de
cuantas com unidades eclesisticas, as seculares como religiosas, se h allan en
M xico, a cuyos superiores les pidi oraciones y rogativas secretas por no
contristar a la ciudad con clamores pblicos) y despachando al alcalde mayor
de Chalco y a otros m inistros y personas particulares apretadsim as rdenes
para que rem itiesen a M xico y sin dilacin cuanto m az pudiesen, consigui
por este m edio lo que tengo dicho.
Fue menos el gasto de aqu adelante, porque comenzaron los envos a ser
menores. Como al respecto de ellos se sinti la falta, entre las congojas que
por esto le oprim an el corazn al seor virrey, le pareci el que ya se
necesitaba de ms aparatosas diligen cias que las pasadas para conseguirlos,
despach para esto al seor licenciado don Francisco de Zaraza y Arce, alcalde
de la Sala del Crim en de esta ciudad de M xico, a la provincia de Chalco, en
donde se detuvo hasta veinte de enero de este presente ao, y al seor doctor
don Ju a n de Escalante y Mendoza, fiscal de la m ism a Sala, a los valles de
Toluca, Ixtlahuaca y M etepec; y hasta m ediado febrero, que se volvi a su
ejercicio, se consiguieron de aquella provincia y de estas partes rem isiones tan
considerables y cotidianas que sobraba el m az en la alhndiga todas las
tardes. Y siendo esto por habrseles registrado a los labradores no slo sus
trojes sino lo ms retirado de sus casas y las de sus am igos y dependientes y
quedado aqullas casi vacas, por ltim o se reconoci no bastaban los rezagos
de la cosecha del ao pasado de m il seiscientos noventa, ni la certsim a del de
m il seiscientos noventa y uno a sustentar, no digo a toda la comarca, pero ni a
slo M xico.
Siendo tanta como sta la prisa con que nos iba estrechando el ham bre a
m edida del m olestsim o cuidado en que lo tena, prosigui su excelencia las
diligen cias para rem ediarla y aun con mayor eficacia. No haba ya otros que
poder hacer sino enviar por m az a la tierra adentro y con especialidad a
C elaya y a su cordillera (distante de esta ciudad como cuarenta leguas) donde,
por haber sido la cosecha m ala y poco el consumo, vala barato. Oponase a
esta determ inacin no ser m uy fcil el conducirlo, porque ni querran los
labradores (siendo los ms de ellos pobres y no teniendo recuas) traerlo a
111
M xico, ni se saba de dnde se sacaran los reales para com prarlo, y esto por
lo poco o casi nada con que se hallaba entonces el psito com n de la ciudad
para tanto empeo y , como slo viniendo por su cuenta el grano a la
alhndiga se aseguraba la reventa, se discurran medios para que fuese as.
No hall otro ms pronto el seor virrey que el acreditarlo sin lm ite y
con libranza abierta y , ofreciendo con este seguro el capitn Pedro R uiz de
Castaeda cuanto para este efecto se le p idiese, com eti su excelencia a don
Rodrigo de R ivera M aroto, algu acil m ayor de esta ciudad, el que fuese a
recaudar a C elaya cuanto m az hallase y a rem itirlo luego a M xico sin
d ilacin algun a. Con la prontitud con que ejecut este caballero cuanto se le
encarg, pasaron de cuarenta y cuatro m il fanegas las que asegur y rem iti
por horas y , con esto y lo que se traa de Chalco y de Toluca (aunque poco a
poco), se iba pasando en M xico como m ejor se pudo.
No se hacan estas remociones con la celeridad y presteza que se quisiera,
sino tan poco a poco, como tengo dicho, por otra fatalidad de diversa especie
pero bien notable que sobrevino entonces. Fue sta lloviznar desde tres hasta
seis de febrero de este ao de m il seiscientos noventa y dos sobre los valles de
todo el reino incesantem ente y nevar sobre los montes y serranas todas con
igu al tesn y por los mism os das. B ien sabe vuestra m erced el que ac no se
ve nevar sino siglo a siglo y as, por esto como por el fro excesivo que haca
entonces no slo a muchos pobres que hall cam inando en los montes les
quit la vida sino casi generalm ente en cuanto ganado, as m ayor como
m enor, cogi en bocado; ejecut lo propio, y con especialidad en el m u lar por
su tem peram ento. Conque, aun sobreaadindose con esto a la falta de pan
falta de carne, fue mucho ms sensible faltar ias recuas, porque slo
habindolas se consegua el m az.
Pero, fuese como se fuese, no se pasaba tan bien como en M xico en
algunos pueblos de la comarca, de donde venan por instantes lastim osas
quejas, reducidas a que no caba en la piedad cristiana ni en razn po ltica
qu itarles a ellos el sustento por darlo a M xico. Era esto porque, por causa de
las manifestaciones y consiguientes em bargos que se les haban hecho a los
labradores, obligndoles a que o vendiesen entonces sus granos de contado a
como valan o que los tuviesen de m anifiesto y con buena cuenta para traerlos
a esta ciudad cuando se los pidiesen, no se hallaba en lo m s de aquellos
pueblos quejosos m az alguno a vala, ei poco que se extraviaba del
em bargado mucho m s que en M xico, donde el precio corriente de una carga
eran seis pesos.
Como no se les poda negar a estos pobres que pedan bien y es obligacin
del que gobierna ocurrir a todo para mayor acierto de io que en este punto se
deba hacer, dispuso su excelencia, a veinte y nueve de ab ril, una junta
grande. Doyle este ttulo no slo por lo que en ella haba de discurrirse sino
por los personajes gravsim os de que se compuso. Fueron stos todos ios
m inistros togados de la R eal A udiencia, los contadores mayores y oficiales
112
reales, las cabezas de los cabildos eclesistico y secular y los prim eros prelados
y personas graves de las religiones. Determinse en ella cuanto para el
universal consuelo de la ciudad y de los pueblos de su comarca (segn el
estado m iserable de las cosas) pareci til; y fue libertad absoluta a todos para
com erciar trig o , m az y otros cualesquiera granos donde quisiesen, pero sin
perjuicio de lo asegurado en C elaya y de lo em bargado (que estaba de
m anifiesto en Toluca y Chalco), porque esto haba de traerse a M xico sin
dilacin.
Fue el motivo de esta resolucin m uy racional, porque por este tiem po ya
estaban los trigos de riego m uy de sazn y para segarse, porque las aguas de
febrero los adelantaron; y se crea que, con lo que de este grano se trajese a
M xico, que sera mucho (por lograr los labradores el precio de veinte y seis
pesos en que se venda cada carga de harina meses haca), de necesidad se
m inorara el gasto de los m aces en la ciudad y bastara entonces para
bastim entarla hasta la cosecha los que se tenan seguros sin hacer caso del que
pudiera venir de tierra caliente, donde se siem bra y coge en m uy pocos meses
y de cuyas m ilpas se haban ya comido a esta hora en M xico muchos elotes
(son las mazorcas del m az que an no est m aduro), con los cuales y con la
m ucha fruta que concurre a la plaza de Mxico desde antes de mayo hasta
despus de septiem bre se divertiran los muchachos, los indios y otra gente
ruin sin acordarse no slo del pan y de las to rtillas, pero ni aun de la carne y el
chocolate, como lo vemos todos los aos prcticam ente y lo observan los
panaderos por no perderse.
No se reconoci en la alhndiga por casi todo el mes de mayo falta
notable, pero a sus fines, dndose por desentendidos de su obligacin, los
labradores de Chalco extraviaron para otras partes lo que haba de ser
precisam ente para M xico por lo pactado; comenzaron tam bin a faltar en
estos mism os das las rem isiones del de C elaya porque, por la resulta de las
pasadas nieves, no se hallaban tantas, tan continuas y prontas recuas como
cada d a se necesitaban para conducirlo y subise este grano a siete pesos la
carga dentro de M xico al instante; por parecer que sobre esto le dio el Real
Acuerdo al seor V irrey, despach al seor licenciado don Pedro de la Bastida
a la provincia de Chalco para que, sin dejar en ella sino slo lo necesario para
el sustento preciso de sus habitadores, enviase a M xico, sin atender a quejas
y splicas, cuanto a ll se hallase.
Preguntarm e vuestra merced cmo se port la plebe en este tiem po y
respondo brevemente que bien y m al; bien, porque siendo plebe tan en
extremo plebe, que slo ella lo puede ser de la que se reputare la ms infame,
y lo es de todas las plebes por componerse de indios, de negros, criollos y
bozales de diferentes naciones, de chinos, de m ulatos, de moriscos, de
m estizos, de zam baigos, de lobos y tam bin de espaoles que, en declarndo
se zaram ullos (que es lo m ism o que picaros, chulos y arrebatacapas) y
degenerando de sus obligaciones, son los peores entre tan ruin can alla.25
113
Puedo asegurarle a vuestra m erced con toda verdad que com an lo que
hallaban sin escandecerse, porque les constaba, por la publicidad con que se
ejecutaban, de las muchas y extraas diligen cias que haca el seor virrey para
h allar m az y que hubiese pan.
A n no he dicho lo que de stas se recibi entre sem ejantes sujetos con mayor
aplauso. Cri Dios estas tierras a lo que parece para que en ellas, y con
especialidad en algun a del distrito del obispado de ia Puebla, se diese el trigo
b lan quillo en solos cuatro meses y con monstruosa abundancia; quitb ale sta
el valor a los candiales, arisnegros y peolones rubios, conque al paso que se le
aum entaban los diezmos a aquel cabildo se le m inoraba la venta, porque los
granos de que resulta valan poco y a su respecto era el pan sobre m uy blanco
y m uy sabroso en extrem o grande, y andaba a rodo.
Es este trigo ei estim able siligo de los antiguos, el que en tiem po de
R o tilio (y por qu no ahora?) se gastaba en Francia, el universalm ente
recomendado de los escritores de todos tiem pos y el que (slo en sta m i tierra
poda ser esto), sin ms delito que su abundancia despus de informes que
contra l se im prim ieron y con verdad inform es, pues no contenan sino
despropsitos de interesados y contradicciones m anifiestas de los que, por
tener obligacin de haber ledo a P lin io , Teofrasto, a Galeno, Dioscrides y a
C olum ela, no deban decirlas por ap laudir aqullos por sentencia que, por
parecer del Real Acuerdo de 4 de mayo de m il seiscientos setenta y siete, se
pronunci contra l en el superior gobierno de esta N ueva Espaa, fue
desterrado de toda ella perpetuam ente, quem ndose al m ism o tiem po el que
se hall en las trojes, arrojndose a la acequia y la lagun a el que estaba en
M xico y agotanto cuantos anim ales se pudo en lo que dilatadam ente cubra
el campo con sus espigas. Poco castigo les pareci ste a los de la Puebla y ,
valindose de las form idables armas de las censuras que se publicaron con
todo aparato para m ayor asombro, se les prohibi a los labradores ei que lo
sem brasen; tanto cuanto entonces sobraba el trigo faltaba ahora, y si en esta
ocasin se daba de veinte y cuatro a veinte y seis pesos por una carga de
h arina, en aqulla costaba la m ism a otros tantos reales y aun quiz menos. No
se hablaba de otra cosa el presente sino de aquel trigo abom inado de la codicia
que oblig a quitarlo y , llegando a odos de su excelencia lo que hablaban
tantos, despus de haber exam inado a personas inteligentes y ledo un papel
bastantem ente docto (ya corre impreso) en que el doctor Am brosio de
L im a,26 m dico de esta corte, haba defendido contra ios informes siniestros
d el protom edicato la inocencia de este trigo en extremo bien, a diez y seis de
enero de este ao mand pregonar su excelencia, de m otu proprio, el que de
aq u adelante sembrasen el trigo b lanquillo cuantos quisiesen, y rog a quien
114
puso las censuras contra su beneficio y cultivo el que las quitase, y as se hizo
con notable aplauso del pueblo y de los labradores.
Fue tam bin comn motivo de alegra a todos haberse trado a esta ciudad
la m ilagrossim a im agen de N uestra Seora de los Rem edios27 el d a veinte y
cuatro de m ayo de este presente ao de noventa y dos, sin haber razn, al
parecer, que obligase a tanto, as porque las aguas an no faltaban como
porque las enfermedades no pedan tanto rem edio, siendo las de siem pre y
siendo el amor que a esta venerable y prodigiosa hechura tiene todo Mxico
tiernsim o y cordialsim o; fue a este tenor la com placencia que con su vista
regocij los nim os, y con especialidad a los de la plebe que, divertida en
sem ejantes ocasiones, se olvida del comer por acudir a m irar.
SE INQUIETA EL PUEBLO
En tan poco como esto se port bien la plebe, y con alegra y con im paciencia
y m urm uracin en lo que se sigue, como la ida del algu acil m ayor, don
R odrigo de R ivera, a la ciudad de Celaya. Fue con autoridad y com isin del
seor virrey y , para seguridad de las recuas que de aqulla conducan el m az a
esta ciudad, se deca el que venan de cuenta de su excelencia. Sin ms
fundamento que esta voz comenz a presum ir el vulgo el que, ms por su
u tilid ad que por el de la repblica, trataba en ello. No les haca fuerza para
que esto que presum an tan indignam ente no fuese as; lo prim ero: la
publicidad con que se ejecutaba; lo segundo: que, vendindose el de Toluca y
Chalco a seis pesos la carga y despus a siete, el de C elaya vala a cuatro y a
cinco, por haber mandado su excelencia el que no se diese a costo y costas; y
lo tercero: haberle encomendado a don Francisco de M orales, contador del
ayuntam iento, la razn continua de esta dependencia, en cuya contadura
estaba siem pre de manifiesto a los que en ella entraban.
Eran estas murm uraciones y m alicias m uy en secreto, y desde siete de
ab ril, segundo d a de Pascua de Resurrecin, se hicieron pblicas. No hubo
ms causa que haberse predicado aquel da en la Iglesia C atedral y en
presencia del seor virrey y de todos los tribunales no lo que se deba para
consolar al pueblo en la caresta sino lo que se dict por la im prudencia para
irritarlo. Correspondi el auditorio nfim o a lo que el predicador deca con
bendiciones y con aplausos y con desentonado m urm ullo; y desde entonces,
teniendo por evidencias sus antecedentes m alicias, se hablaba ya con
desvergenza aun en partes pblicas.
Los que ms instaban en estas quejas eran los indios, gente la ms
ingrata, desconocida, quejum brosa e inquieta que Dios cri, la ms
favorecida con privilegios y a cuyo abrigo se arroja a iniquidades y sinrazones,
y las consigue. No quiero proseguir cuanto aqu me dicta el sentim iento,
acordndome de lo que vi y de lo que o la noche del da ocho de junio. Voy
115
venan todos los das y aun a tarde y a m aana a com prar m az, ponderando lo
mucho que -llevaba cualquiera de ellas y no ofrecindoseles que era para
revenderlo en to rtillas, presum an que slo lo hacan para que faltase en la
alhndiga y tom ar ocasin por esta causa para algn ruido.
Este acudir atropelladam ente y con alboroto de este lu gar a com prar m az
comenz el viernes, y lleg el sbado, siete de junio, sobre tarde, a lo m s que
pudo; no haba accidentalm ente este da tantas m edidas como se quisiera para
satisfacerlas a todas, y a esta causa cargaron tantas sobre los que vendan que,
embarazndose unas a otras por tom ar lu g ar, Ies estorbaban absolutam ente a
aqullos el poder m edirlo; viendo stos y los que para cobrar el dinero Ies
asistan no bastar voces y em pujones para apartarlas y que durante la
confusin y apretura, por entre ias piernas de las unas les tom aban otras el
m az a m uy grande fuerza, echando mano a un azote no s quin de ellos,
comenz a darles. Consiguise con esto el que se retirase, y se prosigui la
venta sin tanto ahogo, pero por breve rato porque, haciendo punto una
m ozuela para que la despachasen prim ero que a otras, la siguieron con m ayor
tropel y confusin que antes cuantas a ll estaban; enfadado de esto el que an
tena el azote, le descarg sobre la cabeza y espalda as con el ltigo como con
el bastn donde penda, diez o doce golpes, y reparti otros muchos a las ms
cercanas.
Si eran desentonadas las voces que hasta a ll haban dado, no s qu d iga
que fueron las que, al ver golpeada a la com paera, levantaron todas.
Pareciles, a lo que juzgo, bastaba esto para que tuviesen pretexto sus
m aridos para ejecutar sus designios y , olvidndose del m az porque clam aban
antes con tanto ahnco, tomaron a cuestas a la azotada y se salieron a la plaza a
carrera larga. No hallaron a ll los indios que ellas quisieran y , como no era la
plebe de que gustaban la que acudi a sus grito s, pasaron adelante con su
indiezuela para atraerla; atravesaron toda la plaza, entraron por el cem enterio
de la catedral y de a ll volvieron a las casas arzobispales a quejarse al seor
arzobispo de que no sio no les daban m az por su dinero y para su sustento
sino que a golpes haban hecho m alparir aquella m ujer.
Por no alborotar o no contristar a este piadoso prncipe con esta q u eja, las
despidieron algunos de su fam ilia con palabras suaves. Instaban ellas y , a
repulsas de stos, se encam in toda la chusm a, que pasaba de ms de
doscientas indias, al Palacio R eal. Llenronse con ellas los corredores, pero no
pasaron a los salones de su excelencia como queran, porque la gu ard ia alta de
los alabarderos se lo estorb. Volvironse de aqu (sin que las acompaase ni
un solo indio) a las casas arzobispales y , aunque por el tropel grande con que
venan ahora les cerraron las puertas superiores de la escalera, por donde no ha
118
enerado m ujer algun a desde que lo habita este venerable prelado ,30 fue tal su
instancia y su g ritera que consiguieron supiese su seora ilu strsim a lo que
les haba pasado, pero con la adicin del m al parto que haban fingido y con
circunstancias de que ya expiraba la mozuela que traan en hombros. Enviles
a decir con el intrprete de su juzgado que a ll se hallaba el que se sosegasen
y , juntam ente, recaud al corregidor de la ciudad, o a quien estuviese en la
alhndiga, para que m irasen aquellas indias con compasin. D eba de ser ms
que esto lo que queran, pues se volvieron en mucho m ayor tropa que antes ai
Palacio R eal, donde no entraron ni aun a los patios, porque la gu ard ia baja de
la infantera con voces y amenazas las ech de a ll, y en breve rato no
parecieron.
No les agrad tan ruidosa desvergenza a los que vieron a las indias
atravesando calles y mucho ms a algunos caballeros particulares que
casualm ente se hallaban entonces en el palacio .31 Era uno de stos el
chanciller de la R eal A udiencia, don Francisco Pavn, nuestro antiguo
am igo, y hablando de ello con don Alonso de la Barrera, caballerizo de su
excelencia, fue resulta de la sesin que entre s tuvieron avisarle a don Pedro
M anuel de T orres,32 capitn de aquella com paa, lo que haba pasado; y no
s si por otro o por este m edio tuvo plena noticia de todo el suceso de aquella
tarde el seor virrey. Dioie orden de que luego al instante que se previniese a
sus soldados con cuantas rdenes le pareciesen convenir para todo trance;
bajse de ia arm era con buen recato cantidad de chuzos, y se cargaron todas
las armas de fuego aquella noche, pero, a io que yo presum o, con sola
plvora.
Tam bin mand a los seores oidores, doctor don Ju a n de A rchaga y
licenciado don Francisco Fernndez M arm olejo, a quienes refiri los alborotos
de aquelia tarde y , como no se le haii otro motivo m anifiesto a tan grande
ruido sino la poca providencia que se haba tenido en la alhndiga al repartir
el m az, sali determ inado de aquella pltica asistiese todas las tardes en ella
un seor togado para que, con su presencia respetuosa, se com pusiesen las
que compraban con ansia y los que vendan con im paciencia, y Ies excusa sin
pleitos. Ofrecise para principiarlo el seor A rchaga, y parecindole ai seor
M arm olejo ser ms razn el que el m inistro menos an tiguo lo comenzase, por
voto suyo se le encarg al seor doctor don Ju a n de Escalante y M endoza,
fiscal de la Saia del C rim en, el que luego el dom ingo siguien te lo hiciese as.
Q uin podr decir con toda verdad los discursos en que gastaran los
indios toda la noche? Creo que, instigndolos las indias y calentndoles el
pulque, sera el prim ero q u itarle ia vida luego el da siguiente al seor virrey;
quem arle ei palacio sera el segundo; hacerse seores de ia ciudad y robarlo
todo, y quiz otras peores iniquidades, los consiguientes, y esto, sin tener
otras armas para conseguir tan disparatada y monstruosa em presa sino las del
desprecio de su propia vida que les da el pulque y la advertencia del
culp ab ilsim o descuido.con que vivim os entre tanta plebe, ai m ism o tiem po
119
EMPIEZASE EL ALBOROTO
A nada de cuanto he dicho que pas esta tarde me hall presente, porque me
estaba en casa sobre m is libros. Y aunque yo haba odo en la calle parte del
ruido, siendo ordinario los que por las continuas borracheras de los indios nos
enfadan siem pre, ni aun se m e ofreci abrir las vidrieras de la ventana de m i
estudio para ver lo que era hasta que, entrando un criado casi ahogando, se
me dijo a grandes voces: Seor, tum ulto! A br las ventanas a toda prisa y,
viendo que corra hacia la plaza infinita gente a m edio vestir y casi corriendo,
entre los que iban gritando: M uera ei virrey y el corregidor, que tienen
atravesado el m az y nos m atan de ham bre!, me fui a ella. Llegu en un
instante a la esquina de Providencia, y sin atreverme a pasar adelante me
qued atnito. Era tan extremo tanta la gente, no slo-de indios sino de todas
castas, tan desentonados los gritos y el alarido, tan espesa la tem pestad de
piedras que llova sobre el palacio que exceda el ruido que hacan en las
puertas y en las ventanas al de ms de cien cajas de guerra que se tocasen
juntas; de los que no tiraban, que no eran pocos, unos trem olaban sus m antas
como banderas y otros arrojaban al aire sus sombreros y burlaban otros; a
todos les adm inistraban piedras las indias con d iligen cia extraa. Y eran
entonces las seis y m edia.
Por aquella calle donde yo estaba (y por cuantas otras desembocaban a las
plazas sera lo propio) venan atropellndose bandadas de hombres. Traan
desnudas sus espadas ios espaoles, y viendo lo m ism o que a ll m e tena
suspenso, se detenan; pero los negros, los m ulatos y todo io que es plebe
gritando: M uera el virrey y cuantos lo defendieren! y los indios:
M ueran los espaoles y gachupines (son ios venidos de Espaa) que nos
comen nuestro m az! . Y exhortndose unos a otros a tener valor, supuesto
que ya no haba otro Corts que los sujetase, se arrojaban a la plaza a
acompaar a los otros y a tirar piedras. Ea, seores!, se decan las indias
en su lengua unas a otras, vamos con alegra a esta guerra, y com oquiera
Dios que se acaben en ella los espaoles, no im porta que m uram os sin
confesin! No es nuestra esta tierra? Pues, qu quieren en ella ios
espaoles? .
No me pareci haca cosa de provecho con estarm e a ll, y volviendo los
ojos hacia el palacio arzobispal, reconoc en su puerta gen te eclesistica y me
vine a l; d ijo el provisor y vicario general que a ll estaba que subiese arriba, y
123
por a ll andaban, pero no ellos solos sino cuantos, interpolados con los indios,
frecuentaban las pulqueras, que son m uchsim os (y quienes a voz de todos),
por lo que tendran de robar en esta ocasin les aplaudieron das antes a los
indios lo que queran hacer.
En m ateria tan extrem o grave como ia que quiero decir no me atrevera a
afirm ar asertivam ente haber sido los indios los que, sin consejo de otros, lo
principiaron o que otros de los que a ll andaban, y entre ellos espaoles, se los
persuadieron. Muchos de los que lo pudieron or dicen y se ratifican en esto
ltim o , pero lo que yo vi fue lo prim ero. Con el pretexto de que le faltan
propios a la ciudad (y verdaderam ente es as) arrendaba el suelo de la plaza
(para pagar los rditos de muchos censos que sobre s tiene) a diferentes
personas y tenan stas en ella ms de doscientos cajones de m adera, fijos y
estables los ms de ellos, con m ercaderas de la Europa y de la tierra y en
m ucha sum a, y no son tantas las que restaban por ser vidrios, loza, especies
m iniestras y cosas com estibles lo que haba en ellos. Lo que quedaba en la
plaza sin los cajones se ocupaba con puestos de indios, formados de carrizos y
petates, que son esteras, donde vendan de da y se recogan de noche,
resultando de todo ello el que una de las ms dilatadas y mejores plazas que
tiene el m undo, a algunos Ies pareciese una m al fundada aldea, y zahrda a
todos. M uy bien sabe vuestra merced, pues tantas veces lo ha visto ser as, y
tam bin sabe el que siem pre se ha tenido por m al gobierno p erm itir en aquel
lu gar (que debe estar por su naturaleza despejada y libre) sem ejantes-puestos,
por ser tan fcilm ente com bustible lo que los forma y tanta la hacienda que en
los cajones se encierra.
Con este presupuesto, como no conseguan con las pedradas sino rendirse los
brazos sin provecho alguno, determ inaron ponerle fuego a palacio por todas
partes y , como para esto les sobraba m ateria en los carrizos y petates que en
los puestos y jacales que componan tenan a m ano, comenzaron solos los
indios e indias a destrozarlos y a hacer montones para arrim arlos a las puertas
y darles fuego, y en un abrir y cerrar de ojos lo ejecutaron. Principise el
incendio (no s el m otivo) por el segundo cajn de los que estaban junto a la
puente del palacio sin pasar a otro; y siendo slo azcar lo que tena dentro,
fue desde luego la llam a vehem ente y grande. Siguise la puerta del patio,
donde estn las Salas de Acuerdos y de las dos A udiencias, las Escribanas de
Cm ara y Alm acenes de Bulas y Papel sellado; despus de sta, la de la Crcel
de Corte, que haba cerrado el alcalde al principiarse el ruido y quien o los
que en su cuarto asistan no pudieron estorbarlo a carabinazos; luego, la del
patio grande en que est la vivienda de los virreyes, la Factora, Tesorera,
C ontadura de T ributos, A lcabalas y Real H acienda, la C h an cillera y
125
M uera el corregidor! Y esto, no tan desnudam ente como aqu lo escribo, sino
con el aditam ento de tales desvergenzas, tales apodos, tales m aldiciones
contra aquellos prncipes cuales jams me parece pronunciaron hasta esta
ocasin racionales hombres. En este delito s m uy bien, pues estaba entre
ello, que m urieron todos, pero no en quem ar las casas del ayuntam iento y
cabildo de la ciudad y el palacio, solos los indios.
EMPIEZASE EL SAQUEO
Y a he dicho que los acompaaban los zaramullos del B aratillo desde el mism o
instante que pasaron con la india que fingieron m uerta por aquel lugar. Y
como casi todos los que asisten o compran a los muchachos y esclavos lo que
en sus casas hurtan, o son ellos lo que lo hacen cuando el descuido ajeno o su
propia solicitud les ofrece las ocasiones, no hallando otra ms a propsito que
la que tenan entre las manos para tener qu jugar y con qu comer no slo
por das sino por aos, m ientras los indios ponan el fuego (como quien saba,
por su asistencia en la plaza, cules eran de todos los cajones los ms
surtidos), comenzaron a romperles las puertas y techos, que eran m uy
dbiles, y a cargar las m ercaderas y reales que a ll se hallaban.
No les pareci a los indios que veran esto el que quedaban bien, si no
entraban a la parte en tan considerable despojo; y mancomunndose con
aqullos y con unos y otros cuantos m ulatos, negros, chinos, m estizos, lobos
y vilsim os espaoles, as gachupines como criollos, a ll se hallaban, cayeron
de golpe sobre los cajones donde haba hierro y lo que de l se hace, as para
tener hachas y barretas con qu romper los restantes como para armarse de
machetes y cuchillos que no tenan. No se acordaron stos desde este punto
de las desvergenzas que hablaban, ni los indios e indias de atizar el fuego de
las casas de ayuntam iento y de palacio y de pedir m az, porque les faltaban
manos para robar. Quedaba vaco un cajn en un momento de cuanto en l
haba y en otro momento se arda todo, porque los mism os que llevaban lo
que tenan y le daban fuego; y como a ste se aada el de todos los puestos y
jacales de toda la plaza que tam bin ardan, no viendo sino incendios y
bochornos por todas partes, entre la pesadumbre que me angustiaba el alm a,
se m e ofreci el que algo sera como lo de Troya cuando la abrasaron los
griegos.
En vez de rebato se tocaba a esta hora en todas las iglesias a rogativa, y
parecindoles a los reverendos padres de la Compaa de Jess y de la Merced
el que podran servir sus exhortaciones para que se compusiese la plebe,
acompaando aqullos a un Santo C risto 'y rezando el rosario a coros con
devota pausa, y stos a una im agen de M ara Santsim a, a quien cantaban las
letanas con suave m sica, se vinieron a la plaza en com unidad; pero como
entonces llovan piedras por todas partes, desbaratado el orden religioso con
127
valientem ente y con tanto m ayor empeo y resolucin cuanto las llam as que,
por el balcn grande y portales de Provincia entraban ya a las recm aras, eran
entonces en extrem o grandes y voracsim as. No se perdi de cuantos papeles
haba a ll de sum a im portancia, ni uno tan slo. Cargronse todos de lo
menos brumoso y de ms valor y , encomendando lo restante y asegurado a
algunos soldados y personas feles, sacaron por una casa que est inm ediata al
jard n a aquellas dam as y dueas y otras m ujeres y gente tm id a; y
atravesando por entre los muchos tum ultuantes que en la calle haba, las
condujeron al palacio del seor arzobispo que est a ll enfrente.
La noticia del acom etim iento que le hicieron los sediciosos y de la confusin y
alboroto que en la plaza haba hall al seor virrey en el convento de San
Francisco. La voz prim era que a ll se oy atribuy a travesura de muchachos
lo que haba sido, y afirm la segunda no ser sino m ovim iento g igan te de
todo M xico, conspirando sin excepcin de personas para qu itarle la vida a su
excelencia, como lo decan a voces. H allbanse a ll (sin el caballerizo don
Alonso de la Barrera y algunos pajes) don Ju a n de Dios de M edina Picazo y
don Alonso M orales, alcaldes ordinarios de la ciudad, y los regidores don
Ju a n de A guirre Espinosa y don Bernab Alvarez de Itay. Como a esta noticia
la acompa desde luego el desentonado estruendo que por las calles se oa,
aunque reconoci ser la turbacin de los que a ll estaban cuanta pudo ser,
dej al instante su excelencia la silla para salir a la calle; pero corriendo
algunos religiosos a cerrar las puertas y otros (con los caballeros que he
referido) a detenerlo, arguyndole de hom icida de s m ism o si tal haca y
ponderndole lo que su vida im portaba, y con promesa de que iran en
persona a saber lo que era, lo detuvieron all.
D urante esto lleg a refugiarse al mism o convento de San Francisco su
excelentsim a esposa porque, al venirse ya a su palacio por aquella calle,
reconocieron los cocheros desde m uy lejos lo que en la plaza haba y , sin
discurrir con certidum bre lo que poda causarlo y atravesando calles con
d iligen cia por estar a sotavento de aquel convento, consiguieron lleg ar a l sin
desm n alguno y con notable dicha, supuesto que casi atropellaban a los que
corran para la plaza sin advertirlo ellos.
Por instantes creca el alboroto en las calles, segn se perciba distante
m ente desde all dentro, y tam bin se oan los mosquetazos que en palacio se
dispararon; y todo esto con noticia cierta de no haber otra voz entre los indios
y plebeyos, que tam bin se supo eran los sediciosos, sino de que m uriese el
virrey porque faltaba el m az. O h, qu afliccin sera la de este prncipe,
vindose a ll encerrado! Los suspiros y tiernas lgrim as de su aflig id a esposa
por una parte, por otra la refleja a la ingratitu d de la plebe para cuyo sustento
se afan tanto y por otra la ciencia de la ninguna prevencin y armas de los
que a ll estaban. Con discursos que m utuam ente se em barazaban lo tenan
suspenso y sobre todo no queriendo abrir las puertas del convento los
religiosos por parecerles ser esto lo que, por estar a ll sus excelencias a quienes
buscaba la plebe para quitarles la vida, se deba hacer,39 no haba modo para
que saliesen los pocos que le asistan a ejecutar sus rdenes y repartir a otros
las que juzg necesario.
Como por estar en la plaza toda la plebe, se minor el concurso en aquella
calle; movidos de los golpes con que las ms ilustres personas de M xico,
dando al m ism o tiem po sus nombres, las hacan pedazos, se las franqueaban
131
los religiosos que las guardaban con grande recato. Ofrecironse todos y
tam bin sus vidas a sus excelencias y , sabindose de ellos m enudam ente lo
que haba pasado y con especialidad el que, sin acordarse del palacio y casas
del ayuntam iento que por todas partes ardan, se haban ya arrojado los
sediciosos a robar los cajones de la plaza y a ponerles fuego, le orden al conde
de San tiago , a don A ntonio de Deza y U lloa40 y a ios que antes d ije que,
apellidando el nombre de su m ajestad y de su virrey, luego al instante se
volviesen a la plaza con cuanta gente pudiesen, as para desalojar de ella a los
sediciosos como para asegurar del incendio la Caja Real y ios tribunales; y
cum pliendo todos sus m uy honradas obligaciones y con el orden dado,
hicieron prontam ente lo que queda dicho.
A unque al m ism o instante que se acab el p illaje ces el tum ulto ,
habindose retirado los que lo causaron a guardar sus robos, con todo, por
evitar en la falta del m az del d a siguien te m ayor escndalo, despach su
excelencia (perseverante el ruido) al regidor, d o n ju n de A guirre Espinosa, a
la provincia de Chalco para que hiciese am anecer en M xico cuanto m az se
hallase; a don Francisco Sigenza41 a escoltar desde donde las encontrase hasta
esta ciudad las recuas que venan de C elaya y de la tierra adentro; encarg al
m ariscal don Carlos de Luna y A rellano visitase aquella noche todas las
panaderas de M xico para que se amasase en ellas para el da siguien te
trip licado pan del que solan antes; a otros envi a las carniceras y aun a las
huertas para que no faltase verdura, fruta y hortalizas; despach y no slo esto
hizo sino tam bin correos a la Puebla de los A ngeles y a diferentes partes
donde, por ser general y m ayor que en M xico la caresta y sus vecinos
muchos p udiera un ejem plar tan pernicioso y abom inable como el presente
irritar los nim os, se hallara sin prevencin a los que deban tenerlas.
En estas cosas se pas la noche, pero no era necesario que am aneciese para ver
y llorar con suspiros dolorosos lo que el fuego haca. Persever ste hasta el
m artes con vehem encia notable y , para decir en breve lo que de necesidad
peda relacin m uy larga, quem se ia m ayor parte de los portales y oficios de
provincia y en ellos algunos papeles; algo de los cuartos del seor virrey;
todos los que caan sobre el zagun de la puerta principal dei cuerpo de
g u ard ia; toda la crcel con sus entresuelos, donde perecieron tres criaturas y
una m ujer; la Sala de Torm entos; ia del C rim en; la de Menor C uan ta; la
escribana ms an tigu a de Cm ara con sus papeles todos; la de la Real
A udiencia y en ellas cuantas colgaduras, alfom bras, lienzos, relojes, libros,
papeles y adornos haba; quem se la arm era toda y algunas arm as. D le Dios
m ucha vid a, pero m ejor en el cielo, a quien, derribando puertas por una
parte, esforzndole al fuego ei que respirase, libr la Sala dei R eal Acuerdo y
el T ribunal de C uentas!42
132
M ayor fue el estrago de las casas de ayuntam iento, pues las abrasaron
todas, quiero decir, la vivienda de los corregidores, la Contadura de propios,
el Oficio d e'la Escribana de Cabildo y la Sala de A yuntam iento, y cuanto por
lo bajo corresponda a esto y era parte de la alhndiga, el oficio de la
D iputacin y Fiel E jecutora, los de los escribanos pblicos y en ellos y en el
del M ayor dei Cabildo cuantos papeles haba, as de lo que estaba corriente
como de los protocolos, antiguos libros de censos, mayorazgos y sem ejantes
cosas. R epito otra vez el que Dios le d ei cielo a quien entre tantas llam as
sac y an tiene en su poder los libros capitulares, nicam ente privilegiados
en tan voraz incendio.43 Quemronse tam bin algunas tiendas (y cuanto
haba en ellas) pertenecientes a los propios de ia ciudad y , finalm ente,
discurrido el destrozo con m adurez y juicio* pasa el valor del robo y de lo que
arruin el fuego de tres m illones.
Acompaados del ilustrsim o seor arzobispo, de los m inistros togados,
de los ttulo s y de prim era nobleza, y tam bin de inm ensa plebe que, con
disim ulo o arrepentim iento de lo pasado, les deseaban vida en pblicas
aclam aciones, salieron los seores virreyes del convento de San Francisco y se
vinieron a hospedar al palacio nuevo del marqus del V a lle .44 No constaba la
disposicin con que estaran los nimos de los tum uituantes; y aunque hasta
ahora se hallaba en arm a la ciudad toda, nombr su excelencia sin dilacin los
cabos de m ilicia que le pareci convenir. Abrironse listas para las dos
compaas de caballera que estuviesen al sueldo para rondar la ciudad y
presidiar el palacio; distribuyronse las del batalln donde pareci y , por
ltim o , se le im posibilit a la plebe otro m ovim iento y , arrojando el barrio
de Santiago luego aquel lunes y el siguiente m artes algunas tropas, aunque lo
hallaron despoblado, se aparejaron algunos indios; (y para proseguirlo
despus como se hizo con algn logro) se comenz a recobrar parte de lo que
haban robado.
A los que se haban salido de la ciudad la m ism a noche del dom ingo,
aunque les sobraba la ropa y dinero, no les acompaaba el sustento, y
acom etiendo a algunas canoas que venan navegando desde Chalco con
provisin de m az, las dejaron sin grano; pero con la actividad con que don
Ju a n de A guirre y don Francisco de Sigenza, m i hermano, introdujeron,
aqul en otras canoas y ste en la recuas que hall m uy cerca, no slo
suficiente sino sobrado m az, pudo abundar aquel d a y quedar para otros en
la ciudad, si su excelencia sin ms consejeros que su caridad y m isericordia no
hubiera mandado que a todos, y con especialidad a la ingrata, traidora
chusm a de las insolentes indias, se les repartiese graciosam ente y sin paga
algu n a cuanto hubiese entrado.
133
Es verdaderam ente d ign a de elogio esta accin tan cristiana, pero merece por
otro este excelente prncipe cuantos en todos tiem pos les form la elocuencia
a los mayores hroes. Como nunca (entrando el tiem po de su g en tilid ad ) lleg
la borrachera de los indios a m ayor exceso y disolucin que en estos tiem pos
en q u e ,' con pretexto de lo que contribuyen al R ey N uestro Seor los que
conducen, abunda ms el pulque en M xico slo en un da que en un ao
entero cuando la gobernaban idlatras. A i respecto de su abundancia no haba
rincn, m uy m al he dicho, no haba calles ni plaza pblica en toda ella
donde, con descaro y con desvergenza, no se le sacrificasen al dem onio
m uchas ms alm as con este vicio que cuerpos se le ofrecieron en sus tem plos
.gen tlico s en ios pasados tiem pos;45 las m uertes, los robos, los sacrilegios, los
estupros, las bestialidades, las supersticiones, las idolatras contra que tantas
veces se declam en ios plpitos y se escribi en los libros, quin duda que
tenan ya (si as se puede decir) enfadado a Dios; y quin duda que, tom ando
por instrum ento a ios consentidos, quiso hacer un pequeo am ago para
castigar a un lu gar donde tnto se le haba ofendido en esta ln ea? Si falta
enm ienda, perfeccionar su justicia.
Desde el instante m ism o que se principi el tum ulto , inspirados quiz
dei cielo, levantaron todos el grito Este es el p ulque! . Y ofrecisele lo
propio al m ism o tiem po al seor virrey (quien mucho antes, detestando las
consecuencias que de su abuso se siguen , haba escrito al R ey N uestro Seor
dilatadam ente) y , parecindoie que obsequiara a su m ajestad obsequiando a
D ios, m and el lunes m ism o por la m aana, nueve de jun io, el que ni una
sola carga de pulque le entrase en M xico; y con parecer del R eal Acuerdo,
despus cooperando a ella el ilustrsim o seor arzobispo, algunos de sus
sufragneos, los cabildos eclesistico y secular, la Real U niversidad, los
colegios, las R eligion es, los hombres doctos y aun de los propios indios ios
pocos que conservaban algo de nobleza an tigu a hasta dar cuenta de ello al R ey
N uestro Seor, io prohibi en M xico absolutam ente.
Habindose cogido cuatro indios en los mism os cuarteles de palacio al
ponerles fuego y confesando, sin torm ento alguno, haber sido cm plices en el
tum ulto y cooperado al incendio, menos a uno que con veneno la noche antes
se m at a s m ism o; ahorcaron a cinco o seis, quem aron a uno y azotaron a
muchos en diferentes das, y juzgo que se va procediendo contra otros que se
hallan presos.
Las alarm as falsas, los m iedos, las turbaciones de todo M xico en aquella
sem ana, y quiz despus, pedan para su expresin relacin m uy larga; pero,
no obstante, vivan ios pusilnim es con algn consuelo, discurriendo el que,
aunque faltasen ios espaoles a su defensa, siendo m ortales enem igos de ios
indios de M xico los de T laxcaia, en ocasin de rom pim iento grande ios
tendran seguros y corriendo voz de los que forman repblica se le haban
enviado a ofrecer al seor virrey, se alegraron todos.
134
135
C arlo s
de
S ig e n z a
ngora
NOTAS
1 Durante los dos primeros siglos virreinales no fueron pocas las sublevaciones de los
negros, m uiatos, indios y otros elementos de la sociedad novohispana. Son numerosas las
narraciones y descripciones de estos acontecimientos en ia vida secular de la poca barroca, y en
la extensa lista de las relaciones se destaca esta carta que escribi Sigenza y Gngora para su
am igo don Andrs de Arrila. Esta carta, considerada la ms detallada e interesante de todas
las descripciones, no solamente del tum ulto de los indios de Mxico en 1692 sino de todos los
disturbios ocurridos en el reino durante aquel siglo , fue publicado por I. A . Leonard en 1932.
Para esta edicin modernizamos ei texto editado por Leonard. A lboroto y m otn de los indios de
Mxico d el 8 d e ju n io de 1692 (Mxico: Museo Nacional de Arqueologa, H istoria y Etnografa,
1932). Adems de ia carta y extensas notas, ia edicin de Leonard incluye siete documentos
inditos que tratan el famoso m otn. Se incluye la carta en R elaciones histricas de Manuel
Romero de Terrero (pp. 91-168). Vase tambin la traduccin y estudio de Leonard, D on
C arlos de Sigenza y G ngora, pp. 110-138, 210-277. Para la bibliografa sobre ei m otn,
adems de estas obras, son tiles j . I. Rubio Ma, Introduccin, II, pp. 37-64, y Rosa Feijoo,
Ei tum ulto de 1 6 9 2 , H istoria m exicana, X IV (1965), 6 5 6-79. Para facilitar la lectura del
texto del Alboroto, hemos intercaiado varios epgrafes que no figuran en el original.
2 El gaditano Andrs de Pez naci hacia 1653 y a los diez y seis aos empez a servir en la
guarda de ia carrera de Indias, ganndose merecida reputacin de cosmgrafo, gegrafo y
nutico. Castellano de San Ju an de U la, le fue encargada la expedicin de 1693 para
reconocer la Baha de Pensacola en la Florida y la desembocadura dei rio M isisip , en ia cual le
acompa Sigenza y Gngora. Cuando Sigenza escribi esta carta, ei alm irante Pez se
hallaba en M adrid, gestionando la ocupacin y fortificacin de Pensacola. Regres de nuevo a
Espaa en 1710, y tras servir en Barcelona desde 1712 hasta 1714, fue nombrado gobernador
del Consejo de Indias y secretario de Estado y del Despacho Universal de M arina en 1721,
cargo que desempe hasta su muerte en 1721.
5 Este to de Sigenza fue hermano de Fausto Cruzat y Gngora, gobernador de las
Filipinas de 1690 a 1701. V. infortunios, n. 42.
4 Sobre a prim era entrada de don Diego de Vargas a Nueva Mxico escribi Sigenza su
M ercurio Volante, que incluimos en esta edicin. Sobre Domingo Cruzat y Gngora y D iego de
Vargas hay muchos documentos referentes a ellos en P. Otto M as, M isiones d e Nuevo M xico
(M adrid, 1929).
5 Debido a las depredaciones de ios piratas en el Golfo de Mxico, en especial ei saqueo del
puerto de la Vera Cruz en 1683 por ei tem ido Lorencillo, en el cual los bucaneros lograron
apoderarse del botn ms rico que jams se cayera en manos de los corsarios, se dio cuenta el
gobierno de la necesidad de fortalecerse mejor el castillo de San Ju an de U la. Con este fin
ileg el ingeniero m ilitar Jaim e Franck, con quien trab am istad Sigenza. Entre los m ltiples
cargos de don Carlos uno fue el de examinador general de artilleros, y en 1695 el conde de
Galve le mand que examinase ias obras del castillo. Vase I. A. Leonard, Informe de don
136
137
pesos de a ocho a cada convaleciente que llevaba un testimonio del hospital. Viaje a la N ueva
Espaa, p. 122.
17 Sobre el doctor Ju an de Escalante y Mendoza, vase Rubio Ma, Introduccin, II d 40
n. 78.
18 Sigenza y Gngora traz un piano que se titu la M apa de las Aguas que por el circulo
de 90 leguas vienen a la Laguna de Tescuco y de la Estensin que sta y la de Chalco tienen.
De ste dice Manuel Orozco y Berra: El plano de D. Carlos de Sigenza, merced a la
reputacin de su autor, fue casi el exclusive hasta fin del siglo [XVIII] en lo tocante al V alle de
Mxico y al desage: los inteligentes lo consultaban en ambas lneas, adoptndolo tal cual lo
encontraron, sin intentar introducirle modificaciones. La prim era vez que se public en
Mxico fue el ao de 1748; y en 1783 lo repeta en M adrid con slo diferencia del dibujo, el
gegrafo de los dominios d e S . M . D. Toms Lpez . Apuntes p a ra la historia d e la geo gra fa d i
M xico (Mxico, 1881), p. 326. Este mapa, publicado por vez prim era en Extractos d e los autos
de d iligen cia s del licenciado Joseph Francisco de Cuevas, Aguirre y Espinosa (Mxico, 1748), se
reproduce en I. A . Leonard, D on C arlos de Sigenza, frente a la pg. 84.
Como dato curioso agregamos que en ia clusula 38 de su testam ento, Sigenza
menciona una Q uixada y en ella una muela de elefante que se sac pocos aos ha de ia obra del
desage de Huehuetoca, porque creo es de los que se ahogaron en el tiempo del d ilu v io . F.
Prez Salazar, B iogra fa , p. 171.
20
Sobre este eclipse totai escribi en su D iario A . de Robles: Jueves 2 3 , se vieron las
estrellas, cantaron los gallos y qued como a prim a noche oscuro a las nueve del da, porque se
eclips el sol totalm ente. D iario, II, pp. 229-23. Vase el estudio introductorio de esta
edicin.
En su testamento Sigenza mand que se entregaran a los padres jesuitas un estuche
de instrumentos matemticos hecho en Flandes, con un libro manuscripto de su explicacin y
tambin un anteojo de larga vista de cuatro vidrios que hasta ahora es ei mejor que ha venido
a esta Ciudad y me lo vendi el Padre Marco Antonio Capus en ochenta pesos. El cual se
conservar y guardar en dicha librera en el cajn que he mandado se haga en ella a m i costa
para conservar otras alhajas, y advierto que dicho estuche cost doscientos pesos. F. Prez
Salazar, B iogra fa , p. 172.
Al final dei ao de 1691 escribi Robles: Despus del eclipse de 23 de agosto, cay en
los trigos y maces sembrados una plaga que llamaron chahuistle, que era un gusano de la raz,
con que fueron ias cosechas cortsim as, de que se origin la caresta de bastimentos y de ella
hambre y mortandad de gente en toda la Nueva Espaa; y dur hasta mucha parte dei ao
siguiente, en que llegaron a dar siete onzas de pan por medio real, y en el siguiente pasado
hubo da que no se ha un pan en toda la ciu d ad . D iario, II, p. 236.
La forma que emplea Sigenza ser otra variante, como 'chahuixtle', de chahistle, cierta
enfermedad de las gram neas, segn F. Santam ara, D iccionario d e m ejicanism os (Mxico: Ed.
Porra, 1974), p. 347, quien cree que proviene de la mexicana ch iauizd i.
Resulta curiosa ia observacin de otro estudioso hecha en 1770: En general se cree que
el chahuiztle (palabra mexicana) son unos insectos que daan a la planta. Yo he procurado
desengaarme haciendo competentes observaciones. Lo que puedo asegurar es que puesto aquel
polvo en un excelente microscopio, no se distinguen ms que unos cuerpecios de figura oval,
con muy corta diferencia en el tamao, sin movimiento y sin los miembros necesarios para la
nutricin, mutacin del lugar
cosas tan necesarias a los vivientes. Ei juicio que tengo
formado es que la abundancia de humedad chupada por los tubos capilares de la planta es la
que rompe dichos tubos y se manifiesta afuera, como ia goma o resina en los rboles... Este
juicio que tengo formado del chahuiztle puede no ser del todo cierto . Citado por Santam ara,
D iccionario, p. 348.
Se organiz la aihndiga de acuerdo con la ordenanza de Felipe II, fechada el 31 de
marzo de 1583. Vase R ecopilacin de leyes de los Reynos d e las In d ia s, II (M adrid, 1756), p. 107.
25
Sobre la sociedad novohispana de este siglo vase I. A. Leonard, La poca barroca, pp.
65-86. Es interesante la obra de Gregorio Torres Quintero, M xico h a cia e l f i n d el virreinato
espaol, antecedentes sociolgicos d el pueblo mexicano (Mxico, 1921).
138
26 S picilegio de la ca lid a d y utilid a d es d el trigo que comunmente llam an blanq uillo, con respuestas a
las razones que los protho-m edicos desta C orte a lega ron contra l (Mxico, 1692).
27 Enrre las Imgenes que ios Soldados de el Seor Fernando Corts truxeron la
Conquista, lun Rodrguez de Viilafuerte truxo vna Efigie de bulto pequea de poco ms de
m edia vara con ei Nio en ios brazos, que le dio vn hermano suyo, soldado quien avia
acompaado, y ayudado en sus conflictos por Itaiia y A lem ania. Fr. A gustn de Vetancurt,
C hronica d e la provin cia d el Santo E vangelio d e Mxico (Mxico, 1697). En pocas de pblicas
calamidades era costumbre llevar la santa imagen desde su santuario cerca de San Bartolo
Naucalpan a la catedral m etropolitana, en donde se hacan solemnes novenarios. Vanse Ju an
Bautista Daz C alvillo, N oticia p a ra la historia de N uestra Seora de los Remedios (Mxico, 1812) y
Manuel Romero de Terreros, Bocetos d e la vid a socia l en la N ueva Espaa (Mxico: Ed. Porra,
1944), pp. 121-127.
El martes, 20 de mayo, empez la rogativa en la Catedral y dems iglesias por la falta del
agua y por la enfermedad. Y el 24 llego por la dcima cuarta vez la famosa Virgen de ios
Remedios, trayndoia en coche el cannigo unsibay y ios seores virreyes. Robles, D iario, II,
p. 248.
28 En La C arta d e un R eligioso leemos: Preguntndoles [a los indios} si este tum ulto era
motivado por ia falta de maz o de otro mantenimiento, dijeron que no, que antes tenan
mucho escondido en sus casas. Y dicindoles que por qu escondido, respondieron: m ira,
seor, como nosotros queramos levantarnos con ei reino, discurrimos que sera bien tener
mucho de nuestra parte, y como la cosecha del maz se haba perdido, y haba poco y por eso
caro, nos mandaron los caciques que comprsemos mucho ms de io que habamos menester y
que lo enterrsemos, para que faltase a la gente pobre, y stos, viendo que vala ia comida tan
cara, seran de nuestra parte cuando nos levantsem os... De aqu nace ei haber habido mayor
gasto en ia A lhndiga. D ocumentos pa ra la historia de M xico, Segunda serie, III, p. 335.
29 Alusin a la famosa retirada de los espaoles y narrada por Bernal Daz del C astillo,
Cap. CXX VII, H istoria verdadera d e la conquista de la N ueva Espaa.
30 Sobre esta singularidad del famoso arzobispo Francisco A guiar y Seijas escribi
Francisco Sosa: Aversin decidida era ia del arzobispo de quien nos ocupamos, hacia las
mujeres; tan exagerada, que podra calificarse de verdadera mana. Consta que desde sus
primeros aos evit su trato y proxim idad, y no hay por qu extraar que, ya sacerdote ni aun
ei rostro hubiese querido mirarlas. En su servidumbre jams perm iti m ujer alguna: en sus
frecuentes plticas doctrinales atac con vehemencia cuantos defectos crea hallar en la mujer:
se avanz hasta reprenderla desde el pulpito mismo personalizando sus razonamientos: por su
propia mano cubri la cabeza a una que se hallaba sin tocas en el tem plo; siendo arzobispo se
resita a visitar a los virreyes por no tratar a sus consortes, y io que es ms notable todava,
prohibi pena de excomunin que m ujer alguna traspasara los dinteles de su palacio
arzob isp al... Episcopado mexicano {Mxico, 1877), p. 153.
31 Vase la obra magna del consumado Cristbal de Villalpando, escrita al finalizar el
siglo diecisiete, la cual resume la vida virreinal en ia plaza mayor de Mxico. En un detalle del
mismo se ve claramente ei palacio semi-destruido por el tum ulto de 1692. H ay una
reproduccin, con detalles del mismo cuadro, en ei precioso libro de M argarita Lpez-Portillo,
Estampas de J u a n a ins de la Cruz (Mxico: Laboratorio Lito-Color, 1978), pp. 9 2 -9 3 , 321-324.
Una buena descripcin dei palacio en esta poca nos la proporciona Luis Gonzlez Obregn en
el captulo titulado El Palacio de los Virreyes en 1 6 6 , con un retrato, en su M xico viejo
(Mxico y Pars, 1900), pp. 310-22.
2 Fue adems secretario de la virreina, segn la carta de los vasallos leales y tambin
autor de la Relacin del tu m u lto ... por un testigo presencial. El primer escrito figura en
Alboroto y motn de I. A. Leonard, pp. 131-42, y el segundo en Genaro Garca, Documentos
inditos o m uy raros pa ra la historia de M xico, tomo X (Mxico, 1905-1911), pp. 230-55.
33
Cuando Gemelli Careri visit el pueblo, distaba m edia legua de Mxico. Llegu a este
pequeo pueblo (parroquia de los padres dominicos), pero no encontr ms construccin de
piedra que un pequeo convento de los mismos religiosos, con cabida slo para cinco frailes, y
una iglesia m uy comn con veinte altares. Solan visitar el sitio los virreyes para recrearse.
Dice ei mismo viajero que fue a ver ia casa y ei jardn de d o n ju n de Vargas, adornada la
139
prim era con buenos m uebles y pinturas, y el segundo con hermosas fuentes. Este caballero se
m antiene con caballos, y gasta alrededor de seis m il pesos de a ocho al ao, sin ms renta que la
que dan las cartas y los dados, ganando algunas noches treinta m il pesos de a ocho. Viaje a la
N ueva Espaa, pp. 105-106, 112.
34 La Relacin del tum ulto refiere que ...lu e g o que se vi sola la gen tualla de los
indios e indias, pasaron por Palacio con gritera a ias Casas Arzobispales, iievando cargada una
india en hombros fingiendo (como fue cierto, que lleg a ellos un sacerdote, y m irndola, les
d ijo :.m irad que ahogis a esa m ujer, que iba sudando) haber muerto en la A lh n d ig a ...
Genaro Garca, Documentos, X , p. 238.
35 Este mayordomo del conde de Galve se llam aba Amadeo Isidro Ceye. Con l estaban
don M iguel de Santa Cruz, paje, Lzaro Piedra Ucedor y un ayuda de Cmara y 14 16
soldados con quienes se hizo oposicin a los tum ultuantes. R elaci n, Genaro Garca,
D ocumentos, X , p. 238.
,<s Robles dice que el da despus del tum ulto quitsele la compaa de Palacio a D.
Pedro M anuel, envindolo al C astillo de San Ju an de U la, ms por su seguridad que por
destierro. D iario, pp. 256-57.
37 En la Relacin leemos que el seor arzobispo con la prim era noticia del alboroto,
sali de su casa en coche, con su crucero delante y al entrar en la plaza, le derribaron al
sotacoche, y otro alcanz al crucero, con que se vi S. I. obligado a apearse. Genaro Garca,
D ocumentos, X , p. 239.
38 As escribe don Carlos con su acostumbrada modestia. Para am pliar esta brevsima
relacin de la actuacin del sabio mexicano en aquella noche aciaga, se puede consultar Andrs
Cavo, Los tres siglos d e M xico, II (Mxico, 1836-1838), p. 8 1 , y la carta de Gabriel Lpez de
Sigenza que precede la O riental p la n eta , obra de Sigenza y Gngora que se public despus de
su muerte. En el Sum ario de oficio de la Real ju stic ia Contra Antonio de Arao, chino o
m ulato (Archivo de Indias, Sec. I, Patronato, Leg. 2 2 6 , hoja 5) se lee: En la ciudad de
Mxico a cattorse dias del mes de Ju n io de 1692 aos estando en el obraje de Don Diego de
Pereda Para efectto de que el licenciado Dn Carlos de Sigenza, C lrigo Presuittero
D om isciliario de este arsobispado y cathedrattico propiettario de m attem aticas reconosca a
Antonio de Harano m ulatro que dise haberle asistido desde las tres de la maana del dia lunes
que se conttaron nuebe de Ju n io y ayudadoie a hechar una puertta abajo de ia Yntteriores del
Real palacio y a sacar distinctos papeles y haviendolo puesto en su presencia Dijo que es Verdad
que dicho Anttonio de Harano se hallo ayudndole a dicho lisenziado Dn Carlos de Sigenza
derribando las puerttas del tribunal de quenttas que pasan a el Real Acuerdo y m ediante esta
dilixencia se libro assi dicho Tribunal de quentas como la Sala del Real Acuerdo y ttam bien le
ayudo a derribar las puertas y Sacar Papeles de ia Secrettaria de gobierno de cargo de Dn Pedro
Velasques de ia Cadena y que lo mismo dirn por que estuuieron all presentes Dn Diego de
Sigenza su hermano el Br Dn Gaspar de abila presbittero y que lo que lleua dicho es la Verdad
y lo Ju ro Yn berbo Saserdottis puesta la Mano en el pecho y lo firmo Dn Carlos de Sigenza
y Gngora Antte mi M iguel horttess SSno Real y Resepttor.
39 D jose por algunos religiosos de San Francisco, que haba llegado a las puertas de su
convento una buena porcin de gente instando les abriesen con diversas estratagemas, pidiendo
confesor para un sacerdote que suponan estar muriendo de un balazo, y , negndose los
religiosos, dijo la gente quem ara las puertas hasta hallar al virrey y virreina con palabras
insolentsim as, y el no haberlo ejecutado se atribuye a m ilagro de San Francisco. Robles,
D iario, II, p. 255.
40 Es el autor de un informe fechado el 16 de junio en que narra lo que hizo la noche del
da ocho. Archivo de Indias, Sec. I, Parronato, Legajo 226. Sabemos que ms tarde se le
premi con el ttulo de gobernador y capitn general de ia Nueva Vizcaya por sus servicios de
unos diez y ocho aos y un donativo de 10.500 pesos. Sirvi de gobernador de Nueva Vizcaya
de 1709 a 1714.
41 En ei Archivo de Indias existe una Certificacin del Contador Dn Francisco de Morales
sobre ia cantidad de fanegas de maz que entraron en ia alhndiga de Mxico de orden del
V irrey Conde de G alve que dice: C inquenta pesos en virtud de Decreto de su Excelencia de
doze de Ju lio de dicho ao se pagaron ai Alfrez D. Francisco de Sigenza a quien luego que
140
subcedio el tum ulto del da ocho de Ju n io despach para comboiar por tierra los amizes de
C elaia, i diese priesa a las requas y harrieros por lo que instaua su abastecim iento. ..0 0 5 0
pesos. Sec. I, Patronato, Legajo 226. Sobre este hermano de Sigenza, vase F. Prez Salazar,
Obras, lxxiv.
42 Otra alusin a la accin del autor durante ia noche del tumulto.
43 Sigue hablando el autor de s mismo, pues sabemos con evidencia que tuvo los referidos
libros en su poder despus del m otn. Don Gabriel Lpez de Sigenza, sobrino predilecto de
autor y albacea de su testamento, dice en ei prefacio del O riental p la n eta (reimpreso en ia
edicin citada de los versos de Sigenza, pp. 127-45) que La historia d e M xico, y anotaciones
curiosas que haba sacado de papeles antiguos, m uy autnticos, y de ios libros que sac la
noche de el Tum ulto ocho de junio de las Casas de Cabildo, donde ninguno quiso llegar, y solo
l con su esfuerzo, y a peligro de su vida, y de otros que con l iban, gastando de su propio
caudal noventa y cuatro y ms pesos para dar a los que con sogas subieron por el balcn de
dichas casas a sacar dichos libros, librndolos de el incendio; los cuales llevamos a su casa Yo, y
ios dos Hermanos de m i T io . Vanse tambin A lboroto y motn, pp. 110-11, y la cronologa
que acompaa esta edicin.
44 El conde de Gaive sigui viviendo en el palacio del marqus del V alle hasta 1696.
45 En el prlogo a su P arayso occidental, al citar las obras que espera dar a luz, dice el autor:
DE LO MUCHO que he comunicado a ios Indios para saber sus cosas puedo decir e que me
hallo con cierta ciencia de las idolatras, supersticiones, y vanas observaciones en que oy
entienden, y de que me alegrara me mandasen escrivir para su remedio; virase entonces ser la
causa, y ei origen de tanto dao el DETESTABLE PULQUE de cuyo uso de ninguna manera
indiferente, sino siempre pecaminosos, no ay instante del da ni de ia noche en que no solo se
cometa io que tengo dicho, sino infinitos robos, muertes, sacrilegios, sodomas, incestos, y
otras abominaciones mucho mayores, que suelen ser la segurridad de las monarquas, y todo
esto con un casi absoluto olvido de quien es Dios, a quien ser m uy justo (O Christiano Letor),
le pidas continuamente el que lo rem edie. Y escribi otro religioso que es fijo, evidente y
pblico, que no hay uno que no est embriagado a las tres de la tarde todos ios das ocasionado
de ia bebida que se llam a pulque, tan m aldita y perniciosa en esta repblica. D ocumentos p a ra
la historia d e M xico, Segunda serie, III, p. 316. Observ a su vez el viajero G em elli Careri: Es
tan universal entre los indios esta bebida, que el impuesto sobre ella en Mxico no era menor
de ciento diez m il pesos de a ocho; pero por orden real se quit despus del fuego que dieron
aqullos a ia plaza y al palacio, en 1692, como se ha dicho antes, y fue prohibida tambin la
bebida. Con todo, no dej de introducirse y algunos espaoles la beban no menos que los
indios; por lo cual, en el tiempo de m i permanencia en Mxico, haba llegado la orden del rey
de que se restableciera de nuevo el impuesto y se perm itiera ia bebida como an tes. Viaje a la
N ueva Espaa, p. 141. Para ms documentos, vase A lboroto y motn, pp. 112-13.
El 14 de junio apunt A . de Robles: vino e! gobernador de Tiaxcala y los indios
principales a ofrecerse al v irrey, y lunes 16, vino nueva cmo los indios de Tiaxcala se
levantaron y quemaron las casas reales, y se llevaron el maz; dicen fue ia plebe, que los indios
nobles y los espaoies defendieron al rey. Envi S. E. a D. Luis de Mendoza, clrigo sacerdote,
para que los com pusiera. Y ei da siguiente, hubo nueva del seor obispo de la Puebla de
cmo estaba todo ei tum ulto de Tiaxcala sosegado, y que murieron ms de cien indios; fueron
de esta ciudad de Mxico dos compaas de a caballo a socorrer a ios de T iaxcala. D iario, II,
pp. 260-61.
47
Se ve que don Carlos escribi la carta deseando que se publicara, lo cual le hizo concluir
Cayetano de Cabrera y Quintero que se public en 1693, pero de tal edicin no se conoce
ningn ejem plar. V. Escudo d e arm as d e Mxico (Mxico, 1763).
141
El modo verdaderam ente adm irable y observado raras veces en las historias
con que el dilatado reino del Nuevo M xico se sujet al suave yugo del
Evangelio, que aos pasados sacudi de s, y la facilidad con que neg la
obediencia con desvergenza, al mism o tiem po que se la neg a Dios en su
apostasa, peda para su relacin no las hojas volantes2 que aq u estn juntas,
sino muchos pliegos de un gran volum en para que durase perpetuam ente;
pero la grandeza del hecho sin ponderaciones retricas creo se conservar sin
este requisito, m ientras tuvieren su debido lu gar las resoluciones heroicas, de
cuya categora es la presente y cuya entidad, ms que las palabras pocas o
muchas con que se razonare, ser estim able siempre en la m em oria comn.
No haciendo caso de los viajes de fray Marcos de N iza3 y Francisco
Vsquez Coronado por no haber sido precisam ente al Nuevo M xico, como
ellos mismos lo dicen, la prim era noticia de sus provincias se la debi fray
Francisco R u iz ,4 religioso observante de San Francisco a los indios conchos, a
quienes adm inistraba en ei valle de San Bartolom el ao de m il quinientos
ochenta y uno y con licencia del excelentsim o seor conde de C orua,5 virrey
entonces de la N ueva Espaa, y beneplcito de sus superiores, con dos
compaeros de su hbito y ocho soldados se entr por ellas, pero por no s qu
accidente se volvieron stos y prosiguieron el descubrim iento los religiosos.6
O blig esta fervorosa tem eridad a un fray Bernardino B eltrn a hacer cuantos
empeos le parecieron a propsito para socorrerlos. Y ofrecindose Antonio
de Espejo,7 vecino de M xico que a ll se hallaba, a que lo hara con gusto , si
alguno que tuviese autoridad pblica se lo mandase. Con orden de Ju a n de
O ntiveros, alcalde mayor de las Cuatro Cinegas, sali a esta empresa.
Principila a diez de noviembre de m il quinientos ochenta y dos con
ciento nueve caballos y cuanto fue preciso, y lleg a la provincia de los
conchos, pasaguates, tobosos, jm anas y a muchas otras. Spose que en
Poala, pueblo de ios tiguas, haban m uerto alevosam ente a los que
buscaban.8 Y dudando si se volveran a la Nueva V iscaya, de donde haban
145
de los conventos y tem plos y que hasta en las gallin as, en los carneros, en los
rboles frutales de C astilla y aun en el trigo en odio de la nacin espaola se
em ple su enojo.
No se atrevieron a hacer lo propio en la v illa de Santa Fe. Pero a pocas
horas despus de haberse refugiado a ella algunos pocos seglares y religiosos
que se les fueron de entre las manos en la Caada, le pusieron sitio y se
acuartelaron en el cordn que le echaron ms de dos m il ap statas.12
C apitaneaba a stos Alonso C atiti, y otro no menos m alvado indio que se
llam aba Pop. Y era gobernador y capitn general de aquel reino don
Antonio de O term n y , como le faltaba a ste prevencin (y lo m ism o fuera a
qualquiera otro) lo que a aqullos le sobraba de gente y de fuerza de arm as, no
slo no se les hizo oposicin alguna pero por instantes, entre congojas y
sustos, se tem a la m uerte. Psose el mism o da donde los sitiados la viesen
una bandera blanca, y acudiendo uno de ios nuestros a esta llam ada, se le
envi a decir al gobernador: que saliendo de la v illa cuantos en ella estaban y
dejndoles su reino desocupado, se les concederan las vidas, y que de no
ejecutarlo de esta m anera (y al mism o tiem po mandaron arbolar otra bandera
roja), los pasaran todos a cuchillo sin reservar persona.
Persever el sitio hasta los quince de agosto, y quizs porque los indios no
lo estorbaron, pues lo pedan, o porque a fuerza de brazos se consigui,
salieron como ochenta personas, chicas y grandes, de entram bos sexos. Y con
el aditam ento de algunos, m uy pocos, que de los que vivan desde la Isleta
para el sur se les agregaron en el cam ino en diferentes das, llegaron a un
lu gar fuera ya de aquel reino que se nombra El P aso ,13 desde donde
fortalecidos prim ero, como mejor se pudo, se dio aviso de esta desgracia al
excelentsim o seor conde de Paredes, marqus de la Laguna, virrey entonces
de la N ueva E spaa.14
Del excesivo nmero de dineros que para reclutar gente y enviar lo
necesario para restaurar lo perdido se gast entonces de las jornadas que se
em prendieron sin fruto alguno se poda formar un discurso largo, pero no es
m i asunto. No obstante, no puedo dejar de decir haberse entrado el ao de
ochenta y uno a los pueblos de Isleta y de C ochit, donde se apresaron algunos
de los que haban sobresalido en el alzam iento y sin conseguir otra cosa, se
term in la jo rn ad a.15 Ms que esto se hizo en el gobierno de don Dom ingo
Jironza Petris de C ru zat,16 porque en diez y siete salidas o cam paas a
diferentes partes les hizo a los rebeldes considerables daos. Sucedile Pedro
R eneros,17 quien asol el pueblecito de Santa A na, y desde el Z a consigui el
volverse. Asegund don Dom ingo Jiro n za en gobernar aquel reino, y en los
pocos que fue a su cargo rindi a fuerza de armas a los de aquel pueblo (digo
el de Z a), m uriendo en la batalla como seiscientos rebeldes, sin muchos otros
que se quem aron en sus propias casas por no entregarse. Fue esto a veinte y
nueve de agosto de m il seiscientos y ochenta y nueve. Y a veinte y uno de
octubre del subsecuente, noticiado de haberse conspirado diez naciones para
147
de los nuestros para oponrseles, y sin rom pim iento notable se aprisionaron
algunos y entre ellos (notable dicha) al gobernador de la plaza que se
nombraba D om ingo. Trado ste a la presencia del general a fuerza de
agasajos y de razones, le granje tan absolutam ente la voluntad que entr en
la v illa y les asegur a los suyos con eficacia: el que no trataban los espaoles
de castigar sino de reducirlos al grem io de la Iglesia C atlica de que les tena
apartados la apostasa y a ia obediencia que con la sublevacin le haban
negado a la corona de Espaa.
N o le dieron otra respuesta sino: que prim ero m oriran todos que tal
hiciesen y que, pues olvidndose de lo que deba a su p atria, se haba ya
am istado con los espaoles, sus enem igos, que se fuese con ellos para m orir
con ellos. Volvi con sem ejante respuesta m uy disgustado, y en esto, en
disponer una batera con dos pequeas piezas de artille ra y en adm oniciones
que se les enviaban para que evitasen su m uerte y el que les saqueasen la v illa ,
se pasaba el d a. Pero suavizndoles Dios su obstinado nim o repentinam ente
y am edrentados de la resolucin constante con que se hallaban los nuestros,
propusieron: el que retirando prim ero la artille ra y la gen te de arm as,
saldran a pactar con el general que haba de estar sin ellas lo que les fuera
til.
Respondiseles: el que estando sitiados y faltos de agu a, no pedan bien,
y ms cuando no se haba em prendido aquella funcin para slo am ago, que
confiasen de la benignidad con que se Ies prom eta el perdn y que, saliendo
ellos sin armas a dar la obediencia, como deban, se Ies concedera sin
repugnancia lo que pidiesen. Gastse m ucha parte de la tarde en sem ejantes
dem andas, y finalm ente sali uno de ellos; reconociendo desde ia m u ralla los
que en ella estaban el cario y am or con que lo recibi el general, comenzaron
a im itarle en crecido nmero, y a todos se les hizo agasajo ig u a l, y lo m ism o a
los que estaban a la m ira por entre las breas y colinas, que tam bin venan a
ofrecerse con rendim iento y desarmados todos.
Eran entonces como las seis de la tarde. Y aunque no pareca racional
levantar el sitio , se juzg menos inconveniente el hacerlo as y eleg ir un
puesto inm ediato en qu acuartelarse y asegurarse por aquella noche que
d iv ertir las pocas fuerzas con que nos hallbam os a diferentes lugares; y
dicindoles a los indios el que esto se haca en obsequio suyo, se ejecut como
dicho, pero con centinelas y rondas por todas partes.
A m aneci el siguiente d a, que fue catorce, en que celebra fiesta la Iglesia
C atlica a la Exaltacin de la C ruz. Y habiendo salido de la v illa un buen
golpe de indios principales, con demostraciones de paz saludaron al gen eral, a
los religosos y a los que a ll estaban; y aadiendo el que poda entrar en e lla,
cuando tuviese gusto , no pareci conveniente al general se dilatase el hacerlo.
Llegse a la puerta que tiene la m u ralla (que es una sola) y se hall barreteada
de hierro por todas partes, acom paada de un callejn con diferentes troneras
y con algo que pareca rebelln o m edia luna para m ayor defensa.
150
Propusieron aqu con tenacidad y porfa, pero tam bin con rendim iento y
con sum isiones, ei que para que el pueblo no se alterase entrase slo el general
y reverendo padre presidente con seis soldados y sin arcabuces. N ada
hace, d ijo a esto ei intrpido general, quien no se arriesga para conseguir
con perpetua glo ria ilustre nom bre. Y llam ando con devota eficacia a
M ara Santsim a, pas adelante; lleg con el padre presidente y los seis
soldados, no slo sin turbacin sino con gravedad y com postura, a una grande
plaza donde acababan de poner los indios una hermosa cruz. Sosegado el
rum or de la m ucha gente que a ll se hallaba, les propuso en lengua castellana,
que muchos de ellos entendan bien: el que olvidado nuestro monarca y seor
Carlos Segundo, su rey legtim o: de la apostasa con que haban renunciado la
religin C atlica; del sacrilegio con que haban quitado la vida a los
religiosos, profanado los tem plos, roto las im genes, contam inado los
sagrados vasos; de la alevosa con que pasaron a cuchillo a los espaoles, sin
perdonar a las m ujeres y nios tiernos; de la barbaridad con que quem aron las
haciendas de stos y les arruinaron los pueblos; de las consecuencias que de
sem ejantes abominaciones se haban seguido, le enviaban a ll con toda su
autoridad para perdonarlos sin ms cargo que el de reducirse al grem io de la
Santa Iglesia que los recibira como piadosa M adre, si lo solicitaban ellos con
penitencia y lgrim as, y con calidad, que haban de jurar a la m ajestad
catlica por su rey legtim o .
Concedieron uno y otro sin alguna rplica, y mandando al alfrez real que
tena a su lado anarbolar su estandarte, dijo el general con voces claras e
in teligib les: La v illa de Santa Fe, capital dei reino del Nuevo M xico, y
con ella sus provincias y pueblos todos por la m ajestad catlica del rey nuestro
seor Carlos Segundo, que viva para am parar a todos los vasallos de sus
seoros m uy largos aos. V iva, viva, viva para que todos le sirvamos
como debem os!, respondieron ellos, y postrndose todos con reverencia
ante ia Santa C ruz, cant el padre presidente como m ejor se pudo ei T e D eum
laudam us.
Franquearon la puerta de la v illa desde este instante sin recelo alguno, y
dispusieron una ram ada en la plaza para el siguiente d a, as para el acto de
absolucin de su apostasa como para decirles la m isa y bautizarles sus
prvulos. Y precediendo a todo esto la elegante y fervorosa p ltica del
capelln religioso, consiguieron la absolucin y ei bautism o de sus pequeos
hijos con m anifiesto jb ilo. Y asistieron a la m isa no slo con inquietud pero
con devocin, y lo propio fue el da diez y siete, en que se d ijo otra.
M ientras suceda esto en la v illa de Santa Fe, se hallaba en el pueblo de
San Ju a n , que no est m uy lejos, don Luis T u p atu ,21 indio de edad m adura,
cuyas prendas y su valor despus de la m uerte de Alonso C atiti y de Pop le
granjearon el gobierno y protectura de todo el reino sin repugnancia de
alguno. S fue el m iedo, que generalm ente ocup a todos, u otro motivo el
que lo tuvo quieto, no podr decirlo, porque lo ignoro; pero si se hace refleja
151
habitaban sin resistencia; fue la causa lo que les dijeron los treinta y seis
prisioneros que en l quedaron con libertad cuando se alz el sitio que les
haba puesto. Y satisfechos de la verdad que en las promesas del general
alababan todos, se redujeron a la Iglesia con conocimiento de sus errores, y
dieron la obediencia con hum ildad a quien se la deben, quedando tam bin
bautizados los que no lo estaban.
No se consigui lo propio de los hemes tan fcilm ente, porque
persistiendo con obstinacin en su alevosa, no slo tenan consigo y en sus
propios cuarteles muchos apaches sino que haban solicitado de los queres del
capitn M alacate que los auxiliasen; y aunque los disuadi ste con prudencia
de tal intento, persistan no obstante en su daada intencin y para lograrla
salieron de su pueblo a recibir a los nuestros, y armados todos. Estaba tendida
por las cuchillas de la lom a su infantera, y as sta, como algunas tropas de
caballera que se acercaban, Ies echaban tierra a los ojos a los que m archaban
con im paciencia por no poder vengar como quisieran tal desacato. Era la
causa de esta tolerancia, que parece nim ia, haber puesto pena de la vida el
general a quien en dao de los rebeldes se desmandase en algo , aunque el
motivo que para ello diesen fuese gravsim o.
No hay duda que por sta y por cuantas prudentsim as providencias
observ en su entrada, m ereca de justicia un elegante elo gio , pero
parecindom e que en cualquiera de sus acciones se observa uno, con slo
referirlas como fueron se le exhiben muchos. D esim ulaba con las desvergen
zas de los rebeldes, porque reconoca el que slo las ejecutaban porque
rompiese con ellos; y parecindole bastaba m ostrarles m agnanim idad y reposo
entre tanto riesgo para que lo tuviesen por invencible, consigui con
adm iracin espanto de los brbaros rebeldes lo que haba pensado. Tanto fue
el miedo que, con el desprecio que de ellos hizo, les ocup el corazn que
diciendo ser festejo que les hacan a los espaoles el arrojarles tierra a los ojos,
los adm itieron en su pueblo y , al parecer, sin disgusto. Y se hizo a ll en orden
a su reduccin y obediencia lo que en otras partes. Passe de aqu a la nacin
de los queres. Y sin hallar oposicin ni aun am ago de ella, se reunieron a la
Corona Real y a la C atlica Iglesia diversos pueblos.
Gastse en esto hasta veinte y siete de octubre, en que lleg al puesto de
M eja, donde haba dado a cargo del capitn Rafael T llez lo p rincipal del
bagaje. La razn que oblig al general a esta digresin fue aligerarse de
sesenta y seis personas que hasta entonces haba sacado de cautiverio y
licenciar a los indios de guerra que le acompaaban desde el principio porque
con los de don Luis T upatu que se experim entaron fidelsim os le sobraba
gente. A todos stos y a los espaoles que a ll se hallaban y se quisieron volver
les aadi una escuadra de ocho soldados, y encomendndoles parte de las
recuas y carruaje, los envi a El Paso.
H aba llam ado antes a jun ta de guerra a todos los cabos para determ inar si
se proseguira la cam paa hasta concluirla o si bastaba lo hecho hasta el
155
marchando sin m ostrar recelo, se entr hasta ia piaza del pueblo, donde se
hizo fuerte. Psose a ll una cruz, y convencidos con eficaces razones de io que
deban hacer, se reconciliaron con Dios y le juraron obediencia a su seor y
rey.
A l bautizar los prvulos, convid tam bin por su compadre el capitn
A ntonio al general, y despus de haberlo conseguido, lo ilam a comer. Y
aunque la turbacin que se advirti en sus domsticos lo d isuada, y el
capitn M igu el operaba en ello, findole algo a la buena dicha y asegurndose
al descuido con cauteloso recato, adm iti el convite, y acompaado de los
religiosos y algunos cabos, se entr en la casa. Redjose la boda a huevos
asados y unas sandas, y dndosele ei agradecim iento con alegre rostro, se
pas al pueblo de Moxonavi, que no est lejos, donde as los nuestros como
los indios hicieron lo que en G ualpi sin faltar en cosa, slo hubo de ms hallar
en ia plaza al entrar en ella a tres de sus capitanes con cruces en las m anos, a
las cuales (para darles ejem plo el general) se arrodill tres veces. El numeroso
concurso de todo el pueblo que a ll se hall pidi (depuestas ya las armas) la
absolucin, y recibida de ellos la obediencia, se pas adelante.
Llegse al pueblo de Jongopavi a m uy breve rato, y sin que quedase en
sus casas persona algun a salieron a recibir al general y a toda su gente con
m anifiesta alegra y corteses plcemes. Hzose a ll con brevedad lo que en los
restantes, y siendo todo lo que aquel da se haba corrido m uy falto de agua,
cam inadas en idas y vuelta catorce leguas, se volvi al aguaje de A guatuvi,
aunque ya m uy tarde. No quedaba otro pueblo sino ei de O raibe, y siendo el
cam ino para llegar a l en extrem o seco y su distancia m ucha, se tuvo por
conveniencia no visitarlo , pero se les envi em bajada a que respondieron
hum ildes. Y no habiendo ya qu hacer en esta provincia, despidindose de los
capitanes de todos los pueblos que a ll se hallaban y exhortndolos a la
obediencia que prom etieron de nuevo, sali de este lu gar ei da veinte y
cuatro para volver a El Paso.
Con correo que despach a quince el capitn Rafael T llez desde A lona, se
supo a veinte y cinco el que se campeaba por a ll cerca el enem igo apache, y al
m ism o instante se parti el general para asistirle con treinta hom bres, y a la
noche del d a veinte y seis estuvieron juntos. A veinte y ocho, con el grueso
de todo el real que ya haba llegado, se mejor de puesto, y pactando con un
indio gen zaro ,27 el que por un cam ino ms breve pero despoblado ios guiase
a El Paso, a trein ta de noviembre sali de a ll este m ism o d a, aunque ya
entrada la noche. Lleg un indio correo de C aquim a, dando aviso de que
vena en seguim iento de nuestro campo el enem igo apache. Marchse de a ll
adelante con gran cuidado, pero, no obstante, la noche del d a dos de
diciem bre acom eti a ia retaguardia, y cortando una punta de la caballada, se
retir con ella; llegse al pueblo del Socorro a los diez das de m archa; a once,
que fue el siguien te (hallndose ya helados todos los ros), al de Jenecu,
distante del de El Paso sesenta leguas donde, despus de haber cam inado de
159
160
N O TAS
1 Se lee en la portada del Mercurio volante que fue escrito por don Carlos de Sigenza y
Gngora, Cathedratico Iubilado de Mathematicas de la Academia M exicana, lo cual indica
que se im prim i durante el verano de 1693, puesto que leemos en las M ultas de
Cathedraticos, 1690-1720 que jubilse el Sr Br Dn Carlos a 24 de Ju lio de este ao de 9 3 .
Archivo General de la Nacin, Ramo de la Universidad, f. 114V.
Se im prim i el Mercurio en la Historia de la Nueva Mxico de Gaspar V illagr, publicada en
1900 por Luis Gonzlez Obregn, y hay una traduccin de Benjamn Read, lllustrated History
o f New Mxico (Santa Fe, 1912), pp. 273-94. Esta edicin est basada en la reproduccin del
ejem piar de la John Crter Brown Library que se encuentra en I. A. Leonard, The 'Mercurio
Volante o f Don Carlos de Sigenza y Gngora. An Account o f the First Expedition o f Don Diego de
Vargas Into New Mxico in 1692, publicado en 1932 por The Q uivira Society (reimpreso por
Arno Press, 1967). Para los curiosos recomendamos esta edicin por el esrudio introductorio,
ias copiosas notas y once iminas de ios lugares citados en ei texto. Se reproduce tambin un
m apa, atribuido a Sigenza y Gngora, hecho en 1695 y publicado por N . de Fer (Pars,
1700), en el cual figuran ios pueblos mencionados en la narracin.
2 El Mercurio volante, tanto como la Relacin de la Armada de Barlovento, divulgaba las
noticias de hechos contemporneos y, como otras relaciones, crnicas y gacetas de la poca,
formaba parte de la literatura periodstica del virreinato. Vase el captulo Las hojas volantes
de Luis Gonzlez Obregn, Mxico viejo y anecdtico (Pars y Mxico, 1909), y Leonard,
Mercurio, po. 14-20.
Es indispensable para la historia de los sucesos en la provincia ms septentrional de Nueva
Espaa el estudio de J . Manuel Espinosa, Crusaders cf. the Ro Grande, theS tory o f Don Diego de
Vargas a n d the Reconquest o f New Mxico (Chicago: University of Chicago Press, 1942). Vase
tambin Jos I. Rubio Ma, Rebelin de indios en Nuevo Mxico, 16 8 0-16 9 4 , en su
Introduccin a l estudio de los virreyes de Nueva Espaa, 1535-1746, II (Mxico: Universidad
Nacional Autnoma de Mxico, 1959), pp. 151-246.
3 El ilustre franciscano naci en el ducado de Saboya en 1537, y mandado por Carlos V a
Santo Domingo, lleg a Nuevo Mxico, donde le eligieron provincial de la provincia del Santo
Evangelio en 1540. Dice Vetancurt que todo lo ms de su tiempo gast en descubrir tierras
nuevas con el Capitn Francisco Vasques Coronado hasta llegar a las de la Q uivira, y Cibola, de
ios grandes fros, y trabajos qued tullido, y se fue a Xalapa por ser tierra caliente; vnose a
Mxico viendo que no mejoraba con el tem ple, donde acab con sus trabajos lleno de virtudes
el ao de 1558, en 25 de M arzo. Menologio franciscano (Mxico, 1698), p. 37. Sobre fray
Marcos: Leonard, Mercurio, p. 51, n. 57; Armando Arteaga, Fray Marcos de N iza y el
descubrimiento de Nuevo M xico, Hspame American H istorical Review, XII (1932), 48 1-89;
J . M anuel Espinosa, The Recapture of Santa F, New Mxico, by rhe Spaniards December
29-30, 1693, Hisp. Am. Hist. Rev., XIX (1939), 4 4 3 -4 6 .* Sobre Francisco Vzquez
Coronado, adems de las citas de la nota anterior, Leonard, Mercurio, p. 51, n. 58.
161
* Aunque publicado en 1886, todava es til Adolph F. Bandelier, The Discovery o f New
Mxico by the Franciscan Monk F riar Marcos de Niza in 1539. Tr. M adeleine T urrell Rodack
(Tucson: University of Arizona Press, 1981).
4 N atural de Ayamonte, pas a las indias siendo seglar y tom el hbito en ei convento de
Mxico, donde m uri el 20 de julio, 1597. A . Vetancurt, M enologa, pp. 75-76. Parece que se
llam aba tambin A gustn Rodrguez, Vase D escubrim iento de Nuevo Mxico por fray
A gustn R odrguez, Archivo de Indias, M xico, 20.
5 D . Lorenzo Suares de Mendoza, conde de Corua, tom posesin a 4 de octubre de
1580, m uri a 29 de junio de 1583- Carlos de Sigenza y Gngora, Noticia cronolgica, f. vi.
Vase Lo, virreyes espaoles en Amrica durante el gobierno de la casa de Austria, ed. Lewis Hanke
con la colaboracin de Celso Rodrguez, I (M adrid: A tlas, 1976), pp. 229-47.
Los dos compaeros fueron Ju an de Santa M ara y Francisco Lpez. Entre los soldados
fue Francisco Snchez Chamuscado. Sobre esta entrada, George P. Hammond y A gapito R ey,
T he Gallegos Relation of the Rodrguez Expedition to New Mxico, 1 58 1 -1 5 8 2 , New
Mxico H istorical Review, II (1927), 2 3 9-68, 334-62.
7 Vase G. P. Hammond y Agapito R ey, Expedition into N ew Mxico made by Antonio de
Espejo, 1582-1583 (Los Angeles, The Q uivira Society, 1929).
8 Sobre la muerte de fray Ju an de Santa M ara, J . Lloyd M echam , T he M artyrdom of
Father Ju an de Santa M ara, Catholic H istorical Review, VI (1920), 308-21. Poala, tambin
Puala y Puaray, estaba cerca del actual pueblo Bernalillo en Nuevo Mxico.
9 A pesar de lo que dice Sigenza y Gngora, no se realizaron los proyectos de Lomas.
Habiendo recibido el permiso del virrey, nunca recibi la aprobacin de la corte en Espaa. H.
H . Bancroft, History o f Arizona a n d New Mxico, 1530-1888 (San Francisco, 1889), dd
99-1 0 0 .
K
10 Criollo de Zacatecas, Ju an de Oate naci en 1550 y se cas con la biznieta de
Moctezuma y nieta de Hernn Corts, doa Isabel de Tolosa. V. Rubio Ma, Introduccin, 1
p. p. 151, n. 27911 La V illa Real de la Santa F de San Francisco de Ass fue fundada en 1610 por el
gobernador don Pedro de Peralta. Vase L. B. Boom, W hen was Santa Fe Founded?, New
Mxico H istorical Review, IV (1929), 188-94.
12 Vase Charles W . H ackett, The Revok of the Pueblo Indians of New Mxico in
1680, Texas State H istorical Association Quarterly, X V (1911-1912), 93-147.
B En 1598 Ju an de Oate llam ei pueblo El Paso del Norte. A. E. H ughes, The
Beginnings of the Spanish Settiem ent in the El Paso D istrict, U niversity o f California
Publications in History, I (Berkely, 1914), 295-392.
14 Toms Antonio de la Cerda y Aragn, marqus de ia Laguna, virrey de Nueva Espaa
de 1680 a 1686. En el Teatro de virtudes Sigenza y Gngora describe el arco triunfal que se
erigi para celebrar la entrada dei virrey.
15 La entrada dei gobernador O termn fue en 1681. Vase Charles W . H ackett,
O term ns Attem pt to Reconquer New M xico, The Pacific Ocean in History (New Y ork,
1917), pp. 439-51.
16 Sobre este to de Sigenza, Infortunios, n. 4 2; tambin se alude a l en el Alboroto, p. 5.
Fue gobernador de Nuevo Mxico en dos ocasiones, 1683-1686 y 1689-1691.
17 Gobernador de 1686 a 1689.
18 Don Diego de Vargas Lujn y Zapata, tras servir de soldado en Npoles e Italia, se
march ai Nuevo Mundo, donde lleg a ser alcaide mayor de T eutila en Nueva Espaa y luego,
en 1679, fue justicia mayor de Tlalpujohua. Despus de su entrada en Nuevo Mxico, escribi
al rey en 1693 informndole sobre su expedicin. Sin duda alguna Sigenza consult este
documento al escribir su historia. Vase, Espinosa, Crusaders o f the Ro Grande, pp. 27-35.
19 Vase Leonard, Mercurio, p. 59.
20 Ei villaje estaba como veinte y cinco leguas de Santa Fe.
162
21 En otros documentos de la poca figura con el nombre 'don Luis el P icur, dando a
entender que era del pueblo rigua de Picurs.
22 Es posible que le regalaran pieles de cbolas, o bisontes, pero es dudoso que les diera
pieles de lobos marinos y dantas, por no ser indgenas de la regin.
23 Los eres religiosos que acompaaron a Vargas en su primera entrada fueron Francisco
Corvera, M iguel M uiz y Cristbal Alonso Barroso.
24 El da ocho llegaron a El Morro, donde tall don Diego: A qu estvbo el Geni Dn Do
De V args, qn conquisto a nra S Fe y a la R1 Corona todo el nvebo mexico a sv costa, ao de
1692. La piedra se hallaba cerca de El Morro que hoy da se llam a Inscription R ock. Vase
la lm ina en la edicin de Leonard, frente a la pgina 76.
25 De este encuentro hay una viva descripcin en Gaspar de V illagr, Historia de la Nueva
Mxico (Alcal, 1610), publicado por Luis Gonzlez Obregn en 1900.
26 Sobre la identidad de ste y otros pueblos que se llam aban las ciudades de C bola, F.
W . Hodge, The Six C ities of Cbola, 15 8 1 -1 68 0 , New Mexico H istorical Review, I (1926),
478-88.
27 Dcese del descendiente de barcino y zam baiga, segn H ensley C. W oodbridge,
Glossary of ames used in colonial Latn America for crosses among Indians, Negroes, and
W hites,_/om / o f the Washington Academy o f Sciences, 38, nm. 11 (1948), p. 357. Vase I.
A. Leonard, La poca barroca, pp. 82-86.
28 Vase io que escribi el obispo virrey interino en 1696 sobre el presidio de Nuevo
Mxico en Norman F. M artin, Instruccin reservada que el Obispo-Virrey J u a n de Ortega Montas
dio a su sucesor en el mando el Conde de Moctezuma (Mxico: Ed. Ju s, 1965), citado por L. Hanke,
Los virreyes, V . pp. 132-33.
163
THEATRO
DE V1RTVDES
POLITICAS.
QVE
Coolicnyen avit Principe; advertidas-en lo*
Mooarcoas antiguos del Mcxipano Imperio,con
cuyas efigies fe hermofecl
A R C O T R I V M P H AL,
Qoeia muy Noble, muy Leal, Iraperial Ciudad
DE MEXICO
Erigt para el digno reemmiento en ella del
Excelenttftimo Seor Virrey
C ONDE DE P A R E D E S ,
MARQVES DE LA LAG VN A, &c.
I*o9 entonceSyjitbord t$ A efcrsve
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p o r haber d e ser vuestra ex celencia qu ien les in fu n d iese e l espritu, com o otras veces lo h a
hecho su rea l y ex celentsim a ca sa con la s que ilu stra n la Europa.
Esto es lo q u e vuestra excelencia consigue cu ando se p rin cip ia en tre crepsculos su
gobiern o; q u no esperar la S epten trion al A m rica cu ando a q u l llega re a l
resplandor m eridia n o? O h, y todos lo vean p a ra que a todos los ilu stre, p a ra que
todos lo a p la u d a n !
E xcelentsimo seor, est a los p ies d e vuestra excelencia,
D. C
168
arlo s de
S ig e n z a
ngora
Preludio I
Motivos que puede haber en la ereccin de anos triunfales con que las
ciudades reciben a los prncipes.
Levantar memorias eternas a la heroicidad de los prncipes ms ha sido
consecuencia de la gratitu d que los inferiores les deben que a un desempeo
de la veneracin que su reverencia nos pide. Porque como la parte inferior de
nuestra m ortalidad obsequia a la superior, de que le proviene el v iv ir, as las
ciudades y reinos, que sin la forma vivfica de los prncipes no subsistieran, es
necesario el que reconozcan a estas alm as polticas que les continan la vida.
Desempee esta locucin (que quizs se juzgar extraordinaria) y el cultsim o
San Sinesio, E p st., 31, cuando, hablando de los prncipes, dijo: S i existen
algunas alm as verdaderam ente divinas y geniales de la ciudades, stas son las
que p resid en . De aqu tendra origen la atencin de las ciudades de Italia
que, desde el d a en que recibieron al em perador Octaviano A ugusto, dieron
principio a la numeracin de los aos, Suetonio en O cta v.,: A lgunas
ciudades de Italia establecieron el principio del ao el da en que por prim era
vez vino a e lla s . 3
Y
aunque es lo moderno pudiera juzgarse no ser las demostraciones tan
finas, parceme no faltar quien las asevere mayores; y ms si no ignora
cuntos arcos triunfales ha erigido la Europa e im itado la A m rica en la
prim era entrada de los reyes en sus dom inios o de los virreyes, sus
substitutos, en los gobiernos. Prescindo con veneracin de unos y otros,
porque no en todos hallo con igualdad un m otivo. Era el triunfo premio
glorioso de felicidades m arciales, como m em oria de stas, los arcos en que se
consagraban la inm ortalidad los que a costa de su sangre las conseguan;
Gorg. Fabric. en la D escripcin d e R oma, cap. 15: En otro tiem po fueron
erigidos arcos en nombre de la virtud y del honor para aqullos que, habiendo
sojuzgado las naciones extranjeras, dieron sealadas victorias a la p atria . En
169
del Salm o 10, vers. 12: Sea exaltada tu m ano , significa no slo la autoridad
y poder sino lo moral de las obras, segn Brixiano en los C om entarios
sim blicos, letra M , fol 5, nm 2, es providencia estim able el que a los
prncipes sirvan de espejo, donde atiendan a las virtudes con que han de
adornarse los arcos triunfales que en sus entradas se erigen para que de a ll sus
manos tomen ejem plo, o su autoridad y poder aspire a la em ulacin de lo que
en ellos se sim boliza en los disfraces de triunfos y alegoras de maenos.
O si lo que es en m i sentencia ms propio, no son estas fbricas remedo de
los arcos que se consagraban al triunfo, sino de las puertas por donde la
ciudad se franquea, es cierto que en los mrm oles de que se forman era m uy
ordinario grabar a perpetuidad varias acciones de los prncipes. Basta para
apoyo de la autoridad V irg ilio , 3 G erg., vers. 26:
En las puertas esculpir en oro y slido m rm ol
la guerra de los habitantes del Ganges.
Como tam bin, 6 E n., vers. 20:
En las puertas la m uerte de Andogeo, etc.
Con circunstancia de que, segn la nota dei erudito padre Zerda, eran estas
portadas las de aquellas fbricas que en ia Sagrada Escritura se llam an cavas y
de las que habla San C irilo , Comment. in A ggaeum : Llam a cavas a las casas
cuyas jambas esculpidas en fierro por la destreza de los artfices estaban
adornadas con em blem as elaborados con adm irable variedad y artificio . Lo
que toca a este punto de p in tar, esculpir y hermosear con em blem as y
smbolos las puertas que aq u puedo expresar, lase en el docto padre Pinto
R am rez, lib . I en C a n tic., cap. 8 , nm . 547; m ientras advierto el que
inm ediatos a ellas se formaban todos los tribunales en que asistan todos los
prncipes; dcelo Atheneo, lib . 6 , D ipnosoph., cap. 6: E rigiendo el tribunal
ante las puertas hacan ju ic io . Y de los hebreos lo asevera E utim io, en P sa l.,
72: A costum braban los antiguos reunir el tribunal y el concejo ante las
puertas de la ciudad o del tem p lo ; como tam bin se deduce del Gnesis,
cap. 34, vers. 1; de Amos, cap. 5, vers. 10; y en los Proverbios, cap. 31,
vers. 23: conocido en las puertas es su esposo, cuando se sienta con los
ancianos.
Y
si una de las razones que pudieran discurrirse para m i intento es la de
San Gregorio, lib . II, M oral, cap. 15, que dice haberse practicado esto,
porque, term inndose a ll las controversias los litig an tes, entrasen en la
ciudad con tran quilidad y quietud: Para que de ninguna m anera entraran los
inconformes a la ciudad, en la que era conveniente vivir a base de concordia.
Providencia ser tam bin el que la vez prim era que a los prncipes y
gobernadores se les franquean las puertas sea cuando en ellas estuvieren
ideadas las virtudes heroicas de los m ayores, para que, depuesto a ll todo lo
que con ellas no conviniere, entren al ejercicio de la autoridad y del mando
adornados de cuantas perfecciones se les proponen para ejem plar del
gobierno. De todas estas razones de congruencia, e lija cada uno de la que le
pareciere adecuada, teniendo por cierto el que pudiera M xico tener lu gar en
171
PRELUDIO II
E l a m or que se le debe a la p a tr ia es cau sa d e que, despreciando la s
f b u la s , se h a y a buscado id ea m s p la u sib le con q u herm osear esta
tr iu n fa l p orta d a .
eruditas se divisan las luces de las verdades heroicas, como lo asevera Enrique
Farnes., de S im ulacro R eip ., lib . I, fol. 58: los cortos de m ente no ven en las
fbulas ms que la fbula, y a travs de ellas ni siquiera nebulosam ente ven la
verdad. Q uin no ve que verdades que se traslucen entre neblinas no
pueden representarse a la vista sino con negras manchas? Si porque los
prncipes son no tanto vicarios de Dios, como dijo N ierem berg en T ehopolit.,
part. 2, lib . 3: E l prncipe es vicario de D ios, sino una viviente im agen
suya, o un Dios terreno, como escribi el m ism o Farnes., cap. 2, fol. II:
N o es acaso el prncipe o una im agen de Dios o algo as como un dios
terreno? Y por eso, merecedores de que sus acciones las descifren deidades,
aunque fin gid as, no sera despropsito acomodarles a los que lo dicen, lo que
exclam San A gustn con sentim iento grave: N o trates de buscar dioses
falsos y mentirosos a stos, ms bien rechzalos y desprcialos, D e C iv il.,
lib . 2, cap. 19. Y aun por la m ism a razn de ser los prncipes im agen
representativa de Dios debiera excusarse ei cortejarlos con sombras. Porque si
fuese precepto de la D ivina Sabidura en el D euteronom io, cap. 16, vers. 21,
que sus altares se dispusiesen de forma que jams pudieran obscurecerse con
los rboles sombros de que se forman los bosques: N o plantars ningn
rbol sagrado junto al altar del Seor tu D ios porque, habitando su
inm ensidad ios palacios dilatadsim os de la luz, no era decente que ia
reverencia que le hacan en sus altares fuese entre lo opaco, que es
consiguiente a las sombras, o porque no se com padeca con la D ivinidad
verdadera el cuito sacrilego de las m entidas deidades que, como supuestas por
el padre de las m entiras, solicitaban su veneracin entre sombras. Doy a
O vidio por muchos, 3 F a sl.: E xista en el monte Aventino un bosquecillo
negro por la som bra de los helechos de tal m anera que ai m irarlo pudieses
decir: aqu vive una divin idad.
Lase a Pinto R am rez, S picileg. S a cr., tract. I, cap. 6; a Novarino, lib . I,
Elect. S acror., cap. 13, sect. 4; a Baeza, D e C hrist. f i r a t . , tom . I, lib . 2,
paragr. 8. Cmo, pues, ser lcito el que sirvan de idea a los prncipes, que
son im agen de Dios, las sombras de aquellas deidades tenebrosas, a quienes
los mism os gen tiles quitaron tai vez la mscara de la usurpada divin idad,
como entre otros hizo Palefato Prienense, libro D e non credendis fa b u losis
narration ib u s, que tradujo Philipo Phasiniano? N i satisface el que en la
variedad hermosa de sus fingidas acciones se remonte la plum a para que la
verdad sobresalga; porque, qu im porta que un palacio hermosee con
mrm oles sus paredes, dice Sneca, JEpst., 115, y que sus artesones despidan
rayos con ios incendios del oro, si stos se compusieron de troncos y el
interior de aqullas es un desordenado em butido de soltera, sirviendo uno y
otro slo de m entirosa lisonja a los sentidos? A dm iram os las paredes
revestidas de delgado m rm ol, sabiendo lo que se esconde a nuestros ojos, y
cuando cubrim os de oro los artesonados no hacemos otra cosa sino alegrarnos
en una m en tira. Slo con las luces apacibies de la verdad se hermosea la
enciclopedia noble de la erudicin elegante, pero cmo pudiera serlo sta si
173
PRELUDIO III
Neptuno no es fin gido dios de la gen tilidad sino hijo de Misram, nieto de
Cam, bisnieto de No y progenitor de los indios occidentales.
Cuanto en el antecedente Preludio se ha discurrido ms tiene por objeto dar
razn de lo que dispuse en el arco que perjudicar lo que en el que erigi la
Santa Iglesia M etropolitana de M xico al m ism o intento ide la m adre Ju an a
176
evidente, pues una de las propiedades que le atribuyen es estrem ecer con
tem blores la tierra abrindole bocas, Ju lio P o ilu x ., lib . I, O nom astic., cap. I,
5, 23 : A s como Nepcuno, perturbador de la tierra; M acrobio, S a tu rn a l.,
lib . 7 , cap. 17: N eptuno, a quien llam an el que m ueve la tie rra ; Sneca,
lib 6 , N a tu ra l q u est., cap. 23: A N eptuno le est sealado el poder de
m o ver; Hom ero, lita d a , 20: Pero N eptuno, desde lo profundo, estrem eci
la tierra inm ensa; A lderete: Sacando de esta raz el nombre N eptuno
m uestra una y la p rincipal de las propiedades que le atrib uyen , ab rir la tierra,
sacudirla, estrem ecerla, y hacerla tem b lar. Y es tan puram ente nombre
hebreo que los griegos nunca lo usaron, y los latinos (Varron, lib . 4 de L ing.
la tin a ; C c e r., lib . 2 de N at. D eor.; San Is id ., lib 8 , O rigin ., cap. II), aunque
le dan diversas etim ologas, conocieron eran sin fundam ento por ser
peregrino el nombre; y el m ism o Cicern, despus de haber trabajado, 3 de
N at. D eor., en investigarle el o rigen, concluye: en el que, ciertam ente, me
parece que t nadas ms que el m ism o N eptuno. Q uien slo acert fue el
docto M arino Merseno, en el Probl. 105 de Georgio V eneto, colum . 131:
N ep h tu im , de donde N ep tuno ; el ya citado A lderete, aunque a l le
parecen poco apretantes las pruebas de sus conjeturas, que refer al principio y
que ahora corre por m i cuenta el corroborarlas.
Que N ephtuim sea hijo de M isram consta dei G nesis, pero que de
M isram sea hijo el m itolgico N eptuno es lo que necesita de prueba; y no es
d ifcil, presuponiendo prim ero el que M isram fue doctsim o, en que no hay
duda; lo segundo, el que la doctrina de los prim eros sabios del m undo se
denom in de aquellos mism os de quienes tuvo el origen. No quiero
detenerm e en ejem plificarlo en lo profano; lase el docto fray Jacobo Beolduc,
capuchino, en su recndito y sin gularsim o tratado D e O ggio C ristiano, lib . 2,
cap. I, donde dice y com prueba que de la doctrina de Sem se origin el
nombre de Sem eles, de la de H eber solo, 1a apelacin de Sibere o C ib eles, y
de M isran la de Isis, pero con una circunstancia, y es haber acompaado
siem pre a M isram el patriarca H eber, conque de uno y otro se d ijo Isis.
A firm lo prim ero en el dicho cap. 2 , pg. 9 4 , y despus en el cap. 15, pg.
155, al principio: Parece que, prim eram ente, fue llam ada tal doctrina y
sabidura por aquellos dos maestros con el m stico nombre de Isis, del hebreo
Isc, como si dijese is is, es decir va rn va rn . Luego, si Isis es la m ism a
sabidura de M isram , no hay razn para que M isram no se confunda con Isis;
con q ue, siendo N ephtuim hijo de M isram , habr de ser N eptuno hijo de
Isis, segn la doctrina y enseanza y de M isram , segn 1a naturaleza.
Esto, as anotado, digo que entre los nombres de N eptuno es clebre el de
Conso, y que Conso fuese N eptuno consta de Plutarco en R om ul.: Llam aban
a N eptuno dios Conso o ecuestre, y de A ntonio, E idyl. 12: T artreo
herm ano de J p ite r, y de Conso para los dioses. Como tam bin de Servio, 8
A eneid; D ionisio H alicarnaso, lib . I, A ntiquit. R om n.; este, pues, dios Conso
o N eptuno fue hijo de Isis, como afirm a B ulengero, D e C irc. R om n., cap. 9;
y siendo Conso lo m ism o que H arpcrates, por sentencia del m ism o autor,
178
que d ijo , fol. 35: as, pues, Conso es H arpcrates; lo cual y que sea hijo de
Isis quiere Varron, lib . 4 , d e L ing. la t.; y Plutarco, en I s id ., que dice haber
tenido sta por hijo a Siglio n , por otro nombre Harpcrates, a quien se refiere
y sigu e el eruditsim o T iraquelo, I, 7, C onnub., nm . 34, consta evidente
m ente ser N eptuno, llam ado Conso, Harpcrates, y S ig alim , hijo de Isis y,
por el consiguiente, de M isram .
Esto presupuesto, advierto que L ibia y A frica son sinnim os, como entre
otros dice San A gu stn , t. 9 , lib . de P a st., cap. 17: L ibia se dice de dos
modos, o sta que es A frica propiam ente, e tc . ; lo m ism o H ig in ., F b u l.,
149; San Isidoro, lib . 14, cap. 5;P ausanas, lib . 5. Tuvo A frica el nombre de
L ibia por im posicin de N eptuno. Cedreno en A lderete, pg. 344: N eptuno,
toda la tierra de Camos llam lo L ib ia; y Herodoto, lib . 2: H aban odo que
N eptuno era de Libia. Pues, el nombre de N eptuno, al principio, nadie lo
usurp sino L ib ia; y si ningunos otros que los africanos y libios supieron el
nombre de N eptuno, sera porque slo ellos io conocieron, pues, tam bin lo
veneraron como a su autor; lase a Pndaro en P yth. Od. 4 , a Apolodoro, lib .
3. Y si fue fundador de A frica, y la ciudad de C artago se llam con
especialidad A frica (Suidas: C artago, que es A frica), no ser despropsito
decir (V irgilio sea sordo en lo fabuloso del lib . 2 de su divin a E neida) el que
N eptuno fund a Cartago. Luego, si los cartagineses poblaron estas Indias,
como afirm a A lejo Venegas, lib . 2, cap. 2 2 , y fray Gregorio G arca, lib . 2,
D el origen d e los In dios; y N eptuno fue autor de ios africanos cartagineses,
infirese el que m ediatam ente lo sera de esos indios occidentales. Pero si he
de decir la verdad, jams me han agradado estos navegantes cartagineses o
africanos por varias razones, cuya especificacin no es de este lu gar y , as, no
m e alargo porque pide m i asercin prueba ms viva.
De las poblaciones y descendientes de N eptuno no se sabe otra cosa sino
que slo las hubo; Josefo, lib . I, A n tiq., cap. 7: D e N ap h tem i, que es
N ephthuim o N eptuno, nada sabemos sino el nom bre. Perfrasis parece
ste de las gentes de este Nuevo M undo; noticia, juzgo, tuvieron de ellas
Platn, in T om .; E lian ., lib 3, D e Var. H ist., cap. 18; Pomponio M ela, lib .
I, cap. 5; y , ms que todos, Sneca, en H ippol., A ct. 3:
Prfugo, recorre lejanos, desconocidos pueblos; aun cuando la
tierra puesta en los confines del m undo, m ar de por m edio, te
separe y habites el orbe puesto a nuestros pies.
Pero excepto ios nombres nada sabem os, tenan un nombre tan confuso
que slo se quedaba en seas, no que indicase certidum bres, sino que
originase confusiones, pues no determ inaban con fijeza el lu g ar de su
habitacin. Corrobrase este discurso teniendo por cierto que aquella clebre
profeca de Isaas, cap. 18: Id , mensajeros veloces, a la nacin de elevada
ta lla y b rillan te p iel, a la nacin tem ida de lejos, nacin que m anda y aplasta,
y cuya tierra es surcada por ro s, se entiende de estas Indias O ccidentales, y
ms afirm ndolo Acosta, M ontano, Del R o , Borrelo M aluenda, Len,
179
183
I
PROPONE EL TODO DEL ARCO O PORTADA TRIUNFAL,
QUE SE DESCRIBE
Prenuncio glorioso de una felicidad m uy com pleta suele ser el comn regocijo
con que lo futuro se aplaude. No faltar quien lo atrib uya a ia casualidad y a
la contingencia; pero yo, enseado de San A gustn , lib . 12, Con/., a quien
Santo Toms cita, I P art., quaest, 8 6 , art. 4, ad. 2 , me afirm o en que no es
sino naturaleza del alm a que nos informa: T iene el alm a una cierta v irtu d de
suerte, de tal m anera que, por su naturaleza, puede conocer lo futuro . Del
m ism o sentim iento fue San Gregorio N iseno, lib . de H omin. Opi/., cap. 13:
P or esto, la m em oria confusa y la v irtu d de presagiar, algun a vez mostraron
lo que m s tarde comprob el hecho.
En esto, mucho le debe el excelentsim o seor conde de Paredes, m arqus
de la Laguna, a la ciudad de M xico, desde la m aana del jueves 19 de
septiem bre de este ao de 1680, en que con las voces sonoras de las campanas
se le dio al pueblo la noticia de que dom ingo 15, a las 9 horas de la m aana
haba su excelentsim a persona tom ado puerto en el de la Vera C ruz, con el
cargo de virrey de la N ueva Espaa, y desde luego pudo el cultsim o
C laudiano decirle a su excelencia lo que le repiti a Stilico n , en el 3 lib . de
sus elogios: N o de otra m anera desean las flores a las doncellas, el roco a los
frutos, los prsperos vientos a los no cansados m arineros, como tu rostro al
p u eb lo . Excusando a ste su sentim iento de hiprbole lo que se ha
experim entado en lo comn de los nim os, y en lo general de las voces, que
ya previno con las suyas el m ism o autor, con la circunstancia de adm irar,
desde entonces, esm altados con su n obilsim a sangre los lilio s cristiansim os
de Francia y los leones catlicos de C astilla: Se alegra el caballero y aplaude
el senador y los votos plebeyos rivalizan con el aplauso patricio. O h, am or de
todo el m undo, a quien sirve la G alia toda, a quien H ispania uni con
184
tlam os de reyes, y cuyo advenim iento pidieron ios quirites con fuertes voces
. . . . Desde este punto, en prosecucin de ia grandeza m agnfica con que sabe
la im p erial, nobilsim a ciudad de M xico, cabeza de la O cci-Septentrional
A m rica, desempearse en sem ejantes funciones, comenz a prevenir para su
recibim iento lo necesario, en que tiene lu gar prim ero el arco triunfal que se
erige en la Plaza de Santo D om ingo, a la entrada de la calle de este nombre
que se term ina en la Plazuela del M arqus, lu gar destinado desde la
antigedad para la celebridad de este acto. Fise (por especial mandado de ia
ciudad) de m i corto talento la idea con que haba de anim arse tan descollada
m quina, como de personas suficientem ente inteligentes su m aterial de
construccin, que a juicio de los entendidos en el arte fue una de las cosas ms
primorosas y singulares que en estos tiem pos se han visto.
Elevse por noventa pies geom tricos su em inencia, y se extendi por
cincuenta su latitu d , y por doce su macizo, de fachada a fachada, constando
de tres cuerpos, sin las acroterias y remates que se movieron sobre diez y seis
pedestales y otras tantas columnas de jaspe, revestidos los tercios de hojas de
parra con bases y capiteles de bronce, como tam bin la cornisa con
arquitrabe, tocadura, m olduras y canecillos de lo m ism o, sin que al friso le
faltasen triglifo s, metopas, m odillones y cuantos otros ornamentos son
individuos de ia orden corintia de que constaba. Hermosese el cuerpo
segundo con ia variedad concertada que a lo compsito se perm ite,
excediendo al cuerpo prim ero con singulares prim ores, como tam bin a ste
el tercero que se form de herm atenas ticas y bichas prsicas, aliadas con
cornucopias y volantes.
Dispsose ia arquitectura con tres entrecalles, que fueron ia de en medio
y las laterales. Unas y otras descollaban sobre tres puertas, retirndose la de
en m edio para dentro a beneficio de la perspectiva, como tam bin todo el
resto de aquella calle que se una con las otras con unos intercolum nios
adm irablem ente dispuestos y hermoseados (como tam bin los pedestales de
las colum nas inferiores) con varios jeroglficos y empresas concernientes al
asunto y que parecieron bien a los eruditos, de las cuales no har m encin en
este escrito, as por no ser obra m a los cuatro pedestales de la principal
fachada (que encomend al bachiller Alonso C arrillo y Albornoz, joven a
quien se porfa cortejan las musas con todas sus gracias, segn nos lo
m anifiestan sus agudezas y sus prim ores), como por no verme necesitado a
formar un dilatado volum en, y ms cuando pretendo no slo no dilatarm e
sino ceirm e aun en lo m uy p rin cipal, razn por que om ito la especificacin
p ro lija de la sim etra y partes de este arco o portada triun fal, contentndome
con decir que se dispuso como para quien era y con la circunstancia de que
siempre se adelanta Mxico con gigantes progresos en tales casos. Las cuatro
entrecalles exteriores de las dos fachadas dieron lu g ar, segn la distribucin
de los cuerpos, a doce tableros, sin otros dos que ocuparon el lu gar de la de en
medio desde la dedicatoria, que estribaba sobre el m edio punto de la puerta
principal hasta el frontis de la coronacin, que substena las armas reales entre
185
Anim se esta herm ossim a m quina de colores, por las razones que dejo
escritas en ei Preludio II, con ei ardiente espritu, de los mexicanos
emperadores desde A cam apich hasta Cuauhtm oc, a quienes no tanto para
llenar el nmero de tableros cuanto por dignam ente merecedor dei elogio
acompa H u itzilopochtli, que fue el que los condujo de su p atria, hasta
ahora incgnita, a estas provincias que llam la antigedad A n h uac.!3
Bisoera fuera com binar estos doce emperadores con los doce patriarcas o con
los signos celestes (empeo de ms elegante plum a que la m a en sem ejante
funcin) cuando en la aritm tica de Pitgoras, filosofa de Platn, teologa de
Orfeo y advertencias de Pedro Bungo de M ister, N um eror., p g. 386,
sobraban no vulgares primores para hermosear este nmero. Pero, como
quiera que m s que curiosidades intiles para la vista, fue m i intento
representar virtudes heroicas para el ejem plo, deb excusar los exteriores
alios que 1a virtud no apetece.
N i se erige con antorchas, ni resplandece con el aplauso del vulgo , ni
desea alio exterio r, d ijo m uy a propsito el elegante C laudiano, de C nsul.
M a n . T heod., y con no menos suavidad asinti a ello O vidio, 2 de P on t.,
eleg. 3: La virtud no va acompaada de bienes externos.
Representronse a la vista adornados de m atizadas plum as, como dei traje
ms individuo de su aprecio. Y a lo advirti el hijo prim ognito de Apolo y
pariente m o, don Luis de Gngora, Soledad 2a, cuando dijo: A l de plum as
vestido m exicano. Propiedad en que estos indios convinieron con los
orientales, de quienes lo afirm a Plutarco, D e F ort. A lex.: V isten tnicas de
plum as de las aves cazadas y que, segn Prudencio en H arm atig, fue gala
usual de los antiguos tiem pos, como sienten sus expositores al com entar estos
versos: . . . tam bin al que teje vestidos de plum as con telas nuevas de aves
m ulticolores. Vase, acerca de los indios am ericanos, a A ldro vad., iib . II,
O rn itbolog., p g. 6 5 6 , y en lo general de las vestiduras de plum as al padre
Ju a n Luis de la Cerda, cap. 51, A dvers., n. 14; y aunque es verdad en sentir
de San Isidro, P elu siot., lib . 3, Epst. 2 5 1 , que lo que ms hermosea a los
individuos no son tanto los brillos del resplandor y de los adornos, cuanto la
posesin am able de las virtudes: N o la riqueza, no la herm osura, no la
fuerza, no la facundia o toda dign idad que sobrepase el esplendor, no el trono
de los hiprocoros, no la prpura, no la corona suelen dar lustre a los que todo
esto poseen como la v irtu d . Con todo, anduvo tan liberal el pincel que no
om iti cuanta grandeza le sirvi de adorno a su M ajestad, cuando hacan
dem ostracin m agnfica del poder, para que, suspensos los ojos con la
exterior riqueza que ios recomendaba, discurriese el aprecio cunta era la
soberana del pincel. Dbole a San-Basilio de Seleucia, orat. 2, toda esta idea.
Los que m iran aquellas im genes de reyes que despiden fulgor por ei
esplendor de sus colores, que hacen resplandecer la prpura de flor m arina,
cuya diadem a fulgura con los centelleos de la pedrera circundando las sienes,
sos, ciertam ente, quedan atnitos con tal espectculo, y al instante, en el
arrebato de su adm iracin, se representan la hermosura del m odelo. Y si el
187
en la puerta diestra:
trlV nfe rija , I goVIerne eL V irrey M arquVes De LA LagVna
en la puerta siniestra:
trlV nfe V IV a, I goVIerne eL V irrey ConDe De pareDes.
Ofrecisele toda esta grandeza a su excelencia con la siguiente dedicatoria que
se escribi en una tarja con que se coron la puerta principal por donde- se
hizo la entrada:
A DIOS PTIM O M XIM O
Y
A LA ETERNIDAD
DEL EXCELENTSIMO PRNCIPE
DON TOM S ANTONIO DE LA CERD A, ETC.
FELICSIMO Y FORTSIMO PADRE DE LA PATRIA
A CAUSA DEL GLORIOSO PRESAGIO
DE LAS O BRA S POR EL BIEN REALIZADAS
Y
COMO TESTIMONIO DE PBLICO REGOCIJO
PA RA QUE, BONDADOSO Y BUENO, CONSULTE CON SU
PUEBLO TODOS Y
CADA UNO DE LOS ASUNTOS
ESTE ARCO
ILUSTRE PO R LOS RETRATOS DEL EMPERADOR DE LA
AN TIG UA NACIN
LA CIUDAD DE MXICO,
(CON LOS VOTOS DE TODOS Y CON ALEGRA CO M N )
CON LARGUEZA Y PA RA SU ESPLENDOR
SEGN EL TIEMPO Y FUERZAS,
PUSO
EL DA TREINTA DE DICIEMBRE
DEL AO 353 DE LA FUNDACIN DE MXICO.
II
RAZON DE LO QUE CONTIENE EL PRIN CIPAL TABLERO
DE LA FACHADA DEL NORTE
Tuvo lu gar el principal lienzo de la fachada del norte, sobre la dedicatoria con
que se coronaba la puerta, y se hermose con la expresin de lo m ism o para
que se haba erigid o , que fue la entrada de su excelencia por l, sin ms
m isterio. Estrechse este solo tablero del arco todo, con prim or grande,
aunque era excusada esta circunstancia, sabindose haber m erecido esta obra
ser desvelo del insigne pintor Jos R odrguez, no s si d ig a que inferior a los
antiguos slo en la edad o m ulo suyo, cuando por la em inencia sin gularsim a
con que copia al vivo ha conseguido l que a retratos que se anim aron con sus
189
pinceles no haya faltado quien tal vez los salude, tenindolos por el original
que conoce, sino tam bin de A ntonio de A lvarado, igu al suyo en la valen ta
del dibu jo y en la elegancia del colorido.
No m e pareci a propsito el que su excelencia ocupase el em inente trono
de alg n triunfal carro, acordndome de lo que sucedi a C laudio Nern y
Livio Salinator, referidos de V alerio M xim o, lib . 6 , cap. 4 , de quienes dijo;
Y triunf, pues, sin carro (habla de C laudio), y tanto ms claram ente que
slo se alaba su victoria (entindese de Livio) y la moderacin de aqul
(C laudio N ern) y ms tenindose cierta y com probada noticia de la
suavidad apacible, con que su excelencia quiere introducir su gobierno para
conseguir de los nimos de todos repetidos triunfos, como de Stilic n lo dijo
C laudino: E l estrpito fastidia a los necios y con su m ejor pom pa triunfa en
el nim o de ios hom bres.
Y
m s habindose verificado en estos breves das y en ocasin de su
entrada lo que dei em perador Trajano celebr P linio, en P an egyr.: C on qu
aplauso y gozo del senado fue recibido el que t hayas venido con el sculo al
encuentro de los aspirantes a los cargos pblicos a quienes habas nombrado,
habiendo descendido ai suelo como uno de los que se co n gratu lan !.
Proporcionado m edio para que consigan los prncipes la soberana augusta
que se Ies debe. Lo que t hiciste con qu verdadera aclam acin fue
celebrado por el senado, prosigue el p an egirista discreto, tan to ms
grande, tanto m s au g u sto !, o m ejor decir, ei nico que puede haber para
obtener aquel fin, supuesto que en l no hay riesgo de que p eligre la
m ajestad: pues, a quien nada ya le falta para aum entar su d ign id ad todava
puede hacer crecer sta de una sola m anera, si l m ism o se abaja, seguro de su
gran d eza. Antes sirve de atractivo para conciliarse los nimos suspendiendo
con ello las atenciones, como sinti C lau d ., Panegyr. de 6 , C nsul. H onor:
D e aq u que con costumbres justas arde el amor pblico; la m odestia hace
que el pueblo se incline ante la altu ra re g ia.
A las voces del A m or, que fueron tom adas del Salm o 2 3 , vers. 7: A b rid ,
oh prncipes, vuestras puertas . .. y entrar . . . , abran las dei arco que a ll se
representaba algunos de los mexicanos emperadores para que se les franquea
sen a M ercurio y Venus que, volando sobre unas nubes y adornados como la
an tigedad los describe, ocupaban las manos con unos escudos o m edallones
que contenan los retratos al vivo de los excelentsim os seores virreyes,
dando mote ei Gnesis, cap. I, vers. 16: A stros graides que p residiesen.
Desde io ms superior atenda a este triunfo entre nubes que servan de vaso a
lo dilatado y hermoso de sus lagunas la ciudad de M xico, representada por
una in d ia con su traje propio y con corona m urada, recostada en un nopal,
que es su d ivisa o prim itivas arm as. Y sabiendo, cuantos io vean, ser el arco
de los reyes y emperadores m exicanos, y que la flor de ia tuna tiene
representacin de corona, no extraaban el m ote, V irg ilio , glo ga 3, que
coronaba al nopal: N acen las flores con los nombres de los reyes escritos.
190
d ijo Cicern, P h ilip . 5: la persona del prncipe debe servir no slo a los
nimos sino tam bin a los ojos de los ciudadanos; y apenas se m anifest en lo
pblico a los que no haban conseguido ver el o rigin al, cuando en la boca de
todos se hall con crditos de verdad el cortesano aplauso de Ausonio a
Graciano A ugusto: R esplandecen, ciertam ente, en la efigie m ism a aquellos
ejem plos de bondad y de virtu d que una posteridad venturosa am e segu ir; y
aunque la naturaleza de las cosas hubiese padecido, la antigedad se lo
hubiese im p u tad o. N adie im agin e que en esto me muevo al arbitrio de slo
hablar, porque no ignoro el que no es lcito aadir a los retratos de los
prncipes lo que no tienen. San Chrysstomo hom il. 31, en M a th ., al fin:
N ad ie se atreve a agregar algo a una im agen que ha sido hecha a sem ejanza
de algn rey; y si alguno se atreviese, no lo hara im p un em en te. Y por
excusar otras razones que m e pudieran d ilatar, digo que se tuvo atencin a lo
que afirm a Novarino, arriba citado, nm . 1039: E l Sol y M ercurio, entre
los dem s planetas, son los compaeros vecinos en la bveda celeste de tal
m anera que los que m iren el Sol, seor de los astros, entiendan plenam ente
que nunca puede recorrer el cielo sin el sabio M ercurio; as, en ia tierra o no
debe nunca concederse ei poder y el dom inio sin sabidura o, concedido, que
pueda durar por mucho tiem po. Justsim am en te, cuando en esta m ateria
tiene su excelencia tan asegurados sus crditos.
A la hermosa Venus se fio el retrato de la excelentsim a Seora virreina,
doa M ara Luisa Gonzaga M anrique de Lara, condesa de Paredes, m arquesa
de la Laguna. Pero, a quin se le pudo fiar sino a ella sola? para que,
transformada en su peregrino A tlante de la hermosura, supiese a quin haban
de rendir vasallaje sus perfecciones, que a vista de las que el pincel pudo
copiar se recataban entre apacibles nubes las que hasta aqu em puaron con
generalidad el cetro de los aplausos. Pero qu mucho si,
En estos ojos bellos
Febo su luz, Am or su M onarqua
abrevia, y as en ellos
parte a llevar al O ccidente el da
que d ijo don Luis de G ngora,14 Canc. 4 , fol. m ih i. 55, m erecindose las
aclam aciones de todos, as por esto, con que a su excelencia la privilegiaron
las gracias, como por lo que el m ism o Pndaro andaluz d ijo , Soneto II, de los
heroicos, fol. 4:
Consorte es generosa del prudente
Moderador del freno M exican o .15
Por lo que en este prrafo he dicho, y por lo que adelante d ir, m e veo
obligado a dar razn de los motivos que tuve en anim ar lo m aterial de las
empresas del arco con algunos epgrafes o motes de la Sagrada Escritura en
que se ha hecho reparo, y antes de hacerlo les aseguro a m is,m ulos, con S.
Gregorio N azianzeno, Orat. a d C athedr. C onstantinop.; y en esto pongo por
jueces a los desapasionados y doctos el que no por otra cosa somos excitados
192
describi con elegancia Pedro C llense, iib . 3, E pst. 22: R ecorre los
am ensim os campos de las E scrituras, elig e como ia abeja y guarda en el panal
en la m em oria flores de suavsim o olor, lirios de castidad, olivos de
caridad, rosas de paciencia, uvas de carism as esp iritu ales. Si practicar esta
doctrina y todas las razones que he discurrido se m e reputa por yerro, ms
quiero errar con lo que maestros tan superiores me dictan que acertar con lo
que los zoilos reputan en su fantasa por ms acierto.
No pretendo en esta m ateria alargarm e m s, porque ya m e llam a para su
explicacin el asunto que ir descifrando, no por el orden de los tableros que
todos vieron, sino segn la cronologa del Im perio M exicano, de que tengo ya
dada noticia con exaccin ajustadsim a en un discurso que precede al Lunario
que im p rim para el ao de Lunario 1681, a que rem ito los doctos y
curiosos.16
Pero para que se vea la aco lutha17 de todo y que no quede cosa por
explicar, digo para term inar este prrafo que se extraar haber colocado ya la
m exicana lagu n a sobre las nubes, y se extraar bien, porque deb a haberla
sublim ado hasta los cielos. P rivilegio es que desde hoy deben sus cristales al
excelentsim o seor marqus de la Laguna, y m ejor que m is balbucientes
razones dir el porqu el maestro reverendo padre Andrs de A lm aguer, de la
Com paa de Jes s, en la accin de gracias por el nacim iento de la seora
doa M ara Francisca de la Cerca y Gonzaga (que ya se goza en las delicias del
Empreo), p rim ognita de nuestros excelentsim os prncipes, prrafo 9 , pg.
41 :
H e odo decir que celebra m ucho vuestra excelencia con su discrecin su
estado, por no alcanzar de qu lagun a o qu aguas ten ga vuestra excelencia su
ttu lo y , supuesto que en la tierra no se alcanza dnde reside este estado,
quiz por las seas lo alcanzar. Que fuera, seor excelentsim o, si estuviera
en el cielo y aun sobre los cielos mism os su estado de vuestra excelencia y de
a ll fuera su ttu lo ; que por ac todos se acaban m uy presto, fuera de que
an tiguam en te, seor, daban los hombres y los seores ms grandes nombres
propios a las tierras y a sus estados, porque eran hombres del cielo; pero
ahora, las tierras y los estados de tierra dan a conocer a los hom bres, seal de
que no son ya m uy del cielo estos hombres; y as, si no lo he discurrido m al,
su ttu lo de la laguna de vuestra excelencia es el de aquella fam ossim a lagun a
que sobre los cielos mism os coloc el brazo om nipotente de Dios, y que tiene
a los cielos su derecho, pues de sus propias aguas los form su Creador. Y as,
habiendo dicho David a la casa de los cielos, celbrase las m aravillas de Dios,
A labadlo, cielo de los cielos, aade y todas las aguas que estn sobre los
cielos alaban su nombre. Y suponiendo con gravsim os doctores que sobre
ese cielo areo coloc Dios esas aguas verdaderas y aun sobre el firm am ento
del sol, luna y las estrellas, y que la casa del cielo es de un m ism o origen con
estas aguas, nuestro Del R o piensa que existen verdaderas aguas, sobre los
cielos verdaderos, dijo el doctsim o Lorino. Suponiendo estas noticias
194
3
HUITZILOPOCH TLI18
que repeta tih u , tih u , que es lo m ism o en el dialecto mexicano que vam os,
vam os, persuadi al numeroso pueblo de los aztecas el que, dejando el lu gar de
su nacim iento, peregrinase en dem anda del que les pronosticaba aquel canto
que tena por feliz prenuncio de su fortuna. Infirese lo que he dicho del ya
citado lib . 2- de la M onarqua in dia n a, cap. I, y del prlogo que el cannigo de
la Puebla doctor Ju a n Rodrguez de Len19 escribi al T ratado d e las
confirm aciones reales de Antonio de Len Pinelo, su hermano.
Este suceso y la significacin de su nombre sirvi de idea al tablero que se
consagr a su m em oria. Pintse entre las nubes un brazo siniestro em puan
do una luciente antorcha acompaada de un florido ramo en que descansaba el
pjaro h u itzilin a que dio mote V irg ilio , 2 A eneid. D ucente D ec. En el pas se
represent en el traje propio de los antiguos chichim ecas al valeroso
H uitzilopochtli que, mostrando a diferentes personas lo que en las nubes se
vea, los exhortaba al viaje, proponindoles el fin y el prem io con las palabras
del Gnesis, cap. 4 3 , in gen tem m agnam ; fue m i intento dar a entender la
necesidad que tienen los prncipes de principiar con Dios sus acciones para
que descuellen grandes y se veneren heroicas. Explicse este concepto, como
se pudo, con el siguien te epigram a:
Acciones de fe constante
que obra el prncipe, jams
se pueden quedar atrs
en teniendo a Dios delante.
Los efectos lo confiesan
con justas demostraciones,
pues no tuercen ias acciones
que slo a Dios enderezan.
Pero antes de ponderarlo me parece necesario el descifrar los fundamentos
y acolutha de esta empresa. Pintse un brazo siniestro, no tanto porque
precisam ente manifestase el nombre de este capitn insigne cuanto por sus
significados recnditos y m isteriosos, que se pueden ver en C houl, Cartario y
B rixiano, que los refiere en los C om entarios Sym blicos, verb. m anus, y , lo que
es m s, porque no se ignorase el fausto prenuncio con que se movi a la
transm igracin de su gente. D ije fausto por el fuego de la antorcha con que se
ilustraba la m ano, siendo aqul no slo smbolo y expresivo de la divin idad,
segn lo de M xim o T yrio, referido de Pierio V aleriano, lib . 4 6 , H ieroglyph.
pg. m ih i. 455: los persas adoran el fuego cotidiano como a un signo de la
d iv in id ad , sino apellido tam bin de nuestro Dios verdadero: E l Seor Dios
tuyo es fuego que consum e, D eut. cap. 4 , vers. 24, y en otras muchas
partes. Razn que motiv ei epgrafe D ucente D eo. Y aun en lo profano y
gen tlico era el fuego de los rayos siniestros (digo de los que caan por este
lado) prenuncio seguro de dichas grandes. Ennio citado de Cicern, lib . 2 de
D ivin a tion e: C uando hacia la izquierda tron con tem pestad serena. Y
V irg ilio fue de este mism o sentir, 2 Aeneid.\ . . . y con repentino fragor tron
197
4
ACAM APICH20
hay im p o sib le. Pero qu mucho, si el carcter con que los seala el profeta
Isaas, como ya d ije en el Preludio III, es con el de gente que espera: G entem
expectantem .
Eligironlo por rey a tres de mayo de m il trescientos sesenta y uno, si es
que le convena con propiedad este ttulo a quien todo su dom inio se
estrechaba en lo inculto de una laguna y cuyos vasallos eran unos miserables
abatidos de sus contrarios. El nombre de A cam apich tiene por interpretacin
el que tiene en la mano caas, lo cual y la generosidad con que adm iti el
cargo en tan desesperada ocasin, juntam ente con el feliz suceso de su
esperanza, dieron motivo a la em presa que se dispuso as.
Pintse A cam apich desmontando los intrincados carrizales de la laguna,
que fue lo que hizo para d ilatar los trm inos de la entonces pequea
T enochtitlan, que ya es ahora ciudad populossim a de M xico; ocupbase las
manos con unas caas (significacin de su nombre) dndoselas a la esperanza
que no slo le asista, sino que de ellas formaba una choza h um ilde o
desabrigado xacalli, que entregaba a la fam a, que ocup con herm ossimo
m ovim iento lo superior del tablero, mereciendo aquella fbrica el que la
coronase la vocal diosa con diversidad de palmas y de laureles, con que ha
conseguido colocarse, no slo en la cum bre ms alta del aprecio de todas las
naciones, sino el que la m ism a fama la haya adm itido para la formacin de su
tem plo. Apuntse algo de lo que he dicho; dir adelante de esta octava:
Las verdes caas, tim bre esclarecido
de m i m ano, m i im perio y m i alabanza,
rstico cetro son, blasn florido
que el color m endig de m i esperanza.
Qu m ucho, cuando aqusta siempre ha sido
a quien le m erec tnta mudanza,
que caas que sirvieron de doseles
descuellan palm as hoy, crecen laureles.
En las caas que tena en la diestra mano se lea por mote la descripcin
que hace Moiss de la tierra en su creacin p rim igen ia, G enes., cap. I:
Informe y vaca, porque como entonces ocultaba el elem ento del agua todo
lo que es ahora la ciudad grande del universo, patria com n donde los
vivientes habitan, as en esta ocasin se inundaba lo que despus sirve de
abreviada esfera a todo el mundo que se estrecha en la ciudad de M xico por
ilu strarla. Si ya no es que estas caas fueron ajustado smbolo del reinado
terreno que se principiaba en Acam apich con las individuas circunstancias,
que son comunes a todos y que ni aun a Cristo faltaron cuando lo m iraron los
sacrilegos hombres con este visto: C risto llevaba la caa que le haban dado,
m uy sem ejante a cetro de reino m undano, que por ser m udable m uy
frecuentemente se le considera frgil, vaco, lev e, dijo Sedul, lib . 5,
P aschal. O per., cap. II, cuyo concepto adelant el docto padre Pinto R am rez,
en cap. 14, Isai. N otac., I, nm . 30: N ada se puede pensar ms congruente
201
que se remonte m i plum a), de que dicen m ucho, aunque siem pre quedan en
ello cortos, varios autores que pudiera citar en p ro lija serie. A qu tengo ahora
presentes al padre Torquem ada en su M onarqua In dian a, tom . I, lib . 3, cap.
26 ; A ntonio de Herrera en la D escripcin d e las In dias, cap. 9; fray Luis de
Cisneros en la H istoria d e Na Sa de los Rem edios, lib . I, cap. 16; Vargas
M achuca en la M ilicia In dian a, pg. 174; Arce en el Prxim o E vangelio, lib . 4,
cap. 2; Bartolom de Gngora en la O ctava M a ra villa , M S ., Canto 8; Pedro
Ordez de Zevallos en su V iaje d e l m undo; G il Gonzlez de A vila en el
T heatro d e la S anta Iglesia M etropolitana de M xico; Ju a n Daz de la C alle en las
N oticias E clesisticas y S eculares de la s In dias, cap. 2; D iego de Cisneros,
m dico, en el Libro d e la N aturaleza y propiedades d e la ciu d a d de M xico;
Bernardo de Balbuena en las G randezas de esta ciudad; A rias de V illalobos en
su M ercurio, a cuya m em oria hiciera agravio si no trasladara aqu un soneto
con que elogia a M xico en su O bediencia R eal, fol. 16:21
Roma del Nuevo M undo, en siglo de oro;
V enecia en planta y en riqueza Tiro;
Corinto en artificio, Cairo en giro;
En ley an tigu a, Esparta; en nueva, Toro;
Crotn en tem ple, Delfos en decoro,
En ser N um ancia, en abundancia Epiro;
Hydaspe en piedras, y en corrientes Cyro;
En ciencia, Atenas; Tebas en tesoro.
En ti, nueva ciudad de Carlos Q uinto,
H allo nueva Venecia, Atenas nuevas,
Y en nueva Creta un nuevo Laberinto,
Que a Rom a, Epiro, Esparta, Tiro y Tebas,
Delfos, Toro, Crotn, Cairo y Corinto,
H ydaspe y Cyro, la ventaja llevas.
No son menores los elogios con que otros la engrandecen aun atendindo
la en el tiem po de su g en tilid ad . Baste Gem m a Fris, part. 2 , C osm ograph. Pet.
A pian ., p g. 158: Sin em bargo, entre todas las ciudades, es la ms
im portante y la mayor en estas regiones la que llam an T em istitn (lase
T enochtitln); segn nuestra descripcin, casi est colocada en el trpico y
defendida por la naturaleza del lu gar. Est situada en el lago m ayor, adornada
con innum erables puentes que le dan acceso por todos lados y con
edificaciones que pueden compararse con las construcciones de D dalo. Y
acom pela Jernim o G irava, siquiera por espaol, en S it. a c D escript. Ind.
O ccid., p g. m ih i. 172: M xico era la principal ciudad y la ms noble de las
Indias, aun m s, la m ayor de todo el orbe que Fernando Corts conquist el
ao 1521, y siendo la cabeza del Im perio M exicano, tena setenta y un m il
casas.
203
5
HUITZ1LIHUITL22
Formar leyes para la direccin de los sbditos es obligacin de los prncipes,
pero el que las observen aqullos, ms que disposicin de su arbitrio , es
consecuencia de la afabilidad de su trato. No hay armas ms poderosas para
debelar la protervia hum ana que la clem encia, cuando asistida de la
m ansedum bre y el prem io introduce en ios nim os de los m ortales lo que
dictan las leyes para su til. Leccin es sta del cultsim o C laudiano, P aneg.
d e C nsul. M an. Teodos.-. La tranquila potestad obra lo que no puede lograr
la violenta; y ms fuertem ente urge los m andatos una im periosa q u ietu d .
Ms a m i intento la repiti en P a n egyr. de 6 C nsul. H onor.: La clem encia
vence a nuestro pueblo. M arte se esconde ms gravem ente en ia p az. Y
leccin que, aunque en todas ocasiones deben estudiarla los principes, nunca
m ejor estarn en ella que cuando se elevaren ai trono o dieren principio fausto
a su feliz gobierno. Aforismo es tam bin del poltico grande Cornelio Tcito,
lib . 2 0 , A unal: A ios que inician un nuevo reino les es til la fama de la
clem en cia; y que con anticipacin practic A nb al, como fundam ento
segursim o en que estriba sin tem or de ruina el edificio del m ando; djolo
T ito Livio, lib . 21: A n b al, para tener fama de clem encia, en los comienzos
de sus acciones, e tc . , y con razn m u y justa y , si ya se sabe que recaba con su
suavidad la clem encia, de todas las leyes y preceptos la concertada observan
cia, que es la que m antiene los im perios en su m ajestuosa grandeza: B ajo un
prncipe clem ente florece la ju sticia, la paz, el pudor, la severidad y la
d ig n id ad , d ijo Sneca, lib . de C lem entia.
Y
si es de la obligacin del superior dictar las leyes para que se observen
estas virtudes, necesaria debe juzgarse en l aquella prerrogativa para que las
persuada, as por este m edio como por el carcter con que los seala,
entonces, la d iestra de la divin a virtud para que se haga am able de todos su
m ajestad. Creados y ungidos los reyes y los m agistrados, dijo Ju a n A ltusio
en P o lit., cap. 19, nm . 9 7 , D ios suele vestirlos de una cierta oculta
m ajestad y casi de un estado superior con el que se les da una adm irable y
au gusta excelencia, d ign id ad , veneracin y estim acin de todos. Comproba
ciones de esto m ism o darn V alerio M xim o, lib 2, cap. 10; Plutarco en la
vida de M ario, y Suetonio en la de Vespasiano, cap. 7.
204
vnculos para regir, no son otros que la benevolencia, d ijo con discrecin
Scipin A m irato en D issert. P o lit., lib . 19, Disc. 7, y mucho m ejor el
E spritu Santo por boca de Salomn en los Proverbios, cap. 2 0 , vers. 28:
Con la clem encia se fortificar su trono, con que concuerda lo de los R eyes,
lib . 3, cap. 17: S i les hablas con palabras blandas, sern tus siervos para
siem p re.
No es m i intento en lo que aq u propongo el que los prncipes nunca
desenvainen los aceros de la ju sticia, cuando nadie ignora que, siendo
viciossim os los extrem os, tanto puede pecarse con el rigor como delinquirse
con la piedad; algo han de experim entar de sinsabores los sbditos para
sujetarse a las leyes, porque entonces les ha de am enazar el castigo; pero para
que se haga sufrible ha de ser con las circunstancias que deca N ern,
afabilsim o prncipe en sus prim eros aos, a quien refiere Sneca, lib . I, de
C lem en t., al principio: La espada la tengo guardada, ms an ligad a;
absoluta parsim onia tengo, aun de la sangre ms v il; todos, aunque les falte
lo dem s, por el hecho de ser hombres son dignos de gracia; tengo escondida
la severidad y pronta la clem encia. O como, con no menos elegantes
palabras, lo propone San Gregorio N azianzeno, Epst. 181: N o es inicua la
espada con que se castiga a ios m alos; sin em bargo, no hay que alabar al
verdugo, ni hay que tratar la sangrienta espada con nim o co m placiente; y
esto no por otro m otivo sino por el que da con inm ediacin, porque el
esp ritu hum ano, si es hum ano, m s se inclina a la hum anidad y a la
b en ig n id ad , cuya doctrina es concordante con la de Sneca, ya citado, lib . I,
D e C lem ent., cap. 2: Debemos tener m oderacin, pero, porque es un
tem peram ento d ifcil, tendr que ser ms ecunim e y tiene que tender a la
parte ms h um ana. Y si todas razones no parecieren concluyentes a los que
lo contrario juzgaren, puede ser que se m uevan a las del em perador Ju lia n o ,
O rat. 2, p g. m ihi. 19, donde en pocas palabras recopil cuanto dicen los
otros en dilatados perodos: N o conviene al prncipe m ism o tener la espada
en la mano para dar m uerte a alguno de los ciudadanos, aunque haya
perpetrado aun lo ms grave.
Y
aunque no se puede negar el que, tai vez, para que se observen sus
rdenes, es no slo conveniente pero precisam ente necesario valerse de los
rigores y de las penas; bien ser que entonces se experim ente en el superior y
en el prncipe lo que d ijo O vidio, en el lu g ar que sirvi de epgrafe para la
empresa: Sea el prncipe lento al castigo, veloz al prem io. Y el que muchas
veces es obligado a ser feroz, se duele de e llo . Con quien conviene,
proponiendo lo til de este dictam en, el elegantsim o y cortesano poeta
Papinio Statio, lib . I, Sylu. 4: Por esto, es contra su voluntad: el or las
tristes cadenas, el consentir en ios castigos, el no ir a donde m anda el alto
poder, sino reducirse grandem ente la fuerza de sus arm as.
Todo lo hasta aqu referido (ms que la propiedad de su nom bre), sirvi
206
de motivo para p in tar con alas a H u itz ilih u itl. Estaban stas recogidas por lo
que l m ism o dijo:
. .. Enfreno el vicio y la virtud aliento,
veloz al prem io y a la pena lento.
Q ue es ei modo con que V alerio M xim o, lib . I, cap. I, habl de la divina
justicia: La ira divin a cam ina con paso lento hacia su venganza. Pero al fin
estaba con alas y acompaado del prem io, porque en faltando ste son intiles
las ms activas persuasiones de los prncipes, que para ser ejecutadas se han de
ver de aqul prevenidas. P rem io, como si dijera previo, porque est ante ios
ojos, se pone an tes, dijo el padre Mendoza en V iridar, lib . 5, probl. 39.
Prem io que antecede al mandato es estm ulo para la ciega obediencia, como
tam bin la virtud consecuencia necesaria del galardn, dijo Ju v en al, Satyr.
10: Q uin abrazar la virtud si quitas el p rem io ?. Los g rieg o s, prosigue
el erudito padre Mendoza, y con sus palabras term inar m i propuesta,
escriban en las columnas los premios preparados para los contendientes,
como lo prueba U lpiano en su oracin de Demstenes contra Leptino. El
capitn de los troyanos us este mism o modo para incitar a sus soldados en el
libro 5 de la Eneida-. A s pues, al principio, los regalos, sagrados trpodes,
verdes coronas, palm as, precio de la victoria, arm as, vestidos de prpura,
talentos de oro y p lata, eran colocados en m edio, ante los ojos de todos.
Observen tam bin los sbditos las leyes de los superiores y prncipes para
que su excusin sea su premio,- que por eso la ley le llam corona, en sentir de
Rab Illel, in P irke, autor citado de Novarino in Schedias, S acro-P rop h., lib . I,
cap. I: E l que para su propia comodidad se ejercita en la corona, es decir, en
la le y ; a que asinti de los nuestros H ugo de San V ctor en Psalt. 118: Yo
d ira gloriosa la ley de Dios, porque principalm ente por s m ism a se corona.
Y observndose de parte de los inferiores y de los prncipes estas circunstan
cias, precisam ente necesarias para la conservacin del cuerpo poltico,
florecer con felicidad la repblica.
CHIM ALPOPOCATZIN 23
7
ITZCOHUATL24
eternidad, que es atributo de Dios, segn C ostalio, P egm at. 16, se reconozca
el acierto del profundo Jm b lico , cuando dijo en Epst. a d A phalum : que si
existe una cierta com unidad entre nosotros y los dioses, se debe p rincipal
m ente a esta virtud y por ella, en prim er lu g ar, nos asemejamos a aqullo s,
y ms abajo: Con razn, pues, la prudencia hace a sus poseedores sem ejantes
a los dioses. Formndose de los giros con que rodeaba aquel trono los
ajustados compases que le acomoda P hil. lib . I, A llegor. le g .: D e las cuatro
virtudes una de ellas es la prudencia, que aqu nombra Phisn; da vuelta y a
modo de danza vuela sobre la tierra, esto es conserva una plcida constitu
ci n . Acompale el Tiem po, porque le ayud a conseguir el Im perio,
segn lo de Cicern, lib . 2, d e D iv in a l.: N ada hay que 1a distancia del
tiem po no pueda hacer. Y no slo le asista, sino que, pendiente de una
cadena que se form de culebras, le ofreca una corona con este mote: nudo
m isterioso o secreto, cuya explicacin me parece ociosa, cuando nadie ignora
la necesaria aunque oculta conexin entre la prudencia y el mando. A dvirtila
el augustsim o emperador Rodulfo cuando eligi por smbolo Prudencia
custodia del rein o , que refiere R eisn en Sym bol. H eroic. y que sin violencia se
deduce de lo que ensea Platn, maestro grande de las mejores polticas,
D ilog. d e Amicit.-. D udas acaso que los atenienses te encom ienden la
repblica cuando se den cuenta que eres ms prudente que otros en esas cosas?
No lo d ud o . A ludi a ello esta dcim a:
Cuando ai Im perio se exalta
el Prncipe ms augusto,
le sirve slo de susto
si la prudencia le falta:
porque en dign idad tan alta
y en tan suprema em inencia,
sin que intervenga violencia,
la d ificultad mayor
d el tiem po con el favor
es triunfo de su prudencia.
Infirese, de lo que he dicho, ser tan necesaria en los prncipes la
prudencia que sin ella no ser fcil el conservar el im perio; as porque aqulla
es el m uro ms inexpugnable que lo defiende, como dijo A ntsthenes en
H esych., lib . de Viris C la ris, y que no cali Laercio, en su vida, lib . 6 , cap. I:
q ue la prudencia es un segursim o muro que nunca cae ni traicio n a, como
por ser hombres aqullos de quienes se constituye el dom inio. M otivo que
deba no apartar de la m em oria lo que dijo San Gregorio N azianzeno, A polog.
I: R e g ir al hombre, el an im al ms inconstante y polifactico, me parece que
es el arte de las artes y de las ciencias.
Felicidad d ign a de los elogios grandes es ia posesin de tan heroica
v irtu d , por lo que afirm a Sfocles en Electra\ N o le puede acontecer nada
m ayor ni ms til al hombre que la prudencia . . . . Y si esto es cierto, como
213
sin duda lo es, desde luego pueden formarse dilatadsim os panegricos que
inm ortalicen la ya experim entada prudencia del excelentsim o seor conde de
Paredes, m arqus de la Laguna, nuestro virrey.
8
MOTECOHZUMA 1LHUICAMINAN 25
M otecohzum a, que se interpreta seor saudo, por otro nombre Ilhuicam inan, esto es el que arroja flechas ai cielo, hijo de H u itz ilh u itl, rey que fue
de M xico (como en otra parte he dicho), era actualm ente T lacateccatl
T lacochcalcatl, o capitn general de los ejrcitos mexicanos cuando m uri
Itzcohuatl, a quien por eleccin que de su persona se hizo para que adelantase
la grandeza del mexicano im perio, que entonces se principiaba, sucedi en el
gobierno con alegra de todos. Sus virtudes pedan ms dilatadas noticias que
las que publican los que se dedicaron a m anifestarlas al m undo; y m ientras
lle g a la ocasin de que saque yo a luz lo que en esta m ateria con indecible
trabajo he libertado a la voracidad de los das, juzgo necesario valerm e de lo
que fray Ju a n de Torquem ada, en el lib . 2, de su M onarq ua In dian a, escribi
de este excelentsim o prncipe, y de ello slo apuntar lo que a m i propsito
hiciere.
D e las prim eras cosas, dice en el cap. 43 del citado libro, en que se
ocup este valeroso rey, fue una hacer tem plo y casa al demonio en un lu g ar y
barrio llam ado H uitznahuac, porque deba de parecerle que para poder
conseguir sus intentos contra las naciones que quera sujetar era bien
comenzar con algn servicio hecho a sus dioses. Y en consecuencia de esto
volvi a repetir lo m ism o en el captulo 54, con las siguientes palabras: Fue
m uy cultor de sus dolos, y am pli el nmero de m inistros, instituyendo
algunas otras y nuevas cerem onias, como otro N um a Pom pilio; mostr
grande cuidado en la observancia de la idolatra, ley y supersticin diablica y
vana; edific un m uy gran tem plo a su dios H uitzilopochtli y ofreci
innum erables sacrificios en su dedicacin, as de hombres como de otras
cosas, que para este Fin se haban reservado. Esto propio haba ya apuntado
el padre Jos de Acosta en la H istoria N a tu ra l y M ora l, lib . 7, cap. 16: En el
culto de sus dolos no se seal menos, am pliando el nmero de m inistros e
instituyendo nuevas ceremonias y teniendo observancia extraa en su ley y
vana supersticin. Edific aquel gran tem plo a su dios V itzilip u ztli (lase
H u itzilopochtli) de que en otro libro se hizo m encin.
N inguno (o de lo contrario se podr inferir no tener el juicio cabal) me
objecionar las citas antecedentes, como si las hubiera referido para apoyar los
errores que se mencionan en ellas; y har m u y bien, pues m irndolas slo por
el viso que tienen de religi n , me han de servir de motivo para referir los
214
217
9
AXA YACATZIN27
La grandeza del mexicano im perio, a que dio origen la prudencia en el
em perador Itzcohuatl y cuyos progresos se debieron a la piedad de M otecoh
zum a Ilh uicam in an , necesitaba para su conservacin de la fortaleza que se
adm ir entonces en Axayacatzin y con que se hermose ahora la portada
triunfal de que voy hablando. Debile a esta virtud el que en la eleccin de
em perador, que por m uerte de M otecohzum a hicieron los m exicanos, fuese
preferido a los hijos que ste dej, sindolo l de Tezozomoc, caballero ilustre
de M xico, como tengo insinuado en otra parte.
C ul fuese esta fortaleza de A xayacatzin se ha de inferir, o de lo que dijo
Cicern, lib . 4 , Tuse, q u a est., donde afirm a que es la ciencia de las cosas que
deben llevarse a fin, o la afeccin del alm a a padecer y sobrellevar,
obedeciendo sin tem or, a la ley sup rem a, o de los de A rist., lib . 3, E tbic.,
que la define as: Es la fortaleza la agresin de lo terrible cuando la m uerte es
inm inente para salvar el bien com n.
Sus acciones, que se m idieron con esta regla, y la significacin de su
nom bre, contribuyeron lo necesario para la formacin de su em presa. Porque
A xayacatzin es lo propio que cara o rostro cercado de agu a'; y si en las aguas
se sim bolizan las calam idades, las penas y los trabajos, por lo que de Pierio,
lib . 3 8 , refiere B rixan ., en Comment. S ym bol., verb. aqua, nm . 28: L acausa
por la que el agua sim boliza las m ayores calam idades, es sta: que los dems
peligros y cadas slo daan una parte del cuerpo; el agua, por el contrario,
envuelve el cuerpo por todas sus partes y lo daa todo.
B ien le convino este nombre en lo que toler, as en la rebelin de su
cuado M oquihuix, seor de T latelolco, como en continuas guerras donde,
segn Torquem ada, lib . 2, cap. 55: E l prim ero que sala delante de su
campo era el m ism o rey, desafiando a sus contrarios, de que se o rigin ,
segn m i m anuscrito, cap. 50, fol. 6 3 , el que en la batalla de M atlalzinco,
peleando de persona a persona con el valeroso C uetzpal, recibiese una herida
de que qued cojo, no siendo sta la nica con que le calific su intrep itud y
valor, cuando pudieran los confines del reino de M ichhuacn p ub licar las que
por d ilatar el nombre mexicano le hermosearon el cuerpo y le inm ortalizaron
su fam a, que es la que aqu celebro.
De esta m anera m antuvo el mexicano im perio, y se pint en el lienzo que
le perteneca de esta manera: vease inclinado, sustentando sobre sus hombros
un m undo, y a ll inm ediata coronndolo la fortaleza en cuya colum na se pint
el nombre de A xayacatzin, segn su interpretacin. En lo superior se lea:
V irorum praem ia fo rtiu m , que se tom de Hom ero, O dys., 7 , y en lo
inferior se escribi la siguien te dcim a:
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T1Z0CTZIN28
N unca ms bien em ple la retrica sus hiprboles que cuando los forma para
elo giar a la paz; de ella d ijo San A gustn , Serm. 57 de Verb. D om ini, que
era: La serenidad de la m ente, la tranquilidad del alm a, la sim plicidad del
corazn, el vnculo del am or, el consorcio de la caridad. E lla q u ita las
enem istades, frena las guerras, apacigua las iras, pisotea a los soberbios, ama
a los hum ildes, calm a las discordias, pone de acuerdo a los enem igos, a todos
Ies es agradable, no sabe ser exaltada, no sabe inflarse, el que la posee recibe,
e tc . . Y con no menos energa se la prom eti Dios a la C atlica Iglesia por
boca de su profeta Isaas, cap. 32, vers. 17: La obra de la ju sticia ser la paz
y el fruto de la ju sticia, la tranquilidad y la seguridad para siem pre. A s m i
pueblo morar en mansin de paz, en moradas seguras y en apacibles lugares
de reposo.
No hablo aqu precisam ente de la paz en cuanto se contrapone a la guerra,
sino con el modo con que se explic Farnes., lib . 3 de S im ulac. R eip ., fol. 96:
C uando hablo de la paz, entiendo la unin de todas las virtudes, pues en el
sacrosanto nombre de paz, nada que sea torpe puede estar escondido, que
es casi el m ism o con que la defini Santo Toms, I, 2 quaest. 70, art. 3:
P az, en griego Irene, es la tranquilidad del orden, principalm ente en la
vo lun tad .
Bien tena reconocido todo esto T z o c , em perador de los mexicanos,
segn se infiere de lo que de l dice Torquem ada, lib . 2, cap. 6 0 , y de lo que
le m urm ura Acosta, lib . 7, cap. 17, de donde se origin a la controversia de si
sus m ism os vasallos, gente belicosa y sangrienta, le quitaron la vida por ser
pacfico, o si se le deba atrib u ir a T echotlala, seor de Itztapalapan, esta
im piedad. Sea de esto lo que quisieren, lo que yo puedo afirm ar es que en
varios cantares mexicanos antiguos se le da renombre de pacfico y quieto. Y
que no fuera tim idez de su n atural, se hace evidente sabindose haber sido
antes de su eleccin T lacateccatl o capitn general, como se puede ver en
Torquem ada en el lu gar citado; conque bien se le pudo acomodar, por esto y
por lo prim ero, lo que a Trajano le dijo P linio en Panegyr.-. T anto m s se
puede enaltecer tu moderacin en cuanto que, no habiendo sido educado en
alabanzas blicas, amas la p az. Razn que le sirvi tam bin a Propert., lib .
2, E leg. 16, para alabar al Csar: Esta virtud es del Csar y esta glo ria es
tam bin suya: enterr las arm as con la m ism a mano con la cual venci.
En el tablero que a este em perador perteneca, se pint la paz y la guerra,
sta con el traje de la discordia, ocupndose las manos con instrum entos
m ilitares, como aqulla las suyas con una lira, sm bolo de la concordia, y con
palm as y coronas de olivos y de laureles. Apartbase Tzoc de aqulla con
ligersim os pasos, acercndose a sta por entre un zarzal, cuyas espinas le
taladraban los pies y piernas, que se vean llenas de heridas. M irse en esto a
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AHUITZOTL29
N adie m ejor que el eruditsim o J . C. Henrico Farnesio, lib . I, de Sim ulac.
R ep., Panegyr 3, cap. 2, alab la dign idad sobre excelente del consejo, cuyos
estudios venero, pues a ellos debo ei que m e sirvan de realce con que se
hermosee esta empresa; y si slo a la sabidura se le perm ite el darlo,
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MOTECOHZUMA X0C0Y0TZ1N30
holgbase las ms veces de perder por tener ocasin de d ar. H aca bien el
grande monarca, pues io contrario es indicio evidente no slo de poca
grandeza sino de esclavitud, con que los que deban ser libres se sujetan a la
irrisin. Con qu lindas palabras lo dice el C hrisolog., Serm. 23: E l poder
regio no adm ite el culto plebeyo; el honor augusto no se confiere sino con
diadem a y prpura; debe, pues, arrojar el hbito de siervo quien se cree rey
divinam ente u n gid o . Y , pues, los prncipes no tienen otra cosa que ms los
inm ortalice que la liberalidad y m agnificencia, como dice Sneca en M a ed.,
A ct. 2: Esto tienen los reyes de m agnfico y de grande, que ningn d a les
arrebata el ayudar a los m iserables.
Sea sta de la que ahora Motecuhzoma se recom iende, de la m ism a
m anera que en el arco se le expresa, que fue as: estaba adornado de im periales
y riqusim as vestiduras, sacando de la boca de un len muchas perlas, mucha
p lata, mucho oro, que esparca por todas partes, con esta letra: D e lo fuerte,
la d ulcedum b re, J u d ., cap. 14, vers. 14. No son m uy apetecidos los
sinsabores y am arguras de la pobreza. En el cielo ocupaba el sol el signo de
len, derram ando abundantes rayos de luz sobre la tierra; el mote N o de otra
m an era, y la explicacin esta dcim a:
Este monarca absoluto,
que con la mano y el ceo
se supo hacer alto dueo
d el occidental tributo;
como en el celeste bruto
que debe al sol m ajestad,
sin que la benignidad
le minorase la alteza,
de su m ism a fortaleza
se forj su suavidad.
Si alguno ignorare ser el len expresivo de la ira, del enojo, y de lo
saudo, lea a San Clem ente A lejandrino, lib . 5, Strom , a Sebastin Erizzo en
sus Smbolos, y a Brixiano en sus C om entarios, como tam bin a Pierio en los
H ieroglypbicos, lib . I, donde se ver cmo lo es tam bin de la m agnanim idad,
de la liberalidad y beneficencia, prendas, unas y otras, de que se forman los
prncipes; y porque en la Sagrada Escritura se equivocan stos con los leones:
Jerem as, cap. 2, vers. 5: sobre l rugen los leones; el Caldeo: contra l
clam an los reyes; Isaas, cap. 35, vers. 9: no haba a ll un le n ; Caldeo:
no haba a ll un re y ; Jerem as, cap. 4 , vers. 7: sali el len de su c u b il;
Caldeo: em igr el rey de su castillo . Estos son los leones de la tierra, como
el del cielo, vertical signo de M xico, por tener tanta declinacin cuanta es la
latitu d de esta ciudad, causa de que, ocupndolo el sol en su mayor
encum bre, lo ilustre todo.
Por lo uno y por lo otro bien conviene con el len M otecohzum a, as en la
significacin de su nombre como en lo literal de sus manos y en la
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CUITLAHUATZIN31
C u itlah u atzn , hermano mayor del grande emperador M otecohzum a, tom
en s la gobernacin del im perio, por las razones que apunta Bernal Daz del
C astillo en la C onquista d e la N ueva Espaa, cap. 126. Resolucin tan
m agnnim a cuanto lo es empearse en defender la libertad y la p atria en la
ocasin en que se tem e su ruina: Est de acuerdo con la razn y con una
prudente h abilidad que los que am an a la patria procuren su salvacin, dijo
Estobeo, Serm . 37. Era ei riesgo a que se arrojaba tanto m ayor cuanto era
grande la fortuna del nclito capitn Fernando Corts, a quien se opona, y
mucho ms estim able en el aprecio de todos la vida de M otecohzum a, que
con esta accin peligraba entre sus contrarios. Pero, como quiera que la
resolucin de la audacia suele servir de prlogo de la dicha, segn Demcrito,
in E pst.: La audacia es el principio de la accin; por el contrario, la fortuna
tiene dom inio sobre el fin que, con frecuencia, la prosperidad posee.
Como si a l le dijera V irg ilio , 6 Aeneid.-. no cedas ante los m ales, sino
que m s anim osam ente v contra ello s, antepuso lo que le pareca razn a lo
que le pudieron objecionar de tem eridad, porque verdaderam ente siem pre
falta sta donde aqulla sobra, y consigui (aunque a costa de la vida de su
infeiiz hermano) expeler a los espaoles de su ciudad, derrotndolos en la
m em orable noche triste del d a diez de julio del ao de m il quinientos veinte.
Pintse este suceso en el pas del tablero que le perteneca, y en su prim er
distancia se vea a C uitlahuatzn con una vestidura llena de manos, im itando
al grande A lejandro en la accin de romper los nudos de las coyundas de
Gordio, padre de M idas, segn de l lo refiere Sabelico, lib . 4 , E nneadar. 4.
El m ote, que pareci proporcionado, fue: R om pe la d ificu ltad , y todo lo
que de esto pudo decirse, lo comprehendi este epigram a:
Cuando m ira la equidad
d ifcil la ejecucin,
la m ism a resolucin
rompe la dificultad;
que ceguedades en calmas
de dificultad no im portan,
pues las manos que ias cortan
traen a su prncipe en palmas.
No fue tan generosa accin argum ento slo de la m agnanim idad de su
esfuerzo, aunque dice Pndaro en P ith iis: u n gran peligro no adm ite un
varn cobarde, sino modelo por donde los prncipes han de disponer sus
acciones en sem ejantes lances para conseguir la felicidad del acierto, segn lo
227
14
CUAUHTEMOC 32
15
TABLERO PRINCIPAL DE LA SEGUNDA FACHADA QUE MIRABA
AL MEDIODIA
Igual alabanza merece el que redujo la lita d a de Homero a tan corto
pergam ino que la guardaba en una nuez a la que se le debe a este elegantsim o
rbitro de las musas por escribirla tan docta; estrechar a trm ino corto lo que
de su naturaleza es difuso, es elegancia dei prim or, que es ei que entonces se
vale de abreviaturas para conseguir el intento: C m o, pues, hubiesen
podido encerrar la lita d a en una cscara de nuez, como cuenta Solino, cmo
escribir un dstico elegiaco en un grano de ssamo, si hubiesen escrito todas
las frases por m edio de letras y de slab as?, dijo B alth , B on if., lib . 2, H ist.
L u dic., cap. 3 2 .33
C onsiguise ahora lo propio con este ltim o lienzo, que aq u describi,
que dio lu g ar a los doce prncipes antecedentes, abreviando en otras ideas las
principales insignias que sirvieron para la formacin de sus em presas. Salan
de ellas rayos de luz que se term inaban en una cornucopia que sobre la ciudad
de M xico verta el excelentsim o seor m arqus de la Laguna, a quien entre
herm ossim as nubes serva de trono ei g u ila m exicana. El m ote se tom de
Santiago en E pst., cap. I: Elevado e st, y claro es que, si viene de lo alto
todo lo bueno, ocupando su excelencia un puesto tan superior no puede
M xico dejar de pronosticarse prosperidades grandes que de su lib eralid ad le
provengan. U nanse todos los rayos lcidos de los prncipes en su excelencia,
y a ll se lea este orculo: Lo que dividido hace a los bienaventurados tineslo
t reunido. Demustranos la experiencia el que es verdad, y era tam bin
necesario que as lo fuera, por lo que al em perador Ju stin ian o le deca A gapet.
Diac. en cap. P aeren t., nm . 53: C uanto sobrepasas a los dem s en poder,
tanto debes b rillar y resplandecer en acciones ante los otros; debes de estar
m uy convencido de que se te pedir la cuenta de tus obras honestas que
correspondan en grandeza a la proporcin de tus fuerzas. A que audi con
elegantes palabras Casiodoro, lib . 5, V ariar. E pst., 40: Los buenos m ritos
unidos a esplndidas dignidades son favorecidos con prem ios sub siguien tes, y
la faz de una cosa se hermosea cuando se le aade ms b elleza. T en a su
excelencia en la mano derecha el mexicano nopal, an tiguas armas de esta
ciudad, y se coronaba con lo que se d ijo en el triunfo de ia discreta Ju d ith ,
cap. 15: T honor de nuestro p ueblo . No tengo necesidad de ilustrarlo . Lo
que s afirm o es que no errar en el pronstico. Term inse este aplauso con el
siguien te soneto:
De las coronas doce, poderosas,
que fueron de O ccidente honor tem ido,
si ya no a su Zodaco lucido,
de im genes sirvieron lum inosas;
230
234
NO TAS
1 Para esta edicin del T eatro d e virtudes hemos consultado ia de F. Prez Salazar, Obras
(pp. 1-148) y la de J . Rojas Garcidueas, Obras histricas (pp. 225-361), empleando en casi
todos los casos ias traducciones de las cicas latinas en la edicin de Rojas Garcidueas. Para una
mejor comprensin de esta obra de Sigenza y Gngora, recomendamos el tratado de sor Juana
Ins de la Cruz, escrito tambin para conmemorar el recibimiento dei virrey, N eptuno alegrico
en Obras completas, IV, edicin, introduccin y notas de Alberto G. Salceda (Mxico: Fondo de
C ultura Econmica, 1957), pp. 355-410.
2 Escribi Sigenza sobre ia llegada dei mismo virrey: D . Thomas Antonio de ia Cerda,
marqus de la Laguna, entr en Mxico a 24 de noviembre de 1680. Dele Dios acierto en su
gobierno. N oticia chronolgica d e los reyes, emperadores, gobernadores, presidentes y vir-reyes d e esta
nobilssim a civ d a d de M exico, ff. 7v-8 . Creemos que este curiossimo tratado se public en 1680,
puesto que el ltim o virrey a quien menciona el autor es precisamente el marqus de la
Laguna, quedando lo dems del texto en borrador. De esta N oticia slo existe un ejem plar, de
ocho pginas impresas y 28 pginas en manuscrito, que se guarda en la Biblioteca L illy de ia
Universidad de Indiana. Existe, sin embargo, una lim itadsim a edicin de 13 ejemplares que
pubiic Jos Porra en Mxico en 1948.
Desgraciadamente se han perdido los principales escritos de Sigenza sobre la antigedadad mexicana, pero ia N oticia y el Teatro revelan el deseo del autor de em palm ar el pasado
indgena con la historia virreinal. Segn este nuevo concepto de ia historiografa, la historia
mexicana no empez con la ilegada de Corts, sino con la de los indios a Anhuac. Para recalcar
este aspecto del pensamiento de Sigenza, incluimos en esta edicin selecciones de ia N oticia
chronolgica.
3 Sobre el vicio de la erudicin barroca, aunque no es patrimonio del seiscientos, de
incluir excesivas notas m arginales, escribi Sigenza en ei prlogo al P araso occidental (1684):
Aunque me hubiera sido en extremo fcil embarazar el texto y ocupar las mrgenes de este
libro con semejantes cosas... claro est que hiciera m uy mal en hacerlo as, y ms si me
persuadiera (como otros hacen) a que necesitan ios doctos de mis m arginales anotaciones, pues
no ignoro ei que de ordinario ias desprecian los varoniles ingenios, que son ios que cuidan poco
de polianteas. En contraste con sus obras histricas, Sigenza gusta de hacer gala de su
sabidura, teniendo en cuenta ei pblico para quien escriba. Otros escritos de Sigenza, como
los Infortunios y ei A lboroto y motn, destinados a un pblico ms extenso, revelan otro estilo,
que caracteriza en ei mismo prlogo: N o ha sido mi intento en este libro sino escribir
historia, observando en ella sin dispensa alguna, sus estrechas leyes. As lo hacen cuantos,
despus de haber ledo las antiguas y modernas con diligencia, hallan ser ias que slo se
aplauden las que son historias. Es ei fin de stas hacer presente lo pasado como fue entonces, y
si entonces no se exornaron los sucesos humanos con adornos impertinentes de otros asuntos,
cmo puede ser plausible en ia historia lo que por no ser en ella a propsito suele cansar a los
que la leen con notable enfado?.
4 En ia Biblioteca del Instituto Nacional de Antropologa e H istoria se conserva copia de
las Anotaciones crticas a las obras de Bernal Daz del Castillo y el P. Torquemada que se
atribuye a la plum a de Sigenza y Gngora. Sobre la autora de dicho m anuscrito, vase Elias
Trabulse, C iencia y religin en el siglo XVII (Mxico: El Colegio de Mxico, 1974), p. 2 2 9 , n.
196.
5 Siempre me ha pulsado en lo mas vivo de la razn ei sentim iento de Eurpides en que
propuso a la posteridad ias obligaciones que nos estim ulan para ensalzar nuestras patrias.
235
Spartam (dijo en Estobeo, serm. 36, pg. 229) sortitus es, iscam orna. Y aun por eso, con
ms misrerio del que se habr discurrido, escog por empresa o smbolo de m is pequeas obras
el Pegaso con ia disposicin y epgrafe que es notorio por saber lo que, explicando la de Jacobo
Foscarini, dice Vincencio R ucelio, referido de Brijiano en los Comentarios Simblicos, verbo
Pegaso , no. 14, y es que Significar hominem qui demonstrat anim um suum semper ad
sublim ia fore intentum pro beneficio suae Patriae. Nunca desistir del conato que en esto
pongo cuando siempre me ocupo en investigar lo que en algn tiempo puede ser que se repute
til, supuesto que (ignoro a causa) en investigar con curiosidad nuestras historias domsticas,
no slo no hay aplicacin, pero ni aun gana. Parecime sera gusroso asunto servir a mis
aficionados con la noticia de ios reyes, emperadores, gobernadores, presidentes y virreyes que
han gobernado esta nobilsim a, im perial Ciudad de Mxico desde su fundacin hasta estos
tiempos, no trasladndolos de algunos autores que slo ponen su orden y quizs con algunas
imperfecciones, como son Antonio de Herrera, Henrico Martnez, fray Ju an de Torquemada,
Rodrigo Mndez de Silva y otros, sino especificando el da de su entrada en ei im perio o
gobierno y todo el tiempo de su mando; para io cual me val de unos anales antiguos de ios
mexicanos que comienzan desde el ao de 1402, y de otras pinturas suyas, como tam bin de
los libros originales de ias secretarias de la gobernacin y guerra de esta Nueva Espaa, donde
se asientan ios ttulos de los excelentsimos seores virreyes. Todo io cual es necesario expresar
para que de ello se reconozca mi aplicacin, y se ocurra a los que en ello pusieren mcula. En lo
que toca al ajuste de ios das de nuestro calendario, que coinciden con los del mexicano, es
necesario ms noticia, que no se puede dar si no es en m i tratado de la Ciciografa M exicana, si
alguna vez viere ia lu z. N oticia, ff. 1-3.
En ia em presa dei Pegaso que figura en obras publicadas por Sigenza se lee Sic itu r ad
astra, verso de V irgilio , Eneida, IX , 6 4 1 , A s se va a ias estrellas. Es interesante esta frase
del viajero italiano G em elli Careri: N o puedo sino censurar sumamente a aquelios que, con
exceso entusiasmados por las empresas notables de los antiguos, se las ingenian con todo
empeo para eievarias hasta las e stre lla s.... Viaje, pp. 4-5.
De ias aportaciones ai estudio de la historia indgena ha escrito M iguel Len-Portila que
don Carlos de Sigenza y Gngora, investigador y coleccionista de documentos indgenas,
ofrece asimismo atisbos que, si son incompletos, resultan sumamente valiosos. Los antiguos
mexicanos a travs de sus crnicas y cantares (Mxico: Fondo de C ultura Econmica, 1974), p. 11.
Vase tambin Luis Villoro, Los grandes momentos d el indigenism o en M xico (Mxico: Ei Colegio
de M xico, 1950).
6 Nombre dei gram tico que criticaba excesivamente a Homero y, por antonomasia,
cuaiquier detractor. Voz m uy comn desde el siglo XVI. Vase, Spindler, De Zoilo
H omeromastige Qui Vocatur (1888-89) y el ejemplo, entre muchos, de Diego Ortez de
Calahorra, Espejo de prncipes y caballeros, ed. Daniel Eisenberg (M adrid: Clsicos Castellanos
1975), Vol. II, pp. 84-85.
7 Sabemos que Sigenza le prest a sor Ju ana Ins el manuscrito del Teatro para que lo
criticara, y ie elogi la monja con este soneto:
Al Pbro. Lic. D. Carlos de Sigenza y Gngora, frente a su Panegrico', de los
Marqueses de ia Laguna.
Dulce, canoro Cisne Mexicano
cuya voz si el Estigio lago oyera,
segunda vez a Eurdice te diera,
y segunda el Delfn te fuera humano;
a quien si ei Teucro muro, si ei Tebano
el ser en dulces clusulas debiera,
ni a aqui el Griego incendio consumiera,
ni a ste postrara Alejandrina mano;
no el sacro numen con mi voz ofendo,
ni ai que puisa divino piectro de oro
agreste avena concordar pretendo;
pues por no profanar tanto decoro,
mi entendimiento adm ira lo que entiendo
y mi fe reverencia lo que ignoro.
236
Obras completas, I, ed. Alfonso Mndez Planearte (Mxico: Fondo de C ultura Econmica,
1951), pp. 308-309.
8 De ias teoras de Acosta y Garca, ha escrito Lee E. H uddleston: Two clearly
distinguished traditions have emerged from m y investigations: The Acostan and the Garcan.
The first, marked by a skepticism w ith regard to cultural comparisons, considerable restraint
in constructing theories, and a great relaince on geographical and faunai considerations, is
named for Joseph de Acosta, who gave ir its eariiest clear expression in his H istoria na tu ra l y
m oral of 1589/1590. The Garcan tradition, named for the author of the Origen de los indios
(1607), is characterized by a strong adherence to ethonological comparisons, a tendeney to
accept trans-Atlantic m igrations, and an acceptance of possible origins as probable origins.
O rigins o f the A merican Indians. European Concepts, 1492-1729 (Austin: The University of Texas
Press, 1967), p. 13.
9 Entre los muchos tesoros dei Vaticano se encuentran por lo menos tres cdices de los
antiguos mexicanos, Codex Vaticanas A (3738), Coloquios y doctrina cristiana y Codex Borgia.
Vase C atlogo de los cdices indgenas d el Mxico A ntiguo, preparado por M iguel Len-Portilla y
Salvador H iguera, Suplemento del Boletn Bibliogrfico de la Secretara de H acienda. Mxico,
1957.
En su testamento, Sigenza declar que m i nimo fue siempre rem itir algunos de ellos a
la librera Vaticana, donde se conserva uno, muchos aos ha, con grande a p recio ....
Testamento, en Obras, publicadas por F. Prez Salazar, p. 170.
10 Samuel Purchas (1577-1626), gran colector y editor de viajes. Sigenza cita la edicin
de 1625, H akluytus Posthumus or Purchas His P ilgrim es, en la cual se da un resumen de las
teoras espaolas sobre el origen de los indios. L. E. H uddleston, O rigins, pp. 111-1311 El mejor de sus amigos fue don Carlos de Sigenza y Gngora el americano ms
sabio de su tiempo , aquel asombro de erudicin que saba ms que la propia sor Ju ana,
aunque ella le aventajaba en el poder de creacin, en la sensibilidad, en el genio. Sigenza fue
el consejero, el compaero incomparable. Estuvo con ella desde que fue presentada nia
entre los doctores al examen de los maestros universitarios, hasta que m uri, en cuyas
honras l pronunci el elogio fnebre. Fue depositario de sus escritos. Y a su vez, hum ilde,
jams public una pgina sin la aprobacin de la am iga. Por ella gozaba Mxico en un solo
individuo son sus palabras lo que en los siglos anteriores repartieron las gracias a cuantas
doctas mujeres son el asombro venerable de las historias. Germn Posada, N uestra A mrica
(Bogot: Instituto Caro y Cuervo, 1959), p- 97. Vase, I. A. Leonard, La poca barroca, pp.
276-77.
12 En su Paraso occidental (Lib. I, cap. 1) Sigenza expresa ei mismo afn de em palm ar la
antigua historia indgena con la de Nueva Espaa. Vase Ramn Iglesia, La mexicanidad de
Don Carlos de Sigenza y G ngora, en El hombre Coln y otros ensayos (Mxico: El Colegio de
Mxico, 1944), p. 133.
13 Sobre su pueblo natal escribi Sigenza: De las singulares diligencias que para
investigarlo he hecho, me consta que se comenz a fundar esta Ciudad de Mxico a 18 de julio
dei ao de 1327, que fue el da en que Quauhcoat y Axolohua hallaron las seas del tunal y
guila que les predijo H uitzilopochtli en el lugar mismo donde hoy est la capilla del Arcngel
en la Santa Iglesia Catedral de esta ciudad; cuyo gobierno entonces fue el de los sacerdotes y
ms principales personas hasta que, perseguidos de sus enemigos y emulando a los otros, sus
comarcanos, determinaron los mexicanos elegir un rey que los gobernase y diese leyes.
N oticia, f 2.
14 Recurdese que el poeta cordobs fue pariente de Sigenza y Gngora. Aqu se trata de
1a cancin, escrita en 1606, que empieza: Verde el cabello undoso, escrita para los
marqueses de Ayamonte, cuando se entendi pasaran a Nueva Espaa. Sigenza cita los
primeros versos de la cuarta estrofa; el tercer verso, debiera leerse abrevian. Obras completas,
ed. Ju an e Isabel M iii Gimnez (M adrid: A guilar, 1961), pp. 578-8915 Soneto escrito, como la cancin anterior y con el mismo motivo, en 1606. Empieza el
soneto: Velero bosque de rboles poblado. Sigenza y Gngora escribi en el prlogo al
P araso occidental que escribir de una difunta el que, en vez de mostrar plidas tristezas o
marchitas perfecciones, 'se sonroseaba con rojos colores o colora de rosas carmeses, las cuales
237
alindaban ms de lo que puede encarecerse, la cara apacible de la difunta yerta', y servir codo
este circunloquio para decir el que conservaba despus de m u erta... lo que se presumen
imitadores de fray Horrencio Paravicino y D. Luis de Gngora; y como quiera que esto no es lo
que gasta en las comunes plticas, debiendo ser el estilo que entonces se usa el que se debe
seguir cuando se escriben historias, desde luego afirmo el que no se hallar el catlogo de esas
cosas en la presente, porque s que es ei escolio en que peligran muchos.
16 Todava se conservan varios lunarios de Sigenza. Vanse Jos M. Q uintana, La
A strologa en la N ueva Espaa en e l siglo XVII (Mxico: Biblifilos Mexicanos, 1969), y I. A.
Leonard, D on C arlos de Sigenza, p. 6 0 , n. 2 4, y p. 206.
17 Consecuencia, sentido o corolario.
18 Vase Sigenza y H uitzilopochtli de Octavio Paz, R itos polticos en la Nueva
Espaa, Vuelta, Vl. J l, N m . 35 (Octubre, 1979), 8-10. H uitzilopochtli fue el dios tutelar
de los aztecas que se identificaba con el Sol. M . Len-Portilla, A ntiguos mexicanos, pp. 41, 93.
19 Hermano mayor del ilustre bibligrafo y erudito espaol, el doctor Rodrguez de Len,
cannigo de Puebla, fue propuesto para una plaza vacante en el cabildo eclesistico de
Tiaxcala. Consulta de 24 de enero de 1 6 3 2 , Archivo de Indias, Audiencia de Mxico, 3Adems de las dos obras mencionadas por su hermano en el Eptome (pp. 100 y 125), escribi el
prlogo que cita Sigenza y el Discurso apologtico que encabeza el Eptome de la biblioteca
orien tal i occidental, nutica i geogr fica (M adrid, 1629). Vase Antonio Len Pineio, E l gra n
ca n ciller d e Indias, ed. Guillermo Lohmann V iliena (Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoameri
canos, 1953), pp. x x ii, x x v i.
Acam apich, que se interpreta el que tiene en 1a mano caas', fue aclamado por rey de
sola la ciudad de Mxico a 3 de mayo de 1361, y gobern hasta 8 de diciem bre de 1403, que
m uri; fue hijo de H uitzilihu itl ei viejo, uno de los primeros gobernadores o mandones de
Mxico, y de una seora de Culhuacan; no fue seor absoluro sino tributario dei reyezuelo de
Azcapotzalco, aunque aument su ciudad cuando le fue posible. N oticia, ff. 2v-3.
21 Naci en 1568 en jerez de los Caballeros y pas a Mxico siendo nio. Su Obediencia que
en Mxico. ..d io a D . F elipe IV (1923) es considerada su obra principal, y su M ercurio h istrico y
descriptivo de esta gra n ciu d a d de M xico, dedicado a! marqus de Montesciaros, consta de 233
octavas y tiene relacin con Bernardo de Balbuena. Se le considera el iniciador del gongorismo
en Nueva Espaa. Vanse I. A. Leonard, La poca barroca, p. 123; Alfonso Mndez Planearte,
Poetas novohispanos (1 6 2 1 -1 7 2 1 ), Parte Primera (Mxico: Imprenta U niversitaria, 1943), pp
x x x il-x x x v , 3-17.
H u itzilih u itl, que quiere decir pjaro de plum a rica fue hijo de Acamapich y de
Tezcatam iahuad, hija del seor de Tetepanco; fue nombrado (despus de algunos meses de
interregno) por rey a 19 de abril de 1403; dio leyes a los mexicanos, fue piadoso, provey de
canoas a todos, y cuid que se ejercitasen en su manejo, as para las pesqueras como para ias
prevenciones de guerra. M uri a 2 de febrero de 14 1 4 . N oticia, f. 3.
2> Chim alpopoca, que se interpreta 'rodela que echa humo , hijo tambin de Acamapich
y de Tezcadam iahuati, entr por muerte de su hermano en el gobierno de 1a ciudad de Mxico
a 4 de febrero de 1414, siendo de ms de cuarenta aos; gobern poco ms de 13, hasta 31 de
marzo de 1427 , que se ahorc estando preso en poder de M axtlaton, seor de Azcapotzalco y
tirano de! imperio Aculhuaque. Hermose la ciudad segn lo permitieron los tiempos, y no
hall su gobierno cosa m em orable. N oticia, f. 3- 4 Itzatl, que suena culebra de navajas', hijo de Acamapich en sus postreros aos y de
una esclava suya, electo en 2 de abril de 1427, fue prudentsim o y con su astucia, ayudando ai
tirano M axtla en la usurpacin del imperio y despus a Nezahualcoyotzin para restaurarlo, se
qued con l; sujet varias provincias, dilatando en ellas el nombre mexicano; falleci a 12 de
agosto de 1440. N oticia, f. 3V.
25
Motecuhqoma Iihuicam inan, que es lo mismo que seor enojado' que flecha al cielo,
hijo de H u itz ilih u itl, rey de Mxico, y de M iahuaxochitl, hija de Tesoqomocdi, seor de
Arcapotzalco; tuvo el imperio desde 9 de agosto de 1440 hasta 2 de noviembre de 1468, que
muri. Conquist m uchsimas provincias, erigiendo templos y afectando en sus acciones
grande piedad. N oticia, f. y .
238
26 Creemos que se trata del prncipe Tecayehuatzin, autor de ocho poemas recogidos en
C antares mexicanos, manuscrito d e la B iblioteca N acional de M xico, edicin de A ngel M a. Garibay
K. (Mxico: Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1965), pp. 9 8 -116. El editor
comenta sobre la historia dei manuscrito, que actualm ente se encuentra en ia seccin Garca de
ia Biblioteca de la Universidad de Texas en Austin: Perteneci a ia Biblioteca de don Jos
M ara de Agreda y Snchez, y don Francisco del Paso y Troncoso... H aba sido de don Carlos
de Sigenza y Gngora y fue conocido por Vetancurt y por Clavigero, segn atestigua Garca
Icazbalceta. Romances d e los Seores de la N ueva Espaa, m anuscrito d e J u a n b a u tista de Pom ar
Tezcoco, 1582 (Mxico: Universidad Nacional Autnoma de M xico, 1964), p. vm .
Vase M iguel Len-Portilla, Trece poetas d el mundo azteca (Mxico: Sep-Setentas, 1972), pp.
195-200.
27 A xayacatzin, hijo prim ognito de Te^o^omoc, caballero ilustre de Mxico, y de
M atlalatzin, hija del emperador Itzcatl, cuyo nombre se interpreta 'cata aguada, sucedi en
ei imperio por nombramiento que se le hizo a 21 de noviembre de 1468. Conquist las
provincias de Tecuantepec y los otomites, peleando por su persona, de que se origin quedar
cojo. Falleci a 21 de octubre de 14 81 . N oticia, ff. 3v-4.
28 Tizoc, hermano segundo de Axayacatzin, que se interpreta 'pierna traspasada, entr
en lugar del hermano a 30 de octubre de 1481. Fue hombre afeminado y de poco corazn,
aunque haba tenido ttulo de capitn general de los ejrcitos mexicanos. Muri enhechi^ado a
11 de abril de 1486. N oticia, f. 4.
29 A huitzol, nombre de anim al lacustre, tercer hijo de Teqoqomoc, fue electo por
emperador a 13 de abril de 1486; fabric el gran templo de Mxico, en cuya dedicacin se
sacrificaron setenta y cuatro m il ochenta personas; fue causa de que Mxico se anegase, pero
despus lo reedific y descubri las canteras de tetzontli. Finse a 9 de septiembre de 1502.
N oticia, f. 4.
30 Motecuhquma Xocoyotzin, que significa seor enojado y uno de los mayores
seores que tuvo en su tiempo ei mundo, entr en el imperio a 15 de septiembre de 1502. Su
magneficiencia y propiedades, quin las ignora? Fue hijo de Axayacatzin y de X ochicueiti,
princesa de Tetzcoco. En su tiempo entraron ios espaoles en Mxico. Muri a pualadas ia
noche triste del da 10 de julio de 1520, en que aqullos salieron huyendo de esta ciudad.
N oticia, f. 3V31 C uitiahuatzin, hermano mayor de Motecuhquma, se advoc a s el imperio a 4 de julio
de 1520 por ia prisin de su hermano; fue hombre muy resuelto y valeroso, y a quien siempre
temieron los espaoles; muri de viruelas a 27 de septiembre de 15 2 0. N oticia, f. 4V.
32 Quauhtemoc, que significa guila que b aja, hijo de Ahuitzotl y de una seora de
Tlateioico, fue electo emperador a 28 de septiembre de 1520; padeci infinitos trabajos en ei
cerco de Mxico; muri ahorcado por mandato de Corts en la Hibueras a 26 de febrero de
1525. N oticia, ff. 4v-5.
33 Cicern escriue que vuo vno que tan sutilm ente escriui toda la lla d a de Homero en
vn pergam ino tan delicado que despus de doblado caba todo en el hueco de vna nuez,
Solino, D e la s cosas m aravillosas d el mundo, trad. Cristbal de las Casas, 19v. Cf. Yo fuera aquel
escritor / que del docto Homero trasladaba: las grandes obras en lugar tan breve, D escripcin de
la A.bada (R im as H umanas, 2 . a parte, 346). Lope de Vega, La D orotea, edicin de Edwin S.
Morby (Berkeley y Los Angeles: U niversity of California Press, 1958), p. 357, nm. 227. Se
trata, desde luego, de M irm cides. P linio escribe de un hombre de tan excelente vista y
mano, que en una muy sotilsim a tela de pergamino escribi en tan sotii letra toda la Iiada de
Homero, que una grande escritura, que pudo caber todo despus en io hueco de una nuez,
escribi Pedro M exa, quien se alude a Solino y Plinio, quienes se refirieron a Calcrates, que
era tan grande escultor, que labraba en m arfil hormigas y mosquitos perfectsimos y tan
chiquititos, que era menester tener excelente vista para verlos. S ilva de v a ria leccin, I, ed.
Ju sto Garca Soriano (M adrid: Sociedad de Biblifilos Espaoles, 1933-1934), pp. 174-75.
34 En su excelente edicin de la P ied a d heroica d e H ernn Corts de Sigenza y Gngora,
Jaim e Delgado cita un opsculo que ninguno de los modernos bigrafos de don Carlos cita.
Se trata de una obrita de 4 hojas en 4 . o que se titula P anegyrico con que la m uy noble im perial
239
240
L I B R A
A
Y PHILOSOPH1 CA.
E N QUE
D . C a rlo s d e S i g m z a y G n g o r a
Cofmographoyj M athcm atico Regio en la
A c a d e m ia M e x ica n a ,
EXAMINA
no folo lo que ( u M a-n i e i e s t o F h i l o s o p h i c o
contra los Cometas opuo
e l R . P . E U S E B I O F R A N C I S C O K I N O de la C o m p a a de
Je s s; fino lo o u e el mUmo U.. P. opino, y pretendi hav er
demoftrado en lu E x p o s ic i n A s t r o ' N q u i c a
del C o m eta del 2 o de i 6 8 i .
U u h l lu z D .S E B A S T I A N D E G V Z M A N T C O K D O T A 9
r a t r t Veedor y 't r o v e c iv r %h z . Oficial de U K c x l
tfu
en & C a x ejf C-crtc*
i- k - ...:c o :p o r io H c r :.:.
V iu da de B ern ardo
i ........XG.
C ald ern
LIBRA ASTRONOMICA
Y FILOSOFICA 1
l haber predicado los apstoles en todo el mundo y, por el consiguiente, en la Amrica, que no
fu e absolutamente incgnita a los antiguos. Demuestra tambin haber sido Quetzalcatl el
glorioso apstol Santo Tom, probndolo con la significacin de uno y otro nombre, con su
vestidura, con su doctrina, con sus profecas que expresa; dice los milagros que hizo, describe los
lugares y da las seas donde dej el santo apstol vestigios suyos, cuando ilustr estas partes
donde tuvo por lo menos cuatro discpulos.
A o m exicano , esto es, la fo rm a q u e te n a el q u e u sab an los d e esta nacin
y g en era lm en te los m s p olticos q u e h ab itaro n la Sep ten trio n al A m rica,
d esd e q u e a e lla lo s co n d ujo T eo ch ich im catl poco desp u s d e la confusin de
las len g u as en B ab ilo n ia. Este libro en no grande cuerpo tiene gigan te alm a y slo don
Carlos pudo darle el ser, porque juntndose la nimia aplicacin que desde el ao de 1668
(segn me ha dicho) ha puesto en saber las cosas de los antiguos indios, con lo que acerca de la
constitucin de todos los aos de las naciones orientales sabe {que es en extremo mucho) y
combinando sucesos comunes, que anotaron los espaoles en sus calendarios y los indios en el
propio suyo, coadyuvndolo con eclipses de que hay memoria, con sola expresin del da, en
mapas viejsimos de los indios de que tiene gran copia, hall lo principiaban en el da en que
pocos aos despus de la confusin de las lenguas fu e el equinoccio vemo. Trata del modo
admirable con que, valindose de tradecatridas en da y aos, usaron del bisiesto mejor que
todos los asiticos y europeos, y pone a la letra el T o n alm atl, que es el arte con que
pronosticaban lo por venir.
Im perio ch ich im eco , fun d ad o en la A m rica Sep ten trio n al p o r su p rim er
p o b lad o r T eo ch ich im catl, en gran d ecid o por los u lm ecas, tu ltecas y acolh uas, tiran iz ad o p o r los m exicas, cu lh u as, etc. Contiene lo que dice el ttulo con
estimable y preciosa curiosidad, sirvindole grandemente para corregir las confusiones de otros
autores haber hallado la form a del ao que usaron los indios y la distribucin de sus siglos.
D istingue naciones de naciones; manifiesta las propias costumbres y ritos de cada una, a s en lo
m ilitar como en lo poltico y sacro, hallando todo esto en pinturas hechas en tiempo de la
gentilidad y en varios manuscritos de los primeros indios que supieron escribir, que ha recogido
de cuantas partes ha podido con sumo gasto.
No tiene p or ahora lugar aqu su T eatro d e las gran d ezas d e M xico, por no tenerlo
perficionado. Debieran los que componen esta nobilsima ciudad no omitir diligencia alguna
para que, publicndose, honrase a tan ilustre y benemrita madre tan aplicado hijo. Es mucho
lo que est perfecto, mucho tambin lo que est apuntado y no es poco lo que me parece que fa lt a .
Las grandezas que tuvo en tiempo de la gentilidad desde su fundacin, a s form al como
material, son dignas de que no se borren de la memoria. Si concurren los interesados con noticias
que solicita quien con ellas deba de ser solicitado, se conseguir lo que an no tiene
perfectamente ciudad alguna de Amrica. Describirse su sitio en la tierra y el que le corresponde
del cielo, su temperamento, sus salidas, lugares de diversin que tiene contiguos, las cosas
admirables de su laguna y la obra m agnfica y suntuosa de su desage. Dirnse no slo cuntas
iglesias, monasterios, conventos y colegios la ilustran hoy, sino el da y circunstancias de sus
fundaciones, sus rentas, habitadores, ocupaciones, congregaciones, cofradas, imgenes milagro
sas, reliquias y semejantes cosas. Expresarse, hablando de los conventos, cules sean cabezas de
provincia, cunto el nmero de sus casas, calidades de las tierras en que estn fundadas,
245
provechos que hay en ellas y lo que distan de Mxico por su arrumbamiento. Por lo que toca a l
gobierno eclesistico y secular, cuntos puestos militares, corregimientos y otras plazas; cuntos
curatos, beneficios, capellanas, etc., proveen los virreyes y arzobispos, y con qu rentas. La
fundacin de todos los tribunales y juzgados; ocupaciones, salarios y nmero de sus ministros.
Dirnse las fam ilias con que se ennoblece la ciudad y los mayorazgos y ttulos que poseen;
harse memoria en diferentes catlogos de sus muchos hijos, ilustres en santidad, en martirio,
en letras, en prelacias, en ocupaciones militares, subdividindolos en arzobispos, obispos,
oidores, ttulos, gobernadores, capitanes, escritores de libros. Aun para decir esto en compendio y
lo dems que en lo escrito se halla y a q u no digo, era menester mucho papel. Discrrase lo que
ser donde se leyere con difusin, si se consigue para perficionarlo fomento pblico.
Mereca este trabajo su recompensa, como tambin la suya este presente libro; parceme la
tendr su autor (y la juzgar por bastante) si se leyere desapasionadamente sin atender a otra
cosa, sino a la que se discurre y con qu razones. Si alguno disintiere, no hay quien se lo estorbe;
si pareciere mal y no a propsito lo que en l se dice, no se redarguya con sonetitos sin nombre, ni
se le pongan objecciones donde no se puedan satisfacer, sino publquense por medio de la imprenta
para que las oigamos; y si no tuvieran para la costa, yo la har con toda franqueza para que,
si an no se hubiere conseguido la absoluta y deseada manifestacin de la verdad en lo que hasta
ahora se ha discurrido, con nuevas especulaciones se obtenga en lo de adelante para nuevo
esplendor de la literaria repblica. No tengo que recomendar lo precisamente matemtico y
astronmico, porque bien sabrn los que estas ciencias profesan, no tener la luz necesidad de que
la recomienden. Etc.
Mxico, 1 de enero de 1690.
246
tena escrita contra m una apologa que in titu lab a Examen com ttco11 y que
saldra a la luz cuando el reverendo padre Eusebio Francisco K ino publicase lo
que actualm ente escriba, im pugnando el M a nifiesto filo s fico con tra los com etas,
que escrib y di a la estam pa ai principiarse este ao; y aunque los que m uy
anticipadam ente m e lo avisaron decan no tena que hacer aprecio algun o de
aquel exam en, con todo, instaban en que estuviese prevenido para el
segundo, siquiera por el perjuicio en que todos estaban, pensando que slo
por ser recin llegado de A lem ania a esta N ueva Espaa el reverendo padre
haba de ser consum adsim o m atem tico; y para inclinarm e a la prevencin
no se les ofreca m ejor cosa que lo que a ll dijo con sin gu lar energa Salviano
en el proem io al libro I D e A va ritia : T an superficiales son los juicios de
muchos de este tiem po y casi tan sin valor que aquellos que leen no
consideran tanto qu leen, cuanto de quin es lo que leen; ni piensan tanto en
la fuerza y valor de io dicho, cuanto en la d ign id ad dei que d ic ta .
3. N ada de esto m e haca fuerza las repetidas veces que me lo decan, porque
nunca m e ha lisonjeado tanto el am or propio que me haya persuadido a
deponer el dictam en en que siem pre he estado de ser yo el prim ero que contra
m escriba, cuando advirtiere alg n error en lo que hubiere dictado, y por eso
no repeta entonces otra cosa, sino lo que al m ism o propsito d ijo aquel
em inentsim o filsofo de nuestra edad, Pedro Gassendo12 en el D e M otu: En
lo que a m toca, no me preocupo por lo dem s: pues haya escrito o no haya
escrito contra m es ig u a l, pues escribira contra m m ism o si, ai exam inarm e
tam bin yo, descubriera haberme equivocado en alg o . Y persuadindom e a
que en m i escrito se ocultaba alg n absurdo, que yo por la cortedad de m i
talento no lo adverta, me alegraba de quien lo censurase, fuese quien slo
llevado de la caridad m e lo corrigiese, diciendo con Pedro Blesense en la
invectiva contra cierto monje censurador de sus obras: O jal m e reprenda y
me censure con m isericordia el justo, pues es benigna la correccin que
procede de la caridad, porque, en efecto, la caridad es b en ign a. A s m e lo
pensaba yo sin cuidar, como debiera de averiguar la verdad, para estar
prevenido para satisfacer a sus objeciones, contraviniendo a aquel tilsim o
consejo de San Gregorio N acianzeno en el canto 3. del D e P raeceptis a d
V irgines q ue, aunque lo escribi para diverso fin, parece que vena nacido para
este intento:
V ig ila para que ia burla y la m alvada lengua
no te hiera por ia espalda, desprevenido, ni manche tu fama
con veneno, y tus alabanzas destroce m align am ente.
4. Corrieron finalm ente los das hasta que sali a luz p blica su Exposicin
astronm ica, la cual vino a m is manos por las del reverendo padre, que m e la
dio con toda liberalidad un da que (como otros muchos lo haca) m e visit en
m i casa; y despidindose para irse aquella m ism a tarde a las provincias de
Sinaloa, m e pregunt que en qu m e ocupaba entonces. Y respondindole
que no tena cosa p articular que m e preciase al estudio, m e inst que en
248
m i vid a, fcilm ente me acomodo con su sen tir y io m ism o juzgo que hizo e'1
reverendo padre para apoyar su opinin. Pero debiera no ignorar el consejo
del m ism o Cicern cuando d ijo , hablando contra Salustio: D ebe carecer de
todo defecto quien est dispuesto a hablar contra otros; y aquella m em orable
sentencia suya en ei I, D e O ffk iis: Sucede, no s en qu forma, que vemos en
ios otros, ms que en nosotros m ism os, si se falta en aig o . Y si como en
sem ejante empeo dijo el padre Toms H u rtad o ,15 clrigo m enor, en el
D plex A ntidotum : En el campo literario siem pre ha sido lcito que corrija el
uno al otro en las ocasiones d eb id as, desde luego m e prom eto el que los m uy
reverendos padres y doctsim os padres de la Com paa de Jes s, como
patrocinadores de la verdad, no tendrn a m al esta disputa, que slo es de
persona a persona y de m atem tico a m atem tico, sin extenderse a otra cosa; y
m s cuando son tan comunes estos literarios duelos, que m e fuera m uy fcil
hacer un largo catlogo de autores de la sagrada Com paa de Jes s que no
slo han escrito im pugnaciones y apologas contra clrigos, religiosos y
seculares, sino aun contra los de su m ism o in stituto , y algunos con ms
speras palabras que las que aq u se hallarn. Y ya que no en esto (que no es
justo), por lo menos en in titu lar esta obra L ibra astronm ica y filo s fica , quise
im ita r al reverendo padre Horacio G rassis,16 que con el m ism o epgrafe
rotul el libro que public contra lo que del com eta del ao de 1618
escribieron M ario G uiducio y G alileo de G alileis; y si en el dicho padre, que
fue el que provoc, no fue la accin censurable, en m cmo puede serlo,
siendo el provocado, si no es que se quiere atropellar a la razn y la ju sticia? A
sta quiero que slo atiendan los que leyeren, dicindoles con San Gregorio
Nacianzeno en la E pstola 61, a lia s 17 5 5 : Conviene que si estas cosas se
consideran falsas, no sean alabadas; mas si se creen verdaderas, que sean
juzgadas pblicam ente. O tam bin em plear esta norma: que si se presentan
cosas falsas, sean denunciados los acusadores; mas si verdaderas, aqullos
contra los que se presenta la acusacin. Pero no p erm itir que la reputacin de
varones nobles (cosa de la m ayor im portancia) se convierta tan fcilm ente en
lu d ib rio . Y , porque todo lo que es m o est debajo de un m ism o contexto,
antes de proseguir me ha parecido conveniente repetir aq u el escrito que
p ub liqu a 13 de enero de este ao de 1681 y cuyo asunto fue la piedra de
escndalo que m otiv la disputa.
MANIFIESTO FILOSOFICO18
CONTRA LOS COMETAS,
DESPOJADOS DEL IMPERIO QUE
TENIAN SOBRE LOS TIMIDOS
10. N ada hay que ms conmueva los nim os de los m ortales que las
alteraciones del cielo, quizs por la com pata que con ste tienen aqullos,
252
que es lo propio que querer averiguarle a Dios sus motivos, im piedad enorme
en lo que son sus criaturas, aunque no por eso se han de tem er con aquel
horror con que los gen tiles, ignorantes de la prim era causa, se recelaban de las
seales del cielo, como ya el m ism o Seor lo previno por boca de H ierem as:
N o tengis m iedo de las seales del cielo, a las que temen las naciones. Y
siendo esto as, como verdaderam ente lo es, lo que en este discurso procurar
(sin por ello que se m e perjudique m i modo de opinar), ser despojar a los
cometas del im perio que tienen sobre los corazones tm idos de los hombres,
m anifestando su ninguna eficacia y quitndoles la mscara para que no nos
espanten. Y aunque ya esto fue asunto del antiguo Queremn y del moderno
padre V incencio G uinisio en la A locucin sexta gim n stica , sin valerm e de los
hermosos colores retricos que ste gasta, ir por diverso cam ino, que ser el
que me abre la filosofa para lleg ar al trm ino de la verdad.
13. Porque o son los cometas celestes o sublunares; si sublunares, ser su
formacin la que les atribuyen los peripatticos con el prncipe A ristteles en
el libro I de los M eteoros, Claramonsio en el A nti-T ycbo y otros muchos
astrlogos y filsofos, cuya opinin es que el com eta es un meteoro encendido
y engendrado de nuevo de una copia grande de exhalaciones levantadas del
m ar y de la tierra hasta la suprem a regin del aire ,19donde, encendidas por la
antiperstasi y por m edio de sta con mayor consistencia y condensacin, son
arrebatadas del prim er m oble, cuyo im pulso llega hasta a ll, al cual se
mueven hasta que aquella m ateria untuosa, p in g e, crasa, sulfrea y salitrosa
se va dism inuyendo al paso que el fuego la consum e, con que se acaba el
com eta. Y si esto es com eta, no s por qu de l se atem orizan tanto los
hom bres, cuando no hay noche algun a que dejen de inflam arse y arder otros
tantos com etas, cuantas son las estrellas que nos parece que corren y que
verdaderam ente no son sino exhalaciones de tan poca compaccin y cuantidad
que apenas se encienden cuando al instante se apagan, no distinguindose de
los cometas sino en lo breve de su duracin, supuesto que convienen en todo
lo dem s, como dijo el m ism o A ristteles: T al es tam bin la estrella crin ita,
cual es la estrella erran te. Y si estos instantneos cometas o exhalaciones
volantes no son prenuncios de ham bres, pestilencias y m ortandades, por qu
lo han de ser aquellas exhalaciones durables de que se forma el com eta, siendo
as que el origen de ste y de aqullas es uno mismo?
14. Si ya no es que se le antoja a alguno que, as como el com eta difiere de las
estrellas volantes en ser ms copiosas las exhalaciones que lo componen, de la
m ism a m anera, distinguindose los prncipes de sus inferiores en la m ayora
de su dom inio y autoridad, habrn de pronosticar. las m uertes de stos los
com etas, por ser m ayores, y las de la plebe, las estrellas volantes, como
cometas pequeos. Pero como quiera que afirm ar esto es un g e n til desatino,
no s que se les deba otra censura a cuantos aseveraren lo prim ero, a que dan
tanto asenso los ignorantes.
254
15. Y en esta m ism a opinin no hay prueba ms urgente de que los cometas
no slo no causan dao a los cuerpos elem entados,20 sino que antes son
pronstico de fertilidad y salud, que el conocimiento de lo que los causa, que
son las exhalaciones gruesas, pinges, nitrosas y sulfreas, con las cuales
ocupada esta prim era regin de aire que nos circunda y m ediante las
partculas mordaces, deletreas, corrosivas y acrimoniosas de que constan
necesariamente haban de esterilizar las tierras, corromper las plantas y alterar
los humores, si no se elevasen a la regin superior, donde se consumen con la
violencia del fuego que las acaba, quedando entonces libre y purgada de tan
m alas cualidades esta parte inferior de la atmsfera que habitam os, y por el
consiguiente, con prenuncios de bienes a los que pudieran estorbar aquellos
vapores y exhalaciones, si no faltasen.
16. Si no se adm itieren los cometas sublunares, sino celestes, no hay por qu
no m ilite en esta opinin lo mism o que en la pasada. Porque si se siguiere a
Ju a n Keplero, se forman los cometas de varios humos crasos y pinges que
exhalan los cuerpos de las estrellas, los cuales, porque no inficionen la aura
etrea, los une la naturaleza a un determ inado lu gar, donde se consumen
encendidos con el fuego del Sol que los im pele. Y si esto no fuere, sern, en
sentir de W ilib ro ldo Snellio, Ericio Puteano, Ju a n C am illo Glorioso, Liberto
Fromondo y el padre Cysato, exhalaciones del Sol, que son las que le forman
las manchas, las cuales, arrojadas ms all de su atmsfera por alguna
vehem ente ebullicin de las que refiere el padre Cristbal Scheiner en su R osa
U rsina y el padre Atanasio Kirchero21 en el M undo subterrneo se encienden
a ll hasta que se resuelven y acaban. Y si tampoco fuere esto, ser lo que
propone el padre Baltasar T llez22 en su F ilosofa y es que de los hlitos y
evaporaciones de todas las errantes se hace un conglobado que consume el
fuego celeste segn los otros autores. Y siendo cualquiera de estas tres causas
la que o rigin a el com eta, cmo puede ser ste infausto cuando antes sirve de
m edio para que, purificada el aura etrea, se derram en ms puros sobre la
T ierra los celestiales influjos?
17. Comprobacin ilustre de esta asercin ser lo que refieren varias
historias, y es haber sucedido por algunos das no verse el Sol, ni otra estrella
en el cielo, sin haber nubes que lo im pidieran; lo cual no sera por otra cosa
que por los muchos vapores y hlitos celestes que, ocupando gran parte del
aura etrea, im pedan el trnsito de los solares rayos. A dvirtise esto antes
que se viera el cometa del ao de 1652, segn lo refiere Kirchero en su
Itin era rio exttico y Pedro Gassendo en sus C om entarios; y no me acuerdo,
aunque entonces era de slo seis aos, el que fue as; y que de estas
evaporaciones se formen los cometas se prueba invictam ente habiendo
reconocido que, despus de acabado el de 1664 y 1665, no se le observaron
manchas algunas al Sol por muchos meses. Indicio de que en el incendio de
uno y otro se consumieron cuantas se extendan por el expanso del cielo.
255
Luego, si los com etas, en esta opinin, sirven de que aqul se p urifique,
cmo pueden sign ificar cosas infaustas, cuando es cierto que a ellos se Ies
debe el que Ilegen no viciadas a la T ierra las influencias etreas? A firm ar lo
contrario sera lo m ism o que decir que una hoguera, en que se abrasasen
cuantas cosas pudieran ser perniciosas a una ciudad, era fatal pronstico de su
ruin a y causa de su perdicin y de su estrago.
18. Pero prescindiendo ahora de la probabilidad de una y otra sentencia, en
una y en otra reluce con singularidad la Providencia de Dios; porque, as
como fue conveniente que en el globo terrqueo hubiese no slo plantas y
rboles venenosos, sino vboras, sierpes, alacranes, escuerzos, dragones,
basiliscos para que segn la com binacin de sus cualidades atrajesen a s con
violencia sim pattica los hlitos, expiraciones y efluvios venenosos y m ortfe
ros de la tierra y cuerpos m etlicos, no slo para que a ellos, segn su
naturaleza, sirviesen de alim ento, sino para que no se difundiesen por el
universo, con dao dei resto de los vivientes (segn doctam ente lo discurre el
padre Atanasio Kirchero en su M undo subterrneo), de la m ism a m anera era
necesario que hubiese algun a cosa donde se juntasen y consum iesen los
nlitos, vapores, expiraciones, y los efluvios venenosos que pasaron a la
regin del aire, o que exhalaron las estrellas all en el cielo, que son de las que
el com eta se forma para que en l se abrasen y se consuman.
19- A unque sean los cometas (como algunos los llam an) monstruos del cielo,
no por eso se infiere el que sean por esta razn causadores de las calam idades y
m uertes que les im putan ; como tampoco lo son cuantos m onstruos suelen
adm irarse entre los peces del m ar, entre los anim ales de la tierra y aun en la
especie hum ana (aunque ms pretenda lo contrario Cornelio G em m a en su
libro D e N aturae D ivin is C haracterism is)\ por que si es cosa d ign a de risa el que
un monstruo, aunque nazca en la p ublicidad de una plaza, sea presagio de
acabam ientos de reinos y m uertes de prncipes y m udanza de religi n , cmo
no lo ser tam bin el que un com eta lo sign ifique, cuando en el origen de ste
y de aqullos puede m ilita r una individua razn?
20. No ignoro las autoridades de poetas, astrlogos, filsofos y santos padres
que se pueden oponer a lo que tengo afirm ado; y d igo que no las ignoro,
porque no hay quien no repita unas m ism as en esta m ateria, con que no hay
quien no las sepa de m em oria por repetidas. O m tolas, d igo , porque no
quiero latines en lo que pretendo vulgar. Pero responder a ios prim eros que,
como poetas, ponderaron la cosa ms de lo que debieron, o que hablaron
segn las opiniones del vulgo; a ios segundos no tengo otra cosa que decirles,
sino el que yo tam bin soy astrlogo y que s m uy bien cul es el pie de que la
astrologa cojea y cules los fundamentos dbilsim os sobre que levantaron su
fbrica. A los filsofos entiendo que no Ies har agravio, si los pongo en el
m ism o coro que a los poetas. Pero llegando a los doctores sagrados y santos
256
padres, m e es fuerza venerar sus autoridades por los motivos superiores que en
sus palabras advierto, aunque no por eso dejar de decir con toda seguridad
que ninguno pretendi asentarlo por dogm a filosfico, sino valerse de estas
apariencias como medios proporcionados para com pungir los nimos de ios
m ortales y reducirlos al camino de la verdad. Q uien dudare lea, entre otros
muchos que pudiera citar, a T ertuliano, A d E scapulam y a San A gu stn , D e
C ivita te D ei.
21. Pero, qu es lo que estas autoridades nos dicen? Dicen que los cometas
son causa o por lo menos seal de guerras, esterilidades, ham bres, m ortanda
des, pestilencias, mudanzas de religi n, m uertes de reyes y cuantas otras
cosas pueden ser horrorosas y terribles en la naturaleza. Pero si no se m urieran
los prncipes, si no hubiera guerras y mortandades, si no se experim entaran
ham bres y pestilencias, sino slo cuando se ven cometas en el cielo, no era
despropsito el que a ellos se les atribuyesen estos efectos; pero siendo
evidentsim o en la vicisitud de los sucesos humanos y en la am p litu d grande
del m undo el que no se pase ao alguno sin que en algun a parte haya
ham bres, en otras guerras, y que en muchas falten y se m ueran muchos
potentados, prncipes y reyes, y esto sin que se vea com eta a qu atrib uirlo ,
qu engao es aseverar ser efecto suyo lo que entonces sucedi, porque
siem pre se ha experim entado lo propio en casi todos los aos?
22. Las guerras con que estos pasados se ha horrorizado la Europa, las pestes
y hambres que ha llorado Espaa, la rebelin y alzam iento del Nuevo
M xico, y cosas sem ejantes en otras provincias de que an no hemos tenido
noticia, qu com eta las denot? N inguno, porque ninguno se ha visto.
Luego, las que fueren consiguientes, tampoco las causar el com eta de ahora,
aunque ms autoridades se traigan para probarlo.
23. N i s yo por qu razn han de ser infaustos los com etas, cuando no hay
dao que no sea compaero de alguna felicidad; porque si causan peste y
mueren muchos, para stos ser desgraciado y felicsim o para los que quedan
con vid a, pues, siendo pocos, heredan lo que era de muchos; si significa
guerra y es infeliz para los vencidos, quin duda que ser feliz para los
victoriosos?, y si denot la m uerte de algn prncipe, para ste ser lgubre,
pero alegre, fausto y propicio para quien le sucedi en el estado. Y si en todas
las cosas se advierte esta vicisitud, por qu slo se les han de atrib u ir los
efectos tristes y no los regocijados, cuando m ilita una razn en unos y otros?
24. Confieso el que sera verdadera la opinin contraria a ia m a, si los
cometas apareciesen fijos sobre una ciudad o regin y a ll slo se experim enta
sen los efectos ms horrorosos que Ies im putan; pero siendo sus m ovim ientos
tan varios pues, fuera dei diurno con que dan vueltas al m undo, 23 cada da
varan notablem ente sus latitudes y declinaciones con que sojuzgan gran
parte del globo terrqueo , claro que si fueran de naturaleza daosos, lo
257
haban de ser para todas las partes donde fueran verticales. Luego, si no hay
quien pueda decir que algn com eta ha sido infausto a todas las tierras que
supedit, infirese que los malos sucesos que en algunas de estas partes
habra, seran de los ordinarios y no causados del com eta, pues no fueron
com unes, como lo fue ste en aquellas partes.
25. Instarm e alguno que si Dios los cra de nuevo, como otros sienten,
necesariam ente habr de ser para denotar algun a cosa grande; y aunque la
respuesta m s inm ediata era preguntarle que de dnde lo infera quien me
replicaba, quiero concedrselo por ahora y juntam ente preguntarle que a
quin le m anifiesta Dios sus inescrutables secretos en la creacin de un
com eta? Por ventura habr alguno que afirm e habrsele revelado que,
cuando el com eta fuere oriental, se han de rebelar contra los prncipes sus
vasallos, y si es occidental, le han de mover la guerra a los extranjeros?; y
otros sem ejantes desatinos, por no llam arlos im piedades, que afirm an
antiguos y modernos astrlogos con tanta aseveracin, como si Dios los
hubiera llam ado a consejo para m anifestarles su voluntad y motivos.
26. Basta, porque no quiero exceder los lm ites de com pendio a que estrech
este discurso que promover y adelantar, como tengo dicho, en obra mayor
que prorrogndom e Dios la vida perfeccionar m uy en breve. M anifestar
entonces las observaciones exquisitas que he hecho de este com eta, que (sin
que en ello m e engae el amor propio) no dudo sern aplaudidas y estim adas
de aquellos grandes m atem ticos de la Europa que las entendern porque las
saben hacer, a quienes desde luego aseguro que de esta Septentrional A m rica
Espaola no tendrn ms observaciones que las m as.
27. Pero por no dejar de m encionar algo de este com eta, digo que su
formacin o aparecim iento fue casi entre las estrellas de Cncer y pies del
Len, pasando de a ll a la mano izquierda de la V irgen, cerca de cuya espiga
fue la vez prim era que le vide; desde a ll le atraves el resto del cuerpo y se
entr por entre el fiel de las balanzas de Libra a cortar el brazo derecho de
Escorpin, los muslos y la serpiente de Ofiuco; y entrndose en la V a Lctea,
cobr tanta pujanza que la cauda, que antes se haba observado de slo 10 se
extendi a 65 como observ a 30 de diciem bre de 1680. Prosigui por la
im agen de Antinoo o Ganim edes, por debajo del D elfn, por el hocico del
Equculo o Caballo M enor, por los pechos del Pegaso y de a ll a la cabeza de
Andrm eda; y se acabar al salir de esta constelacin entre el T rin gulo y la
cabeza de M edusa. Su m ovim iento ha sido directo, prim ero m u y veloz, de
casi 6 o; despus ha corrido cada da proporcionalm ente hasta 4o y al fin andar
menos. La cauda siem pre ha estado opuesta al Sol, como es ordinario, aunque
sus extrem idades no han sido rectas, sino arqueadas en forma de palm a. El
canto superior se ha observado lim pio y no as el inferior que ha estado como
las extrem idades de la crin de un caballo, por donde este com eta se denom ina
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sido dos, sino uno solo el com eta, porque despus de haber hecho conjuncin
con el Sol, pas de m atutino a vespertino, como sucede en la Luna; y tam bin
dice que dur poco ms de cien d as, infiriendo el que esto se le debi a su
corpulencia, porque en otros que la tuvieron grande se Ies observ tam bin
grande la duracin. En el III, despus de asentar cul sea en los planetas
m ovim iento rpido y n atural, dice que este com eta tuvo los propios, siendo el
suyo natural tres o cuatro y tal vez cinco grados en cada d a, dejndose atrs
los signos de V irgo, Libra, Escorpin, Sagitario, Capricornio, A cuario,
Piscis, A ries y pasando por la constelacin de A ntinoo, cola dei D elfn,
cabeza de Equculo, pecho de Pegaso, cabeza de Andrm eda, e tc ., y prom ete
que expresar por menudo este m ovim iento en su captulo V I. En el IV
explica qu sea lu g ar de verdadero y aparente, para de ello deducir lo que es
paralaxis.
30. En el V propone dos modos para saber esta p aralixis, y por el
consiguiente la d istancia a la T ierra de algn com eta, y refiere ia observacin
de que l hizo en Cdiz a 18 de enero. En el VI afirm a no haber sido este
com eta elem entar, sino celeste, probando con cuatro nuevos argum entos la
exorbitante distancia que haba de nosotros a l, y cum ple lo que prom eti en
el captulo IV. En el VII compara este com eta con el que, por ios aos de
1664 y 1665, se vio en el cielo. En el VIII pondera su corpulencia y reduce a
leguas la lo n gitud de su cauda. En el IX filosofa de su atm sfera, de la
formacin de la cauda, de su perseverancia, variacin y fenecim iento. En el X
propone tratar lo que pronostica, y para ello refiere, prim ero, m is opiniones
reducidas a cinco argum entos y los im pugn a, despus la suya y con seis
fundamentos ia fortalece; y haciendo la pronosticacin prom etida y diciendo
que confirm a su autoridad de varones gravsim os lo que ha dicho, concluy su
obra. Este captulo ha de ser el principalsim o campo en que batallem os, y
pues es fuerza el que as sea, por lo que a ello me o b liga, manos a la obra y
ayude la razn a quien la tuviere. Subdividilo en prrafos el reverendo padre
y, poniendo este ttu lo ai prim ero: Fundam entos de la opinin que dice que
ios cometas no indican m al alguno futuro , prosigue as:
manera que el sentido es: Acaso con tu poder hars salir las estrellas a su
debido tiem po? Luego, el propio legtim o significado de esta palabra no es
com eta en p articular, sino estrella en com n, atendiendo a las de Zodaco
o a las planetarias, y consiguientem ente err en su traduccin el profesor
bredense.
35. Si no me dilatara, refiriera aq u diversas interpretaciones que dan a este
lu gar varios doctores; pero no puedo om itir la autoridad de V alentino
Schindlero, que, hablando de la raz hebrea m azal, dice as en su P en taglotto
sobre Jo b , 38: Acaso hars salir a los m azaroth planetas a su debido
tiem po? los Setenta: M .azavroth; de ah Suidas: m azovroth, los signos del
Zodaco o el Can celeste; los rabinos: m azaloth, los dice signos del Zodaco;
g a lg g a l ham m azaloth, la esfera de los signos, el Z odaco; y los mismos
Edmundo Castello en su H eptaglotto. Y cuando se quiera decir que en el lu gar
de Jo b no hay perm utacin de letras y que no se ha de leer m azaloth, sino
m azaroth, nosotros los espaoles que, por haber adm itido el Concilio
T ridentino en nuestra escritura cannica la versin vulgata de San Jernim o,
debemos decir que m azaroth sign ifica no com eta, como quiere el profesor
bredense, sino el planeta V enus, como aqu traduce y confirm a en sus
com entarios el Doctor M xim o .27
Y finalm ente, por qu y con cunta razn el universal y pblico sentir de los
m ortales, altos y bajos, nobles y plebeyos, doctos e idiotas, haya tenido
siem pre a los cometas en la funesta reputacin que m erecen.
lanza C olum ella contra aquellos que piensan que el suelo, fatigado y agotado
por la excesiva fertilidad del tiem po anterior, no puede sum in istrar con la
p rim itiv a abundancia alim entos a los m ortales, y que la naturaleza del clim a
y estado del cielo se cam bian debido a la prolongada posicin.
44 . Sbrales la razn, sin duda, a los que esto dicen, porque los mrm oles
que ahora se labran tan slidos son como los que sirvieron para los edificios y
estatuas que con ms de dos m il aos de edad viven entre nosotros; el oro,
p lata y cobre de entonces, que se conserva en monedas, como el de ahora es;
las maderas lo m ism o, los quilates de piedras, las cualidades de las yerbas, la
virtud de las aguas, la eficacia de los venenos, la sim etra y proporcin de los
anim ales, la corta vida de la efmera, la pro lija de los ciervos, el no llover en
Egipto, la fecundidad de unas tierras como Palestina, la esterilidad de otras
como la A rabia D eserta, e tc ., de la m ism a m anera que en este tiem po
experim entase, fueron entonces, como fcilm ente pudiera convencerlo con lo
que ahora se lee en Dioscrides, Varrn, C olum ella, P linio, Solino, Eliano,
V itruvio , y aun en los libros sagrados; con que habindose de acabar el
m undo (lo cual creemos los catlicos como dogm a, que es de fe, contenido en
varios lugares de la sagrada E scritura), claro est que no ha de ser porque se
vaya extenuando el vigor de la naturaleza, segn fueren ms prolijos los aos
de su duracin, sino porque as lo tiene decretado la divina Sabidura, la cual
lo ejecutar cuando fuere su voluntad sin atarse a estas analogas fantsticas.
45 . N i de la corta edad de los hombres comparada con la pro lija de nuestros
prim eros padres se puede hacer induccin para establecer la deb ilidad del
universo o afirm ar el que aqulla ser ms breve en los tiem pos futuros. Lo
prim ero, porque juzgo m uy cierto lo que R abb Levi, citado de Genebrardo
en su C ronologa sa cra (segn leo en la F ilosofa n a tu ra l de Georgio Hornio),
d ice, tratando este m ism o punto, y es que esto era obra de la Providencia,
no de la n aturaleza. Y en que dijo m uy bien, por muchas razones, que por
no d ilatarm e no expreso aqu. Lo segundo, porque leyendo a Libavio en las
Vidas d e los sofista s, a Digenes Laercio en las d e los fil so fo s, se advertir que
unos y otros vivieron lo que regularm ente se vive ahora, y lo m ism o se colige
de los libros historiales de la sagrada E scritura, como son los de los Macabeos,
Esdras, Paralipm enon y Los R eyes; y habiendo dicho el santo profeta David
ms ha de 270 0 aos: Los das de nuestros aos en ellos, setenta aos son.
M s si en los vigorosos, ochenta aos; y ms su trabajo y do lo r, es como si
ahora lo hubiera proferido, pues advertim os lo propio. Luego, si en el
discurso de ms de 2700 aos ha sido regularm ente una m ism a edad la que
viven los hombres, sguese que de ella no se puede formar argum ento que
pruebe la debilidad del m undo, causa potsim a de los cometas en asercin del
autor.
46. Q uisiera preguntarle al reverendo padre si en el tiem po que precedi al
d ilu vio hubo pestes, ham bres, esterilidades, terrem otos, inundaciones,
266
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suerte que no toda conjucin de Luna es eclipse de Sol, pero todo solar eclipse
es en la conjuncin de aq u lla.
m utaciones, hacia la poca de las estrellas nuevas, no fueron tan grandes que
o hayan sido dignas de que Dios las presealara con tan inusitadas lenguas o
caracteres celestes, o no hayan enseado mayores los m onum entos de la
h istoria, a las cuaies, sin em bargo, no precedieron ningunos portentos de
cometas o de astros nuevos.
61 . Sea el cuarto el grande Ju lio Csar Escalgero en la E jercitacin 79 contra
C ard an o: Y en cuanto a lo que se pregunta adem s, si los cometas son signos
0 causas: ninguna de las dos cosas opino. En efecto, creer que un rey es
m uerto por el com eta es propio de rid icu la locura. Tanto menos que una
provincia sea destruida. Pero ni siquiera son seales, como el humo del
fu ego ... M uchos com etas, pues, han sido vistos por nosotros, a los que en
n in gu na parte en toda Europa haya seguido dao de m ortales. Y muchos
preclaros varones cum plieron su destino, muchos principados fueron ab ati
dos, fam ilias nobilsim as vinieron a la ruina sin seal algun a de com eta
62 . Sea el quinto Ju an C ottunio, cuyas obras no he visto, pero de l dice el
padre Ricciolo en el libro citado: M as C ottunio en la L eccin 23 sobre el libro
1 de los M eteoros, hacia el fin, niega que por el com eta sean presagiados
desastres o m uertes de prncipes, aun cuando la m uerte de aqullos suela ser
notada ms que la de las gentes vulgares; puesto que, habindose aparecido
com etas, no sucedieron aquellos desastres, no ms que en otros tiem pos, y
por el contrario, sucedieron sin que los precediera n in gn com eta.
63 . Sea el sexto Francisco Snchez Tolosano, de quien d ijo Ju n tin o en su
C alen d ario a strolgico al da 11 de noviembre: C ontra todos los astrlogos
escribi acerca de este com eta (habla del que se vio el ao de 1577) don
Francisco Snchez Tolosano, mdico y filsofo insigne, diciendo que este
com eta no significaba n ada. No cito aqu sus palabras por no haber visto su
obra.
6 4 . Sea el sptim o Cornelio G em m a, C osm ocritices: Pretenden tam bin que
sean anunciados siem pre por aqullos (habla de los cometas) o m uertes de
grandes reyes, o guerras trem endas, o ham bre, o peste, pensando que esos
fenmenos tienen poder de devastar y m atar. M as, al menos en m i opinin, se
equivocan totalm ente, porque consta por experiencia, que inm ediatam ente
despus se ha producido bonanza de clim a, tran quilid ad , abundancia de
cosechas, aun en muchos lugares sobre los que se vio que am enazaban.
M uchas veces tampoco dej la vida ninguno de los reyes de ms celebre fama
dentro d el perodo de uno u otro ao.
65 . Sea el octavo el padre Ju a n de Busieres, de la Com paa de Jes s, en las
adiciones a su elegante H istoria d e F ra n cia : A o de 1665. H acia el fin del
ao precedente haba sido visto un com eta enorm e, tem a para astrnomos y
astrlogos para decir verdades y tonteras. N uevam ente este ao apareci otro
que renovara las observaciones y cam biara en peores, si place a ios dioses, las
272
suertes de las cosas hum anas. Como si sin cometas faltaran al mundo sus
calam idades y para anunciar las m uertes de los prncipes debieran ser escritos
en los cielos caracteres de fuego. C iertam ente no significaban hambre
aquellos com etas, sobre todo en Francia, e tc . .
66 . Sea el noveno y ltim o el erudito Kirchero, en cuya autoridad al parecer
funda la fuerza de sus argum entos el reverendo padre, como se deduce de lo
que escribe en su captulo X , lo que refiere de lo que aqul dice en ei Itin erario
ex ttico; N ace el com eta, terrible am ago para los m ortales. Pero, si hubiera
ledo el reverendo padre las diverssim as obras de aqueste autor, supiera que
en la que in titu la S crutinium P hysico-M edicum contagiosae lu is q u a ep estis d icitu r y
que se im prim i en Rom a, ao de 1658, corrigiendo lo que haba dicho en el
Itin era rio ex ttico, impreso en la m ism a ciudad, ao de 1656, discurri as:
E l vulgo de los filsofos casi siem pre recoge indicios de los sucesos futuros
de la aparicin de las cometas, como si estuviera conectada con aquos por
una m u tua sim p ata de todas las cosas. Y despus de expresar lo que dice el
vulgo de los filsofos, concluye de esta manera en ia siguien te p gin a: Pero
nosotros, juzgando este asunto por sus propias causas, decimos que el
com eta, cualquiera que sea, en sum a, en cuanto a forma, figu ra y color, no
tiene absolutam ente ninguna virtud para significar los efectos arriba recorda
dos; no puede m s, repito, que las nubes que, rodeando ia superficie
terrestre, se transforman en m ltip les formas y se tien tam bin de todo
gnero de colores. Pues, quin oy alguna vez que las nubes dispuestas en
figura de dragn hubieran causado a alguna regin m ales enormes? Q uin
tendr m iedo del malfico influjo de las varas, vigas y espadas, formas que en
ocasiones tom an las nubes? Pues, por la cotidiana observacin casi han
perdido su valor y por lo m ism o no logran sobre los nimos de los hombres
ninguna virtud pronosticadora, si se exceptan las lluvias, ias torm entas, los
truenos, el granizo, las nieves, gnero de tempestades que fcilm ente nos son
conocidas por el color de las nubes.
67. Luego, si en sentir de estos autores gravsim os, no tienen dependencia
con los cometas los infortunios y males que nos ejercitan, y en boca del autor
(por lo menos en esta su respuesta) no son necesaria consecuencia de los
cometas los infortunios porque son stos ms repetidos en el universo que
aquellos fenmenos, para qu es abultar su Exposicin con razones que en su
reverencia son insuficientes para probar su asercin? cuando es cierto que ias
poda o m itir, siquiera porque en m i M a nifiesto son concluyentes para probar
m i verdad. Paso adelante, confesando por m uy cierto el que no toda
conjuncin de Sol y Luna es causa del eclipse solar, porque para que ste
suceda es necesario que aqulla se haga dentro de ios trm inos eclpticos que
los astrnomos saben; con que, teniendo extensin m uchsim o ms dilatada
que los eclipses, aunque stos tengan por causa a las conjunciones, m ientras
273
que cada decena, cada centena, cada m illar de reyes y reinas, emperadors y
em peratrices ha tenido su com eta que los destruya y acabe.
73 . Pues, qu fuera si, como dice en su respuesta: C asi siem pre a cada
com eta, en especial de los ms famosos, correspondiera su no v u lgar fracaso,
sea conm utacin de reina, sea m uerte de monarca, sea por causa de guerras
generalm ente fallecim iento de la paz, sea por ham bre o pestes notables,
llorosa dism inucin de los hom bres. Por ventura sera justo aseverar que lo
que de eso sucedi en el siglo X V I, de que habla, fue causado de cuarenta
com etas, cuando cualquiera que m anejase las historias se horrorizar,
ponderando las ham bres, pestes, m ortandades, rebeliones, incendios, inun
daciones, naufragios, terrem otos, guerras, trm inos de reinos y m onarquas,
mudanzas de religi n tan en extrem o grandes que casi la m itad de la Europa
renunci la catlica y la m ayor parte de la A m rica abom in la idoltrica?
74 . Y claro est que, no habiendo ao alguno en ei citado siglo (y lo mism o
es sin duda de ios restantes) que se p rivilegiase33 de sem ejantes fracasos y
habiendo pasado muchos aos de los interm edios sin que se viese com eta,
im posible es que a cada uno de stos corresponda su fatalidad, cuando para
atrib uirles las calam idades que continuam ente se experim entan en alguna
parte del universo, era necesario el que los cometas jams faltasen del cielo; y
si esto no es y lo dem s es tan cierto, no atrevindose el reverendo padre a
afirm ar que a cada com eta se le sigue un infortunio o dao, sino el que casi
siem pre le es consiguiente (conque da a entender que son en menor nmero
que los cometas los infortunios), estando tan notoriam ente probado lo
crecidsim o de las fatalidades en cada siglo , cmo puede subsistir la
respuesta del docto padre? Y cmo puede haber quien niegue la concluyente
fuerza de m i argum ento, a que no es cosa m uy fcil que satisfaga?
suerte purgan .y lim pian no de otra suerte que los rayos y otros encendidos
meteoros d isip an , gastan y consumen los bitum inosos y sulfreos hlitos de
esta m edia regin, o como el fuego, que en tiem po de verano tala de industria
los prados y laderas del campo, purificando los vicios y malezas de la tierra,
no poco conduce para la fertilidad. D octrina es de K eplero34 que el cometa
hace a este fin de que, contrada la grosedad nociva del aire, como endurecida
superfluidad o recremento y como reducida a una apostema, se evace y
lim p ie en ella toda m align a intem perie del aurora celeste, etc. (quizs quiso
decir del aura celeste). A ristteles tam bin ensea que el com eta es a modo
de estrella vagante o errtica; la estrella empero que as procede o el planeta
nada indica, luego, e tc . .
79 . B ien p udiera no reconocer por m o el argum ento presente, porque
aunque es verdad se contiene el todo de l en varias partes de m i M anifiesto,
como clarsim am ente le habr constado al que lo hubiere ledo, con todo, est
tan extica y anm alam ente deducido que yo m e avergonzara si lo hubiera
propuesto de este modo. N i se m e ofrece otra cosa a qu atrib u irlo , sino que
quiso el reverendo padre formar a la m edida de sus fuerzas un enem igo a
quien p udiera vencer con facilidad. Como si la victoria no fuera m ucho ms
plausible, cuando se alcanza de un enem igo valiente, que no cuando se
consigue de una estantigua que se fabrica de trapos. Pero despus de ver lo
que responde el m uy docto padre, har pedazos la m scara que a m i
argum ento le puso para ver si bastan las armas de la respuesta a q u itarle las
fuerzas con que sali a la luz pblica.
exhalaciones o cosa cal que despide la T ierra, el Sol y los restantes planetas. A
este argum ento de apostemas responde en m ateria el reverendo padre lo que
ya se ha visto, y es cierto ser proporcionada su respuesta a sem ejante
argum ento; y si en l (a m i entender) est bien distrib uido el m edio de que
como m o se quiso valer el reverendo padre, justa es m i qu eja, cuando quien
leyere lo que d ije a este propsito en m i M anifiesto reconocer cun ajeno es
todo esto de lo que quise decir.
8 4 . Pero con todo, dando que sea m o el argum ento que se m e atribuye,
veamos si es a propsito lo que para satisfacerlo responde el reverendo padre,
y desde luego afirm o el que se destruye su doctrina con su respuesta, porque
si la resolucin de la apostema del cuerpo viviente a quien aqueja, por
quedarse de puertas y venas adentro, m olesta y deteriora a esce viviente,
siendo la resolucin del com eta no slo no poco nociva al orbe, sino ms
daosa que til y ms indicio de desgracia que de felicidad; sguese que esto
es porque, como aquella apostema se caus de los humores de aquel viviente
dentro de cuyo cuerpo se resolvi, as tam bin el com eta daa al orbe dentro
de que se resuelve, porque se origin de los humores (digm oslo as) del
m undo. Esto es opuesto a la doctrina del reverendo padre, pues siguiendo la
opinin del erudito K ircher, asienta l que los cometas (celestes como el
presente) se forman de las manchas y fogosas evaporaciones del Sol y no
indefinidam ente de las de todo el m undo; luego, su resolucin (cuando fuera
daosa) no haba de empecer al mundo absolutam ente, sino slo al Sol por ser
este com eta apostem a suya; luego, el com eta no puede daar a los que habitan
la T ie r ra ..
85 . Que la resolucin del com eta solar se haga dentro del globo del Sol se
prueba evidentsim am ente, y para ello presupongo, lo prim ero, que aunque
todos los cuerpos de los planetas y estrellas se hicieron de la m ateria catica
elem ental que cri Oos a los principios del m undo, no por esto convienen en
las naturalezas, cuando es cierto el que cada uno de ellos constituye diversa
especie. Sentir es ste del padre Atanasio en varias partes de su Itin era rio; doy
ahora estas palabras suyas en el dilogo segundo: Todos los cuales en verdad
(habla en general de ios globosos cuerpos de las estrellas), as como difieren
entre s las inm um erables especies de seres naturales en el globo de la T ierra,
as diferan por las fuerzas, propiedades y cualidades puestas en cada uno por
la naturaleza. Pero con m ucha ms claridad lo haba yo dicho en el m ism o
dilogo. E i Creador del universo, cuando en los prim eros orgenes del
m undo, segn su infin ita sabidura separ de aquel inmenso caos innum era
bles sistem as de cuerpos siderales, los dot de tales virtudes y propiedades
q ue, aun cuando todas las cosas hayan sido creadas de una sola y m ism a
m ezcla de elem entos, sin em bargo, no por esto concuerdan en las propiedades
y virtudes, sino que fueron constituidos en tantas cualidades y propiedades
280
encendido
por lo que finalm ente, faltndole alim ento, ei fuego m ism o se
acaba , es m anifiesto, pues, que si tales exhalaciones, con las que la T ierra
estaba manchada y viciada, son consum idas por el fuego, en la generacin del
com eta la T ierra se lim p ia . Y aun Francisco Ju n tin o , astrlogo nim iam ente
supersticioso como del tomo II de su Espejo se m anifiesta, se vio necesitado a
confesar esto propio en el T ratado d e com etas: E l fin del efecto fsico del
com eta es la u tilid ad de los hombres. Porque es propio del com eta consum ir
los humos corrompidos y venenosos.
9 4. Si le parecieran de poco valor estas tres autoridades al reverendo padre,
sgase a ellas la del m uy docto padre Honorato Fabri, de la Com paa de
Jes s, en su P h ysica, donde hablando generalm ente de cualquiera com eta,
aunque sean celestes, discurre as: E l fin de los cometas es que aquel estrato
de la regin etrea se lim p ie de sus m anchas, las cuales, reunidas por
m aravilloso arte de la naturaleza como en un cm ulo, esto es, en el solo
cuerpo del com eta, son quem adas y consum idas; porque si esto no se
verificara, toda aquella regin sera opacada por tantas p artculas, como en
realidad sucedi ms de una vez para gravsim o dao de los seres su b lu n ares.
Toda la cual asercin concluye con este m uy verdico epifonema: P o r esto los
com etas de por s son faustos, ms bien que funestos. Luego, aunque el
com eta se resuelva dentro del m ism o globo, cuyas exhalaciones venenosas le
dieron cuerpo, consumindose stas (en opinin dei reverendo padre) en el
incendio com tico, falssim o es decir el que es esto nocivo ai orbe y ms
indicio de desgracia y dao que de u tilid ad , cuando afirm an lo contrario ios
m ism os autores en cuyas palabras jura.
9 5 . Lo segundo, siendo cierto el que las exhalaciones de que se forma el
com eta sublunar y terrqueo constan de m ateria sulfrea, p in ge y nitrosa,
como dice A ristteles y sus discpulos, de necesidad ha de ser su resolucin
til al m undo y a sus vivientes, como lo fue a la Grecia el modo adm irable
con que la redim i de la peste ei prodigioso H ipcrates, que no fue otro sino
hacer grandes hogueras de m adera de laurel, ciprs y romero, donde se
quem aba cantidad considerable de sal, pez y azufre, como lo dice el erudito
Kirchero en su libro D e Peste: H ipcrates, por tanto, para purificar el aire y
liberarlo de todo humo pestfero, levantaba en las esquinas pblicas de las
plazas un hacinam iento de maderas y hojas de laurel, ciprs y enebro, a las
que m ezclaba azufre, pez y sal; sal, porque es un excelente rem edio contra la
exhalacin de la corrupcin pestfera; pez, porque hace adherirse a ella los
m iasm as del aire congelado; y azufre, para que, si qued algo de los m iasm as,
los consuma totalm ente. Y purificaba con stos no slo las esquinas pblicas
de las ciudades, sino que ordenaba sahum ar las habitaciones interiores de las
casas, principalm ente ah donde haban m uerto atacados por la p laga de la
infeccin. Pues, saba que los m iasm as de la peste seran destruidos
inm ediatam ente aun al prim er olor del azufre, como ante la presencia de un
284
agente de poder supremo y contrario. Y lim piada de este modo toda la Grecia
m ediante un edicto pblico, la restitua a su p rstina integridad. Por esta
causa fue tam bin prem iado con la apoteosis.
9 6 . Luego, si la m ateria de que se compone el com eta es casi la m ism a de que
se vali Hipcrates contra la peste, sguese el que as como la resolucin de las
hogueras de este excelente filsofo no fue daosa a la G recia, sino m uy til,
del m ism o modo no puede ser ia del com eta nociva ai orbe, cuando en ella no
slo se consume lo que poda em pecerle, sino que con ello m ism o se corrige y
purifica el aire, por donde se difunden los hlitos que inficionan a los
vivientes y vegetables. Lo mism o dice Plutarco, libro D e Iside et O sirie, que
observ en Atenas el excelente mdico Acrn: En efecto, ios mdicos
piensan que el remedio contra la peste es un abundante fuego, como que
suaviza el aire. El mdico Acrn en Atenas, en tiem po de una gran peste se
gan la fam a, ordenando se encendiera fuego detrs de los enfermos, pues
salv a no pocos. Y antes haba dicho: Porque el calor disuelve y disipa las
heces turbulentas que andan en el aire.
97 . Y aun cuando no constase un com eta sublunar sino de sola m ateria
sulfrea m ixturada con sal voltil y esp ritu nitroso y llegase su humoso
desecho a la m ism a T ierra, fuerza era que esto le sirviese a la tierra y a sus
habitadores de gran provecho, como les sucedi a los de Tornay con la plvora
y a rtille ra , segn nos lo refiere Levino Lemnio en ei libro II D e O ccultis
N aturae M ira cu lis: N o desem ejante remedio fue em pleado para disipar la
peste en los aos anteriores, cuando entre los nervios, a quienes ahora llam an
tornacenses, una enfermedad endm ica se ensaaba cruelm ente y asolaba a toda
la ciudad. En efecto, los soldados de la guarnicin que hacan las guardias en
la fortaleza d irigiero n hacia la ciudad las bombardas y caones de guerra
llenos de plvora, sin balas, y con la antorcha encendida cuidaban de
dispararlas hasta el crepsculo entre el da y la noche. Con lo cual se logr
que, m ediante el violento estruendo y el hum eante olor, se disipara el
contagio del aire y que la ciudad m ism a haya quedado inm une y libre de la
peste. Pues, ni menos eficiente es este remedio para disip ar las nieblas y
contagios del aire infecto que el que leemos haber practicado frecuentemente
H ipcrates, que, construidas piras y amontonados arbustos y leos, levantaba
fuegos por ias calles.
98 . Para lo tercero, que ser probar que por la m ism a razn de resolverse el
com eta sublunar dentro de este mism o globo terrqueo que habitam os y que
le dio m ateria para su cuerpo, se le siguen a la T ierra y a sus vegetales y
vivientes no ios fantsticos males con que el reverendo padre nos am enaza,
sino grandes bienes y utilidades, debo repetir aqu lo que en el argum ento de
apostemas que me atrib uye, d ijo ; y es el que, as como el fuego en tiem po de
verano tala de industria los prados y laderas del campo purificando los vicios y
285
todo cuanto evaporable y exhalable hay en esta m quina inferior, como agua,
tierra, todo cuerpo viviente, plantas y aun los mismos cuerpos muertos
sepultados en la tie rra ... Es asim ism o, como se propuso arrib a, causa m aterial
del com eta el hombre con sus espritus y humores; y aunque el prim er viso
parezca dificultoso, desata la duda el ver que la llu v ia tiene por su m ateria de
que se forma, al m ism o sudor del hombre, pues el Sol le arrebata para s
subindole a la regin prim era, en donde, recibiendo la forma de agua, cae a
la T ierra en tan ta abundancia. Y que arrebate en s este sudor el Sol se
confirm a aun en los mism os cam inantes, en quienes en las partes que toca el
sol no se ve el sudor, porque lo arrebata para lo alto con su calor, y las partes
que van abrigadas y no las toca, sudan en abundancia, como se ve en lo alto
de la frente que ocupa el sombrero. A s lo tiene por verdad H ipcrates, libro
D e a ere, a q u is et locis. En la leccin de las aguas dice por estas palabras, dignas
de toda adm iracin por su curiosidad y sin gular filosofa: 'Pero lo que es
tenusim o, el Sol lo arrebata hacia arriba a causa de la ligereza. Y arrebata tal
cosa no slo de las aguas estancadas, sino tam bin del m ism o m ar y de todo
aquello en lo que hay algo de hum edad (y lo hay en todas ias cosas). Y de los
m ism os hombres saca un tenusim o y levsim o vapor. La mayor seal de esto
puede tom arse del hecho de que cuando el hombre hace un viaje o se sienta al
sol arrebata hacia arriba todo lo que aparece de sudor; pero las que estn
cubiertas bajo el vestido o bajo cualquier otra cosa, stas sudan, pues el sudor
es sacado y reducido por el sol, mas es conservado por los vestidos para que no
sea disipado por el sol; pero cuando ha llegado a la som bra, todo el cuerpo por
igu al fluye en sudor. C itada queda porque no parezca fin gida la auto ridad.
108. H asta aq u son las palabras formales de dicho doctor Salm ern, de que
se infiere el que en tiem po de m ucha seca y de falta de agua procuren sudar
los hombres cuanto ms pudieren y con eso les llover copiosamente y
tendrn buen ao. Como tam bin el que de aqu adelante se entierren los
cuerpos m uertos en sepulturas m uy hondas porque no arrebate el sol la
corrupcin que exhalaren y se formen cometas que nos peguen las enferm eda
des de que m urieron aqullos.
que sirvi de o rigin al, y fue as: (Como ya el mism o Seor lo previno por boca
de H ierem as: Procurad no tem er las seales que tem en las naciones) que es
lo que de ordinario sucede a quien sabe en substancia una autoridad y no tiene
a mano el libro que la contiene para copiarla a la letra, como sin duda lo
hubiera hecho, si lo cortsim o del tiem po no lo estorbara. Con que se sigue
q ue, de no haber sucedido esto como lo d igo , la refiriera as: Procurad no
tener m iedo a las seales del cielo, a las que tem en las naciones, que son las
formales palabras del santo profeta en su profeca.
121. Si esta sencilla narracin de lo que fue puede disculparm e de no haber
citado esta autoridad en sus propios trm inos, tam bin lo sea; porque bien
reconozco no haber tenido yo tanta culpa en lo sucedido, cuanta es la que
tiene el reverendo padre en lo que responde. Porque para aseverar no ser la
genuina inteligen cia de este lu gar la que yo le d i, o vio a sus comentadores o
no los vio. Que no los viese parece evidente, pues no poda, despus de
leerlos, afirm ar tan m agistralm ente lo que nadie d ijo ; y si lo vio, grande fue
sin duda el esp ritu que de slo contradecirm e y oponrseme le asisti
entonces, pues slo por esto, sin ms m otivo, quiso desvanecer m i argum ento
con respuesta tan monstruosa que parece im posible que saliese de humano
juicio.
122. Porque, aunque es verdad que al escribir el texto proftico me falt la
palabra ca eli, con todo, del contexto de m i M anifiesto, debiera inferir el
reverendo padre ei que algo del cielo o de los prodigios que en l se ven, o
(por m ejor decir) de los cometas de que yo hablaba, refera el profeta en su
autoridad, por ser consecutiva a estas razones: Con este presupuesto y con
ser los cometas cosa que puede ser no se sujete a lo regular de la naturaleza,
por proceder, segn afirm an muchos, inm ediatam ente de Dios con creacin
rigorosa, afirm o desde luego cristianam ente el que deben venerarse como
obra de tan supremo A rtfice sin pasar a investigar lo que significan, que es lo
propio que querer averiguarle a Dios sus motivos. Im piedad enorme en los
que son sus criaturas. Aunque no por eso se han de tem er con aquel horror
con que los gen tiles, ignorantes de la prim era causa, los recelaban, como ya el
m ism o Seor lo previno por H ierem as: Procurad no tem er de las seales del
cielo, a las que temen las naciones. Y siendo esto as, como verdaderam ente
lo es, e tc . . Luego, querer refutarm e m i inteligen cia, que me parece (a m i
corto juicio) la literal como pudiera probar con diverssim os autores y
versiones, entre las cuales merece ser aqu referida la de V atablo, que es sta:
D e los prodigios del cielo (si sern com etas?) no os espantis, con otra
inteligen cia tan remota de lo literal, cuanto son diversa cosa tripas y cielo,
entraas de anim ales y luces del firm am ento, qu otra cosa fue, sino hacer
alarde de que saba de los extispicios de los antiguos, o que slo por
contradecirm e, sin ms m otivo, llen su erudita Exposicin astronm ica de
donosuras tales?
295
hacerse esro adems de tal m anera que no parezcamos hacerlo irritados, sino
que as como raram ente y contra nuestra voluntad llegam os a quem ar y a
cortar, as a este gnero de castigo (como yo lo hago), y nunca, sino por
necesidad, si no se encuentra ninguna otra m edicina. Pero, sin em bargo, que
est m u y lejos la ira, con la cual no puede hacerse nada rectam ente, nada
p ru d en te, puede ser el que alguno m e objecione lo de Terencio en
H eautontim oroum enos:
En tal forma fue dispuesta la naturaleza de los hombres todos
que ven y juzgan las cosas ajenas ms bien
que las propias. Acaso sucede as porque en lo nuestro
estam os im pedidos por una exagerada exaltacin o tristeza?
Pero a quien con esto m e censurase, le responder desde luego lo que Ju a n
Salisberiense en el prlogo al libro VIII del P olicrtico propuso as: A tienda
el d iligen te lector a lo que escribo y donde encuentre cosas m al dichas, como
juez sincero y no incitado por la pasin de la envidia, del odio o de otra
afeccin, presente testim onio sobre lo m alo. El cual oir de m uy buena
gan a, y si reconociere haberme paralogizado, repondr m i dicho.
pienso puede suceder que tengas; mas di la razn que no tien es, que dijo
A ulo G elio en sus N oches ticas.
133. Y si as no fuera, le aconsejara am igablem ente al reverendo padre
practicase de aq u adelante lo que haca el doctsim o Ju a n Pico M irandulano y
refiere en su A pologa: Y o de tal m anera me he formado que, sin jurar por las
palabras de ninguno, me lanc a travs de todos los maestros de la filosofa y
exam in todas las doctrinas; y si an con esto no se atreviera o no quisiera
apartarse de lo que dicen los muchos, teniendo por m xim as o aforismos sus
pareceres, le diera a leer para su desengao lo de Q u intiliano: Siem pre tuve
la costum bre de no ligarm e en absoluto a las enseanzas que llam an catlicas,
es decir, universales o generales. Pues, raram ente se encuentra este gnero,
sin que pueda ser debilitado en algun a parte y destruido .
134. Por lo que toca a los dos o tres poetas de cuyas autoridades se vale en el
fundam ento segundo, no tengo que decirle al reverendo padre, sino lo que
Erasmo Bartolino dijo en su C om entario d e los com etas, con cuyas palabras se
pueden com binar las autoridades de Cicern y A ulo G elio que puse arriba:
Todos estos sucesos (habla de los efectos que atribuyen a los com etas) no
deben exam inarse m ediante las ficciones de los poetas, sino con los principios
y disposiciones de la naturaleza m ism a. Y ms adelante: Tam poco se basan
en fundam ento alguno los eptetos de los poetas, aderezados para el ornato; ni
consta qu razn haya tenido V irg ilio , libro I, G ergicas, al decir:
...n o tantas veces brillaron los terribles cometas,
a no ser por elegancia del verso y conjetura popular. A busa tam bin de la
credulidad de los hombres Lucano, libro I, diciendo:
. . . y la cabellera del tem ido astro
y el com eta que cam bia en la T ierra reinos.
135. Dedcese evidentem ente de lo que aqu he dicho ser despreciables, por
no tener solidez algu n a, estos fundam entos, pues siendo el prim ero, segn
absolutam ente dice, la autoridad p blica del universo docto e indocto, y
siendo yo, que digo lo contrario, parte (aunque indivisib le y tom a) de este
universo, y sindolo tam bin (y bien grande) los autores que mucho antes
que yo fuese la parte que he dicho de este universo lo discurrieron as y
quedan citados donde fue preciso, y son: Francisco Snchez Tolosano, Ju lio
Csar Escalgero, Ju a n C ottunio, Cornelio Gemm o, Pedro Gassendo, el
ilustrsim o obispo d o n ju n C aram uel, y de la doctsim a Com paa de Jess
los padres V incencio G uinisio, Conrado Confalonier, Honorato Fabri, Ju a n
B autista R icciolo, Atanasio K irchero; y sindolo tam bin los que citar
adelante, y son: Erasmo Barolino, Ju a n Leuneschlos, Jo aq u n E stegnam ,
Playo Fordio, Olao R udbeck, don Diego Andrs Rocha, oidor actual de la
Real A udiencia de Lim a, el padre Felipe M iller, de la Com paa de Jes s,
confesor del invictsim o em perador Leopoldo, y por corona de todos, quien
300
se ha dicho) 168 aos antes de cristo y ei com eta se vio 22 aos despus, esto
es, 146 aos antes de C risto, cmo a este com eta se sigui la deshecha
persecucin, atroz y sacrilega hostilidad, que por los idlatras padeci el
pueblo de Israel en tiem po de los m acabeos? O h, prodigio m ayor que
cuantos les atribuyen a los cometas los que los tem en! U n efecto que
antecedi a su causa 22 aos; una ilacin que fue antes que su antecedente 22
aos; un suceso cuyo signo indicante fue 22 aos posterior a lo que indicaba!
Pobre de m y lo que de m se dijera, si tal dijera.
143- Si hubiera ledo el reverendo padre el T eatro com tico de Estanislao
L u b ien ietzki,43 supiera el que no slo no fue fatal, como dice, sino antes m uy
prspero a los macabeos y judos este cometa: D espus de la aparicin dei
m ism o com eta las empresas de Jon ats y Sim en, jefes de Ju d , suceden por
prim era vez favorablemente. Porque el rey D em etrio fue ganado con dones y
Trifn con la fama de v alo r... Los lacedem onios y ios romanos se obligaron a
un pacto de alianza. Y aunque poco despus Jonats cay por la p erfidia de
T rifn, sin em bargo, Simen restableci vigorosam ente el orden, renov la
am istad con D em etrio, pact una alianza de arm as, obtuvo la libertad para su
pueblo, conquist la ciudad de Gaza, tom el monte Sin, custodiado por
una guarnicin real, y lo arras. En esta forma aquel varn, preclaro por su
valor piadoso y afortunado, quit felizm ente el yugo de la esclavitud siria,
estableci una b rillan tsim a solem nidad y dedic a la m em oria de todos los
siglos un altar suyo, que se llam a de los asmoneos, cosa en verdad agradable
para todos los buenos, alcanzando inm ediatam ente ia venganza divin a a la
perfidia de Trifn, enfurecida contra todo y contra todos.
144. Si por ser heterodoxo su autor despreciare el m uy religioso padre esta
autoridad, sea en buena hora, y vea qu me responde a la del E spritu Santo
en el libro I de ios Macabeos: Estuvo en paz toda la tierra de Ju d en todos
los das de Sim en, y procur bienes para su pueblo. Y les agrad a ellos su
dom inacin y su glo ria todos los das. Y con toda su glo ria tom a Jop e como
puerto e hizo entrada en las islas del m ar, y dilat los confines de su nacin y
conquist el pas. Y reuni muchos cautivos y se hizo dueo de Gazara y de
Betsura y de la ciudadela, y q uit de ella las inm undicias y no haba quien se
le opusiera. Y cada uno cultivaba su tierra en paz y la tierra de Ju d daba sus
frutos y los rboles de los campos su fruto. Todos los ancianos se sentaban en
las plazas y hablaban de los bienes de ia tierra, y los jvenes se vestan de
glo ria y con tnicas de guerra. Y d istrib u a a las ciudades alim entos y las
consolidaba para que fuesen puntos de fortificacin, al grado de que fue
celebrado el nombre de su glo ria hasta el extrem o de la tierra. H izo la paz
sobre la tierra y se alegr Israel con alegra grande, e c t. .
145. Si me pregunta el reverendo padre cundo fue esto, le responder que la
m ism a sagrada escritura dice: E l ao 170 fue quitado de Israel el yugo de los
304
P rosigu e e l fu n d a m en to
tercero d e l reverendo p a d re
157. N o son para o m itir las tres memorables (si ya no fueron ms)
peregrinas apariciones de este linaje de estrellas que, segn conspira lo ms
lcido de la an tigu a Rom a: Sneca, Suetonio, V eleyo, Cicern, V irg ilio ,
O vidio, Lucano y otros, aparecieron, una en presagioso aviso de la atroz
308
309
C oncluye e l reverendo p a d re
su fu n d a m en to tercero
165. C ierro la prueba, de verdad ociosa (a no haber algunos trabajosos
juicios) de sta no tan m a como opinin de todos, rogando al que leyere haga
m em oria del com eta que tan ta novedad hizo al mundo el ao de 1652 y lea, si
le p lu g iera, el com pendio historial escrito por el padre M artn M artinio48 de
la intrusin violenta del rey de T artaria en la C hina y las civiles guerras de
Inglaterra, y ver cunta verdad sea lo que dijo Claudiano: Que a ningn
com eta se le fue el mundo sin castigo cuando, cotejando el tiem po en que
ste apareci con las calam idades con que aqul fue trabajado, h allar de
oriente a ocaso lastim osas tragedias, como son a ll el trasiego y sangriento
vaivn del im perio chnico ai trtaro; la entrada de aquste por las ciudades
que le resistan a fuego y sangre si perdonar sexo ni edad; la desdichada
m uerte de su prim er rey, oficiada por sus m ism as manos, despus de haber
sido p arricid a, pasando a sus hijas y su m ujer por redim irlas, al ultraje del
vencedor; las indecibles ham bres y finalm ente hasta llu via de m ales que,
como pondera el referido escritor y ocular testigo , le parece que excedieron al
conjunto de las plagosas desdichas con que m ritam ente se veng Dios de la
cristicid a Jerusaln . Y en el ocaso leers a Inglaterra tan despedazada con
execrables bandos y facciones, como unida para ia m uerte de Carlos Estuardo,
su natural seor y prim er cabeza, hasta echrsela de los hombros por sentencia
de los que realm ente eran sus pies, a manos de un verdugo y filos de un
cuchillo, en el infam e trono dedicado a los reos de lesa m ajestad, cosa
inaud ita desde que hay m onarquas en el m undo. Pero ya se vio. Y con todo
eso, habr sordos a las voces de D ios?.
M artinio dejo apuntados, el que no fueron sino los mism os chinos foragidos a
quienes Licungzo capitaneaba. Y aunque es verdad se apoderaron aqullos de
casi todo el im perio Chino con tiran a y crueldad, no es verdad haber sido
presagio, seal o precursor de cosa algun a de stas aquel com eta, as porque el
m ism o ao de 1644 pasaron a la C hina las tropas trtaras como por la
brevedad con que antes del ao de 1652 casi casi acabaron tan gigan te
em presa.
176. Pruebo uno y otro; y para ello presupongo, lo prim ero, que m uerto el
em perador y apoderado Licunzgo de la ciudad de Pekn, el prefecto Us,
prisionero suyo, escribi no s qu carta a U sunguyeo, su h ijo , y de ella dice
el padre M artn M artinio lo que yo aqu: R ecib id a esta carta, respondi
U sunguyeo con brevedad de tiem po y de razones la sig u ie n te ... Despachada
esta carta, despach tam bin un em bajador al rey de T artaria, rogndole que
le enve socorros contra un salteador del Im perio S n ico ... El rey trtaro asi
de la ocasin tan oportuna a sus intentos y al punto vino con ochenta m il
soldados que tena prevenidos en los confines de Leaotung y en sus predios.
177. Presupongo, lo segundo, y hallarse en el m ism o libro que Z ungteo,
rey de T artaria, entrando en C hina desde Leaotung, pas de esta v illa sin
tom ar la posesin del im perio que tanto haba deseado y la fortuna le ofreca,
aunque dej abierta su entrada para que su nacin la poseyese. A l m orir
declar por sucesor a un hijo nio de seis aos. Prosigue el padre M artinio
de esta manera: A ntes que como auxiliares de U sunguyeo y a su instancia
entrasen los trtaros en la C hina, haban enviado a su patria y reinos
comarcanos a convocar todo el poder posible para ocupar este im p erio .
M enciona las partes de donde vino el socorro y prosigue luego: A s como
llegaron estas fuerzas, sin detencin algu n a, trajeron al nio de seis aos, hijo
y sucesor del rey trtaro difunto, y con claridad ajena de d isim ulo le
declararon por dueo del Im perio Snico, para quien pretendan conquistar
lo .
178. Infirese de estos dos presupuestos que, luego despus de la m uerte del
em perador, que fue el ao de 1644, entraron los trtaros en la C hina y sin
duda algu n a en el m ism o ao. Y tam bin se infiere que, sin salir del trm ino
de los meses de que const, juraron al nio trtaro por su em perador. Porque
si al entrar en la C hina el rey Z ungteo, su padre, era de seis aos, y al jurarlo
por em perador era tam bin de seis, no pudo ser esto en diversos aos, sino
precisam ente en el de 1644, y lo pruebo as.
179- El m ism o padre M artn M artinio cierra su com pendio histrico con
estas palabras: Pongam os aqu fin a nuestra historia, en que he contado con
brevedad la guerra de T artaria desde su principio hasta el ao de 1651, en
cuyo tiem po por orden de m is superiores sal de la C hina para Europa. Y
cuando no otra cosa, sta es d ign a de observacin en e lla, la velocidad con que
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los trtaros ocuparon, en siete aos, ms tierras que un ejrcito entero pudiera
pasear por ancho y largo. Esto es, doce provincias del Im perio Snico, la
Corea, y Leaotung, tierras grandsim as. Si al ao de 1644, que presupone
ser el de la entrada de los trtaros en la C hina, se le aaden 7 que gastaron
aqullos en su conquista, resultan 1651, que fue el m ism o en que el padre
M artn M artinio sali de C hina. Luego, si desde el ao de 1644 hasta el de
1651 se com etieron por los trtaros las inhum anidades que en el libro del
tantas veces citado autor (a que nos rem ite el reverendo padre para que en l
las leamos) por m ayor se expresan, ;cmo fue precursor de ellas el com eta que
se apareci el ao de 1652, cuando entonces no slo haban ya sucedido, pero
puede ser que estuviesen ya m anuscritas y sacada la licencia para im prim irlas!
180. O ividbasem e el pobre rey Carlos de Inglaterra, con cuya m uerte y las
guerras civiles de sus vasallos castig el cometa del ao de 1652 al mundo por
el Occidente. Ahorro de prosa, porque me falta mucho qu exam inar y digo
que segn leo en ia C ronologa reform ada del padre Ricciolo (no tengo aqu a la
mano otro libro con qu acotar), ya haba el ao de 1644 guerras civiles en
Inglaterra, porque dice as: Ao de 1644. Los parlam entarios asedian a
Y ork, destrozan en una batalla a los soldados del rey y tom an Y o rk. Y
parece se principiaron el ao de 1642 o antes, por lo que haba dicho: Ao
de 1642. Los irlandeses, a causa de la repulsa (de la que se habl el ao de
1641), con trein ta m il hombres armados an iquilan a los partidarios y
soldados del rey. La audacia del parlam ento londinense para d eb ilitar a la
autoridad del rey va en aum ento, exigiendo de l condiciones injustsim as.
181. De su m uerte dice as: Carlos Estuardo, rey de Inglaterra, a
instigacin de Fairfax y Crom wel, fue condenado por los parlam entarios
m ediante jueces vilsim os y manchados con todo c rim e n ...; aun cuando l
declaraba que no poda ser juzgado por otro que por Dios, el d a 10 de febrero
del ao de 1649 fue conducido al suplicio y decapitado. Cotejando el
tiem po de estos sucesos (como m anda el reverendo padre) con el de ia
aparicin d el com eta, hallo que precedieron las guerras civiles ms de 8 aos
y ia m uerte del rey 3 aos y 10 meses. Luego, si fue desatino decir haber sido
el com eta d el ao de 1652 precursor de los destrozos del O riente chino,
cmo no se le dar la m ism a censura a la asercin de haber sido tam bin
precursor de otros sem ejantes en el ingls Occidente?
182. Todo esto se le haba de haber ofrecido al reverendo padre antes de
tom ar la p lu m a en la mano para declarar por de trabajoso juicio a quien dijo
no ser los cometas dignos de m iedo ; hablo ms claro para dar a entender a
m is com patriotas que yo, entonces (y tam bin ahora) su cordial am igo, por
haber publicado el M a nifiesto filo s fico , en que, el prim ero de cuantos han
escrito en esta O cci-Septentrional A m rica, y as es verdad, me opona a la
(en su concepto) comn sentencia, no poda haberlo hecho sino estando loco.
317
da a conocer muchas cosas sutilm ente pensadas. D ice, en efecto, que los
cometas fueron hechos para este fin: para que la regin etrea no est tanto
tiem po vaca de esos como monstruos suyos, as como no est privado el
ocano de peces enormes que lo recorren en raras incursiones; y para que
reunida la espesa grosura del aire, como cierto excrem ento, en un solo
apostem a, se p urifique el aura celeste. Con que hallndose en escrito de Ju a n
K eplero apostem a y monstruo (y tam bin lo que ms adelante dice Ricciolo:
A d m ite despus que los com etas, si bien raram ente, alcanzan con su cauda
hasta la T ierra y le traen in salu b rid ad , con que concuerdan las ltim as
palabras del reverendo padre) dicho se viene encerrarse en slo K eplero en
nmero sin gular el plural de los doctos filsofos sobre que levanta su
fundam ento.
189- Pero haya sido K eplero o cualquiera otro filsofo ei que les dio este
epteto a los com etas, quin no ve el que no era docto en la filosofa cuando
tal d ijo. Porque, si es propio de esta ciencia ei especularlos, como afirm
W ein rich io , iibro D e Ortu M onstrorutn, los verdaderam ente doctos en ella ios
definen as: M onstruo es un an im al engendrado en el vientre a resultas de
una formacin contrahecha, djolo C apivacio; y Fortunio Liceto, iibro I, D e
M onstris. de esta manera: Se dicen monstruos aquellos seres que, engendra
dos anorm alm ente en el gnero de los anim ales subcelestes, recibieron una
constitucin de m iem bros horriblem ente d ism il respecto de ia perfecta
estructura de sus progenitores, y de ninguna m anera conforme con la
naturaleza de las cosas. Refiere a estos dos autores Pablo Z achias, y en sus
C uestiones m d ico-legales es sta su definicin: M onstruo es un an im al
engendrado de tal m anera que se aparta enorm em ente de la perfeccin de la
forma y de la sim plicidad conveniente a su especie.
190. Luego, no convinindole al com eta (o por lo menos al presente que
defiende etreo el reverendo padre) ni lo subceleste, ni lo an im al, ni lo
generable, ni la asim etra de partes, poca filosofa supieron los que io hacen
monstruo. Y aunque usramos de la definicin vu lgar que aprueba el colegio
de la Com paa de Jess de la ciudad de Coim bra en el libro P h ysica:
M onstruo es un efecto natural que ha degenerado de la recta y acostum brada
disposicin segn su especie; enseando estos m u y doctos padres el que: Se
dice que ha degenerado de la recta disposicin, porque nadie llam ara
debidam ente monstruo sino a aquello en que interviene un error, esto es, una
cierta desviacin del orden y la ley que a las obras de la naturaleza prescribe el
fin por el cual opera la naturaleza m ism a, quisiera yo que el reverendo padre
o los doctos filsofos a quienes cita m e dijeran (en cualquiera de las m uchas
opiniones que de su origen se leen) qu iba a hacer ia naturaleza cuando, en
vez de lo que quera, se hall con un m onstruo entre las manos.
191. Sepa el m uy excelente filsofo y reverendo padre (si acaso no son los
cometas unos de los cuerpos prim igenios que Dios cri en el principio del
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trm inos tan en extrem o latos, eran presagiosos los cometas o causadores de
m ales, por no serlo los monstruos en la realidad, sino slo en concepto de
supersticiosos o pusilnim es.
194. Si no le convencieren al reverendo padre las razones que le he dado para
que no se le d al com eta nombre de m onstruo, tampoco me convencern a
m cuantas se le ofrecieren para persuadirm e el que deje de decir con libertad
filosfica ser la ilacin de este su tercer fundamento m onstruosa cosa o
verdadero m onstruo. Porque, qu es sino esto afirm ar que porque a Keplero
se le antoj llam ar al cometa apostem a o monstruo, por eso slo no se deben
de esperar de los cometas benvolas influencias? Luego, si los llam ram os
anti-m onstruos o anti-apostem as (no se m e ofrecen otros nombres para
explicarm e), se debieran esperar de ellos benvolas influencias. A estos
prim ores llegan las especulaciones filosficas de quien vino desde la docta
A lem ania a ensearnos las m atem ticas en la ignorante A m rica.
195. Si con la facilidad con que se me vienen los monstruos a las manos se le
vinieran al famoso H rcules, poco trabajo hubiera tenido en triunfar de
todos. Por si alguno no m e creyere esto, a ll va otro monstruo. La definicin
universal que de l dieron los coimbricenses es: U n efecto natural que ha
degenerado de la recta y acostum brada disposicin segn su especie; luego,
siendo el especfico asunto del reverendo padre (como de sus palabras citadas
arrib a, se deduce) no ser los cometas causa sino seal o presagio de
calam idades y m uertes, degenerar ya aq u sus palabras de su ordinario estilo y
h allar en ellas hecho causa lo que en las m ism as se pretenda fuese seal, qu
otra cosa fue, sino formar el monstruo que est entre manos!
196. N o h ay, pues, razn de donde debamos esperar de los cometas
benvolas influencias y en especial del nuestro de 1680, cuya atmsfera
dijim os que fue tan desusadam ente grande que toc con sus exhalaciones o
hlitos la superficie de la T ierra. Estas son las formales palabras del
reverendo padre, y que de ellas se convenza ser los cometas no seal sino causa
de los infortunios que les atribuyen se prueba, no con razones filosficas, por
no haber de ello necesidad, sino con esta sola que, aunque triv ial y
m ecnica49, juzgo que basta. Si yo dijese: N o hay razn para esperar de una
espada cosa buena, llegndom e su punta a las entraas, d ira m uy bien;
porque de ser as, se me seguira la m uerte inm ediatam ente; luego, llegar la
punta de la espada a las entraas no es presagio o seal arbitraria que la
denote, sino causa absoluta y leg tim a de la m uerte. Fuerza es que todos
confiesen que esto es as. Pasemos ahora a las razones del reverendo padre.
197. De lleg ar la atmsfera del com eta a la tierra, no se deben de esperar
benvolas influencias sino (es ilacin legtim a) tem er las m alas; luego as
como la espada no es seal arb itraria sino necesaria causa de la m uerte, no por
otra razn sino porque lleg a las entraas tam bin el cometa o los hlitos y
322
E xamnase este fu n d a m en to
2 0 2 . Si el todo de este fundam ento es el que hay modernos que dicen lo
propio que el reverendo padre, y para ello seala tres, dndole yo seis o siete
de ms a lta suposicin que aqullos (y pudiera dar veinte o cuantos quisiera)
que defienden lo que yo d ig o , que es io contrario, no ser su fundam ento tan
slido como lo piensa y nos lo propone. Leer lo que el padre W olzgango
Lensvero (en una parte lo nombra as y en otra W olfango Leinvero), de la
Com paa de Jes s, su maestro de filosofa y m atem ticas, propugn en la
U niversidad de Ingolstadio en A lem ania la alta acerca del com eta del ao de
1664, m e es im posible por no haber pasado su obra (segn me parece) a esta
N ueva Espaa. Pero habiendo conseguido por dicha m a el T eatro com tico de
Estanislao L ubienietzki, hallo no haber dicho bien el m uy verdico padre
cuando afirm en su exposicin sobre su libro Exposicin astronm ica el que
aqu ella terica, acto literario o ingeniossim a disp uta est inserta (bien como
d ign sim a parte de tan erudito cuerpo) en el libro por ttu lo T eatro d e los
com etas, porque habiendo ledo desde la prim era a la ltim a hoja dei prim ero y
segundo tomo de que se forma, no la he hallado y lo propio dirn con verdad
cuantos lo leyeren.
20 3. Slo s hay m em oria o relacin de ella en dos cartas que el autor escribi
al nobilsim o y doctsim o padre A lberto Curcio, de la Com paa de Je s s, la
una de 27 de mayo y la otra de 2 de julio de 1665. Complsese aqulla y
haliarse en ella el que si algo alaba L ubienietzki al padre Leinberer (ste
324
pnganse en la otra los que el reverendo padre alega como orculos para
apoyar su opinin, y d ig a el docto y desapasionado lector los autores y
autoridades que pesan ms.
com unicado fam iliarm ente al reverendo padre, bien s yo el concepto que
tendran de su saber y lo que podan consultarle en esta m ateria.
218. M ientras dice el reverendo padre lo que hay en esto, digo yo que no
hizo bien en rotular con nombre de fundam ento este fundam ento. M ejor
hubiera sido darle ttulo de clave de la bveda del edificio com tico que,
sobre los macizos fundamentos de que as lo dicen, levant en su Exposicin
astron m ica para perpetuar su m atem tica fama entre los eruditos. Pero
llm elo fundam ento, o lo que quisiere, ya se ve el que ocupando el lu g ar que
tien e, que es el postrero, no puede ser por otra cosa en reglas de la retrica
sino por ser el de razones ms eficaces y concluyentes. A s creo se lo persuadi
al reverendo padre su religiosa m odestia, y eslo m uy grande pensar que,
habiendo dicho estribaba su opinin sobre lo que dicen doctos e indoctos,
poetas, historias, filsofos y modernos era algo ms que tanto decir el que el
reverendo padre dice lo propio, y as recopila en este solo decir lo que dice
que dicen tantos. Como si dijese: cuando no bastara para fundam ento de m i
opinin lo que dicen otros, baste que yo lo d iga y esto solo basta.
219- Si esto oyeran aquellos que creyeron la pitagrica m etem pscosis, al
instante saludaran al reverendo padre como a Pitgoras; pues, siendo el ipse
d ix it solucin de las dificultades que hallaban los discpulos de ste en lo que
en m isteriosos smbolos les propona, y siendo la ltim a razn con que
asegura lo infalible de su opinin el que el reverendo padre tam bin lo dice, a
qu se persuadirn aquellos tnicos, sino a que en el cuerpo del reverendo
padre estaba el alm a de su maestro Pitgoras, probndolo con la conveniencia
de axiomas m utuos.
220. Esto no obstante y prescindiendo de que sea Pitgoras o no lo sea, lo
que se haba de responder a este fundam ento era despreciarlo. Y cuando as no
fuera, siendo su fin convencer con su autoridad ser los cometas precursores
sangrientos de sucesos tristes y siendo yo (no hagam os caso de las razones en
que me fundo) quien con m i autoridad digo lo contrario, el modo m ejor que
pudiera haber para examinarnos y averiguar la verdad era poner al reverendo
padre y su autoridad en una de las balanzas de la F ilosfica L ibra y a m en la
otra; y a ll se vera con evidencia quin se quedaba en el aire, y quin haca
ms peso con sus razones y autoridad.
221. Pero, qu es lo que dice en sus cartas, a que aqu se refiere el reverendo
padre? Trasladem os la que parece fue comn a todos los personajes a Sevilla,
M adrid, A lem ania y Rom a: Siendo este cometa tan desusadam ente grande
que, segn creo, no le ha visto el mundo m ayor, es probable que indica,
sign ifica y am aga muchas y grandes calam idades a muchos reinos y
provincias, en especial a tres o cuatro de las de Europa en alguna m anera ms
septentrionales, pues segn se deja ver, d ilata el lcido follaje de su cauda
330
hacia aquella parte y est como perpendicular sobre su punto vertical. Lo que
ms com nm ente suelen indicar los cometas suelen ser m uertes de prncipes.
Pero este com eta, siendo tan grande y habiendo durado tanto, parece que
significa ms universales desgracias, como son esterilidades, penuria de
bastim entos, tem pestades, inundaciones, en algunas partes tem blores, vien
tos exhorbitantes, as fros como calores notables, alteraciones de humores en
los cuerpos humanos y como consiguientem ente (pero sin p erjuicio54 del
humano lib re albedro), discordias y guerras entre algunas naciones. Presagia
tam bin, a lo que parece, enfermedades, y de verdad no poco contagiosas, y
lo que de aqu suele originarse, cual es la m uerte de innum erables m ortales,
cuyos calam itosos efectos todos, tanto ms durarn o alcanzarn de aos,
cuanto por ms das o meses dur el com eta.
222. En ninguna ocasin se acomod mejor e l p a rtu riu n t m ontes55 de Horacio
que en la presente. Porque del orculo de un maestro tan en extremo
excelente y a quien no slo en Espaa sino aun desde Roma y A lem ania
consultaron tantos, quin no esperara primores ms grandes que los que
entre cortinas de m isterios y ceremonias, como si no fuesen vejeces de
cometlogos poco filsofos, dio en su respuesta! Ms barato les hubiera estado
a los consultantes comprar un libro de los vulgarsim os en que se contiene lo
m ism o que en los orculos dlficos de esta carta que no enviar correos a toda
costa, por ligersim os, para m endigar novedades tan singulares.
223- Sonlo mucho el que, por ser desusadam ente grande, indica, sign ifica y
am aga muchas y grandes calam idades; luego, si fuera usadam ente pequeo,
indicara, significara y am agara pocas y pequeas calam idades. Lase y
combnese con esto, para que todos se ran, lo que d ije de los cornetillas
matapobres en el M anifiesto. Qu dice ms el orculo? Lalo quien quisiere,
pues est impreso; y si le hiciere fuerza el peligro de aquellas provincias ms
septentrionales hacia donde dilataba el com eta el lcido follaje de su cauda,
lea en el nmero 207 la censura que de ridculo le da a este dicho del
reverendo padre ei mucho ms reverendo padre Felipe M iller, de la Com paa
de Jess.
224. Di ttu lo de orculos de Apolo a las clusulas de esta carta y no sin
m otivo, porque como ste daba las respuestas am biguas para excusar la
censura de mentiroso, del mism o modo respondi equvocam ente el reveren
do padre a sus consultantes lo que, con com eta o sin l, se ha de observar en el
mundo en los aos que se siguieren. Y qu es lo que en el mundo suceder?
Responde el reverendo padre: esterilidades, penuria de bastim entos, tem pes
tades, terrem otos, vientos, fros, calores, alteracin de humores, discordias,
guerras, enfermedades y m uertes. Y antes de este com eta se experim ent
algo de letana tan horrorosa en el universo? Responde el universo que llor
unas cosas en unas partes y otras en otras como siem pre le ha sucedido sin
331
alg n com eta; y de dos modos que para ella ensea es el prim ero el que aqu
se sigue, advirtiendo le faltan algunas palabras luego al principio, y se
pondrn de distin to carcter para poderlo entender.
para que sirviese de modelo a los escritores futuros (que es el elogio con que
en una de sus aprobaciones se recom ienda), deba haberlos prevenido para que
los que lo m anejasen lo hiciesen con la precaucin necesaria para no
engaarse, y ms debindole ser notoria la autoridad de Tychn en ios
P rogim nasm as, cuando, hablando de ia nueva estrella aparecida en Casiopea,
dijo: S in em bargo, esto que ahora abordamos, a saber, ei alejam iento de este
astro respecto de la T ierra y en qu parte del universo haya b rillad o , conocerlo
con certeza y dem ostrarlo evidentem ente es algo de m ucha m ayor industria,
trabajo y sutileza, y ms arduo y expuesto a numerosos rodeos de d ificu lta
des . Y que despus volvi a repetir en el m ism o libro: M ed ir el alejam iento
de algn fenmeno respecto de la T ierra y dem ostrarlo, requiere una gran
su tile z a . Pero ya que se perjudic im aginando que podra algu n a vez suceder
el caso de que a un m ism o tiem po, desde dos ciudades de conocida lo n gitu d ,
se observase la distancia entre el com eta y algu n a fija, deba saber que, siendo
casi im posible que siem pre que se observa a una m ism a hora ei com eta est en
ei plano vertical de las dos ciudades, era necesario que lo previniese en el
contexto de su proposicin; pero ya que no lo hizo, quiero yo adaptarle el
sigu ien te problem a grim ldico 60 para que de io mucho que en l se presupone
sabido y de su resolucin laboriosa reconozca el reverendo padre cun d ifcil
es en ia prctica lo que en el modo de proponerlo le pareci tan factible.
P ro b lem a
23 5. De P, polo dei m undo, salgan dos m eridianos, el uno que llegue hasta
S, vrtice de Sevilla y el otro hasta M , vrtice de M xico; sea E lu g ar de la
estrella luciente en el hombro siniestro de la Andrm eda, a la cual se tiren
dos arcos desde los vrtices M , S, que sern M E, S E, com plem entos de las
alturas de las estrellas en los verticales; y desde el polo P ei arco PE, que m ida
el com plem ento de la declinacin de la estrella E. La distancia aparente dei
com eta respecto dei vrtice de Sevilla sea R , y del de M xico sea V , a los
cuales se tiren dos arcos de crculos verticales S R , M V , los cuales se cortarn
en C, que ser el lu gar verdadero dei com eta; y finalm ente, con el arco M S se
junten ios dos vrtices M , S, que como se ha dicho, representan los de M xico
y Sevilla.
336
estrella causan las lneas que salen del centro de la T ierra y del lu gar que en
ella tiene el observador?
243. Y aun cuando el arco E C m idiera la paralaxis, es falso (y ste es el
tercer paralogism o) decir que otra tanto haba de ser la del com eta; porque no
es sino el agregado de las dos paralajes que tiene en el vertical, segn las
varias alturas en que los observadores io vieron. El 4. no es verdad el que por
ser ia paralaxis mayor ha de estar el fenmeno ms cercano a la T ierra; porque
para que as fuese, era necesario hacer la comparacin en una igu al altura.
Como si en la figura presente estuviese ia Luna en M y en N , evidente es que
la paralaxis O N P sera menor que Q M R , porque el ngulo B N T es menor
que B M T , y con todo eso la Luna, as en N como en M , distara igualm ente
de T . Luego absolutam ente no es cierto que la m ayor paralaxis es causada de
la mayor cercana.
244. Este es el prim er modo de los dos que propone para conocer la paralaxis
de ios com etas; y aunque por haberse hecho a la vela desde la ciudad de Cdiz
para la Nueva Espaa a fines de enero de este ao, dice que careci de
observaciones hechas en Francia, Italia y G erm ania para com binarlas con las
suyas y definir la menor o m ayor distancia del com eta a nosotros, bien sabe su
reverencia que absolutam ente no le faltaron, cuando luego que lleg a esta
ciudad le ofrec las m as porque me comunicase las suyas, cosa que jams
339
la vista, como el reverendo padre lo hizo, sin que lo ayude con instrum entos
exactsim os, causa porque Tychn en sus P rogim nasm as no hizo caso de las
observaciones que del com eta del ao de 1577 hicieron Cornelio Gem m a y
Elseo Roslino (y aun tam bin pudieron entrar a la parte las de M iguel
M estlino), porque slo se fundaron en que aqul observ que a 20 de
noviembre de dicho ao, en m ucha y en poca altu ra sobre el horizonte,
d istaba el com eta de la estrella que est en la mano de Antinoo grados
iguales.
247. Pero con todo, quiero darle que esta su observacin (cuyo exam en, y
para el autor m uy am argo, tiene adelante proporcionado lugar) fuese hecha
con instrum ento m uy bueno y que, as cuando estaba el com eta en el
m eridiano como cuando se inclin al horizonte, distase con igualdad de la
estrella que est en la cabeza de Andrmeda. Lo cual, no obstante, digo que
hacindose dichas observaciones en diversos verticales y tiem pos, y m udndo
se por 1o consiguiente los polos de la eclp tica y su grado nonagsim o, a cuyo
respecto se alteran las paralajes en lon gitud y latitu d , y por la diversa altura
del com eta, la que puede tener en el vertical, es contingente que la que tena
en una de las observaciones iguales a la que tuvo en la otra, y que as
conservase una m ism a distancia a ia estrella fija inm ediata, como fcilm ente
se deduce de lo que contra Tychn y el padre Cysato arguye el padre Ju an
B autista Ricciolo en varias partes de su A lm agesto. Y si no puede ser esto as,
dem uestre el autor lo contrario, si pudiere, y repondr m i asercin.
248. Y si en la doctrina y ciencia de las refracciones es teorem a demostrado
que en una m ism a altu ra verdadera el astro, cometa o fenmeno ms prximo
a la T ierra tiene mayor refraccin, porque el ngulo de la inclinacin, causado
del rayo directo y la perpendicular a la tangente de la atmsfera terrquea, es
entonces m ayor, bien pudiera ser (en el caso propuesto) que el cometa
estuviese mucho ms bajo que la Luna y que, aunque entonces la paralaxis lo
deprim iese, la refraccin lo elevase con proporcin a la distancia observada
entre l y la estrella; con que en este caso, que es dable, faltaran los medios
para investigarle al cometa la paralaxis, y as no podra con certidum bre
determ inarse su altu ra y consiguientem ente, sera in til y de ningn
provecho ni uso el propuesto problem a; y esto, no slo por lo que he dicho,
sino por otros muchos inconvenientes y dificultades que en su solucin
intervienen, cuando se quisiera practicar ms geom trica y cientficam ente de
lo que el reverendo padre lo propone.
249- Luego, habiendo tantos medios para ello como se hallan en los autores,
y que cualquiera que no ignora la.geom etra, ptica y trigonom etra, segn lo
pidieren las observaciones, puede discurrir, aplicar y resolver, y no propo
niendo el reverendo padre sino los dos que se han dicho, y esos sin
dem ostracin y faltos de ejemplos con seguridad se puede estar de que a nadie
341
le servir de idea y modelo para escribir en m ateria del com eta; cuando es
cierto que no se hallar en su libro cosa alguna que para ello conduzca,
supuesto que ni aun a su m ism o autor le sirvi todo su discurso para que
probase su intento, que fue colocar al com eta apartado del centro de la T ierra
1150 sem idim etros de sta, que es la elongacin del Sol en su distancia
m edia, como con tanto ahnco pretende; pero lo contrario es lo que le he de
probar y dem ostrar con sus m ism as razones, y si no lo hiciere, desde luego,
me sujeto a la irrisin con que desprecian los doctos lo que es de su naturaleza
ridculo.
Europa, y si entre todas ellas hubiere siquiera una que favorezca al reverendo
padre en el punto de esta controversia, sea yo tenido por el ms ridculo
astrnomo de cuantos han conseguido con sus sim plezas estar m atriculados en
el bro de la ignorancia.
26 2. Pero doyle que la observacin del da 18 de enero sea del com eta y de
otra cualquiera estrella de cuantas hay en el cielo, porque para lo que queda
que exam inar, no hace al caso que sea ms con esta estrella que con la otra; y
prubole al autor o que no observ lo que dice, o que el com eta estuvo
m uchsim o ms bajo de lo que pone, y para ello advierto dos cosas. La
prim era, que segn dice, desde m ediado enero en adelante fue el m ovim iento
diurno propio del com eta de dos a tres grados. La segunda, que su
observacin fue por espacio de la cuarta parte de un d a, esto es, desde las 6
hasta las 12 de la noche; luego en este tiem po anduvo el com eta de 3 0 a 4 5 .
26 3. Esto presupuesto, para m ejor dem ostrarlo sea Q X R el m eridiano de
Cdiz, Q R el horizonte, C el com eta y S la estrella con que se vio en
conjuncin estando cerca del m eridiano; sea tam bin conocida la distancia C
S que, pongam os caso, sea 15. M anifiesto es que en el espacio de las 6 horas
que dice el autor que tard la estrella en bajar desde S hasta T , el com eta C,
segn la sucesin de los signos (tomemos el m edio aritm tico entre los dos o
tres grados de su m ovim iento), andara 3 7 30 ; con que, cuando la estrella S
estaba en T , el com eta C haba de estar en G; esto no fue as, sino que lo
observ en F, de m anera que la distancia F T fue casi ig u al a C S; luego hubo
accidente que deprim i al com eta G hasta el punto F, de suerte que la
distan cia F T quedase ig u al a C S. Esto no lo pudo causar otra cosa sino la
refraccin, que es la que deprim e los planetas y cometas hacia el horizonte;
luego, el com eta tena por lo menos 3 7 30 de paralaxis, que fue la necesaria
para que, siendo su verdadero lu g ar G , apareciese en F.
267. N ada de esco se puede decir de los prim eros das de enero, porque en
ellos est situado el com eta casi en su propio lu gar y sin considerable
diferencia; esto es hablando dentro de la m ucha latitu d a que se extiende tan
corta divisin de grados, de lo cual se colegir sin duda m i ingen uidad, pues
alabo lo que es digno de estim a y slo contradigo lo que juzgo falso, como lo
son los restantes lugares del com eta, supuesto que la cercana que tuvo el
com eta a la estrella de la cabeza de A ndrm eda fue a 16, y la pone a 18. La
conjuncin con la estrella luciente de la espaldilla fue a 18, y la pone a 23. La
conjuncin con la estrella de la cabeza del Pez boreal fue a 21, y la pone a 27;
yerros todos enorm sim os y por eso dignos de censurrselos al que quiere
gran jear el ttu lo de m atem tico con sem ejantes obras. N i son stos tan solos
que no se acompaen con otros muchos, como son haber dado menos latitu d
y declinacin al com eta que a las estrellas que he dicho, contra lo cual han de
reclam ar cuantas observaciones se han hecho.
2 68 . D igno es tam bin de m ucho reparo que, defendiendo todos los
astrnomos modernos que el com eta se mueve por un crculo m xim o para
probar con este argum ento (de cuya eficacia no discurro) el que son celestes,
el reverendo padre, que quera probar lo propio, no se valiese de este m edio
colocando al com eta (pues, lo hizo a su arbitrio) en tales sitios que
conservasen un m ism o crculo m xim o, y no haberlo delineado tan vago y
anfractuoso que causa espanto a los que tienen algun a noticia de los caminos
de otros; pero creo que a habrsele ofrecido, lo hubiera hecho, pues le fuera
tan fcil lo uno como lo otro.
269- Pas a estas partes en la flota del ao 1687 el reverendo padre Pedro
Van H am m e, de la Com paa de Jess y de nacin flam enco, sujeto
verderam ente digno de estim a por su afable trato, cortesana discreta y
religi n slida; visitm e como aficionado a las m atem ticas, y hall las saba
como debe saberlas quien las profesa, que es con perfeccin y sin afectarlo. En
los m uy pocos das que estuvo en M xico me comunic algunas de las
observaciones que de este com eta se hicieron a ll en la Europa; y entre las que
recopil Ju a n Dom ingo C assin i,64 m atem tico del rey de Francia, hall una
de m onsiur Picard hecha el m ism o da 18 de enero que dice as: Le mesme jo u r
a 18 a 6 h . 2 6 m . d u s o ir , //(Picard) observa la dista n ce d e la co m e te a la cla ire d e
l'epaule d A ndrom ede a v ec une lu n ette de 7 p ied s et la trouva d e 50 m inutes
et dem y. Es lo propio que en castellano: El m ism o d a 18 a las 6 hs. 26 m.
de la tarde, Picard (es un m atem tico) observ ia distancia que haba entre el
com eta y la luciente de la esp ald illa de A ndrm eda y con un anteojo de 7 pies
de largo la hall de 50 y m ed io . Vase si lo que aqu asegur va saliendo
cierto. (Estaba al m argen del nmero 261 del o riginal esta anotacin, y por
ser m uy del caso se pone aq u ).65
348
de la Luna; as tam bin, con total sim ilitu d pudo absolutam ente haber y
darse la excesiva lon gitud y extensin que adm iram os entre el cuerpo o cabeza
d el com eta hasta la extrem idad de su cauda, sin que nos apareciese o
p erm itiese ver, im pedida del m ayor lum in ar con quien estaba conjunta, bien
que retrocadam ente no pudo aparecer m ayor ni ms extensa de lo que en s
fue. Luego, debemos constituir al com eta en tal sitio y lu gar del cielo que su
cauda, opuesta al Sol en tanto nmero de grados, como son 54 y a veces 60 y
ms de largo, se representase e intim ase a los ojos clara y visiblem ente; esto
no es posible de otra suerte que constituyendo al com eta en el cielo del Sol;
luego, aqul no fue sublunar, ni existi de la Luna hacia nosotros, sino
muchas m il leguas ms de aqulla arrib a.
351
89 30
6 .9 3 2 9 2 9 2
3 .0 2 8 1 6 4 4
1 2.0 5 9 1 4 1 6
Tangente
89 2 7 18
1 2.0202352
C .L .
C .L .
89 2 8 3 9
6 .8 8 6 0 5 6 7
3.0 4 1 3 9 2 7
12.0402977
Tangente
89 2 2 58
11.9677471
276. Vea ahora el reverendo padre si, estando el cometa distan te, no ya la
tercia parte de lo que la T ierra se aparta el Sol, sino aun menos que la Luna,
esto es, 50 sem idim etros, y siendo larga su cauda (como tan porfiadam ente
quiere) 1150 sem idim etros, si se vio m uy oblicua o con aspecto torcido,
ladeado o al sesgo, cuando de su suposicin y de la evidencia del clculo se
m anifiesta el que no slo se pudo ver la cauda del cometa en ngulo de 60 o
de 70 (como dice), sino de 178 52 5 8 , segn se ha dem ostrado con
m atem tica prueba. Luego, tam bin se paralogiza en lo que afirm a.
277. N i s cmo se han de dar por convencidos con este discurso los
peripatticos, cuando pueden decirle al reverendo padre que vuelva los ojos al
ocaso cuando se pone el Sol y que vea unos resplandores, varas, reflejos o rayos
que salen de la m ism a parte por donde se oculta, los cuales se causan, o de la
luz que penetra por entre las roturas de las nubes o que entra por el valle o
quiebra de algunos montes, los cuales rayos o reflejos no slo tienen la m ism a
forma que la cauda de un com eta, sino que desde su principio, que suele estar
en ei m ism o horizonte o en las nubes cercanas a l, hasta su rem ate, tienen de
largo 40 50 y algunas veces muchos m s grados, y con todo, los causa el Sol
en los montes de la T ierra o en las nubes que estarn apartadas de ella ni aun
una legu a; luego, para que la cauda del cometa se extendiese por 60 estando
353
354
punto C term inan los 301 C B ser de 59; B es el principio de A ries, y por
esto el ngulo A B C es de 23 3 0'. Lo cual presupuesto, bsquese el lado A
C, d istancia al Sol:
Seno todo
Seno 2 A B C
T angente A B
T angente B D
90 0
23 3 0
80 0
79 0
C .L.
0.0000000
9 .9 6 2 3 9 7 8
1 0 .7 5 3 6 8 1 2
1 0 .7 1 6 0 7 9 0
Seno 2 B D
Seno 2 C D
Seno 2 A B
79u 7
20y 7
80u 0
C .L .
9 .9 7 2 6 6 2 9
0 .7 2 3 9 7 5 8
9 .2 3 9 6 7 0 2
Seno 2 A C
30 17
9 .9 3 6 3 0 8 9
D istaba, pues, ei com eta del Sol 30 17, que en la figura antecedente es
en ngulo T A Q; y si X T A , por ser el tringulo equiltero, es de 60 A T Q
ser, por la 13 del prim ero de Euclides, de 120; y por la 32 del m ism o, T Q
A de 29 4 3 ; luego, por la trigonom etra plana, A T ser 639 sem idim etros
de la T ierra y por otros tantos se extenda la cauda. La operacin con que esto
se hall es as:
A T Q
AQ
A Q T
AT
120
1117
29 4 3
639
C .L .
0 .0 6 2 4 6 9 4
3 .0 4 8 0 5 3 2
9 .6 9 5 2 2 8 8
2 .8 0 5 7 5 1 4
Y
el yerro del reverendo padre fue pequeo, esto es, de quinientas y once
m il leguas espaolas, y esto en sus suposiciones; porque si esta operacin se
356
hubiera hecho respecto del da 3 de enero, en que observ que la cauda del
cometa corra 60 A T sera mucho menor que la tercia parte de lo que el Sol
se aparta del centro del universo en su distancia m edia, lo cual no se atreve a
decir el m uy docto padre en su Exposicin astronm ica.
282. La comparacin o to tal sim ilitu d que dice hay entre el cometa
en el caso presente y la Luna u otro planeta al estar en conjuncin con el Sol
o inm ediato a ella, y de que infiere que, as como en este caso no es fcil saber
lo que distta el Sol de la Luna respecto del centro del universo, as a ll no era
posible el que la cauda del com eta se viese con tanta lon gitud , aunque en la
realidad la tuviera, no es de ninguna m anera a propsito. Lo prim ero, porque
en el caso de su comparacin faltaran medios para ver aqulla, causado de no
verse entonces la Luna o el otro planeta, por estar todava dentro del arco de
su visin. Y como quiera que nadie puede juzgar de lo que no ve, por eso no
se podra averiguar aquella distancia, aunque fuese grande, y no como dice el
reverendo padre, porque se vera al sesgo o con torcedum bre. Lo segundo, si
todo lo que se ve es debajo de alg n ngulo, y ste no lo hay en el caso que
supone, para qu es poner ejemplos en lo im posible? Lo tercero, porque la
comparacin que hace de la m utua distancia del Sol y la Luna con la longitud
de la cauda com tica es m uy desproporcionada, porque en la figura del
nmero 275, aunque no se pueda juzgar perfectamente del lado C S, por ser
m uy agudo el ngulo C T S, al contrario ser Q C por lo m uy grande de Q T
C. O m ito otras muchas razones por no dilatarm e, pero no puedo dejar de
ponderar cunto tiene credo el reverendo padre el que nada se ve si no es en la
subtensa del arco del ngulo en que se ve; no slo, pues, repite el que
retrocadam ente no pudo aparecer m ayor la cauda, ni ms extensa de lo que
en s fu e, pero leyendo lo que arriba he dicho en el nmero 279 y estudiando
la ptica, saldr de este error y se libertar de tan notable perjuicio.
que son los 1150 sem idim etros. Sem ejante es este argum ento a los dos
pasados en la ninguna eficacia con que concluye su intento, y aunque por eso
debiera yo desecharlo, con todo, no puedo dejar de m anifestar su poca fuerza.
aqul fue mucho ms alto sin comparacin que la Luna; luego, ste no fue
mucho ms alto sin comparacin que la Luna; o por ir consiguientes al modo
del silogism o prim ero: luego, ste no estuvo apartado del centro del universo
1150 sem idim etros de la Tierra. Si dijere que esta segunda consecuencia no
se deduce de las prem isas, dgaselo prim ero su reverencia a s m ism o, pues
observa tan anm ala forma de argum entar.
28 7. Y aunque quisiera disim ular, no haciendo caso de estas razones de
desem ejanza, y concederle entre uno y otro com eta m utua sim ilitu d , debiera
el reverendo padre m anifestar prim ero ias observaciones con que m atem tica
m ente demostr su maestro el padre W olfgango Lenber, no el que estuvo el
cometa del ao de 1664 mucho ms alto sin comparacin que la Luna, sino el
que se apart del centro del universo 1150 sem idim etros de la T ierra, como
quiere con tanto ahnco, para que entonces se le diera esta forma a su
silogism o; entre el com eta dei ao 1664 y el presente de 1680 no hubo
disparidad algun a, sino perfectsim a sem ejanza; aqul se alej del centro del
mundo 1150 sem idim etros de la T ierra; luego, ste se hall en la m ism a
remocin.
288. Slo de esta manera es la consecuencia leg tim a, si no tuviera en su
contra la falsedad notoria de las prem isas; porque contra la mayor m iitan las
evidentsim as razones que arriba d ije, y la menor no se deduce de lo que nos
refiere de su m aestro; y si ste indefinidam ente, como lo dice su discpulo,
pronunci en su ingeniosa disputa y acto literario que el com eta que observ
estuvo m ucho m s a lto sin com paracin que la Luna, y el reverendo padre concluy
que: b ien se sigue por el argum ento que llam am os de paridad que nuestro
cometa fue de la m ism a prosapia segn su m ateria y de la m ism a celsitud,
poco ms o menos, segn su a ltu ra , para qu fue inferir de estas razones ei
que el cometa se remont otro tanto que el Sol en su distancia m edia?,
cuando en sus observaciones le faltaron y para siem pre jam s le faltarn ios
medios para probarlo.
28 9. Persudome a que, habindose perjudicado con el paralogism o de que
la basa del cono visorio ha de ocupar la subtensa de su n gulo, quiso aqu
llevar este perjuicio adelante, por lo que haba dicho, concluyendo su
reverencia de las razones que a ll da, el que el com eta no pudo estar ni mucho
ms bajo, ni mucho ms alto que el Sol; pero, quiera o no quiera, m uy fcil
me ser hacer me conceda su reverencia lo uno u lo otro, y para ello doyle de
m uy buena gan a, no slo la no pequea sem ejanza que quiere, sino la total
sim ilitu d que era necesaria entre los dos cometas para arg ir as: entre el
com eta del ao de 1664 y el de 1680 hubo total y perfectsim a sem ejanza;
aqul se remont mucho menos que lo que el Sol se aparta de nosotros en su
distancia m edia, conviene a saber, solos 125 sem idim etros de la T ierra;
luego, otro tanto tuvo de altura el com eta del ao de 1680.
359
vespertina por otro tanto intervalo, crassim o yerro es el del reverendo padre
cuando afirm a el que esto sucede cada seis meses. D ije crassim o, porque s
que habiendo dicho A rgoi en su P andosio esfrico que cada 10 meses se
adverta esta conjuncin, lo reprende el padre R icciolo en su A stronom a
reform ada, y con m ucha razn, de que crasam ente lo dijo. Con que, si esta
censura merece el yerro de 8 das, el de 112 digno es de la que le he dado, y
aun de otra mucho ms spera y ms sensible.
cas, ni las nuevam ente ap arecidas. Tam bin Ju a n H evelio en su S elen ografa,
captulo V , dice haber sucedido lo m ism o a 26 de octubre y 18 de noviembre
de 1642.
301. Conque, si en el tiem po de las observaciones de Gassendo, de Fridiano,
de A rg o li, de G rim bergero, de H evelio se vio al Sol sin m anchas, sin que se
viese com eta, no debe de ser la existencia de ste causada de aquel defecto. Y
aunque A rgo li d iga; En el ao de 118, al tiem po que b rill una viga y un
com eta, no fue vista ninguna m ancha y lo m ism o el padre Atanasio
K irchero en el Itin era rio exttico, lo que de su dicho se deduce es que en el
tiem po que faltan las m anchas, lo que hay no es com eta, sino calores
grandsim os: pues evaporadas las heces de este gnero, casi durante un ao
entero (habla del de 1652 y no por todo l dur el com eta que entonces se vio,
sino en la m itad ltim a de diciem bre) el Sol apareci b rillan tsim o sin
m ancha alg u n a y ms an, por aquel m ism o tiem po se observ que todo el
orbe haba experim entado un inmoderado calo r, con que conviene el dicho
de Ricciolo citado arriba.
30 2. Luego, s puede faltarle al Sol las manchas sin que se vean com etas, no
ser absolutam ente m uy cierto que cuando duran stos cesan aqullas; y por el
consiguiente, quin no ve que ser probabilsim a, bien como fundada en la
m ejor razn y filosofa, como dice, sino m uy poco slida la opinin del
reverendo padre y de los autores que sigu e?, a quienes se Ies puede decir lo
que A ristteles a Demcrito en el libro de los M eteoros: N o bastaba en verdad
que sucediera algunas veces, otras em pero no, sino siem pre.
303- N i tiene que objecionarme el que yo d ije io propio en m i M a nifiesto
filo s fico contra los com etas. Lo prim ero, porque a ll slo refer las varias
opiniones que hacan a m i propsito, juntando en una la de los que atribuyen
a las manchas del Sol la generacin de los cometas y la de aqullos que no
quieren que ia tengan, sino de los hlitos y vapores que exhalan los cuerpos
celestes; y lo segundo, porque expresam ente d ije en el nmero 12 que no por
lo que en aquella ocasin deca, quera que se me perjudicase m i modo de
opinar, el cual en el B elerofonte m atem tico contra la quim era a strolgica , e tc ., (si
acaso se im prim iere) se ver cun diverso es de lo que aqu se refiere y de lo
que discurren otros que han querido adivinarm e los pensamientos.
304. Y si fuera su opinin tan probabilsim a y conforme a la razn y buena
filosofa, quin duda que los modernos que con exaccin adm irable han
investigado y discurrido estas cosas universalm ente la sigu ieran ?, lo cual no
es as, porque aunque expresam ente la ensean el padre A tanasio Kirchero en
el Itin era rio exttico (no generalm ente de todos los com etas, sino de algunos),
el padre Gaspar Schotto en los Escolios a aqul, el padre Cristbal Scheiner en
la Rosa u rsin a, el padre Ju a n B autista Cysato, Toms Fieno, W illib ro ld o
Snelio, Erycio Puteano y C am iilo Glorioso, con todo, otros de no menor
364
H
366
310. Debiera el reverendo padre, como tan gran m atem tico, haber observa
do si en el tiem po de la duracin de este com eta le faltaban al Sol las manchas;
y si hallara ser as, entonces pudiera pronunciar con toda seguridad (si es que
esto se puede afirm ar con toda seguridad) el que de ellas se haba engendrado.
Pero, no haberlo hecho, y querer arg ir esto m ism o con afirm ar que ei
com eta suyo tuvo su agraciado esplendor sem ejante a la luz del Sol y la de
Venus es tenernos por ciegos y no podemos juzgar de los colores y que as nos
puede engaar afirm ando no io que fue en la realidad, sino lo que le pareci a
su propsito, cuando todo el mundo observ que la luz del com eta era algo
p lid a, blanquecina, nevada o cenicienta y tal vez triste y plom osa, seas que
no conviene a 1a luz del Sol y de Venus.
31 1. O m ito (porque ya estoy cansado de exam inarlas) otras muchas inconse
cuencias que se deducen de confundir el reverendo padre las atmsferas del
Sol y V enus, y de dar a entender que en una y otra hay partes homogneas y
sim ilares, que es totalm ente opuesto a lo que ensea en su Itin era rio exttico el
padre Atanasio Kirchero y a quien el reverendo padre parece que sigue en sus
opiniones. Pero no puedo o m itir lo que se infiere de su sentencia, y es que el
com eta ocup dos lugares a un mism o tiem po; porque, si por haberse
formado de las fogosas excreces, ardidos humos y redundantes fogosidades del
sol, estuvo precisam ente en el cielo del Sol, por haberse formado de las
fogosas excreces, ardidos humos y redundantes fogosidades de Venus,
necesariamente haba de estar en el cielo de V enus, conque, no habiendo sino
ms de un cometa, cmo pudo tener dos ubicaciones? Este es el cuarto y
ltim o argum ento con que el m uy docto astrnomo y excelente m atem tico
quiso probar haberse alejado el cometa del centro del mundo 1150
sem idim etros de 1a Tierra.
312. Si prob lo que en l y los restantes quera, no me toca a m el
determ inarlo, sino a la A stronm ica L ibra. E lla responder por m a quien,
desnudndose prim ero de perjudicados afectos, se dignare de preguntrselo.
Y no dudo que, habiendo prem editado bien lo que respondiere, d ir al
instante las m ism as palabras con que el eruditsim o mancebo y profeta D aniel
le intim la sentencia que m ereca al rey Baltasar: Fue pesado en la balanza y
se encontr que tena m enos. Y aunque pudiera dilatarm e ms examinando
diferentes proposiciones con que incidentem ente abult su escrito, no quiero
incurrir en el propio vicio, pues lo dicho basta.
313. H asta aqu lleg la disputa (ocioso ser decir no haber sido de voluntad,
sino de entendim iento) con el reverendo padre Eusebio Francisco Kino,
religioso de la sacratsim a Com paa de Jes s, a quien protest hablara y
arg ira en eila (cuando expres los motivos que me com pelieron para
escribirla) sin atenderlo como parte de tan venerable todo, sino como a un
m atem tico puram ente m atem tico, esto es, en abstracto y como a un sujeto
particular. Y parecindome esta prvida cautela an poco resguardo para
367
m antener el crdito que generalm ente me han granjeado, con todos los que
no son parte del vulgo, m is atenciones, aad despus lo que no hay razn
para que as no sea, y es que con todo seguro m e prom et el que los m uy
reverendos y doctsim os padres de ia Com paa de Jes s, como tan
patrocinadores de la verdad, no tendran a m al esta controversia, siendo
precisam ente de persona a persona y de m atem tico a m atem tico, sin
extenderse a otra cosa; y ms siendo los duelos, que tal vez se mueven entre
los que se desvelan sobre los libros, no slo com unes, sino tam bin lcitos y
aun necesarios; pues, asistindoles slo ei entendim iento, casi siem pre le
granjean a la literaria repblica m uchas verdades.
314. Protesto, delante de Dios, haberm e precisado y aun com pelido el
reverendo padre a tom ar la p lu m a en la mano para escribir este libro ,
dicindom e, cuando se dign de regalarm e con su Exposicin astronm ica, no
m e faltara qu escribir y en qu ocupar el tiem po si lo leyese, como en el
nmero 4 qued apuntado. A s lo he hecho por parecerm e el que no slo a
m , sino a m i patria y a m i nacin, desacreditara con el silencio, si
calificndom e por de trabajoso juicio y objecionndome el que slo estando
enamorado de las astrosas lagaas y oponindome al universal sentir de altos y
bajos, nobles y plebeyos, doctos e indoctos, pude decir lo que de los cometas
en m i M a nifiesto filo s fico se contena disim ulase con tan no esperada
censura, supuesto que d iran , y con razn, cuantos leyesen su escrito, tenan
los espaoles en la U niversidad M exicana por profesor pblico de las
m atem ticas a un hombre loco y que tena por opinin lo que nadie dijo.
31 5. Si alg n escrupuloso m e objecionare el que yo quise hacer m o el duelo
que era com n, siendo constante no haber expresado ei reverendo padre m i
nombre en su Exposicin astronm ica, no tengo otra cosa m s adecuada que
responderle, sino que nadie sabe m ejor dnde le aprieta el zapato que quien lo
lleva; y pues, yo aseguro el que yo fui el objeto de su invectiva, pueden todos
creerme el que sin duda lo fui. N i im porta el que callase m i nombre, pues,
como a ll en Rom a le suceda a Horacio en el libro C arm ina: Pues soy
sealado por el dedo de los tran sen tes, de la propia m anera con cuantos han
ledo en M xico la obra del reverendo padre me sucede a m .
316. Para que quedem os reconciliados y am igos y se term ine de una vez esta
controversia, quiero concluirla con las m ism as palabras con que el em inen t
simo filsofo Pedro Gassendo respondi al no menos docto m onsiur Descartes
y que se leen en sus obras: Q uisiera que tomaras las cosas en tal forma q u e, si
fue dicho por m algo dem asiado acerbo, lo atribuyas a la ingenuidad con que
cre que poda yo seguir la norma im puesta por ti. Y si casualm ente se desliz
algo que consideres reprobable, hay razn para que m e lo perdones, como
cosa aprobada prim ero por tu propia actitu d . Soy de tal ndole que por
naturaleza y aplicacin me inclino a la suavidad de costum bres; mas me
368
32 7. N o apoyo el que a las reglas de los antiguos, 'excluidas siem pre las
supersticiones condenadas por la Iglesia, en todo lo dem s se les haya de dar
el crdito que sus axiomas refieren, porque no ignoro que muchas cosas
ensearon sobre fundamentos dbiles, y que, despus de fundadas, aunque
gen tiles, confesando la insuficiencia hum ana, a Dios solo dejaron la verdadera
in teligen cia de lo futuro; Sneca dijo: Los dioses solos saben lo futuro, y
Ptolomeo en el C entiloquio: Las cosas que enseo a los hombres son
interm edias entre lo necesario y lo posible. Pero no niego que en cnanto a lo
lc ito , en lo gen eral, se siguen con aprobacin sus axiomas en los juicios de lo
n atural, cuyas principales bases son la experiencia de los sucesos y tradiciones
de los prim eros tiem pos.
32 8. En cuanto a las observaciones del autor del cam ino de este com eta por
las constelaciones que refiere, sern conformes a lo que indica la inspeccin
del globo celeste, aunque no bastantes para sacar la efem rida de su
m ovim iento diurno y lu gar con la precisin que esta m ateria requiere para
que tengan el aplauso de los m atem ticos de Europa. Si se han hecho otras
ms cum plidas, siem pre Ies daremos la estim acin que mereciere su exactitud
para lustre y progreso de la astronom a, etc.
cuanto era necesario para ad quirir con experiencias ciertas, largos discursos y
especulaciones p rolijas, no ya una, sino las ciencias todas; o porque, no siendo
posible que con solas las fuerzas de la naturaleza consiguiese la verdadera
ciencia de las cosas, sin que por lo lim itado de la hum ana capacidad se
perjudicase con muchos errores y engaos, era cuidado de la Providencia
divin a criarlo de tal manera perfecto que pudiese conocer todas las verdades
naturales sin error alguno; o porque, habiendo de ser Adn maestro del resto
de los hombres, no slo en las cosas pertinentes a la fe y a la religi n, sino en
las naturales, que siem pre nos haban de ser necesarias, aun en el feliz estado
de la inocencia, no era justo las ignorase; y otras razones que pueden verse en
cualquier autor que tratare de esta m ateria.
331. Siendo, pues, indubitable todo lo dicho, quin d ir el que ignor
Adn la astronom a? Grande autoridad es la de G elaldino, citado del erudito
padre Atanasio Kirchero en el Edipo egipcia co: A dn instruy a su hijo Set, y
existi en l y en sus hijos la profeca, y traz Dios sobre l veinte y nueve
pginas; y lo sucedi su hijo Cainn y a Cainn M ahaliel, y a M ahaliel su hijo
Y ared, y recibi de l la instruccin, y le ense todas las ciencias y las
historias que sucederan en el m undo, y ejercit la astronom a, la que
tam bin aprendi de los libros que le transm iti a l A dn, su padre; sobre l
la p az. Y no menos buena, entre m uchsim as que pudiera citar, la del padre
Sherlogo en D ioptra A n tiquitatum H ebraicarum : En esta discip lin a (habla de
la astronom a) sobresalieron A dn, prim er padre de los m ortales, Set, No,
A braham , Jos y los mejores de los patriarcas; por tanto, bajo estos lm ites
debe ser abrazada y venerada. Pero inm ediatam ente prosigue: M as en
cuanto que avanza en lo prctico ms all del conocimiento de las cosas
siderales, esto es, a aquella posicin en que pretende ser adivinatoria,
ju d iciaria y pronosticadora, puesto que desva el conocimiento sobre las
relaciones y naturaleza de las constelaciones a este fin, a saber a que por los
m ovim ientos de los mundo y por los aspectos de los astros prediga los sucesos
futuros en el mundo inferior, debe ante todo ser evitada.
332. O tras muchas autoridades, si fuera necesario, pudieran traerse para
apoyar esto ltim o , que es ser detestable la astrologa y que quizs por eso no
la practicaron los patriarcas que expresa; pero baste la referida por todas,
m ientras doy algunas razones que lo corroboren, siendo entre todas la ms
considerable el haber ignorado Adn la naturaleza de las estrellas, por lo cual
no les puso nombres, reservndose Dios a s esa providencia: Q uien numera
la m u ltitu d de las estrellas y a todas ellas pone nom bres. El, que no slo
sabe el nmero excesivamente grande de las estrellas, sino que les da el
nombre acomodado a sus propiedades. Y esto le pareci a David cosa tan
grande que de ello sac motivo para engrandecer el dom inio, la virtud y la
sabidura divina: G rande es el Seor N uestro y grande su poder y para su
sabidura no existe lm ite .
373
349. Doyle tam bin que estas observaciones no hayan sido tan crasas y
supinas como se ha dicho, sino en todo exactsim as y perfectas, tenindose
respecto en ellas al signo ascendente, al alm uten de la figura o planeta
predom inante, a los lugares de los restantes en el Zodaco y a cuantas otras
cosas se reputan hoy necesarias para juzgar las m udanzas del aire en la
revolucin del ao, en la entrada del Sol en los puntos cardinales o en las
lunaciones de cada mes; y que mediante ellas conocieron lo helado de Saturno,
lo fogoso de M arte y as de ios dem s planetas y estrellas las cualidades.
D oylo, advirtiendo que doy en ello mucho ms de lo que m e pueden p edir, y
en retorno de lo que doy, quisiera saber: Qu observaciones son stas? En
qu libros se hallan? Qu autores las refieren?
35 0. D irnm e que son las de los antiguos egipcios y caldeos que las refiere
Ptolomeo y que se hallan en su C uadripartito, como se deduce del libro I. No
m e satisfago con la respuesta, porque en el citado captulo slo se trata de los
fines, segn la distribucin de los egipcios y caldeos; y si todas las
observaciones a ll contenidas fueran las de stos, quin duda que en otras
partes lo expresar as Ptolomeo? Instarnm e que cuando as no sea, que basta
la autoridad de Ptolomeo, que las refiere, para tenerlas por ciertas, ajustadas
y perfectsim as.
25 1. O h, santo cielo! Es posible que C laudio Ptolomeo, autor del
A lm agesto, prncipe de la astronom a, aqul que en el captulo I de esta grande
obra dice haberse aplicado al estudio y especulacin de las m atem ticas por la
indefectibilidad de estas ciencias, y no al de la teologa y filosofa, por tener
una y otra por fundamento las congruencias y conjeturas, aqulla por lo
incom prensible de la naturaleza divin a, que es su objeto, y sta por la instable
y no bastantem ente averiguada m ateria de lo que trata: Porque, en efecto,
de aq u entendim os que los dos gneros de contem placin pueden llam arse
ms bien con el nombre de conjetura que con el de ciencia suficientem ente
cierta, siendo lo teolgico incom prensible y pudindose apenas conocer lo
natural a causa de la inseguridad de su m ateria, y por ello pensamos que
nunca pudieron haber estado de acuerdo los que filosofan!. Es posible
vuelvo a decir que ste dedicase su v igilan cia y consumiese el preciossi
mo tesoro de muchas horas en escribir de la astrologa, cosa que carece de
fundam ento, de reglas cientficas, de acolutha!
35 2. Crean esto otros, que yo no quiero, por estar m u y de parte de Abraham
A benezra,78 donde niega ser composicin y trabajo de Ptolomeo el C uadripa r
tito: A s pues, una generalidad te d igo , que todas las disertaciones que
encuentras de Ptolomeo donde habla de los crculos son autnticas y ningunas
otras ms son de l; pero los juicios no son acordes con su cien cia. Y lo
m ism o A b dilazi en su A lcabitzio o Introductorio, cuando, hablando de varios
Ptolomeos, d ijo: D e los cuales un Ptolomeo fue el que sac a la luz el libro
380
d el A lm agesto acerca de la causa del m ovim iento del crculo y cuanto hay en l
de los planetas. Y otro de ellos sac a la luz el libro D e los ju icio s d e los astros,
atribuyndolo a Ptolomeo, autor del A lmagesto-. Y aun del m ism o sentir me
parece Lucas Gaurico en la prefacin a D om ingo P a la vicin o: M as, si acaso
escribi los cuatro libritos de los Apostelesmas y los C ien aforism os tam bin, y si
fue uno de los reyes egipcios no me atrevera a afirm arlo.
35 3. Pero doy que sea de Ptolomeo, autor del A lm agesto, el C uadripartito, y
por serlo pregunto: qu autoridad es la de este libro? D galo Abraham
Abenezra en el L iber N a tivita tis: Y yo te prevengo para que no te apoyes
mucho en las afirm aciones de aquel libro, pues no hay en l valor algu n o . Lo
propio d ijo antes A lbum azar, y contra lo que ste escribi dijo Abenezra otro
tanto y , reprobando las observaciones de los antiguos, qu no dijo Cardano
en general contra todos? Q uin ignora haber afirm ado Ju lio Frmico
Materno que sus observaciones eran certsim as y no sabidas de los antiguos
griegos? A lbum azar de las suyas dice lo propio, y lo propio de las suyas Aben
R agel, Guido Bonato, G aurico, Pontano, Ju n tin o de que se infiere (aun en el
sentir de los mism os astrlogos) el que ningunas de estas observaciones son
legtim as y corrientes por la m utua disconveniencia de unos y de otros.
354. No puedo aqu contenerme sin que d iga lo que de todos los astrlogos
antiguos dijo Cardano, libro D e lu d iciis G eniturarum : De aqu se m anifiesta
la causa por la cual antes de nosotros nadie afirm nada rectam ente sobre estas
cosas, pues es un asunto m uy laborioso y ellos quieren con un leve trabajo
realizar una empresa enorme. De aqu tam bin se m anifiesta la causa por la
que inventaron tantas tonteras, especies, figuras, novenarias, porque no
podan satisfacer a tantas cosas que le suceden al hombre slo con la posicin
de los siete planetas, por lo cual inventaron estas ficciones. Y de dnde
sabremos que lo de los antiguos es lo fingido y no lo que nuevo invent
Cardano? El m ism o dice: Es m anifiesto que la astrologa est formada por
una ciencia m eticulosa de los m ovim ientos y por la filosofa natural; y como
la m ayor parte no tienen ni una ni otra, y antes de ahora nadie tuvo am bas, no
es nada de adm irar que nuestros predecesores hayan agregado infam ia a este
arte.
355. Luego, si antes de los tiem pos de Cardano nadie supo cientficam ente la
astrologa y lo que l supo de ella fue tan escogido y selecto que, as el
C oncilio de Trento, como el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisicin de
Espaa, mand recogerlo y suprim irlo para que no corriese, qu podemos
d ecir?, sino que as como en su concepto todo lo de los antiguos fue disparate,
lo suyo pareci mucho peor a los que mejor que l sintieron y no pudieron
errar. Pues, aun aade ms el bien Cardano: Los antiguos escritores de esta
arte la trataron tan supuesta y superficialm ente que en sus libros puedes
encontrar ejemplos que la ley de los astros no adm ite, por lo cual no slo es
381
conveniente huir de ellos, sino que quienes se figuran estar apoyados en sus
libros, ignoran el arte y la m ayora de ellos sin sicofantas.
356. Q u direm os, pues, de las experiencias y observaciones de Set, de
N o, de A braham , de los antiqusim os egipcios, de los caldeos, que sirvieron
de fundam ento a la astrologa? Cules son? Qu autor las refiere, cuando
cada uno para calificar de verdaderas las suyas condena las ajenas de
m entirosas? Q u es, pues, lo que se debe inferir?, sino que todas son
supuestas, falsas, ridiculas, despreciables, y la astrologa invencin diablica
y , por el consiguiente, cosa ajena de ciencia, de mtodo, de reglas, de
principios y de verdad, como se vio obligado a confesar uno de sus mayores
patrocinadores, Cornelio G em m a en C osm ocritices: 'D e ningu na m anera
suprim o el arte, sino que lo hago ms divino de lo que piensa el vulgo
profano, tomando ocasin de los impostores y pronosticadores (habla aqu no
de los que tratan los futuros dependientes del albedro, sino de los que
previenen las mudanzas del aire y io consiguiente), pues no hay nada ms
insulso que sus ingenios, nada tan ridculo como sus reglas, nada tan
insoportable como sus vaticinios por cuanto tratan enteram ente sin m todo y
con manos sin lavar una cosa sagrada.
35 7. Pero quin m ejor que el padre A lejandro de A ngelis com prendi todo
esto?, echndole herm ossim a clave al edificio que levant contra la astrologa
en In A strologiam C oniecturalem : N o tom a el cam alen tantos colores, cuantas
formas tom a la astrologa por el lu gar en que aparece, por el autor, por el
tiem po. U na es entre los hebreos, otra entre los caldeos; entre los egipcios
una, entre los persas otra. De todos stos disienten los rabes A lbum azar,
Abn Rodon, A tam ar, M azanalla, Zachel; ni a los rabes aprueban los
griegos, ni a los griegos los latinos. Contra los antiguos astrlogos se levanta
Ptolomeo A lejandrino; a ste refuta A lbum azar; contra ambos disputa
Abenezra; a todos los viejos rechaza Cardano en el libro D e lu d iciis
G eniturarum , en el libro D e R evolutionibus, en el libro D e R estitutione
Tem porum . Contra Cardano escriben todos los modernos, Tycho B rahe, en el
libro D e N ova S tella , no duda en llam ar por una parte a este hom bre,
ignorante de la astrologa que pregona y , por otra, a sus observaciones,
rid iculas. De B ellantio disiente M icael de Petra Santa; de ste, Francisco
Ju n tin o , e tc . . Estas, pues, son las observaciones a que debe la astrologa el
realce de su grandeza y esto es lo que no ignoraba cuando d ije saba los
fundamentos dbiles sobre que levantaba su fbrica.
358. Por ventura, si yo quisiera probar que cuantas observaciones se
contienen hoy en los libros son supuestas, quim ricas y fantsticas, porque ni
Cardano, ni A lbum azar, ni Ptolomeo, ni los caldeos, ni ios egipcios, ni
A braham , ni No, ni Set, ni Adn (hablando en trminos naturales) pudieron
observar las naturalezas, influencias y virtudes de los planetas, y por el
382
junio. Ac los caniculares (esto es, el tiem po de mayores calores) son por
m ayo y nos remos del orto de la cancula por la m ucha hum edad que
entonces hay; a ll a cualquier hora son las lluvias, ac lo m s ordinario es por
las tardes y , en las tierras calientes, de noche; y si atiendo a m is experiencias,
ms parece que se alteran ac los elem entos con los aspectos de trino que all
con las oposiciones, cuadrados y conjunciones y , finalm ente, raras veces
concuerdan las mociones sublunares con los aforismos del orbe viejo.
3 69 . Luego, si para pronosticar en lo meteorolgico de una cosa tan ridicula,
como es si ha de llover o no, si har fro o calor, e tc ., no sirve de cosa alguna
la astrologa, qu ser en las cosas de ms m om ento que los cometlogos nos
anuncian, y don M artn de la Torre entre ellos? Adese a io de arriba lo que
al principio deb a decirse, y es que el vario sitio y disposicin de las
provincias y su m ism a naturaleza frustra de ordinario los celestiales influjos.
Qu dijeran los antiguos si supieran que en las costas del Per, siendo esto
en las Punas o Andes, que son los montes que en cordillera corren casi de
norte a sur, es invierno, y en las tierras interm edias, con solas diez leguas de
diferencia, en partes se nota otro tem peram ento! Por ventura no se
expondra a errar el que en esos llanos, por haber advertido en el cielo
configuracin que denote lluvias y tem pestades, las pronosticase, cuando a ll
jam s esto sucede, aunque sea en las fortsim as aperciones de M arte y V enus,
y de M ercurio y J p ite r, pues la disposicin de los montes que im piden a los
vientos se opone a todos los influjos de los cielos? Luego, aunque fuera verdad
haber hecho observaciones el m ism o Adn y que se conservasen hasta estos
tiem pos, de qu le serviran en general a la astrologa?, no siendo
acomodados a todos los clim as y paralelos.
37 1. No hay mayor argum ento para convencer al que lo negare que ponerle
un telescopio o anteojo de larga vista en las manos para que en el globo de la
Luna (no sin adm iracin) contem ple mares inmensos y dilatados, islas,
prom ontorios, valles, cerros, y aun ms em inentes que los nuestros; en
J p ite r las celebradas fajas desiguales en luz y paralelas a los planos de la
eclp tica; en M arte una (al parecer) profundidad obscursim a; en Saturno la
diform idad basta y horrorosa de su cuerpo, si ya no es ser efecto de su
d istancia; y aun en el Sol, fuente y principio de toda luz y resplandor, se
advertirn las luces vivsim as, que llam an fculas, y las denegridas manchas
que entre su cuerpo y nuestra vista se interponen, que no son otra cosa que
nubes denssim as y humos crasos y pinges que derram a por la inm ensidad
grande de su atmsfera, y de donde, en opinin del eruditsim o filsofo y
m uy excelente m atem tico, el reverendo padre Eusebio Francisco K ino, de la
Com paa de Jes s, reciben su abolengo los cometas. Todo lo cual convence
la corruptibilidad de estos cuerpos y prueba la heterogeneidad de sus
p artes.80 Luego, siendo esto cierto (como lo es), de ello se concluye con
evidencia que la Luna, verb i g r a tia , no puede ser absolutam ente hm eda y
clida, por no ser posible el que las partes heterogneas y disim ilares que la
componen sean heterogneas y concuerden en aquella precisa cualidad que a
cada uno de los planetas atrib uye, individua y no confundible con la de otro,
la astrologa.
372. Tam bin se ha advertido que los planetas, menos la Luna, que se
colum pia (esto significa el verbo latino oscillo) fuera de su m ovim iento por el
Zodaco, tienen otro p articular con propio perodo sobre su centro para que, a
beneficio de esta circulacin (como m edita Kirchero en su Itin era rio y
B ullialdo en su A stronoma:), influyan a la T ierra tan diversam ente cuanto son
ms heterogneas sus partes y , por el consiguiente, sus propiedades. Luego,
si stas se ignoran (y siem pre se ignorarn) y los perodos de aquellas
evidentes giraciones de los planetas an no los han definido los m atem ticos,
qu direm os de la astrologa, cuando toda su certidum bre consiste en que
esta y aq uella estrella sea de esta o aquella calidad?
37 3. N i es de menos consideracin la advertencia de los cuatro planetas que
andan alrededor de J p ite r, al de Saturno uno, que descubri Cristiano
H ugenio, y al del Sol, M ercurio y V enus; y an quiere el padre Kirchero que
sea lo m ism o en muchas de las fija s,81 no para otra cosa, sino para que con su
vario sitio varen ia calidad del principal globo que circun giran . Y aunque yo
le d a don M artn el que cada planeta tiene una sola y propia cualidad, sola
una Inteligencia pudiera saber perfectamente la astrologa. No se har d ifcil
de creer esto al que con el arte com binatoria hallare que las variaciones entre
solos los planetas y la T ierra son 4 0 2 ,3 6 4 .3 6 8 ,0 0 0 ; y si para cada una de
estas variaciones hubiese un aforismo y cupiesen en una hoja 500 (que es
im posible) y se redujesen a libros de a 1000 hojas, que son dem asiadam ente
387
377 . D ecir que las influencias y virtudes celestes son causas determ inadas de
los futuros, como ham bres, fertilidades, pestilencias, es punto que pide larga
ventilacin y tendr en lo de adelante proporcionado lu gar; y as, om itindolo
por ahora, paso a ponderar otra contradiccin e inconsecuencia notable. Dice
don M artn que no apoya el que a las reglas de ios antiguos se les haya de dar
el crdito que sus axiomas refieren, porque muchas cosas ensearon sobre
fundamentos endebles, y luego inm ediatam ente dice que no niega que, en
cuanto a lo lcito , en lo general se siguen con aprobacin sus axiom as en los
juicios de lo n atural, cuyas principales bases son la experiencia de los sucesos
y tradiciones de los prim eros tiem pos. Si esto es verdad, no lo ser lo prim ero;
ni s yo cmo puede uno seguir con aprobacin los axiom as de los antiguos
astrlogos, cuando l mism o dice que no los apoya por carencia que tienen de
fundamento. Si ya no es que responde que reprueba los que de l carecen y
que adm ite los que le tienen sea as, aunque no se infiere esto de la precisa
form alidad de ias dos proposiciones, y dganos cules de los axiomas y
aforismos astrolgicos lcitos son los ciertos, cules los falsos, y por tanto
beneficio le levantaremos estaturas honorarias para perpetuidad de su fama y
para inm ortalizarle su nombre.
378. En estas dos proposiciones dice que slo habla de lo lcito y perm itido,
y que la ltim a sirve de solucin a las preguntas que hago. M is preguntas en
el M a nifiesto filo s fico son las siguientes: Por ventura habr alguno que afirm e
habrsele revelado que, cuando el cometa fuere oriental, se han de rebelar
contra los prncipes sus vasallos, y si occidental, le han de mover la guerra los
extranjeros? Y que no habl yo en ellas de aquella parte perm itida de la
astrologa que trata de las mudanzas del aire, sino de la ilc ita y prohibida que
pronostica de los futuros dependientes de ia voluntad de los hombres, es tan
evidente como lo es el mover guerras y rebelarse los vasallos contra sus reyes
es acto puram ente libre y dependiente del albedro.
379- Veamos ahora cmo puede servir de solucin a m is preguntas esta
respuesta, advirtiendo que dar solucin a una duda, no puede ser sino es
quitando los perjuicios sobre que estriba lo falso y manifestando la verdad que
se oculta entre lo dudoso. Luego, si lo que me causaba la duda era el que
ignoraba cmo podan saberse sin p articular revelacin sino por medios
que se quiere decir ser lcitos algunos futuros en que el albedro interviene;
y si a esta m i duda se le da por solucin el que los axiomas de los antiguos en
esta m ateria son verdaderos, quin duda que querer facilitarm e don M artn
m is d ificultades, es porque juzg verdadero lo que yo im posible?; y si no es
esto aprobar lo que yo repruebo, sino hablar en trm inos de lo lcito , cmo
dice que satisface a m is preguntas, cuando teniendo stas por objeto de la
im posibilidad de lo reprobado, me responde con lo que no es esto, sino otra
cosa que en su sentir es corriente? A firm ar que yo le respondera lo propio, si
me preguntase quin m e revel lo que a ll expresa, es favorecerme con pensar
389
en su A stronom a reform ada; y para saber lo que de esto tena el com eta, cuando
lo observ: sea, en la presente delincacin, el polo de la eclp tica N , el lugar
de la precedente P, el de la subsecuente O , el del com eta C. Jntense estos
extrem os con arcos de crculos mxim os y resultarn dos tringulos, el
prim ero O N P y el segundo C N O , para cuya fcil solucin juntando C P
con la lnea C P, que por excusar lneas servir (aunque no lo es) de
perpendicular m utuo a uno y otro trin gu lo, se dispondr as:
O N P
O N
P N
P N O
P N
90 0 0
1 0 2 8
64 4 5 0
N R
O N
N R
64 4 4 4 7
65 9 0
64 4 4 4 7
quedar
Seno
Seno
T angente
R
O
R
P N
O
R
N
O
T angente
PO N
24
24
64 4 4 '
Io 0
66
393
13
13
47
28
17 5 5
C .L .
0 .0 0 0 0 0 0 0
9 -9 9 9 9 3 3 0
10.3 2 6 3 9 8 0
1 0 .3 2 6 3 3 1 0
C .L.
2 .1 5 5 8 7 7 5
9-9563741
8 .2 4 5 2 8 6 1
10.3 5 7 5 3 7 7
PO N
P N
O N P
66 17 55
64 4 5 0
1 0 ' 2 8
Seno
O P
59' 4 3
C . L.
0 .0 3 8 2 6 9 2
9 .9 5 6 3 8 7 0
8 .2 4 5 2 1 8 8
8 .2 3 9 8 7 5 0
Luego, si C O eran 9 partes de las que O P son 10, constara el arco entre
el com eta y la subsecuente de 53 4 5 ; pero, habindose observado, no slo de
9. sino de algo m s, con seguridad se puede poner de 54 y es ms preciso.
CO N
C O
O R
O N
O R
90 0 0
23 4 2 5
54 0
49 26
65
9 0
49 26
quedar
Seno
Seno
T angente
R N
R N
O R
CO N
64 19 3 4
64 19 3 4
49 26
23 4 2 ' 5
T angente
C N O
24'
C. L.
0 .0 0 0 0 0 0 0
9 .9 6 1 7 3 0 8
8 .1 9 6 1 5 5 6
8 .1 5 7 8 8 6 4
C. L.
0 .0 4 5 1 4 3 0
8 .1 5 7 5 5 5 1
9 .6 4 2 4 6 2 7
7 .8 4 5 1 6 0 8
------ 7
----------------
MV
M A W V ltW lU
v iV
d v
acaban de h allar, por haberse observado ms oriental el com eta, se hall ste a
la 7 p.m* del d a 3 de enero en 20 2 4 51 de A cuario en el m eridiano de la
ciudad d e M xico.
394
C N O
C O
CON
Seno
C N
24
54
23 4 2
2 .1 5 4 8 6 8 7
8 .1 9 6 1 0 2 0
9 .6 0 4 1 9 3 5
64 24 38
9 .9 5 5 1 6 4 2
C .L .
Siendo el com plem ento del arco C N 25 3 5 2 2 , otra tanta fue la latitu d
boreal d el com eta a la m ism a hora. Esta observacin, por estar hecha con gran
d iligen cia y con instrum ento que no pudo engaarm e, la tengo por m uy
buena. Los logaritm os de las tangentes y senos pequeos se tom aron de las
Tablas de Cavalerio, que son m uy precisas, por estar por segundos al
principio y fin del cuadrante. Y si estas m ism as calculaciones se hicieren por
las tablas com unes, habr algun a diferencia, porque los senos y tangentes no
crecen regulares al nmero sexagenario.
Observacin de 8 de enero
S P M
S P
90 0 0
5 5 4 3 0
58 5 1 4 0
T angente
Si de
se restare
O P
M P
O P
58 4 3 3 3
70 3 5 10
58 4 3 3 3
quedar
Seno
Seno
T angente
M O
M O
O P
S P M
51' 37
51' 37
58 43- 3 3
5o 54* 3 0
T angente
S M P
23 17
Seno m xim o
Seno 2
T angente
C. L.
0 .0 0 0 0 0 0 0
9 .9 9 7 6 8 6 8
1 0 .2 1 8 8 4 4 6
1 0 .2 1 6 5 3 1 4
11
11
C. L.
0 .6 8 7 1 3 3 9
9 .9 3 1 8 1 0 1
9 .0 1 4 8 8 5 1
9 .6 3 3 8 2 9 1
S M P
S P
S P M
Seno
S M
23 17 6
58 51 4 0
5 5 4 3 0
12
C. L.
52 4 1
0 .4 0 3 0 6 7 7
9 .9 3 2 4 3 1 3
9 .0 1 2 5 7 1 9
9 .3 4 8 0 7 0 9
C S
M C
M S
9o 3 2 0
9o 3 4 0
12 5 2 4 1
C L. 0 .7 7 9 3 8 1 8
0 .6 5 1 9 2 9 1
31 58' 4 1
15 59 20
6 39
M S
3o
M C
6 2 5
8 .7 3 4 5 3 9 3
20
9 .0 4 8 6 5 2 5
Sum a de logaricmos
19-2145027
Arco de la m itad
de esta suma
Su duplo es el ngulo
Rstesele
S M C
S M P
23 52 4 5
47 4 5 30
23 17 6
Y quedar
P M C
24 28' 24
9 .6 0 7 2 5 1 3
C M P
C M
90 0 0
24 2 8 2 4
9o 3 4 0"
M O
M P
M O
8o 4 3 15
70 35 10
8o 4 3 15
quedar
Seno
Seno
Tangente
O
O
M
C M
p 61 51
p 61 51
o 8o 4 3
p 24 2 8
Tangente
M P
55
55
15
24
4o 28 29
397
C. L.
0 .0 0 0 0 0 0 0
9 .9 5 9 U 4 8
9 .2 2 6 7 0 0 4
9 .1 8 5 8 1 5 2
C. L.
0 .0 5 4 6 0 9 6
9 .1 8 0 7 5 7 0
9 .6 5 8 1 6 8 1
8 .8 9 3 5 3 4 7
M P C
M C
C M P
4o 2 8 2 9
9o 34' 0
24 2 8 2 4
Seno
C P
61 5 6 30
C. L.
1 .1 0 7 7 9 8 9
9 .2 2 0 6 1 8 2
9 .6 1 7 2 8 3 1
9 .9 4 5 7 0 0 2
390 . Conseguirse esto m ediante las dos observaciones antecedentes, que son
m u y precisas; y para ello , sea E C en esta figura una porcin de la eclp tica y P
su polo, sea H C la rbita del com eta, X el lu gar en que respecto de T se vio a
3 de enero y H el que respecto de O se observ a 8del m ism o.
H P X
H p
90 0
0
24 9 24
61 56 3 0
T angente
Si de
se restare
P z
P X
P z
59 4 2 2 7
64 2 4 38
59 4 2 2 7
quedar
Seno
Seno
T angente
X z
X z
P z
X p H
404 2 11
404 2 11
59 4 2 2 7
24 9 2 4
1.0862307
9 .9 3 6 2 4 3 0
9 .6 5 1 7 7 1 2
T angente
H X P
78
2 4 5
10.6 7 4 2 4 4 9
Seno m xim o
Seno 2
T angente
C. L.
0 .0 0 0 0 0 0 0
9-9 6 0 1 9 9 7
10.2 7 3 2 5 9 7
10.2 3 3 4 5 9 4
C. L.
90 0 0 por la construccin
25 3 5 22" latitu d del cometa en el da 3
78 2 4 5 igu al al ngulo H X P que se hall.
T X
C X T
90 0 0
25 35 2 2
78 2 4 5
C T
63 53 13
C. L.
0.0000000
9-6352451
10.6744021
10.3 0 9 6 4 7 2
C T
C X T
TX
63 5 3 13
78 2 4 5
25 3 5 22
Seno
T C X
28
399
3 4 0
C. L.
0 .0 4 6 7 5 8 8
9 .9 9 0 4 7 8 1
9-6352451
9 .6 7 2 4 8 2 0
O bservacin d e 15 de enero
39 1. Queda referida con todas sus circunstancias arriba en el nmero 257; y
estando el com eta 2 4 m s septentrional que 1a estrella y siendo la latitu d de
sta 25 42 10, sera la del com eta 26 6 10 . Veamos ahora 1o que sale por
el clculo; y para ello presupongo que, en este tringulo rectngulo, en E (por
cortarse aq u la eclp tica N E y el crculo de latitu d C E) se da el ngulo E N
C, latitu d m xim a del com eta, que se hall de 28 3 4 0 , y el lado N C, 66
3 8 2 8 , que es lo que d ista por la eclp tica el lu gar de la estrella de la cabeza
de A ndrm eda (que estaba en 9 53' 10 de A ries) de los 16 31 38 de
G m inis, en donde se corta la eclp tica y la rbita del com eta, y se busca por
el modo ordinario el lado E C.
Seno mxim o
Seno
T angente
T angente
90
0 0
38 2 8
28 3 4 0
E N
E N C
66
E C
26
4' 35
C. L.
0.0000000
9 .9 6 2 8 6 1 2
9 .7 2 6 7 9 1 0
9 .6 8 9 6 5 2 2
O bservacin d e 18 de enero
392. Continese sta en el nmero 258 y de ella se deduce que este da a las
estaba el com eta ms septentrional que la estrella luciente en la
8hs. 4 1 p .m .
400
E N
E N C
T angente
E C
90
59
28
0 0
7 1
3 40
24 35
C. L.
0 .0 0 0 0 0 0 0
9-9 335969
9 .7 2 6 7 9 1 0
9-6 6 0 3 8 7 9
6o 0
8 37'
0
0
12 52 4 1
C. L.
C . L.
0 .8 2 4 4 2 1 6
0 .6 5 1 9 2 9 1
27 2 9 41'
13 4 4 50'
M S
M C
9'
8 .1 8 0 9 5 9 5
7 50
8 .9 5 1 4 6 0 9
52
5o
18.6087711
Sum a de logaritm os
401
Arco de la m itad
de esta sum a
Su duplo es el ngulo
Rstese
y quedar
S M C
S M P
11 37 39
23 15 19
23 17 6
P M C
9 .3 0 4 3 8 5 5
1 4 7
E N
E N C
E C
90 0 0
87 2 8 5 4
28 3 4 0
28
17
C. L.
0 .0 0 0 0 0 0 0
9 .9 9 9 5 8 0 3
9 .7 2 6 7 9 1 0
9 .7 2 6 3 7 1 3
O bservacin d e 10 d e enero
39 4. V iernes, 10 de enero, a las 8hs. 2 3 se hall el com eta en una m ism a
ln ea con M arkab y Scheat perfectsim am ente. D istaba de M arkab 9o 18 y de
Scheat 3o 3 5 ; luego, estaban en un m ism o crculo m xim o, pues la distancia
entre las dos estrellas es 12 5 2 4 1 . Es nuevo este problem a y por ahorrarle
trabajo al componedor, abrevio su resolucin as:
402
Seno m xim o
Seno 2
T angente
C M P
C P
90 0
23 17
9018'
T angente
Seno
Seno
Tangente
M
H
M
C M
8 33' 15
62 1 55
8 3 3 15
23 17 6
9 .1 7 7 3 0 0 7
0 .0 5 3 9 3 6 4
9 .1 7 2 4 4 0 3
9 .6 3 3 8 2 9 1
Tangente
C P M
8 4 3
8 .8 6 0 2 0 5 8
H
P
H
P
0
6
0
C. L.
0 .0 0 0 0 0 0 0
9 .9 6 3 1 0 2 7
9 .2 1 4 1 9 8 0
C P M
C M
C M P
Seno
C P
40 8 4 3
9018 0
23 17 6
62
C. L.
1.1409487
9 .2 0 8 4 5 1 6
6 .5 9 6 9 3 2 4
9 .9 4 6 3 3 2 7
E N
E N C
E C
90 0 0
83 20 11
28 3' 4 0
27 54
C. L.
0.0000000
9-9 970562
9-72 7910
9 .7 2 3 8 4 7 2
O bservacin d e 2 0 d e enero
395 . H aber errado el escultor 8
6la figura de su demostracin es causa de no
ponerla, sino en compendio. Lunes, 20 de enero, a las 8hs. 16 p .m . distaba
403
404
N O TAS
! En las dos ltim as dcadas del siglo XVII dos cosmovisiones radicalm ente diferentes
dieron origen a ia crisis de la conciencia europea, y en la capital virreinal esta lucha precipit
la famosa justa comtica, cuyos protagonistas principales fueron Sigenza y Gngora y ei
famoso misionero europeo E. F. Kino. Sobre el famoso cometa escribi Jam es H. Robinson su
clsico T he G reat Comet o f 1680, a Study in the H istory o f R ationalism (Norrhfieid, Minnesota,
1916), en que reuni gran cantidad de opsculos. Importante para comprender ei nacimiento
de la ciencia moderna y la aportacin de don Carlos de Sigenza y su manifestacin en Amrica
es ei excelente esfudio de Elias Trabulse, C iencia y religin en el siglo XVH (Mxico: Ei Colegio
de Mxico, 1974).
Para esta edicin hemos consultado con provecho la edicin de Bernab Navarro, con una
presentacin de Jos Gaos, publicada en 1959 por el Centro de Estudios Filosficos de ia
Universidad Nacional Autnoma de Mxico. Para ia presente edicin hemos aceptado, salvo en
casos excepcionales, la lectura de B. Navarro, puesto que su criterio coincide con el nuestro.
Debido a ia cantidad de autores que cita ei autor, adems de la naturaleza cientfica de ia Libra,
nos hemos lim itado a identificar las obras y aurores ms significativos o los que puedan tener
inters para el lector.
2 A Sebastin de Guzmn, fiscal de la corte virreinal, le debemos haber salvado del
naufragio del olvido este escrito de Sigenza y Gngora, obra considerada la ms importante
dei ilustre polgrafo. Adems de este priogo, Sebastin de Guzmn escribi la acostumbrada
epstola dedicatoria, pero por ser d escaso inters no la incluimos. Este priogo, en cambio,
es un documento importante por ios datos bibliogrficos y ias notas sobre ia historia del texto y
la personalidad del autor.
3 Se refiere al aparte 318 del texto de la Libra astronm ica. En el libro se reproduce lo
esencial del Belerofonte, escrito que nunca se public y que nunca se ha visto. Sobre los libros
mencionados aqu, los biblifilos se han aprovechado de lo que escribe aqu Sebastin de
Guzmn. Vase Trabulse, pp. 187-88.
Como se ver en la Libra, ei autor alude a Coprnico, Galileo y Descartes, entre otros
muchos estudiosos de ia ciencia nueva. No llegamos a comprender cmo varias personas que se
consideran especialistas en la poca se empean en creer que los intelectuaes virreinales, como
don Carlos y sor Juana Ins, desconocan las teoras de sus contemporneos europeos.
5 Aparecen, en efecto, despus del prlogo dos aprobaciones y dos sumas de licencias
fechadas en 1682. En la aprobacin del rector de la Universidad, d o n ju n de Narvez, leemos:
en io astronmico y matemtico (aunque no es de mi profesin su examen) claro est que no
ha de ser inferior, siendo el maestro nico que hoy se halla y con los crditos que son notorios,
y el estilo es, no slo elegante y suave, sino eficaz y nervoso, ias autoridades sin violencia, las
razones metdicas y concluyentes, y la defensa natural y justa y, en ocasiones como sta,
obligatoria y precisa. Citando a San Jernim o, el rector cree que el triunfo de Sigenza lo es
para todos y siente orgullo que saque a iuz un hijo suyo, tan erudito, noticioso y elegante
lib ro ... para crdito de nuestra nacin (edicin de B. Navarro, pginas prelim inares 20-21).
405
Es curioso que la Libra astronm ica de don Carlos y la Respuesta de sor Juana Ins de la
Cruz, dos obras seeras del siglo XVII, se escribieran como defensa de los aurores. Si don
Carlos encabeza su tratado citando a San Jernim o (Epstoia 14 Ad. D . A ugustinuum , p. 704),
la monja jernima expresa el mismo sentim iento citando II Corintios, XII, 11: Vosotros me
obligsteis (Obras com pletas, IV, p. 444). En esto la L ibra, como la carta de don Carlos, escrita
en 1699, es la contraparte de la famosa Respuesta de sor Ju ana. Vase el prlogo de esta edicin,
p. 29.
7 Comprese lo que escribi sor Ju an a en su R espuesta: yo nunca he escrito sino violentada
y forzada y slo por dar gusto a otros; no slo sin compiacencia, sino con positiva repugnancia
Obras completas, IV, p. 4 44 , c f., p. 471).
8 Incluimos en el texto ias traducciones de las citas latinas. B. Navarro da ias citas
originales y su procedencia en las 360 notas al final de su edicin (pp. 198-224).
9 Sobre Eusebio F. Kino (1645-1711), vase el prlogo de esta edicin. Cf. H. E. Bolton,
R im o f C hristendom (Chicago, 1936), y Trabulse, C iencia y religin, p. 181, n. 1. Hemos
localizado cinco ejemplares de la Exposicin astronm ica del padre Kino.
10 D ependencia: algo que ver (Navarro).
n Sobre ei M anifiesto de Sigenza y ia Exposicin del padre Kino, vase Trabulse dd
20 .2 4 .
12 Del em inentsim o filsofo Pierre Gassendi (1592-1655) escribe Trabulse: es
indiscutible la influencia, an no suficientemente estudiada, de este autor sobre don Carlos, ya
que se ha tendido a estudiar el ascendiente de otros filsofos taies como Descartes, dejando a un
lado la influencia de Gassendi, esto quiz debido a que ni aun en Francia se ie ha prestado la
debida atencin a este notable filsofo. Apunta Trabulse que en doce ocasiones Sigenza cita
a Gassendi en la L ibra y a Descartes slo tres. C iencia, p. 203, n. 115.
15 P erju dicado: influido por el prejuicio, segn el sentido dado a perjuicio (Navarro).
Estas palabras, que se im prim ieron en letras cursivas, son las que ms ie ofendieron a
don Carlos. Lo que ievanr la tormenta fueron dos palabras escritas imprudentemente por
Kino.^ El jesuta, aunque no lo llam por su nombre, dijo que don Carlos tena 'trabajoso el
juicio . Este, indignado, sac a relucir la ofensa, citando, adems, otras frases de Kino que
consideraba como afrentosas Trabuise, p. 27.
15 Telogo roledano (1570-1649) y autor de varios tratados, entre los cuales: D plex
antidotus contra D plex V eneram... (Sevilla, 1657).
Orazio Grassi (1582-1654), jesuta italiano, famoso por su polmica con Galileo y autor
de Libra astronm ica a c philosophica qiia G a lila ei G a lila ei opiniones d e cometis a M ario G uidvcio in
F lorentia A cademia ex psitas... Pervsiae, ex typographia Marci N accarini, M .D CX IX , que
public con el nombre de Lothario Sarsi de Sigenza. Hay traduccin al ingis en C ontroversy o f
the Comets (Philadelphia, 1960).
17 A lias: en otra parte; es decir, en otras ediciones (Navarro).
18 Despus de una introduccin, el autor reproduce ahora ei texto dei M anifiesto.
Los antiguos filsofos dividieron todo el aire en tres esferas o regiones: prim era y
suprema llam aban a aquella que est prxima a la rbita de la Luna, vaca absolutamente de
exhaiaciones, o con algunas sutilsim as; ia nfima se consideraba aquella que, rodeando
prximamente el globo terrqueo, est ocupada por las exhaiaciones ms crasas y pesadas: por
lo que es ms densa y ms oscura, y adems ahora caliente, ahora fra en cuanto que es m irada
por el Soi, ya recta, ya oblicuam ente; la media es ia que se concibe situada entre am bas. J . B.
D. de Gamarra, Elementos d e filo so fa m oderna, t. II, p. 225, n. 82 1 , citado por B. Navarro, p.
1 1 , n. a.
XJ Cuerpos elem entados: los cuerpos terrestres y sublunares, en cuya formacin y composicin
entraban los cuatro elementos, principios fsicos de todas las cosas (Navarro).
x Atanasio Kircher (1601-1680), matemtico alem n, a quien cita a menudo don Carlos.
En su testamento Sigenza don a los jesuitas el juego de las obras del padre Athanacio
Kirchero para que, con quatro que a m me faltan que hay en dicha librera de San Pedro y San
Pabio, quede cabal dicho juego. Con cargo que me han de entregar a m o a mi heredero veinte
y quatro tomos que aii es sobran de este juego . F. Prez Salazar, Obras, pp. 171-72. Cf.
Trabuise, p. 187.
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CRONOLOGIA
1645
Naci don Carlos en la capital virreinal de Nueva Espaa el 15 de agosto. En veinte de
agosto de 1645 con licencia del Cura Semanero Baptis a Carlos, hijo de don Carlos de
Sigenza y doa Dionisia de Figueroa; fue su madrina doa Ins de M edina y Pantoja, su
agela. Licenciado Sebastin G utirrez. (Libro 15 de bautismos, Sagrario Metropolitano
de Mxico). Don Carlos de Sigenza fue segundo hijo y primognito de nueve hijos.
Haba llegado a la Nueva Espaa don Carlos Sigenza y Benito, m adrileo, padre de
don Carlos, en la flota que trajo al nuevo virrey, el marqus de V illena. El padre de don
Carlos se cas en 1642 con doa Dionisia Surez de Figueroa y Gngora.
En la larga serie de m i linaje (que dar consecutiva y m uy condecorada desde ios
tiempos de tos seores reyes don Fernando y doa Isabel hasta el de m i padre, que fue
maestro dei serensimo prncipe don Baltasar Carios, y hasta ei mo) no ha habido en l
quien no haya sido muy servidor y fidelsim o vasaiio de los reyes nuestros seores; y
granjeando mis anteriores los puestos que han tenido, no en las Indias, donde poco es
mucho, ni haciendo viajes en que los lleven otros y que vuelvan luego, quedando
condecorados con sonantes ttuios, sino derramando su sangre y dando con prodigalidad su
vida por defenderles sus reinos. Luego yo, que soy heredero no tanto de sus mritos cuanto
de sus pundonores, por qu no haba de degenerar de quien soy con procederes ruines?
Sigenza y Gngora. Contestacin a don Andrs de Arrila (carta escrita en 1699 por don
Carlos, p. 20 de nuestra transcripcin del manuscrito guardado en la New York Public
Library).
1660
E 17 de mayo don Carlos fue al colegio de los padres jesutas en Tepotzotln, no
pudiendo ser noviciado hasta cum plir los quince aos ei da 15 de agosto.
1662
Hizo sus votos simples el 15 de agosto. Escribi su P rim avera indiana.
413
1668
Las prensas de doa Paula de Benavides dieron a luz la prim era obra de Sigenza y
Gngora. Su devocin a la Virgen de G uadalupe le haba inspirado un poema en el que
cant sus glorias y que escribi segn propia confesin antes de cum plir diez y siete aos,
seguram ente en ei noviciado de Tepotzotln, ai cual llam de acuerdo con ei asunto y con ei
estilo P rim avera in d ia n a . (Prez Saiazar, B iogra fa , p. 24).
Empieza don Carlos sus estudios sobre la antigedad mexicana, segn Sebastin de
Guzmn y Crdova, Priogo a ia Libra astronm ica y filosfica .
El 24 de juiio , Sigenza escribi ai general de ios jesutas, Ju an Pablo O liva, pidiendo
que se le volviera a recibir en ia Com paa, alegando su gran dolor y arrepentim iento. Su
expulsin definitiva lleva ia fecha de 15 de agosto, 1668.
1669
30
de marzo: el general de los jesutas en Roma contest a ia peticin de Sigenza,
aconsejndole que tratara lo de ser recibido otra vez en la Compaa con ei padre provincial
en Mxico, ya que el general necesita ms informacin antes de poder conceder esta gracia.
1670
Inicia don Carlos sus observaciones astronmicas.
414
1673
Se ordena sacerdote.
14 de diciem bre: se ausenta de su ctedra para viajar a Valladoiid, hoy da Morelia.
1675
P u b lic a u n lu n a rio .
Escribi Robles que el sbado 14 (de septiembre), dijo don Carlos de Sigenza que ha
de entrar la flota el lunes 16 en ia Veracruz, y as sucedi. (D iario, 1, p. 182).
Compuso ia inscripcin en latn que se encerr en la primera piedra del templo de
M ara Santsim a de Guadalupe en Quertaro, que estaba en vas de construccin, como
expresa Sigenza: se determin ei poner la primera piedra de los cim ientos... observando
el antiguo estilo de poner monedas y medallas de plata y oro, y en una lm ina de bronce la
inscripcin siguiente, que yo, im itando en algo el modelo de la antigedad venerable
dispuse, la cual en una cajuela de plomo, embebida en la prim era piedra del fundamento se
rem iti a la posteridad, como recuerdo gratsim o de la piedad presente (G lorias de
Quertaro, edicin de 1945, p. 25).
1676
Don Carlos vuelve a escribir el 20 de mayo al general de ios jesutas, pidiendo que se le
volviera a recibir en la Compaa. A esta peticin contest el general: En 30 de marzo de
1669 se respondi a una de 24 de julio de 1668. Agora responder yo a otra de 20 de mayo
de 1676. En entrambas muestra gran deseo de volver a la Compaa para asegurar su
salvacin; y en esta segunda significa ias comodidades que tiene all afuera y las que puede
esperar, siendo ya catedrtico en esa Universidad, etc. Mucho me ha edificado la resolucin
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1681
E1 13 de enero publica don Carlos su M anifiesto philosphico contra ios cometas, despojados
d el imperio que tenan sobre los tm idos para calmar los temores supersticiosos dei pblico y este
416
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418
419
1692
Fue ei ao de funestos acontecimientos, inclusive el aiboroto y motn de los indios de
Mxico el 8 de junio, en cuyos sucesos desempe don Carlos un papel heroico y de mucha
importancia como consta en su larga relacin dirigid a al alm irante Andrs de Pez con el
ttuio de A lboroto y m otn de los indios d e M xico e l 8 de ju n io de 1692. De este alboroto escribi
este compendio: Fue el tum ulto de Mxico a 8 de junio de 1692, domingo infraoctavo de
Corpus a las seis de ia tarde que prendieron fuego a Palacio y quemaron el balcn y las
audiencias y arm era y crcei toda. Y todas las casas del cabildo y todos los cajones que
haba en la plaza. Ei virrey se haiiaba en San Francisco a la procesin del Corpus; quedse
a ii aqueiia noche; y la virreina, que vena de San Cosme y desde la calle de San Francisco,
revolvi oyendo el tum ulto y ei fuego. Prendieron tambin fuego a ias casas del marqus,
pero viendo a ll se ataj. Sacaron el Santsimo Sacramento de la catedral, pero lo volvieron
luego, viendo tropel del tum ulto y violencia dei incendio que dur toda la noche. El da
siguiente fue ei arzobispo a San Francisco y ei conde de Santiago y trajeron al virrey a la
plaza a caballo. La virreina en coche. Furonse a las casas del marqus mientras se reparaba
el Palacio. Apeiotearon cuatro ei martes siguiente. El da 18 azotaron 20 y ahorcaron dos.
Psose la alhndiga en las escuelas. Levantronse las compaas de a 50 hombres. Ei
consulado con 500 hombres del comercio hizo guarda a Palacio. Levantse Tlascaia a 14 de
junio, sbado. Quemaron los indios las casas reales. Sosegse, quitando el gobernador
contra quien fue ei tum ulto. Despachse aviso a Espaa, que sali de la Vera Cruz a 5 de
octubre de 1692, en que fue un religioso observante, fray M iguel de Sasi, que volvi y
entr en Mxico en 23 de junio de 1693- Trajo ste aviso y orden de quitar ei pulque.
(N oticia cronolgica, f. 8 ).
Ai pubiicar O riental p la n eta evanglica de su to, Gabriel Lpez de Sigenza, escribi
sobre ei tum ulto: ia historia de Mxico, y anotaciones curiosas que haba sacado de papeles
antiguos m uy autnticos y de ios libros que sac la noche del rum ulto 8 de junio de las
casas del cabildo, donde ninguno quiso llegar, y slo con su esfuerzo y a peligro de su vida
y de otros que con l iban, gastando de su propio caudal noventa y cuatro y ms pesos para
dar a ios que con sogas subieron por ei baicn de dichas casas a sacar dichos libros,
librndolos del incendio; los cuales llevamos a su casa yo y los dems hermanos de mi ro,
de los cuales papeles que para la historia tena sacados de dichos libros algunos tengo en mi
poder, otros dio, y di yo, y con bastantes libros me hurtaron en su m uerte, y otras cosas; la
Relacin del tum ulto la tengo en mi poder, y otros cuadernillos de varios asu n to s...
(O rien ta lp la neta, pgina prelim inar 4 V). Francisco Prez Saiazar precisa ms lo salvado por
don Carlos y sus parientes: Entre los objetos que pudo saivar don Carlos se contaban los
retratos de los reyes don Fernando y doa Isabel, pintados en un cuadro m ural, y en ei otro
los dei emperador Carlos V y su padre, don Felipe ei Hermoso, ambos conservados
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421
422
423
424
B IB L IO G R A F IA
* Para una bibliografa puesta al da, vase I. A. Leonard, don C arlos d e Sigenza y
G ngora (Mxico, Fondo de C ultura Econmica, en prensa). Hasta que aparezca este
estudio, pueden consultarse con provecho, entre otros intentos, los de I. A . Leonard,
B ibliogra fa, y Jaim e Delgado, prlogo a la P ied a d heroica, ambos citados en nuestra
bibliografa.
I. O B R A S DE D O N C A R L O S
DE SIG E N Z A Y G N G O R A
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P a n egrico con q ue la m uy noble e im p eria l ciu d a d d e M xico a p la u d i a l excelentsim o
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r i t e r i o d e e s t a e d ic i n
IX
X X X II
r o n o l o g a
ib l io g r a f a
411
425
T IT U L O S P U B L IC A D O S
i.
SIMON BOLVAR
D octrina d el L ibertador
Prlogo: Augusto M ijares
Seleccin, notas y cronologa:
M anuel Pre2 Vita
2.
PABLO NERUDA
C anto G eneral
Prlogo, notas y cronologa:
Fernando Alegra
3.
JOSE ENRIQUE RODO
A riel-M otivos d e Proteo
Prlogo: Carlos Real de Aza
Edicin y cronologa: Angel Rama
4.
JOSE EUSTASIO RIVERA
La Vorgine
Prlogo y cronologa: Ju an Loveluck
Variantes: Luis Carlos Herrera M olina S J .
5-6.
INCA GARCILASO DE LA VEGA
Comentarios Reales
Prlogo, edicin y cronologa:
Aurelio Mir Quesada
7
RICARDO PALMA
Cien Tradiciones Peruanas
Seleccin, prlogo y cronologa:
Jos M iguel Oviedo
8
EDUARDO GUTIRREZ Y OTROS
Teatro R ioplatem e
Prlogo: David Vias
Compilacin, y cronologa: Jo rge LafForgue
9.
RUBEN DARIO
Poesa
Prlogo: Angel Rama
Edicin: Ernesto M eja Snchez
Cronologa: Ju lio Valle-Castillo
10.
JOSE RIZAL
N oli M e Tangere
Prlogo: Leopoldo Zea
Edicin y cronologa: M rgara Rusotto
11.
GILBERTO FREYRE
C asa-G rande y Senzala
Prlogo y cronologa: Darcy Ribeiro
Traduccin: Benjam n de Garay y Lucrecia
Manduca
12 .
15.
JOSE MART
N uestra A mrica
Prlogo: Ju an Marineo
Seleccin y notas: H ugo Achugar
Cronologa: C intio V irier
16.
SALARRU
El A ngel d e l Espejo
Prlogo, seleccin, notas y cronologa:
Sergio Ramrez
26.
Vtopismo S ocialista (1 8 3 0 -1 89 3 )
Prlogo, compilacin, notas y cronologa:
Carlos M . Rama
17.
ALBERTO BLEST GANA
M artn R ifa s
Prlogo, notas y cronologa: Jaim e Concha
27.
ROBERTO ARLT
Los Siete Locos/Los L anzallam as
Prlogo, vocabulario, notas y cronologa:
Adolfo Prieto
18.
ROMULO GALLEGOS
D oa Brbara
Prlogo: Ju an Liscano
Notas, variantes y cronologa:
Efran Subero
28.
L iteratura d el M xico A ntiguo
Edicin, estudios introductorios, versin de
textos y cronologa:
M iguel Len-Portilla
19.
MIGUEL ANGEL ASTURIAS
Tres Obras (L eyendas de G uatem ala, El A lhajadito y El Seor P residente)
Prlogo: Arturo Uslar Prieti
Notas y cronologa: Giuseppe B ellini
20 .
JU A N MONTALVO
Las C atilin arias y Otros Textos
Seleccin y prlogo: Benjam n Carrin
Cronologa y notas: Gustavo Alfredo Jcome
23-24.
Pensam iento P oltico d e la Emancipacin
Prlogo: Jo s Luis Romero
Com pilacin, notas y cronologa:
Jo s Luis Romero y Luis Alberto Romero
25-
29Poesa G auchesca
Prlogo: A ngel Rama
Seleccin, notas, vocabulario y cronologa:
Jo rge B. Rivera
30.
RAFAEL BARRETT
El D olor P araguayo
Prlogo: Augusto Roa Bastos
Seleccin y notas: M iguel A . Fernndez
Cronologa: Alberto Sato
31.
Pensam iento C onservador (1 8 1 5 -1 8 9 8 )
Prlogo: Jos Luis Romero
Com pilacin, notas y cronologa:
Jos Luis Romero y Luis Aiberto Romero
32.
LUIS PALS MATOS
Poesa Completa y Prosa Selecta
Edicin, prlogo y cronologa:
M argot Arce de Vzquez
33.
JO A Q U IM M . MACHADO DE ASSIS
Cuentos
Prlogo: Alfredo Bos
Cronologa: Neusa Pinsard Caccese
Traduccin: Santiago Kovadloff
34.
JORGE ISAACS
M ara
Priogo, notas y cronologa:
Gustavo M eja
35.
JU A N DE MIRAMONTES Y ZUAZOLA
A mias A ntrticas
Prlogo y cronologa: Rodrigo Mir
36.
RUFINO BLANCO FOMBONA
Ensayos H istricos
Priogo: Jess Sanoja Hernndez
Seleccin y cronologa:
Rafael Ramn Castellanos
37.
PEDRO HENRQUEZ UREA
Utopa de A mrica
Prlogo: Rafael Gutirrez Girardot
Compilacin y cronologa:
Angel Rama y Rafael Gutirrez Girardot
44.
FRANCISCO GARCA CALDERN
Las D emocracias Latinas/La C reacin d e un
C ontinente
Prlogo: Luis Alberto Snchez
Cronologa: Angei Rama
45.
MANUEL UGARTE
La N acin L atinoam ericana
Compilacin, prlogo, notas y cronologa:
Norberto Galasso
46.
JU LIO HERRERA Y REISSIG
Poesa Completa y Prosa Selecta
Prlogo: Idea Viiario
Edicin, notas y cronologa:
A licia M igdal
47.
Arte y A rquitectura d el M odernismo B rasileo
( 1917- 1930)
38.
JOS M. ARGUEDAS
Los Ros Profundos y Cuentos Selectos
Prlogo: Mario Vargas Liosa
Cronologa: E. M iidred Merino de Zela
48.
BALDOMERO SANN CANO
El Oficio d e Lector
Compilacin, prlogo y cronologa:
Gustavo Cobo Borda
49LIMA BARRETO
Dos N ovelas ( Recuerdos d el escribiente Isaas
C am inha y El triste f i n de Policarpo Quaresma)
Prlogo y cronologa: Francisco de Assis
Barbosa
Traduccin y notas: Hayde Jofre Barroso
40.
JOS MART
Obra L iteraria
Prlogo, notas y cronologa: Cintio V itier
41.
CIRO ALEGRA
El M undo es Ancho y Ajeno
Priogo y cronologa: Antonio Cornejo Polar
42.
FERNANDO ORTIZ
Contrapunteo Cubano d el Tabaco y e l A zcar
Prlogo y cronologa: Ju lio Le Riverend
43.
FRAY SERVANDO TERESA DE MIER
Ideario P oltico
Seleccin, prlogo, notas y cronologa:
Edmundo OGorman
50.
ANDRS BELLO
Obra L iteraria
Seleccin y prlogo: Pedro Grases
Cronologa: Oscar Sambrano Urdaneta
51.
Pensam iento de la Ilustracin ( Economa y socie
d a d iberoam ericanas en e l siglo XVIII)
Com pilacin, prlogo, notas y cronologa:
Jos Carlos Chiaramonte.
52.
JO AQ UIM M. MACHADO DE ASSIS
Quincas Borba
Prlogo: Roberto Schwarz
Cronologa: Neusa Pinsard Caccese
Traduccin: Jo rge Garca Gayo
53.
ALEJO CARPENTIER
El S iglo d e la s Luces
Priogo: Carlos Fuentes
Cronologa: Araceii Garca Carranza
62.
FRANZ TAMAYO
Obra Escogida
Seleccin, prlogo y cronologa: M ario Baptista Gumucio
54.
LEOPOLDO LUGONES
El P aya dor y A ntologa de Poesa y Prosa
Priogo: Jo rge Luis Borges (con la colabora
cin de Bettina Edeiberg)
Edicin, notas y cronologa: G uillerm o Ara
63.
GUILLERMO ENRIQUE HUDSON
La T ierra Purprea/ A ll Lejos y H ace.Tiem po
Prlogo y cronologa: Jean Franco
Traducciones: Idea Vilario
55.
MANUEL ZENO GANDA
La C harca
Prlogo y cronologa: Enrique Laguerre
64.
FRANCISCO LPEZ DE GOMARA
H istoria G eneral d e las ndiasSVida de Hernn
Corts
Prlogo y cronologa: Jo rge Gurra Lacroix
56.
MARIO DE ANDRADE
Obra Escogida
Seleccin, prlogo y notas: G iida de Meiio
Souza
Cronologa: G ilda de M ello e Souza y Laura
de Campos Vergueiro
57.
L iteratura M aya
Compilacin, prlogo y notas:
Mercedes de la Garza
Cronologa: M iguel Len-Portilla
Traducciones: Adrin Recinos, Alfredo
Barrera y Mediz Bolio
65.
FRANCISCO LPEZ DE GOMARA
H istoria de la C onquista de M xico
Priogo y cronologa: Jo rge G urra Lacroix
66 .
JU A N RODRGUEZ FREYLE
El Carnero
Prlogo, notas y cronologa:
Daro Achury Valenzuela
67.
T radiciones H ispanoam ericanas
Compilacin, prlogo y cronologa:
Estuardo Nez
68.
58.
CSAR VALLEJO
Obra Potica Completa
Edicin, priogo y cronologa: Enrique Ba
iln
59.
Poesa d e la Independencia
Com pilacin, prlogo, notas y cronologa:
Emilio Carilla
Traduccin: Ida V itaie
69.
JOS CARLOS MARITEGUI
7 Ensayos d e Interpretacin de la R ea lid a d
P eruana
Prlogo: Anbal Quijano
Notas y cronologa: Elizaberh Garrels
60.
ARTURO USLAR PIETRI
Las Lanzas C oloradas y Cuentos Selectos
Priogo y cronologa: Domingo M iliani
70.
L iteratura G u a ra n d el P araguay
Compilacin, estudios introductorios, notas
y cronoldga:
Rubn Bareiro Saguier
61.
CARLOS VAZ FERREIRA
Lgica V ivatM oral p a ra Intelectuales
Prlogo: Manuel Claps
Cronologa: Sara Vaz Ferreira
71-72.
Pensam iento P ositivista L atinoam ericano
Compilacin, priogo y cronologa:
Leopoldo Zea
73.
JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE
Obra Completa
Prlogo: Jos Ramn Medina
Cronologa: Sonia Garca
74.
ALEJANDRO DE HUMBOLDT
C artas A mericanas
Compilacin, prlogo, notas y cronologa:
Charles M inguet
Traduccin: M arta Traba
75-76.
FELIPE GUAMAN POMA DE AYALA
N ueva Cornica y Buen Gobierno
Transcripcin, priogo y cronologa:
Franklin Pease
77.
JULIO CORTZAR
R ayuela
Prlogo y cronologa: Jaim e Alazraki
78.
L iteratura Quechua
Compilacin, priogo, notas y cronologa:
Edmundo Bendez Aibar
79EUCLIDES DA CUNHA
Los Sertones
Prlogo, notas y cronologa:
W alnice Nogueira Galvao
Traduccin: Estela Dos Santos
80.
FRAY BERNARDINO DE SAHAGN
El M xico A ntiguo
Edicin, prlogo y cronoioga:
Jos Luis Martnez
81.
GUILLERMO MENESES
Espejos y D isfraces
Seleccin y priogo: Jos Balza
Cronologa: Salvador Tenreiro
84.
OSWALD DE ANDRADE
Obra Escogida
Seleccin y prlogo: Haroido de Campos
Cronologa: David Jackson
Traducciones: Hctor Olea, Santiago Kovadlof, M argara Rusotto.
85.
N arradores Ecuatorianos d el 30
Priogo: Jo rge Enrique Adoum
Seleccin y cronologa: Pedro Jo rge Vera
86.
82.
JU A N DE VELASCO
H istoria d el Reino d e Quito
Edicin, priogo, notas y cronologa:
Alfredo Pareja Diezcanseco
91.
MACEDONIO FERNNDEZ
M useo de la N ovela de la Eterna
Seieccin, prlogo y cronologa:
Csar Fernndez Moreno
92.
JU STO AROSEMENA
F undacin d e la N acionalidad Panamea
Seieccin, priogo y cronologa:
Ricaurte Soler
93.
SILVIO ROMERO
Ensayos L iterarios
Seleccin, priogo y cronologa:
Antonio Cndido
Traduccin: Jorge A guilar Mora
99AMADEO FREZIER
R elacin d el Viaje p or e l M ar d el Sur
Prlogo: Gregorio W einberg
Traduccin y cronologa: M iguel A. Guerin
94.
JU A N RUIZ DE ALARCN
Comedias
Edicin, prlogo, notas y cronologa:
M argit Frenk
FRANCISCO DE MIRANDA
A mrica Espera
Seleccin y prlogo: j . L. Salcedo-Bastardo
Cronologa: Manuel Prez V ila y Josefina
Rodrguez de Alonso
95.
TERESA DE LA PARRA
Obra (N arrativa, ensayos, cartas)
Seleccin, estudio introductorio y cronologa:
Veiia Bosch
Teresa de ia Parra: las voces de 1a palabra
Ju lie ta Fombona
100 .
101.
96.
JOS CECILIO DEL VALLE
Obra Escogida
Seleccin, prlogo y cronologa:
Mario Garca Laguardia
97EUGENIO M ARA DE HOSTOS
M ora l Social/Sociologa
Priogo y cronologa:
M anuel Maldonado Denis
98.
JU A N DE ESPINOSA MEDRANO
A pologtico
Seleccin, prlogo y cronologa:
Augusto Tamayo Vargas
102 .
TOMS CARRASQUILLA
La M arquesa d e Yolomb
Prlogo: Jaim e M eja Duque
Cronologa: K urt Levy
103NICOLS GUILLN
Las gra n d es elegas y otros poem as
Seleccin, prlogo y cronologa:
Angel A ugier
104.
RICARDO GIRALDES
D on Segundo Sombra. Prosas y Poemas
Seleccin, estudios y cronologa:
Luis Harss y Alberto Blasi.
105.
LUCIO V. MANSILLA
Una excursin a los indios ranqueles
Prlogo, notas y cronologa:
Sal Sosnowski
E ste v o lu m en
e l c v i de la b ib l io t e c a
AYACUCHO,
se term in de im prim ir
ei da 15 de setiem bre de 1984,
en los talleres de
Artes Grficas G rijelm o, S. A .,
U rib itarte, 4. Bilbao.
En su composicin se utilizaron
tipos Garamnd de 11 y 9 puntos.