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Familia y Vida Cotidiana en America Latina Siglos Xviii XX - 58 71

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56

Literatura y cultura material: El


mobiliario doméstico en Lima
(1840-1870)
Oswaldo Holguín Callo

Espacio y tiempo: Lima, 1840-1870


1 Entre los muchos aspectos que comprende la historia de la vida doméstica, el papel del
mobiliario merece atención por concernir al amplio campo del confort, la utilidad, el arte,
las costumbres, las ideas y la mentalidad, las influencias de todo origen, las tradiciones
nativas, etc. Los muebles, además de ser objetos utilitarios, cumplen una función
determinada, manifiestan el estilo de vida, los valores, la personalidad social de los
dueños de casa. No sólo dejan ver la economía del hogar, sino la cultura, el ritmo de su
vida, los hábitos domésticos de sus miembros. Todo ello cobra sentido0, ciertamente, en
un lugar y tiempo determinado, en una circunstancia señalada, donde las complejas
relaciones de lo social, lo político, lo económico, lo cultural, etc., dan lugar a un estilo
característico de ese espacio y momento. Por otro lado, debe recordarse que las cosas en
general son expresiones de su propia circunstancia y, como testimonios históricos,
requieren ser vistas y valoradas adecuadamente por el historiador:
"We are surrounded by things, and we are surrounded by history. But too seldom
do we use the artifacts that make up our environment to understand the past. Too
seldom do we try to read objects as we read books -to understand the people and
times that created them, used them, and discarded them.
In part, this is because it is not easy to read history from things. They are illegible
to those who know how to read only writing. They are mute to those who listen
only for pronouncements from the past. But they do speak; they can be read" (cf.
Lubar y Kingery: viii).
2 Estos apuntes presentan algunos escenarios domésticos limeños trazados por nuestros
escritores románticos en sus obras literarias, así como por viajeros extranjeros en los
relatos de sus periplos. Su objetivo es penetrar en los espacios privados a fin de reconocer

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en ellos las señales de lo antiguo y lo moderno, lo nativo y lo foráneo, lo sagrado y lo


profano, la pobreza y la riqueza, en la Lima de 1840 a 1870, época de cambio y
transformación estimulada por la bonanza guanera. Los testimonios que empleo cuentan
en su haber con la ventaja de la contemporaneidad, pues fueron plasmados por quienes
contemplaron y fueron parte de la animación y el tono que signó la vida de aquella
sociedad, lo que les hizo devenir descriptores privilegiados de sus ambientes1.

Supervivencias virreinales en la República inicial.


3 Según Ricardo Palma, en los primeros lustros republicanos "el mobiliario de las casas...,
todo, todo subsistía, sin ápice de discrepancia, como en los días de la colonia, ...y nada
digo de la vajilla de plata para el servicio doméstico, pues era preciso ser casi pobre de
solemnidad para comer en plato de barro o porcelana de pacotilla"2. El testimonio,
rotundo y general, debe ser aceptado en lo que toca al mobiliario de las casas, pues, en
efecto, es comprensible que el radical cambio político que impuso la Independencia no se
reflejara en esa parte de la cultura material, doméstica y privada (en realidad, es
arbitrario pensar que tenía que darse una mudanza de muebles y estilos por el solo hecho
de haber pasado de colonia virreinal a república soberana, y, además, en tan poco tiempo
y mediando una pobreza generalizada).
4 Un mueble virreinal que no desapareció sino bien entrada la República fue la cama
matrimonial (Palma informa que se empleó hasta poco después de consumada la
Independencia); reemplazada por las camas individuales, respondía sin duda a una
relación conyugal de fundamentos morales y religiosos patriarcales que el paso del
tiempo y su secuela de cambios finalmente alteró. Palma niño alcanzó a ver esos tálamos:
"El cuarto destinado para dormitorio del señor y de la señora era siempre uno de los
más espaciosos de la casa. En el centro, o en uno de los extremos, se alzaba la cama
matrimonial, más o menos lujosa en ornamentación y cortinajes. Casi siempre se
erguía ésta sobre un entarimado de media vara de altura, circundado de una
barandilla de madera y con dos o tres tramos...
El novelista Balzac fue quien, ha poco más de medio siglo, puso sobre el tapete lo de
separación de lecho, y aun de dormitorio, y desde entonces no se ve ya en Lima una
sola cama matrimonial de las del antiguo régimen" (cf. "La cama matrimonial"
(190...?), en TPC cit: 1173 y 1174)3.
5 En realidad, Palma no sólo vio aquellas altísimas y pesadas camas conyugales sino todo un
conjunto de elementos del diario vivir colonial que aún estaban en vigencia en los
primeros lustros republicanos. Entusiasmado con la lectura de la novela "La hija del
contador" (1893) de su amigo y coetáneo José Antonio de Lavalle, otro romántico, cargada
de recuerdos virreinales, confesó haber conocido en cada calle de Lima, hasta 1845, casas
como las descritas allí:
"...he bebido agua de la tinajera; de un cocazo rompí el cristal del farol,
remendándose la avería con medio pliego de papel San Lorenzo; me he acercado a
las jaulas de caña, para dar alpiste y maíz molido a la cuculí, y capulíes silvestres al
piche;... y mis primeros palotes los hice a presencia del Santocristo de talla que había
sobre la mesa del cuarto de estudio... ¡Cuántas veces repasé mi lección de catecismo
del padre Astete, sentado en una de las dos silletitas de paja vecinas a la ventana de
la sala!... ¡Ah!... sí... falta el fanal de la sala...
De tapadillo, como se dice, atisbé una noche la tertulia del Regente; recuerdo los
azulejos del salón; los sillones de cuero de Córdoba tachonados de clavos de bronce;
que allí el piso no era de gastados, pero muy limpios ladrillos, como en la casa del

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nombrado don Melchor, sino de rica alfombra del Cuzco... Pero también recuerdo
que en la mesa de revesino vi una bujía de cera color rosa, cubierta por un
guardabrisa de cristal..."4
6 Sin embargo, contra lo que muchos podrían suponer, los gustos coloniales no imponían
mayores lujos, mas bien reinaba la sobriedad y parsimonia:
"El salón de más lujo ostentaba entonces larguísimos canapés forrados en vaqueta,
sillones de cuero de Córdoba adornados con tachuelas de metal y, pendiente del
techo, un farol de cinco luces con los vidrios empañados y las candilejas cubiertas
de sebo. En las casi siempre desnudas paredes se veía un lienzo, representando a
San Juan Bautista o a Nuestra Señora de las Angustias, y el retrato del jefe de la
familia, con peluca, gorguera y espadín. El verdadero hijo [sic, por lujo] de las
familias estaba en las alhajas y vajilla" (cf. Palma: "El divorcio de la condesita", en
TPC cit.: 598).
7 Desde luego, como en todas partes, el mobiliario doméstico estaba en relación al nivel
social y económico de los dueños, por lo que es correcto deducir que mucho más sencillo y
escaso era el de las viviendas menos afortunadas.
8 Desprovistas de las galas literarias, y quizá en mayor sintonía con la fría realidad, son las
pinturas en prosa de los viajeros que visitaron Lima por aquella época. Así, en relación a
una vivienda de familia de nivel socioeconómico medio, creo que los testimonios del suizo
Juan Jacobo von Tschudi y del francés Max Radiguet, que habitaron la capital peruana
entre 1838-1842 y 1841-1845, respectivamente, son muy ilustrativos. Tschudi presenta así
los espacios que interesan a estos apuntes:
"Frente a la entrada principal [traspuesto el patio] se halla la vivienda misma, la
cual suele estar rodeada de una pequeña baranda. A través de una gran puerta
doble se penetra a una sala espaciosa cuyo sencillo mobiliario consiste de una
hamaca, un sofá y una larga fila de sillas. Sobre el suelo hay esteras de paja. Una
mampara de vidrio lleva a una segunda habitación, algo más pequeña, llamada la
cuadra, decorada en forma elegante, frecuentemente muy lujosa, y con alfombras
de lana. Aquí se recibe a las visitas" (cf. Testimonio del Perú 1838-1842: 81).
9 La sorprendente presencia de una hamaca revela la mucha dosis de informalidad que
signaba la vida doméstica, pues hace ver que los habitantes del hogar no tenían reparo en
hacer uso de esa suerte de abandonado lecho tropical en un espacio destinado a la
conversación y a las relaciones sociales (lámina I)5.
10 También confirma la práctica de usos rurales propios de climas calurosos en centros
urbanos costeños.
11 Radiguet, confirmando la sencillez de los muebles, vio así la habitación principal:
"El mobiliario limeño es en general de una extrema simplicidad: algunos sofás de
crin, sillas, taburetes, una alfombra o esteras de juncos trenzados, un piano, una
mesita portando un ramo recientemente cogido o una fuente de plata llena de una
mezcla de flores deshojadas, forman todo el lujo de la pieza principal, que se
encuentra en alto, y cuyas ventanas están dispuestas de manera de combatir, por
corrientes de aire, los ardores del clima" (cf. Lima y la sociedad peruana: 45),
12 y de esta manera el dormitorio:
"El dormitorio encierra ordinariamente, todas las elegancias del mobiliario. Los
espejos son pocos y de pequeña dimensión; las cortinas, cortinajes y demás
frivolidades que transforman en bazares nuestras viviendas francesas, son poco
corrientes en Lima, donde serían además, una anomalía con el clima y las
costumbres del país"6.

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13 El alemán Heinrich Witt, que vivió en el Perú durante setenta años, y que por lo mismo se
adentró profundamente en la vida doméstica limeña, cuenta que en 1846, al retornar de
Europa, todas las casas que visitó
"estaban más o menos bien amuebladas, hermosamente decoradas e
invariablemente alfombradas; sólo las cortinas en las ventanas eran poco comunes.
Las luces, dado que en esa época no se conocía el gas en Lima, eran lámparas de
aceite. En los 25 años transcurridos desde entonces el lujo ha aumentado a tal grado
que, para decorar y amueblar una casa en buen estilo, en la actualidad, 1871, se
requiere el doble como mínimo de lo que se necesitaba entonces, en 1846. Una
excepción era la casa de la Marquesa [de] Fuente González, una anciana de pobre
reputación, por su carácter despótico y arbitrario... En la vivienda todo era viejo,
lúgubre y descuidado. Mi esposa y yo tuvimos que pasar por varias habitaciones,
todas iluminadas en lo alto con una sola vela de aceite metida en una lámpara de
sala ordinaria que colgaba del techo. En la habitación, más al interior, encontramos
a la anciana, miserablemente vestida, sentada en un viejo sofá. En dos de las
esquinas de la recámara había dos descuidados reposteros pintados de gris, con
bordes dorados enmohecidos. Las puertas de vidrio estaban cubiertas con polvo y a
través de ellas uno difícilmente podía distinguir algunos vasos y vajilla de cerámica.
El mobiliario lo conformaban una cómoda y una mesa sobre la que algunos platos
con viandas y dulces y varios vasos de agua fría estaban dispuestos. Estos refrescos
nunca eran tocados antes que dieran las 9 pm, según regla inalterable de la casa"
(cf. Diario 1824-1890, II: 138-39).
14 El testimonio es muy interesante porque presenta lo que a su autor le parecía una
excepción: el penoso aspecto interior de un caserón en decadencia, tanto o más que su
propietaria, una amargada anciana aristócrata, de suerte que en él todo era antiguo y
triste. ¡Cuántos semejantes o peores debían haber en una ciudad aún no repuesta de los
estragos causados por muchos años de guerra y anarquía! Poco esfuerzo se requiere para
advertir que allí el mobiliario provenía del tiempo virreinal, y que dejaba notar su
perdido esplendor.
15 Poco tiempo después, la invasiva presencia de objetos de la cultura material europea -
cortinas y cortinajes, alfombras, espejos y aparatos de iluminación a gas- cambiaría por
completo el aspecto de las viviendas. Importa a esta reconstrucción recordar que los
primeros en introducir tales objetos fueron los numerosos extranjeros, comerciantes y
artesanos sobre todo, que desde la Independencia se establecieron en Lima y otras
ciudades del Perú; precisamente uno de ellos fue el referido Witt, y otro Samuel Stanhope
Prevost, de cuyo salón limeño, en el que al parecer se combinaba lo antiguo y lo moderno,
quizá dejó un dibujo el alemán Rugendas (lámina II)7.
16 Otro tipo de espacio privado susceptible de amoblar es el constituido por oficinas y
gabinetes de trabajo, v. gr. la redacción de un diario. Palma describe la de El Correo de
Lima, situada en un espacioso cuarto del patio de un caserón de la calle de Aumente: "Una
mesa con tapete de paño azul para el jefe, dos mesitas enclenques en los extremos, un
banco de madera, que probablemente perteneció a algún convento, y una docena de
silletas más o menos desvencijadas, tal era el mobiliario" (cf. "Entre Garibaldi y... yo", en
TPC cit.: 1122). Aunque la pintura es esquemática, permite comprobar el inexcusable
trabajo en equipo, las íntimas relaciones que mantenían los periodistas, el bien dispuesto
escenario para el palique, pues sólo ello explica el elevado número de sillas, a más de la
poquedad de los medios para echar a andar el diario. Y aunque la pintura no da pie para
señalar estilos, es claro que los muebles que la ilustran respondían a la tradición antes

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que a la modernidad, al pasado antes que al presente, en proceso de cambio bajo el influjo
foráneo.
17 Mayor presencia del mobiliario virreinal se daba, por razones obvias, en lugares
religiosos, como los conventos. En ellos, a ese respecto, poco o nada habría cambiado
desde el cercano y no olvidado tiempo del rey. Palma da una colorida descripción de la
celda del fraile agustino Juan de Dios Urías, protagonista de una de sus tradiciones:
"Paréceme estar viendo la espaciosa celda. Una sala de ocho varas castellanas en
cuadro con dos puertecitas que conducían a dos alcobas; gran mesa con tapete de
paño azul, sobre la que lucía gran tintero de plata con salvadera o arenillero del
mismo metal, y media docena de plumas de ave; un estante modesto con infolios en
pergamino; dos canapés de cuero de Córdoba y una docena de sillones del mismo
pelaje y claveteados. Voilà tout! !Ah¡ Olvidaba lo principal. Entre las dos puertecitas
que conducían a las alcobas había, a guisa de aparador, unas tablas con limetas,
copas y vasos, y debajo un gran baúl que, como verá el lector, era una arca santa, un
misterio sacratísimo" (cf. "La Historia del Perú por el Padre Urías", en TPC cit.: 1141)
8
.
18 La pintura es sugestiva: el religioso gozaba de comodidades en la sala-estudio de su celda,
donde seguramente pasaba buena parte del día entregado a la lectura, pero también a la
charla, pues en ese amplio cuarto, casi todas las tardes, se reunían no pocos contertulios
para pasar un rato de amena conversación acompañada del disfrute de un trago de buen
vino o pisco9. A propósito, es necesario revalorar la importancia de la conversación en la
vida social del siglo XIX, y la existencia habitual de concurridas tertulias en no pocos
salones limeños.
19 La religiosidad limeña continuaba expresándose a través de diversas manifestaciones
tradicionales, casi como en los tiempos coloniales. Una de ellas era el culto de tal o cual
imagen con fama de milagrosa guardada en algún templo o capilla de barrio. Por
1838-1842, eso ocurría con una de San Antonio de Padua que su propietaria, una vieja
beata, exponía a los fieles en su vivienda del populoso Callejón del Fondo, situado en la
avenida de Mercedarias (Barrios Altos); cuenta Palma cómo tenía muchas devotas:
"En el primero de los cuartos, que mediría, sobre poco más o menos, seis varas
cuadradas, veíase un primoroso altarico sobre el que, entre columnas cubiertas por
exvotos de oro y de plata, se alzaba la efigie del santo, finamente labrada en piedra
de Huamanga.
... En el extremo de la capilla veíase un buzón en que las devotas, aparte de una
moneda de plata como ofrenda para el mantenimiento del culto, depositaban una
carta o memorial dirigido a San Antonio..." (cf. "San Antonio del Fondo", en TPC cit.:
1092).
20 Más allá del hecho de la explotación cuasi picaresca de ese crédulo fervor, que a Palma
sirve de argumento, el cuadro nos muestra un espacio religioso doméstico que
ciertamente no era parte de una gran casa sino de un callejón (vivienda de muchas
familias del pueblo), al cual no le faltaban señales de riqueza así artística como
económica. La habitual presencia de muebles y objetos religiosos en los hogares limeños,
ocupando lugares de preferencia, se confirma con el bello nacimiento que poseía Doña
Quirina, vecina de los Palma en tiempos de Santa Cruz y Gamarra, vale decir poco antes del
periodo estudiado, la cual habitaba
"un cuartito que, por lo limpio, parecía una tacita de porcelana. Allí no había perro
ni michimirrongo que cometieran inconveniencias para la vista y el olfato. Sobre
una cómoda de cedro charolado y bajo urna de cristal, veíase el pesebre de Belén
con su San José, el de las azucenas, la Virgen y el Niño, el buey, la estrella y demás
accesorios, artístico trabajo de afamado escultor quiteño. ¡Cosa mona el Misterio!

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Alumbrábalo noche y día una mariposilla de aceite, colocada en medio de dos vasos
con flores...
Pero lo que sobre todo atraía mis miradas infantiles era una tosca herradura de
fierro tachonada con lente-juelas de oro, que en el fondo de la urna se destacaba
como sirviendo de nimbo a un angelito mofletudo" (cf. "Contra pereza, diligencia",
en TPC cit.: 1091).
21 El culto doméstico, ciertamente, imponía no sólo espacios especiales sino muebles ad hoc,
como el reclinatorio, razón que justifica situarlos con la imaginación en tales ambientes.

Los enseres de la modernidad burguesa


22 En 1852, el marino sueco Carl Skogman ofreció un cuadro más atractivo, para su punto de
vista, de las viviendas limeñas, seguramente porque en el poco tiempo que estuvo en la
ciudad sólo visitó hogares acomodados, o porque ya era más general la fuerte
europeización de los escenarios domésticos, con la forzosa introducción de muebles,
adornos y otros elementos de la burguesa parafernalia decimonónica:
"Las habitaciones son altas y amplias. Los balcones cerrados y provistos de cortinas
que se encuentran al exterior de las ventanas, sólo permiten la entrada de poca luz
y contribuyen a mantener fresco el ambiente. Los pisos se cubren con delgadas
alfombras de paja o de lana de vivos colores y los muebles son cómodos y vistosos.
Casi ningún hogar medianamente pudiente carece de piano" (cf. "Perú en 1852":
124).
23 Precisamente es Palma, joven de sólo veinte años, quien en 1853 confirma el triunfo de los
nuevos gustos artísticos y ornamentales en el sector social en el que se movía. El hecho
determinó que se viera con desagrado los ambientes que no se habían renovado, como en
este caso el viejo Café de Bodegones:
"El café de Bodegones, donde hoy sólo concurren las momias vivientes para quienes
el siglo 19 no ha logrado aún abrir las puertas del sepulcro, era entonces [1808] el
lugar donde se reunía lo más escojido [sic] de la juventud limeña.
Y he aquí que las cosas, a imitación de las personas, pasan por terribles situaciones.
Lo que ayer era emporio de la elegancia, hoy ha tenido que humillarse ante la moda
y el buen gusto" (cf. Mauro Cordato: 6).
24 Por entonces ese café ya había dejado de atraer a los jóvenes, sin duda a causa de la
antigüedad de sus instalaciones, mobiliario y decorados, y del deterioro de sus servicios,
mientras que otros, como La Bola de Oro, se imponían precisamente porque eran nuevos,
se veían elegantes, ofrecían un servicio más a tono con el espíritu del siglo y, ¡cómo no!,
estaban de moda10.
25 La modernidad europea encarnada en objetos de la cultura material llegó a Lima, en
forma masiva, a partir de los años cuarenta del siglo XIX, aunque desde bastante antes se
hicieron presentes algunas de sus expresiones. El siguiente testimonio, debido a la
versátil pluma de Manuel Atanasio Fuentes, el Murciélago, referido a una pulpería y su
trastienda en la Lima de 1840, propiedad de un individuo afeminado, ofrece algunas
huellas:
"En la esquina que forman las calles de la Concepción y del Puno, trabajaban, en
1840, con ardor varios artesanos, pintores, empapeladores y carpinteros;
arreglábase una pulpería de nuevo estilo, pues vidrieras, andamios y estantes
estaban pintados al óleo y con los brillantes colores, rojo, verde y amarillo; sobre la
puerta principal que da para la calle de la Concepción, se puso una muestra, obra
admirable de un artista peruano, que representaba a Cupido en paños menores, o,
mejor dicho, sin más paño que una venda, lanzando sus emponzoñados dardos a

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varias doncellas castas. El Cupido era blanco y rubio como un alemán y las doncellas
negras como la Reyna [sic] de Mozambique. En la otra puerta la muestra tenía esta
leyenda: 'Baratillo de comestibles, licores, manteca y leña de Lorenzo B...’…
Si el exterior de la pulpería daba golpe, la trastienda daba trueno. Aquello no era
trastienda de pulpería, sino el retrete de la más pulcra damisela. Paredes pintadas
con alba cal, adornadas en su parte superior con una cenefa al fresco, obra del autor
de las muestras; petate de la China, catre de campaña, pero adornado con cortinas
de gasa blanca, un hermoso listón y cintas de raso; floreros de barro de Guadalajara,
incesantemente provistos de fragantes flores" (cf. "Lorenzita": 56-57).
26 En general, el gusto moderno tenía predilección por el adorno interior logrado mediante
el empleo de colores alegres en la pintura de las paredes, así como de objetos colgantes -
espejos y cortinajes, entre otros.
27 Hubo un baile y cena que se ha dado en considerar, con toda razón, uno de los
acontecimientos sociales más importantes de nuestra historia decimonónica: el baile,
llamado de La Victoria, ofrecido por el Presidente Echenique y su esposa a la sociedad
limeña, en la noche del 15 al 16 de octubre de 1853, en la quinta de ese nombre. Como es
sabido, a poco estalló la formidable revolución que derrocó a ese mandatario, acusado de
haber permitido el saqueo de la hacienda pública por los "consolidados". Echenique fue
un hombre amante del refinamiento y la comodidad (lámina III)11, por lo que no extraña
que en esa ocasión su quinta La Victoria mostrara ambientes decorados y amoblados al
gusto del Viejo Mundo. Conozco dos relaciones de la fiesta -una de ellas escrita por Palma,
asistente observador y memorioso- de las que rescato algunos elementos: los grandes
salones lujosamente amueblados, las ricas alfombras de Flandes y de tripe, los aparatos de
iluminación que permitieron dar luz -de aceite, no de gas, pues ésta aún no se ofrecía-
abundante y armónicamente distribuida, la copia de flores que adornaban puertas,
pilastras, paredes y corredores, los notables cuadros de pintura europea y peruana, las
mesitas de la China, el bien surtido bar, las estatuas de mármol sobre columnas
cuadrangu-lares, un gabinetito de toilette para uso de las damas, que abundaba en
refinamientos orientales, y multitud de espejos:
"En el centro del salon de pinturas estaba colocada una mesa firme cubierta de
dulces, helados, jelatinas (s), y toda clase de confiturías delicadas y sabrosas; y
alrededor se veía mesas pequeñas chinescas con los mismos preparativos. Todas
ellas se ocupaban sucesivamente por señoritas y señores que iban a descansar y
refrescar. Sería necesaria una disertación artística para hacer mención del mérito y
número de los cuadros que allí había de Murillo, Españoleto, Velásquez, Laso,
Montero, Merino y otros artistas de quienes Lima ha tenido abundantes obras... [...]
A las cuatro de la mañana se abrió a los estremos [sic] de un ángulo de la Quinta un
largo y bien adornado corredor, en cuyos alrededores se veían entrelazadas las
banderas europeas y americanas, como símbolos de su unión y fraternidad. En el
centro aparecía una mesa lujosamente arreglada y surtida de comidas sabrosas y
estimulantes. Las multiplicadas luces, que se repetían sobre tersos y límpidos
espejos, vasos y cristales, hacían una sorprendente y vistosa perspectiva" 12.
28 Como es sabido, el baile de La Victoria no sólo fue ocasión para mostrar el nuevo buen
gusto doméstico, sino que sirvió a los recientemente enriquecidos para exhibir los signos
de su poder, v. gr. joyas engarzadas en oro, otro producto de la modernidad burguesa...
29 Contamos, en fin, con un escenario en ese tiempo novedoso y hasta singular -hoy, bajo
diversa nomenclatura, parte habitual de ciertos barrios-, ¡el gabinete de una bruja!:
"Luego nos pusimos a examinar el laboratorio o salita de aparato.
Había sapos y culebras en espíritu de vino, pájaros y sabandijas disecados, frascos
con agua de colores, ampolleta y esqueleto; en fin, todos los cachivaches de la

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profesión. La lechuga, el gato y el perro empajados no podían faltar: son de


reglamento, como el murciélago sobre un espejo y la lagartija dentro de una olla"
(cf. Palma: "De cómo desbanqué a un rival", en TPC cit: 1439).
30 ¿En qué radica la modernidad de ese ambiente? En el Virreinato, el funcionamiento de la
Inquisición, avalado por el control de las conciencias propio del Antiguo Régimen, hizo
imposible la existencia, en forma pública y 'profesional', de brujas y chamanes que, con el
paso del tiempo, la libertad republicana permitió, dando pie a la difusión del ocultismo.
Lo que hoy podría parecer signo de una mentalidad o de un sistema de creencias antiguas
y arcaicas, a mediados del siglo XIX, roto definitivamente el dique virreinal, debe de haber
sido un elemento seductor en el medio limeño, donde lo esotérico se figuraba nuevo,
misterioso y hasta elegante.
31 La modernidad burguesa aparece mejor configurada en la novela Julia o escenas de la vida
en Lima (1860) del romántico Luis Benjamín Cisneros, la cual muestra algunos afanes y
preocupaciones de cierto sector social limeño que había adoptado los deslumbrantes
productos de la cultura material europea. Escrito en Francia, donde Cisneros era cónsul
en el puerto de El Havre, el relato da cuenta de unos amores románticos a los que
confieren realismo de época valiosos rasgos de la mentalidad burguesa, como el aprecio
de la privacidad ("...me dirigí hacia la puerta del balcón, que resguardaba una cortina,
separé las dos alas de ésta, atravesé la puerta, abrí una persiana y me puse a mirar a la
calle"13), el afán de lujo reflejado en el uso de muebles importados, alfombras, espejos,
cortinas, etc.:
"Notábase que se había puesto más esmero en el ornato de la cuadra, cuya sedosa
alfombra de triple
[sic] daba más suavidad al movimiento acompasado de las parejas y cuyos dos
hermosos espejos multiplicaban las luces y el espacio"; "...el tren que sostenía D.
Ruperto en su casa era deslumbrante y superfluo. La profusión de trajes, de
curiosidades, de alhajas y de muebles especialmente encargados a Europa, aturdía a
la verdad";
"[Julia] habitaba una hermosa casa, vivía rodeada de suntuosos muebles, de
deslumbrantes espejos, de magníficas cortinas de damasco, de aterciopeladas
alfombras de tripe..."14.
32 A propósito, ya que para la burguesía eran indispensables las cortinas, alfombras, tapices,
etc., esto es lo que pasaba en Francia:
"Cuanto más se avanza a lo largo del siglo, más se va pareciendo el apartamento
burgués, en su mobiliario, a un almacén de antigüedades en el que la acumulación
parece ser el único principio director de la composición interior del espacio... Y
todo ello en medio de una superabundancia de tejidos, de tapicerías, de sedas y de
alfombras que cubren hasta la menor superficie libre. Es el reino del tapicero, que
llegará a enmascarar las 'patas' de los pianos. La pasamanería conoce entonces su
edad de oro, y se impone la borla: la decoración francesa empleará muchos años en
desembarazarse de ese fruto... Un redactor de L'Illustration -la revista más
importante de la burguesía- describre este nuevo espacio... 1851: 'La reunión
familiar tiene lugar en la salita bien aislada con buenos cortinones, visillos de seda y
las dobles tapicerías que cierran herméticamente las ventanas (...) Una buena
alfombra yace a los pies (...) Una profusión de telas cubre las ventanas, se extiende
sobre la chimenea y oculta el maderaje. La madera seca, el mármol frío se disimulan
bajo los terciopelos o la tapicería'" (cf. Guerrand: 37).
33 Otra especialidad del mobiliario burgués eran las varias formas de asientos, no sólo
porque resultaban forzosos para prolongar la conversación en los salones sino porque su
lujo y distinción casi siempre realzaban la apostura de quienes los usaban; también eran
ideales para el lucimiento de las galas femeninas15. Cisneros hace ver su diversidad:

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"Andrés se hallaba sentado en una muelle poltrona con un libro en la mano";


"Le mandé arrastrar hasta el diván la mesa de noche y coloqué la taza [de tinto y
aromático café] sobre ella"; "Antes de abrir la mampara de la sala... sentada en el
extremo de un sofá...";
"Cuando entré en el dormitorio... Julia, se encontraba tendida en el canapé... Una
lámpara cubierta por una pantalla iluminaba sombríamente el dormitorio" 16.
34 En fin, el piano, elemento infaltable en cualquier casa que se preciara, no sólo hacía ver el
poder económico de sus dueños ("...la compra de un piano que había pagado bien caro...")
sino certificaba su refinamiento y era el soporte ad hoc para el lucimiento social y
artístico de la mujer ("...cuando Julia ejecutaba en el hermoso piano..."); incluso su
pérdida se interpretaba como señal de fracaso financiero ("...un piano de Herard [sic] que
descansa tranquilo y empolvado en el almacén de un agiotista"17). Ahora bien, nuestro
romántico pensaba que todas esas manifestaciones de ostentación y lujo se debían al
vanidoso afán de demostrar poderío económico: "No es precisamente la pasión del lujo lo
que reina en Lima, es la pasión de la exterioridad" (cf. ibid.: 179). Acertado o no en el
análisis, la verdad es que una parte de la sociedad limeña llevaba un tren de vida pródigo
y vertiginoso, habiendo hecho de algunos logrados objetos de la cultura material europea
elementos de la suya propia.
35 Por entonces, Lima experimentaba un notable crecimiento, tanto en extensión como en
población, y cada día era mayor el número de artesanos que trabajaban para dotar de
servicios y comodidades a todas sus capas sociales, sobre todo a las más pudientes. En
1860 existían nada menos que 159 carpinterías y depósitos de muebles, y 1092
carpinteros, entre maestros, oficiales y aprendices, así ebanistas como los de construcción
(llamados de obra blanca); y en las diez carpinterías principales, la mayoría a cargo de
europeos, informa Fuentes, "como en otras muchas de rango inferior, se encuentran
surtidos de muebles hechos en el país y extranjeros"18, entre los cuales eran preferidos los
franceses –"Figuremos un salón rectangular ni más ni menos que los que conocemos hoy
en Lima y suprimiendo el mueblaje francés...", apuntaba por la misma época el "bohemio"
venezolano radicado en Lima JuanVicente Camacho (cf. "El noveno mandamiento": 22).
36 Juana Manuela Gorriti, escritora argentina radicada en Lima, también romántica, da un
aliento femenino y burgués a la descripción de "la alcoba de una excéntrica", antes celda
de una monja, contenida en su novelita "Quien escucha su mal oye":
"La pálida luz de una lamparilla alimentada con espíritu de vino y puesta sobre un
velador a la cabecera de un pequeño lecho adornado con cortinas blancas,
alumbraba suavemente un cuarto cerrado y desierto. Al pie del lecho y sobre el
mármol de una cómoda había una pequeña biblioteca cuya nomenclatura, en la que
figuraban los nombres de Andral, Huffeland, Rapail y otros autores, entre crá-neos
de estudio y grabados anatómicos, habría hecho creer que aquella habitación
pertenecía a un hombre de ciencia, si una simple mirada en torno no persuadiera de
lo contrario; y aquí, sobre una canasta de labor, una guirnalda a medio acabar; allí,
un velo pendiente de una columna del tocador; más allá, una falda de gasa cargada
de cintas y arrojada de prisa sobre un cojín; flores colocadas con amor en vasos de
todas dimensiones, el suave perfume de los extractos ingleses, el azulado humo del
zahumerio exhalándose de un pebetero de arcilla, todo revelaba el sexo de su
dueño.
(...)
Las paredes de aquel cuarto desaparecían completamente bajo sombríos tableros de
maderas esculpidas; y el misterioso postiguillo era un medallón oblongo, cercado de
una corona de rosas en relieve. Hallábame, pues, en la antigua celda de la monja..."
(cf. Gorriti: 97).

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37 Lo cierto es que el mobiliario de la alcoba constaba de un velador, un lecho pequeño y


adornado con cortinas blancas, una cómoda con tablero de mármol, un tocador adornado
con columnas; y el menaje de una lamparilla alimentada con espíritu de vino (alcohol),
una pequeña biblioteca médica, cráneos de estudio y grabados anatómicos, habiendo
también una canasta de labor con una guirnalda a medio acabar, un velo, un falda de gasa
cargada de cintas sobre un cojín, flores en vasos de todas dimensiones, y en el aire el
perfume de extractos ingleses así como el azulado humo del sahumerio exhalándose de un
pebetero de arcilla... Sin duda, un ambiente descrito para atizar la imaginación y
despertar los sentidos del lector, del cual interesa subrayar la individualidad que sugieren
no sólo los muebles sino las otras cosas que completan el cuadro. ¿Dónde se halla lo
burgués? Precisamente en esa individualidad (v. gr. la pequeña cama), que no desmiente
el confort, la moda francesa (la falda de gasa cargada de cintas), el perfumado y sahumado
aire de la habitación, la biblioteca médica, etc. La única imagen religiosa que se advertía
en el escenario era un cuadro del Niño Dios, señal de una religiosidad menos barroca y
más moderna. Una imagen contemporánea -el grabado "Vista del gabinete del director"
del diario limeño El Mercurio (lámina IV)19– reitera la individualidad del espacio y el
predominante gusto europeo en el mobiliario usado por la elite, ¡y qué distinto se nos
ofrece respecto de la colectiva redacción de El Correo de Lima descrita por Palma!
38 Que el espíritu burgués hubiera penetrado en Cisneros o la Gorriti, no puede sorprender
porque ambos fueron personas de la clase media alta, de mucho mundo, viajes y
relaciones. Sin embargo, en el caso del poeta Carlos Augusto Salaverry, que también fue
hombre con experiencias extranjeras, admira no sólo por su franqueza sino porque, desde
que hizo la carrera militar, no se esperaría de él declaración tan sincera en favor del
trabajo artesano -el del carpintero que prodiga la comodidad, el lujo y la belleza- descrito
con elogio superlativo frente al del militar en un soneto revelador:
"El carpintero y el soldado.
Más que la aureola de marcial proeza,
El arte del taller me maravilla;
Que emplea el hacha, el fuego y la cuchilla,
En el cómodo lujo y la belleza.
Más primor, más ingenio, más destreza,
Descubre aquel que entapizó mi silla,
Que el que corrió al asalto de una villa
Y la redujo a escombros y maleza!
Los triunfos del humilde carpintero,
No son cual tus conquistas ilusorias,
Pues te ha dado el diván de que disfrutas.
Envidio su herramienta, y no tu acero;
Porque no vale el humo de tus glorias,
Ni la llama que encienden sus virutas!"
(cf. Salaverry: 128).
39 Es claro que Salaverry había acogido una clara visión burguesa del trabajo y, en general,
de la vida, al menos en los aspectos domésticos y relacionados al confort.
40 La advertida transformación del mobiliario doméstico usado por los grupos altos de la
sociedad de Lima -tanto como la correspondiente a nivel de la mentalidad- fue, sin
embargo, sólo una de las muchas facetas del cambio operado en la vida peruana del siglo
XIX, materia que aguarda nuevas calas a su diversa y compleja problemática.

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Lámina I

Lámina II

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Lámina III

Lámina IV

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NOTAS
1. Desde luego, hay otras fuentes -inventarios de bienes de difuntos, por ejemplo- que deben ser
aprovechadas para componer un cuadro mas completo del asunto; sin embargo, las que empleo
tienen la ventaja de ser como "fotos instantaneas" de los escenarios estudiados.
2. Cf. Tradiciones peruanas completas (en adelante TPC): 1125.
3. Incluso a algunas camas se subia por una escalerita, "tan alto era el lecho que en caso de
temblor, habia peligro de descalabrarse al dar un brinco. En los matrimonios no se habia
introducido la moda francesa de que los conyuges ocupasen lecho separado. Los matrimonios
eran a la antigua espanola, a usanza patriarcal, y era preciso muy grave motivo de rina para que
el marido fuese a cobijarse bajo otra colcha" (cf. "El divorcio de la condesita", ibid.: 599). De
antiguo, en efecto, "...las camas con dosel eran verdaderos monumentos y a veces tenian tal
altura, que habia que poner escalones para subir a ellas; invariablemente constaban de cuatro
columnas sobre las que se colgaban el dosel y los faldones, pesadas telas que ocultaban al
durmiente, pues no existia dormitorio especial..." (cf. Patino: Historia de la cultura material en la
América equinoccial, II: 410).
4. Cf. carta literaria a J. A. de Lavalle, en Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería: 420.
5. El pintor aleman Rugendas plasmo varias escenas domesticas con hamaca, y una de ellas,
"Limennienes dans leur interieur" ("Limenas en un interior") - representando "a dos jovenes
languidamente recostadas en gran hamaca flecada; y mientras una se abanica la otra hojea un
libro o carpeta de estampas. La habitacion, que da al florido jardin con decorativa fuente,
muestra sofa, mesa provista de frutas y botella de mosto, a mas de taburete sobre el cual se apoya
la infaltable guitarra" - , en exotico grabado de sabor orientalista por H. Valentin, se publico en
L'Illustration de Paris en 1847 (cf. El Perú romántico del siglo XIX: 119-22 (lams. 28-31); y Flores Araoz:
29-30 y 242).
6. Cf. Lima y la sociedad peruana: 45. En otra parte de su singular obra, Radiguet dice: "Entre los
limenos, lo necesario, casi siempre sacrificado a lo superfluo, no existe sino en limites muy
restringidos. En cuanto al confort, solo ha penetrado en algunas residencias excepcionales. Las
costumbres de sobriedad caracteristicas de este pueblo estan de acuerdo maravillosamente con
su necesidad de lujo y de ostentacion" (cf. ibid.: 49). Aunque parezca contradictorio, no lo es, pues
la sobriedad esta referida, por ejemplo, al mobiliario, y el lujo al traje y arreglo personal.
7. Cf. El Perú romántico del siglo XIX: 131 (lam. 48). Se trata de un vasto salon abovedado -lo que
amerita dudar de la atribucion pues esa arquitectura no se uso en Lima- con decoracion rococo,
cortina oscura, alfombra, sofa, sillas, espejo y piano (cf. Flores Araoz: 37).
8. La salvilla, salvadera o arenillero se uso antes de la invencion del papel secante (cf. Patino:
Historia de la cultura material... cit., II: 417).
9. Cf. Holguin Callo: Tiempos de infancia y bohemia...: 193-96.
10. Cf. Holguin Callo: "El Cafe de Bodegones y una satira en El Comercio (Lima, 1857)": 202.
11. Las caricaturas 5 (lam. III) y 6 del album Adefesios, editado por L. Williez en Lima al promediar
el siglo XIX, muestran al Presidente Echenique hacienda uso de algunas piezas del mobiliario
palaciego: sillones de estilo moderno, tallados y tapizados, mesa cubierta con fino tapete
bordado, mullida alfombra, etc. (cf. Williez: [12 y 13]).
12. Cf. "Baile en la quinta 'La Vitoria [sic]'"; y Palma: "El baile de La Victoria. (Reminiscencias)",
en TPC cit.: 1124-30.
13. Cf. "Julia o escenas de la vida en Lima": 91.
14. Cf. ibid.: 97, 107 y 129, respec. Los subrayados no son originales.

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15. En 1839, la Encyclopédie of Cottage, Farm and Villa Architecture and Furniture, publicada en
Londres, ofreció un catálogo de modelos de todo tipo, por ejemplo "muebles femeninos", tales
como el escritorio, el sofá o la banqueta para la sala de costura (cf. Hall: 90).
16. Cf. "Julia o escenas de la vida en Lima": 90, 93,126 y 154, respec.
17. Cf. ibid:. 111, 131 y 182, respec. El francés Sébastien Erard fue un famoso constructor de
pianos.
18. Cf. Guía histórico-descriptiva, administrativa, judicial y de domicilio de Lima: 200-01. Las tiendas de
Valderramey (Plumereros 65) y Huyssens (Pozuelo 196) tenian siempre "hermosos surtidos de
muebles de lujo de todas clases"; un juego nuevo y completo para salon costaba 750 pesos, pero
los habia tambien de 2000 y mas; los muebles de lujo hechos en el pais eran mucho mas caros que
los europeos (cf. loc. cit). En 1857 el Peru importo muebles por valor de 173,740 pesos,
procedentes en su mayoria de Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Chile: 3858
diversos, 1137 catres de metal, 452 de fierro, varios cientos de docenas de silletas de madera, de
caoba y de esterilla, 122 poltronas diversas, 62 pianos, armarios, consolas, comodas, mesas,
roperos, sofas, etc., etc. (cf. Fuentes: Estadística general de Lima, pp. 705 y 709).
19. Cf. Fuentes: Lima. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres: 68.

AUTOR
OSWALDO HOLGUÍN CALLO
Pontificia Universidad Católica del Perú

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