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La Madre y El Padre de Acuerdo Con Massimo Recalcati

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El afecto y la firmeza de los padres sostienen el desarrollo de los hijos


Partimos de la idea común de que la familia, dentro de cualquier modalidad y para
cualquier individuo que nace es lugar de pertenencia y de sostén. Cada persona tendrá que
librar retos internos y externos a lo largo de su desarrollo y lo hará a través de las
experiencias vividas, representaciones e identificaciones iniciales con sus figuras de apoyo,
padre y madre, las cuales ejercerán funciones con un impacto que incidirá necesariamente
en la vida futura de cada cual.
Las relaciones humanas siempre han sido complejas y, más, las familiares. Pero si algo nos
define como humanos es la capacidad que tenemos para nombrar, escuchar, observar y
actuar a favor de quienes nos rodean en nuestro hogar, escuela, trabajo y, claro, en
cualquier espacio social, cultural y político en que nos encontremos.
En sus libros Las manos de la madre y Lo que queda del padre, Massimo Recalcati nos
motiva a reflexionar acerca de nuestras experiencias cotidianas familiares. De esta manera,
entender y vivenciar esta realidad tan compleja y rica como la de la mujer-madre y la del
hombre-padre nos permite pensar nuestra condición humana, nuestra relación con los hijos,
con la pareja y, por supuesto, con el entorno social y cultural en el vivimos día con día.
La invitación es, pues, a reflexionar cómo ha sido nuestra convivencia familiar con la idea
de construir y recuperar mejores condiciones afectivas para todos y cada uno de los
miembros de la familia.
La madre que sostiene
En su libro Las manos de la madre, el psicoanalista, filósofo y escritor italiano Massimo
Recalcati nos invita a descubrir un mundo corporal materno en donde cualquier acto de
acercamiento amoroso representa un soporte para la vida de los hijos: el abrazo, la mirada,
la sonrisa, la voz, la palabra, soportes que influirán a lo largo de la vida.
Recalcati se pregunta por las representaciones de la mujer como madre que la cultura ha
gestado e impuesto a lo largo de los años.
Dividido en tres grandes capítulos “El deseo de la madre”, “La sombra de la madre” y “El
legado de la madre”, Recalcati, parte de una pregunta: ¿Qué queda de la madre en estos
tiempos que vivimos?
“Los cuidados maternos, al contrario de lo que sucede en todas las esferas de nuestra
vida individual y colectiva, nunca son anónimos, genéricos, protocolarios, estándares;
nunca se insistirá lo suficiente acerca de la importancia de la atención materna que
nunca es cuidado de la vida en general, sino siempre y únicamente cuidado
de una vida en particular”. Recalcati
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El papel que tiene la madre en los primeros años de vida del niño es fundamental. Tan es
así, que el vínculo que se forma entre la madre y el niño durante este periodo afectará
directamente a la personalidad y la conducta que el niño pueda tener en su etapa adulta.
El vínculo entre la madre y el hijo se crea desde el momento de la gestación, y su nivel
emocional se va acrecentando durante el momento del nacimiento, la lactancia y
posteriormente con el cuidado en los primeros años de vida del niño. El grito del bebé es
una petición, no sólo referida a una necesidad sino también al amor, ya que sobre ella se
apuntala la demanda de amor al Otro primordial materno que nos atiende.
De esta manera consideramos que todas las vivencias y relaciones que se establezcan en el
primer año de vida del bebé resultarán fundamentales para el desarrollo de la personalidad
de la niña o el niño. No está por demás insistir que la manera en que la madre interactúe
con su bebé influirá en el comportamiento que tendrán estos niños en la fase de la
adolescencia, e incluso en una etapa más adulta.
Cuando priorizamos el cuidado de nuestros niños en el cariño, la compresión y la
aceptación les ayudamos a crecer en un ambiente de confianza. Desde este ámbito, pueden
explorar con total libertad y seguridad todas sus emociones y potencialidades, lo que les
servirá de trampolín para desarrollar una etapa adulta más plena.
La relación entre la madre y el bebé constituye un prototipo; su influencia se verá reflejada
en la forma como el niño interactúe con otras personas, principalmente con las más
cercanas a lo largo de su vida. Es importante la fuerza y las características del vínculo
materno porque también conforman la base sobre la cual el niño o la niña construyen la
noción de sí mismos.
Dentro de la estrecha relación establecida entre la madre y el bebé destaca la importancia
del rostro de madre, que sustenta la vida del bebé. El rostro de la madre es el primer rostro
del mundo, ya sea que éste acoja o rechace. El rostro de la madre brinda al pequeño el
sentimiento de la vida, haciendo sentir al bebé deseado y reconocido a través de las manos,
el rostro y la mirada.
Una madre suficientemente buena no es solamente la que sostiene con sus manos, rostro y
mirada; también es necesario que permita la diferenciación de la hija o el hijo, para que
éstos sean capaces de hacer su propia vida. Sostener en brazos, además del hecho físico,
implica también un fenómeno emocional, en el que la madre que toma al bebé se abre a la
sensibilidad de ambos.
Pero también la madre debe tener cuidado de no caer en extremos, como el exceso de
presencia que llega a producir un ambiente asfixiante para el bebé, ni tampoco en
ausentarse, dejando al hijo o hija en el vacío.
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Gracias a la rutina de cuidados cotidianos, como alimentarse del pecho de la madre, sentirse
acariciada con las manos o con la voz, el bebé encuentra puntos de referencia que le
permitirán establecer relaciones e intercambios con otros a lo largo de su vida.
La estrecha relación entre la madre y el bebé surge a través del rostro materno que sustenta
la vida del bebé por ser la primera cara del mundo, pero también las manos y la mirada de
la madre otorgan el sentimiento de la vida.
Ahora bien, la madre debe tener cuidado de no caer en extremos, esto es, si está demasiado
presente, puede llegar a crear un ambiente “asfixiante” para el bebé, y si se ausenta
demasiado, dejará a su bebé en el vacío.
Lo complejo de ser madre en el siglo XXI
Es probable que muchas mujeres se planteen que ser madre del siglo XXI significa liberarse
de los hijos, Nada más limitado que esto. Recalcati afirma que una de las consecuencias de
los movimientos de emancipación de la mujer de los años sesentas y setentas fue la
transformación de la figura de la madre, que dejó de representar la abnegación y el del
sacrificio masoquista de sometimiento al hombre, además de su omnipresencia sobre los
hijos, renunciando a su creatividad como mujer.
Actualmente surge un nuevo tipo de madre patológica, caracterizada por el narcicismo. La
madre narcisista vive a los hijos como un obstáculo para su propia realización.
Es importante tomar cuenta que el hecho de ser madre no se contrapone al desarrollo de la
mujer como esposa y profesionista. Más aún, el crecimiento personal y profesional de una
madre permite que ésta establezca una relación más sana con el hijo, esto es, no lo inutiliza
por estar demasiado apegada a él, ni tampoco lo abandona a su suerte.
En la actualidad, quizá el reto tanto de los hombres como de las mujeres, es rescatar la
condición de la maternidad y paternidad, superando facetas sobreprotectoras o negligentes.
Más aun, la función paterna se fortalece cuando integra la materna y la materna se nutre
cuando incorpora la paterna, por ejemplo, el rigor en la maternidad y la ternura en la
paternidad. Por el contrario, la negación o exclusión de la paternidad o maternidad implican
un estrago en el hijo.
Es necesario aclarar en este punto que el hecho de acompañar a los hijos en su proceso de
crecimiento no significa instalar el deseo de los padres en éstos. Se trata más bien de
escuchar sus necesidades e intereses y fomentar el cariño y el respeto por su desarrollo
psicosocial, amoroso y creativo.
La incorporación de la mujer al trabajo ha implicado una nueva organización
familiar
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En la actualidad, la sociedad occidental presenta cambios y transformaciones estructurales


en todos los ámbitos de la vida: económico, político y cultural, que necesariamente inciden
en la vida familiar. Hay que recordar que uno de los cambios más importantes, a partir del
siglo XIX y a todo lo largo del siglo XX fue la incorporación de la mujer en el mercado
laboral. Consecuencia de este fenómeno es, por ejemplo, el uso de métodos anticonceptivos
para programar la maternidad/paternidad, en función de necesidades diferentes de cada una
de las parejas.
Ante la cuestión de la igualdad de derechos de mujeres y hombres, los hombres en muchos
casos no han respondido con solidaridad y por tanto son las madres, casadas y solteras, las
que llevan y recogen a los hijos de las escuelas, se encargan de apoyarlos en sus tareas
diarias, las que compran los alimentos y se los dan a sus hijos, las que deciden someterse a
una psicoterapia.
Por supuesto hay excepciones y afortunadamente cada vez más los hombres se muestran
sensibles y solidarios, y van desarrollando en su vida diaria nuevas formas de masculinidad
(por ejemplo, padres que cuidan a los hijos, padres que acompañan a los hijos en sus tareas
escolares, padres que cocinan y se ocupan de algunas tareas domésticas).
Pero también está otra realidad en donde madres proveedoras casadas, solteras o
divorciadas carecen del tiempo y la calma para atender a los hijos. En estos casos es
necesario establecer negociaciones y distribuciones de las tareas entre la pareja, de manera
solidaria y comprometida.
La cultura patriarcal ha condensado la dimensión de mujer y la de madre, como si fueran la
misma cosa. En consecuencia, de acuerdo con el patriarcado, la mujer que se convierte en
madre debe renunciar a su propio deseo, sacrificarse por el bienestar de sus hijos. La
consecuencia de esto es que, como compensación por su autoinmolación, la madre produce
con sus hijos vínculos de dependencia patológica a partir de la culpa.
Massimo Recalcati nos explica también que antiguamente la madre difícilmente podía
pensar en su liberación, esto es, en ejercer su sexualidad y disfrutar de su vida cotidiana. Es
posible ser madre y también disfrutar de la propia condición femenina de muchas otras
maneras además de la maternidad. Sin embargo, esta posibilidad aparece obstaculizada o
aun prohibida en una sociedad machista.
“Habrá que ser justos con la madre y reconocer en sus manos una hospitalidad sin posesión
que la vida humana necesita”, dice Recalcati a modo de conclusión al final del libro.
El padre como libertad y equilibrio
En el libro, Lo que queda del padre. La paternidad en la época hipermoderna, Recalcati
destaca el importante papel equilibrador del padre en su intervención frente a la relación
fusional madre-hijo. El autor insiste en el trascendental papel del padre como tercero capaz
de separar a la madre del hijo impidiendo su absorción mutua. El padre como “brújula que
guía la vida del hijo más allá del horizonte cerrado de la familia”.
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El tema de la paternidad está en el orden del día. Los padres estamos desorientados, en un
contexto de declive importante de la figura paterna. El patriarcado ha muerto o está, por lo
menos en las sociedades occidentales, en vías de desaparición. Recalcati muestra este
panorama, en ocasiones desolador, pero al mismo tiempo nos brinda una esperanza, una
posible salida distinta tanto de la vuelta al autoritarismo como de la permisividad.
De esta manera, no se trata de rescatar al padre autoritario, sino de inventar algo nuevo. Es
necesario reivindicar, antes que la disciplina, la referencia ética del adulto, del padre, a
partir de su testimonio. A fin de cuentas, es el padre quien permite enfrentar la realidad y la
separación o insertar entre la madre y el hijo un espacio que libere de la fusión. El padre
representa la libertad, tanto para el hijo como para la madre: libera al hijo de la excesiva
dominación de su madre, corta el cordón umbilical, y le permite empezar a madurar poco a
poco; por otra parte, al prohibirle a la madre la reincorporación de su hijo, hace posible que
ésta pueda abrirse a otros aspectos de su vida personal y creativa.
Del padre o de quien lo representa en una familia determinada proviene la posibilidad de
que los hijos tengan sus propias experiencias, incluyendo riesgos, fracasos y sufrimientos.
Gracias al padre es posible la separación con el universo materno.
La liberación que provee el padre no mortifica, ni complica, ni destruye la relación con la
madre; la vivifica al sustraerla de la identificación indiferenciada. De esta manera, el padre
ayuda a reconducir a la madre a su posición de “mujer” anulando un crecimiento
desmesurado y excesivo de su dimensión materna capaz de ahogar su crecimiento como
mujer.
La mujer que respeta a su pareja y le permite cumplir el cometido que le corresponde, en
complicidad y complementariedad con ella, será una buena madre en la medida en que le
permite a su pareja desempeñar la función paterna y con ésta la posibilidad de la libertad
del hijo o de la hija. De ahí, tal como lo formula Recalcati: “Todo hijo debería ser el indicio
de una trascendencia; la metáfora del amor entre sus padres”.
El mayor regalo que podemos hacer como madres a nuestros hijos es que aprendan a
prescindir de nosotras. Y el mayor regalo que nos puede hacer el padre de nuestros hijos es
ayudarnos a prescindir de los hijos. La gran revolución del hombre como padre es,
precisamente, la liberación de la mujer como madre.
Una sana relación de pareja es el mejor antídoto contra los excesos del dominio materno, y
garantía de libertad y autonomía para el hijo en un marco de seguridad y felicidad.
Un nuevo ser humano cambia al mundo entero
La maternidad cambia a la mujer que la experimenta, y asimismo al varón que ha sido
padre; pero, como señala Recalcati, lo trascendental es que cambia al mundo entero, pues el
nacimiento de un hijo no consiste sólo en la llegada al mundo de alguien que estábamos
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esperando, sino que trae consigo la transformación del mundo tal y como era antes, hace
posible otro mundo respecto del que ya conocíamos.
Ante el nacimiento de un hijo, la faz de la tierra ya no volverá a ser la misma: “Es el
milagro de la generación como corte irreversible en el discurrir del tiempo, como
transformación sin retorno de la faz del mundo”.
Subrayamos, pues, la imprescindible y urgente necesidad de una maternidad generosa y de
una paternidad firme y afectuosa y de la relación esencial y sinérgica de la pareja como
núcleo esencial e insustituible de la familia y del resultado no programado de su amor: la
vida.
Trabajar en la reconstrucción del papel del Padre como generador de independencia
Para Recalcati, lo que está en juego no es la necesidad de restaurar la soberanía perdida del
padre-amo. “La autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado
irremisiblemente a su ocaso.” Con todo, nuevas señales, cada vez más insistentes, nos
llegan desde la sociedad civil, desde el mundo de la política y de la cultura, para relanzar
una “inédita y acuciante demanda del padre”.
La “demanda de padre” que invade ahora el malestar de la juventud no es una demanda de
poder y de disciplina, sino de testimonio. No se demandan modelos ideales, dogmas y
jerarquías inmodificables, ni una autoridad meramente represiva y disciplinaria, sino
testimonios de cómo se puede estar en este mundo con deseo y, al mismo tiempo, con
responsabilidad.
No debemos sentir nostalgia, concluye Recalcati, por el padre-amo, por el padre-tótem, por
el padre-papa, por el padre-héroe, poseedor de la última palabra sobre el sentido del bien y
del mal. La evaporación de estos estereotipos puede abrir potencialmente caminos hacia la
invención.
Para que esta nueva visión del padre sea posible de una manera más integrada, general e
instaurada, tendrá que ocurrir en el sujeto que tiene la función de padre una redefinición de
la identidad, una nueva forma de masculinidad, teniendo en cuenta que ello significa dejar
paso a una visión de hombre diferente, rompiendo hábitos e inercias tradicionales muy
instauradas por parte de algunos hombres y mujeres también, a lo largo de tiempos
anteriores.
Quizá, en la instauración de nuevas identidades, de padre-madre, y/o de hombre-mujer, en
un contexto donde se incluyen diversidad de figuras parentales (familia clásica padre-
madre-hijo/a, familia monoparental, parejas de hombres o de mujeres), se trataría de buscar
la diferenciación, complementariedad y contraste, teniendo en cuenta la importancia de la
triangulación relacional de las funciones madre-padre-hijo, donde cada vértice del triángulo
corresponde a cada uno de los miembros y cada cual, al mismo tiempo, ocupa un espacio
propio.
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¿Qué ofrece la función paterna de forma diferenciada a su hijo/a?


Hablamos de función paterna y de formas de parentalidad. El padre tiene un estilo propio
de ser y funcionar. Por ejemplo, el padre puede hacer lo mismo que la madre, pero lo hace
de forma distinta. Este estilo de funcionar del hombre se ha entendido frecuentemente en
relación a la fuerza, el dinamismo, la autoridad, la vitalidad y la independencia. Desde el
punto de vista psicoanalítico, el padre es portador de la norma, la Ley.
El padre tiene unas competencias diferenciadas que le son propias. Se trata de una
presencia que interactúa con un carácter más físico y estimulador, más activo, agresivo y
audaz que la madre, con un comportamiento menos cercano, pero más rítmico. El padre es
mediador de la separación y catalizador de la sublimación de la agresividad por medio del
juego.
Las funciones paternas en las primeras fases de desarrollo del hijo son importantes para su
posterior desarrollo. Las interacciones placenteras y de tono positivo le ayudarán a tener a
la larga un mejor estado de ánimo y menos dificultades con la conducta agresiva.
Podríamos pensar que, hablando de funciones paternas y maternas, las madres a veces
también ejercen este papel de juego físico dinámico con sus hijos/as. El padre también
puede ser tan sensible como la madre ante las señales del bebé y presentar una sincronía
relacional positiva.
Cuando el padre tiene un estilo de interacción con el niño pequeño en el que hay
sensibilidad, ternura y respuestas a sus comunicaciones, hay mayor posibilidad de que
ocurra un apego sano en el niño o niña.
Así como las manos de la madre sostienen al hijo, el padre desempeña una función
protectora del vínculo madre-hijo y se encarga de la separación y diferenciación en el
interior de la diada.
Quizá el reto de la era contemporánea es que tanto hombres y mujeres, independientemente
de orientación sexual e identidad, integren a la Madre y el Padre, superando los aspectos
tiránicos del primero y las facetas sobreprotectoras o negligentes de la segunda.
No desvelar el secreto del hijo
Los padres de hoy evitan el conflicto con sus hijos por temor a perderlos. Se trata acaso de
una nueva forma de angustia que invierte la cadena de generaciones: hoy no es el niño el
que quiere sentirse reconocido por sus padres, sino que son los padres los que quieren
sentirse reconocidos por sus hijos.
El mejor regalo que pueden hacer los padres a sus hijos es no intentar desvelar su secreto,
dejarles ir, favorecer su diferencia en vez de querer que repitan sus vidas depositando sobre
ellos sus expectativas, tal como lo desarrolla el propio Recalcati en el libro El secreto del
hijo.
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Insistimos en que no hay que sentir nostalgia del padre disciplinario y autoritario, con barba
y bigote o por el padre de la ideología del patriarcado cuya palabra cerraba cada discusión.
El tiempo dominado por esta figura se ha agotado. Y eso está bien. Que los padres de hoy
tengan una relación de proximidad con el cuerpo de sus hijos, que también conozcan la
ternura del contacto y la alegría de abrazar es una conquista de la larga ola revolucionaria
cuyo año emblemático es 1968.
Hay cierta verdad en cuanto a que, ante este cambio de paradigma, muchos padres se
sienten perdidos, desprovistos de herramientas en la tarea de educar. Ante esto, lo primero
que habría que reconocer es que no hay padres perfectos. Citando a Freud, Recalcati nos
recuerda que la paternidad es una profesión imposible. Ahora bien, pese a todos sus errores,
quienes mejor ejercen la paternidad son aquellos padres tienen presente la imposibilidad de
esa importante tarea.
Un padre no tiene por qué pretender saber todo lo que le ocurre a su hijo, antes bien la
condición paternal implica un respeto por el otro. De esta manera, se trata dejarse
sorprender o admirarse frente al secreto incomprensible del otro al que amamos.
En este punto es importante situar estas consideraciones en el contexto de nuestro mundo
actual, de tiempos acelerados, de necesidades y deseos diversos, de continuo cambio, de
saturación de información, de fascinación por la tecnología y la dispersión y con muy poco
tiempo para la espera y la reflexión.
En la sociedad que habitamos abundan lo banal y lo efímero en detrimento de lo profundo;
el ruido que aturde no permite el silencio y dificulta el pensamiento.
De esta manera se da una situación en la cual valores, normas, ritos y formas de relación no
se interiorizan lo suficientemente debido a que van cambiando muy rápidamente, sin lograr
convertirse en hábitos o rutinas.
El padre como motor liberador de la madre y el hijo
El padre es quien permite enfrentar la realidad y la separación o insertar entre la madre y el
hijo un espacio que libera de la inmediatez y la fusión. El padre representa la libertad, tanto
para el hijo como para la madre: libera al hijo de la excesiva dominación de su madre, corta
el cordón umbilical y le permite a este último ir adquiriendo plenitud y autonomía.
El padre alienta a los hijos a tener sus propias experiencias, incluyendo riesgos, fracasos y
sufrimientos; lo que sin duda ayuda al hijo a percibir sus propias limitaciones y le fortalece.
De esta manera, el padre lleva a hijo a ir más allá de los límites del universo materno. Y es
que sin diferenciación no hay crecimiento.
La mujer que respeta al hombre y le permite cumplir el cometido que le corresponde, en
complicidad y complementariedad con ella misma, será una buena madre en la medida que
le permite a él ser padre y conceda al hijo la merecida y precisa libertad.
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¿Es la paternidad importante para los hombres?


La paternidad es una construcción cultural que va cambiando con el tiempo. De esta
manera, el ideal del padre ha ido pasando del padre distante y proveedor como sustento de
la familia, al padre implicado en la educación de sus hijos, capaz de jugar con ellos y de
realizar actividades de cuidado.
La familia es una construcción social-cultural
Vivimos en una sociedad global, inestable, imprevisible en la que se producen migraciones,
éxodos, situaciones traumáticas y pérdida de referencias. La nuestra es una cultura que se
caracteriza por la no espera, la gratificación inmediata, la premura, el consumo, la
tendencia a la perfección, al éxito, a la idealización y también por la proliferación del uso
de redes sociales virtuales que en muchas ocasiones sustituyen la realidad personal e
interpersonal.
La familia es una construcción social sujeta a las variaciones de un entorno cultural en
continua transformación, por lo que se encuentra sujeta a las ideologías imperantes que
influyen en la forma de entender la maternidad y paternidad.
No obstante lo anterior, es necesario partir de la consideración de que la familia, dentro de
cualquier modalidad y para cualquier individuo que nace, es un lugar de pertenencia y de
sostén. En la familia se establecen las primeras identificaciones y representaciones, lo que
influirá de manera muy importante en el desarrollo del individuo. Y aunque en la actualidad
existe una amplia diversidad de formas familiares, podemos entender la familia como la
unión y convivencia de personas que comparten un proyecto de vida en común, a partir de
un compromiso personal, en el que se establecen relaciones de intimidad, reciprocidad y
dependencia. Pero, también y esto es importante, de respeto a la diversidad.
Así entendida, la familia constituye el principal contexto del desarrollo humano, donde
tienen lugar los primeros procesos de socialización y desarrollo de chicas y chicos.
No obstante, la familia no es sólo un escenario de desarrollo para los más jóvenes, sino
también para los adultos que a ésta pertenecen. En este sentido, la familia constituye un
contexto esencial tanto para la construcción del desarrollo individual de todos y cada uno
de sus miembros, como para servir de punto de encuentro intergeneracional, donde
mediante las interacciones que se establecen entre los progenitores y sus hijas e hijos, los
adultos van estableciendo un proyecto vital de educación y socialización para los más
jóvenes.
La familia está determinada por fenómenos sociales.
En la sociedad occidental estamos siendo testigos, desde hace décadas, de cambios y
transformaciones económicas estructurales, en el modelo de producción y reproducción, de
ideas y valores desde modernidad tardía y la revolución tecnológica que han supuesto e
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incidido necesariamente en alteraciones en la organización familiar, en la movilidad social


y en la protección de derechos individuales.
En este contexto, el escritor italiano maneja el concepto de Otro, que para el bebé significa
la madre y el padre, y que para el adulto corresponde a la cultura, a todo lo que tiene que
ver con su entorno.
Habría que reflexionar entonces acerca de la importancia de trabajar para construir un amor
que resista y que insista en la reivindicación de los vínculos, de lo que puede perdurar en el
tiempo y de aquello que nos acompaña en nuestro desarrollo como seres humanos.

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