La Madre y El Padre de Acuerdo Con Massimo Recalcati
La Madre y El Padre de Acuerdo Con Massimo Recalcati
La Madre y El Padre de Acuerdo Con Massimo Recalcati
El papel que tiene la madre en los primeros años de vida del niño es fundamental. Tan es
así, que el vínculo que se forma entre la madre y el niño durante este periodo afectará
directamente a la personalidad y la conducta que el niño pueda tener en su etapa adulta.
El vínculo entre la madre y el hijo se crea desde el momento de la gestación, y su nivel
emocional se va acrecentando durante el momento del nacimiento, la lactancia y
posteriormente con el cuidado en los primeros años de vida del niño. El grito del bebé es
una petición, no sólo referida a una necesidad sino también al amor, ya que sobre ella se
apuntala la demanda de amor al Otro primordial materno que nos atiende.
De esta manera consideramos que todas las vivencias y relaciones que se establezcan en el
primer año de vida del bebé resultarán fundamentales para el desarrollo de la personalidad
de la niña o el niño. No está por demás insistir que la manera en que la madre interactúe
con su bebé influirá en el comportamiento que tendrán estos niños en la fase de la
adolescencia, e incluso en una etapa más adulta.
Cuando priorizamos el cuidado de nuestros niños en el cariño, la compresión y la
aceptación les ayudamos a crecer en un ambiente de confianza. Desde este ámbito, pueden
explorar con total libertad y seguridad todas sus emociones y potencialidades, lo que les
servirá de trampolín para desarrollar una etapa adulta más plena.
La relación entre la madre y el bebé constituye un prototipo; su influencia se verá reflejada
en la forma como el niño interactúe con otras personas, principalmente con las más
cercanas a lo largo de su vida. Es importante la fuerza y las características del vínculo
materno porque también conforman la base sobre la cual el niño o la niña construyen la
noción de sí mismos.
Dentro de la estrecha relación establecida entre la madre y el bebé destaca la importancia
del rostro de madre, que sustenta la vida del bebé. El rostro de la madre es el primer rostro
del mundo, ya sea que éste acoja o rechace. El rostro de la madre brinda al pequeño el
sentimiento de la vida, haciendo sentir al bebé deseado y reconocido a través de las manos,
el rostro y la mirada.
Una madre suficientemente buena no es solamente la que sostiene con sus manos, rostro y
mirada; también es necesario que permita la diferenciación de la hija o el hijo, para que
éstos sean capaces de hacer su propia vida. Sostener en brazos, además del hecho físico,
implica también un fenómeno emocional, en el que la madre que toma al bebé se abre a la
sensibilidad de ambos.
Pero también la madre debe tener cuidado de no caer en extremos, como el exceso de
presencia que llega a producir un ambiente asfixiante para el bebé, ni tampoco en
ausentarse, dejando al hijo o hija en el vacío.
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Gracias a la rutina de cuidados cotidianos, como alimentarse del pecho de la madre, sentirse
acariciada con las manos o con la voz, el bebé encuentra puntos de referencia que le
permitirán establecer relaciones e intercambios con otros a lo largo de su vida.
La estrecha relación entre la madre y el bebé surge a través del rostro materno que sustenta
la vida del bebé por ser la primera cara del mundo, pero también las manos y la mirada de
la madre otorgan el sentimiento de la vida.
Ahora bien, la madre debe tener cuidado de no caer en extremos, esto es, si está demasiado
presente, puede llegar a crear un ambiente “asfixiante” para el bebé, y si se ausenta
demasiado, dejará a su bebé en el vacío.
Lo complejo de ser madre en el siglo XXI
Es probable que muchas mujeres se planteen que ser madre del siglo XXI significa liberarse
de los hijos, Nada más limitado que esto. Recalcati afirma que una de las consecuencias de
los movimientos de emancipación de la mujer de los años sesentas y setentas fue la
transformación de la figura de la madre, que dejó de representar la abnegación y el del
sacrificio masoquista de sometimiento al hombre, además de su omnipresencia sobre los
hijos, renunciando a su creatividad como mujer.
Actualmente surge un nuevo tipo de madre patológica, caracterizada por el narcicismo. La
madre narcisista vive a los hijos como un obstáculo para su propia realización.
Es importante tomar cuenta que el hecho de ser madre no se contrapone al desarrollo de la
mujer como esposa y profesionista. Más aún, el crecimiento personal y profesional de una
madre permite que ésta establezca una relación más sana con el hijo, esto es, no lo inutiliza
por estar demasiado apegada a él, ni tampoco lo abandona a su suerte.
En la actualidad, quizá el reto tanto de los hombres como de las mujeres, es rescatar la
condición de la maternidad y paternidad, superando facetas sobreprotectoras o negligentes.
Más aun, la función paterna se fortalece cuando integra la materna y la materna se nutre
cuando incorpora la paterna, por ejemplo, el rigor en la maternidad y la ternura en la
paternidad. Por el contrario, la negación o exclusión de la paternidad o maternidad implican
un estrago en el hijo.
Es necesario aclarar en este punto que el hecho de acompañar a los hijos en su proceso de
crecimiento no significa instalar el deseo de los padres en éstos. Se trata más bien de
escuchar sus necesidades e intereses y fomentar el cariño y el respeto por su desarrollo
psicosocial, amoroso y creativo.
La incorporación de la mujer al trabajo ha implicado una nueva organización
familiar
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El tema de la paternidad está en el orden del día. Los padres estamos desorientados, en un
contexto de declive importante de la figura paterna. El patriarcado ha muerto o está, por lo
menos en las sociedades occidentales, en vías de desaparición. Recalcati muestra este
panorama, en ocasiones desolador, pero al mismo tiempo nos brinda una esperanza, una
posible salida distinta tanto de la vuelta al autoritarismo como de la permisividad.
De esta manera, no se trata de rescatar al padre autoritario, sino de inventar algo nuevo. Es
necesario reivindicar, antes que la disciplina, la referencia ética del adulto, del padre, a
partir de su testimonio. A fin de cuentas, es el padre quien permite enfrentar la realidad y la
separación o insertar entre la madre y el hijo un espacio que libere de la fusión. El padre
representa la libertad, tanto para el hijo como para la madre: libera al hijo de la excesiva
dominación de su madre, corta el cordón umbilical, y le permite empezar a madurar poco a
poco; por otra parte, al prohibirle a la madre la reincorporación de su hijo, hace posible que
ésta pueda abrirse a otros aspectos de su vida personal y creativa.
Del padre o de quien lo representa en una familia determinada proviene la posibilidad de
que los hijos tengan sus propias experiencias, incluyendo riesgos, fracasos y sufrimientos.
Gracias al padre es posible la separación con el universo materno.
La liberación que provee el padre no mortifica, ni complica, ni destruye la relación con la
madre; la vivifica al sustraerla de la identificación indiferenciada. De esta manera, el padre
ayuda a reconducir a la madre a su posición de “mujer” anulando un crecimiento
desmesurado y excesivo de su dimensión materna capaz de ahogar su crecimiento como
mujer.
La mujer que respeta a su pareja y le permite cumplir el cometido que le corresponde, en
complicidad y complementariedad con ella, será una buena madre en la medida en que le
permite a su pareja desempeñar la función paterna y con ésta la posibilidad de la libertad
del hijo o de la hija. De ahí, tal como lo formula Recalcati: “Todo hijo debería ser el indicio
de una trascendencia; la metáfora del amor entre sus padres”.
El mayor regalo que podemos hacer como madres a nuestros hijos es que aprendan a
prescindir de nosotras. Y el mayor regalo que nos puede hacer el padre de nuestros hijos es
ayudarnos a prescindir de los hijos. La gran revolución del hombre como padre es,
precisamente, la liberación de la mujer como madre.
Una sana relación de pareja es el mejor antídoto contra los excesos del dominio materno, y
garantía de libertad y autonomía para el hijo en un marco de seguridad y felicidad.
Un nuevo ser humano cambia al mundo entero
La maternidad cambia a la mujer que la experimenta, y asimismo al varón que ha sido
padre; pero, como señala Recalcati, lo trascendental es que cambia al mundo entero, pues el
nacimiento de un hijo no consiste sólo en la llegada al mundo de alguien que estábamos
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esperando, sino que trae consigo la transformación del mundo tal y como era antes, hace
posible otro mundo respecto del que ya conocíamos.
Ante el nacimiento de un hijo, la faz de la tierra ya no volverá a ser la misma: “Es el
milagro de la generación como corte irreversible en el discurrir del tiempo, como
transformación sin retorno de la faz del mundo”.
Subrayamos, pues, la imprescindible y urgente necesidad de una maternidad generosa y de
una paternidad firme y afectuosa y de la relación esencial y sinérgica de la pareja como
núcleo esencial e insustituible de la familia y del resultado no programado de su amor: la
vida.
Trabajar en la reconstrucción del papel del Padre como generador de independencia
Para Recalcati, lo que está en juego no es la necesidad de restaurar la soberanía perdida del
padre-amo. “La autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado
irremisiblemente a su ocaso.” Con todo, nuevas señales, cada vez más insistentes, nos
llegan desde la sociedad civil, desde el mundo de la política y de la cultura, para relanzar
una “inédita y acuciante demanda del padre”.
La “demanda de padre” que invade ahora el malestar de la juventud no es una demanda de
poder y de disciplina, sino de testimonio. No se demandan modelos ideales, dogmas y
jerarquías inmodificables, ni una autoridad meramente represiva y disciplinaria, sino
testimonios de cómo se puede estar en este mundo con deseo y, al mismo tiempo, con
responsabilidad.
No debemos sentir nostalgia, concluye Recalcati, por el padre-amo, por el padre-tótem, por
el padre-papa, por el padre-héroe, poseedor de la última palabra sobre el sentido del bien y
del mal. La evaporación de estos estereotipos puede abrir potencialmente caminos hacia la
invención.
Para que esta nueva visión del padre sea posible de una manera más integrada, general e
instaurada, tendrá que ocurrir en el sujeto que tiene la función de padre una redefinición de
la identidad, una nueva forma de masculinidad, teniendo en cuenta que ello significa dejar
paso a una visión de hombre diferente, rompiendo hábitos e inercias tradicionales muy
instauradas por parte de algunos hombres y mujeres también, a lo largo de tiempos
anteriores.
Quizá, en la instauración de nuevas identidades, de padre-madre, y/o de hombre-mujer, en
un contexto donde se incluyen diversidad de figuras parentales (familia clásica padre-
madre-hijo/a, familia monoparental, parejas de hombres o de mujeres), se trataría de buscar
la diferenciación, complementariedad y contraste, teniendo en cuenta la importancia de la
triangulación relacional de las funciones madre-padre-hijo, donde cada vértice del triángulo
corresponde a cada uno de los miembros y cada cual, al mismo tiempo, ocupa un espacio
propio.
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Insistimos en que no hay que sentir nostalgia del padre disciplinario y autoritario, con barba
y bigote o por el padre de la ideología del patriarcado cuya palabra cerraba cada discusión.
El tiempo dominado por esta figura se ha agotado. Y eso está bien. Que los padres de hoy
tengan una relación de proximidad con el cuerpo de sus hijos, que también conozcan la
ternura del contacto y la alegría de abrazar es una conquista de la larga ola revolucionaria
cuyo año emblemático es 1968.
Hay cierta verdad en cuanto a que, ante este cambio de paradigma, muchos padres se
sienten perdidos, desprovistos de herramientas en la tarea de educar. Ante esto, lo primero
que habría que reconocer es que no hay padres perfectos. Citando a Freud, Recalcati nos
recuerda que la paternidad es una profesión imposible. Ahora bien, pese a todos sus errores,
quienes mejor ejercen la paternidad son aquellos padres tienen presente la imposibilidad de
esa importante tarea.
Un padre no tiene por qué pretender saber todo lo que le ocurre a su hijo, antes bien la
condición paternal implica un respeto por el otro. De esta manera, se trata dejarse
sorprender o admirarse frente al secreto incomprensible del otro al que amamos.
En este punto es importante situar estas consideraciones en el contexto de nuestro mundo
actual, de tiempos acelerados, de necesidades y deseos diversos, de continuo cambio, de
saturación de información, de fascinación por la tecnología y la dispersión y con muy poco
tiempo para la espera y la reflexión.
En la sociedad que habitamos abundan lo banal y lo efímero en detrimento de lo profundo;
el ruido que aturde no permite el silencio y dificulta el pensamiento.
De esta manera se da una situación en la cual valores, normas, ritos y formas de relación no
se interiorizan lo suficientemente debido a que van cambiando muy rápidamente, sin lograr
convertirse en hábitos o rutinas.
El padre como motor liberador de la madre y el hijo
El padre es quien permite enfrentar la realidad y la separación o insertar entre la madre y el
hijo un espacio que libera de la inmediatez y la fusión. El padre representa la libertad, tanto
para el hijo como para la madre: libera al hijo de la excesiva dominación de su madre, corta
el cordón umbilical y le permite a este último ir adquiriendo plenitud y autonomía.
El padre alienta a los hijos a tener sus propias experiencias, incluyendo riesgos, fracasos y
sufrimientos; lo que sin duda ayuda al hijo a percibir sus propias limitaciones y le fortalece.
De esta manera, el padre lleva a hijo a ir más allá de los límites del universo materno. Y es
que sin diferenciación no hay crecimiento.
La mujer que respeta al hombre y le permite cumplir el cometido que le corresponde, en
complicidad y complementariedad con ella misma, será una buena madre en la medida que
le permite a él ser padre y conceda al hijo la merecida y precisa libertad.
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