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Comuna 13 de Medellin
Comuna 13 de Medellin
Comuna 13 de Medellin
ISBN: 978-958-8245-40-9
© Yoni Alexander Rendón Rendón
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidas las lecturas universitarias, la reprografía y el tratamiento
informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler público.
Agradecimientos
Dedicado a mi madre Marleny del Socorro Rendón R. Por su apoyo
en las buenas y en las malas.
Agradezco en especial a Luis Carlos Pérez Villa, por su apoyo en
momentos decisivos de mi vida.
El autor
Contenido
Prólogo
.............................................................................................11
Reseña histórica ............................................................................19
El secuestro .....................................................................................25
1. El secuestro extorsivo............................................................25
Carolina y el drama de su secuestro ................................27
El secuestro express ..............................................................43
Familia afectada por el secuestro express .....................45
Funcionarios de la salud, víctimas del secuestro express
........................................................................................47
2. El secuestro con fines políticos e ideológicos ..............53
1. El secuestro extorsivo
Dentro de la Comuna 13, las víctimas eran presa fácil para los
secuestradores, pues era allí donde tenían dominio pleno y donde
podían tener refuerzos de sus cómplices en caso de que se
acercara la Policía; por ello hacían los secuestros a cualquier hora
del día, tras instalar retenes ilegales en algunas vías o salir de
sorpresa, apuntando sus armas hacia los vehículos. Fuera de la
Comuna 13 eran vulnerables, pues corrían riesgo de ser capturados
por la Policía al momento de intentar los secuestros. Por eso
preferían hacerlos en forma rápida, generalmente en horas de la
madrugada, debido a que las vías no estaban tan congestionadas ni
concurridas de público.
–¿Quiénes son sus padres, sus tíos y en qué trabajan? ¿Qué hace
su familia? –me preguntó.
–Esperemos que las cosas marchen bien –me dijo–. Todo depende
de lo que diga su familia; además, si no hay chusma [es decir,
policías] en el sector, la podemos dejar ir más fácil.
Al hacerse cada vez más tarde y pensar que tendría que dormir en
aquel pequeño y frío cuarto, sabiendo que me encontraba en un
sector donde con frecuencia eran asesinadas personas por grupos
al margen de la ley, sentí miedo de que de pronto llegara alguien y
me hiciera daño. Pregunté a Alexis sobre lo que iba a pasar
conmigo, pues yo tenía mucho miedo. Me respondió que me
tranquilizara, que lo único que podía pasar era que de pronto les
llegaran a tomar posiciones, ya que tenían trincheras por toda la
zona, y me tuviesen que resguardar en otro lugar. Al escuchar esto
me preocupé más. Seguimos jugando parqués y cartas para
tranquilizarme y no pensar en nada que me preocupara. Luego,
siendo ya las doce de la noche, me recosté en el colchón, sin poder
dormir. Podía observar cómo Alexis y Leidy cabeceaban de sueño.
–¿Sabe que nos van a salir viendo y nos van a matar? –me dijo–.
Cojámosla suave.
–Leidy, por favor –le dije–. Sólo es para hablar con mi novio y decirle
que estoy bien, pero nada más. –Ella no quiso. Un rato después
Leidy fue al baño y olvidó desconectar el teléfono. ‘Yo llamo, así me
mate’, fue lo único que cruzó por mi mente en ese momento. Me
paré y volví a marcar a la casa de mi novio y me contestó su
hermano.
–Qué hubo piroba, ¿te querés morir o qué? –me dijo Leidy con su
revólver en la mano.
–No, no, no –le respondí–. Sólo me estaba fijando si el teléfono
tenía identificador de llamadas.
El secuestro express
–A ver, ¿ustedes son los paracos que están atendiendo esa gente
de La Loma?, ¿ustedes no saben que allá no hay sino paracos? –Le
dijimos que allá se atendía a cualquier persona que llegara, que
nosotros éramos neutrales en el conflicto.
Él tenía un blue jean y una camisa negra con una imagen del Che
Guevara, entonces yo le dije:
–Mirá, si vos vas con ese jean o con esa camisa, yo qué voy a saber
quién sos vos o qué hacés, te tengo que atender y hacerlo bien.
–Lo que pasa es que ustedes son del Estado –dijo alguien más–. El
Estado está contra nosotros y tiene plata.
–El Estado tiene plata pero nosotros no –le respondí–. Nosotros
vivimos de un sueldo.
Nos sentaron en unas escalas y al rato llegó otro hombre; éste llamó
al odontólogo, le preguntó quién era el dueño del vehículo en el que
nos movilizábamos y le exigió traer diez millones de pesos en tres
horas para podernos liberar. Él le dijo que nosotros no teníamos
toda esa plata, que no podíamos pagar un secuestro. Sin embargo,
logró negociar nuestra liberación por dos millones de pesos.
Después de que habían llegado a un acuerdo, hablé con el hombre
para tratar de reducir la cantidad exigida, diciéndole:
–Vea, muchacho –le dije yo–. Que se vayan dos hombres porque es
más fácil para ellos conseguir el dinero; las mujeres nos quedamos
acá, y si no vienen con el dinero, hagan con nosotras lo que quieran.
11. Fuentes consultadas: Área de Sistemas Sijín y Resumen Ejecutivo del Proceso de
Recuperación de la Comuna 13. Centro de Investigaciones Criminológicas de la Policía
Metropolitana del Valle de Aburrá. Medellín, 17 de septiembre de 2003.
“Mi hija era una niña ejemplar con sus amiguitos. Pese a que
trabajaba, no dejaba de ir a estudiar, pues una de sus grandes
metas en la vida era algún día llegar a ser una doctora. Le dolía en
lo profundo de su ser ver niños enfermos y sufriendo. Quería tener
algún día la oportunidad de poderlos sanar”.
Éstas fueron, entre otras, algunas de las causas por las que
integrantes de los grupos armados llegaron a asesinar a residentes
de la zona: por considerarlos informantes del grupo armado
contrario, imputarles el consumo de drogas alucinógenas, acusarlos
de haber cometido hurtos, hablar con algún miembro de la fuerza
pública, haber dicho algo en contra de algún grupo armado, negarse
a prestar un vehículo o a pagar el dinero exigido de una extorsión, o
por encontrarse en servicio militar. También por señalamientos, por
negarse a ingresar a los grupos armados o porque algún miembro
de un grupo armado se sintiera atraído por la novia de algún
habitante del sector, y entonces lo asesinaba para quedarse con
ella. Además, ocasionalmente los grupos armados decían a los
pobladores “las causas”, según ellos, por las que cometieron
algunos asesinatos, para justificar de esta forma sus actuaciones
ante la comunidad; luego de asesinar a alguien decían a los
residentes de la zona que lo habían matado “por ladrón, por vicioso,
por violador o por sapo*”.
12. Resumen Ejecutivo del Proceso de Recuperación de la Comuna 13. Centro de
Investigaciones Criminológicas de la Policía Metropolitana del Valle de Aburra, Medellín, 17
de septiembre de 2003.
13. Ospina Zapata, Gustavo. “Viudas y huérfanos cargan las secuelas del conflicto urbano”,
En: El Colombiano, Sección Paz y Derechos Humanos. Medellín, mayo 3 de 2002.
Foto: Manuel Saldarriaga,
Periódico El Colombiano
3. La desaparición forzada
“El padre de mi nieta dijo que Leidy nunca llegó a la cita. Desde
aquel día he ido a muchas entidades, averiguando sobre su
paradero, pero no me han dado razón, incluso he estado presente
en la exhumación de algunas fosas comunes que han encontrado
en San Cristóbal*, pero hasta la fecha no he logrado encontrarla,
han pasado ya algunos años desde que desapareció y siempre
mantengo esa esperanza de volverla a ver. Todo esto ha sido muy
difícil para mi nieta, pues a pesar de su corta edad recuerda mucho
a su mamá y pregunta muy seguido por ella. Pero no sé qué
decirle”.
14. Documento: “Efectos de la guerra en niños, niñas y jóvenes” de la Psicóloga Ángela
Quintero López, docente de la Institución Educativa La Independencia, 2002.
A pesar de que en ese entonces Laura tenía sólo dos años de edad,
nunca se ha olvidado de su mamá. Siempre la ha tenido presente y
pregunta mucho por ella. Dice que dónde está la Tati –así es como
le decía a Leidy Johana–. Por todo llora y nosotras la entendemos.
Le hemos dado mucho cariño, pero no somos capaces de decirle
dónde está su mamá, porque no sabemos. No podemos decirle que
está desaparecida, porque todavía no va a entender y tampoco
podemos asegurar que está muerta. El cariño que nosotras le
damos no va a reemplazar el afecto que la mamá le pudo dar. Pero
ella está bien a pesar de que se volvió muy agresiva y llora mucho.
Al papá de Laura lo asesinaron el 19 de enero de 2003. Nosotras le
decimos a Laura que el papá está en el cielo, y ella lo asimila más
fácil, porque no lo conoció.
4. El desplazamiento forzado
15. El Colombiano, “Ya son 10 los cadáveres en fosas de San Cristóbal”. Agosto 3 de 2003,
p. 3/A.
Damaris* es una anciana viuda, quien para ese entonces era madre
de cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres menores de edad. Llegó
al barrio El Salado, sector seis, parte alta de la Comuna 13, en el
año de 1992, proveniente del municipio de El Bagre, Antioquia. Ella
se instaló en la parte más alta de la montaña, en un pequeño rancho
de tablas que le vendió una amiga a muy bajo costo para que se lo
fuera pagando cada mes. Tuvo que soportar situaciones extremas
de miseria para sobrevivir en compañía de sus hijos. Ellos hicieron
parte de los desplazados aquel día 4 de julio: “Mis hijos estudian,
pero como no tengo trabajo, me ha sido difícil comprarles lo que
necesitan: útiles, uniformes y zapatos. Hemos aguantado mucha
hambre y necesidades. Incluso a veces les ha tocado irse para el
colegio sin comer absolutamente nada, por no haber ni siquiera una
libra de panela en la cocina. Me ha tocado salir a pedir de casa en
casa o en los graneros y tiendas para poder sobrevivir junto a ellos.
En el liceo me han fiado la matrícula de mis hijos para pagarlas por
cuotas semanales, y los útiles escolares algunas veces se los han
dado gente conocida y el sacerdote del barrio.
Pero aparte de todas las necesidades que nos agobian, también nos
tocó afrontar la opresión de los grupos violentos en el sector. Esa
noche dormíamos, cuando a eso de la una de la madrugada nos
despertó el sonido de varios disparos y los gritos y los gemidos de la
gente. Me asomé por la ventana y vi a varias vecinas que estaban
corriendo, cargando algunos de sus enseres de hogar. Unos
hombres armados estaban quemando los ranchos. De inmediato
salí corriendo junto con mis hijos, únicamente con lo que llevábamos
puesto. Mientras corría me caí en varias ocasiones, y escuchaba el
zumbido de las balas, que sonaban muy cerca de nosotros. Luego
de haber recorrido cierta distancia y de seguir escuchando disparos,
mis hijos y yo, muy asustados, tocamos en una casa. La señora que
nos abrió nos dejó entrar justo en el momento en que una bala
pegaba contra la ventana de su casa. Afortunadamente nadie salió
herido. Permanecimos allí el resto de la madrugada, aunque sin
dormir, por el temor producido por los disparos que se escuchaban
todavía.
Muchas de las casas que quedaban vacías eran utilizadas por los
grupos armados para habitar en ellas, esconder personas
secuestradas, armas o explosivos. Otras eran vendidas o
derribadas. Así sucedió con el hogar de Ángela*, señora de
avanzada edad quien, debido a que varios proyectiles traspasaron
las paredes de su casa, se fue a vivir a casa de una de sus hijas al
barrio La Milagrosa, en el oriente de Medellín. Varios días después
de encontrarse en ese lugar, fue informada por parte de otra hija,
que aún vivía en Nuevos Conquistadores, que su casa había sido
derribada con explosivos, tal como otras viviendas del sector.
16. General Mario Montoya Uribe. “Guerra urbana no ha prosperado”, en: El Colombiano.
Medellín, 2 de mayo de 2002.
Infancia y adolescencia vulneradas
“El conflicto armado tiene como consecuencia el agravamiento de la
vulnerabilidad típica de los niños y niñas, vulnerabilidad que tiende a
agudizarse siempre que existen situaciones que afectan
directamente los sistemas sociales y personas naturales que tienen
relación cotidiana con el cuidado de ellos y ellas. Al ahondar en la
precariedad de la existencia personal, la guerra es devastadora para
la niñez y la juventud, ya que tiene, entre otros, los siguientes
efectos: desintegración familiar, desarticulación de las redes de
apoyo social, crea una atmósfera de desconfianza hacia los
otros/as, potencia conductas y actitudes como la belicosidad y el
enfrentamiento, sobredimensiona la experiencia y el sentimiento del
miedo”.17
18. Urrego, Luis. “Éxodo masivo en El Salado”, En: El Tiempo, julio 4 de 2002, p. 1.
Relata Leidy:
“Juguetes” letales
Relato de Faber, quien para esa fecha tenía nueve años de edad:
“En compañía de mi primo Arturo, salí en la mañana a reciclar
aluminio para vender. Nos encontrábamos en el barrio El Corazón.
Cuando estábamos buscando en medio de un montón de
escombros, nos encontramos una cosa que tenía la forma de un
cohete, de los que se ven en las películas. Como estaba sucio, lo
lavamos y nos pusimos a jugar con él junto a un teléfono público
donde estaban otros niños. Tiré el cohete al suelo y lo recogí varias
veces. Cuando lo lancé de punta fuertemente, explotó. En ese
momento caí al piso al igual que los otros niños. Estaba sangrando y
comencé a gritar. Tenía varias heridas en la mano izquierda y en el
pie derecho.
Jugando a la guerra
Esta cruda realidad fue vivida por adolescentes a quienes los grupos
en confrontación manipularon con el fin de involucrarlos en el
conflicto de la zona, cambiando de esta forma sus juguetes por las
armas, y su inocencia por el crimen. Tal es el caso de Andrés*,
quien en su adolescencia fue reclutado por las milicias de los CAP,
cuando habitaba en el barrio El Salado en compañía de su familia:
21. Restrepo, Carlos Olimpo. “Entre Mariela Ibargüen y Luis Pérez, la muerte y el miedo”.
En: El Colombiano, sección Paz y Derechos Humanos, Medellín, 31 de mayo de 2002.
22. Ospina Zapata, Gustavo. “Viudas y huérfanos cargan las secuelas del conflicto urbano”,
En: El Colombiano, Sección Series, Medellín, mayo 3 de 2002.
Los padres de los niños, que no podían salir de sus casas por temor
a las balas, llamaban al centro educativo pidiendo que por favor no
dejáramos ir a los niños solos, que ellos los recogerían en cuanto
pudieran.
***
“Recuerdo que una vez se me presentó una chica, muy bonita ella y
muy joven. Quería saber cómo hacía una mujer para detectar si
estaba embarazada, con la consabida disculpa de que no lo estaba
averiguando para ella sino para una amiga. Terminó por confesarme
que dos días atrás un paraco le había hecho el sexo a la fuerza. ‘¿Y
usted por qué se dejó?’, le pregunté yo. ‘¡Y cómo no me dejo si me
puso un revólver en la cabeza!’, me contestó”.28
26. Revista Semana. “Miedo en la comuna 13”. Edición No. 1.150, mayo 16 de 2004.
27. Johana, en: Comuna 13: Crónica de una guerra urbana. 2da. edición. Ricardo Aricapa.
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 124.
28. Patricia, Jefa de enfermeras de la Unidad Intermedia de San Javier. En: Comuna 13:
Crónica de una Guerra Urbana, 2da. edición. Ricardo Aricapa, Universidad de Antioquia,
Medellín, 2005, p. 191.
Para los jóvenes que se esmeraban por salir adelante, y que con
empeño y dedicación intentaban abrirse paso mediante algún arte,
como la música, sus ilusiones se veían truncadas debido a que
carecían de los recursos económicos para costear sus gastos. Pero
ése no era el único obstáculo que se encontraban a su paso: eran
amenazados por integrantes de los grupos armados, quienes les
prohibían reunirse en grupo cuando querían ensayar, porque
consideraban que estaban conformando una pandilla, y de esta
forma extinguían el anhelo y los logros alcanzados por dichos
jóvenes.
En el año 2001 paramos durante unos meses los ensayos por tanta
violencia que se estaba presentando en el barrio. Algunas personas
que nos querían ayudar y que venían de otros barrios eran tratadas
de informantes, y corrían peligro. A pesar de todos los
inconvenientes, tuvimos presentaciones en la ciudad de Bogotá, en
el municipio de Sonsón, y aquí en Medellín, en el Teatro
Metropolitano, en el Centro Administrativo La Alpujarra, en el Palacio
de Exposiciones y en algunos barrios de la ciudad.
29. Yarce, Elizabeth. “Las calles bajo fuego”, En: El Colombiano, Sección Paz y Derechos
Humanos, agosto 25 de 2002.
“La última vez que vi a mi hijo con vida fue el día 14 de octubre del
año 2002. Eran aproximadamente las nueve y treinta de la mañana.
Miguel estaba en mi habitación comiéndose un cereal y viendo
televisión, antes de ponerse a estudiar para un parcial que tenía en
esos días. Abrí la ventana de la habitación para que entrara luz. Él
se sonrió. Era la misma ventana por la que unos minutos más tarde
entraría la bala perdida que acabaría con su vida. Salí a hacer una
diligencia y dejé a Miguel Alejandro en el apartamento con mi otro
hijo Pablo Andrés, que en ese momento dormía en su habitación”.
30. Yarce, Elizabeth. “Las calles bajo fuego”, En: El Colombiano, Sección Paz y Derechos
Humanos, agosto 25 de 2002.
31. Asociación Cristiana de Jóvenes, YMCA, Sede San Javier, Medellín, 2004.
33. Ospina Zapata, Gustavo. “Viudas y huérfanos cargan las secuelas del conflicto urbano”,
En: El Colombiano, Sección Paz y Derechos Humanos, Medellín, mayo 3 de 2002.
“Me gustaba mucho rumbear, pero siempre que iba a salir había un
problema con mis padres, pues a ellos no les gustaba que yo
saliera. En ese tiempo predominaban en el barrio los milicianos del
frente Carlos Alirio Buitrago del ELN, pero se hacían llamar Los
Regionales. Mi hermana se hizo novia de uno de ellos y empezamos
a salir los tres juntos. Como mi mamá les tenía tanto miedo, ya no
me decía tantas cosas. En una de esas salidas, conocí a uno de los
jefes de los CAP y comenzamos a salir. Él me convenció para que
entrara a la organización. Yo tenía 17 años, y allí me sentía
protegida y respetada. En mi casa ya no me decían nada. Iba una o
dos veces a la semana por ropa, y luego regresaba al sector Tres.
Las peladas me respetaban y me tenían miedo.
34. Ospina Zapata, Gustavo. “Comuna 13: olvido y muerte”, En: El Colombiano, Sección
Paz y Derechos Humanos, Medellín, octubre 10 de 2002.
35. Pérez González, Paula. “Mujeres víctimas del conflicto y la delincuencia”. En: El
Colombiano, octubre 16 de 2003, p. 11A. * Nombre cambiado para proteger su identidad.
Me tocó ver matar a más de un amigo con los que me crié. Siempre
nos llevaban a varias mujeres para que les guardáramos las armas
cuando iban para abajo, al Veinte de Julio o al cementerio.
Por curiosa, y haciendo caso al refrán popular que dice ‘en la vida
hay que probar de todo un poquito’, empecé a recibir formación
política por parte de ellos, al escondido de mi novio. Cuando él se
enteró me preguntó que yo porqué estaba ahí, y me dijo que no
debía hacerlo porque yo tenía dos niños. Sin embargo, yo no hice
caso, dizque por sentirme protegida, ya que en una ocasión el
hermano de una señora donde yo vivía quiso abusar sexualmente
de mí. Él se abstuvo de hacerlo porque lo amenacé con acusarlo
ante la milicia. Además, yo quería ganar respeto, porque en el barrio
muchas mujeres me tenían bronca. Yo pensaba que estando en las
milicias esas muchachas ya no se meterían conmigo. No miré las
consecuencias que eso me podría traer. Pensaba que a la guerrilla
nunca la iban a sacar del barrio, que eso no podía pasar.
Líderes comunitarias
Entonces le dije: ‘Tomen las cosas con más calma, miren que es un
niño, está trabado en este momento y no sabe qué les está
diciendo’. Me respondió: ‘Esa gonorrea sí sabe qué nos está
diciendo, porque si nos está tratando así es por algo’. Le dije que
me dejara hablar con él, y me respondió: ‘¡Ah!, encárguese pues de
él, pero este hijueputa no se puede quedar acá, mañana tenemos
que saber de dónde es’.
Me dijo que se habían ido a vivir al barrio El Bosque, pero por allá
tuvo problemas con unos pillos, y entonces la mamá lo volvió a
mandar para donde su tía en el barrio Las Independencias.
38. Aricapa, Ricardo. Comuna 13: Crónica de una guerra urbana. 2da edición, Editorial
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 187.
Una de las cosas más espeluznantes era que a veces teníamos que
amontonar hasta cuatro y cinco cadáveres en un baño que teníamos
reservado para personas intoxicadas. Por lo general, eran cuerpos
dejados allí por taxistas a quienes los grupos armados obligaban a
llevar en la cajuela del auto. Nosotros les decíamos a los taxistas
que los llevaran directamente a la morgue, pero ellos no se atrevían
a transportar un cadáver por toda la ciudad, máxime cuando podían
inculparlos del crimen. Entonces nosotros debíamos tomarlos y
arrumarlos en aquel cuarto mientras llegaba la Policía para
recogerlos, y eso se nos estaba convirtiendo en un problema de
salud pública.
Durante ese año, a los funcionarios de salud se nos aumentaron las
lumbalgias, los dolores de cabeza, la angustia y la depresión.
Constantemente, habitantes de la zona que venían a consulta nos
contaban toda clase de problemas que los agobiaban en los
sectores donde vivían, como la muerte de un pariente, amigo o
conocido, o el desplazamiento de alguna familia del barrio por parte
de los grupos armados, lo cual nos llenaba de más tensión y
nerviosismo.
***
Es bien sabido que “[…] el papel que en el Valle del Aburrá cumplen,
por ejemplo, el Cuerpo de Bomberos, la Defensa Civil, el Simpad,
los organismos de rescate y primeros auxilios y algunas tareas que
desarrollan Empresas Públicas y Empresas Varias, por extensión,
están protegidos por el DIH”.39 Sin embargo, integrantes de los
grupos armados agredieron a funcionarios de los organismos de
socorro y les prohibieron el ingreso en algunos sectores de la
Comuna 13, amenazando con asesinarlos en caso de ir a prestar
sus servicios.
39. Arboleda García, Javier. “‘El harakiri’ en el conflicto urbano”, En: El Colombiano,
Medellín, 13 de octubre de 2002.
Algo que me afectó mucho fue que un día, antes de iniciar la misa,
llegaron unas personas y me dijeron que había que cambiar muchas
situaciones relacionadas con la homilía, porque yo hablaba muy
abiertamente; entonces sentí susto, pero ‘me puse en las manos del
Señor’, subí y celebré la eucaristía. Esas personas, al parecer,
querían regular un poco el trabajo que se estaba haciendo, el hecho
de hablar abiertamente a la gente y de cuestionar la posición que los
feligreses debían tomar frente a la violencia.
42. Yarce, Elizabeth. “Reconocen en Holanda la labor del padre Arroyave”. En: El
Colombiano, Sección Paz y Derechos Humanos. Medellín, 22 de noviembre de 2002.
“Causas” del conflicto según los actores
armados
Saber qué motivaba a algunas personas a tomar las armas y a
participar directamente en las confrontaciones, puede ayudarnos a
entender por qué el conflicto armado de la Comuna 13 fue de
semejante trascendencia. Sin embargo, esto es difícil de establecer
porque cada integrante de los grupos armados se escudaba en sus
propias “razones”, y así, muchos de ellos justificaron toda clase de
atrocidades en contra de la población civil y en contra de los grupos
oponentes. Actos que habitualmente eran violaciones a los derechos
humanos y a las normas del Derecho Internacional Humanitario.
“Mi vida dio un giro total el 16 de octubre del año 2002. Ese día, en
horas de la madrugada, se habían escuchado muchos disparos. A
las seis de la mañana me arriesgué a salir con la intención de
dirigirme a mi lugar de trabajo, ubicado en el municipio de Itagüí.
Después de salir de mi casa y recorrer una distancia de dos
cuadras, me encontré con varias personas armadas que me dijeron
que no podía seguir. De inmediato empecé a devolverme; fue
cuando escuché un tiro y sentí en mi cuello un fuerte corrientazo.
Había recibido un disparo que salió por el costado izquierdo de mi
hombro. Caí al suelo, boca abajo. Quise levantarme, pero no tenía
fuerzas. Pude ver cómo perdía sangre lentamente. Hacía un gran
esfuerzo en pedir auxilio, pero nadie se atrevía a ayudarme, por
temor a ser impactados por las balas. Pasaron aproximadamente 45
minutos. Aún me encontraba en el piso, y había perdido mucha
sangre. Una señora que me conocía me vio en el suelo herida y fue
a visarle a mi familia. Al instante llegó mi tía Margarita con mi primo
Wilber, quienes no contenían el llanto al verme en tales condiciones.
Mi primo me alzó en sus brazos para tratar de llevarme a un centro
asistencial, pero como se escuchaban tantos disparos me alzó al
hombro para poder correr más fácilmente conmigo hasta el lugar
donde logró montarme en un vehículo, que me trasladó hasta la
unidad intermedia del barrio San Javier. El médico que me atendió
me vio tan grave que me remitió al hospital San Vicente de Paúl, en
el centro de la ciudad. Allí se esforzaron en mantenerme con vida.
Permanecí inconsciente durante tres días. Me agravé un poco y
permanecí cinco días en estado delicado. Sentía mucho dolor en el
hombro izquierdo y en mi cara, ya que con la caída me la había
lesionado.
43. Esparza, Catalina. “Baja la tensión en la Comuna Trece”, En: BBC Mundo, América
Latina, octubre 20 de 2002.
Por su parte, Ricardo Aricapa nos recuerda:
44. Aricapa, Ricardo. Comuna 13: Crónica de una guerra urbana, 2da. Edición, Editorial
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 235.
Superando el conflicto
Con el pasar del tiempo, los adolescentes han ido llenando sus
mentes de experiencias que los fortalecen más como personas y
que los ayudan a cicatrizar poco a poco los traumas dejados por el
conflicto.
“El Instituto Popular de Capacitación (IPC) hace notar que tanto los
homicidios como la presencia de actores armados en la ciudad son
más graves en donde hay limitaciones de espacios públicos, mayor
pobreza, más desempleo, carencia de educación, déficit de vivienda
y dificultades para el acceso a la justicia formal. Mejor dicho, en
donde son más claras las consecuencias producidas por la
desigualdad y la exclusión social”.47
Durante el tiempo que se prolongo el conflicto armado en la Comuna
13, la pobreza era muy evidente en la zona, la mayoría de personas
luchaban a diario por no sucumbir ante las necesidades básicas de
sustentó diario, tal fue el caso de Albeiro, habitante del sector La
Torre del barrio Belencito, quien tuvo pocas oportunidades laborales,
por lo que sufrió mucho junto a su esposa y a su pequeña hija para
poder sobrevivir. Cada día buscaba trabajo en construcción o
haciendo mandados, pues no tenía la educación suficiente para
desempeñarse en otro oficio. Él y su pequeña familia fueron
conocidos como los habitantes de la casa en el aire, porque el
rancho de tablas en el que habitaban se encontraba ubicado al
bordo de una barranca y sostenido por unos palos, en lugar de
columnas. Al caminar dentro de su casa se sentía que el piso
temblaba, y pasar al balcón era inseguro, pues existia el riesgo
inminente de que éste se desprendiera y cayera al precipicio.
47. Jiménez Morales, Germán. “Violencia en Medellín equivale a borrar del mapa un
municipio”. En: El Colombiano, mayo 6 de 2002. p. 10A.
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