TEMA 2 Cristología.
TEMA 2 Cristología.
TEMA 2 Cristología.
Índice
1.1. Introducción
1.2. Fuentes para el acceso a la figura de Jesús de Nazaret
a) Los Evangelios, testimonios sobre la vida y mensaje de Jesús
b) Introducción a los Evangelios: formación y origen
c) Claves de comprensión de los cuatro Evangelios
d) Las primeras comunidades cristianas
e) Otras fuentes históricas
1.3. Lectura histórica de la vida de Jesús
a) Contexto geográfico, histórico y religioso: judaísmo e Imperio
Romano
b) María, la Madre de Dios
4. Bibliografía
1.1. Introducción
1
Cf. SAN AGUSTÍN, Confesiones VIII, 17,23-24. Citado en B. E. DALEY, Cristo, el Dios
visible. Retorno a la cristología de la edad patrística (salamanca 2020) 51.
2
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, «En el espíritu y la verdad». Introducción teológica de la liturgia,
vol. I (Salamanca 1993) 184.
3
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología (Estella 1994) 5.
4
Cf. G.-L. MÜLLER, Dogmática. Teoría y práctica de la teología (Barcelona 1998) 263.
5
Cf. ibid., 260. «La teología cristiana, en consecuencia, será esencialmente cristocéntrica.
Esto no significa que la cristología agote toda la teología, sino que la dota de una clave necesaria
de interpretación, constituyéndose así en principio hermenéutico de todo el edificio». En J.
DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 7.
Hasta llegar al evangelio escrito, había tras de sí una larga historia de casi
medio siglo, periodo en el que se recordaba lo que Jesús había dicho y hecho,
interpretado a la luz del Antiguo
Jesús (origen de la Testamento y, al tiempo, se
Evangelio anunciado
tradición) habían deducido las exigencias
morales que conllevaba la
Apóstoles Evangelio transmitido
«vivencia de Jesús». Él es el
Comunidades cristianas Evangelio vivido origen de la tradición cristiana, Él
Evangelios Evangelio escrito anunció el evangelio sirviéndose
de los recursos y elementos
pedagógicos conocidos en su época, Él es el principio, la fuente, y el origen de
la tradición evangélica9.
6
B. E. DALEY, Cristo, el Dios visible, cit., 48. Sobre Cristo glorificado todo lo que sabemos
es que seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es cuando se nos revele (cf. 1 Jn 3,2).
7
Cf. W. KASPER, El Dios de Jesucristo (Salamanca 1990) 187. La cristología expone la
realidad de Cristo en la medida en la que están implicados Dios-hombre-mundo. La cristología
supone conocer a Cristo y a la vez conocer el designio de salvación de los hombres. Cf. O.
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología (Madrid 2001) 6.
8
B. E. DALEY, Cristo, el Dios visible, cit., 49.
9
Cf. la exposición que seguimos es la sugerida por F. FERNÁNDEZ RAMOS, El Nuevo
Testamento, vol. I (Madrid 1988) 88-89.
Cuando Jesús ya no estaba entre los apóstoles, fueron ellos los que hubieron
de transmitir fielmente la enseñanza de su Maestro, pero para garantizar la
transmisión fielmente se exigía que hubiesen estado desde el inicio compartiendo
el ministerio público con Jesús. Los testigos oculares de la vida de Jesús y los
que afirmaron haberle visto resucitado tuvieron un papel clave. Los escritos
construidos a partir de su palabra tenían una autoridad mucho mayor que
cualquier otra elaboración más indirecta.
Esta tarea de transmitir con fidelidad la enseñanza de Cristo estaba regida
por cuatro principios11:
Primer principio: Principio de selección. El evangelista san Juan al final
del evangelio afirma que muchas cosas dijo e hizo Jesús, pero no todo pasó a los
escritos, es decir que hubo una selección atendiendo a lo que constituía el
kerigma cristiano. Se puede entender sin duda que al seleccionar lo importante
no se perdió nada de lo verdaderamente esencial.
Segundo principio: Principio de síntesis. Estaba claro desde el principio
que no se podía contar todo de manera pormenorizada porque tampoco se trataba
de satisfacer la curiosidad, sino que el principio que regía era el del servicio a la
fe. Sintetizar todo lo que habían dicho y hecho Jesús llevaba consigo juzgar lo
que es realmente fundamental.
10
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum
[=DV], n. 19. La cursiva es nuestra.
11
Seguimos la exposición que hace F. FERNÁNDEZ RAMOS, El Nuevo Testamento, cit., 89-
92.
12
Cf. F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de Nazaret (Murcia 2005) 95.
13
Cf. J.-M. ROVIRA BELLOSO, Jesús, el Mesías de Dios. Una teología para unir
conocimiento, afecto y vida (Salamanca 2005) 13.
14
Estamos siguiendo la exposición que hace F. FERNÁNDEZ RAMOS, El Nuevo Testamento,
cit., 74-75.
15
B. S. CHILDS, Teología bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento (Salamanca 2011)
277.
16
Cf. el texto que seguimos sobre la labor y el papel que tuvieron los evangelistas como
último eslabón del proceso de unificar tradiciones en S. GUIJARRO, «Evangelios», en ID. et alii,
Comentario al Nuevo Testamento (Madrid 1995) 22-23.
17
El esquema está tomado de A. CALVO – A. RUIZ, Para leer una cristología elemental
(Estella 1987) 98.
18
Cf. B. S. CHILDS, Teología bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento, cit., 273-274
19
Cf. S. GUIJARRO, Los cuatro evangelios (Salamanca 32016) 10.
20
Cf. F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de Nazaret, cit., 95.
21
Los Evangelios apócrifos son casi todos más tardíos que los canónicos, y están marcados
más por lo sobrenatural. Los evangelios canónicos son fieles no sólo al «Jesús de la historia»
sino también a su enseñanza. El único sobre el que existe verdadero debate es el Evangelio de
Tomás, que es una colección de palabras atribuidas a Jesús, de las que algunas probablemente
podrían remontar a Él. Pero el problema es que está marcado por tendencias "gnósticas" muy
posteriores al tiempo de la elaboración de las tradiciones evangélicas de los cuatro evangelios
sinópticos.
• Evangelio de san Marcos. No hay referencias que nos indiquen quién fue
su autor. El título «según san Marcos» se añadió con posterioridad. En tiempos
patrísticos se atribuyó a Juan Marcos. El testimonio más antiguo sobre la autoría
procede de Papías, Obispo de Hierápolis (nacido ca. 70), ca. el año 140, que
sostiene que Marcos recoge los fundamentos de la predicación de san Pedro,
quien llama a Marcos su hijo (cf. 1 Pe 5,13). También san Marcos tuvo una
estrecha relación con san Pablo al que tiene como un fiel colaborador.
Posiblemente la circunstancia fue la petición de los cristianos de Roma para que
pusiera por escrito la predicación de san Pedro.
Puesto que san Marcos no presupone que se hubiera destruido el templo de
Jerusalén, probablemente se escribió antes del año 70 d.C. en la ciudad de Roma.
San Marcos murió probablemente entre los años 68 y 72 en Alejandría de Egipto.
En cuanto a la estructura, tras el prólogo, la primera parte del evangelio
describe la actividad de Jesús en Galilea y en su entorno. La segunda parte se
centra en Jerusalén, incluyendo el viaje desde Galilea a Jerusalén, las acciones
simbólicas y las enseñanzas durante la primera parte de la semana de pasión en
Jerusalén. Finalmente, concluye con el relato de la Última Cena, el prendimiento,
la pasión, muerte y resurrección.
22
DV, n. 18.
23
Nos valemos de R. E. BROWN et alii, Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Nuevo
Testamento (Estella 2004) siguiendo la instrucción a cada Evangelio, del que hacemos un
pequeño resumen con el propósito de comprender cada uno de los libros: Marcos (pp. 15-17),
Mateo (pp. 66-70), Lucas (pp. 133-136), Juan (pp. 524-535).
24
EUSEBIO DE CESAREA, Hist. Ecl., 3, XXXIX, 16.
25
J. L. SICRE, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Estella 2019) 21-23.
26
SAN IRENEO DE LYON, Adv. Haer. III, 11,7 y 9; III, 16,5; 22, 2.
27
F. J. MOLONEY, El evangelio de Juan (Estella 2015, 2ª reimp.) 47-48.
28
Aunque este autor lo expone en tres sumarios, entendemos que en los dos primeros queda
resumida la importancia del nuevo modo de vida: F. FERNÁNDEZ RAMOS, El Nuevo Testamento,
cit., 334-335.
29
Cf. A. DE MINGO, La Biblia de principio a fin. Una guía de lectura para hoy (Salamanca
2019) 346.
30
A. GONZÁLEZ MONTES, Teología fundamental de la revelación y de la fe (Madrid 2010)
616. Además de las fuentes romanas y judías, están las fuentes cristianas no canónicas. Se puede
ver en ibid., 624-627.
31
F. JOSEFO, Antigüedades Judías 18, 63.
32
A. GONZÁLEZ MONTES, Teología fundamental de la revelación y de la fe (Madrid 2010)
620. Tácito fue miembro de la nobleza romana con buena formación, y con los conocimientos
y la experiencia que le proporcionaban los cargos públicos que desempeñó en el Imperio como
senador, cónsul y procónsul. En el libro V de los Anales dice, hablando de los cristianos: «El
autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de
Poncio Pilato, procurador de Judea. Por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa
superstición; pero tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, sino
también en Roma».
33
Cf. R. E. BROWN et alii, Nuevo comentario bíblico San Jerónimo, cit., 879-880.
Contexto histórico
34
En este apartado seguimos a A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática, vol. I (Madrid 2012)
202-203.
35
Cf. R. FABRIS, Jesús de Nazaret. Historia e interpretación (Salamanca 1992) 75.
36
Cf. ibid., 74.
37
Cf. ibid., 73.
38
Cf. B. FORTE, María, la mujer icono del misterio (Salamanca 2015) 123-125.
39
Cf. J.-C.-R. GARCÍA PAREDES, Mariología, cit., 225-226.
40
Cf. SAN JUAN PABLO II, Catequesis sobre María, Madre de Dios (27 noviembre 1996).
41
Ibid.
42
Cf. ibid., 101-103. No se puede olvidar que la historia del pueblo judío aguarda la llegada
del Reino de Dios cuyo punto culminante es el advenimiento del Mesías. En tiempos de Jesús
había tres concepciones mesiánicas distintas: la mayoría, que esperaba una especie de jefe que
librase a Israel del dominio romano; una minoría, que pensaban que el Mesías sería una especie
de rey que entroncase con el gran rey David; y los que vieron en Jesús de Nazaret el Mesías
esperado. En A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática, cit., 205.
43
Cf. J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Primera parte: desde el Bautismo
a la Transfiguración (Madrid 2007) 76-77.
44
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 69-71.
45
Cf. ibid., 72-73. En esta categoría general de “pobres” se incluyen también los pecadores
y todos aquellos que por cualquier irregularidad ético-religioso están privados de los derechos
y de los privilegios que se garantiza a los miembros de la sociedad teocrática israelita. También
están incluidos los paganos a los que Jesús les anuncia que tendrán plena participación en el
Reino de Dios. Cf. R. FABRIS, Jesús de Nazaret, cit., 111-112. Las bienaventuranzas no son
glorificación de la pobreza o de la persecución o del dolor o de la debilidad, más bien el
evangelio va contra el empobrecimiento, la injusticia, la enfermedad, la muerte. En R.
BLÁZQUEZ, Jesús, el evangelio de Dios (Madrid 1985) 118.
46
Cf. A. AMATO, Jesús el Señor (Madrid 22009) 576.
47
Cf. para esta sección A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 566-567.
48
Se puede ver el estudio y que aquí sintetizamos de F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de
Nazaret, cit., 444-448.
49
J. P. MEIER, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico, vol. II, 1 (Estella 1999)
358.
50
Hacemos un resumen de la obra de J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret.
Primera parte: desde el Bautismo a la Transfiguración (Madrid 2007) 169-205.
51
Seguimos el capítulo VI sobre las parábolas de F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de Nazaret,
cit., para esta parte las pp. 343 ss., y la relación entre Jesús y las parábolas (pp. 379-385).
52
«... sed cautos como serpientes, prudentes como palomas» (Mt 10,16); «Seguro que me
diréis el refrán: médico, cúrate tú» (Lc 4,23). «Las parábolas fueron utilizadas por Jesús como
comparaciones del reino de Dios». En A. GONZÁLEZ MONTES, Teología fundamental de la
revelación y de la fe (Madrid 2010) 709.
53
Como por ejemplo la del reino dividido: «Él les hablaba en comparaciones: ¿Cómo puede
Satanás expulsar a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir. Una casa
dividida internamente no puede mantenerse...».
54
Por ejemplo, la parábola del buen samaritano, muestra quién es el prójimo y quién se hace
prójimo (Lc 10,29-37); o el que atesora riquezas para sí y no se enriquece para Dios (Lc 12,16-
21).
55
La parábola del sembrador (Mc 4,3-9).
56
Seguimos el trabajo de F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de Nazaret, cit., 343-385 sobre las
parábolas de Jesús, resumiendo los distintos parágrafos sobre las parábolas y su relación con el
Reino: «es don y potencia de Dios» (pp. 352- 355); «crea confianza» (pp. 356-358); «es un don
misericordioso» (pp. 358-367); y «su cercanía exige atención» (pp. 367-379).
57
Cf. B. S. CHILDS, Teología bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento, cit., 482.
58
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 72.
59
Cf. J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Primera parte, cit., 98-99.
60
R. BLÁZQUEZ, Jesús, el evangelio de Dios, cit., 118.
61
Cf. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, cit., 52-53.
62
Cf. ibid., 720.
63
Es un resumen de la obra de J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Primera
parte: desde el Bautismo a la Transfiguración (Madrid 2007) 208-220.
64
Afirma a este propósito san Agustín que María cumplió «con toda perfección la voluntad
del Padre, y por esto es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de
Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo». En SAN
AGUSTÍN, Sermón 25, 7-8: PL 46, 937-938.
Jesús es el Maestro que enseña con autoridad y que afirma ser superior
incluso a la autoridad de Moisés (cf. Mt 5, 21-22; Mc 10, 1-9). Jesús conoce el
pensamiento de Dios y lo declara en su propio nombre («Yo os digo»; «en verdad
os digo»), es decir Jesús tiene conciencia de que su enseñanza está revestida de
una autoridad personal recibida directamente de su Padre. Su Persona es el
fundamento de la autoridad con que interpela, así como del compromiso que
suscita su doctrina: toda ella se basa en quién sea Aquel que la proclama67. En el
origen de la autoridad de Jesús hay, por lo tanto, una cercanía a Dios, tal como
se puede ver en la expresión Abbá-Padre (Mc 14,36) que refleja la familiaridad
65
J. C. R. GARCÍA PAREDES, Mariología (Madrid 2001) 284.
66
Cf. Mª-C. ROMÁN MARTÍNEZ, «María, modelo del discípulo, según Lucas», en Reseña
Bíblica 61 (2009) 33-42. En este número de la revista que dedica a María, Virgen en la Biblia,
se puede ver más ampliamente el artículo; aquí hemos hecho un breve resumen del mismo.
67
Cf. L. F. MATEO SECO, «Notas introductorias al estudio de la cristología», Schripta
Teológica 23 (1991/1) 128.
68
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 81-82.
69
Cf. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, cit., 65.
70
Cf. ibid., 77.
71
Hasta aquí hemos seguido la exposición de F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de Nazaret,
cit., 340-342.
72
Seguimos el estudio de A. GONZÁLEZ MONTES, Teología fundamental, cit., 745-748. Para
san Juan los milagros de Jesús son signos que glorifican a Dios y confirman la filiación de Jesús.
En B. S. CHILDS, Teología bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento, cit., 483.
73
R. FABRIS, Jesús de Nazaret, cit., 203. «La historia de Jesús sin la resurrección
representaría el trágico fracaso de una pretensión humana sin sentido; y la fe en la resurrección
sin la historia del Jesús terreno carecería de referente histórico». En A. GONZÁLEZ MONTES,
Teología fundamental, cit., 792. «Si Jesús no hubiese resucitado de entre los muertos, el
cristianismo consistiría solamente en un grupo de amigos de Jesús que mantendrían vivo el
recuerdo de su enseñanza y que reproducirían, de la mejor manera posible, su ejemplo». En J.
DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 89.
74
A. GONZÁLEZ MONTES, Teología fundamental, cit., 791. Sigue diciendo este autor que la
resurrección es el presupuesto y el fundamento de la cristología y, por supuesto, de la fe
cristiana. Cf. Ibid., 793.
1. Causas político-religiosas
75
Cf. G.-L. MÜLLER, Dogmática, cit., 301.
76
Nos valemos de la obra de A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 590-591.
Sin embargo, el sentido de la muerte del Hijo de Dios iba más allá de
motivos históricos y de justicias humanas, su muerte hay que leerla en clave
teológica para encontrar el sentido de que la pasión y muerte de Cristo fue «por
nuestra salvación».
Para hablar de resurrección es necesario antes el presupuesto del hecho de
la muerte, que es lo que da soporte al anuncio de la resurrección77. Esta muerte y
resurrección como acción conjunta de Dios son vistas como la culminación de
su plan y de ella se dice que son «según las Escrituras». La referencia, pues, al
cumplimiento de las Escrituras incluye: 1) que la muerte de Jesús forma parte del
plan misericordioso de Dios anunciado en el Antiguo Testamento sobre el
sufrimiento del inocente; y 2) que Él mismo fue consciente del aspecto doloroso
y salvífico de su pro-existencia; fue consciente de la entrega total por el hombre
que le empujó a subir a Jerusalén y afrontar con total libertad la pasión y la
muerte78.
La muerte de Cristo trasciende a su persona para incluir a todos: «murió
por nuestros pecados» (1 Cor 15,3). Decir que Cristo murió por nuestros pecados
según las Escrituras y que según las Escrituras resucitó es situarlo más allá de su
individualidad, poniéndolo al servicio del plan salvador de Dios contenido en las
Escrituras. Formó parte de ese plan salvador, es decir no fue la muerte de Cristo
un accidente fuera de contexto, sino que se inserta en esa historia divina, en ese
pacto del Antiguo Testamento de Dios con su pueblo79.
Muerte y resurrección de Jesús son un acto doble, no dos actos sucesivos,
sino doble en cuanto que el sujeto principal de la muerte es Jesús, mientras que
el sujeto principal de la resurrección es Dios.
Así lo formula el Catecismo: «Este designio divino de salvación a través de
la muerte del “Siervo, el Justo” había sido anunciado antes en la Escritura como
un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres
de la esclavitud del pecado. San Pablo profesa en una confesión de fe que dice
haber “recibido” que “Cristo ha muerto por nuestros pecados según las
Escrituras”. La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del
Siervo doliente. Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la
luz del Siervo doliente. Después de su Resurrección dio esta interpretación de las
Escrituras a los discípulos de Emaús, luego a los propios apóstoles»80.
77
Seguimos el manual de O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, cit., 130-131.
78
Cf. A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 593-594.
79
J. RATZINGER, El Dios de los cristianos (Salamanca 2005) 97.
80
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 601.
81
Cf. F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de Nazaret, cit., 593.
82
Cf. A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 591.
83
Cf. ibid., 593.
84
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 90-91.
85
O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, cit., 127-128. Pablo subraya con vigor que no
propone palabras suyas, sino que transmite con fidelidad lo que a él le transmitieron (v. 3) y es
algo esencial para la fe. En J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Segunda parte:
desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Madrid 2011) 291.
86
Según A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 624, la mención a la sepultura supone una
confirmación de la muerte y alude al sepulcro vacío.
87
Cf. F. FERNÁNDEZ RAMOS, El Nuevo Testamento, cit., 77.
88
W. KASPER, Jesús, el Cristo (Salamanca 1992) 173.
89
Cf. A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 626.
90
Cf. A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática, cit., 237.
91
Cf. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, cit., 131.
92
Cf. A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 626-627.
93
Cf. ibid., 627
94
Cf. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, cit., 131-132.
95
Cf. el esquema en ibid., 129.
96
Cf. la obra de F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús de Nazaret, cit., 687-768 de donde hemos
extraído algunas ideas para este parágrafo.
97
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 91.
98
Cf. A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática, cit., 239.
99
Cf. J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Segunda parte: desde la entrada
en Jerusalén hasta la Resurrección (Madrid 2011) 318-319.
100
Ibid., 284.
101
Cf. A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática, cit., 242-243.
102
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum
concilium, n. 7.
103
Cf. A. DE MINGO, La Biblia de principio a fin. Una guía de lectura para hoy (Salamanca
2019) 332-336.
104
Se puede ver la amplia exposición sobre el tema en A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 629-
632. Junto a este significado, expone los aspectos «para nosotros» de la resurrección de Jesús:
experiencia de vocación y misión; experiencia de conversión; horizonte de la praxis de
liberación; y radical acontecimiento de re-creación de la humanidad. En ibid., 632-638.
105
SAN JUAN PABLO II, Carta apostólica sobre el sufrimiento cristiano del sufrimiento
humano Salvifici doloris (11 febrero 1984) [=SD] n. 31.
106
«Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del
mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca
de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del
sentido». En SD, n. 9.
107
Catecismo de la Iglesia Católica, 1501
108
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la iglesia en el mundo
actual Gaudium et spes, n. 22.
109
Cf. SD, n. 24.
110
Cf. SD, n. 14.
111
SAN JUAN PABLO II, «Homilía en el jubileo de los enfermos el día de Nuestra Señora de
Lourdes», L’Osservatore romano (18 febrero 2000) 6.
112
«La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre
y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la
resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual». En SD, n. 21.
113
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 461.
114
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 483.
115
Seguimos la exposición que hace el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 457-460.
116
SAN GREGORIO DE NISA, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B.
117
J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Segunda parte: desde la entrada en
Jerusalén hasta la Resurrección (Madrid 2011) 282.
118
Ibid., 282-284.
119
Seguimos a A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática, cit., 245-246.
120
Cf. la propuesta que seguimos de J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret.
Segunda parte: desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Madrid 2011) 325-332.
Según las fuentes evangélicas, María Magdalena fue la única mujer que vio
a Cristo resucitado, es decir que fue testigo de la resurrección. Sin embargo, el
sentido de fe de los cristianos, así como autores místicos de la talla de san Ignacio
de Loyola, de santa Tersa de Jesús o Fray Luis de Granada, así como otros
místicos han hablado únicamente desde la fe y de la lógica natural del amor hijo-
madre de una supuesta aparición privada del Hijo a la Madre. La Iglesia,
comunidad de los que siguen a Cristo, durante el tiempo pascual se dirige a la
Madre del Señor con el rezo del «Regina caeli, laetare. Alleluia». Es la lex orandi
que recuerda el gozo de María por la resurrección de su Hijo, que a su vez evoca
la alegría del Ángelus en la Anunciación121.
Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que
mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y
sorprendente de la Resurrección». La espera que vive la Madre del Señor
constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve
121
Nos valemos para este punto de una bella catequesis sobre María del Papa san Juan Pablo
II, en la que trató el tema de la Madre de Dios como testigo de la resurrección de su Hijo amado,
en SAN JUAN PABLO II, Audiencia general (21 de mayo de 1997).
Una vez que Cristo resucitado ascendió al cielo, los apóstoles «se volvieron
a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo
que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la sala superior,
donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé
y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas el de Santiago. Todos
ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María,
la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hch 1,12-14).
Son los orígenes de la Iglesia, narrados en el libro de los Hechos de los
Apóstoles, y la continuación de la misión de Jesús por medio de ellos. Este libro
retoma el hecho de la resurrección y la ascensión a los cielos, y a partir de este
fundamento marca el itinerario de la misión de la primera comunidad, que se
prolonga en la Iglesia a través de los tiempos.
122
Cf. SEDULIO, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s.
123
A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 646-647.
124
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 483
125
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 464.
126
Cf. S. FERNÁNDEZ, El descubrimiento de Jesús. Los primeros debates cristológicos y su
relevancia para nosotros (Salamanca 2022) 103-104.
127
Afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 465: «Las primeras herejías negaron menos
la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época
apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, “venido en la
carne” (cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7)».
128
Cf. S. FERNÁNDEZ, El descubrimiento de Jesús, cit., 42-45. San Justino en su Apología
Diálogo con Trifón describe a los ebionitas como judíos de raza que creen que Jesús es el Cristo,
pero a la vez se mantienen fieles a la observancia de la ley de Moisés; buscan convencer a los
cristianos que provienen del paganismo de que observen la ley, esto es, la circuncisión, el
sábado, los preceptos sobre los alimentos, etc. (Diálogo con Trifón, 47-49).
129
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 138-139. «El primer Concilio
Ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es «engendrado,
no creado, “de la misma substancia” [en griego homousion] que el Padre» y condenó a Arrio
que afirmaba que “el Hijo de Dios salió de la nada”». En Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 465.
130
Cf. S. FERNÁNDEZ, El descubrimiento de Jesús, cit., 33-37. Varias décadas después,
Marción (ca.†160) enseñaría un docetismo radical eliminando no solo la carne de Cristo sino
cualquier vinculación con la humanidad y, por lo tanto, con su infancia y su familia. Enseñaba
que Cristo había aparecido como adulto en Judea, sin haber nacido previamente, y sin parientes.
Posteriormente un gnóstico del siglo II llamado Satornilo enseñaba que Cristo no había nacido,
que era incorporal y no tenía figura, y que solamente en apariencia se había dejado ver al ser
humano. Ibid., 33.
131
Se puede ver la exposición sencilla que seguimos en ibid., 157-161.
132
Seguimos resumida la exposición de S. FERNÁNDEZ, El descubrimiento de Jesús, cit.,
167-176.
133
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 144-147. En Jesucristo no hay dos
sujetos subsistentes y distintos; el Verbo de Dios se hizo verdaderamente persona humana en
Jesús; el Hijo de Dios hizo suyas todas las características de la persona humana. Cf. Ibid., 150.
Afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 466: «La herejía nestoriana veía en Cristo una
persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría
y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Éfeso, en el año 431, confesaron que “el Verbo, al
unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre”. La humanidad
de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho
suya desde su concepción. Por eso el concilio de Éfeso proclamó en el año 431 que María llegó
a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su
seno: “Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina,
sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional [...] unido a
la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne”».
134
Cf. S. FERNÁNDEZ, El descubrimiento de Jesús, cit., 182.
135
«Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal
en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios». Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 467.
136
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 152-155. Conviene reseñar que después
del concilio de Calcedonia surge una corriente no Calcedonia que se negó hablar de dos
naturalezas en Jesucristo. Cf. ibid., 159.
137
Cf. ibid., 161-162.
138
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 469.
139
Cf H. DENZINGER - P. HÜNERMANN, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion symbolorum
definitionum et declarationum de rebus fidei et morum (Barcelona 22000), n. 556-559.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 475.
140
Cf. J. DUPUIS, Introducción a la cristología, cit., 165.
141
Para la exposición de esta controversia seguimos a A. AMATO, Jesús el Señor, cit., 385-
410. Para este autor las raíces están dentro del cristianismo, sin embargo otros autores señalan
que se trata de una mezcla de cuestiones políticas y teológicas.
142
H. DENZINGER - P. HÜNERMANN, El Magisterio de la Iglesia, cit., n. 600.
143
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 221.
144
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 220.
145
Cf. L.-F. MATEO-SECO, Dios uno y trino (Pamplona 22005) 505.