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Una Casadera Incorregible - Laura A. Lopez

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Contenido

Contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo
Conoce la próxima novela de la Serie El círculo de los solteros
Si te gustó Una elección peligrosa, podría gustarte…
Biografía
Una casadera incorregible
Laura A. López
© TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS.
SAFE CREATIVE: 2405168014742
CORRECCIÓN: SANDRA GARCÍA
Regla N°2

«Para un aristócrata soltero algo seguro al igual


que la muerte es el matrimonio».
descargaepub.com

Capítulo 1
En pleno inicio de la temporada, Wilburg Westwood,
duque de Westwood, abandonó la abarrotada Londres con la
intención de regresar en el verano. Este año estaba
dispuesto a perderse las reuniones del círculo de los
solteros. Sabía que este sería su último año soltero y no
quería desperdiciarlo en bebidas y personas que apostarían
su nombre en el libro de apuestas de White's como el
primero en caer en las garras del matrimonio.

Con treinta y tres años era uno de los mayores del


grupo de solteros y por su título era muy respetado, aparte
de gozar de pésimas referencias en cuanto al trato cuando
algo no le gustaba. No tenía razones para callar si algo le
desagradaba y para no pasar un mal rato, la mayoría de la
gente que lo rodeaban se ahorraban opiniones que pudieran
desatar su cólera.

—¡Mi querido sobrino! —exclamó lord Ernest Westwood,


tío de Wilburg, a quien había ido a visitar en esas tierras.

—No sabes lo feliz que nos hace recibirte —dijo su tía


que lo abrazó.

Wilburg se sentía incómodo con las muestras de afecto,


pero a ellos no podía alargarles la cara, puesto que eran
muy amables y no habían concebido hijos en más de treinta
años de matrimonio, por eso siempre lo habían tratado
como a un hijo. Las únicas personas a las que no podía
tratar mal eran a ellos.

—A mí también me alegra verlos, estimados tíos —


replicó.
—Cuánta formalidad, querido. Tu habitación está lista y
también le he pedido a la cocinera que prepare tus platillos
favoritos. Durante el tiempo que te quedes con nosotros
serás el consentido de la casa. —Su tía le pellizcó la mejilla
como si fuera un niño pequeño.

Él era un duque siendo desprestigiado por el afecto


familiar. Ese pellizco era una gran humillación que solo
estaba presenciando su ayuda de cámara que sabía cómo
eran ellos, por lo que no hacía falta dar explicaciones.

—Hay tantas perdices que te divertirás matándolas. He


visto patillos salvajes y otra variedad de aves. Los perros
están listos para atraparlos y debes ver los caballos que he
comprado recientemente. He traído uno que es ideal para ti,
un presente —indicó su tío.

—No se hubieran molestado. Mi intención es


acompañarlos y no mermar sus recursos —musitó con una
sonrisa conciliadora.

—Tonterías, Wilburg. Nos ahogamos en una bañera con


monedas de oro, deja que gastemos nuestra fortuna en ti,
de todas maneras, será tuya, ya que sabes que no tenemos
ningún hijo —dijo la mujer con un poco tristeza en sus
palabras, estaba resignada a lo que la vida le había dado.

—Margarite —pronunció su esposa en tono de reproche.

—Wilburg siempre prefiere que le hablemos con la


verdad. Es un encanto este niño mío.

—Tengo más de treinta años, tía...

—Para mí siempre serás ese pedacito de cielo que me


prestaron tus padres cada cierto tiempo. He sido muy
afortunada contigo.
¿Pedacito de cielo? Eso ya era tocar la vergüenza
nacional. La frase era nueva no solo para el ayudante de
cámara de Wilburg, sino también para él. El cariño de su tía
sobrepasaba los límites de la humillación.

—Le agradezco tales palabras, pero preferiría que me


dijera que me aprecia mucho. Es menos humillante que el
mote de pedacito de cielo. Le recuerdo que soy un duque.

—El menos adorable de todos, lo sé, Wilburg. Lo que


quiero es golpearte en los bajos y bajar tu orgullo de las
estrellas —aseguró su tía. Ya que su sobrino quería la
verdad siempre, ella se la diría.

—Me complace saber que piensa en eso, tía,


comenzaba a preocuparme por usted.

—Es una arpía, Wilburg, ni siquiera le hagas caso.

—Lo soy, y tengo mucho que ofrecer como tal. Wilburg,


en un par de días tenemos una cena en casa de unas
amistades aquí. El barón Zouche y su esposa hacen veladas
muy divertidas. Te agradará conocer a nuestros vecinos.

—No quiero asistir, saben que no me agradan los


eventos sociales.

—Tenemos aquí a otro que no le gusta mucho asistir.


Lord Montgomery es un caballero reservado, pero siempre
asiste animado por su esposa. Nadie te obligará a ir si no lo
deseas, pero te sugiero que sí lo hagas. Tienen juegos y
bailes que ofrecer.

—No me apetece, pero lo consideraré por respeto a


ustedes.

—Eso es un avance viniendo de ti. Vamos, te


acomodaré en tu habitación. Bernard, te diré qué prendas
quiero que se ponga mi sobrino. Sabes que en esta casa la
del buen gusto soy yo —habló Margarite, cogiendo a Wilburg
del brazo.

Él se sentía como una muñeca de trapo a la que


asfixiaban con exceso de amor y atenciones hasta el punto
de agobiarle. Sus tíos no conocían de límites y creía que con
los años empeoraban y no era porque lo quisieran
demasiado, sino porque estaban interesados en algo: que él
tuviera un heredero y que pudiera prestarles eso. Wilburg
no era ningún tonto, lo turbio estaba detrás del objetivo de
aquellos dos. Sabían que se encontraba en una edad
avanzada para casarse y todavía no lo había hecho. Todo
estaba orquestado en sus mentes y no le molestaba que
hicieran esos planes, ya que no lo hacían con malas
intenciones.

—Como pasarás más tiempo que de costumbre con


nosotros, hemos comprado una cama más grande. Ah, pero
existen condiciones... No debes meter mujeres indeseables
a esta casa y tampoco puedes acosar a la servidumbre, eso
no está permitido aquí—aclaró su tía.

—No soy capaz de algo semejante ni siquiera bajo mi


techo, tía, mucho menos bajo techo ajeno. Dios me libre de
sus ideas libertinas sobre mí.

—No le hagas caso, sobrino. Ella tiene ciertos celos


hacia algunas damas.

—Cierra la boca, Ernest, pues si pienso así es por tu


causa, puesto que eres un seductor...

—Y vamos de nuevo con eso... —se quejó el hombre—.


Solo fui amable con una dama.
—Una dama joven, en edad de aún darte hijos, ya que
soy una planta seca —reprochó.

—¿Mi tío ha buscado algún hijo fuera del matrimonio? —


cuestionó Wilburg, consternado.

—Una vez, pero porque yo se lo pedí, pero no dio


resultado. No hemos conseguido ningún bebé —comentó la
mujer, entristecida.

No sabía nada acerca de eso. Si bien sospechaba que


siempre habían intentado tener un hijo, no se le había
ocurrido la infidelidad consentida como la manera más
rápida de hacerlo.

—Pero solo fue una vez por temor a que Ernest se


enamorara de la mujer y este matrimonio se terminara. Fue
hace demasiados años, ni siquiera tiene sentido recordarlo,
aunque siempre recuerdo esto cada vez que pienso en algo
que tenga que ver con otras mujeres.

—Fue tu propia idea, Margarite. Ahora no me regañes.

—Pero fuiste encantado a la cama con otra...

—Ni siquiera pude hacerlo, ya te lo dije.

—¡Miéntele a tu sobrino, no a mí!

—No peleen. Siento que estoy viviendo con mis padres


otra vez. Guarden silencio. No quiero guerras. Si van a
pelear, me iré y el asunto se soluciona —farfulló.

Margarite cruzó los brazos bajo el pecho e intentó


gobernar sus pensamientos indomables cuando recordaba
lo que había pasado. Ella era muy celosa de las damas.
Ernest suspiró y siguieron con el recibimiento a su
sobrino.

Al tranquilizar a sus parientes, pudo sentirse más


cómodo. Prefería que ellos se pelearan a puerta cerrada,
pero sin riesgo de separación, si eso pasaba, tal vez Wilburg
sufriera dolor parecido a la muerte de sus padres. Pese a
que sus progenitores no se amaron nunca ni por diez
segundos, él los amó; sin embargo, donde conoció una
familia unida fue en casa de sus tíos. Su madre solía dejarlo
a su suerte ahí, mientras ella iba al té o a fiestas a divertirse
y su padre había hecho algo parecido. No entendía por qué
dos personas que no tenían nada en común se habían
casado. Suponía que fue a causa de su abuelo que le sugirió
que escogiera a una mujer rica de la alta sociedad. Sabía
que su tío no había tenido la misma exigencia y por eso era
más feliz. Se le había dado lo correspondiente a su herencia
y él pudo levantar un gran imperio de bebidas y caballos. La
vida de su tío Ernest le parecía emocionante, en cambio, la
de su padre no lo había sido tanto. Vivía de las rentas de las
tierras vinculadas al título y de eso gastaba en diversión y
mujeres más que en otras cosas. Solo lo recordaba cómo
alguien exigente que no le daba los mejores consejos,
quería que se comportara como un duque. Como la mayor
parte del tiempo había pasado con sus padres por separado,
cada uno lo envenenaba contra el otro y cuando él decía
algo, los gritos y reproches eran incesantes. El único lugar
de paz era esa casa en Gloucestershire.

—Mira tu nueva habitación, querido. ¿Te gusta? —


preguntó Margarite que se aferró al brazo de Wilburg con
cariño.

Su tía se había esmerado para que ese lugar luciera


exquisito y elegante, ella gozaba de un excelente gusto por
la decoración. Había renovado la pintura al igual que los
muebles. La cama se veía cómoda y tentadora para su
descanso después de varias horas de viaje.

—Como siempre ahí están tus papeles y el tintero para


escribir las cartas a tus amistades. Si quieres decirles que
vengan, los recibiremos con gusto. Hay suficiente espacio
para todos aquí —dijo su tía.

—La idea es librarme de ellos. Esto es un oasis de paz.


Tal vez les escriba en un par de semanas, tengo pensado
disfrutar mi visita con actividades tranquilas, no quiero
cenas ni bailes en donde puedan presentarme a alguna
dama. Los conozco y sé lo que piensan con exactitud, lo
mismo que consideran las matronas de Londres sobre mí:
que ya es tiempo de contraer matrimonio.

—No es por llevarte la contraria, Wilburg, pero ya es


tiempo. Te sugiero que busques a una joven que contraste
contigo. Ni se te ocurra casarte con la hija de un marqués o
un duque o tendrás una vida como la de tus padres, ambos
creyéndose tan importantes e independientes —alegó su
tío.

—Una joven un poco más humilde sería una esposa


ideal para ti. Sabemos que tú ya eres algo engreído para
tener que soportar a otra persona con tu mismo carácter.
Nosotros jamás te obligaremos a escoger, pero te
aconsejaremos para que seas feliz. Ahora descansa y te
veremos en la cena. —Margarite le dio unos golpes en el
brazo antes de dejarlo en el lugar.

—Descansa, Wilburg... —se despidió su tío.

Cuando los dueños de la casa se fueron, el sirviente de


Wilburg cerró la puerta y suspiró.
—Sus tíos están muy emocionados por su presencia —
comentó yendo hacia el baúl del duque.

—Ellos están tramando algo y yo caí directamente en lo


que estaban pensando, ya que se aprovecharon de mi
lástima y afecto para tomarse libertades. Odio las flores,
pero no se lo diré a mi tía. —Wilburg se acostó en la cama.

—Debería invitar a sus amigos y hacer que vivan lo


mismo que usted. Su tía casamentera estará extasiada con
tantos caballeros a los cuales casar.

—No me des ideas para ver sus rostros desesperados,


podría divertirme mucho ver la cara de John.

—El marqués de Horshire se desmayaría ante la


insistencia de sus tíos.

—Sí, lo bueno es que son mis tíos.

—Pero sería peor tener a su tía y a su abuela detrás de


usted.

—Siempre hay bendiciones, Bernard. Vine a


Gloucestershire porque es un lugar pacífico y perfecto para
despejar la mente. Me fascina la cacería de perdices y
aprovecharé que aquí siempre me consienten. Pese a las
humillaciones cariñosas de mi tía, aquí me siento bien,
como si fuera mi casa, mucho más que en Londres.

—Es que esta será su casa, ya que sus tíos no tienen


herederos y por defecto, usted es el dueño de todo lo que
tienen.

—No me gusta sentir compasión por los demás, pero mi


tía me conmueve. Quisiera comprar un bebé para ella y que
lo herede todo.
—¿Cómo que comprar un niño?

—Hay un montón de familias pobres, alguno querrá


deshacerse de uno de sus hijos por unos peniques que los
ayuden a comer. Suena un poco desagradable, pero
consideremos el bien que le haríamos al darle la vida que
mis tíos tienen para ofrecer.
Capítulo 2
Sobre el corcel en medio de las praderas iba lady
Augusta Relish azuzando a su caballo para jugar una carrera
contra su institutriz, la señora Smith, antiguamente
conocida como la señorita Harting, quien hizo que todas las
hermanas de lord Nottingham fueran bien educadas.

—¡Jugaría a las carreras con usted, pero para eso


necesito un caballo! —exclamó la institutriz al ver que la
joven se perdía en el paisaje.

Augusta aprovechaba su tiempo en Gloucestershire


para practicar sus habilidades como cabalgar y cazar con
distintas armas. Su padre la había preparado para
defenderse de cualquier cosa, hasta del hambre. Además, la
había dotado con una jauría de perros que eran especiales
para protegerla, pero ella no los quería sacar, puesto que
esos mastines eran destructores y mataban a las gallinas de
propiedades cercanas y su madre le decía que eso solo le
traería problemas con sus vecinos.

Cuando ella vio que la señora Smith ni siquiera cogió un


caballo, tuvo que regresar.

—Señora Smith, usted debió ser más activa de joven,


con mi madre y mis tías —reprochó.

—Es evidente que los años no pasan desapercibidos,


milady. Se quedará castigada por desobediente.

—Pero...

—Pero nada...
—No tengo la culpa de que usted sea lenta. Le hablaré
a mi padre para que la haga cambiar de opinión.

—Espero que su excelencia me diga que ya puedo ir a


mi retiro. Usted es una joven desgastante y muy caprichosa,
incluso peor que lady Eugenia.

—No puede compararme con todas sus pupilas, cada


una es diferente y yo también lo soy. Las épocas han
cambiado y usted ha envejecido, no puede cuidar de una
joven como yo.

La señora Smith suspiró y siguió a la joven que la


acusaría con su padre. Ella no tenía ningún respeto por
nadie, pensaba que todo se le debía servir en la vida. Era
más prepotente que cualquier otra persona que hubiera
conocido.

—¡Padre! —vociferó al entrar al salón. Miró hacia donde


él estaba sentado con un libro. Su madre se encontraba
cerca de él cogiendo un par de flores para colocarlas en un
florero.

—¿Qué quieres esta vez? —cuestionó el duque de


Salisbury que no dejó de mirar su libro.

—La señora Smith me ha castigado.

—Debe existir una razón para tal cosa. Ella no lo haría


por gusto —justificó su madre, la duquesa.

—Kitty tiene razón. Acata el castigo y asunto arreglado,


Augusta.

—Pero, padre. Ella ha sido lenta. Es una persona de


edad. Deberían dejar que salga sola por el campo.
—¿Cómo es eso de que la señora Smith es una persona
de edad? ¿Qué falta de respeto es esa? —cuestionó el
duque.

—Sus rodillas deben dolerle y por eso no pudo subir con


presteza al caballo. Yo quiero cabalgar sola. No necesito una
institutriz que me cuide. Sé hacerlo sola. Prefiero que se
quede a descansar. La señora Smith está ansiosa por tener
su retiro y sería bueno que alguien la escuchara y se lo
concedieran.

—Estás a poco de debutar. Les pido a ambas que


tengan paciencia y sobre todo que se toleren. Las dos están
a punto de obtener lo que quieren. Señora Smith, castigue a
Augusta sin problema. Le haría bien hacer un par de
costuras —musitó la duquesa.

—¡Madre!

—Sí, su excelencia. Ha escuchado a sus padres, milady.


Sigue castigada y ahora está más castigada que antes por
andar diciendo mentiras y exageraciones. No me duelen las
rodillas, me duele la espalda. Vamos al salón de costura.

Ella chilló y colocó los brazos bajo el pecho antes de


salir de la estancia en la que se encontraban. Mientras
Augusta estaba disconforme, la señora Smith tenía una
sonrisa de suficiencia en los labios. Tenía el respeto de los
padres de la joven y por eso la institutriz era como un dios
en esa casa.

—Mire a lo que nos ha condenado, señora Smith.


Estaremos aburridas durante el tiempo que a usted se le
antoje —masculló Augusta, enfadada, sentándose en el
sillón.
—Usted ha empezado. Cuando pierde el respeto, pierde
los privilegios. Y eso que su padre es muy flexible en
comparación con lord Nottingham. Si usted fuera una de sus
hermanas, estaría castigada al menos un año por desacato.
—La institutriz le entregó una flor dibujada sobre una tela
para bordar.

—Mire la naturaleza ahí afuera y nosotras aquí, como si


fuéramos presas inútiles. ¿Si le pido disculpas podré ir a
cabalgar?

—Sus disculpas no serán sinceras, pero eso no me


preocupa. Usted no puede salir sin que alguien la
acompañe.

—¡No es justo! ¿Y si llevo a los perros?

—Usted no tiene control sobre sí misma, menos la


tendrá sobre una jauría peligrosa. Su madre no tolera a esos
enormes animales, le traen malos recuerdos.

—¿Malos recuerdos? Si está casada con mi padre es


gracias a los perros y a mi abuela.

—De todas maneras, no irá a ningún lugar. Tomaremos


el té aquí y esa flor debe estar completa para hoy, no
admitiré la holgazanería.

A Augusta no le quedaba más remedio que soportar lo


que ocurría. ¿Por qué no los visitaban algunas personas? Si
sus tíos iban a verlos, ella podría convencer con facilidad a
su tío para que salieran juntos a cabalgar y él no se negaría.

La joven no dejaba de bostezar. Dormitaba a la vez que


intentaba mantenerse despierta para que su dedo no
sufriera las consecuencias. Ella no quería morir desangrada
por pincharse con la aguja.
—¡Ay! —exclamó al meterse la aguja en el dedo—.
¡Demonios, condenación!

—¡Por el amor de Dios, lady Augusta! ¿De dónde ha


sacado esos términos?

—¿Y qué quiere que diga si he matado mi dedo? De mis


labios no saldrán flores ni frases motivadoras.

—Iré a por el té, cuando regrese espero que siga


avanzando. No sea ociosa o no tendrá un buen esposo.

—¿Y quién dice que quiero un esposo que quiera


esclavizarme? Quiero tantas joyas como pueda tener,
carruajes lujosos, caballos valiosos y que me lleve a
navegar por el océano, solos él y yo. Imagino a mi futuro
marido como un verdadero consentidor romántico, incapaz
de llevarme la contraria.

—¿Quiere un esposo o un esclavo?

—Para mí es lo mismo.

La señora Smith negó con la cabeza y siguió con su


idea de buscar el té.

Cuando la mujer se fue, Augusta fingió continuar con su


labor, mas arrojó el bordado al canasto y fue para salir por
la puerta. Quería escapar del aburrimiento.

—¡Sinvergüenza! —exclamó al darse cuenta de que la


institutriz la conocía demasiado bien, tanto que había
cerrado la puerta con llave, sin embargo, eso no detendría a
Augusta en sus planes de salir de la casa y hacer su
voluntad.

Se acercó a la ventana y la abrió para salir por ahí.


Sonrió al lograr su cometido sin mucho esfuerzo.
—Hay otras salidas, señora Smith —declaró la joven
que salió por la abertura y comenzó a caminar entre las
plantas.

—Hemos recibido una carta del barón Zouche, querido


—comentó Kitty.

Augusta escuchó la voz de su madre y se acercó a la


ventana del salón en la que ellos estaban.

—Eso sería divertido para nosotros —replicó el duque


que estiró a su esposa de la cintura y la llevó junto a él.

—¿No crees que sería propicio llevar a Augusta para


que la conozcan las personas de la región?

—Aquí no hay nadie que pueda ser interesante para


Augusta. ¿Piensas que un terrateniente podría cubrir las
necesidades de alguien como ella? Nuestra hija es
demasiado para que un bolsillo común la sostenga.

—He oído de muchos jóvenes que buscan esposa por


aquí.

—Condes, cariño. Si no tienen algo más que sus tierras,


quebrarán. Ella los llevará a la ruina más absoluta y eso no
es bueno. Es mejor que debute en Londres. Sé que
encontrará a un buen candidato. Estuve conversando con la
familia del marqués de Horshire, la abuela y la madre están
muy interesadas en la hija de un duque. Sé que son una
familia próspera y que no solo dependen de sus tierras, sino
también de otros ingresos de comercios fuera de Inglaterra.

Las orejas de Augusta parecían las de una liebre en la


pradera. No podía dejar de escuchar lo que hablaban sus
padres. No sabía de la fiesta que ofrecerían las amistades
de sus padres y mucho menos se imaginaba que su padre
estaba buscando un candidato sin su consentimiento.
—Ahora, dime el defecto de ese caballero —pidió Kitty.

—Pertenece a un grupo absurdo de solteros. Como si


fuera que estando en grupo se salvaran de lo inevitable.

—Entonces estamos hablando de alguien que ni


siquiera sabe de la existencia de Augusta y que
probablemente no quiera saber de ella. No expondré a mi
adorada hija a alguien que la humillará.

—Seamos sinceros, Augusta barrerá el suelo con


cualquiera de los caballeros. Si tiene suerte se casará por la
influencia de la familia.

Seguía oyendo con los brazos cruzados bajo el pecho.


Su padre no tenía ni una gota de fe en lo que ella podría
lograr solo porque era una niña consentida y caprichosa.

—Entonces ella puede ir sin peligro alguno. Además,


nadie querrá meterse con la hija del dueño de los peores
animales de la región.

—Son los perros de Augusta.

—Pero nadie dice que son de ella, dicen que son del
duque, es la fama que tienes gracias a los perros que
mataban a las gallinas de la propiedad de mi hermano.

—No empecemos, mataron a uno de ellos...

—Es mejor que no lo recordemos.

—Si Augusta es obediente, la llevaremos, de lo


contrario, se quedará a contar estrellas desde la ventana de
su habitación.

Al oír aquello, Augusta corrió para regresar al salón de


costura, ella quería ir a su primera fiesta. No podía
desaprovechar esa valiosa oportunidad de ver cómo era un
salón. La emoción recorría su cuerpo y por eso debía hacer
lo posible por ser la niña más buena del condado.

Entró por la ventana y fue a sentarse en su lugar.


Menos mal que lo había hecho todo muy rápido, pues la
señora Smith regresó pronto.

La institutriz entró con la bandeja y la dejó sobre la


mesita. Las dos beberían el té.

—¿No me diga que intentó huir por la ventana, milady?


—cuestionó la mujer.

—No, señora Smith, sentí calor y la abrí, eso es todo.

—Mmm...

Ella no era tonta. La arena en el suelo delataba que la


joven había salido y regresado. Al parecer se arrepintió y
por eso no la volvería a castigar ni le diría al duque. Un
arrepentimiento significaba que estaba comenzando a
pensar las cosas.

Las dos tomaron el té a la vez que continuaban con sus


bordados. Augusta trataba de ser una buena aprendiz,
llegando a sorprender a la institutriz por el sorpresivo
interés que mostraba por algo que había despotricado
durante horas.

—¿Cómo cree que lo hice, señora Smith? —preguntó


Augusta enseñándole el bordado terminado.

—Me sorprende que lo hiciera tan bien y en poco


tiempo. Déjeme felicitarla.

—¿Eso significa que hablará bien de mí frente a mi


padre?
—¿Por qué hablaría mal de usted? No hace falta que yo
lo haga, usted siempre se echa tierra encima. En esta
oportunidad no dude que la halagaré frente al duque.

—Se lo agradezco mucho. No dude en exagerar lo


buena que soy. De hecho, ahora todavía hay un poco de sol,
iré a buscar algo para regalarle a mi padre.

—Aquí cerca, no vaya lejos y mucho menos se monte


en un caballo.

—Prometo portarme bien.

La joven dejó a su institutriz en el salón y fue a buscar


lo que necesitaba para agradar a su padre. Su madre
siempre usaba flores para lo que fuera y a él le gustaban
mucho. Le encantaría darle unos patos o un faisán, pero
como ya era tarde y la señora Smith estaba cada vez más
vieja, no podía acompañarla. Quizá un día no muy lejano
pudiera arrastrar a su progenitora a la cacería para que
dejara de dedicarse a su esposo.

Después de conseguir un par de flores, Augusta entró a


la casa con una sonrisa y buscó a su padre que se
encontraba saliendo de su despacho sin la elegancia que lo
caracterizaba, ya que al parecer sentía calor. Su camisa de
lino la tenía remangada hasta los codos y no llevaba puesto
el pañuelo anudado.

—Son para usted, padre —dijo la joven.

Albert miró las flores que su hija ofrecía y achicó sus


ojos de manera acusatoria.

—¿Qué has hecho, Augusta? ¿No me digas que mataste


a la señora Smith?
Capítulo 3
—¡No, padre! ¿Cómo puede pensar de esa manera tan
espantosa de su hija?

—Lo siento, es culpa de tus tías... —se disculpó. Estaba


tan afectado en la mente como Spencer, su cuñado y
hermano de su esposa.

—Solo quería darle este detalle porque sé que le gustan


las flores y me he comportado como una niñata caprichosa
e insoportable.

—Oh, Augusta... —Albert estaba conmovido por las


palabras de su hija. La acercó a su pecho y le dio un beso en
la frente—. Eres una joven muy noble. Me gusta que
comiences a madurar.

—Por supuesto que sí, padre. Sé que debo ser más


sencilla y humilde...

Lo único que quería Augusta era ir a ese evento que


ellos habían mencionado. No tenía otro interés, y menos el
de cambiar su forma de ser.

—Estoy orgulloso de ti. ¿Qué quieres por tu buen


comportamiento? Me han llegado rumores sobre la mina.
Hay diamantes enormes para ti. ¿Quieres que los mande
traer?

—No estaría mal un juego de varias piezas —musitó,


mas ella tenía demasiadas joyas que todavía no alcanzaba a
ponerse y lo que a Augusta le importaba era salir de esa
casa—, aunque apreciaré que quiera darme lo que sea su
voluntad, padre.
El duque no dejaba de sorprenderse con la
condescendencia de su hija.

—Entonces te compraré una propiedad de varios acres.

Ella estaba a punto de golpear a su padre con esas


flores que le había llevado. No podía decirle directamente lo
que quería porque sabría que estuvo oyendo y él no estaba
entendiendo la sencillez de lo que Augusta esperaba.

—No hace falta, padre. Lo importante es hacer lo


correcto.

—Es extraño que no me pidas nada. ¿No estarás


enferma?

—¿Por qué todo tiene que resultarle extraño, padre? No


puedo darle flores porque cree que maté a mi institutriz y
tampoco puedo no pedir nada porque cree que estoy
enferma.

—Es que, mi niña, comprende, no es algo normal en ti,


ya que siempre actúas con prepotencia, exigiendo.

—¿Acaso no puedo cambiar y pensar si estoy haciendo


bien las cosas?

—Por supuesto que sí. Esperaré a escuchar lo que tenga


que decir la señora Smith para poder premiarte. Las flores
son tan encantadoras como tú, Augusta. —Él cogió las flores
y las colocó en un jarrón que estaba cerca antes de
continuar con su camino.

La joven gruñó y golpeó su falda. Ser zalamera no le


había servido mucho, ya que su padre era lento de
entendimiento o tal vez demasiado inteligente y se hacía el
tonto para confundirla.
—¿Por qué está haciendo un berrinche, milady? —
cuestionó la institutriz al verla golpeando su falda.

—Se me ha metido una mosca. Todos están en mi


contra hoy. ¿Qué les he hecho? Ahora ya ni puedo matar
una mosca.

—Parece que está a la defensiva.

—No lo estoy, solo que... Necesito que mi padre me vea


con buenos ojos, señora Smith, dependo de usted y de sus
buenas referencias para sobrevivir en esta casa.

—¿Está enferma? Está actuando muy raro desde la


tarde. ¿Se ha dado en la cabeza con algo?

—Lo que me ocurrirá es que moriré si habla mal de mí


con mis padres.

—Saque eso de su cabeza. Considero que el roce de la


tarde está solucionado entre nosotras. La conozco desde
que estaba en el vientre de su madre, por lo que estoy más
que acostumbrada a sus desplantes. No es una niña mala,
solo es caprichosa.

—Me reconforta saber los conceptos en los que me


tiene, señora Smith.

—Qué bueno. Vaya a cambiarse para poder cenar más


tarde y haga algo útil.

—Trataré de no respirar mucho por si le robo el aire a


los caballeros intelectuales de Inglaterra...

—El sarcasmo le sale muy bien, eso es muy Fane,


aunque los Relish no se quedan atrás en eso.
Le tuvo que hacer caso a su institutriz y fue a su
habitación para descansar, era lo único útil que podía hacer
a esas horas. Por la mañana tenía la obligatoria lectura, por
lo cual eso no componía una diversión para ella. La
amargura la perseguía en horas de la tarde, por eso quería
salir a cabalgar o ir a la cabaña a orillas del arroyo. Ese
lugar lo había construido su padre para su cuñada, Eugenia.
Él tenía una gran debilidad por ella, y su tía, a la vez heredó
ese lugar.

—Con permiso, milady —dijo Amber, su doncella.

—Estoy tan aburrida que ni siquiera mi hermano con


toda su tontería podría hacer que me divirtiera.

—Su hermano será el duque, hoy es marqués y está en


Eton para completar su educación. —La doncella comenzó a
acomodar las prendas que Augusta utilizaba en sus cambios
de ropa. Siempre debían estar impecables.

—¿Por qué las mujeres no podemos heredar? Yo sería


mejor duquesa, marquesa, condesa, baronesa y todo lo que
venga. Él es un verdadero bueno para nada.

—Es la adoración de su madre.

—Y yo de mi padre. Debería poder heredar su título y


ser la gran duquesa Augusta sin depender de un esposo.
Ahora me veo en la necesidad de buscar a un caballero a
quien no sé si toleraré o en el mejor de los casos me
tolerará. Es bien sabido que tal y como tengo buenas
posibilidades, tengo el estigma de un mal carácter.

—Usted solo tendría buen carácter si sus padres no


fueran sus padres. Eso lo lleva en la sangre.

—Gracias por darme ánimos, Amber.


—Siempre estoy para servirle.

—Debo practicar más mi sarcasmo para que lo


entiendas.

—No, milady, debe practicar más entender el de los


demás.

Augusta le dio una sonrisa a Amber. Su doncella era


juguetona, aunque a veces solía tomarse algunas libertades
como eran hablarle con la verdad o ser sarcástica.

—¿Mañana me acompañarás a la cabaña? —curioseó


Augusta.

—¿No es mejor que la acompañe a recoger bayas? Eso


sería menos sospechoso.

—Tienes razón. Amber, quiero salir de la casa, pero


debo portarme bien. Hoy escuché una conversación entre
mis padres.

La doncella dejó de lado lo que estaba haciendo para


prestarle atención a su ama.

—¿Y qué han dicho? —indagó la criada.

—Están invitados a una velada del barón Zouche y mi


madre ha sugerido que me llevarán.

—¡Eso es maravilloso, milady!

—El problema es que mi padre quiere un


comportamiento impecable de mi parte.

—Oh, lo lamento mucho. Será para otra oportunidad,


¿no lo cree?
¿Qué pasaba con las personas de esa casa? Temía
preguntarle a su madre qué opinaba sobre ella porque
podría asustarle su respuesta. Ni siquiera la servidumbre de
su casa era capaz de creer en ella. Eso solo le decía que era
insoportable.

—No, por supuesto que no. Yo quiero esta oportunidad y


la tendré, si me toca ser lamebotas con todas las personas
del condado para ir, pues lo haré. Quiero ir a mi primer
evento social, deseo dejar a todos boquiabiertos. Deben
conocer a la hija del duque de Salisbury.

—¿Piensa que puede conocer a alguien digno de


casarse con usted?

—Dudo mucho que alguien demasiado importante esté


por estas tierras. Londres es el lugar en donde estarán los
buenos candidatos, aunque dudo que cualquier caballero
cabeza de alcachofa pueda ser atractivo para mí. Mi
hermano me ha demostrado que los varones carecen de
una inteligencia superior, solo están en donde están porque
escriben las normas y para nuestro pesar es para
favorecerse a sí mismos.

—A su padre no le gustará escuchar algo semejante.

—Mi padre es la excepción a toda regla. Él es todo lo


que una dama puede desear. Es rico, audaz, inteligente y
atractivo para su edad. ¿Has visto a alguien tan bien
conservado como él?

—No, milady, tiene mucha razón. El duque es perfecto,


por eso me ha contratado.

—No seas tonta, si estás aquí es por suerte, la mejor de


todas. Imagina ser la doncella de otra joven...
—Ufff... Eso sería un infierno comparado con este edén
en el que vivo.

—¿Eso es sarcasmo?

—Es probable. Cuénteme más...

—Te decía que necesito que mi padre me proponga ir y


eso solo lo conseguiré con el visto bueno de la señora
Smith.

—Es una arpía mañosa, jamás dará su aprobación, ella


lo único que quiere es ver arder al mundo. Manda más que
la propia duquesa.

—La señora Smith tiene la aprobación de mis padres y


le otorgaron más poder del que deberían. Es la reina de las
torturas, pero hoy me dijo que hablaría bien de mí frente a
mi padre. Lo que ella diga es palabra mayor para ellos.

—Esperemos que no termine diciendo que es una


díscola.

—No dudo que tal vez lo insinúe antes de hablar bien


de mí.

La joven y su doncella siguieron conversando, mientras


que la señora Smith fue a conversar con Kitty.

—¿Cómo se ha portado Augusta, señora Smith? Me


preocupa que se convierta en alguien como yo en mis
primeros tiempos de casadera —habló la duquesa un poco
mortificada—. Albert me ha dicho que ella le dio unas flores.
Solo el diablo podría saber con qué intenciones.

—El diablo o usted son los únicos capaces de saberlo.


Milady es peor de lo que usted fue. Su hermano era muy
riguroso, pero el duque... —La institutriz pensó si era bueno
morder la mano de quien le daba de comer o decir lo que
consideraba correcto—. Su esposo no tiene el carácter
suficiente para enfrentar a lady Augusta, la ama ciegamente
para poder encontrar defectos en su retoño.

—Lo sé, no puede echar a un lado sus sentimientos.

—Y usted...

—¿Y yo?

—Y usted tiene mucha culpa. Si tuviera mano dura


como su hermano, lady Augusta no sería una diligencia
atropellando a todos. Es una buena niña, no lo dudo, pero
considero que sus valores están comprometidos y está un
poco confundida con el hecho de cómo funciona la vida.
Cree merecer todo lo que tiene y no sabe que lo que posee
es solo por el lugar en donde nació, no con exactitud porque
lo merezca. Ese es el problema de milady, le tocará
estrellarse contra la pared cuando llegue a su vida un
caballero diferente o aún peor, uno igual.

—Me temo que eso pueda ocurrir. No quiero que ella se


encuentre con alguien igual, porque está destinado a
fracasar, no será feliz como su padre y yo. Pese a nuestro
orgullo, pudimos alcanzar la felicidad.

—Hoy se comportó de manera extraña, debe estar


tramando algo que los involucra a ustedes, ya que ha
rogado que hable bien de ella con su excelencia.

—¿Y hay alguna razón para no hablar bien de ella?

—Nunca le enseñé a hacer preguntas absurdas, su


excelencia. Las joyas están haciéndole mucho daño. Deje de
aceptar presentes de su esposo.
—Lo siento, señora Smith. Es cierto que el amor por mi
hija me mantiene ciega. ¿Qué me aconseja?

—Puede llevarla un tiempo con lord Nottingham, él se


encargará con un solo grito de poner orden en su vida.

—Eso sería muy cruel de mi parte, pero no está mal.


Todavía creo que mi esposo puede ser diferente con
Augusta si llegara a enfadarlo. No olvide cómo devolvió a
Eugenia con Spencer.

—Ahora que lo recuerdo, eso me devuelve la esperanza


de que su excelencia despierte y no quede dormido en los
laureles del amor por su hija. Entonces, pese al desacato de
milady, hablaré maravillas de ella para saber qué quiere esa
jovencita.

—Si es como yo, nada bueno debe ser.

—Absolutamente, su excelencia.

Después de esa conversación, la señora Smith buscó al


duque y se presentó frente a él. Sabía que tenía la plena
confianza de su antigua pupila y del esposo de esta. No
había quejas sobre la educación recibida, por lo que podían
confiar en todo lo que decía.

—Disculpe, su excelencia, lo molestaré un minuto para


hablarle sobre lady Augusta —interrumpió la institutriz al
duque que estaba bebiendo una copa de brandy.

—Por favor, que sean buenas noticias. Hoy ha venido


con flores para mí y no me gustaría castigarla, siendo ella
tan amable, aunque confieso que en un primer momento
creí que Augusta la había matado de un disgusto.

—Oh, no, su excelencia. Con mis años de experiencia y


la edad, le aseguro que un disgusto no me llevará a la
tumba, si lady Eugenia no lo hizo, nadie puede hacerlo.
Quería decirle que milady se ha comportado muy bien esta
tarde y ha terminado su bordado con éxito y a la perfección.
Cuando ella decide que hará algo bien, lo logra.

—Eso me alegra mucho, señora Smith, entonces sí


podremos llevarla a un primer baile aquí, para que se
ambiente en lo que puede ser Londres.
Capítulo 4
Wilburg llevaba un par de días en la casa y en verdad
se estaba sintiendo como un verdadero rey. Sus tíos no
escatimaban para tratarlo como merecía. En el fondo de su
corazón, él creía que ellos debieron ser sus padres y no los
que le tocaron.

—Hay venados enormes —comentó el tío del duque—,


solo que están en un lugar un tanto problemático.

—¿Qué lugares de estas tierras suelen ser


problemáticos, tío? —preguntó Wilburg.

—¿Ves aquel bosque? Es el límite con la propiedad del


duque de Salisbury —señaló Ernest con el dedo índice.

—Un animal entra y sale de los límites de cualquiera.


Ese hombre no puede pretender que todo lo que hay en su
propiedad tenga que ser de él. Los animales se mueven al
igual que las aves, migran.

—Ese no es el punto. El duque no es alguien insensato,


mas tiene un pequeño defecto conocido entre el vecindario:
perros. Tiene canes con fauces enormes, son negros y de
ojos rojos brillantes... Nadie se anima a salir por la noche, ya
que es probable que podamos perder la vida. Cuentan que
la hermana de lord Nottingham casi fue atacada por uno de
ellos hace más de dieciocho años.

—Los perros no duran más de diez años, dudo que los


mismos perros estén vivos. Me alegro por la joven que no
fue devorada por esos animales.

—No fue devorada por ellos, pero sí por el dueño de los


perros. —El tío comenzó a reír y Wilburg no pudo evitar
seguirle en eso.

—Imagino que debió decirle: ¡cásate conmigo o te


echaré a mis perros! —dijo Wilburg entre risas.

—Pues no es tan descabellado viniendo del duque de


Salisbury. Gracias a Dios hicimos gallineros más fuertes para
evitar que esos perros pudieran hacer lo que les plazca.

—Me interesan los venados, tío. Me gustan las gallinas,


pero ahora deseo carne roja.

—Tenemos dos opciones: ir hacia el arroyo que


comparto con el duque o esperar a que un venado corra
hacia nosotros.

—De preferencia podríamos ir al arroyo, de paso nos


refrescamos un poco. Llevo un par de años sin arrojarme al
agua.

—Es cierto, podríamos hacer eso. Son muchos años en


los que no vamos ahí. No llevaremos a tu tía, a esta edad
podrías escandalizarla, ya no eres un pequeño niño, eres un
hombre.

—¿Es cierto lo que dijo mi tía el día que llegué?

—Hicimos un trato, pero yo no pude cumplirlo. Para mí


fue imposible acostarme con otra mujer sabiendo que ella
me esperaba en casa. Pudimos haber tenido un hijo, pero no
quise que naciera sobre las lágrimas de ella. Preferí que nos
quedáramos como estábamos.

—Como hombre pudo haber puesto por encima de ella


su necesidad de tener herederos.

—¿Para qué hacerlo si ya te teníamos a ti? No me


preocupa tener que dejarle nada de esto a nadie. Tú eres el
dueño de todo.

—Me siento mal cuando lo dice. Parece que soy como


un usurpador.

—No deberías sentirte así. No pudimos tener hijos y esa


es la realidad, nos duela o no. No hay forma de solucionarlo.
Margarite y yo lo entendimos con los años.

—No me gusta la cursilería, pero ustedes hubieran sido


unos padres maravillosos, al menos conmigo lo fueron.

—No creas que no insistimos para que nos dejaran


criarte, casi lo logramos, de hecho, lo hicimos los primeros
años de tu vida y cuando tu padre creyó conveniente
educarte a su antojo te arrebató de nuestros brazos.
Después de eso, cuando nos visitaste ya no fuiste el mismo.
Creíste que te habíamos abandonado, pensabas que éramos
tus verdaderos padres.

Aquello que contaba su tío estaba difuso en su mente,


pero era cierto. La mayor parte de sus recuerdos de infancia
no implicaba a los duques, pero sí a sus tíos. La dura
educación que había recibido en Londres lo hizo olvidar de
muchas cosas y la sensibilidad de aquel niño querido y
amado debió desaparecer para dar paso al próximo duque,
que debía ser una persona sobria, sin mayor emoción que
una sonrisa al ganar un juego y eso se lo debía a su padre.
Lo había culpado de ser débil y por eso tuvo que cambiar,
mas cuando sus padres murieron, él pudo respirar de nuevo,
aunque muchas cosas ya estaban arraigadas en su mente.

Los dos hombres fueron hacia el arroyo, aunque no para


cazar al venado. Tanto tío como sobrino se arrojaron al agua
fría que venía de las partes altas de la tierra. Habían dejado
sus botas, las calzas, las camisas de lino, los chalecos de
tweed y las capas largas hasta la rodilla, en la orilla.
Decidieron nadar y disfrutar de aquel sitio que los hacía
retroceder años para llevarlos a momentos felices de sus
vidas.

Definitivamente, Wilburg consideraba que había


tomado la mejor decisión al ir a Gloucestershire. Se sentía
bien y reconfortado por sus parientes. No tenía que ir a los
clubes para estar en compañía de alguien, sus tíos siempre
lo estaban buscando para hacer algo, no le quedaba tiempo
para pensar en nada, solo en disfrutar de los buenos
momentos. Una vez que regresara a Londres, se
preocuparía por los demás, por él y su futuro como duque,
ya que era tiempo de tener un hijo para sembrar las bases
para su heredero, eso sin tener en cuenta que en lugar de
un varón podría engendrar a una niña. Eso le parecía
deprimente, puesto que no quería tener problemas y las
damas representaban un problema y los varones una
solución.

—El agua aquí ablanda los huesos, es fresca, especial


para un día caluroso como este —habló Ernest que se
sumergió para después salir empapado del agua.

—Esos momentos me recuerdan a mi niñez. Recuerdo


que una vez caí de aquella piedra, pero no me pasó nada.
Fue divertido ver la desesperación en los ojos de usted y de
mi tía.

—Fue un accidente con suerte. Si ahora llegaras a caer


de ahí la cintura te dolería por semanas. La edad no viene
sola y tú aún no tienes familia.

—No empecemos con eso.

—No estoy empezando, solo estoy mencionando el


asunto que a toda costa quieres evitar.
—No es que lo quiera evitar. Lo estoy enviando para
más adelante, dentro de dos o tres años.

—¿Por qué tanto? Deberías considerar casarte, ya es


tiempo.

—Lo sé, pero... no me decido. Ni siquiera he encontrado


a la mujer correcta.

—La mujer correcta es la primera que te deslumbra, esa


que hace que pienses diferente y solo en ella. No sé si
podrás encontrarla en Londres, ya que tal y como piensa tu
tía, esperamos que no te fijes en alguien que será una
competencia para ti. Hay muchas damas que en lugar de
aceptar el lugar que les corresponde quieren imponerse
ante un varón. Eso solo terminará en una terrible lucha
como la de tus padres.

—No quiero volver a pasar por algo semejante. Imagine


que me caso con alguien igual a mi progenitora. Sería un
infierno. Eso no significa que apoyo a mi padre, pero ahí
siempre hubo algo que anduvo mal en esa relación.

—Por eso te lo digo, es un consejo sabio. Busca a una


dama que esté por debajo de ti, muy por debajo, alguien
que puedas amoldar a tus necesidades. Esa será una buena
duquesa y una madre para tus hijos.

—Las duquesas deben tener carácter como los duques,


no quiero a alguien a quien tenga que decirle cómo
comportarse.

—No te preocupes que el título de duquesa hará lo


suyo. Todas las damas están preparadas para lo mismo, mas
algunas de ellas esperan a hombres flojos y sin carácter a
los cuales manejar a su antojo. No seas de esos.

—No lo seré, tío. Intentaré seguir su consejo.


—¿Irás con nosotros al baile que ofrecerá el barón
Zouche? No estarás obligado a hacer nada que no quieras.

—No, no pienso ir. No tengo apuro por conocer gente


nueva. Con mis amigos en Londres tengo suficientes
problemas.

—Nadie te dará problemas aquí, tampoco insinúo que te


hagas amigo de nadie.

—Aquí son muy inferiores a mí, tío, no estoy interesado


en que me traten como zalameros. Estamos en medio de la
nobleza rural. Esa gente no ve a un duque con frecuencia.

—Puede que tengas razón, pero no consideres que


todos te tratarán con deferencia. Aquí pueden llegar a ser
muy hostiles si tú eres de esa manera con ellos.

—Como dije, no me interesa que me quieran, por lo que


no iré a ninguna velada.

A Wilburg era difícil llevarlo hacia donde uno deseaba,


pues se portaba reacio cuando no deseaba algo. Su tío lo
había intentado, aunque dejaría que Margarite lo siguiera
haciendo. Querían sacarle un poco lo estirado que estaba.

Después de un par de horas, ellos regresaron a la


residencia, pero casi lo hicieron con las manos vacías.
Ernest recordó al menos llevar algo y lo que
vergonzosamente encontró fueron frutos silvestres.

—¿Frutos silvestres? —curioseó Margarite al ver a los


dos varones que habían llegado con la cabellera larga y
mojada. Ambos se parecían mucho en el pelo rubio y los
ojos verdes.

—Es todo lo que pudimos conseguir, querida.


—¿Me están diciendo que no han podido conseguir un
poco de carne? Se suponía que traerían faisanes, perdices o
tal vez patos, pero frutos del bosque... Dos hombres de
familias adineradas y con gran preparación para la cacería
están intentando tomarme el pelo...

—Nos distrajimos, tía. Fuimos al arroyo.

—¿Y no fueron capaces de agarrar unos pececitos?


Hombres, solo se preocupan por sus intereses particulares.
Ahora pensaré en qué preparará la cocinera con frutos del
bosque. Tal vez un pan con mermelada. Tendré que
sacrificar a mis animales, quizá una pobre gallina que me da
huevos.

—Mañana traeremos algo, cariño. Hay mucho para


faenar en la propiedad.

—Quería algo silvestre, querido.

—¿Y los frutos silvestres no son silvestres, tía?

—¡Jovencito! —Margarite lo golpeó con su abanico—. No


te burles de tu tía.

—Es la verdad, es coherente —manifestó Wilburg.

—No soy una gallina para comer pasto, Wilburg. ¿Sabes


para qué tenemos colmillos como algunos animales? Para la
carne. Iré a la cocina para modificar el menú gracias a
ustedes. Comerán papas asadas.

Tío y sobrino se miraron y fueron a sentarse al salón.

—Hemos sido castigados. Mañana no podemos venir


con las manos vacías —declaró Ernest.
—Debería plantarse ante mi tía y decirle que es usted
quien manda y faenarán una cabra.

—¿Quieres que me echen de la casa? No dormiré en el


establo con los caballos. No siembres la discordia en esta
casa, Wilburg.

—Entonces ella es quien lleva los pantalones en esta


casa.

—No me pelearé por la comida, tocan papas y no hay


más que comer. Se acepta la decisión de quien decide el
menú de la semana.

Para la hora de la cena, la cocinera preparó una sopa de


tomates con pan crujiente, un poco de cecina y papas
asadas como había dicho Margarite que todos comerían.
Ella pretendía que el castigo sirviera para que ambos
pensaran más allá del goce de un momento.

—Mañana por la noche es la fiesta del barón Zouche, le


dije a Bernard qué prendas te pondrías. Quiero que mi
querido sobrino deje una buena impresión, de alguien
afable. No queremos que te vean como alguien que los
pisoteará —habló Margarite que había entrado en la
habitación de Wilburg durante su ausencia.

—No voy a ir a ningún sitio y menos si no podré lucir


mis prendas —expresó el duque.

—Yo anuncié que irías, querido. ¿Me harás quedar mal?

—Puede «desanunciarlo» —musitó jugando con la


palabra.

—Es una pena. Te quedarás a escuchar una orquesta de


grillos y renacuajos durante la noche, mientras que nosotros
estaremos bailando, bebiendo y conversando de cosas
interesantes, al igual que enterarnos del mejor cotilleo del
condado.

—Lo que más lamento de todo eso es tener que


perderme el cotilleo —alegó Wilburg con sarcasmo.

—Todavía tienes tiempo para recapacitar. Nadie va a


querer morderte y con esa cara de funeral, querido, créeme
que no atraerás más que al diablo. Ten presente que las
jóvenes no vendrán a tocar tu puerta, salvo que yo les
indique el camino. Cuídate, Wilburg, tengo mis esperanzas
puestas en ti y haré lo posible cuando llegue el momento en
que demuestres interés por el matrimonio.

—Tendrá que esperar al menos dos años más. Estoy


muy feliz con lo que tengo ahora mismo.

—¿Y qué tienes ahora mismo?

—A mí.
Capítulo 5
Al día siguiente, Wilburg y su tío partieron hacia el
bosque para conseguir aves que estuvieran por la zona.
Ellos no comprendían la razón por la que el arroyo no atraía
a los animales. Comenzaron a pensar que los vecinos
habían estado cazando y por eso las presas estaban
asustadas y escondidas. Lograron coger unas tres perdices
y nada más, salvo algunas flores silvestres que el tío del
duque tomó para su esposa.

Ese día al menos el almuerzo había sido un éxito,


aunque no lamentaba haber cenado unas papas asadas la
noche anterior. La cocinera tenía grandes destrezas
culinarias.

Por la tarde, Wilburg alcanzó a tomar el té con sus tíos.


Ellos se veían felices y como en una extraña complicidad,
hablaban en doble sentido y sonreían con mucha
frecuencia. Él no se sentía incómodo ante esas muestras de
afecto entre sus parientes, le gustaba ver algo distinto a
gente intentando quitarse los ojos.

Por la noche, él se había vestido con elegancia, mas era


para cenar.

—¿A qué hora bajarán mis tíos a cenar? —preguntó


Wilburg que llegó hasta el comedor. Ahí solo vio los
cubiertos puestos para una sola persona.

—Sus tíos tenían un compromiso esta noche, su señoría


—comentó la cocinera—. He cocinado para usted, es lo que
ordenó milady.

—Ah, lo había olvidado. En casa del...


—Del barón Zouche, excelencia.

—Sí, sí. Que Bernard venga junto a mí.

—Sí, excelencia.

La cocinera le sirvió la cena a Wilburg y después fue a


buscar al ayuda de cámara del duque para que conversara
con aquel.

Después de unos minutos, Bernard se presentó frente al


duque.

—Dígame, excelencia... —Bernard se puso a


disposición.

—Olvidé que mis tíos fueron a una fiesta.

—Usted fue invitado a dicho evento, excelencia. Le


recuerdo que rechazó acompañar a sus tíos en demasiadas
oportunidades.

—Soy consciente. ¿Qué hora crees que iniciará el


concierto de grillos y renacuajos?

—Supongo que alguno de ellos estará esperando a que


usted desee dormir.

—Sí. ¿Qué puedo hacer para no aburrirme? Ellos no me


han dejado solo por mucho tiempo.

—Lo que podría hacer es alcanzarlos e ir a divertirse.

—Eso le daría la razón a mi tía. Además, es probable


que me presente a alguna jovencita a la que me veré
obligado a frecuentar para que ellos no queden mal,
mientras que yo debo tolerar quién sabe qué cosas.
—Nadie puede obligar a un duque a absolutamente
nada. Es el dueño de su destino, excelencia

—Mmm... Está bien, iré. ¿Quién sabe dónde queda eso?

—Milady ha dejado instrucciones a su cochero,


excelencia, en caso de que usted quisiera ir.

—Ella lo sabía todo. Sabía que me aburriría aquí. Este


asunto es una maquinación suya.

—Milady se lo advirtió, pero si usted no se negaba, no


sería su sobrino.

—Buen punto. Terminaré mi cena y alcanzaré a mis tíos.


Dudo mucho que este condado tenga una fiesta digna para
un duque.

—También lo dudo, pero tal como a usted le gusta


divertirse en clubes de mala muerte, también puede
divertirse con la nobleza rural.

***

Dentro del carruaje, Augusta no podía contener su


emoción. Llevaba días emocionada con el asunto de ir al
baile del barón Zouche. Cuando su padre se lo dijo en la
cena hacía un par de días no lo podía creer. Lo esperaba,
pero la emoción era incontenible para ella.

—¿No crees que Augusta ha exagerado con las joyas,


querido? —indagó Kitty que vio a su hija con demasiados
accesorios.

—¿Para qué mi padre tiene una gran mina si no puede


darle a su niña lo que ella quiere? —preguntó Augusta.
—No puedo discutir con lo que dice mi hija. Augusta
tiene razón, cariño —aseguró el duque que alzó el mentón
de la joven y la admiró orgulloso.

Augusta había escogido una gargantilla de diamantes,


al igual que una pulsera y unos pendientes del mismo
material. Ella estaba tan brillante que cualquiera diría que
no estaba vestida para la ocasión y que la oportunidad no
era la correcta para lucir las joyas.

—Mi tía Fanny se quedará impresionada con mis joyas.


Tío Clifford es muy rico, pero no creo que pueda comprarle
esta clase de cosas a Berenice cuando cumpla mi edad.

—A todas mis sobrinas les regalo joyas, y no dejaré de


hacerlo con Berenice —dijo Albert refiriéndose a la hija
menor de su cuñada Fanny y de Clifford.

—Me parece justo. Yo pensaba darle mis joyas de


soltera —agregó Augusta, condescendiente.

—Hemos llegado —anunció el duque.

Él descendió primero y ayudó a su esposa y a su hija


para bajar después.

El barón Zouche junto a su esposa se acercaron a


recibirlos.

—Sean bienvenidos a nuestra casa —saludó el barón.

—Mi estimado barón, es un placer acudir. En esta


ocasión hemos decidido que será la primera velada de
nuestra querida Augusta —habló Albert.

—Es un honor para nosotros que la hija de un duque


escogiera nuestra casa como su primera experiencia. Estoy
segura de que será lo más grato posible. El vecindario está
repleto de gente amable —comentó la baronesa.

—Estoy segura de que así es. Las amistades de mis


padres también son mías. Este lugar es hermoso —replicó
Augusta como agradecimiento a la buena predisposición de
la esposa del barón.

—Pasen, pasen. Clifford y Fanny los están esperando —


pidió el barón.

Para Augusta, por más que estuviera acostumbrada a lo


mejor de la vida, la experiencia de ver otra residencia
acondicionada para recibir a invitados era otra cosa y más
cuando no estaba en sus dominios. Se sentía como una
verdadera dama y eso le daba una muestra de lo que sería
la realidad en Londres.

Cuando miró dentro de la casa del barón Zouche, sonrió


al ver la armonía de la decoración y oír el sonido de la
orquesta tocando piezas para ambientar el lugar.

—Esto no es algo tan íntimo y me gusta mucho. Hay


tantas caras que no conozco —aseguró Augusta que cogió a
su padre del brazo.

—Menos mal. Y lo que más me tranquiliza es que no


hay caballeros de ninguna edad que te pueda llamar la
atención.

—Yo creo que todavía es temprano para ellos. La señora


Smith dice que los solteros codiciados nunca son los
primeros en presentarse.

—No estés considerando a ningún jovencito aquí,


Augusta. Ninguno está a la altura de la hija de un duque.
Fija tus ojos arriba, el nido más alto, el del águila.
—Lo sé, padre, pero no me hace daño bailar un poco
con cuanto joven pueda ver.

—Qué comentario más incómodo y desagradable,


Augusta. No juegues con el corazón de tu padre, ya no estoy
tan joven para soportar mis propios berrinches.

—No van a pelear aquí, ¿o sí? —cuestionó Kitty al oír


que su esposo levantó la voz.

—Por supuesto que no, pero sería bueno que


conversaras con tu hija sobre sus aspiraciones de vida —
farfulló su esposo.

—Vengan, debemos saludar a los demás.

Para ese momento se acercaron a Clifford, el conde de


Montgomery. Él era alto y de una melena matizada que
cubría la mitad de su rostro. Siempre acostumbraba a usar
algo que lo ayudara a no resultar desagradable para los
demás, según el mismo conde, temía asustar, en especial, a
los niños.

—¡Oh, Augusta! —exclamó Fanny al ver a su primera


sobrina, ya que su primer sobrino era Philip, hijo de su
hermano—. Eres tan encantadora, te pareces tanto a
Eugenia.

—Eso podría ser tomado como un halago o tal vez como


algo que temer —dijo Augusta que dejó que su tía Fanny la
abrazara.

—Sin duda la persona que debe tenerte miedo todavía


no te conoce, Augusta. —Clifford se acercó a ella y cogió su
mano para dejarle un beso.

—Menos mal que nadie puede escucharte, Clifford, no


queremos asustar a otros. Aquí hay parientes importantes
de la buena sociedad londinense —comentó Fanny.

—¿Tío Clifford bailará conmigo? —preguntó la joven a


su tía.

—Si él está dispuesto. Sabes que Clifford no es muy


dado a las fiestas y bailes.

—Pero lo veo aquí de muy buen humor, por eso bailará


conmigo al igual que mi padre. Este lugar es hermoso.

—La casa de mi tía Miranda es preciosa. El jardín y el


invernadero son maravillosos, te los puedo enseñar
después.

—Ella vino a bailar, no a que le enseñaran el


invernadero, querida —musitó el conde.

Los cinco se reunieron para conversar, aunque después,


Augusta comenzó a recorrer el salón. Ella se alzaba con las
miradas de los demás invitados. Esa sensación de ser el
centro de atención le resultaba fascinante y le daba aún
más confianza para continuar su recorrido.

—Esa joven me parece tan extravagante —expresó


Margarite para que su esposo la escuchara—. Es
exactamente el tipo de mujer que no quiero para Wilburg.

—Es una suerte que no viniera, pues me parece que él


estaría más que encantado al ver a esa joven. Tiene cierto
atractivo y no puedo decir más que creo suponer a qué
familia pertenece, es nuestra vecina.

—Ya no lamentaré que Wilburg no viniera. El destino es


misterioso, después de tanto insistirle para que viniera a
conocer a jóvenes decentes y humildes, es una suerte que
no se encontrara con tanta pomposidad hasta el punto de la
arrogancia.
—Creo que quiere dejar claro cuál es la posición que
ocupa en la sociedad. Debe estar buscando a alguien
similar, hija de un duque...

—Buscará a un duque. Espero que no sea al nuestro,


Ernest.

—Pues si no se conocen, no hay de qué preocuparse...

Los tíos de Wilburg continuaron conversando hasta


unirse a una de las tertulias de personas conocidas del
vecindario. Si bien, ellos compartían la amistad del barón y
de la baronesa, no eran tan asiduos a juntarse con la familia
de ellos, solo coincidían en las fiestas y otras actividades
que organizaban los demás.

Después de un tiempo, Wilburg llegó hasta la casa del


barón Zouche. Observó todo a su alrededor. Nada podía
sorprenderlo, ya que había visto todo tipo de
excentricidades a lo largo de su vida en los salones. Si en
Londres no habían logrado sorprenderlo, menos lo lograrían
ahí, en un condado y para no hacer el cuento largo,
personas de la nobleza rural.

Entró al lugar y vio a muchas personas en varias


actividades. Desde tertulias, juegos de cartas y bailes, hasta
personas muriendo a risotadas. Era evidente que, pese a la
lejanía de los altos círculos, las personas de los alrededores
sabían divertirse. El ambiente era bastante agradable para
pasar un buen rato.

Él se propuso encontrar a sus tíos para sorprenderlos.


Quería ver el rostro incrédulo de sus parientes al verlo ahí.
Podía llegar a ser un tanto humillante lo que podrían decir,
pero acostumbraba a salirse con la suya la mayor parte del
tiempo.
Cuando observó a los danzantes, él se quedó perdido
en una joven que tenía más joyas que un artesano en su
joyería. Ella brillaba no solo con el glamour de sus alhajas,
sino también por su gracia, su belleza y perfección. No
podía creer que aquel sitio recóndito de Inglaterra albergara
a tan notable criatura. Sus ojos no dejaban de sorprenderse
con su elegancia y sofisticación. Ni siquiera Wilburg
comprendía lo que ocurría por su mente, solo sabía que no
quería perderla de vista. ¿Quién era esa mujer que a la
distancia parecía ser inalcanzable? ¿Por qué no podía
apartar su mirada de ella? Jamás algo lo había hechizado
con tanta facilidad. Una cabellera rubia larga y con bucles,
no parecía ser algo que pudiera volver loco a alguien, mas
esos detalles lo hipnotizaban, haciendo que gozara de cada
movimiento de la figura de la joven.

—Tío Clifford, sé que usted es la persona más sincera


de Inglaterra y no es capaz de ocultar las cosas, salvo tal
vez sacarles la gravedad que tienen, pero quería
preguntarle si usted tiene fe en mí —indagó Augusta que se
animó a realizar ese cuestionamiento.

—¿Por qué preguntas eso? ¿A qué te refieres?

—En mi casa nadie cree en mí, o al menos, no creen


que algo bueno pueda venir de mí.

—Augusta, si confié en la diablesa que es Eugenia,


¿cómo no confiar en ti si eres su discípula más fiel? Hay algo
que muchos no entienden: a veces el encanto no es ser
dulce ni amable, en ocasiones lo encantador puede ser
grotesco y agrio.

—Usted es encantador.

—Por más que sea grotesco y agrio. Si los demás no te


entienden ya llegará quien lo haga.
Capítulo 6
—¿Y quién cree que puede ser ese ser milagroso que
crea en mí o me vea más allá de un comportamiento
errático? —curioseó la joven.

—No lo sé. A veces las personas más especiales pueden


estar escondidas o encerradas sin desear convivir.

—¿Cree que me casaré con un duque o un marqués?


Menos de eso no me interesa.

—A veces es bueno conformarse con la idea de casarse.


Las damas ambicionan un buen título para estar seguras.
No hay nada mejor para la comodidad, pero ¿te has puesto
a pensar en que también es importante un buen hombre? Es
mejor ser feliz que tener dinero.

—Para mí ser feliz es tener dinero.

—Tampoco es incorrecto pensar de esa manera. Tus


padres te educan como ellos fueron educados. Desde
nuestro privilegio nos cuesta darnos cuenta de algunas
cosas sencillas que nos hacen felices. —Clifford miró hacia
su esposa que conversaba con otras personas sin sospechar
que él la observaba con afecto.

—¿Y si mi esposo es un vampiro como usted?

—Si es como yo, creería que no es un vampiro. Que mi


casa sea excéntrica no significa que ande bebiendo sangre
ajena.

—Era solo una pregunta. Desde pequeña supe que no


era un vampiro, pero supongo que tía Fanny inventó eso
para que ninguna mujer se fijara en usted. Los celos son
malos consejeros o depende desde donde se lo mire. Nunca
nos ha dado miedo a ninguno de sus sobrinos por más que
hemos visto su cara.

—Agradezco que no salieran corriendo, eso es


gratificante para alguien como yo.

Los dos estaban a punto de terminar la pieza, cuando


hicieron la inclinación en agradecimiento a la pareja de baile
y se hicieron una reverencia, Clifford la llevó a la mesa del
tentempié y después, cuando estaba a punto de servirse,
Fanny se acercó y lo cogió del brazo.

—Te robaré a mi esposo por un minuto —alegó Fanny


dirigiéndose a Augusta, antes de dejar sediento a su marido.

—Adiós... —los despidió sonriente.

Augusta se quedó sola, mientras probaba su primera


copa de vino fuera de su casa, puesto que con la señora
Smith habían practicado beber con moderación por el
accidente de su tía Meredith. La institutriz le dijo que si
quería escoger a su esposo bebiera con tranquilidad, pero
que, si quería que el diablo le proporcionara uno, podía
tomar hasta caer de un balcón sobre un caballero. Como
ella quería escoger y todas las historias familiares eran
como para tenerles un poco de miedo, Augusta prefería
moderarse con la bebida.

Cerca de ella, Wilburg se encontraba siguiéndole el


paso como alguien obsesionado, como si nunca hubiera
visto a una mujer o aquella fuera la última sobre la faz de la
tierra. Pasó muy cerca de ella, rodeándola para percibir su
aroma y fijarse más de cerca en los detalles de la joven. No
había nada imperfecto en ella, las joyas le sentaban a la
perfección y no la opacaban con tanto brillo, pues brillaba
mucho más.
Cogió una de las copas de brandy servidas en la mesa y
quedó de pie cerca de ella.

Mientras bebía de su copa, Augusta tenía una extraña


sensación de que alguien la observaba con afán. Su cuello
parecía darle comezón, entonces decidió rascarse un poco y
mirar a su alrededor, de repente, distinguió a un hombre de
cabellera rubia y ojos verdes que la miraba sin disimulo. No
se había sentido tan escrutada en toda su vida. Trató de
darle la espalda al hombre, pero este se movió y siguió en la
misma posición. Eso comenzaba a perturbarla. Tenía dos
opciones, correr hacia las alas protectoras de su padre o
enfrentarse al extraño.

Consideró que su padre tal vez armaría un escándalo


que los obligaría a retirarse del lugar, por lo que ella decidió
hacerse cargo de la situación. No enfrentaría a un caballero
cuerpo a cuerpo, pero lo enfrentaría con la mirada, tal y
como él lo hacía. Se colocó casi frente al varón sin acercarse
mucho y lo estudió con la mirada desafiante.

Mientras lo observaba, podía concluir que ni era tan


joven ni viejo y que su atractivo era algo que le agradaba.
Era un hombre de facciones armoniosas, aunque no porque
fuera un adonis de la creación, ella se arrojaría a sus pies.
No sabía cuáles eran sus nefastas intenciones, pero al
mismo tiempo, al no acercarse, tampoco podía ser alguien
peligroso. Quizá tuviera problemas mentales y debió
escapar de su casa, no sería la primera vez que escuchaba
que algún noble al que escondían sus parientes se escapaba
para avergonzarlos.

Wilburg se sintió enfrentado por la joven. Su mirada


azul no dejaba de mirarlo con firmeza. Esa prepotencia le
resultaba desagradable, puesto que, en su imaginación, la
joven era como un ángel, mas al ver que sus ojos eran
desafiantes, supuso que no era una mujer mansa con la que
pudiera cruzar palabra de manera amable.

—¿Qué tengo en la cara? —increpó Augusta, enfadada,


ya que él no hacía ningún movimiento, quizá ni siquiera
parpadeaba.

—Es grosera —replicó el duque.

—¿Yo? ¿Grosera? Supongo que no estamos hablando de


mí, puesto que es usted quien no ha dejado de observarme
de manera extraña.

—Es que su vulgaridad no se ve en todas partes. No


esperaba menos de un condado mediocre como este.

—Lo mismo digo sobre usted. No esperaba nada de


gente inculta que vive aquí. Si quiere llamo al barón Zouche
para que lo devuelva a su corral.

—Es probable que mi corral se encuentre junto al suyo.

—Lo dudo, porque ni siquiera somos del mismo


vecindario.

—Se comporta de manera grosera solo porque la


observo. Es una criatura tan extraña y, sobre todo,
excéntrica. Sin decir que es chabacana con tanta pedrería
barata.

—Puede ofenderme a mí, pero no a las joyas de la mina


de mi padre —farfulló convirtiendo su mano en un puño.
Quería golpear a ese indeseable.

—Burguesa, ¿no es así? Nunca serán como los


verdaderos nobles.
—No puedo creer que exista alguien tan ignorante. Soy
hija de un duque. Usted no debe ser más que algún escocés
o irlandés que tiene hambre en sus tierras y quiere venir
aquí para aprovecharse de la situación. ¿Quiere casarse con
una joven rica para que pueda comer?

—Se equivoca, soy un duque. Y si quisiera casarme,


quédese tranquila, usted sería mi última opción.

Los dos tenían no solo una batalla con la lengua, sino


también con los ojos. Se notaban amenazantes, cada uno
defendiendo su espacio. Wilburg no pensaba ceder ante la
grosería de la joven y Augusta ni siquiera consideraba a ese
hombre como un caballero. Los caballeros no miraban con
tanto afán a nadie.

—Ya quiera usted tener la buena fortuna de ser mi


esposo, pero gracias a Dios no seré castigada con su
presencia más que en este instante. Le agradecería que
dejara de observarme como si no perteneciera al mismo
mundo. Debería ser más cuidadosa con su mirada. No a
todos les gusta que los escruten con tanta grosería.

—Puedo mirar lo que desee y no solo usted, no está


prohibida, si quiero mirar a un renacuajo, lo haré, y será
más gustoso que verla a usted.

—Entonces busque su renacuajo y pierda su tiempo ahí.


Con permiso.

Augusta le dio la espalda y fue a buscar a sus padres.


De ninguna manera se quedaría a discutir con aquella
bestia. Podía ser todo lo atractivo que quiera, pero nada
compensaba su grosería. Ese no podía ser un duque ni si
volviera a nacer.
El duque de Westwood se quedó en su sitio y sirvió su
copa de brandy. Todavía trataba de entender lo que había
pasado con la bella dama, que de dama tenía poco, pues
tenía un carácter un tanto explosivo. Ciertamente, era culpa
suya por haberla observado sin recato. Pese a todo lo que
se habían dicho, él seguía considerándola una belleza
inquietante.

Pensó que permanecería en ese lugar por más tiempo,


pero él necesitaba seguir viendo a la joven. Fue hacia donde
ella se encontraba, para su suerte, su tía estaba ahí cerca y
lo vio.

—¡Es Wilburg! —expresó Margarite, emocionada, al ver


que su sobrino se acercaba.

—Ha venido, no puedo creerlo. Creo que lo has


convencido con tanta insistencia de tu parte —dijo su
esposo.

—Buenas noches. No quería venir, pero me sentí un


poco abandonado. Son malos anfitriones al dejar sola a la
visita —acusó Wilburg con humor.

—Querido mío, por supuesto que no. Aquí te divertirás


mucho. Ya que estás en este lugar te presentaré a un par de
jovencitas que te fascinarán. Las he visto bailando y son tan
encantadoras.

—¿Cómo les parece la fiesta? —preguntó el barón


Zouche que estaba en compañía de su esposa.

—Preciosa, mis queridos amigos. Miren quién ha venido.


Estoy segura de que usted, barón, se acordará del pequeño
niño que teníamos en casa mi esposo y yo. Es nuestro
sobrino, Wilburg —habló Margarite.
—El pequeño marqués —comentó el barón, sonriente—.
De pequeño no tiene nada.

—Ya es un duque, mi estimado. Mi esposa desea


presentarle a un par de damas aquí. Como sabrá, es notable
que Wilburg ya se encuentra en edad de contraer
matrimonio —alegó el tío de Wilburg.

El duque quería que se lo tragara la tierra. Ninguno de


sus tíos lo trataba con respeto. Hablaban de él como si se
tratara de una moneda de cambio.

—No necesito bailar con nadie. He venido a disfrutar de


la música y de la compañía de las amistades de mis tíos —
musitó con condescendencia.

—Pues, de todas maneras, le presentaré a una joven


que lo cautivará, es sobrina de lady Montgomery. Ellos son
parientes de lord Nottingham en Londres, un hombre
bastante rico con una familia con gran influencia en la
sociedad —comentó Miranda—. Iré a por ella para que la
conozcan.

Miranda fue hacia donde se encontraba Augusta en


compañía de su familia y también de sus tíos.

—Fanny, tengo a alguien importante a quien presentar


con tu sobrina. Jovencita, ven aquí —pidió Miranda
dirigiéndose a Augusta.

—¿Con quién quieres presentarla? —indagó Albert con


presteza.

—Una persona importante. Es sobrino de lord Ernest


Westwood —respondió Miranda.

—La acompañaremos para conocer a esas personas —


decidió Kitty, pues su esposo no quería que Augusta se
fijara en alguien inconveniente. Si la presentaban con un
pobre diablo, él estallaría y todo terminaría en un desastre.

—Es una posibilidad para bailar —aceptó Augusta.


Después del disgusto con el supuesto duque quería estar
tranquila y ser feliz. Comenzaba a cogerle gusto al baile.
Había bailado con su padre y con su tío Clifford, los dos eran
excelentes bailarines. Cualquier otro caballero tenía la vara
muy alta en ese aspecto.

Partieron en grupo hacia donde se encontraba el joven


con el que querían presentar a Augusta. Cuando ella se dio
cuenta de quién se trataba, dejó de caminar y giró sobre sus
talones para salir de ahí. Si se ponía junto a él le escupiría
en el ojo y eso no era bueno para su reputación.

El duque también comprendió que querían presentarla


con la belleza ambulante. Se sintió un tanto ofendido al ver,
que se dio la vuelta.

—Augusta debió tener algún inconveniente —declaró el


barón al ver la actitud de la joven que se acercaba—. Iré a
ver si no se le ha extraviado algo.

Los tíos de Wilburg se miraron entre sí con desagrado.

—Uf, quieren presentarte con esa mujer tan pomposa —


comentó Margarite haciendo unas muecas en el rostro.

—Rezábamos para que nunca la conocieras, pero es


inminente. Considero que es una mujer que jamás podría
gustarte, Wilburg. Queríamos evitarte la fatiga de rechazarla
—argumentó su tío.

Para Wilburg el asunto era incomprensible. Sus tíos no


querían a esa dama rica e importante porque les parecía
arrogante; sin embargo, él la encontraba demasiado
atractiva para una danza con ella.
—¡Augusta! —la llamó su madre—. ¿Qué ocurre?

—Me ha agarrado la timidez —contestó ante la


pregunta de su madre. Ella estaba agitada, y avergonzada
por lo que decía. La timidez no era algo que Augusta
conociera.

—Es un duque, entiendo que estés nerviosa, Augusta,


pero tú eres la hija de uno, puedes afrontar la situación.
Nada de timidez —dijo la baronesa—. Ven conmigo, él
quedará encantado contigo.

La baronesa la tomó de la muñeca y casi la arrastró


para colocarla frente a Wilburg.

Para ese entonces, Augusta volvió a tener esa mirada


desafiante de minutos atrás. ¿Qué quería el destino al
colocarlos de nuevo frente a frente?
Capítulo 7
Obligada o no, ellos volverían a verse y lo peor era que
tal vez hasta tuvieran que bailar. Wilburg no debía darle
más importancia de la que tenía. Su belleza no podía hacer
que él perdiera su buen juicio.

—Aquí está lady Augusta Relish, hija del duque de


Salisbury —la presentó Miranda, complacida. De a poco
estaba empezando su vida de casamentera. Si ella pudiera
unir a la hija de un duque con un duque, comenzaría con
una gran estrella en su frente. No había mejor presentación
que poder decir eso.

Los tíos de Wilburg no aprobaban a Augusta. Era casi


idéntica en la mirada de la anterior duquesa y madre del
joven.

—Es un placer conocerla, milady. —Wilburg se acercó a


Augusta—. Soy Wilburg Westwood, duque de Westwood,
estoy a su disposición.

A Kitty le gustaba el duque, parecía educado y fino,


como deberían ser todos los de su clase. Le recordaba al
porte de su esposo cuando se conocieron. Sin embargo,
Augusta no decía nada, ni intentaba responder al saludo del
hombre, por lo que tuvo que meter su pie bajo el vestido de
ella para que reaccionara.

Al sentir el golpe que alguien le había dado en el tobillo,


ella quiso gritar, pero necesitaba tranquilizarse y responder
ante el grosero que estaba frente a ella.

—Es un gusto conocerlo —correspondió haciendo una


venia de mala gana.
Ante aquello, Wilburg cogió la mano de la joven para
dejar un beso en ella. Pese a que intentó retirarla, no pudo,
pues él la apretó con fuerza para dejarla ahí. No lo haría ese
desaire. Ya era mucho tolerar su rostro poco amable. Los
demás se darían cuenta de que no se toleraban.

—Es bueno conocerlo. Soy el padre de Augusta —habló


Albert al notar algo extraño entre su hija y el hombre.

—Es un placer, excelencia. Milady es muy hermosa y


demuestra que es la hija de un duque —alegó Wilburg
siendo condescendiente con el hombre. No era bueno tener
malas relaciones con un hombre importante.

—¿Tiene una casa en Gloucestershire? —preguntó


Albert, curioso.

—No, vine a visitar a mis tíos, solo estoy de paso. Debo


regresar a Londres para la temporada social.

—Augusta irá pronto a Londres a debutar de manera


oficial.

—Entonces milady y yo nos seguiremos encontrando


más veces. ¿Podría concederme un baile con su hija,
excelencia? Me encantaría conocerla mejor.

—Wilburg, ¿no bailarás con tu tía? —indagó Margarite


que quería salvarlo de las garras de Augusta.

—Ella es mi querida tía Margarite. Entiendo que no se


enfadará conmigo, puesto que me ha dicho muchas veces
que debo bailar con una joven, tía. Además, solo molestaré
a milady con un baile.

—Es cierto. —Margarite lo reconsideró. Era mejor que


fuera cortés de una vez y luego se alejaran.
—Si mi hija quiere bailar, lo hará —aseguró Albert,
esperando que Augusta dijera algo, ya que ese día parecía
corta de palabras y, de hecho, no parecía ella misma.

Su padre la estaba metiendo en un aprieto, ya que, si


decía que no, tendría problemas. Al parecer el duque le
gustaba a su progenitor, pero si decía que sí, ella se odiaría
por tener que tocar a ese hombre tan extraño. Al menos no
le había mentido con respecto a lo que era.

—Estaré encantada de bailar con su excelencia —


aceptó Augusta. No se dejaría aplastar por nadie. Si él creía
que era poderoso, ella le demostraría que no era así.

—Acompáñeme, milady —pidió el duque como si fuera


un santo, incapaz de matar a una mosca. Extendió su mano
hacia la joven, presionando para que ella correspondiera a
ese acercamiento.

Augusta aceptó con presteza. Le dejaría claro a ese


hombre que ella no era alguien con quien podía jugar.

Iban caminando rumbo al centro del salón para unirse a


los demás danzantes, cuando Augusta quiso retirar su
mano, pero Wilburg la cogió con fuerza para impedir que
ella pudiera zafarse.

—Le advierto que a mí no puede engañarme. No lo


llamaré como merece, le diré: su rareza. Su excelencia es un
tratamiento demasiado alto para alguien de su paupérrima
educación —manifestó la joven que seguía estirando su
mano para librarse del agarre del hombre.

—Entonces la llamaré: mujer. No merece otro


tratamiento más simple que ese. ¿Está segura de que es
hija de un hombre como el duque? No creo que él pudiera
tener a semejante criatura. Se ve que es un hombre culto y
educado.

—Sí, no como usted. ¿De dónde lo sacaron? Es probable


que descienda de una familia de chimpancés sin gracia.

—Qué halago. No estoy seguro de conservar mi pie


después de bailar con una jovencita grosera.

—No me dé ideas para deshacerme de usted.


Desconoce de qué puedo ser capaz. No me agrada y creo
que no hace falta que se lo diga.

—Agradezco su sinceridad. Ser sinceros es el principio


de la honestidad.

—Después de este momento horrible que pasaremos


juntos, espero no volver a verlo.

—¿Por qué si soy tan atractivo?

—Para una hembra de chimpancé.

Él sonrió ante lo que decía Augusta, que parecía muy


enfadada con él. No había conocido a nadie que se
enfrentara de esa forma a alguien y más a una persona que
podría ser un potencial esposo, y no cualquiera, lo mejor de
lo mejor en cuanto a pureza de la sangre se refería, aunque
ella tal vez tampoco tuviera mucho que envidiarle en ese
aspecto. De ambos lados de su familia era evidente que
tenía mucha alcurnia.

Cuando llegó el turno de los dos, Augusta y Wilburg se


hicieron las reverencias antes de empezar la pieza. Al
hacerlo, sus manos se encontraron en la contradanza.
Esperaba pronto tener que cambiar de pareja para no volver
a tocarlo.
—Trate de no tocarme. Se siente horrible cuando lo
hace —pronunció Augusta. El duque parecía no querer
soltarla y lo peor era que no la dejaba tranquila, la miraba
como si la intentara descifrar.

—¿Le molesta que baile como la danza dice que debo


hacerlo? —cuestionó Wilburg. Él no la perdía de vista, ya
que era más hermosa al enojarse, aunque era evidente que
se odiarían por el resto de sus vidas.

—No quiero que me esté mirando. Parece un demente.


Al menos debería fingir que mira a otro lado.

—No soy alguien que dé muchas vueltas. Usted se ve


muy vistosa. Es porque quiere atraer miradas, ¿o me
equivoco? No tendría tantas joyas si quisiera pasar
desapercibida. Le doy la atención que requiere. Quizá la
próxima vez use unas joyas menos presuntuosas, ya que
son lo único que pueden lucir en usted.

—¿Quién dice que quiero llamar su atención? Está


equivocado si piensa eso. Déjeme aclararle que solo he
venido a conocer este lugar. Me he portado bien toda la
semana para conseguir estar aquí y usted no lo arruinará
con sus groserías. Si piensa que puede vencerme en un
juego de temperamentos, está equivocado. Más vale que se
vaya haciendo con una idea distinta de eso.

—No le gusta negociar, ¿verdad?

—No negocio con rufianes de poca monta, su rareza.

Cambiaron parejas y los dos se miraban desafiantes.


Wilburg no se había divertido tanto desde que era niño y
escondió las llaves del ama de llaves. Lady Augusta lo
divertía tanto con sus insultos infantiles, que, en lugar de
dejar de verla, él quería seguir estando cerca y solo por el
hecho de que se divertía. Tal vez se comportara como un
crío tonto, pero lo importante era que estaba feliz a su
manera. Ya mañana sería otro día y no la volvería a ver. Era
casi un juramento que ambos podían hacerse.

Ella no dejaba de observarlo amenazante. Llevaba


mucho tiempo sin pelear con nadie. Su tía Eugenia, desde
que tuvo hijos, dejó de ser aquella persona divertida y
ocurrente para centrarse en ser una madre elocuente y bien
portada. Su hermano no le servía para divertirse porque era
un débil escupitajo de Satanás. No tenía ni el carisma ni la
gracia de su padre. Augusta tenía al duque de Salisbury en
la cima de lo que esperaba como esposo. Alguien que la
tratara con amor, condescendencia y que la consintiera en
todo. Ella no conocía un «no» como respuesta. Era más fácil
ver un cerdo volador antes de que le dijeran esa palabra.

Al tener que regresar con el duque, la sonrisa que le


dedicó a su otra pareja desapareció para colocar de nuevo
su rostro de enfado y sin emoción alguna.

—He visto que sonríe —comentó Wilburg.

—Sí, y usted no sonríe.

—No daré mis dulces sonrisas a cualquiera. Valgo


mucho para regalarme.

—Soy joven, pero creí que podría suponer de todo,


aunque nada me ha preparado para semejante tontería.

—Si usted no se da el valor suficiente, nadie se lo dará.


Mi sonrisa está reservada solo para personas importantes.
Si cree haber visto que sonreí, está equivocada, es solo una
mueca educada.

—La última palabra dudo mucho que sea cierta, pero en


algo puedo apoyarlo, mientras uno se crea sus propias
mentiras, nadie sospechará que no dice la verdad. Muy
astuto de su parte.

—Es la reina de las conspiraciones, mujer. ¿De dónde


saca tantos pensamientos absurdos?

—Puede culpar a que tengo demasiado tiempo libre,


¿no le parece? Eso diría cualquier persona y no se
equivocaría.

—Debería dedicar su tiempo a algo útil.

—Quiero hacerlo. Sé cazar, pero no me dejan ir sola de


cacería.

—No mienta, usted no es capaz de cazar ni siquiera un


copo de nieve en medio de una tormenta.

—Su falta de fe me tiene sorprendida. Sé cazar con


pistola y con arco y flecha. Ya quisiera usted tener mis
habilidades.

—No ande diciendo eso por ahí, a nadie le gustará


escuchar algo semejante.

—Por eso se lo digo a usted. De esta manera nunca


volverá a solicitarme un baile. Sabe que lo puedo perseguir
como si fuera un pato en la laguna.

—Cada vez me deja más sorprendido. Un duque no le


dejaría aprender esas disciplinas tan peligrosas a una dama.
Usted fue adoptada.

—Lo dudo mucho. Soy su hija sin duda alguna y soy aún
más parecida a la familia de mi madre. Que no lo tilden de
descuidado con una Fane.
Volvieron a separarse para continuar con otras parejas.
Estar lejos representaba unos instantes de paz en la
incesante batalla de egos entre ellos. Definitivamente,
juntos se arrancarían los ojos, aunque Wilburg quizá lo
hiciera con gusto, ya que se divertía mucho más que
cuando bebía con sus amistades hasta perder la conciencia.

Una vez que les tocaba regresar, la amabilidad que


habían tenido con sus anteriores parejas se desvanecía y el
desprecio mutuo se hacía presente.

—Me sigue llamando la atención que le dejen hacer


todo lo que guste —habló Wilburg que quería provocar a
Augusta.

—Se sorprenderá de muchas cosas más, pero como no


puedo invitarlo y decirle que le puedo demostrar lo que
digo, prefiero que todo lo que sale de mi boca muera aquí.

—Si no me soporta, ¿eso también significa que morirá


el hecho de hablar mal de mí?

—Considero que eso podría ser permanente si vuelvo a


verlo, mas quiero confiar en que usted y yo somos
superiores en inteligencia y que jamás volveremos a cruzar
nuestros privilegiados caminos el uno con el otro. Es lo más
razonable que se me puede ocurrir en este momento.

—Viviremos un buen tiempo cerca.

—¿Cuánto tiempo planea quedarse para convertir mi


existencia en un infierno?

—Tal vez toda la primavera.

—Menos mal que yo iré a Londres pronto. Mi padre al


parecer quiere que atrase un poco mi presentación, pero
eso no significa que me quedaré a soportarlo. Debemos
considerarnos afortunados.

—Considero desafortunado al caballero que deberá


tratarla en Londres. Espero que no se encuentre con mis
buenas amistades.

—Si me dice los nombres de sus amistades, no dude


que correré, puesto que, si se juntan con usted, nada bueno
puede salir.

—Se equivoca, tengo un selecto grupo de caballeros.


Soy parte de una asociación de solteros.

—¿Es parte de una asociación de tontos? Quizá ustedes


no se dan cuenta, pero para todos nosotros el matrimonio
es algo tan inevitable como la muerte. Lo que hace es una
pérdida de tiempo. Terminarán como todos: casados.
Capítulo 8
—No le he dado permiso para opinar. Su comentario es
completamente intrascendente para mi vida y la de
cualquier otro mortal. No dé opiniones que nadie le pide,
queda como metiche e indiscreta —respondió Wilburg,
cuyos modales estaban muy oxidados para tratar con una
dama. Llevaba tanto tiempo con hombres que quizá olvidó
cómo debería comportarse con personas del sexo opuesto.

Para Augusta eso había sido suficiente. Dejó a Wilburg


en medio del salón ante la mirada del resto de los
danzantes que seguían moviéndose, aunque sus ojos no
dejaban de mirarlos a ellos.

Kitty esperaba desmayarse ahí mismo, pero no podía


hacerlo, el escándalo sería mayor. Su rostro se tiñó de
vergüenza, ya que estaban conversando con los tíos del
duque de Westwood.

—Dramático e innecesario —dijo Albert en voz baja. Su


pensamiento escapó de su cabeza hasta bajar a su boca.
¿Qué debió pasar para que Augusta tomara esa acción tan
precipitada y escandalosa?

La joven fue hacia sus padres dejando atrás al duque.


Hasta ahí llegó su escasa paciencia. Esa fue una falta de
respeto que no podía pasar por alto. Ese hombre había
ganado su rechazo eterno a pulso y sin intermediarios. Si
ella pudiera, impediría que se casara y lo dejaría mal
parado, pero como ese chimpancé con título era tan
obstinado, quizá hasta la dejara mal a ella. Era mejor
hacerse a un lado antes de arruinar su propia reputación,
aunque también era probable que ya estuviera un poco
dañada por la decisión de abandonarlo en el medio del
salón.

Wilburg no podía creer lo que le estaba pasando. Esa


mujer lo había dejado solo y ante el escrutinio de los demás.
Eso era demasiado humillante y lo era aún más para un
duque. Tuvo que salir del centro de la pista de baile y
hacerse a un lado. Ir con su familia era lo mejor que podía
pasarle, por más que la joven caminara hacia el mismo
lugar que él.

—¿Te sientes mal, Augusta? —preguntó la baronesa al


verla llegar junto a ellos.

—No, estaría peor si me quedara con ese caballero que


tiene muy poco de eso —declaró con sinceridad.

—¿Cómo ha podido dejar a mi sobrino en ese lugar?


Qué atrevimiento —espetó Margarite.

—Margarite... —pronunció su esposo que tocó su brazo


para que se calmara. No podía reaccionar como una madre
enloquecida por un desplante que le habían hecho a su hijo.

—Si nos permiten, conversaremos con nuestra hija —


propuso Kitty, avergonzada, puesto que la tía del duque
comenzaba a reaccionar ante la situación de vergüenza en
la que estaban envueltos Augusta y el sobrino de la mujer.

Albert cogió a Augusta del brazo, aunque no lo hizo con


fuerza. Por más que la situación ameritara una tremenda
bofetada, él no era capaz de levantarle la mano a su
pequeña niña. Ni pensarlo.

—¡Dios! ¿Qué has hecho, Augusta? —increpó Kitty,


molesta.
—Dejar a ese grosero en su lugar. Es un incordio, y
como yo también lo soy, no pensaba quedarme a que me
humillaran —replicó orgullosa, colocando sus brazos
cruzados bajo el pecho.

—¿Qué fue lo que te dijo? —interrogó su padre—. Se le


veía muy educado.

—Solo con ustedes. A mí me ha tratado mal.

—No lo sé, Augusta. Todos te conocemos y sabemos de


lo que eres capaz, pero esto... No puedes dejar a un
caballero y menos a un duque en medio de un salón de
baile, mientras bailaban. Es un acto criminal que habla mal
de ti, de tu familia y de tu reputación. ¿Cómo crees que te
mirarán? —interpeló el duque.

—Resuélvalo, padre. Estoy segura de que con su


influencia puedo limpiar mi nombre y también puede hacer
algo por el suyo. Pídale un favor a mi tío Spencer o los
demás que tienen alto rango como usted. No creo que se
nieguen a echarnos una mano.

—¿Escuchas a tu hija, Kitty? ¡Es una Fane, una Fane de


las peores! —espetó su padre.

—Debemos conservar la calma. No nos pasará nada,


somos los duques de Salisbury. Tenemos una gran
reputación. Este es un asunto aislado en Gloucestershire —
alegó Kitty—. Y otra cosa, ¿tienes algún inconveniente con
que sea una digna exponente femenina de mi familia? ¡Ja!
Hubieras deseado casarte con alguna arribista que te
hiciera pasar vergüenza.

—No tengo nada en contra de tu familia, pero esta cría


infernal no lleva una gota de mi sangre. Debería enviarla
con Spencer.
—¿Quieres matar a mi hermano? Es un pobre viejo que
apenas ha sobrevivido a sus hermanas. Ten más
consideración, tienes solo una hija y él tuvo cinco hermanas.
Era un problema multiplicado por cinco. Tú no has puesto
mano dura en su crianza y le has dado todo. Las carencias
también son necesarias.

—¿Por qué hablan de carencias? ¿Piensas sacarme lo


que por derecho me pertenece por culpa de un rufián? ¿No
son capaces de creer en mi palabra cuando les digo que él
no es el ser impoluto y educado que dice? ¡Trata de
engañarlos! —reprochó Augusta, pero como ellos dos habían
visto a demasiadas damas de la familia quejarse por
capricho, no le creían. Las palabras de Augusta valían
exactamente lo mismo que el viento: nada.

Para ese punto, ya no le sorprendía la falta de fe


familiar. Preferían creerle a un extraño con modales
actuados que a la hija que habían tenido juntos.

—Tu padre y yo nos disculparemos con esa familia, ve


con Fanny —ordenó la duquesa.

—Pero...

—Ve. —Su padre no la dejó seguir quejándose de sus


infortunios.

Entre tanto, Wilburg se acercó a sus tíos y a sus


acompañantes, el barón y la baronesa.

—¿Qué ha ocurrido, su excelencia? No podemos creer lo


que ha hecho Augusta —comentó el barón.

Antes de que él respondiera, el duque y la duquesa de


Salisbury se acercaban a él. La joven debió decirles lo que
había pasado, por lo que debía cambiar eso para que
creyeran que ella había tenido la culpa del incidente.
—Tal como el barón, nosotros queremos saber qué ha
pasado entre nuestra hija y usted.

Él suspiró como si fuera una víctima inocente y


cansada.

—Ella me agravió con sus palabras que faltan a la


verdad y al respeto. Me ha tratado de chimpancé —contó.

Albert se sintió muy avergonzado y supo que su hija sí


era capaz de decir algo semejante, ya que la autoridad para
ella era algo inexistente. Por supuesto que Augusta era un
problema en ese caso.

Kitty también creía que su hija era culpable. Si el duque


respondió al agravio, no debió ser amable con ella, tampoco
lo merecía.

—No sabemos cómo pedir disculpas, excelencia —


aseguró Albert muerto de vergüenza, por lo que suponía
que su hija había hecho.

—No se preocupe, es comprensible. Milady es aún una


niña caprichosa, pero pronto aprenderá que no puede decir
ciertas cosas a las personas, al menos no sin esperar una
respuesta que no la complazca.

Margarite se mordía la lengua para no decir


absolutamente nada, ya que, si lo hacía, se metería hasta el
cuello en el asunto y nadie la podría sacar. Le parecía que el
tiempo, hacía que las personas fueran menos decentes y
precavidas al hablar de otros. El cotilleo era como el pan
caliente de una panadería, quien lo oía lo llevaba y lo
compraría. El inconveniente en el asunto era que no hacía
falta que alguien se pusiera a cotillear, puesto que tanto su
sobrino como Augusta habían dejado al descubierto un
desacuerdo que podría haberse solucionado en privado sin
que sus nombres tuvieran que correr como pólvora ardiendo
por el condado.

—Sepan disculpar a nuestra hija. En ocasiones, es un


poco insidiosa y petulante, mas ella está entrenada para ser
una dama de las mejores. Hoy no debió ser un buen día. La
falta de costumbre pudo jugarle en contra. Además, no
tiene contacto con caballeros distintos a nuestros parientes.
—Kitty no sabía que otras cosas podía decir para justificar la
actitud de su hija. Ella sabía que, con los años, esto
ocurriría, pues Augusta no tenía límites, no los conocía y
menos los respetaría a estas alturas de la vida. A punto de
cumplir los dieciocho años sería imposible hacerle entender
que no todo sería como ella deseara.

—Por mí no se preocupe, su excelencia. Milady y yo


podremos seguir tratándonos en el futuro. El rencor no
existe para mí y menos hacia una dama tan hermosa como
su hija —refirió Wilburg, sonriente. Él esperaba poder
tomarse una pequeña venganza. Lo que le había hecho la
joven era una humillación pública y una patada en los bajos.

Si bien, Wilburg había iniciado con los dimes y diretes


contra la joven, debería primar la paciencia por sobre
cualquier otra virtud. Él era muy paciente, ya que no tenía
otra salida en una casa en la que todos los días parecía
existir una batalla sin cuartel entre los duques. Sus padres
nunca se habían amado y ninguno de ellos trataba de
ocultar o disfrazar ese hecho. Como cualquier otro varón
concebido en un matrimonio por conveniencia, no podía
esperar nada, aunque en un momento de su vida añoró la
paz. Fue tiempo después que sus progenitores murieron
para su buena fortuna, pero habían dejado su semilla de la
batalla y de lo que no deseaba ver en el futuro. Lady
Augusta Relish era todo lo que estaba mal ante sus ojos y
no había forma de cambiarlo. Ella no se daba cuenta de que
era un pez pequeño frente a un gran tiburón. Augusta creía
ser el gran depredador cuando era todo lo contrario.

—Agradecemos su comprensión y esperamos poder


resarcir este acontecimiento tan lamentable. Por favor,
acepte nuestras disculpas y a través de nosotros la de
nuestra hija —pidió Albert que iría a colgar a su pequeño
retoño del primer árbol que viera.

—Por favor, para mí es un asunto olvidado y de poca


importancia. No hace falta tener que excusar a nadie, la
situación es entendible.

Sus tíos no podían creer tanta generosidad por parte de


Wilburg, consideraban que él estaba tramando algo o quizá
solo ocultaba la amargura por el desdén que le había hecho
la joven. Ese era un gran golpe para alguien de la
importancia de un duque. Un desaire no era algo difícil de
digerir y menos para alguien como Wilburg que no estaba
acostumbrado a las humillaciones, sino más bien a las
reverencias y zalamería propias del tratamiento hacia su
título.

Los duques de Salisbury parecían un poco más


conformes con las palabras del duque, pero en el fondo
sabían que la niña no se salvaría de alguna llamada de
atención o un doloroso castigo. El barón y la baronesa se
disculparon por un momento y fueron a atender a invitados
que requerían de la presencia de ambos.

—Has reaccionado tan tibio —reprochó su tía—. Me


hubieras dejado defenderte. Si me dejaras, le arrancaría las
greñas a esa mujer. Cuando dije que era vulgar no me había
equivocado.

—Tengo más de treinta años, le aseguro que puedo


defenderme solo de una dama desorientada y que pagará
su error de alguna manera. ¿Usted cree que la dejaría en
paz? Este es el principio de su martirio. Créame que jamás
le perdonaré esta humillación, pero es mejor ser el lobo
vestido de cordero.

—Suponía que estabas siendo macabro, tienes la


misma mirada que mi hermano cuando estaba tramando
algo. Te apoyo en la mayor parte de tus decisiones, Wilburg,
pero ten cuidado. Puedes terminar repitiendo la historia
familiar —advirtió su tío.

—Eso pasaría si esa mujer me interesara, pero no me


agrada en nada. Es una chiquilla caprichosa, engreída y
mimada. Esa clase de mujer jamás podría ser una esposa
para mí. Lo que necesito es una dama sumisa y obediente
que sepa cuál es su lugar. Soy consciente de lo que debo
buscar para evitar repetir la historia.

—Una dama educada de pueblo es lo mejor que puedes


tener. Se ajustará a lo que necesitas y serás lo más
importante en su vida. Observa a las demás jóvenes, y
cuando puedas, toma represalias con la joven. No puede
salirse con la suya después de lo que ha hecho —alegó
Margarite.
Capítulo 9
—Cometiste un crimen horrible, Augusta. Lo más
probable es que te quedes soltera para siempre. Si alguien
rechaza de esta manera a un duque, nadie te verá con
buenos ojos en el futuro. La señorita Harting... Digo, señora
Smith, morirá al saber qué has desperdiciado una
oportunidad de oro —musitó Fanny que comenzaba a
preocuparse por su sobrina.

—Considero que para las mujeres de la familia Fane no


es un problema ir contra las normas, aunque deberían
seguirla —opinó Clifford—. La institutriz es quien más podría
verse afectada en su reputación. ¿Has pensado en la salud
de la señora Smith? Ya no es tan joven para soportar
algunas cosas de sus pupilas.

—¿Y quién piensa en mi salud cuando alguien está


insultándome? Supongo que no es la señora Smith quien
debe colocar una sonrisa fingida para agradar a semejante
víbora como es ese hombre. Es grosero, arrogante,
petulante, incordio, insoportable y no me quedan tantas
palabras que puedan describirlo perfectamente como las
que dije antes.

—¿Y qué esperas, Augusta? Es un duque. Los duques


son insoportables. Creen que merecen el mundo —alegó su
tía Fanny.

—Mi padre no es así. Él es un hombre honorable. No se


parece en nada a ese...

—Augusta, hablaremos en casa sobre tu


comportamiento, pero te quedarás quieta, sentada en un
rincón, sin hacer nada más que pensar en lo que has hecho
—dijo su padre que se acercó a ella.

—Padre, no sé qué le dijo ese...

—Detente, no digas más. Hablaremos en casa y es mi


última palabra. Tu madre y yo trataremos de solucionar el
problema en el que nos has metido con tu comportamiento.

Ella solo arrugó su frente antes de aceptar su destino.


Si hacía algún tipo de berrinche le iría muy mal, quizá peor
de lo que ya le estaba yendo y todo por culpa de ese
hombre que lo único bueno que tenía era su atractivo,
después era imposible encontrarle alguna cosa que fuera
valiosa. Gracias a él, su primera salida fue un verdadero
fracaso. Debió pisarlo mil veces en lugar de abandonarlo.
¿Qué hubiera hecho su tía Eugenia con un hombre así? Sin
dudas ella le hubiera seguido la corriente hasta que
estuvieran en un lugar más privado y pudiera hacerle
morder el polvo de la derrota, pero Augusta era mucho más
emocional y menos pensante. No tenía el adiestramiento
suficiente para tener paciencia con nobles tontos.

Como estaba aburrida, viendo cómo los demás se


divertían, cogió una copa de vino y comenzó a tomarla a
cortos sorbos. Augusta evitaba mirar hacia donde se
encontraba el duque, pero no podía evitarlo, por alguna
razón lo buscaba, pero tal vez para maldecirlo con su
mirada. Cuando lo halló, sus ojos se cruzaron y aquel
desvergonzado levantó su copa con una sonrisa cínica.

La respiración de Augusta se agitó ante la provocación


del duque. Debía tratar de recuperar la compostura o iría a
tirarle su copa encima y con eso se aseguraría que nunca
terminaría casada con nadie por el resto de sus días.
Cambió de posición para evitar verlo, pero él parecía
moverse con intención de que ella no lo perdiera de vista.
Era tan insolente que quizá él también quedara soltero. Ser
un duque tampoco debería representar tener un lugar
seguro en el mundo del matrimonio. ¿Por qué solo las
mujeres debían luchar por un buen esposo que las tratara
bien cuando eso debería ser una obligación?

Para esa instancia comenzaba a cuestionarse muchas


cosas que tenían que ver con su formación. ¿Por qué ella
debía agradar a todos y nadie quería agradarla? Su padre
era muy encantador con su madre, entonces, eso
contradecía los perceptos de la institutriz.

Wilburg observaba a la joven que tampoco le perdía el


rastro. Ambos eran desafiantes, ninguno de los dos quería
perder. Se notaba que lady Augusta Relish lo tenía atorado
en su garganta, tendría que seguir así, ya que solo estaba
empezando su proceso para que ella tampoco estuviera
feliz. ¿Qué creía? No la dejaría en paz hasta que él se
sintiera compensado por la humillación de haberlo dejado
en medio del salón. No estaba acostumbrado a ser la
comidilla de los salones, él era alguien que imponía
tendencia, alguien importante. Una niña como ella no
debería ser un impedimento para ser alguien de peso en
Gloucestershire. Ella se hundiría y él saldría a flote.

Podría atreverse a seguir buscando más problemas y


solo lo haría para divertirse, pero eso echaría a perder su
venganza que quería disfrutar como el mejor platillo que le
pudieran servir.

La joven solo esperaba que pudieran irse de ese lugar.


El duque le hacía la guerra de nervios y ella no quería caer
en provocaciones que le acarrearían más problemas que
soluciones. Ya tenía pendiente algo con sus padres, no podía
sumarse alguna otra tontería al hombro. Lo único que
lamentaba era que se había portado tan bien para nada. El
duque de Westwood lo había echado a perder todo,
convirtiéndola no solo en la amargura personificada en esa
fiesta, sino también al dejarla sin oportunidades gracias a
que debió decirle algo que no era cierto a su padre, por la
que su relación idílica con su progenitor podría perderse
para siempre. El nombre de la familia era muy importante,
menos mal que no tenía una hermana que dependiera de
que ella hiciera algo bien o mal o estaría en un problema
terrible.

Cuando por fin llegó la hora de retirarse, pese a que


Augusta estaba un poco temerosa por su destino, trataba de
no demostrar su miedo.

—Augusta Philipa Eugenia Relish Fane... —pronunció el


duque tratando de respirar con tranquilidad.

Al escuchar el nombre completo de su hija, Kitty supo


que nada podía salir bien. Hizo una mueca dolorosa, pues su
hermano solía usar esa frase para castigarla a ella y a sus
hermanas.

—¿Qué ocurre, padre?

—¿Has llamado chimpancé al duque? —preguntó


buscando tranquilizarse.

La joven guardó silencio y después se mordió los labios.


No tenía escapatoria. Si no lo asumía, él lo sabría y si decía
que sí, de todas maneras, sería castigada.

—Creo que he sido generosa con mi apreciación sobre


él —contestó para sorpresa de sus padres.

—Entonces es cierto —habló el duque.

—Depende. Ese hombre es un refinado farsante. No


cambiaré ninguna palabra de lo que he dicho. No me pida
que por alguna razón me disculpe con él porque una vez
que lo tenga enfrente, le escupiré en la cara. Me ha
insultado y me ha dicho que solo me tratará con el mote de:
mujer, y que no merezco más que eso. ¿Piensa que debo
tenerle consideración a alguien así? Me ha acusado de
querer llamar la atención con mis joyas y me ha tratado de
pretenciosa.

—Augusta tiene razón al haber tratado así a ese


hombre. Por supuesto que todo lo pondrá a su favor. No
puedes caer en sus maquinaciones —musitó Kitty
defendiendo a su hija.

—Lo ha llamado chimpancé. Es un duque, Kitty, eso no


puede traer nada bueno. Lo mejor es que ella se disculpe.

—¡Primero muerta antes que disculparme con ese


practicante de Satán! No me obligue a hacerlo, padre,
porque me quedaré soltera para siempre.

—Más bien creo que él tiene potencial para ser tu


esposo. Es perfecto.

Tanto Augusta como Kitty se habían quedado


boquiabiertas por lo que decía el hombre cabeza de esa
familia.

—¿Perfecto para qué? ¿Para enloquecerme? ¿Cómo


puede pensar en dejar a su hija con alguien así? Pensé que
me amaba, padre.

—Por supuesto que te amo, Augusta, pero me preocupa


más tu posición social. Tu madre y yo no fuimos los mejores
amigos al conocernos.

—Tu sabueso infernal casi me mata...

—Por favor, no quiero recordar ese evento. Mataron a


mi pequeño.
—Pequeñas eran mis esperanzas de salir con vida,
querido, pero todo en la vida es cuestión de prioridades —
masculló Kitty al recordar tal evento.

—No me interesa un matrimonio con ese... caballero o


chimpancé, aunque la idea de soltar a mis perros si llegara
a verlo no es mala. Se está quedando cerca de aquí, un
descuido y puede terminar de un bocado en las fauces de
Silvester o los otros.

—Quita esa idea de tu cabeza, Augusta. No vas a


echarle tus perros a nadie. Es insensato de tu parte.
Deberías considerar lo que te digo. Supongo que le has
resultado fascinante al duque. Podríamos invitarlo a una
jornada de cacería —opinó el duque.

—Donde supongo que él será el pato si llegara a


encargarme de atenderlo —replicó la joven sin dar un paso
atrás.

—No la obligues. Considero que deberíamos hacer lo


mejor por librarnos del problema en el que nos ha metido
Augusta ante la sociedad y después regresar a Londres para
estar rodeados de nuestra familia, querido. ¿Para qué
emparentar con un grosero? Ni siquiera está cerca de ser
tan rico, elegante y excéntrico como tú, Albert.

—Qué halagos, Kitty Fane, pero no le darás malos


consejos a Augusta. Todos te conocen en la familia por ser
la más rebelde y a la que castigaron enviándote aquí para
no hundir al resto de tus hermanas.

—¿Piensas traer el pasado de vuelta? ¿Y si hablamos de


ti que llevabas encerrado en tu casa por años como un
ermitaño, huyendo de una pésima elección de esposa?
—¡Silencio! Esto no se trata de ustedes, se trata de mí.
Estoy de acuerdo con mi madre. No quiero volver a ver a
ese hombre y tampoco moveré un solo dedo por llevarme
bien con él. Si pueden solucionar lo que he hecho, tendrán
mi gratitud eterna.

—¿Piensan que me voy a ir a Londres sabiendo que


tengo cosas que cazar aquí? Hemos quedado que iremos a
mitad de la temporada. Augusta será codiciada, claro, si
logramos limpiar lo que ha hecho. También, el duque y
muchas de las personas que están aquí irán ahí y no solo lo
hacen por necesidad, sino además por curiosidad de lo que
ocurrirá. Puedes huir de las malas lenguas, pero esconderte
no será fácil. ¿Imaginan si esto lo llegara a saber lady Kirby?

—Espero que para estas alturas de la vida dejara los


salones o Augusta será el festín de esa mujer.

—¿Quién le da tanta importancia a una mujer


decrépita? —interrogó Augusta.

—El conocimiento de varias generaciones es


importante. El problema con los jóvenes de ahora es que
creen que no necesitarán de una matrona del calibre de
lady Kirby. Cuando las cosas se ponen difíciles, es ahí donde
uno va en busca de soluciones. Los años de experiencia no
son en vano, Augusta —dijo su padre.

—Un adefesio no puede decir nada sobre mí y menos


chismes sin fundamentos.

—¿Sin fundamentos? ¿Estás segura? —increpó su


madre.

—Tal vez algunos. No es justo... —lloriqueó Augusta.

Nada le estaba saliendo bien a ella. Primero pelea con


un hombre atractivo que para colmo de males resulta ser un
duque. Su padre comenzaba a ser un viejo zorro
casamentero que quería recrear la historia de su madre en
ella. Y, para agravar su situación, debía preocuparse por
una casamentera desconocida que probablemente hablara
pestes de ella en Londres. Existían muchas cosas que ella
desconocía sobre el mundo del matrimonio y que,
comenzaba a comprender por las malas.

Exaltarse parecería ser la peor forma de enfrentar un


problema fuera de su casa. ¿Cómo podría prosperar fuera si
dentro conseguía casi todo lo que deseaba, salvo dejar mal
a su institutriz? En esta ocasión un desconocido puso en su
contra al hombre que pensaba que la amaba como nadie
podría hacerlo en el mundo: su queridísimo y amado padre.
Lo peor era que con palabras absurdas de caballero
educado, debió convencerlo de que ella era la maldad
encarnada.

Al llegar a su residencia, su padre la ayudó a bajar al


igual que a su madre.

—Mañana la señora Smith se enterará de lo que has


hecho —comunicó Albert.

—¿No piensa en la salud de una mujer mayor, padre?

—La señora Smith ya debe tener una piedra en lugar de


corazón. Ha llorado tanto por cada una de sus pupilas que
supongo que sus lagrimales deben estar secos —alegó el
duque.
Capítulo 10
Dormiría con un gran cargo de conciencia al pensar que
algo malo le pasaría a la señora Smith. Llevaba muchos
años conociéndola y no solo desde que era su institutriz,
sino también cuando fue la de sus tías. Pese a que no le
gustaba que la persiguiera tanto, tenía un cariño muy
especial por ella, al igual que toda la familia. Los demás
miembros estaban haciendo fila para poder llevarla y que
pudiera educar a otras futuras damas como sus primas,
aunque no creía que la pobre pudiera alcanzar eso después
del disgusto que le causaría cuando se enterara que le dijo
chimpancé a un duque.

—Buenas... —Amber no terminó su saludo al ver que


Augusta levantó la mano para que ella no dijera nada,
mientras entraba a la habitación.

—Me fue horrible. No es una buena noche, esto es de


terror, Amber —contó a la vez que intentaba quitarse los
zapatos.

Su doncella corrió hacia ella, la sentó en la cama para


ayudarla a deshacerse de lo que le molestaba.

—Cuénteme lo que ha ocurrido. No puede venir y decir


que solo le ha ido mal. Debería explicarlo para que pueda
comprender y alcanzar a consolarla si esto fuera necesario.
Sé que no debería pedirle que me cuente, pero usted
empezó.

—He peleado con un duque —confesó.

Amber ahogó un grito que quizá despertara a la gente


que dormía en esa casa si no lo controlaba.
—¿Cómo ha podido hacer algo semejante, milady? Se
ha disparado en el pie. Mañana su institutriz se morirá.

—No me hagas sentir más culpable de lo que ya me


siento, Amber. Ese hombre me ha tratado de muchas cosas
no dignas de una dama de mi alcurnia. ¿Será posible que él
no entienda con quién se ha metido? Debería estar
bebiendo su sangre en este momento; sin embargo, me
preocupa más que mi familia y mi institutriz me den la
espalda o tengan algún problema por mi causa. Jamás lo
perdonaré. Si lo llegara ver... Porque es sobrino del vecino
que está aquí cerca, le echaré a mis perros y sin duda, lo
perseguiré con un arma para matarlo. Me ha dejado mal
parada frente a mis padres, haciéndose pasar por víctima
por decirle chimpancé.

—Oh, milady, no debió decir eso. La inteligencia no se


hizo presente en ese momento, me sorprende, pues usted
no es de esa forma.

—Debió confundirme con su atractivo. Ese grosero es


capaz de cegar a una dama con sus ojos. Fui provocada y
entontecida por un bruto.

—Entonces le gusta...

—¡No, por supuesto que no! Tengo el paladar muy fino


como para probar semejante porquería inglesa.

—Esas palabras que ha dicho le costarán caro con su


padre, milady, pero quiero que me lo cuente absolutamente
todo.

Augusta comenzó con su relato detallado de todo lo que


había ocurrido esa noche. No ganaría mucho siendo cotilla
con su criada, pero al menos desahogaría sus pensamientos
que la aquejaban.
Después de que Amber se fuera, ella quedó despierta
cavilando todo lo que había pasado. Wilburg Westwood era
irrespetuoso, creía que todos le debían fineza cuando él solo
era un duque sin educación.

Por la mañana, Albert mandó llamar a la señora Smith a


su despacho para conversar sobre lo que había pasado.
Kitty la acompañaba por si algo ocurría.

—Las reuniones privadas en los despachos de los


tutores no es buena señal —pronunció la señora Smith.
Imaginaba que nada hermoso podría salir de algo así.

—Tiene razón, señora Smith, usted mejor que nadie


conoce lo que pasa en esos casos —habló Kitty.

—¿Qué ha hecho lady Augusta? Con todos mis años de


experiencia espero que no me afecten tanto sus acciones.

—También espero que no lo tome mal. Augusta le ha


dicho chimpancé a un duque —contó el duque.

—¡Chimpancé! —exclamó la institutriz, después se


desvaneció.

—¡Señora Smith! —la llamaron el duque y la duquesa.

Kitty abrió su abanico para soplarle el rostro a la pobre


mujer que había tenido una fuerte impresión. Albert cogió
unas hojas y comenzó a abanicar a la educadora.

—Sabía que no estaba lista. Ella no está en edad de


seguir haciendo esto —dijo Kitty, preocupada.

—No me sorprende que su salud se debilitara por tantos


años de aguantar a las hermanas Fane. No cualquiera
sobrevive a cinco de la misma generación y a la segunda
generación.
—Señora Smith, despierte, por favor —pidió la duquesa,
pero ella no reaccionaba.

El duque agitó la campanilla para que su personal se


presentara ahí y pudieran ayudarlos.

Amber, la doncella, que estaba escuchando lo que


ocurría, en lugar de ayudar a los duques, se escabulló antes
de que otro criado la viera oyendo tras la puerta. Corrió
escaleras arriba hacia la habitación de Augusta. Abrió la
puerta sin permiso y vio a la joven despertando.

—¡Milady, despierte! —pidió apresurada.

—Estoy despertando. Déjame abrir los ojos con


lentitud...

—¡No puede continuar ajena a lo que pasa en la casa!

—¿Qué puede estar pasando? ¿Algunos inútiles dejaron


abierta la tranquera y escaparon los perros otra vez?

—Ya desearía que fuese eso, pero no es así. Su padre...

—¡Qué le ocurrió a mi padre! —espetó exaltada.

—A su padre, nada, pero creo que la institutriz ha


muerto a causa del asunto del chimpancé, el duque se lo ha
dicho y ella no lo ha tomado muy bien.

—¡Cómo que muerta! ¡No! ¡Eso no es posible!

Ella saltó de la cama, abrió la puerta con prisa. Corrió


descalza por la casa buscando el lugar donde podría estar la
institutriz. Cuando vio a los criados correr hacia el despacho
de su padre, supo que ahí era el lugar.

Al acercarse hasta la entrada de la estancia, observó


que la cocinera le colocaba sales en la nariz y el
mayordomo trataba de darle aire.

Sus padres dirigieron su vista hacia ella al verla entrar.


Esas miradas acusatorias eran dolorosas.

—No puedo creer que milady hiciera algo semejante.


Les juro que eso no se lo he enseñado... —pronunció la
señora Smith entre lágrimas.

—Lo sabemos, señora Smith. Augusta es responsable


por sus propias acciones, espero que tenga mano dura con
ella hasta quitarle eso que podría dejarla soltera para
siempre —musitó Albert.

—Ninguna de mis pupilas se quedará soltera. Lady


Augusta no será la excepción. La castigaré como merece.

De nuevo la palabra menos mágica de la tierra: castigo.


Augusta no sabía con qué podrían castigarla.

—Señora Smith... —murmuró Augusta que se acercó a


ella.

—Con usted tendré que usar técnicas más drásticas,


lady Augusta. Sus orejas comenzarán a crecer —advirtió la
señora Smith.

—No entiendo a qué se refiere.

—¿Cómo ha podido decirle chimpancé a un duque?


¿Qué le he enseñado a decir?

—El placer es mío o he sabido que usted es un hombre


muy importante... —respondió Augusta que agachó la
mirada.

—¿En qué parte debía decir chimpancé? ¡En ninguna! —


se exaltó la mujer.
—Trate de calmarse, señora Smith... —rogó Kitty para
que no volviera a desmayarse.

—¡Oh, su excelencia! Usted es mi orgullo, la primera


gran duquesa de la familia, quien ha catapultado mi nombre
hacia las altas esferas como una gran referente de la
educación, pero su hija... ¡No puedo rendirme! Usted fue un
hueso duro de roer, pero ha podido lograr esto. Milady debe
ser capaz de lograr algo similar si deja la inmadurez de lado.
Una joven de su edad está preparada para llevar una casa a
la perfección. No la he preparado para que sea una
pueblerina, lady Augusta, la preparé para ser una duquesa.
No puede pelearse con quien quizá será un esposo. Las
posibilidades de volver a encontrar a otro caballero joven
con un título parecido no son tan fáciles.

—Como si fuera que ese caballero es la juventud


encarnada. Es casi de la edad de una antigüedad, juraría
haber visto canas en su cabellera. No se sienta mal si ese
hombre desaparece de nuestras vidas. Nadie lo extrañará —
declaró la joven.

—Puede usar una fusta para una educación más justa,


señora Smith —pronunció Albert.

—No hace falta. Solo le pido, su excelencia, que le quite


todos sus privilegios a milady y que le prohíba salir de la
casa. Con eso su espíritu estará más que doblegado y
dispuesto a trabajar para ser una dama, buscar al mejor
candidato y pedir disculpas.

—Se nota que no le han dicho todo lo necesario para


que sepa de qué lado ponerse, señora Smith. Mi padre ha
hecho omisiones imperdonables. Faltó que le diga que ese
señor me ha acusado de desear llamar la atención y hasta
de que soy una mujer vulgar por las joyas que llevaba. No
es culpa mía que viva en un florero o en un plato hondo
para desconocer lo que son alhajas de verdad. El pobrecillo
no sabe lo que es el ojo crítico, pero eso ya no importa. Lo
único importante aquí es que ustedes están equivocados
con respecto a mí. Castígueme, señora Smith, mas eso no le
asegura que yo iré corriendo a pedirle perdón de rodillas a
un ignorante solo porque es un duque. Mi orgullo es mucho
más grande que mi sentido común.

Augusta le dio la espalda a todos en el despacho y fue


rumbo a su habitación otra vez, pero esta vez para
cambiarse y salir de la casa a dar un paseo y quizá hasta no
regresar jamás. A nadie le preocupaban sus sentimientos y
pensamientos, ¿por qué en esta situación la dejaban de
lado?

—La señora Smith no está muerta, Amber. Solo quiere


castigarme. Demonios, mi padre, en lugar de ponerse de mi
lado, prefiere cualquier otra cosa —farfulló.

—No vuelva a decir esa mala palabra o tendrá más


problemas de los que ya tiene. Escuche, milady, estaba
pensando en que el asunto no es tan grave. Pronto sus
padres olvidarán el asunto, regresaremos a Londres y
dejaremos ese condado en el absoluto pasado. Le sugiero
que espere a que sus padres se tranquilicen. Ellos la adoran
y no la obligarán a nada. Ahora están preocupados por su
reputación, pero tal vez esto pase más pronto que tarde y
todos nos ahogamos en un vaso de agua.

La joven miró a su doncella y alzó una ceja. Era la


primera cosa coherente que le había escuchado decir a
Amber. Ciertamente, quizá se estuviera ahogando más bien
en un charco. Debería dejar que las cosas se enfriaran y no
provocar fricciones entre ella y sus padres. Lo único que
debía hacer eran olvidarse de que alguna vez había
conocido al duque de Westwood.
—Debo admitir que tiene sentido lo que dijiste.
Entonces, me quedo callada, aunque ya me castigarán...

—Mmm... Sí.

—No me gusta. Esto no me gusta. La señora Smith ha


pedido que me quitaran mis privilegios. Quiero escuchar
todos los malditos privilegios que se supone que tengo.

—Otra palabra que a su institutriz no le gustará


escuchar...

—¿Salir a caminar es un privilegio? Supongo que es un


derecho que tengo. Piensan encerrarme aquí, pero no
importa, de día o de noche, en la luz o en la oscuridad,
podré hacer lo que yo quiera. Después ya le perteneceré a
algún tonto.

—Elija bien al tonto o lo peor será que su padre lo


escoja por usted y termine casada con su peor enemigo.

—Quisiera decir que mi padre sería incapaz de


semejante acto, pero desde ayer, lo desconozco por
completo. Ha salido su vena casamentera, a la que no le
importa si seré feliz. Solo él quiere serlo. Si tanto le cree a
ese duque, que lo adopte como su hijo. Sabes que no me
importa llevarme bien con hermanos inútiles.

—Milady, sus modales van en decadencia a medida que


se hace mayor. Espero que no la escuche otra persona de la
casa.

Para Augusta, salir de la casa sin haber desayunado,


podría ser un agravante a su situación. Debía presentarse y
después desaparecer con lentitud. Llegó al comedor y vio a
sus padres con sus rostros muy serios. Parecían odiarla en
ese mismo instante.
—Decir buen día estaría contraindicado en este
momento... —saludó antes de que un sirviente moviera su
silla para que ella se sentara.

—Ahora recuerdas tus buenos modales, de nada sirve


que quieras agradarnos si ya te conocemos —alegó su
padre.

—Tus acciones han sido horribles y no me refiero solo a


eso, sino también a lo que has hecho hoy. Pudiste haber
acabado con la vida de la señora Smith —reprochó su
madre.

—Ustedes casi acabaron con su vida. Si se hubieran


mantenido en silencio, nada hubiera ocurrido.
Capítulo 11
—¿Desde cuándo los patos le tiran a las pistolas,
jovencita? —interrogó Albert casi escandalizado por la
actitud de su hija que, en ese instante, se parecía a alguna
de sus cuñadas en el pasado. Lo más probable es que
Augusta se pareciera a él solo en los dedos del pie, porque
del resto muy poco o nada.

—¿Para qué dan consejos que no van a seguir? Siempre


dicen que no hay que contar cosas muy graves si no es
necesario. La señora Smith no necesitaba que alguien le
dijera que yo había dicho lo que pensaba de una bestia con
tratamiento de su excelencia. Solo requería que le dijeran
que me había defendido.

—De la manera incorrecta —masculló su madre.

—Tal vez, pero ¿ninguno de ustedes ha reaccionado de


esa manera inconsciente en el fragor de la batalla?

—Es cierto, yo desafié a un duque. Le traje su perro


muerto y se lo dejé en el despacho —replicó Kitty.

—¿Lo ve, padre? Aquí está ella casada con usted. No se


ha quedado sin matrimonio.

—¿Y sabes por qué no se ha quedado sin matrimonio,


Augusta? Porque se casó con la persona a la que ofendió. Lo
que significa que tú deberías casarte con ese hombre por lo
que has hecho. ¿Crees que has dado el mejor ejemplo?

—Escogí mal. Lo lamento. No me casaré con ese


hombre ni aunque fuera el último hombre de este país.
—No digas que de esta agua no he de beber —aseguró
su madre—, porque yo tampoco quería casarme con este
encantador duque que ves aquí. Era un huraño insoportable.

—¿Era? —preguntó Albert.

—Lo sigues siendo, pero un poco más agradable


después de casarnos. Yo sí he tenido que cambiar por ti y
por mis hermanas. Lo bueno es que Augusta no tiene la
responsabilidad de hacer bien las cosas para que sus
hermanas no terminen mal.

—¿La estás apoyando, Kitty?

—No, solo estoy diciendo que no tiene razones para


sentirse presionada a pensar que debe casarse con un
incordio que la ha llamado vulgar. Mi lado Fane prima sobre
mi honorable título de duquesa de Salisbury.

—Tú y yo hablaremos después, Kitty, y tú, Augusta,


sigues castigada porque soy antojadizo —sentenció el
duque—. Sin privilegios hasta que pase todo esto. Por un
par de semanas seremos la comidilla de este lugar... Al que,
por cierto, vengo para estar en paz, una paz que no tengo
desde que ustedes dos me acompañan.

—Eso significa que no podemos hablar con él, Augusta.


Es un ser irracional en este mismo instante. Comamos en
silencio.

Augusta tuvo que obedecer y no decir nada. Al paso


que iba podrían hasta mandarla a vender verduras en el
mercado solo para avergonzarla.

Al terminar su desayuno, Augusta creyó que escaparía


de la señora Smith, salió como una pequeña delincuente
hacia el área de las caballerizas, pero ella estaba ahí, con
los brazos cruzados, viéndola llegar.
—Señora Smith... —habló Augusta, sorprendida.

—¿A dónde iba? —cuestionó la institutriz—. Supongo


que no estaba pensando en que saldría a cabalgar…

—Por supuesto que no, señora Smith. Solo estaba


caminando.

—Caminando hacia las caballerizas. Me temo que con


usted usaré una de las técnicas que no todas las
institutrices quieren utilizar, pero ante su desobediencia, he
sido autorizada a utilizarla. —La institutriz le mostró sus
dedos índice y pulgar del lado derecho.

—¿Qué significa eso, señora Smith? ¿No estará


pensando en pellizcar mi brazo?

—No. Su brazo, no, pero su oreja, sí.

—¡Ay! —exclamó Augusta al sentir que la mujer la cogió


del cartílago que componía su oreja y la estiró hacia la
residencia.

—Con ninguna de las hermanas Fane he utilizado esto,


pero parece que cada generación de niñas es más rebelde.
Regresará a la casa y escribirá en una hoja en doble carilla:
«No volveré a decirle chimpancé a nadie».

—¿Y puedo decirle orangután? —curioseó sarcástica—.


¡Ay, ay, ay! ¡Era un chascarrillo!

—Desde hoy en adelante no volverá a tratar a nadie de


chimpancé, simio, orangután o cualquier otro bípedo de la
creación que se parezca a un humano. Aprenderá la lección.

***
Mientras que Augusta sufría por sus dichos, el duque de
Westwood montaba en su caballo blanco, como si fuera el
héroe de algún libro. Salió en compañía de sus tíos para
despejar su mente de lo que había ocurrido la noche
anterior.

Pese al bochornoso baile que tuvo con lady Augusta


Relish, no había podido dejar de pensar en ella, en sus
gestos, sus palabras, sus desafíos y su increíble belleza. Era
la peor candidata a esposa y, de hecho, jamás la
consideraría como tal, ya que pelearía con ella todos los
días de su vida hasta que la muerte les hiciera el favor de
liberarlos de esa tortura que podría ser eterna.

—¿En qué piensas, querido? No quiero creer que sigues


dando vueltas en lo que ocurrió con esa niña sin educación
—habló su tía.

—No estaba pensando en eso, aunque tiene que ver.


Hay consecuencias en lo que ha hecho.

—Quisiera que no se casara nunca. Es una arpía. Si te


atreves a abrir un poco la boca, puede hacer que ella se
quede soltera, pero creo que la misma sociedad se
encargará de dejarla así —siguió su tía.

—Es la hija de un duque, la dote debe ser algo muy


interesante. No se quedará soltera solo por darle el gusto a
usted, tía. Su padre me ha parecido un caballero en toda
regla, mas ella deja un poco que desear en ese aspecto,
pero no la culpo, debo admitir que soy un poco
impertinente.

—Eso significa que tú provocaste lo que ella te dijo —


concluyó su tío.
—Es cierto, la perseguí durante toda la noche con mi
mirada hasta conseguir su atención. Considero que ella
estaba buscando eso con tantas joyas que llevaba encima
en un evento tan sencillo y convencional como ese.
Tampoco puedo sorprenderme si es una debutante, no tiene
experiencia en nada.

—Pese a que tú pudiste haberla provocado, no apoyo su


falta de delicadeza. Las damas deben comportarse contra
todo pronóstico negativo.

—Tantos celos te harán daño, querida. Nadie te robará a


Wilburg —habló Ernest.

—No son celos. Esa joven no sabe apreciar la valía de


mi pequeño niño...

—Tía, no más humillaciones cariñosas, por favor. Soy un


hombre hecho y derecho, estas cosas denigran mi
masculinidad. No quisiera que alguna de esas frases como
pedacito de cielo o algo similar se le terminara escapando
frente a alguna joven interesante.

—La gente morirá de envidia al saber lo amado que


eres. Que no te dé vergüenza, Wilburg.

—Me mata de vergüenza. Trate de evitarlo el mayor


tiempo que pueda, que no se le escape frente a otros.

Los tres cabalgaron por el territorio de la familia de


Wilburg, ya que no había mucho que hacer. Quizá se tomara
el tiempo de escribirle un par de cartas a sus amigos para
decirles que en esta temporada no contaran con él.
Necesitaba un descanso de los excesos, el alcohol, las
mujeres, la sociedad y todo, antes de buscar una esposa. No
le parecía que fuera algo de vida o muerte, pero no dejaba
de pensar en sus tíos y en los deseos que ellos tenían por
dar su infinito amor a un pequeño o una pequeña.

Al regresar a la casona, Wilburg fue a su habitación, se


sentó junto a la ventana, cogió papel y pluma para
comenzar a escribir, pero en lugar de eso sus ojos se
perdieron en el verde paisaje de Gloucestershire. De un lado
los frondosos árboles y del otro las amplias praderas
rodeadas por pastizales. A lo lejos se veían las tierras de los
arrendatarios de la localidad. Ese lugar era tan distinto a
Londres que apreciaba esa diversidad. Llegaba a cansarse
de las cosas que siempre veía en la ciudad. Conocía a la
perfección la propiedad de su tío, pero nunca la había
apreciado realmente hasta ese momento.

Después de un buen rato de estar perdido en el paisaje,


desistió de la idea de escribir una carta. Prefirió acariciar su
rostro con la pluma que debería ser para escribir. Le costaba
pensar en algo en concreto, su mente viajaba, dispersa
entre sus ojos y sus acciones. ¿Por qué no podía dejar de
pensar en la hija del duque de Salisbury? No era una mujer
que le hubiera mostrado un exceso de piel para excitarse de
manera descomunal, pero le clavó en algún lugar que
todavía no sabía. Tal vez en el interés por pelear, ya que,
pese a su carácter orgulloso y prepotente, trataba de
mantener la calma y el control para evitar peleas por el
estigma que representaba para él. Sin embargo, al ver a
Augusta, él quería algo más que peleas y discusiones,
quería apreciarla, pues su atractivo era indudable y lo
mantenía ciego. Debería mantener la distancia con ella e
intentar no volver a pensar en alguien tan insoportable y de
igual manera inconveniente.

Su personalidad apabullante chocaría constantemente


con la suya, ya que eran tan parecidos en ciertos aspectos
que lo mejor era que ni siquiera vivieran en el mismo
condado. Esperaba que la vida no se encaprichara con
encontrarlos en cada rincón de este lugar.

Agobiado por sus pensamientos absurdos, abandonó su


asiento y salió de la habitación con la intención de coger un
libro de la biblioteca. Debía hacer algo para regresar a ser el
mismo Wilburg de siempre. El hombre serio, orgulloso e
insufrible, ese era él. Todo muy correcto, pero bastante
amargado para los demás por las posiciones que tomaba,
en ocasiones con inteligencia y otras veces empeñado en
conseguir algo que se le metía en la cabeza, como un niño
caprichoso. Esa era la herencia que habían dejado sus
padres en él, jamás se resignaba a perder, eso estaba en su
sangre y por ambos lados. Era el hijo concebido sin amor,
por una obligación y para demostrarle a los demás que ese
título se perpetuaría. Por supuesto que se perpetuaría, pero
a un costo muy alto para un pequeño niño que conoció el
afecto de mano de sus tíos que no eran capaces de concebir
un hijo. Él vivió la mayor parte del tiempo entre
Gloucestershire y Londres, después en Eton. Pocos
momentos recordaba con anhelo en su casa de la gran
ciudad. Su madre no era muy cariñosa, aunque su padre sí
demostraba que estaba orgulloso de él y lo presumía frente
a la sociedad.

Él recordaba haber sido feliz cuando salía con su tío y


su padre a las jornadas de cacería. Su madre se quedaba
haciéndole compañía a su tía Margarite y nunca le hablaba
bien de su esposo. Quería saber cuál era la razón del odio
de su madre hacia su padre. Una razón era que ambos se
sentían poderosos, pero no creía que ese fuera el evento
desencadenante, debía existir otra cosa, y pensar en ese
algo a veces no lo dejaba estar tranquilo, él quería saber la
razón de muchas cosas.
—En un par de días hay un baile de máscaras, querido.
¿No te parece divertido? —preguntó la tía de Wilburg.

—¿En cuántos días? —respondió Wilburg con una


pregunta.

—En una semana.

—Me esconderé para no ir. No tengo ningún interés en


eso y menos si me cruzaré con lady Augusta Relish.

—A esa jovencita no la dejarán salir hasta nuevo aviso.


Disfruta, querido. Hay muchas jóvenes preciosas y humildes
que puedes conocer y que encajarán a la perfección con lo
que necesitas.

—No necesito nada de eso, tía. ¿Y mi tío?

—Está en el despacho. ¿Quieres ir con él? Mejor


quédate conmigo, estoy bordando un pañuelo para ti en
donde pongo que eres un terrón de azúcar.

—Tía, piense en mi masculinidad. Este asunto de los


sobrenombres es perturbador. Con mi nombre es suficiente.
No me ponga motes extraños. Imagine que se me llegara a
perder el pañuelo... Dios no lo quiera, pero para conservar
mi hombría intacta, no ponga mis iniciales junto con terrón
de azúcar por si acaso, piense en mi reputación, está
bastante ajada en Gloucestershire, no creo que usted desee
contribuir a mi desgracia.

—Por supuesto que no. Era una broma para hacerte reír.
Te noto preocupado y no me gusta verte así. Ve a hacer lo
que gustes, hijo. Después seguiremos conversando.
Capítulo 12
Augusta sentía que sus orejas ya eran dignas de ser
confundidas con las de una liebre. La señora Smith no había
tenido compasión por esa parte de su cuerpo.

—¿Por qué tienes esa cara, Augusta? —preguntó Kitty


que la vio lagrimeando en un rincón de la casa.

—Tengo una oreja de liebre, madre... —respondió la


joven lloriqueando.

—¿A qué te refieres?

—¡Que está más larga!

—¿Qué pasa? —curioseó el duque que se acercó a su


esposa y a su hija.

—Que la señora Smith me ha alargado la oreja y ahora


parezco una liebre. Esa mujer malvada a la que llaman mi
institutriz también me ha hecho escribir tanto que me duele
la mano.

—Tienes suerte de que la señora Smith no te igualara la


otra oreja, Augusta, y que tampoco dijera que parecía de
burro. Tu institutriz debió atajar su mal genio para dejarte
una oreja saludable, deberías agradecerle —musitó el
duque.

—¡Cómo se atreve a decir algo así! —lloriqueó—. ¿Por


qué quería tanto a sus cuñadas y en especial a mi tía
Eugenia, pero a mí me odia?

—Los hijos son una responsabilidad distinta, Augusta.


Lamento haber sido muy condescendiente contigo, pues has
puesto en peligro tu futuro. Por mis cuñadas me
preocupaba, pero justamente para que no quedaran como
un clavo aquí en mi propiedad. Si he movido cielo, mar y
tierra por ellas, no dudes que también lo haré por ti. En mi
casa no habrá mujeres solteras.

—Tu padre está muy influenciado por Spencer, Augusta.


Como buena Fane que eres, ignorarás ese comentario y te
irás a dar una vuelta por el jardín. No más de eso. Tal vez
mañana puedas salir un poco más, si la señora Smith no
tiene nada más para ti —habló Kitty, que en ocasiones se
veía reflejada en las actitudes erráticas de su hija. Ella
también había sido joven y rebelde, y los castigos tampoco
le resultaban ajenos, solo que Kitty no podía ponerse en su
totalidad del lado de Augusta, ya que parte de sus actos
eran errados.

La joven obedeció a su madre y fue a dar una vuelta


por el jardín. Dentro de su mente palpitaba el enfado hacia
su padre. A todos los trataba bien y a ella comenzaba a
hacerla a un lado como si no importara. Parecía alguien con
el objetivo fijo de deshacerse de su hija. Como padre estaba
dejando mucho que desear. Llevaba poco tiempo dándose
cuenta de que su progenitor no era lo que creía.

Para los días que siguieron, Augusta seguía castigada


por la institutriz, pero como ella no conseguía nada que le
gustara y le habían arrebatado sus joyas más preciadas
para guardarlas en la habitación de sus padres, decidió que
estaba cansada de ser la niña que aceptaba los castigos sin
nada que decir. Estaba cansada y se iría a vivir como quería,
al menos por un día. Que todos se preocupen por ella para
que, al menos, la estimen un poco.

Ella cerró el libro que la señora Smith le ordenó que


leyera.
—Adiós a: «La obediencia y la felicidad de una dama».
—Augusta citó el nombre del libro—. Ha sido suficiente de
tonterías para ser la esclava de un caballero. A mí no me
verán de esa manera y menos con ese duque que mi padre
tanto mezquina.

—Milady, la señora Smith se enfadará y su castigo será


épico si no lee lo que le ordenó —dijo Amber que estaba
acompañándola después de terminar los quehaceres.
También le servía de espectadora para que no se aburriera.

—Soy capaz de soportar todos los castigos existentes,


menos casarme con «su rareza». A veces lamento que las
cosas sean así, porque... Me hubiera gustado que él fuera
ese romántico consentidor con el que sueño, pero es el
patán de mis pesadillas —confesó dejando el libro a un lado.
Sé levantó del sillón y fue hacia la puerta solo para
corroborar que estaba cerrada con llave. A su institutriz no
se le escapaba ese detalle, pero a ella tampoco. Se dirigió
hacia la ventana para abrirla y salir por ahí.

—¡Milady! ¿Qué está haciendo? —indagó la doncella


que la veía salir por ahí.

—Me voy, ¿no ves? No pienso seguir aquí en este lugar.


Es suficiente castigo y quiero un poco de paz, lo que venga
después lo enfrentaré de alguna manera.

—¡La señora Smith enloquecerá! ¡La matará!

—Lo lamentaré por mis queridas primas, pero me voy.


Puedes quedarte y que te coja de la oreja o venirte
conmigo. ¿Quién te castigará? Ella no tiene influencia sobre
ti, mi padre sí puede hacerlo.

—Le tengo más miedo al duque...

—El miedo es para las gallinas, ven aquí.


—Pero, milady...

—Cacareas muy alto, te escucharán y mis planes se


echarán a perder.

—Siento que esto me va a doler —alegó la doncella que


siguió a Augusta, saliendo por el mismo lugar que ella—.
Espero que su padre no esté en su despacho. Estaba
abriendo invitaciones para otros eventos. Hay una
mascarada muy pronto.

—¿Has dicho una mascarada? —inquirió Augusta,


interesada.

—Usted no irá.

—Nadie te ha pedido tu opinión. ¿En dónde será?

—No lo sé.

Augusta giró sobre sus talones para increpar a su


doncella.

—Eso no es posible. No hay otra persona que sepa más


que tú en esta casa, ahora, dímelo.

—Solo la estoy cuidando de cualquier mala decisión que


quiera tomar. ¡No debí decirle nada!

—Le pediré a mi padre que te despida si no haces lo


que te pido. ¿Crees que te conviene perder el trabajo por un
cotilleo?

—¿Vale la pena despedirme por un cotilleo?

—Claro que sí, es un castigo por reservarte cosas


importantes.
—Usted lo único que ha aprendido de su institutriz es a
castigar.

—Me falta aprender a alargar tus orejas...

—Milady...

—Habla —ordenó.

—Su padre le dijo a su madre que en cuatro días sería


el baile y ellos no irían.

—¿Ellos no irán? No lo creo.

—Así dijo su padre, porque alegó que no podría


decírselo a usted porque haría un escándalo y no quiere
reprenderla.

—Me sorprende que mi padre me conozca tanto.

—Eso fue todo. ¿No me despedirá?

—No. Necesito que me prepares para una mascarada


en cuatro días.

—¡Milady!

—Si ellos no van, yo sí iré, pero regresaré antes de que


cualquiera se dé cuenta.

—Me van a despedir de todas maneras, cuando el


duque lo sepa, quizá tenga las dos piernas fuera de esta
casa.

—O tal vez una de ellas en el cementerio... Es mejor


que no tome a mi tío Spencer como un ejemplo, es muy
extremo. No te pasará nada. Mi padre ni siquiera se
enterará, te lo aseguro. Ya ves que ahora nadie sabe que
hemos salido.
—Pero la señora Smith ya debe saberlo.

—Llegaremos con alguna bobería del monte para


dárselo a ellos y ganar sus favores. Mis padres y ella van a
estar enfadados, pero nada que unas bayas silvestres no
puedan solucionar. Ven, Amber, sacaremos a Silvester.

—Ese perro es muy peligroso, podría devorarnos de un


solo bocado. Sus ojos fulgurantes son horribles, no quiero
morir así.

—Está bien, cobarde, no te obligaré a pasear con él si


no quieres, pero tú serás quien junte las bayas en tu
delantal, ¿oíste?

—Ahora mismo me pongo a ello.

La doncella partió hacia otro rumbo, mientras que


Augusta fue hacia donde se encontraban los perros.

—Prepara la correa de Silvester —ordenó Augusta a uno


de los mozos que se encontraba custodiando esa parte de la
propiedad.

—Milady, el perro no puede salir sin autorización de su


excelencia —replicó su sirviente.

—Él me ha dado permiso para sacarlo a pasear. Si


dudas de lo que te digo puedes ir a preguntarle a mi padre.

—Puede llevárselo, milady. Le preparo lo necesario.

Ella asintió y después fue hacia la tranquera que


protegía al resto de los mortales de los perros.

—Silvester, tú y yo saldremos a pasear. Espero poder


sacarlos a ustedes muy pronto —dijo a los otros perros que
quedaban ahí. Silvester era su mastín favorito. A ella no le
parecía una temible criatura salida del infierno y tampoco lo
veía con los ojos embadurnados con el color del averno. Su
doncella y el resto de los empleados eran un montón de
miedosos que no podían apreciar la presencia de esos
impecables animales. Tenían otros perros más pequeños,
pero esos lo usaban para la cacería de animales en sus
madrigueras.

Cuando los sirvientes terminaron de colocarle la correa


de cuero, corrieron para esconderse del animal, pues había
intentado morderlos.

Con ese perro, nadie en su sano juicio se animaría a


acercarse a ella. Estaba más que protegida; sin embargo,
Augusta sabía que se estaba metiendo en un problema aún
más grande que el otro que pronto tendría cuando se dieran
cuenta de que escapó.

—Bajen de ahí —espetó el capataz que llegó hasta ese


lugar después de una ronda—. ¿Quién autorizó la salida de
Silvester?

—Milady dijo que el duque le había dado permiso.

—Seguimos sin aprender. Hace diecinueve años hemos


pasado por el mismo problema y nos ha ido mal. Hay que
avisarle al duque antes de que ese animal se le escape a
milady.

Los sirvientes fueron hacia la residencia a la vez que


Augusta iba tranquila hacia el arroyo. Podría estar al menos
unos minutos ahí antes de regresar.

Una vez junto al arroyo, notó la crecida del agua por las
últimas lluvias que habían caído. Todavía quedaban charcos
de agua aislados por el camino de los cuales Silvester
abastecía su babeante hocico.
Del otro lado del arroyo, distinguió una figura masculina
que estaba sentado sobre una enorme roca y arrojaba
piedritas al agua como si estuviera aburrido.

Wilburg salió en su caballo para buscar algo que hacer.


Los libros ya no eran suficiente distracción y su tío había
salido al pueblo para comprar algunas cosas para la
mascarada a la que pretendía asistir y a la que, por
supuesto, él no los acompañaría. Se quedaría en casa de
sus tíos, era mejor eso antes que conocer a otras personas,
aunque era el momento ideal para salir, ya que como era un
baile de máscaras, nadie notaría que era el duque
humillado. Todavía recordaba esa noche, pero no por la
vergüenza, sino por la joven. No la había vuelto a ver.

Cuando levantó su mirada al tirar las piedras que tenía


en la mano, distinguió la gracia y la elegancia de Augusta a
tal distancia; no obstante, ella estaba acompañada de una
densa masa negra a su lado.

Él abandonó su posición para ir a otra piedra más alta y


más cercana a la joven. No podía creer que la estuviera
viendo. Una parte de él se emocionaba y la otra lo
lamentaba mucho. Esa contradicción entre sus
pensamientos era lo que estaba consumiéndolo. Nunca
ninguna mujer había permanecido tanto tiempo
injustamente en su cabeza. Ella no era digna ni siquiera de
ser pensada.

Los ojos azules de Augusta brillaron sin un motivo


aparente al ver al duque. Quizá fuera su sed de venganza
por todo lo que estaba pasando en su casa. Él era el
culpable de todos los castigos sin sentido que le daba la
señora Smith.

—¿Qué hace en estas tierras? —increpó Augusta.


—Es un placer verla. Sus modales van mejorando,
milady. No es cierto, son pésimos como siempre —dijo
Wilburg desde donde se encontraba.

—No caeré en sus juegos en esa ocasión. No tiene la


ventaja, pero yo sí.

—¿De qué ventaja está hablando?

—No tiene a mi padre para hacerse la víctima frente a


él. Déjeme decirle que no es de caballeros hacer quedar mal
a una dama frente a su progenitor. Usted no es más que un
cobarde. Y para colmo, osa agraviarme con su intolerable
presencia en este sitio. Creí que no lo volvería a ver y
estaba feliz por eso, pero ninguna felicidad es eterna.

—Ah, su padre. Alégrese por verme, pues no me


encontrará en otros lugares. No pienso asistir a ningún
evento.

—Cómo me alegra saber que no amargará mi noche en


el baile de máscaras. Eso supone que nos daremos la paz
desde la lejanía.

—Tómelo como guste. Puede tomar eso como que


quedamos a mano.

—No, no hemos quedado a mano. Me temo que debo


tomarme una pequeña venganza... Silvester, ve —ordenó
Augusta soltando la correa de su perro para que este fuera
tras el duque.
Capítulo 13
Augusta se había dejado llevar por el terrible espíritu de
la venganza. Una pequeña ventaja era lo que necesitaba
para hacerle tragar todas sus ofensas a ese hombre.

—¡Espero que le sirva para no volver a


menospreciarme! —vociferó, mientras su perro saltaba las
piedras con dirección al duque.

Wilburg abrió los ojos con asombro por lo que veía. Un


enorme animal se acercaba a él entre rugidos y baba que
colgaba de su boca. No pudo replicar ante lo que había
hecho lady Augusta, mas no se quedaría a intentar hacerlo.

Pese a su edad todavía contaba con cierta agilidad.


Corrió como si no existieran obstáculos hasta saltar hacia un
árbol y encaramarse a él. Su vida dependía de que esa
rama soportara su peso. Sus años de niño pequeño
trepando a uno de esos colosos habían quedado muy atrás.
Con suerte había logrado salvarse, aunque aún no podía
asegurarlo, ya que el animal saltaba y él apenas podía
sostenerse. Sus piernas se resbalaron, pero quedó colgado
de sus dos manos, mientras el can cogía una de sus botas.

Vio que Augusta se acercaba con lentitud y no


exactamente con la intención de salvarlo. Tenía las manos
cruzadas bajo el pecho y el mentón en alto, actitud que con
claridad quería darle a entender que ella era en verdad
rencorosa y no se trataba de cualquier rencor, sino uno muy
dañino.

—¡Está usted demente! —afirmó el duque colgado de la


rama e intentando que una de sus piernas se aferrara a ese
mismo sitio para salvar su pie, ya que había perdido su
bota.

—¿Demente? ¿No estará haciéndose la víctima? Ahora


sí nadie dudará que usted es un chimpancé. No me gustó lo
que hizo, su rareza. Aquí tiene las consecuencias de sus
malos actos. Ha convertido mi existencia en un verdadero
calvario con sus dichos. ¿Por qué no he de querer que sufra
un poco? El mundo es de los vivos y no de los tontos. Esta
clase de oportunidad se da una sola vez en la vida.

—Cuando baje de aquí se arrepentirá.

—Quien se arrepentirá será usted, ya que Silvester no


dudará en engullirlo en una sola pieza, aunque podríamos
negociar si gusta.

—No negocio con dementes —habló imitando lo que la


joven le había dicho en su primer encuentro sobre las
negociaciones. Mientras respondía eso, sus fuerzas
regresaron y él pudo encaramarse por la rama con su pierna
y conseguir equilibrio para quedarse encima.

—Mi trato iba a ser muy bueno. Puedo ordenarle a


Silvester que lo deje en paz con la condición de que me pida
perdón, humíllese un poco ante mí y será libre de mi
mascota.

—¿Qué ha desayunado? ¿Hongos alucinógenos? Ni crea


que voy a pedirle perdón y menos después de que su perro
me quitara una de mis botas. Puedo anochecer aquí y morir
en esta posición, pero jamás le pediré perdón, mujer
demente y poco elocuente.

—A Silvester le gusta masticar objetos y a otros


animales. Él puede quedarse aquí aguardando a que usted,
con valentía, baje de ese lugar. Es un duque, no un cobarde.
Solo los cobardes no enfrentan sus problemas.

—¡Vaya gracia que tiene! No estamos hablando de


cualquier problema, es un animal.

—Lo dejaré en paz y lo libraré de Silvester si me pide


perdón —repitió.

—¡Nunca! —respondió el duque.

—Entonces prepárese para permanecer ahí. Cuando se


decida solo dígame: preciosa Augusta.

—Los desayunos en su casa deben ser fenomenales


para producir alteraciones en su mente. Es una persona
ruin. Cuando baje de aquí, pagará esto y esa sonrisa de su
boca desaparecerá.

—¿Todavía tiene la osadía de amenazarme?

—Y me sobra osadía. Jamás me doblegaré ante su


locura. Puede quedarse aquí a esperar conmigo a que su
perro se canse, cuando eso ocurra, usted y yo ajustaremos
cuentas.

—Ni siquiera cuando la situación está en su contra es


capaz de ser una persona honorable. En fin... Esperaré a
que se caiga para que...

Antes de terminar de decir lo que deseaba, Silvester


observó hacia otro lugar y vio a una liebre, por lo que
abandonó al duque, aunque no dejó la bota, se la llevó con
él.

La joven palideció al ver que su perro se perdía entre


los matorrales, eso no podía ser bueno para nadie y menos
para ella. Era la crónica de una muerte anunciada en su
casa si no lo alcanzaba. Después miró hacia el árbol en el
que estaba el duque y vio una sonrisa burlona en su rostro.
Esa tampoco era buena señal, ya que no tenía con qué
seguir extorsionándolo.

—Ya no es tan valiente, ¿no es así? Cuando baje de...


¡Espere, mujer! —exclamó al ver que Augusta se escurría
como una serpiente.

—¡Huir a tiempo no es cobardía! ¡Considere el asunto


de pedirme perdón! —Ella corrió para coger a su perro. Con
el duque podría arreglar el asunto una vez que recuperara el
control sobre el animal. Si su padre sabía que el sabueso se
había escapado, la mataría. No quería problemas con nadie.
Qué ganas de meterse en uno más sin necesitarlo.

Su perro tenía el hocico metido en una madriguera y al


lado la bota. Aquel era el momento de volver a colocarle la
correa. Lo hizo con cuidado y suspiró pensando en que todo
había terminado, mas estaba equivocada, Silvester tomó
carrera y se la llevó con él, arrastrándola por todos los
charcos que existían en aquel camino.

—¡Silvester! —lo llamó para que se detuviera, pero


aquel estaba poseído y no respondía.

Ella tuvo que soltar la correa unos metros más


adelante. El animal terminó perdiéndose frente a sus ojos y
solo Dios sabía con qué destino.

Se levantó del suelo y miró sus prendas. Estaba


encharcada y con la piel pareciendo la de una esclava.
Debía considerar la idea de regresar a su casa a pedir
clemencia.

Con toda su ropa y sus cabellos mojados se retiró hacia


su residencia casi arrastrando sus pies imaginando el
terrible castigo que le impondría su padre, ya que este era
un asunto muy delicado para él y ella lo había tomado como
una diversión, al menos nadie le quitaría sus cinco minutos
de terrorista con el duque, eso era lo único bueno.

Cuando estaba llegando cerca de la residencia, vio que


varios caballos se acercaban. Caminó un par de pasos más
y oyó algo terrible y desgarrador, su nombre en un grito de
su padre.

—¡Augusta Fane! —vociferó el duque a ver a su hija.

Kitty espoleaba a su caballo para alcanzar a Albert y a


sus peones. Si no llegaba a tiempo, quizá su esposo acabara
con su hija.

—Padre... —pronunció agachando la cabeza.

—Mira cómo estás vestida. ¿Dónde está el sabueso? —


increpó Albert.

—No lo sé...

—Vayan a buscarlo y no vuelvan sin él o los despediré a


todos —ordenó a sus sirvientes—. Y tú... espérame en casa.

La joven tragó saliva al escuchar a su padre de esa


manera. Su madre descendió del caballo una vez que su
esposo se fue con sus sirvientes.

—Estás en un gran problema, jovencita —comentó Kitty.

—Mi padre ha renegado de mí, me ha llamado Fane.

—Es que te has pasado con esto. Le has puesto el dedo


en la llaga a tu padre. Lo único que puedes hacer es
enfrentar la situación. Vamos a que tomes un baño.
Encontrar a Silvester será algo difícil.
—¿Y Amber?

—No te preocupes, a ella ya la atrapó la señora Smith.


Preocúpate por ti, porque te irá muy mal.

Unas horas después, su padre regresó a la residencia y


pidió que su hija se presentara en la entrada.

Sabía que el duque la haría trizas, por supuesto que sí.


No dejaría nada de ella. Cuando la viera quizá le soltara el
perro encima para acabar con su inmadurez. Se presentó en
la entrada y no le gustó lo que vio.

—Ven —ordenó Albert—, acércate para observar tu


obra.

—En verdad lo lamento.

—Todavía no comienzas a lamentarlo, Augusta. Dime,


¿qué tenemos aquí? O, mejor dijo, ¿cuántos animales
muertos tenemos aquí? —interpeló el aristócrata—. ¡Habla!

—¡En este momento no sé contar! Los nervios me han


quitado esa habilidad —replicó.

—Entonces los contaremos juntos como padre e hija.


Aquí tenemos cinco gallinas, una oveja, una desafortunada
liebre, tres patos y una bota... ¿Qué hace una bota aquí?
Pagaré los animales, pero ¿una bota? Dime de dónde la ha
sacado.

—Deberíamos ser agradecidos porque la bota está


vacía, imagine un pie o parte de una pierna ahí… Eso sí
sería un escándalo.

—No me hagas perder la poca paciencia que me queda


contigo, Augusta. No es el momento de bromear. ¿De quién
es la bota?
—Si confieso mi delito, ¿usted reducirá mi condena?

—¿Por qué eso se oye tan mal? ¿Qué hiciste?

—Vi al duque de Westwood y le di la orden al perro para


que lo persiguiera. ¡Él debía pagar por lo que me hizo!

Albert cerró los ojos y los apretó con los dedos. Su hija
valía al menos por unas diez cuñadas. El disgusto que le
provocaba era demasiado grande para dejarlo pasar de esa
manera. ¿Cómo había podido hacer semejante cosa para
poner en riesgo la vida de alguien tan importante?

—¿Y dónde está él? ¿Está vivo?

—Lastimosamente conserva ambas piernas y está más


vivo de lo que yo puedo estar en este momento. ¿Quiere
renegar de mí, por eso me ha dicho Augusta Fane?

—Es evidente que sí. Estoy tan molesto que quiero


enviarte a Londres con tu tío a ver si él puede hacer algo
contigo, ya que a mí no me respetas lo suficiente para
seguir mis órdenes, pero no puedo hacerlo porque lo
mataría de un disgusto y sobre todo porque eres mi
responsabilidad.

—Quisiera decir que me arrepiento de haber sacado a


pasear al perro, pero no lo siento del todo, ya que pude
obtener un pequeño beneficio que fue ver a ese hombre
convertido en chimpancé. Para que vea que no estaba tan
lejos de serlo.

—Y sigues con eso. Eres caprichosa, y por no


arrepentirte, te castigaré.

—Aceptaré el castigo porque lo merezco y porque he


disfrutado mi maldad. —Ella cruzó los brazos bajo el pecho.
—Pues entonces asumes las consecuencias.

—Solo tenga en cuenta mi confesión para que la pena


sea soportable, padre.

—Esto es el colmo. Todavía te atreves a pedir clemencia


por tus actos.

—No es clemencia, es solo una reducción considerable


del castigo, solo considérelo.

—¡No voy a considerar nada! ¡Señora Smith! —vociferó


enfadado por las preocupaciones que le daba su hija.

La institutriz se encontraba junto a la duquesa. Con los


años ambas habían aprendido a no sobresaltarse por los
gritos masculinos, tanto del conde de Nottingham como del
duque de Salisbury.

La señora Smith se presentó ante el duque.

—Señora Smith, aquí tiene a esta jovencita, si hace


falta ser más duros, tendremos que serlo. Tal vez una fusta
ayude a corregir sus acciones.

—¿Cómo que fusta? —cuestionó Augusta, pálida como


un cadáver.

—Sí, su excelencia. Venga conmigo, milady.

—Pero...

—He dicho que venga conmigo —espetó la señora


Smith que la cogió de la oreja para llevarla consigo hasta la
puerta—. Espéreme en el salón del té.

A la joven no le quedó más remedio que acariciarse la


oreja.
—¿Lo de la fusta es cierto, su excelencia? No considero
que sea una buena opción para ella. De hecho, nunca la he
implementado.

—Si ella sigue así será lo mejor. Me duele más a mí de


lo que puede lastimarle a Augusta. Creo que no imagina lo
que significa para su padre, es más que un dolor de cabeza
y una dote, pero debía mostrarme duro o ella seguirá
creyendo que puede hacer lo que guste. Tenga la fusta con
usted, no la use si no precisa de ella.

—Sí, su excelencia. ¿Y qué haré con Amber?

—Nada. Ella solo sigue órdenes de Augusta, pero ahora


comenzará a seguir lo que usted diga. Puede castigarla
como a mi hija, porque debió comentar los planes de la
niña.

—Ya es hora de que esa doncella traviesa tenga su


merecido. Me ocuparé de ella.

El duque se quedó frente a su residencia para mirar lo


que había hecho Silvester por la inconsciencia de Augusta.
La bota era lo más preocupante de la situación. ¿Cómo
estaría el dueño?
Capítulo 14
Wilburg solo quería encontrar a su caballo. Aquel se
había perdido debido a que quedó aterrorizado por la bestia
peluda que lady Augusta Relish había llevado de manera
irresponsable por el campo. Esa mujer no vivía de perdón,
solo de rencor. Casi acabó masticado por un enorme mastín.

—Mírate, Wilburg, tú, un duque, un hombre proveniente


de dos familias aristocráticas de la mejor sangre que tiene a
príncipes como antepasados... —Guardó silencio y observó
sus pies mientras caminaba—. Tienes una elegante bota de
un lado y del otro tienes la humillación hecha carne
caminando con tu media. Eres una vergüenza. Tus
antepasados deben estar revolcándose en sus tumbas, por
fortuna, decidió separar a sus padres, al menos después de
sus muertes, por si resucitaban y quisieran pelear.

Se sentía avergonzado, pero a la vez reconocía que la


hija del duque de Salisbury sabía aprovechar las pocas
oportunidades de la vida para tomar ventajas. Sí, ella era
astuta.

Mientras en su mente lamentaba su pésima suerte, una


sonrisa se dibujó en su rostro. No sabía si era para burlarse
de su suerte o al recordar a Augusta y su cara de
suficiencia, superioridad e inteligencia.

Lo que sí sabía era que también buscaría una venganza.


Lo mejor sería que no se volvieran a ver por la paz de
ambos; sin embargo, él no era un perdedor. Este asunto
debía quedar a su favor de una u otra forma, ya que no
estaba dispuesto a aceptar una derrota contra esa mujer.
Tenía tanto tiempo ocioso que una competencia con una
supuesta dama, a que por mucho era inferior a él, le daba
otro aire. Necesitaba la frescura del campo y añadirle a eso
un conflicto, eso era para hacer honor a sus padres que
eran expertos y Wilburg no podía quedar atrás.

En medio de su caminata vio a su caballo pastando


cerca y lo llamó dando un silbido con fuerza. El corcel paró
sus orejas al oírlo y fue corriendo hasta su posición.

—¿Dónde estabas? Sé que ese horrible animal te


asustó. Calma, podemos regresar a casa —dijo Wilburg
hablando con su caballo—. Una mujer malvada ha hecho
esto, mira cómo me ha dejado. ¿Qué te parece?

Su caballo movió sus patas delanteras como si


estuviera haciendo un trote. Era probable que se estuviera
comunicando con su jinete.

—Pienso que es una víbora, pero es bella. De hecho,


todas son vistosas y peligrosas, ningún reptil de esas
características se escapa de ser tan hermoso y peligroso.

Después de hablarle a su montura, se dirigieron a la


residencia. Wilburg estaba muy cansado por haber
caminado tantas millas en la búsqueda de su caballo,
además, haber subido a un árbol no había sido tan sencillo.
Azuzó a su caballo para que cogiera rapidez y poder llegar
para descansar. Simplemente estaba destruido.

Al llegar a las caballerizas, dejó al animal y trató de


disimular que no tenía sus dos botas, estaba incompleto por
fuera, pero por dentro seguía siendo el mismo hombre regio
e imperturbable, un duque. Podía verse como el duque de la
vergüenza, pero no perdió ni su hombría ni su poder, más
bien adquirió una nueva forma de soportar las
humillaciones. Esa joven no distinguía entre clases sociales,
ni siquiera sabía en donde estaba parada, quizá por exceso
de atención por parte de su padre. En el futuro, se
aseguraría de que eso no ocurriera si llegara a tener una
hija, solo quería un varón como él a quien transmitirle su
sabiduría y heredarle el título y dinero.

Llegó a su casa, entró y pasó hacia el salón, ahí sus tíos


que estaban mirando lo que parecía un plano de alguna
construcción y discutían aquello.

—¡Por la reina! ¿Qué te ha ocurrido, Wilburg? —


interrogó su tía que bajó el monóculo que cubría sus ojos.

—¿Y tu bota? —preguntó su tío.

—No quiero acrecentar el rechazo de mi tía hacia lady


Augusta, pero me temo que ella misma se crea mala fama.
Estaba en el límite del arroyo y no de nuestro lado. Quise
burlarme de la joven, pero ella no estaba sola. Un enorme
perro la custodiaba. En resumen, le ordenó al animal que
me atacara y así perdí la boca. Pudo ser peor, esto no es
nada para mí.

—¡Le arrancaré cada pelo de su cabeza a esa niñata! —


masculló y se apresuró a llegar junto al duque—. ¿Te hizo
daño esa bruja? ¿Dónde te duele?

Margarite no dejaba de tocar los brazos, piernas, torso y


rostro del duque, buscando heridas que pusieran su vida en
riesgo.

—Por favor, tía, soy un hombre fuerte...

—Pediré que tu ayuda de cámara te prepare un baño.


Pobre de ti, cariño. Mañana iremos a comprarte unas botas
nuevas.

—Tía...
—No acepto discusiones, estás aquí para que te
consienta. Deja todo en mis manos. Ahora, ve a tu
habitación y espera un buen baño —ordenó su tía.

—Hazle caso a Margarite o se viene una humillación


mucho peor, Wilburg —habló Ernest.

—Lo haré. Los veo en la cena.

El duque se retiró y Margarite cambió su sonrisa por


una mueca de desagrado.

—Esa niñita comienza a ser un problema para Wilburg


—pronunció Margarite, molesta.

—Y lo peor es que creo que le resultará para conquistar


a Wilburg. Le gusta el juego y la pelea.

—No, no dejaremos que esto se convierta en un


infierno. Él ha sufrido mucho, si no fuera por nosotros,
estaría consumido por el orgullo y la prepotencia como tu
hermano. Dejar que se encapriche con una mujer
inconveniente y, por lo visto, también incorregible, no le
hará bien.

—Pero él tiene la opción de casarse por amor, si la


escoge a ella...

—No podemos permitir esa aberración. Sufrirá a futuro,


lo que queremos es su felicidad y no que repita historias.
Esa sería una maldición. Necesita una joven humilde que lo
respete, no alguien que le trepe en la cabeza y lo humille,
siendo él un hombre tan inteligente e importante. No pienso
discutir eso. Haremos lo más conveniente para Wilburg.
Viajaremos a Londres si es necesario. Me encargaré
personalmente de buscarle una buena esposa y, si hace
falta, sacaré a esa niña del camino. No me importa que sea
la hija de un duque, ella jamás podrá hacer feliz a Wilburg.
Una vez que subió a su habitación, esperó a que
Bernard llegara para que lo ayudara. Eso no tardó mucho en
ocurrir, ya que el sirviente entró con unas doncellas que
prepararían su baño.

—Oh, su excelencia, ¿se apresuró a quitarse la bota? —


curioseó Bernard.

—¿Mi tía no te dijo lo que pasó?

—Su tía dijo tantas maldiciones que olvidó explicar las


razones por las que tomaría un baño antes de lo que
debería.

—La vecina se ha vengado de mí y me envió a un perro


para lograr su cometido y este se comió mi bota.

—¿Cuál vecina?

—La hija del duque de Salisbury, lady Augusta. Esa


mujer problemática que me ha tratado de chimpancé. Hoy
ha ganado la batalla por fuerza bruta, pero no me ganará en
intelecto —sentenció.

—Le está dando demasiada importancia a una dama


que no lo merece. Tratarlo a usted de esa manera debería
ser considerado un delito.

—Te pareces a mi tía, pasas mucho tiempo con ella.


Deberías considerar una separación.

—Es que su tía tiene razón. Ella se preocupa por usted.

—No, ella se preocupa por mi soltería y porque no


tengo hijos, lo que quiere de mí es que plante mi semilla y
le dé pequeños Wilburg a los que tratará como niños hasta
después de los treinta años.
—Tiene razón. ¿Piensa ponerse al mismo nivel de una
debutante? Déjeme recordarle que casi le dobla la edad.

—¿Y qué me sugiere tu sabiduría?

—Algo como lo que haría su padre, él seduciría a esa


joven.

—¿Piensas que soy un encantador de serpientes? No,


me niego rotundamente a tal cosa. Ese es un juego
peligroso, la reputación de una dama es algo valioso.

—Su padre no era con exactitud alguien tan honorable


en ese aspecto, puede que no solo tenga el ánimo de
pelear, sino también de seducir a una mujer.

—He dicho que no me involucraré con nadie como ella.


Es la última mujer a la que se me ocurriría mirar de otra
manera. De esa agua no beberé y estoy seguro. Somos
incompatibles, ella, el día, y yo, la noche.

—¿Sabe que hay ocasiones en las que la luna y el sol se


juntan? Todo se oscurece por unos minutos, solo eso es
necesario para perder la cabeza.

—Pareces salido de una profecía, Bernard, basta con


eso.

—Es solo un decir. Quédese quieto para que lo ayude.

Después de que las doncellas se retiraran, Wilburg se


metió al agua tibia, mientras que Bernard le limpiaba la
espalda.

—Ahora podré pensar mejor. Estoy cansado. He


caminado tanto y ni hablo de la carrera que tuve que hacer.
Debería regresar a boxear, Bernard. Mi estado físico es
lamentable.
—Con la mujer con la que piensa jugar es mejor que
practique esgrima. Hasta podría retarla. Es una forma en la
que usted podrá tomar ventaja. Si la joven utilizó una
ventaja ilegal, usted puede hacer lo mismo. Sería como un
ojo por ojo.

—Mmm... —Al hacer ese sonido consideró que Bernard


tenía razón, ¿por qué esa dama podía tomar una soberana
ventaja y él no? Además, la vida de ella no correría riesgo,
aunque no dudaba que pudiera llegar a tenerlo si lo
provocara hasta su punto de inflexión y por lo poco o mucho
que había visto, romper los límites era lo que mejor sabía
hacer esa mujer—. Lo pensaré.

—O también puede dejar de lado esa idea como un


caballero ocupado que no tiene tiempo de atender los
caprichos de niñas consentidas por sus padres opulentos.

—El tiempo me sobra y es por eso que lo más excitante


en mi vida, en este momento, es una joven caprichosa que
salió del monte con un perro para matarme. Mi tío dijo que
el duque de Salisbury tenía a esos animales, pero no creí
que ella los sacara a pasear durante la tarde. Fui advertido
del peligro y no le di importancia.

—Siempre debe tomar en cuenta las leyendas de los


pueblos, no sabe cuáles pueden ser verdad. La gente de las
grandes ciudades pretenden ser incrédulos, pero cuando
ven algo comienzan a creerlo.

—Admito que soy incrédulo, ¿quién pensaría que eso de


los perros de ojos rojos fuera cierto? Sé que existen
animales grandes, pero por ser área de caza, pensé que
encontraría unos spinel, corgi o teckel, pero un mastín no lo
imaginaba.
—Debe tener más de esos guardados, de lo contario, su
tío no le hubiera comentado nada.

Con lo que le había dicho Bernard, él recordó la burla


que había hecho sobre el matrimonio del duque con esa
dama a la que el perro casi había matado. Se imaginó
siendo intimidado por Augusta para que se casara con ella.
Esa idea le hizo gracia. No se veía en el papel de casarse
con alguien que se pareciera tanto a él, tal vez le gustaba
cómo se veía y hasta cómo era, pero no podrían sobrevivir
un día juntos, sería un campo de batalla diario.

Cuando Wilburg acabó su baño y después durmió un


par de horas, se levantó todavía agotado, la edad no lo
estaba tratando tan bien. Entre bostezos y caminata lenta
llegó hasta el comedor en donde lo esperaban sus tíos para
la cena.

Durante ese tiempo en que su cuerpo descansó, su


mente no lo hizo. Pasó mucho tiempo intercalando sus
pensamientos entre el perro, Augusta y algo que no podía
dejar pasar de ninguna manera: el baile de máscaras.

—Buenas noches —saludó.

—¿Has descansado, querido? Ordené que prepararan


un pudín de carne con trufas para la cena. Por lo mal que
has pasado tu día, una buena cena siempre ayuda a que no
todo sea malo —dijo su tía.

—Le agradezco que me consienta tanto y como un


premio a su afecto hacia mí, le digo que los acompañaré al
baile de máscaras.

—¡Oh! ¡Qué alegría! —expresó la mujer—. ¿Lo has oído,


Ernest?
—Sí, querida. ¿Por qué has cambiado de opinión? De
hecho, es la segunda vez que lo harás cuando has dicho que
no irías a fiestas.

—Calla, querido, no espantes a Wilburg.

—Le responderé, tío. Considero que merezco un poco


de diversión después de tanto sufrimiento y, además, para
que me presuman. Nada mejor que alimentar el ego para
recuperar la moral perdida.
Capítulo 15
Por la tarde del día del baile de máscaras, Augusta
buscaba una forma sencilla de escapar de su casa. Llevaba
días sin salir de la residencia, ya que ni siquiera la dejaban
pisar el pasto de su jardín. Su padre la trataba como si fuera
una verdadera paria, su madre era una despreocupada
criatura que la ignoraba y la única que mandaba en aquella
tierra de nadie era la señora Smith que rastreaba ese sitio
como si fuese una temible criatura de las pesadillas. Su
doncella tenía prohibido estar mucho tiempo con ella, ya
que para las locuras no hacía falta más que un minuto.

Estudió cada rincón para saber cuál era el mejor lugar


para salir y concluyó que escapar por la ventana de su
habitación era lo peor que podía hacer, por lo que debía
buscar otra opción más conveniente. Las aberturas de la
planta baja eran más accesibles, aunque más peligrosas
para lo que ella necesitaba. La biblioteca era el lugar
perfecto para su plan. Lo había decidido, saldría por ahí.

—Amber... —pronunció Augusta para llamar la atención


de su doncella que pasaba por el pasillo, parecía no haberla
visto. Al ver que ella cogía carrera para alejarse, la joven
comenzó a seguirla y la otra casi estaba corriendo—.
¡Amber!

—¡No me siga, milady! ¿Quiere que nos encuentre el


sabueso del averno? No quiero tener orejas de liebre por su
causa.

—Oye, lo sé, lamento que también te castigaran por mi


culpa.
—Tengo prohibido acercarme a usted más de lo que
requiere mi puesto, así lo ha definido la señora del ejército
que es su institutriz. Me ha castigado y ha torturado a mis
orejas por apoyarla. No me pida nada, absolutamente nada
porque ignoraré cualquier pedido que quiera hacerme.

—Necesito una máscara...

—No, no. Yo no puedo conseguirle algo así.

—Claro que puedes. Entrarás a la habitación de mi


madre...

—Me arrojarán a la calle, pero no sin torturarme


primero. Nadie querrá a una doncella con orejas de liebre,
no quiero ser así.

—Nadie te descubrirá. Hoy es el baile de máscaras y yo


quiero ir.

—¿Y cómo cree que irá? Es imposible, ni siquiera podrá


sacar un caballo de las caballerizas.

—Te pediré otro favor...

—¡No!

—Mi padre tiene mucha bebida en la bodega y sé que el


joven de caballerizas del lado oeste es tu más fiel
admirador.

La doncella se sonrojó y bajó la cabeza, aunque


después volvió a colocarse correctamente.

—No iré a emborracharlo para que usted pueda salir


como se le plazca. Aparte, a él no le gustará que tenga
orejas largas.
—Ya deja eso de la oreja larga. Seremos de la misma
especie en poco tiempo gracias a la señora Smith. Hazme
esos favores que te pido, Amber. Sabes lo importante que
es para mí salir y practicar. Mis padres me tienen tan
abandonada, que siento que moriré de tristeza... —Augusta
fingió que la situación en la casa le dolía mucho; sin
embargo, le daba igual, aunque sí le perturbaba que su
padre le hubiera quitado sus objetos más valiosos e incluso
solo le dedicara cortas frases y que ya no la besara en la
frente.

—Milady, lo haré —dijo Amber, conmovida por su


patrona. La quería demasiado para dejarla sufrir.

—Te lo agradezco y...

—Doncella perezosa, ve a hacer lo que te ha pedido la


cocinera —ordenó la señora Smith que cogió de la oreja a
Amber para arrastrarla hacia la cocina.

—¡Ay, ay, piedad, señora Smith! —pidió Amber.

—Ve —insistió soltándola.

Amber se escurrió como si fuera un pequeño ratoncito.

—¿Y usted qué hace por aquí? Esta es el área de la


servidumbre.

—Solo vine a llevar un par de panecillos, tengo


hambre... Usted sabe que el buen comer es... ¡Ay! —se
quejó Augusta cuando la señora Smith se pegó a su oreja
como si fuera un arete.

—Usted está tramando algo. Mi instinto no me falla. ¿En


qué anda, lady Augusta? ¿Qué tiene pensado esa
maquiavélica mente?
—Si me suelta se lo diré —alegó la joven.

Pese a que no le creía ni siquiera la oración de


agradecimiento en la comida, la señora Smith la soltó.

—¿Cree que se lo voy a decir? No, no lo haré, porque no


tengo nada en la mente. Soy una pobre criatura torturada
en una mansión. ¿Cuándo se irá, señora Smith? Ya quiero
que se retire de la vida de institutriz.

—Vaya, le gustan los castigos. Le daremos otro. ¿No


quisiera limpiar el estiércol de las caballerizas? A su padre
esa idea le encantará y su tío Spencer la aplaudirá cuando
lo sepa.

—Era un chascarrillo. La quiero, señora Smith.


Regresaré a lo mío y no tema, que no haré nada malo. —
Augusta debía hacer que su mente se comunicara con su
lengua en ocasiones tan importantes como esa, si no la
señora Smith no tendría compasión y la colgaría de
cualquier árbol que encontrara. Lo peor sería que todos
apoyarían a la institutriz y no a ella.

La institutriz no se fiaba de ninguna pequeña arpía de


apellido Fane. Con ella debía tener un ojo abierto y vigilante
mientras dormía. Era evidente que la joven tenía pensado
hacer algo, ya que su actitud, tan sospechosa, delataba sus
intenciones perversas. Nada bueno salía de una persona
castigada cuando se aburría. Al parecer era momento de
cambiar de estrategia.

A Augusta todavía le quedaba la tediosa tarea de cenar


con sus padres y ver sus rostros cubiertos por el enfado, ya
que ella era la manzana de la discordia entre sus propios
progenitores.
—Hoy me he portado bien —contó Augusta y después
sorbió su copa de vino.

—No sé cuántas veces he escuchado ese mismo cuento


antes de que ocurriera una desgracia —comentó el duque.

—Y yo perdí la cuenta de cuántas veces lo he dicho


durante mi vida en casa de mi hermano.

La joven sonrió con una mueca de disgusto y golpeó la


mesa con ambas manos.

—¡Siempre es lo mismo con ustedes! ¡No soy Charles,


el perfecto hijo que tienen! ¡Soy Augusta y tienen que
entenderlo! —masculló.

Después de golpear la mesa, ella se retiró, pero Albert


no estaba dispuesto a dejarla ir.

—¡Vuelve aquí, jovencita! —ordenó su padre.

—¡No quiero! No hago nada bien para ustedes.

—¡Es que no haces bien las cosas! ¿Qué quieres? ¿Que


te felicite por tus vergonzosas acciones? Vives haciéndolas
desde que amanece hasta que anochece y la última vez, me
decepcionaste. ¡Un duque, Augusta! ¡¿En qué estabas
pensando?!

—¡Estaba pensando en mí y usted está pensando en él!


¿De qué lado está? ¿De su hija o de un desconocido que ha
manipulado la situación a su antojo? Usted me enseñó a
defenderme y es lo que hago. No cuestione mis métodos.

—Voy a cuestionar lo que quiera de ti, tengo autoridad


suficiente para hacerlo.
—¿Y qué quiere? ¿Que corra a pedirle perdón de rodillas
por querer que el perro se lo comiera? Debería agradecer
que quise alimentar a Silvester.

—Albert... —lo llamó su esposa al ver que él se estaba


poniendo rojo por la ira—. Augusta, vete antes de que no
pueda hacer nada por ti.

—No hará nada. No soy Charlie que, por ser un varón,


tiene el mundo a sus pies.

Ella le dio la espalda a sus padres y procedió a retirarse,


ofendida. Quizá no tuviera razón para sentirse así, pero
estaba cansada de que la miraran como si fuera un defecto
en el mundo. ¿Dónde estaban sus padres amorosos que la
habían consentido? Sabía que había cometido errores, pero
eso no podía hacer que dejaran de amarla, al menos eso
creía Augusta.

El duque regresó a su sitio, tirándose con el peso entero


a la silla.

—Tu hija, Kitty. Esa niña aprendió todo eso de ti, de tus
hermanas y de Spencer —acusó enfadado.

—Es el precio por el matrimonio con una Fane. Si no


estabas dispuesto a sufrir esto, me hubieras dejado en casa
de mi hermano.

—Sin mí ninguna de ustedes estaría bien casada, ¿lo


sabes?

—Puede que tengas razón, pero ahora solo te queda


soportar. Ah, y no te acerques a mí en lo que te quede de
vida por renegar de mí y de mi hija.

—¿Quieres una disculpa? La pediré, pero ya es


suficiente tortura tener a Augusta en estas condiciones.
—Ella no soporta nuestra ausencia, en especial la tuya,
eres su mundo, su primer caballero, Albert. No puedes
mostrarle que todo a su alrededor es digno de ser
castigado. Mi padre debía repartir su amor entre cinco niñas
y cuando murió, mi hermano también. La rebeldía es un
reclamo de amor. Siente celos de Charles y admito que es
mi culpa... Me dolió que le dijera Charlie en tono tan
despectivo. Son hermanos, pero siempre estuvo cegada por
los celos hacia él por ser tu heredero. Sabe que las mujeres
no son tan valiosas como los caballeros.

—No digas eso, harás que muera de culpa. Augusta es


todo para mí. Charles es otra cosa.

—Charles es superior a Augusta solo por ser quien es.


Habla con la niña, te aseguro que le importa tu opinión,
mucho más que la mía.

—No he pensado bien en lo que te he dicho, Kitty, lo


siento. Te amo, eres consciente de eso.

—De todas maneras, no dormiré contigo.

—Lo acepto, pero nada cambiará con respecto a lo que


pienso de las acciones de Augusta. Mi amor de padre no
puede cegar que vele por sus intereses. Me importa un buen
matrimonio para ella.

—No puedes obligarla a que adore a tu candidato solo


porque a ti te ha convencido con tanta parafernalia. Al
menos no se niega al casamiento o quiere criar caballos.
Todavía debe conocer mucho del mundo del matrimonio, no
lo eches a perder.

Albert se sentía culpable por cómo Augusta había


reaccionado. No quería que ella tuviera celos de Charles.
Ambos eran sus hijos y él la amaba demasiado.
Después de un par de minutos, él fue a la habitación de
su hija, golpeó la puerta y esperó.

—¿Quién es? —indagó la joven.

—Tu padre...

Ella colocó sus brazos cruzados bajo el pecho y


respondió:

—Charles está en Eton. Esta no es su habitación, es la


de la paria, hija del mismo Lucifer.

—Deja de decir tonterías —masculló su padre al entrar


en la habitación sin permiso. Ahí vio a su hija sentada al
borde de la cama, con los brazos cruzados, los cachetes
inflados y la boca achicada y arrugada.

—¿Qué quiere?

—Primero, recordarte que no existen puertas en mi


casa. Entro y salgo por donde quiero... Quería hablarte de lo
que has hecho.

—Lo sé de memoria y no cambio una sola palabra al


referirme a esa escoria inglesa que debería ser considerado
la flatulencia de una ballena.

—Espero que eso no te lo enseñara la señora Smith.

—Todavía no llegué a las clases de insultos con


etiqueta, o creo que no me enseñará nada de eso.

—Augusta, no estoy de acuerdo con tus acciones. Todos


estos castigos me destrozan, me hacen sufrir, pero lo hago
por tu bien, porque mereces una buena vida. Quiero que
vivas como vives aquí.
—Pero yo quiero un esposo romántico y consentidor. Me
temo que no lo encontraré. Se supone que los duques son
buenas personas como tú o como el tío Harper, pero desde
que conocí a ese hombre malvado, no hay forma de que sea
bueno. Desde un principio no me quitó los ojos de encima,
le reproché, pero él se ofendió aún más.

—Augusta, los caballeros a veces no somos tan


caballerosos. De vez en cuando nos agarra la torpeza y nos
convierte en su súbdito más fiel. Queremos conquistar a las
damas con tácticas poco adecuadas para cualquiera,
olvidando la costosa educación recibida. Detrás de esa
actitud no todo puede ser malo. Él debió quedar impactado
con tu belleza, pero al creerse un soltero empedernido que
debería disfrutar de su juventud, no pudo mostrarse como
era. A nosotros nos dicen que podemos disfrutar mejor de la
vida si nos casamos en edades avanzadas, en cambio, a
ustedes se les exige lo contrario. Eso es todo, mi querida
Augusta. ¿Eso puede hacer que quieras dejar de matar a
alguien y esforzarte por buscar una oportunidad con él?
Capítulo 16
—Déjeme entender, padre. ¿Está saliendo a favor de él
o de mí? Me ha confundido. ¿Por qué no conversa con el
duque como lo hace conmigo? A mí no puede convencerme
de nada, tal vez a él sí.

—Él aún no ha contestado mi carta. Supongo que estará


muy ofendido por la situación. Si me permite conversar, le
hablaré muy bien de ti.

—¿Y piensa que le creerá después de lo que ha pasado?


Será una pérdida de tiempo que nadie le devolverá, padre.
Sin dudas lo echará si va a verlo y si viene aquí... No es tan
tonto para hacerlo.

—Veré qué hacer. —Albert se acercó a dejarle un beso


en la frente y se retiró.

Después de que su padre hiciera eso, ella se quedó


pensando por un instante en qué había pasado con su
progenitor para haber acudido a su encuentro. Ese beso en
la frente le demostraba que todavía la quería.

Por un instante dudó en escapar para ir al baile, pero


ella quería asistir. El mundo de afuera la llamaba, era como
un impulso salvaje de experimentar en soledad y más aún
cuando se trataba de un lugar en el que nadie la
reconocería, lo que le daba una libertad totalmente
desconocida. Bailaría un poco y después regresaría a su
casa, nadie se enteraría y asunto solucionado.

Augusta buscó unas prendas que se pondría para la


ocasión, aunque fue sorprendida por la puerta abriéndose
de manera repentina.
—Milady...

—¡Amber, vas a matarme de un susto! —acusó


Augusta, pues la joven escogía la ropa mientras se perdía
en sus pensamientos al imaginar cómo se vería.

—Lo siento. Es que venía a traerle lo que me ha pedido.


Pude entrar a la habitación de la duquesa para sacar una de
sus máscaras. No olvide devolverla, milady, o tendremos
problemas.

—Si la encuentran aquí, solo creerán que anduve


jugando.

—De todas maneras, guárdelo. Iré a la caballeriza.

—No dejes que te dé respiración boca a boca.

—¿Qué es eso?

—Pues lo que hacen las damas que se portan mal con


un caballero. Descubrí a mi tía Eugenia dándole aire a un
varón en la cabaña cuando yo era pequeña.

—Ah, entiendo. No dejaré que nadie me dé aire, milady.


Trataré de dejarle el caballo bien preparado. Espero que la
señora Smith no nos pille en esta situación porque seremos
liebres en poco tiempo.

—Primero ayúdame con el corsé, quiero estar hermosa


con lo poco que me han dejado de prendas. Siento que soy
una joven de clase baja con solo un delantal para
cambiarme.

—No se queje de su suerte. Ahora deje todo en mis


manos, ya que le sacaron todas sus joyas, traje unas perlas
de su madre, para que no vaya tan descubierta. Esa joya no
dirá que pertenece a una clase muy alta, dirá que es la hija
de algún hacendado de la región. Es una fiesta de disfraces,
nadie sabrá quién es usted si no lo pregona por ahí.

—No lo haré. Hoy en día decir que soy la hija del duque
de Salisbury no es la mejor presentación después de
abandonar al duque de Westwood. ¿Por qué crees que me
entusiasma esta salida? Nadie verá mi cara.

—Esa podría ser una desventaja, pues nadie distinguirá


lo hermosa que es.

—De este lugar no quitaré nada. Lo que importa es la


diversión.

Amber comenzó a arreglarla para dejarla como una


humilde hija de algún hacendado o terrateniente. El duque
le había quitado sus prendas finas y le había dejado las más
sencillas para que aprendiera a comportarse, pero para
Augusta todo lo que tenía no era tan importante como hacer
lo que deseaba. Al final, un bello antifaz cubriría la mitad de
su cara.

Al verse en el espejo, Augusta notó más parecido que


nunca con su madre. Era tan parecida a ella con el cabello
rubio con tonalidades más oscuras. De su padre solo había
heredado el mal genio, el resto era la sangre fuerte de los
Fane.

Una vez que la doncella se retiró, Augusta comenzó su


espera antes de ir a buscar el caballo. Durante ese tiempo,
los nervios comenzaron a invadirla. Tenía muchos pecados
y, sumarse uno, no era lo más inteligente, pero necesitaba
ser feliz después de tantas torturas gracias al duque de
Westwood. ¿Por qué las cosas debieron ser así? Si se
hubieran conocido en Londres, tal vez las cosas hubieran
sido diferentes. Él le gustaba, pero ella no le caía en gracia
y era algo que lamentaba, ya que tendría que resignarse
con algo inferior, pero a quien pudiera amar. Augusta
deseaba un matrimonio perfecto como el de sus padres,
alguien que la amara, que fuera su alma gemela, su
romántico consentidor empedernido. ¿Sería posible que
estuviera soñando? No, no podía ser mentira. Veía a sus tías
felizmente casadas, al igual que a su madre, eso no podía
ser una mentira. El hombre maravilloso debía estar afuera,
en algún lugar de Inglaterra, esperando a que lo encontrara.
Esperaba lograrlo para no tener un horrible matrimonio de
conveniencia como el que su padre quería con el duque.
Ninguno de ellos serían felices y no porque ella no quisiera,
sino porque él no la toleraba.

Antes de salir, arregló la cama con varias almohadas,


las tapó y colocó una peluca para dar la impresión de que
alguien estaba durmiendo ahí. Ella sintió que lo había hecho
muy bien. Apagó su lámpara de la habitación y cogió otra
para ir hasta la caballeriza.

Salió del lugar y fue por el pasillo con mucho cuidado. El


salón del té era el lugar ideal para escapar y volver a entrar.
Cuando llegó a la planta baja, escuchó el sonido de unos
pasos que se dirigían hacia el segundo piso. Corrió a
esconderse detrás de los sillones de la sala y cubrió su
lámpara con la falda, ya que todo estaba oscuro.

Luego, oyó otros pasos y un carraspeo de garganta que


venían desde la dirección de la biblioteca, menos mal que
no había escogido ese lugar para salir. Su corazón latía
presuroso, ya que suponía que su padre era quien aún no se
había acostado a dormir.

—¿La última ronda, señora Smith? —preguntó el duque.

—Sí, su excelencia. Iré a ver si lady Augusta está


durmiendo —respondió la institutriz.
—¿No ha visto a Kitty?

—Ella debe estar enfadada en su habitación, solo entre


y las cosas se resolverán.

—Eso espero, señora Smith. Que tenga una buena


noche.

Augusta rezaba para que la señora Smith no diera un


grito desgarrador. Esperaba que no descubriera que lo que
había en la cama eran un montón de almohadas con una
peluca. Se había esmerado hasta en meter medias en los
brazos de su camisón para que fuera más real. Eso debería
resultar.

Un par de minutos más tarde vio que la institutriz daba


un gran bostezo y se retiraba. Siguió en la espera hasta que
creyó prudente ir al salón del té para salir por la ventana. La
puerta ya estaba cerrada con llave y el área de los
sirvientes debía estar con gente aún trabajando.

Sigilosamente, casi a hurtadillas, caminó por los


escondrijos de la residencia hasta ver la puerta del salón.
Ahí no dudó en abrir la ventana y apagar la lámpara para
salir por la abertura. El camino a la libertad estaba ahí,
frente a ella. Una vez que salió, quiso cerrar la ventana,
pero la puerta del lugar se abrió y Augusta se agachó con
presteza para no ser descubierta.

—Este es el sonido que oí. Es probable que lady


Augusta quisiera escapar esta tarde de sus lecciones, pero
mañana me oirá —masculló la institutriz que cerró la
ventana. Ella creía que el viento había hecho ruido en el
lugar.

La joven palideció. Estuvo a punto de ser descubierta,


pero lo peor no era eso, sino que no sabía cómo entraría de
vuelta a la casa al regresar.

—Te preocuparás por eso después... —se dijo una vez


que la señora Smith se retirara al dejarla sin más formas
para entrar.

Tenía dos opciones: ponerse a llorar por no saber qué


hacer o ir a divertirse. Era obvio que ir a divertirse era la
mejor opción en ese momento. Tendría la ida y la vuelta
para pensar en una solución.

Se dirigió la caballeriza del lado oeste. El lugar parecía


desierto; sin embargo, oía sonidos extraños que venían de
uno de los establos, pero no eran de animales, eran de
humanos, ya que se escuchaba como si fueran gemidos.
Prefirió no darle importancia, ya que andaba más corta de
tiempo que nunca en su vida.

Encontró no solo al caballo ensillado, también, allí al


lado, había una botella casi vacía y una camisa masculina.
Entonces, Augusta pensó que Amber había hecho muy bien
su trabajo de distraer al joven mozo, que una vez que se
retiró, el pobre no pudo llegar a sus aposentos, cayó y
estaba gimiendo del dolor, al menos eso suponía. Debió
perder el equilibrio por tanta bebida.

Más discreta que nunca, cogió las riendas del caballo y


lo sacó de ahí caminando hasta que creyó conveniente subir
a su lomo y partir con presteza rumbo a la indicación que le
había dado su propia doncella días antes, ya que requerían
saber el lugar en el que se realizaría el baile y la invitación
estaba en poder del duque. Amber era muy astuta para
muchas cosas y por eso era una buena aliada.

Su padre le había enseñado a orientarse desde muy


pequeña dentro de la propiedad, sabía en dónde se
encontraban los puntos cardinales y los horarios. Siempre
decía que no quería que su hija se perdiera en el bosque y
gracias a eso siempre llegaba sana y salva a su casa, sin
importar la distancia que recorriera. Para ella no sería difícil
llegar al baile de máscaras.

A poco de llegar notó un lugar iluminado con muchas


lámparas, a medida que se acercaba, oía la orquesta y veía
a la gente bajar de sus carruajes con sus antifaces puestos.

Para Augusta lo que veía era casi un sueño. La intriga


era lo que más le llamaba la atención. No sabía quiénes
eran las personas que estaban ahí y eso era lo más
excitante de la situación. El aire oculto era la verdadera
diversión.

Le entregó su caballo a uno de los mozos de la


residencia y fue hacia la entrada del salón.

Wilburg llegó al mismo tiempo que ella en compañía de


sus tíos, pero ninguno se había visto hasta el momento.
Augusta entró y ellos todavía seguían bajando del carruaje.

—Tía, no quiero que rompa el encanto de esta noche.


La idea es no conocer a nadie, que todos seamos
desconocidos. Le pido que no quiera presentarme a nadie,
ni pretenda descubrir a las damas detrás del antifaz.

—Ese es el juego, querido. Descubrir quién está detrás


del antifaz es lo que importa y después hacer el cotilleo que
corresponde —alegó su tía.

—Solo evite presentarme a alguien. Yo bailaré con quien


me apetezca y si no me quedaré a beber.

—No bebas en exceso, podrías terminar mal, en las


manos equivocadas —siguió Margarite.
Su tía siempre exageraba los consejos y cuidados hacia
él. Era una persona un poco sobreprotectora. Ella sabía que
él solía estar casi inconsciente con la bebida, pero en un
ambiente masculino, Wilburg comprendía que con las
damas eso no debería hacerlo, ya que representaba una
invitación para que pudieran aprovecharse para
comprometerlo o colocarlo en una situación que lo obligara
a casarse.

Las mujeres no eran tan inocentes como deseaban


hacer creer a los caballeros. Siempre estaban pensando
alguna manera maquiavélica para casarse, por eso no debía
fiarse de ninguna. Hasta ese día, la única mujer que no lo
veía como un candidato a esposo era lady Augusta Relish,
ella creía que él era una molesta piedra en su zapato y no
llegaba a ver que un duque era lo más conveniente para su
futuro, pero la joven prefería arder en el mármol del infierno
con tal de que no estuvieran juntos. Le resultaba un poco
ofensivo porque su orgullo de duque no le permitía sentirse
rechazado. Ella debería estar adorándolo y de esa manera
jactarse de rechazarla. No se moría para que Augusta se
fijara en él, pero era parte de su ego golpeado, debía
mimarse un poco.

Cuando entraron al salón, había mucha gente, por lo


que pasar entre las personas era algo difícil. Por accidente
se llevó por delante a una joven al empujarla.

Augusta sintió que alguien la había empujado con


mucha fuerza, cuando giró para reclamar cruzó sus ojos con
los de ese hombre. Juraba haberlo visto antes.

—Lo siento... —se disculpó Wilburg, perdido en los


bellos ojos de la dama.
Capítulo 17
Se quedaron por un instante observándose como si se
conocieran de algún lugar, pero la dama hizo una venia y
siguió su camino, dejando a Wilburg con la duda de quién
podría ser la dama misteriosa.

Él sabía que esa mujer lo trastornaría lo que quedaba


de la noche. ¿Dónde había visto esa mirada antes?

Augusta se alejó porque había reconocido a ese hombre


y era el duque. No sabía si él pudo identificarla, pero por su
mirada, ella comprendió que algo existía entre ellos y eso la
había puesto más nerviosa de lo que ya estaba. Tenía
suficientes razones para estar desesperada esa noche. No
quería pasarla mal, ya que si sabía quién era ella,
convertiría su vida en un infierno, si es que él no suponía
quién era ella a esas alturas. Lo único que podía hacer era
intentar evitarlo lo máximo posible.

Dentro de lo que podía hacer era no mirar por ningún


motivo hacia donde él se encontrara, algo que sería muy
difícil en su situación, pues era atractivo y más cuando
llevaba el pelo en una coleta. Aunque no podía ver su rostro,
Augusta lo imaginaba. Era tan odioso, engreído y arrogante
que no lo toleraba, pero eso no le quitaba su interés, lo que
representaba un problema mayor, pero ella moriría con esa
confesión. Jamás se la diría a nadie. El esposo que ella
conseguiría estaba en Londres, no podía ver a ese hombre
como una oportunidad, era una distracción.

Cogió una copa de vino y esperó a que alguien se le


acercara para bailar y eso no tardó demasiado, un caballero
de unos cuarenta años se acercó a ella para saludarla e
iniciar una conversación antes de comenzar el baile.
Ninguno había dicho su nombre.

Wilburg se había quedado solo en un rincón, ya que sus


tíos fueron a bailar. Él no estaba interesado en danzar con
cualquier dama, sino con una en particular, pero ella no
parecía tener la misma preferencia, pues la veía bailar con
un caballero que para nada era alguien que la mujer podría
merecer. Era perfecta en todo, tanto que le encontraba
cierta similitud con Augusta, ella dijo que asistiría, pero no
reconocía la figura del padre por ningún sitio, ya que tenía
una gran altura y un cuerpo atlético, la mayoría de los que
estaban eran aristócratas panzones y burgueses delgados o
tal vez fuera al revés.

Definitivamente, esa persona que estaba ahí no era


Augusta, quizá alguien similar. Muchas damas eran rubias,
de ojos azules, con senos atractivos y una piel que parecía
delicada. Imaginaba todo lo que podía esconderse bajo ese
vestido marfil con toques celestes. Esa también era una
señal de que no era la hija del duque, ya que era pomposa y
frívola. No se vestiría con esa prenda ni usaría unas
sencillas perlas. No, esa no podía ser la bella lady Augusta,
pero se quitaría la duda bailando con ella.

Siguió cada paso que daba la joven y cada vez le


gustaba más lo que veía. Ver cómo su vestido se movía era
algo que comenzaba a llamarle la atención, ella debía tener
una figura esplendorosa con unas piernas carnosas y una
cintura muy pequeña. Su cabeza comenzaba a imaginarla
de una forma indecente, en la que nadie debería estar
imaginando a otra persona, pero no podía evitarlo.

Mientras más cavilaba sobre la joven, se daba cuenta


de que entraba dentro de los estándares de su tía. Una
dama de prendas humildes y que no parecía ser un enorme
perro hambriento de venganza.
Cuando vio que el hombre dejó a la mujer en el lugar en
el que la había recogido, él se apresuró para tomar su turno.
No podía quedarse ahí, debía cogerla para él.

A largas zancadas se acercó y se colocó frente a ella.

La joven quería que la tierra se la tragara, la había


descubierto y eso solo significaba que comenzaría su
calvario.

—Buenas noches, señorita —pronunció Wilburg.

Los dos se hicieron una venia como saludo.

¿Qué juego era ese? ¿Por qué el duque no se había


puesto como loco por haberle arrojado el perro encima?
¿Qué tenía que hacer?

Al ver que la joven no parecía responder, insistió.

—¿Quiere bailar una pieza conmigo? Me encantaría


hacerlo, creo que la he visto en algún lugar y me gustaría
saber en dónde.

No creía al duque capaz de idear un juego tan


complicado como ese. Un hombre era de pocos recursos
como la artimaña, ellos solo gritaban y amenazaban. No
eran tan inteligentes para jugarretas sofisticadas, por lo que
ella le seguiría la corriente hasta que él se diera cuenta de
quién se trataba y todo se arruinara.

—Sí, acepto —respondió con suavidad, como si ella no


fuera Augusta, ya que en realidad su voz era de una
persona que no estaba acostumbrada a hablar con dulzura
como su madre.

Entonces, el duque extendió su mano para que ella la


tomara. Augusta no alcanzaba a comprender lo que ocurría,
pero le dio la mano. Era una sensación distinta a la primera
vez que se encontraron. Lo conocía, pero como él fingía
demencia, ella también podía hacerlo.

A Wilburg le resultaba agradable ir caminando con ella.


No podía evitar mirarla de reojo. Le invadía la curiosidad
para saber de quién se trataba, ya que le resultaba
conocida, o quizá la estuviera confundiendo con otra, mas
no le importaba, quería quitarse la duda de encima.

Se colocaron frente a frente para comenzar el baile y se


saludaron.

—¿Cuál es su nombre? —indagó el duque.

—Disculpe mi respuesta, pero es un baile de máscaras,


¿no le parece que el asunto es secreto?

La respuesta que le había dado la joven hizo estallar la


cabeza de Wilburg. Con más razón necesitaba saber quién
era esa mujer. Hasta su contestación era deliciosa.

—¿Dónde la he visto? —Wilburg regresó a la carga con


esa pregunta.

—Tal vez me viera en sus sueños, caballero.

Otro acierto para ella. Cada vez que escuchaba algo de


su boca parecía que era extraordinario.

—¿No quiere saber quién soy?

—No, porque se perdería este encanto para siempre —


respondió Augusta con sinceridad.

El duque terminaría como un demente si no llegaba a


saber el nombre de esa mujer. Debía conocerla de algún
lugar. Lo que le parecía atractivo de ella era la sensación de
haberla visto antes, el misterio de averiguar su identidad.

—Qué buena respuesta, una digna de aplaudir. Supongo


que le agrada el suspense. ¿Se encuentra en la búsqueda
de un esposo?

Augusta se sorprendía con la educación, respeto y


dulzura con la que él se dirigía a ella. Qué crimen podría ser
romper el encanto de esa noche con una terrible verdad. El
juego que llevaban a cabo era tan divertido como peligroso.
Estaban conociendo el lado oculto y juguetón del otro, ese
lado encantador que ninguno quiso mostrar desde un
principio.

—Le pregunto, ¿hay alguna casadera que no busque


esposo? —respondió la joven.

—Lo dudo, y si no está buscando es porque se trata de


una solterona.

—Un caballero no debería hablar de una dama


desafortunada. Yo no me atrevo, pues hoy estoy aquí, pero
mañana puedo ser como ella.

—No, no. Es imposible no debería siquiera pensar en tal


disparate. Damas como usted merecen lo mejor que ofrece
el mercado del matrimonio.

—Qué condescendiente. Ni siquiera ha visto mi rostro


para referirse a mí, pero le agradezco su consideración.

—¿Qué opina de mí?

—No puedo opinar nada de un desconocido.

—Puedo jurar que la he visto. ¿La vi en Londres?


¿Hemos bailado antes?
—No, no nos conocemos en realidad, ahora lo estoy
conociendo.

Los dos estaban confundidos, por diferentes motivos,


pero esa misma confusión los unía de forma extraña.
Estaban hablando como debieron haberlo hecho antes. Lo
peor era que ambos se daban cuenta de que se
encantaban, pero por cuestiones de orgullo, nunca sería
posible un acercamiento. Lo que eran en realidad los
destrozaría, ya que eran incompatibles.

A medida que más bailaban, Wilburg hacía que su


interés hacia ella creciera, lo tenía dominado dentro del
juego y él no sabía cómo tomar ventaja, salvo usar la
técnica de los sinvergüenzas: llevarla a un lugar solitario.
Por supuesto que se animaba a hacerlo, la joven lo incitaba
a enloquecer y tomar decisiones un tanto arriesgadas, no
pensaba hacerle daño, aunque sí obtener más información
sobre ella.

Cuando el baile llegó a su fin, Augusta pensó en


retirarse, ya que, si seguían juntos en algo, se desmoronaría
ese instante tan agradable que habían compartido como
desconocidos. No quería hacerlo, prefería recordar con una
sonrisa la amabilidad de Wilburg. Realizó la venia y pensó
que podría retirarse tranquilamente; sin embargo, el duque
la cogió de la mano con suavidad.

—¿Me acompaña a beber una copa? Como es un baile


de máscaras, nadie nos reconocerá, podemos estar juntos.
No hay nada incorrecto —pronunció.

Una punzada que no sabía si era de decepción la atacó


en su mente. ¿Por qué él no se comportó de la misma
manera antes? Parecía ser el romántico consentidor con el
que ella soñaba, mas sabía que el duque de romántico tenía
lo mismo que ella de humilde.
—Me gustaría bailar más, y con diferentes personas. Si
voy con usted, me acaparará.

—Haré que no oí cierta parte de lo que ha dicho. La idea


es acapararla. Acompáñeme.

Ella no pudo negarse. En verdad quería estar junto a


Wilburg esa noche, era maravillosa, estar ahí en ese sueño,
esa magia que jamás volvería a ver. Se dejaba llevar con su
cálida personalidad que ella desconocía. Tampoco Augusta
podía reconocerse, ya que el tono de voz que ella utilizaba
le estaba resultando recurrente y hasta familiar.

Él le ofreció su brazo y ella aceptó entrelazando su


extremidad para que pudieran ir juntos. Los dos cogieron
sus copas con lo que deseaban beber y salieron hacia el
jardín. Caminaron en silencio, hasta que Augusta se separó
un poco para beber su copa de vino.

El duque la guio hacia un banco que se encontraba


cerca de unos arbustos cortados de forma armoniosa.

—¿Pertenece a Gloucestershire? —indagó el duque.

—No. Estoy aquí acompañando a mi familia —


respondió. Ese hombre había vuelto a la carga con sus
preguntas para saber quién era ella. Se divertiría un buen
rato con él.

—Tampoco soy de aquí. Vine a visitar mis tíos. En


Londres, me sentía un poco solo y vacío por más que
estuviera rodeado de personas y amistades. Ellos son una
parte importante de mi vida.

—¿Y sus padres?

—Afortunadamente están muertos.


—Lo dice con tanta frialdad...

—Como ellos desearían que me refiriera a cualquiera.


No fueron buenos padres. Muchos somos solo consecuencia
de una obligación.

—Lo lamento. Yo soy consecuencia de un gran amor


entre personas maravillosas —contó y después sonrió como
si lo que decía no lo hubiera sabido, pero acababa de
descubrir que eso pensaba sobre su propia vida.

—No me atrevo a cuestionar a las personas que se


casan por la debilidad del amor. Mis tíos son de esas
personas, me resultan agradables y para nada débiles como
podrían decir en Londres sobre esas personas.

—¿Usted cree en ese extraño sentimiento que puede


ser la ruina para cualquiera?

—Tal vez sea algo para pocos escogidos, no para mí,


pero eso no me hace insensible ante algún sentimiento
parecido. Me gusta sentirme orgulloso e inalcanzable.

—Hoy no es orgulloso ni inalcanzable.

—Eso significa que me conoce.

—No. Jamás se me hubiera ocurrido que un caballero


pudiera demostrar empatía y sensibilidad.

—No me nace todos los días, solo con alguna persona


especial. ¿Quién es?

—No soy especial, puedo ser una pesadilla.

Los dos dieron sorbos a sus copas. Estaban sentados en


una banca, conversando sobre el amor. Eso era impensable
para ellos. Para Wilburg era un asunto imposible y para
Augusta, era difícil digerir que el duque tuviera algo vivo
latiendo en su pecho.

—Usted solo podría ser la pesadilla de otra dama con


tanta gracia que posee —confesó el duque.

Augusta se puso de pie con presteza, pues el asunto se


estaba poniendo extraño. El duque era demasiado amable
para lo que ella podía tolerar. Ese juego era peligroso
porque no sabía si él quería tomar una terrible venganza y
fingía demencia al no decirle que ya sabía quién era.

—Me retiraré —decidió Augusta.

—¿Por qué? ¿A qué le teme?

—Es suficiente, regresaré a mi casa.

Wilburg volvió a tomarla de la mano, pero esta vez la


pegó a su figura para que no escapara.
Capítulo 18
El corazón de Augusta estaba a punto de estallar al
estar pegada al cuerpo del duque. ¿Qué era eso que estaba
pasando entre ellos?

—Prefiero irme porque esto no está bien, y si es un


juego de su parte para hacerme daño, le diré que no puede.
Entre nosotros no puede pasar nada —alegó Augusta
tratando de escapar de sus garras.

—¿Nada de qué? Si no la volveré a ver, ¿por qué no


tomar esto como una maravillosa aventura? Puede ser un
juego divertido —declaró Wilburg ajeno a lo que Augusta sí
sabía.

—No, no...

Entonces, pese a las negativas de la joven, el duque se


acercó a los labios de ella y comenzó aquella danza
prohibida entre dos solteros.

Por la mente de Augusta solo podía pasar la imagen de


su tía Eugenia dándole aire al que después se convirtió en
su tío Randalf. En ese instante, comprendió que eso que ella
creía que era ayudar a respirar, en realidad era un beso, el
duque de Westwood la estaba besando sin su
consentimiento. Le asustaba lo que significaba un beso y lo
que era peor, le gustaba.

Mientras la besaba, se cuestionaba si ese acto era


necesario, a lo que rápidamente se reprochó, ya que sí lo
era. Esa mujer estaba jugando con su mente, ella sabía
quién era él, pero el pobre no podía saber quién era ella. No
quería dejarla ir, deseaba perderse para siempre en ese
acercamiento que había logrado. ¿Sería posible que se
quedara sin saber su identidad? No podía. Algo le pedía que
se quedara con ella. Devorar su boca era lo mejor que le
había tocado vivir.

Augusta terminaría derretida y de paso enloquecida, si


no salía de ahí. No debió darle rienda suelta a su atracción
hacia el duque. Ahí estaba perdiéndose en algo que no tenía
futuro y que echaría a perder sus oportunidades, pues no
sabía si encontraría a alguien que pudiera cumplir con las
expectativas de vida que ella tendría después de ese beso.

—No haga esto —pidió Augusta que se alejó de Wilburg,


pero él se negaba a soltarla por completo.

—Quédese, podríamos continuar hablando.

—Ya no quiero hablar, adiós...

—¿Se irá sin decirme su nombre?

—¿Para qué decepcionarlo? No hace falta. Quédese con


un buen recuerdo.

—¡Condenación! ¡Deme una pista!

Ella cerró los ojos con fuerza y buscó en su mente una


pista que no le resultara tan difícil, después de eso se iría.
No volvería a salir de su casa nunca más. Era probable que
se curara de la desobediencia después de esa experiencia.

—Solo no responda a la carta de mi padre...

Augusta partió hacia la oscuridad de la noche. Su


dichosa velada maravillosa, lo había sido en realidad,
aunque muy corta, porque debía regresar. Lo que había
obtenido de esa salida era suficiente para darse cuenta de
que por algo existían las reglas y normas que ella rompió
para escapar y cumplir con un capricho. Todavía no
alcanzaba a comprender cómo enfrentaría después esta
vivencia. Ser besada por el duque no era cualquier cosa,
pero tampoco podía pensar demasiado en eso, ya que él al
parecer la besó engañado por creer que era otra dama.
Descubriría todo cuando leyera la carta que le había
enviado su padre para reunirse a causa del hecho de
haberle dado una orden al perro para que lo atacara. Ahí él
volvería a ser el mismo. El hombre que conoció esa noche
era una ilusión y el personaje que ella fingió ser también.
Ambos eran fantasías excitantes, mas inexistentes.

Rodeó la casa por el jardín hasta ir a buscar su caballo.


No más baile para Augusta. Necesitaba estar en su casa
para pensar en todo lo que había pasado y en qué podía
hacer para evitar volver a verlo. No quería ver su rostro de
decepción cuando supiera que era ella de nuevo. Se
imaginaba toda la sarta de cosas que le diría por haberle
tomado el pelo, cosa que para nada había sido su intención,
pero él jamás lo entendería porque la odiaba sin motivo...
Tal vez tuviera dos pequeños motivos.

Una vez que pudo estar con su caballo, lo azuzó para


que pudieran tomar el rumbo hacia la casa. Ya no quería
estar fuera, deseaba acurrucarse en su cama y tapar su
cara con la manta para olvidar lo que había ocurrido, mas
ese beso sabía que sería imposible olvidarlo porque le había
gustado. Representó un gran disfrute para ella.

Cuando llegó a la caballeriza de donde había quitado el


caballo, lo dejó en el mismo sitio. Lo hizo con mucho
cuidado y después se apresuró a ir hacia su casa, pero
recordó que la señora Smith había cerrado la ventana,
hecho que la dejaba a la deriva.

Mientras intentaba buscar una entrada no muy


sospechosa, escuchó el aullido de lo que sería un coyote, al
igual que el fuerte ladrido de los perros que estaban
encerrados en su corral. Eso no le agradaba, porque
significaba que esos animales o se habían visto o percibido
de alguna manera. Le tenía miedo a los coyotes, sin duda
alguna.

Ninguna ventana estaba abierta. ¿Qué haría? No podía


quedarse ahí. Por más miedo que tuviera, debía entrar a la
casa y la única opción debía ser el área de los sirvientes y
esa estaba hacia el lado de los perros y de donde había
venido el sonido del coyote.

Lloriqueó por un instante, ya que ni siquiera tenía su


arma para defenderse, aunque tal vez fuera mejor ser
devorada por un animal salvaje que descubierta por su
padre y después volviera a imponerle un castigo, no quería
más de eso.

Tomó valor y corrió hacia la puerta de entrada de los


sirvientes e intentó abrirla. Lo había logrado, pero no estaba
sola. Palideció al ver la sombra de alguien, estaba perdida.

—Pensé que tardaría más, milady —dijo Amber que


todavía no se había puesto el camisón para dormir.

—Me asustaste, Amber.

—Eso es porque hace cosas malas. Vaya a su


habitación, la señora Smith suele levantarse para beber un
té en este horario.

***

Wilburg se había quedado solo en el jardín. Cogió su


copa y bebió su contenido, lo mismo hizo con la copa que
perteneció a su acompañante. Ella se había escapado
dejando algo en el aire.
¿Quién podría ser el padre de la joven que le envió una
carta y cuándo había sido eso? Una vez que supiera de
quién era el sobre, sabría lo que necesitaba. Debía verificar
la correspondencia en casa de sus tíos, era evidente que
había ido ahí. Los dos no pertenecían a ese lugar y estaba
seguro de que ellos dos se conocían. Sabía que la había
tocado alguna vez, ya que su acercamiento no le era ajeno,
y pese a que se negó a decirle si se conocían o no, él sabía
que sí.

Para el duque toda diversión se había terminado,


puesto que la bella joven que lo atrajo se había escapado y
la mujer malvada a la que esperaba jamás apareció, lo que
significaba que estaba sufriendo un castigo colosal que
merecía por haberle hecho daño a una de sus botas.
Definitivamente, era una noche sin gracia. Por respeto a sus
tíos se quedaría en aquel rincón a beber. Nadie podía decirle
nada si se pasaba de algunas copas. Nunca había sido un
hombre escandaloso cuando bebía, era un ebrio respetable.

Una vez que sus tíos se compadecieron de su sobrino y


decidieron retirarse, Wilburg fue a su habitación y se quedó
ahí y no para dormir, sino para pensar en la misteriosa
enmascarada de las perlas. No podía dejar de darle vueltas
a ese asunto dentro de su cabeza. Ella era tan extraña y la
sensación de conocerla no salía, se disipaba. ¿Qué podría
ser tan grave para que ella no quisiera decirle quién era?
Nada podía ser problemático, salvo que fuera una mujer
casada. Ese era el punto de no retorno para cualquier
persona. No podría estar con alguien así ni por más que la
adorara. La conversación también fue extraña como si
hablar de amor fuera lo adecuado entre dos extraños.
Podría llamarlo destino o casualidad, pero ahí había algo.
Debía calmarse y esperar a la dichosa carta que la joven
había dicho. Eso haría que este misterio se aclarara.
Pasaron unos dos días y Wilburg no recibía nada.

—¿No hay nada para mí, Bernard? —preguntó el duque


refiriéndose a la correspondencia.

—No, su excelencia. Su tía me lo hubiera dicho, aunque


podría usted preguntarle si ha recibido algo y ha olvidado
decirlo —respondió su sirviente que fue a avisarle que el
almuerzo estaba servido.

—Preguntaré. Sé que debo recibir una carta.

Él se dirigió al comedor y ahí encontró a su tía sentada


al igual que a su tío. Pasó junto a ella y le dejó un beso en la
frente.

—Ese beso vale dos porciones de creme brulee para ti


—habló su tía sonriente.

—Eso me encanta... Tía, creo que hay una


correspondencia que debí recibir ayer o antes de ayer. ¿Cree
que pudo haberse mezclado con sus correspondencias?

Los tíos de Wilburg se miraron y comenzaron a coger


algunos panes de la mesa en forma sospechosa, situación
que no pasó desapercibida para el duque.

—No, no hay nada, querido —negó la dama.

—¿Por qué presiento que me ocultan algo? No tengo


siete años, pueden decirme lo que sea.

—Ya te he dicho que no hay nada importante en la


correspondencia.

—Tía...

—¿Quieres que lo invente?


—Los conozco muy bien y ustedes no se mirarían de
esta manera si no escondieran algo. Lo hacían cuando mis
padres me abandonaban aquí y ustedes no querían
decírmelo, no soy un tonto.

—Margarite, no puedes ocultar el asunto —pronunció


Ernest.

—¿Para qué quieres que le diga que el padre de esa


víbora le ha enviado una carta para disculparse y reunirse?
¡Quiso matar a Wilburg! Sobre mi cadáver él pisará la
propiedad del duque de Westwood.

Wilburg estaba más que confundido, de ninguna


manera imaginaba que quien le enviaría la carta fuera el
duque de Salisbury.

—¿Desde cuándo está la carta en esta casa?

—Desde hace casi cinco días.

El tiempo ni siquiera coincidía con su encuentro con la


joven del antifaz, fue enviada antes, entonces... La dama
misteriosa era lady Augusta Relish.

Esa conclusión solo lo llevó a una terrible decepción y a


un enfado que era difícil disimular. De nuevo esa joven se
había salido con la suya cuando se refería a burlarse de él y
lo más triste del asunto era que ella había visto sus
debilidades y el beso le había fascinado. Llevaba días
fantaseando con encontrarla. Lady Augusta era la reina de
las artimañas, la persona más cruel y despiadada que
podría haber parido alguien para ensañarse con él de esa
forma por haberla estado observando por ser bella.
Comenzaba a arrepentirse de haberse fijado en ella.

Debió hacer todos los esfuerzos posibles por no


desternillarse de la risa frente a él cuando hablaban del
amor. Había hecho el papel del hombre más tonto del año.
Debió sospechar tanta negativa, aunque por nada del
mundo se le habría ocurrido que fuera ella porque su tono
de voz no coincidía y la gran diferencia era la amabilidad, la
empatía y la sencillez que había sentido en la dama.
Augusta no era de esa manera, era la arpía más grande del
mundo, pero con una gran capacidad para camuflar sus
intenciones. El rencor y la venganza eran sus aliados.

Le avergonzaba saber que se habían besado, que lo


había disfrutado tanto y también seguía deseando repetir el
beso. Las cosas, en lugar de mejorar, empeoraban, pues
hasta había considerado hablar de la joven con su tía y
comentarle que alguien había despertado su interés. Menos
mal que no lo había hecho o estaría muerto de vergüenza
en ese instante, ya era mucho darse cuenta de que era un
tonto de clase mundial y que cualquiera podría tomarle el
pelo, pero juraba que este asunto no se quedaría así.

—Te dije que era mejor ocultar eso. Mira su cara, Ernest
—dijo Margarite al observar el rostro serio y molesto de su
sobrino.

—Citaré al duque aquí para una jornada de caza, espero


que venga con su familia.
Capítulo 19
Como siempre, su tía estaba en desacuerdo respecto a
lo que él había decidido, pero necesitaba ir a enfrentar la
terrible burla que había caído sobre él. Wilburg había
encontrado la horma de sus zapatos en lo que se refería a
un oponente. No era digna de llamarse así, pero como era la
única que le llevaba la contraria, debía darle un nombre
acorde.

No podía creer que estuviera perdiendo contra una


joven debutante, cascarrabias, engreída, orgullosa,
egocéntrica, frívola, mimada, caprichosa, maquiavélica y
casquivana. Tal vez le faltaran más calificativos, pero no
quería encontrarlos porque podría abusar de ellos para
decírselo.

Después del desayuno que casi le quedó atorado en la


garganta, él fue a su habitación para responder la carta.

Nadie podía saber lo decepcionado que se encontraba


al darse cuenta de que lo vivido había sido solo una
actuación de ella, porque él, sin desearlo, le abrió su
corazón de una manera absurda y estúpida. ¿Cómo pudo
hacer semejante cosa con una persona a la que no conocía
de ningún sitio? Era un reverendo tonto. Si ella deseaba
burlarse de él por siempre, tenía suficiente material para
morir de risa. La vergüenza lo consumía, pero lo que más le
molestaba era saber que la persona que a él le agradaba
era solo la personalidad malvada de lady Augusta, que era
suficientemente mala para ser tan pequeña. Bien decían
que mientras más bonita y pequeña era una serpiente, más
veneno tenía. Quien dijo eso no se había equivocado de
ninguna forma.
Una vez que terminó de escribir, él le entregó la
respuesta a Bernard para que alguien la llevara de
inmediato. El duque había esperado mucho por una
contestación. Aquel debía estar pensando que era muy
resentido por el asunto del perro. De hecho, debería ser
cruel y despreciable, arrojarle una plaga hacia sus tierras o
quemar sus pastizales para tener venganza, pero no, él era
un caballero con valores, orgulloso, pero con buenos
preceptos. Lo correcto era lo que le guiaba, salvo cuando
hablaba con Augusta, con ella tenía un terrible problema
que quizá no identificara con facilidad, aunque sabía dónde
y cuándo había comenzado. Ella era preciosa, inteligente y
una excelente actriz. Podría incluso perdonar que mandara
a su perro para que se lo comiera, pero no haberse burlado
correspondiendo a sus besos de la noche pasada. ¿Cómo
podría tener una jugosa venganza? Pues de la misma forma
en que Augusta se atrevió a verle la cara.

***

Augusta tenía problemas para prestar atención a las


lecciones de la señora Smith. Si bien no le había estirado la
oreja, ya que las aguas se habían calmado en su casa,
dentro de ella había algo terrible que no la dejaba en paz: la
experiencia vivida junto al duque. Ese beso había sido tan
maravilloso que era su más íntimo secreto. No se lo había
dicho a Amber, pues eso sería ponerse en peligro, puesto
que su doncella podría ser amedrentada por su causa en
cualquier momento y no quería que ella confesara ese
pequeño desliz que había tenido con ese hombre tan
despreciable.

Pese a que lo consideraba de esa forma, ella suspiraba


por un poco más de lo que había probado. Lo probable era
que volviera a utilizar al perro para amenazarlo y que
volviera a besarla. No estaría mal ponerse prepotente para
conseguir lo que deseaba.

Suspiró y siguió en el mundo perfecto que había


armado dentro de su mente amenazando a un caballero
para que la besara.

—Tengo la respuesta del duque —anunció su padre que


la encontró en el pasillo.

El fin de toda su fantasía había llegado, no más soñar


con ese malvado hombre que la besó. Él ya sabía y quizá
estuviera condenada a sufrir las consecuencias de sus
actos. No debió decir nada, pero ella no pudo dejarlo con la
duda y le dejó ese acertijo.

—¿Y qué ha dicho, padre? —preguntó.

—Que nos invita a la casa de sus tíos para una cacería


de perdices —contó con la carta en la mano.

—¿No cree que nos podría dar un balazo?

—No a mí, tal vez a ti, pero la verdad es que quizá tú lo


mates a él primero. Eres más rápida para desenfundar un
arma.

—¿Cree que pueda cazar perdices con ustedes?

—¿Por qué no?

—Mmm... padre, ¿no quiere ir a Londres?

—No. Me gusta Gloucestershire.

—Yo quisiera conocer a otros caballeros, a los que son


probables candidatos a esposo. Aquí estoy perdiendo el
tiempo.
—Nos podemos ir después de arreglar las cosas con el
duque. Es mejor limar las asperezas de una vez, disculparse
y continuar como personas razonables. Es importante que
en Londres puedan verse y saludarse con normalidad para
que los cotilleos que después puedan circular sobre tu
abandono en medio de un baile queden sin efecto.

Lamentaba aún más no poder escapar de lo que le


esperaba. Debía estar pagando todas sus culpas de una vez
y después de pasar esa vergüenza seguiría su camino hacia
lo desconocido.

—Debía intentarlo. ¿Cuándo cree que sea conveniente


asistir a su propiedad?

—Mañana mismo, querida. Él se disculpa


encarecidamente por el retraso, pues la carta había
quedado entre la correspondencia de su tía. No podemos
hacerlo esperar más después de que nosotros tuviéramos la
culpa de que él perdiera una bota. Llevaré dinero para
ofrecerle aquello y tú llévale algo agradable.

—¿Y qué puede ser?

—Dale un pañuelo o flores. Tal vez le gusten.

—No puedo darle hierbas venenosas, entonces flores.

—¿Y qué piensas del pañuelo?

—¿Para qué entregarle un pañuelo a alguien que cree


que no merece la pena darme su sonrisa?

—¿Te han dolido esas palabras, Augusta?

—¿Por qué tendrían que dolerme? Su sonrisa me


importa igual que lo que cuesta su bota. Desde un principio
él y yo estábamos destinados a esto porque el duque
empezó. Me hubiera gustado que las cosas fueran
diferentes.

—Todavía esto es recuperable. El duque es un hombre


juicioso y sabrá que tú le convienes, Augusta.

—Tengo demasiados defectos que suman a los de él. Lo


mejor es que piense en presentarme con el marqués de
Horshire.

—¿Cómo sabes del marqués de Horshire?

—Como si usted no supiera que todos los rincones de


esta casa tienen oídos.

***

Al día siguiente, tanto el duque como toda su familia


fueron a la residencia de la familia de Wilburg.

Augusta hizo lo que le había sugerido su padre. Bordó


un pañuelo y recogió unas flores para «congraciarse con
él». Simplemente se sentía ridícula, y esa era su culpa, no
debió obsequiarle flores a su padre.

—Nadie creerá que le dijiste chimpancé, querida. Con


ese detalle que llevas —dijo su madre, burlona.

—No se burle, madre. Esta es una idea de mi padre,


jamás sería mía. No tengo interés alguno en que ese
hombre tome de buen grado mi presente. Le aseguro que,
siendo un chimpancé, quizá se lo meta en la boca o me lo
arroje en la cabeza.

—No vayas con la actitud inadecuada, Augusta —


ordenó su padre.
—Ya va con las prendas poco propicias para una dama.
Ella no debería estar con ropa de cacería para visitar la casa
de un caballero.

—Usted siempre va de cacería con mi padre vestida de


la misma manera que yo, con prendas menos elegantes.

—Pues no me parece apropiado. Deberías estar


intentando ganarte el favor de los tíos a los que ofendiste
con tu actitud en el baile.

—Quiero que las dos tengan una sonrisa, yo quiero


cazar y no quiero que nadie de ustedes me arruine el día. A
la primera que abra la boca para decir una tontería la
devolveré a casa.

—¿Es un premio o un castigo? Eso teniendo en cuenta


el lugar al que iremos. Esa gente no nos quiere, ¿por qué ir
a donde no nos aprecian? Preferiría irme a la casa de mi tío
Clifford y escuchar las historias de mi tía, además, oír los
sonidos extraños que tiene esa casa. Me encantan las
historias de miedo...

—Ni que lo digas, he pasado años de mi vida


inventando historias para mis cuñadas, ha sido un largo
camino después para ti y quizá en algún momento para mis
nietos.

—Creo que es muy apresurado hablar de eso. Para que


el favorito de la casa se case falta demasiado tiempo.

—Tú eres la favorita y estás a menos de dos millas de


una gran oportunidad, no lo eches a perder, Augusta —
alegó su padre.

Al bajar la colina, distinguieron la residencia de la


familia del duque de Westwood. Era una propiedad grande,
mas no tan majestuosa como la que ellos tenían. Augusta
estaba nerviosa, todo lo que podía pensar era en el grito de
guerra que daría el duque una vez que pudieran dirigirse la
palabra. Arrojarle el perro no había sido cualquier cosa, era
algo muy delicado.

—Hemos llegado... —comunicó Albert.

Al llegar, la joven miró hacia la casa y a través de la


puerta principal salían quienes se encargarían de
atenderlos, entre ellos Wilburg.

—Ahí está esa mujercita tan insoportable. Oh, y lo peor


es su vestimenta de dama, usa un vestido como ese con
botas —masculló Margarite entre dientes.

—Calla, Margarite, te oirán —reprendió su esposo.

Wilburg solo podía observarla. Al hacerlo, se removieron


un montón de cosas dentro de su mente, desde el
abandono, el perro y hasta el beso. No sabía cuál de los
problemas pesaba más, aunque quizá el beso fuera lo más
perturbador.

Al momento en que ambos cruzaron sus miradas, se


dieron cuenta de que cada uno sabía lo que ocultaban. Para
Augusta ese sería un pésimo día, ya que debía responder
ante él por todos sus pecados. Al notar que él se acercaba
para recibirlos, ella quería quedarse en el carruaje y no
bajar, sentía vergüenza ajena al estar ahí. Además, el duque
tenía una buena arma para destruirla ahí mismo si lo
deseaba. Podía decir que la había visto en el baile de
máscaras y eso sería todo para ella, su padre la encerraría
en algún lugar y le buscaría un esposo porque ella estaba
descarriada y era probable que hasta le quitara el apellido,
ya que para todo lo malo que hacía era Augusta Fane.
—Es un placer recibirlos. Personalmente, le pido
disculpas por el retraso en la contestación de su carta,
excelencia —saludó Wilburg, disculpándose.

—Son cosas que ocurren. Espero que podamos


conversar bastante en este día y aclarar cualquier
inconveniente surgido en el pasado. Para todos nosotros es
importante que no existan rencores —musitó el duque de
Salisbury con una inclinación de cabeza.

—Soy un caballero, excelencia, para mí no hay nada


que recordar. He sido un poco pillo, pues no he sabido
hablar con milady. Usted sabe, un soltero, un grupo de
amistades... Perdí un poco la sutileza y no sabía cómo tratar
a milady... —contó acercándose a ella.

«¿Qué demonios estaba tramando el duque?», se


cuestionó Augusta. Ella estaba segura de que el duque no
estaba siendo bueno, generoso o educado, su mente
maquiavélica debía estar pensando en cómo hacerle mucho
daño. Quería acabar con todo el asunto. La noche del baile
de máscaras fue suficiente, no quería enfrentarse más, ya
que descubrió que sentía cosas por él sin importar que tan
ruin fuera. Estar ahí solo le provocaba incomodidad y
sufrimiento.

Ella tuvo que hacer una reverencia ante él, no le


entregó su mano como era la costumbre, pero cuando él
extendió la suya, debió darle lo que pedía. Volver a tocar su
mano era toda una locura, se sentía como si no pisara el
suelo. En su cabeza, imaginaba que se besaban otra vez,
pero eso solo era un sueño, la realidad era distinta.

—Buen día, su excelencia —saludó.

—Es un placer volver a verla, milady. Veo que ha venido


dispuesta a más que sentarse en un sillón para conversar.
—Le dije que sabía cazar. He venido a cazar con
ustedes.

—Las damas se quedan aquí en el jardín y los


caballeros irán de cacería —habló Margarite que no quería a
esa niña cerca de Wilburg ni si se trataba de la hija del rey.

—Augusta lo sabe, pero no quiso vestirse como debería,


se siente cómoda de esta manera y lo importante es estar
cómodos y pasarlo bien —justificó Kitty ante la actitud de
Margarite. Era evidente que no soportaba a Augusta, pero
para eso estaba ahí, para defender a su hija si hacía falta.
Capítulo 20
—Pasen, por favor. Siento muchas ganas de mostrarle
al duque nuestra colección de armas y trofeos de caza —
comentó Ernest que estaba poco interesado en tonterías, él
deseaba cazar con su sobrino y el vecino, no ambicionaba
más que eso.

—Me interesa ver eso... —musitó el duque.

—Usted va por aquel lado, mientras que yo le mostraré


mi jardín a la duquesa y a su hija. Vengan, por favor. Mi
jardín es mi orgullo, paso mucho tiempo aquí...

Augusta miró a Wilburg, mientras seguía a su madre y a


la tía del duque. En ese instante, recordó que dejó el
pañuelo y las flores en el carruaje.

—Madre, he olvidado algo en el carruaje —avisó la


joven.

—Siempre y cuando no sea a su perro... —farfulló


Margarite, punzante.

La duquesa miró a su hija y asintió, después se detuvo


a observar a Margarite. Quería decirle muchas cosas, pero
estaba segura de que la amistosa visita dejaría de serlo con
una palabra mal dicha.

—Ve, Augusta, no olvides entregarle eso a su


excelencia, así olvida que casi no cuenta su historia —
musitó de manera provocadora hacia Margarite.

Las mejillas de Augusta se tiñeron de rosa, pues su


madre, en lugar de ayudarla, la estaba inmortalizando en la
memoria de una mujer importante para el duque. Ni si le
obsequiaba un invernadero lograría algo para agradar a esa
dama. Desde que dejó plantado a su excelencia en medio
del salón, sabía que se había ganado a pulso el rechazo de
ella.

Siguió su camino para ir al carruaje y creyó que ya no


encontraría a Wilburg en el lugar en donde se habían
encontrado antes, mas lo vio ahí, de pie, mirando el paisaje.
Ella no quiso interrumpirlo, por lo que decidió que no
llegaría hasta donde él estaba.

—Lady Augusta, ¿no le alegra verme? Supongo que no,


ya que quería que su perro me devorara —dijo Wilburg que
la vio de soslayo.

—Sabía que la introducción que ha hecho con mi padre


era solo un teatro. Es el mejor actor que cualquiera podría
ver.

—¿Mejor actor que usted? No me haga reír.

—Debo ir al carruaje...

—La acompañaré para que esté segura.

—Estaré más segura si usted no se acerca a mí. Por


más que he venido a llevarme bien con usted por mi paz, la
de mi padre y para que me levanten todos mis castigos
impuestos.

—Si hubiera obrado bien desde un principio, no estaría


en esta situación.

Augusta le dio la espalda y fue hacia donde el cochero


había dejado el carruaje.

—Lo dice el que ha iniciado esto provocándome desde


un principio —masculló la joven que giró sobre sus talones
para enfrentar a Wilburg.

—Es cierto, pero yo la estaba apreciando, me parecía


hermosa. Dije muchas cosas que no debería, solo no quería
admitir lo que pasaba.

—¿Y qué pasaba?

—Vi a la mujer más bella del condado y quedé


hechizado. Pese a su impertinencia, debo admitir su belleza
y también que la malignidad puede estar contenida en la
fragilidad de una dama.

Ella dejó de cruzar los brazos bajo el pecho, parecía


sentirse más sosegada al oírlo.

—Gracias por lo que ha dicho, usted no me ha dejado


decirle que goza de mucha gracia en sus facciones.

—Hemos estado peleando mucho, milady, y no hemos


tenido tiempo de conocernos mejor.

—Oiga, esto es muy extraño. Usted no es amable. De


hecho, cuando yo deseo algo soy tan amable como usted y
eso me indica que no pretende nada bueno y me interesa
saber qué es lo que quiere. Sé que lo he avergonzado
públicamente y que también he puesto su vida en riesgo.
Hoy ha hecho que me arrepintiera de mis acciones
conociendo lo que ha pensado de mí.

—¿Y antes no se arrepintió?

—No, porque usted fue grosero conmigo y sentía que


merecía el castigo, ni por más castigada que estuviera se
me hubiera ocurrido arrepentirme.

—Su sinceridad es agobiante, pero me da la razón al


decir que es una criatura malvada. ¿Buscará algo en el
carruaje?

—Sí, he traído algo para usted...

—¿Para mí?

—Antes de que piense mal, mi padre me ha sugerido tal


cosa. No ha nacido de mi corazón, ya que soy frívola y
egoísta.

—Sigue siendo demasiado sincera, pero me agrada.

Sin darse cuenta Wilburg le sonrió y al ver que ella


también lo hizo, desapareció su sonrisa, pues no quería que
Augusta lo viera así, pensaría que le agradaba cuando no
era de esa forma.

La joven abrió la portezuela del carruaje y sacó una


canasta de flores con un pañuelo dentro.

Al distinguir lo que era, el duque quedó atónito. ¿Flores?


¿Flores para un caballero?

—No soy una liebre —comentó Wilburg, contrariado.

—Es lo que le dije a mi padre, pero como le di flores


para ir al baile del barón Zouche, baile que usted arruinó,
creyó que era bueno que le diera algo puro.

—Viniendo de usted no es tan puro. Si usted es sincera,


yo también lo seré. Es una víbora, una arpía malvada y
convenenciera. Me dio la pista para que supiera quién era.

—Mire el pañuelo, bordé su título... Usted insistió en


romper el encanto de la noche.

—Ese engaño le costará caro y lo sabe.

—Lo suponía, pero en mi defensa...


—En su defensa, nada. No hay forma de que usted sea
perdonada. La besé bajo engaños.

—Le dije que quería irme y no quiso.

—Debió gritarme quién era y yo le hubiera dado el


puntapié para que desapareciera más rápido de mi vista.

—Yo quería ser feliz sin que importara nada. Me ha


besado y no puede cambiarlo, quizá se lave la boca mil
veces y no se borrará lo que usted, por voluntad propia,
hizo, siendo que me he negado. En ningún momento fue mi
intención aprovecharme de su ignorancia, más bien, estuve
como estúpida pensando en usted todos estos días. Sabía
que este día llegaría y esperaba mi sentencia, no crea que
no estoy preparada para lo que pudiera venir de su persona.
Somos tan idénticos que yo misma podría idear su plan de
venganza contra mí.

—Es una verdadera sinvergüenza. Sabe que puedo


extender su castigo hasta las estrellas si hace falta al decir
que sale de su casa por la noche y sin permiso, ya que no vi
a sus padres esa noche.

—No esperaría menos de un cobarde. Y bien, ¿le han


gustado mis presentes? —curioseó dándole lo que había
llevado.

—¿Me pregunta eso después de insultarme?

—Perdón, debí haberlo hecho antes para ganarme su


favor. Para la próxima vez lo tendré en cuenta —expresó
sarcástica—. ¿Puedo ir con ustedes de cacería? Prefiero
soportarlo a usted que a su tía que no me tolera.

—No la quiero en la cacería.

—¿Nos arreglaremos hoy o no?


—¡Wilburg! —lo llamó su tío, que al no verlo en el salón
salió a buscarlo en compañía de Albert.

—Al menos debemos tratar de llevarnos bien por hoy —


respondió al verse interrumpido por los otros.

Los dos caballeros se acercaron hasta ellos y vieron lo


que Wilburg tenía en la mano.

—Augusta ha pensado que ese presente es ideal para


usted. La he visto cortando esas flores como si fuera un
bello colibrí —habló el duque.

—Es un detalle que me ha encantado y más el pañuelo


tan blanco como la promesa de paz que me ha hecho
milady...

Los ojos de Augusta salieron de sus cuencas. Ella


estaba a punto de declararle la guerra, pero él no se
quedaba atrás en las provocaciones; sin embargo, la
inteligencia Fane estaba en su ser.

—Es cierto. Su excelencia me ofreció como ofrenda de


paz que pudiéramos cazar juntos. Espero que no los
moleste...

En ese instante el sorprendido era Wilburg. Era


lamentable que no pudiera sacar ventaja de la situación.
Ella era tan astuta como una ardilla. Cada cosa que él decía
era capaz de manipularlo a su antojo. Estaba perdiendo la
batalla de voluntades y de viveza.

—Es... sorprendente —dijo Ernest que aún no creía lo


que escuchaba. Wilburg hacía muchas cosas extrañas por
esa dama.

—Adelantémonos, milord. Dejemos que los jóvenes


hablen, además, quisiera conversar con usted sobre un
asunto particular.

El tío de Wilburg comenzaba a entender lo que quería


decir el duque de Salisbury. Él quería que aquellos dos
convivieran por una razón y por supuesto que sabía cuál
era.

—Considero que son jóvenes inmaduros —comentó


Albert—. Quería pedirle que conversara con su sobrino. Él es
un excelente candidato para Augusta. Sé que tal vez ella no
ha demostrado que puede ser una dama maravillosa, pero
está bien educada, solo le hace falta dejar de lado el orgullo
y al duque también le hace falta un poco de eso. Ambos son
muy orgullosos.

—No quisiera interferir con los gustos de Wilburg. Dije


que jamás lo orillaría a casarse por conveniencia. Su
existencia ha sido un infierno gracias a los padres que ha
tenido. Yo no pienso dejar que sufra por una decisión
absurda que parece conveniente. Él busca una dama
distinta. Siento decirle esto, pero dos personas con el
mismo carácter son incompatibles. Wilburg debe casarse
con alguien mucho más maleable que su hija. Sé que ella es
perfecta ante los ojos de usted, al igual que mi sobrino lo es
ante mí. Espero que entienda lo que quiero decirle sin
sentirse agraviado.

—Lo comprendo a la perfección, pero puedo asegurar


que mi hija es ideal para él. Tiene un corazón de oro por
más que parezca frívola. Admito que he sido un padre
permisivo y que la he consentido más de lo debido. Gracias
a su sobrino comenzó a entender cómo funciona el mundo
real, dejándola fuera de la burbuja que creé para ella. Es
difícil para mí ver cómo se enamora lentamente del duque
de Westwood, lamentaré mucho si este matrimonio no
puede darse.
Albert echó una mirada hacia donde su hija y el duque
iban caminando en silencio uno al lado del otro.

—Es una sinvergüenza...

—¿No me ofrecerá su brazo para caminar?

El reclamo a su educación hizo que él extendiera su


brazo para que caminaran juntos.

Enseguida ella se encaramó a esa extremidad y siguió


su caminata.

—Es agradable caminar por estas tierras, tiene un


paisaje interesante. ¿Prefiere cabalgar o ir a pie? —preguntó
Augusta para darle conversación al duque.

—Prefiero ir a caballo —respondió con acritud.

—¿Qué le parece una carrera? El que gana se queda


con la razón y el que pierde pide perdón igual sin ser
culpable de nada —pronunció Augusta, que hacía trabajar a
su mente a conveniencia propia, pero sin buscar ser
caprichosa, solo quería estar cerca de él. Sabía que no
existía futuro, pero igual lo deseaba. Tendría toda su vida
para recordar ese momento que podría ser agradable.

El duque escuchó con atención la propuesta de


Augusta. No quería dejarla ir de esa manera, quería ver
correr su sangre, pero al parecer ella no quería seguir el
mismo juego. Tal vez se aburrió de jugar con un espejo.

—Todavía me debe el engaño del baile de máscaras.

—No quise hacerlo, solo quería bailar y divertirme como


no pude hacerlo antes. Me sorprendió encontrarlo ahí. Lo
reconocí muy rápido, pues su porte tan distinguido es
imposible pasarlo por alto.
—¿Lo dice en serio o se está burlando?

—Hasta el cuestionamiento ofende, su excelencia. No


está bien visto que hable de su atractivo, pero debo admitir
que la naturaleza ha sido generosa con usted. Su cabello es
tan reconocible para mí, que podría distinguirlo a millas de
distancia.

—No quiero creerle, lady Augusta, usted es una arpía.

—Lo sé, pero no debería condenarme sin conocerme...


¿Qué tonterías estoy diciendo? Quizá los castigos de la
señora Smith estén dando resultado y las estiradas de oreja
aflojaran mi cerebro. No soy tan mala como cree.

—¿Le han estirado de la oreja?

—He sido torturada por mis malos actos. Pensé que


perdería el amor de mi padre y he tenido un gran susto.
¿Qué haría sin su apoyo y sin su afecto? No crea que solo
usted es vulnerable. Sin mi familia, no soy nadie. Puedo ser
malvada, pero sin ellos me quedo como una pequeña
hormiga. El objetivo de mi vida es tener un buen
matrimonio y que este sea por amor.
Capítulo 21
Augusta se vio en la necesidad de decir aquello, ya que
el duque no pensaba bajarse de su burro. Ella sabía que él
la consideraba bella y el duque también sabía que lo
consideraba atractivo. Creía que eso podría ser suficiente
para mantener la paz. Podría continuar peleando con él
hasta que se casara con alguien, pero no le veía sentido
seguir con algo que no la llevaría a ningún lugar.

—No quise engañarlo en ningún momento, espero que


eso le quede claro —repitió Augusta para que Wilburg
pudiera fijar esa idea en su cabeza.

—Me cuesta creerle y, de hecho, no le creo una sola


palabra.

—Entonces haga como que nunca antes nos conocimos


y que somos vecinos que compartirán un momento
obligados. Solo hay que ser agradables, es lo que dice la
señora Smith y que no deja de repetir.

—Y no veo la razón por la que pueda estar repitiendo


eso —dijo Wilburg con una risa sarcástica adornando su
rostro.

—Es comprensible su burla. Sé que quizá nos volvamos


a encontrar algún día, pero lo mejor es que no sigamos en
estos términos. Escuche, estoy siendo conciliadora, ¿sí?
Podríamos pelearnos toda la vida siendo que somos muy
parecidos. Solo quiero recuperar mi vida y ser feliz. Tengo a
mi futuro esposo esperando a que lo encuentre en Londres,
no puedo perder el tiempo jugando a los enemigos con
usted, que es un caballero entrado en años.
—¿Cómo que entrado en años? Todavía soy muy joven.

—No lo sé, quizá lo que hay entre sus cabellos no sea


solo el color rubio, tal vez un par de canas pueden aparecer.
Además, tiene algunas arrugas cerca de los ojos.

—¿Quiere la paz o prefiere iniciar una batalla más?

—En verdad lo intento, pero es que usted no coopera.


En fin, lo he intentado, haga lo que le parezca más
conveniente —glosó Augusta.

El capricho no dejaba en paz al duque, pero era


desconfiado después de lo que había ocurrido, primero el
perro y después el engaño. ¿Cómo no desconfiar? Él quería
su venganza, por más pequeña que pudiera ser y ese día la
tomaría.

—Iremos a cazar y después usted y yo nos debatiremos


en la carrera que propuso para saber quién tendría la razón.
Zanjaremos esto de esa manera, nos trataremos con
respeto en Londres.

Ella le entregó una sonrisa de conformidad.

Siguieron al tío y al padre de Augusta hasta las


caballerizas, en donde ya estaban puestas algunas armas
para que pudieran cogerlas. Albert había llevado la suya y la
de su hija. También, cogieron sus capas de cacería para
partir.

Antes de subir al caballo, Albert quiso ayudar a


Augusta, pero Wilburg se adelantó y la cogió de la cintura
para colocarla en la silla. El contacto entre los dos era algo
que solo ellos podían entender. Sus miradas se cruzaron
como comunicándose sobre sus emociones.
La joven sentía que el contacto de Wilburg la quemaba.
Sentía como el fuego subía por su pecho para hacer que ella
se sonrojara. Eso no la ayudaba a mantener una distancia
amable con él. La tentaba y Augusta no quería caer, pues
no quería pensar como su padre, tenía claro que entre ellos
el amor sería algo difícil. Él la tenía en un concepto que
quizá fuera irremediable, a lo único que podía aspirar en ese
instante era a que no hablara mal de ella para lograr
casarse con alguien que la adorara.

—Gracias —articuló.

Wilburg no quiso sonreír ante aquella victoria de tocar a


la joven. ¿Qué clase de venganza era entrar en un círculo
vicioso como el acercamiento? Augusta le atraía y no podía
negarlo, pero esos sentimientos eran prohibidos porque
eran parecidos y nada bueno se podía esperar de ellos.

Los caballeros se montaron en sus caballos y


comenzaron a conversar, mientras dejaban a Augusta sola
con sus pensamientos.

—¿Iremos cerca del arroyo? —preguntó Albert.

—Sí. Hay una gran abertura bajando un poco por ahí —


señaló Ernest—. Ahí suelen ir los otros. Será una buena
oportunidad para emboscarlos.

—¿Y las perdices? —curioseó Augusta. Ella creía que los


caballeros la ignoraban con el firme propósito de que se
arrepintiera y regresara a beber té con las damas.

—Están un poco más escondidas, les gustan los


arbustos. Es el refugio contra sus depredadores —respondió
Wilburg. Sin darse cuenta, él pensaba en acapararla.

—¿Quieres perdices, Augusta? Ve a por ellas. Al duque


no le molestará indicarte el lugar en donde puedes hallarlas
—dijo Albert que estaba al borde de regalar a su hija con
ese hombre. Definitivamente, su padre era un casamentero.

—Será un placer enseñarle las perdices y otras aves a


milady —replicó sonriente—. ¿Me acompaña?

Por supuesto que sí, iría para sufrir como una verdadera
tonta. Le encantaban los problemas, por eso daría un paseo
a solas con él.

—Es mejor que permanezcan con nosotros —musitó


Ernest, que no quería dar pie a situaciones que
comprometieran a su sobrino en un futuro. Cualquier cosa
que le ocurriera a la joven podría ser su culpa.

—Me encargaré de que ningún coyote devore a milady.

—El que tiene más posibilidades de ser devorado es


usted, su excelencia —farfulló Augusta, burlona.

Él no pudo evitar sonreír. Lo que intentaba evitar con


ella, lo comenzaba a consumir lentamente. No quería
entregarle sus sonrisas porque no la creía digna; sin
embargo, Augusta era tan caótica y excéntrica que eso lo
mantenían interesado en acercarse. Debería estar pensando
en cosas malas y en hacerle daño, pero lo que deseaba era
poder estar solos.

Ellos se alejaron del duque y del tío de Wilburg para ir a


por las perdices.

—¿No cree que su padre me da demasiada confianza?


—indagó Wilburg para tener una conversación con ella.

—¿Es lo que cree? Deje que lo saque de su error.

—¿Por qué?
—Él cree que conseguirá un esposo para mí.

—¿Y quién sería tan tonto para casarse con usted?

—Pues él espera que ese tonto sea usted. ¿Qué le


parece? Tiene las esperanzas puestas en que seré duquesa
porque nuestra situación le recuerda a la de mi madre con
él.

—¿Sus padres se han odiado alguna vez?

—Sí, antes de casarse. Ella no podía ver lo encantador


que era mi padre en compañía de sus perros. Al igual que
usted no nota mi encanto...

Wilburg no pudo evitar echarse una sonora carcajada


por lo que ella decía. ¿De dónde había salido tan ocurrente
mujer?

—Puede burlarse todo lo que quiera, pero es verdad. Le


he dado flores y un pañuelo, ¿quién más haría eso? —siguió
Augusta.

—¿Quién más me enviaría a su perro? Supongo que el


afecto que me tiene es demasiado. Mi tío me contó la
historia de sus padres y yo había dicho que el duque había
obligado a la dama para casarse a punta de una jauría de
perros.

—Cásese conmigo o la devorarán... Es lo mismo que


pensaba cuando era pequeña. —Rio Augusta—. No he
considerado que pueda ser una mala idea.

—No preguntaré si sería capaz de tal cosa, porque, sin


duda, la respuesta podría confirmar mis sospechas.

—¿No quiere que lo obligue a casarse conmigo? Tengo


cinco perros a los que podría soltar para que lo busquen si
se niega —bromeó.

—No estoy tan desesperado por casarme. Sin duda


usted sería la última mujer en mi lista. No se ofenda, pero
sé que entiende mis razones y tiene grandes fauces.

Ella alzó los hombros para restarle importancia, aunque


no podía decir que lo que escuchó no le dolía, ya que no era
correspondida en sus emociones hacia él.

—Es entendible. ¿Está seguro de que soy la última?

—Sí.

—Está bien, he insistido lo suficiente. Ahora, tenga


cuidado de que el corazón de una dama pudiera ofenderse,
pues tengo un arma y en este momento una perdiz va a
caballo.

—Debería usar un monóculo para evitar confundirse y


dar el tiro equivocado.

—Era un chascarrillo, no soy capaz de matar a nadie,


aunque lo parezca.

La decepción no la dejaba levantarse. Le entusiasmaba


cazar en su compañía, pero el duque solo parecía
despreciarla. Ella era una mujer de alcurnia, no debería
estar rogando por un poco de su atención, entendió que no
había forma de que alguna vez pudieran llegar a un
acuerdo.

El duque hacía lo que debía y eso significaba conservar


una distancia saludable con su acompañante, ya que ella no
era la mujer adecuada para su vida y él lo entendía como
tal. También, comprendía que ella tenía algo especial que lo
dejaba pensando. Sus deseos de venganza se veían
afectados por el humor sarcástico y ácido de Augusta, ya
que le gustaba cómo era. No pudo evitar reír a carcajada
suelta porque todo lo que decía la joven era interesante y
gracioso, por más que fuera en contra de él o que lo usara
como la comidilla.

—Hemos llegado. Debemos dejar aquí los caballos y


caminar con sigilo para no espantarlos —pronunció Wilburg
que bajó de su caballo y lo ató a un árbol.

Augusta estaba a punto de hacer lo mismo que él, pero


Wilburg lo impidió.

—La ayudaré...

—Ni siquiera debería molestarse. Es una simple y


absurda cortesía que no sienta.

—Insisto.

La cogió de la cintura y la bajó muy cerca de su cuerpo.


Aprovechaba cada oportunidad para acercarse a ella
haciendo caso omiso a su mente que le decía que se alejara
de esa serpiente enroscada que esperaba una oportunidad
para darle una mordida que lo dejaría muerto o desfallecido.

La joven se sonrojó y se quedó cerca de él, quien


rompió el contacto fue el duque. Se sintió huérfana al
instante, parecía que se acercaba y se alejaba con el
propósito de hacerla sufrir con su acercamiento. Después
ella cogió su arma y se alejó de Wilburg para tomar su
propio camino de cacería, como acostumbraba al salir con
su padre.

Fue sigilosa y escogió un lugar en el cual quedarse a


esperar el momento exacto para cazar perdices. Debía ser
rápida para tal efecto. Una vez que identificó a la víctima y
la oportunidad perfecta, apuntó su arma, cerró un ojo y
halló el blanco. Tenía el dedo sobre el gatillo, a punto de
percutir; sin embargo, una piedra en el agua hizo que todas
las perdices que estaban bebiendo el líquido se escaparan
de todas las maneras posibles. Ella miró hacia un costado y
vio al duque arrojando piedras en el lugar. Juraba que lo
había hecho a propósito.

—¿Por qué hizo eso? Estuve a punto de dispararle a una


perdiz y tenía a la segunda casi en mi plato —masculló
dejando su escondite con premura para increparlo.

—Lo hice con la peor intención del mundo. Merece un


poco de mi maldad.

—¡Grrr! No es posible que se ponga al nivel de una niña


como yo, usted es un hombre, un varón, ¡un duque! ¿Me
considera tan importante para ser su rival?

—¿Usted? ¿Importante? Nunca vi nadie más


insignificante que su persona.

Con pésimo ánimo fue y le dio un golpe en el pecho con


la palma abierta, entonces, Wilburg la cogió de ambas
muñecas hasta hacer que ella soltara el arma que llevaba.

—Que sea la primera y última vez que se atreve a


intentar levantarme la mano. No por ser un caballero dejaré
que me trate de esta manera.

—¡Suélteme, patán! Dígale a mi padre que regresé a mi


casa —expresó intentando soltarse, pero él era más fuerte
que ella.

—Usted se quedará aquí para pagar todas sus


maldades, lady Augusta. —Después de decir eso, él se
apoderó de los labios de la joven, mientras ella quería
zafarse de su agarre.
Estaba enfadada por lo que había hecho Wilburg. Podía
jurar que lo odiaba, pero no debía seguir albergando
rencores hacia él. Prácticamente, habían aclarado las cosas,
no se soportaban y no había más que hacer ni qué decir. Sin
embargo, aquel beso volvía a hacer mella dentro de ella.
Era como mantener con vida a alguien que debía morir. Eso
que los unía no era más que algo para que el duque de
Westwood siguiera deseando ser el ganador de la puja entre
ellos. No se resignaba a perder.
Capítulo 22
Por más que buscaba no darle el gusto al duque, ella
cedió ante el beso y lo apretó contra su cuerpo para
disfrutar aún más. Si este hombre la hacía sufrir, al menos
quitaría un poco de rédito de lo que ocurría entre ambos, la
satisfacción era un pago por los desplantes del duque.

A él le sorprendió que ella se tomara aquella libertad


con él, pero no le molestaba, más bien lo disfrutaba. No
estaba acostumbrado a pelear con una mujer y después
besarla, mas con Augusta todo era excepcional.

El sonido de un disparo hizo que ambos se separaran.

—Genial. Gracias a su tontería ahora vamos en


desventaja contra su tío y mi padre —espetó cogiendo su
arma que gracias a la violencia del duque había dejado caer.

—Esto no se trata de una competencia, milady.

—Probablemente para alguien sin ambiciones esto sea


solo una cacería. Ahora ya no podremos coger una sola
perdiz en esta zona. Las que quedaron cerca ya debieron
irse. Bien... ¿qué más nos queda por hacer aquí? ¿Sabe
recoger bayas?

—¿No sabe cazar otras cosas?

—Por supuesto que sí, pero si usted va a boicotear mi


cacería, no le veo sentido a esforzarme. Lo más seguro es
que no espante a las bayas.

—Lo único que me gusta de usted es su sentido del


humor.
—Si es todo lo que le gusta, ¿para qué me besa?

—Para hacerla pagar. Es una tortura.

—¿Para usted o para mí? Porque déjeme decirle que yo


lo he disfrutado, así que para mí no es una tortura. Busque
algo que en verdad me haga daño, pero es difícil que lo
consiga.

—Sabía que yo le gustaba.

—No es ningún secreto que es agraciado, ya se lo he


dicho, pero como usted solo recuerda lo conveniente, se
olvida de lo importante. Quédese aquí y deje que la gente
que sabe se encargue de la cacería. No me desconcentre.

Él vio a Augusta que se alejaba hacia un pequeño


bosquecillo. ¿Acaso lo había llamado inexperto? Pues no era
ningún improvisado en este asunto. ¿Quién se creía ella
para decirle semejante tontería? Él la había provocado,
necesitaba ser malicioso y por eso había arrojado las rocas
al agua para que se quedara como una tonta escondida ahí,
pero al verla tan molesta, se le había ocurrido calmarla con
un beso. Era bella cuando se enojaba, parecía un pajarito
tratando de espantar a un halcón. Ni siquiera la había
inmutado en su afán de molestarla, es más, le había
confesado que disfrutó del beso. Eso era descarado en el
sentido más amplio de la palabra. No tenía vergüenza de
decir eso siendo una dama, hija de una excelente familia.
Debía tener la mejor educación del mundo, pero ella
prefería hablar como aparecían las cosas en su cabeza.

Dejó que ella se fuera, había tenido un pequeño


instante de retribución al molestarla, era suficiente para él,
por el momento.
Pese a que Augusta dijo que se alejaba para cazar, en
realidad lo hacía para descansar sus emociones, ya que, si
se quedaba más tiempo, seguiría arruinándose frente a
Wilburg, que no buscaba más que humillarla de una manera
en la que no pudiera levantarse más adelante. No obstante,
a ella no le sorprendía nada de lo que hacía porque suponía
que nada bueno podía venir de él.

Mientras trataba de hallar la paz, ella encontró la


oportunidad de alzarse con una perdiz que estaba distraída.
No dudó mucho tiempo en disparar y hacerse con el ave.
Cazar le producía mucho orgullo. Tenía una bolsa arpillera
para juntar lo que cazaba. Cogió el animal y lo colocó ahí.
De pronto vio que el duque corría hacia ella como si
estuviera asustado.

—¿Se encuentra bien? —cuestionó el duque.

—Sí, he cazado una perdiz. Ni crea que se la voy a dar


para que se jacte de ella, busque sus propias aves.

—Al menos no se disparó en el pie, pensé que se le


había escapado un balazo y estaba agonizando aquí.

—Lo único que agoniza es mi perdiz. No soy una inútil


para dispararme en el pie. Mi padre no crio a una tonta. ¿Ya
ha cazado algo o quiere evitarse la fatiga con mi presa?

—¿Para qué querría yo su escuálida ave? Iré a por un


venado.

—Mucha suerte con eso... Lo esperaré aquí mismo en


una hora para nuestra carrera.

—Aquí estaré.

Esa hora que habían pactado llegó muy pronto y para


ese entonces, la joven ya tenía tres perdices y bayas
silvestres que había cosechado. Se sentó a esperar al
duque.

Lo vio llegar con las manos vacías y sonrió.

—No sabía que los venados en su propiedad eran


invisibles —dijo burlona.

—Ja, ja, ja... qué graciosa —replicó con gestos


sentándose a su lado—. No he tenido suerte, es todo.

—Pero si hubiera sido yo quien no cazaba, usted estaría


bebiendo mi sangre en una copa, moriría condenada a sus
burlas.

Él suspiró.

—Tiene razón, es cierto, la destrozaría sin compasión.

—Entonces, tengo derecho a burlarme de su afirmación.

—Lo mejor es que ate su bolsa a su caballo y lo haga


con fuerza, ya que correremos mucho.

—¿Me ayuda con mi bolsa? Pesa un poco después de mi


fructífera cacería.

El duque volteó los ojos, molesto, por la actitud


insidiosa de la dama. Todo era su culpa.

—No volveré a cazar con usted —se quejó el duque.

—Es comprensible y humillante. ¿Quiere que comparta


mi victoria con usted para que los demás no sepan que no
ha cazado? Somos un equipo, ¿o no?

—No. Somos enemigos.


—Oh, qué palabra tan fuerte. Si no quiere compartir, no
habrá inconveniente. Para que no se sienta tan mal le daré
la victoria en los caballos. No me gusta verlo perder, parece
un niño caprichoso, así como mi hermano.

—¿Se está justificando antes de perder?

—No, no quiero golpear su ego ya vapuleado por la falta


de presas. Puedo ser amable y compasiva. No todo es malo
conmigo por más que quieran demonizarme. Tal vez a la
gente algún día le interese conocerme y no solo juzgarme.

Wilburg la ayudó con su bolsa y él mismo se aseguró de


atarla con fuerza a la silla de montar para que la joven no
perdiera su cacería. Debería arrojar aquello a un caimán,
pero eso solo demostraría que no sabía lidiar con la
frustración. Era un hombre de más de treinta años que
peleaba con una cría de dieciocho, de hecho, ni siquiera
sabía si tenía esa edad.

—Haga su mejor esfuerzo —mandó Wilburg, esperando


que ella le diera la mano para ayudarla a subir al caballo.

—Lo haré, pero claramente su caballo es superior al que


yo usaré. Mi padre tiene muchos caballos y me ha enseñado
sobre ellos. —Augusta le entregó su mano y se impulsó para
quedar al lomo del animal.

—La destreza del jinete es la que decidirá quién ganará


este duelo.

—La destreza y su caballo preparado para eso. No


pelearé por lo evidente, daré lo mejor de mí, no se descuide.

Después de ayudarla, el duque subió a su caballo y


señaló al horizonte.
—La carrera será hasta allá. Quien llegue primero será
el ganador de nuestros conflictos, sin importar que pueda o
no tener la razón —declaró Wilburg.

La joven solo deseaba que eso ocurriera y que la paz


reinara entre ellos. Para su mala fortuna no podían correr el
tiempo atrás y volver a empezar.

—La ansiedad me consume por resolver este asunto.

Los dos se miraron mientras que Wilburg iniciaba el


conteo. Estaban en posición para sacarle fuego a esos
caballos si hacía falta para que uno de ellos ganara.

—¡Ahora! —ordenó el duque que azuzó a su caballo con


presteza. Él sí estaba dispuesto a ganar algo ese día, sin
importar lo que fuera la recompensa.

En cambio, Augusta no tenía interés alguno en ganar.


Ella ya había decidido lo que deseaba y estaba satisfecha
con haber besado a ese hombre. Había visto a una
generación de mujeres Fane atravesar el camino del
matrimonio, sabía lo que quería y eso era lo que debía
percibir. Un beso del duque solo podía quedar como un
recuerdo de lo que pudo ser, pero no fue. Pese a su
inmadurez, sabía a la perfección qué tipo de hombre
deseaba y parte de esa búsqueda estaba basada en los
varones de su familia: aguerridos, románticos y
consentidores. Eran diferentes, pero coincidían en esas
cosas. Ella no podía decepcionar encaprichándose con
alguien que jamás la vería como algo valioso.
Lamentablemente, sus ojos habían escogido mal y su mente
debía hacer el trabajo de desechar lo que no servía.

Respecto a la carrera, ella sabía que sus posibilidades


de ganar eran pocas porque el caballo del duque era uno
dotado de altas capacidades, criado para carreras, en
cambio, la yegua que le habían proporcionado era noble,
pero no era capaz de rendir de la misma manera que uno
que había sido preparado para el fin particular como las
carreras.

La ventaja que le sacaba el duque no era mucha, pero


sí evidente. Ganaría porque él lo había decidido, pero en el
fondo ella sabía que era la ganadora indiscutible de la lucha
de temperamentos. Por más que seguía espoleando a su
caballo, ella lo hacía solo por el ánimo de competir, aunque
no parecía ser tan apasionada como ese caballero. Él sí
parecía necesitar esa victoria.

El duque ni siquiera miró hacia donde debería estar


Augusta, estaba concentrado en sus esfuerzos por ganar. No
sabía si merecía una victoria, pero no era lo mismo merecer
que necesitar. Su ego se encontraba un poco maltratado
desde que conoció a Augusta. Ella sí que no se andaba con
rodeos. Él recordaba a su madre como alguien terca, necia y
testaruda, que no dejaba de creer que tenía la razón, pero
la joven con la que se debatía en plena carrera tomaba al
toro por los cuernos y no le importaba ceder o exterminar
para conseguir lo que quería. Era admirable por más que no
debería serlo.

Cuando llegaron hasta la que sería la meta, su caballo


fue el primero en estar ahí por una cabeza, tampoco era por
mucho. Disminuyó la corrida del animal hasta que este giró
para buscar a la joven que estaba haciendo lo mismo que
él.

—He ganado —anunció.

—Sí, lo ha hecho. Soy una persona respetable y


cumpliré mi palabra... Es un trato. Me alegra saber que
entre nosotros ya no existe ningún conflicto, podré salir por
el bosque en compañía de Silvester sin temor a ordenarle
que se lo coma.

—Debería considerar la idea de sacrificar a ese animal


tan peligroso.

—Usted es más peligroso que él. Ahora estamos en paz,


no pelearé más. —Ella extendió su mano para que él la
cogiera, pero el duque la miró como si estuviera loca—.
¿Qué?

—No es la forma de dar una felicitación por parte de


una dama, pero la aceptaré. —Él correspondió a ese
acercamiento, aunque le parecía insuficiente.

—¿Y cuál es la forma según usted?

Wilburg le estiró la mano casi haciendo que ella cayera


del caballo, solo para acercarla a su boca y poder besarla
otra vez.

Ella se sujetó de las prendas de Wilburg con su mano


libre. Lo que él había hecho la tomó por sorpresa. No
imaginó que la besaría hasta el punto de dejarla sin aliento.
Cada vez que se besaban eso se convertía en una tortura
mayor, ya que como mujer entendía que ellas eran más
sentimentales que un caballero que actuaba por impulso y
por el simple hecho de desear algo. Él no parecía entender
que cada vez que ellos acercaban sus labios, más difícil se
hacía el hecho de afrontar que sus caminos estaban
destinados a estar separados, al menos para ella; sin
embargo, él no tenía sentimientos con respecto a eso.

Logró separarse del duque para poder colocarse


correctamente.

—Si no va a proponerme matrimonio algún día, no


vuelva a besarme. No sé qué damas frecuenta, pero no
ando besando a la gente por el mundo.

—No me casaré con usted jamás, solo quiero


divertirme, ¿eso le sirve?
Capítulo 23
Merecía que lo golpeara por su grosería, pero eso sería
iniciar un conflicto nuevo y no estaba interesada en un
desgaste de esa envergadura.

—Me alegra saberlo. Ahora debemos regresar, quiero


presumir mi cacería a mi padre y a su tío —dijo para que él
no se diera cuenta de su decepción. Cada vez le dolía y le
molestaba más la falta de sutileza del duque. No sabía cuál
era el problema, si ella era muy sensible, los castigos la
habían ablandado o simplemente estaba enamorada.

—Al menos usted puede presumir de algo, yo no he


traído nada —recordó el duque.

—Le ha ganado a una dama, puede presumir eso.

Augusta azuzó al caballo para regresar a la residencia


de los parientes del duque.

Él, mientras tanto, se quedó en aquel sitio evaluando lo


que ella le había dicho. Negó con la cabeza después de
darse cuenta de que Augusta se había burlado de su
persona, pues no era de caballeros ganarle a una dama.
Siempre lo tenía planeado, no daba un paso sin que
estuviera calculado. Eso le resultaba aún más insoportable,
su victoria no era una victoria real, era solo una estupidez,
aunque era válido entre los dos, ya que se habían dado el
saludo de la paz, que a ella no pareció agradarle tanto. Él
quería besarla, se le antojó, pero la joven no quería
participar en su felicidad, pese a que le correspondía cada
vez que se besaban. No sabía si quería hacerle daño o
disfrutar. Para esas alturas su mente estaba confundida.
Hizo el esfuerzo para alcanzarla y lo logró. No lo había
aventajado demasiado. No le dirigió la palabra hasta llegar a
la residencia. Prefería ese silencio entre los dos, lo
necesitaban. Una vez en el lugar, su tío y el duque de
Salisbury estaban entregando sus armas y caballos a los
mozos.

—He oído un par de disparos —comentó el tío de


Wilburg.

Albert se fijó en el caballo de su hija, al parecer ella hizo


lo que no debía: cazar.

—¿Qué han traído? —preguntó Albert al verlos


descender del caballo. Esta vez él ayudó a Augusta a bajar.

—Perdices, padre. No ha sido difícil —respondió la joven


—, y también unas bayas. Espero que le sirvan para una
compota.

—Las perdices las ha cazado ella sola —contó Wilburg.

—¿Cómo que las ha cazado ella? Oh, entiendo —habló


el tío de Wilburg que creía que su sobrino le había dado a la
joven todo lo que él había cogido.

—Sí, y pudieron ser más si no ocurría un pequeño


problema de una desafortunada piedra en el agua —siguió
Wilburg.

—Augusta...

—Padre...

—Necesito conversar contigo —pidió Albert.

—Y yo contigo, Wilburg... —aseguró su tío tocando su


hombro.
El duque de Salisbury y Augusta se apartaron del resto
y caminaron fuera de las caballerizas.

—Augusta...

—¿Qué hice ahora?

—Cazaste.

—¿No era eso lo que debía hacer en una cacería?

—No debiste demostrar tus habilidades. El duque


debería haber creído que yo solo exageraba o que te
alentaba.

—¿Por qué? Padre, usted pretendía que...

—No pretendía nada en particular más que fueras


encantadora, pero eso es mucho pedir si llevas el apellido
Fane en algún lugar de tu nombre.

—¿Me envió a solas con él para que yo lo conquistara?


Me avergüenza lo que ha hecho. Su estimado candidato no
ha hecho más que rechazarme mil veces, ¿pretende seguir
humillándome y pisoteando mi nombre? Conmigo no
cuente. Prefiero ser soltera que vivir de esta manera, para
agradar a un patán solo porque usted cree que yo merezco
un duque. Padre, merezco alguien que me quiera y que me
trate bien. Está cegado por su título y por revivir algo que
no es igual. Entre mi madre y usted hay algo especial, entre
el duque y yo no hay nada. Al menos llegamos a un
acuerdo. Lo mejor es que dejemos este lugar y por dignidad
regresemos a casa.

—Estoy seguro de que exageras, pero no puedo


obligarte a contraer matrimonio con alguien que a mí me
agrada y a ti no.
—Padre, no es cuestión de que él no me agrade, el
problema es que yo no le agrado. No podemos hacer nada
más que recoger nuestras cosas e irnos o quizá es mejor
que cumpla con lo que ha dicho que hará aquí y nunca más
nos vuelvan a ver. Quiero irme a Londres.

—El saldo de mis meses aquí solo serán de un pato y


dos perdices... Espero que el año próximo pueda ser mejor.
Invitaré a Spencer y a los demás. No quiero regresar a
Londres todavía.

—Puedo pasar mi cumpleaños aquí y aprovecha para


invitar al tío Clifford y cazan juntos o tal vez me deje ir a
casa de mi tío Spencer.

—¿Piensas que le tocarás el corazón? Él es capaz de


enviarte aquí con un grito.

—Soy consciente, pero prometo portarme bien.

—Eso ni siquiera tú lo crees. Volvamos junto a los


anfitriones, haremos lo posible por no hacer que este día
esté desperdiciado.

—Vaya por mis cosas y yo iré a por mi madre.

Todavía en las caballerizas, Ernest quería saber lo que


había ocurrido.

—Entonces tú no has cazado nada, Wilburg.

—No lo hice, estuve ocupado arruinando la cacería de


lady Augusta.

—No puedo creerlo. Eres rencoroso, pero es


conveniente que lo seas para evitar que el duque quiera
que te cases con su hija. Me ha dicho sus intenciones
mientras estábamos solos.
—Se quedará en intenciones, porque yo no tengo
interés en una niña como esa que piensa que merece el
mundo por ser la hija de un duque. Lo que merece es ser
una solterona. No es lo que espero para una esposa, no está
a la altura...

El duque de Salisbury que estaba llegando a las


caballerizas escuchó todo lo que ese hombre había dicho de
Augusta. Había estado ciego y en ese momento se
encontraba verdaderamente indignado. Cuando el duque de
Westwood se diera cuenta de que Augusta era la indicada,
nunca le daría su mano. Haría lo posible por encontrarle un
buen matrimonio.

Lamentaba no haber creído las palabras de su hija, pero


todavía estaba a tiempo de hacer lo correcto. Fingiría una
sonrisa y eso sería todo, aunque no sabía si podría hacerlo
alguna vez. Se le había quedado atorado lo que escuchó de
los mismos labios del duque.

Cogió valor y se acercó a los caballeros.

—Me temo que esta jornada tan pacífica llega a su fin —


pronunció Albert.

—¿Ha tenido un contratiempo? —indagó Ernest.

—Sí, uno muy pequeño, pero que me molesta mucho —


respondió al borde de estallar.

—¿Y qué puede ser eso? —curioseó Wilburg.

—Y todavía lo pregunta... —Albert no pudo contenerse y


se acercó a Wilburg que era de la misma estatura que él. No
temía que pudiera ser más joven y fuerte. Sentía tanta rabia
que podría enfrentarse a un ejército de jóvenes. Lo cogió de
las prendas y lo colocó contra un pilar de las caballerizas—.
No vuelva a acercarse a Augusta para despreciarla.
Sorprendido por el repentino ataque del duque, Wilburg
se dispuso a responder.

—No sé qué le ha dicho su hija, pero...

—¡Ella no me ha dicho nada! ¡Los he oído y eso es


suficiente para mí! Voy a desfigurarle la cara si vuelve a
expresarse de esa manera de una dama, de mi hija, maldita
cucaracha con título.

—Ya sé de dónde saca los insultos su hija.

—Tengo más insultos si le interesa y ella cuenta con


más repertorio que yo. Lamento haber considerado que
usted era digno de amarla alguna vez. Me vi reflejado en
usted durante mis años aquí, pero veo que no nos
parecemos en nada. Le advierto que, si llega a decir algo
malo de mi hija en Londres para truncar sus sueños, no
dude que no solo lo aplastaré con mi buen nombre, sino que
barreré el mercado con usted utilizando mi influencia. No
me quiere de enemigo, se lo aseguro, ya que mis perros
descuartizándolo será algo gustoso para usted en
comparación a lo que puedo hacer por amor a mi hija.

El duque de Salisbury arrojó a Wilburg con fuerza contra


el pilar y después se retiró.

—No sé si es bueno o malo, pero a tu tía le gustará esto


—aseguró el tío de Wilburg.

Él tampoco sabía si era bueno o malo que le advirtieran


eso. Debió devolverle esa cortesía al duque con un
empujón, pero lo vio tan enfadado que prefirió callar, ya que
podría terminar en una situación peor y mucho más
complicada de lo que ya era.

—Tampoco sé qué significa a ciencia exacta, pero


considero que no volveré a ver a lady Augusta.
La joven llegó junto a su madre que estaba con la tía de
Wilburg y la vio bastante distraída con las cosas que
conversaban sobre las flores que recogían en el jardín.

—Madre... —llamó Augusta.

—¿Han regresado todos o tú no quisiste continuar? —


preguntó Kitty.

—Hemos regresado. Los demás están en las


caballerizas.

—Supongo que nos espera un gran festín de todo lo que


han cazado —dijo Margarite.

—Kitty... —pronunció el duque en voz alta—. Nos


iremos.

—¿Cómo que nos iremos?

—Nos vamos ahora —sentenció Albert.

—¿Qué está ocurriendo? —inquirió la tía de Wilburg.

—Descuide, milady, en algún momento regresará mi


esposa para lo que estaban haciendo. Ahora me urge no ver
a su sobrino.

—¡Oh! —expresó la mujer más confundida que antes.

—Padre, todo estaba bien...

—Nada está bien. Vayan al carruaje. Agradezco por el


recibimiento que nos hizo, lady Margarite, pero no nos
quedaremos en donde no solo ensucian mi buen nombre
insultando a mi hija, sino que lo hacen escondidos como
ratas.
Kitty y Augusta apresuraron su despedida y fueron
hacia donde estaba el carruaje.

—¿Qué le has dicho a tu padre? —increpó Kitty.

—No le he dicho nada, madre. A él no le gustó que yo


cazara y que el duque llegara con las manos vacías, pero
eso no es mi culpa. Le juro que él estaba bien después de
que conversáramos... No comprendo.

Las dos solo obedecieron, pues Albert no estaba con


ánimos de ponerse a explicar nada, al menos no en ese
momento en el que se encontraba muy irritable.

Una vez que los tres estuvieron en el carruaje y los


sirvientes colocaron sus pertenencias ahí, ellos partieron.

—¿Ahora sí puedes explicarnos la razón por la que te


comportas así? Has sido grosero, Albert —reprochó la
duquesa.

—Pues no me quedaré en casa de alguien que cree que


Augusta no está a su altura. Pese a que se supone que
quedaron en buenos términos, ese hombre habló mal a sus
espaldas. No le creí a Augusta y la castigué sin una causa
justa, solo juzgándola por ser una joven caprichosa y
egoísta, pero eso estaba muy lejos de ser así. Ella lo dijo y
no le creímos. También la obligué a irse a solas con él. En
verdad, creí que era alguien que podría hacer feliz a
Augusta.

—¿Dejaste ir a Augusta sola con el duque


comprometiendo su reputación?

—Sí.

—¡Qué clase de padre eres para hacer semejante


tontería! Spencer jamás lo hubiera permitido. ¿Te pareció la
salida más sencilla mancillar el nombre de tu hija? ¡Eres un
duque, maldición! ¡Puedes conseguir lo que quieras e
incluso a un mejor candidato que este!

—Madre...

—No le ha ocurrido nada. Por considerarla tan poca


cosa, ni siquiera fue capaz de ser un caballero.

—¿Alguien va a tener la decencia de escuchar lo que


tengo que decir? —interpeló Augusta—. Lo importante es
que mi padre se ha dado cuenta de las cosas. Ahora me
devolverá lo que me ha quitado injustamente. No se
preocupen por mí, esta experiencia me ha enriquecido. Tal
vez tenga golpeado el orgullo, pero no he perdido nada
valioso. Conocer a este caballero me ha hecho ver la
búsqueda del matrimonio de otra manera y que quizá no
exista el hombre romántico y consentidor con el que
soñaba. Mis expectativas son muy altas para lo que el
mercado matrimonial me puede ofrecer.

Ella tenía parte del corazón resquebrajado, pues


lastimosamente creía haberse enamorado de la persona
equivocada.
Capítulo 24
Wilburg vio que la familia del duque se retiraba
raudamente de la residencia de sus tíos. No le quedaba
mucho por hacer más que festejar su suerte. Ya no tendría
que seguir pensando en Augusta, porque sentía que tenía
prohibido pensarla gracias a la cara de su padre.

—Son las peores visitas que he visto nunca. Serán muy


duques, pero la cortesía se la han dejado olvidada en la
mansión en uno de sus costosos joyeros —masculló
Margarite.

—El duque tiene razón al actuar de esa manera, tía. Me


excedí en el tono tan alto en el que dije un par de
declaraciones desafortunadas. Desde ahora en adelante no
volverá a ver a esa familia y mucho menos a lady Augusta
Relish. Si me permiten, iré a mi habitación, estoy cansado.

Se alejó de sus tíos para poder sentirse un poco más


tranquilo, ya que todo lo que ellos dirían se basaría en lo
ocurrido con el duque de Salisbury.

Al entrar en su habitación encontró a su ayuda de


cámara colocando en un florero las flores que Augusta le
había regalado.

—¿Cómo ha ido todo, su excelencia? ¿Se cambiará para


estar más cómodo? —preguntó el sirviente que fue a
guardar en un cajón el pañuelo que también le había dado
Augusta.

—Se fueron, Bernad, y fue gracias a una indiscreción


mía.

—Lo lamento, su excelencia. La joven era muy hermosa.


—No la volveré a ver nunca más, es lo bueno. Bernard,
quisiera permanecer un minuto a solas.

—Toque la campanilla si me necesita. Con permiso.

Su sirviente se retiró y él se sentó en su lecho. Juntó


ambas manos y las observó con detenimiento por un
minuto, luego miró hacia el florero que había puesto
Bernard en la habitación. Abandonó su lugar y fue a cogerla,
después arrojó el presente por la pared y fue a pisotearlas.
La frustración se apoderaba de él y no podía controlarla.
Debería estar feliz por haber logrado alejarse de esa dama y
no ser partícipe de los planes del duque para contraer
matrimonio con ella, pero no lo estaba. Debió plantarse ante
ese hombre y hacerle saber que no le temía, mas se quedó
callado sin razón aparente, escuchando con atención y
tragándose toda la rabia de aquel. ¿Dónde estaba el hombre
peleador y decidido que había sido? Tal vez se lo había
comido Silvester.

Una vez que recuperó la cordura, cogió las flores que


había pisoteado y las colocó en su sitio, tratando de que no
parecieran maltratadas. Una de ellas se había salvado de tal
locura y esa la apartó para dejarla junto a su escritorio.

—Odio las flores —masculló molesto.

***

Había pasado un mes del altercado entre las dos


familias y Augusta se encontraba montada en el carruaje de
su padre en compañía de ellos para partir a Londres. Ya
había cumplido sus dieciocho años y era momento de
aprovechar que había recuperado todo lo que le habían
quitado para castigarla. Podía ser la misma Augusta de
hacía meses atrás; sin embargo, algo dentro de ella ya no
era igual. El duque de Westwood cambió su vida y la forma
en la que debía pensar en los caballeros. Esa ilusión de
cuando era niña había desaparecido, Wilburg le había
robado sus sueños y no solo eso, también el amor que tenía
destinado para alguien que valiera la pena.

La señora Smith y la doncella viajaban en otro carruaje


con las demás cosas, por lo que Augusta no podría
conversar de cosas interesantes y tendría que escuchar a
sus padres hablar sobre su hermano y cualquier otro
miembro de la familia.

Trataba de concentrar su mente en algo diferente al


duque de Westwood, pero no lo conseguía, pensaba en él
hasta torturar su espíritu. Las cosas que antes amaba
comenzaban a parecerle molestas, tediosas y aburridas, ya
que todo afectaba su buen humor.

—¿No me contará alguna historia de terror, padre? —


curioseó Augusta, que detestaba el silencio sepulcral que se
cernía sobre ellos durante el viaje.

—He pasado los mejores años de mi vida contando esas


historias, estoy agotado —farfulló el duque.

—No puedes ser tan tacaño con tu tiempo, Albert. Es tu


hija, no tu cuñada. Deberías dedicarle más tiempo a ella.

—Pero si tiene dieciocho años, es suficiente edad para


pensar en algo distinto. A estas alturas podría estar
repasando sus lecciones para ser una dama.

—Soy una dama y estoy cansada de tantos años de


práctica, tanto que me he tomado el asunto hasta como un
juego después de todo lo ocurrido por si llega a mí otro
charlatán.

—Lo que ocurrió con el innombrable fue solo algo sin


importancia, querida. Hay que dejarlo en el pasado —alegó
su padre.

Por supuesto que ella quería dejarlo en el pasado, pero


no podía. En todo ese mes aún no había logrado solucionar
el inconveniente que significaba pensar en Wilburg. Había
quedado como una estaca clavada en su pecho. Quería
librarse de él y de su recuerdo, mas la perseguía sin
desearlo.

Esperaba que en Londres las cosas cambiaran,


esperaba que sus primos la distrajeran.

Cuando llegaron a la ciudad, Augusta sonrió pensando


en que podría recuperarse y ser la misma jovencita que era
capaz de devorar al mundo. Esperaba que no tuviera ningún
percance después del abandono al duque en medio del
baile; no obstante, su padre le dijo que eso no sería mayor
problema, pues si alguien decía algo, él dejaría muy mal
parado al duque de Westwood.

El duque había vuelto a ser ese hombre consentidor y


amoroso con ella, aunque tal vez en este momento fuera
mucho más mezquino que antes en lo que se refería a ella.
Se dio cuenta de que la había puesto en peligro, sin saber
que la misma Augusta se atrevió a salir en una noche
solitaria y que por accidente lo encontró y desde ese
instante en que probó sus labios quedó hechizada por uno
de los sapos más adinerados de Londres. ¿Sería posible que
encontrara alguien que lograra conquistarla con su carisma
y tuviera el suficiente dinero para mantenerla como
merecía?

La duquesa viuda los vio entrar por la puerta y apenas


pudo ponerse en pie con su bastón.

—Qué placer verlos, no los esperaba —saludó la mujer.


—Usted al único que espera es al adefesio que huele a
cadáver que frecuenta mi casa —masculló Albert.

—No hables así de lord Sharp. Estoy esperando el


carruaje para ir a visitarlo. Soy una mujer viuda, no te
escandalices. Oh, mi querida y preciosa, Augusta, ¿por qué
te veo tan maltratada? Ven y habla con tu abuela —pidió la
duquesa que abrió sus brazos para que su nieta se
acercara.

—Es solo el cansancio del viaje, abuela.

—Quiero ver todo lo que te han comprado en


Gloucestershire, debes tener muchas cosas nuevas.

—Estuvo mucho tiempo castigada, no le hemos


comprado nada —contó Kitty.

—Es por culpa de la señora Smith que es demasiado


exigente con Augusta. Mi querida nieta no puede pasar por
tantas torturas, ella merece todo lo mejor. No te preocupes,
cariño, tu abuela se encargará de consentirte, ya estás en
tu hogar.

La duquesa viuda amaba mucho a Augusta y para ella


era importante verla feliz y consentida. Su nieta era la reina
de esa casa, nadie podía cuestionarla en su presencia y no
importaba si había hecho algo malo, para ella no podían
reprocharle nada. No los había acompañado a
Gloucestershire para cuidarla, ya que su salud se
encontraba muy deteriorada y no soportaría un viaje tan
largo.

—Descansaremos del largo viaje, madre. Encárguese de


todo, por favor —pidió el duque.

—Lo haré antes de irme a ver a lord Sharp, descansen.


Augusta, tú y yo después conversaremos, ve a descansar.
—Sí, abuela. —Ella le dio un beso en la mejilla y se
dirigió a su habitación.

—Tienes muchas invitaciones, Albert. No olvides


revisarlas. Augusta debe presentarse ante la sociedad.
Escuché que hay buenos pretendientes, me lo ha dicho lady
Kirby.

—Está bien, madre.

La joven llegó a su habitación y lo primero que hizo fue


abrir las ventanas para mirar el paisaje de Londres.
Necesitaba sentir que estar ahí le devolviera el buen ánimo
y restauraría su forma de ser. No le gustaba ser tan
obediente.

Su doncella entró al salón y se acercó Augusta.

—La vestiré para que descanse y yo también iré a


dormir un poco —habló la doncella que buscó un camisón
en el enorme armario de la joven.

—Me siento tan feliz de haber vuelto a Londres, Amber.


Siento que seré feliz aquí.

—Ya somos felices desde que nos han levantado el


castigo, pero yo extrañaré Gloucestershire —dijo entre
suspiros.

—La noche que fui a coger el caballo para ir a la


mascarada no te vi ahí, solo escuché sonidos extraños. ¿Te
estabas besando con el mozo y por eso dices que
extrañarás Gloucestershire?

—Sí, solo lo estuve besando un poco —respondió la


doncella que se sonrojó.
—Yo no extrañaré Gloucestershire. Fue horrible. Nunca
he sido tan castigada y humillada en toda mi vida.

—Ciertamente, ha sido una pesadilla y lo peor es que


usted se ha enamorado de un desgraciado.

—No digas eso, no quiero pensar en el duque. Creo que


él y yo hemos quedado en buenos términos; sin embargo,
algo no cambió y es que no quiere casarse conmigo. Podría
lamentarlo, pero no nos llevaríamos bien. Es un poco
humillante ser rechazada, y él no escatimó palabras para
decirme que jamás podría estar conmigo. Mi padre fue el
más ofendido, pero yo comprendí que no puedo forzar a
nadie a amarme. Me tocará conocer a otros caballeros y a
quererlos o apreciarlos en el mejor de los casos. Presiento
que jamás tendré un matrimonio feliz como el de mis
padres.

—No piense así, ¿sabe por qué? Porque el duque no es


el único caballero.

—¿Y si le digo a Philip que se case conmigo apelando al


cariño familiar?

—Su primo no la soportaría. Hay muchos caballeros que


se interesarán por usted una vez que la vean llegar a un
salón, no se desespere. Está en la flor de la juventud.

—Quiero creerlo, quiero llegar con esa mentalidad a mi


primera noche en los salones, pero no tengo las mismas
expectativas que cuando no sabía lo que era un caballero
ajeno a la familia. Hoy me di cuenta de que vivía en la
burbuja más hermosa de afecto y caballerosidad, pero me
hizo mucho daño no conocer la realidad y que la señora
Smith me hiciera creer que, por ser una dama, hija de un
duque, podría tener lo mejor de lo mejor. Creí pensando que
podía hacerlo todo.
—¡Puede hacerlo todo, todo a lo que esté dispuesta!
Usted es decidida, inteligente y caprichosa, ¿qué más le
falta para triunfar?

—Trata de no lamer mis botas. Me animas mucho,


Amber, gracias por eso.

—Así como sufro sus desgracias, debería disfrutar de


sus triunfos.

—Ten la esperanza de que así será, o tal vez quedes


como la doncella de una solterona.

—Su familia completa morirá antes de que usted quede


soltera y lo sabe.

—Me casarán de cualquier manera, aunque fuera con


un anciano.

La doncella la vistió y se quedó junto a ella hasta que


Augusta cerró los ojos para descansar.

Augusta despertó a la hora de la cena y por más que ya


no tuviera sueño, se sentía cansada.

—Estoy esperanzado con esta temporada, Augusta.


Esta semana será ocupada. Irás con tu madre a encargar
vestidos para los bailes —dijo el duque.

—Tengo muchos que no he usado —replicó la joven,


hecho que hizo que sus padres y su abuela la vieran con
asombro.

—¿Qué le han hecho a mi nieta en Gloucestershire? Ella


no diría algo así en su sano juicio —expresó la duquesa
viuda.
—Han ocurrido cosas, madre, pero después le hablaré
de eso. Sin importar lo que diga Augusta, irán a por prendas
nuevas. Mi hija no andará en harapos por ahí.

—Tu padre tiene razón, iremos a pasear, podríamos


invitar a tus tías para ir todas juntas para escoger las
prendas. Eres la primera sobrina de la familia que se casará,
te aseguro que estarán contentas.

—Me conformo con ir a visitarlas, mejor vayamos de


compras usted y yo, madre.

Kitty miró a su esposo, pues no notaban entusiasmo en


las cosas que antes hacían estallar a Augusta, algo le
pasaba y debían solucionar lo que fuera para que la
temporada fuera un éxito.
Capítulo 25
Gloucestershire...

El duque le pidió a Bernard que guardara sus prendas


en sus baúles, se iría de Gloucestershire. Había tenido
suficiente de tanto campo y problemas. Después de que
Augusta desapareciera de su vida, él no encontraba
consuelo en nada de las cosas que creía que le harían bien.
Caminó por los senderos, exploró el arroyo e incluso llegó a
perderse en una propiedad desconocida, pero jamás pudo
hallar a la joven.

Su mente no perdía la esperanza de encontrarla otra


vez y hasta que le arrojara de nuevo el perro. Su vida
carecía de diversión y la rutina lo estaba llevando con
lentitud hacia el abismo de la demencia. La lectura tampoco
lo mantenía inmerso por mucho tiempo y sus tíos no hacían
mucho por distraerlo con algo importante, ya que ni siquiera
salían. Su tía solo se limitaba a consentirlo en todo lo que
podía, pero él estaba aburrido de tener todo lo que deseaba,
desde la atención hasta la comida. Su disconformidad era
absoluta en todos los aspectos conocidos.

—¿Por qué has pedido que todos tus baúles sean


puestos en el carruaje, Wilburg? Creí que te quedarías unas
semanas más —pronunció su tía, confundida por lo que
hacía su sobrino sin avisar.

—Considero que lo mejor es que regrese a Londres. Me


he aburrido mucho aquí y no ha sido una buena experiencia.

—¿No estarás corriendo detrás de lady Augusta? Me


han contado que partió a Londres hace varios días —contó
la mujer.
Wilburg no sabía nada de eso, pero la información le
daba cierta satisfacción. Su tía no quería saber
absolutamente nada de Augusta, para ella representaba una
horrible plaga.

—No sabía que ella se había ido, pero tampoco me


interesa.

—Ella es la causante de todos tus males, pero no te


preocupes, querido, tu tía solucionará todo.

—Tía...

—Puedes partir, pero yo iré a Londres contigo o al


menos en otro carruaje.

—No hace falta.

—¡Por supuesto que hace falta que tu tía escoja una


buena esposa para ti! No es por nada, pero no me puedo
fiar de tus gustos. Lo hago por tu bien.

—Me disculpará, tía, pero yo sé lo que es mejor para mí.

—No lo sabes. Si te gusta una mujer problemática es


porque no sabes lo que eso significará en tu vida. Quiero
evitarte el sufrimiento de vivir en un matrimonio horrible, no
quiero que sufras, me moriría si llegara a verte triste.

—No exagere, le digo que puedo escoger.

—Iré a Londres y es mi última palabra. Te juntarás con


otros solteros que quizá están en peores condiciones que tú.
No serán una buena influencia para ti.

No había forma de convencer a su tía Margarite de que


él era un hombre capaz de decidir su propio destino. Ella
estaba cegada por la idea de que él era un verdadero inútil
que no podía dirigir su vida. El excesivo afecto que le tenía,
comenzaba a sofocarlo y solo por el cariño inmenso que él
le profesaba, no le discutía o le prohibía hacer tal cosa.

—Haga lo que guste, pero avise a mi tío.

—Él irá le guste o no. Cuando regrese del pueblo,


encontrará sus cosas frente a la casa. No te preocupes que
yo me ocuparé.

Suspiró y dejó que ella le diera su afecto con besos en


la mejilla y la frente y un abrazo que casi le rompía la
espalda.

Él no quiso irse sin despedirse de su tío, por eso retrasó


su salida de la residencia. Mientras Wilburg lo esperaba, su
tía estaba juntando sus pertenencias para ir a Londres.
Lamentaba que ella fuera hasta ahí para arruinar sus planes
de despejarse, al final los mismos problemas lo seguirían.
No tenía refugio posible al menos por un tiempo.

Una vez que su tío llegó, se encontró con la sorpresa de


que se irían de Gloucestershire por insistencia de su esposa
para seguir a Wilburg. Pese a que el duque tenía la
esperanza de que Ernest convenciera a su tía de no ir,
ocurrió lo contrario, los dos estaban entusiasmados con la
idea de seguirlo para que él encontrara el mejor camino.
Estaba perdido, nada le saldría bien.

Cuando partió lo hizo con sus tíos siguiéndolo en el


carruaje.

—Su tía jamás se rendirá, excelencia —dijo Bernard que


le proporcionó un libro.

—Lo sé. La dejo hacer lo que desea, ya que no ganaré


nada si me niego. Además, no puedo negarme, ella no
merece mi ingratitud. Es abusiva y lo comprendo, pero no
puedo ser cruel y despiadado. No es la forma de retribuir su
amor.

—Que le ponga límites no significa que la maltrate o no


la quiera. Debería considerarlo.

—No me gustaría ver que sufre, es inaceptable.

—¿Y qué hará en Londres?

—Lo que hago siempre, ir a White's, encontrarme con


mis amistades y seguir adelante.

—Mmm... ¿Y no buscará a la dueña de cierto sabueso


que casi se lo come?

—¿Para qué correr riesgos? No sabemos si en Londres


tendrá otra clase de animales. Además, tengo prohibido
acercarme a ella por designio de su padre. —El duque abrió
su libro y encontró una de las flores que le había dado la
joven—. ¿Qué hace esto aquí?

—Creí que usted lo apartó para usarlo como separador,


su excelencia. Si no le agrada, puede dármelo, lo arrojaré
por la ventanilla.

—No, no hace falta, es de utilidad —musitó.

Por más que quisiera huir de lady Augusta, ella estaba


ahí. Era tedioso tener que lidiar con el recuerdo de una
persona a la que se negaba a tolerar por todo lo
inconveniente que era. Debería odiarla y rechazarla, pero en
lugar de eso, tenía una flor que ella le había dado. Quería
arrojarla con rabia; no obstante, no tenía la culpa de todos
los conflictos que él acumulaba. Creyó que las cosas habían
quedado en paz con Augusta, mas el padre de la joven le
declaró la guerra a alguien que no estaba interesado en eso.
Se sintió frustrado y ofendido por el duque de Salisbury. Que
le prohibiera verla no solo le desagradó, sino que lo
entristeció.

Un día después de llegar a Londres, Wilburg se sentía


repuesto para poder salir por la noche para ir a White's.
Bernard lo arregló y se sintió conforme con el resultado.

—¿No irás a una velada? ¿No te interesa? —preguntó


su tía.

—No, iré a White's a encontrarme con quienes estén


ahí.

—Tu tío y yo iremos a una velada. Llevamos muchos


años sin asistir en algún acontecimiento londinense. Tal vez
hasta rememoremos viejos tiempos.

—Me alegra que encontraran algo que hacer. Me voy,


tía. —Él le dio un beso en la frente a Margarite y después
salió de la residencia para subir a su carruaje y partir.

Cuando emprendió el camino miró con buenos ojos el


gran movimiento en las calles. La oscuridad no dejaba
indiferente a los londinenses que amaban las veladas
nocturnas más que a sus propias vidas. Eso le ayudaba a
sentirse mejor, respirar otros aires era mejor. Menos mal
que había salido de Gloucestershire, porque de lo contrario
hubiera terminado enloqueciendo. La falta de actividades
que lo distrajeran jugaban en contra de lo que necesitaba
para sobrevivir.

En White's, fue sin dilación al salón privado que solía


compartir con sus amigos.

—Su excelencia, qué placer verlo —saludó James, el


hombre que siempre los atendía.
—James, ¿cómo han ido las cosas por aquí? ¿Quiénes
están?

—Hay un par de sorpresas para usted.

—¿Qué puede sorprenderme?

—Su amigo, el marqués de Blister puede decirle, ya que


se encuentra en compañía del duque de Durmont, lord
Northland y lord Baltimore.

—¿Y John?

—El marqués de Horshire anda ocupado gracias a las


garras de su madre y de su abuela.

—Eso significa que las cosas se complican para él.

—Sí, pase, por favor. Les llevaré una botella de brandy,


pues ha llegado justo a tiempo.

Wilburg hizo caso a lo que decía el mozo y entró al


salón. Una vez dentro, vio a sus amigos, sentados,
encendiendo sus cigarros.

—¡Qué ven mis ojos! —exclamó George, marqués de


Blister, al distinguir a Wilburg.

—El maldito está vivo —dijo Herbert, duque de Durmont


cuando vio al desaparecido duque de Westwood.

—Vamos, que ni mi tía se ha alegrado tanto al verme


como ustedes.

—Es que te creíamos muerto —justificó Steven, conde


de Northland.

—Todos queríamos saber en dónde estabas.


Desapareciste y no has sido capaz de decir nada —alegó
Adam, conde de Baltimore.

—Es comprensible que estén un poco curiosos respecto


a lo que he estado haciendo. Estuve con mis tíos en
Gloucestershire, descansando de la cara de ustedes. ¿Les
alegra saber eso?

—No sabía que nos despreciaba tanto, Wilburg —habló


George—. Nosotros estuvimos aquí, preocupados por ti. Ten
la decencia de disculparte.

—No me disculparé por nada. Mi elocuencia y mi deber


hacia la verdad me lo impide.

—Qué se puede esperar de la arrogancia personificada


—masculló Steven.

—Muchos más que de un conde de los suburbios, de


mala muerte y de pésimos modales.

—Oigan, oigan, no vamos a pelear entre nosotros, ¿o sí?


—cuestionó Adam.

—Nadie discutirá. Considero que Wilburg está un poco


tenso, como un perro con hueso nuevo. Dejémoslo en paz y
compartamos con él lo que hemos hecho en estas semanas
que estuvo lejos —pidió Herbert para calmar los ánimos, ya
que Wilburg era pólvora y sus amigos la chispa.

—Disculpen, aquí traigo el brandy para amenizar la


conversación, caballeros —interrumpió James.

—Oye, James, ¿por qué no le dices a Wilburg todas las


reglas que nos has dicho a nosotros? Todos sabemos que el
círculo de los solteros está llegando a su fin —declaró el
marqués de Blister.
—Es usted el primero que abandonará este lugar, ¿por
qué no se lo cuenta a su excelencia?

—¿Por qué él será el primero? —indagó el duque.

—Porque está enamorado de una dama que lo rechaza


—contó Steven.

—Me ama, Steven, me adora y me idolatra, pero está


enfadada —lo corrigió.

—Y lady Brianne Scott tiene razones suficientes para


haberte devuelto el anillo —siguió Herbert.

—Esperen, no comprendo. ¿En qué han estado metidos?

—A George lo han plantado casi en el altar —bromeó


Steven.

—Elle me ama, Steven. Verán que regresará conmigo,


es cuestión de paciencia y de portarme muy bien. Sé que
me casaré, debo conseguirlo.

—Milady vive en mi casa, con mi madre y conmigo. Ella


no dice lo mismo que tú —continuó lord Northland—. Te
cuento que la joven vivía con George, ellos solos.

La mente de Wilburg era un torbellino, ¿cómo que


George vivió con una mujer, que se comprometió y que lo
abandonaron? Estaba completamente perdido. Necesitaba
que los demás le contaran todo a detalle.

—Búrlate, Steven, búrlate. Verás que la tendré a mis


pies tan pronto que ni sabrá que la raptaron. Dile que la
amo.

—No se lo voy a decir. Esa cursilería no va conmigo.


—Necesito explicaciones —farfulló Wilburg sin entender
de lo que conversaban los otros.

James sirvió las copas de brandy y después quiso


retirarse, pero esos caballeros le pidieron que se quedara a
opinar y a servirles. Él siempre hacía todo lo que ellos
deseaban, se ocupaba de cuidarlos bien, ya que eran
amables y dejaban excelentes propinas dignas de sus
títulos.

Unas tres horas después, ellos se habían puesto al día


con todo lo que tenían pendiente. Estaban tan ebrios que no
podían pararse. De nuevo, Wilburg había caído en ese
hábito insano que tenía con sus amigos, que una vez que se
entusiasmaba, terminaba ebrio hasta casi perder el
conocimiento y lo peor era que en lugar de hacerle bien, lo
ponía melancólico.

—James, ¿no hay mujeres para nosotros? —preguntó


Steven.

—Sabe que este es un club de caballeros, pero podría


recomendarles un lugar en donde encontrar un par de ellas.

—No quiero mujeres, yo solo quiero a Brianne... Su


cabello rubio y oloroso no puedo olvidarlo —musitó George
con nostalgia en sus palabras.

—Te ves muy mal y, sobre todo, patético —aseguró


Wilburg—. Una mujer no puede ponerte de esa manera.

—Y la tal lady Augusta, ¿cómo es? —curioseó Adam—.


¿Tiene buenos atributos? ¿Es ligera?

—¿Cómo te atreves a decir algo así de ella? Lady


Augusta es soberbia, la más bella de todas las damas de la
creación, ninguna es tan bella, malvada y vengativa. Si tan
solo pudiera verla, le diría todo lo que pienso de ella y
también cuánto mal me hace sufrir la distancia y su
recuerdo.

—El pobre quiere que un perro vuelva a intentar


comérselo. ¿Qué clase de deshonra es esa? —comentó
Herbert que bebió otro trago de su copa.
Capítulo 26
Mientras que sus amigos se divertían, John, el marqués
de Horshire esperaba su turno para bailar con la escogida
por su madre con el expreso permiso de su abuela.

—Quita esa cara, John. A tus veintiocho años deberías


estar feliz por tener el visto bueno del duque de Salisbury
para bailar con su adorable hija —musitó su madre, la
marquesa viuda.

—Sí, es agradable, inteligente y adorable, pero no


quiero casarme, no me interesa su visto bueno. Me queda
mucho por vivir, no deseo tomar ningún compromiso. Solo
soy agradable porque ella lo es.

—Los marqueses se casan con las hijas de los


marqueses o duques y el resto da igual —pronunció la
anciana lady Cadbury, abuela del marqués—. ¿Qué quieres?
¿Ser como Wilburg? No sé qué hice mal para que mis nietos
fueran tan necios. Mis hijas no han sabido criarlos.

—Lo que pasa es que usted tampoco ha sabido criar a


sus hijas, abuela —reprochó.

—A mí no me hablas así ni si eres el mismo rey, John. —


La mujer comenzó a golpear con bastón, dándole también
un golpe en el dedo del pie. Sabía que ahí todo dolía mucho
más.

—Basta, abuela, o me dejará sentado y sus


oportunidades de verme bailar con la favorita de ustedes se
irá al demonio.

—Es la mujer más conveniente para ti, ¿no lo ves?


Además, podrás tener buenas relaciones con la familia Fane
que sabes que pueden ayudarte a hacer crecer tus negocios
—musitó su madre.

—Creo que puedo tener buenas relaciones con todos sin


tener que casarme con la hija de alguno de ellos. No me
interesa de qué familia sean las mujeres, solo que no quiero
compromisos ahora. ¿Saben que le están haciendo perder el
tiempo?

—No me obligues a pensar en comprometerte con ella,


es mejor que lo hagas por voluntad propia. No hay nadie
más conveniente —siguió la marquesa.

John comenzaba a agobiarse con el asunto de que


quisieran casarlo con lady Augusta. Él todavía se sentía con
los pantalones ligeros como para contraer matrimonio a tan
corta edad. Le interesaba casarse algún día, por supuesto,
pero no en esa temporada, lo que podía hacer era huir como
un cobarde. Desaparecería de su casa y dejaría que su
madre y su abuela persiguieran a Wilburg cuando él
apareciera.

Por otro lado, Augusta estaba descansando, pues su


presencia en los salones era muy cotizada, pero su padre,
por ausencia de duques, había optado por perseguir
marqueses. Uno ya se le había escapado, según lady Kirby,
pero el que estaba libre, el marqués de Horshire era algo
casi seguro, según decía su progenitor.

Ella no estaba de acuerdo, ya que el marqués era


educado, pero entre ambos no existía ni una mirada
cómplice y mucho menos una atracción descomunal. Eran
amables entre sí, no más que eso. Augusta cambió mucho
su perspectiva y la prepotencia se ausentaba de sus
pensamientos, aunque tampoco tenía razones para serlo.
Nadie se comportaba de esa manera.
—¿En dónde está la chispa de mi sobrina favorita? —
preguntó Eugenia, su tía.

—No lo sé, tía. Esto me parece tan vacío y aburrido —


confesó.

Eugenia cogió de la mano a su sobrina y la llevó hacia


un rincón.

—¿Estás de broma? Buscar esposo es divertido, aunque


yo no me divertí tanto en ese entonces y sabes por qué
todo me parecía de la misma manera que a ti.

—¿Por qué?

—Porque le di respiración boca a boca al marqués.

—Ya no soy una niña, tía. Dígalo con todas sus letras, lo
besó.

—Las jóvenes de ahora son un poco más liberales. Si


fueras hermana de Spencer, estaría escandalizado, o peor
aún, muerto. En fin, lo qué presiento es que tu golpe de
aburrimiento tiene un nombre y espero que también tenga
un título, que no sea un mozo de las cuadras o algo peor, un
vicario.

—No, no, tía. Mi vida es complicada para hacerla más


difícil con un vicario.

—Entonces...

—Entonces... Era un duque, uno muy antipático, odioso,


repulsivo y cobarde.

—Oh, vaya, que te tiene enamorada para dedicarle esos


pensamientos tan sublimes. Escucha, no pierdas el tiempo,
ser marquesa también es maravilloso.
—No es el título. No siento nada por el candidato de mi
padre. Quiero un hombre romántico, que me consienta, tía
Eugenia. Deseo ser feliz con alguien a quien pueda amar;
sin embargo, siento que jamás podré hacerlo gracias a ese
ejemplo de incultura.

—¿Y qué puedo hacer por ti? ¿Quieres que hable con
Albert? Siempre me hace caso. Le diré que seguirás
buscando y que no te obligue a estar con este caballero o
también puedo pedirle los perros para amenazar al hombre
para que se case contigo y te haga feliz.

—Le he arrojado el perro y no resultó del todo bien, tía.

—Mientras no quedara cojo, manco o desfigurado, todo


irá bien. Una mordida no hace daño, ¿o sí? —cuestionó
Eugenia.

—Debo seguir adelante, lo intento, pero el agobio no


me deja tranquila. Él debe seguir en Gloucestershire y yo
aquí, buscando un esposo que encaje en los estándares
perfeccionistas de mi padre.

—Deja que yo hable con Albert para que no te obligue a


nada y si quiere hacerlo, lucha por lo que quieres. Convierte
la vida de todos en un infierno absoluto por no dejarte
cumplir con lo que deseas o bien puedes dedicarte a la
caridad como cualquier otra solterona de Londres.

—No quiero la caridad, quiero ser la esposa de alguien,


tener joyas, hijos, besar a un hombre, sentirme viva. No voy
a ser feliz si me quedo soltera, no nací para eso, soy como
la gallina que no nació para la sopa.

—Déjame recordarte que tienes algo muy especial que


puedes utilizar y eso es el apellido Fane. Ninguna de
nosotras se rindió ante lo que deseaba, somos capaces de
matar al mismo demonio de un soponcio. Tú puedes luchar
por lo que quieres, un duque endemoniado como el que
dices no va a vencerte y si lo deseas, lo puedes tener, vivo
o muerto.

—Lo que pasa es que él no quiere tenerme.

—Es que no lo ha considerado, probemos con el perro


otra vez, quizá dé resultados.

Ella le sonrió a Eugenia y después vio que el marqués


de Horshire se acercaba a ellas, su nombre era el próximo
en su carnet de baile. Al menos se divertiría, era un
caballero agradable que procuraba no mencionar la palabra
matrimonio en ningún caso. Suponía que era un soltero
empedernido.

—Aquí viene el marqués, haz tu reverencia, sé amable y


trata de conquistarlo —pidió Eugenia.

—Tía... —dijo en tono de reproche.

—Era broma, soporta todo lo que puedas. Hablaré con


Albert.

Su tía se perdió entre la multitud que los rodeaba y


Augusta suspiró. Debía estar sonriente todo el tiempo para
no desagradar a nadie y menos a su padre, ya que él casi se
comportaba como antes, salvo por lo casamentero que se
había vuelto. Pasaba mucho tiempo conversando sobre
quién sabe qué cosas, pero sin duda, tenía que relacionarse
con el asunto del matrimonio.

—Lady Augusta, he venido a reclamar mi pieza de esta


noche —pronunció John.

—Será un honor, como siempre, estar en tan grata


compañía. ¿Cómo ha estado? —preguntó Augusta al coger
la mano que él le ofrecía.

—Un poco ocupado, gracias por preguntar. Merecía un


poco de distracción, y qué mejor lugar que un baile lleno de
mujeres esperando casarse.

—Lamento no poder decir que este lugar está lleno de


caballeros deseando casarse. Uno es más escurridizo que
otro, pero es gracioso, al menos aún me parece de esa
forma. ¿Cómo está su abuela? Ella es tan agradable y
encantadora, tiene muchas vivencias interesantes y
divertidas. Es evidente que ha sido una dama muy
codiciada.

—¿Mi abuela? Ella es todo lo que quiera, menos


agradable. Si hay alguien en este mundo que merezca ir al
infierno sin juicio alguno, es lady Cadbury. Es capaz de
desterrar al mismo demonio de su imperio de devastación.

—Ni yo he hablado tan mal de la institutriz, pero pienso


algo muy parecido sobre ella. Ella es tan tierna como mi
abuela.

—Ni siquiera podríamos compararlas, la duquesa viuda


es un ángel caído del cielo en comparación con la arpía que
vive en mi casa.

Ellos dos seguían sonriendo mientras conversaban


sobre los demás. En eso se llevaban muy bien. Les gustaba
cotillear y dar sus opiniones sobre cualquier asunto.

El duque, que se encontraba junto a la conocida


matrona, lady Kirby, observaba con buenos ojos la actitud
de Augusta. Estaba sonriente y parecía cómoda en
compañía del marqués.

—Sigo sin poder creer el cotilleo que llegó de


Gloucestershire sobre su preciosa hija, señoría —comentó
lady Kirby—. Para nada parece ser una criatura grosera.

—No puede confiar en todo lo que se dice, lady Kirby. El


duque es un hombre demasiado egocéntrico y las personas
alrededor malinterpretaron la situación —justificó.

—Debió ser una terrible confusión. El marqués de


Horshire es primo del duque de Westwood. Le aseguro que
aquel intentará que estos dos no lleguen a nada si es cierto
que ha sido humillado en un baile.

—Es lamentable saber que el marqués pertenece a la


misma ralea del duque. Espero que no terminen siendo
iguales. Faltan candidatos dignos para Augusta.

—No se preocupe, hay un par de buenos candidatos. Mi


favorito es el duque de Durmont, pero es escurridizo como
una lagartija, hace lo que sea para no encontrarse conmigo,
pero siempre lo encuentro. Encajaría a la perfección con su
hija.

—Tal vez a Augusta ni siquiera le agraden los duques, lo


único que me importa es que sea feliz y la traten bien, como
merece.

—Ese marqués o el duque que le digo pueden ser una


gran opción. Deje que hable con él, cuando le cuente sobre
su hija. A veces creen no estar interesados hasta que
aparece la indicada, ya ve a sus cuñados, tanto que algunos
se negaban... —La mujer rio al recordar su pasado como
casamentera de alguna que otra Fane. Estaría encantada de
conseguir un esposo a la altura de la hija de un duque.

Albert sabía que lady Kirby era una aliada importante


que, si bien quizá no lo ayudara con Augusta, podría ser de
utilidad para los demás miembros de la familia, incluso para
Charles, su heredero.
Después de terminar su pieza de baile con Augusta, él
la llevó para que conversara con su madre y su abuela, ellas
estaban ansiosas por humillarlo, diciéndole a la joven que
pronto formaría parte de la familia y que él estaba muy
enamorado de ella, fascinado con toda la historia familiar y
un montón de cosas más que carecían de sentido.

—Este hijo mío tiene un excelente gusto. ¿Se han


divertido? —preguntó la marquesa.

—Por supuesto que sí. Es imposible no hacerlo de la


mano de milady. Goza de un excelente sentido del humor y
es una bailarina excepcional.

—Su señoría, es demasiado amable conmigo, no sería


una buena bailarina sin un excelente bailarín —replicó
Augusta.

Ella podía notar que la familia del marqués se


regocijaba al verla en compañía de él.

—Hija mía, ¿qué esperas para invitarla a tomar el té


mañana? —curioseó la abuela de John. Quería ejercer
presión sobre su nieto para darle celeridad al matrimonio.

—Estaría encantada de recibirla a usted y a su madre


en nuestra casa —dijo la mujer para invitar a Augusta.

—Mi madre estará encantada, solo debe decírselo


usted, o ella pensará que lo he inventado.

—No se preocupe, John irá a preguntarle a su madre. Mi


hijo hablará en mi nombre.

El marqués quería que se lo tragara la tierra, era eso o


ser engullido por la familia del duque de Salisbury. La joven
era agradable, pero no lo suficiente para considerarla
alguien que podría enloquecerlo.
—Lo haré, madre. Deje que acompañe a milady y me
encargo.

Después de que se despidieran de las damas, Augusta


y John caminaron hacia Kitty, que se encontraba
conversando con Victoria, su cuñada y esposa de lord
Nottingham.

—Has vuelto, Augusta, y lo has hecho en buena


compañía —habló Kitty para hacer un cumplido para el
marqués. No sabía si aquello resultaría, pero intentaría
hacer lo que estaba a su alcance para que eso resultara.

—Hemos sigo invitadas a un té en la residencia del


marqués, madre —comentó Augusta.

—Es cierto. Mi familia y yo estaremos encantados al


recibirlas, el té de mi casa es uno de los mejores de
Inglaterra.
Capítulo 27
Para Wilburg la noche había sido espantosa, no sabía ni
siquiera cómo había llegado a su cama. James debió
ayudarlo a subir al carruaje y Bernard se ocupó del resto.

Tomó tanto que no recordaba haber bebido de esa


manera en mucho tiempo y todo se lo debía a lady Augusta
y también a la melancolía que le transmitía el mismo
George a causa de su mal de amores.

No quería verse de esa manera, era lamentable y tan


patético que debería estar prohibido ser tan idiota como el
marqués de Blister. Pese a que él creía que recuperaría a su
prometida, Wilburg pensaba lo contrario, al menos si esa
mujer se parecía a Augusta. Cualquier cosa hacía que la
recordara y que no saliera de su cabeza. Suponía que se
trataba del deseo de lo prohibido, que por lo general
resultaba ser algo inherente al ser humano, mientras más le
prohibían una cosa, más lo deseaba. Lady Augusta Relish no
era la excepción a esa regla. Todo el tiempo estaba en su
cabeza, y lo inevitable era que se la encontrara en cualquier
momento en algún baile de la temporada, ya que no
tardaría mucho en ir a uno de ellos para acompañar a sus
tíos o para compartir con sus amistades.

Pese a su lamentable estado etílico, fue divertido volver


a encontrarlos. Por un lado, Gloucestershire había sido
beneficioso para volver a apreciar el bullicio y la compañía a
la que había desmeritado con su ausencia.

A quien no había visto fue a John, su primo, él era el


marqués de Horshire y por lo general siempre estaban
juntos por más que se llevaran al menos cinco años de
diferencia. Su tía, la marquesa viuda, era hermana de su
madre y su abuela vivía con ella y con John, puesto que su
tío no la soportaba, tal vez él tuviera un poco de la
intensidad de esa familia corriendo por su sangre. Debería
hacerle una visita a su primo, tolerar a su abuela no debería
ser un esfuerzo, aunque lo que recordaba de ella era que lo
llamaba ingrato.

—Buen día, su excelencia —saludó su ayuda de cámara


al entrar en la habitación para prepararlo para que
desayunara. Él sabía en qué horario despertar al duque
después de su estado de embriaguez.

—¿Cómo me viste ayer por la noche? —preguntó con


curiosidad. Se estiró en la cama y después se acomodó para
seguir descansando.

—He visto cadáveres con más conciencia que usted.

—Entonces llegué de ahí en malas condiciones.

—Alguien vomitó en sus botas.

—Debió ser Steven. ¿Qué demonios tienen mis botas


que atraen la desgracia?

—No sea supersticioso, fue solo un mal momento para


estar junto a su amigo.

—¿Mis tíos han desayunado?

—No, lo están esperando. No quisieron hacerlo sin


usted.

—No debieron hacerlo. Mi tía hace esto para que deje


de beber.

—Es probable, su excelencia.


El sirviente lo ayudó a vestirse para que pudiera bajar a
desayunar en la brevedad, ya que la culpa comenzaba a
carcomer al duque.

Un poco apresurado bajó hasta el salón para tratar de


reducir el tiempo y de esa forma darle esperanzas a sus
parientes para que no desfallecieran de hambre.

—Buen día —dijo con cierta agitación.

—¿A quién persigues, Wilburg? —curioseó su tía,


burlona.

—No han desayunado, deberían haberlo hecho.

—No te preocupes, tu tía y yo estamos acostumbrados


a desayunar cuando la ocasión lo requiera. Fuimos a
demasiados lugares con dueños excéntricos, así que, una
hora de diferencia, no nos hará daño —alegó su tío.

—De todas maneras, la culpa no me dejó seguir


disfrutando del lecho. Pasemos al comedor.

La mesa estaba servida cuando se acercaron para


desayunar.

—Tu tío y yo nos hemos divertido mucho. Aquí en


Londres siempre saben hacer buenas fiestas. No digo que
en Gloucestershire no ocurra algo similar, pero fue algo
especial volver a encontrar a nuestras viejas amistades.
Cuando tu tío y yo estábamos a punto de comprometernos,
teníamos nuestros rivales...

—Rivales que te perseguían. Ella rechazó a grandes


candidatos —siguió Ernest—, pero al final ganó el segundo
hijo de un duque, alguien sin título.
—Ernest, no me fijé por el título, sino por lo encantador
que eras. Nadie más se atrevió a incendiar unas cortinas por
accidente en un baile tan importante como ese. El jovencito
rebelde que no tenía mucho que hacer más que quejarse de
no ser alguien con influencias. Al menos podrías alegrarte
porque eres mucho más feliz de lo que fue tu hermano que
tenía el título, no deberías quejarte de tu suerte.

—Era un tonto, un rebelde sin necesidades. No ser el


mayor me afectaba mucho, porque todas las concesiones
eran para él, porque sería el heredero, mientras a mí me
dejaron a mi suerte y tuve que dar batalla. Cuando la bella
hija de un conde se fijó en mí, creo que las cosas
comenzaron a cambiar y a quien envidiaban era a mí.

—Quisiera tener alguna vez alguna buena anécdota que


contar como la de ustedes, a mí solo me persiguen perros
para comerme y mis amigos vomitan en mis botas.

—No es lo mejor, pero es divertido —alegó su tía—.


¿Cómo te fue anoche? ¿Cómo está tu primo?

—Muy bien, tía. George estaba comprometido, pero ya


no, la dama lo abandonó.

—Oh, pobrecillo. Pronto conseguirá algo mejor, si hay


algunas cosas que abundan en Londres son mujeres —
musitó Margarite.

—A John no he podido verlo, considero que debo


visitarlo, tal vez esté sufriendo en manos de mi abuela o de
mi tía.

—Espero que me quieras más a mí que a tu otra tía... —


farfulló la mujer.

—Por supuesto, tía. Usted es como mi madre y ella es


como mi madre, pero en el otro aspecto. Es momento que
vea cómo están. Sé que quizá sea un poco ingrato con mi
abuela, pero ella también lo es, tiene favoritismo hacia John.

—Eso es conveniente para ti, así te deja en paz y no te


asfixia —opinó Ernest.

—Es lo que pienso. Hoy iré a verlos, espero que el té


siga siendo muy bueno en casa de mi primo.

***

Augusta estaba dispuesta a sacrificar su tiempo ocioso


a favor de la madre del marqués de Horshire. Sería su
primera práctica oficial del té fuera de su círculo familiar.
Por ese lado podía sentirse segura, ya que siempre estuvo
rodeada por condesas, marquesas y duquesas, por lo que
no sentía temor de hacer una tontería.

—Se ve muy bien, milady. Impresionará a la familia del


marqués —comentó Amber que no dejaba de tocar el
cabello de Augusta para acomodarlo.

—Es suficiente —se quejó la joven al sentirse acosada.

—Su excelencia quiere que esté impecable. Usted es el


reflejo de si su doncella es afanosa o no.

—Mi padre no dudará en venderme al menor postor.


Anda enamoradizo, primero un duque y ahora un marqués,
¿qué viene después?

—Usted y yo lo sabemos: un conde.

Ella miró con reproche a Amber y esta solo achicó los


hombros, pues era lo lógico en el orden de importancia.

Después de terminar con su arreglo, ella fue a la planta


baja, ahí estaba su madre en compañía de su padre. Él fijó
sus ojos en Augusta y le sonrió.

—Deja nuestro nombre en alto —mandó Albert.

—Así será, padre.

—Si existe una invitación, también existe interés por


parte del marqués.

—Padre, no quiero que se decepcione, por eso prefiero


que no albergue tantas esperanzas.

—Al menos haz lo que debes, es todo lo que pido. Si no


resulta un compromiso, al menos que no sea por tu causa.
No le digas chimpancé o algo similar, ¿comprendes?

—No hay razón para que trate de esa manera a alguien


tan educado como el marqués, padre.

—Es cierto, Albert, deja la paranoia —pidió Kitty que le


dio un beso en los labios antes de tomar de la mano a
Augusta.

—Controla a Augusta, que no haga una tontería que


pudiera avergonzarnos. Confío en ti, Kitty.

—No te preocupes, yo me ocupo, querido.

Las damas se despidieron para poder emprender el


camino hacia la residencia del marqués de Horshire.
Augusta no pudo disminuir la ilusión en el rostro de su
padre. La consideraba lo suficientemente capacitada para
meterse al marqués en el ridículo; sin embargo, ella sabía
que no era de esa manera, tanto ese caballero como la
misma Augusta solo eran amables y si estaban haciendo
esto era porque no había otra salida, estaban presionados
por sus familias para gustarse y soportarse.
Augusta no quería decirle a su padre que su corazón
estaba ocupado por un mal recuerdo y eso le dificultaba
incluso tener una nueva ilusión. Sabía que no podía decir
eso, mataría de decepción a su progenitor y quizá a su
madre, pero era su realidad. Debía encontrar a alguien que
tuviera un buen título y que quisiera casarse, tal vez el
afecto llegara con el tiempo, aunque ella debía fingir que
era la más feliz del mundo. El duque de Westwood era tanto
el hombre de sus pesadillas como el de sus sueños. Debía
conformarse con no volver a saber de él, ya que su padre
tenía una posición férrea con respecto a su excelencia. Era
consciente de que en cualquier momento podría encontrarlo
en algún baile y también ya había pensado en cómo
ignorarlo, por supuesto, sin ser poco educada, pues había
resuelto sus conflictos con él después de aquella carrera.
Ese fue el instante en que creyó que las cosas entre ellos
quizá algún día dieran frutos. ¿Por qué la besaría si no fuera
así?

Su madre le había dicho que los caballeros


acostumbraban a besar a muchas mujeres y eso no era mal
visto; no obstante, que una dama besara a muchos varones
era un escándalo mayúsculo. Por eso tampoco podía fiarse
de los besos que le había dado a ella, así como la besaba,
quizá podía hacerlo con otra. Esa idea le causaba más
tristeza que se añadía a su poco ánimo de salir.

—Nos divertiremos mucho, Augusta —dijo su madre al


ver que ella estaba en silencio dentro del carruaje.

—Lo sé, madre, no me cabe la menor duda —respondió


sin desear agregar nada.

—Sé cómo te sientes. Conmigo no hace falta que finjas


nada. También estuve enamorada de alguien que no me
correspondía en su momento, que era muy orgulloso...
Parecía un alma penitente como tú. Londres no va a mejorar
tu espíritu.

—No estoy enamorada de nadie.

—Sí lo estás. Encontrarás a ese carcamán aquí, pero tu


padre no lo aprobará. Se siente muy ofendido por las
palabras que escuchó pronunciar al duque.

—Yo ya había arreglado las cosas, dejé que me ganara


una carrera y creí que empezaríamos de nuevo, sin darme
cuenta de que era el fin. En verdad, le dije a mi padre que
no insistiera con eso de que me fijara en él, y aquí tiene el
resultado. Voy a la casa de un caballero para que me
interese. Su señoría es una excelente persona, divertida e
inteligente, pero no es para mí, aunque supongo que si me
propone casarnos tendré que aceptar. Lo que importa es el
título, es lo que ha importado siempre.

—Una Fane equivocada piensa eso que has dicho, todas


lo hemos pensado en el pequeño lapso de la desesperación.

—También creía en los finales felices.


Capítulo 28
Wilburg llegó a la casa de su primo y golpeó la puerta,
esperaba que no estuvieran muy ocupados para poder
recibirlo de la mejor manera.

El mayordomo de la residencia frunció el ceño al verlo,


parecía ser que no era lo que esperaba.

—Buenas tardes, Seymour, pareces un poco


sorprendido al verme —saludó el duque.

—Por supuesto que no, excelencia, pase, por favor.

—¿Se encuentra John?

—Está en compañía de su tía y de su abuela, su


excelencia.

—¿Cómo está mi abuela?

—Está ansiosa por casar a su señoría, pero él seguirá


dando un poco de lucha para que no termine casado a tan
corta edad.

—No esperaba menos de mi abuela, es una mujer que


no se detiene cuando se trata de arruinar la vida de las
personas.

—Espero que no le diga eso a milady o tendrá que


soportarla mucho tiempo con un par de insultos a cuestas.

—Trataré de guardar silencio al respecto.


El hombre guio al duque hasta el salón. Ahí su primo se
levantó del asiento para recibirlo y después el resto de su
familia se dio cuenta de que alguien que no era lady
Augusta y su madre, había llegado.
—Wilburg —pronunció John que le dio un abrazo
amistoso—. ¿Dónde has estado? Nos tenías preocupados.
Estuviste demasiado tiempo ausente para creer que estabas
de visita en Gloucestershire.

—¿Cómo estás, John? ¿Sigues sobreviviendo en este


nido de víboras? —preguntó correspondiendo al afecto de su
primo.

—Cada día de mi vida es una lucha, espero que un día


todo mejore…

—Oh, pero si es el duque de Westwood, mi otro nieto —


dijo la abuela de ambos en tono sarcástico.

—Buenas tardes, abuela —habló acercándose a ella.

—¿Qué haces aquí? ¿Acaso quieres seguir arruinando la


vida de John con tus ínfulas y tu poco ánimo por casarte? —
increpó la anciana.

—Qué cariñosa. Extrañaba mucho su particular forma


de ser, abuela.

—¿Cómo has estado, Wilburg? ¿Siempre acaparado por


Margarite? Esa mujer no tiene una gota de vergüenza al
creer que tú le perteneces. Nosotros somos tu familia —
reprochó su tía.

—Ellos me han criado y merecen toda mi atención. En


cambio, cada vez que vengo aquí me reciben de esta
manera tan desagradable. Dudaba en venir aquí, pero
quería saludar a John con quien tengo una excelente
relación. No tengo razones para juzgarlo a él a causa de
ustedes. No me tratan bien, así que no esperen algo más de
mí. Les daré el mismo trato que recibo.
—Típico de tu madre… —masculló la abuela.

—Sí, típico de alguien a quien usted le arruinó la vida


casándola con alguien a quien no soportaba.

—¿Y qué querías? Te apuesto que no deseabas ser el


hijo de un baronet. No tendrías estos humos que cargas hoy
en día. —Rio la mujer mayor—. Hice lo mejor, arreglé ese
matrimonio y salió bien. Estuvieron juntos hasta el final.

A Wilburg le molestaba que su abuela se jactara de


haber convertido la vida de sus padres en un verdadero
infierno. Era evidente que ellos nunca desearon casarse, ese
matrimonio tan conveniente fue arreglado por los apellidos
que llevaban y por la clase a la que pertenecían.

—Y ahora piensa arreglar un matrimonio para mí —


musitó John, riéndose de la batalla verbal entre sus
parientes.

—Claro que lo haré. Esa joven es lo mejor que te pasará


en la vida. No dejaremos pasar esta oportunidad. Y tú,
Wilburg, acomódate si vas a participar con nosotros en una
interesante tarde de té con la hija de alguien muy
importante en Londres —mandó su abuela—. Si no podrás
mantener tu lengua quieta, te pediré que nos visites en otra
oportunidad.

—Creo que me quedaré a conocer a la famosa dama a


la que piensan arruinarle la vida, aunque dudo que John se
parezca a mi padre en algo. No quiero que lo obliguen a
casarse, si lo veo incómodo, abriré la boca para espantarla.

—Cuida tu boca, cariño. No traigas aquí los modales de


tu otra tía —farfulló la marquesa viuda.

Después de unos minutos, escucharon que alguien


golpeaba la puerta. Vieron a Seymour ir hacia la entrada
para abrir. Unos instantes más tarde, Wilburg, que estaba
de espaldas a la entrada, giró la cabeza para ver de quién
se trataba y saber sobre la dama a la que querían casar con
John. Cuando la vio sintió que le paralizó el corazón y que la
sangre dejó de fluir por sus venas.

Augusta y Kitty habían llegado hasta la casa del


marqués, entraron al lugar con una sonrisa hasta que se
dieron cuenta de que alguien conocido estaba ahí. La joven
creyó que su pecho estallaría al ver a Wilburg, ya que lo
había recordado todo el camino. Comenzaba a creer que
ella lo había llamado con el pensamiento para que se
presentara ahí, pero no entendía qué podría estar haciendo
en el sitio. Tal vez quisiera arruinar un probable
compromiso. Con eso comprobaría que él era más vengativo
que la misma Augusta.

—Sean bienvenidas, por favor —dijo la marquesa como


saludo y se acercó a las damas en cuestión.

—Gracias por la invitación —correspondió la duquesa.

—Espero que no les moleste la visita de mi nieto,


Wilburg, duque de Westwood —comentó la abuela.

En la mente de Augusta solo existía una palabra:


desgracia. No podía creer que cayese en ese lugar sin tener
la mínima idea de que el marqués era primo de ese hombre.

—Por supuesto que no nos molesta ese hecho —alegó


Kitty que no sabía cómo le diría a su esposo que el duque
apreció de la nada. Solo esperaba que él no hubiera dicho
nada de la mala relación que mantenían entre ellos.

—Milady, es un placer que viniera a acompañarnos. Mi


primo es mi mejor amigo —mencionó John que se acercó a
la joven para tomar su mano y plantar un beso al dorso.
Después, fue a hacer lo mismo con la duquesa. Mientras
dejaba a Augusta a merced del duque.

Él observó a Augusta y no sabía qué decir, tal vez por la


mente de ella pasara que comenzaría un nuevo duelo, pero
no era su intención, estaba muy feliz por haberla
encontrado.

No sabían qué decirse. Solo cuando Wilburg extendió su


mano para tomar la de ella, Augusta entendió que debía
saludarlo aunque estuviera asombrada al verlo ahí. Ni
siquiera sabía cómo disimular sus sentimientos, solo
esperaba que la conexión entre su mente y su lengua no
hiciera tonterías.

—Es un placer verla, lady Augusta —murmuró sobre el


dorso de la mano de ella. Se sentía extraño volver a tocarla
después de más de un mes sin saber de la joven.

Ella no sabía cómo responder, así que solo le hizo una


venia como saludo y después retiró la mano para ir junto a
su madre. El duque también debía saludarla para no quedar
mal.

—Podemos ir al jardín. Hay que aprovechar que hace un


día maravilloso. John, acompaña a milady —ordenó la
abuela del marqués—. Tú, Wilburg, me llevarás y mi querida
hija acompañará a la duquesa.

—Venga, milady —pidió John que no se había percatado


de que Wilburg y Augusta se conocían.

—Mi madre y yo estábamos muy entusiasmadas por


venir, su señoría. Sabemos que ustedes son agradables y
amables. —Augusta pronunció esas palabras para tratar de
sobrellevar la presencia de Wilburg. Sería difícil, pero
esperaba lograrlo.
—Me alegra saberlo. Nosotros estamos expectantes por
su visita. Mi primo, Wilburg, ha regresado después de un
largo tiempo desaparecido, no sabemos qué estaba
haciendo en Gloucestershire. Debió divertirse mucho para
permanecer lejos.

—Espero que sí se divirtiera.

Los ojos de Wilburg no creían que John estuviera


sonriéndole a Augusta y que ella le estuviera
correspondiendo. No debería molestarle, pero le causaba
cierto fastidio tener que verla con su primo.

—¿Por qué miras tanto a lady Augusta? Ni se te ocurra


fijarte en ella, Wilburg. Escogí a esa joven para John, porque
él merece lo mejor. Es hija de un duque, sobrina de un
conde y con el resto de la familia con mucha influencia
tanto política como social, algo que hará prosperar aún más
las finanzas de John —advirtió la anciana.

—¿No puedo apreciar la belleza de la joven? ¿Acaso


está prohibido? ¿No le avergüenza destruir la vida de John
con una dama que no le conviene?

—¿Qué no le conviene? ¿Qué estás diciendo? Mi nieto


se casará con una mujer importante como lady Augusta. No
seas envidioso, sigue tú buscando entre la alimaña social si
te apetece. Yo conseguiré los mejores matrimonios para la
parte de la familia que sí me tolera.

—¿No le da miedo ir al infierno, abuela?

La anciana rio y golpeó a Wilburg en la rodilla con su


bastón.

—No, no le tengo miedo a eso, me preocupa más que


John termine casado con alguna dama sin clase, ni dinero y
sin influencias. Cuando tengas hijos, comenzarás a
preocuparte por cosas que ni siquiera creías posible, y más
cuando eres la madre. Disfruta de tu soltería como lo vienes
haciendo.

Por más que su abuela lo amenazara mil veces, no le


importaba, seguiría mirando a Augusta como quería, porque
por más diferencias que tuvieran, su belleza nunca dejaría
de apreciarla.

Mientras tomaban el té, Wilburg permanecía en silencio,


salvo cuando John le cedía la palabra, notó que Augusta lo
evitaba, no quería mirar hacia él y solo opinaba cuando el
marqués decía algo que pudiera ser de su interés. Le
sonreía como una demente al dueño de esa casa y él no
podía evitar arder por dentro, ya que John era igual de
efusivo con sus sonrisas para ella. Recordó en ese momento
lo que le había dicho a Augusta sobre las sonrisas. Entendió
que en ese tiempo debió verse como un verdadero cerdo
patán.

Con John la veía desenvolverse casi con naturalidad y


con extremo carisma. Entre ellos no había existido algo
similar, salvo la noche del baile de máscaras. Ella era
encantadora y él no había podido notarlo. Moría por echar a
todos de ahí y quedarse a solas con Augusta. Quizá
empezaran con una discusión, pero no podría sostenerla por
mucho tiempo porque quería decirle otras cosas más
importantes.

—Milady, su madre ha dicho que le encantan las flores.


Aquí tenemos un hermoso invernadero y queremos
enseñarle para que nos dé su opinión —dijo la marquesa
viuda.

—Me encantan las flores. Mi padre me ha dado un libro


sobre ellas y me sé todas las variedades nativas de
Inglaterra. Tal vez la botánica sea algo más que un simple
pasatiempo —aseguró Augusta, que agradecía que alguien
la salvara de la escrutadora mirada del duque de Westwood.
Le daba la sensación de que aquel estaba a punto de
arrojarse en su yugular.

—Entonces venga con nosotras. Mi madre y yo


acostumbramos a pasar mucho tiempo en ese lugar. Nos
agrada disfrutar del aroma de las flores frescas todo el
tiempo que sea posible —siguió la dama.

Las cuatro mujeres abandonaron sus asientos para ir


hacia el invernadero, a la vez que los dos caballeros se
quedaban en el lugar.

John se sirvió un poco más de té para llenar su


estómago.

—¿Te apetece, Wilburg? —curioseó el marqués.

—No, te lo agradezco. ¿Desde cuándo conoces a la


dama? —indagó el duque sin rodeos.

—Durante esta temporada hace quizá más de una


semana. Lady Augusta es una dama sencilla, aunque muy
directa. Supongo que opina lo mismo que yo sobre esto que
nos ocurre.

Las palabras de su primo lo hacían desconfiar. ¿Qué


significaba ese asunto de «nos ocurre»?

—¿Qué significa eso?

—Es evidente que su familia y la mía están dispuestas a


que lleguemos a algo. Sé que ella me conviene por muchos
motivos; sin embargo, no me siento listo para casarme. Tal
vez en un par de años, mas no creo que ella me espere
tanto tiempo. Hay mucha competencia y siendo ella la hija
del duque de Salisbury, pretendientes no le han faltado.
—Considero que deberías permanecer soltero y
despachar a esta dama. Es lo más conveniente.

—No es tan fácil y más teniendo a esas dos viejas con


la nariz metida en mi entrepierna todo el tiempo. Si nada
sale como espero, la próxima boda será la mía con lady
Augusta Relish.
Capítulo 29
Lo que había dicho John no le había gustado en lo más
mínimo. Augusta no podía casarse, no debería al menos
casarse con nadie. Ella era demasiado insoportable para
contraer matrimonio con su primo, pues él era mucho más
dócil que el mismo Wilburg.

—Debes andar de broma con eso de casarte, ¿no es


así? Oye, tampoco puedes caer en la manipulación de
nuestra abuela.

—Sé que esta joven es lo mejor dentro de la sociedad y


me agrada, quizá no para el juicio. Tal vez si se queda
soltera un par de años... No lo sé, o tal vez tenga primas
que quiera presentarme si no llegáramos a casarnos,
aunque por el momento todo indica que vamos camino al
matrimonio.

—Eso no puede ser posible y menos con lady Augusta


—alegó con vehemencia.

—¿Por qué no con lady Augusta?

—¿No te das cuenta de que es arrogante? Es una


serpiente.

—¿Te has dado fuerte en la cabeza? No estamos viendo


a la misma mujer, Wilburg. Desde que conozco a milady ha
sido encantadora y para nada me parece que te expreses
así de una dama de su clase.

—Es que tú no la conoces...

—¿Y tú sí?
Ni a sus demás amigos les había dado el nombre de la
dama que lo había torturado en Gloucestershire. Solo dijo
que se distrajo en el lugar con una joven, que por su
privacidad y su reputación no diría el nombre.

—Por accidente, en Gloucestershire.

—¿Qué clase de accidente?

—Lo admito, he sido grosero, un patán, un verdadero


patán.

—Me sorprende mucho de ti que no pierdes la


compostura.

—Ella era engreída y arrogante, me increpó por estar


mirándola.

—Imagino que la observas como todos, como si te la


fueras a comer. Un poco de respeto no estaría mal, Wilburg.
Es admirable que pese a un primer mal encuentro, ella sea
una dama en todos los sentidos.

—Ni te encariñes con ella, no permitiré que te cases con


una mujer así.

—Oye, oye, ¿no te estarás excediendo en tus


atribuciones? No necesito tu aprobación para casarme si me
llegara a atraer la idea de hacerlo, solo falta el visto bueno
del duque.

—En verdad me molestaría mucho que te casaras con


ella. Considera la idea de perder a tu primo si llegaras a
hacerlo.

John no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos.


Definitivamente, Wilburg se había excedido.
—No porque tú no la soportes, yo la trataré mal.
Además, estás sentando una postura sobre algo que ni
siquiera ocurre. Cálmate, parece que te gusta ella.

—Por favor, es una arpía, no me gustan los reptiles.


Quiero lo mejor para ti y ella no lo es.

—Mi madre y la abuela piensan diferente. Hazlas


cambiar de opinión, y verás que bajar una estrella del cielo
es más sencillo.

—No puedes dejar que ellas decidan por tu futuro. Mi


abuela no tiene corazón, no le importa si alguien sufre o no.

—Mi tía no supo adaptarse al duque, no es culpa de su


madre, ya que la mía fue feliz con mi padre. La gran
mayoría de los matrimonios en Londres son ventajosos,
nadie se casará con una mujer que no le conviene.
Enloqueces porque has sido un tonto y ella tampoco podría
quedarse como una blanca paloma con alguien tan
arrogante como tú, te conozco, no eres lo mejor que ha
visto esta ciudad.

Discutir con su primo no lo llevaría a ningún lugar; sin


embargo, tendría que intimidar un poco a Augusta. No podía
dejar que siguiera haciéndose ilusiones con John. Ellos dos
no debían casarse. No concebía a esa joven casada con él,
si eso pasaba, se volvería loco.

La joven y su madre estaban observando las plantas del


jardín y a Augusta ninguna especie le resultaba
desconocida, pues las conocía todas gracias a que la señora
Smith la torturaba con los libros. Gracias a eso tenía muchos
conocimientos de botánica, incluso podría hacer un par de
mezclas de hierbas y conseguiría una medicina natural.
Con toda esa sabiduría, ella lograba impresionar a las
damas y su madre se notaba muy orgullosa sobre lo que su
pequeña hija sabía hacer.

Augusta intentaba no echar un vistazo hacia donde se


encontraba el duque, ya que no sabía qué podría ocurrir, o
si cualquiera de ellos podría enloquecer de alguna manera y
quitarse los ojos por más que no tuvieran razón para tal
cosa. Tenía miedo de su propia reacción y lo peor sería ir a
conversar con él, mas se había jurado no hacer tonterías y
lo cumpliría. Ignorarlo era su mejor forma de pasar ese día
con tranquilidad.

—Iré a sentarme un rato, me duelen los pies. Soy una


anciana que no soporta mucho tiempo estar de pie. Lady
Augusta, es usted una dama completa, lo que está
buscando mi nieto. John, ven aquí, jovencito. Aprende un
poco con milady. Sabe los nombres de todas las plantas. Ni
siquiera nuestro jardinero es capaz de saber tantas cosas.
Cuando sea la dueña de esta casa hará maravillas. Espero
estar viva para ese entonces.

A John no le quedó más trabajo que obedecer y dejar la


pulla que llevaba con Wilburg. Acudió a donde su abuela lo
llamaba y después ella se dirigió a los sillones para tomar
asiento.

—¿Todavía no piensas irte, Wilburg? —increpó la


anciana.

—No, abuela. No voy a dejar a John aquí, a merced de


ustedes y de esas víboras casamenteras —escupió.

—Aquí no queremos tus malos deseos, Wilburg. Ve con


tus otros tíos. Después de tantos años no puede ser que te
importe lo que hagamos, tú nos defenestraste toda tu vida y
ahora quieres decidir algo. Te quiero porque eres mi nieto,
porque llevas mi sangre por más que lo lamentes. He sabido
llevar en alto a mi familia y lo seguiré haciendo hasta donde
Dios diga basta.

—Más bien hasta que el diablo decida llevársela.


Escuche una advertencia. No dejaré que mi primo se case
con lady Augusta Relish.

—¿Y cuál sería el motivo? Oh, déjame suponer: tu


codicia. La quieres para ti, pero déjame decirte que tu
tiempo terminó. Lady Kirby me ha puesto al tanto de tus
andanzas en Gloucestershire. Eres un truhan, Wilburg. Sé
que ella te abandonó en un baile y que fue porque tú fuiste
insidioso con una joven de su clase.

El duque alzó el mentón con soberbia para mirar a su


abuela. Ella no perdía una sola batalla. Podría parecer una
simple anciana; sin embargo, era la mejor estratega a la
hora de arruinar la vida ajena.

—Controla tus celos. Esa dama te ha rechazado. No


eres lo que espera, ríndete, Wilburg. Fracasaste porque no
te has puesto en mis manos, si tú hubieras deseado, te la
tendrías; no obstante, ni el saludo te has dignado a darnos
en mucho tiempo y ahora vienes como si te creyeras un
salvador de los afligidos. A la única persona que salvaremos
aquí, será a lady Augusta para que no caiga en tus garras.

—Qué cariñosa es usted, abuela. Ahora ya recuerdo las


razones por las que no venía a verla. Es probable que
también influenciaran a John. El pobre está desorientado,
pero lo devolveré al camino que merece.

—Tú me amenazas y yo te amenazaré a ti. Despídete,


te extenderé una invitación cuando no venga la joven.
—Pobre de usted, abuela. Hay lugares en donde la
puedo encontrar y lograr que uno de ellos entre en razón,
cuando le cuente a milady cómo es usted en realidad, no
querrá emparentar con ustedes.

—Más pobre eres tú, porque si por cosas del destino se


casa contigo, terminará emparentado conmigo. Gano de
todas formas. Ten un buen día, Wilburg. Ven, dale un beso a
tu abuela.

Él obedeció y lo dio el beso a su abuela en la mejilla.

—Judas lo hizo con más sentimiento que tú.

—Me despediré, abuela.

Wilburg se acercó a los demás que estaban entre las


plantas escuchando lo que Augusta decía con gran astucia.
Al parecer ella sí sabía cómo ganar su lugar en esa familia.
Se mostraba inteligente, adorable, sencilla sin perder la
clase que la caracterizaba. No podía estar ahí en el mismo
lugar con ella, pero en verdad no podía dejar que Augusta
se casara con John, eso era descabellado. No, no pasaría.

—Lamento tener que despedirme. Fue un placer verlos


a todos. John, te esperaré esta noche en White's para
conversar —habló el duque.

—John tiene un baile esta noche, esperemos que lady


Augusta pueda acompañarnos —pronunció la marquesa
viuda.

—Por supuesto que Augusta estará ahí. No se pierde


una velada, ya que solo se tiene dieciocho años y una
oportunidad para casarse —replicó Kitty, que lo que
deseaba era hacer arder a ese hombre para que se
arrepintiera de todo lo que había hecho.
—Ya oíste, Wilburg, te veré pronto —lo despidió su
primo, a la vez que las damas hacían sus reverencias para
despedirlo. Él miró a Augusta que al cruzar su mirada con la
de él, terminó desviándola hacia las que tenía en su mano.

Hizo una inclinación de cabeza y se retiró a largas


zancadas del lugar. Estaba furioso con Augusta. Quería
destruir esa casa con ella dentro. Había vivido una de las
experiencias más horribles y humillantes que alguien podría
tolerar y esta vez fue propiciado por sus propios parientes y
no por Augusta, que estaba siguiendo los designios de
encontrar un esposo; sin embargo, ¿por qué debía ser John?
¿Por qué un pariente de él? Como si fuera que no existieran
más peces en el mar. Todos los caminos parecían llevarla
hacia él. ¿Qué debía hacer para evitar que Augusta se
casara con su primo?

Tanto Augusta como su madre permanecieron más


tranquilas una vez que Wilburg se retiró. Su presencia era
desagradable en el lugar, ya que no le quitaba los ojos de
encima a la joven. Pese a la incomodidad, consideraba que
había hecho un gran trabajo para no quedar mal frente al
marqués y tampoco con su padre cuando le contaran que el
duque de Westwood había estado ahí.

Augusta y John caminaban por el amplio jardín trasero


del marqués de Horshire.

—Wilburg me ha dicho que la conoce —comentó John


para iniciar una conversación con ella.

—Sí, lo he visto en Gloucestershire. Es solo que no


hemos tenido un encuentro agradable en esa ocasión.

—Sé que Wilburg quizá le pudiera parecer un poco


grosero, pero él no es así.
—Lamento contradecir su afirmación. Su excelencia me
ha tomado como enemiga por gratuidad. He defendido mi
buen nombre de él en su momento y, pese a que hemos
quedado en buenos términos, no creo que dejara de
intentar hacer algo malo.

—No se preocupe por eso, no caeré en lo que Wilburg


desea, ya que entiendo que él tiene un interés romántico en
usted.

—¿Interés romántico? No, su señoría, él lo que quiere es


hacer bulla, molestar y provocar. Es un experto.

—En verdad que cuando dice esas palabras no


reconozco a mi primo. Somos muy cercanos, como
hermanos.

—No dudo que su excelencia sea una excelente persona


con usted y con el resto, pero conmigo se ha cogido una
enemistad absurda que he intentado solucionar, aunque con
su mirada de hoy, creo que no lo he conseguido.

—Ignore a Wilburg, considero que él tiene interés en


usted. Eso podría traerle conflictos conmigo, ya que usted
es una dama que está en mi casa por una razón y es porque
mi madre la considera una candidata ideal para mí.

—No debería decir esto, pero no se deje llevar por los


consejos de otros, siga lo que su corazón le dice, siempre y
cuando eso lo lleve a ser feliz. ¿Qué más podríamos
perseguir nosotros? Cuando sobra el dinero, lo único que
podemos perseguir es la felicidad.

Cada uno de ellos trataba de alejarse de la mejor


manera posible. Tanto Augusta como John, sabían que entre
ellos no cabía mucho más que una amistad cortés y que
solo por presión estaban ahí compartiendo momentos. No
se desagradaban, pero tampoco enloquecían por estar
juntos.

Cuando llegó el momento de retirarse, Augusta arrojó


toda su figura en el carruaje, cansada de aquella tarde.

—Parece que has llamado al duque con tus


pensamientos, Augusta —dijo la duquesa, burlona.

—¿Cómo es posible que a mi padre se le olvidara


decirnos que el duque era pariente del marqués? Madre,
tengo el presentimiento que ese hombre querrá echar por
tierra cualquier plan de matrimonio que pudiera tener.

—También lo creo, pero en el momento en que lo


vuelvas a ver, lo increparás y le dirás que, si él no se casa
contigo, no se atreva a molestar, solo tienes una
oportunidad y no puedes desperdiciarla.
Capítulo 30
Al llegar a casa de sus tíos, Wilburg fue a su habitación
y pidió que Bernard fuera junto a él.

—¿En qué puedo servirle, su excelencia?

—Bernard, ¿cómo puedo saber a qué velada irá mi


primo y si yo tengo esa invitación?

—Estuvo en casa del marqués, ¿por qué no le ha


preguntado?

—Es una larga historia, Bernard, pero te haré el cuento


más corto: lady Augusta Relish estaba en ese lugar, ella es
candidata de mi abuela y de mi tía para que sea la próxima
e infortunada marquesa.

—¿Lamenta que el marqués se quedara con la mujer


que le gusta?

—Ella no me gusta, no la quiero cerca de John, quiero


advertirle que se abstenga de pertenecer a esa familia. Le
haré más bien que mal. No conoce a mi abuela, ni se
imagina que clase de arpía es esa anciana.

—No debería preocuparse por una mujer que no le


importa.

—Me preocupa John, es todo.

—Mmm... Nunca he visto a nadie tan reacio a aceptar lo


evidente. Le sugiero que siga a su primo y que dentro del
carruaje mire si tiene esa invitación. Si no la tiene, dudo que
alguien se atreva a cerrarle las puertas de su casa a un
duque.
—He aceptado que no puedo continuar en conflicto con
ella y que tampoco puedo dejar que mi primo, a tan corta
edad y obligado por la vieja arpía mañosa de mi abuela,
termine casado en contra de su voluntad.

—Usted se ha vuelto una persona demasiado


preocupada por los demás, excelencia —musitó su sirviente,
queriendo insinuar que nunca lo había sido.

—Puedes pensar mal de mí, Bernard, pero estoy


haciendo el bien sin mirar a quién.

Podría bien estar dando excusas de lo que en realidad


deseaba, admitir que Wilburg no quería que lady Augusta se
casara con John porque esperaba que fuera para él, nunca
lo haría, podrían torturarlo, cortarle dolorosamente las
extremidades, prenderle fuego y demás torturas conocidas,
mas no confesaría nada. Su orgullo jamás se lo permitiría.
Estaba molesto y eso lo diría solo para él mismo.

Podría hacerle caso a su sirviente para conseguir lo que


deseaba que era conversar con la joven. Como había oído
de primera mano que su primo iría y le insistían a John, él
no perdería la oportunidad de hundir los planes de un
próximo enlace. Con eso conseguiría una seguidilla de
buenas acciones para salvar a varias personas de una única
persona malvada: su abuela.

Por la noche, él salió temprano de su casa en compañía


de Bernard y todas las invitaciones que tenían en la casa
para ese día. Su ayuda de cámara había bajado para
observar la salida del carruaje del marqués de Horshire, ya
que podría verse sospechoso que el coche de su primo
estuviera frente a su residencia esperando a que saliera.

Una vez que vio lo que necesitaba, se apresuró para


llegar a donde se encontraba el duque. Subió al carruaje y
comenzó a contar lo que había visto.

—Su primo ha salido, su excelencia. Es momento de


seguirlo. —El sirviente se sentó y comenzó a hurgar entre
las invitaciones.

—Va temprano a los acontecimientos —comentó


Wilburg—. Faltó poco para que no llegáramos.

—Con su abuela a la cabeza dudo que llegue tarde a


cualquier sitio, excelencia. Ahora solo nos queda saber
sobre qué calle quedará el lugar.

—No puedo creer que esté haciendo esto…

—Nadie lo creería. ¿Les ha dicho a sus tíos que vio a


milady?

—No, ¿para qué preocupar a mi tía con la presencia de


esa joya inglesa cerca de mí?

—Le desagradará saber que está haciendo estas cosas


para poder encontrarse a solas con ella y persuadirla para
que no se case con un marqués rico, joven y apuesto.

—¿Del lado de quién estás, Bernard?

—De ninguno, excelencia, pero si yo fuera milady no le


haría caso a usted, al menos de que me ofreciera
matrimonio a cambio de rechazar a un buen candidato.

—Ella seguirá soñando con algo semejante. ¿Me


imaginas pidiéndole matrimonio a esa dama? No, yo no
alcanzo a imaginar tal aberración.

Bernard achicaba los ojos para no decir lo que pensaba,


pues para él faltaba muy poco para que el duque
enloqueciera y secuestrara a la joven. Estaba llegando al
límite de su orgullo y de la soberbia. El hecho de que su
abuela quisiera casar a esa mujer con el marqués solo era
una razón más para actuar con premura, ya que aquel no
podía concebir que alguien le ganara algo. La vieja matrona
era el demonio a vencer en esa ocasión.

Siguieron al primo de Wilburg hasta la residencia de la


conocida lady Hastings. Entonces, Bernard encontró la
invitación y se la entregó al duque para que lo dejaran
pasar sin inconvenientes, puesto que esa dama era una
matrona quisquillosa que no quería que gente que no
perteneciera a los altos círculos sociales se acercara a su
casa. No deseaba saber de burgueses en su territorio.

Bajó del carruaje con determinación, dispuesto a


llevarse a quien fuera por delante.

—Su excelencia... —pronunció lady Kirby que lo cogió


del brazo más rápido de lo que una serpiente daba una
mordida.

—Lady Kirby. —Él suspiró al darse cuenta de que el


objetivo de su visita al lugar se retrasaría si quería ser un
buen hombre con una vieja casamentera.

—Me alegra verlo en esta velada. Me gustaría


presentarle a un par de damas. Sé que el círculo de los
solteros está cerca de desmembrarse. El duque de Durmont
ha estado pendiente de lo que ocurre en la temporada, al
igual que los marqueses. Ahora lo veo a usted y se me
ocurren tantas damas...

—No quiero a ninguna dama, no quiero bailar con nadie,


ni hablar y mucho menos ver —farfulló.

—Oh, me temo que tengo aquí a un hueso duro de roer.


Entiendo que debe molestarle que su primo, el marqués,
esté tan interesado en la dama que lo ha rechazado
dejándole claro que no quiere ni siquiera su saludo. No se
preocupe, es algo entendible porque es un duque y no está
acostumbrado a tal trato.

Por la mente de Wilburg pasaba asesinar a esa mujer.


¿Cómo alguien podía ser tan imprudente para decir
semejante tontería?

—Para que lo sepa, lady Kirby, yo fui quien rechazó a


milady. No se confunda. No está a mi altura.

—No es lo que han dicho un par de testigos. No puedo


hablar sin conocerlo plenamente, pero quienes me contaron
son personas de mi confianza.

—Créale a quienes guste, con permiso...

La dejó en la entrada hablando sola. Después se acercó


al sirviente de la recepción y entregó su invitación para ser
anunciado junto al resto.

Llegando al lugar se encontraban Augusta y sus padres.

—Augusta, si ves al duque te acercarás a mí y no te


despegarás. Ese hombre es capaz de cualquier tontería que
pueda hundir tu reputación —ordenó su padre.

—Le he dicho que él y yo no tenemos problemas, que lo


hemos resuelto en Gloucestershire, fue usted quien lo trató
mal —acusó la joven—. Debo ser yo quien le diga lo que
debe hacer, padre, pues le pareció buena idea ocultar la
relación entre el marqués y el duque. ¿No se le ocurrió que
volvería a verlo de forma evidente, aunque fuera el día de la
boda? Me tuve que enterar de la peor manera. Mi rostro
debió ser un poema.
—Es cierto que no lo dije, tienes razón en enfadarte. Es
una pena que sea pariente de tal personaje de mala muerte
como el duque.

—Supere eso, padre. El duque no puede hacernos daño,


dudo que quiera hacerlo. ¿Por qué razón lo haría?

—No menosprecies el orgullo de un caballero, Augusta


—insistió su progenitor.

—Haré lo que crea conveniente. No se preocupe por


eso. Si el duque se acerca, le diré con amabilidad que tiene
prohibido acercarse a mí, ¿es suficiente?

—No, pero espero que cumplas, jovencita. No quiero


verte correr tras las botas de un caballero que te desprecia.

Su padre insistía en demonizar al duque, pero ella


tampoco podía negar que él no era un hombre malo. Todo lo
que su padre oyó, se lo había dicho ese caballero sin rodeos,
a la cara, sin contemplaciones. Era capaz de tolerar muchas
cosas cuando sabía que no existía manera de solucionar el
inconveniente. Ella sabía que tener algo con el duque solo
habitaba en su mente, en la realidad, eso no ocurriría. Por
eso ni siquiera le molestaba lo que pudiera decirle. Ninguna
ofensa podría atacarla.

Los tres bajaron del carruaje y fueron anunciados en el


gran salón. Augusta no pensaba que se encontraría con el
duque; sin embargo, al primero que notó fue a él y al
instante supo que también la había visto, ya que sus
miradas se cruzaron, dándose a entender que no podían
fingir demencia.

A medida que ella caminaba por el salón, sentía que él


la seguía con los ojos y con su tejer entre los demás
asistentes. De soslayo lo vio y supuso que no le quitaría los
ojos de encima. ¿Por qué la perseguía? ¿Qué podría querer?
Lo creería muy inmaduro si deseara traer los conflictos
pasados al presente.

Apenas llegó a donde su padre deseaba, el duque no


perdió el tiempo y se acercó a Augusta.

—Buenas noches, milady, ¿me concederá una pieza? —


preguntó Wilburg sin rodeos. Él tenía la idea fija de
amedrentar a Augusta y después retirarse.

—Ni siquiera una estatua es tan dura como su


desvergüenza —espetó Albert que se colocó entre Augusta
y Wilburg—. No le concedo un baile con mi hija. No está
autorizada a concederle un baile a usted.

—Padre, no levante la voz. En lugar de ayudar, está


perjudicándome.

—Hágale caso a milady. Sus conflictos conmigo son


distintos al trato que pude haber hecho con su hija.

—¿Qué tratos pudo hacer usted con una niña? ¿Cómo


pude creer que era un buen candidato para mi hija? No es
más que un sinvergüenza.

—Albert, no te exaltes —pidió Kitty, que miró a su


alrededor, no quería que su esposo llamara la atención de la
peor manera.

—Aléjese de Augusta, es mi última palabra —sentenció


Albert.

Kitty lo cogió del brazo para llevarlo a otro lugar y


Augusta los seguiría, no le dijo nada a Wilburg, solo lo miró.

—En el jardín apenas surja una oportunidad —emitió


antes de retirarse. Fue echado como un perro de aquel
lugar. El duque de Salisbury estaba dispuesto a cumplir con
cualquier amenaza que se relacionara a acercarse a su
retoño.

Augusta siguió a sus padres sin replicar a lo que había


dicho Wilburg. No asintió ni negó la sugerencia de él. Sus
padres se acomodaron junto a su tío Spencer y a su esposa.

—Estuve a punto de saludarte, Albert, pero al ver tu


rostro, he preferido esperar a saber qué te tiene sofocado,
aunque no me sorprendería que respondieras que tiene que
ver con Augusta. Es una digna exponente de la familia, un
gran dolor de cabeza de alto presupuesto... —pronunció lord
Nottingham.

—No hagas que se desquicie, Spencer. Tiene un


problema con alguien que está a su altura y que sin duda se
parece a él —habló Kitty.

—¿Parecerse a mí? ¿Desde cuándo he sido un


sinvergüenza? Tal vez soy orgulloso, pero jamás he hablado
mal de una fémina y después acudir junto a ella para pedirle
una pieza de baile. Mi decencia me impediría tal acto
aborrecible.

—No tuvo las agallas suficientes para darle una


bofetada con guante blanco, padre. Si algo he comprendido
después de enfrentarme a él con insultos irracionales, ha
sido que no debo colocarme a su nivel, pues soy mucho más
que palabras burdas que tienen como objeto envanecerme
más que dejarlo a él en mala posición. Lo que hizo con esa
actitud fue provocar la locura del duque. Ahora no lo dejará
en paz, lo único que a ese hombre podría trastornarle es
que los demás quieran tranquilidad. Hay que dejarlo ganar y
simplemente, como por arte de magia, desaparecerá. No le
gusta que le obsequien victorias, si usted le discute, le da
batallas que lo volverán más poderoso.
—Tu hija quizá tenga más sentido común que todos
nosotros juntos —musitó Spencer, sorprendido, por la
preparación de su sobrina. No recordaba que Augusta fuera
tan inteligente, pero no podía sorprenderse, ya que tanto su
padre como su madre, eran personas que gozaban de
mucho intelecto.
Capítulo 31
—Sea cual sea el asunto, no me interesa tratar con ese
hombre. No quiero parecer más inteligente que otros en
este momento, solo quiero que Augusta no se acerque a él
—masculló Albert.

—Límpiate la saliva que te ha salido por la rabia. Es


igual a Kitty, te ignorará y después se encontrará con él en
cuanto tú te descuides —alegó Spencer, su cuñado—. Tengo
la sensación de que ya he vivido esta clase de eventos al
menos unas cinco veces. Sabes que, si Augusta quisiera
casarse con ese hombre, no tendrías opciones que acatar
sus deseos.

—Ella sabe que jamás la entregaré en matrimonio a ese


hombre, ni siquiera se le ocurrirá desafiarme. ¿No es así,
Augusta? —cuestionó el duque.

—No, si él me pide matrimonio, tal vez huya con él


gracias a su pobre forma de negociar, padre. Un castigo
ejemplar para este hombre sería probar su afecto diciéndole
que si quiere casarse conmigo no verá una moneda de mi
dote.

—Pequeña desv… —Albert suspiró. Su hija haría lo que


se le antojara. Lo único que le quedaba era apelar a que el
duque de Westwood se sintiera realmente amenazado de
que algo malo le pasaría, aunque el asunto de no entregar
la dote era algo interesante. Él no había recibido nada de su
cuñado, porque era su forma de apoyar a un pobre conde
con cinco hermanas.

—No hay que exaltarse. Dejen en paz a Augusta. Ella es


una joven sensata y con el gran carisma familiar. Como toda
persona de esta familia, encontrará el camino a la felicidad
—dijo Victoria.

—Espero que ese camino la lleve lejos de ese duque


charlatán, bribón y desvergonzado.

Los demás no quisieron seguir provocando a Albert,


suponían que nada en el mundo lo haría cambiar de opinión
respecto a lo que era mejor para el futuro de su retoño.

Mientras que sus parientes conversaban con su padre


para distraerlo, Augusta estaba con la mente perturbada a
causa de no saber si hacer lo correcto o escuchar lo que él
tenía para decirle a ella. ¿De qué deseaba hablar el duque?
Lo que fuera, ella debía mantener la calma y si le
preguntaba algo que tuviera que ver con el marqués,
respondería que se hallaba enamorada como nunca antes lo
había estado en su vida.

La gente llenaba el carnet de Augusta y ella iba a bailar


con tranquilidad ante la mirada de su familia y también la
del duque de Westwood. Esperaba la oportunidad perfecta
para llevarla lejos de tantos ojos que podrían estar
pendientes de lo que conversaban. Debía ser breve, ya que
el padre se comportaba como uno de los sabuesos de su
hija y estaba dispuesto a rasgarle la yugular en público.

Llegado cierto momento, él creyó que Augusta estaría


libre y podría ir a por ella; no obstante, su primo, a quien el
mismo Wilburg estuvo ignorando haciendo que no lo había
visto, se acercó a ella para tomar la pieza que le
correspondía. En ese preciso instante, sintió como un
extraño calor se apoderaba de su cuerpo y de su mente. Ver
que John acariciaba las manos de Augusta y después
pegaba a su cuerpo a la figura de él, lo enfermaba, podía
jurar que se sentía mareado. Qué evento tan traumatizante.
Su cabeza imaginaba miles de escenarios en los que
podrían terminar aquellos después de que John acariciara a
Augusta de una manera tan prohibida. Le costaba creer que
a él le agradara la joven, pues su abuela quería casarlo con
ella. Lo consideraba un gran detractor de ella, por lo que no
estaba seguro de a qué podría estar jugando su primo.

Quería que ese baile terminara lo más pronto posible.


Eso de intentar leer los labios era una hazaña imposible con
él teniendo los nervios de punta, puesto que veía a la joven
sonreírle al marqués y a John, verlo pegado a la oreja de ella
como si fuera un arete. Quería saber qué podría estar
susurrándole para hacer que Augusta le obsequiara sus
sonrisas.

—No sé qué pasa con Wilburg. Ha estado ignorándome


toda la noche. Él se está comportando muy extraño —
comentó John, cuya curiosidad no lo dejaba estar tranquilo,
ya que entendía que el problema entre los dos no era la
abuela con la que Dios los había castigado, sino que era la
dama con la que él estaba compartiendo un baile.

—El duque me ha pedido una pieza, pero tan pronto


como mi padre lo vio acercarse, lo espantó como si se
tratara de un animal molesto.

—Pobrecillo, debe estar confundido. No lo ha golpeado,


¿no es así?
—No. Él y yo aclaramos todo lo que debimos en
Gloucestershire, no comprendo a qué puede deberse su
acercamiento.

—Imagino que le dirá que se aleje de mí, pero lo que


tenga que decirle sobre mi persona, usted ni siquiera
debería considerarlo.

—Lo sé. Su excelencia puede estar deseando echar a


perder una buena relación entre nosotros. Puede que lo que
él desee es envenenarlo en mi contra para que no me
considere una buena esposa, pero supongo que sabe que mi
extensa familia y mis apellidos avalan mi integridad.

—No dudo de nada que tenga que ver con usted, más
bien dudo de mi propia familia. Wilburg es mi amigo y mi
primo, me temo que deberé enfrentarlo para saber lo que
necesita.

—O mejor puede dejar que yo me encargue. Si tiene


algo en mi contra, lo sabré con el primer cruce de palabras
que haga conmigo en privado. El duque no perderá los
estribos al menos que yo lo provoque.

—No se arriesgue. Lo considero peligroso desde hoy,


tiene una mirada de demente.

Augusta miró hacia donde se encontraba el duque y


ciertamente tenía esa mirada que había dicho el marqués.
No le quitaba los ojos de encima a ninguno de ellos. Lo
mejor era enfrentar el asunto de una buena vez. Ella
tampoco podía resistir a la tentación de saber qué deseaba
decirle con tanta urgencia.

El baile entre Augusta y el marqués había finalizado y


ella se retiró hacia donde estaba su padre; sin embargo,
sintió que alguien la cogió de la muñeca y la estiró como un
ave rapaz en medio del campo.

—Usted y yo hablaremos de una vez y será ahora —


sentenció el duque de Westwood.

—Podría ser un poco más delicado al cogerme la mano,


su excelencia.

—No me hable de delicadeza cuando usted baila con


siete caballeros seguidos y ni siquiera le duelen los pies. No
está capacitada para hablar de delicadeza.
—¿Estaba contando a mis parejas de baile?

—Le sorprenderá más saber que estuve intentando leer


sus labios para saber qué hablaba con mi primo.

—Qué desvergonzado, y lo cuenta con una pasividad


que da miedo.

—No hablemos de lo que da miedo. Debería reservarse


sus sonrisas.

—No soy tacaña y si me agradan sonreiré hasta que me


duela la boca. No tiene razones para hacer esto y tampoco
para sacarme del salón sin la autorización.
—Ahora lo que menos me interesa es la autorización de
alguien que me odia con justa causa.

—Puedo caminar sola, suélteme.

—Prefiero asegurarme de que no escapará hasta que


lleguemos al jardín.
Él siguió jalando a la joven del brazo hasta que llegaron
a un lugar más alejado del jardín y pudo soltarla. Augusta
acarició su muñeca y esperó a que el duque dejara de
recorrer frente a ella, agitado.

—¿Puede quedarse quieto? —preguntó Augusta.

—No quiero hacerlo. Deseo hablar sobre usted y mi


primo. Le digo que no apruebo ningún matrimonio entre
ustedes. No dejaré que él se case con alguien como usted.

—¿De nuevo está queriendo hacer una guerra conmigo?


Oiga, no lo tome a mal, pero me tiene cansada. En
Gloucestershire ha sido difícil, además, me ha rechazado
como futura esposa porque me lo dijo sin que yo se lo
propusiera. Si quisiera casarme con el marqués, créame que
no necesitaría su aprobación.
—No la dejaré hacerlo y es por la sencilla razón que mi
primo merece algo mejor que una niña mimada y
caprichosa que busca su propio beneficio.

Ella suspiró.

—¿Cuándo madurará? ¿No se da cuenta de que no


puede decidir por las vidas ajenas? No estamos hablando de
usted y de mí, sino de su primo y yo.

—Eso último no existe y tampoco lo puedo permitir. No


se casará con John porque jamás se lo permitiré.

—Entonces consígame un esposo conveniente, pero


sepa que yo adoro a su primo y me resulta el hombre más
encantador que he conocido jamás…

—¡No puede adorarlo, no puede quererlo, es más…


debería odiarlo! —expresó cogiendo a Augusta de sus
muñecas.

—Es la realidad que vive ahora. Quizá en algún


momento lo quise a usted, pero me ha demostrado que no
es suficiente caballero para hablar mal de una mujer.

Pese a que seguía cogiendo las muñecas de Augusta,


no la estaba apretando con fuerza, ya que oír que ella había
dicho que en algún momento lo quiso fue como un balde de
agua fría.

—¿Quererme usted? Desde un principio deseó mi


desgracia —bufó el duque que trataba de discutir el asunto.

—Si me dejé besar fue porque un sentimiento me


impulsó. Pude haberle disparado cuando estuvimos juntos
en el campo, pero anhelaba tocar sus labios otra vez
después de nuestro primer beso. Es la ilusión estúpida de
una dama. Después de que mi padre me dijo lo que usted
había expresado sobre mí, entendí que no debía abrigar
ninguna esperanza y más sabiendo que jamás me querría ni
me trataría bien porque su vida siempre se ha rodeado de
miseria en cuanto al afecto se trata. Ahora, le pido que me
deje ser feliz con quien sea, no vuelva a aparecer cerca de
mí. Su presencia me lastima y me impide continuar con una
vida normal. Hágase a un lado de una vez y para siempre.
—Ella liberó su muñeca de las garras de Wilburg.

Augusta no tenía razones para dar vueltas sobre el


asunto que la tenía ahí conversando con él. Ella necesitaba
pensar en su futuro, en lo mejor que podría tener. Wilburg
no la miraría como mujer, las cosas no cambiarían jamás, no
perdía nada con decirle lo que le parecía. Quizá hasta con
eso pudiera conseguir que él abriera los ojos y la dejara
continuar al darse cuenta de que no era un juego.

—Hace bien en no ilusionarse conmigo, pero tampoco


quiero que tenga esperanzas con John, y me remitiré a mi
propia vida miserable y carente de afecto, como la ha
llamado usted. Culpe de eso a la honorable señora con la
que se ha sentado a tomar el té esta tarde. Por más que
huela a cadáver, ella no termina su misión en este mundo.
Mi abuela no busca ni su felicidad ni la de John y mucho
menos la mía, solo la de ella. Casar a sus hijos y nietos es
todo lo que le importa.

—¿Y qué hay de malo con eso? No todo puede salir mal.

—¿No todo puede salir mal? He vivido miserablemente


con mis padres porque fueron escogidos por ella para
juntarse, pero ninguno se toleraba. El carácter inmaduro de
mi padre con sus vicios y placeres enfermó de odio a mi
madre y ambos tuvieron una vida llena de amantes. Ese fue
el ambiente en el que crecí. Gritos y golpes por las
infidelidades de ambos. No quiera esa vida, escoja algo
mejor. No crea que le doy este consejo porque la aprecio, es
por la felicidad de mi primo.

—Su primo no le está pidiendo ningún consejo.

—Soy mayor que él y sé lo que le conviene.

—Ni siquiera sabe lo que le conviene a usted mismo,


menos sabrá lo que puede ser conveniente para él. No es
mejor que su abuela, excelencia. Puedo alejarme de su
primo para que tenga paz, pero le pido que no aparezca
más, solo quiero un esposo que sea romántico, consentidor
y adinerado. Puedo pedir lo que soy capaz de dar.

—Hace bien en alejarse de John... —dijo. Persuadirla


había sido demasiado fácil, pero ¿a qué costo para él? Con
todo lo que le dijo, su mente estaba hecha una maraña.

—Siéntase servido. Solo déjeme decirle a su señoría


que no quiero volver a verlo.

A Augusta le dolía darse cuenta de que a Wilburg no le


importaba su confesión, tenía el corazón duro como una
roca, pero ella era orgullosa y sabía que sobreviviría.

Cuando Wilburg vio que ella lo estaba dejando en el


jardín, se apresuró a cogerla de nuevo y acercarla a su
figura. Sin dudar quiso besarla, pero recibió una bofetada en
su intento.

—No quiera jugar conmigo, le saldrá muy mal. Olvide


que le diré a su primo que me alejaré. Desde ahora haré
todo lo posible por ser la marquesa de Horshire. Si insiste en
acercarse a mí, tenga por seguro que de usted no quedará
nada, quienes me adoran lo convertirán en polvo.
Capítulo 32
Dos semanas después...

El plan de Wilburg para alejar a Augusta de John no


había funcionado, de hecho, él estaba más cerca de ella de
lo que se hubiera imaginado antes.

Nada le salió como quería y lo peor era saber que lady


Augusta Relish, en algún momento, se interesó en él como
para ser su esposo. Esa confesión que ella le había hecho
tiempo atrás, lo había dejado pensando en ella sin
descanso, ya que, concluía que el problema por el cual
desde un principio no pudo sacar de su mente a Augusta.
Desde el día que la conoció había quedado completamente
enamorado de ella, pero él no lo había visto de esa manera,
solo en ese instante de desahucio podía darse cuenta de
eso, pues gracias a la forma en que había sido criado no
había podido darse cuenta de que si lo que sentía era algo
bueno o malo. La única conclusión importante era que
deseaba besar a esa mujer con locura y alejarla de
cualquier sinvergüenza que la pretendiera, sin importar que
ese sinvergüenza fuera su propio primo.

—¿Te encuentras bien, querido? —preguntó Margarite al


ver que su sobrino se encontraba solo en la biblioteca de su
residencia. Se dedicaba a pasar sus días encerrado y por las
noches salir a beber solo o acompañado. Lo único que ella
sabía era que su primo lo estaba ignorando a causa de la
joven hija del duque de Salisbury.

Él suspiró con fuerza antes de responder.

—Sí, pero estoy cansado de fingir algo que no soy.


Admito que soy demasiado orgulloso para admitir mis
errores frente a otros, pero debo decirle de una vez que no
coincido en nada de lo que ha dicho de lady Augusta.

—Ella es la piedra de la discordia entre tu primo y tú.


¿Cómo puedes pensar en defender a una dama así?

—No puedo callar esto por más tiempo, tía. Me gusta


lady Augusta, la deseo para mí. No quiero que John se case
con ella. No sé si deseo casarme, pero estoy enloqueciendo.

—Es lo que tu tío ha temido desde que la conociste y yo


también. Las mujeres malas siempre se quedan con los
hombres buenos.

—No soy bueno, soy peor que una víbora. He sido malo,
inmaduro y he calumniado a milady. Sé que usted me ve
como la criatura más inocente de este mundo; sin embargo,
no es así, el amor que siente por mí la mantiene ciega con
respecto a cómo soy en realidad. Este ser horrible y
despiadado que ha caído en las garras de una mujer igual
es lo que tiene. Lady Augusta me confesó que me quiso,
pero que con mi forma de ser dejó de abrigar esperanzas.
Todo esto es por mi absurdo miedo a repetir la vida de mis
padres, pero no me di cuenta de que ella y yo no somos
como ellos, debido a que entre nosotros existe algo que se
llama atracción. Me he negado todos estos meses y ha sido
suficiente.
Margarite miró a Wilburg que tenía una expresión de
sufrimiento en el rostro. No reconocía al joven cuyo rostro
siempre era burlón. Ese había desaparecido desde
Gloucestershire, para dar lugar a otro de un rostro más serio
y pensativo. Tampoco ella lo había ayudado a conseguir a la
mujer que creía que lo haría feliz.

—Entiendo que ella ya no te quiere y que desea estar


con tu primo, ¿no es así? Esa joven pierde la oportunidad de
estar con el mejor caballero de Inglaterra, cariño. Si te
animas, buscaremos juntos a una bella jovencita que pueda
cubrir su lugar.

—Tía, necesito más entendimiento de su parte. ¿Cómo


puede decirme semejantes palabras en este instante de
confesión y vulnerabilidad? No quiero a otra mujer, quiero a
lady Augusta; no obstante, quizá el problema ni siquiera sea
que ella me rechace, sino que el duque no me tiene en buen
concepto.

—Te empeñas en buscar el sí, donde solo son negativas.

—Pues es ahí en donde quiero estar. ¿Qué me aconseja?

—No puedo aconsejarte cuando soy intolerante a esa


joven.

—Es por mi causa, se lo he explicado.

—Entonces haz lo que tu corazón te dice. Si te dice que


te lances al abismo en contra de tus propias creencias
sabiendo a lo que te enfrentas, hazlo. Aquí siempre estaré
yo, hagas las cosas bien o mal, querido.

¿Y qué era eso que su corazón le pedía que hiciera?


¿Cuál era el abismo al que debía arrojarse para hallar una
solución que lo compusiera?

—Está decidido, iré a por milady…

—¿Y si te rechaza, Wilburg? —curioseó su tía para saber


qué acciones tomaría de acuerdo con sus convicciones.

—La secuestraré y no le quedará más remedio que


aceptarme. No voy a perder.

La mujer cerró los ojos al escuchar que su sobrino haría


una tontería sin precedentes. Se rebajaría a ser un joven
demente a causa del amor de una pésima dama.

***

Al tiempo que llegó la noche, Wilburg fue a su despacho


y buscó algo que le interesaba en su rincón seguro de la
residencia.

—Esta noche ha pedido ir muy emperifollado, su


excelencia —comentó Bernard que lo vio entrar a la
habitación para vestirse.

—Tengo algo importante que hacer y eso es tomar mi


destino de una vez y correr todos los riesgos que eso
conlleve.

—¿A qué se refiere, su excelencia?

—A que conversaré con amabilidad con lady Augusta…


—Wilburg le mostró el arma que había sacado de su
despacho.

—Su excelencia…

—Si me dice algo que me desagrade, la usaré para


convencerla de que cambie de parecer. Estoy cansado de
perder frente a ella. Esta vez será diferente.

—Ha perdido el juicio. Los celos no son los mejores


consejeros que un duque puede tener.

—He sido asesorado por mi corazón y este me dice que


tome medidas drásticas antes de que sea demasiado tarde.

—Espero que milady diga exactamente lo que usted


precisa.

—Sí, por su bien y por el de John, de hecho, le haré una


visita antes de ir a esa fiesta. Veré si le quedan ganas de ir.
Así como lo pronunció, el duque simplemente cumplió
con su palabra y fue a visitar a su primo. No quería que a él
le quedaran dudas de lo que deseaba en ese instante.

—¿Se encuentra John, Seymour? —indagó el duque.

—Sí, se está preparando para salir al igual que su tía y


su abuela, puede pasar a esperarlo.

—No quiero esperarlo. Iré a su habitación —pronunció


con premura—. Conozco el camino.

Al sirviente no le quedó más remedio que acatar lo que


decía el duque. Lo vio subir las escaleras a largas zancadas.
Sabía que faltaban un par de horas para salir al baile; sin
embargo, la visita del primo del marqués era algo
demasiado extraño.

John se encontraba en su habitación cansado de


intentar anudar su pañuelo a su cuello. Al escuchar que la
puerta se abrió, ni siquiera distinguió de quién se trataba.

—Seymour, este pañuelo se resiste a mí. Parece tener


inteligencia propia.

—No soy Seymour, pero puedo ayudarte de igual


manera con eso —dijo Wilburg sorprendiendo a su primo.

—Me alegra verte, Wilburg, pese a que me has evitado


todo este tiempo, incluso en White's. ¿Todo esto es por lady
Augusta?

—Primero me preocupaba por ti, porque pensé que


serías infeliz con ella, debido a que la abuela la escogió.

—Creo que este asunto se te ha ido de las manos,


Wilburg. Te enfadas conmigo por una dama.
—No es por cualquier dama, es ella.

—Dímelo de una vez. ¿Qué quieres?

—Quiero que te hagas a un lado, que no sigas en esto.


En verdad, John, eres mi primo, el único ser que lleva parte
de mi sangre y al que tolero.

—Nunca pretendí pelear contigo por lady Augusta. Ella


es buena y agradable, solo que...

—¿Qué ha pasado?

—Me han pillado con mi amante. Su esposo me ha


amenazado de muerte y lastimosamente, los consejos de la
abuela han resultado para salvar mi vida. Me aferro a lady
Augusta porque mi existencia depende de esto.

—¿No has pensado que es mejor que dejes Inglaterra


un tiempo prudencial o tal vez puedas irte al campo?

—Lo he considerado. Solo que es ahí en donde no


puedo abandonar a lady Augusta como un sinvergüenza.
Soy un caballero, me han visto con ella.

—Yo me ocuparé de ella. Tú puedes coger tus


pertenencias e irte apenas necesites hacerlo.

El marqués se acercó a su primo y le dio un fuerte


abrazo.

—No le hagas daño a lady Augusta, te irá muy mal si lo


haces.

—Créeme que lo sé. Es evidente que ella ha olvidado


contarte un par de cosas, pero me encargaré de ponerte al
día con ello.

***
Augusta se preparaba en su habitación, mientras que
su prima, Philippa se probaba cada joya que encontraba.

—Y pensar que solo me faltan menos de tres años,


Augusta —comentó la niña—. Seré como tú.

—No te recomiendo ser como yo, tú eres diferente,


Philippa, eres tonta.

—El encanto de las tontas, las audaces lo desean.

—Ciertamente no puedo juzgarte, una vez que estés


buscando esposo quizá comience a burlarme de ti.

—Tendrás autoridad para hacerlo si te casas, hasta


ahora no puedes. Déjame que observe esta diadema nueva.
Se la pediré a mi padre. Tiene incrustaciones de
diamantes... —Philippa cogió su monóculo para observar
cada centímetro de la joya.

—¿No te conformas con que brilla?

—Mi padre dice que debo fijarme en cada detalle para


hacer negocios.

—Tú único negocio es casarte, Philippa.

—Es cierto. Quiero lucir bellas joyas y poder identificar


a los caballeros que quieren estafarme para quedarse con
mi dote.

—No le digas a nadie que piensas eso.

—Todos lo saben en la casa. Mi institutriz, la señorita


Wharton me dijo que continuara haciendo lo que me
gustaba y esto es lo que deseo. Ella me alienta a mantener
la mente ocupada.
—La mente, pero no la lengua. La señora Smith debe
reprender a esa institutriz. Ella sabe cómo criar mujeres
exitosas.

—Tú no te has casado aún, de acuerdo a eso podremos


juzgar su éxito antes de su retiro.

—¿De qué están hablando? —preguntó la señora Smith


que entró a la habitación de la joven.

—Philippa necesita cambiar de institutriz —respondió


Augusta—. ¡Ay, Amber! —masculló después de que su
doncella le apretara el corpiño.

—La señorita Wharton me parece preparada, no creo


que le diga a su pupila que haga tonterías. ¿Qué hace, lady
Philippa?

—Estoy viendo si estos diamantes son auténticos y


anoto su valor aproximado y su peso...

—Qué problema tendrá la condesa con esa niña... —


pronunció con cierta preocupación—. Escuche, milady, a los
caballeros no les agrada que las damas sepan más que
ellos. Recuerde siempre tratarlos como lo que son: seres
superiores de los cuales dependerá su vida en el futuro.

—Confío en que mi padre escogerá un pretendiente


decente para mí, a mí lo que me gustaría es lucir joyas
como estas. Todos los diamantes son auténticos...

—Me alegra saber que tiene algo de dama en esa


mente tan... extraña. Bien, milady, sus padres están a punto
de partir.

—¿Creen que pueda llevarme un libro que vi en la


biblioteca? Era uno que se notaba muy interesante y tenía
demasiados números.
La señora Smith respiró para tranquilizarse. La hija de
lady Meredith era un pequeño problema que se
intensificaría con los años que le faltaban por pasar.

—Tengo un libro mucho mejor para usted: cómo ser una


dama.

La niña arrugó la frente y frunció su boca hacia abajo,


eso no le gustaba. Ella y la institutriz se retiraron de la
habitación.

—Ay, milady, su prima es extraña. No es una Fane.

—Es una Fane, pero muy en el fondo. A veces pienso


que ser tonta es mucho mejor que ser inteligente.

—No la imagino tonta, milady. Usted es bella e


inteligente, con un marqués en el bolsillo y un duque...
Bueno, perdido.

—Gracias por levantarme el ánimo. Ya no pensaba en el


duque.

—Miéntale a otra persona, no a mí que soy casi como


sus pensamientos hechos carne.

—Tengo pensamientos muy feos si tú los representas.


Capítulo 33
Después de abandonar la casa de su primo, Wilburg fue
hacia el lugar en el que se realizaría el baile al que asistiría
Augusta. Para él eso era muy importante, esa noche ella no
podía escapar.

La ventanilla que unía a Wilburg con su cochero, se


abrió de manera repentina.

—Disculpe, excelencia, veo un cuerpo tirado a la orilla


de White's, ¿no cree que puede ser uno de sus amigos? —
preguntó el cochero.

—Por supuesto que no, pero no perdemos nada por


comprobarlo.

Después de responder, el carruaje disminuyó su ritmo y


quedó al costado del camino. Wilburg bajó y se acercó con
lentitud, mas una vez que reconoció el pelo cobrizo de
Adam, apresuró el paso.

—¡Adam! —exclamó al encontrarlo tirado en el suelo.

—¿Qué pasa? ¿Wilburg?

—¿Qué haces aquí en medio de la calle?

El conde miró a cada lado de la calle y luego tiró su


cabeza hacia atrás.

—Me tropecé y caí aquí... —dijo Adam.

—No puede ser que te ocurra eso. Pensé que estabas


ebrio.
—No, estaba probando si la calle es cómoda. Pensé en
quedarme en White's.

—Debes estar enfermo. Es mejor que regreses a tu


casa.

—Me encuentro perfectamente, fue solo un mal paso.

—¿Un mal paso? Te llevaré a tu casa.

—No te preocupes, estaré en White's y James se


ocupará de mí.

—¿Comes bien?

—Solo soy delgado. Exageras, Wilburg. —Adam se puso


de pie para poder ir al club—. Anda, sigue tu camino.

—No sin que te vea dentro del lugar, sentado y con un


té en la mano.

Wilburg acompañó a su amigo. Al entrar al club


encontró a James que se acercó a ellos al verlos.

—Buenas noches, caballeros, ¿mesa para dos?

—No, un té para Adam. Lo encontré tirado al costado


del camino —contó Wilburg.

—No le hagas caso, James. Sírveme brandy.

—Un té, James. ¿No se da cuenta que estando tirado ahí


pudo venir una dama a recogerlo y obligarlo a casarse? —
bromeó Wilburg jugando con el miedo de Adam al
matrimonio—. La basura de muchos es el tesoro de otros.

—Milord sabe que quedarse solo en cualquier lugar es


una invitación para ser abordado. No se preocupe, su
excelencia, me ocuparé del conde —pronunció James.
—Ni una gota de alcohol sin comer algo primero, Adam
—le recordó el duque.

—Está bien, haz lo que dice Wilburg, James. Primero


algo de comer y después una copa generosa de whisky,
brandy o ginebra.

—Eres responsable de él, James —advirtió Wilburg antes


de retirarse.

Al salir de ahí comenzó a pensar que algo no estaba


bien con Adam, por eso estaba tirado en un lugar en la
calle. No lo habían asaltado ni tampoco lo habían golpeado.
Wilburg sabía que aquel no tenía deudas por las cuales
alguien quisiera tomar represalias en su contra. Le resultaba
difícil entender cómo un conde de alcurnia se encontraba de
esa manera. Definitivamente, creía que tenía problemas de
salud, pues cada vez lo veía más delgado. Una vez que
desocupara su mente de Augusta, se ocuparía de Adam y
de sus asuntos.

Una vez que retomó su camino, Wilburg estaba decidido


a hacer entrar en razón a la joven que lo tenía más que
distraído y enfadado consigo mismo. Al menos sentía que su
tía aceptaría a la joven, ya que suponía que comprendió que
no podía seguir pensando que entre él y Augusta las cosas
estaban obligadas. Tal vez el padre de la joven quiso
casarlos en un principio. No podía creer que tenía bendición
del hombre, pero que la había perdido de una manera tan
absurda al no comprender sus propios pensamientos y
sentimientos hacia ella. Si el duque de Salisbury lo odiaba
era por una justa razón y se había jurado que jamás le
permitiría un matrimonio con su hija. Esperaba que solo
fuera la molestia del momento y que eso no interfiriera con
sus deseos.
Al llegar al baile no tardó en encontrar a Augusta. Ella
se encontraba conversando con otras personas y lo hacía
con una gran sonrisa hasta que lo vio y colocó una mueca
que duró poco tiempo, pues comenzó a sonreírle a todos
otra vez.

Su primo, John, se presentó ante ella con la intención de


hacerla bailar y después llevarla a la trampa que él tenía
para Augusta, en donde lo encontraría a él, ya que su
presencia no era grata para aquella. Wilburg se dirigió al
jardín, no sin antes encender un cigarro para esperar con
paciencia a que el asunto rindiera sus frutos. Para él sería
difícil admitir muchas cosas, pero si quería a esa mujer a su
lado, tendría que meterse su orgullo por las orejas.

—Buenas noches, milady —saludó el marqués que se


acercó a Augusta y los demás miembros de la tertulia en la
que ella se encontraba.

Ella correspondió con una reverencia y le sonrió.

—Es bueno verlo, su señoría —correspondió la joven.

—Nos hacía falta un caballero tan galante como usted


para completar nuestra tertulia, su señoría. ¿No piensa
invitar a sus otras amistades? ¿No sabe si vendrá mi
estimado duque de Durmont? —curioseó lady Kirby.

—Lamento decepcionarla, milady, pero desconozco lo


que debe estar haciendo Herbert. ¿Le molesta que le robe a
lady Augusta?

—Ella ya estaba aburrida de escucharnos. Haga que se


divierta, su señoría —habló la matrona con amabilidad.

Augusta asintió y cogió el brazo que el marqués le


estaba ofreciendo.
—No me agradezca por haberla salvado. Ha sido una
acción espontánea —musitó John, burlón.

—No se preocupe, me estaba divirtiendo al oír todos los


planes de lady Kirby para casar al menos a la mitad de este
salón.

—Qué planes tan diabólicos... Aguardaremos que


termine esta pieza. ¿Cómo están sus padres?

Ellos siguieron charlando hasta que comenzó la pieza,


en la que siguieron conversando sobre varias cosas que
resultaban divertidas, desde criticar prendas hasta
conversar sobre joyas.

Después de acabar el baile, John la llevó hasta la mesa


del tentempié para que compartieran la bebida. Él le
entregó una copa de vino y después cogió una de brandy.

—¿Me acompaña al jardín? —indagó el marqués,


sonriente.

Un jardín, una dama y un caballero no eran la mejor


combinación que podría existir.

—Si no quiere tener inconvenientes es mejor que nos


quedemos aquí.

—Jamás se me ocurriría propasarme con usted, su


padre no tendría compasión por mí.

—Está bien. Llevo un tiempo conociéndolo y confío en


que es un gran hombre —comentó Augusta.

Si él se quería propasar, sabía perfectamente qué hacer


para salir de la situación. Como primera regla, jamás entrar
al salón después de tal cosa, debía buscar otra vía de
entrada sin hacer un escándalo que la comprometiera con
alguien indeseable. Y la segunda, era no ir a un jardín con
nadie, pero esa regla no le servía en ese momento.

Los dos salieron juntos y sonrientes, siguiendo con sus


interesantes conversaciones.

—Milady, he querido hablar con usted sobre algo que


necesito decirle.

En la mente de Augusta, ella creía que había llegado su


fin. Esperaba que no le pidiera matrimonio, ya que no le
quedaría más opción que aceptar por la presión de su
familia.

—Su señoría, considero que deberíamos volver al salón


—alegó para no oír lo que podría tener que decirle.

—No, ahí no podría decírselo con libertad. Quería


decirle que dejaré Londres por un par de semanas hasta que
se solucionen algunos asuntos que tengo.

—Qué alivio —comentó Augusta sin darse cuenta de lo


que había dicho.

—Suponía que sería un alivio para los dos. Solo que,


quizá quede a merced de algunos cotilleos
malintencionados por parte de algunas personas que dirán
que después de todas estas semanas bailando y
conversando, no me he animado a pedirle el compromiso.

—Veré cómo lidiar con eso. Si usted necesita irse, es


porque no puede aplazar tal cosa. Además, considero que
un compromiso no debe tomarse a la ligera, es para
siempre.

—Usted y yo hablamos el mismo idioma... —Él cogió la


mano de Augusta y dejó un beso al dorso—. Sepa que la
dejaré cuidada.
—No necesito que nadie me cuide, su señoría.

—Alguien me ha solicitado cuidar de usted.

Augusta vio que el marqués dirigía su mirada hacia una


parte del jardín y ahí distinguió que la figura del duque de
Westwood se acercaba. Como cualquier persona educada lo
haría, ella hizo una reverencia para él.

—Lady Augusta —saludó Wilburg e inclinó su cabeza


para responder a lo que ella había hecho con anterioridad.

—Su señoría, créame que no necesito que nadie cuide


de mí y menos el duque que me considera un trabajo
extenuante en su vida.

—Milady, converse con él. Es momento de que me


vaya. Nos volveremos a encontrar muy pronto. Wilburg...

—Adiós, John.

El duque vio que su primo fue por un lugar distinto al


salón. Prefirió irse caminando por el jardín. Apenas se fue,
Augusta pensaba hacer lo mismo.

—Quédese, lady Augusta... —ordenó.

—¿Y por qué me quedaría? —increpó enfadada al verlo.

—Porque debo hablar algo importante que nos atañe a


los dos.

—Me disculpa, su excelencia, mas considero que los


asuntos pendientes entre nosotros han pasado tiempo
atrás. No hay nada que nos obligue a soportarnos en este
instante.

—Se equivoca. Quería hablarle sobre mí.


—No quiero oír su forma egocéntrica de hablar.

—No me irrite, milady —pronunció ante las esquivas


frases de la joven.

—Entonces aprenda a tener paciencia. He sido


comprensiva y sincera con usted todo el tiempo, no me pida
más, pues no tiene derecho a hacerlo.

—Sé que he roto su corazón, la he tratado mal y he sido


inmaduro a morir, pero he reflexionado desde la última vez
que conversamos y pese a que no la... tolero, me veo en la
necesidad de pedirle que acepte mi mano en matrimonio.

Esas palabras fueron difíciles de pronunciar para


Wilburg, puesto que él no sabía cómo ser romántico, solo
conocía ser un poco tosco. Le costaba admitir sus
sentimientos, eran un gran motivo de vergüenza.

—¿Qué clase de tomadura de pelo es esta, su


excelencia? No se burlará de mí en esta ocasión. He sido
sensata, incluso más de lo que yo misma esperaba, le
confesé mis sentimientos y con sutileza le sugerí que se
casara conmigo. Dimos por terminado esto y le dije que me
enfocaría en su primo. No venga aquí a querer confundirme.
El tiempo en que quise estar a su lado se ha terminado —
dijo Augusta que desconfiaba de las intenciones del duque.
No podía entender la razón por la que él se presentaba en
ese instante a hablarle de eso. Era una verdadera locura
que no la dejaba razonar con claridad y solo le hacía pensar
que era algo imposible.

—Esto es agónico, lady Augusta Relish. Su presencia


antes me molestaba, pero ya no, extraño verla y pelear con
usted de alguna manera. Por eso, le pido que sea mi
esposa. Sé que en el fondo lo desea y entiende que soy
conveniente. Le daré todo lo que pueda imaginar y me
tendrá a sus pies si me acepta y si no, me veré en la penosa
situación de usar el arma que he traído para convencerla,
también estoy dispuesto a un escándalo que la obligue a
pertenecerme.

—Ha perdido el juicio —farfulló Augusta sin poder creer


todo lo que oía.

—Es por su causa. Su belleza me ha cegado desde el


primer día y desde ahí he luchado contra el sentimiento
desconocido que me invade. Para mí ha sido difícil tomar la
decisión de pedirle matrimonio. No ha sido algo que se
pensó a la ligera. He sufrido gracias a las humillaciones que
me ha hecho con mi primo, pero he decidido que es
suficiente. No quiero que esté con nadie más, la necesito a
mi lado.

—Hubiera dado todo lo que poseo por escuchar esas


palabras semanas atrás, pero no soy capaz de creer en
usted después de tratarme tan mal, de decir barbaridades
de mí hasta conseguir el desprecio de mi familia. No tiene la
aprobación de mi padre, por eso, tome esta respuesta a su
burla: no me casaré con usted.

—¡Por un demonio, lady Augusta! ¿Qué quiere para


casarse conmigo? ¿Que me humille ante usted? —Wilburg
cerró los ojos. Dijo que se tragaría su orgullo y así sería.
Procedió a bajar una rodilla al suelo.

—¿Qué hace? No puede estar hablando en serio.


Levántese de ahí —mandó la joven que se sonrojó al verlo
en esa posición. No podía creer que en verdad ese hombre
estuviera haciendo algo semejante.

—Aquí me quedaré hasta que decida que soy el único


hombre de su vida. —Buscó en el bolsillo de su levita un
anillo que tenía junto al arma. Alguno de los dos debería dar
resultado—. Es en serio, milady. No me jactaré de humilde y
menos de ser una persona valorable, pero le ofrezco lo poco
que hay en mí y toda mi fortuna a su disposición. Tal vez
con eso recupere su afecto y me pueda ver de nuevo como
alguien digno.
Capítulo 34
Lo que oía del duque era más de lo que esperaba de
cualquier persona. Si ella deseaba una confesión de algo,
quería que fuera tan parecida a los dichos de ese caballero.
Después de tantas peripecias y malentendidos, en verdad
no sabía qué hacer, porque deseaba estar con él, pero era
difícil creer en sus palabras, los hechos que los separaban
eran de importancia, pues el duque de Salisbury no estaría
dispuesto a dejar que su hija se casara con alguien que se
había expresado con tal grosería como lo había hecho él. Sin
embargo, por más fuertes que fueran las negativas, su
corazón gritaba por Wilburg, aunque tal vez se tratara de
otra artimaña para no salir perdiendo.

—¿Cómo sé que no quiere hacer esto por el simple


placer de humillarme?

—Haré lo que me pida para demostrarle que esto que


digo es cierto —correspondió el duque.

—Entonces, no tendrá reparos en presentarse frente a


mi padre conociendo el historial que lo precede —decidió la
joven—. Solo de esa manera creeré en usted y en lo que
dice. Considero que mi postura es entendible, ya que, pese
a que llegamos a la paz, siempre había algo que nos
devolvía a la guerra.

—En mi caso, nunca dejé de pensar en usted. Me he


resistido lo que he podido para considerarla la mujer más
inconveniente de Inglaterra, pero en realidad lo que
deseaba era tenerla cerca de mí y tomar sus labios con los
míos. Usted ha logrado lo que ninguna otra dama ha podido:
enloquecerme.
—No me siento orgullosa de eso.

—¿Todavía siente algo por mí, milady?

—No puedo mentir porque desde que lo besé la primera


vez no he podido dejar de pensar en usted, un incordio. He
soportado sus humillaciones de la mejor manera, incluso
cuando dijo que no era una liebre para comerse las flores.

—Otro desafortunado suceso en mi largo antecedente


de pecados en su contra. Sé que es muy rencorosa, no sé si
tal vez me perdone algún día.

—Sé que no quiere pedirme perdón, pero lo importante


es su sinceridad sobre sus sentimientos hacia mí. No me
interesa perdonarlo, saber que me quiere es lo que manda.

—Quiere decir que…

—Que mejor se levante de ese lugar antes de que lo


vea una persona y si esto es una burla de su parte, al final
termine dándose el tiro por la culata al ser descubierto e
irremediablemente terminará siendo mi esposo, todavía
tiene tiempo de arrepentirse.

—Me quedaré a esperar a la persona que asegurará su


permanencia a mi lado.

Augusta acortó la poca distancia que le quedaba con el


duque e inclinó un poco el cuerpo para observar lo que
llevaba él en la mano.

—Póngalo en mi dedo. Estudiaré la baratija con la que


quiere comprar una esposa.

—¿Baratija? Es parte del gran joyero de mi familia. Es


parte de un gran diamante de la india, lady Augusta.
—Mmm… Sigo esperando que dé menos excusas y que
actúe para ponerme eso lo más pronto posible para que
pueda descansar su rodilla. No es tan joven para estar en
esa posición tanto tiempo.

Wilburg se puso de pie con dificultad. Era cierto que le


temblaban las rodillas, quizá ya no era tan joven como
imaginaba. Cogió la mano de Augusta y dejó en ella el
anillo.

—Mi prima tiene muchos conocimientos de joyas y


manipula algunas cosas extrañas para conocer su
autenticidad. Puedo desconfiar de usted porque no ha sido
una buena persona durante el tiempo que nos conocemos.

—Haga lo que guste con la joya, siempre y cuando


usted sea la única dueña o me lo devuelva por un rechazo.
Es algo importante, se lo digo. Mi padre nunca quiso que mi
madre se la pusiera, se odiaban mucho y yo no pretendo
seguir sus mismos pasos.

—Me entusiasma que no quiera repetir historias malas.

—Y a mí me entusiasmaría que me diera un beso o que


correspondiera a uno que quiero darle.

—Todavía no sé si en realidad sus intenciones son


buenas.

—¿Es una excusa absurda para no corresponderme? Le


di un anillo que sabe que es valioso, ¿no es prueba
fehaciente de mi propósito?

Con una media sonrisa tímida, Augusta asintió ante lo


que decía el duque, a lo que él entendió que debía besarla
para conseguir una respuesta positiva. Arreglar el asunto
con el padre de la joven sería el paso inmediato a este que
daría solo para alegrar a su corazón.
Cogió el mentón de la joven con su mano y lo alzó para
que sus labios pudieran devorar la boca de ella. Mientras los
dos se besaban y disfrutaban de aquel momento como si
fuera lo único importante, los familiares de Augusta estaban
ahí, observando esa escena.

—¡Canalla! —espetó Albert. Sabía que su hija estaba


tardando demasiado en el jardín. Creía que la encontraría
en compañía del marqués de Horshire; sin embargo, se
encontraba en las garras de ese arrogante caballero.

La joven se alejó de Wilburg y corrió hacia su padre.


Sabía que aquello no sería nada bueno.

—Tú dices que lo atrapemos y eso haremos —musitó


Spencer, indignado, al ver que ese hombre había besado a
su sobrina.

—Es un patán aprovechado —espetó Victoria tan


indignada como su esposo.

—Si arma un escándalo, su excelencia, milady es quien


saldrá perjudicada, y para su desgracia, acabará casada
conmigo —lo provocó Wilburg, envalentonado después de
aquel beso y de la respuesta favorable al matrimonio. Lo
que le faltaba era convencer al duque de que sí quería estar
con su hija—. Mañana iré a ajustar cuentas con usted para
que no diga que soy un cobarde.

Mientras que su padre y el duque de Westwood


discutían, Augusta guardó el anillo en su ridículo. Si su
progenitor llegaba a verlo, quizá se desmayara.

—Lo esperaré, aunque sé cómo terminará esto. Solo


una cosa le diré, mi hija está prohibida para usted.

—Lo sé, pero lo prohibido siempre es más atractivo…


—¡Excelencia! —exclamó Augusta para que dejara de
provocar a los caballeros de su familia. Ese tipo de frases
podría llevar a más de uno a la tumba.

Entonces, Wilburg decidió retirarse para atacar al día


siguiente con mayor fuerza. Si hacía falta no dejaría en pie
al padre de ella.

—¿Te encuentras bien, querido? —preguntó Kitty ante el


rostro pétreo de su esposo.

—¿Qué padre, tío o hermano que se respete estará bien


con semejante afirmación, Kitty? —increpó Spencer que
aflojó su pañuelo.

—Esto es culpa de Augusta que no entiende de los


peligros de estar en un jardín. Es la locura de tu hija, Kitty —
acusó Albert que hizo lo mismo que su cuñado—.
Abanícame, mujer, que estoy sintiendo que tengo el infierno
en el cuerpo.

—Albert, no exageres. De vez en cuando las damas


podríamos tener gustos culposos y más cuando tú te has
encargado de dejar a tu hija en varias ocasiones junto a ese
hombre. Esta fue la oportunidad ideal para atraparlo y que
se casara con Augusta.

—¿Te estás oyendo, Kitty? Por el amor de Dios, siento


que estoy viviendo esto de nuevo. Me iré a casa —habló
Spencer—. Agradezco no tener a ninguna hija. Quiero a mis
sobrinas, pero esto es responsabilidad de ustedes. Si
requieren apoyo moral o un médico, solo deben buscarme.
Vámonos, Victoria, necesito una copa.

—El médico te lo ha prohibido —aseguró su esposa.

—A mí nadie me prohíbe nada. Este es el momento en


el que necesito una copa.
Los condes de Nottingham fueron hacia el salón,
dejando a la familia de Albert ahí, en su compañía.

—Augusta… —pronunció Albert que miró a su retoño.

—Tengo una explicación para todo lo que ocurrió —se


apresuró a decir la joven.

—Debe ser una explicación muy buena, querida, o tu


padre no te perdonará.

—El marqués me ha dejado en compañía del duque y es


todo. —A Augusta ya no se le ocurrió qué decir.

—¿Esa es tu magnifica explicación? —increpó su padre


—. De ninguna manera hay una razón por la cual ese
hombre tuviera alguna autorización o, ¿también me dirás
que lo autorizó el marqués de Horshire?

—Por supuesto que no, padre. Es una libertad que se ha


tomado el duque y ante lo que no pude defenderme.

—¡Maldito! Te ha coaccionado. Mañana lo esperaré y no


solo descargaré mi ira en él, de la misma manera usaré mi
pistola.

—No cometas una tontería, Albert. Matarlo te asegura


la horca —farfulló su esposa.

—Debo defender el honor de Augusta.

—Padre, no le pido que me defienda, solo quiero que


mañana escuche al duque con atención. Tal vez no sea tan
malo eso que tiene que conversar con usted.

—Sé lo que tengo que hacer. No necesito tus consejos.


—Su padre la dejó en el jardín en compañía de su madre.
—Ahora dime lo que ha ocurrido, jovencita —ordenó la
duquesa.

A Augusta no le quedó más remedio que buscar el anillo


en el ridículo y enseñárselo a su madre.

—Él me propuso matrimonio, madre, y yo le dije que


para poder aceptarlo debía presentarse para conversar con
mi padre.

—Este anillo es hermoso, querida. Es una lástima que tu


padre lo matará. Suponía que no existía ninguna explicación
para que ustedes se estuvieran besando con tanto ahínco.

—Lo que lamento es que él ya no cuente con el visto


bueno de mi padre, ya que usted sabe que muero por estar
a su lado.

—Como tu madre, te digo que no debes dejar al duque


solo con tu padre, pues no lo convencerá. Tú debes
defenderlo, y defender tus sentimientos.

—Pero siento temor de él. Me castigará.

—No te castigará. Pues tú le harás entender las


implicaciones que puede tener un rechazo en tu vida.
Además, es la oportunidad que él esperaba para su hija. Él
quería a ese hombre, no puede ser que ya no lo quiera. Está
enfadado porque habló mal de ti. Espero que se disculpe.

—No quise que lo hiciera, no sonaría sincero. Si sus


intenciones son reales y se enfrenta a mi padre, sabré que
desea ese perdón, pues contradecirá por completo lo que
había pensado sobre mí antes.

***
Wilburg fue a su casa sonriente. Sabía que tenía su
pellejo en el precipicio; no obstante, la joven sí demostraba
interés en él. Aquel beso que se habían dado revivió todo el
fuego que existía entre ellos. Solo debía coger valor para
enfrentar al duque de Salisbury, a quien provocó en última
instancia sin considerar que al día siguiente iría a rogarle
para que le concediera la mano de Augusta.

Al entrar no encontró más que a Bernard y este lo llevó


hacia su habitación para que pudiera cambiarle de ropa
para descansar.

—¿Cómo le ha ido, su excelencia? —preguntó el


sirviente.

—Considero que ha sido bueno; sin embargo, mañana


deberé enfrentarme al padre de ella.

—Entonces lo ha aceptado.

—En parte. Milady tiene sus requerimientos para ser mi


esposa y estoy de acuerdo. He sido un patán con ella, la
desconfianza es algo normal en esta situación. Le he dado
el anillo. Sé que era uno de los más valiosos de la colección
que tenía en casa, ya que el de mi madre decidí arrojarlo al
Támesis. Nadie merece tener que llevar la carga de algo
maldito. Cambiaré mi vida, por más que la dama sea igual a
mí en muchos aspectos, la diferencia es que entre nosotros
existe algo que nos llama a estar cerca. Nuestras disputas
eran la forma en la que decíamos que estábamos atraídos
por el otro. Sé que es una forma extraña de atracción, pero
al final de cuentas uno no puede elegir de quién
enamorarse. Las cosas surgen, y por eso hoy me siento
satisfecho con lo que hice. Tomé la decisión de dejar de lado
mi orgullo que me hacía daño para acercarme a ella. —
Wilburg sonrió—. Ella es tan inteligente y hermosa que me
arrepiento de haber sido un carcamal. No pude apreciar sus
bondades gracias a que he sido egocéntrico y egoísta.

—Usted no sabe lo importante que son esas palabras en


su vida. Está decidido a acabar con la sombra que siempre
lo ha perseguido. Ahora podrá ver el amor, el cariño y el
afecto como en verdad son y más porque se casará por
amor.

—Todavía debo hablar con el duque, pero si no me da la


mano de su hija, tendré que robársela.
Capítulo 35
Por la mañana, en la residencia de Augusta, ella se
había despertado más temprano que cualquier otra persona
en esa casa. No había podido dormir en toda la noche, pues
por su mente atravesaba la idea que Wilburg debía ir y,
aunque la joya que le había dado era muy valiosa para
perderla, todavía desconfiaba de sus intenciones. Quería
que en realidad fuera verdad.

—¿El anillo en el dedo no la ha dejado dormir? —indagó


Amber que se acercó Augusta. Se suponía que ella debería
haber despertado a la hija de los duques.

—Es que… —Augusta suspiró—, aún no sé qué pensar.


¿Y si me ha engañado?

—Vende la joya, compra muchos perros y los deja frente


a su casa. ¿Qué le parece?

—No se me había ocurrido, pero lo consideraré, sin


dudas que sí.

—La he imaginado casándose, milady. Desde que supe


que le habían propuesto matrimonio no he podido dejar de
soñar con el momento de arreglarla para ese día. Y fíjese
que no ha tenido que mover un dedo para que alguien le
rogara que lo aceptara como esposo, simplemente se
dedicó a ser amable con otros caballeros. Es usted una
mujer inteligente.

—Nunca he deseado provocar celos o demencia en el


duque, estaba buscando una oportunidad para olvidarlo; sin
embargo, no lo conseguí y ahora me ves aquí, pendiente de
una aparición suya para ser feliz. ¿Y si no viene?
—Me preocupa más si su excelencia lo recibirá y en qué
condiciones. Esperemos que no sea con una lluvia de balas.

—Es cierto, mi padre no lo tiene en buen concepto.

—Ni siquiera ese mismo caballero debe tenerse en buen


concepto, es un truhan.

—No puedo juzgarlo, me parezco a él.

—Mi consejo es que se prepare por si necesite colocar


su pecho como muralla contra su padre. Estoy segura de
que cumplirá su palabra, quiere ser su romántico
consentidor, milady.

—Espero que así sea.

La doncella arregló a la joven para que pudiera


desayunar en compañía de sus padres. Sin embargo, solo
encontró a la duquesa y a su abuela en el comedor.

—Buen día, madre, abuela, ¿y mi padre?

—Buen día, querida. Tu padre, en un acto de insensatez,


se ha atrincherado en su despacho en compañía de sus
armas —contó Kitty.

—¿Es cierto que un caballero ha pedido tu mano? —


interrogó su abuela—. Tu madre me lo ha contado. Dilo,
jovencita, te has involucrado con alguien a quien tu padre
no tolera, ¿no es así? Albert no haría algo semejante si no
tuviera una razón.

—Abuela, no me puedo comprometer sin que mi padre


apruebe a ese hombre, pero él me ha dado un anillo de
compromiso y lo acepté. El duque debe venir hoy para
conversar. Me temo que tendré que intervenir en favor de
su excelencia si quiero casarme.
—Por supuesto que sí. Albert es un poco prepotente, no
dejes que haga lo que quiere, lucha por lo que deseas.
Quiero como nieto nuevo a un duque.

—No dejes solo al duque cuando venga a la casa, de


esa forma tu padre lo respetará un poco más —siguió Kitty.

La situación en su casa estaba complicada. Sabía que


los sirvientes tenían órdenes de hacer pasar a cualquier
visita del día al despacho. Su padre no quería que ella
cruzara palabras con quien quizá pronto se convirtiera en un
cadáver.

Una hora después del desayuno, alguien golpeó la


puerta de la residencia, Augusta estaba sentada en el salón,
aunque antes estuvo recorriendo cada rincón en busca de
sosegar su espíritu. Entre las dudas de que, si asistiría o si
su padre mataría a alguien, su mente no tenía paz.

La doncella que curioseaba por la ventana en búsqueda


de alguien corrió hacia la joven que al parecer no oyó la
puerta.

—¡Milady! En la puerta está un caballero alto, de


cabellera rubia y recogida —contó Amber, emocionada.

Al escuchar lo que había dicho la doncella, Augusta se


puso de pie para esperarlo. Su corazón estaba a punto de
salirle del pecho a causa de la emoción y del temor de no
saber lo que ocurriría. Si estaba en ese lugar era porque en
verdad se casarían si lo permitía el duque.
El sirviente de la residencia del duque se acercó a la
puerta para abrir y dejar pasar a la visita.

—El duque lo espera en su despacho —pronunció el


sirviente.
—Gracias. ¿Y lady Augusta? —preguntó Wilburg, que ya
estaba ahí para salir victorioso.

—Se encuentra en el salón…


Augusta no podía esperar para verlo, por eso se
apresuró a llegar a la recepción antes de que lo llevaran
directamente a la horca.

—Su excelencia —saludó con premura.


Wilburg se movió tan rápido como la joven para coger
su mano y poder besarla.

—¿Ve que no era mentira? Dije que vendría y aquí


estoy…

Ella cogió la mano de él y la acercó a su pecho para


acogerla.

—Cuídese de mi padre, no tiene buenas intenciones con


usted, por favor.

Ante ese gesto, Wilburg colocó su mano para acariciar


el rostro de ella.

—He venido por una respuesta positiva. Si no la tengo,


tendrá que huir conmigo. Suena arriesgado, pero le prometo
que todo saldrá bien si su padre no accede por las buenas.
—Él acarició el rostro de la joven con cariño y en el
momento en que estaba dispuesto a besarla, escucharon un
carraspeo de garganta.

—¿Tampoco va a respetar mi casa? Augusta, ven aquí


—ordenó Albert, que había estado tan pendiente como la
doncella. Su idea era que el joven no cruzara palabra con su
hija; no obstante, eso no se había dado.

—Padre, le pido…
—Tú no pides nada. Este caballero conversará conmigo
y es todo.

—Quiero ir con ustedes. Este asunto es de mi


incumbencia, por favor.

—No quiero que veas cómo lo mato. Quédate aquí y


toma un té con tu madre y tu abuela. Venga, excelencia —
mandó Albert.

—Estaré bien, milady…

Cuando Augusta los vio alejarse por el pasillo, esperó


un momento hasta escuchar que la puerta se cerrara,
después corrió hacia el despacho y recostó la cabeza por la
puerta.

—¿Qué está haciendo ahí, milady? Solo salgo a pasear


con Calvin y la encuentro pegada como una lagartija a la
puerta de su padre —farfulló la señora Smith, que llevaba
un par de días visitando la casa de lord Nottingham para
estar junto a su esposo.

—No es momento, señora Smith. Mi futuro junto al


duque de Westwood depende de que mi padre no lo mate
en un arranque de locura.

—¿Qué es eso de su futuro junto al duque de


Westwood?

La joven le enseñó el anillo a su institutriz.

—¿En qué momento ha ocurrido esto? Es tan hermoso…


¿Cómo…? —La señora Smith no entendía cómo pudo haber
llegado eso al dedo de su pupila, pues la relación entre ellos
era mala—. Ustedes se odiaban, milady.
—Las cosas que tiene el amor, señora Smith. No odio al
duque, lo amo.

—El amor es hermoso, pero escuchar a través de las


puertas no lo es. Vayamos al salón a esperar junto a…

Kitty levantó el dedo para hacerle una señal de silencio


a la señora Smith, ella también había ido a escuchar lo que
su esposo hablaría.

—Qué más da… —dijo resignada la mujer que recostó la


cabeza para dedicarse a lo mismo que las demás.

En el despacho, Albert tenía sus armas sobre el


escritorio y no tenía vergüenza de enseñárselas al duque.

—Le daré el beneficio de escucharlo antes de abrir


fuego contra su humanidad, caballero —alegó Albert, que
cogió una de sus armas y amagó limpiarla.

—Qué amabilidad de su parte. Seré breve, vine aquí


para pedirle que me dé la mano de su hija en matrimonio.

—¿Darle la mano de mi queridísima Augusta? ¿Está


demente?

—En el pasado no le parecía que fuera un demente para


casarme con ella. Sé que mis palabras fueron
desafortunadas en su tiempo, pero sabe que no hay nadie
que pueda darle a milady todo lo que yo puedo ofrecerle.

—Jamás le daré la mano de mi hija, ¿lo oye? Lárguese


de aquí. Me juré que el día que usted quisiera casarse con
ella, lo rechazaría, pues mi hija no merece estar con alguien
que no la considera a su altura.

—No sea hipócrita, excelencia. Tampoco está


santificado para impedirme nada. Quiero la mano de su hija
con su permiso o sin él, pero siempre es mejor apelar a lo
que corresponde.

Albert le apuntó con su arma a Wilburg, mas él


respondió de la misma manera.

—Nos mataremos aquí si no acepta lo que le digo —


espetó Wilburg.

—Podemos resolver esto al amanecer.


La puerta se abrió de repente y Augusta entró al
despacho, dejando al descubierto a todas las que estaban
escuchando detrás de la puerta.

—¡Bajen el arma, padre! ¡Si los dos se debaten por mí,


al menos dejen que hable! —declaró Augusta que se colocó
frente a Wilburg para defenderlo.

—Este hombre ha venido a… ya lo escuchaste,


supongo. No pienso entregarle lo más valioso de mi vida a
alguien que no te dará el lugar que mereces, Augusta.

—Padre, yo lo he aceptado. Quiero ser su esposa.


Anoche me dio un anillo y no he sido capaz de ser sincera
con usted. Amo a este hombre y estoy dispuesta a huir con
él si no cede a su pedido.

El duque de Salisbury bajó el arma y sintió como sus


brazos se habían puesto lánguidos antes de caer
desmayado al suelo de su despacho.

Todos quedaron impresionados con eso. La pedida de


mano al parecer se retrasaría.

Horas después…

Los miembros de su familia se habían reunido para


visitar a Albert, que a su edad tampoco se encontraba para
tantos sobresaltos. Lo último que le había dicho Augusta
casi lo manda al otro mundo. Él creía que sería capaz de
soportar cualquier cosa, pero no estaba preparado para
escuchar que su hija amara a un sinvergüenza y que
quisiera huir con él.

—Lamento que mi padre lo amenazara, excelencia —


habló Augusta que estaba sentada en el salón junto a
Wilburg.

—Creo que le hemos causado un gran disgusto a su


padre. La felicito por su entereza y por defender sus
creencias. Usted será una gran duquesa —replicó Wilburg
que cogió la mano de ella para besarla varias veces.

Ambos se veían enamorados frente a los demás


miembros de la familia.
Cuando el médico y la duquesa de Salisbury fueron a
dar noticias sobre la salud del duque, todos se levantaron
de sus asientos.

—¿Cómo está mi padre? —indagó Augusta, apresurada.

—El duque debe dejar la bebida y el tabaco. No hay


nada de qué preocuparse. Si sigue mis indicaciones estará
tan saludable como lord Nottingham que ha sobrevivido —
respondió el médico.

—Ve a verlo, Augusta. Ha pedido por ti —dijo Kitty para


que ella fuera a la habitación.

No perdió el tiempo para ir a verlo. Esperaba que su


padre recapacitara sobre negarle su mano a Wilburg.

—¿Puedo pasar? —curioseó la joven que encontró a su


padre sentado junto a la ventana.
—Pasa. Quiero escuchar lo que tengas que decir —
pronunció.

Augusta se arrodilló frente a su padre y dejó que este le


acariciara los cabellos, mientras ella recostaba su cabeza en
las piernas de él.

—Lo amo, padre. Estoy dispuesta a correr riesgos.

—¿Cómo? ¿Cómo ha ocurrido?

—No lo sé. Debo confesar que escapé una noche y fui a


un baile de máscaras en Gloucestershire. Ahí conocí al
duque en otra faceta, pues él no me había reconocido.
Desde ese día, las cosas en mi cabeza cambiaron al igual
que para él. Cuando usted se enfadó con el duque, ya
habíamos arreglado las diferencias entre nosotros, aunque
no conversamos de matrimonio. Se ha negado mucho a eso
en su propio corazón; sin embargo, por la noche me ha
confesado que ha estado enloqueciendo por mí y le
confieso, padre, que yo casi me muero sin él.

—¿Entiendes que es un hombre orgulloso?

—Y yo soy una mujer orgullosa. El duque tendrá un


buen adversario en la habitación de la duquesa.

—No sé si algún día llegaré a perdonarlo, pero creo que


como yo he tenido una oportunidad para casarme con tu
madre y ser feliz, tú también lo mereces. Le daré tu mano a
ese sinvergüenza. Que venga aquí.

La joven se levantó de un salto y besó la frente de


Albert antes de salir corriendo de la habitación.

—Un gracias no hubiera estado mal... —habló el duque


y sonrió ante el entusiasmo de su hija que se había perdido
detrás de una puerta.
Epílogo
Cinco años después...

La vida no podía ser más feliz para Wilburg después de


que el duque de Salisbury aceptara darle la mano de la
joven, al menos bajo una docena de amenazas. Él se había
casado antes que su amigo George y la prometida de este
en esa misma temporada.

Las cosas no solo mejoraron para él, sino también para


su tía Margarite y su tío Ernest que disfrutaban de la
felicidad de Theodor, el hijo de cuatro años que tenían él y
Augusta, aunque cuando llegó Alexandra a sus vidas, la
locura los tomó sin descanso, ya que todos adoraban tener
a una pequeña niña a la cual criar.

Con esos dos hijos que le había dado Augusta a


Wilburg, ella no solo había ganado el respeto de Margarite,
también todo su afecto, ya que dejaron Gloucestershire para
vivir más cerca de los niños, aunque para el verano
preferían ir a ese condado para la cacería.

Augusta y Wilburg caminaban por el sendero que los


llevaba hacia donde se encontraban las perdices que
deseaban.

Él la cogió de la cintura, pero Augusta, juguetona, lo


empujó.

—No te daré nada de lo que me pertenece, Wilburg —


advirtió la joven.

—Nadie quiere tus perdices. Yo iré de este lado y tú del


otro —ordenó Wilburg.
—¿Lo haces porque cada año eres incapaz de cazar
algo del lado que me das a mí? Esto tiene que ver con el
cazador, no con la presa.

—Podrías haber traído a Silvester para que te ayudara.

—Él terminaría devorándote en un descuido si estamos


separados. Todavía no puede verte como mi esposo.

—Hay muchos que no pueden verme como tu esposo,


pero se aguantarán.

—Sea como sea, este será otro año para mí. Admítelo,
Wilburg, soy demasiado para ti.

—Tu padre se ha tomado muchas cosas en serio.

—Después lanzaremos vajillas viejas para dispararles.


Siempre hay algo nuevo que hacer en el campo.

Los dos separaron sus caminos y como siempre,


Augusta siempre tenía la ventaja, más que su esposo. Por lo
general ella ganaba más presas que él, aunque sabía que
después de eso habría problemas, pero las reconciliaciones
eran los momentos más esperados de todo ese matrimonio.

No se arrepentía de haberse casado con Wilburg. Era


feliz con la familia que había logrado formar. Tenía a sus
padres siempre cerca y también a los tíos de su esposo.
Tenían mucho apoyo de ellos, no podía quejarse de su
buena fortuna. Sus hijos eran su más grande y doloroso
orgullo, ya que la señora Smith había saltado muchas partes
de la vida de casada. No le había dicho que parir era igual a
casi morir. Odió tanto a Wilburg en sus dos embarazos por el
dolor que sintió que ya no estaba dispuesta a más hijos.
Preferiría a los caballos, ya que los dos eran adicionados a
ellos y desde hacía poco tiempo apostaban en las carreras
de Ascot.
Tenía en la mira a un pato. En ese lugar no había
abundancia de perdices, pero sí de patos. Cuando estaba a
punto de disparar una piedra que alguien había lanzado, los
espantó, dejándola sin nada en ese instante, debía empezar
de nuevo.

—¿De nuevo, Wilburg? ¿No te cansas de hacer trampa?


—increpó Augusta que guardó su arma.

—¿Estás enfadada? Quiero verte así porque eres fuego


puro, Augusta. —Él acortó distancias entre los dos y la pegó
a su figura con violencia.

Ella alzó su mano fingiendo que acariciaría a su esposo;


no obstante, le dio una ligera bofetada.

—Por mis patos...

Él se abalanzó sobre la boca de Augusta.

—Por la bofetada —aseguró el duque una vez que se


alejó de los labios de ella.

Los dos sonrieron y comenzaron a hacer danzar sus


lenguas en sintonía de aquel sentimiento inmenso que los
embargaba.

—Oh, Augusta, te amo y te deseo tanto... —musitó


Wilburg en tono ardiente, acariciando la figura de ella.

—Nadie nos ve. Podríamos ir a la cabaña. Me encanta


que me ames tanto como yo a ti...

—Cualquier lugar es bueno para demostrar cuánto


deseamos estar juntos...

Entonces Wilburg y Augusta continuaron besándose


hasta quedar presos e inmersos en la poderosa pasión que
los envolvía para consumar entre aquel paisaje el amor que
se profesaban.

Fin.
Conoce la próxima novela de la
Serie El círculo de los solteros

Adam Bruster, conde de Baltimore, un caballero que pertenecía al


círculo de los solteros, era conocido por ser alguien esquivo dentro de la
sociedad y al que aún no le había llegado el tiempo para sentar la cabeza. No
obstante, el destino tenía otros inquietantes planes para él.

Lady Dorothea Coldwell, hija del marqués de Fremont, no había


conseguido un esposo en sus cuatro temporadas. Era una terrible solterona y
sobre sus hombros pesaba el ultimátum de su padre que exigía un prometido sin
importar su condición social en un determinado plazo.

Rezando por un compromiso con un caballero lo encontró en uno de los


lugares menos esperados: en la calle, como si esperara por ella.

¿Podrá Dorothea convencer a Adam de que es la mujer de su vida después


de haberlo confundido con otra persona?

Si te gustó Una elección


peligrosa, podría gustarte…
Frederick Case, conde de Melbourne, había sido víctima de su primera
decepción amorosa, por lo que decidió abandonar su visita a Londres para
adentrarse en su otro origen: el escocés.

Catriona Crawford, era la hija de un antiguo jefe de clan, que se encontraba


en el dilema de la probable muerte de su padre que quería enviarla a Inglaterra,
convencido de que su futuro sería mejor por ser la nieta de un duque.

Las Highlands no representaban un problema para Frederick, mas no contaba


con encontrarse a la criatura más grosera y abominable en su forma de ser y
que lo llevaba a considerar de nuevo la idea de matrimonio: Catriona, quien lo
despreciaba por su lado inglés que él también acostumbraba a menospreciar.

¿Qué le depara el destino a un caballero y una salvaje de las Highlands? ¿Podrán


los dos superar sus prejuicios para vivir un gran amor?

Novela relacionada con El querido enemigo, serie Extraños y con la


Familia Fane.
Biografía
Mi nombre es Laura Adriana López, soy de nacionalidad paraguaya, nacida
el 05 de Julio de 1988, soy casada y con una hija. Estudié Ciencias contables y
Auditoria en la Universidad Americana.
Desde el año 2016 me encuentro escribiendo lo que realmente me
apasiona, que son las novelas de romance de época, ambientadas en la época
victoriana, regencia, etc.
También he escrito novelas contemporáneas, pero más ambientadas antes
de la revolución tecnológica que tenemos actualmente, pues tengo la creencia
de que la tecnología ha entorpecido de cierta forma las relaciones sociales, y
más aún el romance. Es una razón, porque más me agrada soñar con un
romance a la antigua.
En el 2018, empecé a publicar de manera seria, con dos editoriales.
Selecta, que es del grupo Penguin Random House y que se dedica a publicar
novelas románticas en digital, y con la editorial Vestales de Argentina. Con
Selecta he publicado, seis títulos de una saga, comenzando por: Rescatando tu
alma perdida, Belleza y Venganza, Amor y dolor, Entre las sombras, Obligándote
a amar y Te deseo para mí; todas de romance histórico esta editorial es la que
me abrió las puertas para que la gente me conociera. En el 2019 se publicaron
una novela contemporánea de nombre Un romance real, y otra para novela
histórica: Tan perversa como inocente. En 2020 salió a la venta Desavenencias
del amor.
Con la Editorial Vestales de Argentina, tengo publicado en físico y digital las
obras de nombres: Una perfecta señorita, La ventana de los amantes y Mi
amada señorita Angel.
También he incursionado en la auto-publicación en Amazon, con: Los
mandatos de Rey, que es un cuento corto y Una dama infortunada. Otros títulos:
Corazón de invierno, Una heredera obstinada, Una beldad indomable, La
esquiva señorita Millford, Las peripecias de los amantes, Nuestro tiempo
perfecto, La dama de Sandbeck Park, Las oscuras intenciones de lord Coventry,
El amante de Londres, Anhelos de primavera, Una candidata inadecuada, El
silencio de los amantes, Amantes en la eternidad, Amantes en guerra, La
prometida desconocida, Enamorar a un lord inglés, La acompañante del
marqués, El candidato perfecto, La joven matrona, La herencia del duque de
Gloucester, El esposo ausente, Una forajida cautivadora, El preceptor, La justicia
de un canalla, El domador, La nueva esposa, Una solución para lord Nottingham,
El prometido despreciado, Un beso irreverente, El querido enemigo, Un
compromiso accidentado, Un caballero misterioso, Un seductor afortunado, Una
diablesa enamorada, Su encanto inglés, Una elección peligrosa y Una cadera
incorregible.
Me manejo también con el alias de Leah Heart, donde publiqué: Mi gran
sueño londinense, Nuestro tiempo perfecto y The elusive miss Millford, la
traducción en inglés de la novela corta La esquiva señorita Millford.

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