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Ritmos Hernandez Culturas 2008 N6
Ritmos Hernandez Culturas 2008 N6
Ritmos Hernandez Culturas 2008 N6
ISSN: 1886-5623
MARIO HERNÁNDEZ
Resumen
A partir de un ejemplo paradigmático de la cuentística tradicional, el autor propone, más allá
de los llamados «metricismos», el análisis del uso de las inclusiones del verso, con formas
métricas fluctuantes, en la prosa dialogada de Valle-Inclán, comenzando por las obras galaicas
y siguiendo con Los cuernos de don Friolera o Ligazón. La presencia del Ciego, sea el de
Gondar o Fidel, sirve de punto de unión para observar usos de la oralidad narrativa, bañada de
coplas, dichos, ritmos de danza, fórmulas oraculares o adivinanzas. Pero en Valle entran
también en juego los modelos del teatro breve y la tradición que sustentan, lo que nos lleva a
examinar coincidencias con Ramón de la Cruz, Luis Mariano de Larra, Arniches y López
Silva. El léxico nos abre, a su vez, la puerta hacia otros radios de esa multisecular tradición, en
gallego y castellano, con Rosalía de Castro, Lope, Salas Barbadillo o los villancicos barrocos,
hasta llegar a C. J. Cela. La complejidad de los hilos que cabe distinguir en la prosa de Valle
denota la permanente riqueza de su invención, fecundada desde las dos lenguas que en todo
momento hermana, con la sombra, podríamos añadir, del latín.
Palabras clave: Valle-Inclán, oralidad, intertextualidad, cuento, canción, seguidilla,
adivinanza.
Abstract
This paper analyzes the use of verse—with fluctuating metric—in the prose of Valle Inclán.
The character of the blind man in Valle Inclán’s prose works is a point of departure for the
observation of a “narrative orality” sprinkled with couplets, proverbs, rhythm, formulas and
riddles, which is put in relation with the works of Ramón de la Cruz, Luis Mariano de Larra,
Arniches, López Silva, Rosalía de Castro, Lope, Salas Barbadillo and C. J. Cela.
Keywords: Valle-Inclán, orality, intertextuality, folktale, folk song, seguidilla, riddle.
D
on Ramón María del Valle-Inclán no dudó en esmaltar su prosa en ciertos
momentos con secuencias breves de versos rimados, constituidos de este
modo en formas estróficas, regulares o fluctuantes, que quedaban
dormidas, o no marcadas, en la fluencia general de su palabra escrita, como si quisiera
dar a entender que las fronteras entre el verso y la prosa se hubieran adelgazado para él
hasta casi desaparecer1. El camino había sido largo, con lenta adaptación de la prosa a
un oído que no desdeñaba las reiteraciones métricas, sobre todo en final de párrafo o
de cláusula, y la repetición acompasada de ciertas cadencias rítmicas. Tempranamente
Juan Ramón Jiménez señalaba la rareza y exquisitez de esa prosa a propósito de Jardín
umbrío:
Unha vez víuse unha lebre mui apurada cos cais, mais dispoixas de fuir canto lle
daban as pernas, pudio escapar de eles e sentóuse entre unhas xestas e púxose a lamber
nas patas, decindo:
–¡Ai, zanquiñas, zancáis, se no forais vos, comíanme os cais!
O rabo sentíu envexa das patas, e falóu así:
–¿I eu? ¿I eu?
Respondéulle a lebre:
–¡Lévete Xudas, inda me estorbas máis que me axudas!3
1
Retomo aquí, con renovados enfoque y contexto, líneas de un artículo previo, «Valle-Inclán, de Darío a Quevedo»,
en Lía Schwartz y Antonio Carreira (eds.), Quevedo a nueva luz: escritura y política, Málaga: Universidad, 1997,
págs. 297-342. Agradezco a José Manuel Pedrosa su amable y generosa lectura de dos borradores previos de este
nuevo ensayo.
2
JRJ, «Jardín umbrío, por don Ramón del Valle Inclán, Madrid 1903», Helios, VIII (1903), pág. 118.
3
«Recollido por Laureano Prieto na Gudiña» (Orense), según indica el editor, en O libro da caza, recadádiva, limiar
e notas de Xosé M.ª Álvarez Blázquez, Vigo: Castrelos, 1969, pág. 13. L. Prieto no lo había incluido en su
recopilación de Contos vianeses (Vigo: Galaxia, 1958), ni en su más breve Contos pra nenos (Vigo: Galaxia: 1968).
2
Como en tantos otros casos semejantes, la eficacia de las dos frases esenciales
del relato descansa en su compás métrico, que cabe ordenar de este sencillo modo:
–¡Lévete Xudas;
inda me estorbas
máis que me axudas!4
El cuento y sus variantes ruedan por todo el mundo hispánico, hasta el punto de
que Ricardo Palma, en sus Tradiciones peruanas, puesto a apoyar con buena gracia
una reflexión, cita los versillos como una fórmula proverbializada cuyo origen se
hubiera olvidado (o fuera innecesario recordarlo, de tan conocido):
¡Arriba, piernas,
arriba, zancas!
En este mundo
todas son trampas6 .
4
Ensayo una traducción libre: «¡Ay, zanquitas, zancas, / si no es por vosotras, / los perros me atrapan!»; y al rabo:
«¡Llévete Judas! / ¡Aun más estorbas / que lo que ayudas!». En el cuento xestas es «retamas», y envexa, «envidia».
5
José Pérez Ballesteros, Cancionero popular gallego y en particular de la provincia de La Coruña, 3 vols., en
Antonio Machado y Álvarez (dir.), Biblioteca de las Tradiciones Populares Españolas, VII, IX y XI, Madrid:
Librería Fernando Fe, 1885-1886; II (ó IX), 1886, pág. 202. Una versión del cuento, en X. Pisón, M. Lourenzo e I.
Ferreira, Contos do Valadouro, Vigo: A Nosa Terra, 1999, págs. 46-47; lo retoma Ana Acuña, «Relacións entre
distintos xéneros de literatura popular: o motivo da cepa torta», Culturas Populares. Revista Electrónica 1 (enero-
abril 2006), 15 págs. http://www.culturaspopulares.org/textos%20I-1/articulos/Acuna.pdf.
6
En Carlos Villanes Cairo (ed.), Madrid: Cátedra, 1994, pág. 88, pero cito por María Begoña Barrio Alonso,
«Canciones y cuentos», en Pedro M. Piñero Ramírez y A. J. Pérez Castellano (eds.), De la canción de amor
medieval a las soleares (Actas del Congreso Internacional «Lyra minima oral III», Sevilla, 26-28 de noviembre de
2001), Sevilla: Fundación Machado - Universidad de Sevilla, 2004, págs. 337-346; 340. Esta autora señala otros
cuentos o versiones conexos, algunos con desarrollo narrativo más complejo, que no importan aquí para mi
3
El cuento, pues, establece la natural interconexión del verso y la prosa, con el
añadido singular de la música, dándonos a entender que las fronteras que en los usos
cultos parecen insalvables, en el terreno de la oralidad son lábiles o inexistentes. Para
el escritor Valle-Inclán no se trata solo de que un personaje se exprese en verso
canónico, como es propio, por ejemplo, de un ciego y cantor que corre los caminos,
sino de la invención o imitación de un habla que puede adoptar cadencias rítmicas de
copla, si es que no suena a dicho oracular, refrán o enigma. Valga uno de estos
personajes, el Ciego de Gondar, por otro nombre Electus, acompañado de lazarillo, que
puede ser una muchacha. El de Gondar, que establece un nexo entre obras galaicas,
aparece ya en Flor de santidad (1904), resurge en Romance de lobos (1908), primera
en el tiempo de las Comedias bárbaras, reaparece en El embrujado (1912), cobra
nueva voz en Divinas palabras (1920) y asoma de nuevo en Cara de plata (1923),
última de las Comedias, pero primera en el arranque narrativo de la trilogía
medievalizante7.
En el Romance, que lleva en el título inscrita su intención de novela
(dialogada), ha cuajado ya la figura del Ciego, que aparece acompañado de un lazarillo
y con una zanfoña bajo la capa «tabacosa»8. En una cocina de casa solariega se acerca
a una vieja criada, Andreíña, e inicia con ella el diálogo mediante un decir burlesco
que, aun dispuesto como prosa, podemos escandir en forma de verso:
–Bien de mi corazón,
allega si quieres,
y, si non, non,
que por el mundo sobran mujeres.
argumentación. Uno de ellos aparece ya en los citados Contos vianeses, de Laureano Prieto: «O home i a culebra»
(págs. 189-190); otro, más alejado ya, es «A raposa», en Zófimo Consiglieri Pedroso, «Contos populares
portugueses», RHi, 18 (1908), págs. 116-118. Véase también José L. Agúndez García, «Ritmos, rimas y canciones
en cuentos populares», De la canción..., págs. 289-315.
7
Al margen de otras obras, como señala y analiza Roberta L. Salper, Valle-Inclán y su mundo: ideología y forma
narrativa, Amsterdam: Rodopi, 1988, pág. 179-191.
8
Ramón del Valle-Inclán, Obra completa, II, Madrid: Espasa-Calpe, 2002, pág. 482. Cito en adelante esta edición
por sus siglas: OC. Sobre el instrumento musical, vid. Faustino Santalices, La zanfona. Esbozo de método relativo a
este ancestral instrumento y breve estudio histórico-literario y técnico con esquemas e ilustraciones para su
aprendizaje, prólogo de Ramón Cabanillas, Lugo: Gráf. Bao, 1956 (con reedición moderna: Vigo: Ir Indo, 2000).
Véase también zanfona en Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Zanfona, consulta de 1-II-2008), con excelente
entrada en la que sobra la fábula de Samaniego: «Salicio usaba tañer / la zampoña todo el año...». Este pastor de
estirpe garcilasiana tañe un ‘instrumento rústico pastoril a modo de flauta’, como ya aclaraba Autoridades para
zampoña en 1739. Sobre la figura del ciego y sus representaciones, con o sin zanfona o zanfoña, vid. Joaquín Díaz,
«Literatura de cordel: pliegos, aleluyas», en J. Álvarez Barrientos (ed.), Se hicieron literatos para ser políticos.
Cultura y política en la España de Carlos IV y Fernando VII, Madrid: Biblioteca Nueva, 2004, págs. 63-82; 75-76.
4
partir como cuarteta hexasilábica quebrada en el verso final:
–Allega tu pico,
paloma real,
allega tu pico,
que no soy gavilán.
Sin romper el juego, el mismo Ciego encadena al fin una glosa de origen culto,
ahora dirigida a la criada que atiende al fuego del hogar. Es el modo figurado de
indicar el aparte que va a iniciar con la vieja Andreíña:
–Hermana Rebola,
sopla en el lar.
Nos, tras de la puerta,
hemos de amasar,
meter y sacar
y dar de barriga.
No riades, rapaces,
que no hay picardía9 .
Las tres intervenciones son, para los mendigos que las escuchan, «clásicas
burlas», esperables en boca de un Ciego que tiene a gala su memoria y decires. Cuando
así lo juzga, y para embromar a los que le escuchan, habla por coplas o amagos de
coplas, con versos que Valle dispone como prosa, pero que oímos como estrofillas de
versos fluctuantes, si adoptamos la sabia terminología de Pedro Henríquez Ureña10.
Con la tercera réplica del Ciego, Valle se permite, además, aludir al famoso
romancillo de Góngora «Hermana Marica...». Es probable que el recuerdo le viniera a
la pluma por el mismo nombre de la criada a quien se dirige el de Gondar: Rebola,
apodo que define, «por mal nombre», la redonda figura, así descrita en una acotación
anterior: «...una moza negra y casi enana, con busto de giganta. Tiene la fealdad de un
ídolo y parece que anda sobre las rodillas». Rebola, que oímos en castellano (y vemos
a través de la pintura de enanos y bufones del Barroco), quizá incorpora también la
alusión a un término, a rebola, que en gallego designa el rebollo o roble melojo
(Quercus pyrenaica), cuando no palos cilíndricos con diversos usos11. Pero Rebola
9
OC, pág. 483.
10
Vid. Estudios de versificación española, ed. Ana María Barrenechea y Emma S. Speratti, Buenos Aires:
Universidad de Buenos Aires, 1961.
11
Como en latín, muchos nombres de árbol en gallego son de género femenino, pese al influjo en contrario del
castellano, que mantiene, no obstante, su higuera y los más arcaizantes olma o noguera. El gallego también tiene
rebolo. Por extensión rebola designa, asimismo, el ‘rasero’, es decir, el ‘palo cilíndrico que sirve para rasar las
medidas de áridos’; igualmente, el ‘pedazo de madera de forma cónica que se usa para machacar la cabeza del
pescado y la comida’. X. L. Franco Grande, Diccionario galego-castelán, Vigo: Galaxia, 1968, s. v. Y José
Santiago Crespo Pozo, Contribución a un vocabulario castellano-gallego (con indicación de fuentes), Madrid:
Revista Estudios, 1963, quien recoge las dos formas: rebola y rebolo.
5
recuerda también, por relación de paronimia, el nombre gongorino de la muchacha,
Bárbola o Barbolilla, con quien el hablante del romancillo decía hacer «las bellaquerías
/ detrás de la puerta». No por azar este nombre se asocia a su vez al de Mari-Bárbola,
la enana velazqueña de Las meninas.
La Barbolilla de Góngora ya se había convertido en Bartolilla y Bartola en la
edición que leía (o recordaba) José Martínez Ruiz en un pueblo levantino hacia 1903.
Quien aún no firmaba como Azorín evocaba piadosamente en una breve nota de
entonces «ese apretón de manos [...], ese beso dado a hurtadillas detrás de la puerta
[...], esas bellaquerías que ya no se borrarán jamás de nuestros recuerdos en nuestra
peregrinación dolorosa por la vida»12. Menos voluntariamente ingenuo o pacato, Valle-
Inclán recreaba el mismo celebérrimo romancillo desde las certezas de la oralidad
rural, volviendo de nuevo su prosa verso sonante y transgredido.
Quien embroma o entretiene a sus oyentes con dichos y versos cantados vuelve
a surgir en la tragedia rural de El embrujado, ahora en compañía de una moza que le
sirve de lazarillo, María Virula, con la que se ha casado y de la que espera un hijo.
Aunque el tal Ciego es un saco de picardías y meditadas prudencias, ostenta un
nombre latino que señala su extraño carácter de ‘elegido’. Como en otros ejemplos del
mismo escritor, ese Electus ofrece una resonancia del latín litúrgico y eclesiástico, que
a Valle le sirve para sugerir la capacidad mágica de dominador de la palabra y adivino
que tiene el Ciego, no en vano partícipe del don de la poesía. Aparece así en el
momento de entonar un romance:
12
«Una impresión de Góngora. Las bellaquerías», Helios, VI (1903), págs. 358-359. Entre otros textos de la misma
revista sobre el cordobés, léase la carta de Miguel de Unamuno, «Sobre Góngora» Helios, VII (1903), págs. 475-
476, en la que refleja: «Tenemos los más de los españoles de algunas letras una idea más o menos clara del
gongorismo; pero de Góngora, no». No lo tenía que jurar.
13
OC, pág. 1133.
6
zanfona y su lazarillo, muchacha de unos trece años en cuya cara se abrían como flores
de un jardín celeste los inmensos ojos grises y melancólicos»14. El ciego será, después,
«el zanfonero» y acompañará con ese instrumento a la muchacha cuando esta entone
un refinado romance, en realidad recreación culta del padre del regionalismo gallego,
Manuel Murguía, quien lo incluyó en un libro enciclopédico sobre Galicia como
muestra de su poesía popular, su lengua y sus creencias15. Martínez-Barbeito unía de
este modo al ideólogo de la nacionalidad y defensor del mito celta con el recreador
artístico del sustrato campesino en el que se habría aposentado el ser nacional (por más
que Valle desborde este esquema).
Desde ese ámbito de saberes cultos y populares, no extraña que otro personaje,
Juana de Juno, se exprese en El embrujado con lenguaje de enigmas o de antigua
adivinanza. La Galana pregunta en la puerta por el señor de la casa, Pedro Bolaño. La
respuesta sugiere desdén ante la visitante, de la que todos saben o sospechan su arte
para el engaño:
–Adentro entró,
por la puerta no salió,
brujo no nació
y por la chimenea no voló16 .
7
ser utilizadas o parodiadas a distintos niveles, aunque aquí solo me fijaré en el uso de
los recursos rítmicos y en los modelos que delatan.
En un patio de posada el Bululú se ayuda de un rapaz para la representación
compendiada de la «trigedia» del teniente cornudo, con término burlesco que es un
homenaje a Ramón de la Cruz y a su «trigedia» del Manolo, cuando no el recuerdo de
un vulgarismo ya acreditado por el género chico17. Baste recordar el comienzo de esa
peculiar representación, marcando de nuevo el verso en contra de lo que hace su autor.
Desdoblado en el Ciego Fidel, habla el Bululú con su muñeco mientras suena «un aire
de fandango» en la nuevamente «desvencijada zanfoña»:
8
representación, dentro de una tradición que asumen igualmente el poeta granadino y el
Valle tardío, el de piezas quintaesenciadas y perfectas como Ligazón, del Retablo de la
avaricia, la lujuria y la muerte (1927). En esta breve y mágica obra se oye una
cancioncilla en hexasílabos, en boca de una descarada Mozuela, que, «en señal de
menosprecio, canta sobre el umbral» de una venta:
En Viva mi dueño (1928) pregona una vieja que canta en dodecasílabos: «¡Jigas
de azabache para el mal de ojo!» (5, XXIX). Contra la superstición del aojo se han
usado a lo largo de los siglos patas de tejón, ramas de coral, colmillos de jabalí,
cuernos y, sobre todo, higas, que no son más que representaciones del puño cerrado
con el dedo pulgar asomando entre el índice y el medio. Serían las del pregón
valleinclaniano las higas para colgante de una artesanía ligada por tradición a Santiago
de Compostela, pero el gesto reproducido en la mano de negra piedra pulida marca en
los versos, por vía de burla, el desprecio de la Mozuela al requerimiento amoroso21. Es
el mismo gesto que pedía a sus ovejas un pastor que cantaba en una fraga gallega a
mediados del XIX:
Miñas ovelliñas
do Campo da Roca,
que a cada bocado
comés una rosa,
pacede mui ben
e enchede a barriga,
e, si o lobo ven,
dádelle una figa22 .
20
OC, pág. 1099. Mozuela es lo mismo que ‘soltera’ o ‘virgen’, acepción añadible a las que registra el DRAE;
recuérdese el célebre romance lorquiano: «…creyendo que era mozuela».
21
Juan de la Pezuela, Conde de Cheste y presidente de la RAE, explicaba en 1868 sobre «hacer la higa»: «Acción
indecente que suele hacer la gente ordinaria con los brazos y cierta combinación de los dedos» (Canto XXI de El
infierno de Dante, traducido en verso castellano…, Madrid: Manuel Tello, 1868, pág. 14). Vid. José Ferrandis,
Marfiles y azabaches españoles, Barcelona: Labor, 1928, págs. 257-261. Explica J. Filgueira Valverde en «La
azabachería» (La artesanía en Galicia, Buenos Aires: Ediciones Galicia, 1953, págs. 49-51): «…el azabache es un
fósil negro, compacto y fragilísimo, al cual, desde la antigüedad, vienen atribuyéndosele cualidades mágicas, por lo
que se usa en amuletos que suelen adoptar la forma de mano con el pulgar bajo el índice, ademán ofensivo que
llamamos “figa”». Con amplia documentación y bibliografía, Ángela Franco Mata, «Valores artísticos y simbólicos
del azabache en España y Nuevo Mundo», Compostellanum, XXXVI, 3-4 (1991), págs. 467-531. Con nueva
bibliografía, testimonia J. M. Pedrosa sobre la higa: «...su simbolismo original tiene relación con el falo y con lo
fálico [...]; se usaba para repeler y rechazar los males, las desgracias, los hechizos, las enfermedades que se
identificaban con las fuerzas opuestas de lo destructivo, lo infecundo, lo estéril». En Plato de cerámica mudéjar
siglo XIV (iconografía de la «mano de Fátima» y de las llaves), Madrid: Museo Arqueológico Nacional, 2001.
22
Según Eugenio Reguera y Pardiñas, que lo recogió, cantar antiguo en Labrada, Santa María, en los confines de la
provincia de Lugo con la de la Coruña, en el partido de Vivero, en las faldas de la áspera Sierra de la Loba;
9
En El embrujado el Ciego de Gondar maneja a ratos un habla oracular
impregnada de símbolos bíblicos y arcaicos, entre los que no falta tampoco la demanda
de protección a la higa:
Pero los versos de Ligazón y los del pastor lucense están pidiendo el apoyo de
las notas musicales y de los ritmos consiguientes. El texto impreso nos impone la
deformación común a tanta lírica tradicional, abruptamente desposeída de su
realización sonora o de su mera indicación sobre el papel. Fragmentos concretos de
poesía y teatro solo cobran pleno sentido con el acompañamiento necesario de música,
ritmo, danza. Vale volverse a un clásico representante del teatro breve, Ramón de la
Cruz, y a uno de sus sainetes: Los baños inútiles. En su comienzo se oye un canto a
cuatro de unas lavanderas madrileñas. Como en boca del ciego Fidel («¡A la jota jota,
y más a la jota...!»), se invoca de nuevo el mismo tipo de baile popular, con recreación
de un motivo tradicional del madrileñismo:
cantábalo un chico, guarda de ovejas en la extensa fraga do Rodeiro, que tiene una casa en medio y pertenece al
Estado. Traducción de algunas voces, frases y locuciones gallegas, especialmente de agricultura, al castellano
(1840-1850), ed. J. L. Pensado, A Coruña: Real Academia Galega, 1995, pág. 95. Reguera y Pardiñas edita los
versos como pareados en dodecasílabos. Campo da Roca sería el ‘Campo de la Rueca’.
23
El embrujado. Tragedia de las tierras de Salnés, en Opera Omnia, IV, Madrid: Imprenta de José Izquierdo, 1913,
pág. XXXIX; y en OC, II, pág. 1139. Vid. «gigas», en Leda Shiavo, «Apuntaciones criticas al vocabulario de Valle-
Inclán», en L. Schiavo (ed.), Valle-Inclán, hoy. Estudios críticos y bibliográficos, Alcalá de Henares: Universidad,
1993, págs. 115-20; y J. Rubio Jiménez (ed.), Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, Madrid: Espasa, 1996,
págs. 148-149.
24
Madrid Cómico, 388 (26-VII-1890); en Paliques, ed. Carlos Dorado, Madrid: Ayuntamiento, 2003, pág. 303; y
en Jean-François Botrel e Yvan Lissorgues, Obras completas, VII: Artículos (1882-1890), Oviedo: Nobel, 2004,
págs. 1081-1082. Clarín imprime el soneto, con otros dos poemas previos, en forma de prosa.
10
Manzanares, Manzanares,
pocas aguas hay en ti
para templar los ardores
de los hijos de Madrid.
El canto es una variación sobre el viejo motivo del río que suple la carencia de
agua con fuego: fuego de amor que corre por las venas de los que se acercan a sus
riberas y por su misma escasa corriente. Es el mismo motivo que Lope desplegó en una
conocida secuencia de seguidillas de su Santiago el Verde. Recreaba allí la romería
que el primero de mayo se hacía en las orillas arboladas del Manzanares, en reuniones
a las que a veces asistió el rey. Son versos que sin duda sirvieron de acompañamiento
cantado de una danza escénica, en la que el cantor exponía la queja dolorida y la
promesa de venganza de un celoso:
En Santiago el Verde
me dieron celos.
Noche tiene el día;
vengarme pienso.
Manzanares claro,
río pequeño,
por faltarle el agua,
corre con fuego 26 .
25
En Emilio Cotarelo y Mori (ed.), Sainetes de Ramón de la Cruz en su mayoría inéditos, Madrid: Bailly-Baillière,
1915 y 1928, 2 vols.; I, págs. 195-202.
26
II, vv. 1471-1482, ed. Ruth Annelise Oppenheimer, Madrid: CSIC, 1940, págs. 68-69; y Trezena parte, 1620, fol.
64, pero desgajando los intercalados de diálogo. Frente a la impresión original de las seguidillas en dos versos,
adopto el criterio de Gonzalo Correas: «Io tengo por cosa más propia i clara escrivirlas en sus cuatro versillos, con
que se conocen mexor sus quiebros y partizión» (en E. Alarcos García [ed.], «Del verso de zinco sílabas i de las
seghidillas», cap. LXXXVI de Arte de la lengua española castellana [1625], Madrid: CSIC, 1954, págs. 445-456;
448). El «soto» es el del Manzanares, un lugar preciso, por lo que adopto la mayúscula. Sobre su situación, al otro
lado del río, pasado el puente de Segovia, vid. José del Corral, Santiago el Verde, Madrid: Instituto de Estudios
Madrileños, 1985. Por último, este Manzanares es claro no por la limpidez de su corriente, sino por su raro y
modesto prestigio de río cortesano.
11
seguidillas cantadas que incluye en su novela La sabia Flora malsabidilla (1621). No
describen ya un encuentro (o desencuentro) primaveral sobre el fondo del Soto, sino
que celebran, como han de hacer los sainetes del XVIII y del XIX, a las lavanderas y
sus bailes a la orilla del río, bien es cierto que ahora con soterrada malicia en el uso de
palabras que han perdido del todo su inocencia. Muy lejos ya de la elegancia
melancólica de Lope, Salas desarrolla una alegoría que, sobre el símbolo central del
molino, le sirve para describir en solfa la frenética actividad sexual de unos
imaginarios danzarines junto al río.
Canciones y refranes han preservado el simbolismo erótico del molino, que el
novelista aplica secretamente en su canto. Esclarece un refrán en gallego: «As que ó
muíño van, se son bonitas, logo as moerán»27. Establecida la comparación, no es
necesario explicar qué puedan simbolizar las piedras del molino, su movimiento y el
grano que es molido y convertido en harina:
Adelgazan la arena
bailando aprisa;
piedras son de molino,
y ellas la harina.
27
Os Estraloxos, Cantigas e refráns da Ribeira Sacra, Pantón (Lugo): Concello de Pantón, 1999, pág. 232. No es
preciso aludir a la expresión vulgar «pasar por la piedra», que remite con esa piedra a ‘muela de molino’, con
referencia a la misma imagen. Moler y cribar se convierten así en sustituciones eufemísticas: «Panadeiriña
d’aquesta ribeira, / de día moe, de noite peneira. / Válgate Xuncras o estilo d’a terra, / de peneirar pol-a noite sin
vela» (J. P. Ballesteros, op. cit., II, pág. 208); dentro del mismo campo simbólico: «O cura e máis a criada /
ordearon de cocer; / tiñan a leña no monte / e a fariña por moer» (Antonio Fraguas Fraguas, Cantigueiro de
Cotobade, Sada, A Coruña: Ediciós do Castro, 1998, n.º 727, pág. 67). Ahí nos hemos deslizado hacia otro término
central de la simbología erótica: el horno (vid. J. M. Pedrosa, «El herrero, las Cabrillas y el horno: léxico y
simbolismo eróticos en La Lozana Andaluza [XIV] y el Quijote [II: 41]», Criticón, 80 [2000], págs. 49-68).
28
Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla..., Madrid: Luis Sánchez, a costa de Andrés de
Carrasquilla..., 1621. En Emile Arnaud, «Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo: epigramas y seguidillas», Criticón,
14 (1981), págs. 5-42, núms. 204-207; y José María Alín, «De las seguidillas a las seguidillas seriadas», en Pedro
M. Cátedra (dir.), Eva Belén Carro Carbajal et al. (eds.), La literatura popular impresa en España y en la América
colonial: formas & temas, géneros, funciones, difusión, historia y teoría, Salamanca: SEMYR, 2006, págs. 17-41;
37-38, núms. 117-120. Son 16 las seguidillas dedicadas por Salas a las «fregonas» del Manzanares; aquí solo
12
Chistes conceptistas, como el de los bienes asentados sobre la arena (con
degradada imagen bíblica), o el juego con la frase hecha sobre el polvo y el lodo no
impiden, sin embargo, que queden en el aire imágenes que ha de retomar Ramón de la
Cruz, una vez más convertido el aprendiz de río en clara corriente de fuego. En los
escenarios tardíos del XVIII, árbitros de la moralidad ilustrada, los tiempos imponen, no
obstante, un decir más temperado29.
Desgajadas del ritmo en seguidillas, las lavanderas de Los baños inútiles saltan
de la cuarteta en octosílabos a los cambiantes pareados en sonoros decasílabos, con
ruptura final mediante un dodecasílabo que parece extender el ritmo de la danza. Esos
dos pareados señalan la presencia de la jota castellana, pero denotan a su vez los ritmos
fluctuantes de la musa popular, tantas veces evocados en sainetes y tonadillas.
Corresponden, además, a un ámbito histórico en el que la música define e identifica
procedencias regionales, como se muestra en el diálogo inmediato entre una de las
lavanderas y un acompañante gallego, que ha de retrucar con el viejo modelo de los
endecasílabos anapésticos o de gaita gallega, con cita, por tanto, de un ritmo de
muiñeira:
interesan las cuatro citadas. Dejo al margen también las relaciones de la serie completa con otra del Cancionero de
1628 (ed. J. M. Blecua, Madrid: CSIC, 1945, págs. 276-286), analizadas por Alín.
29
O un apagamiento de las connotaciones eróticas, que venían de antiguo. «Quando vuelve los ojos / la mi morena,
/ es señal que no muele / el molino arena» decía una de las «Séguedilles anciennes» reunidas por R. Foulché-
Delbosc, Revue Hispanique, 8 (1901), págs. 309-331, n.º 222; otra versión de la misma serie (n.º 170) sustituía «el
molino» por «el culito», explicitando el sentido obsceno oculto.
30
Me aparto de Cotarelo en dos correcciones: marco entre comas «el diablo», convirtiéndolo en vocativo, e
interpreto como interrogativos los tres versos últimos.
13
¡Ay, qué bien suena, mas ay, qué bien suena
la tonadiña da gaita galega!
Es el mismo ritmo que podemos oír ahora en la lengua del noroeste peninsular
y en pareados de los que tenemos primera constancia en 1857:
Ramón de la Cruz, por su parte, estaba recordando versos mil veces repetidos:
aunque ha de advertirse que moza, sobrina, ama y criada son voces que, relacionadas
con el cura, pueden adoptar un aire de ironía. La sátira popular olvida en otros casos
eufemismos y telarañas, como en esta copla puramente enunciativa:
31
Margit Frenk, Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII), México: F. F. y Letras de
la UNAM-Colegio de México-FCE, 2003, 2 vols.; I, 1470 bis, ter A, ter B.
32
Eugenio Reguera y Pardiñas (op. cit., pág. 95) oyó y anotó estos dísticos en el barrio de la Puerta Nueva, de Lugo,
el 20 de septiembre de 1857; los cantaba una niña con un son de muiñeira del país. Los retoma Fermín Casares, en
A. Machado y Álvarez (dir.), BTPE, IV, El Folk-Lore gallego, miscelánea, por E. Pardo Bazán et al., Madrid:
Librería Fernando Fe, 1884, «Copras. Coruña y sus cercanías», págs. 25-32; 31. Una letra afín: «Miña nai por me
casar / prometeume bois e vacas. / Cando me foi da-lo dote, / doume una cunca de papas» (ibídem, pág. 25).
Transcriben dos melodías diferentes para los citados dísticos Eduardo M. Torner y Jesús Bal y Gay, Cancionero
gallego, La Coruña: Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1973, I, nº 570 y 578, págs. 277 y 281.
33
J. Pérez Ballesteros, op. cit., II, 1886, n.º 33, pág. 208. La versión que mi memoria de castellano evoca es la de
«Tanto bailó la sobrina del cura, / tanto bailó que le entró calentura».
34
Manuel Rico Verea, Cancioneiro popular das terras de Tamarela, Vigo: Galaxia, 1989, pág. 28.
14
Hay personas, ¡qué locura!
que dicen a la sordina
que no es en verdad sobrina
el ama del Sr. Cura.
35
El Coco. Símil de los periódicos joco-serios de literatura y artes, I, 3 (Córdoba, 1-VI-1845), pág. 6. Consulta, en
http://biblioteca.ayuncordoba.es/31_05_Coco.html (5-II-2008).
36
Francisco Vighi, «Tan tarantán, tarantán, tarantán», Nuevos poemas, ed. Jesús Castañón, Palencia: Caja de
Ahorros, 1984, pág. 77. El sacristán aparece atraído por la rima, pero también como sustituto tradicional que
rebajaba el tono anticlerical de la sátira. El pareado del tantarantán procede, en mi memoria de infancia, de un juego
infantil. Atropil, que no aparece en el DRAE, es ‘persona que recoge la mies arrojada al suelo por la segadora y hace
con ella las morenas’, según Juliana Panizo Rodríguez, «Contribuciones al estudio del léxico en Tierra de Campos»,
Revista de Folklore, 52, 5a (1985), págs. 138-144.
15
gozoso de la muiñeira, con el son repetido y envolvente de las pandereteiras,
verbalmente marcado por una onomatopeya de origen tradicional:
Que una vez más resuenan ritmos de danza se percibe con nitidez si acudimos
al habla de un personaje de las Comedias bárbaras, el loco Fuso Negro. Descrito en
Cara de plata como «mendigo alunado», no solo utiliza «touporroutóu» como
exclamación que le caracteriza, sino que aparece así en una acotación:
Fuso Negro se esguinza con una espantada, sacando la lengua. Una nalga
negruzca le palpita entre girones de remiendos. ¡Touporroutóu! De pronto se vuelve y
comienza a bailar, trenzando las piernas. ¡Touporroutóu!39
37
Dos versiones ligeramente distintas, en castellano y gallego, en Margit Frenk, op. cit., I, 1532: «Tantarantán, que
las uvas son verdes...». Véase, también, «La Chinchana», en Juan José de Mur Bernad, Cancionero altoaragonés,
Huesca: Gráf. Industrial, 1970; y en Cancionero popular de la provincia de Huesca, ed. Josep Crivillé i Bargalló et
al., Zaragoza: Gobierno de Aragón, 1998, con partitura, letra y grabación sonora en
http://www.arafolk.net/dsalon.php, a cargo de Alberto Turón.
38
J. Pérez Ballesteros, op. cit., I, 1885, pág. 140. Otra versión: «–Troporroutou, ¿pra onde vas, vella? / –
Troporroutou, para Redondela. / –Troporroutou, ¿qué vas a buscar? / –Troporroutou, un puñado de sal». A. Fraguas
Fraguas, op. cit., n.º 1041, pág. 87.
39
OC, II, «Glosario», pág. 2345, con referencia a Franco Grande y mención ya del dístico.
16
EL CIEGO.–Sentí al gavilán volar sobre ella. Sentí a la sierpe alentar sobre ella.
Sentí al Santo Ángel de la Guarda majar sobre todos nosotros, bailándonos una
ribeirana encima de la cabeza y de los hombros, con sus pies blancos 40 .
40
OC, II, págs. 1141-1142.
41
Daniel González Rodríguez, Así canta Galicia. Cancionero popular gallego, pról. Ramón Otero Pedrayo, Orense:
«La Región», 1963, pág. 155.
42
Rosalía Castro de Murguía, «Vente, rapasa...», Cantares gallegos, Vigo: Establecimiento Tipográfico de J.
Compañel, 1863, poema 26, págs. 141-146; 143. Tengo en cuenta la ed. de Xavier Rodríguez Baxeiras, Vigo:
Xerais, 1990, págs. 199 y 256-257. En prólogo al Cancionero de J. Pérez Ballesteros Theóphilo Braga ya disiente
de la edición de los dísticos de muiñeira en forma de quadras o cuartetas (op. cit., I, pág. XIV). Es el modelo que
siguió también Murguía en su Historia de Galicia, como señala el historiador portugués.
17
Non hai sitiño
que máis me agrade
que aquel muíño
dos castañares,
donde hai meniñas,
donde hai rapaces,
que ricamente
saben loitare;
donde rechinan,
hasta cansarse,
mozos e vellos,
nenos e grandes;
e, anque non queren
que aló me baixe,
sin que o supera
na casa naide,
fun o muíño
do meu compadre,
fun polo vento,
vin polo aire43.
43
Cantares..., ed. 1863, poema 6, «Fun un domingo...», págs. 29-32. Anotaba Fermín Bouza-Brey en su edición del
centenario: «A cantiga que glosa Rosalía é fragmento de unha muiñeira endecasílaba que a temos ouvido: “E fun ó
muiño de meu compadre, / fun polo vento, vin polo aire. / Esta eche cousa de encantamento, / ir polo aire e vir polo
vento”». Cantares..., Vigo: Galaxia, 1963, pág. 257. Ya la había registrado J. Pérez Ballesteros (op. cit., II, pág.
205) y, con él, Théophilo Braga, que la retoma en su citado prólogo (ibídem).
44
Con modelo que toma de Murguía, si no es a la inversa.
45
OC, II, pág. 335. J. Pérez Ballesteros define ruada, rua o foliada como «diversión propia de los aldeanos de uno
y otro sexo que se reúnen para bailar en la casa de alguno de ellos o en el campo» (op. cit., III, 1886, pág. 270).
Manuel Murguía en su Historia de Galicia (Lugo: Soto Freire, 1865-1888, 3 vols.) teoriza sobre el «sentimiento
poético» de Galicia y recoge coplas de ruada, triadas de arte menor por el estilo de «Veña o pandeiro a ruar, /
qu’estas son as mazarocas / que hoxe teño de fiar»; analiza también, con ejemplos, la que llama «caprichosa
metrificación» de la muiñeira, mientras sueña con «nuestros bardos populares, cuyos cantos se perdieron» (I, págs.
248-259).
18
Cabe ahora acceder a otro pareado burlesco que Valle-Inclán glosó en la citada
tirada de su Esperpento de los cuernos de don Friolera. Encadeno aquí tres de sus
variantes:
La primera formulación ya está recogida por Francisco Rodríguez Marín, quien remite
a una colección manuscrita de Murguía, mientras que las otras dos ruedan por
repertorios fraseológicos modernos como modo de manifestar incredulidad ante lo que
otra persona acaba de decir46.
El tono burlesco conecta con la invención de nombres fingidos de santos,
aplicables a situaciones insólitas o disparatadas, como sucederá en un pasaje de
Madera de boj (1999), última novela de Camilo José Cela. El narrador parece
pastorear imaginariamente manadas de ballenas, a las que va dando nombre de acuerdo
con supuestos usos marineros. El uso de las asociaciones libres, como en el flujo del
monólogo interior, le permite rescatar en su novela coplas o dichos en la lengua de
Galicia:
A veces también se tropieza uno con yubartas y hasta con ballenas azules, por
esta mar todas nadan a contracorriente del Gulf Stream, que baja del Polo Norte, la
yubarta no es el rorcual sino la ballena jorobada, los marineros de Fisterra, donde
termina el mundo y comienza el país de los muertos, conocen a cada una de las
ballenas y las llaman por su nombre propio como si fueran personas o caballos,
Morondún, que mexa aceite e fai atún, Lilaina, Santa Lilaina pariu por un dedo, certo
será pero eu non cho creo, Elsinda, Maruxiña, Quintián, Sabela, etc., las confunden
muy pocas veces, solo cuando van muchas juntas y amontonadas47.
46
Vid. Ángel Iglesias Ovejero, «Iconicidad y parodia: los santos del panteón burlesco en la literatura clásica y el
folklore», Criticón, 20 (1982), págs. 5-83; 58, con cita de fuente en F. Rodríguez Marín, Cantos populares
españoles, Sevilla: Francisco Álvarez y Cía., 1882-1883, 5 vols.; V, pág. 90. El editor cita de una colección inédita
de Murguía, como se deduce de pág. 66 y de IV, 507. Se supone que a partir de esa misma fuente, R. Marín edita
los versos como pentasílabos, lo que respeta I. Ovejero. Véase, también, Isidoro Millán González, «Comentos
filolóxicos» a Ramón Cabanillas, Antífana da cantiga, Vigo: Galaxia, 1951, págs. 202-203, s. v. lilaino; consúltese
también el «Glosario», de OC, II; y Xesús Ferro Ruibal, «Explicitación e implicitación fraseolóxica. Notas
galegas», en Cadernos de fraseoloxía galega, 6, Santiago de Compostela: Xunta de Galicia, 2004, págs. 57-80; 73,
http://www.cirp.es/pub/docs/cfg06.pdf (consulta, 18-II-2008). Agradezco a J. M. Pedrosa que me señalara el
artículo de Iglesias Ovejero.
47
Pról. Víctor García de la Concha, Madrid: Espasa-Calpe, 2001, págs. 46-47.
19
Si nos desviamos de esta brusca inmersión léxica y marina y volvemos al
esperpento de Valle, cabe detenerse algo más en las palabras del Ciego Fidel y en los
ritmos que adopta. En su habla los arcaísmos o expresiones arcaizantes (defuera,
escribano, Santa Lilaila, perro de Moisés), el coloquialismo marmota (‘criada’) o el
americanismo bolichera (‘dueña de un boliche o establecimiento menor de bebidas y
otros géneros’, pero también ‘mujer a cuyo cargo está la casa de juego y a veces el
prostíbulo’, cuando no ‘mujer pública’48) entran al unísono en una tirada anisosilábica,
que fluctúa entre el predominio del eneasílabo y el de los dodecasílabos. Como en
Ramón de la Cruz, el uso del verso cambiante define el origen del personaje, pero
también el género que representa, farsa callejera de un cornudo en la que no faltan
pullas y rimas tradicionales, que se enredan con claros ecos barrocos, como los
referidos al tintero de cuerno, al escribano y a los judíos.
Valle-Inclán compone desde los modelos del género chico y traba en el habla
de sus personajes elementos léxicos y folclóricos de muy distintas procedencias, con
cruces y superposiciones de oscura complejidad. La concatenación que resuelve la
genealogía burlesca del escribiente invoca la jota y, tomando pie en el dicho burlesco
sobre Santa Lilaila, se hace eco de otras coplas tradicionales que José Manuel Pedrosa
ha puesto en claro49. Se trata, en principio, de aquellas que cantan partos grotescos o
maravillosos, como una primera recogida por Kurt Schindler en tierras de Segovia y,
en tiempos recientes oída de nuevo, con nuevas variantes, en la parroquia de Cádavos,
de A Mezquita (Orense):
48
El DRAE solo recoge la acepción próxima de «persona que acostumbra frecuentar boliches (‘bares’)», de uso en
Argentina. Remito al citado «Glosario» de OC, II.
49
En «Seguidillas sefardíes de Marruecos: diacronía, poética y comparatismo», Revista de Literaturas Populares 2
(2002) págs. 153-175.
50
Versión de Arenas de San Pedro (Segovia), en Kurt Schindler, Música y poesía popular de España y Portugal,
ed. Israel Katz, Miguel Manzano Alonso, con la colaboración de Samuel G. Armistead, Salamanca: Centro de
Cultura Tradicional, 1991, 50.
20
Esta noche es Nochebuena,
noche de comer turrón,
que parió la estanquera
un burro con pantalón51.
Arrurrú, mi guagua,
que parió la gata
cinco burriquitos
y una garrapata53.
51
Dorothé Schubarth y Antón Santamarina, Cancioneiro Popular Galego, La Coruña: Fundación «Pedro Barrié de
la Maza, Conde de Fenosa», 1984-1993, 6 vols. en 10 ts.; vol. II, Festas Anuais, t. II, Letras, nº 113, pág. 91.
Transcribo el texto (recogido en febrero de 1981) con las mismas «irregularidades» de su fuente impresa.
52
F. Rodríguez Marín, op. cit., I, n.º 181 (ya citada a este propósito por J. M. Pedrosa). La seguidilla continúa con
una retahíla concatenada, que Rafael Alberti aduce como muestra de un surrealismo español de estirpe popular en
su conferencia La poesía popular en la lírica española contemporánea (30.XI.1932), Jena und Leipzig: Wilhelm
Gronan, 1933, pág. 15. Aunque remite a R. Marín, Alberti modifica su versión con una serie de correcciones
eufemísticas.
53
Canción chilena recogida a un marinero de Iquique, de 44 años, que la recordaba como canción de cuna de su abuela.
Fue editada en Eva Soussana, «Mitos, cuentos, supersticiones, creencias, leyendas y canciones del mundo hispánico», en
J. M. Pedrosa (ed.), Literatura tradicional sin fronteras: el repertorio multicultural de Montreal. Recueilli dans le cadre
du Séminaire «Littérature et Folklore », Montreal: Université, 1997, págs. 240-260; 250. (Nota de JMP.)
54
Así lo denunciaba Sarmiento: «…en el solo arzobispado de Santiago había 2.500 escribanos. […] abusando de la
rústica sencillez de los labradores, les meten en pleitos de unos con otros, para chuparles a unos y a otros, como las
arpías mitológicas de Fineo, los precisos alimentos y frutos». En J. L. Pensado, «Un escribano de encargo», El
gallego, Galicia y los gallegos a través de los tiempos (ensayos), La Coruña: La Voz de Galicia, 1985, págs. 176-
178. Se venga una copla (entre otras): «Un gato e un escribano / caeron xuntos n’un pozo, / e, como os dous eran
gatos, / rabuñáronse o pescozo» (J. Pérez Ballesteros, op. cit., III, pág. 53).
21
resonar las penurias del esclavismo:
55
En José Sanz y Díaz, Lira negra (Selecciones afroamericanas y españolas), recopilación, prólogo y notas
biocríticas, Madrid: Aguilar, 1962, 2ª ed. corr., pág. 385. No entro aquí en otro tema, el de los testamentos
burlescos, tan antiguos quizá como la existencia de la literatura, oral o escrita.
56
Las menciones que reúno, de distintos poemas, en Poesía completa, ed. José Manuel Blecua, t. II, Madrid,
Castalia, 1970, págs. 134, 136, 54, 58 y 67. Véase también Celina Sabor de Cortazar, Poesía de Quevedo, Buenos
Aires: Centro Editor de América Latina, 1968.
57
En Fernán Caballero, Cuentos y poesías populares andaluces, Leipzig: F. A. Brockhaus, 1861, pág. 211.
22
El arosano se hace eco en su obrilla de títeres de un sentimiento burlesco de
siglos, con trasvase permanente de lo popular a lo culto, y a la inversa. Baste el
recuerdo de unas seguidillas recogidas en un cancionero del XIX:
Al entrar en su casa
dijo un marido:
–O la puerta ha menguado
o yo he crecido.
Valle recrea, pues, esas invenciones (de boca femenina), como acude a una
antigua madre para la alegre estirpe de su canto titiritesco, la tan traída y llevada Santa
Lilaila, Lilaina o Lilaula. Con ella al frente, los partos burlescos quedan en claro,
encadenados en marmota, escribano y escribiente, todos con un solo destino: dejar
constancia, con pluma y tintero de asta de toro, del triunfo del deshonor sexual. El
sustantivo que viste a la santa (lilaila: en su acepción familiar, ‘astucia, treta,
bellaquería’, según el DRAE) había sido ya canonizado siglos atrás, pues Covarrubias,
y tras él Autoridades, lo documentan en esa forma como expresión burlesca: «Lo
impertinente, inútil, ridículo o importuno que dice o hace quien intenta estorbarnos,
interrumpirnos o engañarnos: y suele decirse con buena lilailá [o lilaila] se nos viene»;
y añade nuestro primer Diccionario: «También se dice por burla Santa Lilaila».
El refranero ha preservado a la fingida santa: «No tanto lileo con la Santa
Lilaula», ya recogido por el maestro Correas como: «No tanto lilao con la señora
Lilonga»59. Y así resuena en el cancionero gallego:
58
Emilio Lafuente y Alcántara, Cancionero popular. Colección escogida de coplas y seguidillas, Madrid: Carlos
Bailly-Baillière, 1865, 2 vols.; I, págs. 260-261. Puede ampliarse la serie con facilidad en F. Rodríguez-Marín, op.
cit., IV, págs. 334-342. Vid. José María Alín, «Bajo la bandera de San Marcos», en Pedro M. Piñero Ramírez y A. J.
Pérez Castellano, op. cit., págs. 15-39. Alín ya cita la copla del «coronel», muy extendida, según señala.
59
El primero, en José María Sbarbi, Gran diccionario de refranes de la lengua española, Buenos Aires: Joaquín
Gil, 1943; cito por Mª Josefa Canellada y Berta Pallares, Refranero español. Refranes, clasificación, significación y
uso, Madrid: Castalia, 2001, pág. 225, con esta explicación: «Reprueba el exceso y la exageración»; y en
Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisión de Robert Jammes y Maïté Mir-Andreu,
Madrid: Castalia, 2000, pág. 591. Recuérdese a Covarrubias sobre lilao: «Este es un término vulgarísimo, apicarado
y casi de la germanía, y usan de él cuando alguno pide demasías, respondiéndole: “Eso es mucho lilao”» (Tesoro de
la lengua castellana o española, ed. I. Arellano y R. Zafra, Madrid: Univ. de Navarra, Iberoamericana, Vervuert,
2006). Para Corominas, lilao ‘ostentación vana en las palabras o en el porte’ es un préstamo del portugués, de donde
23
Sempre me andas perguntando
de qué romaría veño:
veño de Santa Lilaina,
de Santa Lilaina veño 60.
pasó a Galicia: andar a leilán, lilán (Joan Corominas, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, con la
colaboración de José A. Pascual, Madrid: Gredos, 1980, 6 vols., s. v. filelí).
60
Es decir, ‘de donde a ti no te importa’. En Xoaquín Lorenzo Fernández, Cantigueiro popular da Limia Baixa,
Vigo: Galaxia, 1973, copla 2532, pág. 164. En el v. 3 se lee por errata: «Santa Lilaira». Añade el recopilador: «Non
eisiste a Santa Lilaina, mais esta cantiga atópase espallada por toda a Galiza, dende Lobeira a Ribadeu e dende o val
do río Tea á terra de Melide» (pág. 278, n. 839). Ya la había recogido Ramón Cabanillas, ed. cit., 268, pág. 105.
Véase también, entre otras fuentes, Eladio Rodríguez González, Diccionario enciclopédico galego-castellano,
Vigo: Galaxia, 1960, s. v. lailailas y lilaina.
61
Cito copla e interpretación de J. Pérez Ballesteros, op. cit., III, pág. 277.
62
Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance, Madrid: Gredos, 2003, 2ª ed. amp., con cita al pie de
una atinada observación de Aurora Egido.
24
Sevilla, Córdoba, Huesca, Santiago de Compostela, Puebla de los Ángeles o Lima:
63
«Villancico V», del pliego Villancicos que se cantaron en la capilla real de su Majestad la noche de Navidad
deste año de 1651. Cito de la reproducción facsimilar de dos hojas del pliego en un catálogo en Internet de la
Philadelphia Rare Books & Manuscripts Company. Consulta de 11-III-2003.
64
E. Cotarelo y Mori, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas. Desde fines del siglo XVI a
mediados del XVIII, Madrid: Bailly Baillière, 1911, 2 vols; I, págs. 483-484 (de Comedias de diferentes autores,
quinta parte, Barcelona, 1616).
25
El cuento de la lalila
a los Reyes a decir
dónde tuvo su origen principio
viene al portal y a explicar su buen fin.
En una tonada al Niño
desde Fez le trae Alí,
un morillo que a Dios hoy se vuelve,
que a Mahoma más no quiere seguir.
[…]
La la li la le la la li la li:
ha Mahoma, ha berro, zalaquí, zalaquí,
pues hoy moresquilio
querer, cristianilio, renegar de ti:
la la li la li, que un Nenio nacer,
Hejo de Alá ser, la la li la le…65
Santa Lilaila parece, pues, responder a esa global palatización del habla
morisca tal como era oída o interpretada, de la que habría brotado, en castellano y
gallego, toda una familia de palabras para designar, bajo una vertiente cómica o
irónica, cosas sin importancia, fruslerías o imposibles, cuando no tretas y
bellaquerías66.
Podemos retomar un nivel más de los elementos que Valle-Inclán baraja, ya
presente en Ramón de la Cruz. Me refiero a la apelación que los versos hacen a la jota.
Es probable que a Valle le llegara, más que de Ramón de la Cruz, desde piezas como
la popular zarzuela El barberillo de Lavapiés, de 1874, con música de Barbieri y letra
de Luis Mariano de Larra. En la escena XV del primer acto estudiantes y coro cantan:
ESTUDIANTES
Ya los estudiantes, madre,
han venido de Alcalá,
y antes de la Nochebuena
se van a desanimar.
Unos de Latín,
otros de Moral,
y otros de gazuza
experimental.
65
En Diego José de Salazar, Letras de villancicos que se cantaron en la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal
desta ciudad de Sevilla en los solemnes maitines de la venida de los Santos Reyes, este año de 1707, Sevilla: Juan
Francisco de Blas, 1707, s. p. Cabe la posibilidad de una alusión primera al cuento «La flor de lililá», recogido por
Guichot y Sierra en Sevilla y editado por Luis Montoto en A. Machado y Álvarez (dir.), BTPE, I, 1883, págs. 196-
199.
66
I. Millán González explicaba otra hipótesis: «A ligazón léxica e semántica de lilaino con lilán e lilaina (e Santa
Lilaina) é cousa crara. [...] Si, asegún semella, estas voces veñen trabadas pol-a fonética, non somentes pol-o
conceuto, non é témero ver en lalalo a onomatopeya d-un canto de arrolo ou do tatexar dos nenos. Ven xa conocida
dende o clásico latín: lallare ‘arruar’, lallus ‘arrúo’, lallatio ‘arruamento’» (op. cit., págs. 202-203). Atiéndase a
Corominas y divídanse, como de orígenes distintos, lilao y lilaina, a pesar de su proximidad y posible confluencia.
26
CORO GENERAL
A la jota, jota
de los estudiantes,
que con la bellota
se pondrán más grandes.
A la jota, jota,
tienen un tragar,
¡que con la bellota
van a reventar!67
La música ayudó sin duda a expandir letras y ritmos. No extraña por ello que
un comentarista político se burlara en 1890 de don Práxedes Mateo Sagasta, quien
poco antes había presentado su dimisión de la presidencia del gobierno ante la reina
regente, María Cristina de Austria, en la crisis que se llamó «de la corazonada», por la
que dijo tener en aquellos días el general Martínez Campos antes de que la crisis
misma se produjera. Los liberales de Sagasta fueron sustituidos pacíficamente, aunque
no sin desgarraduras, por los conservadores de Cánovas. Casi a fines de año el jefe
caído llegaba a Zaragoza, en un viaje por varias provincias españolas. Un periódico
había comentado: «El Sr. Sagasta ha pedido por telégrafo [a Madrid] la mejor de sus
joyas para regalar a la Virgen del Pilar de Zaragoza». Era una contribución piadosa al
joyero del Pilar, expoliado a principios del mismo siglo por los franceses. Volviendo
por los fueros de la jota y del Barberillo, un comentarista anónimo de El País,
periódico republicano, daba la discreta noticia y la glosaba con tono insidioso:
A la jota, jota
de los estudiantes,
¡cómo van saliendo
perlas y brillantes!68
En el mismo año dos ingenios singulares, Carlos Arniches y José López Silva,
se unen para componer un sainete para el teatro Apolo, la célebre «catedral» del género
chico. La obra era Los descamisados, sainete lírico en un acto, en prosa, con música de
Federico Chueca. En ese momento la invocación de la jota quizás sonara a gastada. Es
lo que se deduce de un cantable en el que se juega con la palabra y la áspera sonoridad
de su primera sílaba: «¡A la jo…! ¡A la jo…! ¡A la jo…!». Los versos es casi seguro
que se deban a López Silva, como denotaría, aparte de otros rasgos, la introducción de
términos del nuevo y achulado madrileñismo:
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Luis Mariano de Larra y Wetoret, El barberillo de Lavapiés, zarzuela en tres actos y en verso, música del maestro
Barbieri, estrenada en el Teatro de La Zarzuela de Madrid el día 19 de diciembre de 1874, Madrid: Alonso Gullón,
1874, I, XV, pág. 35.
68
«Comentarios», El País, 7-XI-1890, pág. 1.
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¡A la jo…! ¡A la jo…! ¡A la jo…!
¡A la jota de los carpinteros,
que están todo el día
cepillando y serrando maderos!
¡A la jo…! ¡A la jo…! A la jo…!
¡A la jota de la federal!
¡Quedito, bajito,
por si alguno nos puede escuchar! […]
¡A la jo…! ¡A la jo…! ¡A la jo…!
¡A la jota de los carpinteros,
que tienen más guita y más lacha
que algún caballero!
¡A la jo…! ¡A la jo…! ¡A la jo…!
¡A la jota del a b c d!
¡Que viva la gente
del salero y del chariparé!69
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Sainete estrenado en el teatro de Apolo el 31 de octubre de 1893, Madrid: Administración Lírico-Dramática,
1893. Cito por María Victoria Sotomayor Sáez (ed.), C. Arniches, Obras Completas, I, Madrid: Fundación J. A. de
Castro-Turner, 1995, págs. 825-826.
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Recuérdese, del villancico de 1707 citado: «...ha Mahoma, ha berro, zalaquí, zalaquí...». Añádase lo que sobre
perro señala Autoridades (1737): «Metafóricamente se da este nombre por ignominia, afrenta y desprecio,
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fanfarronería se pega a sus dicterios, pura pirotecnia anticuada, como todo su mundo
mental. Es el arte y la complejidad de la parodia, que se vuelve al fin sobre sí misma
cuando, ajusticiada la adúltera con «la cimitarra de Otelo», el mismo muñeco femenino
yacente resucita de pronto al sonido de una moneda, tal vez el clásico duro de plata. La
burla se come el mito del honor vengativo y solo queda en pie, servida por el verso, la
misma burla, la pura y simple trigedia:
especialmente a los moros o judíos». Otro problema es el del antisemitismo tradicional que subsiste en Valle,
manifiesto de modo más grave (y actualizado) en Luces de bohemia. Quede aquí solo apuntado.
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