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La Señora Iguana

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Vicenta María Siosi Pino es comunicadora y

escritora wayuu del clan Apshana. Nació en 1965 en San Antonio de Pancho, una ranchería
ubicada en el departamento de La Guajira. Vicenta salió de su tierra natal para estudiar
Comunicación Social en Bogotá. Su trabajo como periodista, libretista, profesora
universitaria y documentalista para televisión ha estado acompañado por su actividad como
escritora. Su primera publicación se dio en 1992 con el cuento Esa horrible costumbre de
alejarme de ti, un relato que recrea los conflictos culturales que surgen a partir de la
migración del indígena wayuu a la ciudad.

En 1998 recibió una mención de honor en el concurso ENKA por la novela corta El dulce
corazón de los piel cobriza, un relato que presenta los valores, las normas y las costumbres
del pueblo wayuu, así como las dificultades que viven al interactuar con el mundo del
blanco; y en el año 2000 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil Comfamiliar del
Atlántico con el cuento La señora Iguana, una historia que gira en torno a la problemática de
la exclusión y el maltrato.

LA SEÑORA IGUANA

Hacía un año que no llovía en Panchomana. Los trupillos habían perdido sus hojas, las yerbas

saladas estaban secas y el suelo parecía arrugado. La señora Iguana estaba cansada de buscar

alimento y se detuvo a reposar sobre un cacto candelabro. Pasaron sobre su cabeza, volando al

occidente, cuatro tórtolas, ocho perdices y una bandada de cotorras «cara sucia». También apareció

un osito hormiguero. La señora Iguana le preguntó:

—¿A dónde van tan de prisa?

—A la granja de la señora Josefa, allá hay agua y buena comida —respondió el animalito.
—¿Y cómo se llega a ese lugar? —preguntó entusiasmada la señora Iguana.

—Después del cementerio Apshana, pasas por la escuela Santa Rita, atraviesas el río Calancala y

como a un kilómetro encontrarás una loma amarilla, esa es la granja de la señora Josefa, ella es muy

buena —explicó el osito hormiguero.

La señora Iguana dio las gracias y emprendió el camino. Vio las bóvedas blancas del camposanto

Apshana brillando bajo el sol, la escuela Santa Rita pintada de dos colores y el Calancala

completamente seco por el verano. Siguió andando y rodeada de nubes divisó la loma de arena

amarilla.

A medida que se acercaba escuchaba el canto feliz de las aves. En las copas de los árboles había

paraulatas, canarios, cardenales guajiros y hasta conoció el famoso pájaro utta que tiene bigotes y es

de color marrón con un collar blanco en el pescuezo.

Subió por la loma hasta encontrar una choza de barro y techo de palma. Estaba cercada por árboles

de tamarindo, jovita, aceituna, marañón y ciruela. Sus ramas largas daban sombra y el clima era

fresco. Junto a la casita había una enramada y un jardín donde se asomaban coquetas flores de

trinitarias, cortejos, corales y rosas de la Habana.

De pronto apareció la señora Josefa, se acercó a un pozo, tiró de una cuerda y sacó del fondo un

balde con agua, llenó dos baldes que estaban junto al pozo y empezó a regar los árboles uno por

uno. Después mojó el jardín y por último rellenó una fuente en el centro del patio donde docenas de

pajaritos se acercaron a beber sin miedo.

La señora Iguana decidió treparse en la palmera más alta de la granja. Desde allí pudo ver el desierto

extendiéndose plano hasta tocar el mar.

En la mañanita los pájaros inundaron con sus trinos el ambiente y antes de levantarse el sol en el

oriente la señora Josefa salió a bañar nuevamente sus palos. Al terminar barrió las hojas que caían al

suelo y las apiló en una zanja alejada un poco de la casa.

Al cocotero donde estaba alojada la señora Iguana se acercó una paloma.

—Buenos días, no la había visto por aquí —dijo el ave.


—Vine ayer del desierto de Panchomana y estoy sorprendida de ver la felicidad de los animales

—explicó la señora Iguana.

—Vivimos en paz —expresó la paloma— la señora Josefa nos regala agua, no permite que nadie

robe nuestros nidos y prohibió a sus nietos acosarnos con hondas o escopetas.

—Pero no he visto ningún niño por aquí —añadió la señora Iguana.

—Visitan los domingoooos —gritó la paloma antes de volar por el cielo azul.

La señora Iguana caminó entre las ramas y se acomodó en un aceituno. Tomó dos hojitas y se las

comió. Estaban dulces y frescas. Desde allí podía ver a la señora Josefa tejiendo un hermoso

chinchorro multicolor bajo la enramada.

«Es bueno tener amigos», pensó la señora Iguana, y se puso a conversar con las gallinas. Les contó

cómo era Panchomana a las guacharacas y hasta fue a saludar a cinco cerditos en un corral.

—Aquí puedes vivir tú también porque la señora Josefa es muy buena —aseguraron todos.

El domingo muy temprano llegaron diecisiete nietos y ocho hijos de la señora Josefa. El bullicio de

sus voces alegró la granja. Ayudaron a regar las plantas, armaron un fogón y entre todos prepararon

una sopa. Después del almuerzo colgaron chinchorros en la enramada, algunos descansaron, otros

se pusieron a jugar estrella china y los más pequeños corrían tras una pelota.

En la tarde, antes de irse, Rebeca, hija de la señora Josefa, roció con petróleo las pilas de hojas

secas y la quemó. Se armó tal llamarada que los pájaros volaron despavoridos a resguardarse del

humo.

Todos los días después de regar los árboles la señora Josefa tejía sus chinchorros multicolores. La

señora Iguana le comentó al conejo gris:

—Quiero aprender a tejer chinchorros para ayudar a la señora Josefa.

—Tus manos son muy cortas y no podrás trenzar los hilos —dijo el conejo.

—Voy a practicar —añadió la señora Iguana.


—Te puede ayudar el pájaro gonzalico que teje sus nidos como una gran mochila —informó el

conejo.

—Buena idea —concluyó la señora Iguana y salió a buscar al gonzalico.

Lo encontró acariciando sus pichones y le pidió colaboración.

—Construyo mi nido con el pico, voy colocando ramita por ramita. Hago alrededor de cuatro mil

viajes, pues a veces se me caen los palitos. Pero no sé nada de chinchorros —se excusó el

gonzalico.

Al siguiente domingo la señora Iguana se encaramó en un árbol de acacia. La señora Josefa estaba

enseñando a su nieta Sibil a tejer chinchorros y la señora Iguana no quería perderse la clase. De

repente un viento del sur empezó a mecer los árboles, era tan fuerte que las ramas se agachaban

casi tocando el suelo. La señora Iguana nerviosa se agarraba con sus patas delanteras al tronco.

Otra arremetida del viento del sur hizo que la señora Iguana cayera al suelo haciendo un ruido al

golpear su cuerpo con la tierra. Su piel verde contrastaba con la arena amarilla. La señora Josefa la

vio y lanzó un grito.

—Mátenla o acaba mi jardín.

Al instante los muchachos se armaron de piedras y palos. La señora Iguana corrió llena de pavor,

sentía su corazón latir apresuradamente. Las piedras le pasaban cerca de la cabeza y un palo

alcanzó a herir su cola, pero no se detenía. Angustiada y sin fuerzas se ocultó entre unos cardones.

Cuando los niños se devolvieron, muy triste la señora Iguana se puso a llorar.

Decidió marcharse de la granja. Una ardilla que comía coco la llamó.

—Venga usted hoy a almorzar conmigo.

—No puedo, abandono la granja para siempre —respondió la señora Iguana y le narró lo sucedido.

—Habla con la señora Josefa y cuéntale que tú no dañas su jardín.

—Es imposible. Tan pronto me vea querrá matarme.


—Entonces escríbele una carta.

—No sé escribir —dijo la señora Iguana.

—Aprende —le animó la ardilla.

Después de darle las gracias por el consejo, la señora Iguana se encaminó a la escuela Santa Rita.

Con dificultad trepó por la pared, se agarró de los calados y se acomodó en la ventana. La maestra

Nicolasa enseñaba las vocales a los niños. Con un mes de clases aprenderé a escribir de corrido

—pensó la señora Iguana—. De repente un alumno la vio y empezó a gritar.

—Una iguana, una iguana.

Se formó tal alboroto que los niños corrían despavoridos. Los más grandes empezaron a lanzarle

peñascos. Temblando de miedo la señora Iguana subió al techo y se escondió en una gárgola. Como

los estudiantes no pudieron trepar a la azotea volvieron a su salón.

Sólo cuando aparecieron las estrellas en el cielo la señora Iguana bajó del techo y se perdió en los

matorrales.

Triste y sola la señora Iguana lloraba en un cacto. De pronto apareció en el camino una joven.

Asustada intentó huir, pero la chica cantaba alegre mientras tomaba unas fotografías.

Le tomó fotos al cielo lleno de nubes blancas, a un rebaño de cabras y de pronto la vio y también le

tomó una foto.

—Que linda iguanita —expresó la joven.

La señora Iguana se alegró de que alguien no quisiera matarla y se atrevió a hablarle.

—Niña, pish, pish, niña —la llamó.

—Oh puede hablar —dijo admirada la chica.

—Sí puedo y deseo pedirle el favor de escribirme una carta.


La señora Iguana contó su historia. La joven dijo que conocía a la señora Josefa y se comprometió a

traer la respuesta al otro día. Sacó de su morral papel y lápiz y escribió la siguiente carta.

Señora Josefa:

Por favor no me mate. Yo amo la vida. Me maravilla

cuando los árboles de cañaguate se visten de flores amarillas que

se divisan en la distancia.

Como me dijeron que usted es muy buena voy a su jardín

y tomo unas hojitas, pocas porque mi estómago es pequeño,

incluso son más las que caen a tierra y usted debe barrerlas y

apilarlas y he visto a su hija Rebeca quemarlas.

Un día estaba observándola tejer sus chinchorros

multicolores con deseo de ayudarla, cuando un viento del sur

me tiró al suelo. Usted me vio y dijo a sus nietos «mátenla» y

ellos me acosaron con piedras. Si hubiese sentido cómo latía

mi corazón seguramente hubiese detenido a esos muchachos.

Gracias a Dios no me alcanzaron.

Quiero tener hijos para asolearlos y pasearlos por las

lagunas aspirando el aroma de las cerezas después de las lluvias

mientras escuchamos la música de los pájaros. Por favor no me


mate.

Atentamente,

la señora Iguana.

La señora Iguana esa noche, casi no pudo dormir.

—¿Qué contestaría la señora Josefa? —le preguntaba a la Luna, pero la Luna sólo se sonreía con su

cara redonda.

Al mediodía llegó la muchacha.

—La señora Josefa te pide perdón por causarte tanto dolor y te invita para que vivas en su patio.

La señora Iguana se puso contenta y emprendió el camino a la granja. Cuando llegó a la entrada

encontró un aviso grandote que decía:

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