Salmanticensis 1966 Volumen 13 N.º 2 Páginas 283 325 El Problema Del Hacer Humano
Salmanticensis 1966 Volumen 13 N.º 2 Páginas 283 325 El Problema Del Hacer Humano
Salmanticensis 1966 Volumen 13 N.º 2 Páginas 283 325 El Problema Del Hacer Humano
por A. LOBATO, O. P.
1. Cfr. Iliacta, I, 608; VII, 435; VII, 339; XVIII, 482, etc.
2. De Anima, HI, 8, 432 a 1.
3. In De Anima, in, lect. 13, n. 790: «Manus est enim organum organorum quia
manus datae sunt homini loco omnium organorum, quae data sunt aliis animalibus ad
defensionem, vel impugnationem, vel cooperimentum. Omnia enim haec homo sibi prae-
parat per manu™.
hombre, dar origen a un mundo nuevo. Los múltiples sentidos que revolo-
tean en torno a Ia palabra hacer, como gaviotas en torno al mástil del bar-
co, son derivados, acomodados. Cuando se intenta Ia precisión hay que vol-
ver a entender el hacer como actividad que se recibe en Ia materia exte-
rior ,y transformándola Ia perfecciona, da origen a algo nuevo y distinto 4.
La realidad del hacer no se agota en las acciones humanas. El hombre
no tiene poder más que para una transformación de Io que de algún modo
ya existía. Para poder hacer algo cuenta con Ia realidad como base. Por
ello el hombre es un pequeño hacedor. Por encima de él y previamente
existe el auténtico hacedor, quien en su acción aä extra da origen a los seres
por un acto creativo. La creación es Ia obra de Dios. Dios crea de Ia nada,
sin supuesto alguno, por sola sobreabundancia de su poder, por un desbor-
damiento de su amor. En el principio creó Dios al ser en cuanto tal. En
su máximo grado, Ia realidad del hacer, Ie compete a Ia primera causa efi-
ciente. Dios es el gran Hacedor.
La realidad del hacer es del orden de Ia causalidad eficiente. Se extien-
den ambas a Ia par. El hacer es ejercicio de esa causalidad. AlIi donde hay
una causa, allí hay un hacer. Es posible por ello trazar el arco del hacer
desde Ia primera de las causas hasta el último de los seres del cual se
origina algo nuevo y distinto.
Este arco constituye el horizonte temático de esta indagación. En verdad
sólo será posible tratar de una sección del mismo. Por más que se hagan
incursiones hacia abajo, desvelando el misterioso hacer de los entes de Ia
naturaleza, o hacia arriba, inquiriendo el análogo hacer de Ia causa pri-
mera, el campo elegido y propio será el humano hacer o el hombre hacedor.
Es el área de esta realidad más accesible a Ia penetración para llegar a
cualquier otro hacer distinto del humano.
Salta a Ia vista que esta sencilla realidad es una realidad problemática.
Nada más claro que comprender que el hombre hace algo, que necesita
hacer, que tiene quehaceres. La existencia de esta actividad humana es
translúcida. Pero, como toda otra realidad, exige esfuerzos el desvelar su
auténtico rostro. No es patente Ia relación que liga al hombre con su hacer,
el humanismo de esta ocupación. Son muchos los que no ven en esta rela-
ción del hombre con Ia materia exterior un poder y una virtud, sino una
cadena, una situación de esclavitud. El calificativo de humano supone una
antropología. Si el hombre no es más que espirltu, entendimiento, libertad,
¿cómo pueden decirse humanos los quehaceres donde toman parte las ma-
nos, el cuerpo, Ia materia? En todo hacer se presenta una alienación, se
4. Cfr. ARisTOTELEs, Met., VII, 3, 1029 a 13; SANio ToMAs DE AQUiNO, In VII Met.,
lect. 2, n. 1282; In IX Met., lect. 8, nn. 1862-1865; In Ethic. 1, lect. 1, n. 13: «Alia autem
operatio transiens in exteriorem materiam, quae proprie dicitur /acíio».
que duerme, que está mirando 5. Cada uno de nosotros, cada uno de los
que conocemos en nuestro horizonte humano, se encuentran ocupados en
sus tareas. Lo que ningún hombre puede dejar de hacer es su propio cami-
no. Es homo viator. Y en esta gran ocupación humana de hacer Ia propia
vida, de abrir Ia propia senda, en los términos en que es dado al hombre,
ocurre Io mismo que notaba San Agustín cuando sentía Ia voz poderosa que
Ie llamaba a su conversión, a Ia vuelta decisiva en su itinerario: alius sic,
alius sic ibat 6. El hacer existencial, actual, al ser recibido en una materia
adquiere una permanencia como efecto, puede seguir presente a su manera.
Comieron los padres de Ia fruta prohibida y tuvieron que dar cuenta al
Señor que les interrogó: «¿Por qué has hecho eso?» (Gen. 3, 13). Las con-
secuencias de aquella primera sentencia repercuten en cada uno de los
quehaceres humanos. El orden nuevo de Ia vida humana, Ia restauración
e inserción en Ia economía de Ia salvación, ocurrió también como una obra
cuyos efectos siguen presentes. Fue Ia obra del Verbo que se hizo carne
(Jn. 1, 14), que comenzó a hacer y a enseñar (Act. 1, 1) que se hizo obe-
diente hasta Ia muerte y muerte de cruz (FiI. 2, 8), que, vencida Ia muerte,
resucitó y volvió al cielo. Y en Ia dimensión puramente humana es también
verdad que Io que un hombre hace repercute en los demás, tiene sus efectos
para bien o para mal. El mundo es un complejo de relaciones un hacer y un
padecer mutuo. Como hay hombres eminentes, hay acciones cuyo alcance
comprende un radio muy lejano de su punto de partida. Así un invento
como el de Ia energía eléctrica, un acto como Ia declaración de Ia guerra,
una obra como Ia Suma Teológica de Tomás de Aquino, un voto para elegir
Papa.
Esta acción humana puede ser descrita fenomenològicamente en sus
rasgos principales como ocupación, como operación y como humana. Se nos
ofrece como algo primario, singular, emergente, que exige Ia intervención
del cuerpo, que es productiva de un nuevo ser.
Ocupación primaría.
El hacer tiene una primacía vital y temporal. Cada uno de los hombres,
Io mismo ahora que a Io largo de su historia, no ejerce su acción inma-
nente que es Ia vida, sino en cuanto ejerce sus acciones transeúntes que
se terminan en los seres que están en relación con él. El hacer le instala
entre las cosas y las personas del mundo. La vida se mantiene por una
apropiación constante de Io no vivo. El niño despliega su vida en su hacer.
La vida es una praxis. No hay vida humana sin nutrición, sin sensación y
despliegue de apetitos. Este es el hacer primordial el más continuado, el
que adquiere mayor preponderancia numérica. Si el niño comienza lloran-
do, agitando sus manos, llenando de aire sus pulmones, dando un grito,
buscando alimento, todo indica que es el primer paso de un sendero que
se prolonga mientras vive. Las acciones de vida superior espiritual, inte-
lectual sólo pueden aparecer más tarde y no por ello desaparecen las que
recaen sobre un contorno corporal. Lo primario en el hombre activo son
estas ocupaciones y acciones transitivas. Antes de entrar en sí mismo se
ocupa con las cosas, necesita hacer algo. Ej hombre primitivo, para mante-
ner su vida, tiene que habérselas con el contorno, debe hacer algo. Sus
grandes obras han sldo en el alba de Ia creación, el descubrimiento del
fuego, y el uso de los instrumentos de piedra 7.
Esta primaria ocupación del hombre sigue emergiendo entre todas las
demás. La cadena de acciones transitivas, que se terminan en una materia
y Ia transforman es ininterrumpida: respirar, moverse, alimentarse, sentir,
trabajar, vivir, supone hacer algo. La misma vida social no es posible sino
a través de las acciones externas por las cuales hay comunicación. El hacer
repercute en Ia vida espiritual y en el orden de Ia gracia. Se requieren
señales sensibles en cada uno de los sacramentos que causan Ia gracia. La
vida litúrgica, vértice y fuente de Ia vida eclesial, es una actividad, una
praxis comunitaria. La vida del espíritu no puede desligarse del mundo.
Los filósofos actuales insisten en el profunto sentido de esta primacía de
las ocupaciones mundanales del hombre. Para Heidegger el hombre se
distingue, sobre todo, por tener que ocuparse del mundo, por el cuidado del
mundo —Besorgen der Welt— ante el cual Ia vida intelectual no tiene más
que un valor secundario y derivado s. Es mucho mayor el número de ocu-
paciones transitivas que inmanentes, el de hombres que no adquieren sufi-
ciencia intelectual, el de oficios que se especifican por este quehacer con las
cosas. Ortega y Gasset que defendía Ia vida como realidad radical, repro-
chó siempre a Aristóteles el haber hecho del hombre un ser racional. No
hay tal. El hombre se ha pasado Ia vida a Ia caza, a Ia guerra, en el campo.
La razón es una conquista a Ia que se ha llegado después de milenios. Más
bien hay que decir qüe el hombre está en carmno de ser racional, que por
ahora todavía es un bestia en cuyo interior fulgura de cuando en cuando
Ia intelección *.
La fenomenología describe desde fuera, comprende mejor Ia cuantidad
Operación productiva.
Ocupación integral.
15. Cfr. G. MARCEL, Les hommes contre l'humain, Paris, La Colombe, 1951, p. 33 y ss. ;
J. M. Gn*NERO, La rebelión de los esclavos técnicos, «Razón y Pe», 1960, pp. 593-596.
riencia continuada, ver un reflejo de todo el ser del hombre en cada una
de sus acciones transeúntes. La acción se atribuye al todo singular y exis-
tente. El hacer del hombre tiene que reflejar esa totalidad. De hecho asi
aparece en Ia experiencia de Io dado. DeI hacer humano hay que decir que
es un tiempo praxis y gnosis. Merleau-Ponty, el t'enomenólogo más acucia-
do por el anhelo de salvar Ia unidad del hombre tan malparada a Io largo
de todo el itinerario de Ia filosofía moderna describe justamente el perfecto
ensamblamiento del conocer y del hacer en Ia operación humana que
puede ser designada siempre como una praktognosi$ '6. Esto es peculiar del
hacer humano en relación con los demás agentes.
La singular condición humana de ser como una sintesis de todo Io que
hay disperso en el mundo, un auténtico microcosmos, frontera de un mundo
corporal y otro mundo espiritual, auténtico horizonte '7, hace posible una
parcela de verdad de cuanto se afirme sobre el hombre. Desde cada uno de
los ángulos en que se sitúe Ia observación es posible encontrar algo humano.
Pero una verdad parcial no puede ser erigida nunca en total y definitiva.
Ese es el peligro cuando se habla sobre el hombre y Io humano, quedarse
en meras perspectivas. En el hacer humano como en el ser hay estratos
que coinciden exactamente con los seres inferiores al hombre. El químico
puede analizar el hacer humano como mera acción y reacción de cuerpos.
El biólogo advierte las semejanzas de Ia influencia humana en los demás
cuerpos con cualquiera de los vivientes. Hay una particular afinidad entre
el hacer del hombre y el de los animales, máxime cuando éstos, movidos
por el instinto, realizan un complejo de acciones orientadas a conseguir
un fin, como Ja golondrina que construye su nido con el arte semejante al
hombre que edifica Ia casa. Comparada Ia acción sensible con las cosas
inanimadas puede ofrecerse como una acción intelectual. Son muchos los
que hablan hoy de Ia inteligencia de los animales '8. En Ia comparación, a
veces sale el hombre perdiendo.
El libro de Ia naturaleza ha sido una admonición para el trabajo del
hombre: Ia abeja productora de miel en sociedad organizada, Ia hormiga
recogiendo alimento cuando abunda para los días de carestía. «Anda,
perezoso, vete a ver cómo trabaja Ia hormiga» '9. Para las largas vigilias
medievales, y edificación de los cristianos, escribía Vicente de Beauvais un
Speculum naturate 20. En muchos casos el hacer de los animales podia ser-
vir de lección para el humano hacer. El mismo tema, que habian abordado
en Ia antigüedad Plinio y Virgilio entre otros, y los Padres de Oriente y
de Occidente en su comentario a Ia obra de los seis días, Io retomaba con
mayor fortuna y gracia el escritor del imperio español, Fray Luis de Gra-
nada 21. La colmena tendrá un orden y una actividad más perfecta que Ia
fábrica, que Ia ciudad humana. Aquí el «jervet opus» virgiliano n será
siempre diverso. De hecho, en el hacer animal interviene el conocimiento
sensible, el apetito que empuja al fln, Ia utilidad para remedio de las nece-
sidades. Todo ello es común con el hacer humano.
El hacer humano rebasa todos los demás que conocemos en torno nues-
tro, por cuanto hay un horizonte nuevo que hasta él no aparece. Es un
hacer que procede de un centro espiritual, de una inmanencia que es pose-
sión y dominio de sí mismo, capacidad de proponerse un fln y ordenar las
acciones para conseguirlo. Cada uno, en cuanto actúa como hombre, es
capaz de descubrir su propia intimidad, el centro unitario de todos sus
actos, accesible a Ia reflexión por un camino de retorno. Tiene un nombre,
o un pronombre personal para designar ese centro. Habla de un Yo, actúa
en primera persona. Por más que tenga que someterse a muchas condicio-
nes y limitaciones es capaz de decidirse libremente para aceptar o no el
fln conocido, para ejercer su libertad, hacer proyectos y luego obras con-
formes con Io que personalmente se propone. Esta presencia del ser espi-
ritual, de una imanencia personal en el hacer auténtico, es exclusivo del
hombre. Y de algún modo está presente en todo su hacer, porque cada uno
de los estratos, que tomados aisladamente pudieran aparecer en Ia misma
línea de los cuerpos y de los vivientes no racionales, integrados, como es
justo en su totalidad, tienen una nueva dimensión en el ser de que forman
parte y desde el que se pueden explicar. El hacer humano por más que sea
transeúnte y proyectivo, implica siempre un estadio anterior, originario de
inmanencia y de espirituaUdad. La alienación supone una previa posesión.
También aquí hay que mitigar mucho Ia universalidad de las afirmacio-
nes cuando se desciende al terreno de los hechos, de cada uno de los hom-
bres operantes. La experiencia es testigo de Io que ocurre. La unidad del
hacer con Ia vida personal profunda e inmanente supone una evolución
20. El Speculum maiua es un intento de enciclopedia del saber, con Ia «flor» y «mé-
dula» de muchos libros. No sólo en el Speculum naturale insta Vicente de Beauvais a Ia
imitación de Ia naturaleza, sino también en su segundo Speculum, el doctrínale donde
trata del origen y progreso de las artes y oflclos. Fue editado el Speculum en 1484 en
Venecia. La última edición es de Douai, de 1624.
21. Cfr. Obras de fray Luis de Granada, edic. J. Ouervo, Madrid, 1908, vol .V-IX :
Introducción del símbolo de Ia /e, en el cual se trata de Ia creación del mundo para
venir por las creaturas al conocimiento del Creador y de sus divinas perfecciones.
22. Georg. IV, 165.
Energía fecunda.
23. Cfr. Phys. il, l, 194 a 21; 8, 199 a 8; Met. IV, 3, 381b 6; De Mundo, 5, 396b 12;
Cfr. GiANNi VATTiNo, In concetto di fare in Aristotele, Torino, 1961.
quezas. Todo parece indicar que el hombre sólo está al principio de las
posibilidades de penetrar aún mucho más en los secretos naturales, para
poder dominarlos. Se descubre Io que ya existe, Io que está ahi: América,
Ia fuerza del viento, Ia composición y estructuración del átomo. Una vez
descubiertas las energias que se encierran en los seres naturales hay que
encontrar también el arte de dominarlas y usarlas para los fines propios.
Es aquí donde tiene que intervenir Ia capacidad inventiva del hombre, Ia
imaginación, Ia inteligencia aplicada para poder combinar los elementos
de un modo nuevo. Más allá de Ia experiencia el entendimiento llega a saber
de las cosas y el saber constituye el poder de someterlas a su dominio. La
historia de los descubrimientos y de las invenciones da un elocuente tes-
timonio de Ia fecundidad del hacer humano 24.
El hacer resulta así uno de los mayores poderes del hombre, como émulo
de Ia naturaleza, produciendo nuevas realidades. El hacer tiene siempre
un carácter prometeico. Desde antiguo los hombres se sienten tentados a
hablar de creación humana, como si por el hacer el hombre se erigiera en
un émulo del Creador. La realidad es bien lejana, pero Ia divinización del
artista es un peligro permanente.
La fecundidad del hacer se aumenta por el influjo que pueden tener y
de hecho alcanzan sobre el hombre las obras hechas. La obra del hombre,
cuando es imagen de su plenitud espiritual, tiene una capacidad indefinida
de comunicación y de influjo sobre los demás hombres. La obra del espí-
ritu, descansando en una materia, está hecha para ser percibida por otro
ser capaz de ascender desde Ia materia al espíritu. El arte, sobre todo, es
el mundo humano, donde una totalidad espiritual se concreta en una obra
singular, en un todo penetrado por Ia fuerza inicial recibida. Las obras del
hombre hablan por sí mismas. Hay un diálogo que va de persona a persona.
En Ia obra hay una cierta presencia del autor, y hay una presencia de un
espíritu que es el alma de Ia obra. Cuando Unamuno comenta el Quijote
disocia Ia presencia de Cervantes de Ia persona del héroe, y aún corrige
a aquél porque no siempre supo leer en el alma de D. Quijote Io que éste
mismo pensaba y hacía 2S. Este poder espiritual ha aumentado en nues-
tros días hasta hacerse universal y permanente por los medios de difusión.
Piénsese en el influjo de Dante, tan distinto y tan distante de nosotros, y
tan presente todavía. Véase Ia fuerza renovadora de Ia doctrina de Tomás
de Aquino, a través de sus obras, que un tanto ignorada y muy combatida
al principio ha logrado ser tenida como Ia expresión límpida de Ia verdad,
como el magisterio seguro, como doctrina que ya no Ie pertenece a nadie si-
33. Cfr. DiELS, Die fragmente der Vorsokratiker, Berlin, 1961-1962, II, 290, 21.
34. JENOFONTE, Memorabilia, I1 4, 14.
35. teyex, 726a.
36. Rep. 433a.
37. Rep. 469b.
38. Leyes, 719b. Cfr. E. LLEDO, El concepto de «poiesis», c. 8. Poiesis-Polis, p. 119 y ss.
39. Rep, 439a.
40. /on. 534b; Banquete, 211a.
41. Rcp. 487a.
de Ia ciudad, pero solo como servicio a las necesidades biológicas del homo
sapiens. El hacer se entiende como producción intelectual impulsada por
el amor y Ia contemplación de Ia belleza.
Jenofonte enumera las razones de por qué los griegos tienen en menos el
trabajo manual. «Las artes que se llaman manuales son viles. Justamente
se tienen en poco en Ia ciudad. Enflaquecen los cuerpos de quienes las ejer-
cen y procuran, al obligarles a permanecer sentados, retirados y algunas
de ellas a estarse jornadas enteras cerca del fuego. Bien sabes tú que cuan-
do los cuerpos están flacos, también los ánimos decaen. Además son estas
artes las que menos procuran ayuda a los amigos y a Ia ciudad de modo
que aquellos que las ejercen parecen inútiles para los amigos y para Ia pa-
tria. Y por ello hay ciudades, sobre todo las que se glorían de ser belicosas,
en las cuales no es lícito a ningún ciudadano dedicarse a lar artes ma-
nuales» 42.
A pesar de que Aristóteles tiene una antropología más equilibrada, per-
sisten los supuestos fundamentales de Ia valoración del humano hacer. El
hombre es compuesto de cuerpo y alma, de modo que el alma es forma que
da el ser. De ella brotan las potencias y energías, que son múltiples y jerar-
quizadas. La más alta es Ia inteligencia. No está claro en Aristóteles si el
«nous» es potencia del alma o es algo superior del cual el hombre par-
ticipa 43. El hombre está ordenado a Ia vida contemplativa, en ella consiste
Ia felicidad, porque es el ejercicio de Io superior en el hombre. Actividad
libre, potente, continuada, autárquica, divina 44. Es actividad del hombre
libre, que solo es posible en el oczo. La ciudad ha de estar organizada con-
forme a los oficios, para que los hombres puedan alcanzar este fin, que es
su felicidad. Los trabajos productores de bienes para las necesidades de los
hombres deben correr por cuenta de los esclavos. Hay esclavos por natura-
leza. Y es natural que ellos sirvan a los que por naturaleza son libres 45. Las
acciones de los esclavos no son humanas en pleno sentido. Su hacer es me-
ramente instrumental. El día en que haya automatismo el hacer de los es-
clavos no será preciso. He aquí un precioso texto, que no pasó por alto Marx.
«Sí pudieran los instrumentos realizar cada uno su propia obra al manda-
to de otro, o anticipándose a éste, como cuentan de las estatuas de Dédalo
romano, mas acorde con Ia realidad, menos poético que el griego. Nadie
como él ha pedido en el mundo antiguo pagano un trato humano para los
esclavos 57, o ha exaltado Ia dignidad del hombre por el dios interior que
mora en él '8. Pero en Ia hora de valorar el hacer humano es víctima del
dualismo, se refugia en Ia sabiduría, y desprecia las artes mecánicas y todo
quehacer corporal. No es digno del sabio ocuparse en Ia producción de «cual-
quier objeto que tenga que ser buscado con el cuerpo encorvado y el alma
atenta al suelo» 59.
En verdad el pensamiento antiguo, prendado de sí mismo, no justifica
otro hacer humano más que el intelectual. Ni siquiera el producir artístico
adquiere el rango de Io plenamente humano. Pintores, escultores y arqui-
tectos se cuentan entre los oficios manuales. Los sofistas y Aristóteles ad-
miten el humanismo de Ia poesía, Platón solo de Ia música. Las artes, para
poder ser tenidas como tales en su producción, y no sólo como formas di-
rectivas de Ia razón operante, tienen que llamarse liberales, y para ello tie-
nen que desprenderse de Ia materia exterior. Casiodoro enumera siete *.
El hacer queda así totalmente alejado de su primera acepción. La actividad
manual productora de un objeto material ha sido sublimada. La razón ha
suplantado a las manos. Y con todo, por una suerte de paradoja, esta in-
vasión del logos en Io humano, no logra eliminar Ia presencia de Io irracio-
nal en el mundo humano ".
57. Cfr. Lucio ANNEo SENEcA, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1957, Cartas a Luci-
lio, V, 47 : Hay que tratar a los esclavos con humanidad, p. 514.
58. Id. ibid. V, 41 : «Dios está cerca de ti, contigo está, está dentro de ti. Si, Lucilio;
sagrado espírit uhabita dentro de nosotros, observador de nuestros males y guardián de
nuestros bienes ; éste, así nos trata como Ie tratamos nosotros. No hay hombre bueno
sin Dios».
59. Id. Ibid. XIV, 90, pp. 645-652.
60. Institutiones divinarum et saecularium litterarum. Parte II : De artibus ac disci-
plinis liberalium litterarum, praef. PL, 70, 1149.
61. Cfr. E. R. DoDDs, I greci e l'irrazionale. Firenze, La Nuova Italia, 1959, p. 211 y ss.
64. TEODORETO, De Providentia, PG. 83, 555. Cfr. Grande Antología Filosófica, V,
1168-70 —
65. S. BENiTo, Regula, c. 48, edic. Montecasino, 1947, p. 393.
66. S. IsiDORO DE SEViLLA en sus Etimologías, con el ardente spiro que Io distingue
(DANTE, Parad. X, 130) compendia el dilatado panorama del saber antiguo, y Io ordena
en su espíritu «como Dios ordenó los astros en el cielo, como Roma ordenó los pueblos
en el Occidente»; S. MoNiERo DiAz, Introducción a Ia edic. de las Etimoiogías, Madrid,
1951, BAC, p. 82.
67. Didascalion, I, 10.
68. S. BUENAVENTURA, De reductione artium ad theologiam, I, 12.
sino que se realiza en el tiempo, tiene aquí su kairós, pero alcanza su ple-
nitud en Ia vida futura. El cristiano vive de esperanza (I Tes. 4, 13). El
tiempo es breve, Io definitivo está llegando (Ap. 10, 22). La mejor parte
del cristiano no es atesorar muchas cosas aquí, producir bienes para este
mundo, afanarse demasiado por Io temporal, sino estar con el Señor como
María (Lc. 10, 38-42), vivir con pobreza y desprendimiento, huir de las rique-
zas como de las espinas. Son los pobres los que se proclaman bienaventura-
dos (Mt. 5, 3; Lc. 6, 20). La vida contemplativa es Ia definitiva. La vida
productiva es Ia transitoria. La ciudad que conviene construir es Ia celeste.
Basta por tanto, contentarse aquí con Io necesario, con el pan de cada
día y confiar en Ia Providencia. «No os inquietéis por vuestra vida, sobre
qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, sobre qué os vestiréis» (Mt. 6, 25).
También esta orientación repercute hondamente en Ia doctrina y en Ia
vida cristiana. La invitación a Ia pobreza, a Ia vida interior, a Ia superación
de Ia vida mundanal ha Sido un potente reclamo a Io largo de Ia historia
de Ia Iglesia para purificarla de las adherencias terrenas, burgueses y feu-
dales. De ella ha surgido el monaquismo, Ia vida religiosa como estado de
perfección, Ia auténtica vida contemplativa. Y junto a esas direcciones de
genuino sabor evangélico, que provocan un florecimiento como Ia vida y
Ia obra de Francisco de Asís, las eclosiones extremistas de los milenaristas,
y de tantos pobres y maniqueos que han caído en Ia herejía.
Una clara valoración del hacer humano, en Ia línea del pensamiento
sistemático, Ia encontramos en Tomás de Aquino. En ella se implica toda
una ontologia de Ia operación, como emanación del ser w. una concepción
unitaria del hombre, como naturaleza, como persona en que resalta Ia dig-
nidad del individuo por encima de todos los demás seres del mundo cor-
poral n. El alma espiritual es verdadera y única forma sustancial del com-
puesto humano 71. Las operaciones humanas brotan de ese principio radical
y se entienden como acto segundo de las respectivas potencias que radican
en Ia naturaleza. Cada individuo está dotado de todos los principios nece-
sarios para ejercer las operaciones que competen a su especie. En contra
de todos los platonizantes, de los aristotélicos demasiado radicales, a costa
de duras polémicas, logra hacer triunfar Ia teoría del entendimiento per-
sonal, no separado, facultad del alma, tanto agente como posible, único
camino filosófico que da razón suficiente de este hecho palmario: yo en-
tiendo, este hombre concreto entiende 72. Con esta sola afirmación Ia fllo-
73. ST. I-II, 1, 1 : «Illae ergo actiones proprie humanae dicuntur, quae ex volúntate
deliberata procedunt».
74. Cfr. ST. I-II, 57, 3; In Ethic. VI, lect. 3, nn. 1153-1155. E. QiLSON, Peinture et
réalité, Paris, Vrin, 1958, pp. 119-123.
75. Desde los artículos de J. MARiTAiN, en 1916 sobre Art et Scolastique son muchos
los ensayos que se han llevado a cabo para recoger todas las virtualidades que de hecho
se encuentran sobre el hacer en Io obra de Santo Tomás. El campo del arte ha sido el más
beneficiado en estas indagaciones. Cfr. E. GiLsou, Matières et formes. Poiétiques particu-
lières des arts majeiires, Paris, Vrin, 1964.
78. Describe su propósito científico en términos sencillos, como hace por el mismo
tiempo Descartes en el Discurxo del Método. En el "Dialogo ¿elle xcienze nuove" de 1638
afirma que no intenta otra cosa sino "accordare quatehe canna di questo grande organo
discordato". Cfr. E. P. LAMANNA, Storia deca filosofia, Firenze, Le Mounier, 1961, III, pp.
22-38.
79. Novum Organiim, I, 3.
80. De Dignitate et augmento scientiarum, I, 50. Cfr. The advancement of Learning,
London, 1605. Cfr. CoviLLiER, Progrés de Ia connaissance et pressentiment de son pou-
voir, (Bacon, Descartes, L'Encyclopédie), en el vol. L'invention humaine, Paris, Albin Mi-
chel, 1954, p. 125 y ss.
81. Cfr. G. MARc'HADOUR, L'Univers de Thomas More, Paris, Vrin, 1963; CAMPANELLA,
Città del sole, edic. N. BOBBIO, Torino, 1941. Bibliografía en Grande Antologia Filosófica,
VI, 1463-1467.
82. MACHiAVELLi, Il principe, edic. L. Busso, Firenze, 1931. Bibliografia: Grande An-
tología Filosófica, VI, 1018-1019.
Primacía de ta praxis.
83. Su titulo completo Io hace resaltar : Dictionaire raisonné des sciences, des arts et
áe.i métiers. D1ALAMBERT en el Discurso preliminar hace notar Ia situación de inferioridad
en que se encuentran de hecho las artes mecánicas en relación con las liberales, califi-
cándola de injusta a todas luces.
84. Critica de Ja razón pura, Introduc. S. Kant's Werke, III, Berlin, 1911, p. 10.
85. Quizá las raíces de este movimiento, como de tantos otros, tienen sus primeros
brotes en Io económico, en cuyo ámbito Ia producción pasa a ser móvil principal : el co-
nocer se entiende como fabricación de productos ; el acto moral, como una producción crea-
dora de valores, Io viviente como una máquüía más complicada mientras no llega al orden
espiritual. Cfr. S. BRETON, Etre et agir, «Euntes docete», 31 (1950), p. 343.
86. Faust I, v. 1237 : «Al principio era Ia acción». Edic. A. KRONER, Stuttgart, 1949, p. 35.
87. J. R. PoRBEs, ot). cit., p. 163.
88. «El título de ingeniero, dlstüito del de arquitecto fue empleado por vez primera por
SALOMON DE CAüs (1576-1636) y su uso se hace pronto común en Francia, Atemania e In-
glaterra. Entonces «ingeniero» significaba todavía «ingeniero militar», mientras que «ar-
quitecto» quería decir «Ingeniero civil» ; empero en el curso del s. xvii se extendió tam-
bién a Ia Ingeniería mecánica y civil». J. R. PoRBEs, ob. cit., p. 165.
fluctuaciones humanas en Ia hora moderna que ellas solas dan pie a las
teorias de Ia total inmersión del hombre en Ia temporalidad e historicidad.
La revolución industrial tuvo efectos inmediatos no sólo en Io económico,
sino en Io social, y por ahí en Io humano. El dualismo del pensamiento mo-
derno que de un lado situaba el espíritu y de otro Ia materia, allí el reino
de Ia libertad y Ia conciencia creadora, aquí el campo del determinismo y
de las leyes inexorables, tuvo una copia exacta en Ia sociedad. De un lado
el capital, del otro el trabajo. Unos pocos señores tenían a su servicio un
número incontable de proletarios.
Esta realidad origina en el siglo xix un nuevo modo de entender el
hacer humano. El clima es propicio al materialismo. Prosperan fácilmente
las teorías del positivismo socialista. Muchos piensan que todo debe ser
para Ia industria, porque todo es por Ia industria 89. El hacer humano puede
valorarse mecánicamente, puesto que, a los ojos de algunos, el hombre es
en realidad una máquina CJ0. La teoría más pujante surge entre los discí-
pulos de Hegel. Nadie como ellos han defendido Ia primacía del hacer sobre
el pensar, Ia absorción de Ia teoría en Ia praxis. Esos discípulos son hoy
bien conocidos: Feuerbach, Marx y Engels, los autores del materialismo
histórico dialéctico.
Han comenzado por una inversión de las teorías de Hegel. Feuerbach
abre Ia brecha. La filosofía debe hacerse no desde el cielo a Ia tierra, sino
desde un punto de partida real, concreto, terreno. Y tal es el individuo
humano, que en verdad condensa todo Io divino. Ahí está Ia realidad de Ia
idea hegeliana con toda Ia fuerza de evolución dialéctica. Marx prosigue el
intento y Io lleva al extremo en sus Tesis sobre Feuerbach de 1845. No
basta interpretar Ia realidad como materia y centrarla en el individuo
humano. Todas las interpretaciones históricas han resultado baldías. La
verdad se comprueba en los resultados. Y como de hecho Ia vida social es
práctica, Ia nueva teoría que Ia interprete debe ser una acomodación a esa
realidad. Hasta ahora «los filósofos no han hecho más que interpretar el
mundo de modos diversos, cuando Io importante es transformarlo» 91.
Las ideas baconianas cobran inusitado vigor en Ia pluma del revolucio-
nario Marx. La ciencia debe ocuparse del hombre. La filosofía es en cada
época Ia expresión del momento, Ia mejor interpretación de una realidad.
Pero hasta el presente Ia filosofía no ha cumplido su cometido más que a
89. La frase es de SAiNi-SiMON : "Tout par l'industrie, tout pour elle". Cfr. G. PRiEo-
MANN, Industrialisation et technocratie, Paris, 1949. H. BERR, L'invention humaine, Paris,
Edit. Albin Michel, 1954, p. 207 y ss.
90. TaI es el título de Ia obra de JuLiEN DE LA MteiTRiE, L'homme machine, de 1748,
y tal el parecer de los numerosos materialistas de Ia ilustración francesa que se apiñan
en torno a DioEROi y CABANis.
91. Cfr. J. Y. CALVEz, La pensée de Karl Mam, Ed. de Seuil, 1956, pp. 138-149.
92. Cfr. I. M. BocHENsKi, El materialismo aUüéctico, Madrid, Rialp, 1958, pp. 42-43.
93. DiARio, 1 de agosto de 1835. Cfr. edic. italiana de C. FABRO, Morcelliana, 1948, I,
13-33.
94. Voluntad de Dominio, Afor, 983. Cfr. J. HiRscHBERCER, Historia de Zo filosofia,
Herder, Barcelona, 1956, II, 291-306.
95. L'évolution créatrice, 1913, pp. 164-78. Su discípulo E. LE Roy divulgó esta teoría
de Ia inteligenda y Ia aplicó al dogma. Las verdades dogmáticas y sus fórmutes al alcance
de Ia inteligencia solo podían pretender una utilidad práctica. Contra ella reaccionó R.
GARRiGOu-LAGRANGE y escribió su primera obra Le sens commun, 1909.
H. BERGSON en su obra, Les deux sources de Ia morale et de Ia religion, Paris, Alcan,
1934, c. 4, p. 287. Mecanique et mystique, examina las ventajas del don natural de inventar,
y los defectos. Por ella Ia civilización actual es «aphrodisiaque», «poussé au luxe». El cuer-
po h acrecido demasiado, exige «un supplément d'âme», «une mystique», p. 335.
96. ORTEGA Y GASSET, Meditación de Ia técnica, Obras, V, 342.
99. M. HEiDEGGER, Die Frage nach der Technik, en Vorträge und Aufsätze, Neske
1954, pp. 35-36.
100. G. MARCEL, Led Hommes contre l'Humain, Paris, La Colombe, 1951, Technique et
pechë, p. 59 y ss. Cfr. E. SoTTiAux, Gabriel Marcel phUosophe et dramaturge, Louvain,
Nauwelaerts, 1956, pp. 17-28.
101. M. MERLEAU-PoNTY, L'homme et l'adversité, en Signes, Paris, Gallimard, 1960,
p. 284 y ss.
102. R. J. FORBES, ob. cit., p. 374.
103. Cfr. J. BRuN, La main et l'esprit, Paris, PUF, 1963, p. 165 : «Pont jeté par-dessus
Ia diaspora des consciences, las mains, organs métaphysiques, s'unLssent sans jamais se
confondre».
104. ST. III, 34, 2 ad 1. «Esse est prius natura quam agere».
105. ST. I, 50, 5; I, II, 71, 1 ad 2.
El supuesto hacedor.
106. 1 Sent., á. 5. 1, 1.
ente '07. Bajo este aspecto óntico Ia persona se manifiesta como algo abso-
luto, clausurado en sí mismo, completo, de máxima actualidad y períee-
ción. Ello no obsta para que, bajo otro aspecto, Ia persona humana, por
finita y participante, sea capaz de evolución y desarrollo. El hombre con-
creto, cuando inicia vacilante su camino, es un manojo de posibilidades
que radican en su misma condición personal. Está abierto a Ia trascenden-
cia. Y es su destino colmar Ia clausura interior por Ia apropiación de Io
que está más allá de su esfera, Ia verdad, Ia bondad, Ia belleza, en definiti-
va, el ser que Io trasciende. No cambia Ia condición de persona, no se
pierde, evoluciona o se anquilosa; crece o mengua como Ia luna en sus
fases '08. También Ia persona, como cualquiera de los seres concretos, está
destinada a ejercer sus peculiares operaciones, y por ellas, Ia perfección '09.
El hacer humano tiene en Ia persona su origen primero, su raiz, su
exigencia. Dada Ia autonomía de Ia persona y su diferenciación de todo Io
que no es ella, dada su actualidad subsistente, por fuerza ha de ser el punto
de partida, el centro y origen de los actos que Ie competen. Toda Ia activi-
dad, por un lado, no será otra cosa que una participación en Ia actualidad
y un desbordamiento de Ia perfección personal. Si por otra parte, Ia per-
sona está llamada a una evolución incesante por una mayor participación
en Ia trascendencia, el hacer se constituye en uno de los instrumentos y
medios humanos para el logro de su propio destino. El hacer es ejercicio
de las potencias humanas y es vía de progreso y desarrollo de Ia persona-
lidad. Es un medio necesario de evolución. Negarse a hacer, no hacer nada,
será petrificarse en el estado embrionario de Ia persona. Es preciso hacer,
transformar Ia materia, originar nuevos seres en un proceso personal, inde-
clinable. Pero dada Ia naturaleza de medio que compete al hacer ha de
tomar su regla y su medida del fin. No todo hacer es perfectivo deI hombre,
sino sólo aquel que se acomoda a las exigencias de Ia persona en cuanto
perfectible. Aquí comienza Ia tragedia del hacer humano. Porque en cuanto
se aparta de las exigencias connaturales a Ia persona tiende a convertirse
en inhumano. En vez de progreso tenemos el fenómeno de Ia involución, el
regreso, Ia despersonalización. Son muchos los que hoy sienten pavor ante
un posible hundimiento fulminante de los valores personales, oprimidos
por un quehacer inhumano. Son muchos los que se interrogan con fundada
107. BoEcio, De duabus Naturis, 3 : «Persona est rationalis natura individua substan-
tia», PL 64, 1343.
108. Cfr. A. LOBATO, El valor y. Ia libertad humana, «Estudios Filosóficos», 8 (1959)
117-123.
109. ST. I-II, 49, 3 : «Natura rei quae est finis generationis, ulterius etiam ordinatur
ad alium finem, qui vel est operatio, vel aliquod operatum ad quod quis pervenit per ope-
rationem». Cfr. CG, III, 26; Quaestio Disp. De Virtutibus, art. 1.
110. Cfr. Carlos pARis, Mundo técnico y existencia auténtica, Madrid, 1959.
111. Cfr. ROMANO GuARDiNi, WeIt und Person. Wüzburg, 1950.
112. ARisTOTELEs, / Met, 2, 982 b 26. CG, II, 48, n. 1243.
113. 0fr. LiBER DE CAüsis, prop. XV. Expositio S. Thomae, nn. 301-313. A. LOBATO,
Primada de Io intelectual en Ia comunicación interpersonal, «Revista Española de Filo-
sofía», 1962, pp. 89-94.
114. Gen, 2, 15. Cfr. ST. I, 102, 3.
115. Cfr. Alocución del 7 de septiembre de 1952 a los miembros del Congreso de As-
tronomía, AAS (1952) 732-739. Mensaje de Navidad de 1953, AAS (1954) 5-16.
116. ARisroTELES, IX Met, 6 1048 a 30. Cír. P. CuBELLs, El acto energético en Aristóte-
len, Valencia, 1961, p. 15 y ss.
117. Cfr. ST. I, 76, 3. C. FABRO, Partecipazione e causalità, Torino, SEI, 1960, p. 330 y ss.
118. ST. I, 3, 2; CG, II, 92, n. 1788 (ed. PERA).
119. ST. I, 76, 1-4. De SpiritiMlïbus Creaturis, 2; CG, II, 56-57. Cfr. GuiLLERMo FRAiLE,
Historia de Ia Filosofia, Madrid, BAC, 1960, pp. 928-937, 1015-1016.
tuales. Es huella y vestigio del hombre, individuo absoluto que entra a for-
mar parte de las obras que constituyen el mundo fabricado por el hombre
desde que hace algo sobre Ia tierra.
Por esta vía el problema del hacer humano adquiere rumbos nuevos en
su término originante. Al no haber creación verdadera, tampoco hay con-
servación, ni movimiento procedente del autor. La obra adquiere autono-
mía. Tiene Ia consistencia que Ie dan sus propios componentes, Ia materia
de que está compuesta como sede y vehículo del contenido espiritual y hu-
mano. El hombre ha dejado allí sólo un vestigio o una huella. Está como
alienado. La obra tiene su peculiar destino. De los libros decían los antiguos
que habent sua fata, y Ia verdad de Ia sentencia se cumple en cada una de
las obras del hombre. Tienen su propia forma, y por ende su acción pecu-
liar. Están destinadas al espíritu que sea capaz de desvelar su contenido y
apropiárselas en su imanencia. Pueden ejercer el influjo conforme a Ia
fuerza que contienen y a los efectos de que son capaces.
Por ello Ia medida y canon de los productos humanos ha de ser el fin
para que se destinan. Han surgido como una difusión, una expansión de
Ia plenitud interior humana. Son un bien que puede catalogarse entre los
designados como necesarios, útiles, convenientes, o conforme a Ia división
clásica en honesto, útil, o deleitable. Todos ellos se dicen en relación con
el fin, y como el fin pede variar y de hecho varía para el hombre, sometido
a una constante evolución y progreso, Ia escala de los productos necesarios,
útiles y convenientes también está sometida a progreso y cambio m. La
regla definitiva de Ia producción humana ha de ser Io humano en cuanto
tal, que es fin y no medio, el hombre como tal, al cual se ordenan los diver-
sos productos. El ideal será siempre aspirar a que el hombre conquiste su
genuina perfección, tanto individual como socialmente. Y por cuanto Ia
perfección del hombre reside en el desarrollo pleno de su persona, como
espiritual y como libre, en Ia adquisición del ser trascendente y de sus pro-
piedades, el hacer tiene que tender en sus productos a facilitar esa per-
fección, a hacerla posible y real. Así el hacer en su término recobra el
humanismo pleno que tenía en su principio. Viene de Ia persona y vuelve
a ella. Su tragedia puede consistir en no llegar o volverse contra ella, como
ocurre con excesiva frecuencia, y ello adquiere un nuevo dramatismo el
humano hacer.
El problema.
123. Cfr. C. OiTAviANo, La tragicità del reale, Padova, Cedam, 1964, La prassiologia,
p. 561 y ss. TH. KoTARBiNSKi, Lex problèmes de Ia praxiologie, «Revue de Ia France et de
l'Etranger», 154 (1964) 453-472.
124. Cfr. K. JASPERS, Bilan et perspectives, Desclée, 1956, pp. 68-71. Situation spirituelle
üe notre époque, Desclée, 1950.
125. Cfr. E. GiLsoN, Les arts du beau, paris, Vrin, 1963, p. 30 ss.