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II

EL TABÚ Y LA AMBIVALENCIA DE LOS SENTIMIENTOS

Tabú es una palabra polinesia, cuya traducción se nos hace difícil porque no poseemos ya la noción
correspondiente. Esta noción fue aún familiar a los romanos, cuya sacer equivalía al tabú de los polinesios. El
agos de los griegos y el kodausch de los hebreos debieron de poseer el mismo sentido que el tabú de los
polinesios y otras expresiones análogas usadas por multitud de pueblos de América, África (Madagascar) y
del Asia septentrional y central.

Para nosotros presenta el tabú dos significaciones opuestas: la de lo sagrado o consagrado y la de lo


inquietante, peligroso, prohibido o impuro. En polinesio, lo contrario de tabú es noa, o sea lo ordinario, lo que
es accesible a todo el mundo. El concepto de tabú entraña, pues, una idea de reserva, y, en efecto, el tabú se
manifiesta esencialmente en prohibiciones y restricciones. Nuestra expresión «temor sagrado» presentaría en
muchas ocasiones un sentido coincidente con el de tabú.

Las restricciones tabú son algo muy distinto de las prohibiciones puramente morales o religiosas. No
emanan de ningún mandamiento divino, sino que extraen de sí propias su autoridad. Se distinguen
especialmente de las prohibiciones morales por no pertenecer a un sistema que considere necesarias en un
sentido general las abstenciones y fundamente tal necesidad. Las prohibiciones tabú carecen de todo
fundamento. Su origen es desconocido. Incomprensibles para nosotros, parecen naturales a aquellos que viven
bajo su imperio.

Wundt dice que el tabú es el más antiguo de los códigos no escritos de la Humanidad, y la opinión
general lo juzga anterior a los dioses y a toda religión.
Siéndonos precisa una imparcial descripción del tabú, si hemos de someterlo al examen
psicoanalítico, extractaremos aquí lo que sobre él dice Northcote W. Tomas, en el artículo correspondiente de
la Enciclopedia Británica:

«La palabra tabú no designa en rigor más que las tres nociones siguientes: a) el carácter sagrado (o
impuro) de personas u objetos. b) La naturaleza de la prohibición que de este carácter emana; y c) La santidad
(o impurificación) resultante de la violación de la misma. Lo contrario de tabú es en polinesio noa; esto es, lo
corriente, ordinario y común.»

«Desde un más amplio punto de vista, pueden distinguirse varias clases de tabú: 1º Un tabú natural o
directo, producto de una fuerza misteriosa (mana) inherente a una persona o a una cosa. 2º Un tabú
transmitido o indirecto, emanado de la misma fuerza, pero que puede ser: a) Adquirido; o b) Transferido por
un sacerdote, un jefe o cualquier otra persona; y 3º Un tabú intermedio entre los dos que anteceden, cuando se
dan en él ambos factores, por ejemplo, en la apropiación de una mujer por un hombre.»

«Los fines del tabú son muy diversos. Así (A): los tabú directos cumplen las siguientes funciones: 1º
Proteger a ciertos personajes importantes -jefes, sacerdotes, etc.- y preservar los objetos valiosos de todo daño
posible. 2º Proteger a los débiles -mujeres, niños y hombres vulgares- contra el poderoso mana (fuerza
mágica) de los sacerdotes y los jefes. 3º Preservar al sujeto de los peligros resultantes del contacto con
cadáveres, de la absorción de determinados alimentos, etcétera. 4º Precaver las perturbaciones que puedan
sobrevenir en determinados actos importantes de la vida, tales como el nacimiento, la iniciación de los
adolescentes, el matrimonio, las funciones sexuales, etc. 5º Proteger a los seres humanos contra el poder o la
cólera de los dioses o de los demonios; y 6º Proteger a los niños que van a nacer y a los recién nacidos de los
peligros que a causa de la relación simpática que los une a sus padres pudieran éstos atraer sobre ellos
realizando determinados actos o absorbiendo ciertos alimentos que habrían de comunicarles especialísimas
cualidades (B): Otro de los fines del tabú es proteger la propiedad del sujeto -sus campos, herramientas, etc.-
contra los ladrones.

»El castigo de la violación de un tabú quedaba abandonado primitivamente a una fuerza interior que
habría de actuar de un modo automático. El tabú se vengaba a sí mismo. Más tarde, cuando empezó a
constituirse la representación de la existencia de seres superiores demoníacos o divinos, se enlazó a ella el
tabú y se supuso que el poder de tales seres superiores desencadenaba automáticamente el castigo del
culpable. En otros casos, y probablemente a consecuencia de un desarrollo ulterior de dicha noción, tomó a su
cargo la sociedad el castigo del atrevido, cuya falta atraía el peligro sobre sus semejantes. De este modo
también los primeros sistemas penales de la Humanidad resultan enlazados con el tabú.»

«Aquel que ha violado un tabú adquiere por este hecho tal cualidad. Determinados peligros
resultantes de la violación pueden ser conjurados mediante actos de penitencia y ceremonias de purificación.»
«El tabú se supone emanado de una especial fuerza mágica inherente a ciertos espíritus y personas y
susceptible de transmitirse en todas direcciones por la mediación de objetos inanimados. Las personas y las
cosas tabú pueden ser comparadas a objetos que han recibido una carga eléctrica; constituyen la sede de una
terrible fuerza que se comunica por el contacto y cuya descarga trae consigo las más desastrosas
consecuencias cuando el organismo que la provoca no es lo suficientemente fuerte para resistirla. Por tanto,
las consecuencias de la violación de un tabú no dependen tan sólo de la intensidad de la fuerza mágica
inherente al objeto tabú, sino también de la intensidad del mana que en el impío se opone a esta fuerza. Así,
los reyes y sacerdotes poseen una fuerza extraordinaria, y aquellos súbditos que entrasen en contacto
inmediato con ellos, pagarían su atrevimiento con la vida. En cambio, un ministro u otra persona dotada de un
mana superior al corriente puede comunicar con ellos sin peligro, y tales personas intermediarias resultan por
su parte accesibles a sus subordinados sin peligro para estos últimos. La importancia de un tabú transmitido
depende también del mana de la persona de que procede. Un tabú transmitido por un rey o por un sacerdote es
más eficaz que el transmitido por un hombre ordinario.»

La transmisibilidad del tabú es probablemente lo que ha dado nacimiento a la creencia de la


posibilidad de eludirlo por medio de ceremonias de expiación.
«Existen tabús permanentes y tabús temporales. Los sacerdotes y los jefes, así como los muertos y
todo lo que con ellos se relaciona, pertenecen a la primera clase. Los tabús pasajeros se enlazan a ciertos
estados y actividades, tales como la menstruación y el parto, el estado del guerrero antes y después de la
expedición, la caza y la pesca, etc. Hay también tabús generales que, a semejanza de un interdicto o del Papa,
pueden ser suspendidos sobre una extensa región y mantenidos durante muchos años.»

Creo adivinar la impresión de mis lectores, suponiendo que después de haber leído estas citas no se
encuentran más instruidos que antes sobre la naturaleza del tabú y el lugar que deben concederle entre sus
conocimientos. Ello depende, desde luego, de la insuficiencia de mis informaciones, en las que he prescindido
de todo lo referente a las relaciones del tabú con la superstición, la creencia en la inmortalidad del alma y la
religión. Pero una exposición más detallada de aquello que sobre el tabú sabemos no habría de servir sino para
complicar más la cuestión, ya de por sí harto oscura. Dejaremos, pues, sentado que se trata de una serie de
limitaciones a las que se someten los pueblos primitivos, ignorando sus razones y sin preocuparse siquiera de
investigarlas, pero considerándolas como cosa natural y perfectamente convencidos de que su violación les
atraería los peores castigos. Existen relatos fidedignos de casos en los que la infracción involuntaria de alguna
de estas prohibiciones ha sido seguida efectivamente de un castigo automático. Así, el inocente malhechor
que sin saberlo ha comido carne de un animal tabú, cae, al darse cuenta de su crimen, en una profunda
depresión, da por segura su muerte en breve plazo y acaba realmente por morir. Las prohibiciones recaen en
su mayoría sobre la absorción de alimentos, la realización de ciertos actos y la comunicación con ciertas
personas. Determinados tabús nos parecen racionales, pues tienden a imponer abstenciones y privaciones. En
cambio, otros recaen sobre nimiedades exentas de toda significación, y no podemos considerarlos sino como
una especie de ceremonial. Todas estas prohibiciones parecen reposar sobre una teoría, según la cual
dependería su necesidad de la existencia de determinadas personas o cosas que entrañarían una fuerza
peligrosa, transmisible por el contacto como un contagio. Algunas de ellas poseerían dicha fuerza en un grado
mayor que otras, y el peligro sería directamente proporcional a la diferencia de tales cargas. Lo más singular
de todo esto es que aquellos que tienen la desgracia de violar una de tales prohibiciones se convierten, a su
vez, en prohibidos e interdictos, como si hubieran recibido la totalidad de la carga peligrosa. Esta fuerza es
inherente a todas las personas que presentan alguna particularidad -los reyes, los sacerdotes, los recién
nacidos-, y también a todos los estados excepcionales -la menstruación, el parto, la pubertad- o misteriosos -la
enfermedad y la muerte- y a todo aquello que por la facultad de difusión y contagio queda relacionado con
ellos.

Son calificados de tabú todos los lugares, personas, objetos y estados que entrañan la misteriosa
propiedad antes expuesta o son fuente de ella. Asimismo, las prohibiciones en ella basadas, y, por último,
conforme al sentido literal de la palabra, todo aquello que es sagrado o superior al nivel vulgar, y a la vez
peligroso, impuro o inquietante.
La palabra «tabú» y el sistema que designa expresa un conjunto de hechos psíquicos cuyo sentido
nos escapa, haciéndonos suponer que sólo después de un penetrante examen de la creencia en los espíritus y
en los demonios, característica de estas civilizaciones primitivas, nos será posible aproximarnos a su
inteligencia.

Mas, ¿por qué dedicar nuestro interés a este enigma del tabú? A mi juicio, no sólo porque todo
problema psicológico merece que se intente su solución, sino también por otras razones. Sospechamos, en
efecto, que el tabú de los polinesios no nos es tan ajeno como al principio lo parece y que la esencia de las
prohibiciones tradicionales y éticas, a las que por nuestra parte obedecemos, pudiera poseer una cierta
afinidad con este tabú primitivo, de manera que el esclarecimiento del mismo habría, quizá, de proyectar
alguna luz sobre el oscuro origen de nuestro propio «imperativo categórico».

Así, pues, nos interesará profundamente la concepción que del tabú haya podido formarse un
investigador tan autorizado como W. Wundt, y tanto más cuanto que nos promete «explorar hasta las últimas
raíces de la idea de tabú».
La noción del tabú, dice Wundt, «comprende todos los usos en los que se manifiesta el temor
inspirado por determinados objetos relacionados con las representaciones del culto y por los actos con ellos
enlazados».

Y en otro lugar: «Si entendemos por tabú, conforme al sentido general de la palabra, toda prohibición
impuesta por el uso y la costumbre o expresamente formulada en leyes, de tocar un objeto, aprovecharse de él
o servirse de ciertas palabras prohibidas…», habremos de reconocer que no existe un solo pueblo ni una sola
fase de la civilización en los que no se haya dado una tal circunstancia.
Explica después Wundt por qué le parece más adecuado estudiar la naturaleza del tabú en las
condiciones primitivas de los salvajes australianos que en la civilización superior de los pueblos polinesios, y
divide las prohibiciones tabú en los primeros en tres clases, según se refieran a animales, a hombres o a
objetos inanimados. El tabú de los animales, que consiste esencialmente en la prohibición de matarlos y
consumir su carne, constituye el nódulo del totemismo. El tabú de los hombres presenta un carácter
esencialmente diferente, hallándose limitado, de antemano, a circunstancias excepcionales de la vida del
sujeto. Así, los adolescentes son tabú durante las ceremonias de su iniciación y las mujeres durante la
menstruación e inmediatamente después del parto. Son también tabú los niños recién nacidos, los enfermos, y,
sobre todo, los muertos. Los objetos de que un hombre se sirve constantemente, sus vestidos, sus útiles de
trabajo y sus armas, son también tabú para los demás. El nuevo nombre que el adolescente recibe en el
momento de su iniciación a la madurez constituye en Australia su propiedad más personal, y, por tanto, es
tabú y debe ser mantenido secreto. Los tabús de tercera categoría, o de aquellos que se refieren a árboles,
plantas, casas y localidades, son más variables y no parecen hallarse sometidos sino a una sola regla: la de ser
tabú todo aquello que por cualquier razón inspira temor o inquietud.

Las modificaciones que el tabú presenta en los pueblos de una cultura algo más avanzada, tales como
los de la Polinesia y del archipiélago malayo, han sido reconocidas por el mismo Wundt como puramente
superficiales. La mayor diferenciación social en ellos existente se manifiesta en el hecho de que sus reyes,
jefes y sacerdotes ejercen un tabú particularmente eficaz y se hallan asimismo más obligados y limitados que
los demás, por restricciones de este género.
Pero las fuentes verdaderas del tabú deben ser buscadas más profundamente que en los intereses de
las clases privilegiadas; «nacen en el lugar de origen de los instintos más primitivos y a la vez más duraderos
del hombre; esto es, en el temor a la acción de fuerzas demoníacas». «No siendo, originariamente, sino una
objetivación del temor al poder demoníaco que suponía oculto en el objeto tabú, prohíbe el tabú irritar a dicha
potencia y ordena apaciguar la cólera del demonio y evitar su venganza siempre que se ha llevado a cabo una
violación, intencionada o no.»

Poco a poco va constituyéndose el tabú en un poder independiente, desligado del demonio, hasta que
llega a convertirse en una prohibición impuesta por la tradición y la costumbre, y, en último término, por la
ley. «Pero el mandamiento tácito disimulado detrás de las prohibiciones tabú, las cuales varían con las
circunstancias de lugar y tiempo, es originariamente el que sigue: «Guárdate de la cólera de los demonios.»
Nos enseña así Wundt que el tabú es una manifestación y una consecuencia de la creencia de los
pueblos primitivos en los poderes demoníacos. Ulteriormente se habría desligado el tabú de esta raíz y habría
continuado constituyendo un poder, simplemente en virtud de una especie de inercia psíquica, formando así la
raíz de nuestras propias prescripciones morales y de nuestras leyes. Aunque la primera de estas afirmaciones
no despierta en nosotros objeción ninguna, creo interpretar el sentimiento general de mis lectores
manifestándome defraudado por estas explicaciones de Wundt.

Explicar así el tabú no es remontarse hasta las fuentes mismas de su concepto y mostrar sus últimas
raíces. Ni el mundo ni los demonios pueden ser considerados en Psicología como causas primeras, más allá de
las cuales sea imposible remontarse. Otra cosa sería si los demonios tuvieran una existencia real, pero
sabemos que no son -como tampoco los dioses- sino creaciones de las fuerzas psíquicas del hombre. Tanto
unos como otros han surgido de algo anterior a ellos.
Sobre la doble significación del tabú expresa Wundt ideas muy importantes, pero no del todo claras.
A su juicio, la idea primitiva del tabú no entrañaba una separación de los conceptos de sagrado e impuro,
razón por la cual carecen en ella tales conceptos de la significación que luego adquirieron al ser opuestos uno
al otro. El hombre, el animal o el lugar sobre el que recae un tabú son demoníacos, pero no sagrados, y, por
tanto, tampoco impuros, en el sentido ulterior de esta palabra. Precisamente a esta significación indiferente e
intermedia de lo demoníaco, esto es, la de aquello que no debe tocarse, es a la que mejor se adapta la
expresión tabú, pues hace resaltar un carácter que permanece común a lo sagrado y a lo impuro a través de
todos los tiempos: el temor a su contacto. Pero esta comunidad persistente de un carácter importante
constituye un indicio de la existencia de una primitiva coincidencia de ambos conceptos, coincidencia que
bajo ulteriores circunstancias fue siendo sustituida por una diferenciación, a consecuencia de la cual se
estableció la antítesis que luego presentan entre sí. La creencia, inherente al tabú primitivo, en un poder
demoníaco oculto en determinados objetos y que castiga el uso de los mismos o simplemente el contacto con
ellos, embrujando al culpable, no es, en efecto, sino el temor objetivado. Este temor no ha pasado todavía por
el desdoblamiento en veneración y execración que luego experimenta en fases más avanzadas.

Pero, ¿cómo se produce este desdoblamiento? Según Wundt, por medio del paso de las
prescripciones tabú, desde la creencia en los demonios a la creencia en los dioses. La oposición de sagrado e
impuro coincide con la sucesión de dos fases mitológicas, la primera de las cuales no desaparece por
completo al ser dominada por la segunda, sino que sigue subsistiendo a su lado en una situación cada vez más
inferior, hasta perder por completo la estimación de que un día gozó y convertirse en algo despreciable. En la
Mitología se realiza siempre la ley de que una fase ulterior, dominada y reprimida por otra, se mantiene, por
el hecho mismo de su represión, al lado de la dominante, en una situación de inferioridad y transformándose
lo que en ella era venerado en objeto de execración.

Las restantes consideraciones de Wundt se refieren a las relaciones de las representaciones de tabú
con la purificación y con la víctima expiatoria.

«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

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