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Curso Magia en La Edad Media

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TEMA 1: INTRODUCCIÓN A LA MAGIA

Antes de empezar con el tema de la magia medieval, tenemos que dejar claras unas
cuantas ideas básicas sobre la magia en sí misma. 

No es fácil para nosotros, viviendo en el siglo XXI, entender el modo en que nuestros
antepasados vieron el mundo y conceptualizaron su naturaleza mágica. 

A pesar de esta dificultad, tenemos que reconocer que la percepción mágica de la
realidad ha sido hegemónica durante la mayor parte de la historia de la Humanidad, y lo
sigue siendo todavía en muchas partes del mundo. 

Este hecho ha sido explicado por estudiosos modernos mediante diferentes


enfoques. Uno de estos enfoques asocia la magia con una etapa primitiva del
conocimiento, característica de las culturas pre-modernas. Aquellas culturas,
supuestamente incapaces de comprender ciertos fenómenos, habrían tenido que inventar
explicaciones mágicas para dar sentido al mundo que los rodeaba. 

Esta idea está firmemente basada en la noción de un progreso lineal del ser
humano, atribuyendo un grado menor de desarrollo a culturas más tempranas y una
mejora gradual a lo largo de la historia, (de la oscuridad a la luz)  situándonos en la
cumbre de esta progresión teleológica. 

Siguiendo esta lógica, el presunto despertar intelectual de los tiempos modernos nos
habría liberado  de este sinsentido mágico, característico de culturas anteriores. Otra
explicación común del pensamiento mágico, basada en gran parte en estudios
antropológicos, establece su función y estructura como una construcción
cultural, diseñada para regular emociones humanas como el miedo, la violencia, el
poder o la cohesión de grupos humanos. 

Ambas explicaciones tienen, de hecho, mucho en común. 

En primer lugar, ambas las formulan científicos occidentales,  que a menudo ven como
inferior o menos desarrollada a la gente y las sociedades que comparten creencias
mágicas, ya sean históricas o contemporáneas. 

En segundo lugar ambos ven las creencias mágicas como intrínsecamente


equivocadas, en tanto que refutadas por la ciencia moderna. Como ya habréis adivinado,
no compartimos este enfoque, pues aceptarlo significaría catalogar como ignorantes  a
la mayor parte de las sociedades que han existido en el mundo desde que los
humanos  comenzamos a andar por la Tierra. Al contrario, consideraremos la magia,
y específicamente la magia medieval, simplemente como otro modo de ver e interpretar
las cosas. Un modo de entender y mediar con el mundo que nos rodea. Nuestro objetivo
entonces no será explicar, demostrar o refutar la realidad de la magia, sino más bien
describir y tratar de entender sin prejuicios las creencias y las prácticas mágicas de la
gente de la Edad Media. 

Para comenzar este viaje a través de la magia medieval tenemos que situarnos al final
del mundo romano, justo en el alba de la llamada Antigüedad Tardía. 

En un período caracterizado por el desmantelamiento de estructuras anteriores y la


mezcla de culturas y sociedades diferentes, las creencias mágicas también se
mezclaron, dando nacimiento a nuevas realidades surgidas de los intercambios entre la
cultura romana, la judeo-cristiana y la germánica.  

La primera cuestión importante a destacar consiste en que, en aquel tiempo, las


fronteras entre la magia y la religión no estaban establecidas tan claramente en la
mentalidad de la gente. Entre los romanos, por ejemplo, las prácticas mágicas
abundaron y eran parte del ritual religioso. Observar el vuelo de los pájaros o las tripas
de los animales para predecir el futuro, componer amuletos y fórmulas para atraer la
buena o la mala fortuna, encantar objetos o fabricar filtros y pociones, mediar con
fuerzas espirituales invisibles, hacer ungüentos y recitar encantos para curar, proteger o
perjudicar a otra gente. 

Todas estas prácticas formaban parte del sistema romano de creencias. Una forma de
entender y conectar con el mundo visible y el invisible no muy diferentes de los rezos,
las ceremonias o los sacrificios que ofrecían a los dioses. Pero entonces, ¿cuando
apareció en realidad la palabra "magia" y qué significó para la gente de la antigüedad? 

Ya en el siglo V a.C., la palabra griega "mageia" se utilizaba para referirse a las


actividades de los sacerdotes zoroástricos de Persia, conocidos como "magoi". 

Las creencias y prácticas atribuidas a aquellos "magoi" se veían como oscuras


y peligrosas en tanto que diferían de la religión griega. Con el tiempo, la palabra mageia
también fue utilizada peyorativamente para referirse a algunas prácticas realizadas por
los campesinos griegos y romanos, desviadas de las prácticas religiosas oficiales del
Imperio Romano. 

Así pues, durante la época romana, la palabra "magia", se estableció en la lengua latina
para designar algunas prácticas percibidas como diferentes o desviadas del culto romano
oficial, y a veces incluso para designar el fraude o el engaño. 

Fue con este significado que la palabra "magia" pasó a las lenguas románicas durante el
Medioevo. Pero para entonces la idea antigua de magia ya había sido relacionada con un
concepto mucho más oscuro surgido de la religión cristiana el concepto de
“superstición". Tomad nota de esta palabra, ya que será crucial para entender la
percepción de la magia durante la Edad Media. 

¿Qué sabemos sobre la superstición? ¿Y cuándo fue descrita la magia como tal? 

Con la llegada de las religiones monoteístas al final de la época romana, especialmente


la judeo-cristiana, el patrón mental relativo a la magia cambió para siempre. Creyendo
en un único dios verdadero, los cristianos consideraron una amplia gama de creencias
y prácticas realizadas por sus contemporáneos como esencialmente falsas
o supersticiosas. Muchas de las actividades realizadas anteriormente por los antiguos,
incluyendo las prácticas de "mageia", fueron consideradas malas y equivocadas por los
autores cristianos. Además, puesto que aquellas prácticas quedaban fuera de la única
religión verdadera, solo podían ser asociadas a los demonios y debían por tanto ser
erradicadas. 

Como podréis ver en las unidades siguientes, este cambio marcaría la evolución de la


cultura occidental en los siglos venideros, puesto que las llamadas "creencias
supersticiosas" fueron vistas como incorrectas y peligrosas por las nuevas autoridades
religiosas, quienes insistieron entonces en su extirpación para abrazar totalmente la
nueva religión de Cristo. 

Sin embargo, la magia sería un aspecto central de la nueva sociedad medieval. Una


amplia gama de fuentes atestiguan las creencias mágicas compartidas por hombres
y mujeres de todos los estratos sociales. 

Durante los primeros siglos de la Edad Media, las nuevas autoridades cristianas tratarían
de convencer a la gente para que abandonasen sus creencias y prácticas mágicas, a
menudo retratadas como supersticiones paganas. Las élites eclesiásticas condenaron
reiteradamente la superstición en sus concilios y sus obras pastorales, mientras que los
gobernantes cristianos promulgaron sus propias leyes en contra de estas creencias y
prácticas. Este tipo de fuentes son muy valiosas para nosotros los historiadores, ya que
describen, a la vez que condenan, los diferentes tipos de actividades mágicas realizadas
en ese momento. 

Cuando nos sumergimos en estas fuentes, la magia, por lo general, aflora. 

Podemos encontrar ordenanzas legales contra los que realizan actos de adivinación
para predecir el futuro o conocer el destino de reyes y súbditos. Las fuentes los llaman
"divini" o "divinatores", esto es, adivinos, y condenan a los que les consultan. También
encontramos condenas contra aquellas personas que podían influir en los fenómenos
atmosféricos, los llamados "tempestarii", considerados capaces de controlar truenos
y relámpagos mediante conjuros mágicos. 

Otras fuentes mencionan a los llamados nigromantes, del griego "necros" (los muertos)
y "manteia" (adivinación), es decir, la gente capaz de mediar con los muertos para
conseguir algunas respuestas o incluso provocar el mal entre los vivos. 

Las fuentes también atestiguan la naturaleza peligrosa de los sueños premonitorios, así


como la naturaleza diabólica de los rituales mágicos realizados por los "magi" o los
"sortilegi", esto es, los magos y los hechiceros, a quienes la gente solía acudir
para evitar la mala fortuna, buscar el consejo sobre futuras empresas, curar la
enfermedad y atraer o evitar el amor de otra persona. 

Muchas de aquellas leyes anti-superstición se elaboraron contra mujeres, especialmente


por realizar una gran variedad de actividades mágicas, sobre todo prácticas de
curación, utilizando hierbas, pociones, nudos mágicos, hechizos y amuletos. 

Aparte de los magos, muchas fuentes condenan a los que los consultan o buscan su
ayuda. También legislan contra prácticas mágicas comunes llevadas a cabo por gran
parte de la población, como creer en la influencia de las estrellas y los planetas,
componer o llevar amuletos y fórmulas escritas, realizar algunos rituales mágicos en los
árboles, fuentes o tumbas, creer en figuras espirituales como hadas o ejércitos nocturnos
y  dejarles alimento y bebida durante la noche, usar rituales mágicos para proteger a los
niños o al ganado y un largo etcétera. 
A pesar de los esfuerzos mostrados por algunas autoridades eclesiásticas, la amplia
gama de actividades mágicas realizadas por nuestros antepasados medievales sigue
apareciendo en las fuentes a lo largo de toda la Edad Media. Este hecho muestra el
profundo arraigo que tenía entre la gente y también la dificultad experimentada por las
autoridades cristianas en su objetivo de erradicarlas. 

Veremos un ejemplo del siglo XIV acerca de una serie de visitas pastorales llevadas a
cabo en el Principado de Cataluña, en la Corona de Aragón. 

Cabe recordar que las visitas pastorales eran una práctica común en aquel tiempo en
muchos territorios cristianos. Consistían en la inspección anual de las parroquias por
parte de sus obispos. Durante aquellas inspecciones, los obispos o sus enviados
preguntaban a la gente y a los sacerdotes locales sobre el estado del culto entre ellos y el
comportamiento de los feligreses. ¿Seguían las reglas de la Iglesia? ¿O bien eran
beligerantes, adúlteros, blasfemos o incluso supersticiosos? Veamos qué respondieron
aquellos feligreses catalanes durante estas visitas llevadas a cabo en el siglo XIV. En ,
durante la visita pastoral en la diócesis de Barcelona, la gente fue interrogada sobre la
presencia de hechiceros y adivinos en su parroquia. Los vecinos del pueblo de
Badalona, cercano a Barcelona, dijeron al obispo que una mujer llamada Nadala era
"divinatrix et sortilega" y que la gente solía acudir a ella con diferentes propósitos. Y
que ella realizaba sus conjuros con una correa y también con símbolos mágicos
dibujados en el suelo. El documento original dice "facit coinurationes suas cum corrigia
et in terra cum signis coniuratoribus" En otros pueblos los vecinos informaron sobre
mujeres, a menudo llamadas "sortilegas, divinatrices or coniuratrices", eso es
hechiceras, adivinadoras o conjuradoras, que hacían algun tipo de hechizo con pan,
granos de trigo, cuchillos, hierbas o piedras, y eran capaces de unir las almas de
hombres y mujeres, sanar enfermedades, encantar a animales, curar o prevenir el mal de
ojo y otros maleficios, predecir el futuro, encontrar objetos perdidos mediante rituales
mágicos e incluso deambular por la noche con ciertos espíritus femeninos comúnmente
llamados "las Buenas Damas", las hadas de la noche. 

Todas estas actividades mágicas habían sido condenadas por las leyes
eclesiásticas desde los primeros siglos de la Edad Media. Y aun así, las visitas
pastorales de la Baja Edad Media muestran el profundo arraigo que tenían entre la
gente, la cual acostumbraba a acudir a aquellas sortilegas, divinatrices y
coniuratrices para curar sus enfermedades o las de su familia y su ganado, resolver
cuestiones sobre el amor o problemas sexuales y recuperar objetos perdidos o robados. 

Sin embargo, las tentativas de cambiar la actitud de la gente hacia la magia comenzarían


a dar resultado al final del Medioevo. ¿Los motivos? Principalmente dos los renovados
esfuerzos de evangelización emprendidos por la Iglesia y la emergencia de nuevos
paradigmas científicos y teológicos surgidos de las universidades medievales. 

Durante los últimos siglos del Medievo se produjo un cambio en la percepción de las
prácticas mágicas. Por una parte, los nuevos enfoques racionalistas surgidos de las
universidades comenzaron a desterrar las tradicionales prácticas mágicas, extendiendo
así una sombra de sospecha sobre hechiceros, adivinos y conjuradores. Por otra parte,
los hasta entonces infructuosos intentos de la Iglesia por terminar con las actividades
mágicas comenzaron a dar fruto gracias a la acción de los influyentes predicadores de
las órdenes mendicantes. Aquellos predicadores emprendieron una campaña de
evangelización masiva en la sociedad medieval mediante una serie de convincentes
sermones,en los que demonizaban las actividades mágicas. Ambos frentes, la ciencia
racionalista y la evangelización cristiana, contribuirían definitivamente a la
desaprobación y descrédito de la magia durante los últimos siglos de la Edad Media y el
inicio de la Época Moderna. Para que os hagáis una idea de este cambio de
mentalidad, vamos a ver algunos ejemplos de aquellas nuevas concepciones de la
magia basadas en los nuevos paradigmas científicos de la Baja Edad Media. Veamos
una serie de tratados escritos por el obispo castellano del siglo XV, Lope de
Barrientos. Barrientos estudió en la Universidad de Salamanca y formaba parte del
entorno humanista del rey castellano Juan II, quien lo nombró su propio confesor y
preceptor de su primogénito. 

A mediados del siglo XV, el obispo Barrientos escribió una serie de tres libros
dedicados a su rey, en los cuales le aconsejaba sobre la magia y la superstición. Estos
tres libros se llamaron el "Tratado de dormir o  despertar e del soñar de las adevinanças
e agüeros e profecías", "Tratado de caso e fortuna" y "Tratado de la adevinança e sus
especies". En todos ellos, este hombre culto analizó los asuntos humanos relacionados
con la magia desde una perspectiva tomista, con un enfoque empírico y materialista, y
con una gran confianza en la razón humana. Como él mismo declaró al principio de
estos tratados, su objetivo era educar y corregir la credulidad del rey en cuanto a
actividades mágicas. Cuando leemos estos tratados,  comprendemos que el concepto de
magia del obispo incluía una amplia variedad de rituales y creencias que iban desde la
astrología a las artes adivinatorias, desde las causas  del mal de ojo y otras
enfermedades a los rituales de hechicería y encantamiento. A la vez que condenaba esta
clase de prácticas y a aquellos que las realizaban, Barrientos también intentó refutar la
realidad de tales cosas. Por ejemplo, criticó a los que creían en la realidad del mal de
ojo, que él consideraba una simple enfermedad óptica, susceptible de ser curada
mediante procedimientos médicos. Respecto al tema de las premoniciones y la
adivinación, los atribuyó a las operaciones de la fantasía en la mente de la gente, la cual
les hacía creer en cosas que no eran reales. También habló de la extendida creencia
consistente en que algunas mujeres eran capaces de salir de su cuerpo por la noche y
entrar así por los resquicios de las casas cerradas para hacer daño a los niños. Sobre esta
cuestión, Barrientos argumentó la imposibilidad de tales acciones, ya que no era posible
para un cuerpo tridimensional penetrar por espacios tan pequeños. Todas estas creencias
mágicas, según Barrientos, no eran más que el efecto de trastornos mentales o
desórdenes naturales, o aún peor, eran causadas por las intervenciones de malos
espíritus. Hombres cultos como Barrientos y otros contribuyeron al descrédito de la
práctica de la magia entre las élites, reforzando la confianza en la ciencia experimental
y en los procedimientos médicos. Aparte de estos hombres de ciencia, los miembros de
las órdenes mendicantes también contribuyeron a la condena de las actividades mágicas
entre la población. Para ejemplificar esto, veamos algunos de los sermones
pronunciados por aquellos predicadores mendicantes durante la Baja Edad
Media. Debemos tener en cuenta que aquella clase de sermones, predicados en lengua
vulgar, tenían un efecto de persuasión sobre el público, que se agolpaba por cientos
esperando la llegada de uno de aquellos admirados predicadores en sus ciudades y
pueblos. Escuchemos algunas partes de un sermón impartido por el predicador
valenciano Vicent Ferrer a principios del siglo XV. "Porque si tu padre, tu esposa u otra
persona están enfermos, o si has perdido algo, o si estás angustiado, no vayas nunca a
los adivinos, sino a Dios. Y vosotras, hijas mías, si vuestros niños están sufriendo
alguna enfermedad, no hagáis ninguna hechicería ni acudáis a las hechiceras, porque
para los niños sería mejor morir. 

Las mujeres irán a confesarse y dirán 'el niño estaba enfermo y no había ningún médico
cerca, y entonces fui al hechicero'. Y el confesor contestará '¡Pecado habéis!' Y ellas se
defenderán argumentando que cómo podrían ellas dejar al niño morir. ¡Mejor sería que
muriera! 

Ella iba a adivinos y adivinas, a los demonios; porque todo lo que ellos hacen, lo hacen
mediante la acción de los demonios. ¡Hechicerías diabólicas! Esto son los adivinos y
adivinas, hechiceros y hechiceras que hacen cosas con encantamientos, pan, botellas,
platos, etcétera! Evitad su presencia en vuestra circunscripción,  de lo contrario, la ira de
Dios caerá sobre el pueblo y su circunscripción". Tan severas advertencias,
pronunciadas por los influyentes predicadores, tenían un gran impacto entre la
multitud. A menudo encontramos leyes locales contra las prácticas mágicas
promulgadas por  los gobiernos municipales justo después de la visita de uno de estos
predicadores. El efecto de estas predicaciones, junto con el papel prominente
que  adquirieron los nuevos paradigmas científicos, contribuyeron al declive de la magia
durante la Baja Edad Media. No solo conllevaron el descrédito y el desprecio de tales
actividades mágicas, sino que también establecieron una asociación peligrosa entre los
hechiceros y adivinos y los males que atormentaban a la sociedad, llegando incluso a
vincular a aquella "gente peligrosa" a la acción de los demonios, y animando a la gente
a expulsarlos de sus pueblos. 

Como veremos en las siguientes unidades, esta situación sería el preludio de las futuras
y terribles persecuciones en las que cientos de personas serían quemadas en la
hoguera, acusadas de un crimen oscuro con claras connotaciones mágicas el crimen de
brujería. 

TEMA 2: MAGIA Y HEREJÍA

¡Hola! Bienvenidos al Museo de Historia de Barcelona. Ésta es la segunda semana de


nuestro MOOC "La Magia en la Edad Media". ¿Qué tal os está yendo? Estoy segura de
que muy bien. Espero que estéis tan ilusionados como nosotros al principio de esta
segunda unidad. En la sección anterior hemos visto que la idea medieval de magia era
bastante diferente de nuestra propia concepción. En los vídeos siguientes hablaremos de
un punto de vista muy particular y omnipresente, el de la Iglesia Esta perspectiva fue la
que más influyó en determinar qué era qué. Es decir, aunque probablemente no fuera
compartida o ni siquiera comprendida por la mayor parte de la población, lo cierto es
que establecía qué era lo peligroso y debía ser evitado, y qué representaba una amenaza
y tenía que ser perseguido y,en última instancia, castigado. También veremos cómo el
modo en el que la Iglesia o, para ser más exactos, los teólogos, veían la magia, fue todo
menos monolítico durante la Edad Media, aunque varios aspectos fueran constantes
desde el principio del Cristianismo y continuaran mucho más allá del período medieval. 

Empecemos con la clasificación de magia preferida por los intelectuales y teólogos


medievales, para quienes la naturaleza de la magia dependía principalmente del poder
que ésta invocaba. Así, la magia natural estaba implicada en cualquier fenómeno que
pudiera ser atribuido a algún tipo de la fuerza natural oculta, mientras que, por otra
parte, si la fuente de cualquier acontecimiento podía hallarse en la intervención de
demonios, éste era, desde luego, el resultado de la magia demoníaca. 

Sin embargo, como podéis imaginar, esta división está lejos de ser simple, y, en
cualquier caso, durante los primeros siglos del Cristianismo, ambas clases de magia
fueron percibidas como igualmente peligrosas. Las obras de la Antigüedad, bien
conocidas por los primeros autores cristianos, habían definido los poderes manifiestos
de la naturaleza y habían establecido así lo que era físicamente posible; El resto de
cosas caía en el dominio de la magia. 

Los primeros escritores cristianos tendían a ver todas las formas de magia como algo
relacionado con los demonios. 

Taciano, un teólogo cristiano del siglo segundo, rechaza todo tipo de magia en su obra
Oratio ad Graecos (Discurso a los Griegos). Para él las hierbas y los amuletos no tienen
ningún poder en sí mismos, pero los demonios han inventado un objetivo para cada uno
de ellos. Así como los humanos inventaron la escritura, los demonios han inventado este
código para esclavizar a la humanidad y alejar a la gente de Dios. La adivinación
también se lleva a cabo solo con la ayuda de los demonios. Tanto para los cristianos
como para la mayoría de judíos los demonios eran ángeles que habían traicionado a su
creador y se habían vuelto hacia el mal. Pero Taciano es solo uno entre muchos. Estos
autores percibían la magia como una amenaza para las creencias cristianas, ya que
ofrecía un poder alternativo que podía ser de ayuda frente a la adversidad. Por ejemplo,
Juan Crisóstomo predicaba contra las mujeres que recurrían a la magia cuando sus hijos
estaban enfermos en vez de usar medios cristianos. De hecho, tanto escritores paganos
como cristianos atribuían la magia sobre todo a las mujeres. El famoso Tertuliano
aseguraba que las mujeres estaban generalmente más inclinadas hacia tales prácticas, y
que los demonios les enseñaban los poderes secretos de las hierbas porque ellas eran
más susceptibles al engaño de malos espíritus que los hombres. De nuevo, vemos que
para él los poderes mágicos estaban ya dentro de las hierbas, pero era a través de los
demonios que las mujeres aprendían sobre ellos. 

En cualquier caso, las obras del primer cristianismo que más impactaron la cultura
medieval fueron (y no resulta sorprendente) las de Agustín de Hipona, en particular su
libro clásico Civitas Dei, (La ciudad de Dios). Agustín escribió esta obra en respuesta al
argumento de que el Imperio Romano había entrado en declive con la adopción del
cristianismo. Según él, la religión romana, basada en la nigromancia y otras artes
mágicas, era la culpable de la caída del Imperio. Agustín insiste en que toda la magia es
obra de los demonios. Estos malos espíritus primero enseñan a la gente cómo realizar
los rituales mágicos que implican piedras mágicas, plantas, animales y
encantamientos. Cuando los magos usan estas cosas, los demonios aparecen y hacen el
trabajo. Esto no quiere decir que Agustín no reconozca ciertos poderes
naturales maravillosos. Por ejemplo, reconoce las misteriosas cualidades del imán,
y también concede que ciertas sustancias puedan curar a la gente enferma. Sin
embargo,aún reconociendo la eficacia de la que más tarde sería llamada magia
natural, Agustín seguía sospechando que los demonios estaban tras ella. A medida que
el cristianismo se volvió dominante, la magia cayó todavía más bajo sospecha, y la
Iglesia no solo predicaba contra la magia, sino que también aprobaba legislación
eclesiástica contra ella. Las primeras formas de derecho canónico ya condenaban la
magia. En el año , un sínodo en la ciudad hispana de Elvira decretaba que la gente que
mataba mediante maleficium (hechicería) no debía recibir la comunión, ni siquiera en su
lecho de muerte, porque tales acciones siempre implicaban la invocación del mal. 

En siglos anteriores, el Derecho romano castigaba solo la magia perjudicial,


pero después de la conversión de los emperadores al cristianismo, todo tipo de magia se
convirtió en una ofensa capital, y medidas severas contra ella aparecieron en el Código
Teodosiano (que entró en vigor en el año ) y en el Código Justiniano en . El declive de
la autoridad central en Europa Occidental causó un inevitable cambio cultural. La
lengua y literatura griegas fueron desapareciendo y,con la evolución de las lenguas
vernáculas, el latín se convirtió lentamente en el privilegio de una élite clerical. Nuevos
mandatarios gobernaban Occidente y la primera tarea de la Iglesia era convertirlos, a
ellos y a sus súbditos, a la fe cristiana y Católica. En el proceso, la fe en sí misma sufrió
cambios a medida que el cristianismo medieval incorporó elementos de la cultura
precristiana. Los clérigos todavía predicaban contra la magia, pero la adaptación a
ciertos elementos de la cultura pagana fue común en la Alta Edad Media. Los
penitenciales, una especie de manual para confesores, constituyen una gran fuente
para que los historiadores puedan rastrear las variedades de magia practicada en este
primer período. Estos libros prescriben distintas penitencias para los que han realizado
"conjuros diabólicos o adivinaciones" pero rechazan la creencia de que la magia puede
perturbar el clima, influir en la mente de la gente, o despertar el amor y el odio, porque
tales nociones infringirían la prerrogativa de Dios como creador. Creer en tales cosas
también implicaba penitencia, pero la mayor parte de la literatura penitencial se
interesaba por lo que la gente hacía, no por lo que pensaban. Sin embargo, como
veremos enseguida, esto estaba a punto de cambiar.  En el siguiente vídeo veremos
cómo el estatus de la magia natural mejoró de algún modo a partir del siglo XII gracias
a la llegada de disciplinas como la astrología y la alquimia. Pero esta situación favorable
fue bastante breve, y las obras de uno de los teólogos y filósofos medievales más
influyentes de todos los tiempos, Tomás de Aquino, pronto fijarían la idea de que la
magia estaba incuestionablemente relacionada con la intervención de malos espíritus. 

La magia adoptaba formas diferentes que Isidoro de Sevilla, siguiendo entre otros al


erudito romano Varro, catalogó como geomancia, hidromancia, aeromancia, y
piromancia (es decir la adivinación mediante tierra, agua, aire, y fuego) junto con la
observación adivinatoria de pájaros, entrañas, estrellas y planetas (lo que nosotros
llamaríamos astrología), encantamientos y otros fenómenos. Estas categorías
continuarían siendo el estándar hasta el siglo XII. El siglo XIII traería varios
cambios. Primero, algunos autores comenzaron a diferenciar la magia natural de
su equivalente demoníaco. Entre ellos se encuentran el influyente Guillermo de
Auvergne, que fue obispo de París, y el famoso Alberto Magno (también conocido
como San Alberto Magno, que es el santo patrono actual de las ciencias
experimentales). El segundo cambio importante que afectó a los teólogos del siglo XIII
fue el ascenso de una nueva clase de conocimiento que incluía la astrología y la
alquimia científicas. 

En siguientes unidades de este curso se tratarán estas disciplinas. Tan solo decir aquí
que el nuevo estudio se afirmaba como el heredero de la filosofía y la ciencia antiguas,
y parecía ser más riguroso y avanzado. El apogeo de las universidades a partir de las
primeras escuelas catedralicias, y la importación del conocimiento árabe, que incluía la
transmisión de la filosofía y la ciencia  aristotélicas, afectó profundamente la vida
intelectual de Europa en este período. Pero los astrólogos y alquimistas del siglo XII no
se consideraban a sí mismos magos, aunque sus opositores los vieran como tales. Ellos
no se verían como practicantes de magia natural hasta finales de la Edad Media. 

Sea como sea, incluso antes de esto, mucha gente todavía pensaba que toda magia era
incuestionablemente demoníaca; y, de hecho, cuando hablaban de los poderes ocultos
de la naturaleza no siempre utilizaban el término "magia" para referirse a ellos. El
mismo Tomás de Aquino (de nuevo, Santo Tomás de Aquino, quien curiosamente es el
santo patrón de los académicos) creía en fenómenos ocultos causados por las estrellas y
los planetas, pero reservaba "magia” para circunstancias que implicaran la intervención
de demonios. En su Summa Contra los Gentiles trató estas cuestiones. La cuestión es
que, según él, la mayoría de tipos de magia al final tienen relación con demonios Por lo
tanto, incluso los magos que parecían leer las estrellas o emplear hierbas, tenían que
estar en contacto con algún tipo de ser racional que les ayudaría en la consecución de
toda clase de cosas concediéndoles un conocimiento por lo general más allá de la
comprensión de cualquier ser humano normal. Encantamientos, invocaciones, caracteres
extraños, y  demás, se dirigían claramente a seres inteligentes sobrenaturales,  que
tenían que ser malvados, y, por lo tanto, demonios. Si los autores cristianos ya habían
advertido contra la invocación de demonios, cuando el miedo a la magia se convirtió en
algo casi obsesivo al final de la Edad Media, las preocupaciones y exhortaciones de los
clérigos aumentaron. Pero atribuir demasiado poder a los demonios era arriesgado en sí
mismo. ¿Cómo podían los teólogos atribuirles el poder de transformar a una criatura en
otra, o prever el futuro, sin invadir el "territorio personal" de Dios? Por otro lado,
subestimar las influencias demoníacas era igual de peligroso. El resultado fue que, hacia
el final de la Edad Media, prácticamente todos los tipos de magia fueron relacionados
con los demonios. Encantamientos, palabras, y gestos, todos ellos costumbres populares
profundamente arraigadas, fueron rechazadas como superstitio, como vimos en la
unidad anterior. Pero en la Baja Edad Media, la superstitio, aunque no implicara
directamente a los demonios también podía haber sido inspirada por ellos, como lo eran
todos los pecados. Los remanentes de lo que primero fueron costumbres paganas, vistas
mucho más tarde como fenómenos mágicos naturales, como rituales relacionados con
pozos y manantiales, ofrendas, maldiciones, e incluso hierbas medicinales, rápidamente
fueron asociados a los demonios, y los hombres y las mujeres que los realizaban,
cayeron inmediatamente bajo sospecha. Tanto las autoridades seculares como
eclesiásticas siguieron promulgando leyes contra la magia durante toda la Edad
Media. Vimos algo sobre el tema en el último vídeo. Las penas eran variadas, pero
mientras que las leyes seculares por lo general se dirigían al daño causado por la
magia, la Iglesia estaba más preocupada por la ofensa contra Dios. 

Sin embargo, tanto clérigos como autoridades seculares tuvieron poco efecto en el
declive del ejercicio de la magia. Y cuando los frailes franciscanos y dominicos se
convirtieron en predicadores populares en el siglo XIII, la condena de la magia era
todavía uno de los temas más recurrentes en sus sermones. Es el caso, por ejemplo, del
franciscano Bernardino de Siena, un misionero, también canonizado, que debió ser
bastante bueno en su oficio, porque se ha convertido en el santo patrón de la
publicidad. En cualquier caso, si las leyes contra la magia fueron básicamente las
mismas durante todo el período medieval, el siglo XIII sería testigo de un gran
desarrollo en el método más eficiente para perseguir y encausar la magia, y los
inquisidores medievales, cuyo objetivo principal era perseguir a los herejes, sentarían
las bases de lo que estaba por venir. ¡Nos vemos en nuestro siguiente vídeo! 

En el siglo XIII, un nuevo actor entraría en juego, y la persecución comenzaría dar fruto
mediante su arma más eficaz hasta el momento los tribunales inquisitoriales. La década
de 1180, por lo general, se considera la fecha fundacional de lo que comúnmente se
conoce como la Inquisición. Sin embargo, la Edad Media estaba todavía lejos de
presenciar la aparición de una institución sólida y estructurada, y, por lo menos desde el
siglo XIII hasta el final de la Edad Media, sería más exacto hablar de individuos que
fueron elegidos para hacer un trabajo que se esforzaron en realizar excepcionalmente
bien estos individuos era los inquisidores.

El objetivo principal de estos clérigos era perseguir herejes, aquellos cristianos ( y esta
es una observación importante, ya que los inquisidores no tenían jurisdicción sobre
judíos o musulmanes), aquellos cristianos, digo, que se desviaban del camino definido
por el dogma y la autoridad del Papa y los obispos. Para hacer esto, los inquisidores
disfrutaban de ciertos privilegios. Estaban directamente bajo autoridad papal, y tenían
derecho a emprender acciones en virtud de su oficio, ex officio, lo que les permitía
actuar a partir de un simple rumor. La inquisitio es decir, la investigación en sí misma,
iba seguida de un período de gracia  durante el cual la gente era animada a denunciar a
otros y a autoincriminarse. Después de esto, el proceso era conducido en
secreto. Testigos que se consideraban no aptos para otras causas, aquí eran
aceptados (como niños y convictos), y el acusado no tenía ningún derecho de apelación. 

Pero, ¿cómo terminaron persiguiendo los inquisidores a los practicantes de la magia? (lo


que ellos llamarían "hechiceros") El punto clave era que durante el bautismo, los
cristianos renuncian a Satán y a sus secuaces. Por lo tanto, recaer en sus garras
significaba abjurar de la fe cristiana. 

En sentido estricto, los que lo hacían podían ser considerados incluso


relapsos, literalmente, alguien que ha caído dos veces (es decir contando la Caída de
Adán y Eva, un pecado con el cual todos los humanos nacían), y el castigo para tales
malhechores estaba claro la espantosa muerte en la hoguera. 

Este tipo de casos podrían haber conducido fácilmente a los inquisidores a apartarse de
su objetivo principal y el Papa Alejandro IV, alrededor de la década de , declaró que, a
no ser que la magia estuviera inequívocamente relacionada con la herejía, debían dejarla
al juicio de las autoridades locales. Algunos inquisidores, sin embargo, argumentaban
que toda magia implicaba herejía, dado que toda ella tenía una naturaleza
demoníaca. La herejía también se podía encontrar en las acciones de una persona y no
solo en sus creencias Bajo este principio, el Papa Juan XXII, a principios del siglo
XIV, instruyó a los inquisidores para que persiguieran a nigromantes y otros
hechiceros. 

Muchos juicios bajomedievales, sobre todo en aquel siglo, fueron dirigidos contra


clérigos practicantes de nigromancia,  (de la cual hablaremos en el último vídeo
obligatorio de esta unidad). Si os pidiera ahora describir a un inquisidor
medieval, probablemente os imaginaríais a algún tipo de sádico, pero hay que decir que
los inquisidores medievales eran, ante todo, creyentes, que aconsejaban contra la
tortura, y cuya misión principal era la de identificar, exponer y erradicar cualquier cosa,
o cualquier persona, que supusiera un peligro para la cristiandad. La hoguera nunca era
la primera opción, y cada sentencia era precedida de cuidadosas
deliberaciones, mientras que las persecuciones populares eran arbitrarias,
indiscriminadas y no seguían absolutamente ningún procedimiento. 
No intento insinuar que estar de pie ante los inquisidores, acusado de hechicería, fuera
la mejor de las situaciones para cualquiera, pero aun así proporcionaba ciertas garantías
de las cuales los “procedimientos” más espontáneos carecían totalmente. 

Dicho esto, vienen a la cabeza famosos juicios en los cuales el mismo Diablo era uno de
los implicados, y que parecen contradecir este argumento. Veánse por ejemplo los casos
de Juana de Arco o los Caballeros Templarios, quienes entre otras cosas, fueron
acusados por venerar una cabeza y un gato. Pero todos estos juicios tenían un fuerte
componente político y sus motivaciones iban mucho más allá del celo religioso. Fuerzas
poderosas estaban en juego y convirtieron a Satán en un chivo expiatorio, por así
decirlo. 

Las acusaciones de orgías, sodomía, incesto, baños de sangre e invocaciones, presentes


en estos juicios, serían práctica habitual en la caza de brujas de la Era Moderna. Pero,
irónicamente, eran acusaciones viejas y nada novedosas que ya habían sido usadas
anteriormente, al principio de nuestra Era, contra una secta bastante herética y peligrosa
que con el tiempo cambiaría para siempre la faz del mundo el cristianismo. 

Conocemos a muchos de los inquisidores por los documentos que nos dejaron,
y muchos de ellos pasaron a la historia por su mala fama. Quizá conozcáis a algunos de
ellos Jacques Fournier, que se convirtió en el Papa Benedicto XII en, Nicolás Eymerich,
que fue Inquisidor General  de la Corona de Aragón durante la segunda mitad del siglo
XIV, o Tomás de Torquemada, Gran Inquisidor del Santo Oficio a finales del siglo XV,
un personaje oscuro al cual los inquisidores deben gran parte de su fama, a pesar de que
él no pertenecía exactamente a la categoría de inquisidor medieval que definimos en la
última lección. 

Hoy vamos a hablar de uno de estos hombres, el cual se hizo bastante famoso a finales
del siglo XX gracias a un libro y una película. 

Si habéis leído El nombre de la Rosa, la novela de Umberto Eco, o habéis visto la


película (y si no, ¿a qué esperáis?) recordaréis seguramente al malvado Bernard Gui, el
inquisidor dominico que juega un papel fundamental en el tormento y ejecución de dos
monjes falsamente acusados y una inocente espectadora, una joven que es, por supuesto,
acusada de brujería; un detestable fanático que utiliza el poder de la Iglesia para llevar a
cabo su propia vendetta personal, y acepta sin escrúpulos absurdas confesiones
obtenidas mediante tortura. 

Pues bien, Bernard Gui era efectivamente dominico; actuó como inquisidor durante
muchos años, y estaba todavía vivo a principios del siglo XIV, momento en el que se
desarrolla la historia. Pero eso es todo lo que hay de cierto. El resto de detalles son más
bien ficticios. Y aunque conforman un excelente drama histórico también han
fomentado toda clase de prejuicios acerca de los inquisidores. No es mi intención aquí
tomar partido por ellos, pero, como historiadores, se espera que hagamos un esfuerzo
por entender las acciones de las personas del pasado, sin importar lo terribles que
puedan parecernos. Son sus razonamientos lo que debemos buscar si realmente
queremos entender sus compromisos y preocupaciones. Y Bernard Gui estaba
ciertamente comprometido, y ciertamente preocupado por los enemigos y amenazas
que, según él y muchos otros, rodeaban a la Iglesia durante la Baja Edad Media. Nació
alrededor de , entró en la orden dominica antes de cumplir los veinte, y fue nombrado
inquisidor para la región de Toulouse en , cargo que ocupó durante casi años. Durante
ese tiempo, procesó a más de personas, el % de los cuales, (alrededor de hombres
y mujeres), fueron entregados al brazo secular para ser quemados en la
hoguera. Finalmente, murió plácidamente en su cama en , a la edad de años. 

Fue autor de varias obras, pero la más importante de ellas es indudablemente su


Practica Inquisitionis Heretice Pravitatis (Práctica de la Inquisición contra la Maldad
Herética) uno de los manuales de inquisidores más conocidos, cuyos destinatarios eran
precisamente sus colegas. Escrita en latín, la Practica está compuesta por cinco libros
que compilan la propia experiencia de Gui como inquisidor. Su objetivo es reunir toda
la información disponible sobre los diferentes grupos heréticos, de modo que pudieran
ser fácilmente descubiertos cátaros, valdenses, beguinos, pseudo-apóstoles,
etcétera, pero los más interesantes para nuestro curso y esta unidad son los hechiceros. 

Como hemos comentado hace un momento, a partir del Papa Alejandro IV, los adivinos
y hechiceros no eran llevados ante los tribunales inquisitoriales a no ser que estuvieran
implicados en doctrinas y actos heréticos. Pero, en la década de , el Papa Juan XXII
puso a todo tipo de hechiceros, sin distinción, bajo la jurisdicción de los inquisidores. A
partir de este momento, invocadores y adoradores de demonios, los que trataban con
ellos, los que modelaban figuras de cera, y los que profanaban los sacramentos fueron
considerados y tratados como herejes. 

¿Quiénes eran esos hechiceros que preocupaban a Bernard Gui? 

En su manual, diseñó un formulario de interrogatorio de modo que cada inquisidor


pudiera obtener la verdad de estos terribles pecadores, que tratarían de ocultarse a
cualquier precio. Dice "La plaga y el error de los hechiceros, adivinos e invocadores de
demonios toman numerosas y diferentes formas en varias provincias y regiones,
estrechamente ligados a múltiples invenciones y falsas y vanas imaginaciones de tales
personas supersticiosas, que prestan atención a los espíritus del error y a las doctrinas de
los demonios." 

Tenían que ser interrogados sobre sus prácticas. ¿Qué sabían? ¿Qué habían oído?
¿Habían hechizado a niños? ¿Habían ayudado a mujeres estériles a concebir? ¿Con qué
tipo de sustancias habían alimentado a otros? ¿Cabellos, uñas? ¿Habían predicho el
futuro? ¿Habían curado a la gente mediante encantamientos? Pero, para Bernard, lo más
espantoso de todo es la profanación de prácticas y rituales ortodoxos cristianos con fines
mágicos rituales realizados con la Sagrada Forma o aceites benditos, imitando los
sacramentos, por ejemplo, bautizando figuras de cera modeladas a imagen de una
persona real, y luego perforándolas con agujas para dañar a esa persona. Bernard Gui
también estaba interesado en saber dónde habían aprendido estos hechiceros, cuánto
creían en realidad y quién había acudido a ellos para tales servicios. Advierte a sus
colegas "Preguntaréis concienzudamente, teniendo en cuenta la calidad y la condición
de cada persona, porque el interrogatorio no puede ser el mismo para
todos. Preguntaréis a los hombres de una manera y a las mujeres de otra." Y aquí
llegamos a una cuestión muy interesante, porque en este momento, a principios del siglo
XIV, la hechicería se relacionaba tanto con hombres como con mujeres. De hecho, un
tipo muy específico de magia solo fue atribuida a los hombres la nigromancia. Ese será,
precisamente, el asunto del que hablaremos en nuestro siguiente vídeo, la última lección
obligatoria de esta unidad. Así es, por último aunque no por ello menos importante,
hablaremos de demonios y del nada fácil camino que encontraron los hombres
medievales para convocarles y hacer que cumplieran sus órdenes. No podéis perderos
eso, ¿verdad? 
En la próxima unidad aprenderéis sobre brujas, brujos y la salvaje persecución que
centenares de hombres y mujeres, sobre todo mujeres, sufrieron por este presunto
crimen a finales de la Edad Media y durante la Edad Moderna. Sin embargo, como os
anticipaba en nuestro último vídeo, el tipo de magia de la que hablaremos en esta
lección era prácticamente exclusiva de los hombres. ¿Por qué? Bien, empecemos por
presentarla adecuadamente, ¿os parece? Necromancia, también llamada nigromancia,
significa, literalmente, "adivinación por medio de los muertos", Del griego nekros
(cadáver) y manteia (profecía o adivinación). Al menos este era su significado
original. Un nigromante conjuraba a los espíritus de los muertos para predecir el
futuro, usarlos como arma, o bien forzarlos a revelar información oculta. Pero traer de
vuelta a los muertos podía resultar problemático para una religión basada en la
resurrección de su figura más importante, que solo había sido capaz de volver él mismo
y de resucitar a otros (¿recordáis la historia de Lázaro?) a través del poder de Dios. 

Así pues, los autores cristianos interpretaron que estos sucesos involucraban a
demonios, que tomaban la apariencia de difuntos para cometer todo tipo de
fechorías. Así, por extensión, el término "necromancia" empezó a usarse para hacer
referencia a la invocación de demonios, y este era su significado más habitual en la Baja
Edad Media. Hemos visto como entre los teólogos medievales había opiniones
diferentes sobre el grado de implicación de los demonios en los diversos tipos de
magia, pero la necromancia era, incuestionablemente, de naturaleza demoníaca. Los
nigromantes invocaban demonios y lo hacían de muy buen grado. ¿Cómo lo
hacían? Bien, sorprendentemente, los nigromantes eran mayoritariamente clérigos, es
decir, en términos generales, alguien que hablaba latín (quiero haceros notar que ese
"alguien" era por lo general un hombre, porque, como puede que hayáis adivinado, el
latín era principal, si no exclusivamente, accesible a hombres y de hecho solo a unos
pocos). 

Para ser más precisos, estos clérigos estaban normalmente ordenados, al menos habían
tomado órdenes menores. Pertenecían a los rangos inferiores de la jerarquía
eclesiástica. 

En cualquier caso, la necromancia solo se podía aprender en los libros, dado


que precisaba de complejos conjuros  que tenían que ser muy específicos para producir
el efecto deseado. 
El inquisidor Nicolás Eymerich, a quien mencioné brevemente en el último vídeo,
escribió en su Directorium Inquisitorium alrededor de (donde asimila hechicería y
herejía, justificando así su implicación en la cuestión) ...escribía que había confiscado
libros sobre necromancia a los propios nigromantes, libros que en seguida quemó
públicamente, claro. Estos libros, así como las confesiones de los nigromantes lo
bastante desafortunados como para acabar frente al inquisidor, proporcionaron a Nicolás
y a sus colegas una enorme fuente de información sobre las prácticas de estos clérigos
rebeldes. Bautizaban imágenes, conocían los nombres de los demonios,  los mezclaban
con los nombres de los santos y de los ángeles para pervertir las plegarias, quemaban
carcasas de diferentes animales, y, lo peor de todo, adoraban explícitamente a los
demonios. Los nigromantes se inclinaban frente a ellos, honrándoles, y les prometían
obediencia a cambio de su favor. 

Como siempre que se trata con fuentes inquisitoriales hay que ir con mucho cuidado
respecto a su credibilidad. En otras palabras, ¿qué parte de lo que confesaban bajo
probable coacción era verdad? El caso es que, además de las confesiones, se han
conservado  unos cuantos manuscritos que contienen estos rituales y descripciones. Y
no me refiero a obras realizadas por los que buscaban erradicar la necromancia. Hablo
de libros que pueden considerarse de pleno derecho para nigromantes. La utilidad de
contar con el apoyo de demonios era considerable, y también lo eran los
conjuros específicos para cada caso principalmente para afectar mentes y cuerpos de
otras personas. (por ejemplo, para atraer su amor, hacerles daño de alguna forma o
bien  forzarles a hacer algo), crear ilusiones (levantar a los muertos, hacer aparecer algo
de la nada), y descubrir secretos sobre el futuro o el pasado. No hace falta decir que
ninguno de estos propósitos parece especialmente adecuado para  hombres religiosos... 

Los principales elementos de este tipo de magia son siempre círculos mágicos,
conjuros, y sacrificios, todos ellos bastante complejos, y que requieren ciertas
habilidades y aprendizaje. 

Por lo que se refiere a su eficacia, como visteis en el video introductorio, y hemos


repetido en los últimos vídeos, no es nuestro objetivo como historiadores debatir o
incluso plantearnos la, digamos, validez de las maneras de hacer de nuestros
antepasados. Si éste es un argumento válido para el estudio de la historia en general y la
historia medieval en particular, es especialmente relevante en el estudio histórico de la
magia. Lo más interesante del análisis del desarrollo de la necromancia es que tanto sus
practicantes como sus detractores la percibían como un paso más allá en el
conocimiento. 

La necromancia y su condena muestran que la sociedad medieval creía fuertemente en


el poder de los rituales y de su perversión. 

Si ciertas palabras pronunciadas en un cierto orden y como parte de un cierto rito,


podían otorgar poder demoníaco, lo mismo se podía decir de las plegarias propiamente
dichas, y de la celebración ritual de los sacramentos. Estaríamos completamente
equivocados si cayéramos en la tentación y calificáramos a la gente medieval de
ingenua, incluso a los hombres más educados,  (por un lado los nigromantes, los únicos
capaces de acceder a un conocimiento tan complejo; y teólogos e inquisidores por otro,
los únicos capaces de percibir la amenaza que este conocimiento
representaba). Nosotros mismos somos herederos de sus concepciones y aún damos
muchísima importancia a todo tipo de rituales. Pensad en ello la próxima vez que evitéis
pasar por debajo de una escalera o, ya que estamos, la próxima vez que recéis. ¡Nos
vemos en la próxima unidad! 

TEMA 3: DE LA MAGIA A LA BRUJERÍA

A finales de la llamada Edad Media, un nuevo crimen surgió en distintas partes de


Europa. Se caracterizaba por vuelos nocturnos a reuniones diabólicas, apostasía, pactos
con el Diablo y por causar la enfermedad y la muerte por distintos medios. 

Los hombres y mujeres hallados culpables de este crimen recibieron distintos


nombres en las fuentes de la época, tales como "witches", "streghe", "hexen",
"sorcières" o "bruxas". Atestiguando así la distintas tradiciones detrás del nacimiento de
este fenómeno. 

Algunos de estos nombres hacen claramente referencia a una tradición anti-


herética, mientras que otros estaban relacionados con la magia maléfica o bien evocaban
figuras míticas asociadas a ciertos ataques nocturnos. Durante los próximos vídeos,
trataremos de entender la rápida expansión de esta nueva acusación en la Europa
bajomedieval. Analizaremos los componentes mágicos del estereotipo de la bruja y su
progresiva diabolización, y entraremos en las salas de tortura para ver cómo eran los
juicios por brujería, y para descubrir qué tipo de acusaciones y confesiones fueron
hechas por los hombres y mujeres, sobre todo mujeres, condenadas por tan terrible
crimen. Para ello, tenemos que situarnos a principios del siglo XV, más o menos donde
acabó la anterior unidad. Como tal vez recordaréis, ya hemos hablado del declive de la
magia, que fue paralelo a la aparición de nuevos paradigmas científicos, y el terrible
efecto causado por aquellos predicadores que desaconsejaban las prácticas mágicas y
que establecían un vínculo entre los diabólicos hechiceros y adivinos y las desgracias
que asolaban a la sociedad. Vamos pues a empezar centrándonos en uno de los
sermones pronunciados por el bien conocido Vicent Ferrer. En , Ferrer se encontraba
predicando sus últimos sermones por el sur de Francia. En el pueblo de Clermont-
Ferrand, dijo "Debemos recurrir a Cristo y no a los hechiceros, que no pueden daros otra
cosa que el infierno. Y expulsad a los sortílegos, porque mantenerlos es terrible a ojos
de Dios. Y con tal fin, no escatiméis en leña, pues una vez desvelada la verdad,
quemados han de ser. Así como Dios God esparce la semilla de la verdad en este
campo, es decir, en el mundo así el Diablo esparce la semilla de la falsedad, esto es,
hechicerías, adivinaciones ponzoñas y cosas similares; y cuando amparáis a esta clase
de personas, la ira de Dios cae sobre vuestras tierras, y basta con la sola presencia de
uno de ellos para que vuestra tierra sea destruida, y por eso, tales personas deben
arder." 

Un sermón contundente, ¿verdad? El resultado es que solo unos años después de que
Ferrer y otros predicadores difundiesen estas palabras, comenzaron a celebrarse los
primeros juicios por brujería en distintas partes de Europa, dando pie a una persecución
que duró siglos, y que llevó a la hoguera a miles de personas acusadas de este
supuestamente atroz crimen contra Dios y la sociedad. Aprenderéis mucho más sobre
este tema con el Dr. Pau Castell, especialista en la historia de la brujería. ¡Seguid
conectados! 

El historiador británico Jonathan Barry afirmaba que (cito) "pocas empresas históricas


han sido tan intensamente historiográficas y de carácter tan reflexivo como el estudio de
la brujería". La palabras de J. Barry, en efecto, ilustran un hecho, que durante los
últimos años, docenas de académicos han dedicado sus estudios a la historia de la
brujería, ofreciendo así una enorme cantidad de literatura historiográfica en la que
ahondar. En esta unidad intentaremos resumir algunas de sus conclusiones con el fin
de entender el nacimiento de la caza de brujas a finales de la Edad Media. Para hacer
esto, analizaremos primero el llamado "estereotipo de la bruja" que apareció en Europa
durante los siglos XIV y XV.  Un aspecto central de este “estereotipo de la bruja” está
claramente relacionado con el mundo de la magia maléfica. A lo largo de la historia de
la Humanidad, la mayoría de sociedades han creído en la existencia de gente capaz de
hacer el mal a otras personas a través de medios mágicos. Estas prácticas fueron
conocidas en la Edad Media con el nombre de “maleficia” (crimen maléfico)  a menudo
acompañadas de la expresión "vereficia" (envenenamiento) 

Durante los primeros siglos de la Edad Media, las leyes seculares establecían una clara
diferencia entre este tipo de prácticas malignas y la magia beneficiosa. Podemos
encontrar un ejemplo de esto en el Código Legal promulgado por el rey castellano
Alfonso X el Sabio durante el siglo XII. Dice así 

"Acusar puede cada uno del pueblo delante el juzgador a los agoreros, a los sorteros, e a
los otros baratadores de que fablamos en las leyes de deste título. E si les fuere provado
por testigos que fazen e obran alguno de los yerros sobredichos, deven morir por
ende. Pero los que fiziessen encantamiento o otras cosas con entención buena, así
como sacar demonios de los cuerpos de los hombres, o para desligar a los que fuesen
marido e mujer que no pudiesen convenir, o para desatar nube que hechase granizo o
niebla porque non corrompiese los frutos, o para matar lagosta o pulgón que daña el pan
o las viñas, o por alguna otra razón provechosa semejante destas, non deve haber pena,
ante dezimos que debe resçebir gualardón por ello.” 

Esta distinción entre magia buena y mala (dependiendo de las intenciones del


practicante) no estaba tan clara entre las élites eclesiásticas. Para ellos, la mayoría de
tipos de magia eran supersticiones y debían evitarse, pues podían apartar a la gente de la
creencia en el único Dios verdadero, como ya habéis visto en el video anterior. Sin
embargo, esta distinción estaba muy clara en la mentalidad de la gente como puede
verse atendiendo a las leyes seculares de la Europa medieval y a los juicios celebrados
contra la magia maléfica en muchos tribunales seglares. Por ejemplo, encontramos
numerosos juicios contra hombres y mujeres definidos como "malefici" por impedir las
relaciones sexuales dentro del matrimonio por medios mágicos. También podemos
encontrar leyes contra aquellas mujeres capaces provocar el bocio u otras enfermedades
de garganta a personas o al ganado, una afección bastante común en las zonas
montañosas de Europa. Las penas por aquellos crímenes eran bastante severas. 

Según un Código Legal del siglo XIV procedente del valle pirenaico de Àneu, los
acusados debían demostrar su inocencia mediante la ordalía del hierro. Esta ordalía
consistía en forzar a las acusadas a sostener un hierro candente para luego observar la
evolución de sus heridas. En caso de recuperación rápida, la mujer era declarada
inocente. En caso contrario, era considerada culpable del supuesto crimen y debía ser
quemada, mientras todas sus posesiones pasaban a ser propiedad  de su señor y de su
acusador. 

Como hemos visto en la anterior unidad, toda clase de magia, tanto la buena como la
mala, empezó a ser vista bajo un prisma más siniestro durante los últimos siglos del
medievo. Fueron asociadas a un comportamiento diabólico e incluso a la herejía. 

Este fenómeno, atestiguado en muchos escritos teológicos y en los sermones de los
predicadores mendicantes, conllevó un cambio en el modo de percibir a la gente que
llevaba a cabo prácticas mágicas. En aquel momento, los adivinos, las hechiceras, y
también los malefici, empezaron a ser vistos no solo como individuos malvados, sino
también como miembros de un grupo maligno, una especie de secta herética que
pervertía la sociedad cristiana con sus medios diabólicos. 

Algunos escritos del siglo XV empezaron a hablar de "la secta de los


adivinos", mientras que algunos predicadores mendicantes como Vicent Ferrer o
Bernardino de Siena, hablaban de ciertas sectas cuyos miembros celebraban oscuros
rituales nocturnos y eran capaces de provocar la muerte o la enfermedad mediante
hechizos y venenos. 

En ese escenario, el Papa Alejandro V promulgó una bula  en en la que condenaba, cito
literalmente "las nuevas sectas integradas por cristianos y judíos que son hechiceros,
adivinos, invocadores de demonios, encantadores, conjuradores, gente supersticiosa
y augures que usan artes malditas y prohibidas que pervierten y ensucian la
Cristiandad". 

En este contexto, las antiguas acusaciones a individuos por magia maléfica darían lugar
a una situación mucho más inquietante, en la que los males que acechaban a la
sociedad serían atribuidos a las fechorías causadas por un colectivo herético y
diabólico. 

¿Recordáis la ordalía del hierro a la que eran sometidas las mujeres supuestamente
culpables de provocar enfermedades de garganta en los valles pirenaicos? Pues bien,
cien años más tarde, en , los prohombres  decidieron de nuevo legislar contra aquellos
crímenes mágicos. Pero esta vez las mujeres sospechosas no fueron acusadas
individualmente de causar la enfermedad, sino de pertenecer a un grupo de gente que se
reunía de noche, abjuraba de la fe cristiana, rendía homenaje al Diablo, secuestraban a
recién nacidos del lado de sus madres para matarlos, y provocaban enfermedades de
garganta y otros males a través de venenos o hechizos. 

Esta mezcla de herejía y  diabolismo con magia maléfica daría lugar al crimen de


brujería. 

Uno de los principales especialistas en la historia de la brujería, Richard


Kieckhefer, estudió lo que él definió como las primeras mitologías de la
brujería aparecidas durante el siglo XV. Al hacerlo, se dio cuenta de que los primeros
juicios y tratados  sobre brujas incluían siempre ciertos elementos mágicos asociados a
una serie de figuras mitológicas nocturnas, caracterizadas por su habilidad para volar,
entrar en casas cerradas, transformarse, y también por sus tendencias infanticidas. 

Estas figuras tenían, de hecho, un origen antiguo, pues las encontramos ya en época


griega y romana, e incluso antes. 

Son las llamadas "Strigae", las mujeres-pájaro que, según los antiguos, se transformaban
mediante ungüentos y  formulas y entraban en las casas de noche para chupar la sangre
de los niños. 

Y también, las "Lamiae", unas figuras maléficas similares que secuestraban a los niños
de sus cunas para desmembrarlos y comérselos. 

Ambas figuras nocturnas, las Strigae y las Lamiae, eran también muy parecidas a un
tercer ser mitológico la "Pesadilla", una figura que recibía distintos nombres en diversas
partes de Europa, y de la que se creía que era capaz de entrar en las casas de noche para
aplastar o asfixiar a los durmientes, llegando incluso a matarlos. 
Todas estas figuras nocturnas se convirtieron en parte del sistema medieval de
creencias. Sabemos que las mujeres solían llevar a cabo diversos tipos de rituales con el
fin de proteger a sus hijos del ataque de aquellos demonios nocturnos. 

Uno de estos ritos consistía en dejar comida, bebida y un espejo encima de la mesa para
entretenerlos y evitar así sus ataques durante la noche. Muchas madres medievales
ponían collares de coral a sus bebés, buscando un efecto similar, o bien recurrían a los
servicios de hechiceras y conjuradoras para proteger a sus hijos con sus encantos y
hechizos. 

Sin embargo, todas aquellas figuras nocturnas eran consideradas como entidades
espirituales, de naturaleza similar a otras figuras míticas como las hadas, los duendes,
los trasgos, etc. Según las autoridades eclesiásticas, no eran sino demonios o malos
espíritus cuyo propósito era simplemente arrastrar a la gente hacia la superstición y
apartarlos así de la fe verdadera. Pero entonces, ¿cómo acabaron estas figuras y sus
acciones maléficas tomando la forma de personas de carne y hueso, esto es, brujas? 

Para responder a esta pregunta debemos situarnos a finales de la época medieval, en un


momento en el que las autoridades eclesiásticas empezaban a preocuparse por los
poderes del Diablo y su capacidad para actuar físicamente en el mundo. 

Los clérigos empezaron a percibir muchas de estas figuras míticas no cómo ilusiones
diabólicas o malos espíritus, sino cómo seres reales y corpóreos, capaces de actuar en el
mundo físico. No solo eso, sino que la gente que solía creer en aquellas figuras
e interactuar con ellas empezó a ser vista con suspicacia e incluso a ser considerada
responsable de las fechorías nocturnas. 

Veamos un par de ejemplos sacados de fuentes bajomedievales. 

El primer caso ocurre en Italia durante la década de 1390. Dos mujeres de la zona de


Milán, Sibilla y Pierina,  fueron llevadas repetidamente ante el tribunal del obispo
acusadas de superstición y actividades mágicas. Entre otras cosas, confesaron haber
interactuado con una especie de Sociedad de Hadas y haber participado de noche en lo
que ellas llamaban "el juego", (il gioco), una reunión presidida por una figura femenina
donde cantaban y bebían, y después entraban en distintas casas. Si las encontraban
limpias y ordenadas se sentían felices y su señora las bendecía. 
Este relato está claramente relacionado con la tradición de las "buenas
damas" atestiguada en las fuentes con los nombres de "Dominae nocturnae" o "Dominae
Albae", esto es, las damas nocturnas o las damas blancas, y también con los nombres
"Bonae dominae" o "Bonae res" (las buenas damas, las cosas buenas). 

La creencia en estas figuras nocturnas era común en toda Europa durante la Edad


Media. Algunas mujeres creían vagar de noche con estas damas, tomando parte en su
cortejo. 

Las noches en las que la gente intuía la visita de las "damas buenas", solían tener sus
casas ordenadas, y les dejaban comida y bebida para atraer la buena suerte. 

Pero el juicio de Sibilla y Pierina daría un vuelco a partir de la intervención de los


inquisidores de Milan. Bajo presión, ambas confesarían finalmente haber rendido
homenaje a aquella figura femenina, en cuya presencia estaba prohibido pronunciar el
nombre de Dios. Confesaron incluso haber invocado un espíritu maléfico llamado
Lucifelum, quien las transportaba al mencionado juego, donde tenían relaciones
sexuales con él, e incluso le daban su sangre para sellar un pacto de fidelidad. 

Ambas mujeres fueron finalmente condenadas como herejes y quemadas en Milan en . 

Nuestro segundo caso sucede unos años después en la ciudad de Barcelona. Una mujer
fue llevada delante del obispo por  cargos relacionados con actividades mágicas que
incluían ciertos rituales de fertilidad y de protección de niños. Al ser interrogada ante
del tribunal, la mujer afirmó ser capaz de proteger a los recién nacidos del ataque de los
malos espíritus, tales como brujas o ejércitos fantasmales, poniendo la mesa durante la
noche con un mantel, pan, vino y un espejo, para que las brujas y los miembros del
ejército fantasmal se entretuvieran comiendo y bebiendo, y mirándose en el espejo, y de
esa forma no atacaran al recién nacido. 

Obviamente, aquella mujer no se refería a soldados de carne y hueso ni a grupos de


mujeres asesinas, sino más bien a entidades espirituales maléficas. Sin embargo, la
pregunta formulada por el tribunal  fue muy clara por lo que respecta a la intenciones
del juez, puesto que la mujer fue preguntada (cito) "si había ido alguna vez con
mujeres llamadas "bruxas", o había estado en su compañía, o si sabía de alguien en la
ciudad que hiciera tales cosas". 
Desconocemos el resultado de este juicio, pero unos años después, en los valles
pirenaicos al norte de Barcelona, las mujeres empezaron a ser condenadas y quemadas
por haber ido con las brujas de noche para rendir homenaje al Diablo, abjurar de la fe
cristiana, beber y cantar y festejar con los demonios y colarse en habitaciones cerradas
para secuestrar y matar a niños recién nacidos. 

El primer aspecto que debemos destacar es que el crimen de brujería, por su propia
naturaleza, podía ser procesado por distintos tribunales de justicia. Como se consideraba
un tipo de herejía, debido al acto de apostasía realizado durante las reuniones sabáticas,
el crimen de brujería podía caer bajo la jurisdicción de los inquisidores. Y así sucedió en
algunos casos. Pero, como también implicaba el daño a personas o  bienes, también
podía ser juzgado por un tribunal secular, ya fuera el tribunal real o cualquiera de los
numerosos tribunales presididos por un señor o por el consejo de una ciudad. 

Este último tipo de tribunales (es decir, los tribunales seculares autónomos) fueron de
hecho los más activos en la persecución de la brujería durante la época medieval y
moderna. 

A pesar de los estereotipos acerca del papel jugado por la Inquisición contra las
brujas, en realidad, la mayoría de los juicios celebrados durante la caza de brujas fueron
iniciados por tribunales locales presididos por autoridades seculares, y a menudo, por
petición de la misma población. Una población que, en un contexto de enfermedades y
muerte, presionaban a las autoridades locales para que procesaran y castigaran a los
autores de tales fechorías. 

Veamos algunos ejemplos de esto sacados de la documentación judicial catalana del


área de los Pirineos. 

En 1424, empezó una caza de brujas en el señorío catalán de Mont-rós. Los registros


judiciales de dicho incidente contienen una solicitud presentada por los vecinos y los
prohombres de la región, y dirigida a su gobernador. Dice así "En esta tierra de Mont-
rós estamos muy oprimidos, vejados y acosados por gente veréfica, esto es, brujas y
ponzoñeras. Que todos los días encontramos muertos a niños y animales, y otros
contrahechos y abortados. Y pretendemos y pensamos que tal cosa no procede sino de
gente mala y veréfica, de la cual es fama pública que estamos bien provistos. Y así, para
evitar tan grandes daños y maleficios y purgar la tierra de tan enormes
criminales, humildemente suplicamos a Vuestra Merced sea servido castigar tales
enormes delitos y juzgados por el tribunal local de Mont-rós." 

El gobernador aceptó la petición y procedió a perseguir y capturar a los supuestos


autores, los cuales fueron seguidamente arrestados y juzgados por el tribunal local de
Mont-rós. 

Unos años más tarde, en otro pueblo pirenaico, uno de los vecinos fue
interrogado durante un juicio por brujería y preguntado sobre el inicio de dicho
proceso. 

Respondió en estos términos:

"La gente del pueblo se reunió y le preguntó al alguacil qué se podía hacer, puesto que
ella tenía fama de bruja y muchos se quejaban de sus ganados y de otras cosas... 

Y la gente acordó pedir al alguacil que la arrestara. Y el alguacil contestó ‘Arrestaré a


esta mujer, sin duda, pero si resulta no ser culpable, pagaréis los costes del juicio'. 

Y entonces se acordó buscar un notario público para tomar declaraciones y, según el


resultado, que se la arrestara." 

Este era el típico escenario en la mayoría de juicios por brujería iniciados en la Europa
medieval y moderna. Las fuentes conservadas revelan a menudo un modelo de
persecución iniciado desde abajo, en un contexto de propagación de enfermedades,
pérdida de cosechas, o muertes de niños y ganado, atribuidas por las comunidades a la
acción de  gente maligna, y pidiendo por tanto la intervención de las autoridades. 

Las sospechas y acusaciones de magia maléfica que recaían sobre algunas


mujeres fueron el origen de la mayoría de juicios. Acusaciones que eran sustituidas por
cargos mucho más oscuros durante los juicios, en especial durante las sesiones de
tortura, cuando los acusados confesaban haber participado en encuentros nocturnos con
el Diablo, haber abjurado de Dios y tomado al Diablo como su señor, haber preparado
ungüentos venenosos para matar o causar enfermedades a sus vecinos y su ganado, e
incluso haber provocado tormentas de granizo para destruir las cosechas, y haber
entrado en casas por la noche para aplastar a bebés de cuna. Para entender la base de
tales confesiones debemos examinar de cerca los mecanismos de los propios juicios por
brujería. Este será el objetivo del último vídeo obligatorio de este módulo. 

Una vez el tribunal decidía abrir las diligencias, se iniciaba una encuesta entre los
vecinos, preguntándoles por sus sospechas, por la presencia de brujas en la región, por
las muertes o enfermedades que sobrevenían en extrañas circunstancias, etc. 

Durante estas primeras encuestas, llamadas "encuestas de voz y fama", (inquisitio de


vox et fama), una serie de nombres eran facilitados al tribunal, ayudando así a
confeccionar una lista de sospechosos. 

Estos sospechosos, normalmente mujeres, eran arrestados y llevados ante el tribunal


para ser interrogados. 

Durante los primeros interrogatorios, la mayoría de las acusadas mantenían su


inocencia. 

Sin embargo, las declaraciones de los testigos recogidas durante la encuesta constituían


ya una especie de evidencia incriminatoria, la cual podía verse reforzada mediante otro
tipo de procedimientos judiciales. 

Uno de los procedimientos más utilizados era la prueba conocida como "examen de
marcas". Ésta consistía en desnudar a la acusada y buscar marcas en su cuerpo, las
cuales eran consideradas como marcas del Diablo, indicativas de su pertenencia a la
secta maligna. Como podéis ver en la imagen, las marcas se hallaban normalmente en
los hombros o en la espalda, y algunas veces solo eran visibles después de frotarlas con
agua bendita o pincharlas con agujas. 

Con este tipo de pruebas, el fiscal podía ya pedir al tribunal una sentencia


condenatoria. Pero la mayor parte de las veces esto no era suficiente para demostrar su
culpabilidad, y por ello el tribunal procedía a la llamada  "sentencia interlocutoria de
tormento" (interlocutoria tormentorum). Esto significaba que los interrogatorios
proseguían, pero esta vez con la ayuda del tormento judicial o tortura. 

Como podéis imaginar, este era un momento clave en la mayoría de los juicios, ya que
las sesiones de tortura eran el preludio de una larga serie de confesiones sobre las
supuestas malas acciones cometidas por las acusadas. 
Uno de los sistemas habituales de tortura consistía en colgar a la acusada de los
pulgares mientras se la interrogaba acerca de los cargos. Un sistema similar consistía en
colgar a la acusada con sus manos atadas a su espalda, añadiendo incluso ciertos pesos
en sus pies para aumentar el dolor, como se puede ver en la imagen. 

Veamos ahora un ejemplo del tipo de confesiones fruto de estas sesiones de tortura. En ,
una mujer llamada Guillema Casala, del valle pirenaico de Andorra, fue acusada por
algunos de sus vecinos, juntamente con otras seis mujeres, de ser la responsable de las
muertes y enfermedades ocurridas en el valle. 

Pese a refutar los cargos que se le imputaban, el tribunal secular de Andorra decidió


pronunciar una sentencia interlocutoria de tormento. 

Después de haber sido colgada por los pulgares varias veces, Guillema confesó ser una
bruja y haber sido iniciada por otra mujer llamada Garreta. 

A continuación hizo la siguiente declaración:

"Que la susodicha Garreta la llevo ante el Macho Cabrío, porque la susodicha Garreta le


ungió las axilas y la exhortó a decir '¡Sube hoja!' Y tras decirlo se encontró de repente
fuera de la casa con la susodicha Garreta. 

Y entonces fueron por el aire hasta una montaña, el nombre de la cual no recuerda, y allí
vio un hombre muy grande llamado el Diablo; y vio a su alrededor a veinte personas,
hombres y mujeres, y algunos de ellos bailaban, y otros comían fruta. 

Y entonces el Diablo la cogió y le dijo que besara su mano, y ella así lo hizo. 

Y luego cree que le besó el culo y le rindió homenaje y lo tomó por Señor, abjurando así
del Creador. Y le prometió que haría el mal siempre que pudiera y que nunca lo
confesaría, sino que recibiría cada año la sagrada comunión. 

Y así, siendo interrogada, dijo que después de aquello el Diablo tuvo relaciones carnales
con ella. Interrogada, dijo que tenía el miembro muy frío." 

Confesiones como esta son comunes en muchos juicios por brujería en toda Europa. 
Más que describir encuentros reales, estas confesiones revelan el patrón utilizado por
los interrogadores, todos ellos lectores de los mismos libros y tratados sobre cómo se
suponía que tenía que ser una bruja. 

Este patrón era reproducido durante los juicios con la ayuda de la tortura judicial. Si
bien la magia maléfica era la preocupación principal de los vecinos y el origen de la
mayoría de acusaciones, el Diablo hacía su entrada en la sala de tormentos con la
ayuda de los interrogadores. 

Después de estas terribles sesiones de tortura, la acusada tenía poco margen de


maniobra. 

Teniendo una prueba irrefutable de su culpabilidad, (esto es, su propia confesión) el


tribunal ya estaba legitimado para emitir una sentencia de muerte. 

Las ejecuciones públicas en la horca, seguidas por la quema del cadáver, no hicieron
sino reforzar la imagen de las brujas como amenaza pública, abriendo así la puerta a las
terribles persecuciones que duraron siglos y que inflamaron el continente europeo y aún
más allá. 

TEMA 4: MAGIA EN EL ISLAM

La magia en el Islam es sin duda un tema de naturaleza proteica, y a menudo se ha


comprobado que hay casi tantos intentos de definir la magia como personas escribiendo
sobre este tema. 

De hecho, una visión más o menos completa de los materiales y las


prácticas  relacionadas con la magia en el Islam medieval requeriría tratar con
disciplinas o conceptos tan diversos como amuletos, talismanes, trucos y conjuros,
sortilegios y  prestidigitación, cuadrados mágicos, la magia de las letras, la
interpretación de los sueños, e incluso la fisonomía y la astrología, por citar solo
algunos de ellos. 
Una de las fuentes más informativas acerca de la magia en el Islam es el historiador del
siglo catorce Ibn Khaldūn. 

En su Muqaddima, (“Introducción”), Ibn Khaldūn nos deja un relato excepcionalmente


detallado sobre la magia y los talismanes, definidos como (citando la traducción de
Rosenthal) "ciencias que muestran cómo las almas humanas pueden prepararse para
influir sobre el mundo de los elementos, bien sea sin ayuda o con la ayuda de sustancias
celestes." 

Hablando de las almas que tienen capacidad mágica, Ibn Khaldūn afirma que existen a
tres niveles:

"El primero, dice, corresponde a aquellas (almas) que ejercen su influencia solo a través
del poder de la mente, sin ningún instrumento o ayuda. Esto es lo que los filósofos
llaman magia (siḥr). 

Las del segundo (nivel) ejercen su influencia con la ayuda del temperamento de las
esferas y los elementos, o con la ayuda de las propiedades de los números. Es el nivel de
los talismanes (ṭilasmāt). Es más débil que el primero. 

Las del tercer (nivel) ejercen su influencia sobre los poderes de la imaginación. Esto es
lo que los filósofos llaman prestidigitación. “

Dejando a un lado el tercer nivel (el de prestidigitación y fantasmagoria) que Ibn


Khaldūn no considera como "real", podemos concentrar nuestra atención en los dos
primeros. 

Lo que el texto aparentemente afirma es que el nivel más alto de magia –en realidad, el
único que debería denominarse siḥr en un sentido estricto– está reservado a aquellos
capaces de practicarla recurriendo a poderes sobrenaturales sin ningún instrumento o
intermediario. 

Estos, como veremos, pueden ser bien profetas, cuyo poder espiritual es reconocido
como una cualidad divina, o bien hechiceros, es decir, personas capaces de obtener su
poder de fuerzas satánicas. 
Mientras que el primer tipo de magia es denominada con frecuencia “alta” magia, la
última es a menudo descrita como magia “inferior”, una dicotomía que se corresponde
en términos generales con la distinción tradicional entre magia blanca y negra. 

En cuanto al otro nivel de magia, el que implica la existencia de un medio sobre el que


es practicada, se corresponde generalmente con la Teúrgia o magia natural, puesto que
en este caso no se requiere un poder sobrenatural. 

Una forma particular de magia natural es, en efecto, la de los talismanes ṭilasm, de la


palabra griega telesma), en la cual se utilizan inscripciones, con un significado
generalmente astrológico, como amuletos para proteger a alguien o a alguna comunidad
contra peligros como tormentas, animales salvajes, o diversas manifestaciones a
menudo entendidas como resultado del "mal de ojo". 

Varios siglos antes de Ibn Khaldūn, en las primeras líneas introductorias de la versión
larga de su Epístola sobre la Magia, los Ikhwān al-Safā’ o “Hermanos de la Pureza”,
dieron la siguiente definición de siḥr 

"Debes saber, mi Hermano, que la esencia de la magia y su realidad es todo aquello que
cautiva el intelecto, y todo aquello a lo que las almas se rinden mediante discursos
y acciones que producen asombro, sumisión, atención, escucha, consentimiento,
obediencia o aceptación." La definición de magia de los Ikhwān fue adoptada por el
autor andalusí del Ghāyat al-ḥakīm (“El objetivo del sabio”), un tratado de magia
celeste que ejercería una enorme influencia en Occidente, durante el
Renacimiento, gracias a su adaptación latina, conocida como el Picatrix. La autoría del
Ghāyat  al-ḥakīm, y de otro tratado sobre alquimia, titulado Rutbat al-ḥakīm  (“La
calidad del sabio”), han sido motivo de polémica hasta hace poco. Fue mérito de
Maribel Fierro demostrar de manera convincente en que el autor era, de hecho, el
esoterista y tradicionalista Maslama Ibn Qāsim al-Qurṭubī, que había viajado a Oriente
en en la primera mitad del siglo X. 

Hay razones para creer que este Maslama es también el erudito que introdujo el corpus
enciclopédico de los Ikhwān al-Ṣafā’ en al-Andalus por primera vez. El Ghāyat al-
ḥakīm resulta ser un curioso grimorio, el cual, además de describir rituales muy
elaborados en los cuales los espíritus de los planetas y otros seres celestiales son
invocados, asombra al lector por la extrema heterogeneidad de sus fuentes, la mayoría
de ellas de procedencia claramente oriental. 

Como observó en una ocasión David Pingree, "las fuentes de esta compilación - y el
autor se jacta de haber “saqueado” doscientos veinticuatro libros – parecen haber sido
en gran medida los textos árabes sobre Hermética, Sabeísmo, Ismailismo, astrología,
alquimia y magia producidos en Oriente Próximo en los siglos IX y X d.C." Otro
aspecto muy importante de la magia en el Islam medieval fue la interpretación mágica
de las palabras y letras del Qur’ān (Corán), una ciencia a la que generalmente nos
referimos por el nombre de ilm al-ḥurūf o sīmiyā’, y sobre la cual mi colega Sébastien
Moureau  hablará en detalle en otro video de esta unidad. 

Entre las contribuciones más importantes en este campo, hay que mencionar, en
Oriente, algunas de las obras atribuidas al famoso alquimista Jābir ibn Ḥayyān, un
erudito que se cree que vivió en el siglo VIII y y a quien se le atribuye en las fuentes
clásicas un voluminoso corpus de escritos. 

En al-Andalus, hay que citar, ciertamente, a Ibn Masarra, un filósofo  reconocido como


el primer estudioso Andalusī con un pensamiento original, y cuyo Kitāb khawāṣṣ al-
ḥurūf (“El libro de las propiedades de las letras”)  ha sido recientemente redescubierto
en forma de un solo manuscrito. 

Varios siglos después de Ibn Masarra, Ibn ‘Arabī, el conocido pensador sufí, también
escribió varias obras importantes sobre la “ciencia de las letras”, en especial su
"Revelaciones de la Meca". 

Para hacerse una mejor idea de lo importante y ramificada que fue la ciencia de la magia
en el Islam probablemente no hay mejor ejemplo que el compilador y enciclopedista
turco  del siglo XVII Ḥājjī Khalīfa, también conocido como Katip Çelebi. Su Kashf al-
zunūn (“La eliminación de dudas”) incluye bajo el epígrafe “siḥr” una asombrosa
variedad de catorce disciplinas, que han sido enumeradas por Toufic Fahd
como "adivinación, magia natural, las propiedades de los nombres más bellos, de los
números y de ciertas invocaciones, magia empática, conjuros
demoníacos, encantamientos, la invocación de espíritus de seres corpóreos, la
invocación de espíritus de planetas, filacterias (amuletos, talismanes, filtros), la facultad
de la desaparición instantánea, artificios y fraudes, el arte de revelar fraudes, hechizos,
y la utilización de las propiedades de las plantas medicinales." En el próximo video
veremos cómo fue realmente recibida la magia en el Islam medieval. 

La palabra siḥr ("magia") viene de la raíz árabe “s-ḥ-r”. Esta raíz, asociada a


significados como "embrujo", "encantamiento", "fascinación", and "amuleto" aparece
unas veces en el Qur’ān, bajo una u otra de sus derivaciones léxicas. 

En las <i>suras </i>de la Meca, los capítulos más tempranos del Corán, donde aparece
con mayor frecuencia, siḥr (o uno de sus derivados) se menciona con mayor regularidad
en relación con narrativas que intentan demostrar que todos los profetas, una vez
abrazado el monoteísmo, han sido indefectiblemente acusados de hechizar a su propia
gente. 

Es sin embargo interesante el hecho de que estas narrativas no coniernen solo a figuras
bíblicas como Noé, Abraham, Lot, o Moisés, sino también a figuras árabes como Hud,
Salih, Shuaib y, por supuesto, al mismo Mahoma, el epítome del profeta de acuerdo con
la visión tradicional. 

En efecto, tal y como recientemente ha observado Constant Hamès, el profeta del Islam


es aludido en estos textos por sus opositores como sāḥir ("mago" o
"hechizero"), calificativo que por lo general va acompañado de una de las siguientes
palabras kāhin (“adivino” o “augur”), shā‘ir (“poeta”), o majnūn (“loco”). En
comparación con el período de revelación de la Meca, las suras de Medina contienen un
número mucho menor de referencias a la magia, pero sí incluyen la más insigne de las
declaraciones Coránicas sobre la magia, y lo hace mediante la famosa historia de los
ángeles Harut y Marut, tal y como aparece en la segunda Sura. Una historia cuyo origen
se encuentra posiblemente en ciertas tradiciones Indo-Iraníes. 

El principio del verso, concretamente el , nos traslada a tiempos de Salomón y dice así
(cito):  "y ellos siguieron lo que los demonios habían recitado durante el reinado de
Salomón. 

No era Salomón el incrédulo, sino los demonios, que enseñaban a la gente magia y


aquello que les fue revelado a los ángeles Harut y Marut en Babilonia. 
Pero los dos ángeles no enseñan a nadie a no ser que digan 'Somos una prueba, así que
no seas incrédulo '" (fin de la cita). 

Sea cual sea la interpretación de este verso (y parece que el verso fue interpretado de
muchas y diferentes maneras por Ṭabarī, Razī o Zamakhsharī) debería
considerarse definitivamente como el locus classicus de la interpretación Islámica de la
magia. 

Lo que está claro, en cualquier caso, es que no hay en el Corán una condena explícita
o una prohibición del uso de la magia. A un nivel más práctico, y también más popular,
podemos observar que ciertos versos específicos y también suras completas, como las
dos últimas suras del Libro Sagrado, han sido frecuentemente utilizados con fines
mágicos y, especialmente, con fines profilácticos. 

Y tampoco debemos dejar de mencionar aquí la extensa literatura dedicada, en el Islam


medieval, a tales "cuestiones mágicas", como por ejemplo las letras iniciales del
Corán, los nombres de los "Compañeros de la Cueva" en la Sura, o los nombres de
Dios. 

Ahora bien, también es cierto que podemos encontrar en la ortodoxia islámica una


opinión mucho menos favorable de la magia y de sus practicantes, los cuales han sido
generalmente considerados como una de las mayores amenazas para la comunidad de
creyentes. 

Ya en una etapa temprana de la historia del Islam, deben haber circulado varias


tradiciones proféticas que incluían historias en las que la magia era severamente
condenada. El tradicionalista del siglo IX Tirmidhī, autor de una de las seis colecciones
canónicas del Ḥadīth en el Islam Suní, afirma, por ejemplo (cito): "la pena para el mago
es la muerte por espada". 

Este tipo de censura se repetiría durante siglos por parte de de la mayoría de juristas y
teólogos, quienes habían prevenido de los peligros del siḥr, en la misma forma que en la
cristiandad latina del medievo, magos, brujas, y hechiceros fueron a menudo acusados
de adorar al diablo. Y algunos de ellos fueron perseguidos, enviados a la cárcel, o
incluso ejecutados. 
Los practicantes de magia eran generalmente acusados de bid‘a (esto es, en otras
palabras, de introducir innovaciones heréticas) una amonestación muy grave de acuerdo
con la ortodoxia musulmana. 

En su famoso e influyente "Revivificación de las ciencias religiosas", Al-Ghazali


califica inequívocamente la magia, los talismanes, la prestidigitación, y la adivinación
como ciencias censurables. 

Y aun así, se puede afirmar que la gran mayoría de juristas y teólogos, incluso los más
tradicionales, hicieron el esfuerzo de distinguir entre diferentes categorías de magia, y
que su objetivo principal al hacer esto era intentar separar la magia permitida de la
prohibida. 

Es oportuno mencionar aquí la formulación que hace Toufic Fadh (cito): "la que está
permitida es la magia natural, conocida como 'blanca', incluyendo entre otros elementos,
encantamientos; fenómenos imaginarios producidos por medios naturales, basándose en
las propiedades naturales, y sin conexión alguna con la religión; fenómenos psíquicos
materializados mediante el uso de filtros y amuletos activados mediante absorción o
fumigación de polvos y grasas. La práctica de esta magia es tolerable mientras no cause
daño a otros. Pero cuando el mago influye sobre la naturaleza para hacer el mal, está
practicando magia prohibida.  Esto implica la utilización de inspiración
demoníaca (magia negra) y de la invocación de planetas (teúrgia)." 

A pesar de todo, lo que resulta claro para cualquier investigador moderno de este campo
es que siempre ha existido en el Islam un enorme vacío entre las posturas teóricas sobre
la magia de juristas y tradicionalistas de la Edad Media, por una parte, y por otra, las
prácticas reales tal y como han sido continuamente realizadas hasta ahora por magos,
hechiceros y especialistas en talismanes en muchas partes de Dar al-Islam. 

Esto se puede explicar principalmente por la divergencia de opiniones incluso entre los
representantes de la teoría legal más cualificados. 

Así, por ejemplo, el autor andalusí del siglo XIII Abu Abd Allah al-Qurtubi, que es una
de esas autoridades que comentó de forma prolija el famoso pasaje coránico de Harut y
Marut, es conocido por haber adoptado una posición mucho más tolerante y
conciliadora que la mayoría de sus predecesores. 
Otra razón importante se debe buscar  en las virtudes curativas que muchas de estas
prácticas se suponía debían poseer. Como ya hemos señalado, la teoría legal de la magia
demostró ser particularmente severa allí donde la magia pudiera ser vista como una
amenaza o peligro para la comunidad de creyentes. 

Pero mientras no transgrediera de forma ostensible los límites de lo prohibido, un mago


local que poseyera conocimientos esotéricos era por lo general respetado  por su
habilidad para contribuir al bienestar del pueblo. Y esto es algo que se puede observar
incluso hoy en la mayoría de países del mundo musulmán. 

En el próximo video hablaremos sobre la magia y otras ciencias ocultas según los
Ikhwān al-Ṣafā’. 

“Ikhwān al- Ṣafā’” (o los Hermanos de Pureza) es el nombre adoptado por un grupo
misterioso  de pensadores Musulmanes de la Edad Media que escribió una enciclopedia
sin equivalente durante aquel período dentro o fuera del mundo Islámico. 

Esta enciclopedia adopta la forma de una recopilación de aproximadamente cincuenta


epístolas, cada una pretende cubrir una ciencia específica o un tipo de
conocimiento, elaborada para permitir a la persona con la cualificación
adecuada progresar a través de las ciencias nobles hacia la sabiduría más inefable. 

Quiénes fueron exactamente los Ikhwān y dónde vivieron ha sido tema de debate
durante mucho tiempo, y aún hoy en día se discute. 

Se suele asumir que estos autores estaban activos en Iraq en el s. X, pero, de hecho, la
composición del corpus podría haber tenido lugar durante varias generaciones, y su
origen podría ser incluso anterior. 

Lo que se hace cada vez más patente es que los autores eran filósofos Neoplatónicos
que debieron tener algunas afinidades con el Ismailismo, una sub-rama particularmente
intelectual del Chiismo. 

A pesar de su profundo carácter heterodoxo, queda cada vez más claro que su trabajo
(en el cual se intenta explicar el universo que nos rodea de una forma muy
coherente) nunca dejó de ejercer una importante influencia a lo largo de los siglos, y que
esta influencia no estaba para nada restringida al mundo Islámico. 
Como otros filósofos musulmanes de su época, los Ikhwān al-Ṣafā’ se esforzaron por
reconciliar las "ciencias tradicionales," es decir, aquellas ciencias que
pueden entenderse como ciencias enraizadas en las revelaciones Coránicas, con las
"ciencias intelectuales," esto es, aquellas ciencias que una persona es capaz de adquirir
por sí misma, (como la lógica, las matemáticas, las ciencias naturales y la metafísica) y
cuyo conocimiento el Islam debía en gran medida a civilizaciones del pasado tales
como la Antigua Grecia, principalmente, pero también a Egipto, Babilonia, Irán, e
India. 

Un rasgo notable de la Enciclopedia de los Hermanos es su énfasis en la vertiente


esotérica del conocimiento y la predilección de sus autores por aquellas ciencias que
hoy consideraríamos dentro del ámbito de las ciencias ocultas. 

Esto ya se puede inferir de la propia clasificación del conocimiento que los Ikhwān


proporcionan en la Epístola "sobre las artes científicas." 

Es una clasificación tripartita de las ciencias en la cual un grupo de "ciencias


propedéuticas" (en otras palabras, ciencias que fueron creadas para la felicidad del
hombre en este mundo) precede a los otros dos grupos de ciencias superiores cuya
misión es asegurar la felicidad del hombre en el siguiente mundo, a saber las ciencias
religiosas por una parte, y las ciencias racionales y filosóficas por la otra. 

Una vez dicho esto, se observa que cada uno de los tres grupos, tal y como los
definen los Ikhwān, incluye ciencias o artes de naturaleza esotérica. Así, el grupo de
ciencias propedéuticas incluye la adivinación, la magia, los encantamientos, y la
alquimia. El grupo de ciencias religiosas incluye una referencia explícita a la "ciencia
de la interpretación de los sueños." 

En cuanto al grupo de ciencias filosóficas, contiene una sección sobre angelología. 

De hecho, tal y como observó Pierre Lory, la naturaleza tripartita de la


clasificación  que realizan los Hermanos encaja muy bien con los tres aspectos
diferenciados de las ciencias ocultas tal y como fueron concebidas y practicadas durante
la Edad Media Islámica. 
Encontramos primero el aspecto puramente utilitario de la magia, que se concibe para la
comodidad de las personas y que busca asegurar su salud y riqueza en este mundo. 

Después, encontramos que la vida religiosa también se beneficia de ciertas prácticas


"esotéricas", como la interpretación de sueños, que el Islam legitima mediante algún
hadiz e incluso mediante algunos pasajes del Corán, como por ejemplo la historia de
José. 

Y por último, "la Gran Magia," aquella que más interesa a los Hermanos, es aquella
cuyo conocimiento hace posible el nacimiento del "verdadero" ser de la persona. La
importancia de la magia para los Ikhwān se hace especialmente patente en el hecho de
que la última epístola del corpus, esto es la Epístola , está dedicada por completo a ella. 

Y se hace aún más evidente cuando los autores afirman, durante la introducción a  este
tratado, que la magia, y presumiblemente también el resto de ciencias esotéricas
relacionadas, "es parte de la Filosofía, y que es también parte de las ciencias últimas de
la filosofía, puesto que resulta necesario aprender las ciencias precedentes antes que
ésta." 

La tradición manuscrita de este tratado ha demostrado ser más compleja de lo que se


había asumido previamente, puesto que se tiene constancia de la circulación de al menos
dos versiones distintas. La versión más breve, que tiene una edición crítica, lleva por
título "Sobre la esencia de la magia, los encantamientos, el mal de ojo, las incitaciones a
animales, la intuición, y los conjuros." 

Aparte de la magia, pero obviamente relacionada con ella, está la astrología, una ciencia
con la que los autores estaban claramente muy familiarizados, y a la cual dedicaron
innumerables pasajes de su enciclopedia, incluida una Epístola completa sobre "ciclos y
revoluciones." 

En ese tratado, esto es, la Epístola, los autores repasan una larga lista de revoluciones y
conjunciones celestiales, y proceden después a mencionar las implicaciones que estos
eventos tenían sobre el mundo y sus habitantes. Implicaciones que iban desde la
aparición de gusanos, insectos y piojos, a la emergencia de nuevas religiones e
imperios; y desde la sucesión de un hombre en el trono real, al intercambio de tierras y
mares sobre la superficie de la Tierra. Es como si absolutamente nada en este mundo de
desarrollo y muerte pudiera escapar de la influencia de este determinismo total. 
En esta y en otras epístolas del corpus, los Hermanos proponen una teoría de acuerdo
con la cual la historia del mundo está compuesta por series de ciclos de , años cada
uno, y cada ciclo compuesto por milenios. 

Cada milenio viene a su vez anunciado por un profeta. 

Lo interesante de este punto es que Mahoma, el profeta del Islam, no es considerado


como el séptimo y último profeta, sino que es el sexto tras Adán, Noé, Abraham,
Moisés y Jesús. 

En cuanto al séptimo, los Hermanos le llaman “Qā’im de la Resurrección” él es el


Mahdi que vendrá al final de los tiempos y mediante el cual la parte esotérica de la
Revelación (Apocalipsis) se hará evidente a toda la humanidad. 

Huelga decir que este es el tipo de teoría que debe haber sido considerada como
totalmente inaceptable por muchos lectores, y que pudo haber impulsado a los autores a
publicar su obra de forma anónima. 

La Ciencia de las Letras, ‘ilm al-ḥurūf' en Árabe, es una ciencia teórica y práctica
basada en las letras del alfabeto árabe. 

Esta ciencia es a menudo denominada también sīmiyā’, que proviene de la transcripción


de la palabra griega σημεῖον, cuyo significado es 'señal', 'símbolo'. La proximidad de
esta palabra con la árabe kīmiyā’, "alquimia", abrió la puerta a multitud de
especulaciones y comparaciones. 

Como la mayoría de alfabetos semíticos, el alfabeto árabe solo tiene consonantes la


escritura árabe tiene un sistema para las vocales, pero no pertenecen al alfabeto; son
signos diacríticos que fueron introducidos en la escritura en una etapa posterior. Esta
escritura a base de consonantes implica que, cuando se lee árabe, la personaque lo lee
necesita entender el texto, o al menos la vocalización de la mayor parte de palabras un
niño inglés es capaz de leer un tratado sobre química orgánica, incluso si no entiende su
contenido, pero esto resulta imposible en árabe (a menos niño esté muy avanzado para
su edad). Los alfabetos semíticos se comparan a veces con flautas, donde la flauta es la
escritura, el flautista es el lector, y el aliento del flautista es las vocales. 
El origen de la Ciencia de las letras es bastante oscuro. Una de las hipótesis más
aceptadas es el jafr, el sistema Chií de adivinación, una "onomancia", es decir un
sistema adivinatorio basado en los nombres; pero no se puede dar una fecha exacta. La
Ciencia de las Letras desarrolló rápidamente varias tendencias superpuestas una ‘ilm al-
ḥurūf mística, una filosófica, una alquímica, una mágica, y otras. De hecho, ‘ilm al-
ḥurūf no está restringida a las letras. A menudo, sino en la mayoría de casos, es una
ciencia de las palabras y no una ciencia de las letras. Apareció en el contexto de la
cultura Islámica, quizá por el estatus peculiar que le otorga al discurso. En el Islam, el
Corán es considerado palabra de Dios, y las palabras de Dios son la forma más
razonable de acceder a Dios. La importancia del estatus del Corán puede haber llevado a
los estudiosos a centrarse en el lenguaje de una forma muy específica. Para muchos
eruditos medievales que se interesaban en la Ciencia de las Letras, el discurso no solo
tenía un valor epistemológico, como ocurre en la cultura Occidental moderna, sino
también un valor ontológico. Esto implica que, a sus ojos, las palabras, y por tanto las
letras, no solo proveen información sobre cosas, sino que también reflejan su naturaleza
interior. Su nombre refleja su ser. 

Y algunos pensadores medievales fueron incluso más lejos y afirmaron que el nombre
de las cosas no es solo un reflejo de su naturaleza, sino que es su verdadera naturaleza,
su ser. 

Si el nombre de una cosa es o refleja su naturaleza, esto implica que conocer el nombre


de esa cosa es lo mismo que conocer la cosa en sí misma. 

Este sistema nos recuerda inevitablemente a la Cábala, una ciencia judía del lenguaje y
las letras, la cual se desarrolló posteriormente y de la cual se habla en los videos
opcionales de la segunda unidad de este curso. 

Esta concepción llevó a los pensadores medievales a desarrollar sistemas de análisis del


lenguaje. Clasificaron las letras de diversas formas, de acuerdo a distintos criterios; 

la más conocida es la clasificación de las letras de acuerdo a los cuatro elementos de las
letras del alfabeto árabe, siete pertenecen al fuego, siete al aire, siete al agua y siete a la
tierra. Existe una clasificación similar en relación a las propiedades elementales. Siete
letras son calientes, siete son frías, siete son secas y siete son húmedas. 
Otro método de análisis era el uso de los valores alfanuméricos de las letras. Antes de la
introducción de la llamada numeración arábiga (que es de hecho denominada
"numeración hindú" en árabe), las letras del alfabeto se utilizaban como números, tal y
como se hace todavía en  escrituras como la hebrea. Así, el valor isopséfico de los
nombres, esto es, su valor numérico una vez sumados los valores numéricos de cada una
de las letras, se utilizaba para clasificar y analizar cosas. 

Uno de los sistemas de análisis mediante nombres más refinados y sofisticados se


encuentra en el corpus de textos atribuido a Jābir ibn Ḥayyān, una extensa colección de
textos alquímicos escritos, con toda probabilidad, por diferentes autores, y al que
volveré con mayor detalle en el video sobre Alquimia árabe. 

Los autores de estos textos postularon que, puesto que los nombres de las cosas reflejan
su naturaleza, es posible conocer la composición exacta de una cosa gracias a su
nombre. 

Para lograrlo, desarrollaron un sistema llamado ‘ilm al-mīzān, "ciencia del equilibrio", o


mīzān al-ḥurūf, "equilibrio de las letras". 

Diseñaron un cálculo muy complejo a partir de las letras del nombre de una cosa, que,
según ellos revelaba la composición exacta de una cosa, esto es, la proporción exacta
de propiedades elementales (calor, frío, sequedad y humedad). Éste era el primer paso
hacia su principal teoría, la teoría del elixir, que discutiremos en el próximo video. 

En un sentido más religioso, la Ciencia de las letras fue desarrollada especialmente de


dos maneras Los asmā’ al-ḥusnā’ y las fawātiḥ al-suwar ("letras misteriosas"), o ḥurūf
muqaṭṭa‘a. Los asmā’ al-ḥusnā’, literalmente los "nombres más hermosos", son los
nombres divinos una tradición islámica atribuye nombres a Dios, que son las formas
de describir los diferentes aspectos de Dios. 

Se escribieron muchos comentarios sobre esto. La fawātiḥ al-suwar, es decir, la


'apertura de las suras' (donde una sura es el nombre árabe de una parte del Corán), o las
ḥurūf muqaṭṭa‘a, literalmente las 'letras aisladas', son letras misteriosas o pequeños
grupos de letras que se encuentran al principio de suras del Corán. El Profeta no dio
ninguna explicación sobre este particular, lo cual dio lugar a múltiples especulaciones. 
Muḥyi al-dīn Ibn al-‘Arabī, uno de los más importantes filósofos del Islam, desarrolló
una serie de consideraciones místicas sobre estas letras. También desde una perspectiva
mística, cabe mencionar también la secta de los ḥurūfiyya, los "literales", que apareció a
finales del siglo XIV. 

Puesto que las letras tienen un valor ontológico, no solo permiten conocer cosas, sino
también actuar sobre ellas mediante su nombre. Esta idea dio lugar a la magia de las
letras, que es uno de los mayores campos de la Ciencia de las Letras. 

La figura más destacada de la magia de las letras es, sin duda alguna, Aḥmad al-Būnī,
que vivió a principios del siglo XIII. Se le atribuyen a este estudioso una serie de
tratados mágicos que tuvieron una gran influencia en la magia del mundo Islámico, no
solo para los eruditos, sino también, y en mayor medida, a nivel popular. 

Sin embargo, estudios recientes señalan que el trabajo más famoso e influyente
atribuido a Būnī, el Shams al-ma‘ārif al-kubrā, literalmente el 'Gran Sol del
Conocimiento', es en realidad una recopilación apócrifa creada a partir de varios textos
escritos durante distintos períodos. 

Este tratado presenta una gran síntesis de conocimiento teórico sobre la magia de las
letras (como por ejemplo una especulación sobre los nombres más hermosos), pero
también recetas muy prácticas. En este tipo de tratados mágicos, las mismas letras son a
menudo tratadas como seres espirituales están relacionadas con los ángeles, y es posible
utilizarlas para actuar sobre entidades espirituales, o incluso para controlar ángeles. 

La Alquimia es, en su sentido más literal, un intento de transmutar metales comunes


como el plomo o el cobre en metales nobles, oro o plata. De hecho, el oro no es solo el
metal más valioso, es también el único metal, para los alquimistas medievales, que no se
corroe. Así, los alquimistas intentaron convertir metales degradables en inalterables. 

Sin embargo, la alquimia no es todo argyropeia y chrysopeia, (es decir, fabricar oro o


plata), sino que cubre un campo de estudio más amplio. Ya en la antigüedad, la alquimia
se podía definir como una disciplina en la que uno encuentra prácticas técnicas junto a
doctrinas filosóficas de la época. 
Contrariamente a lo que se cree, el grueso de los tratados alquímicos incluye recetas
técnicas, las cuales no son fantasías extravagantes, sino que a menudo demuestran
conocimiento empírico. 

Los alquimistas no solo intentaban fabricar oro, sino que también teñían metales,
refinaban sales, y realizaban muchos otros procesos. 

La palabra "alquimia" deriva (a través del Latín) del árabe al-kīmiyā’, que a su vez se
tomó prestada, con toda probabilidad, del griego χυμεία o χημεία (que significa fusión,
aleación), o, aunque esto es menos probable, del egipcio qmyt, que significa "resina"
o "goma". La historia de la palabra "alquimia" refleja la historia de la propia alquimia. 

La alquimia se originó durante la Antigüedad. Las primeras evidencias escritas datan de


la Grecia Helenística, aunque su origen podría situarse en el Antiguo Egipto; para
después pasar al mundo árabe. De acuerdo con la leyenda, el primer alquimista árabe
fue Khālid ibn Yazīd, el cuarto califa Omeya, que vivió en el siglo VII. Habría sido
instruido por un monje griego llamado Maryānūs. Sin embargo, la verdad histórica de
este evento no puede ser demostrada, y si bien la alquimia podría haber llegado al
mundo árabe muy pronto, fue sobre todo a través de las traducciones desde el griego o
el sirio (coincidiendo con el gran movimiento de traducción de los siglos VIII y IX) que
el Este descubrió esta ciencia. 

El mundo árabe heredó la alquimia griega y la asimiló muy rápidamente. Encontramos,


en épocas muy tempranas, no solo traducciones desde el griego, sino también escritos
genuinamente árabes. Éstos fueron inicialmente atribuidos a famosas figuras griegas
como Pitágoras, Sócrates o Platón, pero se tiene constancia de alquimistas árabes desde
la segunda mitad del siglo VIII. Los alquimistas árabes realizaron nuevos
descubrimientos técnicos, como el ácido hidroclorhídrico, por ejemplo, pero también
desarrollaron la vertiente filosófica de la alquimia. Basándose en sus experimentos
metalúrgicos y químicos, los alquimistas explicaron los procesos físicos y químicos
mediante los sistemas filosóficos de su época, y a veces mediante sus propios sistemas;
y aplicaron sus explicaciones no solo a su metalurgia sino al mundo entero. La alquimia
se convirtió en una "ciencia total". 
El alquimista árabe más famoso y prominente fue Jābir ibn Ḥayyān (en la segunda
mitad del siglo VIII). 

Se atribuyó a esta figura una gran colección de textos alquímicos (no sabemos si esto es
parte de la leyenda o de la historia), y a dicha colección se la conoce generalmente
como corpus Jābirianum. 

Aunque el núcleo de esta colección pudo haber sido escrito por un solo autor, quizá el
mismo Jābir ibn Ḥayyān, muchos tratados fueron claramente escritos por otras manos
entre la segunda mitad del siglo VIII y el siglo IX, o incluso más tarde. Este corpus es
uno de los primeros ejemplos de alquimia árabe, pero es también, con mucho, el más
influyente. De hecho, tuvo una gran influencia en casi todos los autores
posteriores, hasta en uno de los últimos grandes alquimistas árabes, Jildakī. 

Los textos yabirianos proponían una doctrina física inspirada por el sistema griego de
los cuatro elementos tal y como lo define Galeno, pero refinado hasta un grado de
complejidad excepcional. Todo lo que existe en el mundo sublunar está compuesto por
cuatro elementos fuego, tierra, aire y agua. Estos cuatro elementos se caracterizan a su
vez por cuatro propiedades elementales el fuego es caliente y seco, el aire es caliente y
húmedo, el agua es fría y húmeda, y la tierra es fría y seca. 

Las cosas se diferencian unas de otras por su proporción de elementos, y en


consecuencia por su proporción de propiedades elementales. Los autores yabirianos
innovaron y desarrollaron una teoría que tuvo una gran influencia en toda la tradición
alquímica, tanto en el Este como en el Oeste la llamada teoría del elixir. 

Puesto que una cosa se caracteriza por su proporción de elementos, es en teoría posible,
cuando se modifica esta proporción, transformar una cosa en otra; por ejemplo plomo en
oro. ¿Cómo se puede llevar a cabo esta transformación? Calculamos las proporciones
elementales de plomo y oro, y evaluamos la "intensidad" de las cuatro propiedades en
ellos. Así, sabemos qué cantidad de cada propiedad debemos añadir al plomo para
convertirlo en oro. Tomamos entonces un material llamado "piedra" (ḥajar en
árabe), pero que no es necesariamente una piedra puede ser un mineral, un animal, o una
planta. La destilamos para aislar sus cuatro elementos. Trabajamos sobre estos
elementos para reducir la "intensidad" de una de sus dos propiedades, y para obtener, de
esta manera, puro calor, puro frío, pura sequedad y pura humedad. 
Producimos entonces una mezcla de estas cuatro propiedades de acuerdo a la proporción
que debe ser añadida al plomo. A esta mezcla se la denomina "elixir", (del árabe al-
iksīr, y éste del griego ξήριον, ‘polvo seco'). Proyectamos el elixir sobre el plomo para
transmutarlo en oro. Este sistema se convertirá en estándar para los alquimistas. Este es
uno de los principios fundamentales de la alquimia árabe. 

Otra figura importante de la alquimia árabe es Abū Bakr al-Rāzī, que vivió entre los
siglos IX y X. Su alquimia puede clasificarse como más empírica que cualquier otro
tratado de su época. Rāzī se basaba a menudo más en sus propios experimentos que en
las denominadas autoridades, especialmente para su clasificación de los materiales, que
siguió siendo durante mucho tiempo una de las clasificaciones más precisas y
detalladas. 

Se señala a menudo que la alquimia floreció en el mundo Islámico hasta el siglo


XIV, siendo la última gran figura Jildakī, pero nuevas investigaciones sobre alquimia
turca demuestran que esta noción debe ser revisada, y que la alquimia en el mundo
árabe-musulmán estuvo de hecho muy viva durante mucho más tiempo del que se creía. 

Como se comentó en el último video, la alquimia nació en Egipto o en Grecia, y


después pasó al mundo árabe. Sin embargo, el mundo heleno no olvidó la alquimia tras
transmitirla al Este. La alquimia estuvo muy viva en Bizancio por mucho tiempo. No
obstante, es a través del mundo árabe que el Oeste cristiano descubrió la nueva ciencia
de la alquimia. Podemos seguir la pista de algunas traducciones tempranas al latín
de recetas alquímicas griegas antes de que la alquimia viniera del mundo árabe por
ejemplo, el núcleo original del Mappae Clavicula, un texto sobre metalurgia y pintura
compilado antes del siglo XII. 

Junto a estas recetas griegas, algunas recetas árabes estuvieron también en


circulación antes de la penetración real de la alquimia en el Oeste. Es el caso, por
ejemplo, de una famosa receta para fabricar "oro español" que aparece en el
Diversarum artium schedula del monje Theophilus, un seudónimo del sajón Roger de
Helmarshausen, que vivió a comienzos del siglo XII. 
Pero la verdadera penetración a gran escala de la alquimia en el mundo cristiano
vino con el gran movimiento de traducción desde el árabe al latín de los siglos XII y
XIII en España e Italia. 

Contrariamente a lo que creemos hoy en día, la alquimia parece haber gozado de gran
consideración entre los traductores medievales. Efectivamente, se tradujeron muchos
tratados. Esto puede deberse a que, en algunas clasificaciones de las ciencias del mundo
árabe, la alquimia era considerada una disciplina de pleno derecho. 

El Liber de compositione alchimiae, atribuido a Morienus, fue traducido por Robert de


Chester en  desde el tratado árabe Risālat Maryānus al-rāhib (Epístola del monje
Maryānūs), la cual relata las probablemente legendarias conversaciones entre Maryānūs
y el califa Khālid ibn Yazīd. Este tratado se considera a menudo el primer
tratado alquímico completo traducido al latín. No obstante, esta fecha debería, con toda
probabilidad, entenderse más como inicio simbólico que como tiempo fijo, puesto que
la mayoría de las traducciones de textos alquímicos no se puede fechar con exactitud. 

La penetración de la alquimia árabe en el Oeste cristiano se puede dividir en tres etapas


superpuestas. 

El primero es el perío de traducciones del árabe al latín, y abarca aproximadamente la


segunda mitad del siglo XII y el siglo XIII.  Durante este período, se hicieron accesibles
a los estudiosos cristianos, mediante traducciones, nuevos materiales. 

Durante la segunda etapa, que abarca aproximadamente el s. XIII, aparecieron


composiciones en latín, pero todavía estaban considerablemente influenciadas por los
trabajos árabes. Podemos encontrar compilaciones de recetas reunidas a partir de varias
traducciones y a menudo modificadas (como algunos trabajos atribuidos a Michael
Scot), pero también tratados en latín escritos en el estilo de las traducciones y atribuidas
frecuentemente a autores árabes y griegos. 

Durante la tercera etapa de asimilación, a partir de la segunda mitad del s. XIII, pero


con más intensidad a partir de principios del s. XIV, empieza a desarrollarse una
alquimia puramente latina, la cual ya no se basaba en traducciones árabes, sino en
composiciones en latín de la segunda etapa. 
Entre las varias doctrinas alquímicas que penetraron en el Oeste, las teorías yabirianas
tuvieron una recepción entusiasta. 

Penetraron a través de diversos textos, pero principalmente, de forma directa a través


del Liber de septuaginta, la traducción al latín del Kitāb al-sab‘īn (el Libro de los
Setenta), una serie de tratados atribuidos a Jābir ibn Ḥayyān, e indirectamente a
través del alquímico De anima, una compilación y traducción al latín de tres tratados
alquímicos, ahora perdidos, que fueron erróneamente atribuidos a Avicena. De hecho, el
verdadero Avicena se oponía a la alquimia, como veremos después. 

Este tratado se convirtió en una fuente fundamental para los alquimistas, y ayudó a
propagar la teoría del elixir en el Oeste, principalmente porque fue utilizado como una
de las principales fuentes alquímicas por Vincent de Beauvais, el famoso enciclopedista
del siglo XIII. 

El De anima consta principalmente de recetas técnicas, y no es la única traducción de


este tipo, al contrario. Se observa que los traductores medievales parecen haber estado
más interesados en tratados técnicos que en la alquimia teórica. Sin embargo, esta
presencia de material práctico puede ser el resultado de la elección de los
traductores, pero también de la disponibilidad de las fuentes a su alcance (puede ser que
no tuvieran acceso a tratados más teóricos). 

Uno de los tratados técnicos más influyentes de su tiempo es el De aluminibus et


salibus, la otra fuente alquímica principal de Vincent de Beauvais. 

Este tratado, que ha sido a veces atribuido a Rāzī, probablemente debido a su naturaleza


técnica, es la traducción de un tratado árabe parcialmente perdido (fragmentos de una
versión en hebreo también han sobrevivido), y consiste en una serie de "discursos"
cortos sobre varios materiales, cada uno de ellos seguido de recetas prácticas. Aunque el
tratado alquímico latino más influyente de toda la Edad Media es, sin duda, el Summa
Perfectionis, atribuido a Geber. Este texto no es una traducción, sino un tratado escrito
en latín a finales del s. XIII en el estilo de una traducción del árabe. Se le atribuye a
Geber, que es nombre latino de Jābir ibn Ḥayyān, pero esta atribución es parte de la
falsificación. El autor real es un hablante de latín, quizá el monje Pablo de Taranto. Este
tratado rompe con la tradición del De anima y del Liber de septuaginta, ya que propone
crear el compuesto para la transmutación (el elixir de los tratados yabirianos) no a partir
de un material perteneciente a uno de los tres reinos (es decir el reino animal, el mineral
o el vegetal), como es el caso en las teorías yabirianas, sino solo a partir de mercurio. Se
trabaja el mercurio y solo el mercurio, y después se proyecta sobre el plomo para
fabricar oro. Esta teoría, denominada a veces la teoría de "solo mercurio", superó a la
teoría yabiriana del elixir y se convirtió en el estándar en la alquimia latina durante
mucho tiempo. 

El Summa perfectionis también formó parte de lo que hoy se denomina el "debate


alquímico". Durante los siglos XIII y XIV, los estudiosos occidentales se
enfrentaron entre ellos en un debate muy animado sobre la posibilidad de la
transmutación. El punto de partida de estas intensas disputas era un pasaje denominado
Sciant artifices. 

En este escueto fragmento en latín, el autor explica y argumenta que no es posible


transmutar especies. Este pasaje procede en realidad del Kitāb al-shifā’ (Libro de la
Curación) de Avicena. Sin embargo, llego al Oeste cristiano a través una transformación
crucial. 

A principios del siglo XIII, Alfred de Sareshill, un traductor, tradujo el cuarto libro del
Meteorológica de Aristóteles, que trata de los fenómenos celestiales y terrestres. 

Pero cuando observó que en el tratado de Aristóteles no había descripción alguna de la


creación de metales en la tierra, tomó una parte del libro de Avicena, pensando quizá
que Avicena estaba resumiendo la idea de Aristóteles, y la añadió al final de la
traducción del libro de Aristóteles, como si fuera parte del texto. Este pequeño añadido
acabó garantizando a este pasaje la más influyente de las autoridades, la de
Aristóteles, lo que dió lugar al debate alquímico. Desde su aparición en el Oeste durante
el siglo XII, y hasta el siglo XVII, la alquimia se hizo cada vez más exitosa, pero nunca
penetró en las universidades, aunque algunos de los más famosos eruditos de la época se
interesaron en ella, como por ejemplo Alberto Magno, que vivió en el siglo XIII. 

Este ha sido el último video sobre magia árabe. Os animo a que veáis el video opcional
de esta unidad, que trata sobre la geomancia. 

TEMA 5: ASTROLOGÍA Y GEOMANCIA


Para aquellos de vosotros que hacéis este curso por primera vez, aquí tenéis un ejemplo
de cuánta atención prestamos a vuestros comentarios y sugerencias. Así que, por favor,
compartidlos con nosotros. Los vídeos de la unidad cinco están dedicados a la astrología
y la geomancia, las hermanas no tan pequeñas de la ciencia medieval. Sé que este es un
argumento probablemente sorprendente, pero por favor no juzguéis el libro por las tapas
y dadnos la oportunidad de hablaros sobre ello de manera que, al final de estos vídeos,
podáis formar vuestra propia opinión al respecto, y por descontado discutirla con
nosotros y con vuestros compañeros. Hoy empezaremos con la astrología, ¿de
acuerdo? Digámoslo sin embudos, hoy la astrología es una disciplina marginal, al
menos en el mundo occidental. Ha quedado exiliada a un lugar habitual pero triste en las
columnas de periódico, o a la franja más antipática de la parrilla televisiva. El perfil
sociológico de los que la practican tampoco ayuda. En cualquier caso, dada su situación
actual, pocos sospecharían que, hasta hace poco, la astrología se preciaba de su estatus
de ciencia, o que, a lo largo de la Edad Media, y en la Antigüedad, la literatura
astrológica se desarrolló  con profusión compartiendo, de un lado, las vías de
transmisión de la astronomía, las matemáticas y la medicina, y, de la otra, las formas de
un conjunto muy variado de técnicas adivinatorias. Recordemos, por ejemplo, que a
finales del siglo XVI, para algunas de las figuras más importantes de la llamada
Revolución Científica europea, la astrología aún era la ciencia de las estrellas. 

Para ellos, la influencia de los cuerpos celestiales en el mundo sublunar, como ellos lo
llamaban, es decir, literalmente, el mundo bajo la Luna, que nos incluye a nosotros, los
humanos, no estaba menos sujeto a las leyes naturales y no era menos posible de
investigar o entender que la cualidad, la velocidad o los movimientos de los cuerpos
celestiales que son el objeto de estudio de la astronomía. 

Y no me refiero a figuras oscuras y anónimas. Hablo de Galileo Galilei, quien


probablemente no necesita ser presentado; Tycho Brahe, que escribió sobre las
supernovas en el siglo XVI, atreviéndose a contradecir la idea aristotélica de que el
cielo era invariable; y Johannes Kepler, el primero en desarrollar las leyes del
movimiento planetario que todavía hoy se enseñan en las facultades de física de todo el
mundo. 
Sin embargo, esto no quiere decir que el prestigio de la astrología fuera universal
e indiscutible a lo largo de los siglos. La oposición a la "validez científica" de las
predicciones astrológicas, y fijaos en las comillas porque esto es un anacronismo de los
grandes no fue una innovación de la Cristiandad europea medieval. Tomemos, por
ejemplo, la introducción en defensa de la astrología que Ptolomeo se sintió inclinado a
hacer en su gran manual de astrología, escrito en el segundo siglo de nuestra era. el
Apotelesmatiká, (literalmente, "efectos") también conocido como Tetrabiblós (cuatro
libros), y por favor, disculpad mi terrible pronunciación del griego. 

De nuevo, estamos hablando de una figura respetada durante toda la Edad Media y más
allá; el erudito alejandrino que escribió el Almagesto, el libro donde presentó lo que se
conoce como el sistema ptolemaico para explicar los movimientos de las estrellas, un
modelo geocéntrico que se tomó como referencia hasta la aparición del sistema
copernicano heliocéntrico a finales del siglo XVI, es decir, años más tarde. 

El argumento de Ptolomeo en favor de la astrología era sólido y sería retomado por las
autoridades posteriores repetidamente. Si las predicciones astrológicas no son acertadas,
si no logran predecir el futuro, la culpa no es de la ciencia y su método, sino de la
intención fraudulenta de los pseudo-astrólogos y de la falta de experiencia de algunos de
los que la practican, que son incapaces de alcanzar la enormidad de la disciplina y la
sutileza de sus principios. Lejos de apoyar el punto de vista de Ptolomeo, (recordad, no
estamos aquí para juzgar la historia sino para tratar de entenderla) la verdad es que su
defensa / denuncia también sirve de recordatorio de un hecho que hay que tener en
mente cuando hablamos de astrología histórica. No era tan solo una ciencia con la
aspiración de determinar la influencia de las estrellas sobre el mundo bajo ellas. Desde
tiempos antiguos, la astrología también había sido un oficio, una fuente de ingresos que
a menudo atraía individuos motivados por un interés que era mucho más material que
científico, y que estaban más preocupados por mantener su clientela que por respetar los
principios y reglas de la disciplina que practicaban. En nuestro próximo video, veremos
como una variedad sorprendente de tradiciones astrológicas encontraron su camino
hacia el Occidente medieval, donde se combinaron y dieron lugar a una disciplina rica y
compleja que, a diferencia de cualquier otra, con la posible excepción de la medicina, da
testimonio del crisol cultural que es el legado más valioso de Europa al mundo. 
Hoy vamos a discutir cómo la astrología medieval de la Europa cristiana se componía
de una gran variedad de tradiciones astrológicas. 

Imaginad un edificio complejo, construido a través de los siglos, donde todas las


civilizaciones aportan su parte. Estilos y materiales se combinan hasta el punto en que
es difícil decir qué vino de dónde. Pero ocasionalmente, algunos elementos distintivos
sobreviven lo bastante bien como para que podamos identificar su origen. Ése es
precisamente el caso de algunos elementos astrológicos específicos que fueron
asimilados por la astrología cristiana, sin mucha adaptación, como veremos
enseguida. Pero en primer lugar, dejadme aclarar algo. Cuando hablamos de astrología
cristiana, nos referimos a la astrología que se estudiaba, y practicaba en la Europa
cristiana. Y puesto que la astrología era una disciplina reservada para los estudiosos,
esta llamada astrología cristiana estaba, por supuesto, escrita en el lenguaje académico
de la época, el Latín. Por lo tanto, un buen ejemplo de los elementos distintivos que
acabo de mencionar son las mansiones lunar. 

Una mansión lunar es un segmento de la trayectoria aparente de la luna en su órbita


alrededor de la Tierra. Estas mansiones fueron utilizadas a menudo por las culturas
antiguas como parte de su sistema de calendario. Pero lo que los califica como uno de
los elementos foráneos fácilmente identificables es que sus nombres fueron asimilados
por textos astrológicos latinos manteniendo su forma árabe Alnath, Albotain,
Aldebaran. Aquellos de vosotros que estéis familiarizados con la astronomía actual
estaréis pensando probablemente que lo que acabo de decir es una lista de estrellas, y
tendríais toda la razón. La explicación es que las mansiones lunares árabes por lo
general se refieren a una constelación y su estrella más importante, que es
generalmente, la estrella más brillante que podía verse en el área definida por cada
mansión lunar. A veces sin embargo, el sincretismo, en otras palabras la amalgama de
diferentes tradiciones astrológicas, tuvo mucho más éxito y el resultado incluía
materiales tardo-babilónicos, egipcios y griegos que fueron compilados en Grecia
durante el período helenístico se filtraron y se enriquecieron con contribuciones iraníes,
hindúes y árabes, reformuladas en la fase islámica, y finalmente traducidas al griego y
latín en primer lugar, y más tarde a las lenguas vernáculas. Este corpus de conocimiento
tenía como objetivo al público cristiano europeo y por tanto incorporaba los ajustes
apropiados en cada caso para evitar la censura de la Iglesia. 
Hay muchos ejemplos de esta compleja mezcla de concepciones astrológicas. Tened
paciencia un momento porque aquí es donde las cosas se complican. Por ejemplo, la
astrología mundial, la aplicación de la astrología para predecir y comprender los
acontecimientos mundiales, fue el resultado de la combinación del milenarismo
zoroástrico (es decir, de una filosofía nacida en la meseta iraní en algún momento entre
los siglos XVIII y VI a.C!!) y en la astrología del imperio sasánida, pero a su vez la
astrología sasánida combinaba las tradiciones hindúes y helenísticas y se desarrolló en
Irán entre los siglos III y VII de nuestra era. ¿Qué tal como ejemplo de complicado? 

Pero esperad, hay más. Las electiones o interrogationes, eran una práctica astrológica
que, para decirlo simplemente, se basaban en responder preguntas específicas de sí o
no y en ayudar a decidir cuál era el mejor momento para hacer algo. Lo discutiremos en
los próximos videos, pero lo que hace que sean relevantes para nuestro argumento de
que la astrología era una verdadera mezcla de tradiciones es el hecho de que eran un
préstamo de la tradición islámica, pero también el último legado restante de la llamada
astrología catártica griega que primero se extendió a la India alrededor del siglo II de
nuestra era, y mucho más tarde, desde el siglo IX en adelante, se asimiló y transmitió
hacia el oeste a través de la ciencia árabe. 

Así que, como veis, el cuadro de la astrología histórica es, en efecto, enorme. 

El corpus astrológico disponible en la Europa medieval fue el producto de una


evolución que fue en gran parte similar a la de la medicina europea.  No podemos
dividirlo ordenadamente en períodos consecutivos y lineales,  algo así como "astrología
clásica" / "astrología medieval" / "astrología renacentista".  Tampoco podemos pensar
en él como un bloque monolítico  en el que todos los materiales provienen de la misma
fuente y comparten el mismo estilo.  La verdad está más cerca de una compleja red de
sistemas heterogéneos,  cada uno con su historia particular,  que convergieron solo
incidentalmente en la Edad Media y que  dieron a luz a nuevas tradiciones híbridas. 

Solo por esta vez, no vamos a utilizar los períodos convencionales con los que todos
estáis familiarizados Alta Edad Media, Baja Edad Media, y así sucesivamente. Vamos a
empezar, en cambio, con una división mucho más simple entre período pre-islámico
y período post-islámico, entendidos como los períodos antes y después de la Edad de
Oro Islámica, que comenzó con la subida al poder de la dinastía abásida en el siglo
VIII. 

Esto no quiere decir que vayamos a centrarnos exclusivamente en el contexto


islámico, de hecho, la tradición científica Árabo-Islámica en realidad era Greco-
Árabe, y la astrología preislámica coexistió con sucesivas aportaciones Árabo-
Latinas durante siglos. Pero dado que el Islam fue al mismo tiempo el extremo
receptor de la herencia astrológica de la antigüedad y uno de los medios principales a
través de los cuales dicho legado pasó a Occidente, usar su expansión como una línea
divisoria entre dos períodos astrológicos distintos parece conveniente. En el período
pre-islámico, no parece que la astrología occidental deba mucho a la herencia clásica de
la Antigüedad tardía. La mayor parte de los conceptos astrológicos producidos por
estudiosos Greco-romanos que llegaron a este período eran nociones vagas, no técnicas,
y anónimas,  generalmente mezcladas con textos astronómicos, en su mayoría
interesados en la cosmología. Su objetivo era la explicación de la estructura del
universo a través de un modelo geocéntrico donde la Tierra estaba en el centro, y
descripciones de los planetas y los signos del zodíaco que estaban en algún lugar entre
la ciencia y la poesía. Este tipo de materiales se han conservado en su mayoría en una
especie de enciclopedismo filológico primitivo, cuyas obras principales fueron las
Saturnalia  y el Comentario de Macrobio al Sueño de Escipión, de Cicerón, a finales del
siglo IV, De nuptiis Philologiae et Mercurii,  de Marciano Capella, a principios del
siglo V, las Etimologías y De Natura Rerum, , de Isidoro de Sevilla en el siglo VI, y un
siglo más tarde, la obra de Beda De temporum ratione. 

Este tipo de astrología filológica iba acompañada de varias versiones diferentes de un


Zodíaco cristiano que interpretaban los diferentes signos como alegorías de la Biblia,
sustituyendo así las interpretaciones mitológicas que habían prevalecido hasta ese
momento. El corpus astrológico de estos primeros siglos medievales era lo que el propio
Isidoro solía criticar, describiéndolo como astrologia superstitiosa.

La astrología adivinatoria aparece en muchas misceláneas en toda Europa, junto con


otras técnicas predictivas. En cuanto a la literatura astrológica en latín, estuvo
representada, sobre todo desde el siglo IX en adelante, principalmente por dos géneros
específicos los lunaria y las zodiologías. Por un lado, los lunaria son una serie de textos
que ofrecen información básica acerca de la conveniencia de comprar y vender, de
emprender un viaje, de hacerse una flebotomía, o tomar un remedio en función de la
posición y la fase de la luna. Por ejemplo contenían frases como "la octava luna es el
momento más favorable para sembrar los campos y mover las abejas." Por otro lado, las
zodiologías proporcionan breves descripciones y predicciones generales para los nativos
de cada signo del Zodíaco "El mujer nacida bajo el signo del León será tímida,
ingeniosa y enérgica", por ejemplo. Estas obras se suelen acompañar de
brontologías, predicciones basadas en los truenos "si se empieza a tronar durante la
primera hora de la noche, sobrevendrá una gran mortalidad".  Textos sobre quiromancia,
textos que interpretan sueños, como los conocidos Sueños de Daniel y predicciones
calendáricas y meteorológicas "Si las calendas de enero caen en lunes, el invierno será
duro". 

A pesar de su apariencia poco sofisticada y casi folclórica, toda esta literatura


adivinatoria era el producto de la erudición latina,  especialmente la generada durante el
renacimiento carolingio de finales del siglo VIII a partir de fuentes tardoantiguas. Su
naturaleza simple y la falta de exigencia de habilidades técnicas hicieron muy popular
este tipo de astrología, incluso fuera de la esfera monástica, y estos textos fueron muy
pronto traducidos a las lenguas vernáculas, en particular, en el mundo anglosajón. Sin
embargo, esta astrología carolingia no tenía ninguno de los elementos más
característicos de la tradición occidental, como los horóscopos y la jerga típicamente
astrológica ascendente, aspecto, triplicidad, exaltación, combustión, casas. Todos estos
términos y los conceptos tras ellos pertenecen a la astrología matemática o  la astrología
técnica, practicada originalmente por los mathematici grecorromanos, pero la
transmisión de sus conocimientos a la Europa medieval se interrumpió con la caída de
Roma. De hecho, en realidad no fue reintroducida y reestablecida en la Europa latina
hasta la llegada de las traducciones de textos árabes que se llevaron a cabo
principalmente entre los siglos X y XII,  mientras que las traducciones griegas de los
mismos textos también estaban en circulación en Bizancio desde inicios del siglo XI. 

En cualquier caso, esta astrología culta, aunque esencial, no reemplazó la tradición más
pobre y primitiva que acabamos de describir. 

Ambas florecieron juntas, pues ambas cubrían las necesidades e intereses de la sociedad
medieval a su propia manera. Después de todo, fue precisamente el hecho de que los
merovingios y carolingios mantuvieran viva la curiosidad por las doctrinas astrológicas
lo que hizo posible la búsqueda y traducción de textos nuevos que se ocuparan de temas
similares, y que en ese momento estaban escritos necesariamente en árabe. 

Vamos a hablar de la evolución de la disciplina en el período post-islámico, es decir, en


los siglos que siguieron a la época de mayor expansión del Islam. Durante el siglo X,
varias traducciones latinas y tratados de astrología adivinatoria enriquecieron la
tradición astrológica popular local, que mantuvo su éxito entre el sector más bajo de la
profesión hasta la época moderna. Pero la influencia Árabo-islámica fue especialmente
notable en la astrología técnica del siglo XII en adelante. La astrología culta europea, la
única que merecía el nombre de "ciencia de las estrellas", según sus practicantes, estaba
íntimamente relacionada con nombres árabes como Albumasar, y Albohazen. Los
nuevos textos disponibles eran manuales que compilaban los principios de la ciencia
astrológica como la practicaban las autoridades griegas, persas, hindúes y caldeas, entre
otras. Volviendo a Europa, fue gracias a la tarea de los traductores del siglo XII, que los
nombres de Doroteo de Sidón y Ptolomeo hicieron su camino de regreso hacia la élite
de las autoridades astrológicas de la Europa cristiana y que sus obras entraron en los
programas universitarios. 

Algunos de esos traductores también produjeron sus propias compilaciones sobre la


base de fuentes árabes. 

Esta por así decirlo "nueva" astrología tenía su propio aparato y su propio grado de
pompa, tanto como el resto de las ciencias de la época. La cantidad de cálculos
complejos necesarios para hacer un horóscopo involucraba tres cosas (1) habilidades
matemáticas más allá de la aritmética básica; (2) el uso de instrumentos como el
astrolabio, explicado en varios manuales Árabo-islámicos que también enseñaban cómo
hacer uno; y (3) el uso de tablas astronómicas completas y precisas que tenían que ser
adaptadas a la latitud de la ciudad donde el astrólogo ejercía su oficio. 

Una vez que se determinaban y se representaban las posiciones relativas de los planetas
para un momento específico, el astrólogo tenía que consultar una de las
muchas compilaciones canónicas para encontrar el significado de esa configuración
astral particular y hacer una predicción para su cliente. El propósito de la predicción
también definía los diferentes tipos de prácticas astrológicas, que eran astrología
interrogativa (las electiones que mencionábamos hace un par de vídeos), la astrología
mundial, y la astrología natal. Cada una de ellas tenía sus propios métodos e
historia, que se incluían en manuales específicos. La astrología interrogativa
básicamente se ocupaba de determinar la conveniencia de llevar a cabo una determinada
actividad en función de las posiciones relativas de los planetas en ese momento
específico. El cliente podía plantear una pregunta sobre el momento más adecuado para
embarcarse en un viaje hacia el este, tomar un purgante, o elegir el mejor día de la
semana o del mes para plantar su viñedo. La astrología mundial (también conocida
como astrología política y extraña a la tradición grecorromana) trataba de establecer el
momento preciso de cada una de las principales conjunciones astrales y sus
cualidades. Sobre la base de estos datos, el astrólogo podía predecir grandes
acontecimientos históricos como guerras, la caída de reinos, o la aparición de sectas y
profetas. Por último, la astrología natalicia se preocupaba de determinar el futuro de
los clientes a partir de la configuración astral presente en el momento de su
nacimiento. La astrología natalicia, ya se había desarrollado en el período helenístico
con su juego característico de ascendientes y aspectos es probablemente la más
conocida y estereotipada representante de la astrología medieval. Prueba de ello son el
gran número de autores que escribieron Libros de natividad en árabe, hebreo, latín,
griego o lenguas vernáculas, y los tratados homónimos que fueron escritos de forma
anónima o bajo seudónimo. 

En suma, desde el siglo XIII en adelante, los europeos occidentales tuvieron un gran


corpus literario astrológico a su alcance; un corpus que incluía una gran variedad de
técnicas desde las más básicas y torpes  adivinaciones, a los cálculos matemáticos más
complicados. La circulación y el uso de unas u otras dependía principalmente de las
circunstancias sociales, pues ambas respondían a un público específico. Los horóscopos,
obviamente, estaban reservados a los pocos eruditos que tenían los libros e instrumentos
necesarios, y a los clientes que podían permitirse sus servicios. No es casualidad que
este tipo de astrología se desarrollara dentro de los ambientes cortesanos, por ejemplo,
Kepler y Tycho Brahe fueron ambos nombrados astrólogos imperiales, y Galileo hizo
sus predicciones al servicio de los poderosos Medici.  Por el contrario, sin astrolabios,
tablas astronómicas, o sin las habilidades esenciales para utilizarlos, los astrólogos aún
podrían recurrir a técnicas mucho más simples. Miraban la posición de la Luna,
o degradando los principios de la ciencia de las estrellas, sumaban los números que se
correspondían con las letras del nombre de sus clientes y  les atribuían un signo
zodiacal; luego, tomaban sus respectivos simples manuales, que proporcionaban una
serie de predicciones similares a las ofrecidas por  la astrología de gama alta. En aquel
entonces, al igual que ocurre ahora, el contexto social e intelectual determinaba hacia
qué tipo de astrología se dirigía la gente, y las leyes de la oferta y la demanda eran tan
prevalentes como ahora. La demanda cristiana de textos astrológicos fomentó la tarea de
los traductores que dio lugar a la incorporación masiva de la tradición astrológica
Árabo-islámica. De la misma manera, las demandas de un público externo a las cortes
y universidades favorecieron la supervivencia de un corpus diferente, que era mucho
más primitivo y científicamente inferior, pero no representaba competencia para la
astrología matemática, sino que simplemente ofrecía una alternativa a la misma. 

Hola, en este video ahondaremos en el mundo de la adivinación. La adivinación se


apoya en la creencia en la omnisciencia divina y, a lo largo de la historia, los humanos
hemos desarrollado varias metodologías para obtener conocimiento de los
dioses. Podría decirse que las técnicas adivinatorias son un fenómeno distinto al que
generalmente incluimos en la categoría de recursos mágicos. Pero, en muchos casos, la
práctica de estas técnicas requiere la utilización de fórmulas concretas y la realización
de un conjunto de rituales, característica que comparte con la mayoría de
procedimientos mágicos. 

Ahora me gustaría presentaros una técnica conocida en Occidente como Geomancia. 

La palabra geomancia, del griego geo-, tierra, y manteia, adivinación, es el nombre que


recibió la práctica en las primeras traducciones de manuales en árabe, donde era más
comúnmente denominada "ilm al-raml", ciencia de la arena, en referencia al uso de
arena como superficie donde se realizaban tradicionalmente las predicciones. 

Estas traducciones se realizaron en el s. XII, en España, y promovieron enormemente el


uso de la geomancia en Europa, especialmente durante la Baja Edad Media y el
Renacimiento. 

A continuación, estudiaremos los procedimientos básicos de este método


adivinatorio para identificar las características que distinguen a esta técnica tan popular. 

En las predicciones se emplean figuras. Como podéis ver, cada una de estas figuras se
construye a partir de cuatro líneas de puntos, poblando cada línea con uno o dos
puntos. El número de figuras, , es el resultado de todas las posibles combinaciones de
dos valores, par e impar, formando grupos de cuatro. Partiendo de esta simple
introducción a las figuras, uno puede darse cuenta de algunas implicaciones
matemáticas de esta técnica adivinatoria. Así es, el procedimiento evidencia principios
derivados de la aritmética, o la teoría de números, y del álgebra. Esta es la razón por la
que la geomancia se ha convertido en punto de interés para los estudiosos de la
Antropología Matemática, como se puede apreciar en la bibliografía seleccionada que se
muestra a continuación. 

Se otorga a las figuras geománticas un nombre y un significado. Se pueden realizar


predicciones considerando únicamente el valor de una única figura obtenida por medios
aleatorios. Pero, por lo general, la práctica presenta una metodología más sofisticada
que implica la construcción de una tabla que consta de o  posiciones donde se ubican
las figuras. Ahora, me gustaría presentaros los pasos de los que consta este
procedimiento, ya que ilustran muy bien la complejidad y carácter técnico del
sistema, aspecto que resulta clave para entender cómo cada práctica adivinatoria
está inserta en el amplio contexto intelectual al que pertenece. Como ya hemos
mencionado, la geomancia está fuertemente ligada a la aritmética, lo cual se hace
especialmente patente en las leyes que rigen la construcción de la tabla 

En primer lugar, siguiendo un proceso aleatorio, obtenemos cuatro figuras. Una de las


formas más comunes de hacerlo es dibujar cuatro filas de puntos para cada figura sin
contarlos. 

Una vez hecho esto, se descartan parejas de puntos, dejando o bien uno o bien dos
puntos al final de cada fila. 

El resto de puntos se colocan unos debajo de otros, obteniendo así una figura. 

La operación se repite cuatro veces para obtener las cuatro figuras que conformarán las
primeras posiciones de la tabla, conocidas como "madres". 

La razón de este nombre es que estas cuatro figuras generarán el resto, gracias a dos
leyes de derivación. 

La primera se denomina "transposición", y produce las figuras que ocuparán las


siguientes cuatro posiciones, conocidas como "hijas". 
Consiste en cambiar los puntos desde una posición horizontal a a una vertical mediante
el uso de las líneas superiores de puntos, o "cabezas", de las cuatro madres para crear las
primeras de las hijas y, siguiendo hacia abajo, cada línea se usa para construir el resto de
las hijas. 

La segunda ley de derivación, la "suma", se aplica para obetener las figuras de las
restantes posiciones. La "suma" consiste en combinar dos figuras para producir una
tercera. 

Se cuentan los puntos de cada línea, y si el total es impar se corresponde con un punto, y
si es par con dos puntos. Queda así completa la tabla y lista para su interpretación. 

La geomancia muestra aquí un gran parecido con la astrología. Las distintas posiciones


en la tabla se denominan "casas", concepto que toma prestado de la astrología, así como
algunos de los principios que gobiernan la tabla. 

Las casas pueden estar relacionadas con un planeta, color, rol social número y elemento
específicos, propiedades que han de considerarse en relación a las características de las
figuras situadas en cada una de las casas. 

Dada la gran cantidad de información que hay que tener en cuenta para interpretar una
tabla, los manuales escritos son útiles, sino necesarios. 

La producción de manuales era considerablemente grande ya en la Edad Media, si nos


atenemos al número de copias que han sobrevivido. Son la mejor fuente para conocer la
historia de esta técnica. 

En cuanto a fuentes indirectas, debemos ser cautelosos, porque los nombres por los
cuales era conocida se aplicaban a veces a otras prácticas que también implicaban el uso
de arena o tierra, como la litomancia, la psammomancia, o el feng shui. 

Alguno de estos manuales son interesantes también desde el punto de vista de la


historia social y económica, porque a menudo incluyen las preguntas más frecuentes. 

Basándonos en los ejemplos que se conservan, se asume, como vimos antes, que la


geomancia entró en Europa gracias a la traducción de manuales árabes que se realizó
durante el siglo XII. 
Y puesto que no hay evidencia de que fuera practicada en algún otro sitio con
anterioridad, se suele aceptar que el origen de esta técnica adivinatoria se puede ubicar
en tierras árabes. Esta idea es consistente con las leyendas sobre su origen y transmisión
que se encuentran en varias fuentes árabes. Las leyendas pretenden explicar la
naturaleza divina de esta ciencia basándose en una cadena de
transmisores, generalmente encabezados por el arcángel Gabriel, (Jibril en
árabe). Maestro del Conocimiento, Gabriel le ofreció al profeta Idris la oportunidad de
aprender y transmitirla a la humanidad. El ángel y el profeta se encontraron en diversas
ocasiones hasta que el aprendiz dominó la técnica. Entonces, Idris se la enseñó a un
sabio hindú llamado Tumtum al-Hindi. El legado de este hombre sabio era desconocido
hasta la llegada de Khalaf al-Barbari "el Viejo", un contemporáneo del Profeta
Mahoma. Khalaf al-Barbari la había estudiado en la India durante años, y después
escribió un libro, el cual regaló a su discípulo Nasr al-Din al-Barbari "el Joven" entes de
morir en el año de la Hégira a la edad de años. La lista suele terminar con el mayor
geomante de todos los tiempos, Abu Abd Allah Muhammad al-Zanati, quien aprendió
de su maestro Abu Sa'id al-Tarabulusi. En otros casos, los transmisores míticos se
sustituyen por otros con un rol similar. Por ejemplo, Idris puede asimilarse a Hermes
Trismegisto, Tot, el profeta Daniel, y Enoch; mientras que en lugar de Tumtum al-
Hindi, podemos encontrar a Tolomeo. Además, en algunos casos, es posible encontrar a
Sem, Cam, la Sibila, Pitágoras, Abraham, Moisés, o Cristo. 

Pero la práctica de la Geomancia no es exclusiva de las tierras árabes y Europa, y


tampoco se restringe a la Edad Media y el Renacimiento. La adivinación por medio de
estas figuras geománticas experimentó una tremenda expansión tanto en el espacio
como en el tiempo. Viajó pronto a las partes más meridionales de África, y a lugares tan
remotos como Madagascar. 

Allí se convirtió en una práctica muy popular y ritualizada tras la integración de cultos y


creencias locales. Desde la costa occidental de África, donde era conocida como Ifa o
Fa, viajó hasta el Caribe como resultado del comercio de esclavos. También viajo hacia
Oriente, donde tuvo una especial repercusión en Irán y Pakistán. A día de hoy, en todos
estos lugares aún se practica la Geomancia. 

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