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EL PADRE RUIZ AMADO, UN INTENTO DE EDUCACIÓN

INTEGRAL: TEORÍA Y PRAXIS

Roberto Sanz Ponce


Universidad Católica de Valencia ‘San Vicente Mártir’

Resumen: El padre Ruiz Amado es uno de los pedagogos católicos españoles


más influyentes de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Su extensa
bibliografía y su inagotable labor pedagógica así lo atestiguan.
Su pedagogía propone una educación del Hombre en su totalidad, integral,
que forme todas sus dimensiones humanas, acorde con su importancia y rango.
De esta manera, la educación física e intelectual se sitúan en el nivel más bajo del
ser humano, respondiendo, únicamente, a su vertiente individual. En un escalón
superior se encuentra la formación del Hombre como miembro de una Sociedad,
como un ser social, en relación constante y continua con sus congéneres. Por últi-
mo, en la cima de la pirámide educativa se encuentra la formación trascendental,
es decir, aquella que da las respuestas y las pautas necesarias al Hombre para con-
vertirse en un ser moral y religioso, en definitiva, en un ser pleno.
Esta jerarquización de la enseñanza, que persigue como fin y meta última una
educación integral, es lo que pretendemos demostrar con este artículo.

Palabras clave: Ruiz Amado; Educación integral; enseñanza; educación intelec-


tual; educación social; educación moral; educación religiosa; educación cívica.

El padre Ramón Ruiz Amado (1861-1934) es uno de los pedagogos ca-


tólicos más importantes e influyentes de la España decimonónica. Su espíri-
tu combativo y su afán por defender la enseñanza religiosa le hacen criticar
duramente todas las propuestas y medidas legislativas impulsadas, en materia
educativa, por el conde de Romanones.
Este mismo afán, junto con su inagotable labor investigadora, provoca la
publicación de una extensa obra pedagógica, que recoge su pensamiento en
materia de educación, con la que pretende “… volcar sobre el papel, como
el rudo fundidor derrama el hierro hirviente sobre el áspero molde, las ideas
nuestras y ajenas que nos han parecido útiles para labrar el edificio de la Edu-
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cación” (Ruiz Amado, 1912a: III). Estas mismas ideas, coinciden, años más
tarde, con las expresadas por Su Santidad Pío XI, en su Encíclica, publicada
en diciembre de 1929, bajo el título Divini Illius Magistri.
El jesuita entiende la educación como la “…formación consciente de las
nuevas generaciones, conforme a la cultura y al ideal de cada pueblo y época,”
(Ruiz Amado, 1917: 1) formación mediante la cual se persigue la “…elevación
del niño al hombre, esto es: al carácter –Educación moral–, al talento –Educa-
ción intelectual–, a la virilidad –Educación física–”, (Ruiz Amado, 1931: 9) a
la sociabilidad –Educación social–, y a la trascendencia –Educación religiosa.
De esta definición podemos deducir una concepción clara de educación
integral del ser humano, educación que dé respuesta a la formación de todas
y cada una de sus dimensiones. En este sentido, Ruiz Amado lo plantea desde
una triple perspectiva: a) Una educación individual, en la que se engloba la
educación física y la intelectual; b) una educación social, con una dimensión
marcadamente social y otra de carácter cívico; y, por último, una educación
trascendental, que abarca una educación moral y una educación religiosa.
Tanto la educación individual como la educación social responden –según
él– a fines arbitrarios, es decir, aquellos fines que permiten el desarrollo “vir-
tuoso” en la vida terrenal, que persiguen la felicidad personal –mediante la
perfección individual– y la felicidad social. Ambas se encuentran sometidas a
la educación trascendental, que es el fin necesario, la práctica del bien moral o,
lo que es lo mismo, alcanzar la Salvación. De esta manera tan clara y concisa
lo explica el propio Ruiz Amado: “El hombre puede perfeccionarse de por sí,
física, intelectual y moralmente, según su condición en esta vida; por su índole
social, se perfecciona además, por medio de sus relaciones temporales con sus
semejantes; y finalmente, ha de ordenar todo este perfeccionamiento suyo
temporal, individual y social, á otro superior grado de perfección, sólo asequi-
ble más allá de las fronteras de esta vida: la perfección eterna y sobrenatural…”
(Ruiz Amado, 1903: 150).
De manera que atendiendo a la formación que incumbe y afecta única-
mente a la persona como ser individual, nos encontramos con la Educación In-
telectual. Según el pedagogo católico el fin último de esta educación se centra
en preparar al Hombre del futuro. Prepararlo en cuanto a los conocimientos
y habilidades necesarias para el desempeño de su vida posterior, dotarlo de
los cimientos para el desarrollo de su vida adulta. Matiza que no le es lícito a
ningún educador darle menos de aquello que le va a hacer falta. En definitiva,
debe tratar esta educación de “cultivar las facultades naturales que hacen a los
hombres capaces de abrazar cualquier profesión (no de ejercitarla desde lue-
go)” (Ruiz Amado, 1920a: 195).
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Es una formación humanista, no profesional –como hemos anunciado–,


ya que esta educación intelectual debe comenzar antes de que el niño determine
su vocación profesional y, lógicamente, debe respetar la libertad de elección
del educando, no siendo condicionado de antemano. Mediante esta educa-
ción pretende erradicar los límites sociales impuestos por “nacimiento,” a tra-
vés de una enseñanza gratuita y universal, que fomente y valore el talento, no
la clase social.
Así pues, según Ruiz Amado, esta educación intelectual tiene la obligación
y el ideal de formar un “mozo de talento”, mozo que debe poseer “mil cono-
cimientos y habilidades, que son poderosas, y aun imprescindibles, auxiliares
del trabajo científico”, pero, sobre todo, debe estar cultivado en las “facultades
anímicas, de las que ninguna es inútil o innecesaria en ninguna clase de estu-
dios especiales” (Ruiz Amado, 1920a: 205).
De esta manera, la educación intelectual debe encargarse de formar diferen-
tes cualidades, todas ellas necesarias –como dice el pedagogo– para el desem-
peño de cualquier actividad humana. Cualidades y facultades que preparan al
Hombre para una especialización laboral y profesional posterior y que facilita-
rán, sin duda alguna, su aprendizaje y desarrollo. Entre esta serie de cualidades
destacan:

–– Una memoria cultivada, bien ordenada y ejercitada.


–– Una inteligencia trabajada, despierta, capaz de dominar las capacidades
de observación, análisis y síntesis.
–– Un cierto gusto artístico.
–– Una fantasía viva e inventiva.

Pero, no debe olvidarse –matiza Ruiz Amado– que aunque la Pedagogía


se propone como finalidad el desarrollo del Hombre completo, no puede ni
debe aspirar, por sus obvias y lógicas limitaciones, a que todos los alumnos
sirvan para todo, debiendo ser conscientes de las propias posibilidades de cada
niño.
En conclusión, la educación intelectual debe servir “para cultivar su talento
y comunicarle habilidades, generales y profesionales, con el fin de que alcance
la suma perfección humana a que se puede aspirar” (Ruiz Amado, 1920a:
208) eso sí, siempre dirigida y enfocada al conocimiento de la VERDAD,
como luego tendremos oportunidad de analizar.
Veamos, ahora, el segundo tipo de educación –por su importancia– que
responde a una formación individual del ser humano: la Educación Física.
Ruiz Amado no llega a escribir el tratado sobre educación física, no porque
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dude de su necesidad, sino porque –tal y como escribe en el prólogo de una


de sus últimas obras– no encuentra ningún médico que le asesore y ayude en
la elaboración de dicho libro.
Pero algunas notas podemos extraer de su extensa bibliografía sobre este
tema. En primer lugar, la finalidad de este tipo de educación es cuidar la salud
y la robustez de los alumnos, fundamentalmente de las alumnas, ya que de
ellas depende la salud de las futuras generaciones. La Higiene se convierte,
también, en uno de los aspectos más importantes sobre los que educar. En los
primeros años, tanto niños como niñas, serán educadas en los mismos juegos y
con una misma alimentación, aunque conforme van creciendo las diferencias
van surgiendo. Al niño se le prepara para el valor, la resistencia y la virilidad,
mientras que a las niñas se les educa en cualidades opuestas (Ruiz Amado,
1912b: 94-95).
Pero esta perfección humana no se puede alcanzar, únicamente, mediante
una educación intelectual y física, sino que se consigue como resultado de la
integración de los diferentes tipos de educación que nos propone el jesuita y
que conducen, todas ellos, a una verdadera educación integral. De esta manera
arremete contra el proverbio “non scholae sed vitae discimus” (no aprendemos
para la escuela, sino para la vida), utilizado por los seguidores del utilitarismo;
y se sitúa en un posicionamiento marcadamente humanista, en el que se re-
conoce la importancia de una educación social y moral encaminada hacia la
trascendencia.
Y es que el Hombre no es sólo un ser individual, sino que también es
un ser social, y como tal, debe ser educado “socialmente”, enseñanza “...que
procura educar al hombre como naturalmente ordenado a vivir en sociedad”
(Ruiz Amado, 1920b: 1). Una Sociedad entendida, en este caso, como el con-
junto de las siguientes instituciones: la familia, la sociedad heril, la nación o
la patria. De esta definición se traduce que no basta simplemente con que el
Hombre alcance su perfección individual, sino que es necesario que esta per-
fección individual quede dirigida a un perfeccionamiento de la Sociedad. Con
estas palabras lo explica el propio Ruiz Amado: “El hombre es sér (sic) social, y
como la sociedad es necesaria para todos los hombres, y el bien de uno solo se
ha de subordinar al bien de todos; de ahí que, en determinados casos, sea justo
el sacrificio de los intereses individuales, exigido en nombre del interés so-
cial”. Cierto que matiza, en esta misma cita, que “esa superioridad del interés
común sobre los intereses particulares, tienen sus límites, los cuales se hallan
en la frontera de los fines esenciales del hombre. Desde luego, en su fin último
ultramundano y eterno (según nos lo enseña el Cristianismo); y también en
ciertas finalidades no tan absolutas, pero que fuera de casos excepcionales,
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no deben sacrificarse a intereses sociales de un orden inferior” (Ruiz Amado,


1920a: 201), como luego tendremos oportunidad de observar.
Este tipo de Educación Social se convierte en contrapeso de la educación
individual, por lo que debe ser democrática, profundamente cristiana y moral.
Democrática, porque todos los ciudadanos tienen derecho a ser educados,
sin exclusiones, además de ser un deber común de todos velar y luchar por
la felicidad de la Sociedad en su conjunto. Profundamente cristiana, ya que
todo tipo de educación debe estar dirigido y encaminado hacia su fin trascen-
dental, fin último del ser humano. Y, por último, moral, porque “donde no
impere la Moral, las relaciones entre los hombres no serán harmónicas, y por
ende, se sacrificará la bienandanza de unos a otros, y ninguno hallará la paz
interior que sólo puede nacer de la harmonía del hombre consigo y con sus
semejantes” (Ruiz Amado, 1920b: 43). Entre los aspectos sobre los que debe
tratar destacan fundamentalmente: el trabajo, la propiedad y la distribución
de la riqueza.
En esa misma línea, la Educación Cívica trata de formar a los ciudadanos
como miembros útiles, activos y responsables de la sociedad política o del
Estado. Esta enseñanza se encuadra, también, en ese intento de búsqueda de
la felicidad de la Sociedad, aunque esta vez, desde un posicionamiento más
político.
El Hombre, ser social –como ya dijimos–, pertenece, como miembro ac-
tivo, a una Patria. Esta adhesión a un organismo jurídico –la patria va mu-
cho más allá de un sentimiento– origina un deber que todo ciudadano, por
el mero hecho de serlo, tiene la obligación y la responsabilidad de cumplir.
Pero a nadie se le puede exigir –piensa Ruiz Amado– el cumplimiento de una
serie de deberes, si con anterioridad no se le ha educado y formado en cada
uno de ellos. Hay radica fundamentalmente la necesariedad de una educación
cívica. Así pues, la felicidad de la patria se sustenta y cimienta en la concien-
cia colectiva del deber de contribuir con nuestra acción individual al buen
funcionamiento del Estado. Y observad que hablamos de conciencia –juicio
moral imperativo, tal y como la define el jesuita catalán– y no sólo del cono-
cimiento especulativo de dichos deberes cívicos, por muy necesario que este
conocimiento sea.
De esta manera, la educación cívica tiene por finalidad formar una concien-
cia ciudadana activa, que afiance los sentimientos morales y que conduzca, a
su vez, a su cumplimiento y práctica; todo aquello que se aleje de esta con-
cepción –afirma– provoca que “las democracias no (podrán) [puedan] dejar
de ser una perniciosa ficción, sobre todo en las naciones extensas, mientras no
se extienda a todos sus ángulo una enseñanza sólida, única que puede dar a
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los ciudadanos ideas verdaderas sobre los intereses del Estado” (Ruiz Amado,
1918: 33). Entre aquellas virtudes que deben ser educadas, destacan: el respe-
to a la Autoridad, la obediencia a las Leyes, la tributación y la defensa armada
de la patria, entre otras.
Por último, nos encontramos ante la Educación Trascendental, sin duda
alguna, la más importante de todas –según Ruiz Amado– y en la cual conflu-
yen las otras dos. La educación trascendental se divide, por un lado, en una
educación moral y, por otro lado, en una educación religiosa.
Ruiz Amado concibe la Educación como “la generación moral de los ni-
ños” (Ruiz Amado, 1931: 13). Afirma que en el Hombre no hay, únicamente,
una vida física –como ya hemos repetido a lo largo del estudio–, sino funda-
mentalmente una vida moral, ya que el Hombre es un ser dotado de libertad,
voluntad e inteligencia. De esta manera, siendo el Hombre eminentemente un
ser moral, la educación debe responder a esta dimensión del ser humano.
De ahí nace la necesidad de una Educación Moral cuyo fin es “hacer del
niño una personalidad moral; esto es: un hombre cuyos actos internos estén
constantemente regulados por los principios morales; de suerte que toda su
conducta se ajuste concientemente a las normas que Dios imprimió en su na-
turaleza racional y le intimó por otros modos; y con esto alcance la perfección
y la felicidad propias de su condición humana” (Ruiz Amado, 1931: 58). No
olvidemos que esta educación moral tiende a la formación del carácter, dispo-
niendo al alumno a perseguir su fin necesario, que no es otro que la práctica
del bien moral.
En este tipo de educación, que responde a uno de los aspectos más íntimos
del ser humano, deben participar paralelamente la familia y la escuela. La
familia como la primera y más importante institución educadora, la cual debe
encargarse no sólo de la crianza –cuidado y alimentación- sino también de su
formación –fundamentalmente moral–. La escuela como segunda institución
educadora, colaboradora de la familia y en continua y constante comunica-
ción con ella –esto es un ideal, todavía hoy no alcanzado– se establece también
este objetivo. “La familia y la escuela, dice Rein, –y transcribe Ruiz Amado
en su obra– deben trabajar de consuno en la educación. La primera, con sus
innumerables ocasiones para la acción, en el trato con los padres, hermanos
y amigos, es una escuela excelente para la formación del carácter; la segunda
sólo puede formar, en tal sentido, su acompañamiento, mas con todo, puede
procurar un complemento oportuno a los rasgos del carácter que en la vida de
familia se desenvuelven, por medio de una dirección juiciosa y consecuente”
(Ruiz Amado, 1931: 339).
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Dentro de la educación moral, en un lugar privilegiado para la consecu-


ción de la ansiada formación del carácter, se encuentra la Educación Religiosa.
Ruiz Amado mantiene que es imposible separar y disociar la Moralidad de
la Religión, ya “que la moral es una parte de la religión; como asimismo que
la religión es una parte de la moral; desde diferentes puntos de vista” (Ruiz
Amado, 1912a: 3-4).
Afirma que esta educación debe ser el centro a partir de la cual se produz-
can todas las demás, ya que la importancia de esta educación religiosa radica
en su capacidad para educar al Hombre en todo aquello que lo diferencia
como Hombre, en palabras del jesuita, se trata del “...espiritual perfecciona-
miento del hombre en cuanto hombre” (Ruiz Amado, 1912a: 40). Y, es más
–añade el pedagogo–, esta educación religiosa debe olvidarse de la tendencia
“intelectualista,” tan funesta para la enseñanza religiosa, para convertirse en
un aprendizaje vivo, activo y participativo, que tenga como finalidad “... en-
gendrar en los alumnos una religiosidad verdadera, ni reducida á los blandos
sentimientos de un alma afeminada, ni á las abstractas especulaciones de una
estéril ilustración” (Ruiz Amado, 1912a: 44).

Conclusiones

Ruiz Amado pretende construir el edificio de la Educación, no dejándose


ningún piso sin edificar y estableciendo claramente los cimientos, muros y
paredes. Desde la educación que trata al Hombre como un ser individual,
hasta aquella educación que convierte al Hombre en un Hombre, en un ser
humano que levanta la vista más allá de su propio ombligo o el de su vecino
para acercarlo a Dios, su fin último.
Para la consecución de este fin último, el Hombre debe alcanzar la per-
fección como ser individual, perfección que le ayuda a alcanzar la felicidad
como ser social. De esta manera, una educación intelectual, que permita al
individuo desenvolverse en su vida terrenal; una educación física, que le dote
de salud y vigor para enfrentarse al día a día; una educación social, que le
ayude a convivir entre sus iguales; mediante unas normas jurídicas aprendidas
en su educación cívica; una educación moral, que sintetice todas las demás
educaciones y otorgue sentido a su vida como ser humano; y, por último, una
educación religiosa, que le permita alcanzar la Salvación.
He aquí la propuesta del padre Ruiz Amado a la demanda de una educa-
ción integral, educación que responda a todas y cada una de las dimensiones
que hacen del ser humano un ser único y especial.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

RUIZ AMADO, R. (1903), La leyenda del Estado Enseñante, Subirana Her-


manos, Barcelona.
RUIZ AMADO, R. (1906), La enseñanza popular de la Religión, Gustavo Gili,
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RUIZ AMADO, R. (1912a), La Educación Religiosa, Gustavo Gili, Barcelo-
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los jóvenes de quince á veinte años, Manuel Marín, Barcelona.
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RUIZ AMADO, R. (1920b), Educación Social, Librería Religiosa, Barcelona
RUIZ AMADO, R. (1920a), La Educación Intelectual, Librería Religiosa, Bar-
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Barcelona.
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RUIZ AMADO, R. (1932), La verdad desnuda en materia de Religión, Librería
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