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Padre Ruiz Amado RobertoSanz
Padre Ruiz Amado RobertoSanz
Padre Ruiz Amado RobertoSanz
cación” (Ruiz Amado, 1912a: III). Estas mismas ideas, coinciden, años más
tarde, con las expresadas por Su Santidad Pío XI, en su Encíclica, publicada
en diciembre de 1929, bajo el título Divini Illius Magistri.
El jesuita entiende la educación como la “…formación consciente de las
nuevas generaciones, conforme a la cultura y al ideal de cada pueblo y época,”
(Ruiz Amado, 1917: 1) formación mediante la cual se persigue la “…elevación
del niño al hombre, esto es: al carácter –Educación moral–, al talento –Educa-
ción intelectual–, a la virilidad –Educación física–”, (Ruiz Amado, 1931: 9) a
la sociabilidad –Educación social–, y a la trascendencia –Educación religiosa.
De esta definición podemos deducir una concepción clara de educación
integral del ser humano, educación que dé respuesta a la formación de todas
y cada una de sus dimensiones. En este sentido, Ruiz Amado lo plantea desde
una triple perspectiva: a) Una educación individual, en la que se engloba la
educación física y la intelectual; b) una educación social, con una dimensión
marcadamente social y otra de carácter cívico; y, por último, una educación
trascendental, que abarca una educación moral y una educación religiosa.
Tanto la educación individual como la educación social responden –según
él– a fines arbitrarios, es decir, aquellos fines que permiten el desarrollo “vir-
tuoso” en la vida terrenal, que persiguen la felicidad personal –mediante la
perfección individual– y la felicidad social. Ambas se encuentran sometidas a
la educación trascendental, que es el fin necesario, la práctica del bien moral o,
lo que es lo mismo, alcanzar la Salvación. De esta manera tan clara y concisa
lo explica el propio Ruiz Amado: “El hombre puede perfeccionarse de por sí,
física, intelectual y moralmente, según su condición en esta vida; por su índole
social, se perfecciona además, por medio de sus relaciones temporales con sus
semejantes; y finalmente, ha de ordenar todo este perfeccionamiento suyo
temporal, individual y social, á otro superior grado de perfección, sólo asequi-
ble más allá de las fronteras de esta vida: la perfección eterna y sobrenatural…”
(Ruiz Amado, 1903: 150).
De manera que atendiendo a la formación que incumbe y afecta única-
mente a la persona como ser individual, nos encontramos con la Educación In-
telectual. Según el pedagogo católico el fin último de esta educación se centra
en preparar al Hombre del futuro. Prepararlo en cuanto a los conocimientos
y habilidades necesarias para el desempeño de su vida posterior, dotarlo de
los cimientos para el desarrollo de su vida adulta. Matiza que no le es lícito a
ningún educador darle menos de aquello que le va a hacer falta. En definitiva,
debe tratar esta educación de “cultivar las facultades naturales que hacen a los
hombres capaces de abrazar cualquier profesión (no de ejercitarla desde lue-
go)” (Ruiz Amado, 1920a: 195).
El padre Ruiz Amado, un intento de educación integral 317
los ciudadanos ideas verdaderas sobre los intereses del Estado” (Ruiz Amado,
1918: 33). Entre aquellas virtudes que deben ser educadas, destacan: el respe-
to a la Autoridad, la obediencia a las Leyes, la tributación y la defensa armada
de la patria, entre otras.
Por último, nos encontramos ante la Educación Trascendental, sin duda
alguna, la más importante de todas –según Ruiz Amado– y en la cual conflu-
yen las otras dos. La educación trascendental se divide, por un lado, en una
educación moral y, por otro lado, en una educación religiosa.
Ruiz Amado concibe la Educación como “la generación moral de los ni-
ños” (Ruiz Amado, 1931: 13). Afirma que en el Hombre no hay, únicamente,
una vida física –como ya hemos repetido a lo largo del estudio–, sino funda-
mentalmente una vida moral, ya que el Hombre es un ser dotado de libertad,
voluntad e inteligencia. De esta manera, siendo el Hombre eminentemente un
ser moral, la educación debe responder a esta dimensión del ser humano.
De ahí nace la necesidad de una Educación Moral cuyo fin es “hacer del
niño una personalidad moral; esto es: un hombre cuyos actos internos estén
constantemente regulados por los principios morales; de suerte que toda su
conducta se ajuste concientemente a las normas que Dios imprimió en su na-
turaleza racional y le intimó por otros modos; y con esto alcance la perfección
y la felicidad propias de su condición humana” (Ruiz Amado, 1931: 58). No
olvidemos que esta educación moral tiende a la formación del carácter, dispo-
niendo al alumno a perseguir su fin necesario, que no es otro que la práctica
del bien moral.
En este tipo de educación, que responde a uno de los aspectos más íntimos
del ser humano, deben participar paralelamente la familia y la escuela. La
familia como la primera y más importante institución educadora, la cual debe
encargarse no sólo de la crianza –cuidado y alimentación- sino también de su
formación –fundamentalmente moral–. La escuela como segunda institución
educadora, colaboradora de la familia y en continua y constante comunica-
ción con ella –esto es un ideal, todavía hoy no alcanzado– se establece también
este objetivo. “La familia y la escuela, dice Rein, –y transcribe Ruiz Amado
en su obra– deben trabajar de consuno en la educación. La primera, con sus
innumerables ocasiones para la acción, en el trato con los padres, hermanos
y amigos, es una escuela excelente para la formación del carácter; la segunda
sólo puede formar, en tal sentido, su acompañamiento, mas con todo, puede
procurar un complemento oportuno a los rasgos del carácter que en la vida de
familia se desenvuelven, por medio de una dirección juiciosa y consecuente”
(Ruiz Amado, 1931: 339).
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Conclusiones
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS