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Daniel Ortiz LIBROS DE VIAJE sXIX

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Los libros de viaje de los siglos XIX y XX

como fuente para el estudio de la


arquitectura medieval. San Juan
de los Reyes de Toledo
Daniel ORTIZ PRADAS
Departamento de Historia del Arte I (Medieval)
Universidad Complutense de Madrid

La metodología actual de investigación para el estudio de una obra de arte hace


imprescindible la revisión completa de todas las fuentes disponibles, pero en oca-
siones, y más aún cuando nos enfrentamos al periodo medieval, suelen ser muy
escasas o insignificantes. En situaciones así siempre es posible recurrir a otras fuen-
tes que, con suerte, pueden llegar a suplir algunas de estas carencias. Lo que pre-
tendemos con esta comunicación es presentar la literatura de viajes de los siglos
XIX y XX como una fuente alternativa para la historia del arte y de la arquitectura
medieval de Toledo, que rara vez el historiador ha tenido en cuenta, quizá por ser de
carácter secundario o sencillamente por entender que no posee valor científico. Es
habitual encontrar en estos libros descripciones de edificios tomadas literalmente de
otros textos o manuales de referencia, como los de Ramón Parro o Amador de los
Ríos; no obstante, en ocasiones, los viajeros añaden comentarios y críticas persona-
les sobre el estado de abandono o conservación de los monumentos, o bien relatos
y noticias tomados de la tradición popular que humanizaban el texto y en los que
obtenemos la información necesaria que corrobora una hipótesis de trabajo o abre
nuevas líneas de investigación.
Lo que no podemos olvidar de los libros de viajes es su gran capacidad para crear
modas y gustos; al incidir sobre determinados monumentos y ciudades, éstos se
revalorizan y se convierten en destino prioritario de otros viajeros que acuden a ellos
movidos por la curiosidad y el interés1. En este sentido, Toledo será destino, o al
menos paso obligado, de muchos viajeros que llegan a España buscando lo que el
Romanticismo había convertido en tierra de poesía y ficción.

1
Ello provoca a su vez, que las instituciones encargadas de velar por el patrimonio artístico se preocu-
pen por la conservación y restauración de dichas ciudades y monumentos.

Anales de Historia del Arte 347 ISSN: 0214-6452


2009, Volumen Extraordinario 347-362
Los libros de viaje de los siglos XIX y XX como fuente para el estudio... Daniel Ortiz Pradas

Antes de 1830 nos visitaron entre otros Alexandre de Laborde, el Baron Taylor o
Chateaubriand y tras esta fecha, coincidiendo con el periodo de eclosión romántica,
los viajes se hacen más numerosos destacando autores como Delacroix (1832), Pros-
per Mérimée (1830, 1831, 1840 y 1846), Stendhal (1837), George Sand (1838), Thé-
ophile Gautier (1840), Victor Hugo (1843), Edouard Quinet (1843), Alexandre Dumas
(1846). Irán disminuyendo a partir de la segunda mitad del siglo aunque viajaron a
España por estas fechas célebres personajes como Gustave Doré en 1862 o Manet en
1868. Son todos ellos franceses, pues fueron nuestros vecinos galos quienes en mayor
número nos visitaron, pero hubo también italianos como Edmundo Amicis (1871) o
Adolfo Foresta (1879), alemanes como Theodor Simons (1880), o los ingleses Geor-
ge Borrow (1843) o Richard Ford (1845)2. Son estos los autores más famosos, los que
siempre se citan a la hora de tratar este tema, pero hubo muchos más, desconocidos la
mayor parte de ellos, pero igual de interesantes e ilustrativos.
De todos los monumentos que Toledo posee, hubo dos cuya visita se hacía
imprescindible para cualquier viajero: la catedral y San Juan de los Reyes -los
dos referentes de la arquitectura medieval en la ciudad-, el resto dependía del
interés y el tiempo que tuviera el visitante. La ruta habitual comenzaba por la
catedral y continuaba por San Juan de los Reyes 3, que tras la Desamortización se
había convertido en Museo Provincial. Continuaba el recorrido por el cercano
barrio de la judería, que era aprovechado para admirar al menos una de las dos
sinagogas que allí se hallan. El Alcázar solía ser, generalmente, el final de los iti-
nerarios4.
La azarosa vida de San Juan de los Reyes ha sido tratada en los últimos años
por varios autores5 que se han centrado en los aspectos más dramáticos de su his-
toria como, por ejemplo, el incendio de 1808 por las tropas Napoleónicas que
causó la destrucción de un ala entera del claustro principal, y la devastación del
segundo, la Desamortización de 1836 que supuso la continuación y empeora-
miento de su ruina, etc. Pero el convento franciscano no fue siempre víctima de

2
Esta cronología está tomada de F. CALVO SERRALLER, «Los viajeros románticos franceses y el mito de
España» en VV.AA., Catálogo de la exposición La imagen romántica de España, Madrid, 1981, en donde
cita numerosos autores, más de los que nosotros hemos recogido, de todos modos, en nuestro breve repaso
por estos viajeros románticos que visitaron España, citaremos algunos de ellos, pero nos referiremos sobre
todo a aquellos que hicieron mayor hincapié en Toledo describiendo la ciudad y sus monumentos.
3
De todos los libros de viajes consultados, la catedral y San Juan de los Reyes están siempre presentes
y son los monumentos a los que más tiempo dedicaron los viajeros. Dentro de la catedral, incluso se detení-
an capilla por capilla para describirlas minuciosamente y, en San Juan de los Reyes, interrumpían su visita
para describir alguna obra que estuviese en el Museo. En el recorrido por las sinagogas, cuando la elección
se hacía necesaria, era Santa María la Blanca la preferida, tal vez porque su vecina del Tránsito estuvo inva-
dida por los andamios durante décadas.
4
Es curioso comprobar que, en los libros de la primera mitad del siglo, el Alcázar era justamente el ini-
cio de la ruta turística por la ciudad
5
Vid. los artículos de A. ABAD PÉREZ, «Relación del incendio de San Juan de los Reyes (1808) y vici-
situdes posteriores hasta 1864», Toletum, nº 75-80 (1969), pp. 169-188; «La V.O.T. de San Juan de los Reyes
y su capilla de la Beata Mariana», Anales Toledanos, nº 5 (1971), pp.1-76; «San Juan de los Reyes en la His-
toria, la Literatura y el Arte», Anales Toledanos, nº XI (1976), pp.43-74.

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pesares. A lo largo del siglo XIX, hubo quienes procuraron subsanar los errores
cometidos en el pasado y, aunque los primeros pasos fueron duros y poco produc-
tivos, será a partir de la segunda mitad de siglo y con la creación de la Comisio-
nes Provinciales de Monumentos cuando San Juan de los Reyes irá recobrando
poco a poco su primitiva grandeza.
Mucho de todo ello, se puede entrever en los comentarios que los diferentes via-
jeros hicieron al contemplar el edificio, desde su abandono, intento de reconstruc-
ción, creación del Museo Provincial, renovación del culto en su iglesia, hasta su res-
tauración y las trabas impuestas a los visitantes por el arquitecto encargado de las
obras, Arturo Mélida y Alinari.
Sin duda alguna, uno de los primeros viajeros prerrománticos que visitaron nues-
tro país y que más contribuyeron a la transformación y admiración por Toledo fue
Alexandre de Laborde (1773-1842), con su ejemplar obra Voyage Pittoresque et
Historique de L´Espagne de 1806 y con su posterior Itinéraire descriptif de l´Espag-
ne de 1808. A pesar de que este último tiene claros criterios clasicistas y un segui-
miento del Viage de Antonio Ponz6, su Voyage elige como lo más característico de
Toledo los monumentos antiguos y medievales, incluyendo excelentes representa-
ciones de obras de carácter musulmán7.
Unos años más tarde, en 1840, otro viajero francés, Théophile Gautier (1811-
1872), visitó España y de su viaje escribió dos obras: una poética, L´Espagne, y el
Viaje por España. Con una prosa amena, e irónica en ocasiones, comenta su visita
por Toledo que tanto lo impresionó. Su ruta comienza desde la Puerta del Sol, hasta
llegar al Alcázar y de ahí, a la catedral, continuando hasta alcanzar San Juan de los
Reyes y desde allí visitar la sinagoga de Santa María la Blanca.
Debemos tener presente que entre la visita de Laborde y la de Théophile Gautier
se producen en España dos acontecimientos históricos de gran importancia que ten-
drán gravísimas repercusiones para nuestro patrimonio artístico: la Guerra de Inde-
pendencia (1808-1814) y la Desamortización de 1835. El caso concreto de San Juan
de los Reyes durante este periodo ha sido estudiado parcialmente por varios autores,
destacando especialmente José Amador de los Ríos quien, con su obra Toledo pin-
toresca, proporciona datos de gran interés; más cercano a nosotros, el Padre Anto-
lín ha escrito mucho de lo ocurrido entonces. El autor relata los acontecimientos más
dramáticos sucedidos durante la ocupación francesa y su retirada a finales de 1808,
entre los que destaca la destrucción completa del segundo claustro y con ella parte
del primero con su magnífica biblioteca (fig.1). La iglesia, –continúa el P. Antolín–
utilizada como establo, fue profanaza, robados sus objetos litúrgicos y destruido
gran parte de su mobiliario, incluidos la sillería del coro y el altar mayor que fueron

6
J. P. MUÑOZ HERRERA, «El difícil descubrimiento de un monumento oscuro: la Mezquita del Cris-
to de la Luz» en VV. AA., Mezquieta de Bab Al-Mardum. Cristo de la Luz. Toledo 999-1999, Toledo,
1999, p. 29.
7
A pesar de que no nos da ninguna noticia concreta sobre San Juan de los Reyes, sí lo hemos incluido
por considerarlo como precedente importante de estos viajeros.

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Fig. 1. Planta del antiguo convento de San Juan de los Reyes, por Nicolás Vergara.
Archivo Histórico Nacional

pasto de las llamas. Tras los vandálicos acontecimientos, la comunidad debió aban-
donar el convento. Terminada la guerra, el Guardián de la Casa, Fr. Francisco
Gómez Barrilero, emprendió la ardua tarea de reparar los daños más graves y reavi-
var el convento, abriendo nuevamente su iglesia al culto y realizando algunas obras
de urgencia en el edificio, entre las que destacan la rehabilitación de varias celdas,
la reparación de la escalera claustral y el desescombro parcial del claustro principal8.
Esta actitud voluntariosa, parece ser que fue continuada por sus sucesores, el P.
Antonio Asensio quien encargó un nuevo presupuesto de reconstrucción del claus-
tro, aunque no está muy claro si llegaron a realizarse las obras estipuladas, y poste-
riormente por el P. Francisco Calleja9. Sabemos que en 1823 habitaban el convento
un total de veintidós sacerdotes y varios hermanos de la Orden. Dice José Amador
de los Ríos que en 1827 el convento se hallaba en gran parte restaurado y que los
monjes pensaban levantar el claustro arruinado «colocando en el muro que fabrica-
ron nuevamente las piezas y estátuas que pudieron sacar de entre las ruinas»10 pero
la obra no se llevó a cabo, pues la Desamortización dio al traste con cualquier pre-
tensión de recuperar tan valioso monumento, estableciéndose con ella la exclaustra-

8
A. ABAD PÉREZ, op.cit. «Relación del incendio…», p. 173-174.
9
Ibíd. p.175.
10
J.A. DE LOS RÍOS, Toledo Pintoresca o descripción de sus más célebres monumentos, Barcelona, 1976
(ed. Facsímil de 1845), p. 120.

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ción del convento y el traslado de los pocos miembros de la Orden que allí queda-
ban a otras comunidades. Los efectos de la Desamortización han sido ampliamente
estudiados por Julio Porres11 por lo que no insistiremos más en ello. No obstante,
debemos añadir que a finales de 1840 se traslada a la iglesia de San Juan de los
Reyes la parroquia de San Martín cuya iglesia había sido derribada poco tiempo
antes por declararse ruinosa.
El viaje de Gautier12 debió de ser poco antes de aquel suceso, pues en su obra
podemos leer cuánto le costó entrar en la iglesia por estar cerrada desde hacía cinco
o seis años, es decir, que todavía no se había llevado el culto de San Martín a la igle-
sia del convento, pero también que su claustro estaba «abandonado y en ruinas». Sin
embargo, su relato no acaba aquí. Siempre interesado por las curiosidades y anécdo-
tas de los lugares que visitaba, Gautier recoge una relacionada con las cadenas, exvo-
tos ofrecidos por los presos liberados por los Reyes Católicos en su proceso de recon-
quista, que ornan el exterior de la iglesia. Aparte de expresar su desagrado y añadir
que le confieren un «falso aspecto de cárcel muy extraño y antipático», relata la anéc-
dota que confiesa le contaron, según la cual, un gobernador de Toledo, o jefe políti-
co como él dice, en su pretensión de crear en la ciudad una alameda o paseo para sus
habitantes, y ante la falta de árboles que plantar en el momento, decidió sustituirlos
por mojones unidos entre sí por cadenas. Continúa la historia contando que por falta
de recursos, el gobernador cogió las cadenas que colgaban de la iglesia de San Juan
y se las entregó a hábiles cerrajeros. Este hecho, parece ser que provocó la ira y rece-
lo de algunas personas que, indignadas por tal ofensa, reclamaron ante las autorida-
des y las cadenas volvieron a su lugar de origen, pero, sigue diciendo Gautier, las que
fueron dadas como pago a los obreros no pudieron ser rescatadas por haberse ya fun-
dido y convertidas en «rejas, herraduras y otros utensilios». Esta rocambolesca his-
toria, de la que se harán eco numerosos autores en diferentes versiones, no ha sido en
absoluto documentada –al menos yo no he encontrado nada referente a ello– y, aun-
que bien es verdad que podría tener cierta veracidad –Gautier cree en su autentici-
dad–, es preferible pensar que no es más que una historia con fin difamatorio de algu-
na persona descontenta con el gobernador de entonces.
Gautier, acompañado por un guía, continúa su visita por San Juan de los Reyes
y, tras entrar al claustro y quedar atónito ante su elegante belleza y describirlo como
sólo un romántico podría hacer, se queja exclamando: «¡qué lástima que monumen-
to tan precioso esté así abandonado!». Menciona puertas atascadas y escombros que
obstruyen las entradas, lo que nos da una idea del estado de abandono del claustro e
iglesia (fig.2). Esto nos lleva a pensar que, a pesar de los intentos previos por recu-
perar el edificio, poco se había podido lograr. Sin embargo, también comenta Gau-
tier que las celdas eran todas iguales y estaban encaladas, y lo mismo dice de la igle-

11
J. PORRES MARTÍN-CLETO, La Desamortización del siglo XIX en Toledo, Toledo, 1965 o también, D.
ORTIZ PRADAS, «El proceso desamortizador en el convento toledano de San Juan de los Reyes y vicisitudes
posteriores», Actas del Actas del XV simposium de Estudios Superiores de El Escorial sobre La Desamorti-
zación: el expolio del patrimonio artístico y cultural de la Iglesia en España, Madrid, 2007, pp.526-538.
12
T. GAUTIER, Viaje por España, Madrid, 1998.

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sia y claustro13. Esta


visión, que poco gustó al
francés, nos revela que,
al menos en esto, los
monjes hicieron cuanto
estuvo en sus manos
para salvaguardar el
monumento, aunque
fuera a costa de no respe-
tar el valor estético del
mismo, lo que bien
podría corresponder con
las obras llevadas a cabo
por el Guardián Gómez
Barrilero. De la iglesia
comenta Gautier que,
aparte de algunas «muti-
laciones violentas», esta-
ba bastante bien conser-
vada, lo que nos indica
que también se procedió
a «adecentar» la iglesia
encalándola y preparán-
dola para recibir culto
nuevamente.
Otro viajero, Manuel
Cuendias14, nos visitó
ocho años después de
Gautier, y aunque éste
último pretendió deste-
rrar muchos de los tópi-
Fig. 2. Vista del claustro de San Juan de los Reyes, por Cecilio Pizarro. cos que acompañaban
Museo Romántico de Madrid. siempre la figura de
España, Cuendias basó
su relato en muchos de ellos así como en numerosas leyendas y cuentos populares.
En su obra, reserva varias páginas a describir Toledo, el Alcázar y la catedral son las

13
Este es uno de los ejemplos más significativos de lo que aquí proponemos. Es decir, en el Archivo
Histórico Nacional se conserva un documento muy interesante en relación a San Juan de los Reyes, citado
en su día por el P. ANTOLÍN (op.cit. «Relación del incendio…», p. 183), en el que se menciona el gasto de
3.428,24 reales por el pago de 2.498 fanegas de yeso y 54 cargas de cal, lo cual nos llevaría a pensar que
dicho material se utilizó para la construcción de tabiques y blanqueo de paredes, pero sin poder asegurarlo.
Sin embargo, el comentario de Gautier despeja cualquier incertidumbre y confirma la anterior suposición.
14
M. DE CUENDIAS y V. DE FÉRÉAL, L’Espagne pittoresque, artistique et monumentale. Moeurs, usages
et costumes, París, 1848, p. 290.

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dos paradas esenciales


en su viaje y, curiosa-
mente, en su recorrido
por la ciudad, se deten-
drá largo tiempo en el
puente de San Martín.
De San Juan de los
Reyes sólo nos dice que
es un «suntuoso monas-
terio». Esta breve men-
ción resulta extraña,
pues en 1848 la iglesia
tenía culto y estaba
abierta al público y el
claustro, en manos de la
recién creada Comisión
Provincial de Monu-
mentos, abría sus puer-
tas a cualquier visitante.
Aunque bien es verdad
que pudo ocurrirle lo
mismo que a otros
muchos viajeros que, al
llegar a la puerta del
Pelícano se encontraron
con grandes dificulta-
des para acceder al
claustro y museo, a
pesar de que entre las
atribuciones de la
Comisión se encontraba
la de atender en todo
momento al visitante
que deseara entrar.
Fig. 3. Vista del claustro de San Juan de los Reyes. Ilustración
No obstante, en su
de la obra de Manuel Cuendías, L’Espagne pittoresque, artistique
obra introduce una serie
et monumentale. Moeurs, usages et costumes.
de grabados, uno de los
cuales reproduce una vista del claustro de San Juan de los Reyes (fig.3). Si elimi-
namos el componente pintoresco de la escena, el grabado nos permite reconocer un
ala del claustro bajo, cuyas galerías habían sido cegadas en parte, posiblemente para
salvar el desequilibrio de la estructura. Una obra que deberíamos atribuirla una vez
más, por las fechas del grabado, a aquella primera intervención del Guardián Barri-
lero o a la de su sucesor.

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Entre tanto, un viajero inglés, Richard Ford15, se trasladó a España por motivos
personales y aprovechó para viajar por el país. De su experiencia nos dejó una
exquisita obra titulada Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa, publi-
cada en 1845. Pretendió ser en origen una simple guía de viaje, pero el valor infor-
mativo de la misma es enorme, proyectando en ella su personalidad, lo que la con-
vierte en una auténtica obra literaria. Se percibe en todo momento cierto gusto hacia
lo exótico y oriental que lo lleva a alabar el islámico trazado urbano de la ciudad, su
arquitectura popular basada en modelos orientales o, como él mismo nos dice «de
aspecto moro»16 y casi todos los monumentos árabes que la ciudad posee. Fue éste,
precisamente, uno de los principales atractivos de la ciudad a lo largo del siglo XIX,
pero no el único, los referentes cristianos, especialmente la catedral y San Juan de
los Reyes, eran el contrapunto ideal que hicieron de Toledo una ciudad sin parangón
en Europa. Richard Ford supo apreciar la interesante mezcla de culturas y estilos
artísticos tan diferentes y al mismo tiempo tan dependientes unos de otros incluso
dentro de un mismo edificio, como es el caso de la Sinagoga del Tránsito de la que
pudo ver «una mezcla de estilo gótico, moro y hebreo»17.
Hay que tener en cuenta que se pensó como una guía de viaje, por lo que el len-
guaje es el habitual en este tipo de obras, no obstante, los comentarios del inglés
muestran su erudición y conocimiento de obras literarias sobre Toledo18, no mane-
jadas habitualmente por los viajeros, que revalorizan el texto de Ford.
Curiosamente, sobre San Juan de los Reyes no dice mucho aunque resume muy
bien cuanto se sabía del monumento hasta entonces. Se advierte la lectura de José
Amador de los Ríos o, al menos, el conocimiento que posee del edificio es conside-
rable, pues, tras mencionar la presencia de las cadenas en su fachada -este es un
hecho que no pasa desapercibido a ningún viajero, ni en aquel momento ni ahora-,
hace referencia a la portada lateral que atribuye a Covarrubias. No pasó por alto el
estado de ruina y abandono en el que se encontraba el edificio, debido a que «fue
prácticamente demolido por los invasores, que destriparon e incendiaron completa-
mente la parte donde vivían los monjes» y prosigue diciendo que «la magnífica capi-
lla salió algo mejor parada por haber sido usada como establo para los caballos de
los soldados, pero éstos pasaron el tiempo destrozando el cristal pintado e historia-
do y mutilando los ornamentos religiosos y heráldicos»19, comentario semejante al
de Gautier. Al igual que su observación sobre la mala restauración llevada a cabo en
el claustro que dice ser peor que «el anterior vandalismo». Lo cual nos hace poner

15
Richard Ford nació en Londres en 1796. De familia adinerada realizó el acostumbrado Grand Tour
por Francia, Suiza e Italia como complemento a su educación. En 1830 llegó a Sevilla acompañando a su
mujer enferma y desde allí comenzaría su viaje por España.
16
R. FORD, Manual para viajeros por Castilla y lectores en Casa (2 vols.), Madrid, 1981, p. 77.
17
La fecha del viaje de Richard Ford coincide con la publicación de Toledo Pintoresca de José Amador
de los Ríos, lo que nos hace suponer que tan aguda observación pudo deberse al conocimiento de la obra del
español.
18
Obras tan clásicas como Historia y descripción de Toledo de Pedro de Alcocer o la Descripción de
Toledo de Francisco de Pisa y, por supuesto, el Viaje por España de Antonio Ponz.
19
R. FORD, op.cit., p.84.

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en tela de juicio aquel primer intento de restaurar el edificio, por otro lado justifica-
do por la falta de medios de los monjes y la premura de su ejecución.
A poco más se reduce lo que Ford escribió sobre tan célebre monumento toleda-
no. Un año antes la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos se
había hecho cargo del claustro. En él se instalaría la sede de la propia Comisión, en
una de cuyas celdas celebraban sus reuniones semanales, y posteriormente se tras-
ladaría el Museo Provincial de Toledo20 ocupando la antigua sacristía, las celdas
aprovechables y parte del claustro. A partir de entonces, muchos de los viajeros que
se adentraron en San Juan de los Reyes harán referencia al Museo y a sus piezas más
importantes aunque las críticas no fueron casi nunca buenas.
Quizá merezca la pena mencionar, por la importancia del autor, De París a
Cádiz21 de Alexandre Dumas, que aunque no haga alusión a San Juan de los Reyes,
ni a ningún otro edificio de la ciudad, sí hace algún comentario interesante sobre la
misma que deja entrever el cambio de gusto entre los visitantes nacionales y extran-
jeros. Dumas escribió en una de sus cartas que «Toledo, está ahora lejos de toda ruta
y, a excepción de la famosa manufactura de espadas, alejada de todo comercio» y
luego exclama «Toledo, no merece ese abandono. Toledo es una maravilla de situa-
ción, de aspecto y de luz. Toledo tiene veinte iglesias más ricamente talladas en pie-
dra que ninguna de nuestras iglesias en Francia. Toledo posee recuerdos que ocupa-
rían a un historiador diez años y a un cronista toda su vida»22. Una descripción más
sentida y emocionada es difícil y al mismo tiempo tan premonitoria del posterior
cambio que Toledo sufrirá cuando todos sus monumentos -cristianos, islámicos o
mudéjares- sean admirados en su justa medida y se conviertan a su vez, en motivo
de investigaciones y estudios objetivos que, junto con la serie de restauraciones que
se llevaron a cabo en la ciudad en el siglo XIX y principios del XX, convirtieron a
Toledo en la ciudad que es hoy.
Significativa de la visión que de España se tenía en el siglo XIX es la que nos
dan en su Viaje por España Gustave Doré y Charles Davillier23. Sobre Toledo nos
dicen que «no hay ciudad en el mundo que responda mejor a la idea que uno se hace
de una ciudad de la Edad Media»24. Cuando estuvieron en Toledo, la iglesia de San
Juan de los Reyes ya había asumido el culto de la parroquia de San Martín, pero para

20
En julio de 1846 la Comisión acordó trasladar el Museo Provincial a San Juan de los Reyes. En octu-
bre de aquel mismo año, se daba comienzo a las gestiones necesarias para iniciar las obras en el claustro alto
a fin de que éste pudiera albergar las salas del Museo. En febrero del año siguiente, el Ayuntamiento ofreció
a la comisión la cantidad de 3000 reales de vellón para las obras del claustro. En junio de 1847, posiblemente
el día que se celebra la fiesta de San Juan, se inauguró el Museo Provincial, acordando su apertura al públi-
co los jueves y domingos de diez a una de la tarde y de cinco a siete los meses de verano (Archivo del Museo
de Santa Cruz, Libro de Actas de la Comisión Provincial de Monumentos).
21
A. DUMAS, De París a Cádiz, Madrid, 2002.
22
Ibíd., p.182.
23
G. Doré nació en Estrasburgo en 1832 y fue pintor y dibujante en París donde murió en 1883. Acom-
pañó a Charles Davillier en su viaje por España ilustrando con sus grabados los relatos de este viaje. Davi-
llier fue un historiador francés interesado por el arte y literatura españoles.
24
G. DORÉ y C. DAVILLIER, Viaje por España. (II vol), Madrid, 1984, p. 113.

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poder visitar la iglesia se debieron de topar con más de una dificultad pues afirman
que «está más tiempo cerrada que abierta. Siempre que íbamos a visitarla nos encon-
trábamos con la puerta cerrada»25. Este fue uno de los problemas más habituales que
acechaban a los visitantes del monumento y una de las constantes luchas entre el
obispado y los miembros de la Comisión, ya que desde que se devolvió el culto a la
iglesia de San Juan y la Comisión de Monumentos se hizo cargo del claustro y
dependencias anejas, las dos partes del edificios funcionaron de manera indepen-
diente.
Debemos tener en cuenta que su visita a Toledo la hicieron siguiendo casi fiel-
mente algunos «itinerarios» de su guía de la ciudad que no fue otra que Toledo en la
mano de Sixto Ramón Parro y sus descripciones y comentarios provienen muchos
de ellos de la obra de Parro. Retoman la anécdota recogida unos años antes por Gau-
tier sobre el uso indebido de las cadenas de la fachada, a la que no concede ningu-
na credibilidad, como tampoco lo hace a los que atribuían la destrucción de San Juan
a las tropas francesas. Es, por otra parte, el único autor que niega tal acusación, a
pesar de que era un hecho asumido incluso por sus compatriotas. Sin negar la posi-
bilidad de que en la guerra contra Francia muchos edificios pudieran haber sido
dañados, se pregunta sobre el probable estado de ruina de muchos de ellos antes de
la contienda, atribuyendo, en el caso concreto de San Juan, una posible dejadez por
parte de los franciscanos de su edificio.
Una vez dentro de la iglesia, como ocurrió con todos aquellos que pudieron visi-
tarla, tanto Doré como Davillier, quedaron fascinados por la exuberante decoración
del crucero diciendo de ella que era «verdaderamente extraordinaria». Hacen refe-
rencia a los «elegantes púlpitos», a la «balaustrada calada» de la nave y a los «escu-
dos decorados» del crucero, sin olvidar mencionar el efecto decorativo de la ins-
cripción que corre por la imposta.
Algo debió llamarles la atención del actual estado de conservación de la igle-
sia, de lo que fue en otro tiempo y lo que ofrecía entonces, citando, a modo de
lamento, lo que casi dos siglos antes, había escrito Madame d’Aulnoy sobre la
iglesia de San Juan, ya que según ella ésta era «hermosa y grande y está llena de
naranjos, granados, jazmines y arrayanes muy altos, formando avenidas en cajas
hasta el altar mayor, cuyos adornos son extraordinariamente ricos. De manera
que a través de todas estas ramas verdes, y de todas estas flores de diferentes
colores se ven brillar el oro, la plata, los bordados y los cirios encendidos que
tiene el altar y parece que los rayos de sol deslumbran los ojos. Hay también jau-
las pintadas y doradas llenas de ruiseñores, canarios y otros pájaros que hacen
un concierto encantador»26. Curiosamente, no se hace ningún comentario del
claustro.

25
Ibíd. p.143.
26
Tomado del texto citado en la obra de Doré y Davillier que corresponde con la Carta XIII fechada el
30 de agosto de 1679.

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En la misma fecha visitó España Hans Christian Andersen y de su recorrido sur-


gió Viaje por España27. De su paso por Toledo nos dice directamente que es «sor-
prendentemente pintoresca»28.
En 1866 viajó por España otro francés, Eugène Poitou, quien dijo que el monu-
mento más destacable de Toledo era, sin lugar a dudas, el claustro de San Juan de
los Reyes, siendo el primero en introducir una nota negativa sobre la iglesia. Cree
que se había prodigado en exceso su belleza y aunque admite que sus relieves están
llenos de «encantadores» detalles, opina que el conjunto carece de sobriedad y buen
gusto29. No dice lo mismo del claustro, que considera una joya de la arquitectura
gótica, pero se lamenta de su triste abandono y reclama al Gobierno su pronta res-
tauración.
Unos años más tarde, en 1872, otro viajero francés llamado Pierre Léonce Imbert
viajó a España y de sus experiencias escribió L`Espagne. Splendeurs et misères.
Voyage artistique et pittoresque.
La visión que nos da Imbert de San Juan de los Reyes no puede ser más román-
tica, pero incorpora algunos datos que hasta entonces no habían sido señalados por
los demás viajeros. Me refiero concretamente al autor del proyecto, Juan Guas, pues
se desconocía su nombre hasta 1859, año en que fueron descubiertos en la iglesia de
San Justo de Toledo los retratos del arquitecto y su esposa y una inscripción relati-
va a Guas como autor de San Juan de los Reyes. Además de ello, que es ya impor-
tante, Imbert será uno de los primeros autores en mencionar las colecciones del
Museo Provincial (fig. 4) que ya podían admirarse entre las diversas estancias del
claustro. Así pues, tras hacer el ingreso por la Puerta del Pelícano, de la que dice,
recogiendo un comentario habitual entre los cicerones del lugar, que los rostros de
San Juan y de la Virgen son en verdad los retratos de los reyes Fernando e Isabel,
entra en la antigua sacristía, convertida en Museo, señalando alguna de sus piezas
más destacadas. Sin embargo, no puede contener su desilusión ante la pobreza de las
obras expuestas, de las que, según él, sólo sobresalen dos cartones de Bayeu, y dos
lienzos de El Greco.
Tuvo suerte, pues parece ser que pudo visitar libremente todo el conjunto del con-
vento. En la iglesia accedió incluso a las tribunas, desde donde lamenta la destrucción
del antiguo altar mayor, y llegó a contemplar el solar del segundo claustro, utilizado,
según él, como lavadero por la mujer del conserje. Deja para el final el claustro prin-
cipal que le sirve de excusa para contar una experiencia suya con el sugerente título
de «efecto de luna» que no deja lugar a dudas del contenido del mismo.

27
El texto lo hemos extraído de la obra de Á. y J. VILLAR GARRIDO, Viajeros por la historia. Extranje-
ros en Castilla la Mancha, Toledo, 1997, pp. 285-193.
28
Ibíd., p. 285.
29
En concreto dice el autor -traduzco de la obra original- «La iglesia, construida por Isabel, está deco-
rada con esculturas de una maravillosa delicadeza; pero se las ha prodigado en exceso. El crucero está lite-
ralmente tapizado (…) Los detalles son encantadores, pero el conjunto carece de sobriedad y gusto»: E. POI-
TOU, Voyage en Espagne, Tours, 1884. p. 311.

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Siguiendo este recorrido


cronológico por los viajeros
extranjeros, tenemos en
1879 el relato de un autor
italiano, Adolfo Foresta
titulado L’Espagna. Da
Irun a Malaga30. Al llegar a
Toledo por ferrocarril hace
el recorrido típico hasta lle-
gar a la que dice fue la
única posada de Toledo, la
Posada del Lino, en donde
un cicerone ofrecía a todos
estos viajeros sus servicios
a cambio de unas monedas.
De nuevo la ruta que
sigue para contemplar las
maravillas de la ciudad
comienza en la Catedral,
para encaminarse hacia
San Juan de los Reyes y
ya, cercanos a la antigua
judería, continuar con
Santa María la Blanca y el
Tránsito. Pero es el con-
vento franciscano uno de
los monumentos que más
le asombran.
Su descripción de la
iglesia y convento de San
Fig. 4. Antiguo ingreso al Museo Provincial de Toledo Juan de los Reyes se
en San Juan de los Reyes. Archivo Provincial de Toledo. apoya, como él mismo
comenta en alguna oca-
sión, en la erudita obra de Parro, lo que se percibe especialmente en la introduc-
ción histórica y análisis detallado de la iglesia y claustro. Le sorprende, conoce-
dor de las penurias sufridas por el edificio, que la iglesia mostrase un aceptable
estado de conservación en relación al del claustro 31, téngase presente que cuando
Foresta visita Toledo, en 1879, aún no se ha iniciado la restauración del edificio.

30
A. FORESTA, L’Espagna. Da Irun a Malaga, Bologna, 1879.
31
Para explicar este hecho, Foresta relata una leyenda poco conocida, según la cual, un grupo de ofi-
ciales franceses, a la vacilante luz de algunas antorchas se divertían cerca de una tumba, sobre la cual esta-
ba la estatua de una bella y joven dama. Cuando uno de ellos, mirando obscenamente la estatua, dijo joco-
samente que la abrazaría encantado, la escultura yaciente de su marido se levantó propinándole una bofeta-

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Continúa su recorrido por el vecino claustro donde menciona de soslayo el


museo comentando algunas de las piezas que más le llamaron la atención, sobre
todo musulmanas. De nuevo, el estado ruinoso del claustro, que considera una obra
maestra de la arquitectura medieval española, es la causa del lamento y queja del ita-
liano que termina culpando directamente al Gobierno por su despreocupación y
abandono de tan precioso monumento32.
Dentro del amplio panorama de libros de viajes y siguiendo con el hilo cro-
nológico, nos encontramos con el del francés Lucien Boileau quien, tras su peri-
plo por España, escribió en 1880 Voyage d’un touriste33, cuya intención fue la de
redactar un libro que, sin ser expresamente una guía de viajes, sirviera a futuros
viajeros en sus desplazamientos, por lo que esta obra es, como el propio autor
apunta, un libro práctico, y el titulo completo es Voyage pratique d’un touriste en
Espagne34.
En su recorrido de Madrid a Córdoba pasa por Toledo y a su llegada a la esta-
ción piensa en las penurias que debieron pasar otros viajeros como Gautier y
Dumas. Ya en la ciudad se aloja en la Posada del Lino desde donde parte su visita.
Uno de los aspectos más interesantes y curiosos de los libros de viajes es el gran
número de anécdotas y leyendas, muchas de ellas hoy olvidadas, que podemos
encontrar entre sus páginas. Este hecho, como ya se ha comentado anteriormente,
abre al historiador nuevas vías de investigación y si bien es cierto que la mayoría de
las veces son sólo callejones sin salida, en ocasiones permiten rellenar pequeñas
lagunas y, sobre todo, recuperar la historia olvidada de los monumentos.
En este sentido, nuestro viajero ofrece al lector su opinión sobre las cadenas que
cuelgan en los muros de la cabecera, pues según él, más que ser los exvotos entre-
gados por los cautivos liberados por los Reyes Católicos, puesto que el espesor de
los hierros y el grosor de los anillos no corresponden con los de unos simples gri-
lletes, serían las cadenas que cercaban los terrenos de la residencia de «el rey moro
en Bailén»35.
En su descripción de la iglesia, nos da algunos detalles de su decoración, nada
fuera de lo común, pero que nos permiten conocer un poco más sobre la situación
del edificio en aquel monumento, pues nos dice, sin profundizar en ello, que el

da haciéndole caer al suelo. Espantados ante el suceso ninguno de los soldados quiso volver a entrar en la
iglesia, por cuyo motivo quedó intacta y fue respetada salvo lo que ya había sido destruido. A. FORESTA,
L’Espagna…op.cit., p. 327.
32
Ibíd., p.329.
33
L. BOILEAU, Voyage d’un touriste en Espagne, París, 1880. Este autor es bastamente menos optimis-
ta y agradable en los comentarios que hace sobre España que Foresta.
34
Por este motivo empieza dando unos rasgos generales de los transportes, la mejor época para viajar
a España. Se detiene en describir la calidad de los ferrocarriles, medio de transporte con el que es extrema-
damente crítico y nos dice de él que es lento, malo, que sólo merece ir en primera clase, puesto que las otras
no son nada aconsejables, señala que el buffet es malo y mal surtido.
35
L. BOILEAU, op.cit., p.304.

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«techo, de colores, de la capilla de la Inquisición es muy curioso»36. Cómo era aque-


lla decoración y de cuándo no lo sabemos ni creo que lo sepamos pero al menos es
un testimonio que confirma la presencia de policromía tanto en los muros, de la que
quedan algunos restos entre la inscripción de la imposta, como de las bóvedas.
Lo mismo ocurre con otro viajero, en este caso alemán que estuvo en España
también en 1880. Nos referimos a Theodor Simons, cuya visión del país está carga-
da de los tópicos habituales pero se entremezclan con agudos e inteligentes comen-
tarios sobre las gentes y lugares que visitó, siendo Toledo uno de ellos. Entre los
muchos edificios que describe está San Juan de los Reyes sobre el que no aporta
nada nuevo, salvo una breve referencia al retablo del altar mayor del que dice ser de
gran valor artístico, señalando como lo más relevante del mismo una escultura de
madera de Elías dormido que atribuye a Alonso Cano37. Completan el texto una
serie de grabados, uno de los cuales representa la fachada de San Juan de los Reyes
desde el puente de San Martín (fig. 5) y en el que podemos apreciar una espadaña
algo más complicada que la que hoy tiene la iglesia y, sobre todo, la edificación que
en tiempos modernos se construyó a los pies del templo a modo de capilla auxiliar
sin que sepamos muy bien qué fue de ella, y de la que aún quedan algunos restos
todavía visibles.
Precisamente a partir de 1880 comienzan a surgir numerosas guías de viaje, que
pretenden facilitar el camino a estos viajeros ofreciendo en ellas datos de interés, infor-
mación general e incluso curiosidades y anécdotas. Establecen rutas que varían de lo
pintoresco a lo monumental, describiendo siempre los edificios de mayor importancia
entre los que se encontraba, por supuesto, San Juan de los Reyes. Sin embargo, al
exceder los límites propuestos en esta comunicación, no nos detendremos en esta clase
de textos38. Volvamos, pues, a nuestra particular selección de libros de viaje.
En los últimos veinte años del siglo XIX se aprecia un leve descenso en el número
de publicaciones de libros de viaje, pero lo más significativo es la reducción que se
observa en la extensión de los comentarios sobre determinados monumentos. En el caso
concreto de San Juan de los Reyes, podemos suponer que se debe a las dificultades que
tuvieron los visitantes para acceder al claustro y Museo del antiguo convento por hallar-
se en obras39. Y es que estos años coinciden por completo con los trabajos de restaura-
ción dirigidos por el arquitecto Arturo Mélida y Alinari (1849-1902)40, quien, con las
licencias propias de la arquitectura neogótica, culminó la obra de Juan Guas.

36
Ibíd.
37
T. SIMONS, L’Espagne, París, 1881, p. 158.
38
Hemos de tener en cuenta que muchos de sus autores, sacaban la mayor parte de la información de
otros textos más elaborados, redactados por historiadores y eruditos como Assas, Parro o Amador de los Ríos.
39
Esta situación fue bastante habitual, de hecho, la cercana Sinagoga del Tránsito, convertida en ermi-
ta, resultaba casi imposible entrar en ella y más aún cuando, tras decretarse su restauración, el interior esta-
ba totalmente invadido por los andamios.
40
Uno de los últimos trabajos publicados sobre este asunto puede verse en P. NAVASCUÉS PALACIO,
«Mélida y San Juan de los Reyes de Toledo», VV.AA., Isabel la Católica. Reina de Castilla, Madrid, 2002,
pp.331-356.

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Fig. 5. Vista de la fachada de poniente de San Juan de los Reyes. Ilustración de la obra de
Theodor Simons, L’Espagne.

Tan largo y laborioso proceso –que Mélida no llegó a ver terminado– queda cla-
ramente reflejado en algunos de los libros de viaje del momento. En este sentido
debemos mencionar la obra del Vizconde de Palazuelos, Toledo: guía artístico-prác-
tica, que si bien es cierto que no es exactamente un libro de viaje, sí aporta datos de
gran valor para el especialista que pueden cotejarse con la documentación existen-
te. En lo que se refiere a la restauración de San Juan de los Reyes, nos dice que dio
comienzo oficialmente el dos de mayo de 1883 para conmemorar la fecha de la
revuelta contra el ejército francés41 y añade, en una nota al pie, que el arquitecto «ha
prohibido con muy buen acuerdo, la entrada a aquellos que, so color de presenciar
los trabajos, iban en realidad a dificultarlos, sirviendo de enfadoso obstáculo a los
operarios»42. Más adelante menciona alguna anécdota relacionada con la forma de

41
J. LÓPEZ DE AYALA ÁLVAREZ DE TOLEDO, Toledo: guía artístico-práctica. Por el Vizconde de
Palazuelos, Toledo, 1890, p. 601.
42
Ibíd., p. 602.

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trabajar y acceder a las obras de restauración del claustro. Esta información, apa-
rentemente banal, nos ayuda a fechar con bastante precisión fotografías antiguas
todavía no datadas y que más tarde conformarán el grueso de una documentación
gráfica.
Los textos que hemos tratado hasta el momento pertenecen todos al siglo XIX,
pero esta tradición viajera continúa en la siguiente centuria sin cambios aparentes.
El viajero sigue buscando en España los paisajes pintorescos y las arquitecturas exó-
ticas. Un claro ejemplo de ello es la obra de H. Guerlin, Espagne. Impressions de
voyage et d’art en la que confiesa que sólo se puede describir Toledo con palabras
cargadas de tristeza y melancolía. Todo en Toledo, sus edificios, sus calles, sus pla-
zas e incluso sus habitantes recuerdan a Guerlin su pasado musulmán.
Sin embargo, del relato de Guerlin no nos interesa tanto su visión pintoresca de
España como los durísimos comentarios antirrestauradores, verdaderamente des-
pectivos, que hace al referirse tanto a San Juan de los Reyes como a otros monu-
mentos, frases como «desgraciadamente estos preciosos recuerdos se encuentran
ahora en manos de los restauradores lo que significa que están perdidos para los
artistas»43 o «no se puede alegar ninguna excusa para disculpar los vejatorios traba-
jos que le hicieron padecer a la iglesia de San Juan de los Reyes»44 y eso que le fue
imposible entrar como él mismo confiesa por negarse la conserje a facilitarles el
paso.
Nos parece oportuno concluir aquí la exposición al coincidir la publicación de la
obra de Guerlin con la fecha que ha dado pie a estas jornadas. No obstante, debe-
mos añadir que la lista de viajeros que escribieron sobre España no acaba en 1907,
continúa hasta bien entrada la década de los años veinte. En estos últimos relatos se
observa un mayor conocimiento de nuestra arquitectura medieval que denota clara-
mente el uso de obras específicas de carácter científico, cuyo número y calidad iba
en aumento.
No quisiéramos terminar sin recordar al lector nuestro convencimiento, y espe-
ramos haberlo persuadido, del potencial que tiene como fuente documental para el
estudio de la arquitectura medieval la literatura de viajes de los siglos XIX y XX.

43
H. GUERLIN, Espagne. Impressions de voyage et d’art, Tours, 1907, p. 84.
44
Ibíd.

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