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El Perdón
El Perdón
El Perdón
El Perdón
A todos nos han ofendido... todos hemos llegado a sentir ese dolor que produce la ofensa del otro y
Aunque es natural sentir ese dolor ante el sufrimiento que se nos causan, las razones por las que
una persona puede sembrar el terrible mal del odio en su corazón son múltiples:
El orgullo que nos ciega y no tolera que se nos trate así.Existen personas con temperamentos
excesivamente impresionables que hacen que actitudes de otros que para algunos apenas
Simpatías y antipatías humanas, que generan una inexplicable aversión hacia ciertas personas;
aversión que de no ser rechazada puede terminar sembrando un resentimiento del todo irracional.
Para aproximarnos adecuadamente al tema del perdón, es importante saber que el odio se inspira
en una “justicia” mal entendida: “la justicia de la crueldad”, que expresa: “el que me la hace, la paga”,
pensando que la única manera de responder a una agresión es con otra agresión; así se hace, de
nuevo, actual la “ley del talión”: “ojo por ojo, diente por diente”. Los cristianos fuimos llamados por
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27/3/2018 Texto 16. El Perdón
Nuestro Señor a superar esta ley, a detener la cadena del odio, de la venganza, de la crueldad:
“Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo que no resistáis al mal;
antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra.” (Mt 5,38). ¿Signi ca
esto que debemos estar de acuerdo con las injusticias? No, más bien signi ca que ni la peor
injusticia puede dañar nuestro corazón, y que más grande que “la justicia” hacia nosotros debe ser
nuestro amor hacia quien nos ofende. Es cierto que esto es más fácil decirlo que vivirlo, por eso
para perdonar se requiere de la gracia de Dios, que no la negará a quien la pida humildemente y
con perseverancia.
El odio es algo terrible. Quien odia pierde la gracia de Dios haciéndose semejante a satanás, padre
del odio. Es como quien se toma un veneno esperando que se muera la persona a la que odia... ¡es el
que odia el que se envenena! El que odia es semejante a una persona que toma un carbón
encendido en la mano, esperando que se queme el otro. El rencor es propio de almas pequeñas,
limitadas, de corazones estrechos y mezquinos; personas que no han conocido el verdadero amor.
Lo curioso es que quien odia sigue dando poder al otro para hacerle daño. En de nitiva, quien no
El perdón, en cambio, es sanador. Perdonar es tomar la decisión de desprendernos del pasado
para sanar el presente. El per-dón es un “perfecto don”, un “súper don”, pues un don es tanto más
perfecto cuanto menos lo merezca quien lo recibe. Si una persona trabaja todo un mes y a cambio
de este trabajo recibe una remuneración, decimos que esta persona recibió lo que merecía. Aquí no
hay ningún don, ningún regalo, sólo recibe el producto de su esfuerzo. Pero si tenemos a otro que no
trabaja en todo el mes y, no obstante, también recibe la remuneración, entonces aquí tenemos un
don, un regalo que se da a quien no lo merece, algo que no nace de la “justicia” -que en este caso
exigiría no dar nada a quien nada ha hecho- sino de la grandeza del corazón de quien da. Pero
supongamos que esta persona no sólo no ha trabajado en todo el mes sino que se ha empecinado
en hacerle absolutamente difícil el trabajo al prójimo y, sin embargo, este le sigue recompensando...
bajo el criterio del mundo aquí tenemos a un tonto, bajo el criterio del evangelio aquí tenemos un
corazón semejante al de Jesús que no se cansó de darnos aunque le rechazamos, un corazón que
ama verdaderamente. Así es el perdón, requiere grandeza de corazón, requiere la lógica del amor, de
cierto. Siendo honestos, el perdón bene cia más a quien lo da que a quien lo recibe. Quienes han
tenido o tienen algún odio o resentimiento en su corazón, saben lo terrible que es llevar esa carga.
Puede estar viviendo el día más feliz de su vida, y de repente ve a esa persona contra la que tiene
resentimiento, y todo el día se echa a perder. Cuando una persona perdona, suelta esa carga y
experimenta libertad, paz, tranquilidad. ¿Qué pierde una persona cuando perdona de corazón?
¡Nada! Al contrario lo gana todo. En realidad el perdón es un requisito indispensable para ser feliz. En
este sentido, el perdón es dos veces bendito: bendice a quien lo da y a quien lo recibe. Las personas
que aprenden a perdonar viven más tranquilas, asumen con más valentía el dolor, se deprimen
menos, sufren menos ansiedad, menos estrés, son más optimistas, aumentan su seguridad y
Lo repetimos: la gracia de perdonar procede de Dios. Y estamos seguros que el Señor no niega a
nadie el don de perdonar pues él mismo pidió innumerable cantidad de veces que perdonemos.
La vida del Señor Jesús se desarrolló en torno al perdón; su ministerio fue fundamentalmente de
reconciliación. Vino para que recibiéramos el perdón de Dios (Ef 2,14.18); perdonó a la mujer
Pero no sólo con su ejemplo nos enseñó a perdonar; además pidió una gran cantidad de veces que
lo hiciéramos:
En la oración del Padre Nuestro, nos enseñó a decirle al Padre: “perdónanos nuestros pecados,
como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe.” (Lc 11,4). Es tan importante esta
frase en esta oración, que una vez la termina de recitar el Señor, vuelve sobre el tema del perdón
diciendo: “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará
En otra ocasión san Pedro le pregunta al Señor por el número de veces que debemos perdonar:
“¿hasta siete veces?” a lo que Jesús responde: “no te digo hasta siete veces sino hasta setenta
veces siete” (Mt 18, 22). Si consideramos que el número siete es símbolo de perfección en las
Sagradas Escrituras, lo que san Pedro le estaba preguntando al Señor era si debíamos perdonar
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totalmente, con perfección, es decir, “siempre” y todas las cosas, a los que nos han hecho daño; no
obstante, el Señor considera que aún decir “siempre” es poco y multiplica por setenta ese siete,
como respondiendo a Pedro: “el perdón debe darse más allá de lo que tú consideras perfecto”. Esta
Inmediatamente después de lo anterior, el Señor narra la parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,23-
35). En resumen, un rey perdona a un criado una deuda de diez mil talentos[1]; este criado se
encuentra con alguien que le debe cien denarios[2] y no lo perdona. El rey se entera, se enfada y
envía a este siervo inicuo a la cárcel. El Señor concluye diciendo “Esto mismo hará con vosotros mi
Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano” (Mt 18,35). La enseñanza
es clara; es un eco de la petición del Padre Nuestro. El Señor nos ha perdonado la deuda in nita del
pecado, ¿quiénes somos nosotros para no perdonar a los que nos han ofendido si su falta es
¿Por qué tanta insistencia en el tema del Perdón? Lo repetimos: porque es indispensable para ser
cárcel de que habla el Señor (cf. Mt 18,34), y no ama su cientemente al prójimo porque en la
inmensa mayoría de ocasiones es hacia él hacia quien va dirigido el rencor... sin amor ¿quién puede
ser feliz?
Es evidente que Dios no nos ha hecho nada malo pues de Él sólo procede bondad y amor para sus
criaturas: “Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo
hubieras creado.” (Sab 11,24-26). Sin embargo, en muchas ocasiones se ha sembrado en algunos
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un sentimiento de rencor contra Dios, haciéndole culpable de los acontecimientos dolorosos de la
vida. Frases como: “¿por qué Dios permitió que sucediera esto? ¿Por qué aquel accidente, aquella
Dios no se enoja con esos porqués siempre y cuando el corazón que los grite esté dispuesto a
escuchar la respuesta de Dios, que en muchas ocasiones, sólo es clara con el tiempo. La misma
María Santísima dijo a su hijo, cuando éste fue hallado en el Templo: “Hijo ¿por qué nos has hecho
esto?” (Lc 2,48); el mismo Señor Jesús, se solidariza con el dolor del hombre gritando en la cruz:
Es claro que lo primero que hay que sanar es esa falsa imagen de Dios que nos hace pensar que Él
desea esos acontecimientos dolorosos de nuestra vida. Debemos tener claro que “en todas las
cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom 8,28). Esta intervención de Dios no
signi ca que Él desee nuestros sufrimientos, pero en el misterio de la libertad humana, los permite.
Los sufrimientos que nos a igen son causados, la inmensa mayoría de veces, por el pecado; otros,
son sufrimientos que no dependen de nuestra libre responsabilidad y debemos tener una visión de
fe para creer que éstos, de una manera misteriosa, se dan para nuestro bien, aunque ahora no lo
comprendamos. Para entender esto se requiere una fuerte dosis de humildad y de fe.
Perdonar al prójimo
Ya hemos dicho que debemos perdonar, para que Dios nos perdone. Pero esto no siempre es fácil y
requerimos de su gracia. Sin embargo, hay algunas consideraciones que ayudan mucho al momento
Excusar las faltas del otro: no es justi car el daño que nos ha hecho nuestro prójimo aprobándolo
como algo bueno, sino tratar de considerar al ofensor más como un enfermo que como alguien
malvado. Así tendremos más misericordia con él y apreciaremos justamente que la actitud del otro
muchas veces está condicionada por cientos de circunstancias que desconocemos y que tal vez, en
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su caso, hubiéramos actuado igual o peor. Por ejemplo, ¿qué se puede esperar de una persona que
tuvo una gura paterna cruel y dominante? en muchas ocasiones, la misma actitud... si nosotros
Somos víctimas de víctimas: siguiendo la lógica anterior, debemos tener conciencia de que esas
personas de las que somos víctimas, son, a su vez, víctimas de otros. ¡Hay que cortar la cadena!
Orar por los que nos han hecho daño: uno de los mejores caminos para la sanación es orar por
esas personas que nos han hecho daño. En la autobiografía de santa Laura Montoya, se relata un
pasaje estremecedor. Huérfana de padre desde muy pequeña, su madre le enseñó el valor de la
oración y el perdón. Notaba que desde pequeña, en todas las oraciones pedían con mucho fervor
“Cuando ya grandecita le pregunté (a mi madre) dónde vivía Clímaco Uribe, ese señor que
amábamos y que yo creía miembro de la familia, por quien rezábamos cada día, me contestó: ‘Ese
fue el que mató a su padre; debemos amarlo porque es preciso amar a los enemigos porque ellos
nos acercan a Dios, haciéndonos sufrir’. Con tales lecciones era imposible que, corriendo el tiempo,
Revivir el momento, pero con Jesús: Los acontecimientos dolorosos son inevitables, pero llenarse
de rencor sí se puede evitar. El problema no fue el acto concreto que otro hizo y nos causó dolor,
sino la manera en que lo asumimos, sin Cristo, con soberbia, y así se introdujo la semilla del odio en
el corazón. Para perdonar al otro, debemos vivir todos estos momentos con Cristo, desde la cruz, y
como auténticos discípulos de Jesús gritar con san Esteban: “Señor, no les tengas en cuenta este
pecado” (Hch 7,60). Así pues, perdonar no es estrictamente olvidar, sino recordar sin dolor.
El santo no odia, ofrece: El incremento en la vida espiritual, nos debe llevar, a asumir todos los
dolores uniéndolos a Cristo en la cruz. De esta forma, el dolor en vez de sembrar odio, fortalece la
voluntad, nos une más a Dios, y logra la conversión de aquellos mismos que nos ultrajan, tal como
la muerte de san Esteban cooperó en la conversión del joven Saulo que después se convirtió en san
Pablo.
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Perdonar y reconciliarse: Es cierto que perdón y reconciliación no son lo mismo. En algunas
ocasiones se puede perdonar a una persona de corazón, es decir, dejar de sentir el resentimiento en
el corazón hacia esa persona y no poder reconciliarse con ella. Así por ejemplo, una mujer puede
perdonar de todo corazón a su esposo borracho que le golpeaba y ultrajaba, y esto no signi ca que
deba volver a exponerse a estos golpes y ultrajes. No obstante, siempre que se pueda dar, hay que
tratar de que junto con el perdón se dé también la reconciliación y se restablezcan así las relaciones
rotas.
Perdonarse a sí mismo
Si Dios nos perdona, ¿quiénes somos nosotros para no perdonarnos? Hay una innumerable cantidad
de cosas que han hecho que tengamos rencor hacia nosotros mismos.
Los pecados y errores cometidos: de los pecados hay que pedir perdón a Dios y olvidarlos. Cuando
el Señor perdona, los borra, los quita, los elimina, ya no existen más que en el recuerdo de quien
quiere seguirlos recordando. La contrición de corazón no tiene como intención llenarnos de rabia
contra nosotros, sino de amor hacia Dios que nos sigue perdonando, aunque seamos débiles. Del
pasado oscuro hay que aprender para no repetirlo, para ser más humildes, para con ar más en la
misericordia de Dios y para ser misericordiosos... pero nunca para odiarnos por eso.
El propio carácter: es cierto que siempre hay muchas cosas que mejorar en nuestro carácter, pero
esto generalmente es un proceso. Hay que hacer un esfuerzo férreo, constante y valiente para
cambiar. Mientras lo logramos, debemos crecer en humildad ante nuestras limitaciones, pero jamás
La respuesta a los llamados de Dios: muchas personas no se han podido perdonar el hecho de no
haber respondido a Dios con la generosidad que Él exigía. Cierto es que “el amor de Cristo nos
apremia” (2 Cor 5,14), sin embargo, siempre estamos a tiempo para decirle a Dios: “hágase en mí
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según tu Palabra” (Lc 1, 38), pues el Señor sabrá conducirnos aún después de nuestros equívocos.
Entonces no es resentimiento contra nosotros mismos sino disposición y apertura a escuchar la voz
En ocasiones no nos aceptamos tal como somos en nuestro aspecto físico y esto nos trae rencor
contra nosotros mismos, desprecio y vergüenza de lo que somos. Quien se burla de alguien por
sus defectos físicos deja al descubierto sus defectos mentales y espirituales. Debemos tener
claro que somos creación de Dios y que despreciar nuestra presencia física es, de algún modo,
despreciar al que nos creó, decirle que se equivocó, que su obra no es buena. Detrás de una persona
que no acepta su aspecto físico, se esconde un carácter débil e inseguro. Más vale cultivar el
carácter y la con anza que invertir altas sumas de dinero en conseguir una apariencia física que se
acomode a los estándares de un mundo super cial.[4] «La moral exige el respeto de la vida corporal,
pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a
promover el culto del cuerpo, a sacri car todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo.
Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la
Otros factores que pueden generar algún resentimiento contra sí mismo o vergüenza ante los
demás son las condiciones sociales, económicas, académicas, etc. Se debe tener claro que la
persona vale por sí misma independientemente de las circunstancias que le rodeen, del
conocimiento que tenga, de la cantidad de dinero que tenga en el banco... Nuestra dignidad procede
del hecho de que somos hijos de Dios y eso no lo puede cambiar nada ni nadie. En esta profunda
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¿Cómo perdonar?
Después de todas las consideraciones anteriores, es importante establecer un derrotero para poder
liberarnos de nitivamente del odio y experimentar la alegría que produce el perdón. Para perdonar
se requiere básicamente dos cosas: Una rme decisión de hacerlo y pedir ayuda a Dios.
Decisión de perdonar: el perdón no es un sentimiento sino una decisión. No debemos esperar para
“sentir” el deseo de perdonar, hay que tomar la decisión de hacerlo por encima de nuestros
corazón empieza la sanación. Al principio parece que nada sucediera, pero la voluntad unida a la
gracia de Dios va logrando sanar ese sentimiento y crea la convicción del perdón. Con esta decisión
Pedir ayuda a Dios por medio de María: No basta la decisión de perdonar para hacerlo, sino que,
fundamentalmente, hay que suplicar a Dios, por medio de su Madre Santísima, el don de perdonar.
Quien humildemente y con perseverancia suplica a Dios la gracia de perdonar la recibirá con certeza,
PRÁCTICA
Realizar la oración del perdón pidiendo a Dios la gracia de sanar todo resentimiento de nuestro
perdon/198-oracion-de-perdon)
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[2] Representa, en moneda de hoy, unos 50 centavos de dólar.
[3] MONTOYA, Laura. Autobiografía. 2da. Ed. Cali: Carvajal S.A., 1991. P. 22.
[4] Las cirugías plásticas sólo serían justi cables cuando con ellas se intenta subsanar una
malformación grave.
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