Muñoz Alejandro - Rospir Juan - Democracia Mediatica
Muñoz Alejandro - Rospir Juan - Democracia Mediatica
Muñoz Alejandro - Rospir Juan - Democracia Mediatica
Democracia
mediática
y campañas
electorales
EditorialAriel, S.A
Barcelona
ArielComunicación
BIBLIOTECA * FLACSO * E C
F e c h a : , , > . . n .<.*.* -< c a a .e S T .
C: r; d : p, le e
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D iseño cubierta: N acho Soriano
ISBN: 84-344-1277-2
Im preso en España
LA DEMOCRACIA MEDIÁTICA
p or A l e j a n d r o M u ñ o z - A l o n s o L e d o
Catedrático de Opinión Pública,
Universidad Complutense
cer un uso correcto de esa libertad, nadie está legitimado —y, desde lue
go, tampoco los gobiernos— para erigirse en juez de lo que puede o no
puede publicarse, aparte de los casos es que se produzca una violación
de la ley. Por eso añadía Bradlee: «Ninguna disciplina gubernam ental
será m ás efectiva para reparar el daño causado por una inform ación to
talmente falsa que el público conocimiento de que esa información es
falsa.» Bradlee piensa, en suma, que en el ejercicio de la libertad de
prensa al final predom ina el bien del que se beneficia la com unidad so
bre el m al ocasional que se puede producir para alguien en concreto.
Con las referencias anteriores comprobamos que los problem as que
plantean los excesos de la libertad de prensa han sido perm anentes y
consustanciales con su ejercicio, pero también que los dem ócratas más
lúcidos han sabido desde siem pre que cualquier intento de evitar los ex
cesos y el mal uso de esta libertad podía implicar su destrucción y con
ella la del propio sistem a democrático.
Debemos concluir, por lo tanto, que las relaciones entre los medios
de com unicación y el sistem a político han sido intensas y decisivas en
los dos últim os siglos, aunque, ciertam ente, a lo largo de un período tan
prolongado am bos polos de la relación han cambiado profundam ente.
Jam es W. Carey —que, como veremos más adelante, viene preocupán
dose desde hace m ucho por el papel de la prensa y de los periodistas
en el sistem a político— subraya a este respecto que como ni la com u
nicación ni la dem ocracia son conceptos trascendentes, no existen fue
ra de la historia, p or lo que «los significados de la dem ocracia y de la ^
com unicación han sido históricam ente variables». Ya centrado en nues
tra época, Carey escribe que nos hallam os a este respecto en «una co
yuntura histórica especialm ente opaca», y afirma que «los medios han
cam biado decisivamente en los últim os veinte años, tanto tecnológica
como institucionalm ente, pero tam bién la dem ocracia ha cam biado, ya
que los fines de la vida política han sido replanteados en los pasados
años».3
Estos cambios de índole tecnológica e institucional de los medios,
pero tam bién del propio sistem a político, han sido tan profundos que
todavía no se ha producido una acomodación adecuada entre ambos.
Carey, que hace un detallado análisis histórico de la evolución de las re
laciones entre medios y democracia, señala que se ha ido desarrollando
un sistem a político de «democracia sin ciudadanos» en el que «los me
dios han conservado un papel valioso, m ientras dism inuía el de los p ar
tidos políticos y el de los ciudadanos». Se ha ido produciendo así una
creciente desconfianza entre los medios y el público hasta el punto de
que, como escribe el mismo Carey, «a los ojos del público los medios se
han convertido en los adversarios de todas las instituciones, incluido el
propio público».4
16 DEM O CRA CIA M ED IÁ TICA Y CAMPAÑAS E L E C T O R A L E S
sas m eram ente clínicas. Aquello sirvió para denunciar el m ercado m un
dial de imágenes a través del cual los canales de televisión reciben no
menos de 200 m inutos diarios, a veces de origen desconocido, y que lle
gan a las pantallas de los telespectadores sin previa verificación y que,
p o r su espectacularidad o su truculencia, se ponen en antena para «in
formación» de los sufridos y engañados telespectadores.
La cobertura informativa de la guerra del Golfo ha suscitado m uchos
estudios y análisis porque allí se vieron m uchos ejemplos de interés que
ilustran el difícil cometido de los inform adores en tiempos de guerra y
la siem pre com plicada relación entre inform ación y poder, especial
m ente en situaciones bélicas. Uno de los m ás completos y sugerentes li
bros sobre este asunto es el del especialista francés Dominique Wolton,
War Game, publicado en 1991 y que lleva como subtítulo «La inform a
ción y la guerra». Wolton subraya cómo el im presionante despliegue de
recursos informativos y la transm isión en directo de algunas operacio
nes m ilitares no nos ayudó a conocer mejor los entresijos del conflicto.
Lo que él llama la «hipermediatización», es decir, la presencia y actua
ción masiva de medios, no impidió la subinform ación. Los m edios oc
cidentales quisieron m ostrarnos una «guerra limpia», ocultando la p ar
te sucia inevitable en toda guerra y a los mismos m uertos. Se presentó
como una cruzada contra Sadam Husein lo que acabó siendo, de jacto,
una operación de consolidación de su dictadura. A los m illones de lec
tores y telespectadores occidentales se les dio una «información bruta»,
desprovista de toda interpretación que hacía imposible penetrar en la
tram a política y militar. Wolton —que es muy crítico con la CNN y sus
métodos informativos— afirm a que «esta guerra, que debía haber per
mitido al público ser, por fin, inform ado totalm ente y en perm anencia,
fue, por el contrario, el preludio de una crisis de confianza en los m e
dios y en los periodistas».12 Más adelante nos referirem os a esa crisis de
confianza que persiste al final de la década.
Uno de los escándalos informativos más notorios que se produjeron
durante la gLierra del Golfo fue el de la seudom anifestación proiraquí
que pretendidam ente se habría celebrado en Argel y que fue dada con
gran despliegue por el canal La 5 de Francia. Poco después se supo que
aquellas imágenes eran de una concentración celebrada en el Líbano.
Menos grave, pero igualm ente expresivo de la m ism a falta de escrúpu
los informativos, fue el caso de la imagen, insistentem ente repetida
aquellas sem anas por TVE, del corm orán em papado de petróleo que
ilustraba las inform aciones sobre el incendio de los pozos de petróleo de
Arabia Saudí incendiados por Irak. Muy pronto se supo que el famoso
corm orán y sus males no procedía de ningún vertido del golfo, sino que
era una de las víctimas del desastre del Exxon Valdez ocurrido en las le
janas costas de Alaska en 1989. Estos casos, como tantos otros que se
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Estos com entarios revelan cómo para algunos los vínculos de con
fianza entre gobernantes y gobernados indispensables en la dem ocracia
—el trust de que hablaba Locke— se han roto en este final de siglo. Y
los medios habrían contribuido decisivamente a ese resultado.
Según el ya citado Carey, el punto de inflexión entre «lo m oderno y
lo posmoderno», al menos en Estados Unidos, se produjo con la elec
ción presidencial de 1992, cuando Clinton resultó vencedor, pues es en
tonces cuando eclosionan los cambios tecnológicos e institucionales a
que nos hem os referido anteriorm ente. Cai'ey cita el análisis de aquellas
elecciones que hizo John Chancellor en una conferencia pronunciada en
la Universidad de Columbia, en la que éste se lam entaba de que «el pe
riodism o clásico de los canales de televisión estaba declinando, sustitui
do por la interm inable cháchara de m asas de los nuevos géneros infor
mativos que abarrotan la autopista electrónica con trivialidades».16
Pero estas inquietudes acerca del papel de los medios en el proceso
dem ocrático no han sido exclusivas de Estados Unidos. Sólo unos pocos
meses después del referido artículo de Newsweek, un conocido escritor
francés, Alan Mine, publicó un libro, L’ivresse démoemtique (1995), tra
ducido poco después al español, en el que abordaba algunos de estos
mismos problemas. Se trata de un libro irregular que recoge tem as tra
tados anteriorm ente por otros autores pero que tiene el acierto de or
denarlos y divulgarlos. Mine intenta hacer un análisis de la dem ocracia
de hoy, a la que él llama «democracia de opinión», y a la que funda
m enta, con sus m ismas palabras, en «una nueva santa trinidad: el juez,
los medios y la opinión». A partir de estas bases se configura, según este
autor, un régim en esencialm ente inestable porque las instituciones son
más débiles y el mismo Derecho es incierto frente a unos medios y una
opinión cada vez más poderosa. Según Mine, se ha creado una nueva
«nomenclatura» mediática form ada por los grandes periodistas, que
acaban siendo más poderosos que los políticos. «Los directores de Le
Monde o del Fígaro —escribe— m iran a los m inistros con el distancia-
m iento de los botánicos ante algunas especies en desarrollo, m ientras
que estos últimos, en su m ayor parte, están petrificados ante ellos.» La
consecuencia o quizás la clave y la raíz de todo esto es, escribe Mine,
que «la legitimidad ha cambiado de sentido: pertenece m ás a los m edios
que a los políticos». En el inevitable cara a cara entre los políticos, sean
o no gobernantes, y los medios, Mine entiende que estos últim os tienen
más y mejores bazas. «El duelo es desigual entre el hom bre público y el
periodista [...]. Para el segundo prevalece una cuasi im punidad [...]. Para
el prim ero, por el contrario, la sanción psicológica es instantánea.» Y
concluye: «un nuevo tipo de hombre público se desarrolla: inquieto ante
el juez, angustiado por los medios, obsesionado por la opinión». M ine
no se deja prender por el pesimismo norteam ericano y considera que
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de tal modo sobre el político que éste resulta desestabilizado. Por otra
parte, la tentación de dar prioridad absoluta a la com unicación se im
pone así en la actuación del político, a pesar de que, como subraya
Wolton, «no se reconquista jam ás un capital político con operaciones de
com unicación. Los actores políticos, a pesar de sus fanfarronadas
—continúa Wolton— son en realidad los perdedores en esta situación de
hiperm ediatización [...] porque a largo plazo el público desenm ascara
bastante rápidam ente a los políticos convertidos en especialistas de la
com unicación espectáculo y no les m antiene la confianza durante m u
cho tiempo». Sin negar que puede haber un fondo de razón en lo que
dice Wolton, habría que preguntarse si no hay otros m uchos políticos
que se m antienen incom bustibles en la cresta de la ola de la populari
dad durante m ucho tiempo y gracias a un hábil manejo de las técnicas
y triquiñuelas de la com unicación y a la complicidad de ciertos medios.
Por lo que hace a los periodistas, Wolton afirm a que no acaban de
darse cuenta de que se ha producido una inversión de las relaciones
de fuerza a su favor, aunque distingue entre la «élite mediática» y la
gran m ayoría de la profesión. Creemos, en efecto, que los m iem bros de
la élite se sienten grandes protagonistas de la actualidad y, como escri
be Mine, m iran a los políticos ordinarios por encim a del hom bro y con
condescendencia, m ientras que con los grandes líderes de los partidos y
del gobierno se plantean una relación de tú a tú. Wolton señala que, con
gran frecuencia, los periodistas fracasan de un m odo bastante especta
cular, y relata la apuesta m ediática francesa a favor de Balladur frente
a Chirac, considerándolo como «el eterno perdedor». Los acontecim ien
tos vinieron a quitarles la razón pero, como tam bién subraya Wolton,
los periodistas tienen la enorm e ventaja de no estar confrontados con
ninguna sanción. «Existe, ciertam ente, la percepción crítica del público
—destaca—, pero ¡parece tan lejana! El resultado es que frente a la pro
gresiva modestia de los políticos que se han hecho más prudentes y que
son terriblemente dependientes, el m undo de la com unicación está m u
cho más seguro de sí mismo.»
El tercer vértice del «triángulo infernal» de Wolton está ocupado por
los sondeos, cuyo límite principal —señala— es que se toman como ex
presión natural de la opinión pública cuando no son más que «la res
puesta de ésta, en unas condiciones muy particulares, a una cuestión
planteada p o r quienes encargan la encuesta». «Se considera —añade—
como m edida de la opinión pública cuando no son más, en realidad, que
respuestas sesgadas a cuestiones orientadas. Los resultados, los datos de
los sondeos deberían ser completados con otros elementos, puestos en
el contexto, pero esto no se hace casi nunca y sólo quedan los porcen
tajes, las cifras, que se com entan una y otra vez como si tuvieran algún
valor mágico. De este modo los sondeos se convierten en una represen
LA DEM O CRA CIA M EDIÁTICA H
el sentido de que han copiado los usos y el estilo propios del medio «im
perialista». La cultura de la imagen ha penetrado en los usos cotidianos
de otros medios y eso se traduce no sólo en la creciente im portancia que
tienen las ilustraciones en los medios escritos, especialmente eh los más
populares, que a veces parecen telediarios transcritos al papel, sino en
el predominio del esquematismo, de la frase corta, del lead y del sum a
rio que invitan al lector a ahorrarse el esfuerzo de la lectura detallada.
En la radio, la velocidad con que se leen las informaciones, condensa-
das en frases cortas que son síntesis de la síntesis, hacen prácticam ente
imposible enterarse de qué está pasando si es que algo está pasando.
Sólo la repetición m achacona a cada hora de idénticas inform aciones
permite saber de qué va la cosa, porque a la hora siguiente logra uno re
tener el dato que irrem ediablem ente se escapó en la hora anterior. Las
ediciones inform áticas de los diarios accesibles a sectores cada vez más
amplios a través de Internet acentúan aún más ese esquem atism o y el
carácter de mosaico que tiene la inform ación que llega y de que dispo
ne actualm ente el ciudadano. Por cierto que la im portancia creciente de
Internet como gran medio informativo del futui'o, va a alterar m uchos
aspectos del actual paisaje informativo, sobre todo porque perm itirá al
ciudadano el acceso a informaciones que no aparecen en los grandes
medios. Internet puede representar, en este sentido, un desafío al esta
blishment informativo actual, pues va a perder una buena parte del con
trol de las com entes informativas de que hoy dispone. Más adelante vol
veremos sobre esta cuestión.
Nos hemos referido anteriorm ente a la inform ación-espectáculo
como una de las características que definen a la inform ación política en
la actualidad. Se trata de un rasgo tan visible y de tanto peso que segu
ram ente vale la pena insistir en ello. No se puede dejar de considerar ese
nuevo género radiofónico y televisivo que consiste en la actuación de in
teligentes profesionales del hum or (¿o de la información?) que im itan
magistralm ente a políticos relevantes produciendo diálogos o escenas
sobre problemas de actualidad que parecen extraídos de la m ism a rea
lidad por la fidelidad con que recogen el tono de voz, el vocabulario o
los gestos de los políticos. A este mismo género de program as a caballo
de la información política y del entretenimiento, pertenecen tam bién los
que utilizan muñecos, siguiendo la pauta de Spitting images, o aquellos
en los que un muñeco manejado por un ventrílocuo «entrevista» a un
político que dócilmente se somete al difícil ejercicio de no alejarse del
tono hum orístico sin dejar de aprovechar la ocasión para proyectar una
imagen positiva y, en la medida de lo posible, «dejar un mensaje». Este
tipo de program as tiene una im portancia creciente y ya no hay canal de
televisión o em isora de radio que se precie que no tenga esas caracte
rísticas. Se trata de un fenómeno poco estudiado que posiblem ente co
LA D EM O CR A C IA M ED IÁ TICA 41
Quizás sería oportuno recordar tam bién las reflexiones de Max We
ber acerca del periodista, refiriéndose, sin ninguna duda, al que utiliza
ba el periódico, único medio existente en aquel momento. Decía el gran
sociólogo alemán que «aunque producida en circunstancias m uy distin
tas, una obra periodística realm ente "buena" exige al m enos tanto es
fuerzo como cualquier otra obra intelectual, sobre todo si se piensa que
hay que realizarla aprisa, por encargo y para que surta efectos inm e
diatos». Y añadía, «como lo que se recuerda es, naturalm ente, la obra
periodística irresponsable, a causa de sus funestas consecuencias, pocas
gentes saben apreciar que la responsabilidad del periodista es m ucho
m ayor que la del sabio y que, por térm ino medio, el sentido de la res
ponsabilidad del periodista honrado en nada le cede al de cualquier otro
intelectual».38 Pronunciadas estas palabras en el invierno revolucionario
de 1919, siguen teniendo plena validez ochenta años después. La cita de
Weber tiene im portancia porque a la vez que pondera el valor del pe
riodism o bien hecho, deja constancia de la abundancia de un periodis
mo irresponsable y de sus efectos deletéreos. Porque sería un error su
poner que en el periodism o audiovisual todo es malo, m ientras que en
el escrito todo es y ha sido siempre bueno. Desgraciadamente las malas
prácticas del periodismo pueden percibirse tanto en el audiovisual como
en el escrito, pero, al mismo tiempo y por fortuna, hay buenos profe
sionales tanto en uno como en otro.
Aproximadamente por la misma época en que Weber publicaba esas
reflexiones, en España Ortega y Gasset ponía en guardia tam bién res
pecto de ese mal periodismo que, ya entonces, preocupaba a los espíri
tus más atentos. En 1915 se refería al «matonismo periodístico» y en
otro artículo publicado en 1918 escribía: «El periodista [...] opina sobre
todo lo divino y lo hum ano con una liviandad incalculable, usando de
un lenguaje que cada día se aproxim a más a los barrios bajos del dic
cionario.» Se diría que escuchaba alguna de esas tertulias radiofónicas
que se han hecho tan frecuentes siete u ocho décadas después de aque
llas reflexiones.39
veces los ciudadanos utilizan los sondeos como medio para expresar una
protesta o una am enaza al gobierno de turno, pero que después, ante la
urna, m antienen sus fidelidades previas. Explicaba así por qué en aque
lla ocasión los sondeos daban a los laboristas una ventaja media del
1,5 % y, al final, los resultados dieron a los conservadores una ventaja
del 7,6 %. Pero no vamos a hablar ahora de todas las causas de los fa
llos de los sondeos —entre las que habría que incluir el manejo inade
cuado de los porcentajes de indecisos o los cálculos erróneos de la par
ticipación—, sólo querem os subrayar el inmerecido papel central que
ocupan en el proceso político de la dem ocracia de opinión.
También Sartori ha dirigido sus críticas contra los sondeos inclu
yéndolos en lo que él denom ina el «directismo», esto es, el uso de téc
nicas propias de la dem ocracia directa en perjuicio de las de la dem o
cracia representativa. «Las opiniones recogidas en los sondeos —escri
be Sartori— son por regla general débiles; y es raro que alguna vez se
recojan opiniones profundas [...]. Sin contar las opiniones inventadas
para asuntos que se desconocen completamente.» Critica la «sondeode-
pendencia de los políticos» y concluye que «los sondeos no son un ins
trum ento del dem o-poder —un instrum ento que revela la vox populi—,
sino sobre todo una expresión del poder de los medios de com unicación
sobre el pueblo [...] que bloquea frecuentemente decisiones útiles y ne
cesarias, o bien lleva a tom ar decisiones equivocadas sostenidas por
simples "rum ores”, por opiniones débiles, deformadas, m anipuladas e
incluso desinformadas. En definitiva, por opiniones ciegas».42
7. Conclusión
m ariones que nos han llevado a la m oderna dem ocracia mediática. Es
tos cambios no han term inado y es muy posible que todavía puedan m o
dificar muy a fondo el funcionam iento de la democracia moderna. Ca
rey afirm a que el periodism o está entrando en la «era posm oderna», que
él estim a conform ada por dos tecnologías revolucionarias que son el ca
ble y el satélite. Podríam os añadir, como veremos, Internet. Estos nue
vos cambios, que todavía no han llegado a sus últim as posibilidades, es
tán afectando seriam ente a los medios clásicos, los periódicos y las ca
denas de televisión, que alcanzaron sus más altas cotas de beneficios y
de influencia en la década de los setenta. La «gran audiencia» que
crearon aquellos m edios se ha troceado en una compleja serie de au
diencias parciales. Pero, sobre todo, Internet está alterando esencial
m ente la posición y las funciones de los medios. Un especialista en es
tas cuestiones, Charles Swett, tras subrayar que «el tema de Internet
com o am enaza a los mass media establecidos se está haciendo crecien
tem ente com ún en la reciente literatura», afirma que «el acceso amplio
a la inform ación electrónica pone en peligro el papel de los medios
com o guardianes [gatekeepers] de la inform ación de la nación. El públi
co puede ahora elegir qué quiere leer y com partir con independencia sus
propias experiencias y opiniones. Puede pulsar a voluntad en los servi
cios informativos electrónicos, solicitar versiones más am plias de histo
rias inform ativas y discutir directam ente sus aspiraciones políticas o sus
pasiones culturales. Internet no sólo lleva noticias y forma com unida
des, sino que conform a valores y opinión pública sin ayuda de los guar
dianes [gatekeepers], que tradicionalm ente han decidido qué inform a
ción era im portante y cómo debía presentarse».
El m ismo Swett señala cómo la conexión on Une de los medios con
sus lectores está transform ando el modo de trabajar de las redacciones,
y pone el ejemplo de la revista Time, que se ha visto muy influida por
esta nueva técnica: en sus prim eros ocho meses de funcionam iento,
Time recibió dos millones de «visitas on line».
También se está estudiando cómo puede llegar a cam biar Internet el
funcionam iento de la dem ocracia transform ándola en una «democracia
electrónica». La cuestión de la «teledemocracia» ya se había estudiado
en el m arco de la televisión interactiva,45 pero la aparición de la «red de
redes», de las «autopistas de la información», ha dado un im pulso nue
vo a esos proyectos. Según Swett: «algunos abogados de la dem ocracia
electrónica prevén elecciones y referendos on line, en los que los votan
tes depositarían sus papeletas desde sus hogares [...]. Otros observado
res son más escépticos acerca de las posibilidades de la dem ocracia elec
trónica y temen que el proceso político quede cautivo de am ericanos de
sinform ados. Otros temen la posibilidad de control por parte de un big
brother sobre ese proceso político y que la dem ocracia electrónica sea
LA D EM O CRA CIA MEDIÁTICA 51
utilizada para m anipular a los ciudadanos tanto como para inlorm ai-
los».46
Otro au to r norteam ericano, David J. Rothkopf, ha acuñado el térm i
no «ciberpolítica», con el que quiere referirse al influjo de esas nuevas
tecnologías en la vida política. Según escribe: «En Norteamérica, Ross
Perot dem ostró la habilidad de un individuo sin ningún aparato políti
co tradicional para hacer llegar su causa al pueblo norteam ericano. Gra
cias a la explosión de Internet y de otros métodos que utilizan el orde
nador, com o el e-mail, ahora es posible para individuos o para grupos
muy pequeños form ar la clase de redes que antes sólo podían perm itir
se los partidos políticos o grandes organizaciones como los sindicatos.»
Rothkopf dice que «las viejas instituciones y jerarquías están bajo si
tio», pero tam bién ve inconvenientes en la aplicación política de estas
nuevas tecnologías ya que, afirma, «las democracias electrónicas poseen
menos controles contra los abusos de los demagogos».47
No nos hallamos, por lo tanto, en una situación estable o definitiva,
sino en el mismo vórtice de un proceso de cambio que se transform a a
una velocidad de la que nos cuesta tom ar nota. La dem ocracia m ediáti
ca es una fase más en ese interm inable proceso en virtud del cual la de
m ocracia, que es antes que nada un conjunto de principios y valores, se
adapta a las cam biantes circunstancias de la sociedad. Las tecnologías
de la inform ación, cuyo im pacto ha sido tan grande en tantos aspectos
de la vida social, no podían dejar de afectar al funcionamiento de la vida
política creando esa especial tram a de relaciones y com portam ientos en
tre instituciones, medios de com unicación y ciudadanos que llamamos
dem ocracia mediática. Los aspectos más negativos de ésta, a los que nos
hemos referido en este capítulo, no tienen por qué ser perdurables ni de
finitivos. Como en tantos otros ám bitos de la vida hum ana, si se m an
tiene la vigencia de los valores y los principios y se alim enta la voluntad
de excelencia y mejora, se puede seguir haciendo progresos y avanzar
en el perfeccionam iento. Como ya hemos apuntado, a diferencia de los
regím enes autoritarios y totalitarios, para los que la reform a equivale a
la autodestrucción, la dem ocracia tiene una inagotable capacidad de
cam bio y de adaptación. Y aunque tam bién pude corrom perse, como ya
vieron Platón y Aristóteles, tiene recursos suficientes para m antenerse
fiel a sus valores m ientras se adapta a un m undo en transform ación ace
lerada. Ése es el gran reto que debe afrontar la democracia en esta era
de la globalización, que ha roto las fronteras tradicionales y alterado en
profundidad el papel y las funciones de los Estados, que hasta ahora ha
bían sido los marcos naturales y obligados de la vida humana.
52 DEM O CRA CIA M ED IÁ TICA Y CAMPAÑAS E L E C T O R A L E S
Notas
29. J. M eyrow itz, N o S e n se o f P lace, N ueva York, O xford U niversity P ress, 1985.
30. D an iel B o o rstin , The Im a g e, 1962.
31. P a tric k C h a m p a g n e, Faire I'o p in io n . Le n o u ve a u je n p o litiq u e , P a rís, L es É d itio n s
de M in u it, 1990.
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35. A lejan d ro M uñoz-A lonso, op. c it. e n n o ta 32.
36. S a rto ri, op. c it., p. 151.
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V éase e sp e c ia lm e n te el ca p ítu lo IX, « Jo u m a liste et m ilita n t» .
38. M ax W eber, E l p o lític o y e l c ie n tífic o , A lianza, pp. 117-18.
39. Jo sé O rteg a y G asset, O b ra s c o m p le ta s, t. X, p. 333.
40. D oris G raber, «The impacL of m e d ia re se a rc h on p u b lic o p in io n stu d ies» , en
D. C h arles W h itn ey y E llen W artela (eds.), y Sven W in d alh (asoc. ed.), M a ss c o m m u n i
c a tio n s R e v ie w Y earbook, vol. 3, Sage, 1982.
41. P. C h a m p a g n e, op. cit. en n o ta 31, esp e c ia lm e n te pp. 131 y 197.
42. S a rto ri, o p . cit.
43. G io v an n i S a rto ri, «E n d efen sa de la re p re se n ta c ió n » , c o n fe re n c ia e n el C o n g re
so d e lo s D ip u tad o s, M a d rid , 1998.
44. H e rb e rt J. G ans, «W hat c a n jo u rn a lis ts actu ally d o fo r a m e ric a n d em o cracy ?» ,
P re ss/P o litic s, vol. 3, n." 4, o to ñ o 1998.
45. F. C h risto p h e r A rterton, T eledem ocracy. Can T ecnologv p r o te c t D e m o c r a c y ? , Sage,
1987.
46. C h a rles S w ett, «The R ole o f In te rn e t in In te rn a tio n a l P olitics: D e p a rtm e n t o f D e
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m a tio n A ge, W ash in g to n /L o n d res, B rassey s, 1997.
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tio n Age», J o u r n a l o f I n te rn a tio n a l A ffairs, vol. 51, n.” 2, p rim a v e ra 1998.
88 D EM O CRA CIA M ED IÁ TICA Y CAMPAÑAS E L E C T O R A L E S
1 .1 . E l c o n c e p t o m a r k e t in g
1.2. La g é n e s i s d e l m a r k e t in g p o l ít i c o
entre los que cabe destacar la aparición y el uso abundante de los son
deos, el pleno empleo de la televisión, la utilización de instrum entos to
m ados de la publicidad y la incorporación inm ediata de las nuevas tec
nologías en cuanto éstas ofrecen posibilidades de uso para facilitar el ac
ceso a los votantes.
La aparición de los sondeos, en los años treinta, y su desarrollo han
acom pañado el crecimiento cuantitativo y la heterogeneidad creciente
del cuerpo electoral.
El desarrollo de las técnicas de comunicación ha provocado trans
formaciones recientes, masivas y de fuerte resonancia psicológica: la
aparición de la televisión como medio de masas está evidentemente en
el origen del fin de las cam pañas tradicionales, la últim a de las cuales
se sitúa en 1948, con Truman, cuando la televisión em pezaba a despe
gar. La nueva estrategia de la cam paña de Eisenhower no se entiende si
no se tiene en. cuenta que en 1952 ya había televisión en el 40 % de los
hogares norteam ericanos. En Europa, los datos de Francia, en 1957,
sólo llegan al 4 %. Sin ¡a ayuda deI audiovisual hubiera sido imposible
para los candidatos confiar en las imágenes como la base del desarrollo
de una estrategia de campaña. Esa im portancia es una de las causas por
las que, cuando se habla del m arketing en política, se tiene presente,
más que sus elementos conceptuales, su instrum entalidad: la proxim i
dad con los métodos publicitarios m odernos en televisión, en concreto
el uso de spots televisivos para la prom oción de los candidatos y las
ideas políticas, y la prom oción de la imagen.
El desarrollo de la publicidad política se ha beneficiado de los avan
ces notables que se han producido en la publicidad comercial, de la
m ano de los estudios de motivación.
La aparición de nuevos medios técnicos, en particular en el cam po
de las comunicaciones, ha sido aprovechada por los expertos para po
ner en la arena de la política nuevos instrum entos al servicio de los
políticos.
Otros factores se citan tam bién como colaboradores, arinque lo son
con la reserva de si su verdadera naturaleza es la de ser efectos o cau
sas: los cambios institucionales que han ido modificando la vida políti
ca y sus necesidades (la proliferación de elecciones como consecuencia
de los procesos de descentralización o el acceso reciente de países al
cam po de las dem ocracias formales); la indiferenciación ideológica y la
aparición de los denom inados partidos «atrapatodo»; la fuerte presión
económica e ideológica em anada del m undo de los profesionales de la
publicidad y de la comunicación... El fenómeno, en definitiva, ha apor
tado modificaciones sustanciales a la comunicación política y, en con
secuencia, a la política misma. Es decir, ha conducido a cam bios cultu
rales que transform an radicalm ente el juego político.
94 D EM O CR A C IA M EDIÁTICA Y CAMPAÑAS E L E C T O R A L E S
Son aportes que se identifican con facilidad en cam pos muy diversos
cuando se adopta una perspectiva diacrónica. Acudiendo a casos sufi
cientem ente conocidos, el escritor Manuel Vázquez M ontalbán no hace
m ucho se refería a la oposición entre el im aginario guerrillero incom u
nicado, Ernesto «Che» Guevara, y el guerrillero mediático, el viceco
m andante Marcos. El cubano-argentino sería el últim o representante de
la dram aturgia de la revolución armada; el mexicano de Chiapas, el pri
m er representante de la revolución televisada. Entre ambos, treinta años
de modificación sociopolítica acelerada, y de historia de la com unica
ción política. Che Guevara, un mito hoy por causa y efecto de los
medios. El vicecom andante Marcos, un experto en el manejo del evento
publicístico al servicio de una causa política. La nueva com unicación
política ha im puesto sus reglas. ¿Hubiese actuado el Che en los años no
venta con el secretismo que lo hizo en los sesenta? La respuesta está qui
zá en el com portam iento del subcom andante Marcos, o en la diferencia
entre un Churchill teléfobo y una M argaret Thatcher o un Tony Blair
m aestros en telegenia.
Esas transform aciones han influido también en patrones culturales
relacionados con los hábitos y las prácticas mediáticas. La propia m a
nera de tratar los m ensajes políticos por medio de spots ha contagiado
otros campos. John Dancy, en la revista Press/Poli tics, denunciaba en
1997 el cambio que se ha producido en las prácticas inform ativas de las
grandes cadenas como la ABC, la NBC y la CBS, las fuentes prim arias
de la inform ación para m uchos norteam ericanos. Dancy detectaba «una
degradación de los estándares y temas del periodismo», producida por
la búsqueda de la m ayor audiencia y beneficios económicos. Se aban
dona cualquier intento serio de tratar los asuntos im portantes que afec
tan al país por medio de docum entales de larga duración, que en una
época fueron el prim er vehículo que usaban las cadenas para presentar
esos asuntos. Prim an ahora los news magazine shows, inspirados más en
la estética de los vídeos musicales que en las características del repor
taje tradicional. Y ello vale tanto para el contenido como para la reali
zación técnica, que debe tener en cuenta ahora unas necesidades de la
realización televisiva en donde im pera el eslogan transm isor de la idea
fuerza y la necesidad de hacer com prender un mensaje en veinte se
gundos.7
2 .1 . La c o m u n ic a c ió n p o l ít i c a e n Internet
2.2. L u c es y so m b r a s e n e l u so p o l ít ic o fL L f
DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
m iento entre los que ponen en guardia a la dem ocracia contra el «de-
term inism o tecnológico»17 y los que hablan sim plemente de «sobrea
bundancia de elección», en la línea de Alan Toffler, está aún presente en
nuestros días. Para los prim eros, la tecnificación creciente provoca la
degeneración de «la com unicación de carne y sangre» en «comunicación
por intercam bio de signos», en expresión de Braudillard. La ideología
m ercática es considerada com o una forma de ideología «maquinista».
Se denuncia sobre todo el riesgo de som eter a la com unicación política
a la tecnología y al logos mercático. El m arketing político deberá defen
derse así tam bién, por su dim ensión tecnológica, de ser el causante de
conducir a la agonía a una com unicación política que, según él, sólo
pretende modernizar.
cionar una com prensión clara de cómo los votantes hacen su elección,
y pone al servicio de aquéllos un sutil y rico vocabulario de lenguaje per
suasivo y una am plia batería de símbolos motivadores.» Esa informa
ción así elaborada sirvió de base para un plan de campaña, un «libro
negro» de 176 páginas que ha sido considerado por Theodore White
«uno de los más im portantes docum entos políticos de nuestro tiem
po».19
El PINS, soportado por un equipam iento informático de la Universi
dad Brigham Young, de Utah, contaba con estos cinco elementos: datos
de los sondeos, bancos de datos demográficos, el histórico de datos so
bre patrones de com portam iento electoral, la valoración de la campaña
electoral propia en cada estado y el juicio subjetivo de los expertos con
sultados, elemento de «control» de los otros cuatro elementos del PINS.
La inform ación principal eran los datos de sondeos sobre votos de
Reagan, C árter y Anderson en cada estado y a nivel nacional, a cargo del
DMI (Decisión Making Inform ation), la empresa de Wirthlin, con m ues
tras de 1.500 casos para ám bito nacional y de 600 para ám bito estatal,
realizados telefónicamente, por la noche, con operadores preparados
que hacían hasta 40 preguntas en otros tantos m inutos. La m uestra, al
final de la cam paña, se aum entó a 3.000 casos. A veces se utilizaban téc
nicas de panel. El program a preveía ajustes matem áticos para asegu
rarse la conexión lógica entre los diferentes sondeos.
Como segunda fuente de información, necesaria a la hora de evaluar
los datos de los diferentes sondeos, y para su preparación, se contó con
los bancos de datos demográficos, muy completos, que ya existían en los
ordenadores de la em presa de Wirthlin.
Otro elemento de consideración lo constituyeron los patrones de
com portam iento electora] de los estados y condados: el histórico de da
tos. Por ejemplo, el caso del sur de Ohio, en donde Cárter había obte
nido resultados mucho mejores que cualquier otro candidato dem ócra
ta. Si bajaba la intención de voto hacia Cárter, ello cabía interpretarse
como una buena noticia para Reagan.
Como un factor de obligado control se consideraron las valoraciones
de la fuerza de la cam paña electoral republicana en cada estado.
A todo ello se añadía el juicio subjetivo que hacía un grupo de ex
pertos sobre lo que estaba ocurriendo en la nación y en cada estado in
dividualmente. La utilidad, como un elemento de «control» de los otros
cuatro elementos del PINS, era obvia.
De acuerdo con la filosofía que guiaba la acción de Wirthlin, las elec
ciones las gana al final el político, el presidente, aunque el auxilio, eso
sí, puede resultar determ inante si perm ite tom ar decisiones correctas.
«Dependía del conjunto finam ente integrado de miles de variables me-
dibles... todas ellas apuntando a la misma dirección: los 270 votos... Y
100 DEM O CRA CIA M ED IÁ TICA Y CAMPAÑAS E L E C T O R A L E S
la única forma de arm onizar todos estos factores era con la ayuda de un
sistema informático.»20
En el caso descrito estamos ante la utilización de sondeos confiden
ciales, realizados con m uestras técnicam ente precisas, con una periodi
cidad casi diaria. Pero existe otro uso político, que, al mismo tiempo que
un reflejo de la orientación m arketing que ha tomado la política, se ex
tiende más directam ente al campo de la confrontación política. El son
deo no sólo orienta la acción de los políticos sino que puede convertir
se en un instrum ento de m anipulación al servicio de estrategias políti
cas tan evidentes como inconfesables.21 Hasta tal punto que Pierre
Bourdieu no duda en acusar directam ente a los institutos de sondeos de
librarse a una especie de ejercicio ilegal de la ciencia para servir al in
terés político de los grupos de presión, y preocuparse más de fabricar
«artefactos» que de m edir de verdad la opinión pública.22
Fruto de esa situación es la excepcional proliferación de encuestas.
En los Estados Unidos, durante la cam paña de 1992, una estim ación
grosso modo sugiere, según los últim os análisis, citados por David Wea-
ver, que se realizaron entre 5.000 y 10.000 encuestas de opinión.23 Es el
tiempo de la «sondeitis», un fenómeno que, en Europa, afecta sobre
todo a Francia, y que se ha extendido y contagiado a campos conexos,
como el de la información periodística, que usa cada vez con m ás fre
cuencia las encuestas para crear seudoeventos: en 1973 las revistas nor
team ericanas de m ayor tirada —Time, Newsweek y U.S. News and World
Report— presentaban el 15 % de los reportajes de portada basados en la
realización de sondeos. Veinte años después, en 1993, ese porcentaje ha
subido al 46 %.24
4.1. La p o l ít ic a m e n tira
4 .2 . H a c e r p o l í t i c a a l a a m e r ic a n a
4 .3 . ¿U na b u e n a r e l a c ió n c o s t e - b e n e f i c i o ?
4 .4 . La r e g u l a c ió n c o n t r a l a s b a r r e r a s e c o n ó m ic a s
y o t r a s d e s v ia c io n e s
Notas