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Reseña de Cometierra

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Cada cierto tiempo sucede que una primera novela, firmada por alguien cuyo nombre
no le suena a casi nadie y promocionada con los limitados recursos de la pequeña
editorial que la ha publicado, comienza poco a poco a circular, a ser leída y
recomendada a través de las redes sociales y del boca a boca, hasta que de pronto,
cuando los lectores y el resto del mundillo editorial se quieren dar cuenta, esa primera
novela se ha convertido en el libro del que habla todo el mundo, el libro que hay que
leer.

Esa es una historia recurrente, y una de sus últimas versiones se dio en Argentina con
la novela Cometierra, de Dolores Reyes, publicada en mayo de 2019 por la editorial
Sigilo, de Buenos Aires. Narra en primera persona la historia de la Cometierra –así la
llama la gente–, una chica de un barrio pobre que tiene una especie de superpoder:
tragar tierra le permite saber qué ha sido de ciertas personas, personas que hayan
estado en contacto con esa tierra. O qué ha sido de sus cuerpos, porque quienes
acuden a ella en busca de ayuda son, por lo general, familiares de personas que han
desaparecido; que casi siempre son mujeres; que casi siempre han sido asesinadas.

He ahí una de las claves del éxito de Cometierra, una de las claves por las que, en un
año y medio, ya agotó varias ediciones y se ha publicado o se publicará en casi una
decena de otros idiomas: pone el dedo en la llaga de los feminicidios, uno de los
males más lacerantes del mundo en que vivimos. Desde el primer momento, nada
más publicada la novela, “las devoluciones de lectura fueron muy fuertes, muy
conmovedoras”, cuenta Reyes. Eran mensajes provenientes de “muchas chicas que
habían sufrido violencia de género, muchas chicas que eran hijas de mamás
asesinadas por feminicidas, mucha lectura conmovida, realmente sentida,
emocionada. Son unas devoluciones muy hermosas y duras a la vez”.

Dolores Reyes nació en Buenos Aires en 1978 y siempre vivió en el conurbano, esa
inmensa área metropolitana que rodea a la ciudad y que a veces parece un país
aparte. Allí, en un 1% de la superficie total del país, viven 11 millones de personas:
una cuarta parte de la población. Un territorio con muchas desigualdades, con vastas
regiones sumidas en la pobreza, un caldo de cultivo para la violencia y la
marginalidad. Un lugar simbólico, además, con su propio universo, sus códigos, sus
supersticiones. En ese espacio se ambienta Cometierra.

García Márquez explicaba que, de algún modo, su realismo mágico era fruto de la
naturalidad con que la gente de Aracataca –su pueblo natal, en el Caribe colombiano–
asumía los acontecimientos más curiosos y extraordinarios. En Cometierra, Reyes
hace algo parecido: dado que en el imaginario del conurbano los videntes, brujos y
curanderos son una presencia habitual, la existencia de una chica que puede ver más
allá de hasta donde le dan los ojos, que puede acceder a la sabiduría de la tierra,
forma parte del horizonte de posibilidades.

Y más allá de que Cometierra se puede leer en clave policial (fue finalista del premio
Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela de género negro en español, que
se entrega en la Semana Negra de Gijón), es, sobre todo, una novela de aprendizaje.
La historia de una adolescente que acaba de perder a su madre –la escena inicial es
la de su entierro, tan pobre que no alcanza ni para el ataúd–, que tiene que aprender
a vivir sola con su hermano y comprender que “el mundo debe ser más grande de lo
que siempre había creído para que pudiera desaparecer tanta gente”.
 

Reyes estudió letras clásicas en la Universidad de Buenos Aires y ahora trabaja como
docente de literatura. Que en su primera novela asomen como temas la pobreza y la
violencia contra las mujeres no tiene nada que ver con el oportunismo: su militancia
en la izquierda y en el feminismo data de comienzos de la década de 1990, cuando
ella misma era una adolescente, cuando tenía la edad de la protagonista de su
novela.

Tiene siete hijos: cuatro chicas y tres chicos de entre 9 y 25 años. Y aunque las
cuestiones de la vida personal de los autores a quienes leemos deberían importarnos
poco o nada, me parece que vale la pena destacar esta particularidad por dos
motivos. El primero, la forma en que nos obliga a quienes no tenemos hijos a buscar
pretextos nuevos para cuando no logremos escribir: ante su ejemplo, excusas típicas
como “no tengo tiempo” o “estoy cansado” carecen de legitimidad.

El segundo motivo, más en serio, es que el dato también ayuda a retratar el mundo en
el que se forja su obra. “En el cordón urbano donde vivo el embarazo adolescente es
muy común”, explicó Reyes en una entrevista. Tener muchos hijos “en los barrios
periféricos sigue siendo habitual –añadió–. La mamá del mejor amigo de mi hijo
Valentín también es madre de siete”.

La pulsión por la escritura la llevó a participar en diversos talleres literarios. Estaba en


una reunión del taller coordinado por Selva Almada y Julián López cuando uno de sus
compañeros leyó un texto breve que incluía la expresión “tierra de cementerio”. Para
Reyes fue una especie de revelación. “Cuando escuché eso –contó– vi a una nena
sentada en la tierra de un cementerio, de espaldas, con el pelo largo llovido, que
levantaba tierra y empezaba a comer. Fue tan fuerte que después quise poner eso en
palabras”. Ese fue el germen de su novela, el punto de partida.

Los propios Almada y López sugirieron la publicación de Cometierra a Sigilo en 2017.


“La leímos y nos encantó –revela el editor Maxi Papandrea–. Comenzamos con
Dolores un trabajo de edición que llevó más de un año, en el que también participó la
escritora Vera Giaconi, que fue fundamental en el proceso”. Tan entusiasmados con la
novela estaban Papandrea y su socio Adam Blumenthal (responsable de la sede
española de la editorial) que hablaron de ella en cuanta feria internacional les dio la
oportunidad. Así fue como, incluso antes de su publicación, la novela ya había sido
comercializada en otros países e idiomas. En estos momentos, lleva unos 20 mil
ejemplares vendidos, una cifra muy alta para una primera novela de una editorial
independiente. Ya se publicó en inglés, francés, italiano y polaco, y están en proceso
las traducciones al alemán, turco, sueco, griego y noruego. En castellano, el libro está
en las librerías de México, Argentina, España, Colombia y Estados Unidos.

“Cometierra cambió absolutamente todo en mi vida”, me dice Dolores Reyes. “Una


publica una primera novela y cree que la van a leer sus amigos y un par de personas
más. Pero esto fue vertiginoso. Cambió nuestra vida, porque vivo con mis hijos y ellos
también sintieron el cambio. Esto que yo hacía robando tiempo de otras actividades,
como podía, empezó a ser mi trabajo principal. Es muy demandante pero también
muy lindo, algo que me gusta mucho”.

Después de una primera obra con tanta repercusión, ¿cómo seguir? Reyes ahora
trabaja en dos proyectos en paralelo. Por un lado, un libro de cuentos, que está
bastante avanzado. Por el otro, lo que será sin duda un acontecimiento esperadísimo:
una segunda novela, la continuación de Cometierra. “Me pone muy feliz lo que está
saliendo, lo que se está armando”, se ilusiona. De ambos proyectos destaca el mucho
trabajo que le demandan. Los cuentos le exigen entre ocho meses y un año. La
novela, más. “Cometierra es una novela breve pero con muchísimo trabajo. Y la
segunda parte lo tendrá también”.

Cuando le pregunto si le genera algún miedo o preocupación la posibilidad de quedar


demasiado “pegada” a Cometierra, ella se ríe: “No me preocupa para nada. Al
contrario, es algo que me da muchísimo orgullo”. Y luego enfatiza la “absoluta
libertad” de la que disfruta. “Me gusta la experimentación, la búsqueda. La literatura es
un mundo tan variado que tenés la posibilidad de hacer absolutamente todo ahí
adentro. En ningún lugar sos más libre que a la hora de escribir”.

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