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¿Qué Es El Anarquismo? Federica Montseny

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¿Qué es el Anarquismo?

Federica Montseny

1974
Índice general
Breve introducción al tema . . . . . . . 3
Origen y desarrollo del anarquismo . . 7
El anarquismo en España . . . . . . . . 21
El anarquismo entre la Revolución Ru-
sa de 1917 y la Revolución Es-
pañola de 1936 . . . . . . . . . 37
El anarquismo, desde la Revolución
Española hasta nuestros días . . 60
El anarquismo, definido por sus teóri-
cos y los acuerdos de sus con-
gresos . . . . . . . . . . . . . . 71
Moción-estudio . . . . . . . . . . . . . 75
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . 93

2
Breve introducción al tema
La Enciclopedia Quillet, en una de sus ediciones, de-
fine así al anarquismo: «Sistema político y filosófico,
basado en el ideal de una sociedad sin gobierno».
La palabra anarquía deriva del griego AN —no— y
ARKIA — gobierno. Sin embargo, de una manera deli-
berada, se ha generalizado otra acepción del vocablo.
Anarquía es hoy sinónimo de desorden, de caos. Anár-
quico es interpretado como algo desordenado, caótico.
El anarquismo jamás es definido como «ideal de
una sociedad sin gobierno», sino como un movimiento
compuesto por individuos violentos, propensos a uti-
lizar, en todo momento, del terror, de la intimidación
para imponerse en la sociedad y para entablar la lu-
cha con sus adversarios. El anarquismo ha sido difa-
mado, deformado y calumniado con igual unanimidad
por conservadores y por comunistas.
No obstante, nadie puede negar las bases científi-
cas y filosóficas del anarquismo. Sus teóricos más emi-
nentes han sido hombres de ciencia como el príncipe
Pedro Kropotkin, el geógrafo Eliseo Reclus, el econo-
mista Dómela Nievehuis, el pensador Rudolf Rocker,
el historiador Max Nettlau.

3
El estudio de las sociedades primitivas y de la evo-
lución de la especie, llevó a Kropotkin y a Reclus a la
conclusión de los efectos nocivos del. Estado, que en
lugar de ejercer función de árbitro y regulador de las
relaciones sociales, se convirtió universalmente y a lo
largo de sus múltiples transformaciones, en defensor
de los intereses creados por los que lo detentaban y
por los que habían confiscado los bienes de la colec-
tividad en beneficio propio. Es decir, lo que lanzaran
como grandes líneas políticas y filosóficas Proudhon y
Bakunin, lo iluminaron con la luz de sus estudios y de
su experiencia científica los hombres que continuaron
y ampliaron su obra.
El anarquismo es, pues, una doctrina social basada
en la libertad del hombre, en el pacto o libre acuerdo
de éste con sus semejantes y en la organización de una
sociedad en la que no deben existir clases ni intere-
ses privados, ni leyes coercitivas de ninguna especie.
El hombre, movido por sus dos instintos paralelos, el
egoísmo y el altruismo, que con él nacen y en él viven,
sin imposiciones ni educaciones destinadas a dominar-
lo y a malearlo, sabrá, por egoísmo, ponerse de acuer-
do con los demás hombres, para facilitar su trabajo, su
defensa y el medio en que debe desenvolverse, y, por

4
altruismo, sabrá aportar su apoyo solidario a los más
débiles y desvalidos.
Sin caer en el infantilismo roussoniano, el anarquis-
mo ha creído en el hombre y ha considerado que si
se producían anormalidades fisiológicas, determina-
das por la herencia o por malformaciones congenitales,
la ciencia, la medicina estaban ahí para curarlo, para
remediarlas.
Un pensador anarquista argentino, Rafael Barret, de-
finió con estas palabras profundas la posición de los
anarquistas en este sentido: «La maldad es cosa de en-
fermos». Un hombre normalmente constituido, en po-
sesión de todas sus facultades, sano, libre, con todos
los medios a su alcance para vivir feliz, no será malo y
buscará la sociedad de sus semejantes, ya que el hom-
bre, como especie, es sociable, necesita la compañía de
los demás hombres para desarrollarse y vivir armonio-
samente.
Para el anarquismo, sin embargo, la sociedad no
puede ser y no debe ser sinónimo de esclavitud, de uni-
formidad ni de promiscuidad. Los derechos del indivi-
duo a la soledad, si así lo desea, al trabajo solitario, si
sus inclinaciones a ello le llevan, son siempre reconoci-
dos. La base del anarquismo es el hombre, sus derechos
inalienables, el pacto libre con los demás hombres y la

5
organización de una sociedad donde esos derechos es-
tén garantizados por el conjunto armonioso de todos
los hombres reunidos.
Pi y Margall, que, sin ser específicamente anarquis-
ta, tantas ideas libertarias expresara en su obra, defi-
nió muy bien los límites únicos que tiene el ejercicio
de la libertad individual, tal como la conciben los anar-
quistas: «La libertad de uno termina donde empieza la
libertad de otro».
A lo largo de este opúsculo iremos exponiendo
las diversas fórmulas prácticas de organización social,
ideadas por los anarquistas y expuestas, sea en escritos
redactados por sus teóricos, sea en acuerdos tomados
en los diversos Congresos en que el tema de la organi-
zación de la vida en una sociedad liberada del Estado
pensaron los anarquistas.
Porque, contra lo que piensa el vulgo mal informado,
nadie se preocupó tanto de los aspectos prácticos de la
organización del mundo, después de la revolución so-
cial que debería terminar con la existencia del Estado
y establecer las líneas generales de la sociedad futura,
como los anarquistas. Los teóricos marxistas, atrinche-
rados en la teoría del Estado en manos de la clase traba-
jadora o de las minorías dirigentes, rara vez abordaron

6
el tema. Nosotros no sólo lo abordamos, sino que nos
esforzamos en resolverlo, como se verá más adelante.

Origen y desarrollo del anarquismo


Es evidente que la teoría anarquista no surgió de
una pieza, armada y presta a formularse, de una sola
cabeza. Hasta llegar a la formulación de un Godwin, de
un Proudhon, a la tesis polémica de un Bakunin, pasó
por, un largo período de maduración que se extiende
desde los filósofos griegos, el pensamiento chino de
Lao Tsé hasta nuestros días, pasando por la Edad Me-
dia, el Siglo de Oro español, el Renacimiento italiano,
la Revolución francesa, sin olvidar las agitaciones so-
ciales del siglo XIX en Rusia, Italia, España, Francia,
Alemania y la aportación de los economistas ingleses.
Sócrates, Heráclito, Demócrito, Epicuro, Epicteto,
Diógenes, Platón, Aristóteles, en el conjunto de su con-
cepción filosófica aparecen ideas sobre el hombre, la vi-
da, las pasiones, la sociedad, en las que hay atisbos de
crítica común a lo que más tarde debía ser pensamien-
to anarquista. En los primeros apóstoles del cristianis-
mo, así como en Jesús, tal como nos lo muestran los
pensadores que lo han estudiado como revolucionario
y como hombre, las formulaciones aparecen aún más

7
claras. En la propia Edad Media, calificada como pe-
ríodo de máximo oscurantismo, fueron numerosos los
pensadores que expusieron teorías audaces, demoledo-
ras, socialmente hablando. En nuestro Siglo de Oro, el
pensamiento ya se afina y se perfila. Baste sólo recor-
dar el Discurso a los pastores del inmortal Cervantes.
Rabelais, Montaigne, Restif de la Bretonne, aporta-
ron ya ideas concretas. El «Haz lo que quieras» rabe-
laisiano, inscrito en el pórtico de la abadía de Theléme,
es todo un poema y todo un programa.
En las Utopías aparecidas por esa época —«La Ciu-
dad del Sol», de Campanella y la «Utopía», de Tomás
Moro— por el contrario, la obsesión autoritaria apare-
ce muy presente. Pero, en cambio, en obras literarias
del Renacimiento italiano, y sobre todo en las perso-
nas y el pensamiento de algunos de sus hombres —
Vanini, Leonardo de Vinci, Giordano Bruno, Miguel
Servet, Luis Vives, San Juan de la Cruz, por no citar
más que algunos— se muestran las aspiraciones a la li-
bertad, la concepción de un hombre en plena posesión
de sus derechos individuales y deseando la justicia, la
igualdad, la fraternidad sobre la tierra.
Pero es en el siglo XVIII, antes y durante la Revolu-
ción francesa, como las ideas más definidamente liber-
tarias florecen y se manifiestan. Los llamados enciclo-

8
pedistas y los hombres que prepararon en las concien-
cias la Revolución, llevaban ya en ellos las fórmulas
que más tarde expresaran con mayor coordinación y
fuerza, Proudhon en Francia, Pi y Margall en España.
La aparición del famoso libro de Godwin «Investiga-
ción sobre la justicia política» y de la primera Declara-
ción de los Derechos del Hombre de Paine, son ya con-
siderados formando parte de los clásicos del anarquis-
mo. En ellos, y en Coeurderoy, Rousseau, La Boetie,
Bellegarrigue y Dejacques,1 encontraron Proudhon y
Bakunin principios y críticas por ellos ampliados y pro-
fundizados.
En los años II, III y IV de la Revolución francesa,
cuando se escribe y se pronuncia por primera vez la pa-
labra «anarquistas», como sinónimo de hombres con
un pensamiento social y político revolucionario. El
grupo de Los Iguales, Babeuf y sus amigos, fueron ca-
lificados de «anarquistas». Hubo incluso un joven ba-
rón alemán, Clotz, subyugado por los principios de li-
bertad, igualdad y fraternidad de la Revolución, que los
hizo suyos y que transformó su nombre patronímico
convirtiéndolo en Anarchasis.

1
«La Anarquía a través de los Tiempos», de Max Nettlau.
Ediciones Vértice. Méjico, 1972.

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No es posible tampoco pasar sin citar la aportación
al anarquismo de los individualistas americanos, sobre
todo de Thoreau, Mackay, Tucker y Warren, que tanto
contribuyeron a la evolución de la literatura y del pen-
samiento americano. No hay que olvidar que en un mo-
mento dado, hasta políticos como Jefferson, sintieron
simpatía por el anarquismo. Ello explica el auge obte-
nido en Estados Unidos por el Movimiento Libertario,
que llevó a la burguesía americana a buscar el pretex-
to para destruir la serie de organizaciones de grupos
y de periódicos que existían en U. S. A. en los años
1880. El pretexto fue la huelga en la fábrica MacCor-
mick de Chicago, la bomba arrojada contra la policía,
obra probablemente de un agente provocador, el arres-
to y condena a muerte de los mártires de Chicago que
dio origen al 1.°de Mayo en 1886.
Figura señera del movimiento y de la literatura anar-
quista americana fue una mujer, muerta desgraciada-
mente muy pronto, Voltaire de Cleyre, hija de emigra-
dos franceses y cuyo aporte como escritora y como
poetisa es inestimable.
En otro capítulo de este estudio, al tratar del anar-
quismo internacional desde la Revolución rusa de 1917
a la Revolución española de 1936, hablaremos de otra
mujer excepcional, Emma Goldmann. Aunque de ori-

10
gen ruso, la mayor parte de la vida de Emma Gold-
mann y del que fue su compañero, Alejandro Berkman,
transcurrió en Norteamérica.
En Estados Unidos, como obra extraordinaria y per-
durable, se citará siempre lo que fueron las joyas tipo-
gráficas, realizadas por un hombre que editó con amor
y arte exquisito diferentes obras maestras de la litera-
tura libertaria universal y singularmente de Thoreau,
Kropotkin, Reclus y Voltairine de Cleyre: Joseph Ishill,
fundador de la célebre colección «Prensa de la Oropén-
dola». Nettlau lo admiraba profundamente y a la obra
de Ishill dedicó un escrito.
Tampoco puede desdeñarse la aportación de los in-
dividualistas alemanes como Max Stirner, Nietzsche.
Del primero citemos «El Único y su Propietario» y del
segundo «El Anticristo», «Así hablaba Zarathustra»,
«Genealogía de la Moral», «La Gaya Ciencia», etc., que
tanta influencia tuvieron entre la juventud de fines del
siglo XIX y principios del XX. Pero sería injusto olvi-
dar lo que aportaron a las ideas libertarias, la obra y
la acción de hombres como Juan Most, Gustavo Lan-
dauer, Rudolf Rocker, Max Nettlau, el austríaco Pierre
Ramus y Fritz Kater, primer secretario de la Asocia-
ción Internacional de los Trabajadores, fiel a la línea
bakuniniana, reconstruida en Berlín en 1922 y que pe-

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se a los múltiples avatares y persecuciones sufridas por
las sindicales que la integran en los diversos países, la
mayor parte caídos bajo regímenes de dictadura, aún
existe.
Inglaterra fue, como Suiza, lugar de refugio, a últi-
mos del siglo XIX, de perseguidos políticos. Allí fueron
a parar Malatesta huyendo de Italia, Kropotkin, expul-
sado de Suiza y de Francia, Fernando Tarrida del Már-
mol, ingeniero y anarquista español, expulsado de Es-
paña. Todos estos hombres aportaron al movimiento
anarquista inglés y a la cultura británica en general
contribuciones valiosas. Buena parte de la producción
literaria de Kropotkin, así como Tarrida del Mármol,
apareció en la famosa «Nineteenth Century», la céle-
bre revista científica que fue exponente de las más au-
daces teorías.
Pero cabe recordar que Godwin y su «Investigación
sobre la justicia política» están en los orígenes del
anarquismo; que Darwin, con su teoría de la evolución
de las especies, y Herbert Spencer, con su «El Hombre
contra el Estado», sin ser anarquistas, verificaron y die-
ron base a numerosas afirmaciones libertarias. Es en
inglés donde se editó, por primera vez, lo que conside-
ramos obra fundamental de Kropotkin, «Ética: Origen
y evolución de la moral».

12
Sin calificarse específicamente de anarquistas, hubo
hombres, como el poeta Shefley, primero, y el escritor
William Morris, después, que expusieron ideas comple-
tamente libertarias y que nosotros consideramos como
poetas y pensadores tan estrechamente emparentados
con el anarquismo como lo fue Guyau en Francia. Tam-
poco es posible desdeñar el aporte de los economistas,
como Stuart Mili y Henry James, entre muchos otros,
cuya crítica y cuyo análisis fueron importantes y sir-
vieron de base a mucha argumentación libertaria.
En el terreno que nos es propio, la obra realizada por
la revista «Freedom» llena varios años de actividades
del movimiento libertario en Gran Bretaña.
En Bélgica, durante un período agitado de luchas po-
líticas en Francia y en Alemania, se reencontraron allí
también muchos hombres perseguidos por los gobier-
nos de los países en que nacieron o que, por oposición
a los regímenes allí establecidos, en Bruselas buscaron
asilo. Aparte el más conocido e ilustre de estos emigra-
dos, Víctor Hugo, no hay que olvidar la parte activa
que tuvo en la creación y funcionamiento de la llama-
da Universidad Libre de Bruselas, nuestro compañero
Elíseo Reclus, profesor en ella.
Naturales de Bélgica y figuras destacadas e insignes,
cabe citar los nombres del filósofo Paul Gille, autor de

13
«La gran metamorfosis» y del publicista Ernestan, cu-
yos escritos, de una limpidez y una elegancia de estilo
inimitables, continúan siendo de actualidad permanen-
te.
Más cerca de nosotros, tampoco es desdeñable la
obra realizada por Hem Day y sus cuadernos «Pensa-
miento y acción».
En Holanda, una figura lo domina todo y ella sola
basta para que el nombre de los Países Bajos ocupe lu-
gar predilecto en este pequeño recuento de figuras li-
bertarias: el de Dómela Niewenhuis, uno de los pocos
anarquistas que posee un monumento público. La esta-
tua de Dómela domina el puerto de Amsterdam y dice
el grado de influencia y el enorme prestigio adquirido
por este hombre, uno de los mejores y más profundos
pensadores anarquistas.
Bakunin tuvo en Holanda amigos fieles, que le ayu-
daron en su combate, como César de Paepe, que apoyó
la actitud de su compañero en sus luchas contra Marx,
que no vaciló en calificar a Miguel Bakunin de «agen-
te del zarismo». Tal infamia ha sido recogida por dis-
cípulos de Marx, cuando de atacar y de difamar a los
anarquistas se ha tratado.
En Rusia el nihilismo fue poco a poco adquiriendo
fisonomía ideológica. Primero fue un movimiento de

14
protesta y de acción contra los abusos y atrocidades
del zarismo.
Por ejemplo, los llamados diciembristas no tenían
características ideológicas muy definidas. Estaban mo-
vidos por un espíritu de justicia y por la vaga influen-
cia del hegelianismo, pero aún no habían llegado a con-
clusión alguna. En ese ambiente de agitación casi mís-
tica se forjó el joven Bakunin y, con él, los primeros
socialistas revolucionarios que, más tarde, se definie-
ron como anarquistas.
Fue asimismo en ese clima de luchas, de persecucio-
nes, de sacrificios y de actos individuales desespera-
dos, como se formaron, surgieron e irradiaron hacia
el mundo, el anarquismo científico del príncipe Pedro
Kropotkin y el anarquismo cristiano del conde León
Tolstoy.
Hay países en donde las ideas libertarias adquirie-
ron más rápidamente influencia y difusión. En Fran-
cia, después de La Commune, se produjo un período de
enorme actividad anarquista. Figuras como la de Luisa
Michel, Sebastián Faure, Carlos Malato, Juan Grave y
tantos otros que sucedieron a los Reclus y demás pen-
sadores que, a su vez, habían ampliado y definido el
pensamiento proudhoniano, crearon periódicos, revis-
tas y, unidos a los obreros sindicalistas revolucionarios

15
como Pataud, Pouget, Pelloutier, Grifuelhes, etc., cons-
tituyeron en 1905 la C. G. T.
Señalemos, para ilustración de los lectores, que de
ese período del anarquismo en Francia, extraordinaria-
mente rico, en el que florecieron numerosas revistas,
como «Le Temps Nouveaux», fundada por Kropotkin
y continuada por Grave y en que nació «Le Libertaire»,
fundado por Luisa Michel y Sebastián Faure, la histo-
ria general apenas hace referencia. Lo que de él retiene,
son los nombres de los que realizaron actos de terror,
movidos por la desesperación y guiados por las reac-
ciones de sus temperamentos. Se cita a Vaillant, a Emi-
lio Henry, a Ravachol, pero no se habla de Reclus, de
Kropotkin, de Jean-Marie Guyau, estrechamente em-
parentados con el anarquismo y tantos otros.
Se citan los actos de Ravachol, pero no se dice que
en aquellos tiempos aparecieron obras fundamentales
como «El Hombre y la Tierra» y la «Geografía Univer-
sal» de los hermanos Reclus, «La Conquista del Pan»,
«El Apoyo Mutuo», «Campos, fábricas y talleres» de
Kropotkin, «Ensayo sobre una moral sin obligación ni
sanción», «La irreligión del porvenir», «El Arte desde
el punto de vista sociológico», de Guyau, «La sociedad
moribunda y la anarquía», de Grave, «El dolor univer-
sal» de S. Faure. Y paramos la lista, que se haría inter-

16
minable. Siempre se ha procurado desfigurar al anar-
quismo y destacar sólo de él los aspectos de violencia
o de ilegalismo. Así también, de los años que precedie-
ron a la primera guerra mundial, al tratarse del anar-
quismo en Francia, no se cita más que la «banda Bon-
not». Para nada se habla de las actividades culturales,
sociológicas y sindicales de los anarquistas, como he-
mos dicho antes, primeros y auténticos creadores de
la C. G. T. y del sindicalismo revolucionario.
En Italia, al producirse la división de la Primera In-
ternacional —una parte siguiendo el pensamiento polí-
tico de Carlos Marx, partidario de la acción múltiple y
de la intervención parlamentaria, y otra— la posición
de Miguel Bakunin, partidario de la acción directa y re-
volucionaria contra el Capitalismo y el Estado, sin ad-
mitir la actuación política y mucho menos parlamen-
taria, convencido de que los socialistas que interven-
drían en ella serían fatalmente absorbidos por el Es-
tado al servicio de las clases dirigentes y poseedoras
en Italia, repetimos, el movimiento anarquista adqui-
rió inusitado auge e influencia. Justo es decir que en
Italia surgieron figuras magníficas de pensadores y de
revolucionarios, pertenecientes a todas las clases so-
ciales, desde el aristocrático Duque de Pisacane, pro-
tector de Bakunin al que tanto ayudó financieramente,

17
hasta el humilde obrero electricista Enrique Malates-
ta, pasando por grandes abogados como Pedro Gori y
hombres de acción y de pensamiento como Giovanni
Bovio, Cafíero y Merlino.
La realidad es que en Italia ha existido siempre un
movimiento anarquista prestigioso y respetado, has-
ta por Mussolini, que tuvo a gala conservar en vida
y en libertad vigilada a Malatesta, considerando que
con ese gesto se honraba al fascismo, que respetaba a
la figura más prestigiosa de un ideal que nunca cesó de
inspirar simpatía a los italianos. Por eso, al producirse
en 1945 la caída del fascismo resurgió con fuerza en Ita-
lia el movimiento libertario, aunque tradicionalmente
muy influenciado por el individualismo.
En España a donde había acudido a aportar su con-
curso a la revolución de 1936, murió a manos de los
agentes rusos, en mayo de 1937, el pensador e histo-
riador Camilo Berneri. Diseminados por el mundo, so-
bre todo en América latina, actuaron y vivieron gran-
des figuras del pensamiento anarquista italiano como
Luigi Fabbri, Hugo Treni, Armando Borghi, Virgilia
d’Andrea y muchos otros.
Durante todo el siglo XIX y parte del XX, Suiza fue
uno de los centros de reunión internacional al de los
anarquistas. Los rusos, perseguidos, allí iban a parar.

18
Allí murió Bakunin. Y cuando se produjo la división
de la Internacional, la Federación del Jura, una de las
más importantes de la Primera Internacional, siguió
la línea bakuninista. Había una potente organización
obrera —la de los relojeros— y hubo un hombre, amigo
personal de Bakunin, que tuvo enorme influencia so-
bre el proletariado suizo y los diversos grupos étnicos
en Suiza refugiados. Nos referimos a James Guillaume.
Muerto éste, le sucedió, en la misma obra y con consi-
derable influencia, Luigi Bertoni, que publicó durante
largos años, «Le Réveil — Il Risveglio», revista en fran-
cés y en italiano, que había sido fundada por el propio
Kropotkin, que en Suiza vivió también varios años re-
fugiado.
En América latina, donde mayor influencia e irra-
diación adquirió el anarquismo fue en Argentina. Es
allí donde existió la única organización obrera que se
calificó a sí misma de anarquista, la F.O.R.A. Se publi-
có allí un diario anarquista, órgano de la F.O.R.A., «La
Protesta», que además constituyó una de las mejores
bibliotecas de ediciones existente en el mundo a fines
y principios de siglo. Nettlau publicó en ella diferentes
obras de historia y allí empezaron a editarse las obras
completas de Bakunin en español. Y allí apareció la pri-

19
mera edición española de «Ética: origen y evolución de
la moral» de Pedro Kropotkin.
El anarquismo argentino contó con grandes escrito-
res, como José Ingenieros, Rodolfo González Pacheco,
Teodoro Antilli, Emilio López Arango, con excelentes
poetas, como Alberto Ghiraldo y Herminia Brumana.
A primeros de siglo realizaron Luisa Michel y Pedro
Gori una histórica gira de propaganda, que ganó para
el anarquismo miles de adeptos en diferentes lugares
de Hispano-América. Todo esto duró hasta que las dic-
taduras, de Irigoyen primero, de Uriburu después, lo
aniquilasen todo, encarcelando, deportando a los hom-
bres más representativos de la izquierda y suprimien-
do la prensa, ediciones y organizaciones obreras y po-
líticas.
Hubo otros hombres, a caballo sobre diversas nacio-
nalidades y países, como Rafael Barret, nacido en Es-
paña, pero que vivió en la Argentina, hijo de padre
inglés y de madre española, como Enrique Nido y Pie-
rre Quiroule, asiduos colaboradores de «La Protesta»,
pero que allí habían ido a parar después de múltiples
avatares.
En México, la Revolución de 1910 estuvo profunda-
mente marcada por la influencia anarquista, a través
de la acción y de la presencia de tres hombres, entre

20
otros muchos, que dejaron huella indeleble: Librado
Rivera, Ricardo Flores Magón y Práxedes G. Guerrero,
a quien se debe la frase de que más tarde de apoderó la
Pasionaria; «Vale más morir de pie que vivir de rodi-
llas». De pie murió Guerrero, ya que dio su vida por la
libertad y los derechos de los campesinos mexicanos.
En el Perú, el anarquista González Prada es hoy con-
siderado como un maestro de periodistas y de escrito-
res, pues su estilo, la profundidad de su pensamiento
hacen de él un hombre realmente excepcional.
Es imposible detallar todo lo que ha sido la influen-
cia anarquista en ambas Américas y a través de los di-
ferentes países.
El mundo ignora lo que ha sido la labor propagandís-
tica, cultural, de liberación de las conciencias y simple-
mente las manifestaciones artísticas del pensamiento
mundial del anarquismo.
No puede esta breve síntesis dar más que una ligera
idea de ello.

El anarquismo en España
Estamos obligados a dedicar capítulo aparte al anar-
quismo en España, no sólo por el hecho de que el libro
se publica en nuestro país, sino porque, por razones

21
que son y probablemente serán misteriosas, es en Es-
paña donde, desde el primer día que hubo una formu-
lación clara y concreta del anarquismo, éste adquirió
más base popular, más arraigo e influencia que en el
resto del mundo.
Los que han examinado el fenómeno con visión sim-
plista, han deducido que prendió antes y mejor en Es-
paña porque era nuestro país, en el siglo XIX, uno de
los países pobres de Europa. Pero les desconcierta el
hecho de que fuera en Cataluña, región tradicional-
mente próspera y la más avanzada de España en todos
los sentidos, donde primero se constituyeron grupos
anarquistas y donde la idealidad libertaria adquirió an-
tes prestigio e influencia.
Y es que, en realidad, el anarquismo nada tiene que
ver con el estado de atraso ni de miseria de los pue-
blos. Es una toma de conciencia individual que lo mis-
mo puede producirse en el campesino iletrado que en
el obrero rebelde, que en el intelectual o el aristócrata
inquieto y atormentado por el problema de la justicia
y de la felicidad entre los hombres. Y es precisamente
hasta en las regiones más pobres, entre los hombres
más ilustrados, más capaces, donde se manifiesta pri-
mero la simpatía y después la adhesión al anarquismo.

22
En España existe, por otra parte, una larga tradición
rebelde y libertaria, que nos viene de la Edad Media y
que se engarza en la mezcla de razas y en la propia geo-
grafía. El español es anarquista por temperamento, por
carácter, por fiereza, por amor a la libertad, por inde-
pendencia y porque, confusamente, siempre ha sabido
o intuido que sólo en un orden social como lo conciben
los anarquistas se sentirá bien y conseguirá realizarlo
plenamente.
Sin entregarnos a ninguna euforia de tipo racista,
Hemos de decir, sin embargo, que antes incluso de que
llegaran a España las ideas anarquistas claramente for-
muladas en la obra de Proudhon, traducido al español
por P¡ y Margall, había ya aparecido en España un pri-
mer periódico anarquista en 1845: «El Porvenir», que
editaron Ramón de la Sagra Peris y Antolín Faraldo.
Este periódico apareció en Santiago de Compostela y
fue suprimido por un decreto del general Narváez.
Ramón de la Sagra, su redactor principal, es el pri-
mer anarquista que hubo en España. Las obras de
Proudhon no fueron traducidas por Pi y Margall más
que en 1854.
Por lo demás, Ramón de la Sagra, emigrado a París
víctima de la persecución de Narváez, se unió a Proud-
hon y le ayudó a fundar su «Banca del Pueblo».

23
No es un secreto para nadie que cuando llegó a Es-
paña Fanelli, para fundar la Sección Española de la Pri-
mera Internacional, en España existían ya grupos anar-
quistas, compuestos por individualidades que trabaja-
ban en diversos sentidos, fundando Fomentos de las
Artes, Centros de cultura o dedicándose a otras mu-
chas actividades propagandísticas y culturales. Como
existían ya las llamadas Sociedades Obreras de Resis-
tencia al capital, que fueron los primeros núcleos or-
ganizados de la Internacional.
Por lo demás, la mayor parte de los federales de la
época como Joarizti, Bohórquez, Pi y Margall y tantos
otros, sintieron simpatías por el anarquismo, y su con-
cepción de la República por la que combatían difería
mucho de lo que fue la proclamada en 1871 y que tan
efímera vida tuvo.
El anarquismo español poseyó desde sus orígenes,
muchos y muy interesantes hombres, en los que se
confundieron todas las clases sociales, desde médicos
como los doctores Soriano, García Viñas, y Gaspar Sen-
tiñon, a obreros tipógrafos como Anselmo Lorenzo y
Rafael Farga Pellicer, pasando por campesinos ilustra-
dos como Francisco Rubio, de Montejaque.
Estos hombres, desde el primer día, hicieron suya la
convicción de Bakunin de que era entre los trabajado-

24
res donde debían sembrarse las ideas libertarias por-
que era la fuerza del proletariado organizado la sola
que podría, en un mañana que se esforzaban de apro-
ximar lo más posible, destruir la sociedad capitalista e
instaurar una sociedad sin clases.
De ahí que las figuras más señeras del movimiento
obrero, lo mismo antes de la Internacional que después
de ella, actuaron entre los trabajadores y se confundie-
ron con ellos. Más tarde, esta posición, históricamen-
te sostenida durante medio siglo, fue definida con el
nombre de anarco-sindicalismo.
Otro fenómeno curioso y que debe ser destacado,
cuando del anarquismo en España se habla, es que, así
como en los demás países la preocupación por las for-
mas de organización de la sociedad no acostumbraba
a ser motivo ni tema de discusión en Congresos, en Es-
paña constantemente ello les preocupaba… Quizá por-
que es el país donde más cerca y más viable hemos
visto la realización de una sociedad libertaria, por su
impregnación del ambiente y porque las propias evo-
luciones de su historia en diversos momentos nos han
hecho esperar un cambio posible.
Quizá esto explica también el encarnizamiento con
que han sido en España perseguidos los anarquistas, a
lo largo del siglo XIX y en todo lo que va del XX. Las

25
clases poseedoras han tenido conciencia de que en el
anarquismo residía un peligro de destrucción de sus
privilegios y que los métodos y tácticas del mismo con-
vertirían a la clase obrera en un formidable instrumen-
to de combate.
Por lo demás, los obreros comprendieron muy bien
que sólo las tácticas y los principios imprimidos por
la influencia libertaria en el movimiento obrero, po-
dían acelerar la emancipación de los trabajadores, que
según el lema de la Primera Internacional, sólo pue-
de ser obra de los trabajadores mismos… Esto explica
igualmente la tenacidad con que han renacido las or-
ganizaciones obreras destruidas por las persecuciones
y cómo de nuevo, fielmente, los trabajadores las han
poblado con su presencia. Tantas veces como fue di-
suelta la Federación de Trabajadores, que sucedió a la
Sección española de la Primera Internacional, fue re-
constituida. Cuando, en 1910, este movimiento obrero,
numerosas veces aniquilado, se articuló nacionalmen-
te con el nombre de C. N. T., ¡cuántas veces fue tam-
bién juzgado muerto! Como nueva Ave Fénix, renació
siempre de sus cenizas, no faltando nunca en sus filas
los que habían sido y continuaban siendo sus orienta-
dores, los que, confundidos con los trabajadores, alen-

26
taban el espíritu de protesta y conseguían mejoras en
la condición de los explotados.
Sería, no obstante, limitar la acción libertaria, si
la circunscribiéramos a la simple intervención de los
anarquistas en el movimiento obrero. Son centenares
las revistas publicadas, los periódicos. Se suman por
millares los libros y folletos editados.
Desde las Escuelas laicas de Gabarro, a las Escue-
las racionalistas que se multiplicaron en España en los
años que van de 1915 a 1936, pasando por el ensayo
heroico de Ferrer Guardia, que quiso crear una Escue-
la Moderna en España (ensayo que le costó la vida, ya
que fue muerto fusilado por el solo crimen da haber
intentado fundar una escuela liberada de la influencia
religiosa en un país donde la Iglesia era todopoderosa
y su criterio y sus procedimientos impregnados toda-
vía del espíritu de la Inquisición), la labor libertaria
fue múltiple, constante y lo abarcó todo, sin descuidar
ningún aspecto.
Precisa haber vivido, bañado en lo que era la atmós-
fera libertaria, el fervor y la fiebre de actividad perma-
nente, para comprenderlo y explicarse muchas cosas.
Cabe además destacar que el anarquismo en Espa-
ña jamás fue algo estático ni uniforme. Hubo siem-
pre individualidades independientes, que crearon re-

27
vistas, periódicos, editoriales. Señalemos, por ejemplo,
Serrano Oteyza, fundador de «La Revista Social», Fe-
derico Urales y Soledad Gustavo, fundadores de «La
Revista Blanca» —dos épocas: 1898-1905; 1923-1936—
y una importante editorial, en la que se publicaron mu-
chas obras anarquistas y otras que no lo eran, pero
pertenecían al acervo común de la literatura universal,
como «La Reacción y la Revolución», de Pi y Margal!,
y «Las grandes corrientes de la literatura en el siglo
XIX», de George Brandes.
Tampoco fue jamás exclusivista en la interpretación
de las ideas. Hubo, eso sí, polémicas apasionadas entre
anarquistas colectivistas y anarquistas comunistas. La
fórmula colectivista: A cada uno el producto íntegro
de su trabajo, pareció fuente de desigualdad y de in-
justicia a Kropotkin y algunos otros pensadores anar-
quistas. Aquel que, más fuerte que los otros, produci-
ría más, poseería por derecho propio más bienes que
el débil o enfermo. De ahí que lanzasen la fórmula co-
munista: De cada uno según sus fuerzas; a cada uno
según sus necesidades.
Hubo anarquistas españoles, como Mella, que jamás
dejaron de llamarse colectivistas. Pero la mayoría se in-
clinó muy pronto hacia el comunismo, que se adjetivó
libertario, para diferenciarse del comunismo autorita-

28
rio o marxista. Otros, como Urales y como Tarrida del
Mármol, resolvieron el problema llamándose anarquis-
tas a secas.
El anarquismo estuvo organizado generalmente en
grupos de afinidad, que, a su vez, se federaban entre
sí, constituyendo Federaciones Locales de Grupos. Es-
to fue así hasta que, en 1927, se creó en Valencia la
Federación Anarquista Ibérica, englobando España y
Portugal. Pero de eso hablaremos más tarde.
El movimiento anarquista, en España, consiguió mo-
vilizar de tal manera la opinión pública, que, a base
de campañas de Prensa, se consiguió el indulto de los
presos supervivientes del Proceso de Montjuich y des-
pués de los que aún vivían en los presidios de África,
supervivientes de los procesos de. la Mano Negra y de
Jerez.
Se sabe hoy que el proceso de la Mano Negra fue
inventado por los servicios policíacos y de la Guar-
dia Civil para justificar la destrucción, en Andalucía,
de lo que restaba allí de la Internacional. Se sabe hoy
también que el proceso llamado de Montjuich, en el
que fueron fusilados cinco anarquistas en 1896, fue en
realidad un remedo del que costó asimismo la vida a
cinco anarquistas en Chicago, en 1886. Una bomba fue
arrojada al paso de la procesión del Corpus, en la ca-

29
lle de Cambios Nuevos, en Barcelona. Hubo víctimas e
inmediatamente se atribuyó el hecho a los anarquistas.
Sin embargo, más tarde se ha sabido que el autor del
atentado, un agente provocador al servicio de la poli-
cía, logró salir de España y fue a para a la Argentina.
Pero ello sirvió para encarcelar, torturar, fusilar y
deportar a los anarquistas, para poner fuera de la ley
a la organización obrera por ellos orientada, la Federa-
ción de Trabajadores, y para desarticular todo cuanto,
en materia de centros culturales, de escuelas laicas y
de Ateneos tenían organizado los anarquistas.
Antes de que tal objetivo se obtuviera por los me-
dios a que antes nos hemos referido, los libertarios ca-
talanes habían organizado los dos Certámenes socialis-
tas, de los que restan los trabajos premiados, reunidos
en dos volúmenes, obra rara e inapreciable, que sólo
puede encontrarse en algunas bibliotecas.
Pese a todo, enterrados los muertos, vueltos los des-
terrados, liberados los supervivientes, el movimiento
anarquista reanudó sus actividades, llegando, en 1900
a publicar en Madrid hasta un diario, «Tierra y Liber-
tad», fundado por Urales y Soledad Gustavo y al que
ayudó económicamente Ferrer Guardia.
Figuras señeras del anarquismo en España, son, por
orden más o menos cronológico, los internacionalistas

30
Tomás González Morado, Rafael Farga Pellicer, Pelli-
cer Paraire, sobrino del anterior; los doctores Gaspar
Sentiñon, José García Viñas y Trinidad Soriano; los pe-
riodistas José Llunas y E. Borrell; Juan Serrano y Otey-
za, editor de «La Revista Social» y suegro de Ricar-
do Mella, que casó con su hija Esperanza; Fermín Sal-
voechea, símbolo del espíritu de revuelta de la región
andaluza, fundador del periódico «El Socialismo», en
Cádiz, antiguo federal y cantonalista, ganado pronto
por el anarquismo; Anselmo Lorenzo, juzgado con jus-
ticia padre espiritual de la CNT2 internacionalista que
continuó y abrazó con entusiasmo y perseverancia las
ideas de Bakunin, trabajando sin descanso por la cons-
titución de una organización obrera poderosa y que
reuniera el mayor número posible de afiliados; Ricardo
Mella, el pensador más profundo con que ha contado
el pensamiento anarquista en España; Fernando Tarri-
da del Mármol, ingeniero y escritor, orador asimismo
—hablaba con la misma facilidad e igual elocuencia en
tres idiomas: el español, el francés y el inglés—; Pedro
Esteve, escritor y propagandista, emigrado a Estados
Unidos, donde dio vida a un semanario «Cultura Obre-
ra» y animó al movimiento libertario de habla españo-

2
Véase «El Proletariado Militante».

31
la;3 Teresa Claramunt, oradora obrera de natural elo-
cuencia, muchas veces encarcelada y deportada a In-
glaterra en el momento del proceso de Montjuich, ver-
dadera encarnación ibérica de la Luisa Michel france-
sa; Federico Urales, escritor, publicista, novelista, cuya
obra marcó profundamente el pensamiento español;
Soledad Gustavo, su compañera, que le secundó en sus
campañas y en su esfuerzo propagandístico. Más tarde
hablaremos de los que aparecieron después y que lle-
nan la historia del movimiento anarquista en los años
que se escalonan entre la Revolución rusa de 1917 y la
Revolución española de 1936.
Precisa mención aparte un hombre, cuyo nombre
no es generalmente citado. Nos referimos a José López
Montenegro, antiguo coronel del ejército español, pa-
sado al anarquismo y el primer propagador en España
de la huelga general como arma total contra el capita-
lismo. Ayudado asimismo por Ferrer Guardia, publicó
un semanario. «La Huelga General», dedicado a pro-
pagar este método de lucha, consiguiendo que él fuese
muy pronto adoptado en España por la clase trabaja-
dora.

3
Véase «Breve historia del movimiento anarquista en Amé-
rica del Norte», de Alberto Martín, W. Muñoz y Federica Mon-

32
También precisa mención aparte, por su singular
personalidad, Francisco Ferrer Guardia. Procedía éste
del republicanismo, pero estuvo siempre obsesionado
por la idea de fundar una escuela moderna en España.
Consiguió ganar a su tesis a una vieja señorita france-
sa de ideas avanzadas, Mademoiselle Meunier, que le
dejó toda su fortuna, para realizar lo que era el obje-
tivo de su vida: crear en España esa escuela moderna,
imaginada por su espíritu de librepensador. Porque Fe-
rrer, en sus comienzos, no era más que un francmasón
y librepensador.
Pero al contacto de sus amistades parisinas —
Malato, Paraf-Javal, el doctor Paul Robín, Madeleine
Pelletier y sobre todo Léopoldine Bonnard, señorita
de compañía de Mlle. Meunier y que fue más tarde la
compañera de Ferrer y la madre de su hijo Riego, le hi-
cieron concebir las ideas anarquistas. Al fundar, pues,
la Escuela Moderna, se rodeó sobre todo de anarquis-
tas, siendo uno de sus hombres de confianza Anselmo
Lorenzo, al que hizo director de sus ediciones.
Ya que además de las escuelas que fue fundando, so-
bre todo en Cataluña, la Escuela Moderna se dedicó a
la edición de libros de texto que pudieran servir al fin

tseny.

33
propuesto: crear una pedagogía libre que preparase a
los futuros hombres para la libertad. Fue una calumnia
desprovista de toda base real, la que hicieron circular
los clericales y los reaccionarios, sobre el adoctrina-
miento anarquista de las criaturas. Aún mayor infamia
el acusar a los pedagogos que secundaron a Ferrer de
que enseñaban a los niños el manejo de las armas y
la fabricación de explosivos. Se acusó también a la Es-
cuela Moderna que, anticipándose casi medio siglo a
la pedagogía moderna, practicaba la escuela mixta, de
alentar las experiencias sexuales entre niños y niñas
de diez o doce años. Todo era mentira y en realidad la
Escuela Moderna se limitaba a enseñar de acuerdo con
lo que eran concepciones pedagógicas de María Mon-
tessori, de Froebel, Clemencia Jacquinet, y que más
tarde Jean Zay convirtió en reglas pedagógicas de la
enseñanza en Francia.
Pero Ferrer, además de un aficionado a la pedago-
gía, era un revolucionario. Estaba convencido de que
sólo transformando la sociedad e instaurando otro or-
den social, podría realizarse la liberación integral del
hombre. Por ello ayudó económicamente a Urales y
Soledad Gustavo para convertir «Tierra y Libertad»,
semanal, en diario, ayudó después a López Montene-
gro a publicar y propagar «La Huelga General», en la

34
que Ferrer veía un medio revolucionario, al movilizar
en bloque a la clase obrera.
Colaboró en la Prensa libertaria utilizando el seudó-
nimo Cero, defendiendo las tesis que le eran familiares
y a las que dedicó su vida.
Cuando se produjo el atentado de Mateo Morral, el
día de la boda de los reyes de España, Alfonso XIII y
Victoria Eugenia, en 1907, se acusó a Ferrer de ser el
instigador del gesto de Morral, que era un empleado de
la Escuela Moderna. Se tejió una novela en torno de la
pasión de Morral por Soledad Villafranca, compañera
de Ferrer en la época. Leopoldina Bonnard y Ferrer se
habían separado.
Todo ello son conjeturas. No está en mi ánimo ahon-
dar en ellas ni es éste el motivo de este libro. Lo cierto
es que nada pudo comprobarse contra Ferrer, que fue
absuelto en el proceso intentado contra él —por cierto
que en aquellos días Ferrer fue defendido por Melquía-
des Álvarez.
Pero el cuarto militar del rey y las fuerzas conser-
vadoras de la época habían condenado a muerte a Fe-
rrer. Y se aprovechó la Semana Sangrienta de Barcelo-
na, en julio de 1909, en la que ninguna intervención
tuvo Ferrer, como se ha demostrado más tarde y no
ciertamente por escritores ni historiadores libertarios,

35
para encarcelarle, acusarle, juzgarle y fusilarle, a pesar
del clamor internacional levantado a favor suyo.
El proceso contra Ferrer, su muerte, la destrucción
de la Escuela Moderna, el encarcelamiento y deporta-
ción de Anselmo Lorenzo y los más próximos colabo-
radores del condenado, la represión general desenca-
denada, todo ello dio a España una celebridad que en
nada sirvió a la imagen que, de nuestro país, los es-
pañoles liberales hubieran deseado dar al extranjero.
Se ponía de manifiesto el poder omnímodo de la Igle-
sia, los métodos inquisitoriales todavía practicados en
España y el divorcio profundo entre lo que se dio en
llamar las dos Españas.
La Escuela Moderna había hecho ediciones presti-
giosas, como fueron la de «El Hombre y la Tierra»,
vertido al español por primera vez, «Preludios de las lu-
cha», de Pi y Arsuaga, hijo de Pi y Margall, «Sembran-
do Flores», de Federico Urales, del que se han hecho
centenares de ediciones, «Las Aventuras del Nono»,
de Jean Grave, libros de lectura para niños difícilmen-
te superables, numerosas obras científicas de Kropot-
kin, una «Historia de España», de Nicolás Estébanez,
que fue el primer libro de texto dando a los niños una
versión de la historia de nuestro país, en la que las gue-

36
rras y los caprichos de los reyes no ocupaban el lugar
principal.
Es imposible citar toda esta labor editorial, comple-
tamente ecléctica, libre de todo sectarismo. Pues Ferrer
se rodeó de hombres como Lorenzo, anarquista cono-
cido, tuvo como amigos y colaboradores a Tarrida y a
Malato, pero también tuvo como director científico y
literario a Odón de Buen y otras eminentes figuras del
pensamiento liberal español.
Es precisamente contra todo esto que se urdió el
complot la muerte de Ferrer y la destrucción de la Es-
cuela Moderna, sus ediciones y su labor pedagógica.
Muchos de los maestros que Ferrer había reclutado fue-
ron encarcelados y deportados, como, por ejemplo, Cá-
sasela… Sin embargo, esos maestros y otros como ellos
fueron los que, sólo cuatro o cinco años más tarde, em-
pezaron a animar las escuelas racionalistas que los sin-
dicatos obreros de la recién nacida C. N. T. sostenían
económicamente.

El anarquismo entre la Revolución Rusa de


1917 y la Revolución Española de 1936
Los primeros años del siglo XX, hasta llegar a 1917,
fueron ricos y fértiles para el anarquismo mundial. En

37
Rusia los anarquistas tomaron parte activa en la revo-
lución frustrada de 1905. En Estados Unidos, Pedro Es-
teve, emigrado de España, en unión de otros compañe-
ros consiguió crear un fuerte movimiento anarquista
de habla española. Después del movimiento libertario
judío y a la par del italiano, el español constituyó uno
de los conjuntos étnicos más importantes. Se publica-
ron diversos periódicos y revistas en español, y se crea-
ron numerosos centros.
En lo que se refiere al movimiento libertario ameri-
cano, después de la tragedia de Chicago se reconstitu-
yó lenta y difícilmente. A él llegaron, un poco más tar-
de, ya en el siglo XX, a aportarle su sangre joven y su
dinamismo, muchos refugiados rusos, alemanes y po-
lacos. Emma Goldmann y su compañero Berkman rea-
lizaron una labor incansable y fructífera, interrumpida
por persecuciones, expulsiones y diversos percances.
En 1907, se celebró en Amsterdam, uno de los pri-
meros y más importantes Congresos internacionales
anarquistas. En él, Enrique Malatesta defendió por pri-
mera vez en un Congreso libertario, la necesidad de la
actuación de los anarquistas en el movimiento obrero,
así como la conveniencia de la estructuración de una
organización anarquista. Para no extendernos dema-
siado en este estudio, nos abstendremos de dar textos

38
sobre los diferentes enunciados de ese Congreso, uno
de los más interesantes celebrado por el anarquismo
internacional.
En el capítulo anterior nos hemos referido larga-
mente a lo que fueron, grosso modo, esos años para el
movimiento en España. Lo reducido de este volumen
y la necesidad de tratar lo más esencial en lo que se re-
fiere a la historia, las finalidades y los militantes más
activos del anarquismo, hace que pasemos sin mencio-
nar períodos enteros de actuación seguida, por ser el
resultado normal de una trayectoria de propaganda y
de acción nunca interrumpida.
Sin embargo, antes de llegar a la Revolución rusa,
que tanto eco universal alcanzó, preciso es referirnos
a la perturbación producida en las filas libertarias por
la primera guerra mundial. En efecto, en aquellos días
el anarquismo internacional se dividió profundamente.
El llamado Manifiesto de los 16, por el que un grupo de
anarquistas de diversos países se proclamaban partida-
rios del triunfo de los aliados, considerándolo un mal
menor frente a lo que representaban en la época los
llamados imperios centrales —Austria y Alemania—
produjo una honda conmoción en numerosos países.
Encabezaba el Manifiesto Pedro Kropotkin y a su po-
sición se sumaron, en Francia, Carlos Malato, Juan

39
Grave, entre otros militantes, y en Esparta, Federico
Urales, Ricardo Mella y Fernando Tarrida del Mármol.
Amistades entrañables, como eran la de Kropotkin y
Malatesta y la de Tarrida y Lorenzo se resquebrajaron,
ya que Malatesta y Lorenzo sostuvieron la tesis de la
absoluta neutralidad de los anarquistas frente a los dos
bloques, juzgando el conflicto una guerra más desen-
cadenada por el capitalismo mundial para resolver sus
contradicciones internas.
Esta fue la actitud mayoritaria dentro del anarquis-
mo mundial. Los 16 fueron duramente juzgados y sólo
poco a poco, al producirse otros acontecimientos, co-
mo fue la revolución rusa, ese episodio fue olvidado y
los militantes, que por sí mismos se relegaron al ostra-
cismo, volvieron a ocuparse de los problemas vitales
que la duración de la guerra y el estallido de la Revolu-
ción en Rusia hacía emerger del general maremagno.
Resulta difícil dar hoy una idea de la inmensa es-
peranza, de la conmoción profunda que produjo en el
mundo el estallido de la Revolución de 1917. Durante
el período de Kerenski todas las esperanzas nos fueron
permitidas. En Rusia los anarquistas jugaron un papel
muy importante. Los sindicatos estaban todos más o
menos orientados por los anarco-sindicalistas. Lenin
y Trotski consiguieron convencer a los libertarios que

40
actuaban en los sindicatos y a todos los anarquistas ru-
sos en general de que, para hacer dar a Rusia un salto
en adelante y salvarla del destino que le preparaban
Kerenski y sus amigos, no había más remedio que ir
al golpe de Estado, a la toma del Poder circunstancial,
comprometiéndose a destruirlo tan pronto como la re-
volución habría creado los órganos reguladores de la
producción y la distribución que asegurasen la super-
vivencia del nuevo orden establecido. El grito: «¡Todo
el poder a los Soviets!», equivalía al ahora actualiza-
do de «¡Todo el poder a los Consejos!», que propagan
en Francia y otros países ciertos sectores más o menos
próximos del movimiento libertario.
La toma del poder por el partido bolchevique se hi-
zo pues, en Rusia, gracias a la ayuda de los anarquistas,
de los anarcosindicalistas y de los socialistas revolu-
cionarios. Los comunistas eran minoritarios, aunque
se llamasen «bolcheviques», mayoritarios, frente a los
mencheviques que seguían más o menos a Kerenski y
que representaban el ala socialista moderada del mar-
xismo. Una vez dueños del Poder, todos sabemos lo
que se produjo. Primero, la destrucción de los menche-
viques, de los socialistas revolucionarios; luego, la de
los anarco sindicalistas y anarquistas. Por último, las

41
terribles purgas del año 1936, ya bajo el poder de Sta-
lin.
Pero antes de llegar a este resultado, internacional-
mente la mayoría de los trabajadores y de los anarquis-
tas vivieron momentos de euforia v de entusiasmo. Pe-
dro Kropotkin, Emma Goldmann, Alejandro Berkman,
entre muchos otros rusos emigrados regresaron a Ru-
sia. La C. N. T. española se adhirió a la III Internacional,
creada por los rusos frente a la II, social demócrata.
Pronto vino, sin embargo, la desilusión. Emma Gold-
mann tuvo que huir de Rusia, publicando un libro que
hizo sensación: «Dos años en Rusia». Pestaña, enviado
por la C. N. T., regresó a su vez publicando otro libro:
«Sesenta días en Rusia: Lo que yo he visto». Se mul-
tiplicaron las delegaciones de obreros franceses, espa-
ñoles, italianos, alemanes, ingleses, que visitaron Ru-
sia y que regresaron, dando informaciones desolado-
ras. Algunos no pudieron regresar, desapareciendo pa-
ra siempre.
Se produjo la rebelión de los marinos de Kronstadt,
reprimida despiadadamente por Trotski, Mackno, Ar-
chinof y los campesinos de Ukrania declararon un mo-
vimiento insurreccional contra el centralismo de Mos-
cú que duró bastante tiempo y que fue al fin ahogado
en sangre, logrando salvarse casi milagrosamente Ar-

42
chinof, Voline, Schapiro, Mackno y algunos, pocos, de
sus amigos.
Los testimonios directos de todos estos hombres, cu-
yas narraciones se iban sucediendo, abrieron los ojos
de los libertarios y de los trabajadores en general, so-
bre todo en los países donde la clase obrera estaba fuer-
temente influenciada, sea por los anarquistas, sea por
lo socialistas demócratas.
En España la C. N. T. se separó de la Tercera Inter-
nacional, adhiriéndose en 1922 a la Internacional de
Berlín, reconstituida como continuación de la Primera
Internacional y de la que fueron secretarios sucesivos
diferentes destacados militantes anarcosindicalistas y
anarquistas internacionales, como Fritz Kater, Rudolf
Rocker, Armando Borghi, Pierre Besnard, etc.
Pero otro de los efectos de la Revolución rusa fue ge-
neralizar el pánico entre las clases pudientes y la bur-
guesía dominante. El hecho de que hubiera sido posi-
ble la revolución en un país sometido a la dura férula
de los zares y su legión de sicarios aterró al capitalismo
y determinó la organización internacional de regíme-
nes fascistas y la floración de dictaduras militares.
En España se vivió el trágico período de la repre-
sión de Anido y Arlegui en Cataluña, del conde de Sal-
vatierra en Levante, de Regueral en Vizcaya. La C. N.

43
T. fue puesta fuera de la ley, los militantes libertarios
encarcelados, asesinados. En Italia, las ocupaciones de
fábricas justificaron el fascismo y la marcha sobre Ro-
ma. La Dictadura militar de Primo de Rivera en España,
de Irigoyen en la Argentina, de Machado en Cuba, las
tentativas de putsch en diversos países, la aparición
de movimientos militarmente organizados de las dere-
chas, como los «camelots du roi» en Francia, fueron la
respuesta internacional de las clases poseedoras a la
revolución rusa. ¡Lástima que ésta, a su vez, por la po-
lítica despótica y personal de los hombres del partido
bolchevique malograron todas las esperanzas puestas
en ella y forzaron a los anarquistas, perseguidos por el
fascismo y las dictaduras, a enfrentarse también con
los que, en Rusia, habían monopolizado la revolución
y ejercían la dictadura de un partido contra el pueblo!
La confusión y el caos se establecieron en todas par-
tes y se generalizaron. Frente a la organización mun-
dial del capitalismo contra la revolución rusa y el po-
der establecido, numerosos intelectuales y algunos li-
bertarios tomaron partido prefiriendo el comunismo
al fascismo. Fue necesario llegar al descubrimiento de
lo que se ha dado en llamar «crímenes de Stalin», para
que la reacción se produjese y muchos ojos se abrieran.

44
En lo que respecta a los anarquistas, no necesitaron
esperar tanto para darse cuenta de una realidad que es-
taba subrayada por la desaparición de miles de nues-
tros compañeros, fusilados o deportados a la Siberia
por los zares rojos.
Pero entre las divisiones ocasionadas por la Revolu-
ción rusa y las represiones internacionales de los regí-
menes fascistas y dictaduras militares, nuestro movi-
miento se debilitó considerablemente. La propaganda
comunista puso en circulación mucho dinero y supie-
ron maniobrar y jugar con las cartas que les ponía en
manos la propia burguesía. Si antes se citaba al anar-
quismo como el movimiento y la idealidad colocados
más a la izquierda, se dio paso al comunismo como
el «non plus ultra» de las ¡deas avanzadas. Cuando,
en realidad, no era más que una de las muchas trans-
figuraciones del principio de autoridad y otra de las
mutaciones de la idea del Estado.
Por otra parte, los emigrados libertarios rusos que
habían sentido cruelmente la falta de una organización
anarquista, que les hubiera quizá permitido defenderse
y resistir mejor a la ofensiva del partido bolchevique,
plantearon con carácter de urgencia la necesidad de
una plataforma de organización. Hubo polémicas apa-
sionadas entre anarquistas partidarios de la organiza-

45
ción y anarquistas que consideraban que toda forma
organizativa era un lazo en que se encasillaba al anar-
quismo. Los libertarios rusos fueron quizá demasiado
lejos en su concepción casi militar de la asociación li-
bertaria. Por esta causa la mayor parte de los anarquis-
tas italianos, franceses, españoles, ingleses, alemanes,
holandeses, belgas, se enfrentaron con ellos.
Pero el problema que planteaban era real y algunas
de sus observaciones no cayeron en saco roto. Esas po-
lémicas y la luz que ellas pudieron aportar debieron
contribuir a la creación de la Federación Anarquista
Ibérica, que se constituyó en 1927, en plena dictadura
y con la intención de aunar mejor los esfuerzos de los
anarquistas dirigidos, en España, a un doble objetivo:
hacer más eficaz y sincronizada la acción de ataque y
de defensa frente al capitalismo y al Estado y, de otra
parte, prepararse mejor para la lucha contra las tenta-
tivas reformistas que se perfilaban dentro de la C. N.
T.
Un terrible drama social y humano sacudió la con-
ciencia universal con tanta extensión y fuerza como
la había sacudido, en 1909, el asesinato de Francisco
Ferrer Guardia. Nos referimos al proceso, condena a
muerte y ejecución de los compañeros italianos Barto-
lomé Vanzetti y Nicolás Sacco, sentenciados a muerte

46
y ejecutados en 1927 después de siete años de aplaza-
mientos de la ejecución y pese a las protestas mundial-
mente producidas. Eran inocentes del crimen de que
se les acusaba —un atraco en el que hubo una o dos
víctimas—. Más tarde se conocieron los verdaderos res-
ponsables del hecho, unos gangsters no desconocidos
por la policía. Ésta, al servicio de la plutocracia ameri-
cana que, como en 1886, quería buscar pretexto para
hacer un escarmiento entre los emigrados políticos ita-
lianos, se cerró en banda y no intentó descubrir otros
autores del hecho que los dos italianos que tenía dete-
nidos, uno de los cuales, Vanzetti, era propagandista
activo.
Hubo un escándalo internacional, manifestaciones
de centenares de miles en todas las capitales del mun-
do, incluida Nueva York. Pero todo fue inútil: Sacco y
Vanzetti fueron electrocutados. El mensaje dejado por
los dos mártires aún hoy ha encontrado eco en millares
de hombres y mujeres, que han llorado presenciando
el film «Sacco y Vanzetti» y escuchando la canción a
ellos dedicada por Joan Báez.
El fascismo se había instalado sólidamente en Italia
y el nacional-socialismo avanzaba en Alemania. Nu-
merosos compañeros italianos debieron huir de Italia
y trasladarse a la América del Sur o a la América del

47
Norte. Otros se instalaron en Francia y en España. No
tardó mucho en llegar el turno a los compañeros ale-
manes. Los que pudieron salvarse de los campos de
concentración, ganaron ellos también la América del
Norte, Inglaterra o Francia, Rocker fue a Estados Uni-
dos. Nettlau se trasladó a Austria, de donde también
tuvo que huir, al llegar el momento del Anschlus, que
devoró a lo que quedaba de libertades en Viena. Se tras-
ladó a Holanda, a Amsterdam, donde debía morir en
1945, pocas semanas antes de la victoria contra el na-
zismo. Otros compañeros, como Erich Mûsham, me-
nos afortunados, murieron bajo la bota de los nazis.
Como en los años que preludiaron al triunfo del nazis-
mo, había muerto Gustav Landauer, asesinado como
Rosa Luxemburgo, Carlos Liebchnecht, Kurt Eisner y
tantos otros de diferentes partidos y organizaciones de
izquierda.
Frente al fascismo que se veía avanzar en la mitad
de Europa, mientras en América del Sur se multiplica-
ban los golpes de Estado militares y las dictaduras, las
fuerzas de izquierda se organizaron en diferentes for-
mas. Fue la hora del Frente Popular en Francia y en
España. Gracias a él la clase obrera obtuvo en el país
galo ciertas ventajas, arrancadas al capitalismo y al Es-
tado. Y en España la unión de las fuerzas políticas en

48
otra forma de Frente Popular, permitió la instalación
de la segunda República. Ella no hubiera sido posible,
sin embargo, sin la serie de levantamientos y de accio-
nes insurreccionales que la precedieron, en los que to-
maron parte activa los anarquistas, desde la tentativa
abortada de levantamiento de los cuarteles en la que
pagaron el tributo de sus vidas dos anarquistas: Llá-
cer y Montejo hasta la sublevación de Jaca, sofocada y
a consecuencia de la cual fueron fusilados los capita-
nes Fermín Galán y García Hernández, pasando por la
tentativa de invasión de España por grupos armados
catalanistas y anarcosindicalistas en Prats de Molió di-
rigida por Maciá, pero de la cual fue alma inspiradora
nuestro compañero Francisco Ascaso.
La caída de la Monarquía en España y el advenimien-
to de la República, el 14 de abril de 1931, suscitó gran-
des esperanzas entre los trabajadores, que habían lu-
chado por ella y que de ella esperaban transformacio-
nes más profundas que las que suponía la proclama-
ción simple de un régimen republicano, sustituyendo
aun sistema monárquico. Pronto la desilusión se hizo
sentir, al ver que no se acometían las reformas prome-
tidas y esperadas, y al ver que, de hecho, el Poder era
exclusivamente monopolizado por socialistas y repu-
blicanos, sin que éstos acometieran las labores más ur-

49
gentes, como eran la desmantelación del ejército, ini-
ciada por Azaña, la supresión de latifundios y de la
llamada «rabassa morta», en Cataluña, comprendida
en los proyectos de reforma agraria; la nacionalización
de las bancas, a fin de evitar la evasión de capitales y
otras muchas cosas que el pueblo esperaba y que no se
hacían, perdiendo el tiempo en interminables debates
parlamentarios, sin eficacia alguna.
En aquellos días, la C. N. T., la F. A. I. y el movi-
miento libertario en su conjunto vivieron horas muy
difíciles. Y el que resistieran victoriosamente a la ofen-
siva combinada de la reacción y de los socialistas, que
querían imponer la U. G. T. en detrimento de la C. N.
T., demuestra el arraigo profundo que tenía nuestra or-
ganización en la conciencia del pueblo. Además, era la
única organización independiente, no ligada a ningún
partido y que pudo, con las manos libres, identificar-
se con los anhelos y las necesidades populares. La Re-
pública no regateó las persecuciones contra la F. A. I.
y la C. N. T. En la memoria de todos hay todavía las
deportaciones a Bata y a Río de Oro, la represión des-
encadenada después de los sucesos de Figols y un año
después de Casas Viejas y, más tarde, en 1934, las atro-
cidades cometidas contra los trabajadores, esta vez to-
dos unidos, Genetistas, ugetistas, socialistas, comunis-

50
tas y anarquistas en Asturias, después de la insurrec-
ción abortada y en pleno bienio negro. Allí demostró
ya sus dotes de estratega y lo implacable de su carác-
ter, un joven general republicano llamado Francisco
Franco. Digo republicano, porque Franco, como Quei-
po de Llano, Yagüe, Cabanellas, Várela, López Ochoa
y tantos otros, habían jurado fidelidad a la República.
Quizá fueron los anarquistas españoles los que me-
jor y más clara visión tuvimos de lo que se preparaba
en el mundo. El fascismo italiano y el fascismo alemán
proyectaban la anexión de Europa, sea por acciones
políticas, utilizando las propias armas del sufragio uni-
versal, sea por golpes de Estado, sea por medio de un
conflicto bélico. De ahí que, a partir de octubre de 1934,
la idea de la necesidad de un frente antifascista se hu-
biese hecho para nosotros imperativo de la hora. Pero
un frente que rebasase los límites electorales del lla-
mado Frente Popular y que preparase a las izquierdas
para oponerse al peligro fascista que veíamos cada vez
más cercano. De ahí también que fuese tomando cuer-
po la idea de la Alianza Sindical CNT-UGT, que había
ya empezado a practicarse en la base, en Asturias, por
acción espontánea de los trabajadores Genetistas, so-
cialistas e incluso comunistas.

51
Aparecieron, en ese período y en España, una nue-
va legión de hombres que fueron sucediendo a la vieja
guardia de fines y principios de siglo. Para no citar más
que los que mayor renombre adquirieron, en la actua-
ción orgánica, en el seno de la organización obrera, en
la Prensa, en la tribuna, en huelgas y conflictos, cite-
mos a Ángel Pestaña, a Salvador Seguí, a Eusebio C.
Garbo, a Juan Peiró, a Eleuterio Quintanilla y a Pedro
Sierra, discípulos y amigos de Ricardo Mella, que pre-
pararon y realizaron la primera edición de «Ideario»,
del pensador anarquista; a Avelino González Mallada,
a A. González Entrialgo, a Manuel Buenacasa, a Sebas-
tián Oliva, a José Villaverde, al Dr. Pedro Vallina, con-
tinuador de la obra y el pensamiento de Salvoechea,
a José Sánchez Rosa, a José Viadiu, a Juanonus, a To-
más Herreros, a Evelio Boal, a Hermoso Plaja. Un poco
más tarde aparecieron los hermanos Alcrudo, de Zara-
goza, los hermanos González Inestal, de Madrid, Ra-
món Acín, R. Abós, Felipe Aláiz excelente periodista,
A García Birlan, conocido con el seudónimo de Dio-
nisios, Germinal Esgleas, Cipriano Mera, Valerio Mas,
Francisco Isgleas, J. García Oliver, Buenaventura Du-
rruti, Francisco Ascaso, Manuel Pérez, Sinesio García,
conocido bajo el seudónimo de Diego Abad de Santi-

52
llán, de los hermanos Cano Ruiz, Santana Calero, Vi-
cente Ballester, Bernardo Pou, entre otros muchos.
Varias mujeres marcaron también este período con
su presencia en huelgas, en conflictos, en la Prensa.
Libertad Rodenas, Lola Ferrer, Aurora López, Rosario
Dulcet, Balbina Pi, la maestra Antonia Maymón, la doc-
tora Amparo Poch, Lola Iturbe, que usaba el seudóni-
mo de Kyra Kyralina, María Riu, Lucía Sánchez Saornil,
excelente poetisa, y la que esto escribe, aportaron su
concurso al movimiento confederal y anarquista, siem-
pre estrechamente unidos.
Mención aparte merecen, por su destino singular y
triste dos hombres, uno de los cuales parece medio ol-
vidado y el otro cuyo fin rubricó trágicamente el es-
fuerzo de toda su vida. Nos referimos a Valeriano Oro-
bón Fernández, traductor predilecto de Nettlau, escri-
tor y trabajador infatigable, que consumió su vida en
las privaciones y el estudio, pues murió a comienzos de
1936 cuando aún no tenía treinta años, destruido por la
tuberculosis. El otro es el doctor Isaac Puente que po-
pularizó el seudónimo «Un médico rural», escribiendo
muchos y muy interesantes estudios. Era médico de
Maeztu, localidad en la que fue fusilado en 1936 por el
crimen de haber contribuido poderosamente a la difu-
sión de la idea del comunismo libertario por medio de

53
un folleto que trazaba las grandes líneas de lo que los
campesinos y los obreros españoles realizaron con el
nombre de colectividades.
En el resto del mundo, pese a un relativo eclipse ba-
jo la avalancha de la moda «comunista», la obra de es-
clarecimiento y de definición del anarquismo se mar-
ca con el apogeo del poderoso pensamiento de Roc-
ker, con los estudios de Ernestan, con la producción
del profesor Gille, con el aporte científico del doctor
Pierrot en Bélgica y Francia, con los trabajos literarios
e idelógicos de Herbert Read, por la obra editorial de
«La Protesta» de Buenos Aires, las Ediciones de «La
Revista Blanca», de Barcelona, de «Estudios», de Va-
lencia, entre otras muchas actividades de carácter in-
ternacional entre las que debe destacarse la persistente
aparición de la excelente publicación «Freedom», de
Londres, donde aparecieron los trabajos de otro com-
pañero inglés conocido y celebrado, G. Woodckock.
Sebastián Faure inició en París la redacción y la pu-
blicación de la monumental Enciclopedia Anarquista,
en la que colaboraron las mejores plumas del anarquis-
mo internacional y de la que se ha hecho recientemen-
te en México una edición en español del único tomo
aparecido, completada y modernizada. Es de lamentar

54
que Faure no pudiese pasar de la letra A, pues se trata
de realmente de una obra de interés extraordinario.
En esos años, Faure escribió y publicó dos obras que
podemos considerar fundamentales: «El Dolor Univer-
sal» y «Mi Comunismo», definiendo lo que es el comu-
nismo libertario en oposición al comunismo de Estado.
También intervino en la edición de «La Revue Interna-
tionale Anarchiste». Sebastián Faure, como orador y
como escritor, realizó una obra difícilmente compara-
ble a la de ningún otro propagandista. Su espíritu lógi-
co y polémico lo hacía invencible en la discusión sobre
temas políticos y religiosos.
En otro orden de trabajo literario, el filósofo y poe-
ta Han Ryner colocó el pensamiento anarquista entre
los mejores exponentes de la cultura francesa en esa
primera mitad del siglo XX.
La Editorial «La Protesta», de Buenos Aires, editó
«La Alianza y la Internacional en España», de Max
Nettlau, así como los tomos de la traducción españo-
la de las Obras Completas de Bakunin, anotadas por
Nettlau. Fue en este período que apareció gran parte de
la producción de este historiador, calificado por Roc-
ker de «Herodoto de la Anarquía». Editado también
en Buenos Aires por la Editorial Argonauta apareció
la hermosa obra de Rudolf Rocker

55
«Artistas y rebeldes», así como la traducción espa-
ñola de «El alba de la anarquía», de Max Nettlau y
«Dictadura y revolución», de Luigi Fabbri. Las Edicio-
nes de «La Revista Blanca» publicaron, de Nettlau tam-
bién, la biografía de Elíseo Reclus.
En el Brasil existió un movimiento anarquista de ha-
bla portuguesa muy importante. Alrededor primero de
«A Plebe» y después de «Agao Directa» se reunieron
excelentes escritores. Cabe destacar al Dr. Fabio Luz.
Al terminar la revolución y la guerra civil en España,
llegó a Europa Manuel Pérez sumándose a este movi-
miento, en el que dejó honda huella de su paso. Cabe
mencionar el nombre de una mujer que, por su posi-
ción intelectual, consiguió influir poderosamente en la
opinión brasileña, abordando temas de libertad sexual
y de liberación de la mujer, mucho antes de que de
ello se hablase universalmente. Nos referimos a María
Lacerda de Moura.
El anarquismo, entre las dos revoluciones y las dos
guerras, no cesó de proyectarse y de interesar grandes
capas de opinión. Aquellos que no fueron deslumbra-
dos por los fuegos de la propaganda comunista y que,
por otra parte, buscaban explicaciones y perspectivas
fuera de la vulgar crítica burguesa al comunismo de Es-
tado, una vez más volvieron los ojos hacia el anarquis-

56
mo y en la lectura de nuestros teóricos enriquecieron
su pensamiento y formaron su conciencia.
Pero de ello no tomaban nota los historiadores sin
espíritu analítico y aún menos los periodistas sujetos
al atractivo vocinglero de la actualidad. Por ello cuan-
do, el 19 de julio de 1936, supo el mundo que en España
el pueblo había hecho frente al fascismo y además ha-
bía llevado a cabo una revolución social, inspirada y
animada por las ideas anarquistas, el estupor fue gran-
dioso. ¿De dónde habían salido esos anarquistas cuya
presencia no sospechaban los enviados de las agencias,
polarizados por lo que era el pretexto agitado por Fran-
co: para anticiparse a un golpe de Estado comunista en
España, parecido al de octubre rojo en Rusia se habían
ellos, los militares, levantado en armas?
Hubo, sin embargo, enviados de agencias, como Bur-
nett Bolloten, que se dieron inmediatamente cuenta
del error cometido y de la realidad española. Y ha habi-
do historiadores honestos, como Southword, que han
escrito la verdad más tarde. Basta leer «El mito de la
Cruzada de Franco» de este americano que compren-
dió como pocos el drama y lo que era la realidad espa-
ñola, para saber a qué atenerse sobre el tema.
No puede decirse que las colectivizaciones efectua-
das por los obreros españoles fuesen integralmente

57
anarquistas. Pero, espontáneamente, a la hora de to-
mar en manos la producción y la distribución, los tra-
bajadores de la ciudad y del campo tomaron como base
prácticas y principios libertarios, siendo el más funda-
mental de todos la organización de la sociedad al mar-
gen del Estado, prescindiendo del Estado y rehusando
tanto como les fue posible la intervención de éste en
el control de la economía.
Fue, la Revolución española, algo más avanzado e
importante, por el alcance de sus realizaciones, que
la revolución rusa de 1917. Y fue éste su gran pecado,
la causa principal que las democracias abandonaran a
España, prefiriendo el triunfo del fascismo en nuestro
país que la extensión de una revolución peligrosa para
los intereses capitalistas, y fue también por esa causa
por lo que los rusos, al no poder conformar la revo-
lución española dentro de los cánones del comunismo
de Estado, la abandonasen también. Todo tenía que ha-
cerse dentro de la concepción autoritaria. Un pueblo
rebelde, que osaba practicar la autogestión libertaria,
que prescindía del Estado y demostraba con hechos
que era posible vivir, trabajar, organizarse local, co-
marcal y regionalmente por el principio federativo y
oponiéndose a todo centralismo y a toda burocracia
estadista, a toda nueva casta dirigente, no debía pros-

58
perar. Ellos también preferían el triunfo del fascismo
franquista-, al peligroso ejemplo dado al proletariado
mundial por los obreros españoles.
No está en mi ánimo, dado lo reducido de este volu-
men, hacer un largo análisis de la Revolución española.
Se ha escrito ya mucho sobre ella. Críticos y exegetas
han proyectado su linterna sobre cuánto vivió España
entre el 18 de julio de 1936 y el 5 de marzo de 1939. Aún
no hemos terminado de dar explicaciones sobre los
errores o los aciertos de aquellos días. Los que deseen
documentarse sobre lo realizado, deben leer «Colecti-
vizaciones: La obra constructiva de la Revolución es-
pañola», de la que se han hecho varias ediciones y se-
guramente se harán muchas más.
En todo caso, lo ocurrido en España en 1936 y años
siguientes marca un hito importante en la historia uni-
versal del anarquismo. Fue la primera vez que las ideas
de Proudhon y de Bakunin pasaron por la prueba del
fuego de la práctica y no fracasaron, pese a la cantidad
de obstáculos que se pusieron a ese ensayo y a la can-
tidad de enemigos que tuvieron esas realizaciones en
las propias filas del antifascismo español. Y cabe decir,
también, que esas realizaciones no tan sólo no signifi-
caron dificultad para la lucha contra el fascismo, sino
que es gracias a ellas que este combate pudo sostener-

59
se. Baste, como sólo ejemplo, entre mil, la organización
de las Industrias de Guerra, que paliaron a la imposibi-
lidad de adquirir material bélico destinado a la Repúbli-
ca española. Las democracias fueron los artífices de la
No Intervención y Roosevelt —no podremos olvidarlo
nunca— el que decretó el embargo de todas las armas
destinadas a la España antifascista, mientras nada se
hacía para evitar el abastecimiento en material bélico
por parte de Italia y Alemania, que no regatearon su
ayuda a Franco y los suyos.
Podríamos escribir mucho en torno a este tema, pe-
ro la necesidad de sintetizar nos obliga a ser breves y
concisos.

El anarquismo, desde la Revolución Española


hasta nuestros días
El fin de la guerra de España, con la pérdida de to-
das las conquistas revolucionarias y la muerte de mi-
llares de compañeros, fue una tragedia de carácter in-
ternacional para las ideas anarquistas y para todas las
izquierdas en general.
En España murieron excelentes compañeros, entre
los cuales cabe citar Buenaventura Durruti, Evaristo
Viñuales, Vicente Ballester, fusilado en Cádiz, José Vi-

60
llaverde, fusilado en La Coruña, Santana Calero, fusila-
do en Málaga. Y miles de muertos en los frentes, en la
lucha contra el fascismo, sin contar los que habían caí-
do en el curso de las jornadas de julio, como Francisco
Ascaso.
En los sucesos de mayo de 1937, encontraron muer-
te alevosa, a manos de los agentes de Moscú, Camilo
Berneri, profundo pensador italiano, Barbieri, italiano
y también compañero, así como Alfredo Martínez, de
las Juventudes Libertarias, el argentino Rúa, Domingo
Ascaso, hermano de Francisco, entre otros más.
Pero la hecatombe mayor vino al perderse ¡a guerra
y al ser ocupada toda España por el fascismo vencedor.
Entonces nuestros compañeros cayeron a millares y
muchos más tuvieron que refugiarse en el exilio, en
Europa y América.
Pronto el estallido de la segunda guerra mundial dio
características universales al drama de España. Al ir
avanzando los ejércitos italianos y alemanes por las
diversas zonas de Europa que iban ocupando, las per-
secuciones contra socialistas, anarquistas, comunistas
o simples hombres de izquierda se multiplicaron. En
la América latina fueron instalándose dictaduras. De
1939 a 1945, se vivieron días de absoluto eclipse para
las ideas de libertad en el mundo.

61
Millares fueron los antifascistas muertos en los cam-
pos de extermino de Alemania. En lo que respecta a los
españoles, 11.000 fueron deportados a Mathausen, Da-
chau, Auschwitz, Belsen, Buchenwaid, Oranienburg.
De ellos apenas regresaron 1.500. Entre estos antifas-
cistas, hubo gran número de compañeros.
Al producirse la caída de Mussolini en Italia, a ese
país afluyeron los compañeros italianos diseminados
por el mundo, muchos de los cuales habían tomado
parte activa, primero en la guerra de España y después
en la resistencia en Francia. Así pudo reconstruirse rá-
pidamente el Movimiento libertario en Italia, renacien-
do la FAI en el país vecino con toda la influencia y la
aureola de heroísmo que le diera la participación de
los compañeros en las resistencias italiana y francesa.
Asimismo los españoles, después de pasar por la terri-
ble prueba de los campos de concentración en que fue-
ron enterrados por los franceses, sin guardar rencor al-
guno, tomaron parte activa en la resistencia en el país
galo, contándose por miles también los que cayeron en
el maquis o en los distintos cuerpos de ejército aliados.
Baste decir que los llamados Pioneros —británicos y
sobre todo la División Leclerc estuvieron constituidas
por una gran mayoría de españoles y, de ellos, una ma-

62
yoría de libertarios. Para ellos, esto no significaba más
que continuar la lucha contra el fascismo.
De la misma manera que los compañeros italianos,
al producirse la liberación de Italia y antes de que ella
se produjese, se reintegraron a la lucha en ese país, los
españoles, tan pronto terminó la guerra en Francia, en
1944, empezaron a proyectar hacia España el esfuerzo
militante. En el interior de nuestro país no había ce-
sado la lucha y la resistencia. En la clandestinidad, y
pese a las persecuciones que no cesaban, se habían ido
reconstituyendo las organizaciones y los militantes ac-
tuaban. El exilio confederal y libertario se organizó rá-
pidamente, y el 1° de mayo de 1945, lo que entonces se
llamaba Movimiento Libertario- CNT en Francia, cele-
bró un Congreso de Federaciones Locales, con asisten-
cia de más de 400 delegados, representando cerca de
50.000 afiliados, exiliados en Francia, África del Norte,
Bélgica, Inglaterra, América del Norte, México, Vene-
zuela, Argentina, Chile, Santo Domingo y demás paí-
ses de Hispanoamérica a donde afluyeron refugiados.
En estos diversos países existieron, hasta 1951, de-
legaciones de la CNT independientes. En 1951, estas
delegaciones se fusionaron en un sólo organismo, lla-
mado CNT de España en el Exilio, con un Secretariado
Intercontinental que las representaba a todas y federa-

63
tivamente organizadas en núcleos de Francia y del Ex-
terior, con la autonomía propia de todas las regiones
en la mecánica confederal y libertaria.
Pero fue ya en el Congreso de París de mayo de 1945
donde se llegó a la cancelación del período de colabo-
ración política, que llevara a la CNT hasta la partici-
pación en el Consejo de la Generalidad de Cataluña y
en el gobierno de Largo Caballero, en Madrid. No cree-
mos interesante detenernos en el pleito interno produ-
cido por los que a pesar de haber suscrito las Mocio-
nes de Congreso de París en octubre de este mismo
año 1945, obedeciendo, según ellos, las instrucciones
del Comité Nacional de España, aceptaron formar par-
te del primer gobierno de la República en el exilio —el
presidido por Giral— y produjeron una escisión que
duró 15 años. Escisión cancelada en el Congreso de
Limoges en 1961, unificándose de nuevo la CNT.
Estos compañeros se dieron cuenta de que nada ha-
bía podido hacerse en los años de esperanza y de force-
jeo con las otras fuerzas políticas y reintegraron la po-
sición antipolítica y antiparlamentaria del grueso del
movimiento libertario y de la CNT que habían sosteni-
do la necesidad de un frente antifascista y de la alianza
con todas las fuerzas obreras en la lucha activa contra
el franquismo, pero sin conceder crédito alguno a la

64
eficacia de una colaboración política que se limitaba a
esperar una solución al problema de España por parte
de las cancillerías europeas y americanas.
En estos años se produjeron pérdidas sensibles pa-
ra el movimiento libertario internacional, como fue la
muerte de Nettlau en Amsterdam, donde se había refu-
giado, muerte acaecida en los comienzos de 1945, cuan-
do ya se perfilaba el total aplastamiento del fascismo,
como hemos dicho antes. Más tarde murieron también
Luigi Fabbri, Rodolfo Rocker, Hugo Treni, Enrique Ni-
do, entre los más conocidos internacionalmente.
En Royan, donde se había refugiado, en el momento
de la ocupación de París por los ejércitos nazis, murió
también durante la segunda guerra mundial, Sebastián
Faure, de cuya obra como propagandista y de cuyo ta-
lento hemos hablado antes.
Pero a la vez que se apreciaban estas pérdidas, se
iban haciendo conocer nuevos valores. Aparecieron
los trabajos históricos de Renée Lamberet, continuado-
ra de la obra de Nettlau y que ha terminado el segun-
do tomo de «La Internacional y la Alianza en España»,
dejado sin concluir por el historiador más prestigioso
del anarquismo. En Montevideo empezó a conocerse
el profundo pensamiento de Luce Fabbri, hija de Lui-
gi. En Inglaterra María Luisa Berneri, muerta prema-

65
turamente, hija de Camilo, realizó asimismo una obra
literaria muy importante, siendo uno de sus libros más
conocido «Viaje a través de la Utopía». Su compañero
Vernon Richards ha escrito varios libros sobre la revo-
lución española.
El anarquismo emergió lentamente de la terrible
prueba que para él habían sido la pérdida de la gue-
rra y de la revolución en España, los diversos avatares
de esa experiencia y el paso del nazi-fascismo por una
Europa devastada y dividida.
En París apareció el diario «Le Libertaire», funda-
do por Sebastián Faure y Luisa Michel a principios de
siglo, bajo la dirección de Marcel Lepoil y con la cola-
boración de Georges Brassens, más tarde célebre como
compositor y como cantante. Se afirmó la presencia en
la tribuna y en la prensa de Arístides Lapeyre, amigo y
discípulo de Sebastián Faure, de André Prudhomeaux,
autor, con su compañera Doris, de uno de los mejores
análisis de la revolución en Cataluña.
Emma Goldmann, que tuvo que abandonar los Esta-
dos Unidos, murió en Toronto (Canadá). La pérdida de
esta mujer excepcional dejó huérfano un movimiento
que había sido, años antes, muy rico en hombres y en
ideas.

66
En este confuso y agitado período, se produjo otro
acontecimiento de características mundiales, cuya im-
portancia conviene destacar. Nos referimos a la toma
del Poder, en China, por Mao Tsé Tung y sus amigos,
después de la larga lucha que les opusieron a Tchang
Kai Chek y a los que representaban los intereses capita-
listas mundiales en la inmensa China. De este aconteci-
miento hemos de destacar solamente lo que se refiere
a la influencia de los anarquistas.
Desde fines del pasado siglo, existió en Shangai un
fuerte movimiento libertario. Las obras de Kropotkin
habían sido traducidas al chino y difundidas a través
de China por estos compañeros, de entre los cuales des-
tacamos el nombre de Lu Chien Bo. Estos militantes y
los jóvenes que les sucedieron, propagaron las ideas
anarquistas en todo el inmenso territorio que las fuer-
zas comunistas fueron recuperando, primero de ma-
nos de los japoneses, después de las de Tchang Kai
Chek.
Los anarquistas se vieron forzados a integrarse al
nuevo sistema. Numerosos son los que viven en China,
realizando en secreto la obra que pueden. Pero respon-
de tanto el anarquismo y sobre todo la interpretación
comunista libertaria y comunalista de Kropotkin— a la
mentalidad china, que no pocas de las realizaciones so-

67
ciales efectuadas en China llevan la impronta del pen-
samiento kropotkiniano. En poder de la que esto escri-
be existe una traducción al chino de varias obras de
Kropotkin, entre ellas «El Apoyo Mutuo», «Ética» y
«La Conquista del Pan».
Un día llegará en que será conocido el aporte del
anarquismo a la revolución china, que se parece muy
poco a la revolución rusa, a pesar de que los vencedo-
res militares y políticos sean en ambos casos marxis-
tas.
Con el último compañero chino con quien hemos
sostenido correspondencia es con Li Pei Kan. Se nos
asegura que vive y que continúa trabajando silencio-
samente por nuestras ideas.
En el Japón, al producirse la ocupación americana,
los anarquistas, terriblemente perseguidos, casi diez-
mados por la reacción, resurgieron nuevamente, aun-
que su radio de acción y sus actividades se pierden
en el dédalo de interpretaciones que los dividen y que
imposibilitan una acción coordinada y fecunda. Desta-
quemos, sin embargo, la obra callada y persistente que
realiza el compañero Agustín Miura, continuador de
la que realizara el llorado compañero Yamaga, muerto
demasiado pronto, víctima de la leucemia, secuela de

68
las bombas atómicas lanzadas sobre el Japón por los
«libertadores» americanos.
En la Argentina, destruida la Editorial «La Protes-
ta», desaparecida la Prensa libertaria, la Editorial Ar-
gonauta habiendo dejado de existir, surgió otra con el
nombre de Americalee, que ha editado obras excelen-
tes, entre las que cabe destacar las Obras completas
de Barret, los tomos de Memorias de Rudolf Rocker,
entre otras muchas. En México se han hecho también
ediciones excelentes, como es la de «El Proletariado
Militante», de Lorenzo, «El Herodoto de la Anarquía»,
de Rocker, «La Anarquía a través de los tiempos», de
Nettlau.
Pero el fenómeno más sorprendente —sorprenden
te para los que no comprenden la verdadera naturale-
za de la idealidad anarquista, fuerza moral y corriente
social y filosófica subyacente, que corre como un río
subterráneo durante tiempo, para surgir bruscamente
a la superficie cuando menos se lo esperan— fue el re-
nacer de las ideas anarquistas a partir de los años 60.
Renacer en Francia, en España, en Estados Unidos, en
Inglaterra, en la India.
En América del Norte se redescubrió a Thoreau y
su librito «Desobediencia civil» inspiró todo un movi-
miento de juventud, enfrentada con la guerra del Viet-

69
nam y sobre todo con las condiciones de la vida ame-
ricana. El movimiento «provo» en Holanda y los hip-
pies en los países anglosajones se han nutrido de ideas
anarquistas, desgraciadamente desviadas por los que
han hecho todo lo posible por amortiguar todo carác-
ter revolucionario a la acción de esa juventud, preci-
pitándola en los brazos de los mercaderes de la dro-
ga, que, en muchas ocasiones, la hacían circular con el
acuerdo de la policía. Pero los movimientos estudian-
tiles en casi todo el mundo —en Europa, en América
del Sur y del Norte particularmente— estuvieron fuer-
temente impregnados de anarquismo.
En Francia, durante los acontecimientos de mayo de
1968, el anarquismo y las realizaciones de la revolu-
ción española fueron el tema predilecto en las discu-
siones en la Sorbona, en París, y en todas las universi-
dades y centros culturales de Francia. Hábilmente, la
Prensa quiso desviar este movimiento, polarizándolo
en torno de la figura de Daniel Cohn-Bendit, un jo-
ven estudiante judío alemán, de gran cultura, pero de
espíritu irónico y aún no maduro para esta peligrosa
prueba, a fin de arrancarlo a lo que podemos conside-
rar contornos clásicos del anarquismo. Pero la realidad
es que, en aquellos días, todas las obras que hablaban
de anarquismo se arrancaron de las manos de los ven-

70
dedores y que todo el mundo tuvo que reconocer que
el anarquismo, no tan sólo no había muerto, sino que
aparecía más pujante que nunca, con fuerzas nuevas e
innegable simpatía entre la juventud.
Hoy, el mismo fenómeno producido en Francia en
1968 se está produciendo en España, donde nunca cesó
de ser una ideología de enorme arraigo popular, afin-
cada en el alma de la clase obrera, gracias a lo que ha
sido, es y será su acierto mayor: su implantación entre
los trabajadores, siguiendo fielmente lo que había sido
genial premonición de Bakunin y obra persistente, per-
severante de los primeros internacionalistas ibéricos y
de los que les sucedieron.
Un escritor francés escribió un libro, «L’increvable
anarchisme», que refleja exactamente la singular po-
tencialidad de nuestra ideología, a la que nadie ni na-
da ha podido matar, aunque hayan muerto por milla-
res los hombres que la habían abrazado y por ella se
sacrificaban.

El anarquismo, definido por sus teóricos y los


acuerdos de sus congresos
«La Anarquía es la más alta expresión
del orden» — Elíseo Reclus

71
«Anárquico es el pensamiento y hacia la
Anarquía va la Historia» — Giovanni Bo-
vio
«Más allá del ideal habrá siempre ideal»
— Ricardo Mella

En el Congreso de la Unión Anárquica Italiana, cele-


brado en julio de 1920, Enrique Malatesta presentó un
proyecto de programa anarquista-comunista, que fue
aprobado por unanimidad. Por considerarlo una sín-
tesis clara y concreta de lo que queremos, reproduci-
mos a continuación las conclusiones, lamentando que
la falta de espacio nos impida incluir los consideran-
dos. Aquellos lectores interesados en documentarse a
fondo sobre el pensamiento de Malatesta, uno de los
mejores teóricos del anarquismo, podrán encontrar el
texto íntegro en el libro de Vernon Richards «Malates-
ta, vida e ideas», publicado por la colección «Acracia»,
de Barcelona.

1. Abolición de la propiedad privada de la tierra,


de las materias primas y de los instrumentos de
trabajo, para que nadie pueda vivir explotando
el trabajo ajeno y todos, al ver garantizados los
medios de producir y vivir, sean realmente inde-

72
pendientes y puedan asociarse a los demás libre-
mente, por el interés común y según las propias
simpatías.

2. Abolición del gobierno y de todo poder que es-


tablezca la ley y la imponga a los demás: por lo
tanto abolición de monarquías, repúblicas, par-
lamentos, ejércitos, policías, magistraturas y de
cualquier institución dotada de medios coerciti-
vos.

3. Organización de la vida social por obra de li-


bres asociaciones y federaciones de productores
y consumidores, creadas y modificadas según
la voluntad de los componentes guiados por la
ciencia y la experiencia y libres de toda imposi-
ción que no derive de las necesidades naturales
a las que cada uno, inspirado por el mismo senti-
miento de necesidad ineludible, voluntariamen-
te se somete.

4. Asegurar los medios de vida, desarrollo y bien-


estar para los niños y para todos aquéllos que se
encuentran en estado de impotencia para pro-
veerse a sí mismos.

73
5. Guerra a las religiones y a todas las mentiras, in-
cluso si se ocultan bajo el velo de la ciencia. Ins-
trucción científica para todos y hasta sus grados
más elevados.

6. Guerra a las rivalidades y a los prejuicios patrió-


ticos. Abolición de las fronteras; hermandad en-
tre todos los pueblos.

7. Reconstrucción de la familia, de tal manera que


resulte de la práctica del amor, libre de todo
vínculo legal, de toda opresión económica o fí-
sica, de todo prejuicio religioso.

Hubiéramos querido transcribir Mociones aproba-


das por los Congresos Internacionales anarquistas, de
Amsterdam (1907) hasta nuestros días (Conferencia In-
ternacional anarquista de París, en 1949, Congreso In-
ternacional anarquista de Londres en 1958). En la im-
posibilidad de poder hacerlo por el limitado espacio
de que disponemos, creemos poder resumirlas todas,
reproduciendo la Moción aprobada por el Congreso
constitutivo de la I. F. A. (Internacional de Federacio-
nes anarquistas) celebrado en Carrara (Italia), del 30
de agosto al 8 de septiembre de 1968.

74
Esta Moción fue presentada por la Federación Anar-
quista Ibérica —interior y exilio— y fue adoptada por el
Congreso para ser sometida al estudio y consideración
de las Federaciones de los diversos países representa-
dos.
Ella correspondía al Punto 6: «La organización de
la economía en una sociedad anarquista, o durante la
etapa de transición revolucionaria hacia la anarquía».

Moción-estudio
Revolución social libertaria indispensable
La organización de la economía de fondo, orienta-
ción y finalidad libertarias y su desarrollo y desenvol-
vimiento hace indispensable un cambio radical del sis-
tema capitalista estatal y asimismo del llamado comu-
nista de Estado, imbuido de todos los principios mar-
xistas leninistas. Este cambio implica necesariamente
abolir y superar ambos y asentar las bases fundamen-
tales de la nueva economía y de la sociedad anarquista
o del socialismo ácrata en marcha hacia ella.
Ni la sociedad anarquista ni siquiera la comunista
libertaria se van a realizar por arte de encantamiento
ni en un día, ni de manera sincronizada en el plano

75
mundial, en una fase dada de la historia universal. La
revolución social no será simultánea en cada uno y en
todos los países del mundo a la vez. Ni tampoco podrá
ser uniforme, a base de un tipo o patrón único, pues las
condiciones geográficas, climáticas, étnicas, demográ-
ficas, las de desarrollo industrial, de riquezas naturales,
de existencia o no de materias primas, de posibilidades
agrícolas, las de ambiente, mentalidad y cultura, etc.,
influirán en sus variantes constructivas, aun bajo la
influencia determinante de la savia y de la orientación
libertaria, haciendo que, según la densidad de ésta y de
los caracteres específicos señalados, aparezcan, no ya
sólo universalmente sino en cada país propiamente di-
cho, el sistema y sus estructuras nuevas bajo perfiles y
aspectos polifacéticos, múltiples y pluralistas, en la re-
busca de un incesante perfeccionamiento y armonioso
equilibrio.
Pero las características esenciales de la sociedad
anarquista o anarquizante y de los medios y proce-
dimientos prácticos y eficaces para llegar a ella, de-
ben manifestarse con recios y claros lineamientos para
prender en la realidad y abrir surco profundo en ella,
con miras a las eclosiones fecundas del mañana libre,
ya desde hoy.

76
La finalidad de la nueva economía libertaria y de la
sociedad anarquista debe ser la libertad y el bienestar
de todos y de cada uno de los seres que la compongan,
en un medio de igualdad social de solidaridad humana.
Para realizar este fin se hace indispensable la des-
aparición del Estado bajo todas sus formas; de la dic-
tadura, aunque se llame transitoria; de todas las insti-
tuciones autoritarias; del capitalismo; de la propiedad
privada; de todas las formas y procedimientos de ex-
plotación y de opresión del hombre por el hombre, de
las clases sociales, rangos, jerarquías y privilegios; del
asalariado.
Aunque la revolución social en un país no puede
ir, desgraciadamente, en sus primeras fases, más allá
de ciertas condiciones determinadas que impondrán
inevitablemente las características del propio país y
los medios con que el mismo cuente en el momento
que estalle o se produzca aquélla, al menos en el orden
económico, pues la economía globalmente considera-
da no se crea ni se desarrolla en un instante, desde el
primer momento, imprimiendo su huella fecundante y
su voluntad realizadora firmemente definida, por par-
te de los anarquistas se ha de tener la preocupación de
plasmar en la realidad la máxima sustancialidad, reali-
zaciones y desarrollo libertarios.

77
Y el lema debe ser: Libertad, pan, vestido, vivien-
da, cultura y recreo para todos. «De cada uno según
sus medios, a cada uno según sus necesidades». Habrá
que destruir y barrer todos los obstáculos interiores,
supervivencias de un pasado de autoritarismo y de ex-
plotación, que se opongan a la libre organización de la
sociedad nueva.
Y no se podrá contar mucho con la solidaridad revo-
lucionaria mundial apoyando la revolución social del
país que fuere, sobre todo si se presenta con tipología
preponderante definidamente anarquista. Toda ayuda
de los bloques predominantes internacionales tenderá
a la satelización.
Y hay que contar, además, que en todo cambio revo-
lucionario profundo se produce un período de maras-
mo económico, de tanteo experimental, de ajuste de las
estructuras más idóneas a los objetivos y fines perse-
guidos, que pone a prueba la corriente revolucionaria
transformadora y su valor y capacidad realizadora y
constructiva.

78
Asegurar la existencia y el funcionamiento libre de
la Sociedad
Desde el primer momento se hace necesario asegu-
rar la producción, el abastecimiento, incrementar el
rendimiento, la productividad, sin explotar al hombre
productor, sin extenuarle, sin aprisionarle en normas
de trabajo alienadoras.
El triunfo inmediato de la revolución social y su con-
solidación y las fases futuras de su desenvolvimiento
progresivo, dependerá en mucho de la propia capaci-
tación social, económica, cultural e ideológica de los
trabajadores, de lo que podríamos llamar capacidad es-
pecífica revolucionaria y libertaria, individual y global-
mente considerada. El factor esencial del orden nuevo
debe ser el hombre libre y consciente de sí mismo.
Ningún tipo de economía, ya desechando todo cuan-
to puede suponer sistema capitalista estatal o comunis-
ta de Estado, es consubstancial con el anarquismo.
Nuestro fin es vivir en libertad y hacer todo lo po-
sible para que todos los seres puedan disfrutar de ella
y gozar, en igualdad de condiciones, de cuanto la Tie-
rra, la naturaleza y el esfuerzo solidario de los hombres
puede proporcionar a todos y a cada uno indistinta-
mente.

79
Amplia concepción del anarquismo social
Por las mismas razones nuestra concepción del so-
cialismo integral, del socialismo ácrata es amplia y
no exhaustiva, ni unilateral ni uniforme en sus posi-
bilidades y modalidades de aplicación práctica. Y si
nuestras preferencias van hacia el comunismo liberta-
rio, como régimen económico abierto y perfectible no
rechazamos sistemáticamente, aparte las burguesas y
autoritarias, otras modalidades de organización social,
ya sean de tipo mutualista, colectivista, cooperativista,
etc., siempre que de ellas quede excluida toda raíz de
explotación del hombre por el hombre. La libertad de
experimentación de modalidades económicas las más
justas y adecuadas para dar satisfacción a las necesi-
dades humanas y asegurar al hombre el máximo de
libertad y el mayor bienestar, deberán tener vía abier-
ta en la sociedad anarquista, tratando, naturalmente,
de que marchen de común concierto con la conviven-
cia del conjunto y del sistema general cimentado en
la asociación federativa de los productores libres y de
consumidores solidarios.

80
Libertad de experimentación
La experimentación y coexistencia de modalidades
de tipo socializador, mutualistas (Proudhon), colecti-
vistas (Bakunin-R. Mella), comunistas (Kropotkin Ma-
latesta), cooperativistas (no comercializadas), etc., a la
escala local, comarcal, regional o nacional, puede ser
posible, dentro del sistema libertario, salvaguardado
el principio anárquico esencialmente antiautoritario,
fundamentalmente autónomo y federalista. Y máxime
si se entiende, como es lógico libertariamente, que la
evolución humana y la de las formas sociales no se es-
tanca y que ninguna estructura económica podría con-
siderarse definitiva e inmutable. Crear siempre más li-
bertad, más bienestar, más abundancia de todo, ma-
yor perfección, y las más óptimas condiciones para
el pleno desarrollo del individuo, del grupo social, del
conjunto humano, tal debe ser la orientación y el fin
de la sociedad anarquista, de la organización social y
económica libertaria.

Esbozos sociales y económicos libertarios


La economía no puede desarrollarse sin base social.
Y donde exista el ser o el grupo humano, surge la so-

81
ciedad, de la misma convivencia. Las necesidades se
presentan, con sus inapelables exigencias, hasta por
el mismo orden simple y natural biológico y, manifes-
tándose en el plano general, trascendiendo el conjunto
colectivo, hacen que los hombres se vean en el deber
de buscar una ordenación o principio regulador, para
hacer al menos compatible la propia convivencia hu-
mana, ya sea a base de pacto o de contrato libremen-
te aceptado y conscientemente consentido, voluntaria-
mente aplicado.
En la concepción anarquista —al menos en la que
admite la base organizadora por pacto libre— el comu-
nismo libertario es el sistema o mecanismo estructu-
ral que hace más viable la formación y el desenvol-
vimiento de la sociedad cimentada sobre postulados
ácratas, interpretados con lúcido realismo, sin mixtifi-
cación del sentido y contenido de aquellos.

Base de la nueva sociedad. La Comuna libre


La piedra angular o célula viviente de la nueva or-
ganización social libertaria, para nosotros, además del
individuo, del grupo, de la colectividad, del sindicato,
es la Comuna libre.

82
La Comuna libre, constituida por todos y cada uno
de los ciudadanos, puede tener la función de coordina-
ción social general, en el aspecto simplemente admi-
nistrativo; no de poder o institución política sino de
servicio social, en el plano territorial local. Sus funcio-
nes deben ajustarse a aquellas resoluciones y decisio-
nes que las propias asambleas libres comunales hayan
tomado de consenso mutuo. De la organización comu-
nal ha de desterrarse todo autoritarismo y toda buro-
cracia.
Las Federaciones comarcales, regionales y naciona-
les de Comunas libres podrán constituirse en el plano
general de un país o zona geográfica y étnica determi-
nadas, y confederarse internacionalmente.
La Comuna no debe concentrar en sí el poder políti-
co, y menos militar, que debe éste igualmente desapa-
recer en absoluto. Ni siquiera poder revolucionario.
Todo poder político ha de ser abolido y nadie debe
ejercerlo. Tampoco debe haber en la Comuna propieta-
rismo económico, que haga de su término geográfico
e histórico un coto cerrado o un feudo. Toda Comuna
debe estar abierta a la solidaridad, practicarla y reci-
birla, basándose en el principio de que toda riqueza
natural o creada o fabricada, todo producto, utillaje o
bien material, es patrimonio común y permanece a la

83
disposición de todos, siendo su usufructo regulado por
las normas colectivas libre y voluntariamente estable-
cidas.

Del sindicato revolucionario y de sus funciones


El organismo que en la sociedad socialista ácrata me-
jor puede asegurar la organización del trabajo y su fun-
ción es el sindicato de característica sindicalista revo-
lucionaria, constituido por los trabajadores libres de la
industria, del campo, de la mina, de los laboratorios, de
los centros de investigación y estudio, los de especiali-
dades técnicas. Los sindicatos, agrupados por ramos e
industrias, en Federaciones locales, comarcales, regio-
nales, nacionales e internacionales y administrando di-
rectamente, bajo su responsable control, fábricas y ta-
lleres, campos, minas, marinas, institutos científicos y
tecnológicos, son organismos aptos para asegurar la
producción de todos los artículos y cosas indispensa-
bles a la sociedad y a sus componentes, a tenor de las
necesidades que se hagan sentir y se presenten, persi-
guiendo el objetivo de crear la abundancia con la apor-
tación de cada uno al esfuerzo común, según sus fuer-
zas y capacidades y sin explotación de nadie ni privile-
gio alguno. Todos los recursos materiales, económicos

84
y técnicos, los artículos manufacturados, los productos
agrícolas, ganaderos, de pesca, etc., habrán de conside-
rarse y ponerse a disposición común, por medio de los
organismos adecuados y más idóneos, para la distribu-
ción, el cambio y la repartición más equitativa.
Las Federaciones de sindicatos podrán formarse por
categorías de producción, ya sea industrial, campesina,
etc., o de servicios públicos, correos, comunicaciones,
transporte y demás.
La revolución social, con la desaparición de la bur-
guesía y de las estructuras capitalistas y autoritarias,
deberá establecer una nueva ordenación económica,
que implicará necesariamente otras modalidades de
trabajo, reajustes de fabricación, reconversiones pro-
fesionales, especialidades distintas de la producción.
Los sindicatos por profesión o industria tampoco ha-
brán de disponer de poder político ni de propiedad
de fábrica, de maquinaria o de productos elaborados.
Al propietarismo corporativista tampoco hay que de-
jarle tomar raíz en la sociedad anarquista o comunista
libertaria.
La autogestión ha de tener por base asegurar la me-
jor y más racional organización del trabajo y la función
de producción, controlados por un elevado sentido de

85
responsabilidad individual y profesional consciente y
voluntario.
Los comités o comisiones de autogestión de fábrica,
empresa, taller o colectividad productora serán nom-
brados directamente por el propio personal ocupado
en las mismas, estando sujetos a renovaciones periódi-
cas y siendo revocables.
El burocratismo debe desterrarse de los comités y
de todas partes. Al mismo personal técnico o califica-
do en especialidad, no ha de conferírsele en ninguna
circunstancia, categoría de mando.
Nos manifestamos contrarios a admitir el principio
de «todo el poder a los sindicatos», como el de conce-
derlo, de dirección-mando, a cualquier persona técni-
ca o especializada, encargada responsablemente de un
trabajo, quien deberá considerar a los demás trabaja-
dores en un plano de igualdad moral y efectiva, como
hombres y como productores, cooperando en las labo-
res de un empresa común al servicio del bien general.

Sobre el salario o remuneración


Si los anarquistas nos hemos fijado por finalidad el
suprimir la explotación del hombre por el hombre, el
abolir las clases y el asalariado, lógicamente no podría-

86
mos pronunciarnos, en una organización social de tipo
libertario, por el mantenimiento de un tipo de salario
o de categorías salariales de retribución por el trabajo
efectuado.
Indudablemente son varios los problemas ya de or-
den moral, efectivo, práctico y social que supone la
supresión del salario. Y buscar procedimientos de re-
muneración por concepto de trabajo o unidades de es-
pecialidades del mismo, tampoco sería una solución
libertaria y menos compatible con un alto sentido de
justicia y de solidaridad humana.
Partiendo de este razonamiento, nos manifestamos
partidarios de la aplicación del principio de «de cada
uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesi-
dades», considerando que el trabajo de cada uno le da
derecho a la satisfacción de sus necesidades personales
y a procurarse libremente el abastecimiento de cuan-
to se le haga preciso e indispensable en los almacenes,
cooperativas o centros de distribución común.
Una carta de trabajador o de productor —carta espe-
cial para impedidos, inválidos, ancianos o niños— pue-
de tener valor adquisitivo en todas partes y dar dere-
cho a ser beneficiario de todos los servicios comunes.
La socialización de los mismos, como también los de
la vivienda, sanidad, seguridad social, espectáculos y

87
recreos, ha de considerarse como una de las fórmulas
más prácticas y accesibles al usufructo individual, fa-
miliar y común.
Es indispensable que cada hombre o mujer válidos
tengan asegurada una plaza, un empleo o colocación
útil en la organización común o colectiva del trabajo,
como un derecho inalienable e imprescriptible recono-
cido y establecido por la sociedad anarquista, por la
nueva organización social comunista libertaria.

Distribución y consumo
El fin de la organización social que defendemos y
preconizamos no debe ser el beneficio o el provecho in-
dustrial o comercial, manipulado o monopolizado por
un grupo, clan, entidad u organismo cualquiera, sino
el bien común, dentro de la Federación o Asociación
de Comunas libres y solidarias.
Por otra parte entendemos que las formas y meca-
nismos económicos de la sociedad anarquista no de-
ben encajarse en una rígida armadura, en un régimen
monolítico y de estructuras inamovibles.
Respetando el principio fundamental de no explota-
ción del hombre por el hombre, de comunidad de ri-
quezas, bienes, tierras, máquinas y productos, todo ha

88
de ser puesto a la disposición, consumo y utilización
individual y común.
Y así la libertad, el pan, la cultura y la independencia
dentro de la unión y de la solidaridad quedarán mejor
garantizadas y asegurados para todos.
La distribución general coordinada y al detalle de
productos agrícolas y manufacturados podrá ser ase-
gurada por las asociaciones o federaciones de consu-
midores, a base de almacenes de abastecimientos y su-
ministro al por mayor, donde los sindicatos de produc-
ción y colectividades podrán suministrar y depositar
los productos, y por medio de las cooperativas de con-
sumo y de los economatos o centros calificados para la
distribución al detalle, exentos de todo mercantilismo.

Organismos de la Revolución: Las colectividades


Las colectividades de producción, y hasta las mix-
tas de producción y consumo, sobre todo en el agro,
en el medio rural y campesino, pueden ser también un
factor importante entre los medios idóneos y eficaces
de asentamiento y desenvolvimiento de la nueva eco-
nomía, como organismos vitales funcionando sobre el
principio de libre cooperación en la nueva economía
solidaria, sin mercantilismo ni concurrencia.

89
La experiencia de los sovkozes y de los kolkhozes
es demostrativa de los grandes defectos que aquejan
esos organismos, sobre todo de la factura estatal de
los primeros, ya a la vez de su ineficacia.
Los kibbutz, a través de sus modalidades conocidas
y de su mismo funcionamiento interno, tampoco pue-
den ser preconizados como tipo de organización eco-
nómica y social libertaria. En tal sentido, descartamos
igualmente la fórmula del soviet, cuya experiencia en
la U. R. S. S. ya hemos podido comprobar lo que ha
podido dar de sí.
Hasta la fecha, experimentalmente, como expresión
práctica y eficaz de realización colectivista-comunista
viviente, puede ofrecerse el de las colectividades de ti-
po libertario durante la Revolución española, en una
situación dada de trascendental realismo histórico, ma-
nifestándose como organismos eficientes para asegu-
rar el desenvolvimiento económico de un pueblo, so-
bre todo desenvolviéndose vinculadas de concierto
con los sindicatos y demás organismos comunales,
complementarios unos de otros y atendiendo, cada
uno en su esfera delimitada y característica respecti-
va, las necesidades y funciones económicas y sociales
inherentes a la sociedad o comunidad.

90
Consejos sociales y económicos
Entre esos organismos complementarios de utilidad,
a título de asesoramiento, de información y de estadís-
tica, de orientación técnica, de rebusca de modalida-
des de organización más perfecta, de coordinaciones
de plano local y general, de enseñanzas prácticas dedu-
cidas de las mismas experiencias diversas comparadas
de producción y de consumo, de explotación y estudio
de las posibilidades de desarrollo económico y de ex-
plotación de nuevas riquezas en común, puede haber
los consejos de economía locales, comarcales y regio-
nales, desembocando en el Consejo general de econo-
mía nacional federada.
Esos consejos de economía no deben tener ninguna
potestad ejecutiva, sino simplemente misión consulti-
va y de asesoramiento. Podrán ser formados por de-
legados designados por la Comuna, los sindicatos, las
colectividades, las cooperativas y centros de consumo,
los organismos técnicos y culturales.
Los miembros de esos consejos, que incluso podrían
éstos ser denominados consejos sociales y económicos,
serán designados por los organismos respectivos y de-
legados a aquéllos, a título temporal renovable y revo-
cable.

91
Teniendo en cuenta las necesidades esenciales, ma-
teriales, productivas, relacionadoras, culturales y artís-
ticas, etc., entre los consejos sociales y de economía
que podrían formarse hay el de alimentación, el de la
vivienda, el del vestir, el de la producción agrícola, ga-
nadera y forestal, el de la minería, «I de la pesca, el de
transporte, de comunicaciones, de artes gráficas, pren-
sa y libro, el de la industria metalúrgica y siderúrgi-
ca, el de agua, luz, fuerza motriz y nuclear, el de la
industria química, el del ramo del vidrio y cerámica,
el del ramo de la madera, el de la construcción, el de
sanidad, el de la cultura, artes y recreos, el de ciencias,
investigaciones y técnicas, el de depósitos, créditos e
intercambios, el de relaciones exteriores, el de impor-
tación y exportación, los cuales, a través de sus ramifi-
caciones locales, comunales, sindicales, de colectivida-
des, cooperativas y agrupaciones autónomas, sin cen-
tralismo alguno, de abajo a arriba, se entrelazarán en
un consejo general de coordinación y solidaridad de
entidades y organismos autónomos, sin atribuciones
ejecutivas.
Las denominaciones de los diversos consejos que
enumeramos podrán ser distintas de las que damos no-
sotros, los acoplamientos tener más o menos amplitud,
las demarcaciones por especialidad, o rama más varia-

92
das o sintéticas que las apuntadas. Y serán siempre
adoptadas de común concierto, entre los interesados,
directamente, sin imposición alguna.
(Fin de la Moción adoptada por el Congreso de Ca-
rrara).

Conclusión
A pesar del pesimismo de los futurólogos, que pre-
vén calamidades sin cuento a la humanidad de los si-
glos venideros; pese a las amenazas y a los peligros que
hace correr al mundo las armas atómicas y las formida-
bles fuerzas que puede liberar la energía nuclear; sin
olvidar los problemas que cada día planteará al mundo
la demografía y los que son ya una realidad, como es la
polución, plaga de las modernas ciudades creadas por
el universo concentracionario en que se han encerrado
los hombres, somos optimistas.
Estamos convencidos de que el instinto de conser-
vación del hombre y sus excepcionales facultades de
adaptación, salvarán a la especie de sí misma y desba-
ratarán los planes de los que, consciente o inconscien-
temente, laboran contra ella.
Y estamos convencidos también de que profundas
transformaciones del medio social en que vivimos son

93
inevitables. Ellas llevarán a ensayar todas las nuevas
concepciones de la sociedad ofrecidas a la humanidad
por la inquietud y el propio sentido de continuidad de
las generaciones que se han ido sucediendo sobre la
tierra. Y sabemos que, ensayadas todas las fórmulas au-
toritarias, gastada hasta el tuétano la idea del Estado,
en sus múltiples interpretaciones y transfiguraciones,
fatalmente, por la fuerza misma de las cosas y la diná-
mica de los hechos, las sociedades venideras adoptarán
las soluciones propuestas por los anarquistas.
Estas soluciones, por lo demás, no son ni serán ja-
más definitivas, ya que, como dijo el profundo pensa-
dor libertario Ricardo Mella: «Más allá del ideal habrá
siempre ideal».
No hemos pretendido nunca los anarquistas, crear
ideologías inamovibles, modelos de sociedad para
siempre. Con Malatesta, creemos que hay que ir ha-
cia la libertad total, esto es, la Anarquía, por caminos
de libertad.
Estos caminos los hemos ido abriendo a lo largo de
nuestra práctica militante y seguirán abriéndolos los
que nos sucederán en el combate y en el esfuerzo por
dar cada día un poco más de felicidad a los hombres,
por medio de realizaciones sociales basadas en la jus-
ticia, en la fraternidad, en la solidaridad, en el apoyo

94
mutuo, en el pacto entre iguales, constantes del anar-
quismo.

95
Biblioteca anarquista
Anti-Copyright

Federica Montseny
¿Qué es el Anarquismo?
1974

Recuperado el 28 de mayo de 2014 desde


hormigalibertaria.blogspot.com

es.theanarchistlibrary.org

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