Etica y Persona
Etica y Persona
Etica y Persona
Ética y persona
b. ¿Qué es la ética?
Ética es la actuación libre de la persona humana en cuanto que conduce su vida. Esa
acción redunda en la esencia humana en un perfeccionamiento, a través de hábitos y virtudes,
o en un empobrecimiento, a través de los vicios. Como es la libertad personal la que irrumpe
en la inteligencia y voluntad humanas, el perfeccionamiento implica apertura cada vez mayor
en ellas. El empeoramiento, lo contrario. La vida humana nos la han dado, pero no hecha. El
hacerla conlleva una tarea. Pues bien, la ética es ese tomar la vida humana como tarea. Tarea
indica esfuerzo. No es ético, pues, el pasivo, el perezoso, el que no saca partido de su vida,
el que, en lenguaje aristotélico, se queda en potencia y no se actualiza, el que es como el
hombre dormido. Tarea implica asimismo meta, fin. No se “trabaja” la vida por trabajarla,
sino por un fin: la felicidad. El motor de la ética es, por tanto, la felicidad. La felicidad es el
fin último de cualquier actuación. Para alcanzar ese fin se requieren unos medios, porque,
obviamente, el fin no está conseguido inicialmente. los medios no pueden ser sino bienes
mediales, que precisamente por ello lo son en orden al fin. Ahora bien, para acceder a esos
medios los tenemos que conocer y, al conocerlos, nuestra inteligencia forma normas de
actuación. Éstas iluminan el camino que acerca progresivamente al fin o nos desvía de él. A
la par, no basta con conocer los medios, sino que hay que adaptarse a ellos, seguirlos, y eso
requiere la adhesión de nuestra voluntad a ellos. Al conformarse con bienes cada vez mayores
la voluntad adquiere virtudes que fortalecen su tendencia en orden al fin, pues sin éstas la
felicidad sería inalcanzable. De ahí el papel central de las bases de la ética que son los bienes,
las normas y las virtudes.
Vista desde la antropología, la ética es el modo de conducirse del hombre; el estudio
del crecimiento del hombre como hombre; el modo según el cual lo personal se manifiesta
en lo natural y esencial dotándoles de perfección o deshumanizándolos. La ética se puede
describir desde este punto de vista como la vida añadida con que cada persona dota a la vida
natural recibida y a su esencia humana. La persona es libertad, decíamos. Cuando se ocupa
de su esencia y naturaleza, la persona las liberaliza. Por eso “la ética es la ciencia que
considera al hombre como sistema libre”. Sólo la persona humana desarrolla su naturaleza y
esencia, su humanidad, siempre abierta a crecimiento irrestricto. Por eso, no cabe ética al
margen de antropología (personal se entiende, no cultural, racional, etc.). A la par, la ética
que se obra depende de la persona que se es.
La ética es ese saber humano, vivido, acerca del hombre que hace referencia a la
acción humana en tanto que en ésta se entretejen los bienes reales, las normas presentadas
por el conocimiento y las virtudes de la voluntad. Como ese saber a ese nivel no es sólo
teórico sino ínsito en la propia vida del hombre, la ética es la personalización de la naturaleza
y esencia humanas. En la apertura del acto de ser personal humano a la propia esencia humana
engarza la ética. Esta apertura se llama tradicionalmente sindéresis. Por ella nos abrimos a
nuestras potencias superiores (inteligencia y voluntad) y a nuestra naturaleza corpórea
humana. Sin esa apertura nativa no cabría, pues, ni la activación de la inteligencia ni la de la
voluntad ni el cuidado de la corporeidad humana. Con las potencias humanas superiores e
inferiores nos abrimos a las demás personas, a la sociedad. Por eso, la ética es previa y
condición de posibilidad de lo social (por ello se debe tratar primero en esta Lección la ética
y en el siguiente de la sociedad)
g. Integridad
Ser realista en ética es tener en cuenta los tres pilares de la ética y aunarlos. Unirlos
no implica homogeneizarlos, sino compararlos y notar que uno posee primacía sobre otro.
La clave del arco de la ética es la virtud. En efecto, si no se mejora en la esencia humana al
actuar, el actuar para conseguir asuntos externos es muy pobre. En efecto, si se compara con
la mayor ganancia, la interior, que podemos sacar de la actuación, los bienes externos son
"habas contadas" que, además, dejaremos sin remedio al final de la vida. Por otra parte, las
virtudes son superiores a las normas porque son más estables y porque la persona las asume
más. Añádase que la virtud, que es el perfeccionamiento de la voluntad, no se da, sin la
prudencia, que es la luz de la razón que dicta normas. Por eso los medievales llamaban a esta
perfección racional genitrix virtutum, madre de las virtudes. La virtud tampoco se da sin la
realidad extramental, los bienes, que son la causa de que las normas sean certeras y de que
las virtudes sean pujantes.
¿Por qué la ética debe vincularse a los bienes? Porque de lo contrario, no aparece la
felicidad. La felicidad plena sólo puede entrar en escena cuando se goce el mayor bien. Éste
debe ser eterno e incorruptible, infinito, porque es el único que puede saturar a una potencia
espiritual como la voluntad humana; en rigor, sólo Dios. Sin bien real tan alto la felicidad
humana sería puro postulado, y la ética un sin sentido, o un montaje más o menos teatral.
¿Por qué aparecen en ética las normas (leyes o llamadas de atención de la razón) y las
virtudes? Porque el bien más alto, la felicidad, Dios, no lo poseemos en esta vida, y debemos
conducirnos en ella de tal modo que lo alcancemos. Sin conocer el camino que a él conduce,
sin la luz de la sindéresis (primera norma o regla de moralidad), y sin normas morales, es
decir, sin la luz de la conciencia (norma segunda o próxima de moralidad que dictamina entre
los medios) el acceso a él es imposible. A la par, sin virtudes que perfeccionen a la voluntad,
que la refuercen en su tendencia dirigida a la caza de ese fin último, éste sería inalcanzable.
¿Por qué la ética sólo tiene estas tres bases y no más? Porque todo lo que existe es
bien (bien y ser “sunt idem in re” se decía en el medievo), y porque las dos únicas vías
humanas de acceso a todos los bienes al bien sin restricción son la inteligencia (normas) y la
voluntad (virtudes). Existe el bien absoluto real apropiado a la felicidad humana, y nuestro
modo de relacionarnos con los bienes mediales que a él conducen únicamente es posible
mediante el conocimiento y la voluntad. Estas son las dos únicas ventanas de la naturaleza
humana abiertas al bien irrestricto susceptibles de crecimiento. Por la primera, porque por la
razón lo conocemos, y al conocerlo surgen las normas; y a través de la voluntad, porque por
ésta lo queremos, y al hacerlo se fraguan es ésta las virtudes. Dado que no tenemos más
potencias humanas por las que podemos manifestar nuestra apertura irrestricta al bien, no
hay más posibilidades de fundar la ética. En efecto, los sentidos, apetitos, sentimientos
sensibles, etc., sólo tienen que ver con unos bienes muy reducidos, pero no con la totalidad
de ellos, y por supuesto, no con el bien último. El bien atrae, provoca la apertura del ser
personal, y las normas y las virtudes potencian la apertura de nuestra esencia.
h. La acción humana
Actuar es ejercer acciones transitivas, es decir, con tiempo, movimiento, espacio.
Obviamente esas acciones las realizamos con nuestro cuerpo. Esas acciones son dobles, la
lingüística y la productiva. “La consideración de la acción tiene la ventaja de que permite
aunar las tres dimensiones, porque de la acción proceden las virtudes o los vicios; a través de
la acción la norma moral se abre paso. Y, por otra parte, con la acción el hombre trata de
conseguir los bienes”. La acción es la mediación, el hilo que ata, entre lo interno del hombre
y lo externo a él. Entre aquello interno del hombre que se abre a la totalidad de lo real
(inteligencia y voluntad) y la realidad exterior. Si la ética no fuera previa y condición de
posibilidad de la acción humana, cabría una distinción radical entre lo que en la Edad Media
se llamaba agible y factible, es decir, entre la acción ética y la acción de transformación. Pero
esa separación tajante es artificial, pues toda acción transformadora consciente y querida es,
se quiera o no, ética.
La acción humana es nuestra intervención eficaz en el curso de los acontecimientos
reales. No es intemporal e inmanente como un acto de pensar o como un anhelo de la
voluntad, porque trasciende fuera de nosotros modificando la realidad sensible, es decir,
cambia el curso de los acontecimientos. No es tampoco meramente material, porque es libre,
atravesada de sentido humano, y es expresión de nuestro amor, esto es, de nuestra aceptación
o rechazo, de nuestra donación o retraimiento. Es, pues, el enlace, la mediación, entre lo
temporal y lo intemporal. Algo de lo temporal es modificado por ella, precisamente porque
cuenta con el respaldo de algo otro de índole intemporal (el pensar y el querer) que se cierne
sobre el curso histórico transformándolo. Hay que actuar en el teatro de este mundo, pero hay
que actuar bien. Como la vida del hombre en el mundo es síntesis de tiempo y eternidad, el
hombre sin actuación en el tiempo no es viable.
La acción es el hacer capaz de humanizar el mundo (pero también de deshumanizarlo,
incluso de destruirlo). La acción humana añade lo humano al mundo, quedando plasmado lo
humano en el mundo. No es, como se ha dicho, una operación inmanente (como pensar o
querer) sino un ejercicio transformador. Tampoco debe ser entendida la acción como el mero
actuar a la búsqueda de resultados, tesis propia del consecuencialismo. No es así porque no
es la acción para los resultados, sino éstos para la acción, y ésta para quien obra, pues la
acción es de índole superior a los bienes útiles externos (por eso puede conseguirlos), y es un
bien inferior a la persona que actúa. No miden los resultados a la acción sino al revés. Pero
la tesis de que la acción es superior a los resultados sin tener en cuenta la virtud es
ininteligible. A su vez, la tesis de que la virtud es superior a la mera acción, sin la persona
humana es incomprensible. Por eso la ética de resultados o consecuencialista (propia, por
ejemplo, del economicismo, del capitalismo, etc.), es decir, la ética que busca por encima de
todo la producción, la eficacia material, el enriquecimiento, no sólo desconoce la virtud, sino
también el núcleo personal humano. No es que la producción sea mala (como veremos en el
Tema 11), sino que es un bien menor que la propia acción.