1) El documento introduce el tema de la ética, definiéndola como el estudio filosófico práctico de la conducta humana, con el objetivo de establecer las buenas acciones. 2) Explica que la ética se distingue de otras disciplinas como la ciencia en que busca las causas últimas en lugar de leyes comprobadas experimentalmente, y de consideraciones espontáneas por su carácter reflexivo. 3) Finalmente, señala que la ética se relaciona y distingue de otras disciplinas como la metafísica, antrop
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1) El documento introduce el tema de la ética, definiéndola como el estudio filosófico práctico de la conducta humana, con el objetivo de establecer las buenas acciones. 2) Explica que la ética se distingue de otras disciplinas como la ciencia en que busca las causas últimas en lugar de leyes comprobadas experimentalmente, y de consideraciones espontáneas por su carácter reflexivo. 3) Finalmente, señala que la ética se relaciona y distingue de otras disciplinas como la metafísica, antrop
1) El documento introduce el tema de la ética, definiéndola como el estudio filosófico práctico de la conducta humana, con el objetivo de establecer las buenas acciones. 2) Explica que la ética se distingue de otras disciplinas como la ciencia en que busca las causas últimas en lugar de leyes comprobadas experimentalmente, y de consideraciones espontáneas por su carácter reflexivo. 3) Finalmente, señala que la ética se relaciona y distingue de otras disciplinas como la metafísica, antrop
1) El documento introduce el tema de la ética, definiéndola como el estudio filosófico práctico de la conducta humana, con el objetivo de establecer las buenas acciones. 2) Explica que la ética se distingue de otras disciplinas como la ciencia en que busca las causas últimas en lugar de leyes comprobadas experimentalmente, y de consideraciones espontáneas por su carácter reflexivo. 3) Finalmente, señala que la ética se relaciona y distingue de otras disciplinas como la metafísica, antrop
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Capítulo 1: Ética. Introducción ¿Qué es la ética?
Con cierta frecuencia oímos en el lenguaje
cotidiano las expresiones “ética” y “moral”. Más allá de los usos que puedan tener en diferentes autores, son prácticamente sinónimas. “Ética” viene del griego “ethos” que se puede escribir de dos maneras: con “eta” (= e larga) significa carácter o modo de ser de algo, particularmente de una persona; en cambio, con “épsilon” (= e breve) significa costumbre o modo habitual de obrar. La palabra “moral” proviene del latín “mos”, que significa igualmente “costumbre”. En una primera aproximación, podemos definir la ética como “el estudio filosóficopráctico de la conducta humana”. Al decir “estudio filosófico” queremos señalar que se trata de una indagación de índole reflexiva y sapiencial, que busca las raíces o causas últimas de la realidad. Se contrapone a una consideración “científica” (que busca comprobar leyes a través de procedimientos experimentales) porque en la ética los resultados no surgen de experiencias de laboratorio o de campo. Igualmente, la ética filosófica trasciende una consideración espontánea, inmediata o vulgar de las cuestiones referidas al obrar humano. Es decir, la ética es conocimiento “filosófico”, no “científico” ni “vulgar”. La ética es filosofía “práctica” porque su objeto es establecer las buenas acciones; en ello se distingue de otras disciplinas filosóficas, llamadas especulativas o teóricas (del latín “speculare” y del griego “theorein”, que significan observar, mirar), que se limitan a contemplar sus objetos sin modificarlos. Como dice Aristóteles: estudiamos ética no para saber lo que es bueno, sino para obrar bien. Su objeto es “la conducta humana”. Respecto de esto, es necesario distinguir, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, los actos humanos y los actos del hombre. Actos humanos son los que provienen de la voluntad deliberada y por ello están en manos del que los ejecuta: como por ejemplo pensar, querer, estudiar, trabajar. Actos del hombre son los que suceden sin intervención de la voluntad libre: como la circulación de la sangre, la digestión o el enrojecimiento del rostro. La conducta humana, objeto de la ética, está constituida por los actos humanos. Hay que considerar la vida humana como una totalidad de la que el hombre mismo es sujeto y autor. Por eso se suele decir que el enfoque correcto de la ética es el de la primera persona, es decir, el del hombre que configura su propia conducta como un todo, o (dicho de otra manera) es autor de su propia biografía moral. Es decir que con la ética tocamos directamente la dimensión personal de los seres humanos; no es posible reducir a la ética a un sistema de condicionamientos o a “mecanismos” de actuación, de acción y reacción, que desconocerían la racionalidad y la libertad de las personas. Por otra parte, existe una tensión entre los actos singulares y la conducta en su conjunto. Los actos singulares son importantes, en la medida en que configuran al sujeto en su dimensión moral; por ejemplo, si una persona comete un robo se convierte en un ladrón, mal que le pese. Pero la ética debe tener en cuenta no sólo los actos en su dimensión puntual, sino también el conjunto de la conducta, que es en última instancia la que determina al hombre como tal; pues un acto aislado puede ser revertido por otros y de esa manera la conducta puede quedar orientada en una dirección distinta. En el ejemplo que pusimos, si el que robó una vez se arrepiente de ese acto y desarrolla una conducta totalmente opuesta, ya no podrá ser considerado ladrón. Señalemos también que la ética, como toda disciplina de estudio, tiene un objeto material y un objeto formal. Objeto material se llama a la realidad que estudia cada disciplina o ciencia: en el caso de la ética, es la conducta humana. Pero ese objeto le es común, como veremos, con otras disciplinas. Objeto formal es el aspecto específico del objeto material o el punto de vista bajo el cual se lo estudia. En el caso de la ética, se trata de la moralidad de la conducta humana, es decir, la cualidad de la conducta que la hace buena o mala en orden a la realización integral de la persona. En ese sentido, hay que distinguir el bien ético del bien técnico. La bondad técnica se refiere a algún fin particular muy restringido: desde el punto de vista técnico, el cuchillo es bueno porque sirve para cortar. En cambio, la bondad ética se refiere al fin último de la persona y a su plena realización. Es así que algo muy bueno desde el punto de vista técnico puede ser malo o nocivo desde el punto de vista ético: por ejemplo, usar una bomba atómica implica un enorme desarrollo y capacidad técnica; pero por la destrucción que provoca, merece una valoración moral totalmente negativa. Entonces, el bien ético o moral es el que se dirige a la realización de la persona en todas sus dimensiones. Por eso, el bien moral verdadero se distingue también del bien aparente, que se presenta como objeto deseable de la acción pero no lleva a la plenitud personal. Por ejemplo: mentir puede aparecer como algo bueno para obtener una ventaja inmediata, y así ser un bien aparente; pero desde el punto de vista moral es siempre malo. Origen de la pregunta ética Desde que tenemos uso de razón, la dimensión ética se hace presente en nuestra vida. Recibimos una educación moral que nos permite distinguir lo bueno y lo malo, lo debido y lo prohibido, lo conveniente y lo perjudicial. Esa educación moral suele estar ligada a los ámbitos de la familia y de la sociedad, que transmiten el “ethos” de una cultura. Por “ethos” cultural entendemos el conjunto de criterios, valores, prácticas, actitudes y virtudes que configuran las acciones y la vida de un grupo social y de las personas singulares que lo componen. Frente al “ethos” recibido, las actitudes pueden ser diversas: podemos asumirlo pasivamente, o profundizar en sus presupuestos para vivirlo más conscientemente; podemos criticar sus manifestaciones o sus principios implícitos; podemos incluso abandonarlo y reemplazarlo por otra configuración de valores y de vida. La pregunta ética surge entonces desde la práctica moral de cada una de las personas. No se trata, como quieren algunas corrientes, de que existan “hechos” morales que deberían ser estudiados desde una perspectiva científica, neutral y externa, así como existen hechos físicos, hechos astronómicos, etc. Más bien, en la práctica moral que cada uno de nosotros desarrolla, surgen las preguntas éticas en las que siempre estamos involucrados en primera persona. Por eso, una característica de la pregunta moral es que en todos los casos incluye al mismo que la formula; no puede ponerse de una manera puramente neutral, y los valores y virtudes del que intenta responderla siempre están implicados en el enfoque y en las soluciones que se proponen. Ejemplos: una persona muy honesta repudiará vivamente una propuesta injusta; una persona que miente habitualmente tenderá a considerar que la mentira no es algo muy grave, que en algunos casos se justifica, etc. Ética filosófica y experiencia moral No todas las personas hacemos filosofía o reflexionamos en el nivel de la ética filosófica. Sin embargo, todos tenemos experiencia moral. La experiencia moral puede definirse como el conjunto de situaciones, vivencias, reflexiones, cuestionamientos, decisiones que de una forma u otra inciden en la integridad de nuestro ser, es decir, en lo que nos hace, cabalmente, buenas personas o malas personas. La experiencia moral es el punto de partida de la ética filosófica. Pues desde la vida concreta es posible preguntarnos cómo y porqué ciertas acciones, conductas, decisiones o estilos de vida, llevan a nuestra plenitud como personas, o por el contrario, nos alejan de ella. Y desde esa pregunta surge la elaboración filosófica, como búsqueda de los principios o razones últimas y decisivas que configuran rectamente nuestra conducta. La experiencia moral es rica y variada. Entre otros elementos, podemos encontrar en ella: la conciencia de obrar bien o mal; la ley y la obligación; las prohibiciones y su carácter, en ocasiones, absoluto; la responsabilidad personal de las acciones y sus implicaciones sociales; la libertad y sus límites; la angustia ante decisiones difíciles que son, a la vez, inevitables; el gozo del bien realizado; el remordimiento por el mal cometido; las virtudes como capacidades de obrar el bien; los vicios como cadenas que nos quitan libertad; el ideal del bien como factor movilizador de la esperanza. La ética filosófica implica poner en palabras la experiencia moral; expresar en conceptos generales la vivencia personal y los principios morales que la configuran. Esa elaboración implica el análisis crítico de la experiencia y el desarrollo de categorías morales, que, si bien se basan en las concepciones espontáneas del sujeto, deben establecerse de manera más reflexiva y completa. Ejemplo: espontáneamente se suele decir que la libertad consiste en elegir entre el bien y el mal; un análisis crítico nos llevará a un concepto más elaborado de libertad como autodeterminación de la persona, en el cual la elección del mal aparece como una consecuencia accidental y no verdaderamente constitutiva de la libertad, dado que, en realidad, al elegir el mal perdemos dignidad y frecuentemente nos atamos y esclavizamos a aquello que elegimos. Distinción de la Ética y otros saberes: metafísica, antropología, psicología, sociología, derecho, economía, teología La Ética se relaciona y a la vez se distingue de otras disciplinas filosóficas y científicas. En el análisis de estas relaciones y distinciones podremos ir perfilando mejor su carácter propio. Ética y metafísica La metafísica es, en la concepción clásica, la parte más importante de la filosofía. La metafísica tiene una mirada sapiencial, que se dirige a las causas determinantes y últimas y a los principios más universales y primeros de toda la realidad: el ente, la esencia, el acto, la potencia, la sustancia. Y su punto más alto está en el reconocimiento o la prueba de la existencia de Dios. Pero en la época moderna la metafísica se ha visto fuertemente desacreditada, en parte por el influjo del empirismo (que pretende prescindir de todo aquello que no tenga apoyo o comprobación directa en los datos de la experiencia sensible), en parte por la crítica de Kant (que considera la metafísica como una ciencia imposible, porque sus objetos, el alma, Dios, no pueden demostrarse experimentalmente), y más recientemente por las tendencias nihilistas que niegan todo saber de fundamentos y se limitan a establecer direcciones provisorias y aproximaciones relativas a las cuestiones más decisivas. La ética es disciplina práctica: procura dar las normas para componer las buenas acciones que configuran la conducta adecuada del sujeto. La metafísica, en cambio, es una disciplina especulativa o teórica, porque su fin es la contemplación de las realidades más elevadas. Ya por eso mismo se establece claramente una distinción entre ambas. Sin embargo, existe una relación importante. Pues la metafísica implica una visión del mundo y de la realidad que no puede dejar de influir en la respuesta ética a las cuestiones más trascendentes. En este sentido, aun aquellos que niegan la metafísica tienen una metafísica implícita; por ejemplo, quien afirma que la vida no tiene ningún sentido y que por ello hay que vivir sólo el momento presente, ya nos ofrece una concepción de la realidad, o sea, una metafísica. Y como es natural, este tipo de visión influye en las respuestas que se dan a los interrogantes éticos. Asimismo, una metafísica materialista u otra espiritualista, una metafísica personalista u otra individualista, marcarán direcciones muy diferentes en el enfoque y en la resolución de los problemas éticos. No obstante, la ética conserva su relativa autonomía de la metafísica, pues tiene un objeto y una metodología que la sitúan netamente en el ámbito de las disciplinas prácticas. Ética y antropología La antropología, estudio del hombre, puede abordarse desde diversos enfoques. Existe una antropología filosófica, que estudia los principios y dinamismos propios del hombre desde el punto de vista filosófico; hay una antropología cultural, que describe las formas y las direcciones del desarrollo humano y social según las diferentes culturas; la antropología teológica, por su parte, medita sobre el hombre en tanto que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y caído por el pecado, ha sido redimido y renovado en Cristo. La ética presupone sin duda una antropología filosófica, y se vale de los datos que proveen los otros enfoques antropológicos. Pero se diferencia de la antropología en tanto que el objeto propio de la ética es el obrar humano considerado desde su moralidad y por lo tanto va más allá de la descripción y la reflexión sobre el hombre y sus actos para emitir juicios valorativos e incondicionales. Por ejemplo: por más que en una cultura determinada una conducta resulte habitual o se considere normal, ello no implica, desde el punto de vista ético, que sea incondicionalmente (moralmente) buena. Antes bien, desde la ética se puede criticar las culturas y sus manifestaciones, evitando todo tipo de relativismo cultural. Los principales presupuestos antropológicos de los que se vale la ética son: el carácter personal del ser humano, la composición del hombre como unidad de cuerpo y alma, el análisis de las facultades humanas de inteligencia y voluntad, la condición social del hombre, la libertad como fenómeno humano originario e insoslayable, etc. Ética y psicología Aunque la ética y la psicología tienen muchos puntos de acercamiento, sin embargo son disciplinas netamente distintas. La psicología estudia la naturaleza y el dinamismo de la conducta humana desde sus leyes naturales, según las cuales podemos considerar una personalidad humana normal o patológica. La ética, por su parte, como ya lo hemos expresado repetidamente, considera la moralidad de dicha conducta, es decir, su ajuste o no a lo que hace integralmente bueno al hombre. Además, la ética es una disciplina normativa, que indica lo que debe hacerse, en tanto que la psicología es una ciencia descriptiva, un saber positivo que parte de una base empírica y resuelve sus conclusiones de manera experimental. No obstante, hay importantes puntos de contacto entre ambas disciplinas. La ética necesita de la psicología para establecer hasta qué punto una conducta errada proviene de una desviación de la voluntad, y por tanto es imputable al sujeto que la realiza, o si más bien procede de condicionamientos más o menos intensos que quitan responsabilidad e imputabilidad. Pensemos en el ejemplo del suicidio: desde el punto de vista ético, es claro que se trata de una conducta reprensible; sin embargo, entre las causas que llevan a una persona a tomar esa decisión puede haber algún tipo de patología que disminuya notoriamente o aun quite la responsabilidad. Del mismo modo, otros condicionamientos psicológicos pueden dificultar la educación moral de una persona, como por ejemplo, la dependencia del alcohol o de las drogas, que produce graves desórdenes en la vida humana: en ese caso, para rectificar la conducta moralmente errada será preciso antes sanar el psiquismo gravemente condicionado. La ética, sin embargo, conserva su plena autonomía frente a la psicología. No es acertado decir, por ejemplo, que el universo de la moral y de las normas sea simplemente una construcción derivada de ciertos mecanismos psicológicos. Una tal afirmación implicaría confundir la dimensión moral de la persona con las condiciones de posibilidad psicológicas de dicha dimensión. Ejemplo: una persona puede tener un sentido de las normas, de la culpa, etc., más o menos desarrollado de acuerdo a ciertos elementos de su estructura psíquica; puede ser rigorista o legalista o laxista; pero ello no implica que la dimensión moral surja de dicha estructura. Ella es tan sólo su condición de posibilidad. A quienes dicen que la moral es una superestructura producida por la psiquis, cabría retrucarles que su teoría parece ser una construcción destinada a negar la evidencia palmaria de la dimensión moral. Ética y sociología La relación entre ética y sociología es análoga a la que existe entre ética y psicología. La ética es disciplina normativa, en tanto que la sociología describe, clasifica y mide los hechos sociales mediante métodos empíricos: estadísticas, encuestas, etc., y los interpreta de acuerdo a ciertos modelos de análisis. La ética ha de tener en cuenta los datos ofrecidos por la sociología, sobre todo en dos dimensiones. Primero, como fuente de información acerca de lo que las personas creen, piensan y sienten sobre algunos aspectos de la conducta relacionados con la vida en común de los hombres; pues Aristóteles nos recuerda que el método de la ética parte de las “apariencias”, en el sentido de las opiniones comunes de los hombres sobre lo que está bien y lo que está mal. En segundo lugar, los datos sociológicos son útiles a la hora de establecer una pedagogía de la moral: pues los condicionamientos sociales de la conducta humana pueden hacer más fácil o más difícil el poner en práctica las normas que la ética establece, y ello puede orientar en una dirección u otra la pedagogía ética. Lo que no es aceptable es pensar que la moralidad de la conducta humana tenga que decidirse por la opinión o la praxis de la mayoría. La ética es, como dijimos repetidamente, una disciplina normativa, y por eso su dictamen no depende de la cantidad de las personas que en un determinado contexto pongan en práctica una norma moral. Por ejemplo: la difusión de la corrupción en la administración pública o de la pornografía no hacen a estas prácticas moralmente buenas, ni siquiera tolerables. También es necesario distinguir la sociología como ciencia, en sí perfectamente legítima, de sus adherencias ideológicas que ya pertenecen al ámbito de la opinión y que no siempre son válidas. Por ejemplo: una cosa es constatar algunas relaciones desde la sociología empírica, como la relación entre la acumulación de capitales en pocas manos y el sometimiento de ciertas clases sociales; y otra cosa muy distinta, aceptar por ello la validez del análisis marxista de la sociedad, que incluye una ideología materialista que desconoce la trascendencia de la persona y su dimensión espiritual. Ética y derecho El derecho es el conjunto codificado de las normas que rigen la vida humana en sus diversos niveles. En ese sentido, hay amplias coincidencias de objeto y de ámbito entre ética y derecho. Ambos se ocupan de la conducta humana, ambos son normativos y no meramente descriptivos, ambos involucran la racionalidad, la libertad y la responsabilidad. No obstante, es necesario establecer algunas diferencias. Ante todo, la ética se ocupa de la conducta humana en su integralidad, asumiendo lo interior y lo exterior, lo personal y lo social. En cambio, el derecho sólo se ocupa de la conducta en su dimensión externa y social. Por ejemplo, la ética puede reprender conductas como guardar rencor al vecino o emborracharse en casa, pero el derecho no puede establecer normas o penas por ese tipo de acciones. Además, el derecho mira la conducta desde la ley, y las consecuencias de su cumplimiento o incumplimiento; en tanto que la ética, como considera al hombre en su integridad, se ocupa de las virtudes y su papel perfectivo de la conducta en su totalidad. Ejemplo: al derecho le interesa sólo el cumplimiento o no cumplimiento de una norma, como pagar los impuestos; a la ética le interesa también si la persona los paga por simple temor a una pena o porque tiene arraigada en su corazón la virtud de la justicia. Por otra parte, el derecho está constituido en gran parte por una codificación positiva, establecida por las leyes humanas. La ética, por su parte, presta mayor atención a las normas que emanan de la misma naturaleza humana, que establece unos parámetros generales de lo que es digno y conveniente a la persona como tal. Por eso, hay muchas conductas que no son éticamente correctas, y sin embargo no están penadas por la ley. Pero eso implica, nótese bien, que no basta que algo no esté penado por la ley para que sea éticamente bueno. Debe rechazarse el positivismo jurídico, que considera que las normas del derecho son establecidas por la sola voluntad del legislador; si fuese así, el derecho adquiriría una autonomía indebida respecto de la ética; terminaría por ser la expresión de una mayoría de opinión, política o sociológicamente establecida. El derecho, en cambio, debe establecerse en concordancia con las normas objetivas de la moral, que tienen su última fuente en la naturaleza humana personal y trascendente. En caso contrario, las normas del derecho serían injustas y no obligarían en conciencia. Ejemplo: una ley que permita o incluso obligue a realizar el aborto en ciertos casos, por más que haya sido legalmente aprobada por el Parlamento, no legitima éticamente esa conducta. Ética y economía La economía estudia cómo las personas y los grupos usan sus medios de producción para conseguir, administrar y distribuir bienes y servicios. Como es natural, la economía no puede ser simplemente una técnica de la administración o de las finanzas, puesto que detrás del manejo de los bienes y los recursos están las personas y su dignidad. La economía como ciencia tiene unos principios y una metodología propios; sin embargo, no puede eximirse de las normas éticas, en tanto que regula una actividad humana que puede contribuir o no a la realización más plena de la persona. Por eso, en la valoración de un análisis o una decisión en el área de la economía, no es suficiente considerar su calidad desde el punto de vista técnico; es preciso también considerar si ese tipo de decisión respeta la dignidad humana en toda su integridad, tanto en el que realiza la acción como en quienes reciben sus consecuencias. Ejemplo: una inversión debe ser considerada no sólo desde la perspectiva de las posibles ganancias que dará a quienes realicen, sino también si respeta y promueve la justicia para con todos los que de alguna manera se ven involucrados en ella, y también si contribuye, aunque sea de manera indirecta, al bien común. En este sentido se suele decir que la economía debe subordinarse a la política, como arte que se propone realizar en la sociedad humana el bien común, y la política a la ética, para evitar que aquella se convierta en una mera búsqueda del poder sin límites. Ética y teología La teología es la ciencia de Dios; es el esfuerzo de la razón, iluminada por la fe, de penetrar los misterios sobrenaturalmente revelados y alcanzar, en la medida limitada de las fuerzas humanas, una inteligencia de sus contenidos. La teología es una, pero dentro de ella se distinguen diversas partes, entre las cuales se encuentra la teología moral. Ésta se ocupa de la vida y la conducta del creyente como respuesta al llamado de Dios en Cristo, respuesta que se hace posible por la gracia que transforma el ser y el obrar del hombre. Entre la ética y la teología moral, como es natural, hay estrechas relaciones, pues como se afirma en teología, la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Es decir, que la conducta moral cristiana supone la rectitud ética desde los parámetros de la naturaleza, y lleva esa rectitud natural a un grado superior de realización, sólo concebible desde la Revelación cristiana. Por ejemplo: el respeto debido a todo hombre, principio de la ética natural, es el fundamento de la realización del amor cristiano, y se proyecta en el amor a los enemigos, o en un amor hasta dar la vida a ejemplo de Cristo. Sin embargo, son muchos los puntos en que la ética y la teología moral difieren. Ante todo, la ética toma sus principios de la observación y la reflexión racional sobre la naturaleza humana; en cambio, la teología moral se fundamenta en la Palabra de Dios y en el conjunto de la revelación, conocida y aceptada por la fe. Además, en la ética, el protagonista es el sujeto humano, autor de su propia conducta y de su biografía moral; en la perspectiva de la teología moral, quien tiene la iniciativa es Dios, que en Cristo salva a los hombres y los llama a su amistad; la acción del hombre, por tanto, es siempre una respuesta al obrar divino. Por otra parte, en la ética, el sujeto humano es visto como ser racional que se autodetermina a partir de sus actos; en la teología moral, el hombre es considerado como imagen y semejanza de Dios, caído por el pecado y renovado en Cristo, y por ello dotado por la gracia de capacidades superiores a las de la mera naturaleza racional. Finalmente, en la ética, la conducta humana se contempla en el horizonte de la vida presente; en la teología moral, sin descuidar esa perspectiva, la mirada se ensancha hasta alcanzar la vida eterna. También debemos decir que la ética tiene autonomía respecto a la teología moral. Es cierto que, desde una perspectiva creyente, no es suficiente para ordenar la conducta el cumplir los dictados de una ética racional. Así como la filosofía en general es una búsqueda de la verdad que nunca se acaba, así la ética nunca podrá dar una respuesta definitiva a las preguntas que se formulan en el ámbito del obrar humano. Sin embargo, así como es legítimo filosofar sin tener en cuenta las verdades reveladas, así también se pueden plantear y responder las principales cuestiones éticas sin hacer referencia a la teología moral. Distinta es, en cambio, la cuestión de si la pregunta moral por el destino del hombre se puede responder sin referencia a Dios. Dado que la razón filosófica puede alcanzar, aun cuando con grandes limitaciones, el conocimiento de la existencia y de la esencia de Dios, se puede admitir que la ética, en algún momento de su preguntar, debe plantearse si el último fundamento de las normas morales puede hallarse en una consideración meramente inmanente, o si debe remitirse a un Absoluto trascendente. Ejemplo: ¿qué es lo que hace que la vida humana sea indisponible, es decir, que no pueda someterse al arbitrio o al cálculo de ganancias o pérdidas, sino que sea un valor absoluto? ¿Puede fundarse ese valor sólo en una consideración intramundana o debe remitirse a la condición del hombre como dependiente de una causa primera, que es Dios? Ética personal y ética pública Es claro que la ética es personal, puesto que su ámbito está constituido por las acciones libres de las personas. Pero dado que el hombre es un ser naturalmente social, la ética tiene también una ineludible dimensión pública; todo comportamiento ético tiene una repercusión social. ¿Cómo se relacionan la ética personal y la ética pública? Es decir, ¿cómo se influyen recíprocamente estas dimensiones de la vida humana? ¿Dicha influencia es decisiva, o debe ser reducida a una mínima expresión, de tal modo que lo que es éticamente relevante desde el punto de vista personal tenga escasa o nula importancia en el nivel de la ética pública? Una manera inadecuada de plantear estas relaciones es la de pensar que la ética pública debe reflejar exactamente la ética personal. Ello sucede en ciertos regímenes totalitarios, en los que por las leyes se pretende imponer coercitivamente todas las normas morales. Esto da lugar a un control e injerencia del Estado sobre los asuntos privados que resulta lisa y llanamente insoportable. Pero el otro extremo consistiría en considerar que la ética pública es el mínimo de normas morales que deben respetarse en una sociedad para que sea posible la vida en común, y que la ética personal no debe exigir nada más allá de estas normas mínimas. Es decir, que sólo caería bajo el ámbito de la ética aquello sin lo cual es imposible la vida social, y lo demás sería meramente objeto de las preferencias personales, en las que cada uno toma sus propias opciones. La tolerancia sería el valor supremo; pues cualquier elección ética en el orden personal debería limitarse a la vida del individuo, sin ninguna pretensión de imponerla a los demás. Esta posición es igualmente insostenible, porque en la práctica reduciría la ética a una “ética mínima pública” de perfil relativista, que no se condice con la incondicionalidad de las normas éticas que se percibe en la experiencia moral. ¿Cuál es entonces el modo adecuado de relacionar ambas dimensiones? En primer lugar, hay que decir que la ética personal se ocupa de las acciones realizadas por la persona individual en cuanto tal; en tanto que la ética pública o política se ocupa de las acciones realizadas por la sociedad política y también por el individuo, en la medida en que tienen repercusión pública o afectan directamente al bien común. Por ejemplo: una disputa familiar debe ser juzgada por la ética personal; pero una acción administrativa realizada por un gobernante en el ejercicio de sus funciones, o el cumplimiento o la violación de una ley por parte de un ciudadano, deben ser juzgadas tanto por la ética personal como por la ética pública. De ello surgen algunas consecuencias. Ante todo, un mismo comportamiento no puede recibir una valoración moral distinta en la ética personal y en la ética pública. Por ejemplo: un acto de corrupción, que va contra la ética personal, no puede ser justificado desde el punto de vista político por la obtención de otros beneficios para el partido o la persona que lo realiza. Por ello, no se puede emitir un juicio adecuado sobre un comportamiento en el ámbito público, sin considerar el dictamen de la ética personal en el mismo caso. Por ejemplo: si la prostitución tiene una calificación moralmente negativa en el ámbito de la ética personal, la ética pública tendrá que tener esto en cuenta a la hora de establecer leyes respecto a la materia. Hoy en día, por ejemplo, la tradicional tolerancia de las leyes respecto a la prostitución parece haberse endurecido al verse más claramente su vinculación con la trata de personas y otras prácticas contrarias a la dignidad humana. La ética pública entonces debe reconocer una dependencia de la ética personal; pero para que una ley prohíba un comportamiento determinado, no basta que sea éticamente malo, sino que además debe perjudicar significativamente al bien común. Ejemplo: la comercialización de estupefacientes no puede ser aprobada o despenalizada, dado que no sólo perjudica al consumidor individual, sino que implica daños significativos para la sociedad en general. Por todo esto, no es viable la propuesta de una “ética de mínimos”. Esta consiste en establecer un mínimo común de valores morales compartidos por todos los miembros de una sociedad para que la vida común sea posible. La propuesta parece seductora, en tanto que establece algunos valores consensuados, y a la vez tolera las diferencias, que se dejan al criterio individual. No obstante, esta posición no es sostenible por su trasfondo relativista. Tres razones lo prueban: ante todo, no hay un criterio normativo para establecer los valores mínimos, con lo cual estos se fijarían arbitrariamente; además, ese mínimo sería variable, o peor aún, tendería a ser progresivamente menor, pues al no haber valores morales absolutos todo se iría relativizando a los deseos individuales; por último, la idea de una ética mínima se sustenta en una visión de la naturaleza humana como fuente de deseos egoístas e ilimitados, que en última instancia provoca permanentemente nuevos conflictos y por lo tanto amenaza de continuo la vida en común. Frente a esta posición, parece más conveniente recuperar el concepto de ley natural, que tradicionalmente expresa los valores humanos que todas las personas son espontáneamente capaces de reconocer como constitutivos de la vida humana digna en común, y que se abren a realizaciones que trascienden su expresión mínima. Por ejemplo: el respeto a la persona y a su integridad, expresado en el mandato “no matar” como norma mínima, es la base de la mutua valoración, de la apertura a la relación interpersonal, de la amistad social. O la norma de “no mentir” es el mínimo (insoslayable) que hace falta para la comunicación y la cooperación mutua entre las personas. La diferencia con la “ética de mínimos” radica en que en ésta, el mínimo moral es cada vez menor y siempre se puede reducir, de acuerdo con los dictados de la individualidad relativista; en la ética de la ley natural, por el contrario, el mínimo no es negociable, y se constituye en la base para alcanzar realizaciones más excelentes de la vida humana personal y social.