Jesús se encuentra con una mujer samaritana junto a un pozo. Ella era despreciada por su raza, género y vida moral. Jesús le muestra su valor y le habla sobre el agua viva que puede saciar su sed espiritual. La mujer se convierte y le cuenta a otros sobre Jesús, llevando a muchos a creer en él. La historia demuestra que Jesús valora a todos, incluso a los marginados, y que las mujeres pueden ser efectivas comunicadoras del evangelio.
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Jesús se encuentra con una mujer samaritana junto a un pozo. Ella era despreciada por su raza, género y vida moral. Jesús le muestra su valor y le habla sobre el agua viva que puede saciar su sed espiritual. La mujer se convierte y le cuenta a otros sobre Jesús, llevando a muchos a creer en él. La historia demuestra que Jesús valora a todos, incluso a los marginados, y que las mujeres pueden ser efectivas comunicadoras del evangelio.
Jesús se encuentra con una mujer samaritana junto a un pozo. Ella era despreciada por su raza, género y vida moral. Jesús le muestra su valor y le habla sobre el agua viva que puede saciar su sed espiritual. La mujer se convierte y le cuenta a otros sobre Jesús, llevando a muchos a creer en él. La historia demuestra que Jesús valora a todos, incluso a los marginados, y que las mujeres pueden ser efectivas comunicadoras del evangelio.
Jesús se encuentra con una mujer samaritana junto a un pozo. Ella era despreciada por su raza, género y vida moral. Jesús le muestra su valor y le habla sobre el agua viva que puede saciar su sed espiritual. La mujer se convierte y le cuenta a otros sobre Jesús, llevando a muchos a creer en él. La historia demuestra que Jesús valora a todos, incluso a los marginados, y que las mujeres pueden ser efectivas comunicadoras del evangelio.
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La mujer samaritana
Por: Daniel Esteban Jaramillo
La historia de la mujer samaritana es una de las narraciones más fascinantes e intrigantes de los encuentros de Jesús con las personas (Juan 4:7-42). Setecientos años antes los israelitas fueron llevados cautivos a Asiria y Babilonia, pero muchos de los que se quedaron en la tierra de ellos se habían casado con gentes de otros países mezclando así sus características nacionales y culturales como hijos de Israel (2 Re. 17:24, 41; Esd. 4:10). Cuando los judíos regresaron de Babilonia, setenta años, después evitaron tener alguna relación con estos israelitas “impuros” (cf. Esd. 4:2–5). La mujer samaritana descendía de esta mezcla de razas y vivía entre ellos. Un alma despreciada Era despreciada de varias maneras. El texto sagrado nos dice que el encuentro entre Jesús y la mujer fue «como la hora sexta», es decir a las doce del mediodía. ¿Qué hacía una mujer al medio día yendo a un pozo a sacar agua? Un pozo era un lugar de reunión (cf. Gn. 24:10-21; 29:1-12; Éxo. 2:16, 17). Pero esta mujer estaba sola. Algunos creen que era una mujer despreciada y rechazada por su vida inmoral (cf. Juan 4:16-18) y por vergüenza venía a sacar agua cuando no había gente, aunque significara soportar el calor del medio día. Por otro lado, estaba el hecho de ser samaritana. Los samaritanos eran despreciados por los judíos y la misma mujer se sorprendió cuando el Señor le habló «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.» (Juan 4:9). Lo típico era que un suceso así pasara desapercibido; la mujer sacaría el agua y regresaría a la ciudad, sin ni siquiera hacer contacto visual con el cansado judío que estaba sentado allí cerca. Ambos pueblos se despreciaban desde hacía mucho tiempo atrás, pero más los judíos a los samaritanos (cf. Juan 8:48). Pero también estaba el hecho de que era una mujer (cf. Juan 4:27) ya que un judío no conversaba con las mujeres en público, ni siquiera con su propia mujer según la Mishná y que además decía de las hijas de los samaritanos “son menstruantes desde la cuna”. De Jesús aprendemos que ninguna persona debería ser despreciada ni por condición moral, raza o genero y que toda persona merece como mínimo recibir ayuda en momentos de necesidad, y ese era el objetivo del Señor al pasar por Samaria «Y le era necesario pasar por Samaria» (Juan 4:4). Una persona necesitada Jesús le pide agua a la mujer «Dame de beber» (Juan 4:7) y aunque el Señor, efectivamente, estaba sediento y cansado, Su petición tiene como objetivo lograr que la mujer samaritana vea su propia necesidad «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.» (Juan 4:10). Exitosamente las palabras del Salvador lograron Su objetivo y la mujer terminó siendo la que pide de aquella agua, «Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.» (Juan 4:15). Aunque al principio ella estaba pensando en el agua física el Señor le declaró lo que sabía de ella y que esta información mostraba la gran necesidad que ella tenía «porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.» (Juan 4:18, cf. Juan 4:29). Ella se había casado cinco veces y en el momento presente, estaba viviendo con un hombre que ni siquiera era su esposo. Imaginemos por un momento, todos los desaciertos, los conflictos, las crisis, los rechazos, las desilusiones, los deseos de venganza, la inseguridad, la vergüenza y el dolor que esta mujer ha experimentado en las anteriores relaciones en las cuales fracasó, y que en el presente ya no tiene fe en la institución del matrimonio conformándose sencillamente con una convivencia sin compromiso alguno. De esto está inundado el mundo en que vivimos; la gente simplemente salta de una relación a otra, adaptándose a la vida, basándose en las experiencias y dejándose llevar por un viento ilusorio sin dirección y sin lograr la tan anhelada felicidad. Pero, ¿son estas personas candidatas para oír el evangelio de Cristo? Podría concluirse que no, que pueden existir personas más “apropiadas o aptas” que esta mujer, familias más estructuradas y carentes de disfunción, que traerían más estabilidad y fortaleza a la Iglesia. Pero el Señor Jesucristo no pensaba ni piensa de esta manera «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.» (Lucas 5:32) y esta mujer sirvió para ejemplificar la obra que vino a realizar el Señor en el mundo y que continúa haciéndolo por medio de Su Iglesia (cf. 1 Corintios 1:28-29; Efesios 3:10). De Jesús y la mujer samaritana aprendemos que todos tenemos necesidades que solo el Señor, como agua de vida, puede llenar y que todavía hay un enorme mar de personas con grandes necesidades y su única opción sigue siendo Cristo, aunque ellas mismas no lo sepan «Señor, me parece que tú eres profeta.» (Juan 4:19). Una mujer interesada La anterior cita revela el interés (la sed) que ahora tiene esta mujer de saber más acerca de este cansado judío junto al pozo. Ella ya había usado la expresión «señor» (del griego kurie) como señal de respeto (Juan 20:15) y reconocimiento (Juan 20:28) para Jesús, el cual es el verdadero Señor (cf. 1 Corintios 8:6), lo cual revela un nivel educación secular y religiosa en ella. Por otro lado, el apóstol nos dice que esta mujer no era ignorante relacionado a la historia de Israel «¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?» (Juan 4:12). También estaba consciente de la adoración al verdadero Dios, ya que menciona la enseñanza de sus padres samaritanos que adoraron «en este monte» (Gerizim) y a la vez reconocía la disputa que existía ya que los judíos decían que Jerusalén era el lugar correcto de adoración (Juan 4:20; cf. Deut. 12:5). Recordemos que lo samaritanos eran una mezcla de israelitas con gentiles, por ende, conocían mejor que otros la historia del pueblo de Israel y también sobre la promesa del Mesías venidero «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas» (Juan 4:25). Por lo que podemos saber esta mujer estaba al tanto, como un judío fiel, de la venida del Mesías y que de alguna manera lo estaba esperando. Con todo esto, podemos aprender que nunca hay que subestimar a nadie ni siquiera por su condición moral ya que nos llevaríamos grandes sorpresas. De Jesús y la mujer samaritana aprendemos que podemos hablar, intercambiar, debatir, argumentar y enseñar a otras personas, siempre conservando el respeto y la seriedad (1 Pedro 3:15). Un ser comunicador Mientras hablaban Jesús y la mujer samaritana, el Señor se reveló a ella como «el Mesías, llamado el Cristo» (Juan 4:25-26). Estando en esto, llegaron los discípulos del Señor (Juan 4:27). La mujer dejó a un lado el propósito de su venida al pozo, a saber, sacar agua, y se fue a su ciudad (Sicar) y comunicó a los hombres de allí su experiencia con Jesús y todo lo que Él le había declarado (Juan 4:28-30) con tal elocuencia y convicción que los persuadió de ir en búsqueda del Señor. El relato apostólico nos dice que los samaritanos lograron oír la enseñanza de Jesús y ahora no solo creían por la palabra de la mujer sino también por la propia Palabra del Señor Jesús (Juan 4:39-42). La mujer samaritana fue fundamental para que se cumpliera la misión del Señor Jesucristo entre los samaritanos y de hecho invirtió para que más adelante los evangelistas como Felipe hallaran puerta abierta para predicar el evangelio (cf. Hechos 8:4-25; 1:8). Es seguro, que en muchos lugares en el mundo esta historia se repite, personas a las cuales se les predica, o leen un folleto, o ven un anuncio en el periódico local sobre cursos bíblicos gratuitos, y por el interés de ellos, y su espíritu comunicador, la iglesia de Cristo llega a nacer en ese lugar. Y puedo decir que la mayoría de veces son mujeres, como la samaritana, como Febe, como Priscila, o Evodia, Síntique, o como Loida y Eunice entre otras, que con su interés en la salvación de las almas y su inmenso amor por Cristo las iglesias se ven nutridas con almas y la obra sigue creciendo en todo el mundo. De la mujer samaritana aprendemos que en una sociedad donde no se le da el valor correcto a la mujer, una mujer despreciada puede ser el objetivo de búsqueda del Señor. Aprendemos que hay millones de mujeres necesitadas del evangelio ya que tienen hijos, familias y mucha responsabilidad en sus manos y solo anhelan una guía y una dirección en sus vidas. Aprendemos que, en general, las mujeres son las más interesadas, participando activamente, de que la iglesia crezca y el progreso del evangelio tenga éxito y además de que la familia sea fuerte y estable. Finalmente aprendemos de esta mujer que las mujeres son seres muy capacitados y aptos para comunicar la historia de Cristo al mundo. La iglesia debe apreciar el papel que Dios le ha dado a la mujer y que los hombres aprendamos de Jesús a valorarlas y meditar en la necesidad que Él vio haciendo un alto en nuestras ajustadas agendas para ayudarles a estas a poner su parte en el cumplimiento de la gran comisión (Mateo 28:19-20). ¡Miremos a las mujeres como Cristo las miró!