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08 - La Mujer Samaritana - Daniel Jaramillo

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La mujer samaritana

Por: Daniel Esteban Jaramillo


La historia de la mujer samaritana es una de las narraciones más fascinantes e intrigantes de los
encuentros de Jesús con las personas (Juan 4:7-42). Setecientos años antes los israelitas fueron
llevados cautivos a Asiria y Babilonia, pero muchos de los que se quedaron en la tierra de ellos
se habían casado con gentes de otros países mezclando así sus características nacionales y
culturales como hijos de Israel (2 Re. 17:24, 41; Esd. 4:10). Cuando los judíos regresaron de
Babilonia, setenta años, después evitaron tener alguna relación con estos israelitas “impuros” (cf.
Esd. 4:2–5). La mujer samaritana descendía de esta mezcla de razas y vivía entre ellos.
Un alma despreciada
Era despreciada de varias maneras. El texto sagrado nos dice que el encuentro entre Jesús y la
mujer fue «como la hora sexta», es decir a las doce del mediodía. ¿Qué hacía una mujer al medio
día yendo a un pozo a sacar agua? Un pozo era un lugar de reunión (cf. Gn. 24:10-21; 29:1-12;
Éxo. 2:16, 17). Pero esta mujer estaba sola. Algunos creen que era una mujer despreciada y
rechazada por su vida inmoral (cf. Juan 4:16-18) y por vergüenza venía a sacar agua cuando no
había gente, aunque significara soportar el calor del medio día. Por otro lado, estaba el hecho de
ser samaritana. Los samaritanos eran despreciados por los judíos y la misma mujer se sorprendió
cuando el Señor le habló «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer
samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.» (Juan 4:9). Lo típico era que un
suceso así pasara desapercibido; la mujer sacaría el agua y regresaría a la ciudad, sin ni siquiera
hacer contacto visual con el cansado judío que estaba sentado allí cerca. Ambos pueblos se
despreciaban desde hacía mucho tiempo atrás, pero más los judíos a los samaritanos (cf. Juan
8:48). Pero también estaba el hecho de que era una mujer (cf. Juan 4:27) ya que un judío no
conversaba con las mujeres en público, ni siquiera con su propia mujer según la Mishná y que
además decía de las hijas de los samaritanos “son menstruantes desde la cuna”. De Jesús
aprendemos que ninguna persona debería ser despreciada ni por condición moral, raza o genero y
que toda persona merece como mínimo recibir ayuda en momentos de necesidad, y ese era el
objetivo del Señor al pasar por Samaria «Y le era necesario pasar por Samaria» (Juan 4:4).
Una persona necesitada
Jesús le pide agua a la mujer «Dame de beber» (Juan 4:7) y aunque el Señor, efectivamente,
estaba sediento y cansado, Su petición tiene como objetivo lograr que la mujer samaritana vea su
propia necesidad «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
pedirías, y él te daría agua viva.» (Juan 4:10). Exitosamente las palabras del Salvador lograron
Su objetivo y la mujer terminó siendo la que pide de aquella agua, «Señor, dame esa agua, para
que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.» (Juan 4:15). Aunque al principio ella estaba
pensando en el agua física el Señor le declaró lo que sabía de ella y que esta información
mostraba la gran necesidad que ella tenía «porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes
no es tu marido; esto has dicho con verdad.» (Juan 4:18, cf. Juan 4:29). Ella se había casado
cinco veces y en el momento presente, estaba viviendo con un hombre que ni siquiera era su
esposo. Imaginemos por un momento, todos los desaciertos, los conflictos, las crisis, los
rechazos, las desilusiones, los deseos de venganza, la inseguridad, la vergüenza y el dolor que
esta mujer ha experimentado en las anteriores relaciones en las cuales fracasó, y que en el
presente ya no tiene fe en la institución del matrimonio conformándose sencillamente con una
convivencia sin compromiso alguno. De esto está inundado el mundo en que vivimos; la gente
simplemente salta de una relación a otra, adaptándose a la vida, basándose en las experiencias y
dejándose llevar por un viento ilusorio sin dirección y sin lograr la tan anhelada felicidad. Pero,
¿son estas personas candidatas para oír el evangelio de Cristo? Podría concluirse que no, que
pueden existir personas más “apropiadas o aptas” que esta mujer, familias más estructuradas y
carentes de disfunción, que traerían más estabilidad y fortaleza a la Iglesia. Pero el Señor
Jesucristo no pensaba ni piensa de esta manera «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores
al arrepentimiento.» (Lucas 5:32) y esta mujer sirvió para ejemplificar la obra que vino a realizar
el Señor en el mundo y que continúa haciéndolo por medio de Su Iglesia (cf. 1 Corintios 1:28-29;
Efesios 3:10). De Jesús y la mujer samaritana aprendemos que todos tenemos necesidades que
solo el Señor, como agua de vida, puede llenar y que todavía hay un enorme mar de personas con
grandes necesidades y su única opción sigue siendo Cristo, aunque ellas mismas no lo sepan
«Señor, me parece que tú eres profeta.» (Juan 4:19).
Una mujer interesada
La anterior cita revela el interés (la sed) que ahora tiene esta mujer de saber más acerca de este
cansado judío junto al pozo. Ella ya había usado la expresión «señor» (del griego kurie) como
señal de respeto (Juan 20:15) y reconocimiento (Juan 20:28) para Jesús, el cual es el verdadero
Señor (cf. 1 Corintios 8:6), lo cual revela un nivel educación secular y religiosa en ella. Por otro
lado, el apóstol nos dice que esta mujer no era ignorante relacionado a la historia de Israel
«¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus
hijos y sus ganados?» (Juan 4:12). También estaba consciente de la adoración al verdadero Dios,
ya que menciona la enseñanza de sus padres samaritanos que adoraron «en este monte»
(Gerizim) y a la vez reconocía la disputa que existía ya que los judíos decían que Jerusalén era el
lugar correcto de adoración (Juan 4:20; cf. Deut. 12:5). Recordemos que lo samaritanos eran una
mezcla de israelitas con gentiles, por ende, conocían mejor que otros la historia del pueblo de
Israel y también sobre la promesa del Mesías venidero «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el
Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas» (Juan 4:25). Por lo que podemos saber
esta mujer estaba al tanto, como un judío fiel, de la venida del Mesías y que de alguna manera lo
estaba esperando. Con todo esto, podemos aprender que nunca hay que subestimar a nadie ni
siquiera por su condición moral ya que nos llevaríamos grandes sorpresas. De Jesús y la mujer
samaritana aprendemos que podemos hablar, intercambiar, debatir, argumentar y enseñar a otras
personas, siempre conservando el respeto y la seriedad (1 Pedro 3:15).
Un ser comunicador
Mientras hablaban Jesús y la mujer samaritana, el Señor se reveló a ella como «el Mesías,
llamado el Cristo» (Juan 4:25-26). Estando en esto, llegaron los discípulos del Señor (Juan 4:27).
La mujer dejó a un lado el propósito de su venida al pozo, a saber, sacar agua, y se fue a su
ciudad (Sicar) y comunicó a los hombres de allí su experiencia con Jesús y todo lo que Él le
había declarado (Juan 4:28-30) con tal elocuencia y convicción que los persuadió de ir en
búsqueda del Señor. El relato apostólico nos dice que los samaritanos lograron oír la enseñanza
de Jesús y ahora no solo creían por la palabra de la mujer sino también por la propia Palabra del
Señor Jesús (Juan 4:39-42). La mujer samaritana fue fundamental para que se cumpliera la
misión del Señor Jesucristo entre los samaritanos y de hecho invirtió para que más adelante los
evangelistas como Felipe hallaran puerta abierta para predicar el evangelio (cf. Hechos 8:4-25;
1:8). Es seguro, que en muchos lugares en el mundo esta historia se repite, personas a las cuales
se les predica, o leen un folleto, o ven un anuncio en el periódico local sobre cursos bíblicos
gratuitos, y por el interés de ellos, y su espíritu comunicador, la iglesia de Cristo llega a nacer en
ese lugar. Y puedo decir que la mayoría de veces son mujeres, como la samaritana, como Febe,
como Priscila, o Evodia, Síntique, o como Loida y Eunice entre otras, que con su interés en la
salvación de las almas y su inmenso amor por Cristo las iglesias se ven nutridas con almas y la
obra sigue creciendo en todo el mundo.
De la mujer samaritana aprendemos que en una sociedad donde no se le da el valor correcto a la
mujer, una mujer despreciada puede ser el objetivo de búsqueda del Señor. Aprendemos que hay
millones de mujeres necesitadas del evangelio ya que tienen hijos, familias y mucha
responsabilidad en sus manos y solo anhelan una guía y una dirección en sus vidas. Aprendemos
que, en general, las mujeres son las más interesadas, participando activamente, de que la iglesia
crezca y el progreso del evangelio tenga éxito y además de que la familia sea fuerte y estable.
Finalmente aprendemos de esta mujer que las mujeres son seres muy capacitados y aptos para
comunicar la historia de Cristo al mundo. La iglesia debe apreciar el papel que Dios le ha dado a
la mujer y que los hombres aprendamos de Jesús a valorarlas y meditar en la necesidad que Él
vio haciendo un alto en nuestras ajustadas agendas para ayudarles a estas a poner su parte en el
cumplimiento de la gran comisión (Mateo 28:19-20). ¡Miremos a las mujeres como Cristo las
miró!

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