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El Idiota Moral - Bilbeny

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Norbert Bilbeny

El idiota moral
La banalidad del mal en el siglo XX

ANAGRAMA
Colección Argumentos
\ S Norbert Bilbeny

El idiota moral
La banalidad del mal en el siglo

0
^EDITORIAL ANAGRAMA
U). BARCELONA
f\
^ Julio Vivas E l día 24 de marzo de 1993, el jurado compuesto por Sal-
vador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventos, Fer-
nando Savater y el editor Jorge Herralde, concedió el X X I
Premio Anagrama de Ensayo a La vida oculta de Soledad
-S Puértolas.

Primera edición: septiembre 1993 Resultaron finalistas, ex-aequo, El idiota moral de Norbert
Segunda edición: marzo 1995 Bilbeny y El Dionüo moderno y la farmacia utópica de Enri-
que Ocaña.

© Norbert Bilbeny, 1993


© EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1993
Pedro de la Creu, 58
08034 Barcelona

ISBN: 84-339-1374-3
Depósito Legal: B. 11092-1995

Printed in Spain

Libergraf, S.L., Constitució, 19, 08014 Barcelona


I

Per la Beita
«Me impresionó la manifiesta superfi-
cialidad del acusado, que hacía imposible
vincular la incuestionable maldad'de sus
actos a ningún nivel más profundo de
enraizamiento o motivación. Los actos
fueron monstruosos, pero el responsable
era totalmente corriente, del montón, ni
demoníaco ni monstruoso.»
HANNAH ARENDT,
La vida del espíritu
I. E L P E C A D O CAPITAL D E L SIGLO X X

E l número siete es un símbolo universal de lo completo y


suficiente: los siete días de la Creación, los siete planetas, los
siete sabios de Grecia, los siete días de la semana o los siete
metales. Pero también, para el cristianismo, las siete virtudes
fundamentales y, en su correspondencia, los siete pecados capi-
tales.1

Tratar del bien y el mal en una época como la nuestra, en


la que coexisten indistintamente, puede empezar por la pre-
gunta sobre el estado en que se encuentran hoy esos siete pe-
cados que nos conducen, según el catecismo, a la muerte en
vida y al infierno después de la muerte. 2

La soberbia, el primero de ellos, hace a la mayoría víctima


del afán de poder y de otras formas de megalomanía -deseos
de fama o renombre— protagonizados por unos pocos. La ava-
ricia no hace menos por el bienestar de otros pocos a costa
del malestar de los muchos de siempre: la sed de dinero y el
hambre de pan mueven todavía el mundo, aunque lo ha-

1. Morales y Marín, J . L . , Diccionario de iconología y simbología, Ma-


drid, Taurus, 1984, p. 303.
2. Catecismo de la doctrina cristiana, Madrid, Comisión Episcopal de
Enseñanza, 1968, § 194.

13
gan girar en sentido contrario al de la Tierra. E l pecado de lu- zosas como antes. Ésta es la pereza que hace también culpable
juria, por su parte, puede que aún nos siga haciendo reos del a nuestra época.
fuego eterno, si lo hubiera, pero más por lo tonto y lo triste Sin embargo, pienso que el catecismo cristiano no nos
que continúa siendo nuestro sexo que por lo alegre y lo sa- ayuda a sacar un retrato fiel del mal en el siglo XX. E n primer
bio que habíamos imaginado que sería. lugar, porque las «virtudes» que propone el legislador eclesiás-
Tampoco la ira, en cuarto lugar, ha querido ausentarse de tico contra esos siete pecados pueden constituir ellas mismas
nuestro siglo. Contrariamente, ha sido su principal herida «pecado». Así, y correlativamente, la humildad rebaja nuestro
de muerte. Si el siglo XVIII fue identificado con la alegoría de espíritu de combate por una causa buena. La generosidad nos
una mujer con gorro frigio, y el XIX con la N de Napoleón, el hace títeres de quienes la aprovechan en nuestra contra. La
siglo X X debiera ser representado, si no queremos engañarnos, castidad aviva el rescoldo de la neurosis sexual. La paciencia
con el signo de la esvástica. Quienes propugnan, en cambio,
1 nos pone al borde mismo de la inoperancia. La templanza es a
un «signo de interrogación» se hacen cómplices de aquel re- veces una coartada para conformarnos con poco. La caridad
volcón del pecado sobre el suelo del planeta que se llamó y se es, con más frecuencia, el sustituto de la justicia. Y la diligen-
llama fascismo. cia hay que saber orientarla para que la acción no sea peor
Si la gula, a continuación, es alimentarse por encima de que el estado inerte de las cosas. Y a dijo Aristóteles que la vir-
nuestras necesidades o bien de nuestros gustos, entonces una tud se halla entre dos vicios, uno por exceso y otro por de-
gran parte o una pequeña parte del mundo desarrollado puede fecto. Quizás deba esto aplicarse también a la tabla de vicios
1

ser acusado de cometer gula. ¿Y qué decir de la envidia? Si y virtudes del catecismo.
ésta no fuera expresamente fomentada, como lo es hoy, la am- Por otra parte, la lista tradicional de los pecados se revela
bición por tener y la competencia que la acompaña dejarían insuficiente para descubrir el pecado de hoy, si atendemos al
de ser el móvil de este mundo «desarrollado». hecho de que ellos mismos son desaconsejables tanto para
La pereza, por último, debía ser, con razón, el pecado nú- obrar bien como para hacerlo pensando ante todo en el pro-
mero siete y el que cerraba la lista de faltas mortales. E l tra- pio provecho. E n efecto, el joven aprendiz de brujo de los ne-
bajo o es una condena o es una fuente de placer: por lo tanto, gocios debe guiar su carrera bajo los mismos preceptos que
hay que empezar a descartar que el no trabajar sea pecado. La han guiado en otro tiempo al Santo Varón. Para empezar, na-
pereza, como falta grave, no es la holgazanería, sino el no ha- die se hará rico ni poderoso si no sabe ponerle trabas a una
cer nada contra las demás faltas: no actuar, no pensar, perma- soberbia que puede echar muy pronto por tierra su ambición.
necer quieto con la sensibilidad embotada. Nunca como hoy, Además, cuando a ésta se suma el orgullo, se tiende una ba-
ciertamente, la inteligencia y la interdependencia habían sido rrera de prejuicios contra la libertad de escrúpulos que una
tan activas; pero la razón y la solidaridad continúan tan pere- gran empresa exige.

1. Castellanos, B. S., Compendio del sistema alegórico y diccionario ma- 1. Aristóteles, Ética nicomáquea, 1104a. (En adelante, los títulos se am-
nual de la iconología universal, Madrid, 1850. plían en la Bibliografía.)

14 15
La ambigüedad penetra el resto de pecados capitales. La E l más profundo y menos académico de los filósofos del
avaricia tampoco es buena para el codicioso que necesita cui- siglo XIX, Arthur Schopenhauer, presentó la sífilis y el mante-
dar de su reputación. La lujuria puede ser una debilidad pasio- nimiento de duelos por causas de honor —dos enormes atra-
nal incompatible con la mente fría del negociante. La ira es sos, si se piensa en la Ilustración— como síntomas del mal ca-
un desliz parecido: con el cálculo y la persuasión el golpe será racterístico de su época: «¡Ojalá el siglo XIX extermine a esos
más certero. La gula está reñida con la salud y la imagen del dos monstruos de los tiempos modernos!»' El mal caracterís-
que se ha impuesto llegar muy alto. La envidia es otra mala tico del siglo xx es el exterminio metódico. Ni siquiera es, como
consejera: no nos dejemos seducir por la felicidad o la honra- el mal venéreo o el duelo a muerte, un retroceso, una vuelta
dez de los demás, vayamos a lo nuestro. Y la pereza, sin duda, atrás en la civilización, porque del exterminio metódico no
es el peor mal: detenerse aquí es caminar hacia atrás. E l joven hay antecedentes en la humanidad. Es, pues, el mal caracterís-
aprendiz de brujo hará bien en no pecar contra unas leyes que tico y propio del siglo X X .
lo mismo parecen servir al bienestar que a la austeridad. Así Desde luego, se han dado en la historia numerosos casos de
Brecht lo recuerda también: masacre o matanza de multitudes indefensas: la destrucción
de Cartago y las Cruzadas, la conquista de América y la obra de
Dios ilumine a nuestras hijas
la Inquisición, las Vísperas Sicilianas y la Noche de San Barto-
para que hallen la ruta
lomé, entre otras. Pero el asesinato de masas de nuestro siglo
que al bienestar conduce.
Dios les preste fuerza y alegría toma un cariz muy diferente. E l más tristemente célebre, la
para que no pequen contra las leyes muerte de millones de judíos y gitanos durante el nazismo, es-
que dan felicidad y riqueza. 1
tuvo precedido por la ofensiva del turco Talaat Bey contra los
armenios y el pogrom de Simón Petlyura contra los judíos
Los antiguos pecados capitales constituyen ya una red de- ucranianos durante la guerra civil rusa. La actuación de Beria
masiado ancha para poder captar la fuerza y las formas del al frente de la checa de Georgia, asi como los primeros gulags
mal en nuestro tiempo. Resultan demasiado vagos para descri- soviéticos, preceden asimismo a la solución final decretada por
bir, en una primera instancia, las múltiples perversiones liga- Hitler en 1942. Los mismos, sin embargo, que introdujeron el
das al crecimiento desordenado de una economía instigada término «genocidio» para acusar al nazismo en Nuremberg,
por el afán de lucro, con sus conocidas consecuencias en el habían lanzado la bomba nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki
medio ambiente, la calidad de vida y el desequilibrio econó- unos meses antes (1945). La posterioridad no ha acusado al
mico mundial. Pero resultan sobre todo incapaces para inscri- presidente Truman de «crímenes contra la humanidad», a pe-
bir, en cualquiera de sus categorías, al mal más virulento de sar de que tomó la decisión por motivos políticos -como inti-
nuestra época y, por extensión, al pecado capital del siglo XX: midación a Stalin— y no militares, pues el ejército japonés se
el asesinato de masas.
1. Schopenhauer, A., Arte del buen vivir (fragmentos morales de Pa-
1. Brecht, B., Los siete pecados capitales del pequeño burgués, «Pereza». rerga y Paralipómena), cap. I V .

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encontraba ya en práctica rendición. Éste, por su parte, y bajo pieza étnica y ha multiplicado los campos de concentración.
los auspicios de su alto mando, secuestró y violó a centenares No se diría que han transcurrido cincuenta años desde aquella
de miles de mujeres de diferentes países de la costa asiática macabra solución final: para unos parece que fue ayer; para
con el objeto de regular los deseos sexuales de la tropa. Las otros parece que no haya sido nunca.
que sobrevivían a las batidas de la aviación debían esmerarse Ahora bien, el asesinato de masas de nuestro siglo difiere
con una media de veinte a treinta afrentas al día. 1 esencialmente de las matanzas habidas en siglos anteriores. E l
Las masacres no han cesado después de la Segunda Guerra dogma y la intransigencia se han teñido de verdad científica;
Mundial. Una de ellas ha marcado la ideología de toda una la locura ha dejado lugar a la razón de Estado; la ira ha sido
generación: la matanza del pueblo vietnamita de My Lai, en sustituida por la ejecución escrupulosa; las formas elementales
marzo de 1968. Un pelotón norteamericano asesinó a sangre de agresión han sido desplazadas por la devastación masiva y
fría a casi todos sus indefensos habitantes. E l oficial al mando, tecnificada; los restos de la culpa se han transformado en la
William Calley, declaró en el juicio posterior que no había ido falta de arrepentimiento. Lo que ha conocido nuestro siglo ya
a la guerra para usar el sentido común, sino para cumplir ór- no es la burda masacre, sino el exterminio metódico.
denes. Éstas, además, eran justificadas: no se había ido a matar Entre los siete conocidos pecados capitales no se halla el
seres humanos, se estaba en My Lai para matar la ideología asesinato de masas. Tampoco el matar como tal: la pena de
representada por ellos. Luego no había de qué arrepentirse: muerte puede no ser pecado, según el catecismo católico de fi-
«Aquel día - a ñ a d i ó - no maté vietnamitas personalmente. Y nales del siglo XX. Se requeriría un complicado silogismo para
al decir personalmente me refiero a que representaba a los Es- identificar, aunque fuera indirectamente, al culpable de exter-
tados Unidos de América. Mi país.» 2 minación con cualquiera de los tipos susceptibles de condena
Pero el asesinato de masas se cebó otra vez en la población al infierno. E l asesino de masas no es el narcisista o paranoico
civil tan pronto como se retiraron los norteamericanos. E l ré- que repudiamos como «soberbio»: suele limitarse a cumplir
gimen de Pol Pot y sus khmer rojos devastó Camboya y ha te- órdenes. Tampoco es el neurótico compulsivo, de sexualidad
nido un triste imitador en el peruano Sendero Luminoso, du- reprimida en lo más temprano de la infancia, al que tachamos
rante un tiempo la mayor guerrilla del mundo. No obstante, de «avaro»: la destructividad es incompatible con el querer re-
el desastre vuelve a acercarse, a finales de siglo, a los núcleos tener algo. E l exterminador no encuentra sus motivos en la
civilizados. E n 1982 murieron centenares de refugiados civiles neurosis obsesiva que conduce al tipo «lujurioso»: suele ser
palestinos en los campos de Sabrá y Shatila, en Israel. Diez casto y hasta predicar la castidad. Puede muy bien pensarse
años después, han muerto miles de ciudadanos en Bosnia, que corresponde, mejor, al carácter histérico y agresivo que
donde el ejército serbio de Milosevic se ha impuesto la lim- aborrecemos como «iracundo»; en cambio, generalmente
nuestro hombre es de carácter afable. Su mal no obedece ne-
cesariamente a la neurosis de angustia que puede convertirle a
1. «Cazadores de mujeres», El País, 5 de julio de 1992.
2. Sack, J., Calley, W. L., El teniente Calley. Vid. también: Chomsky, N.,
uno en un feo «guloso» o zampador insaciable: hay extermina-
La guerra de Asia, caps. V y V I ; Por razones de Estado, cap. IV. dores sobrios. E n el fondo de éstos no siempre está, por otra

18 19
parte, la frustración o el complejo de inferioridad que alimen- o «no sabe». Deberíamos, pues, siguiendo la advertencia ante-
tan tan a menudo al «envidioso»: es un motivo demasiado hu- rior, permanecer en guardia contra un número demasiado alto
mano y limitado para el destructor metódico. Al sujeto, por de nuestros congéneres. Cada día nos sale al paso un necio y
último, de baja actividad bioeléctrica cerebral que denomina- por la noche nos acostamos con él. Pero no podemos ni qui-
mos «perezoso» es inútil ponerlo entre los candidatos a exter- siéramos decir que estamos rodeados de seres que ponen en
minador: éste suele ser, por el contrario, muy diligente. peligro nuestra vida. Vivir así no merece la pena. La necedad,
E l moralista estricto piensa que no hay ningún pecado por como dice el mismo Bonhoeffer, es un «defecto humano», un
inventar. E l soborno político o la conducción temeraria de defecto integral de la persona, que pierde hasta su yo. Aun así,
vehículos son derivaciones de las grandes faltas tradicionales. hay que seguir pensando que la necedad es un defecto intelec-
Sin embargo, el exterminio metódico es una transgresión que tual, es decir, con un origen concreto y contra el que no care-
excede a todas las demás. ¿Dónde, si no en las conocidas va- cemos de medios para evitar sentirnos totalmente impotentes.
riantes del mal, tiene el asesinato de masas su causa? ¿Cuál es Por lo demás, Dios perdonó al que «no sabía» lo que hacía,
el motivo que hace existir al pecado capital del siglo y venido mientras que acusa duramente a los que violan el templo o el
con el siglo? corazón de un niño sabiendo bien lo que hacen.
Podría pensarse que el mal de nuestro tiempo tiene su E n la necedad, por consiguiente, no puede hallarse toda-
móvil fundamental en una conducta que no aparece, por lo vía la causa del mal de nuestro siglo, puesto que ni todos los
demás, en la relación de los otros males: la necedad. E l deici- necios son necesariamente perversos ni todos los inteligentes
dio, según palabras de Dios en la cruz, fue atribuido a la nece- son candidos. Mucho más que una conjura de los necios hay
dad («no saben lo que hacen») del pueblo que lo perpetró. que temer, en cambio, una conjura de- los dotados de un buen
Bonhoeffer, un teólogo protestante víctima de la Gestapo, es- coeficiente intelectual, y especialmente cuando se comportan
cribió también, desde el campo de exterminio de Flóssenburg, en lo ético con la misma insensibilidad que el necio. E n este
que la necedad constituye un enemigo más peligroso que la terreno puede ser, y de hecho es, mucho peor el listo que el
maldad. Ante el mal podemos al menos protestar, dejarlo al estúpido. E l exterminador metódico suele ser alguien de este
descubierto y provocar en el que lo ha causado alguna sensa- tipo. E l mal capital de nuestro siglo tiene su causa en la apatía
ción de malestar. Ante la necedad, en cambio, ni la protesta moral de seres inteligentes. Por eso no les llamamos necios ni
ni la fuerza surten efecto. E l necio deja de creer en los hechos simplemente «idiotas». E l asesino de masas es, ante todo, un
e incluso los critica; se siente satisfecho de sí mismo, y si se le idiota moral.
irrita pasa al ataque. «Debido a ello -escribe el condenado a E l genocidio no sólo lo han provocado la ideología, el
muerte Bonhoeffer-, debe tenerse mayor precaución frente al conflicto social y la existencia de un creciente potencial bélico
necio que frente al malo.»' en manos de una anónima burocracia. También ha tenido su
E l necio, del latín nescius, es literalmente el que «ignora» parte, y quizás la mayor, la apatía moral. Todos esos factores
no explican por sí solos el porqué de Auschwitz, de Hiro-
1. Bonhoeffer, D., Resistencia y sumisión, «Al cabo de diez años». shima o del Gulag. Durante siglos ha habido inquisidores y

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verdugos que ejecutaban sus delirantes sentencias. Pero no Sí sabían, con todo, lo que significa ser un idiota. E l idió-
existía el tipo de aniquilador minucioso que ha traído el geno- tes, para la antigua Grecia, es el que vive su privacidad en
cidio a nuestro siglo. Para ello han sido precisos nuevos con- sentido negativo, como lo «simplemente particular» o sin rela-
ceptos, nuevos conflictos y nuevos medios, aunque también, y ción con nadie (idioteía). Bastante de ello subsiste en el idiota
sobre todo, un nuevo factor anímico: la apatía moral. moral que ha tenido que esperar al siglo X X para estar detrás
«Aunque viles, los hombres de las S.S. no eran estúpidos», de su peor locura. No en vano si al exterminio metódico lo
afirma el psiquiatra Bettelheim, otra víctima del nazismo.' hemos llamado también «pecado» es porque, lo mismo que
Eichmann, uno de los máximos burócratas de ese régimen, no está en el significado original de éste, el idiota moral no es
" era un megalómano, pero tampoco un ser carente de juicio tanto un transgresor deliberado del bien cuanto alguien que se
que se limitara a cumplir órdenes. Su idiotismo no estaba en ha sustraído a él. Está retirado en su fortaleza privada, indife-
el extremo de la estupidez o de la imbecilidad, defectos, en rente a razones y hechos.
sentido vulgar, del juicio intelectual. E l suyo, como el de E l déspota jacobino actúa por mor de sus principios y pa-
buena parte de los exterminadores, era un idiotismo moral rece creer aún en la virtud. E l dictador totalitario de nuestro
que nublaba particularmente el juicio práctico. E l deficiente siglo, o cualquiera de sus lúgubres oficiales, admite de palabra
moral no es necesariamente un deficiente mental, si bien su o de hecho que elfinjustifica los medios. Ante todo creen en
déficit es tan crónico como algunas enfermedades de esta la obediencia y la eficacia, para lo cual no hay que buscar sólo
clase. Al lado de su nada infrecuente inteligencia no cabe es- entre militares, políticos o funcionarios. La solución final de-
perar, sin embargo, demasiados intervalos de cordura en el te- cretada por el III Reich fue madurada antes entre los científi-
rreno de la acción. E l agente de las tinieblas es inteligente. E l cos de la Conferencia de Wannsee. Así, médicos sin veleida-
siglo XX, el escenario por el que éste ha entrado, viene a des- des de doctrina se ofrecieron para practicar la castración al
mentir, pues, una antigua creencia de Occidente que asegura ritmo de 4.000 individuos por día.
que quien conoce el bien, o está al menos en condiciones de Algunos responsables directos de este régimen gustaban de
pensar, no comete el mal. Un catedrático de Metafísica, el ale- la vida hogareña y de escuchar conciertos, mientras se precia-
mán Heidegger, poseedor de un genio comparable al de Aris- ban, por otra parte, de tener una lámpara de piel humana en
tóteles, abrazó convencidamente la causa del nazismo. Por su salón. E l dato compartido era la insensibilidad moral. Esta
suerte no dejó ningún libro de Ética. Sin embargo, el clasi- alcanza también a Stalin, un dictador de signo opuesto. Con la
cismo griego y el espíritu de la Ilustración establecen que el misma frialdad con que expolió a millones de campesinos
buen entendedor es también buena persona. No es éste el caso ucranianos, pudo brindar junto a Churchill y Roosevelt, en la
del idiota moral que pervive en casi todo exterminador. Ni Conferencia de Teherán, y ante el asombro de éstos levantar
Platón ni Kant tuvieron que enfrentarse al problema de la su copa por la liquidación inmediata de «por lo menos» cin-
apatía moral. O mejor: ellos no conocieron el genocidio. 0 cuenta mil prisioneros alemanes. La personalidad del tirano
1

1. Bettelheim, B., Sobrevivir, p. 238. 1. Heydecker, J. J., Leeb, J., El proceso de Nuremberg, p. 85.

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descubría la del idiota moral que convivía en él. Sólo una pa- moral no se hubiera apoderado antes de amos y de esclavos
recida declinación del juicio ha podido llevar al pecado capital sin distinción.
de nuestro siglo. No comprendo por qué el filósofo Adorno dijo que no ha-
Bettelheim, así como Hannah Arendt, pensadora de ori- bía que escribir poesía después de lo sucedido en aquella cá-
gen judío también, tienen seguramente razón al discrepar del mara de gas. Justamente es lo que casi todos sus supervivien-
tribunal que condenó a Eichmann básicamente por su antise- tes han pedido más tarde: que no se abandone la sensibilidad.
mitismo. Debió decirse que el condenado era una pieza mons- «¡Qué humano es!», me decía, sin retórica alguna, un antiguo
truosa de un sistema monstruoso: el totalitarismo moderno. 1 prisionero de Mauthausen cada vez que quería elogiar a al-
Pero ¿no hubiera debido decirse que este sistema era posible, guien. Por eso entiendo mejor a Bertolt Brecht cuando dijo de
recíprocamente, gracias a la aquiescencia de seres tan inhuma- viva voz, en pleno auge del nazismo, que lo peor de éste no
nos como él? E l tirano manda cruelmente por no sentir an- era la brutalidad, sino los intereses personales y los defectos
gustia; el vasallo obedece servilmente para no sentirla a su morales que conducían hasta ella. «¡Compañeros - g r i t ó - , pen-
vez. Contra el totalitarismo, el precio de la libertad es que el semos en la raíz del mal!» 1

gobernante y el gobernado no renuncien a la sensibilidad y al Pero de cómo un idiota moral puede ponerse al frente del
grado de angustia suficiente para estar vivos, es decir, para ser genocidio voy a tratar en el siguiente capítulo.
libres. Quien da y quien cumple las órdenes del exterminio
metódico vive como muerto, tiene el alma muerta y en eso
consiste su in-humanidad.
Todas las coacciones de la naturaleza o de la cultura no
bastan, sin embargo, para justificar la renuncia a la sensibili-
dad, por poco entendimiento que se tenga. Algo tiene que ha-
ber ocurrido antes en la persona para que ésta consienta al sis-
tema de la renuncia a la sensibilidad. Es muy plausible pensar
que la ocasión exterior sólo ha sido el detonante para manifes-
tar su previa apatía moral. Puesto que el siglo X X ha sido prós-
pero en circunstancias de conflicto y en medios descomunales,
no es nada asombroso que la presencia del idiota moral sea
descomunal aquí también. La escena central de nuestro siglo,
ese día azul de mayo en que padre e hijo acaban de penetrar
en una cámara de gas, no se habría producido si a pesar de
todo, a pesar del odio y de la fuerza a su disposición, la apatía
1. Brecht, B., «Discurso ante el I Congreso Internacional de Escritores
1. Bettelheim, op. cit., pp. 186-187. para la Defensa de la Cultura» (junio de 1935).

24 25
II. E L N U E V O ÁNGEL E X T E R M I N A D O R inquietante Macbeth. A fin de cuentas no es la sombra del
neurótico Hamlet la que ha oscurecido nuestro siglo, sino la
del apático rey de Escocia la que expulsó al anciano Freud de
su casa y eliminó a millones de judíos. La figura de Macbeth
ha sido sometida a diferentes interpretaciones. E n la mía hay
un idiota moral, alguien que, más que odio a la vida o amor a
la muerte, lo que siente es indiferencia por una y otra. E n
opinión de Thomas de Quincey, la insensibilidad de esta cria-
tura tendría por objeto hacernos sentir, consumados sus actos,
la emergencia de un mundo opuesto, antes del cual «... todo
ha de contraerse en una profunda suspensión del sentimiento
humano».' Pero tanto la conclusión del drama de Shakespeare
E l libro del Apocalipsis anuncia la venida, para el final de como la inconclusión del asesinato de masas hacen de ésta
los tiempos, de un Ángel del Abismo -Abaddon o Extermina- una versión bastante optimista del asunto.
dor— que castigará a los idólatras con graves suplicios.' Macbeth es un retrato anticipado del moderno extermina-
Sin tener que acudir a una situación imaginaria, el mundo dor metódico. Su tema no es la ambición, sino el mal y el ab-
contemporáneo ha tenido la experiencia de un nuevo Ángel surdo con que éste se transforma alrededor del protagonista.
Exterminador, peor en su devastación que el personaje apoca- En lo noble yace lo malvado y en la maldad subsiste lo bello:
líptico. E l roce de su ala ha reducido materialmente al hom- «... nada es, excepto lo que no es», es decir, excepto el asesi-
bre a cenizas sin que haya mediado juicio ni juez. E l nuevo rey nato que está en proyecto (I, 3). Macbeth es un militar vale-
del abismo, a diferencia del anterior, ha practicado un exter- roso y obediente, pero sin escrúpulos y dispuesto a ascender a
minio imprevisto, sin ira ni purificación. Su destrucción ha cualquier precio. No representa, como Yago o Shylock, en
sido metódica y absurda; preconcebida y sin justificación. Pero obras anteriores, el mal en puro contraste con el bien; ni
su figura no tiene un aspecto fantasmagórico: el genocida o como Ricardo III, después, el malvado que sufre. Todo aquí
asesino de masas ha nacido de mujer. Tiene el rostro sonriente aparece envuelto en el mal y sin tregua para el remordi-
en las páginas de los libros y en las pesadillas de quienes le miento. Más aún: a Macbeth le complace aparentar lo que no
han conocido directamente. E l nuevo Ángel Exterminador ya es, se sirve de mentiras y él mismo vive más del juicio y de los
no ha castigado con siete tormentos salvajes. Ha traído al signos ajenos que de su propia deliberación. No ama tanto el
mundo el exterminio metódico. mal como la imagen de sí mismo cometiendo el mal. Es in-
No hay en la literatura universal un personaje de ficción sensible al dolor de los demás, pero está pendiente de la ima-
más parecido a este nuevo prototipo de la destrucción que el
1. De Quincey, Th., «On the Knocking at the Gate in Macbeth», Critical
1. Nuevo Testamento, Ap 8:3-6, 9:11. Essays.

26 27
gen que le puedan devolver de sí mismo. Shakespeare traza ¡Apágate, pues; apágate, llama breve!
con fuerza y sencillez la historia del divorcio gradual entre La vida sólo es una sombra que camina;
este ser y los que le rodean. un pobre actor que se crece y consume
En un primer tiempo, Macbeth encarna al malvado débil el poco tiempo que está en escena, y al que después
y dependiente, hostigado constantemente por su perversa mu- ya no se oye nunca más;
jer. Traiciona al rey al que sirvió, Duncan, y le da muerte en es un cuento explicado por un idiota
su propio castillo, donde acaba de recibir cariñosamente al lleno de ruido y de furia, y sin ningún sentido. (V, 5)
monarca. Acusa en falso a los hijos de éste, y confiesa, entre
inseguro y orgulloso de sí mismo: «Puedo atreverme a hacer Macbeth entraña, sin embargo, al idiota que narra un cuento
todo lo que pueda un hombre» (I, 7), expresión de sombría sólo de muerte. De modo que cualquier genocida de nuestro
humanidad que repetirá más adelante (III, 4). Pero a partir tiempo podría decir con él, al acabar la escena: «Ya empiezo a
del tercer acto del drama la actitud de Macbeth se va trocando estar cansado del sol: ojalá se destruyese el orden del mundo.»
en la de un idiota moral, un desconocido Macbeth que hace Hay algunos pasajes de Macbeth que parecen describir la
enfermar incluso a su vigorosa mujer. Aunque las brujas del atmósfera moral de un régimen totalitario. Pero, sobre todo,
destino advierten al nuevo rey de Escocia que no es necesario el personaje mismo es un esbozo premonitorio del genocida
provocar nuevas muertes, Macbeth no se queda tranquilo que se pone al frente de dicha política. Por desgracia, el na-
hasta que consigue eliminar a todos sus rivales y viejos com- zismo se cuidó de dar vida al tétrico Macbeth, no tanto en la
pañeros, sin compasión ni siquiera por sus familias. Ha per- persona delirante de Hitler como en la existencia del mariscal
dido la sensibilidad, por eso dice: «Todo es banal.» Entre de- Góring. Antes de ser el hombre más poderoso del III Reich,
sear el crimen y cometerlo no hay ninguna pausa. E n ese Hermann Góring fue piloto de aviación y luego, aupado por
mundo donde nada tiene valor, excepto el aplacar con el asesi- su partido, diputado, presidente del Parlamento, ministro y
nato la intimidación que todo lo viviente le produce, puede de- jefe de gobierno. Organizó la Luftwaffe y la Gestapo. Se hizo
cir, pues: «Desde ahora los primogénitos de mi corazón serán millonario, al mismo tiempo, como primer gestor de la econo-
los primogénitos de mi mano» (IV, 1). Nada le va a detener. mía de guerra. Su poder hacía sombra al del propio Hitler,
Macbeth sufre el acting out de todos los criminales apáticos. quien, temeroso al fin, ordenó ejecutarlo. No hubo tiempo: los
Shakespeare hace que su personaje se desenvuelva final- rusos asediaban Berlín y Góring fue llevado al tribunal de Nu-
mente contra natura y rodeado de un ambiente no menos tur- remberg. Éste le consideró el máximo responsable, después de
bador. De ahí que el símbolo constante de su acción sea la no- Hitler -muerto ya entonces-, de todos los crímenes juzgados
che, donde se pierden las fronteras entre el bien y el mal, la por el tribunal. Se suicidó en su celda antes de la ejecución.
verdad y la mentira. Aunque en ella nos asalten ideas extra- E l lugarteniente de Hitler era hijo de un militar que prác-
ñas, serán puestas en práctica en seguida. E l idiota Macbeth, ticamente le ignoraba. Su hogar fue conflictivo. E l niño se re-
en un respiro de lucidez, reconoce al final que la suya sólo veló muy pronto impulsivo y frío. Su madre decía de él: «Her-
puede ser la vida de un idiota: mann será un gran hombre o será un gran criminal.» Tuvo

28 29
que cambiar a menudo de escuela, hasta que en el ejército y cabra suena el clarín. Redoblan tambores, sorda y pesada-
luego en el partido encontró su lugar idóneo. Era tan apático mente. Desde los aires viene el eco de sonidos y redobles. Til
como Eichmann, pero, a diferencia de este burócrata, era mu- ejército de los muertos da respuesta.» 1

cho más agresivo y ambicioso de poder, y más extremista en En esta noche brumosa todo lo humano fue cambiado de
su ideología. E n el propio Parlamento, siendo ya ministro, signo, como en Macbeth. E l genocidio empezó con la tortura
Góring gritó convencido: «No quiero hacer justicia, quiero considerada instrumento del bien colectivo. Pero la noche no
eliminar y aniquilar. ¡Nada más!» Fue el mejor Macbeth
1 pudo ocultar que los torturadores actuaban, además, con es-
—aunque carente de poesía— en la peor ópera wagneriana. mero y complacencia, es decir, con el ánimo de un idiota mo-
Como a Macbeth, la ausencia de ansiedad le guió a lo más ral más que con el espíritu de un fanático o un visionario. Los
alto y el exceso de seguridad en su destino le llevó a la perdi- nazis fueron fanáticos, pero ante todo almas enfermas que se
ción. Lo mismo que Hécate, divinidad del mal, le dijo a Mac- habían cerrado a la sensibilidad. E n cada uno había un idiota
beth, podría aplicársele a él y a otros dirigentes nazis: «Voso- moral, aunque fueran refinados e inteligentes. Himmler, crea-
tros ya lo sabéis: la confianza es el peor enemigo de los dor de las S.S. y jefe supremo de la policía, exhorta a la planta-
mortales» (III, 5). E l entorno del general escocés y el del ma- ción de hierbas medicinales al tiempo que ordena experimen-
riscal alemán recoge, y a la vez reproducirá, el carácter insen- tos macabros sobre el cuerpo de los deportados. Heydrich,
sible de sus respectivos agentes, hasta que éstos acaban siendo ejecutor de los planes de exterminio, era un sensible violinista
víctimas de la plaga que han transmitido. Al final, la maldad en la piel de un policía cínico y cruel. Hess, secretario particu-
vacía de Macbeth y de Góring se confunde con una enferme- lar de Hitler, era capaz, según testigos, de pasar largas horas
dad que alcanza a cuantos les rodean y les hace perecer, en en su despacho con la mirada fija en el vacío: Ludwig
tanto no aparecen nuevos idiotas morales, heridos por su pro- Schmitt, el médico que lo trató, diagnosticó un caso de pro-
pia impunidad. E n el castillo de Dunsinane y en la cancillería funda apatía. Algunos responsables de la represión y el exter-
de Berlín no hay un programa de actuación. E l proyecto de minio accedían a apretar ellos mismos el gatillo o clavar el
exterminio encubre en realidad un trastorno social y psicoló- afilado bisturí. Schwammberger, en los campos polacos; «Iván
gico por igual y de acción recíproca. Ninguno de los discursos el Terrible», en Treblinka; la comandante Use Koch, en Bu-
de Goebbels, el máximo orador del régimen de Hitler, mos- chenwald -procesada por los propios nazis—, Friedrich Weg-
trará otra cosa. Todos reúnen el idiotismo moral de su autor y ner, «el Carnicero», en Centroeuropa; Klaus Barbie, en Lyon;
la anestesia del mundo circundante. Sus palabras son ideología, Ludolf von Alvensieben, allí donde capitanearan las S.S.
pero no juicios de una acción inteligible. Más que conceptos, E l gusto por la tortura, la indiferencia, al igual que Mac-
lanza sobre su sufrido auditorio proyectiles de barro amasados beth, ante el dolor ajeno, hizo presa también de los científicos.
en la confusa noche macbethiana: «¡Soldados de la revolución Auschwitz reunió una galería siniestra de médicos encabezada
alemana! ¡Ajustad más firmemente el yelmo! E n la danza ma-
1. Goebbels, J., La lucha por el poder, discurso del 7 de noviembre de
1. Discurso en el Reichstag, 3 de marzo de 1933. 1927.

30 31
por el profesor Karl Clauberg, un ginecólogo obsesionado por sin embargo, si no hubiera mediado una burocracia y un
los experimentos. Hasta un total de veintitrés especialistas cuerpo científico que invistieran de «normalidad» sus desma-
fueron llevados al tribunal de Nuremberg. A Joseph Kramer nes. Goebbels recordaba que todos, en la causa del nazismcv
le llamaban la «Bestia de Belsen». Krebsbach ordenaba inyec- debían ser corresponsables, aun los técnicos menos significa-
tar gasolina directamente en el corazón de los deportados en dos: «El conductor debe saber todo. Esto no quiere decir que
Mauthausen. Mengele, el «Ángel de la Muerte» para los de en todo comprenda la técnica de la cosa; pero debe conocer la
Auschwitz, ejercía una criminalidad celosa de medidas de co- esencia. Para la técnica pone a los otros, espíritus serviciales,
rrección: antes de enviar a una madre y a su recién nacido al que constituyen el mecanismo en el engranaje de la política.»'
crematorio ordenaba que el parto fuera impecable.' E l exterminio metódico y su «normalidad» fue y es la
Ciertamente, el asesinato de masas del siglo X X ha sido el suma de muchos factores, pero el primero y fundamental es la
primero desarrollado con medidas de normalidad. E l extermi- letargía colectiva. No se comprende, de otro modo, cómo el
nio británico en la India, hacia mediados del XIX, fue todavía Parlamento alemán pudo aprobar, en 1940, una escalofriante
una carnicería. Pero el carácter metódico del genocidio con- ley de eutanasia, causante de 250.000 muertes de discapacita-
temporáneo tuvo su primera base cuando algunos, a princi- dos y enfermos, y permitirse recomend da como solución hu-
pios de nuestro siglo, sumaron criterios científicos a sus pre- manitaria para «dar al pueblo el derecho a una muerte sin do-
juicios racistas. Y , desde luego, la eutanasia colectiva que lor». No había ni hay ningún país predestinado a padecer
condujo a los campos de la muerte nazis no tiene sólo un ori- semejante pérdida del sentido. La apatía moral es competencia
gen alemán. E l joven Churchill llevó al Parlamento inglés un del individuo, aunque se multiplique por cien mil y adquiera
proyecto de medidas para la mejora de su raza. «Liberales» forma de decreto. Conocedores de la raíz individual de la res-
como Shaw, Wells y Eliot sucumbieron también al atractivo ponsabilidad, los jerarcas nazis utilizaron formas sucedáneas
de la eugenesia propiciada por la biología darwinista. Un de la ética para fomentar la esterilización del juicio moral que
avanzado como el novelista D. H. Lawrence escribió a Blan- en tal alto grado les beneficiaba. Con los adversarios, o los de-
che Jennings: «Conducirla con delicadeza a enfermos, lisiados clarados como tales, las medidas de anonadamiento fueron ex-
e imposibilitados a una cámara letal, y ellos me darían las gra- peditivas: criminalización sin cargos legales, acoso y confina-
cias sonrientes.» Simplemente, el grado de apatía moral, de miento físico, despersonalización integral. E n los campos de
idiotez colectiva fue superior en Alemania que en Inglaterra. la muerte había que anular sobre todo la personalidad. E l de-
2

Una vez cegados los sentidos, el fanatismo político y la estupi- portado no sólo era desposeído de sus efectos personales, sino
dez cientificista harían el resto. Así, el asesinato masivo llegó de su ropa, de su cabello, del resto de vello, y finalmente, tras
a ser planificado minuciosamente y ejecutado de un modo sis- ser desinfectado, de su nombre y apellidos. No fue un holo-
temático: el terror pasa a ser «racional» y el crimen un «acto causto, fue un exterminio. Al analizar la degradación moral
de servicio». Las S.S. y la Gestapo no lo hubieran conseguido,
1. Goebbels, J., /*., discurso del 22 de abril de 1929.
1. Nyiszli, M., Auschwitz: A doctor's eyewitness account. 2. Roig, M., Els catatans ais camps nazis, p. 145 ss.

32 33
de las S.S., escribe Camus: «Se propone la destrucción no sola- ciplina cede el paso a la obediencia ciega. La valentía a la
mente de la persona, sino de las posibilidades universales de falta de escrúpulos. E l honor ha sido reducido a la lealtad:
la persona, la reflexión, la solidaridad, la llamada al amor ab- «Mi honor es mi lealtad», reza el lema de las S.S. E l patrio-
soluto.» E l genocidio abarcó la plenitud del término: destruc-
1 tismo se ha visto identificado con el sectarismo. E l discurso
ción de lo vivo y de su principio, el alma. E l psiquiatra Viktor moral ha sido sustituido por unas cuantas voces de mando.
Frankl, víctima de esta experiencia, recuerda que no todos los Goebbels acertó al describir, con ánimo de elogio, el lenguaje
guardianes eran sádicos; pero todos tenían la sensibilidad anu- de Hitler: «Ante él no puede mantenerse ninguna frase. Los
lada. De ahí que haya una pregunta que no consigue respon- gobernantes de Alemania ya sabían por qué prohibieron a este
der: ¿por qué sus víctimas no se suicidaron? Camus, aún más
2 hombre la palabra.» E n realidad, el código del nuevo Ángel
1

radical, pero a propósito de la misma absurdidad del mal, con- Exterminador - y en eso el estalinismo es idéntico al nazis-
vertirá esta pregunta en la cuestión filosófica de nuestro mo— se reduce a dos mandatos.
tiempo. 1
E l primero es la lealtad absoluta al Führer. Los miembros
Pero el anestésico administrado contra la personalidad de de las S.S. se tenían por hombres superiores al haber de actuar
los subditos y seguidores del régimen no fue menos expedi- «sólo» por obediencia ciega a Hitler. E l régimen atribuía valor
tivo. Para mantener la apatía moral se utilizó un remedo para- moral a las disposiciones del dictador, a quien, por lo demás,
militar de la moral. No hay moral nazi, ni en la teoría ni en la se creía completamente eximible de culpa. Eichmann, un2

práctica: la prueba se halla en la forma vergonzante con que nazi de tipo medio y sincero por ingenuo, dijo en Nuremberg
los nazis rehuyeron finalmente su responsabilidad. Ellos sí se que el Führerprinzip, el principio de obediencia al caudillo,
suicidaron. Lo cual revela que ellos, y no sus víctimas, fueron venía a ser el imperativo categórico kantiano «para uso casero
los más afectados por la esterilización de la personalidad. Hit- del hombre común». Asimismo dijo que sólo una vez en la vida
ler dijo que el hombre es un bacilo planetario: el modo en que había violado su conciencia: cuando, en los últimos meses del
él mismo irrumpió, amedrentó y desapareció en este mundo Reich, desobedeció a Himmler, su superior, para no traicionar
es lo más parecido a su despreciativa metáfora. a Hitler... No obstante, un jurista de la talla de Cari Schmitt en-
En las cocinas de Auschwitz había un cartel que decía: tiende que el Führer «crea directamente el Derecho». Mientras
«Hay un camino hacia la libertad. Sus hitos se llaman obe- que otro profesor, Hans Frank, encuentra un paralelo adecuado
diencia, laboriosidad, limpieza, honradez, sinceridad y amor a para la ética: «Compórtate de tal manera que si el Caudillo te
la patria.» E n realidad, el código de conducta nazi desconocía viera aprobara tus actos.» Lo bautizó imperativo categórico del
todos estos conceptos -excepto el de obediencia-. Incluso te- III Reich. " Pero no era nada nuevo; traducía aquella lapidaria
1

nía poco que ver con el espíritu del ejército prusiano. La dis- contestación de Himmler: «Yo no tengo conciencia. Hitler es

1. Camus, A., L'homme revolté, cap. 3. 1. Goebbels, J., Ib., discurso del 19 de noviembre de 1928.
2. Frankl, V., El hombre en busca de sentido, pp 27 ss., 84 ss. 2. Leites, N., Kecskemeti, P., Psicoanálisis del nazismo, cap. IV.
3. Camus, A., Le mythe de Sisyphe, cap. 2. 3. Frank, H., Die Technik des Staats.

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mi conciencia.» Cuando un nazi obedecía órdenes debía admi- Síntoma y, claro es, agente de transmisión de aquella plaga,
tir, pues, que se sometía por igual a la ética, al derecho y a Hit- la lengua hablada y escrita reflejaba el hundimiento del jui-
ler. Desde luego, el imperativo categórico kantiano es justa- cio y estimulaba, simultáneamente, el despliegue inmediato
mente lo que le hubiera impedido consentirlo. de la acción. Lo grave no fue tanto el abuso enmascarador
E l segundo mandato para conservar la apatía moral du- del eufemismo —«Muerte de gracia», «Técnica de la despo-
rante el genocidio era también claro y contundente: después blación», «Solución final»...— cuanto la pobreza y el oscure-
de una orden, pasar inmediatamente a la acción sin titubeos. cimiento del léxico y la sintaxis alemanes. Robert Ley, jefe
La clave doctrinal del antisemitismo tuvo sobre todo un ac- del/Servicio del. Trabajo, transmitía a los obreros un dis-
cionamiento impulsivo y primitivista, que no se detenía en los curso convulso y primitivo. Ante Hitler pronunció una vez:
aspectos ideológicos y ya no digamos intelectuales del asunto. «Mi Führer, doy el parte: ¡Ha llegado la primavera!» Von
Lo mismo sucede con las otras ideas del nazismo: antes de Ribbentrop, nada menos que el jefe de la diplomacia, pre-
concluir su torpe exposición se acompañan de la ineludible sentó sus credenciales ante el rey Jorge V I al grito de Heil
necesidad de ser puestas en práctica. No existe intervalo al- Hitler! Poco después, en una carta al primer ministro, se
guno entre pensar un acto y ejecutarlo. Al final de sus discur- dirigió a él como «Vincent» Churchill. E l lenguaje se con-
sos, Goebbels siempre exhortaba a la acción. A esta impulsivi- virtió en una caja de herramientas de guerra: algo sólo para
dad irreflexiva, que debía seguir a toda idea y a toda orden ser utilizado de forma rutinaria en situaciones excepciona-
—de hecho las ideas ya eran órdenes—, se la identificaba siem- les. Apenas presentaba amagos de elaboración subjetiva y
pre con la meritoria posesión de las virtudes exigibles al ciertamente no era útil para la reflexión. Su sentido era evi-
nuevo hombre político. La voluntad —en alemán el término es tarla. Combinaba la peor declamatoria castrense con el más
masculino, der Wille- debía dominar sobre el pensamiento; el aséptico formulismo burocrático. E l idiota moral, tan apá-
carácter sobre la femenina personalidad; la eficiencia sobre la tico como compulsivo, se encontraba a tono con él. E l psi-
cobarde reflexión. Después de bendecir este prototipo de coanálisis ha puesto de relieve los múltiples rasgos de este
hombre activo, añade Goebbels sin otra consideración: «¡De «carácter compulsivo» de la psicología nazi -por ejemplo en
qué sirve que reconozca al enemigo, si no uno a este recono- el orden, la limpieza, la eficiencia-, pero no ha entrado a
1

cimiento la voluntad de destruirlo!» 1 fondo aún en el papel ejercido por la jerga verbal en su
Una y otra regla del nazismo, vasallaje e impremeditación, empleo para la violencia y contra la lógica. E l palabrero
encontraban el terreno abonado en cualquier otro idiota mo- oficial del régimen, Goebbels, argumentaba a menudo lo si-
ral, de suyo falto de amor propio e impulsivo (acting out), con guiente: la historia carecería de significado si Alemania
lo que se aseguraba la existencia de la apatía colectiva. E l len- fuera derrotada; la historia, sin embargo, no puede ser algo
guaje, y no sólo el terror, fue el mejor síntoma de la indolen- insignificante; ¡luego, Alemania triunfará siempre! La lógica
2

cia social que hizo posible el más tremendo de los genocidios.


1. Leites, N., op. cit., pp. 10-15, 21.
1. Goebbels, J., Ib., discurso del 22 de abril de 1929. 2. Ib., p. 157 ss.

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agonizante poseerá consecuencias trágicas cuando se aplique este caso, del fascismo italiano: la novela El conformista, de
directamente a seres humanos. Al tocar la marcha de guerra, Alberto Moravia.
el entendimiento huye por la trompeta. Marcello, su protagonista, es un tipo indiferente y de reac-
En la época nazi, recuerda el filósofo Karl Jaspers, no se ha- ciones imprevisibles, pero seguramente uno de los personajes
blaba alemana Si el carácter, como ha visto Wilhelm Reich, más normales y hasta encantadores de la literatura de am-
puede llegar a ser la «cristalización del proceso sociológico de biente fascista. El conformista es, sin embargo, y al igual que
una determinada época», el habla misma podía revelar, y al
2 Macbeth, la crónica de una despersonalización. Niño aún,
propio tiempo contribuir a acelerar, con sus inauditas fórmulas Marcello reconoce que es un «anormal»: tortura a los gatos,
compulsivas, la regresión hacia el modo de vida propio del acusa en falso a sus amigos y dispara, sin pesar alguno, contra
idiota moral. Uno de los rasgos dominantes de esta clase de un homosexual al que había consentido con la misma indife-
existencia es precisamente el obrar por compulsión; en esta rencia.
forma de actuación, el individuo, como Fausto, tiende, indo- En su vida de adulto, como funcionario al servicio de
mado, siempre hacia adelante. La estructura del carácter apático Mussolini, conserva su apatía habitual, pero descubre un con-
no mereció la atención de Freud. Pero el padre del psicoanálisis suelo en la confluencia de su anormalidad con la «normali-
no dudó en considerar el apremiante impulso a la acción como dad» del fascismo. Ordenado y escrupuloso, desea incluso con-
la marca más demoníaca del inconsciente humano. 3 fundirse con ella y acepta, gustoso, el encargo de asesinar a un
La lengua hablada, a diferencia de otros lenguajes, confi- antiguo profesor suyo, responsable comunista en el exilio.
gura el pensamiento y lo liga con la civilización. Pero cuando Esta simpatía no era, pues, ocasional, ni siquiera era volunta-
se hace esquemática en extremo —unmenschlich o inhumana—, ria: venía de su propia manera de ser. Lo que buscaba al cola-
puede tornarse contra el entendimiento y la convivencia. Al- 4 borar con el terror organizado se hallaba en el beneficio del
gunas obras literarias han narrado este proceso de recíproca conformismo. La multitud y el orden no serán tan buenos por
depauperación entre el colapso del habla y los regímenes tota- sí mismos, cuanto porque le impiden sentir su individualidad.
litarios. Pero pocas alcanzan a retratar también, junto con el
5 Su lealtad al régimen es psicológica y apenas ideológica: pro-
tumulto del habla, el arrasamiento del juicio moral que crece cede de la oscura configuración de su espíritu. Pero Marcello
con el genocidio. Debo referirme a aquella que es, en mi opi- está dispuesto a pagar las ventajas que obtiene al precio del
nión, la más completa y certera a la hora de acercarnos al pro- engaño, la traición y el crimen de Estado: «Los hombres nor-
totipo del idiota moral al servicio del asesinato de masas, en males no eran buenos —siguió pensando—, porque la normali-
dad se pagaba siempre, consciente o inconscientemente, a un
1. Jaspers, K., La culpabilité allemande, p. 37.
precio muy caro, con una serie de complicidades varias, pero
2. Reich, W., Análisis del carácter, p. 22. todas negativas, de insensibilidad, estupidez, vileza, cuando no
3. Freud, S., Más allá del principio de placer, p. 111. precisamente de criminalidad» (I, 2).
4. Steiner, G., Lenguaje y silencio, pp. 134-150 («El milagro hueco»).
5. Orwell.G. 1984; Mann H., El subdito; Weiss P., La indagación; Grass Con todo, sabe que no está solo y que el Estado le pro-
G., Años de perro; Hochhuth R., El vicario. tege. Al consumar su misión no siente arrepentimiento y cree

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que lo contrario sería absurdo: lo que había hecho era mucho III. L A SOMBRA D E BARBAZUL
peor que matar gatos o torturar lagartijas, pero con la diferen-
cia de que ahora ha actuado «por la familia y por la patria».
Así, ofrecerá hasta dos versiones de la justificación de su asesi-
nato. Con el fascismo todavía imperante, por haber contri-
buido a la «normalidad» del sistema, bajo el respaldo de éste
(II, 10). Una vez depuesto el dictador, por haberse limitado a
cumplir con su deber, «...como un soldado» (Epílogo).
Es el tipo de excusas presentado en Nuremberg. Pero
Marcello no será procesado. Como muchos responsables del
genocidio, permanecerá impune y saldrá al encuentro de una
nueva «normalidad» que dé cabida a su antigua anormalidad.
Su primer acto de normalidad es acudir con su familia a la ce- Si el prototipo de exterminador metódico se refleja en
lebración popular de la calda del fascismo. Es el retrato exte- Macbeth, la personalidad que amaga cada exterminador tiene
rior de un conformista, pero la radiografía de un idiota moral. su representación arquetípica en Barbazul. Cuando el idiota
Jerarcas y funcionarios nazis obedecen, en gran propor- moral se mueve en el terreno de guerra es un genocida;
ción, al tipo de personalidad descubierto en Marcello. Aun- cuando lo hace en los intervalos de paz es un psicópata. E l le-
que, mejor quizás, ésta se corresponde con la casi totalidad de gendario Barbazul es el patrón de todos ellos, al igual que
los llamados kapos, aquellos sujetos vulgares, desprovistos de Macbeth lo es de los primeros.
ideología, que encarnaban el día a día de la crueldad en todos
La Barbe-Bleue es un breve e inquietante cuento de Pe-
los campos de exterminio.'
rrault. Barbazul es un hombre próspero, ordenado y merece-
dor de las simpatías de todos sus vecinos, especialmente de las
mujeres, por su atractivo: «... pero Barbazul tenía el corazón
más duro que las piedras». Sólo un aspecto de su vida llamaba
la atención: enviudaba demasiado pronto.
Un día, al tener que marchar por un negocio, dejó las lla-
ves de su mansión y el cuidado de sus bienes a su nueva es-
posa, mas con la seria advertencia de que no abriera la puerta
del sótano. La mujer, motivada por su curiosidad juvenil, pe-
netró en la cámara prohibida y un estremecimiento le sacudió
el cuerpo. Allí colgaban, de la oscura pared, los cuerpos de sus
antecesoras. Barbazul descubre el engaño y se dispone a hacer
1. Constante, M., Los años rojos; Frankl, V., op. cit., pp. 14-16, 87.
lo propio con ella, pero unos gritos a tiempo consiguen sal-

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varia y condenar al malvado. ¿Malvado? Barbazul, lo mismo matado a veinticinco doncellas a lo largo de su carrera.
que Macbeth, no busca tanto el mal por el mal cuanto aplacar Todo un pueblo llora por el más aborrecible de sus hijos.
un impulso que sólo el mal le ayudará a satisfacer. Pero si el Mentiroso, indolente, hasta incapaz de sentirse a sí mismo,
genocida es un asesino de masas, el psicópata es un asesino so- este__pxofesional de éxito mundano fue una auténtica cria-
litario. Si aquél comete su crimen con un afán de servicio, tura a la sombra de Barbazul. Por eso se dice de él: «Sólo
éste lo hace de un modo ocioso. Ésta es la diferencia entre am- le gustaba la luz de la luna (...) porque se parecía al mundo
bos. Aunque solamente lo es «de grado», si bien se mira. Los de su alma.»
dos comportamientos pertenecen al mismo idiota moral y lo Sin embargo, el espectro de Barbazul recorre también el
que les distingue es una simple ocasión, una circunstancia que mundo real. Thomas de Quincey, en El asesinato como una
determina en un caso matar de una forma anónima o maqui- de las bellas artes, recuerda cómo un tal Williams, hombre
nal y en otro caso exterminar de modo personal y hasta cortés. elegante y risueño, acabó en una sola noche con varias víc-
Maíraux dijo: «Con los primeros gases mortales Satán rea- timas. Ocurrió en Londres, en 1812, pero casos como éste
pareció en el mundo.» Si no queremos olvidarnos de Satán, se hallaban documentados minuciosamente en los veinte
habrá que pensar que ha venido también... con la camisa volúmenes de las Causas célebres de Pitaval, aparecidos en
planchada y un título de master bajo el brazo. Mi tesis es que París desde 1734. E l museo de los horrores se ha ido lle-
si bien un psicópata no es ni tiene por qué llegar a ser un ge- nando después con otros «asesinos a sangre fría»: Jack el
nocida, como Macbeth, todo genocida tiene el alma de un psi- Destripador, Landru, el doctor Petiot, Billy el Niño, el
cópata como Barbazul, desarrollada en otra circunstancia y Vampiro de Dusseldorf o aquellos dos muchachos, Perry y
con otros medios. Por lo cual, en todo psicópata duerme un Dick, que describe Truman Capote en A sangre fría a partir
genocida y en todo genocida está grabado el timbre de un psi- de un hecho real.
cópata. Cuando, en cualquier caso, el criminal se comporta
Patrick Süskind, en El perfume, consigue una semblanza como un hombre «absolutamente cuerdo pero sin concien-
más detallada del asesino delicado que la ofrecida en gruesos cia», para decirlo con palabras de Capote, estamos, de he-
1

pero definitivos trazos en el cuento de Perrault. E l célebre cho, ante un idiota moral que ha actuado, según los crimi-
perfumista Jean-Baptiste Grenouille fue un niño abandonado nalistas del siglo X X , como un psicópata. Sin necesidad de
por sus padres. Pronto manifestó carencias afectivas y de co- tener que encarnarse en un abominable asesino suelto, al
municación. Creció como un ser insensible que «detestaba» estilo de los citados, este género de idiota siembra hoy el
incluso el amor. Pero su talento y refinamiento en lo relativo terror con los nuevos medios que le han prestado la técnica
a los perfumes le llevó hasta el primer puesto de su profesión. y la vaciedad del siglo. No se buscará en vano a un psicó-
Ama el éxito, la vida confortable y ser el centro de la aten- pata entre francotiradores y sicarios, miembros de bandas
ción, puesto que al mismo tiempo que le repugnan las perso-
nas disfruta complaciéndolas con su aire inocente y desvalido. 1. Capote, T., A sangre fría, p. 78. Para la descripción psicológica, vid.
Así, aunque convicto y confeso, nadie llegará a creerse que ha cap. 4.

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paramilitares y en cuerpos - a veces- de la seguridad del Es- E l psicópata no es el tipo de individuo que contemplamos
tado. Por lo general el psicópata es lo bastante inteligente y en la película Psicosis, sino el sociable esposo de Luz que ago-
precavido para seleccionar el enclave que mejor proteja su im- niza o el insociable protagonista de Henry, retrato de un ase-
punidad. sino, para no recurrir a los muchos psycho-thriller que un Hol-
Hasta el siglo xvni se creyó que el crimen psicopático era lywood medio psicópata ha producido después. La psicopatía
obra del diablo: detrás de cada atrocidad había, pues, un irre- escapa de aquellos trastornos psicopatológicos que evidencian
misible pecador. Pero pronto el positivismo médico vio en una alteración intelectual, como el grupo de las demencias, el
esta conducta una desviación de la mente que hasta podía ser de los síndromes confusionales y la gama de las psicosis. Son
prevenida. Philippe Pinel, a principios del siglo XIX, clasificó otras las funciones básicas afectadas, pero no la inteligencia,
como manía sin delirio el insólito comportamiento irracional de manera que el sujeto, como en los cuadros de neurosis, por
acompañado, no obstante, por unas facultades de raciocinio otra parte, casi siempre sabe lo que hace y conserva un nota-
intactas.' La llamada más tarde por Pritchard locura moral, o ble margen de control de sí mismo. Ahora bien, a diferencia
locura de los degenerados por Morel, se creyó que debía desa- del neurótico, el psicópata no se ve dominado por motivos
parecer en el momento en que el paciente recuperara el buen más o menos externos y pasajeros, sino que el trastorno parece
sentido, por sí mismo o a la fuerza. E n cambio, los psiquiatras surgir crónicamente de una disposición interior que acabará
del siglo X X coinciden en que ésta es una vana pretensión. E l dominando sobre el medio. E l psicoanalista desecha aquí la
1

crimen de los desalmados no obedece a delirio alguno, pero esperanza de sacar a la luz alguna «vivencia» oculta que expli-
tampoco a un trastorno transitorio. Es una anomalía congé- que la conducta del paciente, lo mismo que el médico sabe de
nita del carácter que empezará a ser identificada por Kraepe- antemano que difícilmente la va a poder asociar con un
lin y definitivamente diagnosticada, hasta hoy, por Kurt agente tóxico, un déficit mental y mucho menos con una le-
Schneider, a cuyos portadores definirá como personalidades sión o una disfunción somática.
psicopáticas.
2 E n los últimos años se han introducido nuevos La psicopatía, el cuadro psicopatológico con mayor riesgo
datos en la etiología u origen de este problema, al que, dada de delictividad para quienes lo padecen, obedece únicamente
también su vertiente social - y con cierto falso ánimo com- a un trastorno de la personalidad en sus fundamentos adapta-
prensivo—, se la llama igualmente sociopatía o conducta aso- tivos e individualizadores básicos. Por eso/delante del psicó-
cial. Pero como sus rasgos esenciales y su tratamiento siguen pata no nos sentimos frente al ser angustiado al que quisiéra-
prácticamente inalterados, la denominación tradicional de mos ayudar, como el neurótico. Ni ante el ser extraño o
«psicopatía» es todavía la de uso más común entre los especia- excéntrico que preferimos ignorar, corno el paranoico. Nos
listas implicados. sentimos frente a un ser familiar cuya sola presencia perturba
porque ha roto con nosotros todos los lazos de familia. Un ser
lunático nos divierte o nos saca de quicio; pero un ser errá-
1. Pinel, Ph., Traite médico-philosophique sur aliénation mentale
(1801).
2. Schneider, K., Las personalidades psicopáticas. 1. Alberca, R., et al., Psiquiatría y derecho penal, p. 42.

44 45
tico, como el violador o el asesino a sueldo, nos inquieta en lo maría por desaliñados ni por excéntricos. Muestra, asimismo,
más profundo. Y lo aborrecemos, al mismo tiempo, por ame- un labio inferior algo caído, resultado de unos músculos sin
nazar el pacto previo a todos los demás —contra la agresión in- tensión, aunque propende, por toda mueca, a un discreto ric-
motivada y la palabra en falso-, del que depende nuestra más tus de complacencia, obra de su seguridad interior. Sus párpa-
elemental seguridad psicológica. dos pestañean muy poco, y, al mirarle a uno, sus ojos parece
A veces nos comportamos como psicópatas: queremos que no nos vean, sino que estén vueltos hacia la mente o con
«mirar al interior» de nuestro propio cuerpo, nos obcecamos la mirada fija en reposo sobre la línea recta de un horizonte
en «comprobar» una y otra vez que la llave del gas está ce- imaginario. Posee, en fin, un rostro normal, pero surcado por
rrada o, al llegar el invierno, evitamos obsesivamente que al- lo que se dice una «mirada fría», que en su caso es el espejo
guien nos «contagie» su resfriado. Un viejo pariente mío huía del alma, es decir, el aviso de su apatía moral.
de las calles recién regadas porque los microbios levantados le Sin embargo, las apariencias engañan a veces, y hay que
«taparían la nariz», y un joven informático me descubrió hace contar con otros datos para un diagnóstico del verdadero psi-
poco que siempre comía por el «orden alfabético» de los cópata. Entre los rasgos permanentes de su conducta hay unos
platos. que son fundamentales y otros secundarios.' Veamos los pri-
Pero hay falsos y verdaderos psicópatas. E l diagnóstico meros. E l psicópata es, ante todo, un ser que «sabe y no
médico diferencial se ocupa de hallar aquellos signos que no siente». Sabe dónde está el peligro y cómo evitarlo, pero ca-
inducen a confusión, aunque el aspecto «normal» o asintomá- rece de un correlato emocional que le impida acercarse a él.
tico del sujeto constituya la primera fuente de confusión para Es, en este sentido, un desequilibrado: ve y prevé, pero no
el psiquiatra. Si cree que un profesor o hasta un bombero siente. Esta incapacidad real para emocionarse le libra del te-
nunca se comportarán como un pirómano es preferible que mor o la ansiedad antes de cometer un acto, pero también de
cambie de especialidad. He aquí la típica confesión de uno de la angustia o el malestar después de realizarlo, si se trata de un
estos psicópatas: «Hoy todavía tengo de pronto la necesidad delito. E n otras palabras, desconoce los sentimientos de culpa
de ver quemada alguna cosa; es como una idea fija y me siento y arrepentimiento.
empujado por una fuerza invisible, sobre todo cuando tengo En segundo lugar, es alguien que actúa por libre impulso,
cerillas en el bolsillo. Si reflexionase, seguramente no lo sin que medie un tiempo de reflexión entre lo dicho y lo he-
haría.»' cho. Todo deseo debe ser colmado inmediatamente. Esta in-
No hay un rostro para el psicópata, pero sí, quizás, un capacidad para la duda es lo que hace que se le llame también
gesto y una expresión. Esta puede ser su apariencia. Tiene las un irresponsable, en la acepción moral del término. Por úl-
facciones proporcionadas y el semblante relajado, pero apenas timo, es característica del psicópata la insuficiencia para esta-
en movimiento. Si es varón, gusta de ir bien afeitado y con el blecer una relación interpersonal estable. E l gusto por la^en-
pelo corto. Si es mujer, sabe cuidar su aspecto. Nadie les to-
1. Abelk, D., et ai, Psiquiatría fonamental, pp. 397ss.; Me Cord, W. M.,
1. Kraepelin, E . , Introductwn a la psychiatrie clinique, p. 390. The psycopath and milieu therapy, cap. I; Cleckley, H., The mash oj sanity.

46 47
tira es una constante, así como la teatralidad con la que suple y pasos. Se han visto bastantes casos de remisión hacia los
adorna la inautenticidad de la que él mismo —como del resto de treinta y tantos años de edad, pero de forma inesperada y sin
insuficiencias adaptativas— es muy consciente. Junto con la que exista aún una explicación convincente. Es, en definitiva,
mentira, la dificultad de relación social se expresa en su excitabi- la más desagradecida de las psicopatologías, pues el especia-
lidad: es muy susceptible a la crítica, tiene un carácter litigante y lista está tratando a un ser inteligente que le hace dudar de su
agrede porque se siente agredido. Por todo ello lo clasificamos propia misión terapéutica y le recuerda demasiado aquellas
como un ser profundamente antisocial, que a diferencia de otros palabras de otro médico: «Esta enfermedad está más allá de
individuos con afectación psicopatológica hace sufrir más de lo mis conocimientos» (Macbeth, V , 1).
que sufre él mismo. Un cónyuge afectuoso y paciente le ha de- A partir de estas orientaciones preliminares cada psiquia-
vuelto, excepcionalmente, la paz, pero en general cualquiera se tra clasifica los diferentes tipos psicopáticos según su leal sa-
cansa muy pronto de su compañía. 1 ber y entender. Es de notar las divergencias al respecto entre
Estas incapacidades adaptativas, como rasgos primarios de tres clásicos de la psiquiatría moderna como Kraepelin,
la psicopatía, se acompañan casi siempre de unas característi- Schneider y Jaspers. Schneider distingue hasta diez subtipos
1

cas secundarias que corroboran la anomalía ante todo cultural caracterológicos del psicópata, en los que cualquiera puede
de dicho cuadro clínico, donde es ocioso, hoy por hoy, buscar ver reflejado el caso que tiene en observación. A juicio del co-
otras causas tanto o más influyentes que las que estriban en la mún de los mortales todos vendrían a ser el mismo pertur-
propia personalidad del paciente. Así, ayudará al diagnóstico bado, con sus correspondientes sinónimos moralizantes: «anor-
el tener presente que, por lo general, estas mentes de acero no mal», «pervertido» o «degenerado», sin que haya lugar aquí a
muestran signos psicóticos ni neuróticos junto con esos sínto- matizaciones sutiles. Pero los prototipos de Schneider, desde
mas básicos. E l psicópata no delira ni siente complejos. Con- el psicópata asténico hasta el explosivo, permitirán establecer
trariamente, suele aparentar una gran seguridad en sí mismo. diagnósticos lo suficientemente precisos para que el dictamen
Esta, salvo que concurra algún componente neurótico, es ve- del terapeuta o del forense haga justicia al caso real de cada
rídica y no un simple mecanismo de defensa. También, como individuo. E n ninguno de estos casos se otorga un carácter de
otro rasgo acompañante, se observará que no tiene afectadas «pervertido» al psicópata, vigente aún en la psiquiatría de
las funciones psíquicas relativas a la capacidad intelectual y al principios del siglo xx. Se concede, no obstante, un carácter
2

control, en mayor o menor medida, de su voluntad. esencial de «anormalidad» cultural en cualquiera de las va-
Por lo que respecta finalmente a su evolución, la psicopa- riantes del problema: «El psicópata es un individuo que, por sí
tía es clínicamente llamativa por su inicio precoz en la infan- solo, aunque no se tengan en cuenta las circunstancias socia-
cia, la cronicidad con que se mantiene en el sujeto y su pro- les, es una personalidad extraña, apartada del término medio.»
nóstico pesimista. Pese a los esfuerzos terapéuticos y los
intervalos de normalidad, el afectado vuelve sobre sus propios
1. Kraepelin, E . , op.cit., p. 337; Jaspers, K., Psicopatología general,
p. 508 ss., 684-695; Schneider, K., op. 'cit., p. 105 ss.
1. Schneider, K., op. cit., p. 32. 2. Dupré, E . , Les perversions instinctives, París, Masson, 1912.

48 49
Es inútil adjetivar la conducta de estos individuos si no se Las teorías en clave neurofisiológica defienden la idea de una
tiene en cuenta ese contenido común que es su trastorno de la baja reactividad bioeléctrica del córtex cerebral. E l conducti-
personalidad. 1
vismo psicológico observa, ante todo, una incapacidad para
La definición y clasificación de las psicopatías ha sido adquirir respuestas condicionadas a situaciones de peligro o de
aceptada por la American Psychiatric Association en su reco- desaprobación social. E l psicoanálisis suele pensar en un indi-
nocido Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders viduo cuyo «super-yo» no ha madurado lo suficiente, bien sea
(DSM), donde aparecen, bajo el epígrafe de reacción antiso- por sobreprotección, bien por rechazo de sus padres. Las teo-
cial, dentro de los «trastornos sociopáticos de la personali- rías sociológicas amplían esta influencia del ambiente al con-
dad». Gran número de psiquiatras se orientan, en definitiva,
2
texto familiar, grupal y aun de clase social al que pertenece el
según este criterio que hace especial hincapié en el carácter sujeto: es evidente que un entorno depauperado o conflictivo
conflictivo del psicópata y en los factores ambientales que agudiza cualquier obstáculo para el desarrollo personal. Todos
hayan podido condicionar su personalidad. Ahora bien, la ca- los enfoques coinciden en mantener que no hay una sola clase
lificación de «antisocial» aplicada a la personalidad es por sí de tendencias predisponentes. Aunque sea en proporciones
misma oscura y puede ser usada de modo tendencioso, si no diferentes, los factores constitucionales del individuo -congé-
se clarifica antes qué se entiende por «social» y, por lo menos, nitos e incluso innatos- suelen ir seguidos, en la relación del
qué se estima como normal en este orden de hechos. Pues si posible origen de una psicopatía, de las causas externas y la
no prejuzgamos ningún valor a este respecto, cumpliría mejor adquisición de experiencias decisivas para su aparición.'
calificar al psicópata de «asocial». De hecho, él no es anti Sin duda lo que ha conducido a esta flexibilidad dentro de
nada por habérselo propuesto, sino como resultado de su inca- las diferentes interpretaciones etiopatogénicas de la psicopatía
pacidad para estar en favor de algo. No es ningún sumiso, es la observación de un hecho crucial y determinante: la inva-
pero ni mucho menos un revolucionario, lo que sería ya una riable presentación de los primeros síntomas psicopáticos en
forma de participación social. Alguna vez se le ha llamado, plena etapa de la infancia. Los niños de «vida difícil» son fir-
con razón, lonely stranger, y hasta rebel without a cause, como mes candidatos a padecer este trastorno. Tal es la correlación
2

Jim Stark en la célebre película. entre la psicopatía y determinados comportamientos de la


Al margen de esta general aceptación del carácter sociopá- vida infantil que en Estados Unidos se ha querido omitir el
tico o conflictivo de estos individuos existe, sin embargo, una término por el más suave de niños con «personalidad incon-
gran diversidad de pareceres en lo que concierne al origen de troladamente impulsiva» o acting-out children.' E n niños, por
su problema. E l enfoque biológico cree en la existencia de lo demás, inteligentes, observamos en ocasiones conductas re-
factores hereditarios del tipo de la alteración cromosómica. petidas hacia la mentira, la indisciplina, las reacciones coléri-

1. Schneider, K., op. cit., pp. 34, 86-90. 1. Schneider, K., op. cit., pp. 45-46.
2. American Psychiatric Association, DSM-IIL Manual diagnóstico y 2. Ey, H., et al.. Tratado de psiquiatría, p. 328 ss.
estadístico de los trastornos mentales; Abel la, D., et ai, op. cit., p. 38?. 3. liare, R. D., La psicopatía. 'Teoría c investigación, p. 14.

50 51
cas, la agresividad o la acción compulsiva, que se acompañan, móviles definidos e inmediato cumplimiento de la acción pro-
al mismo tiempo, de la apatía personal y la indiferencia ante puesta. 1

cualquier aviso de castigo. Parece como si todo, lo que hacen Delincuentes o no, los psicópatas se encuentran en todos
y lo que saben que no deberían hacer, permaneciese en ellos los grupos humanos, pero en especial entre jóvenes de sexo
«en la superficie», sin que apenas les afecte nada. E n conse- masculino que viven en ciudades y pertenecen a clases bajas o
cuencia, tienen dificultades para establecer relaciones profun- marginadas, por la simple razón de que la pobreza incentiva la
das con los demás e indefectiblemente son víctimas del fra- conducta que llevará a su manera de ser. Aunque las estadísti-
caso escolar. Finalmente, es tan fácil que resuelvan su vida cas ofrecidas discrepan entre sí, hacia los años noventa del si-
como hombres, a pesar de todo, «normales», como que desa- glo X X existe en Estados Unidos de un 5 a un 10 por ciento
rrollen cualquiera de los cuadros psicopáticos descritos por de población con «trastorno sociopático de la personalidad». 2

Schneider. Ahora bien, al lado de cualquier otra causa desen- Se asegura que este porcentaje no va en crecimiento, salvo
cadenante de esas conductas, el niño seriamente conflictivo dentro de los índices mismos de la criminalidad, sector donde
suele presentar antecedentes muy claros de baja socialización: cada ve2 se oye más la frase: No le conocía: ¿por qué tenía que
carencia de afecto paterno, inmersión en un medio hostil, sentirme apenado por lo que le ocurriera? E n plena eclosión
3

vacío de patrones de comportamiento. Por todo lo cual es de la american way of Ufe, tras la Segunda Guerra Mundial,
raro el psiquiatra que no admita el peso de los motivos escritores como Norman Mailer o psiquiatras como Hervey
culturales junto con la intervención de otras causas, innatas Cleckley realizaron un sombrío pronóstico sobre la incidencia
o sobrevenidas, en la generación de la personalidad psico- social de la psicopatía, a causa del tipo de vida que se estaba
pática. implantando en las grandes concentraciones urbanas. E n un
Habrá, después, una serie de ocupaciones ligadas, a me- libro dedicado al tema, Voices of dissent, escribe el primero de
nudo, con esta clase de personas. Las más comunes con la ellos: «La condición de la psicopatía está presente en una mul-
prostitución, el proxenetismo, la venta de objetos robados y titud de personas, incluidos muchos políticos, militares, co-
la pertenencia a cuerpos armados de riesgo, como mercena- lumnistas de prensa, muchos actores, artistas, músicos de jazz,
rios y agentes especiales. Pero no sería descabellado afirmar prostitutas y la mitad de los ejecutivos de Hollywood, de la te-
que detrás, también, de un narcotraficante, un terrorista o un levisión y de la publicidad.» Creo que Mailer exagera, pero
4

francotirador, un traficante de armas o el que comercia con no tengo motivos para pensar que la psiquiatría actual haga lo
órganos humanos, podemos adivinar al psicópata, al igual
que, a veces, lo descubrimos tras el cleptómano, el pirómano,
1. Kraepelin, E . , op. cit., p. 392.
el saboteador reiterado, el provocador callejero o el violador. 2. DSM-II1, p. 334; Me Cord, W. M., op. cit.,p. 58; Kaplan, H. I., Sadock,
En todos estos actos y actividades el delito asoma, efectiva- B. J . , et al., Tratado de psiquiatría, pp. 967-968.
mente, mostrando al mismo tiempo unas características en su 3. Me Cord, W. M., op. cit., pp. 179-180.
4. Mailer, N., Voices oj dissent, p. 203 («The White Negro»); Cleckley, H.,
autor que coinciden con rasgos esenciales del psicópata: inte- The mask of sanity; Harrington, A., Psycopaths; Pinillos, J. L . , Psicopatología
ligencia normal, seguridad en sí mismo, frialdad, falta de de la vida urbana.

52 53
mismo. La locura del que no está loco mantiene en vilo a los Góring y Himmler no fueron monstruos sádicos, sino «psicó-
psiquiatras. ¿Por qué no debería mantener en vilo a los de- patas amigables», como se les diagnosticó pericialmente en
más, si ha desatado el vendaval del siglo? Nuremberg. Bajo el manto de su autoridad, y pese a su he-
1

Es tan idiota como los propios idiotas criminalizar al chizo, había, en definitiva, un ser asocial que tuvo la ironía
idiota moral. Nadie nace psicópata ni hace votos para serlo. macabra de conducir a los campos de exterminio a otros seres
La locura de esta clase, a diferencia de la imbecilidad o de la tan asocíales como él -los del triángulo negro en el pecho.
maldad consumada, es un trastorno, y un trastorno al que mu- Prevenirse contra el exterminio metódico es también to-
chos cuerdos habrían derivado con gusto alguna vez. Luego mar cautelas frente a la psicopatía que late en sus orígenes. E n
por esto, y por la persona que la padece, no es justo condenar un mañoso hay alguien que comete crímenes brutales, pero
la psicopatía, sino sólo al psicópata toda vez que, queriéndolo, todavía ligado a su sociedad. E n un nazi, en cambio, hay al-
haya abierto él mismo la ventana al temporal. guien que mata de un modo mucho más frío e indiscrimi-
Cuando declaramos reo de culpa a un exterminador metó- nado, porque en realidad no pertenece a ninguna sociedad
dico, probablemente no se condena en el fondo a un psicó- hasta que toda la sociedad se ha vuelto psicópata como él. Por
pata, sino al responsable de un delito que, sin embargo -y se- eso voy a seguir insistiendo en la apatía moral.
guramente, a mi juicio-, no se habría cometido si su autor no
hubiera empezado por ser un psicópata. Es cierto que alguien
que torturó animales en su infancia o ha crecido sin querer
auténticamente a nadie puede llegar a puestos reconocidos so-
cialmente. E l propio Schneider escribe: «A menudo, los desal-
mados no criminales dan rendimientos asombrosos en puestos
de toda clase. Son aquellas naturalezas aceradas, que "andan
sobre cadáveres", y cuyos fines no necesitan ser egoístas, sino
que pueden responder también a ideales.» Pero se me conce-
1

derá que, una vez embotado el ánimo, el tránsito entre el frío


«buen rendimiento» y la glacial conducta sin escrúpulos puede
depender de un solo grado de temperatura. Quien ordenó, por
Alemania, el bombardeo de Londres con las V-2, ¿fue un de-
salmado más temible que aquel que, por la libertad, arrojó los
Halifax y los Lancaster sobre la población civil de Dresden?
E l psicópata no se parece a ningún otro paciente psiquiá-
trico. Seducen muchas veces por su inteligencia y simpatía.

1. Schneider, K., op. cit., p. 173. 1. Giibert, G. M., «H. Goering: Amiable Psycopath».

54 55
IV. L A APATÍA MORAL ción a la causa olvidándose de sentir y no simplemente obede-
ciendo.
Se trataba de dormir la conciencia y la emoción a la vez.
Hasta el punto de que junto con la piedad había que evitar
también el odio o el ensañamiento por debilidad personal: va-
rios torturadores llegaron a ser expedientados por mostrarse
sádicos. La inhumanidad solicitada por Himmler tenía que ser
«sobrehumana» sin excepción. E l nazismo difunde por pri-
mera vez la imagen del malvado con rostro increíblemente se-
reno, contra la representación milenaria del mal mediante
una máscara con venas abultadas en la frente. Tradicional-
mente, desde las culturas del Extremo Oriente hasta la ópera
E n la psicología del torturador es común y manifiesta la verdiana, el malvado debe mostrar con su cara el esfuerzo que
incapacidad para sentir emociones y afectos. Esta caracterís- cuesta ser malo. E l siglo X X ha descubierto que la maldad es
tica no sólo contribuyó a la aparición del nazismo, sino que cosa de pura rutina, para lo cual sólo hay que anestesiar el
fue especialmente fomentada por él. Con la población civil se sentimiento.
propuso conseguir la anestesia de los sentimientos. Con los Decididamente, el protagonista de Portero de noche, la pe-
guardianes del sistema persiguió, además, una suerte de reani- lícula en la que un verdugo nazi y su víctima femenina se
mación de los dormidos mediante la inculcación de un haz de atraen perdidamente, es un representante muy inverosímil de
respuestas rutinarias y automáticas para toda ocasión en que el aquel régimen de muerte afectiva. Sus agentes, al igual que la
técnico o el soldado se hubiera visto tentado a actuar con- policía de nuestro tiempo, tenían órdenes taxativas de no mi-
forme a su sensibilidad. 1
rar a la cara del detenido. Mirarle a uno a los ojos puede ser
excepcionalmente desagradable si la mirada es fija o inquisito-
Llegado el momento del uso masivo de las cámaras de gas,
ria. Pero es en el común de los casos un principio de relación
Himmler alerta a las S.S.: «¡Esperamos que seáis sobrehuma-
que los represores evitan a tiempo para no dejarse intimidar
namente inhumanos!» Lo humano debía ser lo formulario y
por cualquier brote de simpatía hacia su arrestado. E l régimen
maquinal. Al mismo tiempo que se les hacía recordar el sen-
de Hitler obtuvo de sus servidores una conducta generalmente
tido heroico y sacrificado de su tarea, con menciones efectistas
insensible a fuerza de destruir en ellos toda natural tendencia
a la historia, se les avisaba que debían ejecutarla de forma or-
humana a la empatia o participación afectiva con otros indivi-
denada e impasible. Las órdenes de cómo debían actuar des-
duos. Así, el egoísmo, o su contrario, el altruismo, debían
plazaron paulatinamente a las viejas y siempre oscuras excusas
existir sólo por obediencia o derivación del vínculo mante-
de por qué debían hacerlo. E l verdugo mostraría su adecua-
nido con los mandos y el caudillo, nunca por generación es-
pontánea. Muchos soldados alemanes, al ser apresados por los
1. Lcites, N., Kccskemcti, P., op. cit., p. 21.

56 57
aliados, no lograron comprender por qué resultaban tan desa- rencia o merma de la sensibilidad actuó a la vez como meca-
gradables a sus adversarios y víctimas. Realmente no creían nismo psicológico de defensa que ayudaba a resistir el cauti-
que sus actos constituyeran agresión alguna. 1 verio. E n buena medida, lograba esquivar el duro instante
Pero para completar su objetivo y afianzar su dominio el ético de tener que decidir uno mismo entre rebelarse o adap-
nazismo tuvo que aniquilar también los sentimientos de todos tarse, y, si la opción era la segunda, entre proponerse sobre-
sus enemigos interiores. Al llegar al campo de exterminio, vivir o dejarse morir. Por el contrario, reflexionar, decidir,
cualquiera de los millones de deportados sufría una fase de zafarse, en definitiva, de la propia indolencia, le hacía sufrir
choque psicológico correspondiente al momento del ingreso. al prisionero todas las torturas del infierno. Permanecer1

Finalmente, se esperaba de él una fase de despersonalización impasible le libraba de este tormento. Sin embargo, le acer-
que completara el exterminio integral propuesto. Pero no hay caría más rápido a la muerte, porque renunciaba a los moti-
que olvidar que entre una y otra mediaba una fase de muerte vos para seguir existiendo. Por eso escribe Brecht, de
emocional análoga a la experimentada por sus guardianes. Con acuerdo con todos los que consiguieron sobrevivir al exter-
ello se quería evitar toda relación de solidaridad o de insubor- minio:
dinación individual. Los métodos usados para el fomento del
autodesprecio y de la impasibilidad que arrastraba consigo al- Todo aquel que avance
ternaron la brutalidad con la crueldad mental. Los resultados empujado por los agentes de las S.S.,
no se hicieron esperar. Viktor Frankl conserva el siguiente debe avanzar contra él.
recuerdo ilustrativo de su estancia en Auschwitz: «Una ma-
ñana vi a un prisionero, al que tenía por valiente y digno, En su triple clasificación del reino animal, Lamarck pro-
llorar como un crío porque tenía que ir por los caminos ne- puso para la categoría inferior el nombre de animales apáti-
vados con los pies desnudos, al haberse encogido sus zapatos cos. E l comportamiento afectivo distingue también a los seres
demasiado como para poderlos llevar. E n aquellos fatales mi- más desarrollados y es un componente básico de la personali-
nutos yo gozaba de un mínimo alivio; me sacaba del bolsillo dad humana, junto con la inteligencia y la conducta volitiva. 2

un trozo de pan que había guardado la noche anterior y lo E l mismo Freud no supo dar otra razón de su defensa de la
masticaba absorto en un puro deleite.» La falta de senti-
2 personalidad moral que la de una «aspiración» emocional de
mientos se apoderaba de los prisioneros más veteranos y pro- origen todavía desconocido.' Aunque desde otro áíigulcv-Kairt-
vocaba la colisión entre muchos deportados, especialmente sólo creyó en la inmortalidad porque la razón no puede opo-
cuando a la sequía sentimental se le añadía la irritabilidad nerse a la alta estima que concedemos a un obrar puro de
por cualquier tontería. Con todo, e inadvertidamente, la ca-
3

1. Frankl, V., op. cit., p. 62.


1. Ib., pp. 175-176. 2. Eysenck, H. J., Fundamentos biológicos de la personalidad, Barce-
2. Frankl, V., op. cit., p. 41. lona, Fontanella, 1970.
3. Bettelheim, B., op. cit., pp. 99, 105 ss.; Frankl, V., op. cit., pp. 66-68. 3. Freud, S., Carta a James J. Putnam (8 de julio de 1915).

58 59
intención, para el cual no habría interrupción con la muerte.' «apatía», no se refiere, sin más, a una falta de reactividad
Así, tanto más nos cuesta admitir esta interrupción cuanto neurológica, sino a una impasibilidad que engloba ésas y
más inocente o buena persona fue en vida el fallecido. Casi otras conductas de origen moral. Tan pronto como el psi-
nos resistimos a creer en su muerte cuando se trata, por ejem- quiatra dice que tal paciente obra con menosprecio de lo
plo, de un niño. No es posible, en cualquier caso, la forma- «correcto», sin ser capaz de guardar «fidelidad» a nadie, o sin
ción de la personalidad y la valoración que nos merece si no sentir «arrepentimiento», está utilizando también el lenguaje
estuviera siempre implicada la sensibilidad y el afecto. La de la ética. Para algunos tratadistas, la psicopatía es, ante
ética y la muerte emocional son excluyentes. La apatía es un todo, falta de «resistencia a la tentación», y, en último tér-
1

síntoma de muerte que acaba también con el cuerpo o lo de- mino, falta de «responsabilidad». La apatía que describe el
2

vuelve a un estadio evolutivo más bajo. 2 especialista en los trastornos sociopáticos es básicamente una
Entre los rasgos principales de la psicología nazi y de la apatía moral, sin que por ello tenga que ser menos cierta su
psicopatía en general destacan aquellos que podemos englobar descripción. La psicopatía, dicho de otra manera, no es la
en el nombre de inmadurez emocional: insensibilidad, falta de amoralidad, pero los signos de la amoralidad están entre sus
afecto, incapacidad para sentir angustia. Puesto que cada uno
3 rasgos más destacados.
de ellos, en este particular trastorno de la personalidad, tiene Los antiguos filósofos estoicos hicieron de la apatía la
un significado que va más allá de lo biológico y de lo psicoló- virtud suprema del sabio que cultivaba la indiferencia ante lo
gico, no es desacertado, a mi juicio, reunidos también bajo el contingente e imprevisto de los hechos. Sin apatía no se con-
término de apatía moral. No creo que esto deba suscitar el re- seguía el objetivo último de la serenidad del alma. No obs-
chazo de médicos y psicólogos, toda vez que la mayoría de tante, la apátheia —literalmente, falta de pasión, páthos— se
ellos ofrecen una explicación tácita o deliberadamente cultu- refería en el estoicismo a la ausencia de pasiones esencial-
ral, y moral por más señas, cuando tratan de especificar las ca- mente como una actitud activa del sabio, por la que éste de-
rencias emocionales del psicópata. Su «insensibilidad» es asi- bía aprender a hurtarse del sufrimiento y de sus causas. La
milada a la falta de sentido moral (lack of moral sense). La apatía moral, por el contrario, no ha sido propuesta nunca
«falta de afecto» es, centralmente, la incapacidad para ponerse como virtud. A diferencia de aquel ideal ético, no es libertad
en el puesto de otro (lack of empathy). La «incapacidad para ante el sufrimiento, sino insensibilidad frente a él. Y no sólo
sentir angustia» viene a resolverse, de hecho, en la llamada frente el sufrimiento. E l psicópata es incapaz también de go-
falta del sentimiento de culpa (lack of guilt). Cuando, por lo zar el placer, porque está ausente en toda emoción. Busca,
demás, el clínico alude a todos estos factores con la expresión como un diablo, la satisfacción inmediata de su impulso,
pero luego no hallará más placer que el que pudiera sentir
1. Kant, I., Crítica de la razón práctica, Madrid, Espasa-Calpe, 1984, un niño. Si es, además, un psicópata asténico, de los que
p. 172.
2. Lorenz, K., Decadencia de lo humano, «El vacío de los sentidos».
3. DSM-III, op. cit., «Trastornos sociopáticos de la personalidad»; Haré, 1. Haré, R. D., op. cit., cap. V I I .
R. D., op. cit., p. 41. 2. Me Cord, W. M., op. cit., pp. 277-278.

60 61
están pendientes siempre de sí mismos, la gratificación será padecimientos le sirven al psicópata de excusa. E n sus faculta-
casi nula. La personalidad insensible tiene, pues, una capaci- des estaba el haber podido evitar un delito del que, aunque no
dad de perversión muy limitada. se sienta culpable, es el primero en admitir que fue el respon-
La apatía moral es característica también de los niños con sable.
personalidad psicopática. Su existencia es fácil de percibir a Si Marcello, el personaje de El conformista, disimula toda-
partir de esa época de la infancia que culmina en la pubertad vía su responsabilidad en la bruma del conformismo colec-
y en que esperamos que la socialización haya dado sus frutos, tivo, Meursault, el protagonista de El extranjero, muestra la
entre otros, en el terreno del juicio moral. A esta edad el niño manera en que el psicópata solitario suele afrontar las conse-
debe —en opinión de la psicología cognitiva— conocer, apre- cuencias de su apatía moral en relación con el resto de la per-
ciar y saber poner en práctica lo estimado como correcto en el sonalidad. Albert Camus no se propuso seguramente describir
comportamiento social.' No posee todavía un juicio moral a ningún psicópata, pero su historia, al margen de sus implica-
autónomo o capaz de resolver por sí mismo qué podría ser co- ciones filosóficas, parece entresacada de un archivo psiquiá-
rrecto más allá de todo ámbito o situación concretos. Pero trico. Meursault descarga su revólver contra un árabe que se
puede adoptar ya el punto de vista de otro, empezar a resolver hallaba sentado en una playa solitaria. Una vez tumbado, le
algunos dilemas éticos y, desde luego, tener sentimientos de dispara de nuevo. Confiesa al juez que mató «por causa del
viva aprobación o reprobación de actos propios o ajenos. Sin 2
sol». Le gusta fingir y a la vez está muy seguro de sí mismo.
embargo, el niño con trastorno sociopático puede «compren- No admite ser un criminal. Reconoce haber matado, pero no
der», por inteligente, por qué hay que actuar correctamente, acepta ser culpable de ello ni siente arrepentimiento:
pero no aprender a «sentir» y a «comportarse» según lo consi- «... nunca había podido sentir verdadero pesar por cosa al-
derado por él mismo como correcto. Su bloqueo emotivo, que guna», dice el narrador (II, 4). Sin embargo, el protagonista
sufre por diferentes causas, le obstaculizará seriamente el había desarrollado hasta entonces una vida «normal», sólo in-
aprendizaje práctico de las normas éticas. Por lo que se puede terrumpida por episodios de agresividad y la demostración de
decir que a esa edad —y sólo a esa edad, en la infancia— es aún carencia de afectos. E n la prisión y ya antes, durante el entie-
claro que un desarreglo psicológico precede a la apatía moral. 3
rro de su madre, aparentó estar ajeno a los acontecimientos.
Un adulto es responsable de su apatía moral si el trastorno Cuando se le pregunta por su frialdad contesta que posee una
psicológico que la acompaña no tiene una entidad patológica. naturaleza tal que las «necesidades físicas» alteraban a menudo
Por eso, ante la sociedad y los tribunales muy pocas veces sus sus sentimientos y que «había olvidado un poco» la costumbre
de interrogarse (II, 1). Su historial recoge también que pronto
perdió a su padre, al que, por otra parte, confiesa no haber
1. Piaget, J., El criterio moral en el niño, p. 79 ss.; Kohlberg, L., Essays
on Moral Development, II: The Psychology of Moral Development, p. 658 ss. querido demasiado. Momentos antes de ser ejecutado repite,
2. Hersh, R., et al., El crecimiento moral, p. 52; Buxarrais, M. R., Etica i. como otras tantas veces, no estar seguro de estar vivo, pero sí
escola: el tractament pedagbgic de la diferencia, p. 271. ss. estar muy seguro de sí mismo....
3. Haré, R. D., loe. cit.; Muller, J., El niño psicótico. Su adaptación fa-
miliar y social, pp. 25 ss., 83 ss. Jean-Paul Sartre ve en Meursault a un «inocente» como el

62 63
que aparece en El idiota de Dostoievski. Pero a mi juicio esto
1
mismo se pierde o se deteriora mucho, y descubrimos que el
es parecido al uso de la poesía lírica para describir un muro de individuo es incapaz, no de hablar o razonar acerca de cual-
hormigón. «Inocencia» es todavía un calificativo moral, mien- quier materia que se le proponga, sino de conducirse por sí
tras que el caso que se discute aquí es el de un ser probable- mismo con dominio y corrección en sus asuntos particulares. 1

mente amoral. Estoy en contra del tribunal cuando acusa a


Meursault de no haber llorado en la muerte de su madre; pero Un psiquiatra de la talla de Kraepelin insistirá práctica-
a favor suyo cuando dice que el vacío de su corazón se ha mente en los mismos términos. Según éste, el «criminal nato»
transformado en «un abismo en el que la sociedad puede su- es a la vez un sujeto que puede consagrarse con celo al trabajo
cumbir» (II, 4). intelectual. Todo su defecto está en que los principios y las re-
Este tinte social negativo al que aludo como apatía moral glas morales no logran entrar en su psiquismo, y llama a ello
se encuentra ya recogido en cada una de las aproximaciones «disminución del sentido moral» o decididamente «amorali-
clásicas al problema de la psicopatía. Hasta llegar a la sistema- dad». Schneider reservará para estos individuos el tipo especí-
2

tización de su estudio por Kurt Schneider, se denominará a la fico del «psicópata desalmado» (gemütslos). 3.

psicopatía sucesivamente: «locura moral» (Pritchard), «aneste- Clásicamente, pues, la psicopatía ha sido destacada como
sia moral» (Scholz), «cuadro hipoético» (Tramer) y otra vez un trastorno que involucra el sentido moral del sujeto, en
«locura moral» (Kraepelin). Las expresiones «imbecilidad», cuya merma se hace recaer uno de los signos capitales de di-
«estupidez», «delirio» y hasta «oligofrenia», acompañadas del cha anomalía psicológica. Es raro el psiquiatra que no admite
término moral, aparecen aún en tratados relativamente mo- que el psicópata puede conocer la ley y simultáneamente ser
dernos. Todas estas locuciones resultan de una definición incapaz de asimilarla. Éste puede decir, en un ejemplo más
diagnóstica que girará alrededor de la debilidad volitiva del trivial: «Perdone las molestias» y no sentir absolutamente
paciente. Pritchard, en una formulación arquetípica, define nada. Es lo que Cleckley ha llamado, más adelante, la «de-
así, en 1835, la locura moral (moral insanity): mencia semántica» propia del psicópata. Éste comprende que
su acción ha sido o será un crimen, aunque no siente o no
Existe igualmente una forma de desorden mental en el presiente sus consecuencias. Sufre una disociación entre el sig-
cual las facultades intelectuales parecen no haber sufrido nificado de las palabras y su puesta en práctica: sabe lo que
daño alguno o muy poco, mientras que el trastorno se mani- dice, no lo que hace. Dicho de otra manera, el psicópata o de-
fiesta principalmente, o sólo, en el estado de sensaciones, de mente semántico puede seguir la «letra» pero no la «música»
moderación o de costumbres. En casos de esta naturaleza, los
de la canción. 4
principios morales y activos de la mente están intensamen-
E l psicoanálisis, por su parte, ha pretendido ahondar, sin
te pervertidos o depravados; la facultad del imperio de sí
1. Pritchard, J. C , A treatise on insanity, p. 15.
2. Kraepelin, E . , op. cit., lecciones X X I X y X X X .
1. Sartre, J.-P., «Explication de " L etranger"», Süuations I, París, Galli- 3. Schneider, K., Las personalidades psicopáticas, op. cit., p. 105 ss.
mard, 1947, pp. 104-105. 4. Cleckley, H., The mask oj sanity, op. cit.

64 65
ocuparse específicamente de este cuadro clínico, en las causas rosa genital. E l totalitarismo ha reactivado esta epidemia que
1

de la personalidad impulsiva y asocial. Para Freud, en la neu- resurge constantemente a lo largo de la historia. Sus conse-
rosis obsesiva y las neurosis del carácter en general, que con- cuencias son, para el mismo siglo, devastadoras, pues afecta
ducirían a la apatía moral aquí descrita, habría que indagar en definitiva a la vida social con la fuerza de una plaga impa-
muy especialmente si el paciente presenta o no un déficit de rable. Desde la indiferencia hasta el odio, todas las sociopatías
su disposición para sentir angustia (Angsbereitschaft). Poseer o conductas asocíales tienen para Reich esta causa cultural. E l
tal capacidad, y por lo tanto poder estar avisados por las seña- mal está tan extendido que nadie lo percibe, y la irracionali-
les de angustia ante un determinado acontecimiento, es dispo- dad se ha apoderado de tal forma de los habitantes del planeta
ner de la «última línea de defensa» contra la excitación in- que usamos incluso el razonamiento para negarlo. La ceguera
consciente. De forma que la angustia es una condición de nuestras emociones es increíble justamente por inmensa: ya
indispensable para proteger al psiquismo de aquellos actos, no alcanzamos a «verla». No obstante puede curarse «con el
pasados o futuros, cuya impresión resultaría traumática y blo- pensamiento racional y con el sentimiento natural por la
queante. E l psicópata parece no estar advertido por ninguna vida», que devolverán, juntos, la libertad al amor sexual. De
2

de estas señales protectoras contra el bloqueo de la personali- no ser así, daremos la razón a Hitler cuando dijo: «Cuanto más
dad y acaso sea por carecer de este mecanismo de defensa del grande la mentira, tanto más fácilmente se la cree.»
yo frente a sí mismo que viene a ser la angustia. Complemen- 1
Pese a sus obvias diferencias, hay un denominador común
tando esta interpretación, Karen Horney atribuye las deforma- entre psiquiatras y psicoanalistas cuando describen la apatía
ciones de la personalidad, que están en la fuente de todas las moral del sociópata: el motivo expresado de la acción casi
neurosis del carácter —a diferencia de las neurosis de situa- nunca es el motivo real. Es decir, se cumpliría lo que Cleckley
ción—, a la falta de auténtica estimación y afecto, tanto en el refiere como «demencia semántica». E n las psicopatías y neu-
individuo como en su entorno próximo. Esta carencia motiva- rosis del carácter los actos no se corresponden con las palabras
ría reacciones del tipo de la dependencia afectiva o de la bús- que los justifican. Además, su autor cree firmemente en los
queda impulsiva de la satisfacción. 2
motivos que alega. E l violador quiso «tratar bien» a su víctima
A la hora de analizar el carácter, Wilhelm Reich detecta y el genocida «obrar justamente» con las suyas. Cuando mu-
una anomalía que ya no se corresponde con ninguna de las chos consienten en esta forma de proceder nos encontramos,
neurosis conocidas: la plaga emocional. Se trata del mal más según Reich, ante una plaga emocional. Ciertamente, creamos
extendido del siglo XX, pero hunde sus raíces en la historia, o no en que la esclerosis de la sensibilidead sea una epidemia,
siempre que se haya decidido suprimir en masa la vida amo- una vez bloqueados los sentidos el individuo se vuelve tan im-
pasible y seguro de sí mismo que el bloqueo termina por
aumentar en un círculo vicioso. Es lo que hace a un desal-
1. Freud, S., Más allá del principio de placer, pp. 107-108; Inhibición,
síntoma y angustia.
2. Horney, K., La personalidad neurótica de nuestro tiempo, pp. 29 ss., 1. Reich, W., Análisis del carácter, p. 257.
69 ss. 2. Ib., p. 262.

66 67
mado parecer un paranoico, sin serlo, como lo sería un dicta- chos mismos ponen cada vez más difícil contradecirle. Al
dor que derrochase convicción en sus ideas. afrontar las causas de la apatía moral hay que deshacer, pues,
No obstante, me atrevería a decir que el acuerdo no dos tópicos: que el individuo sea tonto y que sea siempre el
puede ser tan fácil cuando nos preguntamos por el origen fruto de un hogar deshecho.
mismo —una vez hecha su descripción— de la apatía moral Otra causa cultural de la apatía podría pensarse que es la
que acompaña visiblemente a las patologías sociales de la anomia o vacío de valores. E n su clásico estudio, Durkheim
personalidad. La respuesta en favor de la atrofia o la incapa- establece una correlación entre el suicidio y las sociedades de-
cidad del sentir, asociada frecuentemente a la carencia de sarrolladas con un déficit cultural de ese tipo. E l suicidio
afecto paterno como causa, no es todo lo unánime que pa- «anómico» preponderaría sobre el de naturaleza psicopatoló-
rece ser. La falta de hogar puede conducir al delito en mayor gica: «Los países en que hay menos locos son aquellos en que
proporción que el disfrute del mismo; pero sólo es una dife- hay más suicidios.» Pero debemos decir que el psicópata co-
1

rencia de porcentaje. noce los valores culturales. Ante algunos mostrará desprecio y
Hay también algunos niños mimados destinados a desarro- no le importará pisotearlos. Pero ante otros se sentirá cons-
llar una personalidad psicopática. E l psicoanalista Alfred Ad- cientemente implicado. Aprecia la vida confortable y segura;
2

ler tuvo una especial inquina científica contra la infancia bien y aunque en su caso no significa contradicción, también la
alimentada y arrullada por sus progenitores. Al niño mimado
1 vida salpicada de estímulos excitantes. E l psicópata no es un
y, en general, sobreprotegido, se le educa también en la indi- valueless: puede, por lo dicho, no inmutarse frente a una or-
ferencia y la rivalidad frente a otros niños, contra los que no den de presidio y exaltarse, excepcionalmente, defendiendo la
tardará en mostrarse irritable y explosivo. E l hecho de no ha- libertad en abstracto. La vida del III Reich permitía a sus ofi-
bérsele enseñado a renunciar a algunas satisfacciones le hace ciales mantener tal ambivalencia ante los valores. Las activi-
mecánicamente propenso a ello. E l despertar a la vida adulta dades en las que solemos encontrar un buen porcentaje de psi-
y de relación suele ser traumático para aquel que ha vivido cópatas -desde mercenarios a pequeños narcotraficantes-
prisionero de una sobrecarga de cuidados. No es extraño que fomentan también la existencia de estos convidados de piedra
presente algunos síntomas neuróticos añadidos, como tarta- que no se conforman con cualquier mesa.
mudeo o enuresis nocturna. Pero lo que hay realmente es un
2 La psiquatría ha esgrimido algunas veces como causa orgá-
problema de personalidad que le hará sentirse no pocas veces nica de ia indolencia moral el hecho de poseer una baja activi-
como «en retirada» frente a los problemas de la vida, o bien, dad bioeléctrica cortical, reflejada en las ondas del electroen-
excepcionalmente, volverse violentamente contra ella. Adler, 3 cefalograma practicado al individuo. Este retraso en la
como Reich, no ha tenido demasiados adeptos, pero los he- maduración cerebral explicaría el escaso o nulo temor antici-
patorio del castigo (lack offear) que el psicópata tiende a de-
1. Adler, A., El sentido de la vida, caps. V I I I , I X y X I .
2. Ib., p. 137.
3. Durkheim, E . , El suicidio, pp. 325-326, 434 ss., pero especialmente el 1. Ib., p. 41.
cap. I: «El suicidio y los estados psicopáticos.» 2. Me Cord, W. M., op. cit., pp. 112-114.

68 69
sarrollar, así como su característica búsqueda de estímulos ¿Quién cree hoy que una buena inteligencia implica tam-
compensatorios. Pero ni todos los psicópatas tienen el córtex
1 bién una buena voluntad? Schopenhauer fue el último filósofo
perezoso, ni la mayoría de los que tienen este defecto van a ilustrado que estuvo convencido de ello. E l cientificismo po-
1

tener el corazón de mármol como ellos. pular del siglo X X lo ha admitido a manos llenas. Pero el ex-
E l consenso sobre las posibles causas, externas o internas, terminio metódico, el mal del siglo, golpea con su puño con-
de la insensibilidad del psicópata está, por consiguiente, en tra tales ingenuos. Si hay genocidas y psicópatas inteligentes, y
permanente recomposición. E n lo que sí parece haber unani- todos lo son, la inteligencia proyecta una sombra en el
midad es en el hecho añadido de no encontrarse en estos indi- mundo, bajo los pies de cada uno de nosotros, en la que se
viduos ninguna importante disminución de la inteligencia. hace imposible distinguir en adelante el bien y el mal. E l
Más exactamente: el promedio intelectual de los psicópatas es < reino de las sombras se produce bajo el sol y está pendiente,
superior al del conjunto de la población, si bien su inteligen- pese a todo, de nosotros mismos.
cia destaca más en el plano verbal y lógico que en el práctico Su inteligencia no le impidió, a aquel estudiante de econó-
y de relación con los demás. Es precisamente esta discordan-
2 micas, en China y en julio de 1992, envenenar con arsénico la
cia uno de los signos más distintivos de estos personajes, que comida del restaurante de su universidad, por el mero hecho
pueden intentar, con éxito, seducirnos mediante la conversa- de haber sacado malas notas. Ni a aquel doctor en filosofía
ción y, al mismo tiempo, estar imaginando un sombrío propó- ruso, procesado el mismo año, asesinar a lo largo de doce años
sito a costa de nosotros. Los psicólogos de Nuremberg queda- al menos a cincuenta y dos personas, la mayoría de ellas ni-
ron admirados del cociente intelectual y del charme verbal de ños. Anteriormente fue detenido e interrogado en dos ocasio-
los procesados. Eichmann, en el juicio de Jerusalén, colaboró nes, pero lo pusieron en libertad por su convincente actua-
de forma atenta y minuciosa. No lo hizo así, después, Klaus ción. Luego la inteligencia no es capaz de llevar por sí misma
Barbie, pero mostró una enorme capacidad de memoria y con- al bien.
centración. La mayoría de los nazis fueron víctimas, sin em- ¿Cuál es, entonces, el problema de fondo del idiota moral?
bargo, de su inteligencia deformada por la estupidez burocrá- ¿De dónde arranca su apatía? Su entorno afectivo no siem-
tica. Es emblemática la ingenuidad con que Heinrich Himm- pre está averiado. Tampoco es un oligofrénico o débil men-
ler y Julius Streicher pretendieron camuflar su huida de los tal. No es el «imbécil» que Kraepelin daba por incurable ni
aliados. Si bien lo es más todavía el hecho de que las severas el «estúpido» que Kant, en la Crítica de la razón pura, ve
actas de acusación de Nuremberg pudieron formularse gracias imposible de reeducar. Gary Gilmore, psicópata ejecutado
2

a la documentación encontrada en el cuartel general del en 1977, despertó el interés de Norman Mailer, quien lé dedi-
Reich, exhaustiva y meticulosa. có La Canción del Verdugo, por la aguda perspicacia demos-

1. Ib., pp. 100-102; Haré, R. D., op. cit., p. 85 ss; Madnick, S., Christian- 1. Schopenhauer, A., El arte del buen vivir, op. cit., p. 60.
sen, K. O., Biosocial basis of criminal behavior. 2. Kraepelin, E . , op. cit., pp. 409-410; Kant, I., Crítica de la razón pura,
2. Me Cord, W. M., op. cit.,p. 115; Hare,R. D„ op. cit., pp. 25 ss., 41; Ey, Madrid, Alfaguara, 1978, B 171-172; Ortega-Monasterio, L., et al., Psicopato-
H., et al., op. cit., p. 334; Kaplan, H. I., Sadock, B. J., op. cit., p. 968. lugía jurídica y forense, p. 87 ss.

70 71
trada en todo momento. Dio un cociente intelectual de 140. V. L A AUSENCIA D E PENSAMIENTO
Posiblemente, el origen del mal provocado por seres con
entendimiento esté allí donde nadie ha podido sospechar: en
que sean, a pesar de todo, seres sin pensamiento.

/ No hay ninguna teoría individual que haya explicado con


é/kito los orígenes de esta «manía sin delirio» que afecta por
igual a psicópatas y genocidas. La psicología médica difícil-
mente admite que se deba a la personalidad del individuo. La
psiquiatría forense es remisa a aceptar que la inmadurez afec-
tiva y la falta de ansiedad, por otra parte, sean la causa prima-
ria del trastorno humano más devastador que se haya co-
nocido.
Las mediciones psicológicas sirven aquí como útiles ins-
trumentos del diagnóstico clínico, pero no como indicadores
infalibles del origen de la conducta asocial y de la anestesia
moral que la caracteriza. Son tantos los misterios como las in-
formaciones recogidas acerca de por qué un hombre, por
ejemplo, intenta abusar sexualmente de la misma mujer tras
varios años de prisión por este delito, en los que, no obstante,
se mostró siempre dueño de sí mismo y colaborador. «Lo que
continúa sin ser resuelto —escribe Me Cord— es cómo tantos
de nosotros crecemos como seres "civilizados", mientras que
otros pocos se vuelven seres impulsivos y destructivos.» 1

1. Me Cord, W. M., op. cit., pp. 125, 174-175.

72 73
Sin pretender que ello sea su único origen, creo firme- miento quiere decir tan sólo, aunque no sea poco, que dis-
mente que la ausencia de pensamiento se encuentra siempre pongo de esta capacidad, no que me comporte necesariamente
entrelazada con otras causas en la formación de un idiota mo- según ella, manifestando, por ejemplo, lucidez en mis actos o
ral como el asesino de masas o el asesino solitario y ausente. mis declaraciones. E n mi opinión, el idiota moral es aquel
Sin embargo, los especialistas no han reparado en este factor, que, teniendo esta facultad, no sabe, sin embargo, ponerla en
probablemente decisivo para la apatía moral, en primer lugar práctica. E l que posee la facultad de pensar se halla, en cuanto
porque el «pensar» no suministra datos directos, y por lo tanto a ella, ante dos posibilidades opuestas: o el ejercicio o la
es de nula significación científica. Y , en segundo lugar, por- ausencia del pensamiento. Aceptar una cartera ministerial de
que la observación de que se trata de seres inteligentes les in- Economía, nada menos, o atreverse a poner en la tarjeta de
duce a creer, con cierta lógica, que son seres que razonan tam- visita/«catedrático de Metafísica», pueden haber resultado,
bién. Pero habría que discrepar de esta sencilla lógica, por lo pese/a todo, del uso del pensamiento. Disparar a quemarropa,
demás suficientemente rebatida por el hecho real de que el o firmar una orden de limpieza étnica, son de todo punto in-
exterminador no es un ser razonable: por lo menos en el sen- compatibles con la puesta en práctica del entendimiento. Son
tido normal de la expresión. actos producidos bajo la ausencia de pensamiento, aunque su
Desde luego, la actividad de la mente humana no puede autor no fuera imbécil ni oligofrénico. Por poco uso que se
ser definida sin tomar como referencia fundamental la fun- hubiese hecho de él, estos desmanes no se habrían producido.
ción del pensamiento, esencialmente ligada al dominio del Pero eso es precisamente lo que distingue al idiota moral: es
lenguaje. Por las causas que fuere, de orden innato o adqui- un ser negado para el uso del pensamiento.
rido, la mente de un individuo puede mostrar una incapacidad Voy a sondear algo más, por lo pronto, en el uso o ejercicio
de pensar; así, los disminuidos profundos y los «débiles de en- del pensamiento. Se lamentaba Freud de que uno de sus profe-
tendimiento» en general. Pero la mayoría de seres humanos sores sólo leyera los trabajos de sus colegas si éstos merecían su
están dotados de la capacidad de pensar. Su herencia genética estima como personas. Algo parecido he hecho yo mismo con
y el uso del lenguaje, principalmente, les han permitido com- los filósofos que han pensado sobre el pensamiento. Antes que
prender y enjuiciar desde situaciones y mensajes sencillos de Heidegger, quien puso el suyo al servicio de los nazis, pre-
hasta las más complejas e imprevistas informaciones y aconte- fiero servirme de su discípula Hannah Arendt, que lo dedicó al
cimientos. La inteligencia se medirá, entre otros rasgos esen- vacío de sentido del totalitarismo, del que ella misma fue víc-
ciales, conforme a esta «vitalidad del entendimiento» que tima por hebrea y pensadora consecuente.
constituye la capacidad de pensar antes mencionada. E l hombre -recuerda-, en relación con sus sentidos exter-
¿Nos protege la capacidad de pensar contra la insensibili- nos, es «uno» en apariencia. Pero en trato consigo mismo es
dad moral? No sólo creo que no nos da ninguna garantía para doble en su existencia. La prueba de ello es que cuando el
evitar el mal, sino que además ni siquiera asegura el hecho hombre se retira del mundo de los sentidos y se concentra en
mismo de pensar. Poder pensar no es todavía pensar o hacer su pensamiento llega a la consciencia, en su solitud, de ser en
uso del pensamiento. E l hecho de que esté dotado de entendi- sí mismo tal dualidad. Ni los hombres que él ve, ni él tal

74 75
como es visto por ellos, aparecerán como algo más que un al individuo que hace uso de su capacidad de pensamiento. Si
único individuo material. Mas en cuanto experimentamos el para Homero el alma es aún un soplo vital {llíada, VIII), para
yo pensante, cosa de la que no podemos saber nada por los Sócrates y sus contemporáneos, como el materialista Demó-
sentidos externos, se habrá iniciado al mismo tiempo un diá- crito, es ya la diferencia en la identidad, o lo plural en lo sin-
logo mental entre el yo que piensa y el yo pensado, o el yo gular, que, Arendt recuerda bien, nos remontan a la filosofía
que pregunta y el yo que responde, que nos da, en definitiva, clásica. «¿A qué llamas tú pensar?», pregunta Teeteto a Sócra-
1

la prueba patente de nuestra existencia dual en lo esencial. E l tes. «Al discurso —le contesta— que el alma tiene consigo
pensar, este «diálogo silencioso entre yo y uno mismo», actua- misma sobre las cosas que somete a su consideración.» E n 2

liza, pues, nuestra dimensión plural y hace que tengamos que esta relación la mente no puede permanecer como algo eté-
reconocer al yo como algo existente en tal dualidad. Mientras 1 reo; pero tampoco como el monólogo de un solo actor o la ac-
no se pueda refutar la experiencia del pensamiento como tividad de un solo agente. E l nada animista Aristóteles invo-
aquel «diálogo que no pasa por la boca», del que hablara aná- cará esta concepción del pensar para referirse nada menos que
logamente Eugenio d'Ors, habrá que admitir que el primer y a la amistad, patrón ético de toda relación con lo externo y lo
posiblemente fundamental dato asociado al uso o ejercicio del ajeno. E l diálogo con el amigo, viene a decirnos, es la repro-
pensamiento es la percepción de la dualidad en uno mismo. ducción del diálogo con uno mismo: «Hemos dicho, en efecto,
¿Conoce el psicópata este desdoblamiento? Es verdad que, que todos los sentimientos amistósos^roceden de uno mismo
por lo menos, gusta de observarse a sí mismo, como Macbeth, y alcanzan después a los demás.» La alteridad no sólo es parte
3

en tal o cual trance de la acción. Pero esto no es debido a la constitutiva de nuestra identidad, sino un concepto extraído,
reflexión, sino a su imaginación, que es muy distinto. ¿Cuán- pues, del interior de esta misma. La identidad del sujeto pen-
tos psicópatas inteligentes son conocidos también por sus sante es todo lo contrario del ser único y estático que los que
muestras de ser personajes reflexivos o dubitativos? No hay en no creen en ella se prestan a tomar como nueva creencia. La
ellos ningún Hamlet, ningún Ricardo III: «Tengo ideas extra- propia noción de conciencia moral recogerá también muy
ñas —dice Macbeth— y quiero ponerlas en práctica sin pen- pronto ese carácter plural y en movimiento —syn-eídesis, con-
sarlo demasiado» (III, 4). La impulsividad, junto con la apatía, scientia: conocer con este otro que es uno mismo— que habita
es precisamente lo que más les caracteriza. Pocos son los psi- en el interior del ser razonante, sólo «uno» en apariencia.
quiatras que no suscribirían que «si al menos se hubiese refle- Ejercer el pensamiento es poner en práctica la capacidad
xionado», el número de psicópatas se reduciría considerable- de pensar y en sentido propio, según acabamos de ver, desa-
mente. rrollarla como una actividad reflexiva. Si el pensar se atiene
En realidad, Arendt no es la primera en descubrir esa dou- sólo a lo presente constituye un mero «saber» o entender que
bleness of mind o cualidad de ser «dos en uno» que distingue
1. Loe. cit.
1. Arendt, H., La vida del espíritu. El pensar, la voluntad y el juicio en 2. Platón, Teeteto, 189e; Sofista, 263e.
la filosofía y en la política, pp. 216-217. 3. Aristóteles, Etica nicomáquea, 1168b.

76 77
se despliega en funciones cada vez más especializadas. Si su seado. Pedirle que represente el papel contrario equivale a
cometido es, además, tenerse presente a sí mismo, con lo cual exigirle que ejecute el papel que ha aprendido a rechazar, con-
el pensamiento hace presente lo que está ausente para los sen- duciéndole, precisamente, hasta el lugar donde está. Pues ya
tidos, el pensar se convierte entonces en una actividad refle- dice Macbeth:
xiva en la que no hay más especialización que el «razonar»
mismo, sin ninguna función de conocimiento estricto. Ahora
1 El alma que me gobierna y el corazón que me sostiene no
bien, puesto que la mente no consigue nunca olvidarse total- se dejarán jamás dominar por la duda ni temblarán de miedo
mente de sí misma, por más ausente que esté de nuestros sen- (V, 3).
tidos, habrá que concluir que el pensar, en su uso propio re-
flexivo, acompaña siempre, o casi siempre, a la vida del E l uso del pensar, en este sentido finalmente reflexivo, co-
hombre y es, en sí mismo, la esencia inmaterial de la vida hu- rre paralelo a la capacidad para percibir la dualidad en uno
mana. Por eso escribe Hannah Arendt: «Los hombres que no mismo. Ahora bien, si en el uso estrictamente cognoscitivo
piensan son como sonámbulos.» 2
del pensar el criterio de medición que hemos adoptado es la
Una sociedad de idiotas morales es también una sociedad «verdad», sea evidente o por convención, ¿dónde se encuentra
sonámbula tanto como de seres impasibles: no sienten, pero el criterio para valorar, en cambio, la actividad pensante por
tampoco se cuestionan a sí mismos. Es muy posible que un sí misma? E n la experiencia interior la verdad no nos sirve de
defecto incida sobre el otro, aunque me corresponde creer que guía, por lo que el criterio para la percepción de la dualidad
el segundo empuja con más fuerza («Ojos que no ven, corazón en uno mismo habrá de seisixiterior también.
que no siente»). E l idiota moral puede conseguir imitar o si- E l pensamiento occidental se fundaren los dos principios
mular una emoción y hacernos creer que tiene buenos senti- metalógicos de identidad y no contradicción. Sobre este úl-
mientos. Pero no puede comportarse como lo haría un hom- timo se ha levantado el axioma filosófico de preferir lo no
bre reflexivo sin que haya dejado de ser el idiota que era, lo contradictorio, tanto en las cosas como en las ideas, a lo que
que ocurriría muy rara vez, o sin que ejecute su papel remata- muestra contradicción. Los filósofos presocráticos admiten al-
damente mal, porque pararse a pensar es decididamente lo guna vez, como Demócrito, la validez de este axioma para el
más extraño a su naturaleza. Es aquí cuando ni el propio Mac- orden de la acción. Pero hay que esperar hasta Sócrates para
beth puede dejar de parecer un payaso ante sus invitados y ver formulado el teorema central de la ética sobre ese único
hará exclamar a su mujer: «¡Qué vergüenza!» (III, 4). Su vo- axioma filosófico de la no contradicción en el mundo: «Come-
luntad, siguiendo a su entendimiento irreflexivo, no ha sido ter injusticia es peor que padecerla» (Gorgias, 473a). E l maes-1

preparada para apartarse de la inmediatez de los sentidos y tro de Platón formula este enunciado capital, exento ya de tra-
tiende la mano para hacerse, sin temblar, con el objeto de- sunto religioso o ideológico, por el mero hecho de que quien

1. Arendt, H., op. cit., pp. 93-94. 1. Platón, Gorgias; vid. también 474b, 508e-590b; Gritón, 47d-48a; Tee-
2. Ib., p. 223. teto, 176d-177a.

78 79
actúa injustamente no deja de sentir en sus adentros que ha una experiencia indiferenciada o que nos deje indiferentes. Si
obrado mal, y por 1^ tanto su pensar es la viva prueba de que nos hace sentir un acuerdo con nosotros mismos sugiere que
la contradicción, que repugna a la naturaleza, se ha apoderado en nuestro uso del pensar no ha habido contradicción; si nos
de su propia persona. No hay más justificación, pues, para tal hace sentir en disensión interior denota, por el contrario, que
teorema de la acción que esta experiencia que hace decir al este uso está acompañado incorrectamente de contradicción.
hombre que no ha perdido aún la cabeza: prefiero todavía que Ser consecuente o ser contradictorio con uno mismo es toda
otros discrepen de mí, a que sea yo quien discrepe de mí la medida a nuestro alcance para ponderar la validez del pen-
mismo.' «Muéstrale la contradicción y desistirá», decía el es- samiento reflexivo del que nos hemos de servir, en definitiva,
toico Epicteto, siguiendo a Sócrates (Pláticas, I I , 26). para la acción.
Luego el criterio básico para el pensar que pone en rela- Es un criterio, por lo demás, que no es prerrogativa de na-
ción al hombre consigo mismo es el criterio interior del die, pues su posesión sólo requiere hacer uso del pensamiento
acuerdo con uno mismo. Lady Macbeth, perversa, en contraste y que este uso represente algo más para nosotros que el puro
con su marido, pero dubitativa, a diferencia de éste también, «oír» el flujo de los conceptos. Hay que «sentir» con ellos los
puede aún suspirar: «Es mucho mejor ser aquello que hemos efectos del buen o del mal uso del pensamiento conforme a su
destruido, que tener que vivir sin una alegría verdadera, pre- correcta formulación. Conocer la contradicción en el propio
cisamente por culpa de la destrucción» (III, 2). E l precio de la discurso y reprochárselo uno mismo son dos experiencias que
destrucción es la enemistad interior. van inmediatamente unidas, afirmaba Sócrates ante los sofis-
E l que razona mal percibe en su interior la dualidad, pero tas. De igual manera, defender la Injusticia y dejar de ser
1

de manera conflictiva. Siente una disensión, no un acuerdo amigo de uno mismo serán indisolubléVíambién. «Grande 2

consigo mismo, y ésa es toda la señal denunciatoria de que él, daño para el injusto es la misma injusticia», afirmará después
aunque piense o se halle en «diálogo consigo mismo», piensa, Epicteto (Pláticas, IV, 5).
en último término, mal. E l caso es idéntico para el razona- Durante siglos el pensamiento occidental ha creído que no
miento moral. De esta forma hasta Aristóteles pudo creer que es posible sustraerse al castigo de la injusticia, porque con la
ser malo es ya en sí una desgracia, pues muestra que quien lo falta venía al mismo tiempo la peor pena por ella: la división
es «no está dispuesto a amar ni siquiera a sí mismo». Un rea-2 interior o arrepentimiento. Podrá uno evadir la condena exte-
lista como él debe concluir, no obstante, fiel al legado socrá- rior, pero no huir del reproche interior. Así, hay alguien más
tico, que «los hombres malos están llenos de arrepenti- miserable que el injusto, al decir de Platón, y es el injusto que
miento». 1 ni siquiera paga con esta última pena (Gorgias, 472e). Es
La percepción de la dualidad en uno mismo no es, pues, cierto, sin embargo, que el descubrimiento de que el extermi-

1. Platón, Gorgias, 482c-483d; Hippias mayor, 298b-c; Arendt, H.,


op. cit., pp. 220-222, 1. Platón, Protágoras, 339b-340b.
2. Aristóteles, op. cit., 1166b. 2. Platón, Gorgias, 473a; Teeteto, 176d; Aristóteles, op. cit., 1169
3. Loe. cit. a 10-15.

80 81
nio metódico ha sido provocado por gente como esta que Pla- E l pesar interior crea tal malestar, en efecto, que el sujeto
tón recrimina doblemente —por los idiotas que tienen los ojos busca por todos los medios descargarse de él, generalmente
abiertos pero los sentidos cerrados— ha puesto, en nuestra con su verbalización ante terceros: «El dolor que no habla
época, una franca limitación a la validez de esa creencia. Pero, hincha mucho más el corazón, y hace que se rompa», según
a mi juicio, no la ha puesto en entredicho, porque el invaria- palabras de Malcolm (Macbeth, I V , 3). No es extraño, por
ble pesar de ánimo del que obra injustamente ha sido previsto consiguiente, que algunas mentes sientan la descarga de sus
para la única categoría de los que hacen uso de su pensa- pesares con auténtico placer, hasta el punto, como observó
miento, no para aquellos, que han renunciado a hacerlo, sin Freud, de que algunos niños provocan expresamente el cas-
ser por ello menos inteligentes. También en el siglo del exter- tigo de sus mayores para sentirse después tranquilos y satisfe-
minio metódico hay personajes arrepentidos. E l piloto que chos, una vez cumplida la pena. Aun así, el neurótico que
lanzó la bomba sobre Hiroshima pasó el resto de sus días en busca el castigo, no el crimen, demuestra, a diferencia del psi-
un monasterio trapense. Muchos excombatientes del Vietnam cópata, quien persigue lo contrario, tener un alma viva en su
están aún presos de la memoria por sus víctimas de guerra. Y interior, aunque sea un tanto revuelta. 1

alguna vez aparece en los periódicos que tal magnate ha E l hombre como Macbeth está «lleno de ruido y de furia».
puesto fin a su vida o tal homicida se ha entregado libremente Desconoce ese espacio de su pecho en el que se entra sólo con
a la policía. el silencio y la reflexión del pensamiento. Pero el que, con to-
Para el que verdaderamente piensa o percibe la dualidad in- dos sus defectos, y hasta su perversidad, usa de este pensa-
terior, y aunque piense mal, la sensación de conflicto en esta miento, no solamente piensa en ejercicio de una facultad, y
dualidad, el pesar interior, es una pena mayor que cualquier por lo tanto puede volver al bien, sino que además se siente a
castigo externo. Podría parecer cínico todo el mensaje político sí mismo por ello, y de este modo posee también el mejor
que le envía Platón al joven rey Dionisio II de Siracusa: guár- aviso sensible de que debe evitar el mal y conformarse al bien.
date de arrepentirte jamás (Carta II, 314 c). E n su momento
1 Pero, insisto, hay que reunir la condición de estar Vivo y no
quiso decir: tú estás a un paso del abuso contra tu pueblo, sin tener los sentidos apagados por el ruido o la bruma colectivos.
embargo, te tengo por un hombre que piensa; luego si llegas a Hannah Arendt recuerda bien que muchos jóvenes no tuvie-
sentir vergüenza de ti mismo, es que has abusado de tu pueblo, ron «crisis de conciencia» a la hora de jurar por Hitler y, a di-
lo que habrá de evitarse al mismo tiempo. Platón escribe este ferencia de otros, disintieron. Les mantuvo vivos el uso del
mensaje con tal conciencia de que es un tesoro al alcance tan pensamiento. 2

sólo de los que piensan y tienen para su espíritu el mayor cui- Los idiotas morales como Eichmann hicieron gala, contra-
dado, que al final se despide de su destinatario diciéndole: pór-
tate bien, obedéceme, «... y esta carta que acabas de recibir, des- 1. Freud, S., «Delincuentes por sentimiento de culpabilidad», Obras com-
pletas, III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, pp. 2427-2428; Diatkine, G., Las
pués de haberla leído varias veces, quémala».
transformaciones de la psicopatía, p. 33 ss.
2. Arendt, H., Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad
1. Vid., Carta III, 317d. del mal, pp. 150-151.

82 83
riamente, de vivir en la ausencia de pensamiento. E l idiota calculador. Ciertamente, los asesores psiquiátricos dictamina-
1

moral no percibe la dualidad en uno mismo que hace sentir el ron que era un hombre de inteligencia normal y apenas faná-
pensamiento. Lógicamente, no siente pues ni el acuerdo ni la tico, pero hasta su propio defensor dijo de él que tenía la per-
contradicción en su interior, tan blindado como aparenta. So- sonalidad de un «vulgar cartero». La causa de su mediocridad
bre todo ha conseguido no sentirse a sí mismo. «Si algo carac- estribaba, sin embargo, en la débil puesta en práctica de su in-
terizaba -escribe Bruno Bettelheim- a los comandantes de los teligencia, lo mismo que le dio fuerzas, unos años antes, para
campos de concentración, este algo era su incapacidad para ser eficaz sin sentirse apesadumbrado. «Cuanto más se le escu-
reflexionar sobre sí mismos, para verse tal como en realidad chaba -apunta Arendt-, más evidente era que su incapacidad
eran. De haber podido verse como en realidad eran, no lo ha- para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad para
brían resistido ni un momento más.» Ése es todo el secreto de
1 pensar, particularmente para pensar desde el punto de vista de
por qué los oficiales nazis han sobrevivido con tranquilidad y otra persona.» 2

casi todos sus prisioneros han permanecido traumatizados. No obstante, Hans Frank, responsable del exterminio en
Como prueba de esta carencia, Eichmann declaró ante sus Polonia y hombre de rango intelectual incomparablemente
jueces que el exterminio judío fue un crimen, pero que ne- superior al de Eichmann, había mostrado ante el tribunal de
garse a cumplir aquella orden hubiera sido «inadmisible». Se Nuremberg la misma frialdad frente a los argumentos y la pre-
excusó en la llamada, por los nazis, Kadavergehorsam, obe- sencia de los demás que la del oscuro funcionario de las S.S.
diencia del cadáver, para la que ninguna orden debe parecer Pero en realidad todos los nazis participaban de una parecida
repugnante, ni siquiera, dijo el procesado, la de matar a tu inmunidad contra el ejercicio del pensamiento. Las páginas
propio padre. Él había «cumplido con su deber», eso fue todo. escritas por Hitler, Rosenberg, Streicher y otros padres ideoló-
Lamentaba el antisemitismo y le consolaba el hecho de no ha- gicos del III Reich no sólo transpiran odio. Todas, sin excep-
ber matado a nadie con sus manos, pero al mismo tiempo se ción, parecen obedecer al mismo déficit en el ejercicio "del
mostraba orgulloso de haber transmitido a los mandos la or- pensamiento. Los ejemplos de términos, frases y párrafos de
den procedente de Himmler: desobedecerla no hubiera sido imposible traducción lógica o aplicación práctica dan de sí
«digno de admiración», puntualizó. para una voluminosa y macabra enciclopedia. Como muestra
Realmente declaraba alguien que no podía sentir el desa- me remito otra vez a Nuremberg. Ahí, Julius Streicher, direc-
cuerdo consigo mismo. E l axioma fundamental de la no con- tor del semanario antisemita Der Stürmer y declarado «ene-
tradicción hace aguas en personajes como éste, que dice lo migo número uno de los judíos», dice saber bien que hay prue-
quise y a la vez no lo quise. Hannah Arendt, que fue testigo di- bas innumerables de la matanza de millones de ellos. Pero a
recto del juicio, recuerda que Eichmann desconcertaba al tri- continuación adjunta absurdamente: «Sí, pero añado al mismo
bunal simplemente porque no pensaba bien, es decir, no per- tiempo que la única prueba válida para mí es el testamento
cibía la contradicción. No era el tipo de malvado inteligente y
1. Arendt, H., op. cit., pp. 82-83.
1. Bettelheim, B., op. cit., p. 245. 2. Ib., p. 77; Bettelheim, B., op. cit., p. 188.

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del Führer. E n él declara que estas matanzas se llevaron a Rudolf Hess. Parece un «muerto vivo», susurraba la sala.
cabo por orden suya. Esto es lo que creo. Ahora sí creo en Churchill, que le conocía bien, dijo de él que era un caso clí-
ello.» nico, no político. Pero antes de que unos y otros se compade-
Las palabras y los testimonios son inútiles ante la mayoría cieran de sus víctimas, éstas no se compadecieron de las suyas.
de mentes de acero como ésta, para poseer la cual no hace Actuaron con todo conocimiento y meticulosidad. Eran idio-
falta ser siempre un comulgante, listo o mediocre, tibio o fa- tas, pero no estúpidos.
nático, con la explícita ideología del exterminio metódico. Un La ausencia de pensamiento, que hace al idiota moral in-
científico del mismo Reich, el doctor Schilling, espetó tras es- sensible al acuerdo o desacuerdo consigo mismo, no es, sin
cuchar su condena por haber practicado la eutanasia: «Si yo embargo, una condición buscada deliberadamente por este in-
sacrifiqué a algunas personas fue con el propósito de descubrir dividuo. Si la hubiera buscado ya no sería lo que es, un apá-
el virus de la malaria. Concédame tres semanas de plazo más. tico que en el fondo «no piensa», aunque pueda hacerlo, sino
Daré con el remedio. Ustedes los americanos podrían benefi- un ser, como Lady Macbeth, que utilizaría el pensamiento
ciarse de mi descubrimiento.» Todo idiota moral es un híbrido contra el pensamiento, con el ánimo imposible de cometer el
similar entre el monstruo y el payaso. Nadie arriesga ya, des- mal sin sentirse a sí mismo.
pués de su paso por este mundo, un juicio categórico sobre A éstos les llamamos malvados y a aquéllos simplemente
qué significa decir que alguien está «en posesión de sus facul- idiotas morales, aunque el mal causado por los carentes de
tades». E l genocida era, es, un loco en el cuerpo de alguien pensamiento —el genocida, el psicópata— sea superior al pro-
que está en su sano juicio. Sufre locura moral, lo que quiere vocado por el tirano y otras gentes perversas. Con todo, el
decir que es inteligente pero nada razonable a la vez. Ello no idiota moral se distingue de los últimos en que él no ha re-
sólo es posible: se ha hecho realidad y ha tenido millones de nunciado o evitado por todos los medios el pensamiento,
seguidores. Ayer condenaron el antisemitismo, pero el exter- puesto que ello sería aún ejercer el pensamiento. Si él-jjo
minio no fue contrario a su conciencia. Hoy aborrecen el ra- piensa no es porque lo haya decidido así, ni porque carezca de
cismo, pero no soportan personalmente a los extranjeros. entendimiento, sino porque el no pensar es un rasgo, el rasgo
Eichmann puso a todos nerviosos por su permanente con- fundamental, a mi juicio, asociado constitutivamente a su per-
tradicción. Y a he referido que compartía las órdenes recibidas sonalidad.
sobre el exterminio y al mismo tiempo condenaba, enarde- E l psiquiatra conoce que una de las diferencias sintomáti-
cido, sus mortales consecuencias. Hannah Arendt le oyó decir: cas entre el neurótico y el psicópata es que el primero sabe
«me ahorcaría gustosamente en público como un ejemplo y dar información sobre sí mismo y el otro no: balbucea y se
advertencia a todos los antisemitas de la tierra», y al cabo de pierde a la hora de decir cómo se ve a sí mismo. La filosofía
poco, al presentir su condena, «... saltaré dentro de mi tumba sostiene, por su parte, que ése es el signo de la falta de pensa-
alegremente».' La contradicción alcanzó un grado patético en miento. La prueba, pues, del insight psicológico es la más dura
para el psicópata, puesto que es un ser especializado en el
1. Arendt, H„ op. cit., pp. 82, 83-84, 127 ss. paso instantáneo a la acción. Su escasa o nula elaboración

86 87
mental no consigue detener la fuerza de sus impulsos. E l Vietnam o del Gulag, así como de Auschwitz o Hiroshima,
obrar impulsivo, que inmediatamente le caracterizará, puede Hannah Arendt sostuvo que la ausencia de pensamiento era
tener en esa carencia una de sus principales causas. Lo apoya común en la vida cotidiana: nadie parece tener tiempo ni pro-
el mismo psiquiatra cuando concluye que el psicópata tiene pensión para detenerse y pensar. Por las mismas fechas, y ex-
1

acción en lugar de lenguaje.' Nos da a entender que si hubiera tremando el pronóstico, Alan Harrington, en Psychopaths, cree
razonado no habría dado en ser lo que es. Al faltarle el pensa- que el psicópata, precisamente por su insensibilidad, es el per-
miento no sólo se ha privado de sentirse a sí mismo, el crite- sonaje mejor preparado para afrontar la vida moderna. Es
rio subjetivo primordial para distinguir el bien y el mal. Se ha hasta el héroe de nuestro tiempo, pues sólo él, dotado de un
impedido, en definitiva, el cálculo y la valoración de las con- «nuevo sistema nervioso», tiene el antídoto para resistir la
secuencias de su acción, lo último que es capaz de poner freno paulatina autodestrucción de la especie. E n todo caso tengo
2

al que se inclina por el mal. el convencimiento de que donde hay un genocida, con su par-
«Todos los hombres desean por naturaleza saber», empieza ticular modo servicial de matar, o hay un psicópata, con su
la filosofía de Aristóteles (Aiir., 980a). Pero saber es todavía modo particularmente ocioso de hacerlo, se encuentra un
un deseo, mientras que pensar es una necesidad. Sentirse a sí ser, ante todo, con ausencia de pensamiento. Sin duda debe
mismo y hallar un sentido para el resto de las cosas, distin- haber todavía individuos que no piensan. E l periódico es el
guir, en otras palabras, el bien del mal, es tanto o más útil barómetro que nos indicará a diario las oscilaciones de su
para sobrevivir y convivir en el mundo que la suma de datos y número.
las aptitudes para su procesamiento que llamamos, respectiva- Freud pensó, no obstante, que los individuos siniestros,
mente, saber y entendimiento. Desde aquí, como desde el como Macbeth o las criaturas de E . T. A. Hoffmann, son una
sentido común, el pensar puede «no tener sentido». Pero es el convención poética que a nadie espanta. E l mismo dijo no te-
tipo de sinsentido que nos mantiene vivos y el que se encarga, ner experiencia de ningún caso real, salvo en algunos rasgos
por lo demás, de hallarle «sentido» al conocimiento y al sen- de pacientes neuróticos que reanimaban impulsos infantiles o
tido común. E l saber no impide matar o dejarse morir; el pen- volvían a convicciones primitivas que parecían estar ya supe-
sar, sí. E l exterminio metódico, es decir, perpetrado por indi- radas, como la creencia en un doble de sí mismo o en la rea-
viduos informados y con facultades de juicio y entendimiento, parición de los difuntos. A lo sumo atribuyó un carácter «de-
ha sido la prueba experimental y espero que terminante para moniaco» a aquellas conductas cuyo impulso de repetición
mostrar que el saber no puede suplir ni la naturaleza ni los sobrepasaba a la búsqueda del placer. Cuando estudió lo si-
1

efectos del pensamiento, y, por lo tanto, que hemos de apren- niestro, en 1919, el mal estaba todavía en el estadio de la gue-
der a usar ambas capacidades simultáneamente. rra de trincheras y las matanzas de miles de armenios eran el.
No sé bien si hoy se «piensa» más o menos que ayer. E n
los años setenta del siglo xx, y a pesar del escarmiento del 1. Arendt, H., La vida del espíritu, pp. 14-15.
2. Harrington, A., Psycopaths, pp. 30, 197.
3. Freud., S., «Lo siniestro», Obras completas, vol. I I I , op. cit.,
1. Ey, H., et al., op. cit., p. 332. pp. 2496-2503.

88 89
dato lejano de un pueblo por civilizar. Si lo hubiese conside- VI. L A BANALIDAD D E L MAL
rado veinte años después, cuando el mal se trocó por el bien y
lo absurdo por lo cabal, quizás Freud habría cambiado de pa-
recer y concedido que lo siniestro pisa firme también sobre la
tierra. Al menos llamó un día a la propia casa del maestro y le
mostró la puerta entreabierta del sótano de Barbazul. Pero en-
tonces era ya un anciano escéptico y enfermo de muerte.
Los cuentos de terror se han despachado a gusto con el
más seguro de los recursos para evocar esta impresión de lo si-
niestro que vino a la historia con la G.P.U. y la Gestapo: ha-
cer sospechar que seres aparentemente animados están en rea-
lidad vivos (autómatas, figuras de cera) o, al revés, que
realmente esconden cadáveres (aparecidos, vampiros). Con el E l juicio celebrado contra Eichmann en Jerusalén, en
idiota moral ocurre lo mismo, pero la duda es más inquie- 1961, exigió más de cien sesiones. Hannah Arendt estuvo allí
tante, porque se trata de personajes de carne y hueso. Por eso y pudo conocer de cerca la personalidad del encausado: «Eich-
en las cotas de la experiencia de lo siniestro la realidad ha su- mann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su
perado una vez más a la ficción. extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso. Y
Llamar al psicópata un lonely stranger, o al genocida en sí misma, tal diligencia no era criminal; Eichmann hubiera
«agente de las tinieblas», se corresponde justamente con la sido absolutamente incapaz de asesinar a su superior para he-
sensación de zozobra que su insensibilidad generalmente nos redar su cargo.»'
provoca. No es una forma retórica de hablar, pues hasta el Pero Eichmann dispuso la entrada en las cámaras de gas
más desapasionado siente que se encuentra ante alguien me- de millones de seres humanos. No quiero ensañarme con el
dio vivo y medio muerto. Esta sensación no la provocaban los personaje: ha habido y hay miles como él que en una situación
malvados. Con el loco moral descubrimos un mal diferente. parecida harían lo mismo. Tuvo que ser gente del mismo ta-
lante mental la que ofició, por las mismas fechas, la matanza
de más de veinte mil polacos indefensos en Katyn, a las órde-
nes de Stalin, o de millones de hombres y mujeres chinos por
mandato del emperador japonés.
No fue un instinto diabólico, ni siquiera la estupidez,
añade Arendt, lo que les hizo convertirse en los mayores cri-
minales de su tiempo, sino «únicamente la pura y simple irre-

1. Arendt, H., Eichmann en Jerusalén, p. 413.

90 91
flexión».' E l mal confirmaba abultadamente su relación, en úl- tentación. E l exterminio metódico practicado en el siglo X X
timo término, con nuestra facultad de pensar. A este mal que ha destruido la leyenda de la grandeza del mal. Después de
puede encontrarse en personas muy inteligentes y que no pro- Eichmann el misterio del mal es que no tiene ningún miste-
viene de un mal corazón hay que llamarlo un mal banal, por rio. Sabíamos que nadie que se lo propusiera podía llegar a ser
oposición al mal perverso. En éste hay una carga de pasión y
2 «infinitamente» perverso. Pero lo trágico de nuestro tiempo es
una especie de profundidad. E n el mal de los irreflexivos, en que se ha llegado a ello sin habérselo propuesto: simplemente
cambio, sólo vemos vaciedad y falta de sentido radical. A pe- dejando de hacer uso del pensamiento.
sar de ello, causa más daño que cualquier otro, porque no sólo Fue Platón el primer pensador que hincó su bisturí sobre el
contradice nuestros buenos instintos —al fin y al cabo está en cuerpo defectuoso del mal y descubrió que en realidad puede
nuestra naturaleza hacerlo a menudo—, sino nuestra pertenen- adoptar dos formas distintas. Así lo recoge su diálogo sobre El
cia a una especie dotada, además, de entendimiento. Esta sofista, en el que ya no es Sócrates sino un anónimo «extran-
clase de mal ya no es diabólico, pero es igualmente mons- jero», curiosamente, quien toma la palabra. Hay dos clases,
truoso y particularmente siniestro, al combinar su autor una dice, de maldad del alma. Aquella en la que el mal es una en-
aparente normalidad y una totalmente extraña ausencia del fermedad y aquella en la que revela más sencillamente una de-
mundo con los demás. formidad. En el primer caso el alma está desunida por causa de
Al observar cómo Eichmann permanecía impasible ante el una manifiesta disociación o enemistad entre aquellas de sus
patíbulo, igual que si se tratara de la ejecución de otra persona, partes que deberían permanecer, por naturaleza, unidas. Es el
y el modo altivo con que pronunció sus últimas consignas, mal, en una palabra, de la disensión (stásis) que enfrenta, en el
Hannah Arendt apuntaba: «Fue como si en aquellos últimos malvado, lo razonable y lo instintivo (228a-b). E n el segundo
minutos resumiera la lección que su larga carrera de maldad caso la fragmentación del alma se debe explícitamente a la ig-
nos ha enseñado, la lección de la terrible vaciedad del mal, ante norancia o extravío de la razón, lo que hace de aquélla un ser
la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.» 3 deforme o falto de medida (ametrías): «Entonces un alma que
Algunas de las características que se asocian con esta inquie- no entiende hemos de decir que es fea y que no tiene propor-
tante conducta, según nuestra pensadora, se encuentran a su ción» (228d). La causa de la primera corrupción es voluntaria,
vez en los manuales de medicina como los principales síntomas puesto que el ser razonable puede evitar el conflicto interior
de la psicopatía. E l psicópata no siente ansiedad ante sus actos;
4 que le aqueja. Pero la segunda es de origen involuntario, puesto
tampoco el genocida conoce muy bien la tentación ni el hecho que el hombre ha obrado preso de la ignorancia.
moral de oponerse a ella. E l mal ha perdido para ellos Su tradi- De conformidad con esta descripción puede hablarse de
cional distintivo transgresor o constitutivo, al menos, de una dos especies del mal. E l mal voluntario caracteriza la acción
de los cobardes, los incontinentes y, en último extremo, de los
1. /*., p. 414. injustos, y es lo que la mayor parte de la gente llama perver-
2. Id., La vida del espíritu, pp. 13-14.
3. Id., Eichmann en Jerusalén, pp. 363, 397-398.
sión. E l mal involuntario es lo que llaman ignorancia, que es
4. Id., La vida del espíritu, pp. 14-15. el defecto tanto de los que no saben como de los necios que

92 93
no saben pero creen que saben (228e-229c). E l segundo no es mal de los antiguos convive junto a la banalidad del mal de
tan perverso .como el primero, pero es más espantoso, pues no los modernos. E l mal es uno, pero existen varias especies.
se cura por medio de la justicia puntual, sino de una paciente «Mal» es un concepto metafísico referido al hecho y a la ten-
educación, verdadera «gimnasia del alma». Como es sabido, dencia de la voluntad humana a actuar, libre y consciente-
Platón descubre en La república el medio político y moral mente, en contra de las costumbres y reglas más extendidas
para desarrollar ambas artes correctivas del alma torcida. 1
de la convivencia, o en contra, cuando menos, de la concien-
He aquí, sin embargo, que el alma no llega a ser destruida cia moral. Dicho de otra manera, «mal» es el término co-
por el mal, por lo que Platón llega a hacer de la existencia del rriente que expresa la pérdida, o el temor a la pérdida, de las
mal una de las pruebas indirectas de la indestructibilidad del posibilidades de predicción de la conducta de los demás. Ante
alma. Si ésta no puede ser destruida ni por su propia corrup- ciertos individuos nos sentimos amenazados por causa de ha-
berse roto, o estar a punto de hacerlo, los lazos de semejanza
ción, nada puede destruirla. Pero de entonces a hoy las cosas
que nos unían a ellos y nos permitían prever sus movimien-
han cambiado. Prescindo de la aparición del cristianismo y de
tos. E n el caso del idiota moral la angustia que nos provoca
los largos siglos de obsesión, después, por el pecado. Me re-
es superior a cualquier otro sentimiento, porque su insensibi-
mito a la reciente entrada en escena del mal banal. E l peor
lidad, su carencia precisamente de angustia, le convierten en
mal, dice Platón, es la ignorancia: pero sabemos ya que el mal
el ser más extraño y menos familiar para nosotros. Entre él y
puede ir acompañado de la inteligencia. E l bien consiste, ante
los demás parece haberse disuelto, en una palabra, el vínculo
todo, en el conocimiento objetivo, ese Sol igual para todos al
cultural.
que se elevan los esclavos de la caverna: no obstante, hoy sa-
bemos también que cuanto más impersonal es el conoci- Todas las formas del mal son consideradas igualmente bruta-
miento, más insensibles nos hace al bien. Nada, termina, les y horrorosas, pero con notorias diferencias, según el tipo de
puede acabar con el alma. Sí, puede replicarse: la ausencia de mal percibido. E n orden de menor a mayor grado de monstruo-
pensamiento. sidad sugerida, la primera y más común forma del mal es el mal
Lo que nos separa hoy de Platón es lo que separa al mal pasional. No incluyo aquí las llamadas pasiones ciegas, sino las
como ignorancia del mal como locura sin estupidez. Este úl- pasiones frías, cuyo carácter racional y calculador, si cabe, les
timo, el mal de los que saben lo que dicen y no saben lo que ha- confiere, a diferencia de las otras, toda su perversidad. Se trata, 1

cen (Le 23:34) volvió a Jerusalén, casi dos mil años después, y en fin, del apetito sin arrebato que sienten muchos individuos
pudo adoptar, por ejemplo, el rostro y la mueca impasible de hacia otros individuos y que les lleva a utilizarlos como objetos
Eichmann. Pese a que esta vez la banalidad del mal «'fue con-
2
de su egoísmo. Generalmente se distribuye este apetito - l a natu-
denada, ha seguido multiplicándose, a pesar de todo, en miles raleza es sabia hasta con los malos- en las pasiones de poder, de
de rostros distintos. E l mal también ha cambiado, aunque el riqueza y de grandeza, con sus respectivas y bien conocidas

1. Bilbeny, N., Ética i justicia, p. 57 ss. 1. Aristóteles, Ética nicomáquea, 1142b; Kant, l., Antropología en sen-
tido pragmático, § 84-85.
2. Arendt, H., Eichmann en Jerusalén, p. 413.

94 95
subespecies, desde la «sana ambición» hasta la delirante mega- que también les caracterizó y que los hace tan cercanos, al
lomanía. mismo tiempo, a la clase de mal que describiré a conti-
Cuando este carácter delirante o visionario se impone so- nuación. 1

bre el racional nos hallamos ante el mal satánico. Es la dife- Me refiero, por último, al mal banal, cuyos representantes
rencia, por ejemplo, de un Calígula con un César Borgia, o de pueden ser Eichmann o Himmler, pero también Beria o Sta-
un Góring, cuando se identificaba en público con Nerón, lin. Cuando Beccaria escribió que a la mayoría de los hombres
frente a un Bormann sereno y artero. Los delitos de estos per- les falta el vigor necesario tanto para los grandes delitos como
sonajes ya no emanan, como decía Beccaria (De los delitos y de para las grandes virtudes (ib, XIII) desconocía todavía, sin
las penas, XIII), del pacto social, sino de una naturaleza hu- duda, la fuerza devastadora de que es capaz un idiota moral y
mana que pretende desconocer el sentimiento natural de pie- el nuevo arquetipo de la maldad que vendría a traer al
dad. Por eso señalan el paso del delito común a los delitos mundo, tan pronto como el siglo X X los multiplicara por mi-
mayores y particularmente a los de signo atroz, como fue el les y les abasteciera de medios poderosos. E l mal banal com-
caso de Charles Manson o de David Berkowitz (Son of Sam) parte aún con el mal mesiánico la ausencia de arrepenti-
en los años setenta. E n el mal de esta especie se busca el mal miento por parte de quien lo provoca. Pero empieza a
por sí mismo, como un fin ante el que se siente fascinación, y distinguirse radicalmente del mal de los fanáticos en que esta
se le atribuye incluso belleza: «C'est Elle.' noire et pourtant lu- falta del sentimiento de culpa no es tanto el resultado de una
mineuse», escribe Baudelaire dirigiéndose a la muerte (Las flo- renuncia cuanto la muestra de un estado invariable para todos
res del mal, X X X V I I I ) . aquellos que antes, y en el fondo, han prescindido del uso del
Con todo, más perverso es todavía el mal que se toma a sí pensamiento. La falta de culpabilización en el mal banal no es
mismo como medio para una supuesta causa buena. Es el mal ya el esfuerzo de quien aún siente, por usar el pensamiento, la
mesiánico que representan un Goebbels o un Torquemada, un contradicción, sino el signo inevitable de quien no posee este
McCarthy o el asesino de Trostki, Ramón Mercader. E l mal sentimiento, simplemente por falta de ejercicio del pensa-
tiene aquí tanto carácter visionario como racional. Es, por de- miento. E l mal banal es tan brutal como el mal pasional y tan
finición, el que pretende «justificarse» siempre. Histórica- monstruoso como el mal satánico o el mal mesiánico, pero a
mente es el mal de los fanáticos, aquellos que cometen el mal diferencia de estos tres es el más siniestro por menos perverso,
por el bien o por la verdad, ya no el mal por el mal o por su precisamente por ser el único en que no existe deliberación
belleza atribuida. Éste es el caso de dictadores como Hitler, por parte del sujeto que lo lleva a término.
un fanático con rasgos paranoides que no conseguían disimu- La humanidad había temido hasta nuestra época el mal en
lar su calculada estrategia política. No es, probablemente, el definitiva deliberado en todas sus clases, al que por su carácter
tipo de mal que encarnarla un dictador como Franco o tantos en mayor o menor grado racional se le ha llamado, al mismo
otros, exentos del fanatismo y la seguridad de aquéllos. E n los
franquistas se junta la mediocridad del mal pasional, aquí 1. Preston, P., Franco: una biografía, Barcelona, Crítica, 1992; Vázquez
como extrema ambición de poder, con la cautela y la crueldad Montalbán, M., Autobiografía de Francisco Franco, Barcelona, Planeta, 1992.

96 97
tiempo, «perverso»: «¡Oh, intención perversa! ¿De dónde sa- frir contradicción, se esfuerza —inútilmente— por no hacerlo,
liste para cubrir la tierra de engaño?», se pregunta ya la vieja el idiota moral nunca se plantea admitir o rechazar este ejerci-
sabiduría hebrea (Ecli, 37:3). La «maldad» o naturaleza «mal- cio, y no por ello, empezando por él mismo, se le considera
vada» de un individuo se asociaba unívocamente con esta menos responsable de lo que hace, porque está facultado, con
clase de intención perversa, que, como recuerda Kant, es la todo, para usar el pensamiento. La carencia de deliberación
«intención de acoger lo malo como malo» por motivo impul- marca, pues, la frontera entre la banalidad y la perversidad del
sor de la conducta. Ahora bien, a partir de nuestra época
1
mal. Temibles ambos, pero bastante más el primero, tanto por
debe asociarse también con un mal carente de esta intenciona- alienígena como por su conocido poder exterminador.
lidad y, en definitiva, de deliberación, aunque su autor sea un Uno de los grandes novelistas que ha tratado en sus obras
sujeto inteligente. Hay unas palabras del mismo Kant, en la el problema del mal es Dostoievski. E l retrato de la perversi-
Crítica de la razón práctica, que parecen querer alertarnos so- dad aparece en Los endemoniados, aunque también la banali-
bre este nuevo tipo de maldad que dará paso al psicópata y al dad hace acto de presencia en sus escritos. E l príncipe Mish-
genocida de nuestro tiempo: kin, en El idiota, encarna por lo menos el bien banal, es decir,
el bien no buscado como tal, sino como expresión de la falta
Hay casos en que hombres, desde su niñez, aun con una de convicción y de voluntad. Además, podría pensarse que el
educación que ha sido provechosa para otros que se educa- escritor se reserva el personaje del estudiante Raskolnikov, en
ron al mismo tiempo, muestran, sin embargo, malicia tan Crimen y castigo, para el retrato complementario del mal ba-
precoz y continúan aumentándola tanto hasta la edad del
nal. No pocos pasajes de esta gran novela psicológica nos ha-
hombre, que se les tiene por malvados natos y enteramente
cen pensar, en efecto, en la figura de un idiota moral come-
incorregibles, en lo que concierne al modo de pensar, y, sin
tiendo esta vez el mal. William Me Cord, un psiquiatra
embargo, se les juzga por sus acciones y omisiones, se les re-
procha sus crímenes como culpas y hasta ellos mismos en- experto en psicopatías, afirma que el protagonista de la céle-
cuentran del todo fundados estos reproches... 2
bre novela sufre este tipo de trastorno. Sin embargo, y para
1

salir al paso de sospechas coincidentes, creo que hay razones


suficientes para pensar que el joven Raskolnikov no es otro
Kant admite que hay seres incorregibles por el modo de idiota moral.
pensar y a su vez recriminables por sus faltas al no poder ser Como es sabido, el protagonista de Crimen y castigo con-
considerados faltos de entendimiento. Esta es la circunstancia suma el asesinato a sangre fría de una vieja usurera y de su
que acompaña, en otras palabras, al idiota moral. A diferencia inocente hermana, que aparece inesperadamente en la escena
del hombre perverso, que ejerce el pensamiento o, para no su- del crimen. Raskolnikov se apodera de su pequeña fortuna,
pero ni siquiera se siente tentado a hacer uso de ella. E l móvil
1. Kant, I., La religión dentro de los límites de la mera razón, Madrid, del delito, pese a ser premeditado, no parece nada claro. Más
Alianza, 1986, p. 47.
2. Id., Crítica de la razón práctica, Madrid, Espasa-Calpe, 1984, p. 143.
1. Me Cord, W. M., The psycopath and milieu therapy, p. 17.

98 99
aún: el joven se repite una y otra vez que aquello no ha sido una nueva suerte de excelencia moral, muy similar a la que
un crimen, sino un error. Siente un malestar interior a causa poco después defenderá Nietzsche con su peculiar teoría del
de este error, no del delito cometido. No sufre ningún remor- superhombre.
dimiento. Lo que le atormenta es el fracaso después de com- E n realidad los Raskolnikov, o el tipo Hamlet, nunca lle-
probar que ha dejado el terreno sembrado de pistas que le gan a tener la buena conciencia que se les podría reprochar.
pondrán al descubierto. Se permite, incluso, en el meollo En primer lugar, porque poseen un especial sentido para cap-
ideológico de la narración, argumentar en favor del crimen tar los signos anormales de todo lo aparentemente normal que
como hecho extraordinario de los hombres que son, por natu- les rodea: lo normal es justamente lo que les inquieta. E n se-
raleza, independientes y dominadores, y cuyas faltas, en aras gundo lugar, porque ni siquiera cuando la sociedad ha deve-
de su categoría personal, dejan de ser una debilidad que deba nido tan anormal o neurótica como ellos llegan a reconciliarse
castigarse. Se opone, por lo tanto, a la supuesta doctrina posi- con su anormalidad como individuos. E l distintivo de los
tivista, defendida en la obra por Razoumikhine, de que la pre- Marcello (El conformista) o del tipo Macbeth es que, contra-
sión de un ambiente adverso es lo que con mayor frecuencia riamente, están inquietos ante todo por lo anormal. Pero al
conduce al delito (III, 5). Le obsesiona el absurdo —no la cul- mismo tiempo su propia personalidad les suministra el antí-
pa— de verse ahora en falso después de haber actuado por un doto para reconciliarse con su anormalidad, especialmente
motivo infinitamente mejor que el que pueda provenir de una cuando la sociedad se ha vuelto tan anormal o psicópata como
coacción social o de un bajo instinto (V, 4). Tal como se le re- ellos. Esta, en fin, buena conciencia o falta real de contradic-
prochará, Raskolnikov ha introducido, en la teoría y en la ción será un rasgo privativo de la clase de protagonistas del
práctica, la posibilidad de hacer derramar sangre sin asomo de mal banal.
mala conciencia. E l idiota moral no siente la contradicción. E l proceso de
¿justifica esto la creencia de que nos hallamos ante la pri- Macbeth le conduce a esa indiferencia mental en la que la
mera gran narración moderna de la banalidad del mal? Desde idea y el sentimiento de culpa no tienen ningún significado
un punto de vista psicopatológico, decididamente Raskolni- (V, 3). E n la novela Los indiferentes, de Alberto Moravia,
kov se acerca más al tipo neurótico obsesivo con ideas mega- sus personajes, miembros de una clase alta sin alicientes, su-
lomaníacas que al psicótico o al sujeto de personalidad socio- fren pox haber perdido la fuerza de odiar y de amar. Miche-
pática que constituye el tema de mi libro. Es demasiado lle, la figura principal, se cree pecador por indiferencia: si
lúcido para ser incluido en cualquiera de estos dos últimos hubiera matado por lo menos por sinceridad, se sentiría
cuadros clínicos y a la vez demasiado visionario como para ahora «límpido como una gota de agua» (XVI). E n el fondo
pensar que su inquietante ausencia de sentimiento de culpa del idiota moral ha desaparecido, en cambio, el peso de la
sea otra cosa que el empeño en no padecerlo, so pretexto de la angustia o el hilo de la esperanza para pasar a algo nuevo.
«superioridad» de su acción. En otras palabras, no creo que es- Ante el tribunal, el doctor Marcel Petiot, autor de 26 asesi-
temos ante ningún representante del mal banal, sino del mal natos macabros en el París de los años cuarenta, dijo ser un
mesiánico, en la figura, ahora, de quien identifica el mal con buen patriota francés que pagaba sus impuestos. Al mismo

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tiempo rechazaba toda culpa y confesaba dormir cada noche órdenes. Al cabo de no mucho tiempo se habrá destruido el
1

tranquilamente. 1 sentido moral o, si se quiere, el sentimiento de contradicción


Simultáneamente, en Berlín, Heinrich Himmler ofrecía un interior, haciéndose realidad la afirmación shakespeariana de
talante parecido. E l conde Folke Bernadotte, que lo trató, es- que «... todo hombre que intenta vivir a gusto procura vivir
cribe en sus Memorias: «Me dio la impresión de que era un sin ello» (Ricardo III). Esto no fue demasiado difícil para
funcionario de poca categoría. Si me hubiera encontrado con Eichmann o para el teniente Calley, porque les amparaba una
él por la calle, no le habría prestado la menor atención. Tenía multitud tan idiota como ellos. Pero tampoco debe de serlo
unas manos pequeñas, cuidadas, muy sensibles. Sinceramente para los Petiot o Son of Sam, puesto que para dejar de oír la
no descubrí en él nada diabólico, a no ser la extrema dureza conciencia todo lo que uno ha de hacer, con apoyo social o
de su mirada.» Lo cierto es que ni él ni la mayoría de los altos sin él, es dejar de practicar ese diálogo solitario y silencioso
cargos nazis manifestaron sentirse culpables después de la que llamamos pensar.
caída de Berlín. Así lo recogen las actas de los juicios de Nu- E n los criminales socializados, o que se atienen a los dicta-
remberg y Jerusalén, al igual que el celebrado después contra dos del grupo al que pertenecen, como terroristas, mañosos o
Klaus Barbie. La escritora Hannah Arendt insiste una y otra estafadores, existe aún el sentimiento de culpa, al menos en
vez en este aspecto sombrío de Eichmann, para quien «el arre- cuanto se saltan las reglas de ese grupo. Pero en los criminales
pentimiento es cosa de niños». Pero éste era un mando inter-
2 psicópatas, individuos fundamentalmente asocíales, la falta de
medio. Fijémonos, mejor, en el mariscal del III Reich: Góring este sentimiento es tan característico como el bajo o nulo ni-
ni siquiera se toma la molestia de ridiculizar el sentimiento de vel de afectividad. La psicopatía es distinta en sí misma de la
2

culpa. Al ser detenido por los aliados reacciona con una tran- mera desviación social y de la explícita actitud antisocial. To-
quilidad pasmosa. Hace bromas, come bien y se declara orgu- dos los individuos con este trastorno carecen, a diferencia de
lloso de su historial. Lo único que le sorprende es el haber los demás miembros conflictivos de la sociedad, y al decir de
sido incluido en una lista de criminales de guerra. los psiquiatras, de la capacidad de ansiedad suficiente para,
Los mecanismos de defensa psicológica y moral contra la cuarto menos, temer al castigo exterior y al referido senti-
culpa se apoderaron de éste y del resto, prácticamente, de los miento dVculpabilidad. Al mismo tiempo la psiquiatría insiste
responsables del nazismo. E l hecho es que cualquier régimen en la falta de conflicto interior del psicópata en comparación,
político que haya apoyado el genocidio habrá incluido entre por ejemplo, con el neurótico, cuyo trastorno proviene preci-
sus objetivos el fomento de la apatía moral, mediante una se- samente del exceso de este conflicto. Aquí es donde puede
3

rie de medidas como el aprendizaje de la negación de los he- verse con mayor nitidez la raíz intelectual, y no
chos, el uso del lenguaje eufemístico, el hábito de superación
de la ansiedad y la inviolable costumbre de actuar cumpliendo 1. Leites, N., Kecskemeti, P., op. cit., cap. V I I .
2. Me Cord, W., Me Cord, J . , The psyeopath. An essay on the criminal
mind.
1. Maeder, T . , The unspeakable crimes of Dr. Petiot. 3. Jenkins, R.,«The psychopathic or anti-social personality», The Journal
2. Arendt, H . , Eichmann en Jerusalén, p. 45. of Nervous and Mental Disease, 131: 318-334, 1960.

102 103
sólo emocional, del desconocimiento de la culpa por parte del empleo todavía del pensamiento. Pero la banalidad del mal
psicópata: si no piensa o dialoga consigo mismo es difícil que cometido por el psicópata o el genocida no obedece a ninguna
experimente la o culpa contradicción interior. E n todo caso, actitud y está exenta de deliberación. Es pura superficialidad o
la falta de conflicto interior hace que este individuo no acu- banalidad en estado puro, lo que posibilita al idiota moral
mule tensión, en contraste también con el neurótico, pero que aparentar cualquier cosa —ingenuidad, jovialidad y hasta la tí-
cuando ésta se presente emerja en brotes espontáneos que exi- pica hilaridad o euforia de ciertas demencias—, todo menos si-
gen ser liberados inmediatamente (acting out). E l psicópata, mular nada que se parezca al humor, la genialidad o la frivoli-
de suyo poco dado a la elaboración interior, y por lo tanto a dad, que requieren ya un cierto grado de elaboración o
temer los efectos de la autocontradicción, se sentirá incapaz «profundidad» mental.
de impedir el paso súbito, a veces brutal, de la pulsión a la ac- Un buen número de profesiones actuales pueden consti-
ción que está pidiendo su propia manera de ser. 1 tuir por su carácter anónimo y a la vez por su creciente poten-
Al psicópata no hay nada que le haga perder la razón por- cial técnico un campo abonado para que los sujetos sin con-
que no tiene ninguna razón que perder. Es inteligente, pero flicto interior pongan en práctica, a veces impunemente, sus
está sustancialmente falto de capacidad para actuar racional- propias tendencias impulsivas. Este es el caso de actividades,
mente, en el sentido de «razonablemente». Lo que no dice 2
por lo demás tan honorables, como la administración pública,
apenas la psiquiatría es que entre los distintos mecanismos de la informática, la sanidad, la manipulación de agua y medica-
autodefensa de los que el psicópata se dota a sí mismo para mentos, la industria de la alimentación, el manejo de sustan-
evitar el conflicto interior (agresividad, autolesión, hipocon- cias tóxicas o explosivas y, ni que decir tiene, la de los cuerpos
dría, fantasía, etc.), y por consiguiente las molestias de la
3
armados en general. Para ciertas mentes estas ocupaciones re-
culpa y otras formas de malestar, está el recurso más o menos sultan francamente psicopatógenas, tanto más cuanto mayor
consciente a este olvido de la razón como uso o ejercicio del anonimato pueda añadirse a su falta personal de escrúpulos.
pensamiento. Creo, no obstante, que para una mejor com- Al fin y al cabo, el exterminio masivo perpetrado en el siglo
prensión de la psicopatía debería tenerse también en cuenta el X X se ha producido gracias a la suma de estas dos constantes
grado de implicación de este factor intelectual básico. —poder anónimo e insensibilidad— más un componente varia-
Al faltar el pensamiento, la banalidad del mal no proviene blemente ideológicó,-ao siempre el decisivo para entrar en ac-
nunca de ninguna voluntad de banalidad. La «voluntad de no ción. A este respecto, la «idea» más genial que tuvo Eichmann
ser nada», cuya aparición atribuye Camus al poeta Lautréa- en su vida fue la de recluir a todos los judíos en la isla de Ma-
mont y al romanticismo con tentaciones nihilistas (L'homme dagascar, idea sólo superada por Hitler y su propuesta de una
revolté, II), no deja de ser una voluntad y el resultado de un solución final para acabar con ellos.
Lo fundamental del totalitarismo y de los regímenes geno-
1. Haré, R. D., op. cit., p. 65; Ey, H., et al., op. cit., p. 331; Diatkine, G., cidas no es la ideología ni la infernal maquinaria del Estado
op. cit., p. 7.
autocrático puesta a su disposición, sino la colaboración de
2. Finagrette, H., The meaning of criminal insanity, p. 11.
3. Kaplan, H. I , Sadock, B. J., op. cit., I, p. 956. multitud de almas muertas, aunque expertas, sin las cuales,

104 105
como nuevos arcángeles caídos de la Modernidad, no se hu- contaminada por el virus del sida, a sabiendas de que lo es-
bieran consumado las matanzas administrativas que conoce- taba. De resultas de ello 250 personas han fallecido y 1.200
mos hasta hoy. Hiroshima y My Lai sí admiten, bajo este as- han quedado inválidas.
pecto de la actitud moral, un cierto grado de comparación con Ya observó Thomas de Quincey, en El asesinato como una
la tortura metódica de Auschwitz y el Gulag, a pesar de lo que de las bellas artes, que en el asesinato político puede faltar por
digan los supervivientes de los campos de exterminio. completo el propósito criminal. Así ha sucedido después con
«Auschwitz ya no existe -afirma uno de ellos—, pero mientras el genocidio, formato insuperado de la banalidad del mal.
persista semejante actitud no estaremos libres de una indife-
rencia cruel ante la vida.» 1

Esta cruel indiferencia es la que se deja ver cada vez más


en la política. E l psicópata es más peligroso cuanto más alta es
su jerarquía social, y la esfera del poder político no está libre
tampoco de la apatía moral. La política es, probablemente, la
más psicopatogénica de las profesiones, pues es la que juega a
mayor escala con las vidas y los derechos de las personas y la
que puede hacerlo, al abrigo del Estado, con la mayor impuni-
dad. L a llamada machiavellian person tiene, según algunos
psiquiatras, muchos rasgos comunes con el psicópata: no se
siente implicada en la moralidad social, carece de ideales, no
tiene verdadero interés por los demás y se limita a utilizarlos
como un medio para su provecho personal. 2

E l conocimiento de lo que en ocasiones pueden llegar a


hacer los políticos mediante la mentira, el robo y el asesinato
encubiertos nos deja tan anonadados como las andanzas del
más cruel psicópata. Ejemplos de todos los tiempos no nos fal-
tan. E l que ahora tengo más a mano es el de la autorización,
3

por parte del gobierno francés, del empleo sanitario de sangre

1. Bettelheim, B., op. cit., p. 182.


2. Christie, R., Geis, F., Studies in Machiavellianism, Nueva York, Aca-
demic Press, 1970; Gutterman, S. S., The Machiavellians, Lincoln, University
of Nebraska Press, 1970; Smith, R. J., Griffith, J. E . , «Psycopathy, Machiave-
llianism and Anomie», Psychological Repartí, 42: 258, 1978.
3. Bilbeny, N . , L'ombra de Maquiavel. Etica i política.

106 107
VIL E L IDIOTA MORAL A N T E LOS TRIBUNALES el que no padeció remordimientos -puntualiza- debía haberse
sentido culpable por lo ocurrido. Aunque Hitler dijera que la
conciencia es «un invento de los judíos», y su insensibilidad le
hiciera ajeno a una auténtica responsabilidad moral, no por
ello se hacía menos culpable ante los demás por su conducta.'
Los regímenes totalitarios persiguen, no obstante, este va-
ciado de la responsabilidad individual que convierte rápida-
mente en anacrónico el concepto de imputabilidad judicial a
los autores de un delito. E l propio Hitler dijo que amanecería
el día en que tener la profesión de jurista sería considerado
«una vergüenza» en Alemania. Con todo, y a pesar de la bana-
lidad de su mente, un criminal como Eichmann debe ser pro-
Si el mal que acompaña a los idiotas morales es un mal ba- cesado y condenado, afirmará más tarde Hannah Arendt.
nal, carente de pensamiento, procede preguntarse ahora si Ante el crimen totalitario sólo cabe una consideración: ate-
merece el mismo trato ante los tribunales de justicia que el nerse a los actos cometidos, no a su mejor o peor, deliberada o
mal perverso o deliberado. ¿Debe ser castigado el idiota mo- nula intencionalidad. Eichmann fue, efectivamente, incul-
2

ral? ¿Con qué clase de castigo? Y también: ¿hay lugar en él pado y condenado en Jerusalén. También antes otros altos
para la responsabilidad? ¿Qué clase de responsabilidad sería la cargos nazis fueron juzgados y declarados culpables en Nurem-
suya? berg, al auspicio del artículo sexto del acuerdo internacional
E l psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers argumentó, en de Londres (8 de agosto de 1945). Según éste, suscrito entre
relación con el genocidio nazi, que la culpabilidad política era las potencias aliadas, hay cierto tipo de acciones que aun
colectiva para todos los alemanes, aunque sólo deberían ser siendo legales deben ser declaradas ilícitas y no pueden pres-
juzgados los responsables individuales de las acciones crimina- cribir. Frente a determinadas atrocidades no valdría, pues, la
les. E n lo que atañe a la culpabilidad moral, donde no hay tan generalizada excusa de haber actuado por imperativo legal
otro acusador que la propia conciencia, Jaspers opinaba que (Befehl ist Befehl: una orden es una orden).
todos los que apoyaron el nazismo tenían igualmente motivos Los tribunales ordinarios de justicia no tienen menos con-
para proceder al examen interior de sus actos. Más aún, aña-
1 templaciones ante el psicópata autor de un delito, a quien el
día que las faltas morales estuvieron en la base de las de tipo anonimato y los medios técnicos de la sociedad desarrollada le
político y criminal. Para empezar, la «buena conciencia» de la ponen cada vez más a las puertas del genocidio. E n un mismo
mayoría de seguidores del régimen totalitario era ya una
forma culpable de abdicación de la conciencia. Luego incluso
1. Ib., p. 116 ss.
2. Arendt, H., Eichmann en Jerusalén, pp. 400-401; Bettelheim, B.,
1. Jaspers, K., La culpabilité allemande, pp. 135-137. op. cit., p. 200.

108 109
año, 1992, el ginecólogo Cecil Jacobson, de Virginia, fue con- eos del abogado acerca de si su cliente será sentenciado a
denado por practicar la inseminación artificial a centenares de prisión, conducido al manicomio o devuelto a su casa.
mujeres con su propio esperma, y el joven camarero Jeffrey Como afirma el mismo Mezger, el problema de los psicópa-
Dahmer, de Milwaukee, fue recluido a perpetuidad por violar, tas, desde el punto de vista penal, «... pertenece, sin disputa
descuartizar y practicar la antropofagia contra 17 personas de de ningún género, a las cuestiones más difíciles del total
su edad. Ambos fueron declarados intelectualmente «norma- Derecho punitivo». 1

les». E l segundo confesó ante el tribunal: «Es muy difícil para E l hecho es incontrovertible: la psicopatía es el sín-
mí creer que un ser humano haya hecho lo que yo he hecho, drome psicopatológico con más riesgo delictivo y menos re-
pero sé que lo hice.» levancia médica. Se comprende, pues, que sea también el
Claro es que existen psicópatas que son criminales y otros que más incertidumbre jurídica provoca. E l juez se encuen-
que no lo son. Hasta los hay que han merecido la admiración tra ante un ser socialmente peligroso, pero a la vez decla-
social, como Lawrence de Arabia o Andy Warhol. Pero su 1 rado pericialmente sano y al mismo tiempo con la persona-
personalidad les coloca siempre al borde del delito, hace que lidad trastornada. La diferencia de lenguajes y de puntos de
su delictividad presente unos rasgos diferenciales en relación vista propiciará entre él y el psiquiatra una frecuente inco-
con otras conductas conflictivas, y puede conducirles, en úl- municación que complica el dilema anterior. Aunque esté 2

timo extremo, al tipo de frialdad y crueldad mostrado con sus tentado a hacerlo, el juez deberá abstenerse, mientras tanto,
víctimas, algo que no se da casi nunca en el delincuente neu- de solicitar al perito forense que sea él quien se pronuncie
rótico o en los que aún están sometidos a unas reglas de sobre la responsabilidad criminal del encausado y zanjar así
grupo. E l criminalista Edmund Mezger afirma, en consecuen- la espinosa situación. Al final, con la inercia de la jurispru-
cia, que «casi todo caso criminal interesante deja aparecer ras- dencia en una mano, y su tacto personal para salvar el or-
gos psicopáticos en su imagen conjunta». De cualquier forma
2 den social en la otra, dictará por lo común una sentencia
no les suele pasar por alto a los tribunales de justicia el hecho que, sin dejar de condenarle, atenúe la culpabilidad del psi-
del crimen psicopático y el deber de considerar el grado de in- cópata. \
culpación de su autor. La condena o no del psicópata por; los tribunales va a
Sin embargo, la accjón de los tribunales ante la psicopatía depender, a fin de cuentas, del juicio áé\imputabüidad que
delictiva no es ni mucho menos unánime. E l psicópata hace según éstos se merezca, como persona a laque se le pueda
que los jueces tengan que pronunciarse a menudo sobre la efectivamente atribuir la acción tipificada por la ley como
frontera entre lo normal y lo patológico, más litigiosa aún falta o delito. La imputabilidad por la que se establece el
cuando se trata de la capacidad mental para asumir o no la lazo criminal entre el delito y su autor es el elemento más
propia responsabilidad. Por eso son poco fiables los pronósti-
1. /*., pp. 75-76.
1. Me Cord, W. M., The psycopath and milieu therapy, p. 76 ss. 2. Alberca, R., et ai, Psiquiatría y derecho penal, pp. 17-18; López Sáiz,
2. Mezger, E . , Criminología, p. 66. I., Codon, J . M., Psiquiatría jurídica penal y civil, vol. II, pp. 615-616.

110 111
importante a la hora de condenar o absolver a cualquier pre- como menores de edad o determinados enfermos mentales.
sunto delincuente. Ello se debe a que el criterio del juez, a diferencia del criterio
Al final de su actuación el juez deberá haber pronunciado del médico, no se basa tanto en las aptitudes psicológicas del
un juicio de responsabilidad penal que declare si el encausado acusado —siempre, en un grado u otro, condicionadas por va-
es acreedor o no de una pena legal. Pero antes deberá haber riables internas o externas al individuo—, cuanto en el grado
formulado un juicio de culpabilidad respecto de si el acusado de independencia o libertad con que ejecuta sus actos: «La im-
se hace o no reo de culpa o reproche legal. La sentencia se putabilidad depende sólo del factor que llamamos libertad o
apoya en este juicio, el cual, a su vez, depende en último tér- capacidad de control de los propios actos, del dominio del su-
mino del citado juicio de imputabilidad legal, piedra angular, jeto sobre su comportamiento.» Hay personas con inteligencia
1

pues, de una sentencia judicial. y voluntad que en ocasiones son incapaces de este control
La imputabilidad penal equivale a la atribución de respon- fundamental para poder ser consideradas responsables. E n
sabilidad personal del acusado sobre su delito, por lo que no conclusión, para la ley penal no es la falta de inteligencia o de
deja de ser también un juicio moral. No es extraño, pues, que voluntad lo que decide sobre la no responsabilidad, sino tan
haya distintas versiones en liza de la idea de imputabilidad ju- sólo la existencia de obstáculos para el autodominio del indi-
dicial, aunque el denominador común sea la atribución al su- viduo.2

jeto de una causalidad libre y eficiente, o, en otros términos, La difícil delimitación de lo que sea el «control de los pro-
de una libertad suficiente para poder hablar de un control so- pios actos» hace, aún hoy, bastante ardua la definición de la
bre sus actos. E l psiquiatra forense identifica esta supuesta ca- imputabilidad, y no menos polémica, a veces, su aplicación
pacidad con la «normalidad psíquica» del individuo. Cuando 1 particular. No se ha avanzado demasiado desde que Benjamín
atestigua que el acusado sufre una patología mental debe ha- Rush, un psiquiatra americano, escribiera en 1812: «Hasta qué
cer reconsiderar, por consiguiente, todo juicio de estimación punto las personas cuyos trastornos acabamos de describir de-
del juez sobre esta persona. Pero no es un testimonio siempre ben ser consideradas responsables de sus acciones ante las
vinculante. A la postre, el concepto de imputabilidad no es leyes humanas o divinas, y dónde debe ser trazada la línea que
médico, sino jurídico, y el juez es el que acaba imponiendo su divide la libre voluntad y la necesidad, el vicio y\la enferme-
criterio sobre la capacidad del encausado para ser responsable dad. Soy incapaz de determinarlo.» \
de sus propios actos. No obstante, en el criterio actualmente más extendido del
Se da el caso de sujetos que han sido declarados imputa- autocontrol como elemento clave de la imputabilidad priman
bles pese a tener muy disminuidas sus capacidades intelectua- básicamente dos nociones. Una es que el individuo posea la
les y volitivas, y de otros, en cambio, que han sido juzgados capacidad de comprender lo incorrecto de una acción u omi-
inimputables a pesar de la plenitud de sus facultades psíquicas, sión. Otra que el sujeto sea capaz de dirigir su actuación con-

1. Ortega-Monasterio, L . , et al., Psicopatología jurídica y forense, 1. Rodríguez Devesa, J. M., Derecho penal español, p. 581 ss.
p. 169. 2. Ib., pp. 583-584.

112 113
forme a dicho entendimiento. Ambos requisitos deben satisfa- lidad criminal y su inmediata repercusión sobre los juicios de
cerse a la vez para que pueda hablarse de un agente responsa- imputabilidad y culpabilidad en los que se asentará la senten-
ble de sus actos. Luego si hay en éste un defecto mental o un cia judicial.
tipo u otro de bloqueo de su conducta, el juez lo declara inim- E l antiguo Codex de Justiniano dice que son incapaces de
putable y no apto para ser inculpado, aunque pueda haber go- delito los que carecen del uso de la razón. Esta misma idea se
zado, excepcionalmente, de la capacidad para «conocer» y recoge, con variantes, en el derecho moderno a partir del có-
«querer» lo que ha hecho, como es el caso de algunos enaje- digo penal francés de 1810: «No hay crimen ni delito cuando
nados. 1 el acusado estuviere en estado de demencia durante la ac-
No obstante, los requisitos básicos de la imputabilidad pe- ción» (art. 64). Las interpretaciones biológicas, por así decir,
nal poseen un margen de interpretación variable, lo que oca- de la carencia de razón han dado paso, progresivamente, a
siona que haya, en términos generales, un concepto laxo y un las de cuño psicológico, por las que un sujeto es inimputable
concepto rigorista de la imputabilidad. E n este último caso se cuando sufre deprivación de las facultades intelectivas (có-
considera al individuo responsable de unos hechos tan pronto digo penal italiano, art. 85) o de la capacidad volitiva (id.
como se demuestra que es capaz de juzgar por sí mismo. E n el alemán, art. 51). La interpretación hoy dominante en Europa
primero se tienen en cuenta también los posibles condicio- es de carácter mixto. Combina los factores somáticos y los
nantes afectivos y emocionales que influyen sobre la voluntad, psicológicos, y entre éstos tanto los relativos a la «compren-
cosa que facilita la hipotética consideración, por parte del sión» de lo ilícito del acto como los concernientes al «proce-
juez, de motivos que mitiguen la imputabilidad y, por lo tanto, der» según esta comprensión. Así lo recoge igualmente el
1

el grado de culpa. American Law Institute's Model Penal Code, aunque no sea
¿Puede beneficiarse el psicópata de este descargo de culpa óbice para que en algunos estados norteamericanos los delin-
en razón de su trastornada personalidad? ¿Cómo debe reaccio- cuentes oligofrénicos sean conducidos sin reparo a la silla
nar la sociedad ante sus desmanes sin cometer al mismo eléctrica. \
tiempo una tropelía con el propio acusado? Muchas veces la E l Código penal español afirma escuetamente\que están
reacción espontánea es el linchamiento o la aplicación del exentos de responsabilidad criminal los que sufren «enajena-
«ojo por ojo». Pero conforme se tiene conocimiento de su cir- ción mental» o padecieron, durante el acto delictivo, ún tras-
cunstancia personal, los tribunales de justicia, el único órgano torno mental transitorio no buscado a propósito (1, art. 8). La
competente para juzgarlo, examinarán con mayor cuidado su «falta de intención» para causar el delito no constituye, por lo
posible limitación de culpabilidad. Nos encontramos, así, ante demás, una circunstancia eximente de la responsabilidad, sino
la oportunidad de enfrentar la banalidad del mal con la deba- sólo atenuante (1, art. 9). Paralelamente, la jurisprudencia del
tida cuestión de las circunstancias eximentes de la responsabi- Tribunal Supremo español traduce aquella eximente con la
fórmula mixta hoy dominante: un individuo no es imputable
1. Mir Puig, S., «La imputabilidad en derecho penal», en VV. AA., Jorna-
das sobre Psiquiatría joreuse, p. 35 ss. 1. Rodríguez Devesa, J. M., op. cit., pp. 590-591.

114 115
judicialmente cuando padece un tipo u otro de disfunción Para que haya un bloqueo de la voluntad ha debido im-
mental, o incluso cuando manifiesta una perturbación de su plicarse la afectividad; pero también debe haber cedido por
entendimiento o de su voluntad (sentencia 22 de enero de su parte el entendimiento, lo que no suele ser el caso del psi-
1986). Antes de inculpar a un individuo con muestras de cópata. Si en éste nos fijamos sólo en la primera se da asi-
enajenación mental, como es el caso del psicópata, el juez de- mismo otra paradoja. Ello ocurre cuando los tribunales se
berá apoyarse, en su valoración penal del caso, en la descrip- abstienen, por fortuna, de condenar a alguien por su «falta
ción puramente fáctica del sujeto suministrada por el dicta- de afectividad» —ni siquiera Eichmann fue acusado por ello—
men psiquiátrico. Con todo, los papeles respectivos no deben y, en cambio, se sirven algunas veces de la invocación a la
confundirse. E l médico «explica» el paciente y el juez «va- afectividad para establecer una eximente o una atenuante de
lora» al acusado según dicha explicación, sin que el informe la condena. E n unos casos el sentimiento no tiene efectos
clínico sea por sí mismo vinculante para el enjuiciamiento penales y en otros sí. E n las causas contra psicópatas el uso
penal del sujeto.' de esta doble medida es un hecho que debería ser reconside-
Este enjuiciamiento es particularmente difícil ante el rado, particularmente cuando la alteración afectiva del acu-
criminal con trastorno psicopático de la personalidad. E l di- sado no ha logrado eclipsar su uso de razón. Joseph Knop es-
lema no se hace esperar. Si se valora al psicópata como un cribía ya en 1875: «¡Guárdate, jurisprudencia, de que la
enajenado, queda absuelto o rebajado de culpa, a pesar de la llamada moral insanity arranque de tus manos la espada de
frialdad con que ejecutó su acción. Si se le valora como al- la justicia!»
guien afectado en sus emociones o sentimientos, se pierde Sin estar aún totalmente conjurado este peligro, puede de-
de vista el sentido mismo del tipo psicopático, al que acom- cirse que hoy se aplica la disminución o la abolición de la res-
paña, con raras excepciones, la lucidez mental. Al practicar ponsabilidad criminal del idiota moral cuando éste muestra
la eximente o, con mucha mayor frecuencia, la atenuante por sobre todo un déficit intelectual y con menor frecuencia
la afectividad, los jueces parecen dar por supuesta, a mi cuando concurren en él otro tipo de circunstancias. Dicho de
modo de ver, una curiosa incomunicación entre la mente otro modo, los tribunales superiores de justicia admiren que el
pensante y la mente sintiente. Ello no es sólo discutible psicópata que no padece una alteración psíquica fundamental
en términos psicológicos generales, sino impropio, además, es un sujeto generalmente imputable y susceptible, así, de^ser
de la consideración científica de la psicopatía en particular, condenado por sus faltas.' Por otra parte, el testimonio mé-
como trastorno que implica a toda la personalidad y no sólo dico coincide con ello al afirmar que esta clase de individuos
a una de sus facetas. ¿Por qué obviar la presencia de la ra- no han perdido, en la mayoría de ocasiones, la capacidad de
zón, o subestimar, de cualquier modo, su influjo sobre la vida obrar con un grado suficiente de libertad como para haber po-
emocional, incluso la del psicópata, tan a menudo inteli-
gente?
1. Rodríguez Devesa, J. M., op. cit., pp. 595-596. Vid., además, sentencias
del Tribunal Supremo español con fecha 4-X-1982, 2-X1-1983 y 13-VI-1985,
1. Del Rosal, j., Tratado de derecho penal español, vol. I I , p. 178. como ejemplo.

116 117
dido actuar de manera diferente a aquella por la que han sido bilitado, rompa de pronto el mínimo respeto a los demás con
sentados en el banquillo. 1 la misma facilidad con que empezó a mostrarlo. Ni que decir
Ahora bien, aunque no sea suficiente para eximirle total- tiene que la pena de presidio, por otra parte, no representa
mente de responsabilidad, la locura moral del psicópata per- para él ninguna amenaza disuasoria ni le ofrecerá posibilidad
mite, en compensación, que aquélla le sea atenuada, en no alguna de reforma. La cárcel es una medida pensada para ale-
pocos casos, a criterio del mismo tribunal. Para lo cual el juez jarlo de sus víctimas, no para él como persona, pues en un
deberá razonar, por su cuenta y riesgo, hasta qué extremo la medio tan hostil sólo conseguirá empeorar.
perturbación advertida por el dictamen psiquiátrico ha podido Es la propia patología del psicópata lo que le hace tan re-
reducir la responsabilidad criminal del encausado. Esta tarea sistente a la recuperación clínica o a la rehabilitación social
resulta tan imprecisa como embarazosa cuando a quien tiene por otros medios. E l psiquiatra, el psicólogo y el educador tie-
delante el juez ya no es un enfermo mental, sino un personaje nen que verse frente a un individuo ante todo carente de an-
como el nuestro. 2 siedad, incapaz de ponerse en el puesto de otro y particular-
Si la sentencia, no obstante, le condena a presidio, por ha- mente difícil de tratar porque no ve nada incorrecto en su
llarlo plenamente responsable, los años de cárcel no van a im- conducta. Con estas características lo más probable es que
pedir, dada su incapacidad social crónica, que el psicópata sea haya una recidiva de su trastorno y una reincidencia en el de-
devuelto a la calle más psicópata, si cabe, que antes. Pero si 3 lito, y con eso cuentan, al menos teóricamente, todos los en-
lo halla sólo parcialmente imputable, y aun, hipotéticamente, cargados de ayudarle.
libre de culpa, nada le salva mientras tanto de la posibilidad Kurt Schneider, en su clásico manual sobre las psicopatías,
de ser recluido legalmente en un centro psiquiátrico (Código afirma que el tipo desalmado de esta clase de patología - e l
penal, 1, art. 8.°, 2.°), donde las expectativas de reforma no se- más cercano, por nuestra parte, al genocida— carece de toda
rán mucho más esperanzadoras. base en la que pueda cimentarse la educación, y añade: «No se
Los delincuentes con apatía moral son prácticamente in- puede hacer mucho más que recluir a estos individuos, siem-
corregibles. La «inhumanidad» de muchos psicópatas es algo pre que sea necesario y legalmente posible.»' E l no menos cq-
más que una metáfora cuando todos los esfuerzos del personal nocido libro de Hervey Cleckley, The mask of sanity, coincidí
sanitario se demuestran, tan a menudo, baldíos. Lo que sor- en señalar, a propósito de la recuperación del psicópata: «NOJ
prende una y otra vez a los especialistas, aunque estuvieran he visto que ninguno de estos métodos tuviera éxito. Los psi-1
advertidos de antemano, es que ese ser inteligente, pacífico y cópatas seguían comportándose como antes.» Con ánimo más 2

colaborador que se creía ya, después de un largo tiempo, reha- optimista, William Me Cord, defensor de una terapia comuni- \
taria (milieu therapy) para estos individuos, obtuvo, hacia los
1. López Sáiz, L , Codon,J. M., op. cit., vol. I I , p. 617; Me Cord, W. M.,
op. cit., p. 265 ss; López Ibor, J . J . , La responsabilidad penal del enfermo
mental, pp. 22-28. 1. Schneider, K., op. cit., p. 173.
2. Del Rosal, J., op. cit., vol. II, p. 185; Alberca,' R., et al., op. cit., p. 53. 2. Cleckley, H., op. cit., pp. 476-477; Diatkine, G., op. cit., p. 22; Haré,
3. Alberca, R., et al., op. cit., p. 80. R. D., op. cit., p. 154.

118 119
años setenta, algunos éxitos que permitieron matizar la tesis Posiblemente la recuperación de la psicopatía no nos haría
de la incorregibilidad. Pero su experiencia en la Patuxent Ins- sentir tan perplejos si recordáramos siempre que no es una en-
titution de Maryland fracasó, finalmente, por falta de apoyos fermedad —no hay lesión orgánica— y que a duras penas puede
exteriores. Algo parecido le ocurrió a Bettelheim en su in-
1
ser considerada un trastorno psicológico, puesto que no hay
tento por reeducar a niños con el mismo problema. tampoco una perturbación psíquica. E n realidad pertenece
Un tratado psiquiátrico de gran aceptación actual comenta tanto más al campo de la patología social —se la llama tam-
con desparpajo que los esfuerzos terapéuticos ante el psicópata bién «sociopatía»— que al de la patología médica, si bien los
«... parecen tan inocuos para el paciente y molestos para el es- factores somáticos pueden estar, poco o mucho, entre sus cau-
pectador como la afición a los grandes puros o a los guisos sas. Los especialistas la consideran, por de pronto, un tras-
con ajo». No hay, pues, un individuo más opuesto a la Elisa
2
torno de la personalidad, y de ahí, tirando del hilo, una des-
de Pygmalion que el desprovisto de angustia y de sentido mo- viación de la conducta respecto de lo comúnmente aceptado
ral. Por sí solo ha enfrentado a la psiquiatría con sus propias por la sociedad. E l psicópata se define, así, por su conducta
limitaciones y repetidos fracasos, aunque ésta no dé tampoco asocial o incluso, se diría, «anormal». Una sentencia del Tri-
su brazo a torcer y sostenga la necesidad del tratamiento mé- bunal Supremo español califica este comportamiento como la
dico sobre un sujeto tan fuera de lo común. suma de unos rasgos «... desviados en mayor o menor grado
A este respecto parece ganar cada vez más adeptos la tera- de la normalidad social estadística». Todo hace pensar, en fin,
pia orientada en un sentido social, más que individual. Si re- que si estamos ante un problema social habrá una solución so-
sulta generalmente infructuoso decirle al psicópata, en la ha- cial también, y así debería ser en buena lógica.
bitual relación entre el especialista y el paciente a su cargo, lo Sin embargo, las dificultades terapéuticas de este mal rea-
que le conviene y debería hacer, la inmersión, contraria- parecen en el momento de establecer su diagnóstico social. La
mente, dentro de grupos de autoayuda, de acción altruista o medida de lo patológico en la sociedad varía extraordinaria-
generadores, en cualquier caso, de estímulos de participación, mente según la estimación que se tenga de lo que es «normal»
constituye para él una alternativa mucho más clara y realiza- en ella. Al identificar la psicopatía con una irregularidad o
ble que la de cambiar por sí mismo de conducta. Es un re- 3
una falta de adaptación social hay que explicitar también lo
curso especialmente indicado para la reeducación de psicópa- que entendemos por «regular» o por digno de ser «adaptado».
tas jóvenes, si bien hay que tener siempre presente que la Todos los aciertos que Kurt Schneider no tuvo a la hora de
psicopatía está ya consolidada en la infancia y que uno de sus precisar el cuadro de causas de este trastorno de la personali-
rasgos clínicos característicos es, precisamente, la cronicidad dad los tuvo, en cambio, cuando alertó sobre el peligro de
con que se mantiene hasta la época de madurez. abandonar los juicios médicos por los juicios de valor en la
descripción de dicho proceso.' Una vez concedido que no se trata
1. Me Cord, W. M., op. cit., p. 187 ss. de una enfermedad, y por lo tanto que no es un problema empí-
2. Kaplan, H. I., Sadock, B. J . , op. cit., vol. I, p. 949.
3. Ib., pp. 955 ss., 969.
1. Schneider, K., op. cit., pp. 37-42.

120 121
ricamente soluble, Schneider puntualiza que no hay que aban- pie a pensar que lo normal no es idéntico para todos, entre la
donar la perspectiva de la interpretación médica o biológica diversidad de causas que se atribuyen a la personalidad psico-
de la psicopatía como estricta variación de la personalidad. E l pática. De modo que la perspectiva sociológica permite en cada
criminólogo Mezger, de simpatías totalitarias, le reprochó pre- momento poner en su puesto la noción de «normalidad» que
cisamente el ceñirse a una definición demasiado médica: hu- se oculta en el diagnóstico de «anormalidad» para estas perso-
biera querido una determinación más psicologista, de manera nas. La anormalidad de una conducta se define en función de
1

que cupieran mejor las «deformaciones del carácter». Es fácil


1 lo que cada observador considera que es la normalidad para su
intuir que desde estos otros supuestos podrían ser considera- tiempo y lugar, y ello ocurre así también en psiquiatría. No es
das insanas o criminales muchas personas cuyo único defecto decir mucho, pero es todo lo que se puede decir.
del carácter fuera tener un carácter diferente del nuestro o del Compete luego al especialista precisar en qué medida y de
que quisiéramos igual para todos. qué modo se ha servido de este concepto de normalidad. Si lo
Claro está que al identificar la psicopatía como variación ha hecho, por ejemplo, basándose en un criterio estadístico o
del comportamiento y, literalmente, como «personalidad en una interpretación comprensiva; si se refiere a una con-
anormal», Schneider puede hacerse sospechoso de lo mismo. ducta real o a lo que se juzga idealmente como normal, al
«Las personalidades anormales -escribe- son variaciones, des- margen de los hechos. A decir verdad, en la práctica clínica y
viaciones de un campo medio, imaginado por nosotros, pero forense no se entra apenas en la precisión de estos supuestos.
no exactamente determinable, de las personalidades.» Pero:
2 Lo que domina, hoy por hoy, es diagnosticar y tratar la psico-
¿quién fija lo «normal»? ¿Dónde acaba, en lo normal, el «tér- patía sin parar mientes en su relatividad cultural o dejando
mino medio» y dónde empieza lo considerado «ideal»? Difícil- este asunto para los teóricos. E n la investigación científica, en
mente podremos escapar, en resumidas cuentas, de aquella de- cambio, se suele tener mucho más en cuenta este aspecto so-
terminación valorativa que el propio Schneider se propuso cial del problema.
evitar. Mejor dicho: nunca podremos librarnos de los juicios También muchos tribunales de justicia contemplan, a la
relativos en esta parcela de la psiquiatría, en tanto, al menos, vista de sus sentencias, los condicionantes sociales de la psico-
que la enfermedad de la locura moral no sea concebida real- patía y, por lo tanto, la relatividad cultural con que se debe
mente como una enfermedad. enjuiciar el hecho calificado como delito. Pero, junto a eso, lo
La evolución del concepto de psicopatía después de ese que científicos y juristas se muestran prestos a ignorar es la di-
autor permite afrontar tal circunstancia sin que constituya un mensión ética involucrada, no obstante, en la definición de la
obstáculo para la fijación del diagnóstico de este trastorno de personalidad y del crimen psicopáticos. Sin la ética, alfiny a
la personalidad. Ello se debe al descubrimiento y a la progre- la postre, no hay forma de apreciar lo patológico y lo ilegal de
siva aceptación de los factores sociales, es decir, los que dan la psicopatía y de reaccionar frente a ella.

1. Mezger, E . , op. cit., p. 60. 1. Me Cord, W. M., op. cit., pp. 48 ss.; Smith, R. J., The psycopath in so-
2. Schneider, K., op. cit., p. 31. ciety.

122 123
E l psicópata no es llevado al consultorio por carecer de VIII. L A ÉTICA E N LOS INFIERNOS
ansiedad, sino por sus actos. A su vez, éstos le han conducido
ante el tribunal a pesar de haber obrado sin el menor sentido
del mal. E l médico ve en él a un ser inquietante y el juez a al-
guien cuya acción no puede quedar impune.
Es decir: si la ética no se hubiera pronunciado antes, uno
y otro le habrían devuelto a su casa. Pero, aun así, muchas ca-
racterísticas éticas de la personalidad psicopática y de su trata-
miento no son alcanzadas por los expertos y —como dice el
propio Schneider— «... permanecen en la oscuridad». 1

E l juicio moral está infiltrado en el juicio legal contra el


genocida o el psicópata. E l juez condena al idiota moral si an-
tes lo ha declarado individuo con capacidad para conocer lo
socialmente «correcto». E n esta declaración, el punto de vista
moral sobre lo que es o no correcto suele dominar en relación
con el punto de vista estrictamente legal sobre el mismo con-
cepto. Sin embargo, ambas cosas aparecen juntas y revueltas
1

en muchas sentencias.
También se presenta muy confuso en qué sentido hay que
interpretar lo correcto moral. ¿Se trata de lo correcto según la
«doctrina» o según la capacidad de «justificación» de la propia
acción? E n el primer caso la moral es la adecuación a unos
juicios dados. E n el segundo se va más al fondo del asunto y
es la adecuación, sin descartar lo anterior, al uso razonado de
nuestra capacidad para producir esos juicios. No obstante,
cuando el juez ha declarado al acusado competente para cono-
cer lo éticamente correcto no ha dicho si esto hay que tomarlo
en el sentido doctrinal o material de la ética, o en su sentido
universal o formal. Una aclaración al respecto contribuiría a

1. Schneider, K., op. cit., p. 86. 1. Me Cord, W. M., op. cit., p. 267 ss.

124 125
arrojar alguna luz sobre la ya de por sí indefinida calificación falta de desarrollo de su super-yo, por lo cual todo intento de
penal del crimen psicopático y sobre la oportunidad y las vías cura analítica está condenado al fracaso. 1

para sancionarlo. Frente a la apatía moral no se puede esperar más. E l idiota


Al condenar al psicópata, la ley y los tribunales admiten moral que la encarna no es un ser inmoral, sino lisa y llana-
implícitamente que éste, a pesar de su apatía moral, no está mente amoral. No tiene nada que ver, por ejemplo, con el
totalmente ciego para la ética. «Pudo» no hacer el mal y personaje de El inmoralista de Gide. Comparado con el cri-
cuando menos conocer el bien, lo que justifica ante la justicia men apático, el inmoralismo de Michel, ese joven burgués que
su culpabilidad. Pero esta apuesta de los juristas por las posibi- quiere redescubrir la vida en el Magreb, equivale a las trave-
lidades del idiota moral no tiene correspondencia entre los fi- suras de un inocente montañero. Su desprecio de la moral se
lósofos de la moral. No hay nada que añadir respecto del que hace sin menosprecio del sentido moral, que sólo quiere adi-
actúa sin conciencia o sin sentido moral, excepto que la ética vinar y experimentar otras vías. E l inmoralismo suele envol-
nada puede hacer por él. «Para un individuo semejante, la pa- verse de una atmósfera tan asfixiante como el moralismo tra-
labra "moral" es una palabra vacía», escribe Ernst Tugendhat, dicional. Hoy se lee la novela de Gide como el ensayo de un
uno de los más profundos analistas contemporáneos de la mo- nuevo puritanismo no menos preocupado por el «cambio de
ralidad. moralidad» y el abrazo de un «nuevo ser» para el individuo, en
Es un hecho, recuerda este filósofo, que el individuo es términos del autor. Incluso en las obras donde éste hace una
«uno entre todos». Eso nos hace vivir bajo relaciones de apología del acto gratuito, la moral se resiste a darse por ven-
afecto, lo mismo que confrontados ante normas de conducta cida. E n el horizonte de los personajes de Gide está aún el
que debemos observar. Dicho «deber» significa que las normas arrepentimiento, como en los de Genét, más tarde, está ya la
van acompañadas de una sanción que consiste en la estima o burla del sentido moral que conduce a la culpa. Pero en nin-
desestima de la persona en sí misma, según el grado de obser- guno de los dos se puede decir, sin embargo, que lo amoral
vación que haya hecho de dichas normas. Por consiguiente, campe a sus anchas. E l inmoralismo es el último golpe de
quien carezca de esta capacidad de estimación (lack of moral audacia de la confianza en la moralidad, mientras que la falta
sense, según Tugendhat) no podrá comprender enunciados de un sentido de lo moral arroja todas las huellas de lo hu-
con la expresión «tener que» hacer o no hacer tal cosa o tal mano a un infierno donde se consumen entre llamas de hielo.
otra. E l suyo es un caso patológico que lo hace, por demás, Es el abismo de Macbeth y de todos sus parientes.
inasequible para la ética. Esta opinión es extensible práctica-
1 Macbeth no tiene el menor afecto positivo hacia el bien.
mente al resto de los pensadores morales. También el psicoa- Pero al mismo tiempo experimenta una falta de voluntad ha-
nálisis declara inanalizables a los sujetos sin sentido ni con- cia el mal. Hay un momento en que todavía su esposa le pre-
ciencia moral. Se trata de individuos caracterizados por una gunta: «¿Tienes miedo de ser en tus propios actos y valor el
mismo que eres en el deseo?» (I, 7). Pero en cuanto avanza el
1. Tugendhat, E . , Problemas de la ética, Barcelona, Crítica, 1988,
p. 172 ss. 1. Diatkine, G., op. cit., pp. 27, 44.

126 127
proceso de banalidad en su entorno y en su interior ya no consiste en estar arrojado fuera de sí. Con todo, creo que de-
siente temor por lo que puede hacer, ni siquiera atracción por berían seguir preguntándose si este estado constituye un mo-
lo que se propone hacer. Entonces los dos papeles esenciales tivo suficiente para desechar toda esperanza de que se encuen-
del drama se invierten: la astuta Lady Macbeth enloquece y el tre consigo mismo y vea su acción de modo algo distinto. Esta
sanguinario militar recupera una imprevista paz de espíritu. pregunta pertenece por lo menos a la ética y particularmente
Aunque esa paz no es sino la parálisis de su sensibilidad, la a la ética que ve aún en el fondo de la apatía moral (lack of
anestesia moral. moral sense) un defecto de pensamiento (lack of thought). «Fi-
La retaguardia del siniestro batallón que Macbeth capita- nalmente —escribe Beccaria—, el medio más seguro, pero más
nea se encuentra hoy en los miles y miles de seres apáticos difícil, de prevenir los delitos es el de perfeccionar la educa-
que no sienten nada frente al dolor y la humillación de los de- ción» (De los delitos y las penas, X L I ) . Antes de darnos por
más. La sociedad del anonimato y a la vez del narcisismo los vencidos ante los que delinquen por ausencia de pensamiento
alimenta y los mima. Les he llamado exterminadores metódi- creo que deberíamos dar, con este gran reformador del dere-
cos. Unas veces actúan como abiertos genocidas. Otras, cho, una última oportunidad a la cultura que se pone del lado
cuando la ocasión y los medios ya no se lo permiten, como de la sabiduría, y no, como alfiny al cabo las actuales institu-
agresores caprichosos o simplemente sin motivo. Casi todos ciones penales y psiquiátricas, de las soluciones represivas de
coinciden con el cuadro de esa no-enfermedad descrita como la desviación social.
psicopatía o, en otros términos, apatía moral. No habiendo Frente al sujeto asocial no hay que actuar como inquisido-
cumplido aún los veinte años, Pietro Maso, un estudiante ita- res. Cierto que es inevitable tener que hacerlo muchas veces
liano de familia acomodada, mató sádicamente a sus padres y como médicos y policías, pero, admitido que es la cultura de
planeó hacer lo mismo con sus hermanos al objeto de cobrar todos la que falla en su puesto, deberíamos actuar ante todo
la herencia familiar y dedicarse a la vida de play boy que tanto como educadores. O, mejor aún, como verdaderos maestros,
deseaba. Un año después, en marzo de 1992 y ante el tribunal, para eludir el lastre opresor que acaba arrastrando esa fun-
presume sonriente de su gesta mientras se compone el traje y ción. «Quien tiene un porqué pata, vivir encontrará casi siem-
se atusa el cabello. Durante el tiempo de prisión ha recibido pre el cómo», dice Nietzsche. Si el porqué de la existencia hu-
cientos de cartas de apoyo por parte de otros jóvenes. Una ad- mana es desarrollar nuestras posibilidades como seres de
miración parecida suscita hoy en Europa el francotirador so- palabra, debería aceptarse que el objetivo óptimo ante los que
bre el cuerpo de un musulmán o el que apalea a un trabajador vuelven la espalda a la humanidad fuera procurarles o devol-
inmigrante hasta dejarlo sin sentido. verles esta condición de seres razonantes, sin la cual sería es-
Para la psiquiatría del siglo X I X estos seres padecían una túpido e inútil esperar que los asocíales se recuperaran con
insania moral. Para la actual se trata de individuos con un éxito mediante cualquiera de los medios puestos a su dispo-
fuerte déficit de ansiedad. Médicos y psicólogos coinciden hoy sición.
en afirmar que el psicópata no es capaz de volverse sobre sí Bastante de eso entrevio Francois Leuret, médico de la
mismo y reflexionar, justamente porque su trastorno asocial Salpétriére de París, cuando a mediados del siglo XIX propuso

128 129
observar al loco moral como a alguien que simplemente se pecialista esté actuando como el guardián de una determi-
«equivoca». Pero, a pesar de su éxito en la teoría —su Traite- nada moral, en unos casos, o como un vago e impreciso
ment moral de la folie se reeditó varias veces—, en la práctica usuario del lenguaje de la moral, en otros casos. Pues ¿a qué
fracasó, porque hay que reconocer que las vías propuestas para nos referimos al hablar del «bien», del «sentido moral» o de
hacerle comprender al loco su error, por ejemplo el palmetazo la «culpa»? No son términos científicos, y por eso mismo re-
o la ducha de agua fría, no estaban a la altura de ese sencillo quieren, al tiempo que se usan, una precisión sobre su signi-
diagnóstico. Menos expeditiva es la «logoterapia» ideada un si- ficado, algo que la ética sabe bien que no se hace sin una
glo después por Viktor Frankl, que sufrió en sus carnes la sinra- discusión previa. Pero ésta no es ni debe ser, necesariamente,
zón de los campos de exterminio, si bien este método de cura- la función de la ciencia ante la personalidad asocial.
ción por la palabra se ha venido aplicando en pacientes con Al describir como una de las principales causas de la apa-
cuadros neuróticos de angustia, no, por lo que me consta, en tía moral la ausencia de pensamiento, la ética puede y debe
psicópatas. Pero la recuperación del pensamiento no forma
1
prescindir de las consideraciones morales («moralistas» unas
parte, hoy por hoy, del total de enfoques clínicos sobre estos in- veces, vagamente «moralizadoras» otras) que impregnan los
dividuos, a pesar de que para no ser un idiota moral lo único dictámenes médicos y empañan el sentido analítico y clarifi-
que se exige es poner en práctica la capacidad de pensamiento. cador al que no debiera renunciar la ética misma. La ética
E l más común de los hombres honrados tiene antes que haber no se conforma con la moral. E n nuestro caso, con decir que
conocido en qué consiste ser honrado y, sobre todo, haberse de- el idiota moral no discrimina el bien del mal o que no siente
cidido a serlo. E l pensar práctico está en el origen de la respon- arrepentimiento. Esa sería aún una teoría moral sobre dicha
sabilidad y sin embargo no reparamos en el pensar práctico clase de personalidad. Una teoría ética al respecto es la que
como un remedio contra la irresponsabilidad. mantiene, más allá de toda valoración particular, que el
A la hora de preguntarse por las causas de la personalidad idiota moral es un ser afectado por la ausencia de pensa-
asocial la ciencia responde que está ligada ante todo a una ca- miento.
rencia del sujeto para sentir ansiedad. E n un lenguaje más Con ello quiero decir, y a los efectos de una posible utili-
aleatorio puede añadir, variablemente, que hay otros elemen- dad de la perspectiva ética en el diagnóstico y tratamiento de
tos psicológicos en juego, como la falta de temor al castigo, el la psicopatía, que se trata de un vacío del pensamiento prác-
bajo nivel afectivo o la ausencia de empatia. No pocas veces, tico en particular: recuérdese lo argumentado en el capítu-
en cambio, el científico abandona el lenguaje de la ciencia y lo V. Y que este hueco, además, se hace notar esencialmente
habla del sociópata en términos morales, como de ese ser falto mediante dos rasgos de la conducta constatables en el exa-
de atracción hacia el bien (lack of will-to-good), carente de men psicológico: la incapacidad para ponerse en el puesto de
sentido moral (lack of moral sense) o incapaz de sentirse cul- otra persona (lack of role-taking) y la ineptitud para obser-
pable por algo (lack of guilt). Pero es muy fácil aquí que el es- varse uno mismo (lack of insight). Luego una terapia sobre la
apatía moral consistiría básicamente en disolver estos dos
1. Frankl, V., El hombre en busca de sentido, op. cit. «síntomas», dicho en términos clínicos, y devolver al sujeto la

130 131
capacidad de pensar fundamentalmente de un modo proyec- Sin embargo, desde el punto de vista de cierta filosofía
tivo hacia los demás y a la vez reflexivo hacia sí mismo. moral la empatia no satisface claramente por sí misma las
Eichmann no piensa, escribe Hannah Arendt, porque no condiciones exigibles para poder adoptar el papel de otra
es capaz de asumir el papel de otras personas.' Para algunos persona. Cierto que la empatia no entraña, como el amor o
especialistas ésa es una de las principales señales distintivas la simpatía, una comunidad o fusión, si cabe, entre las dos
del psicópata. Es incapaz de predecir cómo reaccionará la so- personas implicadas en la relación. Es una función, no un es-
ciedad ante su comportamiento porque no sabe ponerse en el tado de afinidad con el otro al que uno se ha visto «incli-
puesto de los demás, y sufre esta indisponibilidad porque es
2 nado» sin remedio. Incluso para un filósofo como Scheler es
incapaz, también, de representarse en cualquier papel. Es, por 5 una función que trasciende lo fácticamente psíquico.' Pero
lo tanto, una dura dificultad que limita sus posibilidades de no deja de ser una función emocional, es decir, un fenómeno
autocontrol y cooperación, o sea sus expectativas de socializa- primario difícil de enseñar. Para la ética, por lo menos, ba-
ción. Sea como fuere, cuando un individuo tiene dificultades sada en la capacidad de juicio del sujeto, la adopción de la
para participar psicológicamente de la realidad ajena de otro perspectiva ajena implica también, y en último término, una
individuo, a través de un proceso de identificación que suele función del entendimiento, lo que está ya más al alcance del
ser de tipo emocional, se dice que tal sujeto carece de la facul- aprendizaje cultural. La habilidad para asumir el papel de
tad de «empatia». Así, para el actual director de los servicios otro viene, según Lawrence Kohlberg, destacado represen-
psiquiátricos de la ciudad de Nueva York, Luis Rojas Marcos, tante de este enfoque de la ética, con el desarrollo mismo del
habría muchos menos trastornos mentales y comportamientos juicio moral desde la infancia. E n condiciones óptimas del
asociales si los habitantes de las grandes metrópolis poseyeran aprendizaje moral, que incluye el del entendimiento en gene-
-el último desafío— un mayor grado de empatia hacia sus con- ral, el niño es capaz, hacia los seis años de edad, de reaccio-
ciudadanos. También casi todos los que deben tratar a pa-
4 nar ante otra persona como si ésta fuera él mismo, y de ha-
cientes con graves problemas de socialización coinciden en se- cerlo ante él mismo como si se tratara de otra persona (ideal
ñalar la carencia de empatia como principal causa de esa role-taking). Si es su juicio, principalmente, la facultad que
2

incapacidad para situarse en la perspectiva de otra persona, y por un motivo u otro le priva de esta capacidad para asumir
no falta quien ve en esta carencia hasta el rasgo definitivo del situaciones ajenas, difícilmente se le puede exigir en adelante
comportamiento psicopático en su globalidad. 5 que atienda al punto de vista de los demás antes de dar por
bueno el propio. Porque éste es, fundamentalmente, un acto
1. Arendt, H., Eichmann en Jerusalén, op. cit., p. 77.
2. Haré, R. D., op. cit., p. 41.
3. Ib., p. 141 ss.
4. Rojas Marcos, L., La ciudad y sus desafíos, cap. 17. También entrevista
en La Vanguardia, 27 de noviembre de 1992. 1. Scheler, M., Nature et formes de la sympathie, París: Payot, 1971,
5. Dinitz, S., «Chronically antisocial offenders», en Conrad, J., y Dinitz, p. 340 ss.
S., eds., In fear of each other, Massachusetts, Lexington, 1978; Me Cord, 2. Kohlberg, L., Essays on moral development, op. cit., p. 170 ss. (Esta-
W. M„ op. cit., p. 115. dio 3 del nivel convencional del desarrollo moral).

132 133
1

cognitivo, no emocional, como lo es, en cambio, la identifi- la evidente falta de esta capacidad para la relación mutua
cación por empatia. 1 que se advierte en los psicópatas. Ante ellos hay que pregun-
E l aprendizaje de la capacidad para asumir la perspectiva tarse también por problemas de tipo cognitivo relacionados
de otra persona abre la posibilidad de un diálogo moral in- particularmente con el desarrollo del juicio moral, el único
dispensable para resolver los dilemas o conflictos que la ética prácticamente afectado en estos casos.
cotidianamente debe afrontar. Así, por ejemplo, el punto de
2 Ahora bien, el diálogo exterior con el que empieza a al-
vista moral de la llamada regla de oro de la conducta («No zarse el punto de vista moral está estrechamente relacio-
hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti»), nado con el diálogo de uno con uno mismo. La ética no es
o el del observador imparcial, cuya máxima expresión es la un bello edificio de conceptos o de alegorías de la virtud.
regla de la universalidad formulada por Kant («Actúa de Es ante todo un andamiaje que consiste en el ejercicio del
modo que puedas querer que la regla de tu acción valga a la pensamiento. Para esta actividad se requiere la capacidad de
vez como regla para todos»), deben su fructífera existencia ponerse en la mirada de otro y a la vez de mirar en el in-
al desarrollo de esta capacidad para ponerse en diálogo terior de uno mismo. «Si quieres comprender a los demás,
uno mismo con la situación y las determinaciones de observa en tu propio corazón», escribe Schiller. Una disposi-
otros. ción, sin embargo, depende de la otra. La relación con el
E l acto, por lo demás, con que se verifica esta relación del otro sirve de modelo para la relación con uno mismo, pero
pensamiento reúne dos momentos inseparables entre sí. Por no se sabría nada de aquél si uno no supiese antes algo de
una parte me dirijo al otro tratando de ver su situación y deci- sí mismo: por eso he empezado por llamarlo «otro». Al fi-
sión como si fueran mías (movimiento de introyección). Por nal no hay diferencia de principio entre la comprensión de
otro lado, y simultáneamente, me refiero a él en un trayecto los demás y la de uno mismo, y el pensamiento proyectivo
inverso, procurando observar mi propia situación y decisión no tiene más títulos de privilegio que los que pueda tener
como si fueran suyas, algo ajeno a mí (movimiento de proyec- el pensamiento reflexivo. E l modelo es el pensamiento
ción). Necesito de ambas experiencias para tener de cualquier mismo con su permanente y constitutiva duplicidad. E l que
modo en cuenta al otro, así como él, recíprocamente, las ne- es incapaz de adoptar la perspectiva de otro (lack of role-ta-
cesita para tenerme en cuenta a mí. No sólo la ética, sino el king) es incapaz también de observarse a sí mismo (lack of
conocimiento social, en general, precisan de esta relación si- insight) y viceversa. E n realidad, aunque pueda pensar, este
métrica entre dos y a doble tiempo, del modo descrito, en
individuo no ejerce el pensamiento, lo cual destruye el he-
cada uno. E l fracaso de la empatia no justifica, por lo tanto,
cho moral, que se apoya en el andamiaje del pensamiento
3

activo.
1. Ib., pp. 199, 292. Vid. también: Baldwin, J . M., Social and ethical in-
terpretation in mental development; Mead, G . H . , Espíritu, persona y socie- La mente no es una mera función biológica del cerebro.
dad; Piaget, J., El criterio moral en el niño.
2. Kohlberg, L . , op. cit., p. 303.
Junto con éste, es un órgano psicológico que tiene por fun-
3. p. 468 ss. ción esencia] el tenerse presente a sí mismo y así poder se-

134 135
leccionar la información que precise según sus intereses.' para transformarse en un adulto independiente y autosuficiente. 1

Mediante esta actividad que la distingue de sus bases biológi- De ahí que nada sea tan odiado por el totalitarismo como
cas, la mente puede por lo tanto abrir en el psiquismo la el ejercicio del pensamiento. La sociedad de la apatía moral
mencionada diferencia entre el yo como sujeto (me) y a la sabe que tiene en la duda y la reflexión su virus destructor.
vez como objeto (myself) de la observación introspectiva, «El veneno mayor es la duda», dice Hitler a sus oficiales en
hasta el punto de hacer cierta la afirmación de Nietzsche: octubre de 1943. «¡Aprende a callar! Así reza el primer man-
«Cada uno es para él mismo el ser más distante.» No obs- damiento del revolucionario», dijo Goebbels en una de sus
tante, esta distancia es imprescindible para el desarrollo del arengas (18 de febrero de 1929). Cualquier idiota com ambi-
juicio moral, pues la reflexividad con que éste se constituye ciones de poder dice siempre lo mismo, no pensar, y no lo
no avanza sin aquélla. Es bastante habitual en las psicosis
2
dice porque lo haya pensado, sino porque es su forma de ma-
que el paciente desconozca este tipo de objetivación de su nifestarse contra la propia vaciedad del pensamiento. Cuanto
persona y se empeñe, contrariamente, en hacerse «transpa- menos piensa el idiota más se esfuerza en condenar el pensa-
rente» a sí mismo. E n las psicopatías, la ocultación a la pro-
3
miento. 2

pia mirada es una conducta aún más constante y caracte- La técnica de las S.S. consistía en privar a los deportados
rística. de todo impulso de vida pero también de reflexión. Antes de
E l idiota moral parece incapaz de dar noticia de sí mismo, penetrar en las cámaras de gas, muchos prisioneros ya habían
y esta incapacidad, supuesta o real, es presentada por la psi- perdido las fuerzas para resistir activamente e incluso para sui-
quiatría como síntoma de este trastorno de la personalidad. 4
cidarse. Guardianes y verdugos eran víctimas, sin embargo, de
No digo que esta falta de reflexividad, como no lo dije de la la misma deprivación. La sociedad apática era y es el respon-
falta de proyectividad del pensamiento, constituya el único ni sable de esta abdicación de la vida y del entendimiento que
el más importante motivo que conducirá a la psicopatía. Pero une al ejecutor y sus víctimas. Éste fue, también para Jaspers,
insisto en que ambas carencias no sean sólo contempladas el gran mal del nazismo y lo que le convierte en culpable, sin
como síntoma de esta alteración, sino de cualquier modo co- excepción de ningún nivel social. Así describe la situación
mo causa, entre otras causas posibles, que nos llevaría también mental colectiva en la Alemania de los años cuarenta:
hasta ella. O, por lo menos, a título de causa añadida después,
y tan determinante como otros factores de lo que viene a ser La situación se agrava por el hecho de que muchos no
el estado final de hechos de la personalidad psicopática. Es- quieren verdaderamente reflexionar. No buscan más que es-
to es, el fracaso -según concluye el diagnóstico vigente- lóganes y obediencia. No preguntan ni responden, repiten
frases hechas. Sólo afirman y obedecen, no examinan ni com-
1. Popper, K,, Eccles, J. L., The sel/and its brain, Nueva York, Springer,
prenden, y por consiguiente no pueden ser convencidos.
1977; Young, J. Z., Filosofía y cerebro, Barcelona, Sirmio, 1992.
2. Mead, G. H., Espíritu, persona y sociedad, p. 166.
3. Jaspers, K., Psicopatología general, pp. 405-406, 490. 1. American Psychiatric Association, DSM-III. op. cit., p. 333.
4. Ey, H., et al., op. cit., p. 338. 2. Leites, N., Psicología del nazismo, op. cit.. pp. 154-155.

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¿Cómo hablar a hombres que no quieren seguir en el terreno enseñó que la vida carece de sentido, que la casa del hombre
de la crítica y de la reflexión, en el terreno donde los espíri- no es más que una casa de citas, ni que hay que ceñirse, en
tus buscan su independencia rodeados de una mayor com- fin, a la realidad del cuerpo, prescindiendo de los ideales y de
prensión y de una convicción mejor fundada?' los deberes de la cultura. Enseñó, para empezar, que por ab-
surdo que pueda parecer el mundo, la diferencia entre un
Esta situación se ha repetido después en otras fechas, otros campo de exterminio y una jornada cualquiera de la vida en el
lugares y hasta en este mismo lugar. Pero tanto entonces como exterior es una diferencia tan grande como la que existe entre
más tarde ha habido quien se ha puesto a resguardo de esta la noche y el día o la muerte y la vida. Pero enseñó, sobre
claudicación de la mente. Para ello sólo ha sido preciso acti- todo, que dejarse llevar por las circunstancias de lo físico equi-
var el pensamiento: pensar, pensarse uno mismo como objeto vale a perecer y que aferrarse a un motivo para no dejar de
y pensar al otro como sujeto. No se encuentra nada más eficaz pensar equivale, en cambio, a concederse un día más de vida.'
para conservar la identidad, tanto en los campos de extermi- No hay nada tan dulce como recordar con una sonrisa en los
nio como en la libertad de las sociedades despersonalizadas y labios, al cabo de muchos años, una escena feliz con el padre
apáticas. Después de haber pasado por los primeros, Bruno o la madre desaparecidos, todavía con su imagen llena de luz
Bettelheim declara sentirse bien consigo mismo al recordar y su voz tan familiar como si estuvieran presentes. Sabemos
que las torturas no cambiaron su capacidad para pensar ni su que mientras tengamos un momento de soledad y de silencio
punto de vista sobre los hechos. Ejercer el pensamiento,
2 para que broten recuerdos como éste no estaremos totalmente
preocuparse por hablar y hablarse, es también el remedio me- amenazados de muerte, que hay algo que empuja a la vida
jor para no convertirse hoy en un psicópata o volver a desem- desde el fondo inmaterial de la vida que uno mismo procura.
peñar el papel del idiota moral genocida. Cuando el psiquiatra Viktor Frankl se encontraba preso en
Contra aquellos que piensan que para sobrevivir hay que Auschwitz tuvo ocasión de preguntarle a una mujer que iba a
situarse más cerca de las exigencias del cuerpo que de la cul- ser ejecutada al cabo de unos días por qué estaba tan animada.
tura, Bettelheim mismo responde que la supervivencia es más Ella le señaló hacia una ventana del barracón tras la que se
un asunto de ésta que de aquéllas. Para resistir hay que te- veía una rama de castaño con algunos brotes de flor. «"Mu-
nerse siempre presente uno mismo, saber quién se es y qué se chas veces hablo con el árbol", me dijo. Yo estaba atónito y
quiere. La vida pide satisfacer tanto las exigencias de la mente no sabía cómo tomar sus palabras. ¿Deliraba? ¿Sufría alucina-
como las del cuerpo. Y , en todo caso, sobrevivir no justifica ciones? Ansiosamente le pregunté si el árbol le contestaba:
nunca determinadas «necesidades naturales», como el crimen "Sí." ¿Y qué le decía? Respondió: "Me dice: Estoy aquí, estoy
o la delación. aquí, yo soy la vida, la vida eterna."» No cabe duda de que las
2

Auschwitz, la experiencia de la ética en los infiernos, no personas sensibles sufren muchísimo cuando la crueldad de

1. Jaspers, K., La culpabüité ailemande, op. cit., pp. 43-44. 1. pp. 218-219.
2. Bettelheim, B., Sobrevivir, op. cit., pp. 73-74, 85. 2. Frankl, V., El hombre en busca de sentido, op. cit., p. 72.

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los desalmados se abate sobre ellas, pero hay que decir que gra- Hay un pensar teórico, cuya función es el conocimiento de
cias a su vida interior son también las más resistentes, aunque los hechos y hasta de los deberes o ideales de la cultura, y un
parezca una paradoja, al dolor y a la humillación. Los que so- pensar práctico, cuya función de relacionarnos con los demás
portaron mejor a las S.S. no fueron los más fornidos, sino los y al mismo tiempo con nosotros mismos viene a representar la
más acostumbrados a esa otra libertad que es el debate interior. plenitud y el verdadero ejercicio de esta facultad intelectual al
Frankl recuerda que su último refugio contra la desesperación alcance de la inmensa mayoría de individuos. La prueba más
fue, en aquel infierno, hablar en silencio con el recuerdo de su dramática de esta doble competencia del entendimiento la
compañera. Los verdugos no desconocían este recurso humano ofrece el idiota moral, que conoce las reglas de la convivencia
capital y procuraban en todo momento que su víctima perdiera pero no está dispuesto a aplicarlas. E l pensar ha completado
el tramo teórico pero se abstiene de continuar en el práctico.
la noción de sí misma. Frente al dolor y la humillación la lucha
más fuerte era y es la lucha por continuar siendo uno mismo. Sin embargo, todo el que ha recorrido el primero está ca-
Por eso, aunque era casi imposible permanecer solo, lo más an- pacitado, casi sin excepción, para recorrer el segundo. Quien
helado por muchas víctimas del genocidio fue estar a solas y de- puede pensar en un sentido teórico puede hacerlo también en
dicarse a su interlocutor imaginario en el diálogo con uno un sentido práctico. E l diagnóstico psiquiátrico de la apatía
mismo. Así, según este testimonio de los desastres de la apatía
1
moral no nos dice nunca que no se haya verificado este úl-
moral, «... el tipo de persona en que se convertía un prisionero timo sentido por defecto del primero, ni siquiera por incom-
era el resultado de una decisión íntima y no únicamente pro- petencia intelectual para el propio sentido práctico. Las causas
ducto de la influencia del campo.» Pero ¿acaso no deberíamos
2
esgrimidas vienen a ser otras, pero no estas relativas a la apli-
decir lo mismo de sus guardianes y de los que, en general, han cación del propio entendimiento.
desestimado el pensamiento? Por consiguiente, si el mal está ligado a la ausencia del
Además de banal, el criminal por ausencia de pensamiento pensamiento, y todo el que está en su sano juicio puede hacer
es un sinvergüenza consumado. Aunque banal, el mal sigue uso del pensamiento, «... deberíamos estar entonces -como es-
siendo el mal. Hemos tenido que dejar de identificarlo con la cribe Hannah Arendt- en condiciones de "exigir" su ejercicio
ignorancia, el pecado o la perversión, para acabar recono- a cualquier persona en su sano juicio, independientemente de
ciendo que hoy es simplemente la obra de los que olvidan la su grado de erudición o ignorancia, inteligencia o estupidez
actividad del pensamiento. Finalmente asociamos la capaci- que pudiera tener». E l que puede pensar debe hacer uso del
1

dad de distinguir el bien del mal con la capacidad de pensar y pensamiento. La naturaleza nos habilita casi siempre para lo
de hacer uso de ella. Es razonable, pues, que nos preguntemos primero y la cultura nos orienta generalmente hacia lo se-
en último término: ¿hay que exigir el ejercicio del pensa- gundo.
miento? Por ello, ante este deber para evitar ser un idiota moral
sólo podría haber dos excepciones. Una, improbable, que el
1. Ib., pp. 46-48, 56-57.
1. Arendt, H., La vida del espíritu, op. cit., 24.
2. Ib., p. 68.

140 141
mal decididamente no tenga nada que ver con el uso del pen- IX. E L MUNDO BANAL
samiento. Otra, más probable, que la sociedad ya no lo exija
porque se haya vuelto tan idiota como nosotros. Este sería el
mundo banal.

Solzhenitsin, en El primer círculo, describe a Shikin y Ste-


panov como dos representantes del mal banal que se apoderó
también del totalitarismo soviético. E l Estado, que debía aca-
bar con todos los mitos, se convirtió en el mayor y más trucu-
lento de los mitos, y el sueño del Hombre liberado acabó en la
pesadilla del hombre propiedad del nuevo Estado.
Pero la descripción de la banalidad que hace Solzhenitsin
del estalinismo, como la que había hecho Hannah Arendt del
nazismo, la anticipó León Tolstói al enjuiciar el mensaje re-
dentor del liberalismo abriéndose paso, a golpe de cañón, en
las estepas de su viejo país.
«Si quieres saber algo más de la banalidad del mal -me
dice, sin dudarlo, Xavier Rubert de Ventos-, vuelve a leer el
epílogo de Guerra y paz.» He comprobado, en efecto, que el
texto no se limita a exponer la particular visión de la historia
que tenía aquel gran narrador. Contiene, además, posible-
mente la primera reflexión sobre la banalidad que recorre los
hechos históricos, de la misma forma que una corriente de
aire puede hacer cambiar los movimientos de los que asisten a
una recepción sin que ellos se den cuenta del motivo.
Los protagonistas de la historia no actúan según un plan

142 143
racional, piensa Tolstói, pero tampoco llevados por la geniali- lo han visto así, sin embargo. Es sorprendente, en contraste,
dad o el azar. Todo funciona gracias a «pequeños aconteci- la admiración que Dostoievski sintió por él, hasta hacerlo pro-
mientos necesarios», y de este modo se explica la aparición y totipo de su héroe en Crimen y castigo (V, 4). Stendhal lo
el éxito de Napoleón, que sin la renuncia de toda una genera- comparó a César y Hegel al mismo «Espíritu del mundo a ca-
ción a la cultura de la paz no se habrían producido. «Este ballo». Casi todo el arte y el pensamiento del siglo XIX se rin-
hombre —escribe Tolstói— sin convicciones, sin principios, sin dieron ante él, desde un apolíneo David a un dionisíaco
tradición, sin nombre, que no era ni francés, por obra y gracia Nietzsche, lo que ya es decir.
de las circunstancias más extrañas avanza entre todos los par- Quizá si hubiera habido un Tolstói que narrara la cam-
tidos que trastornan a Francia y, sin atarse con ninguno, toma paña de Egipto, algunos habrían cambiado su opinión sobre el
el puesto predominante. La ignorancia de los compañeros, la militar corso. Pero allí no hubo otro cronista que el historia-
debilidad y la nulidad de los adversarios, el cinismo de la dor oficial que acompañaba al intrépido artillero. Ni hubo
mentira, la mediocridad seductora y presuntuosa de este hom- ningún escritor relevante que evocara después aquellos meses
bre le colocan a la cabeza del ejército.» de torpe acción bajo el sol, todavía más hiperbólica que la ab-
La aparición del artillero Buonaparte —más tarde, para di- surda expedición sobre la gélida Rusia. Así, por ejemplo, al
simular sus orígenes, «Bonaparte»— desmiente todas las ante- entrar en Moscú, la Grande Armée de 600.000 soldados era ya
riores teorías de la historia sobre el carácter elegido de sus ac- un reducido batallón de 10.000 hombres sin resuello. Nadie
tores. Sólo un tipo banal puede invadir Rusia sin justificación les dio la bienvenida que esperaban: «Ni siquiera una chica
alguna, después de haber pactado la paz con Alejandro I en un bonita», se lamentaba el genial cañoneador.
encuentro, por cierto, en el que ambos jefes hablaron entusias- De hecho Buonaparte no había, escarmentado en Rusia de
mados de Voltaire y del espíritu de la Ilustración. No obs- su anterior aventura de Egipto. Ni lo haría en adelante, ten-
tante, los actos de este tipo banal beneficiarán a todos y sus tando de nuevo a la suerte con la misma irreflexión. Lo cierto
motivos pronto adquirirán categoría de nobles razones. Sin és- es que la campaña napoleónica de Egipto merecería ocupar el
tas, la pregunta crucial de la historia nunca podría ser contes- primer capítulo tanto de una historia del surrealismo como
tada: ¿cómo tanta gente puede llegar a cometer o consentir del genocidio. ¿Qué pasó allí? Tras el saqueo de Suiza y de
crímenes tan comunes? Napoleón no es la causa del asedio de Italia (hasta el Papa fue deportado), el general Buonaparte
Moscú, en junio de 1812, sino la mentalidad que el militar re- concibe una nueva expedición colonialista sobre Oriente Me-
presenta. Por eso el fracaso de su campaña en Rusia muestra dio, no exenta de un vago romanticismo —al general le entu-
que bajo la máscara del genio individual se esconde, en reali- siasmó también el Werther de Goethe—, así como de una obli-
dad, el rostro de la idiotez colectiva que concibe un proyecto gada y cínica justificación por su carácter «libertador».
tan gigantesco como absurdo. Para la oposición monárquica, el Apoyado por el Directorio, que hizo con los jacobinos lo
artillero Emperador era intrínsecamente malo, un ser «inhu- mismo que les reprochaba, es decir, gobernar con la guillo-
mano». Para Tolstói, era un ser tan mediocre como los demás y tina, el general se lanzó, en 1798, a comunicar la buena nueva
sólo fue la circunstancia lo que le llevó tan alto. Muy pocos de la libertad a aquel pueblo desconocido, con un sólido argu-

144 145
mentó de 400 naves pertrechadas de soldados, cañones, libros comiendo.» E l diálogo tuvo lugar en una sala decorada con
de geografía e historia y aparatos de medición científica. Falló símbolos tan chocantes como un gorro frigio y una media
el pequeño detalle de los víveres, en número insuficiente, luna entrelazados, o unas tablas de los Derechos del Hombre y
pero no el ánimo del aventurero jefe, que al desembarcar, y al del Ciudadano sobre Coranes abiertos. Un grabado de la época
pie de la misma Esfinge que habían admirado antes Alejandro recogerá al propio Napoleón de un lado con sombrero militar
Magno, Julio César y el Gran Sultán, alentó a sus tropas di- y de otro con turbantes. Del anfitrión francés, como nuevo
ciéndoles: «¡Soldados, cuarenta siglos de historia os con- Macbeth hecho ahora de carne y hueso, podría decirse, pues,
templan!» lo que Conrad respecto de Nikita en Ante los ojos de Occi-
Buonaparte se comportó en Egipto como una mezcla de dente: que lo más perturbador al hablar con él «no fue su
Livingstone, Lawrence de Arabia y teniente Calley. Saqueó monstruosidad, sino su banalidad». Finalmente, en agosto de
Alejandría y E l Cairo, donde la cabeza de los rebeldes fue col- 1799 el Directorio reclamó su regreso a París. Al día siguiente
gada en señal de advertencia. Lo mismo hizo en Jaffa, pero de su marcha, el general Kléber, que permanece aún en
acompañándose de un exterminio metódico: hizo fusilar a Egipto, escribe una carta patética al gobierno francés - u n
3.000 soldados turcos que se rindieron bajo promesa de no ser texto que bien parece salir del mismo Conrad- en la que co-
pasados por las armas. E l poblado de Alcam fue quemado por munica que el estado material y moral de la tropa no puede
entero para vengar la muerte de unos asaltantes uniformados ser peor y da a entender bien a las claras que Buonaparte se
franceses. La rapiña no se hizo esperar sobre el tesoro de las ha comportado como un total irresponsable.
pirámides y de las mezquitas: el general se llevó a París el me- Buonaparte sólo fue un genio de la guerra relámpago y de
jor obelisco y los ejemplares más antiguos de El Corán, amén la meticulosidad en la táctica seguida. E n el resto era un per-
de cientos de esculturas que hoy dignifican el Louvre. Nadie sonaje vulgar, poco dado a las formas y a la intelectualización,
en Egipto se compenetró con él ni con su Liberación. Por eso y hasta carente de sentido del humor. No fue Federico de
Buonaparte se encierra cada vez más en sí mismo y se ocupa Prusia, como lo demuestran, mejor que nada, sus escritos de
cada vez menos de sus hombres. No tolera que los oficiales se juventud, convencionales y cursis. Es decir, la clave de su
acuesten tarde: «La noche se ha hecho para dormir», les re- éxito consistió en una mezcla de energía y de cuidado del de-
cuerda. Vive en el lujo, pero cuida las cuentas de su cocinero talle limitados estrictamente a su oficio militar, pero que en él
hasta el detalle enfermizo, hasta el punto de mandar devolver obedecía ante todo a la impronta de su personalidad. Siempre,
los pepinos agrios y hacer recuperar su importe. Cuando ha por ejemplo, come en diez minutos y sus encuentros con las
perdido prácticamente la noción de su presencia junto al Nilo, mujeres no duran mucho tiempo más, porque hay que volver
discursea ante la tropa sobre el éxito cultural de la campaña. pronto al trabajo. Esa inquietud constante de su persona le
Según Marcel, el historiador que le acompañaba, preguntó a provoca unas indigestiones que le llevarán a la muerte, un ca-
un jeque invitado: «En los dos meses que llevo con ustedes, rácter que no le permitirá establecer ninguna relación madura
¿qué les he enseñado que le parezca más útil?» E l nativo res- con amigos y amantes y, en último término, y lo que es más
pondió: «Lo más útil que nos ha enseñado, general..., es beber importante, una incapacidad para mantener los pactos políti-

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eos durante el tiempo requerido. «Mi amante es el poder», so- terrorismo salvaje, es decir, el rostro de la banalidad. Estas son
lía decir, pero tampoco ese amor supo cuidar. Su imperio fue sus palabras, inspiradas en el célebre retrato debido al barón
efímero porque algo le impedía detenerse a pensar, como en Antoine de Gros -se observa a un general enérgico pero de
cambio hace su alter Julien Sorel en El rojo y el negro: «¿He mirada fría y perdida entre tinieblas macbethianas-, cuadro
interpretado bien mi papel?» Su impulsividad le empujaba a lo que se conserva hoy en el Louvre, no muy lejos del botín de
alto, pero su falta de reflexión le hacía caer inmediatamente guerra egipcio:
en picado. E n realidad nunca pareció tener una idea clara de
lo que estaba haciendo. Fue el principal traidor de sí mismo. En él se ve a un jinete de origen indeterminado, un jinete
Pudo ser un genuino romántico corso y no lo fue; un carismá- extraño y misterioso con un fondo también misterioso,
tico primer cónsul de Francia y pronto se cansó; el genio mili- l'homme fatal, en contacto con fuerzas secretas, un predesti-
tar más veterano de Europa y no supo mantenerlo. Se lo impi- nado que surge de la nada, que actúa en concordancia con
dió su personalidad, la misma que le condujo brevemente a la leyes ocultas a las que toda la humanidad y en realidad la na-
gloria. Suya es la frase: «Uno nunca llega tan alto como turaleza entera están sujetas, el héroe exótico de las novelas
cuando no sabe hacia dónde se dirige.» Pero por su experien- barrocas de la época, nuevo, hipnótico, siniestro y profunda-
cia hubiera podido sostener también lo contrario y decir «tan mente inquietante (El fuste torcido de la humanidad, V).
bajo».
¿Era ésta la personalidad de un psicópata, de un idiota Poco importa decir que fue en su ideario un revoltillo de
moral? Lamartine describe al general, en su Historia de la Maquiavelo y Voltaire, o en sus obras una amalgama de Cha-
Restauración, como un hombre «grande por la acción, pe- teaubriand y del marqués de Sade. O importa lo justo para re-
queño por la idea, nulo por la virtud». No hay inconveniente tener que ante todo fue un valiente estratega de una induda-
en recordar que estos rasgos se hallan presentes en el historial ble, a la vez, impasibilidad moral. Sin estas características
médico de casi todos los psicópatas más o menos «producti- actuando al mismo tiempo no hubiera podido pasar de odiar
vos» para la sociedad que, en muchos aspectos, es tan pare- aún, en 1792, a los «ocupantes» franceses de su isla, a ser tras
cida a ellos. Si además añadimos los rasgos de minuciosidad el 18 de Brumario, sólo siete años más tarde, el amo indiscuti-
casi obsesiva, y de una reiterada apatía moral que le lleva a ble de Francia. La trayectoria posterior muestra, sin embargo,
cambiar de la noche a la mañana de apellido, de causa nacio- que todos los motivos de su corazón no los debió de sentir de-
nal, de ideal heroico, de libro de cabecera, de ideología, de masiado como propios y casi con seguridad se puede decir que
aliados y de amantes, en un frenético avance zigzagueante en- le dejaban indiferente. Ante la frustrada invasión de Inglaterra
tre todos los bandos contendientes, tendríamos en el subte- afirma, convencido: «Les habríamos ofrecido como credencia-
niente Emperador el retrato perfecto del psicópata con res- les las palabras mágicas de "libertad" e "igualdad".» ¿Qué clase
ponsabilidades históricas. Nada sospechoso, al revés que de compromiso personal le unía a ellas? E l mismo, segura-
Lamartine, de partidismo, el liberal Isaiah Berlin ha visto en mente, que le unirá a su ejército, cuando lo abandona de
el rostro de Buonaparte poco menos que la flor perfecta del pronto en la nieve de Rusia para no perder la oportunidad de

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formar un nuevo gobierno en París, ante los insistentes rumo- apoya es tan insensible como él. Los nuevos ricos del Fau-
res de su muerte en Moscú. «Fue tan grande como un hombre bourg Saint-Germain o del Saint-Honoré le agradecen su bri-
sin moralidad puede llegar a serlo», escribió de él Tocqueville. llante combinación de estatismo y capitalismo en las directri-
La pregunta sobre la apatía moral de Buonaparte no es ces del gobierno. Asimismo, la pequeña burguesía y el
irrelevante, como podría parecer hoy. Para empezar, el gene- campesinado le dan su voto en las urnas, mediante el cual, he-
ral ha tenido y tiene muchos imitadores entre los aspirantes a cho que no hay que olvidar, es nombrado Cónsul Vitalicio y
emperador, a presidente de sociedades y a oficial artillero, a poco después, en nueva consulta, nada menos que Empera-
los que es preciso desenmascarar y mostrar su banalidad. Pero dor. Hasta el Papa se presta a coronarlo jefe del «Imperio de
sobre todo no es ociosa porque inmediatamente nos lleva a la las Galias» bajo el techo de Notre-Dame y al son del Domine,
pregunta sobre la banalidad del mundo que hace posible tan- salvum fac Imperatorem. Unos y otros, pueblo y burguesía, le
tos napoleones, particularmente en la vida pública: espadas de agradecen, en fin, este apaño ideológico del autonomismo en
Occidente, grandes Timoneles, osos del Desierto y demás es- tranquilizadora armonía con el autoritarismo. Al fin y al cabo
peranzas blancas comprimidas en mediocres sujetos. ya les dijo su héroe: «Una revolución es una opinión más algu-
E l soldado antifrancés llegó a emperador de Francia por nas bayonetas.» La conquista de la tierra debe estar presidida
haber sido útil a Francia, pero también por ser muy parecido a por una idea que la redima, por mediocre que sea esta idea.
los franceses que se interesaron por él. Buonaparte representó Buonaparte fue el puño y la idea que se necesitaba. No fue
la coartada ideológica y la fuerza gubernativa necesaria para un mutante ideológico ni militar. Fue el tipo de soldado te-
extender el orden público, las ganancias de la burguesía capi- merario y de vulgar pensador que una fuerza previa y una
talista y la seguridad del empleo y las rentas de la tierra entre ideología preexistente solicitaban. Si un artillero se transformó
la mano de obra francesa. Todos están con él porque protege en cinco años en dictador, y en cinco años más en emperador,
las ventajas del Antiguo Régimen sin tropezar en sus inconve- fue por una estricta transacción entre una sociedad banal y un
nientes: el aristócrata se siente poderoso, el burgués ennoble- individuo banal. Sustituyase aquí el nombre de Buonaparte
cido y el campesino emancipado. Sobre esta firme base, la por el de Talleyrand, después, y así sucesivamente por el de
transformación del culto a la república en el culto al Empera- otros grandes apáticos morales, y nos formaremos una idea del
dor, y del sacrificio por la patria en el sacrificio por el Honor, mundo banal en cada una de sus etapas.
mas todo ello en nombre de la república y de la patria, será fi- E l capote del subteniente Buonaparte recubre hoy el pla-
nalmente, sin lugar a dudas, el mejor Austerlitz del estratega neta Tierra. Nunca el pensamiento fue menos una actividad y
Napoleón. la actividad menos un pensamiento. La irrelevancia del pen-
Mientras tanto es verdad que tras cada una de sus batallas sar ha extendido por todos los continentes el Imperio de las
morirán más franceses que en los tres años de Terror jacobino. Galias. La campaña de Egipto marcha hacia las galaxias des-
Pero Francia no se lo reprocha, porque después de cada victo- pués de haber alcanzado gran parte de sus objetivos en la cor-
ria se reembolsarán las pérdidas de la derrota anterior, se re- teza terrestre y en la corteza cerebral de muchos de sus pobla-
novará la causa del honor, y acaso porque la sociedad que lo dores. E l mundo se ha hecho banal.

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E l mundo es banal, pero no todo en el mundo lo es. Ni cualquier modo aprehender y hasta suele devenir, por ello
todo lo que en el mundo es banal lo es en el mismo grado y mismo, una nueva especie de bien. Pero el segundo, en
modo. Sería un gesto más de banalidad decir que el mundo es cuanto ausencia de pensamiento, sólo puede ser descubierto
totalmente banal. Lo mismo que decir que no lo es de nin- por el uso del propio pensamiento. Ciertamente, en esta difi-
guna forma. Por lo menos el exterminio metódico, la obra del cultad para ser cogido por los ojos estriba toda la fuerza del
genocida autorizado o del psicópata solitario, nos indican que mal banal.
hay algo banal en el mundo que es totalmente banal, pues es No obstante, es también verdad que en las situaciones lí-
aquí donde más y mejor se adivina la ausencia de pensa- mite, en las que la mayoría de la gente es irreflexiva, el re-
miento. chazo por parte de aquellos que piensan se hace tan evidente,
Hay otros fenómenos que expresan la misma banalidad
que el pensar, para decirlo con Hannah Arendt, se convierte
pero de forma menos terrorista. Quiero decir que en ellos la
en una especie de acción y pasa a tener finalmente una rele-
muerte tarda más en llegar, o ésta nos sugiere, en todo caso, y
vancia política.
engañosamente, que no se ha producido por causa de la bana-
lidad. Sería igualmente banal ofrecer ahora una lista de ejem-
plos en los que el comercio del mundo, la gobernación de los
cuerpos y el entretenimiento de las almas arroja señales de ba-
nalidad en sus ejecutores, cooperantes y cómplices pasivos.
No pretendo aumentar la fenomenología de la banalidad
más de lo que ya he hecho a propósito del crimen a sangre
fría y del asesinato de masas. E l idiota moral tiene múltiples
maneras de presentarse. Pues basta que hallemos una acción
grande o pequeña en sus efectos, solemne o plebeya en sus
principios, pero exenta pese a todo de reflexión y de escrúpu-
los, para que obtengamos un ejemplo cualquiera de la actual
ausencia de pensamiento. Debo contenerme para no escribir
todos los que se me ocurren.
A pesar de todo, el gabán del brigadier Buonaparte no cu-
bre totalmente el mundo. Desde su rincón, las gentes que
piensan pueden ver aún la luz del sol por entre las aberturas
del gabán. Siempre la verán si no dejan de pensar, es decir, de
distinguir entre el bien y el mal, y particularmente entre el
mal deliberado y el mal banal.
E l primero, en cuanto obedece a unos motivos, se deja de

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Tradicionalmente se ha llamado «idiota» al que tiene mermada
su capacidad mental. El idiota moral es, en cambio, el que muestra
una incapacidad para distinguir entre el bien y el mal. La mayoría
de estos seres son inteligentes.
En El idiota moral, obra finalista del XXI Premio Anagrama
de Ensayo, se hace recaer en este sorprendente tipo de
personalidad la peor tragedia del siglo XX: el exterminio metódico.
El libro describe con minuciosidad dos figuras hasta ese momento
prácticamente desconocidas: el genocida y el psicópata, asesinos
a sangre fría con sólo una diferencia de escala.
Para Norbert Bilbeny, el fondo común de ambos exterminadores
es su apatía moral, un fenómeno que hunde su raíz en una
incapacidad del sujeto para pensar, aunque posea un buen
coeficiente intelectual.
El idiota moral describe y analiza la inquietante realidad de la
apatía que recorre nuestro tiempo.
Norbert Bilbeny (Barcelona, 1953) es, desde 1980, profesor de
Etica en la Universidad de Barcelona. Ha publicado estudios sobre
el pensamiento catalán contemporáneo, que han recibido varios
galardones, y obras de filosofía moral. Entre estas últimas: L'ombra
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