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LA LITURGIA EN LAS REGLAS MONÁSTICAS LATINAS ANTERIORES A LA REGLA DE SAN BENITO (S. IV-VI) - ENRIQUE CONTRERAS, OSB

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ENRIQUE CONTRERAS, OSB

LA LITURGIA EN LAS REGLAS MONÁSTICAS LATINAS ANTERIORES A LA


REGLA DE SAN BENITO (s. IV-VI)

Los últimos años han visto florecer numerosos trabajos en torno a las reglas monásticas de
los siglos IV-VI, sobre todo de aquellas surgidas en el occidente latino. Ha sido una larga y
meticulosa tarea de localización geográfica, de ubicación en el tiempo, de estudio de contenidos
y de publicación de textos más seguros y confiables. Toda esta labor de análisis permite ahora
tener una visión bastante clara del entorno en el cual se inserta la RB. Resta continuar este
camino aportando visiones de conjunto que pongan de relieve los temas centrales que dominan
estos textos y su repercusión en la vida monástica de aquellos y estos tiempos. Es en esta línea
que se pretende colocar el presente artículo. Se trata, pues, de aprovechar lo mucho que se ha
hecho, y se sigue haciendo, en el campo del análisis, para intentar una visión de conjunto de la
liturgia en las reglas monásticas anteriores a la RB.

Conviene precisar dos términos tan vastos como liturgia y regla, aunque sólo sea de modo
sumario. Luego, se intentará presentar el cuadro litúrgico que ofrecen las reglas latinas
anteriores a la RB. Al decir latinas, entendemos también las Reglas de Pacomio y Basilio, las
que muy pronto fueron traducidas al latín y tuvieron una notable influencia en el monacato
occidental. Asimismo, al hablar de anteriores, a la RB, no limitamos el marco cronológico a las
estrictamente precedentes en el tiempo, sino que ante todo nos referimos a un contexto: el que
puede ayudar a comprender mejor el espíritu y la letra de la RB, es decir el período de tiempo
que va desde fines del siglo IV hasta mediados del VI.

Dejamos a un lado las discusiones sobre posibles dependencias e interdependencias como así
también la cuestión de la cronología y carácter específico (terminología, formas de vida
monástica diversas, tipos de comunidades, etc.) de cada regla. Una bibliografía, que incluimos
al final del artículo, permitirá aproximarse a esta importante problemática; al igual que la
mención ordenada, que allí hacemos, de las ediciones que hemos utilizado permitirán un
contacto ciertamente provechoso con las reglas estudiadas.

I. LITURGIA 1

Etimológicamente el vocablo liturgia significa: servicio público. Los LXX traducen con
liturgia los términos hebreos charat y ‘avodah, que indican el servicio del culto y sus ministros,
pero no de modo excluyente.

Muy pronto liturgia señala principalmente la celebración eucarística, y se habla también de


divina liturgia. De donde se pasará a decir que liturgia son los actos de culto organizados bajo la
responsabilidad de la autoridad eclesiástica y reglamentados por ella en cuanto actos públicos de
la Iglesia. Para, ya en nuestros días, encontrarnos con la siguiente afirmación del Concilio
Vaticano II:

Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo.
En ella, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación
del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir la Cabeza y sus miembros,
ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra
de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia,
cuya eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de
la Iglesia 2 .

El Concilio también sostiene que por medio de la liturgia “se ejerce la obra de nuestra
redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, y contribuye en grado sumo a que
los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza
auténtica de la verdadera Iglesia” 3 .

Es, por tanto, característico de la liturgia cristiana el que sea de carácter público y
comprometiendo a toda la comunidad, no sólo a los ministros del culto. Además por ser
sacramental es signo sensible en el que se simboliza y se realiza el misterio de la salvación: el
retorno a Dios, en forma de sacrificio, de toda la creación. Toda liturgia es, pues, pascual.
Dos actos se presentan desde el principio de la vida de la Iglesia como constitutivos de la
liturgia cristiana: el bautismo y la cena del Señor Jesús. Junto a ellos (s. II-III) rápidamente se
desarrollan los formularios y directivas eclesiales para los rituales de ordenación de obispos,
presbíteros y diáconos; como así también las formas de bendición y las indicaciones para la
oración.

En el siglo IV surge como novedad el servicio de salmodia y oración que se desarrollará


sobre todo en los ambientes monásticos, en los cuales constituirá la liturgia de las horas:
alabanza y meditación, completadas con lecturas bíblicas, con composiciones poéticas y con
lecturas patrísticas, elementos todos que enriquecían la antigua salmodia. Estamos frente al
desarrollo de la enseñanza de los mismos Padres de la Iglesia, quienes enseñaban que debe
haber una unidad entre acto de culto y vida cristiana; y si la liturgia es acto de culto y norma de
vida, la oración debe traducirse en obras y en la participación en la cena del Señor: comunión
con Cristo y con los hermanos.

El monacato no creó un nuevo modo de orar ni nuevos horarios. Ya en el siglo III, Cipriano
de Cartago recordaba a sus fieles que la oración de las horas es deber de todo cristiano. Sin
embargo, los monjes reforzaron y organizaron los elementos tradicionales. Inspirados en el
ritmo solar (día-noche) y humano (trabajo-reposo), experimentaron esta forma de orar y la
convirtieron en norma a través de su propia experiencia. Se desarrollará así una celebración
litúrgica que implica toda una teología del tiempo cósmico, del tiempo de los hombres y del
tiempo de salvación: misterio pascual; misterio trinitario.

Los monjes organizan su oficio diario según un ritmo de vida y una función eclesial
específica: orar ininterrumpidamente. Y para esa oración, que aspira a no conocer pausas, la
Sagrada Escritura es esencial: establece el diálogo entre Dios y el hombre.

En la liturgia se celebra lo que se cree, y lo que se celebra pasa después a la fe vivida. Este
factor ortodoxia influyó fuertemente en la voluntad de fijar los distintos elementos de la liturgia,
poniendo fin a la improvisación eucológica en nombre del “fijismo” de las fórmulas. Los
monjes, por su parte, condividían la fe eucarística de la comunidad eclesial de su tiempo.

La liturgia cristiana es servicio público de toda la comunidad y como tal signo sensible del
retorno a Dios: es la celebración de la Pascua de Cristo. Se expresa sobre todo en el bautismo y
en la celebración eucarística. Y también en el servicio de la salmodia y oración, que apunta a
santificar el tiempo de los hombres en el contexto de una teología del tiempo de salvación. Es
celebración de lo que se cree; es diálogo con Dios, que aspira a ser permanente, y en el cual
tiene un sitio de privilegio la palabra de Dios, la Sagrada Escritura.

II. REGLA MONÁSTICA 4

A partir de Jerónimo y Rufino, traductores de las Reglas de Pacomio y de Basilio


respectivamente, y de modo particular en la Regla de los Cuatro Padres y Casiano, regla
empieza a utilizarse para designar el conjunto unificado de los principios y observancias
monásticas. Con Rufino de Aquileya el vocablo regla empieza a tener un monopolio casi total
para indicar un texto monástico que presente cierto carácter normativo. Se deja de hablar de
reglas, como lo hacía Jerónimo, para decir: la regla. Con Gregorio el Grande regula
monachorum deviene sinónimo, en el latín medieval y también en las lenguas modernas, de
legislación monástica escrita.

El fin de la regla monástica es adaptar a las condiciones concretas de una determinada


comunidad de monjes las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de los santos Padres. Y un
legislador monástico no intenta hacer una obra personal, sino que busca presentar lo nuevo y lo
viejo que ofrece la palabra de Dios, según las necesidades de sus monjes.

Para una comunidad monástica la regla constituye el ámbito de una cohesión espiritual, lo
suficientemente amplio como para permitir diversas experiencias en el aspecto propiamente
religioso, mientras que permanece en un segundo plano el apostolado. Regla es, pues, ante todo,
una forma o modo de vida.

III. LAS TRES REGLAS “MADRES” 5

Presentamos bajo esta denominación las Reglas que tuvieron una influencia determinante en
todas las demás que surgieron después de ellas en el occidente latino. En realidad no son sólo
tres sino cuatro, pues bajo la denominación de Regula Augustini incluímos una obra de propia
mano del santo de Hipona: Praeceptum, y otra que seguramente no le pertenece directamente: el
Ordo monasterii. En este trabajo sólo nos interesa la versión latina de las Reglas de Pacomio y
Basilio, ya que fueron estas traducciones las que conocieron y utilizaron los legisladores
monásticos de occidente.

1. Regula Pachomii (= R Pac) 6

La versión latina es la más importante de las traducciones existentes de la Regla de san


Pacomio. Fue realizada por Jerónimo el año 404, y comprende cuatro grupos de preceptos:
Praecepta (= Pr); Praecepta et Instituto (= Inst); Praecepta atque ludida (= Iud); y Praecepta
ac Leges (= Leg). Para los problemas que plantean estos textos y la discusión que se ha
suscitado en los últimos años, remitimos a la bibliografía al final del artículo. Ahora nos vamos
a limitar a la presentación de los datos sobre la liturgia que hallamos en la Regla y en el
Prefacio de Jerónimo (= Praef).

Para Pascua todos los monjes se reúnen en torno al “jefe” de la congregación de los
monasterios pacomianos, para celebrar juntos la fiesta de la Pasión del Señor (Praef 7). En este
tiempo no se ayuna, es decir en el período que va de Pascua a Pentecostés (Praef 5). El
domingo, prolongación del gozo pascual, día del Señor, es particularmente celebrado (ver Pr 15
y 16), es el día en que se lavan las túnicas (Pr 67), y el prepósito, el superior de una casa, no
debe estar triste en la fiesta del Señor que salva (Inst 18). En la misma línea debe ubicarse el
precepto que ordena observar las solemnidades practicando los ayunos y oraciones
correspondientes (Inst: introducción).

Quien llega al monasterio sin haber recibido el bautismo (Pr 1); deberá ser catequizado.
Después se le enseñará, si se lo ve apto, la disciplina de la vida monástica, se le dará el hábito y
se lo introducirá, durante la oración, en la asamblea de todos los hermanos (Pr 49). El orden es:
primero instrucción en la fe y luego aprendizaje de la observancia monástica, para finalmente
profundizar el conocimiento de la Sagrada Escritura: tendrá que aprender el Padrenuestro y los
Salmos que pueda, pero que sean por lo menos veinte salmos, además de dos cartas del Apóstol
o una parte de otro libro de la Escritura (Pr 139).

La santa comunión se recibe en la iglesia (Praef 3), y nadie puede salir sin permiso del
superior de la synaxis en la que se presenta la oblación (Pr 18); como también se recuerda que
es precisamente el domingo el día en que se presenta la ofrenda (Pr 15 y 16).

Al tema de la celebración eucarística va ligado el de la remisión de los pecados. Los monjes


pacomianos, en el mes de agosto, siguiendo el ejemplo de la remisión del año jubilar bíblico
(ver Lv 25), tienen días en que a todos les son perdonados los pecados, y en los que se
reconcilian los que han tenido cualquier altercado (Praef 8). Compete al jefe de cada casa, o a
su segundo, obligar a la penitencia por los pecados particulares, en la asamblea de la casa o en
la gran asamblea, es decir la que celebran todos los hermanos (Leg 5).

Sobre la salmodia se nos dice que quien entró primero al monasterio tiene el primer lugar
para salmodiar (Praef 3, lo mismo que para sentarse, caminar, comer y recibir la comunión en la
iglesia). Que apenas oída la señal para la reunión o synaxis 7 todos deben concurrir hacia la
puerta de la iglesia (Pr 3; ver Leg 2). Y de noche, al oír la señal, nadie debe permanecer junto al
fuego (Pr 5). En la oración se ordena realizar algún trabajo manual, excepto el caso de los
enfermos (Pr 5). La oración se concluye cuando el que viene primero en dignidad da la señal
golpeando las manos (Pr 6). En el transcurso de la salmodia nadie deberá hablar o reírse, quien
lo haga se pondrá delante del altar en señal de penitencia (Pr 8). Tampoco a ninguno le está
permitido salir mientras los hermanos están orando, sin orden de los ancianos (Pr 11). Los
ancianos, por su parte, deben ser cuidadosos para evitar equivocaciones cuando leen el salterio
(Pr 17). A los que llegan al monasterio se les debe enseñar aquello que hay que cumplir en la
synaxis de los hermanos (Pr 49). Y es en el transcurso de la synaxis que el portero llevará al
nuevo hermano a la presencia de todos (Pr 49). Los huéspedes pueden participar en la oración
junto con los hermanos si lo consiente el padre del monasterio, y siempre que pertenezcan a la
misma fe y sean monjes o clérigos (Pr 51, ver Pr 52). Nadie deberá buscar pretextos, para no ir
a la synaxis, la salmodia o la oración (Pr 141). Estando fuera del monasterio no se dejará pasar
el tiempo de la oración y la salmodia (Pr 142).

En cuanto al número de veces que los hermanos se reunirán para orar encontramos las
siguientes indicaciones: los monjes se levantarán durante la noche para la oración (Pr 5).
También se reunirán durante el día para orar (Pr 9). Habrá una oración de la mañana, que
precede el inicio de las tareas en el monasterio (Pr 19 y 24); y una oración de la tarde que se
hará en cada casa (Pr 121; Inst 14 y Leg 10), y tendrá lugar antes que los hermanos se retiren
para el reposo nocturno (Pr 126). Se menciona una collecta meridiana, que precede el momento
en que los hermanos toman el alimento al medodía (Pr 23).

La estructura de las horas antes mencionadas sería la siguiente 8 : suena la señal y todos van
meditando un pasaje de la Sagrada Escritura hasta la puerta de la iglesia (Pr 3); cada monje
tiene un lugar fijo, que corresponde al orden de entrada en el monasterio (ver Pr 4); durante la
synaxis cada hermano por turno, es decir por orden de antigüedad, deberá recitar un pasaje de la
Sagrada Escritura (Pr 6 y 13), se entiende que no todos los hermanos el mismo día. Terminado
de leer el texto bíblico se da una señal, y todos se ponen de pie para la oración (Pr 6). Es muy
probable que en este momento los monjes recitaran, en silencio, el Padrenuestro (ver Pr 49). Pr
9;10;121 y 126; Inst 14 y Leg 10, hablan de oraciones, señalando que el oficio de la tarde consta
de seis oraciones y de salmos (Pr 121 y 126). También se dice que es esta una oración en que
los hermanos no encuentran pena ni disgusto (Leg 10). Por el contrario, es poco lo que se
especifica sobre el oficio de la mañana (¿o de la noche?), excepto que los hermanos trabajan en
su transcurso, mientras escuchan las lecturas bíblicas (Pr 5) y que sobre su modelo se realiza la
oración de la tarde (Inst 14), por lo que debían tener idéntica estructura variando solamente el
lugar de la celebración.
La Regla de Pacomio da pocas indicaciones precisas sobre la estructura del oficio divino. De
lo que se ha presentado puede deducirse que había una oración matutina y otra vespertina. La
primera era una reunión de todos los monjes del monasterio en la iglesia (Pr 3), la vespertina se
realizaba en cada casa (Inst 14), y ambas tenían idéntica estructura, con la aclaración expresa
que por la mañana se trabajaba. Es probable que en la oración matutina, y este término debe
tomarse en sentido amplio, se recitaran seis lecturas, tarea para la que se designaban lectores
semanales (Pr 13), o incluso seis grupos de seis lecturas cada uno (ver Pr 125) 9 , interrumpidas
por momentos de oración silenciosa, durante los cuales, entre otras oraciones, los monjes
recitaban el Padrenuestro. Durante las lecturas permanecían sentados realizando algún trabajo
manual, y se ponían de pie para las oraciones. La oración vespertina estaría, en cambio,
compuesta por salmos y oraciones, lo que hacía que fuese más breve y fácil de celebrar (Inst. 14
y Leg 10). No hay indicios ciertos en favor de otras reuniones de oración, pero no se puede
descartar tal posibilidad con el solo recurso a la Regla de san Pacomio en su versión latina.

Los domingos el oficio sería diferente. Como ese día se celebraba la eucaristía había
salmodia, es decir se cantaban salmos, para lo cual se prescribe que los hermanos de la casa que
eran semaneros para la lectura de todos los días respondan al solista: “In die dominica vel
oblationis tempore nullus deerit de ebdomadariis, sedens in loco embrimii psallentique
respondens, ex una dumtaxat domo quae in maiori servit ebdomadae...” (Pr 15). Además se
aclara que sólo pueden ser solistas los jefes de cada casa o los ancianos del monasterio (Pr 16).
Incluso se quita el término fijado para llegar tarde al oficio (Pr 17). Por lo que es posible pensar
que la celebración de la eucaristía iba unida a la oración matutina (ver Pr 16 y 18). En las
grandes solemnidades se debía seguir un esquema semejante al dominical (Inst: introducción).

Tampoco faltan en la Regla de Pacomio alusiones a la importancia de la dignidad del lugar, y


del modo en que debe celebrarse la liturgia. Los monjes deberán cuidar, al entrar en la iglesia,
de no pisar el trabajo que se ha dispuesto para realizar durante la oración matutina (Pr 4). Cada
monje debe tener un lugar fijo (Pr 4). La iglesia debe limpiarse una vez por semana (Pr 27).
Que se tenga especial cuidado en la puntualidad (Pr 9, 10 y 21), y del silencio y buen orden
durante la synaxis (Pr 8, 11, 18 y 121). El lugar de oración es donde los hermanos exponen, a la
entrada, los objetos extraviados (Pr 132); donde se hace penitencia por las faltas cometidas (Pr
135); donde son presentados ante la comunidad los hermanos que se incorporan (Pr 49). Para
asegurar la digna celebración de la liturgia se establecen los hebdomadarios (Praef 2), que
tienen la función de recitar pasajes de la Sagrada Escritura en la asamblea de todos los
hermanos (Pr 13). Deben evitarse los olvidos y vacilaciones en ese servicio (Pr 14). Los
hebdomadarios no pueden estar ausentes el domingo, para que cuando se hace la oblación
ocupen el lugar del cantor y respondan al que salmodia (Pr 15). También están los ministros de
la iglesia encargados de congregar a los hermanos para la oración (Inst 1) y llevar los códices
(Inst 2). Apuntando también a la dignidad de la celebración litúrgica son dispensados del oficio
los que vienen del calor exterior, y llegan cuando los hermanos están celebrando la oración (Leg
11). La Regla de san Pacomio prevé asimismo una vestidura y una postura digna en la oración
comunitaria (ver Pr 2, 61,91 y 102).

Fe y liturgia están unidas indisolublemente y así lo expresa la Regla de san Pacomio:


“Cuando llegan personas a la puerta del monasterio, si son clérigos o monjes, sean recibidos con
mayor honor. Láveseles los pies, según el precepto del evangelio, acompáñenlos a la hospedería
y denles todo lo que usan habitualmente los monjes. Si después, en el tiempo de la oración y de
la reunión, quisieran ir a la asamblea de los hermanos y fuesen de la misma fe, que el encargado
de la hospedería lo anuncie al padre del monasterio y así sean acompañados a orar” (Pr 51).

Toda la liturgia de los monasterios pacomianos, por lo que la Regla nos permite conocer, se
expresa a través de la Sagrada Escritura. El monje llega a la synaxis meditando algún pasaje de
ella (Pr 3). La oración se compone de textos bíblicos: Salmos, Pater noster, Evangelios, cartas
del Apóstol. Esto es lo que debe aprender todo el que llega al monasterio (Pr 49 y 139). Nadie
en el monasterio puede quedar sin aprender a leer y retener en su memoria algo de las
Escrituras, como mínimo el NT y el Salterio (ver Pr 140). Al salir de la reunión de oración los
monjes deben meditar algún pasaje de la Sagrada Escritura (Pr 28). También durante el trabajo
manual deberán “rumiar” la Sagrada Escritura y, en algunos casos, cantarán salmos y pasajes
bíblicos mientras trabajan (ver Pr 116). Toda la jornada del monje está alimentada por la
presencia de la Palabra de Dios.

La Regla de Pacomio manifiesta una firme convicción de que la vida del cristiano no termina
en este mundo. Por eso da algunas indicaciones relacionadas con los hermanos que dejan la
morada terrestre. En primer lugar, para evitar la confusión, que puede brotar del dolor, se dice
que no se debe salmodiar (= cantar salmos) sin orden, sino que habrá un orden, el cual no se
especifica, y no se agregarán salmos sin permiso del superior (Pr 127). Todos tienen que
responder al que salmodia (Pr 127). Se trata, pues, de salmos cantados por un solista y a los que
responde toda la comunidad con una antífona apropiada. Nótese la asimilación de este oficio de
difuntos al de los domingos y solemnidades: la muerte es tránsito hacia la Vida, es celebración
pascual. Durante el entierro también se salmodiará: lo hará un solista, y todos los monjes
deberán responderle, en idéntico tono (Pr 128).

La Regla de Pacomio leída sin referencia a las demás fuentes pacomianas (Vidas,
Reglamento de Orsisio, Catequesis, etc.), nos ofrece una visión parcial e incompleta de la
liturgia en los monasterios de Pacomio. Sin embargo, los lectores de la versión latina de
Jerónimo es justamente esa la visión que habrán tenido. Por eso no es ociosa la presentación que
hemos intentado. Todo lo contrario, aún dentro de una cierta falta de orden, no es menos
evidente que en la Regla de Pacomio hallamos los elementos fundamentales de la liturgia
monástica, aunque sólo sea de modo sumario o en trazos harto sintéticos. Ellos son: celebración
pascual; bautismo y eucaristía; oficio divino, o mejor: synaxis, asamblea, reunión de oración: fe-
liturgia y Sagrada Escritura-liturgia-vida monástica y, por último, esperanza en la otra vida. De
estos “elementos” el que más preocupa a la Regla es la celebración de la oración comunitaria: la
santificación del tiempo. Es el aspecto que más se intenta clarificar y ordenar. No se formula un
ordo para la celebración del oficio divino, pero en varios preceptos se puede notar que tal
ordenamiento debía existir (ver Pr 9, 10; Inst 14). En la organización de esa oración comunitaria
la Regla es innovadora, en tanto y en cuanto se busca ordenar una oración con una forma que se
adapte a un grupo de hombres que ha hecho una opción por una determinada y peculiar forma
de vida (ver Inst: Prólogo). Mientras que para el resto de las acciones litúrgicas se sigue lo
establecido por la Iglesia, es el caso de: la eucaristía, el bautismo, la penitencia y las exequias
(?).

2. Regula Basilii (= RBas)

La primera edición de la Regla de Basilio de Cesárea se conserva sólo en latín y en siríaco.


Se trata de un texto bastante diferente del que hoy podemos leer en griego. La traducción latina
es obra de Rufino, realizada hacia el año 397. Fue esta versión la que conocieron y utilizaron los
legisladores occidentales 11 .

Para mayor precisión no debería hablarse de una Regla, sino de coloquios entre san Basilio y
los monjes de las comunidades ascéticas que él visitaba. La denominación, pues, de cuestiones
ascéticas es más exacta. Rufino, por su parte, no habla de Regula sino de Instituto, mientras que
es aquella la expresión que hallamos en la RB (cap. 73,5).

Pocas son las referencias a la liturgia que hallamos en la RBas, Se hace notar, en primer
lugar, la disposición con que se debe recibir el sacramento de la eucaristía el temor con que hay
que acercarse a recibir la gracia del cuerpo y sangre de Cristo. Temor al que debe unirse la fe y
el afecto, es decir la caridad, según lo que enseña el Apóstol en 2 Corintios 5,14 (RBas 134).

También se hace alguna referencia al sacramento de la reconciliación, más exactamente: a la


confesión de actos torpes u obscenos. Basilio recomienda que tal confesión no se haga a
cualquier persona, sino a un médico, es decir a aquel que pueda curar y corregir (ver Ga 6,1),
pueda quitar y echar fuera la enfermedad con un tratamiento adecuado (RBas 200).

De la oración comunitaria se dice que debe ser realizada con una doble disposición: atención
y arte. Atención para no caer en distracciones, para lo que hay que sentirse delante de la mirada
del Señor, no moviendo los ojos del corazón, sino permaneciendo atento ante Aquel que escruta
las profundidades del corazón (RBas 110). Arte que debe ponerse en la ejecución del canto:
“Cantad con arte” (Sal 46,8). Se debe poner toda el alma en cada palabra de los salmos, del
mismo modo que el gusto está atento en la búsqueda del sabor del alimento (RBas 110).

A estas dos consideraciones de carácter más bien subjetivo, se agregan otras que versan
mayormente sobre el aspecto formal de la oración: consideración que se debe al hermano que
despierta a los otros para la oración (RBas 75); posibilidad de cumplir con la obligación de la
oración en el lugar que se encuentre, si es que se está ocupado en algún trabajo y resulta
imposible estar presente junto a la comunidad, pero buscando siempre que cada hermano
cumpla con su trabajo el tiempo debido para poder participar en la oración comunitaria (RBas
107); importancia del silencio durante la celebración de la oración comunitaria (RBas 137).

La RBas elogia el valor de las vigilias realizadas con el fin de glorificar a Dios (RBas 75).
Mas nada dice del número de horas a celebrar en la comunidad. Por el contrario, sí distingue
entre salmodia y oración (RBas 107 y 137). Por lo que es posible suponer que los salmos eran
cantados con alternancia de tiempos dedicados a la oración silenciosa. En tales tiempos, como
sucedía en los monasterios pacomianos, el Pater noster tenía un lugar de privilegio, lo mismo
que en la celebración del entero oficio divino. Así parecen confirmarlo las referencias a: la
petición, como lo enseña el Señor, del pan sustancial (ver Mt 6,11); hay que pedir a Dios el pan
sustancial, el que cada día da fuerza a nuestra sustancia, no teniendo la presunción de obtenerlo
por nuestras propias fuerzas, sino que baste a nuestras necesidades. Agradeciendo al que nos da
la posibilidad de vivir (RBas 174). Y a la orden que dio el Señor de orar para no caer en la
tentación, y si hemos caído debemos orar para levantarnos; y debemos orar asimismo para poder
soportar la tentación (RBas 179).

La parquedad de la RBas en materia litúrgica no es un obstáculo para que hallemos en ella


algunos elementos centrales de la liturgia monástica: eucaristía y confesión; vigilias y oración
comunitaria; importancia del silencio exterior e interior durante la celebración de la oración
comunitaria; arte que se debe poner en el canto de los salmos; importancia del Pater noster en
el día del monje.

3. Regula Augustini

Bajo esta denominación analizaremos dos reglas. Una que es obra del santo de Hipona: la
Regula ad Servas Dei o Praeceptum (= Praec) 12 , escrita por Agustín entre los años 391-397.
Otra: el Ordo Monasterii (= OM) 13 , que con toda probabilidad fue compuesta por Alipio entre
los años 394-397 (?), y que seguramente en algún momento pasó por las manos de Agustín, y
por eso se justifica analizarla con la Regula ad Servas Dei 14 .

a) Praeceptum

En esta regla hallamos algunas indicaciones sobre la actitud en la oración. Ellas son:
perseverancia (Praec 2,1); oración personal, fuera de los tiempos establecidos para toda la
comunidad (Praec 2,2); meditación en el corazón de aquello que sale de los labios (Praec 2,3).

A estas indicaciones de carácter más bien subjetivo se suman otras que bien pueden
considerarse formales: respetar las horas y tiempos establecidos (horis et temporibus constitutis,
Praec 2,1); en el oratorio no se debe hacer sino aquello para lo cual fue construido ese lugar (in
oratorio nemo ali-quid agat nisi ad quod est factura), y de donde recibe su nombre (unde et
nomem accepit, Praec 2,2). De esa forma el oratorio estará siempre disponible para quien desee
hacer oración (Praec 2,2). Sólo se debe cantar lo que está prescrito, lo que no se ha hecho para
el canto, que no se cante (Praec 2,3).

También se señala que la oración va dirigida a Dios y se hace con Salmos e himnos (Praec
2,3).

El lugar especial que en la oración comunitaria ocupa el Pater noster es mencionado en dos
textos: Praec 6,2, en donde se afirma que los hermanos deben perdonarse mutuamente, de
acuerdo con sus oraciones, que deben ser tanto más genuinas cuanto mayor es la frecuencia con
que las recitan (invicem sibi delita relaxare debebunt, propter orationes vestras, quas utique,
quanto crebriores habetis, tanto saniores habere debetis). Y Praec 8,2, donde se dice que hay
que orar a Dios para que nos perdone nuestras deudas y nos libre de caer en la tentación (orans
ut ei debitum demittatur et in temptationem non inducatur, ver Mí 6,12-13).

Otras tres anotaciones a tener en cuenta son: importancia de que en las comidas no sólo la
boca se alimente, sino que también los oídos escuchen con avidez la palabra de Dios (Praec
3,2). En la iglesia que los hermanos se ayuden mutuamente para mantener la pureza de las
miradas y, consiguientemente, de pensamientos (ver Praec 4,6). Obligación de obedecer al
Presbítero que está encargado de la comunidad (Praec 7,1).

b) Ordo Monasterii

“Escrito hacia el 395, el Ordo Monasterii sería la Regla más antigua de occidente. La idea de
escribir una Regla le puede haber venido a Alipio por la presencia, en Oriente, de varias reglas
monásticas: la de san Basilio, que Rufino pronto traduciría al latín; la de san Pacomio que sería
traducida por san Jerónimo, y sería este último a quien habría visitado Alipio... ¿(El OM) habría
sido aprobado por san Agustín, por una frase de su propia mano, y puesto sobre un plano menos
técnico por otra frase de su mano?” 15 . Este planteo nos empuja a analizar el OM después de
Praec porque aunque sea anterior a este, ciertamente se halla bajo la influencia de san Agustín.

El OM es la única Regla madre que establece un ordo para la oración comunitaria. Prescribe,
en efecto, de qué modo se debe orar o salmodiar 16 . La utilización de la forma orare vel
psallere estaría aquí indicando que en parte se recita y en parte se canta el oficio divino (OM 2).
Veamos ahora cuál es la disposición que da de las distintas horas:

- Laudes (o Prima?: in matutinis): salmos 62, 5 y 89.


- Tercia (ad tertiam):
un salmo responsorial (prius psalmus unus and respondendum)
2 antífonas (antiphonae duae)
lectura (lectio)
oración conclusiva (conpletorium)
- Sexta y Nona: igual que Tercia
- Vísperas (ad lucernarium):
un salmo responsorial
4 antífonas
otro salmo responsorial (ítem psalmus responsorius)
lectura
oración conclusiva

Después de la puesta del sol (post lucernarium) se leen algunas lecturas (legantur lectiones),
los hermanos escuchan sentados.

Antes de acostarse (ante somnum) dirán los salmos de costumbre (consuetudinarii psalmi
dicantur).

Las oraciones nocturnas (nocturnae orationes) tendrán el siguiente orden:

noviembre-diciembre-enero-febrero:
12 antífonas
6 salmos
3 lecturas

marzo-abril-setiembre-octubre:
10 antífonas
5 salmos
3 lecturas

mayo-junio-julio-agosto:
8 antífonas
4 salmos
2 lecturas (OM 2).

Después de laudes comienza el trabajo manual, que es interrumpido para el rezo de tercia y
debe continuar inmediatamente finalizada esa hora hasta sexta (OM 9). Después los hermanos
se dedicarán a la lectura hasta la hora de nona (OM 3). A continuación comerán, y retomarán el
trabajo hasta el oficio de vísperas (OM 3). Nada se especifica sobre el modo de ejecutar los tres
salmos previstos para laudes. Para las demás horas se aclara que algunos salmos serán
responsoriales: cantados por un cantor mientras el coro escucha y responde con un versículo o
antífona; mientras que otros serán salmos antifonales: cantados por todo el coro, o bien a dos
coros. Existe una proporción entre unos y otros: a un responsorial corresponden dos antifonales.
Para el salmo responsorial es probable que sólo estuviese de pie el cantor, mientras que para el
antifonal todo el coro se hallaría de pie.

Entre la hora de vísperas, cuando el sol se va apagando y se encienden las candelas, y el


reposo nocturno se intercala una lectura o serie de lecturas, que probablemente se haría sobre
textos de la Sagrada Escritura. Antes de acostarse rezan salmos, aparentemente sólo se recitan, o
bien se escucha a un lector que los lee. Esta oración deberá tener lugar en el mismo dormitorio y
puede equipararse a nuestro oficio de completas.

El oficio nocturno, u oraciones nocturnas, varía en su composición según la duración de la


noche. De forma que permita rezar laudes a la salida del sol y no se abrevie el descanso de la
comunidad. Siempre está compuesto por un grupo de salmos antifonales, es decir que se cantan
por todo el coro, y por una proporción menor, la mitad de salmos: sin mayor especificación. Es
posible que se leyeran por un solista mientras el coro escuchaba. El número de lecturas sólo se
reduce en los meses de menor duración de la noche.

No hay ninguna referencia a los sacramentos ni a la celebración del domingo. Se hace notar,
sin embargo, que sábados y domingos, según la costumbre (sicut constitutum est), quien lo
desee podrá recibir vino. Serían, pues, esos días de especial reposo y también de particular
solemnidad en la liturgia (OM 7).
IV. CASIANO: INSTITUCIONES (= CAS INST)

Juan Casiano 17 a través de sus dos obras más conocidas: Instituciones y Conferencias,
ejerció una notable influencia en su tiempo y también en las generaciones siguientes. Las Reglas
del Maestro y de Benito le son deudoras en múltiples aspectos. Resulta, por tanto, necesario
intentar una síntesis de las principales noticias que en el De institutis coenobiorum 18 presenta
sobre la liturgia, ya que en esta obra Casiano intenta describir, e incluso prescribir, para el
nuevo monasterio fundado por el obispo Castor: “las instituciones que han visto observadas en
los monasterios de Egipto y Palestina” (Praef 3). Se trata de una Regla en cuanto apunta a la
observancia del hombre exterior y a la institución de las comunidades, tal la aclaración del
mismo Casiano (institutionem coenobiorum, Cas Inst II,9,3).

Conviene tener claros los tres principios que guían a Casiano en su exposición sobre la
liturgia; el primero: “Exponer lo que antiguamente fue establecido por los Padres, y que todavía
ahora es observado (custoditur) por los servidores de Dios en todo Egipto” (Cas Inst II,2,2). El
segundo: “Moderar por las instituciones (de Palestina y Mesopotamia) la perfección rigurosa e
inimitable de los egipcios” (Cas Inst III,1). Tercero: “Reservamos para las Conferencias de los
ancianos tratar más abundantemente y exponer con más detalles” todo lo referente a la cualidad
e intensidad de las oraciones (Cas Inst II,9,1).

Con el primer principio quiere evitar la confusión que puede nacer de la variedad de
“oficios” que se observan en otras provincias (Cas Inst II,3,5). Con el segundo, apunta a
moderar, a suavizar todo lo que reconoce ser demasiado rudo o austero para las regiones
occidentales para las cuales escribe, “ya sea a causa del clima, ya sea a causa de la manera de
vivir” (Praef 9). Su ordo litúrgico en realidad pocas veces hace referencia a las costumbres de
los monjes palestinenses, aunque en el Praefatio afirmase que iba a tratar de las costumbres de
los monasterios de Egipto y Palestina. Con el tercero quiere indicar que no se detendrá en el
sentido que la oración tiene para el monje ni en el lugar que ocupa en su vida espiritual, sino
que “tratando antes lo relativo al hombre exterior y sus movimientos..., podremos después más
fácilmente elevarnos hasta las cumbres de esa misma oración, al hablar de las disposiciones del
hombre interior” (Cas Inst II,9; ver Conferencias, IX, 1).

Casiano afirma que en todo Egipto y la Tebaida se observa (custoditur) para las
celebraciones (sollemnitatibus) tanto vespertinas (vespertinis) como nocturnas (nocturnis) el
número de salmos uniforme de doce, a los que siguen: dos lecturas, una del AT y otra del NT
(Cas Inst II,4). Ese número de doce salmos no es algo determinado por humana invención, sino
que fue transmitido por un ángel del cielo a nuestros Padres (Cas Inst II,4).
Los salmos de vísperas (sollemnitatis vespertinae) son cantados por un monje, mientras los
demás permanecen sentados. Después de cada salmo hay oraciones (orationum interiectione).
El modo del canto debía ser en un tono uniforme, casi como un recitado en recto tono:
“contiguis versibus parili pronuntiatione cantasset” (Cas Inst II,5,5). El duodécimo salmo era
seguido por la respuesta de un aleluya (duodecimum sub alleluia responsione consummans, Cas
Inst II,5,5).

El sábado y domingo las dos lecturas antes mencionadas son del NT: la primera del Apóstol
o los Hechos de los apóstoles; la segunda de los evangelios. Lo mismo se observa durante los
cincuenta días que separan Pascua de Pentecostés (Cas Inst II,6).

Entre salmo y salmo la oración es silenciosa. Los monjes se ponen de pie, oran por unos
momentos y después se postran, habiéndose arrodillado previamente, para finalmente volver a
pararse y orar con las manos extendidas. Claramente se señala que la postración no debe durar
mucho para evitar los pensamientos peligrosos y el sueño (Cas Inst II,7,2). Cuando el que debe
concluir la oración (qui orationem collecturus est) se levanta todos deben hacerlo al unísono,
para no dar la impresión de que han hecho su propia conclusión en vez de seguir al que debe
terminar (Cas Inst II,7,3).

Casiano sostiene que en oriente no es costumbre cantar el Gloria Patri al final de cada salmo
en alta voz, sino que es en silencio que se termina el salmo y se pasa a la oración. Sólo las
antífonas, es decir los salmos cantados por todo el coro, acaban con la glorificación a la
Trinidad (Cas Inst II,8). Asimismo, hace notar el gran silencio que reina durante el canto del
salmo y para la oración final que sigue a cada salmo, y que debe realizarla un sacerdote
(sacerdotis precem concludentis, Cas Inst II,10).

Los salmos no se cantan enteros, sobre todo si son largos, sino que se dividen, según el
número de versículos, en dos o tres secciones con oraciones intercaladas (Cas Inst II,11,1). Esto
porque los Padres consideran preferible hacer oraciones breves pero frecuentes, y para evitar
que la precipitación del cantor por terminar cause una falta de interés o de esfuerzo por hacer
captar a los que escuchan el sentido espiritual del salmo. En efecto, no se contenta con el
número de versículos sino que apuntan a la inteligencia espiritual (mentis intellegentia) del
salmo: “Cantaré con el espíritu, cantaré también con la mente” (I Co 14,15; Cas Inst II,10,3-
11,2).

Se debe responder con aleluya al salmo que en el inicio tiene aleluya, y que sería el
duodécimo salmo (Cas Inst II,11,3; ver II,5,5). Los doce salmos se dividen entre uno y cuatro
hermanos. Nunca son más de cuatro los que cantan, ni tampoco se cantan menos de doce salmos
en cada asamblea o celebración, que ellos llaman synaxis (Cas Inst II,10,1 y II,11,3). La
recitación de los doce salmos se hace liviana por la cómoda posición del cuerpo que adoptan los
monjes (Cas Inst II,12,1).

Terminada la celebración cada uno se vuelve a su celda, donde celebra nuevamente, solo o
en compañía de algún hermano, el mismo oficio de oraciones (idem orationum officium), como
un sacrificio particular. “Nadie se abandona al reposo hasta que, al amanecer, la actividad del
día sucede al trabajo y meditación de la noche” (Cas Inst II,12,3). Esto lo hacen por dos
motivos: para evitar las ilusiones diabólicas (diaboli Musió) y para impedir que el sueño
entorpezca la actividad del espíritu y lo haga poco apto frente a las insidias del enemigo (Cas
Inst II,13,1-3). “La meditación nocturna nos prepara para observar mejor durante el día una
solicitud más intensa (sollicitudo diligeníius, Cas Inst II,13,3). Estas vigilias las realizan
trabajando para que el sueño no los sorprenda (Cas Inst II,4).

Durante el día de los monjes, cada uno en su trabajo, recitan de memoria un salmo o un
pasaje de las Escrituras, evitando así conversaciones inútiles. La lengua y el corazón están
constantemente unidos para vacar en la meditación espiritual (Cas Inst II,15,1).

Los que han cometido faltas quedan excluidos de la oración comunitaria hasta tanto hagan
penitencia (Cas Inst II,16).

Hay un encargado de despertar a la comunidad para las vigilias cotidianas. Para hacerlo en
momento oportuno debe tener familiaridad con el movimiento de las estrellas, no sea que se
deje estar y pase así la hora de la noche fijada o bien la anticipe para poder irse a dormir antes
(Cas Inst II,17).

Desde el atardecer del sábado, vísperas del domingo, hasta el día siguiente los monjes no se
arrodillan, en Egipto. Lo mismo sucede desde Pascua hasta Pentecostés; y tampoco se ayuna
(Cas Inst II,18).

En el libro segundo de las Instituciones, Casiano se detiene fundamentalmente en la


descripción de las horas nocturnas (de nocturno orationum et psalmorum modo, Cas Inst III,1).
Incluyendo dentro de esa denominación: vigilias y vísperas, ya que ambas tendrían el mismo
orden: “A partir de ese momento que, por la enseñanza de un ángel, el Señor había querido fijar
una regla general para las reuniones de los hermanos, la venerable asamblea de los Padres
decidió que ese número (doce) sería observado (custodiri) tanto en las reuniones vespertinas
como en las nocturas (tam in vespertinis quam in nocturnis conventiculis, Cas Inst II,6).
Casiano, pues, coincide con la Regla de Pacomio (ver Inst 14 y Leg 5) por cuanto se refiere a la
semejanza de estructura entre vísperas y “la otra oración”. Mas esa “otra oración” Casiano la
presenta como vigilias, y no como oración del amanecer o laudes, con lo que Praec 5, se
referiría al oficio de vigilias. Por tanto, según Casiano, vigilias y vísperas, es decir el oficio de la
noche o maitines en nuestra terminología, y vísperas, tendrían la siguiente estructura: 12 salmos
recitados por uno, dos, tres o cuatro cantores o solistas. El duodécimo salmo es aleluiático;
frecuentes interrupciones en las que se intercalan oraciones silenciosas: los monjes se ponen de
pie, se arrodillan y se postran, al ponerse nuevamente de pie el sacerdote hace una oración
conclusiva cada vez. Dos lecturas una del AT y otra del NT, excepto en tiempo pascual en que
se leen dos lecturas del NT. El Gloria Patri se reserva para los salmos antifonales o cantados
por todo el coro 19 .

El libro tercero de las Instituciones trata de las celebraciones diurnas, según la regla de los
monasterios de Palestina y Mesopotamia, moderando así la perfección y disciplina rigurosa de
los egipcios (Cas Inst III,1).

Los egipcios, según Casiano, sólo tienen los dos oficios que ya se han descrito: al atardecer y
en la noche (vespertinis nocturnisque congregationibus). Los demás oficios los celebran
espontáneamente con asiduidad durante toda la jornada, uniéndolos al trabajo (cum operis
adiectione spontanee celebrantur). Todos trabajan en sus celdas sin nunca omitir la meditación
de los salmos y otros textos de la Escritura. De modo que pasan “todo el día en los oficios que
nosotros celebramos en tiempos determinados” (Cas Inst III, 2). Fuera de las reuniones
comunitarias mencionadas, sólo se reúnen los sábados y domingos a la tercera hora para recibir
la santa comunión (Cas Inst III,2). Esta forma de proceder de los egipcios es la más perfecta
porque se trata de una ofrenda realizada sin tiempo fijo, es un don voluntario más completo que
cuando se trata de acciones realizadas bajo una convocatoria regular (Cas Inst III,2).

En los monasterios de Palestina, de Mesopotamia y de todo el oriente se celebran: tercia,


sexta y nona (Cas Inst III,1 y III,3,1). Cada una de estas horas está compuesta de tres salmos
(Cas Inst III,3,1; ver II,2,2). De modo que ofreciendo a Dios, en tiempos fijos, una oración
asidua, la justa medida favorezca la realización de los trabajos necesarios (Cas Inst III,3,1).
Casiano explica que ya el profeta Daniel oraba tres veces al día (Dn 6,11), y luego también trata
sobre el simbolismo de cada una de las horas: tercia, descenso del Espíritu Santo (Hch 2,14-18);
sexta, Cristo crucificado y visión de Pedro (ver Lc 23,44 y Hch 10,11-13); nona, muerte de
Cristo, descenso a los infiernos (ver Mt 27,46), la hora en que Cornelio es escuchado por el
Señor (Hch 10,3), Juan y Pedro van a orar al templo (Hch 3,1; Cas Inst III, 3,2-8). Incluso trata
el simbolismo de las ofrendas de la mañana y la tarde, ya previstas en el AT (ver Nm 28,4). El
verdadero sacrificio u ofrenda de la tarde es el que se instauró por el Señor, cuando en la última
cena enseñó a los apóstoles e instauró los santísimos misterios de la Iglesia; y el que El mismo
ofrece el día postrero, al fin de los siglos, por la elevación de sus manos para la salvación del
mundo entero (Cas Inst III,3,9-10). Mientras que sobre la celebración matinal nos instruye lo
que cantamos cada día: “Dios, mi Dios, desde la aurora velo por ti” (Sal 62,2; Cas Inst III,3,10).

Las horas que los monjes deben celebrar son: matutina, tercia, sexta, nona y vísperas
(lucernaris), pues a estas mismas horas el padre de familia del evangelio conduce obreros a la
viña (ver Mt 20,1-6; Cas Inst III,3,11).

Respecto de la hora por Casiano denominada matutina (prima o laudes?), se dice que es una
innovación: “Sciendum tomen hac matutinam, quae nunc observatur in occiduis vel maxime
regionibus, canonicam functionem nostro tempore in nostroque monasterio primitus
institutam”(Cas Inst III, 4,1). El motivo por el cual se ha introducido esta hora: evitar que los
monjes terminada la celebración de los salmos y oraciones de la noche, y celebrado enseguida el
oficio matinal, se dejen llevar por el natural cansancio y se dediquen a dormir no obligados por
ninguna reunión a dejar la celda. Esto acarrea un detrimento en la vida espiritual de tales monjes
y también en su trabajo cotidiano. Para evitar esto es que los monjes de Palestina (ubi Domi-nus
noster lesu Christus natus ex virgine) introdujeron la hora matutina (Cas Inst III,4,1-2). De
forma que los monjes podrán dedicarse a la lectura o al trabajo manual hasta la salida del sol y,
después de conceder un reposo a los cuerpos fatigados, se volverán a reunir, levantándose a un
mismo tiempo de sus lechos, para decir tres salmos y tres oraciones, siguiendo el esquema
trazado para tercia y sexta; para después dejar el descanso e iniciar el trabajo manual (Cas Inst
III,4,2).

Casiano no deja de reconocer que es esta una regla de reciente invención y fruto, por
añadidura, de las circunstancias, pero que completa admirablemente el número siete propuesto
por David en el Sal 118,164. Siendo siete, con completas, las horas de alabanza a Dios: oficio
matutino, tercia, sexta, nona, vísperas, completas y oficio nocturno.

De completas trata Casiano en el libro cuarto (19,2): “Terminada la comida... cuando los
hermanos se reúnen para los salmos que tienen costumbre de cantar antes de acostarse” (quos
quietur: ex more decantat). Se trata, pues, de un oficio que se celebra antes de retirarse a dormir
y en el que con toda probabilidad los salmos se recitan de forma antifonal. Incluso Casiano dice
que en este oficio los hermanos que han realizado servicios semanales en la comunidad, hasta la
comida del domingo (usque ad cenam diei dominicis), dejan su lugar a quienes los van a
suceder, entregando todos los utensilios el lunes (secunda sabbati) después de los himnos
matutinos (post matutinos hymnos, Cas Inst IV, 19,2).

Para el nuevo oficio matutino los ancianos, en Oriente, establecieron los salmos 50, 62 y 89.
Mientras que en Occidente (in hac regione), o al menos en Provence, se han tomado los salmos
148, 149 y 150, que constituían el fin del oficio de la noche (in fine nocturnarum vigilarum). Y
en Italia acabados los himnos de la oración matutina (salmos 148-150) se canta en todas las
iglesias el salmo 50 (Cas Inst II,6).

Casiano subraya la importancia de la puntualidad al oficio divino. Para las horas de tercia,
sexta y nona el límite es: antes del final del primer salmo (priusquam coeptus finiatur psalmus).
Mientras que para las reuniones nocturnas se extiende el plazo hasta el final de segundo salmo.
Quien transgrede estos límites no se puede unir a los que están salmodiando, sino que debe
permanecer cerca de la puerta aguardando la finalización de la oración (Cas Inst III,7,1-2).

Los sábados se celebra una vigilia que comienza después de vísperas y que en invierno,
cuando las noches son largas, durará hasta el canto del gallo, para que los hermanos puedan
reposar unas dos horas. Satisfechos así con el sueño concedido desde el final de la vigilia hasta
la salida del sol, es decir hasta los salmos de la oración matutina (usque ad matutinos psalmos),
los monjes tendrán que pasar el resto del día cumpliendo con los trabajos y oficios establecidos
(in opere ac necessarii officiis, Cas Inst III,8,1-2). Esas vigilias presentan la siguiente
estructura:

- 3 salmos antifonales (antiphona tria), que se cantan de pie


- 3 salmos responsoriales (tres psalmos uno modulante respondet), durante los cuales
todos están sentados en unas sillas muy bajas
- 3 lecturas, que escuchan sentados (Cas Inst III,8,4).

De este modo las vigilias resultan más llevaderas y fáciles de soportar porque se disminuye
la fatiga física, y se consigue una mayor atención del espíritu (Cas Inst III,8,4).
La razón por la que, en todo Oriente, se celebra una vigilia al empezar el sábado
(inlucescente sabbato), es decir en la noche del viernes, es porque Cristo fue crucificado el
viernes y sus discípulos conmovidos por la Pasión velaron toda la noche. Desde ese momento la
celebración de las vigilias quedó fijada para esa noche (Cas Inst III,9,1). Por causa de esta
vigilia se estima justo suspender el ayuno el sábado, después de la fatiga de una noche sin sueño
(post laborem vigiliarum), y se le atribuye una misma solemnidad al séptimo y octavo día (Cas
Inst III,9,2). En Oriente, pues, se celebra, según Casiano, una vigilia cada semana en la noche
del viernes al sábado.

El domingo (die dominica), antes del almuerzo (prandium), sólo se celebra un oficio. En
este, por respeto a la colecta (collectae) y a la comunión dominical (communionis dominicae),
los monjes se aplican con mayor solemnidad (solemnius) y fervor a los salmos, oraciones y
lecturas. De modo que se consideran así cumplidas las horas de tercia, sexta y nona. Pero nada
se quita o disminuye al servicio de la oración (obsequiis orationum) porque se agregan lecturas.
“Variedad y descanso (differentia vel remissio) parecen concederse a los hermanos por respeto a
la resurrección del Señor” (Cas Inst III,11).

También hace notar Casiano que el sábado, el domingo y los tiempos festivos (feriatis
temporibus) se ofrece a los monjes almuerzo y cena (prandium et cena). Mas en estos casos no
se dicen los salmos habituales antes y después de la cena, es decir: cuando se va a cenar y
cuando los hermanos se levantan de la mesa. Lo cual sí se hace para los almuerzos de fiesta y
para la refección que tiene lugar después del ayuno, ya que en ambos casos se empieza y
termina con los salmos reglamentarios. Por el contrario, en las fiestas y domingos, como así
también los sábados, se inicia y concluye la cena con una breve oración. El motivo: se trata de
una comida extraordinaria a la cual los monjes no están obligados a concurrir, sino que van los
hermanos peregrinos, los enfermos y los que sientan necesidad (Cas Inst III,12).

Es una exigencia evangélica reconciliarse con el hermano antes de presentar las oraciones al
Señor (Mt 5,23-24), y si nos atrevemos a orar a Dios a pesar de la prohibición que nos ha hecho,
debemos saber que le ofrecemos no una oración sino una desobediencia obstinada (Cas Inst
VIII, 13-14).

El aporte más importante de Casiano sin duda alguna debe situarse en la organización y
motivación espiritual que le da al oficio divino de los monjes. En Occidente, a partir de Casiano
queda estructurado un oficio con un número de horas (siete) determinado, que la mayor parte de
las reglas monásticas, aunque sea con buen número de variantes, harán suyo. Además Casiano
“motiva” espiritualmente, recurriendo a la Sagrada Escritura y a la tradición de los monjes
orientales, la estructura y el modo de celebrar las diversas horas. Privilegia de modo notable la
oración y la celebración del día domingo: día de la resurrección del Señor. Establece una vigilia
semanal. Confiere gran relieve a la hora matutina. Se ocupa del oficio nocturno, de vísperas, y
de tercia, sexta y nona. Señala la existencia de una oración antes de acostarse. Su presentación
aparece en conjunto llamativamente convincente, era inevitable que produjese gran reacción
entre los monjes de su tiempo. Por eso no extraña su influencia en la Regla de san Benito y en la
Regla del Maestro. Sin pretender generalizar excesivamente debe decirse que Casiano es el
“fundador” del oficio divino monástico de occidente, sobre todo por lo que se refiere al número
de horas, la estructura fundamental y el puesto que en la vida del monje occidental tiene el
oficio divino 20 .

V. LAS REGLAS “LERINENSES”

Bajo este título estudiaremos algunas reglas monásticas de los siglos V y VI, y los Monita
del abad Porcario. Son, en su mayor parte, textos surgidos en el monasterio de Lérins, a
excepción de la Regla Oriental y la Tercera Regla de los Padres. Recientemente el P. de Vogüé
ha ordenado cronológica y geográficamente estas Reglas y ha editado un texto crítico seguro 21
.

1. Regula Quattuor Patrum (= R4P) 22

Esta Regla es bastante probable que sea la primera del monasterio de Lérins, pudiendo ser
datada entre los años 400 y 410. Sería, pues, una de las primeras reglas monásticas de occidente.

El domingo será un día libre para Dios. No se organizará ningún trabajo, sino que todo el día
se pasará en himnos, salmos y cánticos espirituales (R4P 3,6-7; ver Ef 5, 19).

En la oración debe respetarse el orden de la comunidad. Nadie puede entonar salmos, la


alabanza de los salmos, sin la autorización del superior (R4P 2,10). Tampoco un monje puede
entonar salmos antes que el que lo precede en el puesto de) coro (R4P 2,1 1).

Con los huéspedes que llegan al monasterio, después de ser admitidos por el superior, se hará
una oración en común y luego se les dará el beso de paz (R4P 2,38-39). A los que pertenecen al
clero se los debe recibir con todo respeto, como ministros del altar (R4P 4,14-15). Cuando esté
presente alguno del clero no sea lícito a otros hacer la parte conclusiva de la oración, aunque se
trate sólo de un ostiario (R4P 4,16). Sin embargo, si se trata de un eclesiástico que ha caído en
una falta, y se ha comprobado que el asunto es verdadero, no le sea lícito concluir la oración.
Deberá hacerlo el superior, o quien lo sigue en jerarquía, o el que haya designado el superior
(R4P 4, 16- 17).

Los hermanos deben dedicarse a la lectura de la palabra de Dios (Deo vacetur) desde la hora
de prima hasta la de tercia (R4P 3,9-10; ver 2,42).

2. Regula Patrum Secunda (= 2RP) 23

La 2RP habría sido compuesta en el mismo monasterio de Lérins, entre los años 426 y 427.
Respecto del oficio divino afirma que el ordenamiento de las horas canónicas y los salmos, e
incluso los tiempos del trabajo, deben regularse por lo establecido anteriormente (sicut dudum
statum est, 2RP 22; nada se aclara sobre este ordo); lo mismo que la lectio: los hermanos leerán
hasta la hora de tercia (ibid.).

A la hora de la oración, dada la señal, todos deben abandonar inmediatamente lo que están
haciendo o lo que están por empezar a hacer, pues nada debe preferirse a la oración (2RP 31).

Cuando se celebran los oficios, tanto nocturnos como diurnos, y es menester permanecer
largo tiempo en oración, cada hermano hará un esfuerzo por no desfallecer ni abandonar su
lugar sin una causa justificada. En efecto, está escrito: “Hay que orar siempre sin desanimarse”
(Lc 18,1). Y también: “Que nada te impida orar siempre” (Si 18,22; 2RP 32-34).

Durante las vigilias es necesario velar para que, quien está gravado (gravatur) por el sueño y
sale afuera, no se dedique a conversar sino que pronto vuelva a la obra para la que ha venido
(2RP 37-38). Igualmente, en la sesión en que se hace la lectura todos prestarán atención a las
Escrituras y guardarán silencio (2RP 39).

La 2RP hace también referencia a la precedencia que tienen los ancianos en la comunidad, la
cual debe observarse sobre todo en la oración, en el trabajo y cuando se debe dar una respuesta
(2RP 19).
3. Los “Monita” del abad Porcario

Porcario fue abad de Lérins, muriendo entre el 485 y el 490 24 . Aunque los Monita (=
Mon) no son propiamente una regla monástica es importante presentar sus breves indicaciones
sobre la oración porque completan las Reglas “lerinenses” 25 .

Porcario afirma que nada debe anteponerse a la oración, y esto en la entera jornada del
monje. Particularmente fiel debe ser a las horas de laudes y vísperas: horas especialmente aptas
para unirse a Dios (Mon 12-14). Con silencio, paciencia y oración se puede hacer todo con
verdad, especialmente si hay continuidad y perseverancia (Mon 23-24 y 30-31). El llanto y la
oración continua conducen al espléndido descanso del paraíso (Mon 42-44). El monje, pues,
debe tender a mantenerse en la oración continuamente (orationis imtantiam, Mon 64).

4. Regula Macarii (= R Mac)

Esta Regla representa “el nuevo estado” de la legislación del monasterio de Lérins hacia el
año 500 26 .

El monje debe amar el ordo (cursum) litúrgico del monasterio por sobre toda otra cosa (R
Mac 9,1). Porque el monje es un soldado de Cristo que debe estar siempre listo para la oración
(R Mac 2,6). Por eso cuando se da la señal todos deben abandonar lo que están haciendo; y si
alguien llegase tarde deberá permanecer en la puerta del oratorio para que sienta vergüenza.
Nada debe anteponerse a la oración (nihil orationi praepondendum est, R Mac 14). Y todos y
cada uno de los hermanos se esforzarán cuando celebran las reuniones comunitarias,
particularmente durante las vigilias, de modo que el que tenga sueño salga y retorne pronto,
recordando para qué obra se han reunido los hermanos (R Mac 15).

Durante la reunión en que se hace la lectura todos deberán escuchar atentamente la Sagrada
Escritura y guardar silencio (R Mac 15).

Nadie debe vanagloriarse ni de su pericia para el canto ni de su voz (peritia neque in voce
exaltet, R Mac 19).

El monje que quiera orar más seguido hallará una abundante misericordia de parte de Dios
(R Mac 9,2-3). Particularmente hay que orar por el hermano contumaz (R Mac 27,6), pero
quienes cometen faltas graves deben ser excluidos de la oración comunitaria (R Mac 26,2).

5. Regula Orientalis (= RO)

Sería obra de un monje anónimo del monasterio de Condat, probablemente el mismo que
escribió las Vidas de los Padres del Jura. La fecha: año 515 27 .

El domingo es el día de la fiesta de nuestro Dios y Salvador, por eso el prepósito no hará
penitencia (RO 17,4).

Nadie debe buscar pretextos para no ir a las reuniones de oración y salmodia. En cualquier
parte que se esté no deben dejarse pasar los tiempos de oración y salmodia (orandi et psallendi
tempus non praetermittat, RO 12).

Si alguien quiere entrar al monasterio se le debe enseñar la oración del Señor y tantos salmos
como pueda aprender (RO 27,2). También se lo instruirá sobre todo lo referente a la reunión de
oración de los hermanos (in collecta omnium fratrum, RO 27,6).

Durante el trabajo los monjes se dedicarán a recitar los textos sagrados, o bien guardarán
silencio (RO 5). A los hermanos que no se corrijan de estas u otras faltas se los pondrá en el
último lugar en la salmodia, y si ni aun así se enmendasen se les quitará hasta el mismo derecho
de salmodiar (psallendi ei facultas auferatur, RO 32,6). Se llegará hasta separarlo de la
comunidad tanto en el oficio cuanto en la mesa (RO 32,8).

En el monasterio habrá un lugar determinado para las reuniones de oración (RO 11). Y se
deberá tener una deferencia especial para con los clérigos y monjes que llegan hasta el
monasterio: se los recibirá con honores y se les lavarán los pies, según el precepto del evangelio
(ver Jn 13,4-5; RO 40).

En caso de defunción de un pariente de algún monje, éste sólo podrá asistir a los funerales si
el padre del monasterio se lo permite (RO 42),

6. Regula Patrum Tertia (= 3RP)

Esta Regla es fruto del concilio de Clermont, en Auvergne (año 535) 28 .

Se insiste también en este texto sobre la necesidad de concurrir a la oración comunitaria


apenas dada la señal. El que no abandona inmediatamente toda obra que esté por hacer, pues
nada debe ser preferido a la obra de Dios, recibirá una amonestación severa del abad o del
prepósito (3RP 6,1-2).

Terminada la oración matutina los hermanos se deben dedicar a la lectura hasta la hora
primera (3RP 5,1).

Entre todas estas Reglas “lerinenses” se observa una innegable semejanza. Ante todo, una
común dependencia de la legislación pacomiana, sobre todo de los Praecepta. Luego, la gran
importancia que se le asigna en la jornada diaria a la oración comunitaria: a ella nada debe
anteponerse, porque es obra de Dios. También se exhorta, en esta misma línea, a realizar un
esfuerzo de atención durante las vigilias y cuando hay que escuchar lecturas. Otros elementos
litúrgicos, que aparecen con menor frecuencia, son: celebración particular del domingo, día del
Señor; veneración especial hacia los clérigos; respeto del orden de antigüedad en la comunidad,
especialmente en el coro y en el momento de entonar los salmos; observancia del orden
canónico de las horas.

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