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Bajarse Al Moro

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BAJARSE

AL MORO
José Luis Alonso de Santos.

Una adaptación de Cajón de Sastre


REPARTO
CHUSA: ELENA
JAIMITA: ANA QUEIRUGA
ELENA: SARA MANEIRO
DOÑA ANTONIA: SARA CALO
ALBERTO: JUAN FILGUEIRAS
Habitación destartalada n una calle céntrica del Madrid antiguo. Posters por las paredes
y un colchón en el suelo cubierto de almohadones. Sobre una mesa, revistas pop. En un
rincón una señal de tráfico y en el otro una jardinera municipal. Sobre ella una jaula con
un hámster. En el centro una mesita con aire moruno y unos sillones de mimbre de antes
de la guerra. Además hay tiestos y otros cachivaches inesperados, como una cabeza de
esclavo egipcio con una gorra puesta, y cosas por el estilo encontradas en el Rastro. A
la derecha, formando un recodo se ve la puerta que da a las escaleras de salida a la calle.
A la izquierda, una ventana por la que entran los ruidos de la ciudad. Y al fondo, una
cocinilla, una puerta que da al lavabo, y otra que da a un cuarto pequeño. Por las paredes
anda una flauta, un mantón de manila, unos bafles que no suenan, un armario, una
colección de llaves, la cara de Lennon, el espejo e la Cenicienta y un horóscopo chino.
Y, sin embargo, a pesar del aparente desorden, hay algo acogedor, relajante y bueno
para los que están mal de los nervios; porque es un lugar tranquilo y pacífico donde el
caos que uno llevo dentro se encuentra lógico y con ganas de tomar asiento. Al comenzar
nuestra historia, en escena está JAIMITA, un muchacho delgaducho de edad indefinida,
haciendo sandalias de cuero. Suena “Chick Corea” en un casette. Es la una de la tarde
y entra el sol por la ventana de la habitación.

(Se abre la puerta de la calle, y aparece la cabeza de CHUSA, veinticinco años,


gordita, con cara de pan y gafas de aro.)
CHUSA. ¿Se puede pasar? ¿Estás visible? Que mira, ésta es Elena, una amiga muy maja.
Pasa, pasa, Elena.
(Entra y, detrás ELENA con una bolsa en la mano, guapa, de unos veintiún años,
la cabeza a pájaros y buena ropa.)
Este es Jaimito, mi primo. Tiene un ojo de cristal y hace sandalias.
ELENA. (Tímidamente.) ¿Qué tal?
JAIMITA. ¿Quieres también mi número de carnet de identidad? ¡No te digo! ¿Se puede
saber dónde has estado? No viene en toda la noche, y ahora tan pirada como siempre.
CHUSA. He estado en casa de ésta. ¿A que sí, tú? No se atrevía a ir sola a por sus cosas
por si estaba su madre, y ya nos quedamos allí a dormir. (Saca cosas de comer de los
bolsillos.) ¿Quieres un bocata?
JAIMITA. (Levantándose del asiento muy enfadado, con la sandalia en la mano.) Ni
bocata ni leche. Te llevas las pelas, y la llave, y me dejas aquí colgada, si, un duro… ¿No
dijiste que ibas a por papelillo?
CHUSA. Iba a por papelillo, pero me encontré a ésta, ya te lo he dicho. Y como estaba
sola…
JAIMITA. ¿Y ésta quién es?
CHUSA. Es Elena.
ELENA. Soy Elena.

1
JAIMITA. Eso ya lo he oído, que no soy sorda. Elena.
ELENA. Sí, Elena.
JAIMITA. Que quién es, de qué va, de qué la conoces…
CHUSA. De nada. Nos hemos conocido anoche, ya te lo he dicho.
JAIMITA. ¿Otra vez? ¿Qué me has dicho tú a mí, a ver?
CHUSA. Que es Elena, y que nos conocimos anoche. Es eso lo que te he dicho. Y que
estaba sola.
ELENA. (Se acerca a JAIMITA y le tiende la mano, presentándose.) Mucho gusto.
(JAIMITA la mira con cara de pocos amigos, y le da la sandalia que lleva en la
mano; ella la estrecha educadamente.)
JAIMITA. ¡Anda que…! Lo que yo te diga.
CHUSA. (A ELENA.) Pon tus cosas por ahí. Mira, ese es el baño, ahí está el colchón.
Tenemos “maría” plantada en ese tiesto, pero casi no crece, hay poca luz. (Al ver la cara
que está poniendo JAIMITA.) Se va a quedar a vivir aquí.
JAIMITA. Sí, encima de mí. Si no cabemos, tía, no cabemos. A todo el que encuentra lo
mete aquí. El otro día al mudo, hoy a ésta. ¿Tú te has creído que esto es Cáritas, o qué?
CHUSA. No seas borde.
ELENA. No quiero molestar. Si no queréis, no me quedo y me voy.
JAIMITA. Eso es, no queremos.
CHUSA. (Enfrentándose con ella.) No tiene casa. ¿Entiendes? Se ha escapado. Si la
cogen por ahí tirada… No seas facha. ¿Dónde va a ir? No ves que no sabe, además.
JAIMITA. Pues que haga un cursillo, no te jode. Yo lo que digo es que no cabemos. Y
no digo más.
CHUSA. Sólo es por unos días, hasta que se baje al moro conmigo.
JAIMITA. ¿Qué se va a bajar al moro contigo? Tú desde luego tienes mal la caja.
CHUSA. ¡Bueno! (Se desentiende de ella y va hacia la cocina.) ¿Quieres un té, Elena?
ELENA. Sí, gracias; con dos terrones.
(Se sienta cómodamente para tomar el té. JAIMITA la mira cada vez más
preocupada, y CHUSA canturrea desde la cocina mientras calienta el agua.)
JAIMITA. ¿Y por qué vas a llevarla? Quieres que nos cojan, ¿no?
CHUSA. (Desde la cocina.) Será que me cojan a mí, porque a ti, ahí sentado…
JAIMITA. Oye, no sé a que viene eso. Sabes muy bien que no voy por lo de la cara de
sospechosa. Pero yo vendo, ¿no? ¿O me echas algo en cara?
CHUSA. Lo único que te digo es que se va a venir conmigo, para sacar pelas. Y ya está.

2
JAIMITA. Pues que venda aquí si quiere, pero ir, no. Si es una cría.
ELENA. Es que como quiero viajar…
JAIMITA. Pues hazte un crucero, tía. ¿Pero tú le has explicado a ésta de qué va el rollo?
A ver si se cree que esto es ir de cachondeo por ahí.
CHUSA. (De la cocina, con el té.) Tú no te metas; eso es cosa mía. ¿Con mucho azúcar
has dicho, Elena?
ELENA. Dos terrones.
CHUSA. Es que no tenemos terrones aquí.
ELENA. Bueno, pues regular de azúcar. Es que engorda. Trae, me la echo yo. ¿Sacarina
no tenéis?
CHUSA. No.
ELENA. ¿Y la cucharilla, para darle vueltas?
JAIMITA. Trae, te doy las vueltas con el dedo.
CHUSA. (Cortándole.) ¡Venga, tú! (A ELENA.) Mete la parte de atrás de la cuchara. (A
JAIMITA) ¿Tú quieres?
JAIMITA. (Seca.) No.
(Beben las dos mientras JAIMITA, malhumorada, vuelve a su trabajo con las
sandalias)
ELENA. ¿Saco las cosas?
CHUSA. Sí. No las pongas ahí. Ese es el rincón de Alberto; no le gusta que le desordenen
ni le toquen nada. Ya le conocerás luego. Está chachi, te va a gustar. Es muy alto, fuerte,
moreno, con una pinta que te caes. ¡Ah! Ese es Humphrey, el hámster. Le encanta la
lechuga.
ELENA. (Al mirar al rincón de ALBERTO ve una porra sobre un mueble.) Parece una
porra. (Se acerca y la coge.) Oye, es igualita que la que llevan los…
JAIMITA. (A CHUSA, que está llevando lo del té a la cocina.) Me vas a acabar metiendo
en un mal rollo por tu alma de monja recogetodo que tienes. Bueno, ¿y las pelas para el
billete?
CHUSA. (Desde la cocina.) Las pones tú, que para eso te quedas dándole a las sandalias
mientras yo ando de safari jugándomela.
JAIMITA. A ti hoy la goma de la olla no te cierra. ¿Quién organiza aquí, eh? ¿Y quien
controla para que todo salga bien?
CHUSA. (Volviendo de la cocina.) Santa Rita. (A ELENA ahora, al verla con la porra
en la mano.) No toques eso; es de Alberto. Se mosquea rápido en cuanto nota que alguien
ha andado ahí. Mete tus cosas aquí, en mi armario.
ELENA. Es que es igualita. ¿Os habéis fijado cómo se parece a las que lleva la…?

3
JAIMITA. (Cortándola.) ¿Qué es eso?
ELENA. ¿Esto? “El País”. “El País” de hoy. ¿Por qué?
JAIMITA. Tú eres una tía tela de rara. ¿Por qué compras ti el periódico, a ver? ¿Estás
buscando piso?
ELENA. Es que mi madre, siempre que me escapo, manda una foto a “El País”, con un
anuncio para que me encuentren. A ver si he salido… (Hojea el periódico ante la mirada
sorprendida de los otros dos.) Sí, mira, aquí está.
JAIMITA. ¿Esta eres tú? Pues si te tienen que encontrar por la foto…
CHUSA. La verdad, no te pareces en nada.
ELENA. Es de cuando era pequeña. Hace mucho que no me hago fotos. Salgo muy mal
yo en las fotos.
JAIMITA. Sí sales mal, sí. Tienes cara de loca.
ELENA. Como estoy de frente… y luego el papel.
CHUSA. (Leyendo el pie de la foto.) “Vuelve a casa hija, que te perdono. Tu madre”
ELENA. (Recortando el trozo del periódico.) Hago colección.
JAIMITA. ¿Y no tienes padre, o ése no te busca?
ELENA. No, padre no tengo.
CHUSA. Yo tampoco tengo padre. Es mejor.
(Se abre de pronto la puerta de la calle y entra a todo correr ALBERTO, el otro
habitante del piso, vestido de policía nacional. Tiene unos veinticinco años, alto,
y buena presencia. ELENA se queda blanca al verle.)
ALBERTO. ¡La policía! ¡La policía, tíos! ¡Rápido, que vienen! ¡Tirar por el wáter lo que
tengáis! ¡Han salido de mi comisaría a hacer un registro, no vaya a ser aquí, que venían
para esta zona! (Esconde el tiesto de “maría”. En este momento se da cuenta de la
presencia de ELENA.)
CHUSA. Es una amiga. Oye, no sé qué vamos a tirar, si no tenemos anda (A JAIMITA.)
¿Te queda algo?
JAIMITA. Una china grande, pero no la tiro, que es lo único que nos queda. Rápido, tú.
(A ELENA.) A practicar. Toma, métetela donde no te la encuentren…
ELENA. (Retrocede asustada sin atreverse a cogerlo.) ¡Yo no sé!
CHUSA, ¡Trae! (Coge la china y se mete en el lavado.)
JAIMITA. (A ALBERTO, señalando a ELENA.) Se la ha encontrado.
ELENA. (Ofreciendo, educada, su mano a ALBERTO.) Elena, mucho gusto. Anda que
si te pillan… ¿Por qué tienes puesto ese uniforme?
ALBERTO. Pues porque estoy de guardia, por qué va ser.

5
(Va a la ventana, la abre y mira fuera. Luego cierra.)
No se ve nada raro. Yo me largo de todas formas, no sea que… ¿Qué hay de comer?
JAIMITA. Ahora iba a bajar a la compra. Se largó la Chusa anoche y me dejó sin un
clavo.
ALBERTO. Salgo a las tres, así que a y cuarto o así estoy aquí.
(Va hacia la puerta, mientras CHUSA sale del lavabo. En ese momento llaman
con golpes fuertes. Todos se esconden donde pueden en un movimiento reflejo.
Vuelven a golpear más fuerte aún.)
VOZ FUERTE DE MUJER. ¡Abrir de una vez! ¡Alberto! ¡Abre!
ALBERTO. Parece mi madre.
(Abre la puesta y entra la señora ANTONIA, madre de ALBERTO, gorda y
dicharachera. Nada más entrar, empieza a dar golpes con el bolso a su hijo.)
DOÑA ANTONIA. ¿Se puede saber qué hacer aquí, golfo, más que golfo? ¡Ya estás otra
vez con toda esta panda! ¡He ido a llevarte el bocadillo a la comisaría y nada! ¡La puerta
de la comisaría vacía, sin nadie, y tú aquí! ¡Ya te voy a dar yo a ti…!
ALBERTO. (Tratando de sujetarle el bolso.) Pero mamá, sólo he venido a por la porra,
de verdad, que se me había olvidado.
JAIMITA. No se ponga así, señora, que no nos comemos a nadie, ni tenemos la lepra.
DOÑA ANTONIA. ¿Y por qué no abríais, eh, degeneraos? Seguro que os estabais
drogando bien a gusto, ahí, con las jeringuillas. ¡Si estuviera aquí tu padre ya te ibas a
enterar tú, sinvergüenza! ¡Eso es lo que eres!
CHUSA. Señora, no es para tanto. Aquí no hay jeringuillas ni nada de eso. Puede mirar
lo que quiera.
JAIMITA. La ha tomado con nosotros.
ALBERTO. Mamá, que no. No te enteras. No abríamos porque creíamos que era la
policía. Por eso.
DOÑA ANTONIA. ¿La policía? (Esconde el bolso en medio de un gran sofoco que le
entra.) ¡La policía! ¡Que viene la policía!
ALBERTO. ¡Que no! Que creíamos que era, pero que no era… (Se da cuenta entonces
de la reacción de su madre.) ¿Qué esconde ahí?... A ver… Seguro que ya ha estado otra
vez con lo mismo. ¡Traiga aquí!
(Le quita el bolso de un tirón, muy en policía, y ella trata de impedir que vea lo
que hay dentro.)
DOÑA ANTONIA. ¡No, no, de verdad que no…! ¡Dámelo ahora mismo, que es mío!
(Abre ALBERTO el bolso y empieza a sacar montones de baberos de niño ante
la mirada divertida de los demás.)

5
ALBERTO. ¡Madre! No ve que me va a comprometer si la coge.
DOÑA ANTONIA. Es una enfermedad, hijo, ya te lo dijo el médico. Es como el que
tiene gripe, qué le vamos a hacer. Pruebas que nos manda Dios. Peor es lo tuyo de las
drogas. Eso además es pecado mortal.
ALBERTO. (Muy duro) ¡Qué enfermedad ni qué leches!
CHUSA. Deja a tu madre, que haga lo que le dé la gana, que ya es mayorcita. No te
pongas en plan policía con ella.
ALBERTO. Es que me va a meter en un follón. Cualquier día me toca ir a detenerla,
fíjate el numerito. Vamos a salir en los periódicos.
JAIMITA. Como ésta. (Por ELENA.) Le pone la madre anuncios para que vuelva.
Enséñale la foto, anda.
ALBERTO. Además roba cosas que no valen para nada. Ahora le ha dado por los
baberos. ¿Por qué ha cogido todos esos baberos, eh? ¿Es que no tenemos ya bastantes en
casa? Toda la casa llena de baberos, montones de baberos. Debajo de la cama, baberos.
En la cocina, baberos. En el frigorífico, baberos.
JAIMITA. Podíais poner una babería.
ELENA. ¿Y eso qué es?
CHUSA. Está de coña. (A ALBERTO, que mira ahora de mala manera a JAIMITA por
la broma.) Venga, no le des importancia, que no es para tanto. Y vamos a guardarlos, a
ver si van a venir y nos detienen por lo que no hemos hecho.
JAIMITA. O también podíamos poner una guardería.
(Coge un babero y se lo pone. ALBERTO se lo quita de un tirón. CHUSA ayuda
mientras tanto a DOÑA ANTONIA a guardar los que se le han caído por el
suelo.
DOÑA ANTONIA. ¿Quién es? (Por ELENA.)
JAIMITA. Se la ha encontrado ésta. Como usted con los baberos.
ALBERTO. Bueno, ya, ¿eh? ¡Basta de cachondeos con mi madre, que saco la porra!
JAIMITA. ¡A ver si te vas a mosquear ahora conmigo, madero, que eres un madreo!
(Mira ALBERTO con tristeza a su amigo, ausando el golpe. Luego mira su reloj.)
ALBERTO. Me tengo que ir, no se den cuenta. Ya no creo que vengan, no sería aquí.
Cualquier día me vais a meter en un lío entre todos… (Mira a JAIMITA) “¡Madero!”
Encima.
JAIMITA. Espera, bajo contigo, así me tomo un café, que estoy en ayunas. (Le da un
golpe amistoso en el hombro.) Y no te mosquees, que te mosqueas por nada últimamente.
(ALBERTO reacciona con otro golpe amistoso, y salen lo dos dándose puñetazos
en un juego que se adivina viene de muchos años atrás.)

6
DOÑA ANTONIA. Un café a la una, qué desbarajuste. (A su hijo, alcanzándole en la
puerta.) Toma el bocadillo, y estírate la camisa. (Le da el bocadillo y le coloca la ropa.)
Que vas hecho un cuadro.
ALBERTO. ¡Vale! ¡Vale! Hasta luego,
(Sale y cierran la puerta. Se oyen las risas perdiéndose escaleras abajo entre
ruidos que indican que siguen jugando a golpearse como dos críos. Quedan en
escena las dos chicas y DOÑA ANTONIA, mirándose sin saber que decirse.)
DOÑA ANTONIA. (Suspirando.) ¡Ay, Dios mío! ¡Qué hijos éstos!
ELENA. ¿Tiene usted más? ¿Más hijos?
DOÑA ANTONIA. Te parece poco con este bala perdida. Anda, dadme una copa de
coñac a ver si se me quita el disgusto que tengo.
CHUSA. Se acabó usted el último día la botella. Sólo hay té. ¿Quiere té?
DOÑA ANTONIA. ¿Té? Quita, quita. Yo sólo tomo té cuando me duele la tripa. ¿Y tú
quién eres? No te conocía.
ELENA. Es que soy nueva. Soy Elena. Mucho gusto.
(Le da la mano. DOÑA ANTONIA se limpia la suya y se la estrecha encantada,
sorprendida de los buenos modales de alguien en aquella casa.)
DOÑA ANTONIA. ¡Huy! Encantada, hija. Antonia del Campo, calle de la Sal, doce,
bajo C. Allí tienes tu asa. ¡Ay, Dios mío! Otra infeliz que cayó en el vicio, con la cara de
buena que tienes. ¡En fin! (Se arregla la ropa y coge el bolso.) Bueno, me voy a echar un
bingo. A ver si cojo hoy un par de líneas por lo menos. A esta hora es cuando está mejor
y más decente. Como está enfrente del mercado, sólo señoras, amas de casa y alguna
criada.
CHUSA. Adiós, doña Antonia, que siga usted bien.
ELENA. Adiós y encantada.
DOÑA ANTONIA. Y a ver si venís algún sábado a las reuniones de la parroquia, que si
cae un rayo allí no os pilla, no. Hala, adiós.
CHUSA. No se preocupe, que el sábado vamos sin falta los cuatro. Adiós, adiós. (Sale
DOÑA ANTONIA.) ¡Puf! Menos mal. Si no es por el bingo, hoy no nos la quitamos de
encima…

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