Mas Respeto, Que Soy Tu Madre - Hernan Casciari PDF
Mas Respeto, Que Soy Tu Madre - Hernan Casciari PDF
Mas Respeto, Que Soy Tu Madre - Hernan Casciari PDF
clave de humor, con total desenfado y una precisa visión de las pequeñas
miserias cotidianas que asolan a las familias desavenidas, Hernán Casciari
nos presenta a Lola, un ama de casa agobiada por todos los problemas de
su pequeño mundo: un marido en paro, dos hijos adolescentes e
insoportables, un matrimonio sin pasión, y hasta un suegro drogadicto que se
pasa las tardes tocando la batería. Lola escribe un diario tan íntimo como
desopilante en el que trata de dar salida a sus angustias a base de ternura…,
y de un amante uruguayo.
¿Sabías que el libro Más respeto, que soy tu madre está basado en el mejor
weblog del mundo? Lo ha dicho la Deutsche Welle International. ¡No te
quedes sin conocer a la familia de una mujer que podría ser tu madre!
www.lectulandia.com - Página 2
Hernán Casciari
www.lectulandia.com - Página 3
Edición en formato digital: marzo de 2011
© 2005, Hernán Casciari
© 2005, Random House Mondadori, S. A.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2005, Bernardo Erlich, de las ilustraciones
ISBN: 978-84-01-33770-3
Conversión a formato digital: KiwiTech
Random House Mondadori, S.A., uno de los principales líderes en edición y distribución en lengua
española, es resultado de una joint venture entre Random House, división editorial de Bertelsmann
AG, la mayor empresa internacional de comunicación, comercio electrónico y contenidos interactivos,
y Mondadori, editorial líder en libros y revistas en Italia.
Desde 2001 forman parte de Random House Mondadori los sellos Beascoa, Debate, Debolsillo,
Collins, Caballo de Troya, Electa, Grijalbo, Grijalbo Ilustrados, Lumen, Mondadori, Montena, Plaza &
Janés, Rosa dels Vents y Sudamericana.
Random House Mondadori también tiene presencia en el Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) y
América Central (México, Venezuela y Colombia). Consulte las direcciones y datos de contacto de
nuestras oficinas en www.randomhousemondadori.com.
www.lectulandia.com - Página 4
Para Cristina Badia Tost,
que leía cada capítulo por la mañana,
con la panza llena de Nina
www.lectulandia.com - Página 5
Nací el 19 de diciembre de 1951 aquí, en este mismo barrio. Una semana antes de
cumplir los catorce, en medio de la clase de caligrafía que daba una monja insensible
que se llamaba hermana Caridad, noté algo raro que me bajaba desde el estómago a la
entrepierna. Me sentí tonta. No tenía la menor idea de lo que era la regla. Después el
innombrable inauguró cien pantanos y otros cien, y siguió pasando el tiempo. Me
acosté por primera vez con un señor el 1 de mayo de 1971. Yo tenía casi veinte años
y estaba muerta de miedo. «No vamos a hacer el amor —me dijo—, vamos a juntar
los pelos», y yo le creí por primera vez. Desde entonces le he creído siempre a ese
señor, que ahora ronca en la otra habitación mientras escribo. Se llama Zacarías y ya
no se acuerda ni de la fecha, ni de mis temblores, ni mayormente de nada que tenga
que ver conmigo.
Desde la tarde en que junté los pelos con él por primera vez (era el día del
Trabajo, hacía frío y habíamos tomado chocolate con churros y habíamos ido al cine
porque echaban una de Ozores), la regla me falló solamente tres veces; la primera
hace casi treinta años, cuando quedé del Nacho, mi hijo mayor. Fui madre por
primera vez a los veintitrés años, y rompí aguas por última vez cuando nació la Sofi,
a mis treinta y ocho. Todavía me sentía joven. Miro fotos de aquella época y tengo el
peinado rarísimo; todas íbamos con la permanente y con hombreras, no sé por qué.
Yo estaba más delgada; parecía un junco. Después vinieron las varices, las estrías, el
Toño que nació cabezón y casi me desgarra (Antonio es mi hijo del medio), más tarde
llegó el socialismo con la ilusión del cambio, y el principito llevando la bandera en
Barcelona… Pero la regla estaba, todos los meses. A veces las pelas no, a veces los
revolcones con el Zacarías no, pero la regla estaba. Puntual. Era la única cosa que no
me había traicionado nunca. Por eso ahora me siento en Babia, como si me faltara el
sonido del despertador por la mañana.
A la Sofi, que es mi hija pequeña y la única mujer de esta casa, se lo he intentado
explicar esta tarde, pero tampoco me entiende. Ella es joven (le ha venido por
primera vez hace poco) y no se puede esperar que entienda lo que me pasa. Me ha
dicho que consulte por Internet, que allí hay médicos virtuales que no te cobran un
duro. ¡Hala!
Yo siempre había sido como un reloj, todos los meses de mi vida, y ahora ando un
poco cabizbaja. La espero desde el miércoles y nada. Nada de nada. La que llegó un
día en medio de una clase en el Colegio de la Misericordia y me dio vergüenza que
llegase, ésa, ya no viene más. Ya no me da la lata. El mes pasado fue la última vez de
muchas cosas y yo sin darme cuenta.
Mientras escribo navego en una página médica, pero todo lo que dice allí no es
ninguna novedad. ¿Tiene usted dolores óseos? Sí. ¿Tiene depresión, irritabilidad,
angustia, insomnio? Sí. ¿Tiene molestias en las relaciones sexuales? Ni la más remota
www.lectulandia.com - Página 6
idea, señor médico virtual, porque el Zacarías no se toma la molestia de descubrirlo
desde hace siglos, que se dice pronto. ¿Tiene mayor flacidez en las mamas? Sí,
parecen dos quesos de Burgos. ¿Tiene sequedad vaginal? Tengo para mí y para
regalar. ¿Qué más tiene, señora? ¿Qué más tengo? Tengo cincuenta y un años, ocho
meses y trece días. Tengo ganas de llorar y de que alguien me abrace. Pero son las
cinco de la mañana y toda la familia duerme como si en esta casa no pasara nada.
www.lectulandia.com - Página 7
Los pobres también veraneamos
Desde que al Zacarías lo echaron de Astilleros y nos quedamos sin un duro, la
familia entera se ha puesto de acuerdo sobre dos particulares: primero, decidimos ser
pobres; y segundo, nos aseguramos de que nadie en el barrio se diera cuenta. Lo uno
por necesidad, lo otro por buen gusto.
Lo que hicimos entonces fue poner en venta la casa y dejar de pagar la hipoteca.
Nos vinimos a vivir aquí a la esquina, que es la casa de mi suegro. Primero hubo que
avisarle, porque él vive también aquí. Ahora estamos a la espera de que se venda la
casa vieja y cobrar un dinero para montar una pizzería aquí mismo, en el garaje. Al
principio don Américo, que es mi suegro, puso algunas pegas, pero le dijimos que él
se encargaría de dirigir el negocio y entonces dio el brazo a torcer.
—Será una empresa familiar en la que trabajaremos todos, Nonno —le dijimos.
Pero mientras se vende la casa vieja (los trámites nos están matando), se nos ha
echado el verano encima y somos más pobres que cuando no teníamos nada.
Lo mismo que el año pasado, en esta época de agosto empezamos a decidir
adónde vamos a decir a los vecinos que nos vamos de vacaciones. Lo que hacemos en
realidad es encerrarnos quince días sin asomar la nariz por la puerta, pero de todos
modos hay que escoger un sitio.
El año anterior dijimos que nos íbamos a Francia, y cuando pasaron los quince
días salimos de nuevo a la calle con camisetas de la torre Eiffel y con unas cajas de
champán barato que encontramos de oferta en el súper. Le regalamos champán a todo
el barrio. Este año el Zacarías dice que podríamos decir que nos vamos a Benidorm,
porque Francia no está tan barato como el año pasado.
—¿Y qué coño te importan los precios de Francia, si en realidad nos vamos a
encerrar aquí dentro? —dice el Toño, que siempre se queja porque no le gusta
encerrarse con nosotros.
Los críos adolescentes son muy poco dados a la imaginación.
—Porque hay que ser coherentes, Antonio —instruye el Zacarías—; además,
queda feo aparentar dos años lo mismo.
—Eso es verdad —digo yo—, una cosa es ser miserables y otra cosa es no tener
creatividad.
—Más feo es mentir —aporta el Nacho.
—Más feo es que no se te conozca novia —retruca el Zacarías, y así empiezan
siempre las discusiones.
El tema de fingir antes era otra cosa, pero con la miseria generalizada se ha
convertido en un hazmerreír. El año pasado nos despedimos de todo el mundo el 2 de
agosto y nos fuimos a la terminal de autobuses. Regresamos bien de noche,
escondidos en las sombras, y nos metimos en la casa sin que nadie nos viera. A los
www.lectulandia.com - Página 8
tres días de estar encerrados, yo estaba en el patio regando las plantas y aparece la
cabeza de la vecina por encima de la medianera.
—¡Lola! —me dice—. ¿No estabais en Francia?
—¿Y tú? ¿No te habías ido anteayer a Cancún?
—Sí —me dice la vecina—, lo estamos pasando muy bien, volvemos a fin de
mes. ¡Qué calor que hace aquí, en Cancún!
—Aquí en París nos ha llovido dos días seguidos, pero ahora se ha puesto mejor
—le digo yo—; lo que pasa es que en Francia, aunque llueva, tienes tantas cosas para
hacer…
—Venga, te dejo —me dice ella, bajándose de la medianera—, que me voy a una
excursión a las ruinas mayas. Nos vemos a la vuelta, en el barrio.
—Sí, nos vemos allí —le digo—, gracias por llamar.
Y las dos nos encerramos otra vez, cada cual en su casa, a esperar que termine el
verano.
Yo digo que para aparentar como Dios manda tiene que haber gente que se vaya
de verdad a alguna parte. De lo contrario, ¿qué gracia tiene hacer todo el esfuerzo de
encerrarse? A mí fingir no me seduce, pero lo que me pone los pelos de punta es
cuando el barrio finge que no se da cuenta de que estamos fingiendo.
www.lectulandia.com - Página 9
Susurros en el patio
Lo que más nos costó de venirnos a vivir a casa de mi suegro es que el Nonno y
mi marido nunca se han llevado bien. En realidad, no se hablan. El Zacarías dice que
su padre lo abandonó de pequeño para irse a vivir a Italia. Don Américo, en cambio,
asegura que él a Italia iba a trabajar, porque era camionero, y que gracias a eso mi
marido pudo comer caliente. El asunto es que al Zacarías le toca las narices estar bajo
el mismo techo que su padre. Los críos, en cambio, parecen encantados de vivir con
el abuelo porque su casa es más grande y ni siquiera se sienten lejos del barrio: están
a cincuenta metros de donde han nacido.
A mí tampoco me desagrada esta casa, aunque no sea la mía, porque la habitación
de matrimonio tiene una ventana que da al patio. Hoy el Zacarías y yo decidimos
irnos a dormir temprano, y cuando entramos en la habitación oímos el viento silbando
a través de los árboles, y eso no se paga con nada. También, de repente, escuchamos
susurros en la ventana. Dos voces hablando por lo bajini. Nos quedamos quietos,
oyendo.
Por la mirilla de la persiana vimos que eran el Toño y la Sofi, y sentimos el
olorcito dulzón de la marihuana que nos llegaba desde fuera. Antes me habría
levantado con la zapatilla en la mano para que dejaran de fumar esa porquería, pero
ya tengo experiencia. Si a los hijos les das dos sopapos se te van a fumar a la calle,
que es peor. Así que de un tiempo a esta parte prefiero hacerme la sueca. Es lo bueno
de vivir en una casa con patio. La conversación de los críos venía de antes.
—Entonces, ¿tú piensas que hay algo más allá? —decía la Sofi.
—Claro, chica —decía él—, está la casa de doña Paquita, y después están las
vías. Y después el barrio del Castrillón, que es una mierda.
—No, idiota, «más allá» es después de la muerte —dice la Sofi—. ¿Tú piensas
que hay un dios y todo eso?
—No… —susurra el Toño, rotundo—. Y aunque lo haya, ¿tú has visto cómo
cierran los cajones de los muertos?
—¿Cómo los cierran?
—Los clavan… Y después los sueldan, por el olor. Así que aunque haya algo
después de la muerte, no puedes salir a verlo, estás enjaulado. A no ser que los
parientes te pongan algo para hacer de palanca.
El Zacarías me mira, como diciendo «qué gilipollas es el Toño». Pero yo le hago
silencio con el dedo, porque me encanta cuando mis hijos conversan en lugar de
pelearse.
—Yo creo que sí hay Dios… —susurra la Sofi—. ¿Tú no crees en el alma ni
nada?
—En el alma sí que creo, pero en Dios no —asegura el Toño.
www.lectulandia.com - Página 10
—Tenemos alma, ¿cierto, Toño? Aunque no la podamos ver…
—Claro que tenemos… Cuando tienes acidez lo que te duele es el alma, porque
no es ni la barriga ni es la garganta. Es algo en el medio, que debe de ser el alma.
Me tapo la boca. Las cosas que dice el Toño me dan risa. No sé por qué.
—Yo nunca tuve acidez —confiesa la Sofi.
—Las chicas no tienen alma ni tienen acidez —le explica el hermano—, porque
son cosas que se aparecen con los eructos y con los pedos. El alma es algo que tú la
ves venir, pero que no la puedes tocar, como los coches de fórmula uno.
—A mí me da miedo de que se mueran mamá y papá, Toño, ¿tú no has pensado
nunca en eso?
—Sí, y me viene una cosa aquí.
El Zacarías baja la vista; me mira serio.
—Como un dolor, ¿no? A mí también…
—Me da la sensación de que hay que empezar a trabajar, y eso es muy triste.
—Y no solamente trabajar —dice la Sofi—. ¿No piensas que es todo inútil? ¿De
que después también te vas a morir tú, y yo, y nadie se va a acordar de que
estábamos?
—El que primero se va a morir es el Nonno, que es el más viejo…
—¡E una merda! —susurra don Américo, sacando la cabeza por la ventana de su
habitación.
Se ve que también los estaba oyendo a escondidas.
—Nonno, ¿estás despierto? —le dice el Toño—. Ven con nosotros, que estamos
hablando aquí afuera y la noche está muy bonita…
—¿Hay canuto? —pregunta el Nonno, que también fuma, aunque en su caso es
terapéutico.
—Sí, me queda uno.
El anciano salta entonces por la ventana, con una agilidad de gato, y se tira boca
arriba con sus nietos, en la hierba fresca del patio.
—Estamos mirando las estrellas —dice el Toño—. Hoy hay como diez mil, más o
menos.
—É bonita cuesta notte, cherto —susurra don Américo.
—A mí las noches así me ponen triste, yayo —dice la Sofi, acurrucándose en el
pecho de su abuelo.
—La Sofi dice que hay Dios —retoma el Toño, y los dos se quedan mirando al
abuelo, esperando una confirmación o una negación.
—Sempre non… Dío volta e volta stano durmiendo —explica don Américo,
categórico—. Ma cuesta notte está acuí.
—¿Aquí? ¿Dónde? —pregunta el Toño mirando para los costados.
—Dío é dove qualcuno parla di Lui —dice el Nonno.
www.lectulandia.com - Página 11
—¿Cómo? —pregunta la Sofi, que de italiano no entiende nada.
—«Dios está ahí donde alguien hable de él» —le traduce el Toño a su hermana.
—Bene, bambino —aprueba don Américo acariciándole la cabeza al Antonio.
—Qué bonita frase… —se alegra la Sofi—. ¿Y cómo sabemos que está?
—Perque susurramo —dice el abuelo, hablando todavía más bajo—. ¿No vé
bambina qu’stamo susurrando sense razone nenguna?
—Sí… —susurra la Sofi.
—É susurramo perque Dío stá con nosotro.
El Zacarías y yo, ya muertos de sueño, cerramos la persiana con la sensación de
que los niños, esta noche, están en buenas manos. Nos metemos bajo la colcha y
cerramos los ojos. Sin querer, seguimos oyendo los susurros de la familia en el patio,
cada vez más lejanos, mientras nos va llevando el sueño. El ruido del ventilador nos
adormece. Hay algunas noches —no muchas, la verdad— que en esta casa se respira
filosofía. Parece mentira, pero es así.
www.lectulandia.com - Página 12
Una pesadilla con mi hijo
El Nacho es el más educado, el más sensible y el más tranquilo de todos mis
hijos; en eso siempre fue como de otra familia. Cierto que también es el más gay,
pero no podía tener todo a favor.
También es el único que usa la camisa dentro de los pantalones, por ejemplo, el
único que se sabe hacer la cama solo, el único que se acuerda de mi cumpleaños, el
único que me ha acabado el instituto, el único que nunca le ha levantado la mano a
sus padres y el único que se cambia los calzoncillos más de una vez por semana. Yo a
veces pienso que cuando nació el Nacho me tendría que haber ligado las trompas,
porque lo único que le falta para ser un hijo perfecto es haber sido el único.
Y además, qué más da: ser gay hoy en día ya no es un defecto, aunque al
principio lloré mucho, y nos pasamos un fin de semana abrazados, los dos, sin saber
qué hacer. Pero después entendí que tal vez por eso, por ser gay, no se parece a mi
marido o al Toño, que son dos monos peludos.
Esta mañana me he quedado sola con el Nacho en la cocina, hablando de
cualquier cosa. Al principio, cuando me confesó sus inclinaciones, me costaba seguir
siendo su confidente. A veces es mejor intuir que tu hijo es distinto en vez de saberlo
por su boca. Pero él nunca ha tenido miramientos conmigo y ya casi me acostumbro a
escuchar las historias de sus romances.
—¿Y ahora estás con alguien? —le pregunto esta mañana.
—Con José María —me dice—. Tú le conoces.
—¿El muchacho que estudiaba contigo en la universidad?
—Ése.
—Parece buen chico.
—Es un santo —me dice—. Nos queremos mucho. Vamos en serio.
Por una parte me siento orgullosa de mi hijo, de su valor y de la confianza que
tiene conmigo, pero también sé que tarde o temprano tendremos que decírselo a su
padre. Y ese día el Nacho será algo peor que gay; será gay muerto, que es una opción
sexual que no me gusta para mi hijo.
Al mismo tiempo, y esto ni siquiera se lo he dicho a él, yo puedo ser una madre
comprensiva pero en cambio no me sale ser una madre moderna. Porque en el fondo
yo quisiera que mi hijo fuese normal, que se echara una novia del barrio y se casara.
Por algo tengo esa pesadilla horrible. Hoy, durante la siesta, después de conversar con
el Nacho, he soñado otra vez lo mismo. Me he despertado temblando. El sueño es
muy breve, pero intenso, y parece real. Sueño que llega a mí y me dice:
—Mamá, te presento a mi novia.
Entonces miro a la chica y soy yo cuando tenía veintiún años. De la alegría de que
haya conseguido por fin una novia me meo encima —en el sueño, no en la cama— y
www.lectulandia.com - Página 13
le doy besos al Nacho por toda la cara.
Por alguna razón que todavía no comprendo, porque los sueños son cosas muy
raras, en medio de los besos nos ponemos cachondos y él me empieza a manosear por
debajo del camisón ¡y yo a dejarme!, y entonces los novios empezamos a ser
nosotros. De repente, el Nacho se queda quieto, me mira, se huele la mano y me dice:
—¡Serás cerda, te has meado!
Es un sueño horrible, porque me queda la sensación de que la culpa de todo la he
tenido yo.
www.lectulandia.com - Página 14
Uno que pide
De las sesenta veces que tocan el timbre de casa por la mañana, más o menos
cuarenta son inmigrantes que piden algo. El resto, inmigrantes que venden algo. A los
que venden les hago que no con el dedo desde la puerta. Y a los que piden los miro
bien para ver si son conocidos y, según la cara, les abro o les hago que no con la
cabeza. Aquí, en el barrio, no se dice indocumentado, ni sin papeles, ni morito. Se
dice uno que pide. Y cuando son conocidos se agregan datos.
—¿Quién es? —pregunto yo desde la cocina, por ejemplo a la Sofi, que ha ido a
atender.
Y ella me puede decir: «Los dos negritos que piden», o «el cojo que pide», o «la
tuerta que pide». Si el visitante es nuevo, entonces dice: «Uno nuevo que pide».
Si el que toca el timbre viene cargado de cosas, es uno que vende.
—¿Quién es? —pregunto.
Y el que va a atender me grita: «El turco que vende alfombras», o «el chaval que
vende escobas», o «la vieja que a veces pide y a veces vende» (con ésa nunca se
sabe). Pero si no le conocemos, decimos: «Uno nuevo que vende».
En verano los que piden se multiplican, porque aprovechan el calor para subirse a
una patera y llegar a la costa. A los que conozco de siempre les doy, siempre y
cuando sean educados. Les hago así con la mano, para que se esperen, me meto
dentro y les pongo en una bolsa algo de pan, una mandarina, lo que sea, y les doy.
Si son adolescentes, les digo que me corten las ramas que sobresalen de la
enredadera. No porque lo necesite, sino para que sepan que trabajando se consiguen
más cosas. Y cuando terminan les doy, además de la bolsa, unas monedas gordas de
dos euros. Siempre les digo:
—Te compras algo para ti, que no me lo cruce a tu padre con un cartón de vino.
—No, no, siñora, para mí, para mí —me dicen.
Pero aunque sean cada vez más, siempre cada barrio tiene su inmigrante oficial.
El de toda la vida. Nosotros tenemos a Carnecruda, un señor ya mayor, del Este, que
hace como quince años que pide para comer por esta zona. Es un rubio alto, que va
con un carrito de supermercado y tiene un bigote como el de Stalin. Simpatiquísimo
el señor extranjero. Estamos muy contentos con el inmigrante oficial que nos ha
tocado en suerte.
Cuando viene Carnecruda a pedir, le abro y hasta conversamos un rato. Es un
mendigo de esos que antes, en sus países, eran profesionales, y que después la vida se
les ha ido de las manos, o sus países han desaparecido del mapa. Hay gente, Dios los
ampare, que han nacido en un sitio que terminaba en «avia» y ahora ese mismo sitio
acaba en «guistán». Hay millones de esa pobre gente dando vueltas por el mundo,
buscando un «avia» que ya no existe.
www.lectulandia.com - Página 15
Da gusto cruzar dos palabras con Carnecruda. A veces hasta te dan ganas de
meterlo a la fuerza y bañarlo. Pero no se deja. Un día la vecina doña Paquita, cuando
estaba sana, lo quiso meter al baño y Carnecruda le arañó toda la cara.
Nuestro mendigo llegó al barrio hace muchos años. La primera vez que tocó el
timbre fue un 25 de diciembre. El Nacho aún era un crío y yo estaba enorme del
Toño. Almorzábamos en el comedor de la casa vieja.
—¿Quién es? —le pregunto al Nachito.
—Uno que pide —me dice.
Entonces sale el Zacarías y le lleva un buen pedazo de carne a la brasa. El buen
hombre se lo agradece y se va.
Como a la media hora toca el timbre de nuevo. Atiende el Nachito, que le
encantaba atender la puerta. Y vuelve a la mesa con la carne a la brasa del mendigo,
intacta, en la misma bolsa.
—¿Qué pasa? —pregunta el Zacarías.
—Dice el señor del bigote gordo que muchas gracias, pero que te devuelve la
carne porque está un poco cruda.
Desde ahí le pusimos el nombre. Y estábamos orgullosos de tener en este barrio
un mendigo exigente. Ahora es otra cosa, ya no hay gente como el Carnecruda. Ahora
hay tantos pidiendo, tanto chiquillo de color, con hambre en serio, dando vueltas por
la calle, que una no sabe qué hacer para darle a todos algo, cualquier cosa. Un
poquito de lo poco que nos queda. ¿Qué se habrá hecho —me pregunto a veces— de
aquel país en donde los mendigos devolvían la carne porque estaba cruda? A mí
siempre, en verano, se me hace un nudo en la garganta cuando me pregunto esto.
www.lectulandia.com - Página 16
Campeón europeo de váter-mano
Como si nos costara poco traer el pan, el Toño se ha saltado un semáforo en rojo
y nos ha caído una multa. Ciento diez euros por lo del semáforo y doscientos cinco
porque es menor de dieciséis años. Total: casi sesenta mil pelas que hay que pagar o
nos retiran la moto, que para más inri es la única movilidad que tenemos para cuando
abramos la pizzería.
Mi marido está que echa humo, y ha perseguido al Toño por el fondo de la casa
hasta que por fin lo ha cogido en un voleo y se ha desquitado un poco. Yo le gritaba:
—¡Zacarías, deja al chico en paz! —pero se ve que no hay manera con este
hombre.
Si estuviéramos en una buena época, el Zacarías no habría hecho tanto esfuerzo
por alcanzar al Toño. Como mucho le tira un zapato desde el sillón, o le jura la
muerte y después se olvida, o se caga en sus muertos (que es gratis, porque el Toño
todavía no tiene muertos)… Pero no estamos en la buena época.
Ya va para más de un año que a mi marido lo han despedido de Astilleros,
después de veinte años dejándose la vida allí, y se libera de la reconversión naval
dándole bofetadas al niño. No es que el Toño no se las merezca, que sí, pero a veces
no se sabe si el crío es estúpido de nacimiento o por las patadas del padre.
No mucho después, y para demostrar que no escarmienta, me lo encuentro en el
váter con una máquina de fotos.
—¿Otra vez colocado en casa, Toño? —le digo, poniendo cara de asco—. ¿Qué
haces sacándole fotos a la mierda?
—Es un deporte que he inventado, vieja.
—¿Cómo que un deporte? —me espanto—. ¡Un deporte es algo que haces con
otra gente, y sudas, y te dan trofeos!
—Es un deporte individual. Se llama váter-mano y va de hacer figuras mientras
cagas… Al principio solamente me salían mojones sin forma, y ahora ya hago la jota
en cursiva. Me cuesta cerrar el culo para hacer el puntito, pero ya me saldrá —me
dice, orgulloso.
—¿Y la Polaroid para qué es? —pregunto, casi llorando.
—Le hago fotos a las figuras defectuosas antes de echarlas por el váter, para
mejorar la técnica. A las que me salen bien no les hago fotos.
—¿Y qué haces con la mierda que te sale bien, hijo?
—La guardo en una caja de zapatos.
—Toño —le digo, reteniendo el llanto—: ¿pero tú no tienes perspectivas para
cuando seas mayor? ¿No hay nada que te haga ilusión en esta vida?
Entonces se le ponen los ojos soñadores.
—¡Qué va! —me dice—. Me gustaría ser campeón europeo de váter-mano… Y
www.lectulandia.com - Página 17
que me saliera la figura más difícil.
—¿Qué figura, descerebrado? ¿De qué me estás hablando?
—Qué figura va a ser, ¡la clave de sol! Es complicado cagar una clave de sol,
mamá, sobre todo la vueltecita esa que hace al final.
Dejo a mi hijo en el baño y me voy a llorar al fregadero.
www.lectulandia.com - Página 18
Escándalo en el barrio
Hoy por la mañana han llegado del Ayuntamiento a preguntarme si era yo quien
había puesto una denuncia a la vieja doña Paquita, que vive aquí al lado.
—Sí, por supuesto, oficial —les he dicho—, la he denunciado a finales de julio,
porque así no se puede vivir.
—Y bien que has hecho, Lola —grita Emilia, que es la vecina de enfrente,
dándome la razón.
Emilia siempre fue una mujer muy chismosa, antes de tener la peluquería y
después de cerrarla. Cotilla profesional, de esas que saben la vida y milagros del
barrio desde su fundación hasta el día de hoy. Pero como vivía a la vuelta de casa
mucho no me importaba. Pero ahora la tenemos a un tiro de piedra, y también ella
tiene que soportar a doña Paquita.
Entre las dos, se deben de pasar unas doce o catorce horas al día mirando por la
persiana para el lado de la calle. Yo me figuro que del otro lado deben tener un
taburete o algo.
Cuando salgo a la calle, ya siento que tengo cuatro ojos clavados en la nuca que
me persiguen. Emilia es como La Gioconda: te pongas donde te pongas ella siempre
te está mirando. Yo no sé cómo hacían los pintores de antes para dar esa sensación,
pero a la Emilia le sale perfecto.
Debe haber toda una cuestión entre las viejas y las persianas. Lástima que no
tengo al Nacho a mano para preguntarle, porque él seguro que ha leído algo sobre el
tema. Pero llega una edad que las viejas se instalan detrás de la persiana de su
habitación y no las quitas de ahí ni con los bomberos.
Cuando son casadas lo dejan dos o tres horas, por la tarde, para hacerle la cena al
marido, pero una vez que enviudan se llevan el túper a la ventana y se quedan a vivir
allí.
Pero la Emilia es, dentro de todo, inofensiva. En cambio doña Paquita tiene
peligro: se esconde tras la ventana porque está buscando el ángulo para escupirte.
Desde que está mal de la cabeza escupe; a todo dios que pasa lo escupe desde un
agujerito que ha hecho en la ventana.
Con los meses ha ganado mucho en puntería, pero más que nada es envidiable la
consistencia del salivazo. Debe de ser que la gente de la tercera edad se alimenta
distinto, qué sé yo, y después la saliva se le acaramela en la boca, pero tiene un
escupitajo que parece una pedrada, esta santa mujer. Hace un mes al Toño le hizo un
moratón debajo del hombro de un escupitajo.
—¡La loca de al lado me ha dado en la vacuna! —se quejaba la criatura y con
razón.
Por eso he llamado al Ayuntamiento. Y hoy se han dignado venir.
www.lectulandia.com - Página 19
—¿Cuál es el motivo de la denuncia? —me dicen.
—Esta señora nos escupe, jefe —señalo con la punta de la escoba.
Así que los del Ayuntamiento han tocado el timbre de doña Paquita para hacerla
entrar en razón, y la vieja los ha empezado a escupir a través de la persiana
entrecerrada. A un funcionario de traje gris le ha dado en el ojo y el hombre ha tenido
que sentarse porque se mareaba de dolor.
Hemos salido todos los vecinos, y el Toño (que odia a doña Paquita más que
nadie) ha enloquecido y ha comenzado a dar patadas a la puerta gritando:
—¡Venga, escúpeme ahora que estoy con la ley, vieja cobarde!
El Toño se envalentona cuando ve que lo secunda la pasma. Al final ha venido el
hijo de la vieja, que trabaja de repartidor de butano a dos calles de aquí, y ha firmado
unos papeles asegurando que iba a tapiar la ventana con ladrillos para que no se
repitieran los incidentes.
Doña Paquita, mientras todos nos íbamos metiendo en casa, nos miraba desde un
agujero de la ventana, con los ojos tan llenos de odio que a mí se me ha puesto la
carne de gallina. Para mis adentros pienso que un día de estos el viejo loro se va a
querer vengar de mi familia.
www.lectulandia.com - Página 20
Los viejos rencores del Zacarías y su padre
Mi marido y mi suegro siguen enfadados entre ellos, y últimamente hay mucha
tensión en casa. Nos pasamos las mañanas y las tardes en el garaje, tratando de
convertir ese cuchitril en una pizzería decente, pero nunca pasa media hora sin que el
Zacarías y el Nonno empiecen a discutir por alguna idiotez.
—Aquí lo que hace falta es un tabique del cuatro —dice mi marido.
—Non, del chincue —corrige don Américo.
—Del cuatro, papá.
—Del chincue.
—Del cinco será en Italia, ese país en el que tú estabas cuando yo necesitaba un
padre.
Yo no sé si están reviviendo sus peleas del pasado, de cuando el Zacarías era
soltero, pero en vez de hablarse se ladran, y cuando pasan uno al lado del otro ni se
saludan.
El Zacarías nunca me ha hablado abiertamente del problema con su padre. Todo
lo que sé he debido componerlo con datos y fragmentos, como un puzzle que sigo sin
ver completo. Pero el asunto viene de lejos.
En los años cincuenta don Américo era camionero. Vivía más en Italia que en su
propia casa. Doña Antonia estaba enferma de celos y siempre pensó que el marido le
ponía los cuernos. Cuando el Zacarías cumplió cinco años, lo sacó de la escuela y lo
obligó a acompañar a su padre en sus viajes. Don Américo no se negó.
La cuestión es que en realidad mi suegro sí tenía una doble vida, y entonces
dejaba al niño con otro camionero que hacía la ruta a Portugal. Resumiendo: que el
Zacarías se pasó siete años de su infancia viajando a Lisboa con un desconocido que
llevaba y traía soja, y ocultándoselo a la madre para cubrir a su papá. A la madre le
decía siempre que había estado en Italia… ¡Qué santo de marido tengo!
Hasta que un día que estaban los tres en casa, doña Antonia le preguntó a su hijo:
—Dime mi niño, ¿qué tal es Italia, te gusta?
Y el Zacarías, que tendría unos once años, le contesta:
—Muito bonito, mamãe. ¡É qué praias mais longas!
Y entonces doña Antonia, que ya se olía algo, porque el Zacarías volvía a casa
cada vez más tostado y a veces hasta con el pelo con motas, se separó de su marido y
se fue para siempre de la casa. Y al Zacarías desde ese día no lo quiso ni su madre
(que llamaba a su hijo «el cómplice») ni su padre (que le llamaba «il mascalzone
gilipolla»). Por eso a veces mi marido es tan duro con su padre, y por eso también
nunca va al cementerio a ponerle flores a doña Antonia.
www.lectulandia.com - Página 21
Cuni… ¿qué?
A veces es malo revolver cosas en tu propia casa. Ayer, buscando un recibo del
teléfono del mes pasado, entro en el cuarto de la Sofi y me encuentro con unas bragas
de la niña a las que ella misma les había cosido unas orlas de encaje.
Una es madre, pero antes que madre es mujer, y hay cosas que coge al vuelo. Así
que salgo como si me llevara el diablo y le muestro a mi marido:
—Mira tu hija —le digo—, le ha puesto unas orlas a las bragas.
—¿Y qué quiere decir eso? —me dice el Zacarías.
—¡Que la Sofi ya tiene escarceos sexuales, Zacarías! —le grito para que espabile
—. ¡Si una niña le cose orlas de encaje a las bragas es para que alguien se las vea,
coño!
Y el Zacarías, que cada vez está más vegetativo, me dice:
—¿Pero tú quién eres, Pepe Carvalho?
Me he pasado toda la tarde dando vueltas al asunto, a pesar de que nadie en esta
casa parece alarmarse por el descubrimiento. La niña tiene catorce años, ¡catorce!, y
si ya va por este camino, en dos años me la dejan preñada.
Por fin me la encuentro sola en casa, y aprovecho para tener con ella una charla a
fondo sobre sexo.
—¿Y tiene que ser ahora? —me dice la ingrata—. ¡Si es que va a empezar
Titanic!
—Venga, Sofía, que ya la has visto cien veces y luego te da la llorera —le digo—.
Además, ya es hora de que te explique algunas cosas de mujeres, porque así a lo tonto
no puedes seguir.
Nos sentamos en la mesa de la cocina con dos tazas de café. Pongo la luz del
patio, para dar un toque de intimidad, y hago esfuerzos para no demostrar a la niña lo
nerviosa que estoy. Pero por dentro yo misma me siento temblorosa, como si me
estuvieran pasando la aspiradora por el intestino delgado. Además, la insolente me
mira como si estuviera a punto de empezar la función del circo y yo fuera la pulga
amaestrada.
—A ver… —le digo, enarcando las cejas—. Por dónde empezamos.
—Tú misma —me dice mirándose las uñas.
Silencio absoluto. La Sofi mastica el chicle mientras me escruta, esperando que
yo diga algo. Me llega todo el aliento a tutifruti. El segundero del reloj de la cocina
da vueltas, despacio y con ritmo, pero a su bola.
—Yo soy tu madre y eso lo sabemos —le digo—. Pero ahora hazte cuenta de que
soy tu amiga, y de que me puedes preguntar lo que quieras. Soy una especie de amiga
mayor con mucha experiencia, y tienes la oportunidad de recurrir a mí para que te
saque de las dudas. —La miro fijo—: ¿Qué quieres saber?
www.lectulandia.com - Página 22
—¿Sobre sexo, dices? —pregunta.
—Pues claro, mujer, de eso hemos venido a hablar.
Se rasca la cabeza, piensa un poco y me dice:
—Venga… ¿Cómo hay que decirle a un tío que ya no quieres cunnilingus y que
vaya al grano porque estás a cien?
Me mira. Pestañeo seis veces. Ella intenta aclararse:
—Quiero decir… ¿Se lo dices así, abiertamente, o te haces la tonta y le vas
levantando la cabeza para que se entere?
Ahora pestañeo once veces. Me siento paralizada, como un canario embalsamado
en su jaula. Lo único que pienso es: «¿Quién me ha mandado a mí tener esta
conversación?». Lo que más me molesta no es no saber de qué coño me está
hablando mi hija; lo que más me molesta es el gesto que me pone la idiota de esperar
una respuesta.
—¿A qué hora empieza Titanic? —le digo.
—Ahora mismo —me dice—, está empezando. Y es la versión ampliada, hay
muchos más ahogados que en la original. ¿La vemos?
—Vale —le digo—, ve tú que ahora te sigo. Otro día hablamos de sexo, Sofi…
De pronto veo que eres muy pequeña para según qué cosas.
—Puede… —me dice. Y sale disparada a ver la televisión.
En cuanto la pierdo de vista, me voy a la habitación del Nacho, que es donde está
el ordenador con la banda ancha, y tecleo como una desesperada la palabrita esa en el
Google: «cunnilingus», intentando no hacer ruido con el teclado. Me tiemblan las
manos, se ve que es el miedo de ser mala madre.
¡Y ahí está la palabra, muerta de risa! Es decir que no es un invento de la niña
para salir del paso… Me quedo como cinco minutos leyendo la primera página que
encuentro. No me hace falta más. Leo como ochenta veces el mismo párrafo, ese que
dice: «… el 68% de las mujeres con edades entre 18 y 44 años encuentra atractiva la
idea del sexo oral, frente a sólo un 40% en el grupo de las de 45 a 59 años».
Enseguida me invaden dos necesidades irrefrenables. Así que me voy hasta el
fregadero, cojo la escoba con las dos manos, entro en el comedor sin que la Sofi me
vea, y así sin más, sin gritarle ni nada, sin armar un escándalo, la reviento a
escobazos por puta, por malcriada, por envidia generacional y por usar palabras en
latín para hacerse la enterada. Primera necesidad satisfecha.
Después, ya más desahogada, me acabo el té, imprimo la hoja del Google, la
escondo bajo la almohada y espero al Zacarías en la cama para ver si esta vez hay
suerte y satisfacemos la segunda necesidad.
www.lectulandia.com - Página 23
Secretos oscuros de la Negra Cabeza
El Toño sale todas las santas noches y ya hace años que ni le pregunto adónde,
más que nada para no sufrir. A veces vuelve con arañazos, a veces cuando vuelve no
da con la cama y se cae redondo en el recibidor, a veces no vuelve en dos días y a
veces regresa con tres melenudos que se nos comen todo el pan del desayuno y me
pisotean las begonias. Más o menos eso es todo lo que hace, y el Zacarías y yo ya
estamos hartos de intentar encarrilar al niño. Pero lo de esta madrugada es el colmo.
¡Que yo me acuerde, jamás, nunca en su vida el Toño había vuelto a casa con una
mujer!
Esta mañana me levanto y cuando entro en el váter veo una desconocida
lavándose la cara en el lavabo. Una mujer grande, era, mulata, con una camiseta del
Toño que dice «Ojos de Brujo» y debajo nada.
Me mira seria, como un perro que ha tirado una maceta. Yo también la miro. Nos
miramos las dos sin decirnos nada. Hasta que como al minuto yo digo:
—¿Qué hace usted aquí?
La señora abre la boca como para decir algo, pero por detrás aparece el Toño, un
poco ruborizado, y me dice:
—Mamá, ésta es mi novia, la Negra Cabeza.
La mujer alza la mano toda enjabonada, me la tiende y me dice:
—Mayor gusto.
—Toño, ven un segundo —le digo a mi hijo, y lo saco del váter para que la
mulata no nos oiga—. ¿Cómo que tu novia, pánfilo, si esa señora es casi de mi edad?
¿No lo ves que es mayor, y que además tiene rasgos?
—¿Y a mí eso qué me importa? —me dice—. Le gustan los Ojos de Brujo… Eso
es lo único que vale en nuestro amor.
Entonces yo respiro hondo, abro un pelín la puerta del baño y le digo a la mujer:
—¿Se queda a desayunar, señora? —y ella me hace así con la cabeza, como
diciendo «venga, me quedo».
Esto ocurrió a las ocho de esta mañana. La Negra Cabeza se quedó tan tranquila,
desayunando con el Zacarías y el Toño y charlando sobre la muerte de Rainiero.
Parece que a mi marido le cae bien, porque la señora dice que es socialista.
Lo triste no es eso, sino que se ha pasado el día en casa, y el asunto ya me
desborda. No sólo es que me dice «mamá» como si ya fuera de veras mi nuera, sino
que se está tomando libertades que no le corresponden, como por ejemplo ir en
bragas por el patio.
La mujer tiene cuarenta y cuatro años (le he revisado el bolso para asegurarme,
porque ella dice treinta y seis) y gracias a ese pequeño pecado de detective he
descubierto algunas otras cosas, como que se llama «Cabeza, Silvia Lorena» y lo que
www.lectulandia.com - Página 24
es peor: ha nacido en Guinea. «¡Mi hijo con una subsahariana!», pensé, y se me fue el
alma al suelo.
No es que yo sea racista, pero todos los nacidos en África son un poco dejados, se
les caen los dientes antes de tiempo y en lugar de llamarse por teléfono tocan el tam-
tam. Y eso por no hablar del olor que desprenden, muy semejante al de la parte de
atrás de los supermercados.
Voy a tener que hablar muy seriamente con el Toño de geografía, para abrirle los
ojos con respecto a los defectos de nuestros hermanos del otro lado del Mediterráneo.
¡Ay! Mientras escribo esto, oigo las carcajadas (ahora sé que son carcajadas
subsaharianas) de la Negra Cabeza y las risotadas enfermas de mi hijo, los dos felices
de la vida, y se me frunce el corazón de tristeza.
www.lectulandia.com - Página 25
Home, sweet home
Ayer finalmente se ha vendido la casa vieja. La compró una gente de Madrid, que
quiere tirarla y poner un Blockbuster. Nos quedamos mudos cuando el de la
inmobiliaria nos llamó esta tarde y nos dijo que la cerradura ya era otra y que
solamente teníamos que ir a firmar.
Muy en el fondo pensábamos que el cartel de «Se vende» iba a quedar de por vida
pegado en la ventana. Y ahora que lo descolgaron nos ha dado una especie de
impotencia. Como si se hubiera muerto un pariente y nos hubiésemos enterado seis
meses después. Ganas de llorar para atrás: de haber llorado a tiempo. Cuando
miremos por la ventana hacia esa parte del barrio, de ahora en adelante y para
siempre nos va a faltar lo más importante del paisaje.
La Sofi y el Toño nacieron ahí. No se acuerdan de otra cosa. Se han pegado
golpes y golpes contra el mosaico aprendiendo a caminar, han jugado al escondite en
todas las habitaciones, han trepado al árbol del patio hasta que lo partió el rayo del
93… Por eso, desde esta tarde, van los dos medio tontos, sin querer llorar pero con un
nudo en la garganta que se les nota en la cara.
Para el Zacarías y para mí comprar esa casa fue lo único que nos salió bien en la
vida. Peseta a peseta, dolores de espalda y de cabeza, horas extras en Astilleros y
venta persistente de mis pasteles por el barrio. Con el Nacho pequeño, descuidado por
nosotros y medio criado por los abuelos, a veces nos mirábamos y nos dábamos
cuenta de que no podíamos más, que ya no teníamos de dónde sacar fuerzas; nos
humillaba vivir en casa de mis padres, pero salimos adelante.
Era la obsesión de tener algo nuestro, era como la pelea de dos cabezotas…
Queríamos una familia y un techo. No queríamos nada más en la vida.
Y un día llegó. Y nos pasamos quince años debajo de ese cielo de nuestra
propiedad. Allí nacieron los críos, y llegaron las paredes con gotelé; y más adelante
aparecieron los adornos del todo a cien; y después un siglo nuevo, con la paradoja de
tener módem y no tener trabajo: las dos cosas por primera vez. Y nosotros allí,
aguantando la tormenta, como si la casa vieja fuera el paraguas de todos los males de
este mundo. Como si la casa nos abrazara.
Y ahora vienen y nos dicen que van a poner un Blockbuster. Que la tiran abajo.
Mira tú… Dentro de seis meses este barrio tendrá películas de Stallone donde estaba
mi cajón de las bragas. Las de Meg Ryan en la parte donde el Toño tartamudeó
«papá» por primera vez. La sección Cine Clásico donde el Nacho guardaba el
escalextric. Y los DVD donde mi madre, antes de morir, me dijo por última vez que
me quería.
La casa vieja nació para nosotros el 12 de marzo del 88. Me acuerdo muy bien de
ese día, de la tardecita en que nos dieron la llave que ahora ya no abre ninguna puerta.
www.lectulandia.com - Página 26
Entramos los dos y vimos la casa sin muebles, quieta como un río en verano,
esperando llenarse de todos nosotros. El sol entraba por la ventana de la cocina, y un
rayo de luz pegaba en el mármol de la encimera y hacía parpadear el picaporte de la
puerta. Esa imagen la tengo grabada.
Y yo, que había aguantado cuatro años de trabajo inhumano sin quejarme, que
había llorado sin ruido para que mis padres no sufrieran, al ver tanta maravilla me
desmoroné y me puse a llorar de felicidad apretando la llave flamante sobre el
hombro del Zacarías. Y él, pobre santo trabajador, héroe mío, me decía:
—¿Has visto, mujer? Lo hemos logrado.
Él tenía pelo. Yo era tan bonita… Ninguno de los dos sabíamos que el Toño ya
me estaba haciendo cosquillas en la barriga y que por fin íbamos a empezar a tener un
hogar.
www.lectulandia.com - Página 27
Tenemos que ponerle más voluntad
Antes de haber decidido tan alegremente montar la pizzería y trabajar todos
juntos, tendríamos que haber aprendido de las enseñanzas de Gran Hermano. Hace
solamente dos días que inauguramos el local y ya hay grupos, dimes y diretes,
camarillas, recelos y gestos de resquemor.
En resumen, que el Zacarías no se habla con su padre por culpa de ese problema
antiguo del que sabemos poco o nada; que el Toño y la Sofi se llevan como perro y
gato, porque el Toño le quiere tocar las tetas a la hermana para ver si son duras; que
yo le tengo mucha manía a la Negra Cabeza porque la gente africana no es de fiar;
que la Sofi sigue con morro porque su padre no le permite irse de marcha con
minifalda pero en cambio la obliga a usarla para atender a la clientela; que el Nacho
está angustiado porque su hermano se bebe la cerveza buena que está para vender;
que la Negra Cabeza pretende que mi suegro no la manosee en público, y aunque le
decimos que lo hace con todo el mundo, ella que no y que no; que yo estoy cabreada
con el Nacho porque me desatiende los números del negocio y se pasa horas con su
novio José María; que el Toño y la Negra Cabeza se esconden en el almacén a juntar
los pelos cuando hay clientes esperando y a veces hasta se oyen los gritos del coito;
que el Nacho no soporta que la Sofi se pase dos horas hablando por teléfono con su
noviete, porque dice que el negocio depende de que el teléfono esté desocupado. Y
así.
Ay, Virgen santa; yo no sé si esto va a funcionar como pensábamos. Además,
cuando se da la casualidad de que estamos todos de buen humor y no hay peleas ni
rencores, pasa lo de anoche, que nos pusimos los siete un rato a jugar al dominó y
cuando nos quisimos dar cuenta eran las dos de la madrugada y nos habíamos
olvidado de abrir. ¡Un día perdido, Madre de Dios!
Hoy espero que estemos otra vez todos peleados, pues al menos así nos
acordamos de que tenemos trabajo. Si fuéramos chinos seguro que esto no nos
pasaba. Claro… Pero seríamos bajitos, amarillos y tendríamos olor. Ya a estas alturas
no sé qué es peor.
Para quitarnos el estrés, el Zacarías y yo nos hemos tomado la mañana y hemos
estado como en una especie de luna de miel. Nos hemos ido temprano a dar la vuelta
por el parque y estuvimos tumbados en la hierba hablando de la pizzería, de los niños
y del futuro. Como cuando éramos novios. Después lo he dejado en el bar y me he
vuelto para casa.
Al entrar, la pizzería echaba tanto humo que pensé que se habían dejado
encendido el horno, pero no. ¡Todo el mundo estaba fumando canutos! Se ve que
cuando no están los gatos padres, los ratones hijos y la rata subsahariana bailan. Lo
primero que me salió fue del alma:
www.lectulandia.com - Página 28
—¡Tú también Nacho, hijo mío! —he gritado.
La Sofi y el Toño no podían parar de reírse, y el Nacho y la Negra Cabeza estaban
hablando por teléfono con los zapatos. No me hacían caso cuando les hablaba.
—¿Podéis parar un poco, enfermos? —les digo.
El Toño me contesta:
—Somos detectives, y estamos esperando al Superagente 86.
Y otra vez todos meándose de la risa y dándole al petardo.
—¿Pero no os dais cuenta de que puede aparecer el abuelo en cualquier
momento? —les digo, espantada.
Y la Sofi me contesta:
—El abuelo es el Superagente 86, mamá, y está metido en el horno.
En ese momento mi suegro saca un poquito la cabeza llena de hollín y dice:
—Non é un horno, Noventanove, ¡é il conno del chilencio!
www.lectulandia.com - Página 29
Un hombre llamado Douglas
Anoche muy tarde sonó el timbre de la calle. «Qué raro», me digo, y pensando
que era el Toño (que de borracho muchas veces no atina con la llave en la cerradura)
voy a abrir en camisón. Pero no era él: de la oscuridad emergió un hombre. Nunca en
la vida había visto un ser humano tan elegante.
—Discúlpeme, hermosa dama —me dice con acento cantarín—. ¿Es aquí el
negocio que expende alimentos italianos?
Yo me quedo un poco petrificada, por la voz y por esos ojos negros y profundos.
—Sí, pero la pizzería está cerrada, señor…, pásese mañana.
El buen hombre pone un pie en la puerta y me dice:
—Precisamente, yo soy cocinero, el mejor chef de Montevideo, y estoy pasando
un mal momento económico… ¿Usted no necesita…?
Y se queda así, mirándome, quieto.
—¿No necesito… qué? —le digo, con el corazón en la boca.
—Un cocinero, un amigo, un gourmet que le dé consejos y la anime… —me dice.
Y yo, no sé por qué, a todo lo que él me propone le voy diciendo que sí con la
cabeza, como hipnotizada.
—Si me da un número podemos concertar una cita diurna… —le digo—. Es que
ahora no estoy visible.
El hombre entonces quita el pie de la puerta y me deja su tarjeta con dos dedos, el
índice y el mayor. Dos dedos enormes, llenos de huesos.
—Espero oír su voz en breve, querida señora, y lamentaré no volver a verla
«invisible».
Yo me quedo sin palabras otra vez, y lo veo irse. Le grito:
—¿Cómo se llama, usted?
El hombre se da la vuelta y me mira otra vez a los ojos.
—Soy Salvático —me dice—; Douglas Salvático. Pero puedes llamarme «El
Tigre» si lo deseas.
Me encierro dentro temblando como una niña que ha visto a Beckham. ¡Qué voz,
qué ojos, qué caballero este señor! Por la mañana, a primera hora, le he dicho al
Nacho que necesitamos un cocinero de verdad, porque el Nonno hablará mucho en
italiano pero de pizzas no entiende nada. Además, está viejo y se nos puede morir
cualquier día. Eso le digo a mi hijo, que me mira como si hubiese visto un fantasma.
Douglas Salvático… ¡Qué nombre tan seductor que tiene el nuevo empleado!
www.lectulandia.com - Página 30
Los antipiropos del Zacarías
Entre el Zacarías y yo sentamos al Toño a la mesa y le empezamos a preguntar
qué pensaba hacer con su vida. Yo hoy estoy medio alterada por problemas cotidianos
de dinero, así que no me fui por las ramas.
—Escucha, imbécil —le digo—, o te consigues un curro decente o te vas de esta
casa; que aquí no estamos para mantener vagos.
El Toño mira a su padre y le dice:
—¿Y tú, papá, te vienes conmigo a la calle, no? Porque últimamente más vago
que tú…
En el momento justo que yo pensaba que el Zacarías iba a hacer uso de su
infalible revés con nudillo (cosa que el Toño se merece cada vez más) mi marido va y
se me desmorona. Hunde la cabeza entre los brazos y se echa a llorar como Conchita
Velasco en Las que tienen que servir.
Entonces el Toño y yo nos quedamos sin aire; nunca lo habíamos visto llorar de
ese modo al Zacarías. Nunca jamás en la vida de Dios. Se pasa dos minutos
lloriqueando, hasta que levanta la cabeza, mira al Toño y le dice:
—¿Tienes un pañuelo?
El Toño le da un pañuelo; entonces el Zacarías me mira a mí y me dice:
—¿Me das un cubito de hielo?
Y yo le doy un cubito. El Zacarías mete el cubito dentro del pañuelo, se levanta,
toma impulso y le arrea un puñetazo en el ojo al Toño.
—Toma —le dice—, ponte hielo en ese ojo antes de que se te hinche. —Y hace
mutis.
¡Un superhéroe, el Zacarías! Me ha dejado toda enamorada con esa salida.
El problema es que cuando alguien le dice al Toño que tiene que hacer algo con
su vida, el niño va y se obsesiona con su estatura. Dice que la culpa de todo es de su
metro cuarenta y siete.
Un rato más tarde del guantazo que le ha dado su padre, me encuentro al crío
cabeza abajo, colgado de los tobillos en la enredadera del patio, casi sin respiración y
con el cerebro lleno de sangre.
—¿Qué estás haciendo, subnormal? —le pregunto.
Casi no me podía contestar de lo incómodo que estaba el infeliz. Con un hilillo de
voz me explica:
—A ver si puedo alargar un poco las patas…
Si el Zacarías no me ayuda a bajarlo se nos queda muerto el gilipollas, como un
ahorcado al revés. Además el padre, aunque tiene buenas intenciones, nunca
encuentra las palabras para darle ánimo y le salen antipiropos. Después de un rato le
dice, palmeándole la espalda:
www.lectulandia.com - Página 31
—Vamos, Toño, ánimo, hijo, que eres el enano más alto del mundo.
El Toño lo ha mirado, ha hecho un puchero y se ha ido llorando a su cuarto.
—Coño —ha dicho entonces el padre—, si le doy una hostia ni se mosquea, pero
cuando le doy ánimos se va llorando…
El Zacarías tiene esas cosas de bruto que es. Una vez, queriendo decirme algo
cariñoso, me miró a los ojos y me susurró: «La última vez que fui feliz, Lola, fue el
día que te conocí». Es un desalmado y un cavernícola, ¡pero con qué voz de galán
maduro nos dice sus antipiropos!
www.lectulandia.com - Página 32
Cantinflas, un gato mexicano
Hoy el Cantinflas cumple seis años, y es la primera vez que no le hemos podido
preparar una fiesta decente al pobre gato, por culpa de esta pizzería que nos está
dando más trabajo que dinero. Esta mañana, mientras le daba un par de besos al
minino para que no se sintiera desplazado, me acordaba del día que lo encontramos.
En aquella época teníamos un perro muy querido que se llamaba Sumcutrule, que
se pasaba el día persiguiendo a los Citroën. Yo no sé por qué había elegido esa marca
de coches para perseguirlos, pero cuando oía el motor de un dos caballos saltaba la
tapia y corría por la calle, mordiéndoles las ruedas. Los Citroën eran inofensivos y no
pasaba nada, hasta que salió al mercado el Citroën 3CV, que era un matador, y nos
asesinó al perro un 30 de mayo aciago. ¡Qué drama más grande!
Sufrimos como si se hubiera muerto el Toño, que en esa época tenía once años y
también nos habíamos encariñado mucho con él. Fue una época fea: toda la familia
llorando por los rincones, y acordándonos del Sumcutrule, que era un foxterrier y
tenía los mismos ojos que José Sacristán.
Una semana después del asesinato, la Sofi (que ya iba a la escuela) dejó de comer
por culpa de la tristeza. El Zacarías dice que dejó de comer por culpa de Felipe
González, pero yo creo que era por la tristeza. Así que nos planteamos conseguir otra
mascota, que siempre es mucho más fácil de conseguir que otro presidente. Y justo
cuando íbamos a la tienda de animales a comprar una tortuga (que son más duras y se
mueren menos que los perros), un vecino loco que ya murió, y que siempre nos tiraba
cosas al patio, nos sorprende con un gato blanco recién nacido.
La Sofi enseguida lo cogió y comenzó a acariciarlo, y supimos que, de allí en
adelante, ése sería nuestro gato. Como le dolía todo el cuerpo al felino, en vez de
maullar en castellano (miauuu) maullaba en mexicano (mieeeeiiiuuu), así que el
Nacho le puso Cantinflas, como el actor cómico, por eso y porque tenía los bigotes
desplazados para izquierda y derecha. También le podríamos haber puesto Don
Ramón, como a un zapatero mexicano del barrio, pero nos pareció que Cantinflas era
más universal. Eso pasó un día como hoy de hace seis años; por eso ahora le he dado
un par de besos al gato. Para que lo recuerde.
www.lectulandia.com - Página 33
Hasta el jueves, caballero
El Nacho ha aceptado contratar (en negro, por supuesto) a Douglas Salvático
durante un mes, para ver cómo se desenvuelve en la pizzería. Esta mañana he
llamado al chef para darle la buena noticia. Por alguna razón he guardado su tarjeta
más de tres días en el escote del sujetador, como si fuese un pájaro al que hubiera que
alimentar con leche materna.
—¿Sigue interesado en el empleo, Douglas? —le he preguntado, enroscando el
cable del teléfono en el dedo. No sé por qué hago este gesto cuando estoy nerviosa.
—No he dormido esperando tu llamada, Lola —me dice él, y yo no logro
entender si se trata de una respuesta a mi pregunta o de algo que ha dicho porque sí,
sin motivos.
—Hemos estado evaluando su propuesta —le digo, haciendo esfuerzos por tener
un tono de voz neutral—, y quisiéramos hacerle una prueba.
—¿Me quieres probar?
Tapo un segundo el auricular para respirar con ruido sin que me oiga. Después
digo:
—Nos gustaría —debo utilizar el plural para no desmayarme—, nos gustaría
mucho evaluar sus aptitudes.
—Ahora mismo voy para allí, Lola —me dice.
—¡No! Ahora no —me desespero—, que sea el jueves. Por la tarde.
Nos despedimos con dos «hasta entonces» susurrados a la vez, como un dúo que
cantase boleros de amor por teléfono.
El Nacho me había dicho que hoy era un buen día para la prueba, pero en el
último momento decidí que pasara un poco de aire. Es que necesitaba tiempo para
respirar, para saborear el aroma de un plato que, está claro, no voy a probar jamás.
Con un impulso de cría adolescente, me he pasado todo el día de hoy de tiendas.
Me he comprado un vestido verde, he ido a la peluquería, he caminado por la calle
cantando.
—¡Mamá! ¿Qué te ha pasado en el pelo? —me ha preguntado el Toño hace un
momento, al verme volver a casa rejuvenecida.
—¿Te gusta? —le digo.
—Pareces una de esas viejas que no quieren ser viejas.
Mira por qué poca cosa el niño se ha quedado sin cenar.
www.lectulandia.com - Página 34
Nunca hay que hablar de más
¡Ay, qué desastre! El Nacho me pregunta hoy al mediodía si puede traer a trabajar
a la pizzería a su novio el José María.
—Es que, según están las cosas, mamá, vamos a necesitar a alguien más —me
dice, sin mirarme a los ojos.
Yo le grito:
—¡Pero Nacho! ¿Y con tu padre qué hacemos? Tu padre se muere si se entera de
que eres…
Me tendría que haber mordido la lengua antes, porque por la mitad de la frase
entra el Zacarías en la cocina, con un vaso de agua y en pijama. Nos quedamos los
tres como secos, inmóviles, mientras las palabras empiezan a rebotar por las paredes:
«… tu padre se muere si se entera de que eres… si entera de que eres… que eres…».
Cuando la frase deja de hacer eco, vemos que mi marido se empieza a poner
blanco, y después flamea, y después se pone amarillo, igual que la bandera del
Vaticano. Mira al Nacho con odio en los ojos y le dice:
—¿Qué eres tú? —dice—. ¿Tú qué eres, Ignacio?
—Soy diferente, papá —susurra el Nacho despacio.
—¿Diferente cómo? ¿Y por qué yo no me tengo que enterar?
—Zacarías, no te pongas así —le digo yo—. El nene es…
—¡Tú te callas! —me interrumpe el Zacarías—. Quiero que me lo diga él.
Ignacio se sienta en una silla y se pone a llorar como un niño. Ninguno de los tres
nos damos cuenta de que el Nonno ha entrado en la cocina.
—¡Ío tengo tutta la culpa, filho! —le dice mi suegro a mi marido—. ¡He sido ío il
culpábile! El Nachitto é merengüe, non é del Dépor… ¡Sempre ha sido del Madrí,
come el suo nonno, come ío! —y el abuelo se tapa la cara con las manos y se pone a
llorar.
Todos nos quedamos mirando al Zacarías, sin respirar.
—¿Mi padre y mi hijo mayor? —dice el Zacarías—. ¿Los dos? ¿Del Madrid?
Esto es el fin de la familia —dice, y se va de la cocina mudo, herido, desinflado,
pegando un portazo que ha tirado tres cacerolas.
Cuando nos quedamos solos, el Nonno saca un ojo por entre los dedos y nos mira.
Se recompone y le dice al nieto:
—¿Así que ere monosechuale, bambino? —y le acaricia la cabeza, comprensivo.
Los dejo solos, para que se cuenten sus penas, y me voy despacio a la habitación,
para consolar al Zacarías. Me lo encuentro cortándose las uñas de los pies, que es mal
augurio.
Cada vez que el Zacarías se corta las uñas de los pies es que está sufriendo. Debe
de ser su manera de canalizar. No le pasa a menudo, por lo que siempre usa zapatos
www.lectulandia.com - Página 35
dos números más grandes. Con uñas largas calza el 43, y cuando sufre mucho vuelve
al 41. En la primera época de Felipe González, que estábamos todos con trabajo,
llegó a calzar un 45: parecía un payaso, pequeñito y con zapatones gigantes. Cuando
vino Aznar y empezaron a echar a gente de Astilleros había tanta tensión en casa que
un día le tuve que comprar unos mocasines del 39. Ahora me lo encuentro cortándose
las uñas con unas tenacillas, porque piensa que el hijo mayor le salió del Real
Madrid. Le digo:
—No sufras, Zacarías, lo importante no es que sea del Madrid o del Depor; lo que
importa es que sea feliz.
—¡No me vengas con frases de esos libritos que lees tú, mujer! —me dice—.
Preferiría mil veces que tuviera cáncer o que fuera sordo, ¿pero merengue? ¿Nuestro
hijo mayor, el único que parecía normal? ¿Cómo lo miro a los ojos yo, ahora? ¿Cómo
salgo a la calle?
—No es para tanto —le digo, tanteando la situación—. Peor sería si fuera
homosexual, ¿no es cierto?
—¡Ser sarasa es una enfermedad, mujer! —me dice, sacando la lengua porque
justo se estaba cortando la uña del dedo pequeño—. Sarasa se nace, cuando eres
sarasa no hay tu tía: te gusta la picha desde niño y a la mierda… Pero ser merengue
es una elección… ¡No vas a comparar!
—Entonces, ¿preferirías que tu hijo fuese gay?
—¿Merengue o sarasa? —me dice, y se queda pensativo—. Son dos desgracias
muy grandes, Lola… Es como si me dijeras moro o sudaca. Las dos cosas son
jodidas. Además, si es merengue ya es un poco sarasa, lo llevan en la piel, les viene
con el carné de socio… ¡Lo único que falta es que ahora venga y nos diga que quiere
ser morito!
—¡Ay, Zacarías, que te pierdes por la boca! —digo yo, espantada—. ¡Con esas
cosas no se juega!
www.lectulandia.com - Página 36
El Toño al psicólogo
Por iniciativa del Nacho (que es el único que tiene amigos profesionales) esta
mañana he llevado al Toño, a rastras, a ver a un psicólogo, para ver si se puede hacer
algo con la criatura.
Como era la primera visita, me he metido dentro de la consulta con él, y ahora
estoy con una rabia tremenda… Nada más llegar, el caprichoso ha querido echarse en
el sofá, como en las películas de psicólogos, y eso que el doctor le decía que no hacía
falta. Pero él venga, que quería echarse en el sofá. Cuando se ha salido con la suya y
se ha acostado, se nos quedó dormido y empezó a roncar.
—¡Pero niño —le digo yo—, atiende lo que dice el doctor Madariaga!
—No, señora, no le presione —me reprocha el psicólogo—, está intentando
llamar nuestra atención.
—¿Usted cree? —le digo—. A mí me parece que está atragantado de Trapax, se
pasa las noches tomando pastillas con los amigos, y después llega la mañana y
siempre está un poco gilipollas.
—¿Eso es cierto, Antonio? —dice el doctor—. ¿Necesitas evadirte por las
noches?
—¿No tienes un almohadón, bigote? —balbucea al Toño, y yo me pongo toda
colorada.
—¿Un almohadón…? —dice el psicólogo, que se ve tiene una paciencia increíble
con los locos—. ¿Te sientes generalmente incómodo?
—En vez de poner esa voz de canario podrías ir a buscarme un almohadón,
psicópata —le dice el Toño.
—¡Toño, que el señor es psicólogo! ¡Le pides perdón al doctor ahora mismo! —le
digo yo, agarrándolo de una oreja.
—Señora —me dice Madariaga mientras me mira con unos ojos hipnóticos que
parecen los de una lechuza—. ¿Nos deja solos, por favor? Yo no puedo trabajar si
usted presenta esta actitud tan hostil.
—¡Ja! —dice el Toño, abriendo un ojo—. ¡Bravo, psicópata! Déjanos solos, vieja
hostil, ¿no has oído al señor?
Así que me he venido para casa dando un portazo que casi se le caen todos los
diplomas. Lo más probable es que ahora el Toño se haga amigo del pánfilo aquel, y
salgan los dos de noche a tomar pastillas por ahí. Ya no se puede confiar ni en la
medicina.
www.lectulandia.com - Página 37
Ha llegado un mago con las manos enharinadas
Douglas ha llegado puntual, a las cuatro de la tarde. Se ha ido hace un momento y
me he encerrado a escribir. Me palpita el corazón; no, en realidad me siento idiota.
Nos acaba de dar una clase magistral sobre cómo se prepara la masa de una pizza
para que, según sus palabras, «posea la dura coraza del pan francés, el corazón tierno
de la galleta criolla y el alma alegre de la tarantela». ¡Usa unas palabras este hombre,
que se me acartonan las bragas inmediatamente!
Mientras lo veía trabajar en la cocina, haciéndonos una prueba para lograr un
puesto de trabajo, no podía dejar de compararlo con el Karlos Arguiñano. Lo he
mirado hipnotizada, casi babeando. Siempre me pasa que hago zapping sin mirar,
hasta que aparece el Arguiñano… ¡Tiene un modo de explicar las cosas ese hombre,
tan parecido a Douglas! Y además, es muy limpio… Un día yo lo vi en persona, en
Benidorm, y lo olfateé de arriba abajo, para ver qué olor tenía. Huele a príncipe azul,
a marido detallista y a jabón de Marsella.
Karlos cocina, canta, cuenta chistes subidos, hace la comida, te cuenta anécdotas,
y haga lo que haga yo lo miro y suspiro de emoción, igual que esta tarde con
Salvático. ¡Me suben unos orgasmos que me tiemblan las rodillas! A veces pasa el
Zacarías y yo aprieto las piernas para que no me oiga el orgasmo… Igual mi marido
nunca se entera de estas cosas, ni que se las expliques en una pizarra.
En esas cosas pensaba yo mientras el chef uruguayo nos enseñaba sus trucos
culinarios. Hacía malabarismos con el disco de la masa, la giraba con un dedo y
hablaba sobre la historia de la pizza, todo a la vez. La Sofi y yo teníamos la boca
abierta y no podímos dejar de sentir su perfume: el perfume inconfundible de los
hombres de mundo.
Cuando acabó, el Nacho le dijo que había superado la prueba. A mí me dio un
poco de miedo que mi hijo mayor también se hubiera enamorado del chef, pero no
dije nada por culpa de la emoción.
—Me alegra muchísimo poder trabajar con todos ustedes —dijo Douglas,
mirándome solamente a mí.
—El gusto será nuestro —dije yo, con el corazón que se me escapaba de la blusa.
Se fue a las cinco y veinte, con la promesa de volver desde el lunes, a las once de
la mañana, para siempre.
Los varones de la familia —el Toño y su padre, claro— dicen que Douglas es un
poco amanerado. Es la envidia, digo yo. ¡Cómo me va a costar esta noche meterme
en la misma cama que el pánfilo del Zacarías!
www.lectulandia.com - Página 38
La vida real es muy triste
Todavía estoy temblando. Esta noche ha muerto José María, el novio del Nacho, y
yo estoy que no puedo tenerme en pie. Ha sonado el teléfono a las tres y media de la
mañana; mi Nacho estaba aún despierto, diseñando en el ordenador unos carteles que
vamos poner en los comercios del barrio, con una oferta de tres pizzas y una Fanta al
precio de dos pizzas y una Coca-Cola.
El teléfono lo ha cogido el Zacarías, desde la cama, y él mismo ha venido a
avisar:
—Ignacio, te ha llamado no sé quién, que se ha muerto un amigo tuyo de la
facultad.
El Nacho me mira primero a mí y después al padre, pero no ha preguntado
«quién» ni nada. Solamente me ha dado la mano. Yo sí que he preguntado, con un
hilo de voz:
—¿Te han dicho quién?
El Zacarías mira un papel donde tiene apuntado un nombre:
—Un tal José María Hernández, ¿no es el tío aquel un poco pánfilo que venía a
estudiar a casa el año pasado? —dice—. Se ha pegado un tortazo en la avenida con el
coche.
Lo primero que hago es abrazar a mi hijo. Es un acto mecánico. Me importa un
pimiento que el Zacarías sospeche algo. El Nacho se me pone a temblar y me aprieta
tan fuerte que yo pienso que me está ahorcando. Y después, pobre hijo mío, se
desinfla y rompe a llorar a gritos. Es que no lo podíamos parar. Lloraba como la
sirena de una ambulancia.
Entonces el Zacarías empieza a mirar raro al hijo. Yo rezo para que no diga nada,
pero a mi marido le encanta hablar más de la cuenta cuando hay que tener el pico
cerrado.
—¡Eh! —dice riéndose—. ¡Ni que hubiera perdido el Depor! ¿Pero ese muchacho
era tu hembra?
El Nacho ya está fuera de sí, como en otro mundo, pero la sorna del padre se ve
que le llega hasta el corazón. Se levanta con la cara deformada de dolor y empuja al
padre contra la pared:
—¡No, mi hembra no, papá! ¡Mi pareja! ¿Y sabes lo que eres tú? ¡Un retrógrado
hijo de puta! ¡Fascista, mal nacido!
Al Nacho todo esto le sale con la voz aflautada, aguda como la de un pájaro
mojado. Para ser sincera, la voz le sale muy, pero muy homosexual. Tanto que me da
un poco de vergüenza.
Después de insultar al padre de arriba abajo se pone la chaqueta y sale para la
calle dando un portazo. El Zacarías se queda quieto como una estatua. Lo único que
www.lectulandia.com - Página 39
hace es mirarme, como preguntándome todo con los ojos. Yo no digo nada, estoy
como en otra parte.
—¿Cómo que «la pareja», Lola? —me dice al rato, como un zombi—. ¿Será
posible que yo siempre me entere el último de las cosas?
Yo no le contesto nada, porque estoy muda de repente. Y él cada vez más
crispado.
—¡Contesta, mujer! ¿Cómo que «la pareja»? ¿Ese hijo de puta se folla a mi hijo?
¡Es que lo mato al José María de los cojones!
—Zacarías, que tú no matas a nadie —le digo cogiéndolo de los hombros—. ¿Es
que eres tonto? ¿No te das cuenta de que el pobre muchacho ya está muerto?
Se queda allí, como una estaca en medio de la habitación, parpadeando igual que
un semáforo roto. Y dice, ya sin fuerzas:
—Claro, si además de todo ya está muerto… —y me mira volviendo en sí—. ¿No
ves, mujer, que llego tarde a todos lados?
www.lectulandia.com - Página 40
El Toño gana por puntos
El Toño entra a la cocina muy serio anoche, mientras yo lavaba las tazas y el
Zacarías leía el diario:
—Papá, ¿por qué ahora que el Nacho es sarasa nadie le dice nada, mientras que si
yo la cago mínimamente, como cuando me expulsaron del instituto, todo el mundo
dice que soy un infradotado y la vieja me manda al psicólogo?
Yo miro al Toño, respiro hondo, me seco las manos con el delantal y le digo que
se siente a la mesa un rato para conversar. No quiero dejarle esa conversación al
Zacarías porque está muy alterado.
Primero le explico al niño que no le quiero oír nunca más la palabra «sarasa» para
referirse a su hermano: que se debe decir «ser humano con inclinaciones sexuales
enfermizas», o directamente «invertido».
El Zacarías no dice nada, pero yo veo que, por momentos, los ojos se le ponen de
color bermellón. Se nota que no le gusta el tema. Después le digo al Toño que no
puede compararse con su hermano, que su hermano es el único de la familia que ha
ido a la universidad y que se ha pasado casi todo el año manteniendo a la familia. Le
digo que el Nacho ha salido sensible porque es muy leído, y que tenemos que
apoyarlo porque lo está pasando muy mal ahora que se le ha muerto su amigo íntimo.
Y también le digo que ni yo ni su padre hemos hecho nunca diferencia entre los tres
hijos, porque a los tres los queremos por igual.
—Sí —dice el Toño—, pero ahora que el Nacho es sarasa me imagino que baja
puntos y os corresponde quererme a mí un poquito más que antes.
El Zacarías bufa despacio (mala señal) pero tampoco dice nada. A mí, a veces, los
silencios del Zacarías me dan mucho más terror que sus gritos y pataleos. Para ganar
tiempo le increpo:
—¡Ya te he dicho que no le digas sarasa, Toño…! Y aquí nadie baja puntos ni
sube puntos; esto no es un bingo, Antonio, es una familia.
Pero el niño sigue en sus trece:
—¡Y una mierda, mamá! A mí me parece que ahora el peor hijo es él, y yo paso a
ser el anteúltimo peor hijo… Yo lo máximo que hago es colocarme, pero a él se la
meten por el culo, que es mucho peor. Yo creo que a mí me corresponde subir puntos.
¡Ay, Virgencita, qué rápido ha ocurrido todo entonces! El movimiento del brazo
derecho del Zacarías ha sido biónico, como los leones de los documentales cuando
saltan encima de una gacela. Yo juro por Dios que no vi el golpe: solamente oí un
zumbido y después al Toño despatarrado contra la pared. La cabeza le ha sonado
como un tarro de leche en polvo. Cuando volvíamos del hospital en el taxi, al
Zacarías todavía le quedaban ganas de hacer chistes.
—¿No querías puntos, tú? Pues te han puesto doce, subnormal —le decía al Toño,
www.lectulandia.com - Página 41
que ahora tiene la cabeza toda vendada, pero sigue contento.
—¿De qué te ríes, niño? —le digo cuando entramos.
—Con turbante parezco más alto, ¿no? —nos dice el gilipollas mirándose en el
espejo del recibidor.
www.lectulandia.com - Página 42
Mostaza y mayonesa
Al Nacho, pobre ángel, se lo ve muy deprimido todavía, aunque un poco mejor
que ayer. Anoche estuvo cenando en casa muy callado, pero con la frente alta. Fue la
primera vez que se cruzaron él y mi marido después de la bronca de ayer, y parece
que el Zacarías empieza a querer entenderle. El problema es que mi marido no es de
hablar abiertamente de las cosas. En un momento le pasa la mayonesa al Nacho, y el
Nacho dice:
—No, gracias, papá; el pollo, lo prefiero con mostaza.
—¿Pero alguna vez has probado la mayonesa, hijo? —le pregunta el Zacarías.
—He probado las dos cosas, y me gusta más la mostaza, papá.
—Pero habiendo tan buena mayonesa en este país —insiste mi marido—, no me
entra en la cabeza que te guste la mostaza.
—He estado cinco años comiendo el pollo con mayonesa solamente para
aparentar —se sincera el Nacho—, pero ya me he cansado.
Zacarías no da el brazo a torcer:
—Igual nunca has encontrado una buena mayonesa que te haya puesto los pelos
de punta…
—No es una cuestión de calidad, papá —niega el Nacho—, con la mayonesa no
siento nada, en cambio con la mostaza soy yo mismo, y quiero sentirme orgulloso de
comer mostaza.
—Tendría que haberte llevado a probar mayonesa cuando tenías doce o trece años
—se lamenta el Zacarías—, como se hacía antes.
Don Américo asiente en silencio. El Nacho le pone una mano en el hombro al
padre:
—No es eso, no te culpes de nada.
El Zacarías pone su propia mano sobre la mano del Nacho y a mí casi se me caen
las lágrimas. Los dos se quedan mirándose un segundo en silencio, como si de
repente se vieran por primera vez. El Nonno, que había seguido la conversación muy
serio, rompe la magia:
—Bambino, ¿e no has probaddo nunca la salsa rosa, que é mayonesa e mostaza
tutto a la vez?
—¡No seas pervertido, papá! —se asquea el Zacarías—. ¿No ves que hay
criaturas en la mesa?
www.lectulandia.com - Página 43
El sexo en la tercera edad
Ayer por la tarde don Américo estaba muy alicaído porque su ídolo máximo,
Michael Jackson, está acorralado por la justicia. Mi suegro es fanático del cantante
desde los años ochenta; ahora ya mucho menos que antes, porque un día el pobre
viejo se rompió la cadera bailando breakdance, pero siempre ha seguido escuchando
sus discos. Estuvo hasta la noche informándose por la radio sobre las últimas
novedades, y cada dos por tres gritaba:
—¡Non claudique, Miquele, escuéndete!
Y fue así, escuchando la radio, cuando el ánimo le cambió por completo: ahora
está eufórico. Se acaba de enterar de que el padre de Julio Iglesias fue padre a los
ochenta y ocho años, y desde que lo supo se ha olvidado de Michael Jackson: ahora
quiere rehacer su vida y darle un hermanito al Zacarías.
—¿Non te piachería un germano per jugare, filho? —le dijo anoche en la mesa.
Yo creo que mi suegro siente mucha culpa por la infancia de mierda que le dio a
mi marido y ahora necesita empacharle con todo el amor que no le ha dado antes.
También creo que de un tiempo a esta parte a mi suegro ha empezado a írsele mucho
de la cabeza, todo hay que decirlo.
—¡Pero qué dices, papá, si tú no tienes novia ni nada! —le dice el Zacarías, que a
mí me parece que en el fondo no le gusta compartir.
Los demás nos reíamos por la salida de don Américo, pero la Sofi, que es una
malhablada, sobre todo en la mesa, le pregunta:
—¿Pero a ti todavía se te pone dura, yayo?
Nos quedamos todos mirándola con el corazón en la boca. Por un lado la pregunta
nos pareció muy fuerte, pero por el otro ya era hora de que alguien le preguntara algo
así a un anciano, porque mayormente el deseo de todo el mundo es saber si a los
viejos les funciona el aparato.
Yo siempre digo que la juventud de hoy es menos hipócrita que nosotros, que
pregunta las cosas abiertamente. Y además es una juventud muy curiosa, que cuando
crece utiliza esa curiosidad para hacer avances científicos y ganar los premios Nobel.
Lástima que, en este país, los padres de la juventud de ahora tengan tan poca visión
del talento ajeno y además la mano tan larga, porque el Zacarías le ha dado un revés
de zurda a la maleducada de la Sofi que seguro que a la niña ahora no le quedan
ganas de inventar la vacuna contra el cáncer cuando sea mayor. Uno más de nuestra
familia que se perderá la comunidad científica.
Por otro lado yo no quise decir nada en la mesa para no volver a sacar el tema,
pero más de una vez he entrado al servicio apurada y me he encontrado a don
Américo en la ducha, y no solamente se le pone dura, sino que además la tiene
enorme. Y eso que generalmente en el agua encogen.
www.lectulandia.com - Página 44
Yo, la verdad, muchas veces pienso que el Zacarías no comparte el ADN sexual
de su padre. Mal que me pese.
www.lectulandia.com - Página 45
Familia de intelectuales
El domingo la Sofi iba por la mitad de Juan Salvador Gaviota y nadie lo podía
creer. Debe de ser la primera de esta familia (con excepción del Nacho) que va por la
mitad de algo que tiene páginas. El fin de semana se ha pasado como quince horas
boca abajo, en el suelo de la cocina, leyendo. El libro es corto, pero ella tarda en
leerlo porque también es corta. Todos pasábamos por encima de ella, al principio
pensando que estaba dormida o llamando la atención, pero en una de esas se le ha
escapado una lágrima y después un suspiro y nos hemos dado cuenta de que no, que
estaba despierta y que además leía, la criatura.
Al Zacarías no le gusta mucho que los hijos lean, porque según él toda la
enfermedad del Nacho viene a raíz de la lectura, cosa que un poco es cierta y un poco
no. También tiene que ver con que el Nacho no ha hecho la mili, pero eso el padre no
lo cuenta.
La cuestión es que mi marido ha estado todo el domingo importunando a la Sofi
para que dejara el libro: le ponía la tele a todo volumen, le pisaba la cabeza y hasta ha
llegado a empaparla con el sifón (como si no se diera cuenta), pero la niña seguía
enganchada al libro y no lo soltaba.
—¿Tiene miel ese libro de las gaviotas? —le dice el Zacarías en un momento,
pero la Sofi no le prestaba atención al padre ni para discutir.
Entonces mi marido se ha encaprichado, porque no le gusta que no le hagan caso
cuando habla, y le ha dicho que le diera el libro a ver qué era.
—Vamos a ver, trae para aquí, no sea cosa que estés leyendo un libro guarro —le
dice, y la Sofi va y le pasa la novelita.
No tendría que haberle dado el libro. Ahora el Zacarías está desde anoche con la
Gaviota y no me apaga la luz del cuarto. No solamente que no me puedo dormir
(porque mi marido cuando se emociona se suena los mocos fuerte) sino que la Sofi se
ha ido con el Manija, el hijo del carnicero, quién sabe adónde y ya son las cinco de la
mañana y todavía no ha vuelto.
Le acabo de decir al Zacarías:
—Oye, que la niña está con el Manija en la calle y ya está amaneciendo… Lo más
probable es que se nos la estén cepillando…
—Dios lo quiera —dice el Zacarías emocionado, y lee rápido las páginas que le
quedan para ver si puede terminar el libro antes de que llegue la nena y se lo quite.
www.lectulandia.com - Página 46
El Nacho ya tiene un nuevo amor
El tango lo dice muy claro: «Es muy duro matar a un amor sin tener otra piel
donde ir», y si bien el Nacho no ha matado a su amor porque más bien se le ha
muerto solo, el duelo parece que le ha durado poco.
Las malas lenguas en este barrio más que malas son mafiosas, así que ayer noche
he cogido el toro por los cuernos y se lo he preguntado de frente a mi hijo, porque me
gusta saber las cosas de primera mano:
—A ver, Ignacio —le digo—. ¿Qué hay de cierto en eso que dicen las cotillas del
barrio?
—¿Y qué dicen ahora?
—Que te estás beneficiando al Borja, al gordito de la funeraria, dicen.
El Nacho se pone rojo de vergüenza y no me mira a los ojos, pobre angelico. Lo
que hace es empezar a dar golpecitos con los dedos en la mesa.
Lo tranquilizo:
—Soy tu madre, puedes confiar en mí —le digo.
Y entonces se me abre como un monedero:
—Al Borjamari yo ya lo conocía de vista —me suelta como un chorro de agua
fresca—, pero en el entierro de José María ha estado muy atento, y en los momentos
más duros, cuando yo pensé que me hundía, él siempre venía con un cafetito y me
preguntaba si necesitaba algo… Es un muchacho muy sensible Borja —me dice, todo
emocionado.
—¿Entonces es verdad, mi niño? —le digo yo, que tenía la esperanza de que el
chaval me cambiase un poco los hábitos después de la muerte del novio—. ¿Y tiene
que ser con un sepulturero, no podías escoger algo menos… qué sé yo… algo menos
macabro?
—Enterrar gente es una profesión como cualquier otra, mamá… Además, el Borja
no es lo que la gente piensa. Todo el mundo lo ve muy seco, vestido siempre de
negro, emocionándose con la muerte, pero yo lo he conocido muy bien estos días, y
es muy tierno. Por la noche llora siempre. Ve películas de amor y llora. Además, es
tan limpio…
—Vale, Nacho, si tú eres feliz… —le digo—. Lo que no quiero es que vivas
escondiéndote siempre. Ahora que tu padre ya lo sabe todo, lo mejor es que no
vuelvas a vivir en la marginación. ¿Por qué no lo invitas a cenar a casa y nos
conocemos todos como Dios manda?
¡Ay, qué emoción le ha dado al Nacho mi propuesta! Casi pegaba saltitos de la
alegría. Me ha dicho que sí, que algún día de esta semana vendrán los dos. Aunque en
un momento se le ha torcido el gesto:
—¿Y no piensas que papá le puede hacer algo si lo traigo a cenar?
www.lectulandia.com - Página 47
—Con tu padre nunca se sabe, Nacho —le digo.
—¿A quién hay que matar? —dice el Zacarías, que siempre entra de golpe y
escucha lo que menos tiene que escuchar.
www.lectulandia.com - Página 48
Una cena demasiado larga
Son casi las seis de la mañana. Amanece. Toda la familia en el patio alrededor del
Borja. Esta cena, que empezó a las diez de la noche (maldita la hora que se me
ocurrió invitar a nadie), va a ser la cena más larga de la historia. Solamente espero
que no terminemos todos en la trena. La cosa comenzó bien: nada del otro mundo.
Estuvimos toda la tarde preparando pizza para agasajar al muchacho. El Nacho estaba
nervioso. Borja llegó puntual, todo de negro, un señor. Nada indicaba que pasaría lo
que iba a pasar. Cenamos los siete en silencio. Don Américo y el Zacarías cada dos
por tres miraban al Borja de forma rara, pero es que no están acostumbrados a la
gente que sabe usar los cubiertos. Un caballero, eso es el muchacho. Come con la
boca cerrada, mastica muchas veces cada bocado, pide permiso para todo. Las cosas
empezaron a fallar en la sobremesa. Antes de traer el postre. Creo que todo lo
desencadené yo misma, cuando le pregunté al invitado:
—Y qué tal, muchacho, ¿te ha gustado la pizza?
El Borja se limpia la boca con la servilleta, se pone lentamente de pie y dice:
—Si puedo decir la verdad, ésta no es una pizza al uso, suponiendo que exista una
definición general para un concepto tan abstracto como la pizza, pero lo que sí está
claro es que es toda una apuesta por el más pésimo gusto. Si aceptamos la
infalibilidad del representante de Dios en la tierra, por supuesto en cuestiones
culinarias nada más, esta pizza es infumable.
Yo veía a mi marido que miraba para todos lados, pero pensaba que estaba
simplemente distraído; nunca me imaginé que buscaba con la mirada algún objeto
contundente.
—Gordito, ¿pero vó manshaste la pizza o parlas perque parlare é grati? —alcanza
a preguntar mi suegro.
—Mamá —me dice la Sofi al oído—, ¿este señor está colocado?
—Si está colocado, que comparta —dice el Toño—. Mira si además de sarasa,
este tío va a resultar un rata.
—¿Entonces no te ha gustado la pizza, muchacho? —digo yo, un poco
desencantada.
—Teniendo en cuenta que ustedes afirman tener una pizzería cuando en realidad
tienen una agencia de publicidad que está intentando colocar una novela en el
mercado editorial, debo reconocer que por lo menos han preparado la cena ustedes
mismos.
—Ay, Borjita, ¿qué estás diciendo? —se queja el Nacho, que me parece a mí que
se iba desenamorando poco a poco.
—Borja, ven un momento al garaje conmigo —le dice el Zacarías—, que tengo
un regalo para ti. Ven, ven…
www.lectulandia.com - Página 49
—Zacarías, te quedas quieto ahí mismo —le digo yo a mi marido, que se le nota
cuando quiere morder a la gente.
—Venga ya, mujer —dice el Borja mirándome muy raro—, diga la verdad: usted
no es Lola, es un conjunto de autores catalanes, y estas paredes son falsas, todo es un
decorado, ¡todo es falso! Todos están obsesionados conmigo, ¡todo esto es falso, es
una agencia de publicidad catalana!
Mientras decía esto, se había levantado de la mesa e intentaba tirar las paredes del
comedor, buscaba en los cajones, se fijaba detrás de las cortinas y correteaba por los
pasillos de toda la casa, buscando las oficinas de una agencia de publicidad. Pobre
muchacho.
—Nacho, discúlpame —dice la Sofi—, pero me parece que tu novio nuevo tiene
un problema en la cabeza.
Solamente le faltaba ese dato al animal del Zacarías: «novio nuevo». Eso nada
más le faltaba para que abriera de par en par la puerta de su propia jaula. La Sofi
debería haberse mordido la lengua. El Borja iba y venía por toda la casa, buscando en
alguna habitación una agencia de publicidad, al grito de «todo es falso, todo es falso»,
cuando el Zacarías oyó la frase «novio nuevo» y fue el acabose.
—¿Además de esquizofrénico es sarasa? —dijo mi marido—. Ahora va a ver lo
que es bueno… Papá, vaya a buscar una soga al garaje —le ordenó el Zacarías a don
Américo—; y tú, Toño, coge un palo y ven conmigo.
—¡Leña al mono! —exclamó el Toño y se fue a buscar un palo.
El Nacho y yo gritamos:
—¿Qué vais a hacer? ¡Un poco de sentido común!
Pero ya era tarde.
Los tres hombres de la familia saltaron de la mesa, sincronizados como los del
Equipo A, y en medio minuto habían atado al Borja a una silla reposera. El muchacho
se movía frenético, igualito que una foca en cautiverio: si no fuera tan triste sería de
lo más gracioso.
Mientras escribo esto, en plena madrugada, están los tres negociando con el
Nacho los pasos que deben seguirse. El Nacho les implora que lo suelten y lo dejen ir,
pero la mayoría (porque la Sofi se ha unido al grupo rebelde) dice que lo mejor es
tenerlo atado hasta mañana y llamar temprano al manicomio para que lo vengan a
buscar los loqueros, porque dicen que el gordito es peligroso para el barrio. A mí me
parece que ver tanto muerto le debe haber hecho daño, pobre gordito, pero lo que más
me duele es que el Nacho se esté llevando otra decepción amorosa.
—Mamá, ¡por el amor de Dios! Lo están desnudando —me dice el Nacho—, deja
tu cuaderno y ven a poner orden al patio.
De lejos escucho las risas de don Américo:
—¡Eh, gordito, qué piccolina que tienes la picha!
www.lectulandia.com - Página 50
Es difícil escribir en tiempo real, así que lo dejo aquí por hoy. Nos espera una
noche muy larga y todavía no sé cómo terminará esta reunión que ha comenzado con
una cena inocente y que puede acabar con el secuestro de un sepulturero.
www.lectulandia.com - Página 51
Y aquí no ha pasado nada
Después de largas negociaciones familiares decidimos que el veredicto final nos
lo dé la ciencia, y hemos llamado urgentemente al doctor Madariaga, el psicólogo del
Toño. Él nos dirá si lo del Borjamari era locura o si solamente se hace el loco para
llamar la atención. Madariaga aceptó venir si le pagábamos el precio de una consulta,
y llegó a casa al mediodía. Pero nos encontramos con el inconveniente de que el
Borja no quería hablar. Nada de nada. Solamente decía que lo soltáramos, que
estábamos locos, y que nos iba a denunciar por privación de no sé qué.
Madariaga tuvo una gran idea.
—Si ustedes quieren, puedo utilizar la hipnosis —nos dijo— pero tenemos que
estar solos, él y yo.
Así que llevamos al Borja maniatado al garaje (¡lo que cuesta arrastrar a ese
muchacho!) y el psicólogo se encerró a solas con él. Nosotros nos quedamos afuera
esperando el veredicto. A la media hora emergió Madariaga, serio como un palo.
—El señor gordito padece un extraño trastorno espiritista —nos dice
aparatosamente el psicólogo.
—¿Espiritista? —se sorprende el Nacho.
—Sí. Me acaba de decir algo revelador en medio de la hipnosis.
—¿Qué le dijo? —quisimos saber todos a la vez.
—Me dijo —Madariaga hace un silencio que nos deja en vilo, y enseguida pone
voz de melodrama—: «En ocasiones… veo muertos». Eso me dijo.
—¡Pero no sea gilipollas, doctor! —le digo yo, con el corazón en la boca—. ¡Que
es el dueño de la funeraria! ¿Qué quiere que vea, empanadillas de atún? ¡Claro que ve
muertos, hombre, si trabaja de eso…! Todo el día ve muertos, viudas desmayadas,
gente llorando…
—¿Pudo sonsacarle algo más en medio de la hipnosis? —me interrumpe el
Nacho.
—He logrado entender que tuvo una infancia muy triste, porque era el gordito
tontolaba de la escuela —nos explica Madariaga—; quizá por eso se comporta de una
manera tan rara, siempre a la defensiva y lleno de complejos…
—¿Ya está? —dice el Zacarías, ansioso—. ¿Ahora que está todo aclarado
podemos seguir sacudiéndole un poco?
—¡Shhh! —le digo a mi marido—. Continúe, doctor.
—También me dijo que a veces siente una especie de envidia malsana hacia los
comercios del barrio, sobre todo a los que no necesitan hacer daño para prosperar. Me
dijo, llorando, que a él le hubiera gustado tener una panadería, vender cada día
panecillos tibios, en vez de cargar con una funeraria.
—Pobre… —dice la Sofi, que en el fondo es una romántica.
www.lectulandia.com - Página 52
—Ma qué povero, bambina —se queja don Américo—. El filho de putana me ha
rasgato tutta la capocha.
—Porque tú le estabas metiendo el dedo en el culo, abuelo —dice el Toño, que
también poco a poco se pone del lado del Borja.
Todos nos quedamos en silencio, con complejo de culpa.
—No se hable más —digo yo—. Soltad ya mismo a ese muchacho y dejadlo que
se vaya, que debe de estar muerto de miedo. Lo que me molesta de todo esto es lo
que va a pensar de nosotros.
—Eso tiene solución —dice Madariaga—, si me permite un consejo… Todavía
está bajo los efectos de la hipnosis, y si quieren, por un módico precio extra puedo
hacerlo volver a la realidad sin que recuerde absolutamente nada de este día infausto.
—¿Usted podría hacer eso? —digo yo, encantada—. ¡Qué increíble la ciencia, lo
que avanza! ¿Y por cuánto nos saldría?
—Unos ochenta euros más, poca cosa —susurra el psicólogo, pellizcándose el
bigote con los dedos de la mano derecha.
El Zacarías se queda pensativo. No le gusta gastar más de la cuenta.
—Venga. Pagamos —dice mi marido—. Pero si se va a olvidar de todo,
podríamos aprovechar y pegarle cuatro o cinco patadas más en el culo.
—¡Ni lo sueñes, Zacarías, que la gula es pecado! —digo yo—. Vaya, Madariaga,
devuélvanos al gordito como nuevo, que no se acuerde de nada, pero de nada nada. Y
usted, Nonno, páguele al psicólogo que después hacemos números en familia.
Madariaga y don Américo se van aparte y finiquitan la transacción, mientras
nosotros nos quedamos en el patio. Después el psicólogo entra otra vez al garaje, y a
los dos minutos sale del brazo con el Borjamari que camina lentamente, medio
atontado.
El doctor Madariaga nos saluda y se va con los bolsillos llenos de billetes.
Nosotros nos quedamos mirando al Borja con la mejor sonrisa, como si fuéramos la
familia de La casa de la pradera. Unos santos a los ojos del pobre desmemoriado. El
Borja también sonríe. Dice:
—Muy rico todo, señora Lola, pero creo que ya es hora de irme… Me duele todo
el cuerpo, quizá sea el cansancio acumulado.
—Debe de ser, sí —decimos.
—Vete, muchacho —dice el Zacarías—. Ha sido un placer.
El Borja da media vuelta y se empieza a ir. Pero algo va mal. Nos damos cuenta
enseguida de que su manera de caminar es muy rara. Va con los bracitos cerrados,
como aleteando, y camina medio en cuclillas. A veces se detiene en seco y cacarea.
En vez de por la puerta sale por la ventana, y lo vemos alejarse picoteando cosas de la
calle. Cuando dobla la esquina y se pierde por las calles del barrio, todos miramos a
mi suegro con desconfianza: don Américo es el único que se ríe bajito.
www.lectulandia.com - Página 53
—¡Nonno! —le digo—. ¿Qué le ha hecho al muchacho?
Mi suegro se encoge de hombros.
—Ío non he fato niente —dice—, pero le di chincuanta euro má al dotore para
que lo convierta en una gallina al gordito… ¿Ha visto qué belo cómo camina alora?
Pareche el pavo de la Navidá.
www.lectulandia.com - Página 54
Gilipollas, pero deseado
—Mamá —me dice el Toño anoche, mientras estoy fregando los platos—. ¿Te
puedo hacer una pregunta muy seria?
Me lo quedo mirando y no lo puedo creer. Así vestido no puede fingir seriedad la
criatura.
—Mamá, ¿me oyes?
—¿Es muy, pero muy importante, la pregunta? —le digo.
—Del uno al diez, ocho y cuarto.
—Entonces —le digo—, ¿por qué vienes disfrazado de indio, Antonio?
—Es que cuando se me ha ocurrido la pregunta, estábamos jugando a los
vaqueros con el Nonno en la calle —me dice—. Pero tú mírame a los ojos, olvídate
de las pinturas de guerra.
—Yo solamente espero que no te hayas pintarrajeado la cara con mi pintalabios.
¡Porque te doy un guantazo! —le digo sacando la mano de la espuma—. Ya te he
dicho mil veces que no me revises el túper que tengo en el baño.
—No, no tiene nada que ver… Huele, huele —y me acerca la cara—. ¿Lo notas?
Es mierda del Cantinflas. Ayer le di de cenar remolacha y hoy me ha devuelto pintura
roja. Ese gato, si nos ponemos las pilas, un día nos da óleo.
A veces, por más esfuerzos que hago, se me saltan los lagrimones con esta
criatura. Es tanta la impotencia, tan enorme el dolor que me provoca que sea un
perfecto estúpido, que me descoloca y no le puedo dar un sopapo a tiempo. Me da por
llorar y me olvido del castigo.
El Zacarías, en eso, tiene más reflejos: entre una idiotez del Toño y un mamporro
del padre pasan milésimas de segundo. Están como sincronizados de fábrica. Hubo
noches que le sacudía un guantazo incluso antes de que el niño hiciera algo malo. A
veces no sé si el Zacarías es vidente o es injusto. Pero yo no puedo: me quedo
paralizada y no puedo soltar la mano. Me da impotencia que el Toño suelte esas
barbaridades.
—¿Y ahora por qué lloras, vieja? —se sorprende el gilipollas.
—No estoy llorando —le digo, y me limpio con el delantal—. Es el detergente
este, que no sé lo que le ponen… A ver, ¿qué me quieres preguntar? Date prisa que
estoy ocupada, infeliz.
—¿Es verdad que tú te casaste con el Nacho en la barriga? —me suelta.
Me quedo seca, con la paella a medio enjuagar.
—¿Y a ti quién te ha dicho eso?
—Nadie. He echado la cuenta de cuándo te casaste, resté el cumpleaños del
Nacho y me da seis.
—¿Seis qué?
www.lectulandia.com - Página 55
—Ah, no sé. A tanto no llego con las cuentas… Pero seis es más bien poco para
que venga un bebé.
Me limpio con una servilleta y me siento.
—Sí, me casé embarazada, Einstein. ¿Y qué? —le revelo.
Al ver que no le voy con cuentos, el Toño también se sienta al otro lado de la
mesa, y me mira serio. Está como pensativo, un poco ausente. Se conoce que la
noticia le ha impresionado. Los ojitos, sin embargo, se le mueven de aquí para allá,
como si quisiera preguntar algo más. Entonces va y se atreve:
—Y ya que estás en plan de confesiones —me dice el idiota—, ¿es verdad que la
Sofi vino de casualidad, que tú y el Zaca ya no buscabais hijos y os falló el condón?
—¿Pero qué te pasa hoy? —Me levanto y camino alrededor de la mesa—. ¿Te has
comido un asistente social? ¿Qué bicho te ha picado?
—¿Pero es o no es? —insiste el Toño—. ¿La Sofi vino de casualidad, sí o no?
—Sí, Antonio, sí. La Sofi vino sin querer, no molestes más —le digo—. Todos
los chicos venían sin querer en la época que nació tu hermana… No había dinero para
anticonceptivos, así que mucho menos para un aborto.
El Toño, entonces, se me queda mirando, y de golpe sonríe. Una sonrisa así de
grande, de oreja a oreja, como si le hubiera salido el sol en medio de la cara.
—¿Algo más? —le digo—. ¿No quieres saber la talla de mi sujetador?
—No. Ya está —me dice, y se empieza a ir de la cocina con la sonrisa como una
palangana.
—Ven para acá —le digo antes de que pase por la puerta—. ¿Qué te pasa, por qué
estás tan contento ahora?
—Nada, vieja, cosas mías.
—¡Ahora mismo me dices de qué te estás riendo, Antonio!
—Nada, vieja —me dice, con los ojos pequeñitos de alegría, igual que cuando
rompe algo caro—. Que si el Nacho y la Sofi fueron por así decirlo hijos no
deseados, ¿yo qué vendría a ser?
—No sé. ¿Qué vendrías a ser? —le pregunto, un poco con miedo.
—¡Tu único hijo deseado! —me dice, cada vez más alegre, y me da un abrazo—.
Yo ya lo venía sospechando desde hace una semana, pero no quería decir nada para
no darles envidia a los otros dos, pobres…
Me aguanto la risa. Si no hubiera tenido ese olor a podrido en la cara me lo como
a besos, al pánfilo.
—¿Tú deseado? —le digo—. Tú eres un gilipollas. Eso es lo que eres.
—Seré gilipollas —me dice, contento como unas pascuas—. Pero deseado.
www.lectulandia.com - Página 56
Siempre es difícil volver a casa
Estamos desesperados. Sin dormir, los cinco en vela a esta hora de la madrugada.
Llamamos a la policía, a los bomberos; nada. Ni rastro de ninguno… Pero no quiero
empezar por el final para no asustarme cuando lea esto más tarde.
Todo empezó ayer por la tarde: la Negra Cabeza llamó a eso de las seis diciendo
que está con varicela y que no podía hacer el reparto en moto de las pizzas. El
segundo en la lista siempre es el Toño, pero el chico tenía sus razones para negarse.
—Si la Negra está con varicela lo más probable es que yo también lo esté, porque
creo que las enfermedades se contagian follando de pie, y ayer me la cepillé en un
recibidor —me dijo, y se autoencerró en cuarentena en su habitación, con una bolsa
de marihuana terapéutica (terapéutica según él).
Se estaba haciendo de noche y no le encontrábamos solución al problema del
reparto. La Sofi no puede ir por ahí en moto porque es menor; el Nacho tenía que
cubrir al Toño para atender los pedidos del teléfono; Zacarías ocupaba el lugar del
Nacho en el horno, y a mí me tocaba encargarme de la salsa y la atención de
mostrador.
—¡Me cago en la mar —bufé a eso de las ocho—, no nos queda nadie para el
reparto!
—¿Cóme que nessuno, e ío que sonno, verdurita? —dijo entonces don Américo,
surgiendo de detrás de la cortina con el casco ya incrustado en la cabeza y dos pinzas
de la ropa en las bocas de los pantalones.
Nos quedamos todos con la boca abierta, mirándolo.
—¿Usted en moto, papá? —dudó el Zacarías, pero sólo fue un instante.
Enseguida cerró los ojos, y tomó la decisión que ahora lo llena de angustia—: Pues si
no queda otra, vale… Vaya usted, papá, pero conduzca despacio.
Don Américo salió con el primer pedido. Un viaje corto a la zona del parque.
Y ya no volvió.
Dos horas después teníamos treinta y cinco reclamaciones en el contestador
automático, dos docenas de pizzas frías esperando y cuatro clientes que habían
llamado para darse de baja del servicio. ¿Y mi suegro? Desaparecido en combate, sí
señor. En ese momento no sabíamos si preocuparnos por el abuelo o por el negocio.
Pero las cosas todavía iban a empeorar.
El reloj siguió girando, dale que te pego, y a medianoche nos olvidamos del
desastre económico. El Nacho llamó al hospital y al policlínico. Yo llamé a la policía,
por si había habido algún accidente, Dios no lo permitiera. El Zacarías a los
bomberos. Nada. En todo el barrio no había pasado nada, ni medio choque, ni un
raspón de bicicleta contra un coche mal aparcado.
A la una de la madrugada el Zacarías, desinflado, se dejó caer en una silla y
www.lectulandia.com - Página 57
hundió la cabeza entre los brazos, culpándose:
—Yo lo dejé ir —gemía— y ahora está muerto… ¡Me merezco quedarme
huérfano por gilipollas! ¡Papá!
La Sofi cortó el llanto del Zacarías con la segunda noticia infausta de la noche:
—¡Mamá! —dijo, desde el garaje—. ¡El Toño tampoco está en su cuarto! —y al
segundo completó la frase, jadeando, y trayendo una bolsita de plástico en la mano—:
Además, está la bolsa de marihuana terapéutica vacía y falta la otra moto… ¡Estos
dos se fueron juntos!
Nos quedamos helados. Sin respiración. Todos pensábamos lo mismo: drogas, dos
motos, un anciano, un imbécil… esos cuatro ingredientes forman un cóctel fatal. Me
persigné en silencio. Mi marido, enajenado, volvía la cabeza de un lado al otro de la
pizzería, sin decir ni mu, como un ventilador de pie enloquecido.
Ahora son casi las cinco de la mañana. Ya dimos vueltas por el barrio, ya
volvimos a casa, ya no sabemos qué hacer. El Zacarías acaba de resumir nuestra
angustia con su habitual parquedad de palabras:
—Perder un padre es ley de vida —me dice—, perder a un hijo como el Toño es
ley de gravedad… pero perder las motos, Lola… ¡las dos motos…!
www.lectulandia.com - Página 58
El veterano, el menor, su mujer y su amante
El Zacarías y el Nacho fueron al centro esa misma noche, en cuanto los
encontraron. ¡Y nosotros llamando a las fuerzas del orden del barrio! Lo único bueno
de estos descerebrados es que organizaron el follón a treinta kilómetros, así que con
suerte aquí nadie se entera de que están presos, porque me puedo llegar a morir de
vergüenza. Hace un rato, por teléfono, le pregunté al Zacarías:
—¡Pero cuéntame qué han hecho por lo menos!
Y mi marido, siempre tan verborrágico, me dice:
—Es largo, mujer, te acabo de mandar un fax con la declaración.
Estamos solas la Sofi y yo, aquí en casa, y no podemos creer lo que estamos
leyendo:
www.lectulandia.com - Página 59
Américo B. y Cabeza Silvia entran en Las Delicias las 21.52, según confirma el
empleado Rodolfo F. El menor, aprovechando su baja estatura, oye el número de
habitación que se les proporciona a los amantes escondido detrás de un helecho del
vestíbulo; después da un rodeo al hotel y, abriendo un boquete en la finca lindante,
«el Toño» sube por la escalera de incendios y penetra en la habitación de los amantes
interrumpiendo una fellatio, según Cabeza Silvia. Américo B. testifica que el menor
lo que interrumpe es un cunnilingus.
Confirma la invasión de propiedad privada una pareja homosexual de la
habitación contigua, quien dice haber oído la frase: «Oh cielos, ¡mi mujer con mi
mejor abuelo!».
www.lectulandia.com - Página 60
Una vez dentro, la situación difiere según los testimonios. Antonio B. habla de
forcejeos y peleas; Américo B. dice haberse arrodillado ante su nieto para pedirle
perdón y también para poder «estare cara a cara perque é petiso el bambino». Lo
único en que coincide el trío es que anciano y nieto acaban retándose a duelo en el
descampado conocido como la Loma del Monito que rodea la ex fábrica de leche
Basilis.
Allí los encuentra el agente Almada, quien dice haber hallado al menor Antonio
B. y al anciano Américo B. en medio de una descarnada pelea, provistos ambos de
dos alambres de púa y ladrillos. Almada les da la voz de alto. Al intentar la detención,
el menor increpa al agente Almada diciéndole «vete a cagar a pedal, nenaza»,
improperio que el agente no comprende pero le suena a provocación.
En resumen: por averiguación de antecedentes, pelea callejera, robo de
comestibles y vehículos, conculcación de la ley de extranjería, entrada en finca
privada, consumo de marihuana e insultos de índole extraña a un agente policial, se
encuentran detenidos el adulto, la extranjera y el menor, siendo las 19.32, en las
dependencias de la Comisaría de Policía a espera de pago de fianza.
Me acaba de llamar el Zacarías otra vez. Dice que la fianza es de mil quinientos
euros por los tres, y que entre él y el Nacho sólo llegan a quinientos… Así que eligió
sacar al Toño, me dice, «para poder partir la cara a alguien». Yo le digo:
—¡Pero pégale aquí, en casa, viejo!
No sea cosa que lo metan adentro a él también y nos quedemos sin el cabeza de
familia.
www.lectulandia.com - Página 61
La larga noche del parchís
La mitad de esta familia ya ha regresado de la cárcel y ahora la familia está
resquebrajada pero unida. Parecemos un jarrón pegado con prisas y vuelto a poner
encima de la mesa. El Toño no se habla con su abuelo; el Zacarías no se habla con su
padre; don Américo habla con todo el mundo pero en un italiano tan cerrado que
parece que hiciera gárgaras. Hablar en dialecto siciliano es su forma de protestar.
Hubo tensión en casa este fin de semana. Ayer tuvo que venir a trabajar la Negra
Cabeza: llegó con gafas oscuras y un pañuelo envolviéndole el apellido. No dijo nada
en toda la noche. Ni miró a sus amantes, ni al de quince ni al de setenta. Terminó su
trabajo y se fue. Toño y don Américo miraban con nostalgia el ir y venir de su culo
cuando se alejaba, con resignación o con esperanza. (La Negra mueve las caderas que
parece un accidente de tráfico.) Después se tantearon con la mirada entre ellos,
altaneros, igual que los pretendientes de antaño, con odio y respeto, y se fueron cada
cual a su rincón. Pero la cosa no iba a terminar ahí.
A las cuatro de la madrugada nos despertamos todos sobresaltados. Ruidos en la
cocina. ¡Tracatac! ¡Tracatac! Breve silencio. ¡Tracatac! Llegué yo primero en
camisón, y detrás de mí la Sofi y el Nacho (a mi marido le puede pasar un desfile por
la cabeza y no se entera). Los vimos a los dos, abuelo y nieto, a media luz, en la mesa
de la cocina, jugándose a la subsahariana en una encarnizada partida de parchís.
—¡Me cago en todos los dados ruidosos del mundo! —les dije a los dos con los
ojos como dos ciruelas—. ¿No podéis elegir algo más silencioso para batiros a duelo?
¿Por qué no jugáis al Pictionary?
—¡Chito! —dice don Américo sin sacar la vista del tablero—. Que cuesto é a
vitta o morte! —¡Tracatac!
—Es que son las cuatro—dice el Nacho—. Aquí la gente trabaja… Toño, cómele
la ficha azul, que la tienes a tiro.
—¡Chilencio! —grita don Américo, con los ojos inyectados en sangre.
Los dos juegan en un silencio espeso, solamente roto por los continuos tracatacs
de los dados en la cápsula. Ni se miran. Se odian. No saben que existimos alrededor
de la mesa.
—¿Quién va ganando? —pregunta la Sofi después de un rato.
Toño, haciendo esfuerzos para no llorar, responde:
—El traidor. —¡Tracatac!
Nos quedamos un rato más viendo la derrota del Toño. El tracatac no ha estado
nunca de su lado, pobre hijo mío. Pero anoche peleaba como un león frente a la
experiencia y la malicia del otro, el Garibaldi de los amantes a destiempo.
Volvimos todos a la cama antes de que terminara el duelo, y durante una hora
seguimos escuchando ese traqueteo del infierno. Después, lo más seguro es que con
www.lectulandia.com - Página 62
toda la familia todavía insomne y expectante desde la cama, ya no escuché nada.
Bueno; sí. Muy bajito, pero muy bajito, aguzando el oído, se podía escuchar el llanto
de un adolescente ahogado por la almohada. Y más bajito todavía —la vida es perra
— oíamos el silbido feliz del himno nacional de Italia.
www.lectulandia.com - Página 63
Reglas para la vida sentimental de la Sofi
Ayer al atardecer, salgo a sacar la basura y me encuentro a la Sofi en el recibidor,
enroscada alrededor de un muchacho. Parecían dos dedos cruzados. Sería por lo
oscuro que estaba, o por la mezcla de carne, pero ni un forense podría haber
asegurado de quién era cada pierna y cada brazo. El muchacho tenía los pantalones a
medio camino y a la Sofi, con el vestido flojo, le entraban y le salían manos peludas
por el escote y por el elástico de la cintura. Casi tengo que entrar a vomitar. Pero soy
una madre, así que respiré hondo, les encendí la luz y me los quedé mirando.
—¡Mamá! —me dice ella, arreglándose la ropa—. Éste es Pajabrava, un
compañerito de la escuela.
Y me señala al galán, con la cara llena de granitos, los ojos tristes como los de
Paul McCartney, que mientras se abrocha el pantalón y se pone colorado me saluda
con la cabeza.
—Usted se va ahora mismo de aquí —le digo sin énfasis—, y tú te metes para
adentro.
En la cocina, más calmada, recurro al papel de la madre moderna.
—Pero ¿y tu novio el Manija? —le digo, intentando entenderla—. ¿Qué pasó con
él, lo habéis dejado?
—No —me dice la niña, alzando los hombros—. Estoy probando con los dos una
temporada; qué sé yo, por el momento no he devuelto a ninguno.
—¿Cómo que probando? ¿Cómo que no has devuelto? ¡Ay, Sofi, que los hombres
no son ropa, cariño! —le digo con toda la impaciencia del mundo—. Si usas dos
vestidos uno encima del otro eres moderna, pero si usas dos muchachos a la vez eres
un poco puta, Sofía…
—Ay, mamá, que tú eres la menos indicada para sentar cátedra sobre el tema, eh,
hazme el favor —me dice misteriosa, y enseguida da media vuelta y se encierra en su
cuarto.
La sigo por todo el pasillo (sólo entonces me percato de que sigo con las bolsas
de basura en la mano) y me meto en su habitación antes de que la cierre con llave.
—¿Qué me quieres decir con eso de la menos indicada? —digo cerrando bien
para que nadie nos oiga.
—Nada, mamá. Conversación terminada.
Odio esa contestación.
—Mientras vivas en esta casa —le digo, cada vez más cabreada—, las
conversaciones se terminan cuando yo digo o cuando alguien enciende la tele. ¿Me
has oído? Tienes catorce años, todavía no te sabes limpiar los mocos sola y no te voy
a permitir que estés jugando a dos barajas, con dos muchachos a la vez. Mucho
menos en el recibidor, para que te vea todo el mundo y después seamos la comidilla
www.lectulandia.com - Página 64
del barrio.
Entonces me mira gravemente, con odio, y me dice justo lo que no tenía que
decir:
—¡Mira quién habla! La que acaba de salir de una doble vida con un señor de
Uruguay. ¡Venga, mamá! ¡Que si yo soy un poco putarraca será porque lo aprendo en
casa!
No hay nada más insoportable que, en medio de una discusión con tu hija, la
imbécil te gane tan fácilmente. Cuando ocurre eso hay que pasar, en una milésima de
segundo, al plan B. No hay que dudar, porque si dudas ella se da cuenta de que ha
ganado. Plan B automático. Fue lo que hice: la estampé contra el póster de Alex
Ubago de un bofetón en medio de la cara, tan bien, pero tan bien dado, con ese ruido
húmedo que tiene el bofetón profesional, que si me hubiera visto el Zacarías se le cae
la baba de la envidia. No fue un ¡paf! de culebrón, fue como el aplauso de un
baloncestista en un polideportivo vacío. La Sofi se me quedó mirando, cogiéndose la
mandíbula con la palma, aturdida, con ganas de llorar pero sin dar el brazo a torcer.
Las lágrimas se le amontonaban en el borde de los ojos sin animarse a bajar, como si
tuvieran vértigo.
—Te metes en la cama ahora mismo, mocosa impertinente —le digo, con la voz
seca; y después le deletreo cada una de estas palabras, como en cámara lenta—:
Tienes absolutamente prohibido, desde hoy, verte con ninguno de los dos, ¿me oyes
bien?, con ninguno de los dos, ni con el Manija ni con el Pajabrava ese. De ahora en
adelante, primero, los novios tienen que entrar a casa para que los conozcamos —le
enumero con los dedos mientras hablo—; segundo, deberás tener relaciones con uno
cada vez; tercero, cada una deberá durarte como mínimo seis meses; y cuarto, lo más
importante: nada de pajasbravas ni manijas ni mongoaurelios; tus novios deberán
tener un nombre que figure en el santoral. Son las nuevas reglas, y espero que sean
respetadas. Buenas noches.
Salí de la habitación con la misma sensación de poder de los ministros de
Hacienda después de dirigirse al país.
www.lectulandia.com - Página 65
Los Peralta
El Pepe Peralta y su mujer la Aurora son una pareja un poco amiga nuestra que,
desde que se hicieron nuevos ricos, están igual de imbéciles que cuando eran pobres,
pero con ropa cara, que te da más rabia.
Estábamos medio peleados con ellos desde hacía un par de años por cuestiones
que no vienen al caso, pero ayer por la tarde aparecieron por casa de sopetón, como si
no hubiera pasado nada. Y como siempre, se invitaron a cenar mañana por la noche.
Se quedaron un rato en casa a tomar un café. Venían con la Marilú, la única hija
que tienen, que estudia en Suiza. Hacía tiempo que no veíamos a la niña, que antes
era más fea que pegar a una madre, pero que desde que se ha hecho mujercita, está de
buen ver. Nos dimos cuenta porque al Toño hubo que traerle una palangana para que
no me empapara de baba la alfombra del recibidor. Pero la criaturita es muy pija y ni
lo miraba al pobre Antonio. En cambio conversaba mucho con el Nacho, que es un
sol de educado y simpático.
Los Peralta se fueron enseguida, después de confirmar la hora de la cena de
mañana. Cuando aún no habían salido por la puerta, yo me saqué la sonrisa de
compromiso que pongo cuando viene esta gente —porque mucho no los trago— y
me fui al patio a tomar el fresco.
—¿Sabes por qué vienen? —le grito al Zacarías, que estaba en la cocina—. Para
presumir de hija. ¡Serán gilipollas! Cada vez que se invitan a cenar es para
mostrarnos algo: el coche nuevo, los móviles que sacan fotos, los vestidos italianos…
¡Y ahora la hija, que de golpe se ha puesto guapa porque estudia en Suiza!
Zacarías, que por lo general los defiende, esta vez se ha quedado con otros
detalles.
—Lola —me dice, guardando el café en la alacena—, ¿has visto cómo
conversaban el Nacho y la hija de los Peralta? —y me levanta las cejas por la
ventana, esperanzado—. Dios quiera, ¿no?
Qué hombre más ingenuo. Está constantemente haciéndose ilusiones de que al
hijo se le van a ir las hormonas para el otro lado.
—No cuentes el dinero antes de ganar la primitiva… —le contesto, escéptica—.
Las tías guapas tienen siempre un mejor amigo gay: es ley de vida. Y seguro que a
esta niña le falta su mejor amigo gay aquí en el barrio. No te montes historias, que lo
de estos chicos es amistad de verano.
El Zacarías, compungido, mira al techo y junta las manos:
—¡Qué año de mierda me estás dando, Dios querido! —dice—. Me despides de
Astilleros, no me haces campeón al Depor, me conviertes en sarasa al único hijo sano
que tengo… ¿Qué te he hecho yo, Señor, en qué te he fallado?
El Zacarías habla con Dios cada dos por tres mirando al techo. Siempre al techo.
www.lectulandia.com - Página 66
Una vez que estábamos en el patio y tenía que hablar con Dios, se metió dentro para
poder mirar un techo. El Dios del Zacarías no está en el cielo: está en el cielorraso.
Pero la verdad es que en el fondo, bien en el fondo, yo también rezo para que en la
cena de mañana la Marilú Peralta encienda la vela del amor al Nachito. Me encantaría
ser consuegra de la Aurora y arruinarle para siempre el nivel de vida.
—Lola, ¿y tú de dónde has sacado eso de que las tías buenas van siempre con un
amigo sarasa? —me pregunta el Zacarías dos horas después, ya metidos los dos en la
cama.
Sonrío, misteriosa.
—Cuando yo era soltera mi mejor amigo era gay —le digo.
Se me queda mirando, con cara de que algo no le cuadra.
—Además de gay tu amigo sería miope —dice al rato—, porque tía buena no has
sido nunca…
—Vete a la porra —le digo, y me pongo de costado, haciéndome la enfadada.
www.lectulandia.com - Página 67
La vuelta del hijo pródigo
La cena con los Peralta se desarrollaba normalmente. Aburrida. Insípida. Como
siempre, el Pepe y mi marido nos contaban por enésima vez sus anécdotas de la mili,
cuando eran compañeros en el Regimiento de Infantería Motorizada Pavía n.° 6. Yo
estaba atenta a la charla entre el Nacho y la Marilú, que no paraban de cotillear entre
ellos, indiferentes al mundo. Reían y bebían como si nadie los viera. Estábamos en
los postres; ya comenzábamos a comer el flan. El Nacho se ofreció a traer el café, y la
Marilú, simpática y servicial, se fue con él a ayudarlo. Todo indicaba que, por una
vez, una cena con los Peralta acabaría bien. ¡Qué equivocada estaba! Pasaron diez
minutos, y después media hora. Ni el Nacho ni la rubia regresaban. Los Peralta no
parecían enterarse, enfrascados con el Zacarías en las anécdotas de la mili. Un poco
nerviosa, envié a la Sofi a buscar a su hermano.
Pasaron otros muchos minutos. Y entonces empezó uno de los días más extraños
de mi vida.
Cuando la Sofi volvió estaba pálida, como descompuesta.
—¿Mamá, puedes venir un minuto que te busca el Nacho? —me dijo, en secreto.
De la mano me condujo no a la cocina, sino a la habitación del Nacho. Por el
pasillo me soltó unas palabras más, que no entendí:
—Mamá, el Nacho y la pija están abotonados.
No sé por qué pensé que era algo de los botones de la tele (yo soy de otra época),
así que abrí la puerta del cuarto del Nacho con toda confianza. El grito me salió del
alma cuando los vi:
—¡Hijo! —Me asusté—. ¡Qué le estás haciendo a esa chica! ¡Sal de ahí detrás
ahora mismo!
—Es lo que intento desde hace media hora, mamá —dice el Nacho, temblando.
—¡No grite, Lola! —me dice la Marilú lloriqueando—. No grite, por Dios, que
mi padre no se entere. ¡Ayúdenos, qué vergüenza!
—¿Pero cómo es posible que hayáis llegado a esto? —digo, sin mirarlos de frente
(es que no veo a mi hijo desnudo desde los diez años)—. ¿Y qué queréis que haga?
Cuando yo era chica, cada dos por tres encontrábamos así a los perros del pueblo y
les echábamos agua fría para despegarlos. Pero con gente humana no sé si funciona…
La situación era dificilísima, arriesgada, extrema, y esta vez no voy a entrar en los
detalles de la postura de esos cuerpos porque yo misma quisiera olvidarlos. La Sofi
propuso algo desesperado.
—Mamá, coge al Nacho por la cintura y yo agarro a la rubia por la cabeza —me
dice—, y tiramos las dos cuando yo diga tres.
—¿Te parece, Sofía?
—¡Lo que sea, señora, lo que sea! —suplica la Marilú.
www.lectulandia.com - Página 68
El Nacho ni hablaba por culpa del susto, pero asintió, bajando la vista. Nos
acercamos a la pareja. Parecían las siamesas iraníes, pero sudadas y en pelota viva.
Yo no podía pensar en otra cosa más que en los padres de la niña, que estaban en el
comedor llenándose la boca con la hija, sus cinco idiomas, sus buenas notas…, sin
saber que la chica estaba a cuatro patas y a veinte metros de sus alardes. La Sofi
rodeó con el brazo la cabeza de la rubia y con la otra mano se aferró a la cama para
hacer palanca. Yo abracé a mi hijo desde atrás, bien fuerte. La Sofi empezó a contar:
—¡A la una…! —dijo.
—Con cuidado, que me duele —suplicó el Nacho cerrando los ojos.
—¡A las dos…! —contó la Sofi.
La Marilú se aferró con las uñas a la alfombra y apretó los dientes.
—¡Y a las…!
Pero tuvo que aparecer el Toño. Yo no sé por qué esta criatura siempre se
materializa en los peores momentos. Es como si oliera los follones, o algo así. Asomó
la cabeza por el cuarto justo cuando la Sofi iba a decir «y a las tres» y en vez de
ayudar, de preguntar, de hacer algo productivo, salió corriendo para el comedor
dando gritos:
—¡Papaaaá, papaaá! —gritaba—. ¡El Nacho está follando con hembra!
—¡Antonio, no! —gritó el Nacho estirando el brazo para el lado de su hermano,
pero ya era tarde.
La Marilú, a cuatro patas como estaba, levantó la patita de adelante y se persignó,
previendo el escarnio inminente. Es difícil encomendarse al cielo cuando estás a
cuatro patas y los pezones te señalan el infierno, pero ella lo hizo.
Escuchamos ruidos de sillas en el comedor. Cubiertos saltando de la mano a la
mesa. Y enseguida pasos acercándose hasta nosotros. El Toño no paraba de gritar:
—¡Ven, papá, date prisa, que el Nacho se está follando a la rubia, y la Sofi y
mamá se lo quieren impedir!
Estábamos los cuatro tan faltos de reflejos que ni atinamos a tapar a los
abotonados con una sábana. Ni siquiera nos movimos. Cuando el Pepe Peralta, su
esposa Aurora y el Zacarías aparecieron por la puerta, lo que vieron fue a la Sofi
acogotando a su niña virgen, al Nacho violándola y a mí abrazando sensualmente a
mi hijo. No vieron la verdad. No pudieron ver la verdad: esta gente no tiene visión de
conjunto. Tampoco los culpo.
Ahora me resulta difícil recordar si el Pepe Peralta empezó a darse cabezazos
contra la pared antes de que la Aurora se desmayara, o si fue al revés. Pero sí me
acuerdo de que al Zacarías se le llenaron los ojos de lágrimas, que se arrodilló, y que
arrodillado llegó hasta el Nacho, diciéndole al oído:
—Muy bien, hijo mío, muy bien —y lo abrazó fraternalmente, dándole palmadas
en la espalda—. Ése es mi tigre —le decía—. Sigue, sigue, dale con ganas, Nachito
www.lectulandia.com - Página 69
—le indicaba.
Yo creo que eso fue lo que provocó la explosión del Pepe Peralta que, al escuchar
los vítores de mi marido, se abalanzó sobre su ex compañero de armas y lo tiró contra
la pared.
—¡Mi niña era virgen! —gritaba mientras le partía la cara a mi marido. Lo raro es
que el Zacarías ni se defendía de los golpes. Yo creo que hasta sonreía, no dejaba de
sonreír mientras recibía los guantazos del Pepe—. ¡Mi niña era virgen, soldado
Zacarías! —decía mientras pegaba y lloraba.
—¡Y mi niño era sarasa, soldado Pepe…! —susurraba el Zacarías, sangrando
feliz.
Al minuto de golpear y recibir, cayeron los dos padres de familia rendidos, sus
cuerpos cansados, junto a la Aurora, que seguía desmayada. El Toño y la Sofi
parecían estatuas expectantes, mudas, mirando al Nacho con admiración. Yo seguía
abrazando a mi hijo. El Nachito, sensible hasta en los peores momentos, consolaba a
la Marilú con caricias en la nuca, para que se tranquilizara. Cuando volvió el silencio
todos pudimos escuchar, muy nítidos, los latidos de los ocho corazones que
bombeaban en esa habitación. ¡Qué raros somos los humanos!
—¡Atención! —dijo el Nacho entonces, alzando un dedo en señal de alarma—.
Creo que ya está, la cosa aflojó de golpe. —Y con mucho cuidado se separó de la
Marilú.
—¡Ay Dios, qué suerte! —dije, y le alcancé una sábana a la chica para que se
tapara las vergüenzas—. Seguro que se te puso pequeñita por el susto, nene.
Los chicos, ya desabotonados, se miraban llenos de amor mientras se vestían. El
Pepe Peralta, jadeando desde el suelo, señaló a su hija y le dijo, con un susurro de
muerte:
—Tú, al coche.
Después se incorporó, levantó en sus brazos a su esposa desmayada y encaró para
la puerta de la calle él también. Como en las películas de guerra.
Los seguimos. Nosotros, cabizbajos, detrás de ellos, mermados y en fuga. Antes
de cruzar la puerta cancel, el Pepe Peralta miró al Zacarías, con los ojos enrojecidos
de dolor:
—Nunca pensé que alguna vez diría esto, soldado Zacarías, pero no quiero verte
nunca más en la vida.
Mi marido bajó la vista, en silencio, aceptando esa decisión nacida de la afrenta.
Luego Peralta miró al Nacho, le puso un dedo en el pecho y le dijo con asco:
—Y tú, olvídate de mi hija. Olvídate para siempre. No la vas a ver nunca más.
Y salieron de casa cerrando la puerta tras de sí.
El Nacho, desde adentro y para sí mismo, susurró:
—Eso está por verse, Pepe Peralta. María Luz me abrió un nuevo camino y nadie
www.lectulandia.com - Página 70
me va a impedir transitarlo…
Suspiré. El Nacho tenía los ojos flotando como un Capuleto; la sangre italiana,
recién descubierta en sus venas, le hervía de amor. Zacarías miró otra vez al hijo
pródigo, al recién llegado desde la sombra oscura de la sexualidad, y le dijo con el
corazón hinchado de orgullo:
—¡Ése es mi tigre, carajo! —y lo abrazó de nuevo—. Mañana mismo buscas a
esa chica y continúas con lo que has empezado. Pero más despacio, Ignacio, ¡y por
delante, que entra más fácil! Olvídate de los vicios del pasado.
Yo me desinflé en el sillón, muerta de nervios. La Sofi no podía dejar de mirar a
su hermano mayor con una admiración creciente. Mientras que el Toño, lejos de la
escena, se comía los restos del flan de todo el mundo.
www.lectulandia.com - Página 71
Los grandes inventos son casualidades
Anoche el Cantinflas se cayó en la olla grande de la salsa de tomate y no sabemos
si casi se ahoga o si casi se quema. El chef uruguayo notaba, al revolver, que el
cucharón de madera se trababa un poco, pero no se dio cuenta de nada hasta que el
gato, en un último manotazo de ahogado, sacó una pata y casi le arranca un ojo.
—¡La salsa me ha arañado! ¡El estofado está poseído! —gritaba Douglas, con un
rasguño que le cruzaba toda la cara.
Entre el Zacarías y el Toño sacaron al Cantinflas con el colador de la pasta y lo
llevaron al veterinario con urgencia.
—¿Tú no vienes, Lola? —me dice el Zacarías.
—Me quedo, me quedo; id vosotros que no quiero dejar la pizzería sola.
—No está sola —enumera el Toño—, está Douglas, y en un rato le toca el turno
al Nacho y a la Negra Cabeza.
—No puedo dejar todo en manos del pobre Douglas, que está todo arañado —
digo, mirando tiernamente al chef.
Envuelto en una manta, el Cantinflas chillaba.
El Zacarías y el Toño salieron para el veterinario, y yo me quedé inmóvil, a metro
y medio de Douglas Salvático, que tenía una cicatriz en la mejilla izquierda.
—¿Le duele? —le pregunto.
—Sólo cuando me río.
—¿Quiere que le ponga algo en la cara?
—Sí —me dice, y me mira con los dos ojos—. Ponga su mano, Lola. Su mano,
que lo cura todo.
Yo no entiendo por qué este hombre siempre contesta las preguntas fáciles de una
manera tan rebuscada. Pero la verdad es que tiene una voz, un acento, que no me
importa mucho lo que diga. Tiene la facultad de hacer que me ponga roja de
vergüenza.
—¡Qué dice, Douglas! Me parece que usted tiene fiebre. Está todo sudado, mírese
el delantal.
—Quizá sea fiebre, Lola —me dice—. ¿Por qué no se acerca y me toma la
temperatura?
Doy un paso atrás. Uno adelante. Otro atrás. Más que nerviosa, parece que
estuviera bailando la conga. Pero es que verlo así, acodado en la mesa, con las
cortinas cerradas de la pizzería, los dos solos en un ambiente pequeño, él con esa
cicatriz, yo con estos miedos, me provoca algo que…
—¿Algo qué? —me pregunta él, y sólo entonces me descubro hablando en voz
alta.
—Nada, no me haga caso, Douglas —digo sonriendo—. Venga a la cocina de
www.lectulandia.com - Página 72
casa, que le pongo un poco de alcohol en la herida.
Atravesamos la cocina de la pizzería, que tiene una puerta a la casa. En silencio
recorremos el pasillo, el recibidor, el comedor. Ni él ni yo hablamos.
—Estamos dejando sola la pizzería —me dice él más tarde.
—Ya vendrán los niños —digo.
—¿Hay alguien aquí en su casa, Lola?
—Nadie.
Otra vez el silencio.
—Aquí está el baño, Douglas —digo, y la voz me tiembla—. Déjeme que le
ponga un poco de alcohol.
Él acerca su cara a la mía.
Otra vez el silencio.
En ese momento deben haber llegado el Nacho y la Negra Cabeza a abrir la
pizzería. Como no sabían nada de la tragedia del Cantinflas, montaron los pedidos de
la noche con la salsa donde se había caído el gato, así que, de casualidad, inventaron
una nueva especialidad en pizzas.
Es bastante asquerosa de gusto, pero muy vistosa, porque parece un felpudo
redondo de esos que se ponen en la entrada. Ya la incorporamos al menú: se llama
pizza Welcome y cuesta tres euros.
A la vieja doña Paquita le mandamos dos pizzas Welcome gratis y una Coca-Cola,
para que no piense que hay rencores.
www.lectulandia.com - Página 73
El Toño fue el primero en acordarse
Hacía mucho tiempo que la familia no vivía un día entero sin broncas, peleas o
zapatillazos. Cuando el Zacarías está contento nos contagia y nos alegra a todos. No
es muy común verlo feliz: será por eso. Ayer nos levantamos dándonos los buenos
días y desayunamos todos juntos. El Zacarías no paraba de sonreír por la
reconversión sexual de su hijo mayor.
El Nachito también estaba contento. Se fue temprano al centro a comprar una
estufa para la pizzería y me llamó como diez veces para preguntarme qué me había
parecido María Luz (él no le dice Marilú). Yo le doy ánimos porque quiero que sea
feliz: le digo que si está enamorado tire para adelante, siempre. Y la Sofi desapareció
de casa después del colegio, porque me dice que quiere solucionar el tema del Manija
y el Pajabrava, para quedarse con uno solo y poder sentir ese amor que siente su
hermano.
Por la noche, después de cerrar la pizzería, cenamos todos juntos otra vez, y
entonces me di cuenta de que no toda la familia estaba exultante. Fue el abuelo quien
me alertó.
—Lolitta —me dice—, in tutto el giorno il Toño no ha probatto porro ni comidda.
Lo de la comidda puede sere normale… Pero si no fuma é que alguna mala cossa li
chucede.
Y era verdad. Antes del postre, el Toño se levantó de la mesa y se encerró en su
cuarto, pero no nos dimos cuenta a causa de la felicidad general. Entonces, a eso de
las once, llamé a su puerta y me metí en su cuarto para preguntarle qué le pasaba.
—No me pasa nada —me dice—, tengo sueño.
—Antonio, soy tu madre —le digo—, y tú tienes los ojos colorados por dos
cosas: o porque estás drogado o porque estás llorando. ¿Estás drogado?
—No.
—Entonces te pasa algo, mi niño… Si no estás drogado algo te pasa.
Y entonces, pobre hijo mío, se hundió. Puso la boca como un bulldog, así, en
cámara lenta, y empezó a llorar despacio. Mis brazos llegaron antes que mi cuerpo a
abrazarlo. Las madres tenemos eso, una especie de motor en los codos, cada vez que
un hijo llora. Más si es varón.
Cuando lo abracé explotó. Lloraba el triple de fuerte, cogido a mí como cuando
era bebé.
—¿Qué pasa, mi amor, qué pasa? —le digo, acariciándole el pelo (no mucho,
porque lo tiene graso).
—¿Tú has visto… —me dice, hipando—, tú has visto el pedazo de polla que tiene
el Nacho? —Otro puchero—. ¿Cómo puede ser que todos los problemas físicos en
esta casa los tenga yo?
www.lectulandia.com - Página 74
—¡Pero si tú eres hermoso, Antonio! —le digo—. Además, el Nacho es orejudo,
tienes que pensar en eso también.
Me mira.
—¡Yo aceptaría las orejas de Dumbo con tal de tener eso entre las piernas! —me
dice—. Pero el problema no es ése, mamá… ¿Tú has visto cómo está papá con el
Nacho ahora que folla con una hembra? Lo tiene en un pedestal al sarasa… ¿Sabes
cuánto hace que follo, yo? ¡Desde los once añitos! ¿Alguna vez alguien me hizo una
fiesta por follar tan temprano? ¡No! ¿Tú has visto con qué admiración mira papá al
Nacho? Ni se da cuenta de que existo.
—Bueno… —le digo—, bueno…, corazón. Suéltalo todo, mi amor, suelta todo.
Que aquí está mamá.
—Y tú tampoco… —me llora el Toño—. Tú tampoco te das cuenta de que existo.
Y la Sofi peor; a la Sofi le da vergüenza que yo sea tan enano. Y la Negra Cabeza ya
no me presta atención: va llorando por los rincones desde que se ha enamorado del
Nonno y se ha olvidado de mí… ¡Qué vida de mierda!
—¡No digas eso, Antonio! —le digo, un poco enfadada—. No tienes una vida de
mierda. Todo el mundo te quiere, todo el mundo. Hay veces que prestamos más
atención a otros hijos, pero es justamente porque están con problemas, como el
Nachito estos días. Pero eso no quiere decir que no te queramos, hijo.
El Toño baja la vista; se suena los mocos. Casi me sale decirle: «¡Con la sábana
no, asqueroso de mierda!», pero no era el momento. Le digo:
—¿Me oyes, mi niño? Te queremos mucho, mucho.
Asiente con la cabeza. Me da un beso.
—¿Te dejo dormir? —le digo.
—Vale.
Me incorporo, y cuando estoy a punto de salir me dice:
—Mamá, ¿qué hora es?
Miro el reloj:
—Las doce y cuarto.
—¿Ya es viernes?
—Sí, ya es viernes —le digo, intrigada.
—Entonces déjame ser el primero en algo, aunque no sea más que esto —me
dice, y se levanta de la cama.
Se acerca hasta mí con vergüenza. Me abraza; me dice:
—Feliz cumpleaños, vieja —y me aprieta fuerte.
Y entonces a mí se me nubla todo, y ya no puedo ver nada, y solamente siento el
calor de mi hijo, que me acaba de hacer el mejor regalo de mis flamantes cincuenta y
dos años.
www.lectulandia.com - Página 75
Sacrificios navideños del Zacarías
A veces la crisis tiene sus ventajas. Al Nacho se le ha ocurrido aprovechar que la
gente del barrio no tiene dinero para hacer regalos a los hijos, y el sábado puso un
cartel en la puerta de la pizzería:
Ya por la tarde se habían apuntado cuarenta y dos padres. Incluso nos llaman por
teléfono agradeciéndonos la idea, porque muchos —como excusa— ya le habían
dicho a los hijos que Papá Noel había muerto en los disturbios del cierre de
Astilleros.
Ay, qué hermoso es ver a los chicos otra vez con los ojos brillantes de ilusión,
máxime si además nosotros podemos hacer una buena caja. El problema llegó el
domingo, cuando tuvimos que explicarle al Zacarías cuál era su papel en el negocio.
—¡Jamás de los jamases! —gritaba el pobre, y se movía de un lado al otro del
patio—. ¡Qué vaya el Toño!
—No le da la estatura, papá —le explicaba el Nacho—. Imagínate al Toño de rojo
y con barba… En vez de Papá Noel va a parecer papá pitufo.
—¡Que te folle Gargamel! —le gritaba el Toño al hermano.
—Yo tengo una reputación en el barrio —seguía excusándose el Zacarías—. No
puedo ir en moto disfrazado de Papá Noel. Es humillante, Nachito.
—¿Qué reputación tienes, aparte de ser el único que cuando se emborracha
vomita siempre en la misma baldosa? —le digo yo—. Que yo sepa es la única
reputación que se te conoce.
—Además, no habría que ponerte ni el almohadón en la barriga —le dice la Sofi,
palmeándole el michelín al padre—. Lo que sí habría que hacerte es un gorro a tu
medida.
—Que me digan borracho pase. ¡Pero cabezón no lo soy!
Ay, cómo nos costaba aguantarnos la risa. Mirábamos al pobre Zacarías ir y venir
por el patio, sabiendo que no tenía excusa, que aunque pataleara y pataleara lo
primero es el negocio, y nos mordíamos para no soltar la carcajada.
—No, no —decía mi marido, implorando con los ojos—. No me hagáis esto. La
www.lectulandia.com - Página 76
gente del bar de enfrente va a estar en la calle. Éste es un trabajo para mi padre, no
para mí.
—Ío non posso —dice el Nonno—. Sono molto vieco y me duelen las
articulachione.
—Usted es viejo cuando le conviene, papá —se queja el Zacarías.
—El Toño y la Sofi tampoco dan el tipo —descartaba el Nacho—, mamá y yo
vamos a estar en la cocina. La Negra Cabeza tiene el día libre… Solamente quedas tú,
papá. Si quieres anulamos todo y nos perdemos… —el Nacho finge hacer unas
cuentas mentales— unos mil quinientos euros. En una noche.
El Zacarías abre los ojos como el dos de oros.
—¿Esa pasta haríamos? —dice—. Es medio kilo en dos días…
—Entonces, ¿lo haces? —pregunto yo, aguantando la risa.
—Qué sé yo —dice el Zacarías mordiéndose el labio—. Vale, venga…, si es
solamente disfrazarse, y de noche…
—No es solamente disfrazarse… —abre la herida la Sofi—. Tienes que ir en la
moto gritando «jo jo jo».
Y entonces ya no pudimos aguantar. Hasta el Cantinflas parecía que se meaba de
la risa. El Zacarías se encerró en su cuarto soltando tacos, seguro que para pedirle
explicaciones al Dios del techo. Y yo me puse a coser el traje rojo. Jamás pensé que
mi marido, tan secote como es, podía ser capaz de hacer feliz a tanto crío necesitado
de afecto.
www.lectulandia.com - Página 77
Durmiendo con Papá Noel
El 24 al atardecer nos fuimos al parque municipal para que el Zacarías ensayara el
papel de Papá Noel y diera un par de vueltas en la moto con el disfraz puesto. El
pánfilo se empeñó en usar gafas oscuras para que nadie lo reconociera. Yo le dije:
—Esta noche no vas a ver nada si llevas eso en los ojos.
Pero él erre que erre. Dio un par de vueltas y volvimos a casa. Todo normal: nada
que indicara la tragedia nocturna. No debimos haberlo dejado salir por la noche con
las gafas de sol a repartir las pizzas. Ahora, que ya pasó todo, me siento un poco
culpable. Pero entonces hasta nos parecía gracioso el pobre, vestido así.
Cenamos temprano, porque a la hora punta íbamos a estar todos trabajando.
Brindamos, sí. El Zacarías bebió un poco de cava, y eso también pudo haber influido.
No sabemos qué pasó: él ahora no se acuerda de nada. No sabemos si fue el traje rojo,
la gomaespuma, las gafas de sol, el cava, el árbol que no vio, los frenos que no usó a
tiempo… Estábamos todos en la puerta, saludándolo y deseándole suerte.
Él, pobre santo (pobre Santa, en este caso), nos hacía adiós con la manita mientras
ponía en marcha la moto. «Jo jo jo» fue lo último que dijo, y arrancó con la primera
tanda de pizzas. Lo vimos hacerse pequeño: un punto rojo en la calle desierta.
—¡Jo jo jo! —decía.
Lo vimos acelerar. Subirse a un terraplén. Esquivar un perro. «Jo jo jo», decía. Y
entonces lo vimos estamparse contra un árbol a cien metros de casa. Veinte segundos
duró la aventura del Zacarías. Veinte segundos tardó en arruinarnos la Navidad.
Salimos todos corriendo en su ayuda, menos el Toño que estaba desparramado de
la risa en el recibidor. Lo encontramos semiinconsciente. Al principio nos pareció que
sangraba de la cabeza, pero era salsa de tomate. Tenía los ojos abiertos.
—¡Jo jo jo! —decía, sonriendo.
Lo subimos a un taxi y lo llevamos al hospital. Se nos desmayó en el camino.
Pero antes le dijo al taxista:
—A ver si apaga la calefacción, hombre… Nosotros los del Polo Norte no
estamos acostumbrados a estas temperaturas.
Y nosotros, ingenuos, pensamos que estaba haciendo un chiste.
En el hospital nos lo devolvieron enseguida, y nos recomendaron que lo viera un
psiquiatra. Así que esta mañana lo vino a revisar el doctor Madariaga. El psicólogo
del Toño salió de la habitación muy serio y nos confirmó lo que ya pensábamos. Fue
muy claro:
—Se ha despertado con una identidad que cree la suya y ahora sería muy
peligroso contradecirlo.
—¿Y entonces qué, doctor? ¿Hay que seguirle la corriente? —le preguntamos con
espanto al psicólogo.
www.lectulandia.com - Página 78
—Su marido se siente Santa Claus, Lola —me dice palmeándome el hombro—, y
así debe seguir hasta que se produzca otra vez el clic en su cerebro.
—¡Jo jo jo! —grita el Zacarías desde la habitación—. ¡Señora! ¿Para cuándo la
cena? ¡Jo jo jo!
Cuando el doctor Madariaga se fue, toda la familia nos quedamos como estatuas,
sin saber cómo tratar al enfermo. Nos cuesta mucho decirle «¿necesita algo, Papá
Noel?», o «don Santa, ¿quiere un té con limón?». Y aunque todo es muy triste, a
nosotros nos dan ataques de risa. El pobre ha aceptado a regañadientes ponerse el
pijama y acostarse, pero el gorro y la barba no se los podemos sacar ni con palanca.
Es complicado entrar en el cuarto y verlo así.
El único que sabe manejar la situación es el Toño. Hace un rato lo encontramos
subido a las rodillas de su padre:
—Quiero una bici con cambios —le decía—, un escalextric, una bolsa de porros y
la colección aniversario de Playboy, Santa…
—¿Pero tú te has portado bien durante el año, jovencito? —le dice el Zacarías
acariciándole el pelo.
—¡Antonio, sal pitando de esa habitación o te saco a escobazos! —le grito yo.
—Silencio, señora —dice el Zacarías, con la voz gruesa—; ya tendrá usted su
turno. ¡Jo jo jo! No sea ansiosa.
La tarde del 25 el Nacho vio la oportunidad y sacó a su padre al mostrador de la
pizzería. El negocio se llenó de criaturas. Todo el barrio pasaba y traía a sus hijos a
visitar al Zacarías. Vendimos pizzas como nunca en la vida. Las entregaba Papá Noel
en persona, y además conversaba un rato con cada chavalín en privado.
Ayer noche, después de cerrar, estuve dándome unas vueltas por el barrio. Me
daba un poco de vergüenza acostarme con Papá Noel. Él me esperaba en la cama
tranquilo, porque desde que está así, el Zacarías se ha puesto muy dócil y pacífico,
pero yo no me atrevía a estar en la misma cama con un mito popular. Hasta que al
final me persigné y entré en la habitación.
—¿Y usted, señora? —me dice con esa voz tan varonil de la gente del Polo Norte
—. ¿No va a querer su regalo?
Me quedé un segundo quieta, mirando para los lados. ¿Sería posible sacarle
partido a esta tragedia? Me acerqué a la cama de Papá Noel muy despacio y le dije al
oído qué era lo que quería. Me sentí un poco guarra por estar diciendo aquello al oído
de un santo, pero a veces hay que aprovechar los trenes nocturnos.
—¿Eso desea, señora? —me dice galante—. Métase en la cama que me parece
que algo tengo en la bolsa…
Apagamos la luz. ¡Ay, qué manera de festejar la Navidad! Estuvimos como dos
horas con el jinglebell. Parecíamos el despertar sexual de los niños cantores de Viena.
Hace un rato me escapé de la cama para escribir, pero me doy cuenta de que me
www.lectulandia.com - Página 79
tiemblan las piernas. Además, tengo algodón en la boca y la sonrisa se me escapa por
todas partes. Mientras escribo, estoy escuchando desde el cuarto a mi Papá Noel que
me dice:
—Señora, regrese: que se le ha quedado un regalo en el fondo de la bolsa. ¡Jo jo
jo…!
Ahora ya me estoy poniendo viciosa, pero qué bonito sería que el 6 de enero el
Zacarías se convirtiera en los Reyes Magos, que son tres… ¡Y para más inri uno es
negro!
—Ya voy, Santa… —le digo—. ¡Póngase el gorrito que ya estoy con usted!
www.lectulandia.com - Página 80
Llora, mi vida
Los esfuerzos del Nacho por reconciliarse con el Pepe y la Aurora Peralta han
dado sus frutos ayer por la tarde, después del desastre de hace un par de semanas.
Marilú lo ha llamado por teléfono diciéndole que sus padres querían darle una
oportunidad y que lo esperaban en La Recoba, los tres. La niña le recomendó ir bien
vestido, porque era fundamental que diera una buena impresión.
—Bien vestido y puntual —le ha dicho.
El Nacho se pasó toda la tarde muerto de nervios. Mi hijo es muy inteligente, pero
a la vez muy tímido, máxime con gente pija como los Peralta. Estaba convencido de
que haría algo mal. Siempre es algo distraído: tira un vaso, se equivoca con los
cubiertos. Pero le di ánimos y le planché el mejor traje.
Se fue al bar, por suerte antes de que descargara el diluvio de anoche. Lo
saludamos todos desde la puerta y le deseamos suerte. Se fue erguido, peinado, y con
un ramo de rosas para la Aurora (eso fue idea mía). Pero está visto que los de esta
familia, para las cosas del amor, estamos meados por los perros.
El Nachito ha regresado hace un rato, irreconocible. Empapado, con el corazón
que se le salía del cuerpo, llorando como cuando era un niño pequeño. No podía
hablar. Entró y me abrazó desconsolado. Se hundió en mi regazo.
—¿Qué ha pasado, corazón? —le pregunto con el alma en un puño—. ¿Has
estado muy nervioso, ha salido todo mal?
—Al revés, mamá —me dice llorando—. Nunca en mi puta vida estuve tan
desinhibido… Alegre, mundano, dueño de mí mismo… En veinte minutos los padres
de María Luz cambiaron completamente el concepto que tenían sobre mí.
Y volvió a esconderse entre mis brazos para llorar.
—¿Y por qué estás así entonces, mi niño?
—Pásame un pañuelo —me dice, y se limpia los mocos y las lágrimas—.
Estuvimos como dos horas en La Recoba. Yo hacía chistes, hablaba de política, de
arte, incluso en un momento el Pepe Peralta me dio una palmadita, como hacen los
suegros con los pretendientes de las hijas… María Luz me miraba enamoradísima, y
cada vez que me miraba yo me sentía más seguro, más solvente. Ni en mis sueños
más optimistas, te lo juro, mamá, ese encuentro había salido tan bien como estaba
saliendo en la realidad.
—¿Y?
—Entonces se puso a llover; nos quedamos un rato más en La Recoba,
conversando y viendo caer las gotas contra los cristales. El Pepe me ofreció un puro.
No acepté. Aurora me felicitó por no fumar. ¡Yo era el mejor, mamá, era el mejor
yerno que habían imaginado! Salimos de La Recoba, bla bla bla, ja ja ja, todos
felices. Yo, con María Luz del brazo, y los Peralta de la mano. Éramos dos parejas.
www.lectulandia.com - Página 81
¡El mundo era mío!
—Qué hermoso, nene…
—¡Y una mierda! Cuando íbamos a cruzar la avenida para pedir un taxi, vi que
había un charco de agua enorme que nos separaba de la calle. Y ahí fue que yo pensé:
«Ahora salto el charco de un brinco y los deslumbro». Ellos ya tenían un buen
concepto intelectual de mí, y yo buscaba también la aprobación física. ¡La ambición
me crucificó, mamá! Me separé de ellos medio metro, cogí dos pasos de carrerilla y
salté el charco con todas mis fuerzas.
—Ay, Nacho… —digo yo, persignándome.
—El salto fue perfecto. En el aire sentí que flotaba y supe que la familia Peralta
en pleno seguía mi vuelo como en cámara lenta, con una sonrisa de satisfacción y
placer. Yo me movía, flexible, y ellos brillaban, inoxidables. El mundo nos sonreía…
Pero el esfuezo fue demasiado grande, mamá… ¡Ay, ay!
—¿Te caíste?
—¡Ojalá me hubiera caído, ojalá! —me dice el Nacho, con los ojos en compota
—. En el aire, con una pierna adelante y la otra detrás, como un bailarín, justo ahí, se
me escapó el pedo más grande de mi vida. Fue como una furgoneta arrancando en
segunda. ¡Brommmmm!
—¡Dios me libre y me guarde!
—Sentí que el tiempo se detenía. Yo en el aire. Mis tripas sonando como las
trompetas del juicio final. Te juro que se volaron las palomas de la iglesia. ¡Yo en el
aire! Debo haber estado siglos suspendido, pensando qué hacer. Todo era rápido y
lento a la vez. El impulso fue perfecto. Entonces la única salida llegó de la nada.
Apoyé el primer pie, y después el segundo, y otra vez el primero, y seguí corriendo…
¡Me escapé, mamá!
—¿Te has ido sin saludar, Ignacio? ¿Eres gilipollas?
—¿Qué iba a decirles? ¿«Perdón, queridos suegros, se me ha escapado un pedo»?
¡No, jamás! Corrí y corrí, cortando campo. He corrido sin parar hasta aquí. Pero
hubiera seguido corriendo. En este momento tengo ganas de seguir corriendo para
siempre y olvidarme de mí mismo.
—Visto así —le digo—, llevas razón…, lo mejor en esa situación es
desaparecer…
—¿Verdad, madre? —me dice, acurrucándose entre mis brazos.
—Claro, mi niño —le digo, soltando yo también una lágrima—. Llora, mi vida, tú
llora, que aquí estás a salvo de tus vergüenzas.
www.lectulandia.com - Página 82
Viaje al interior del Barrio Oscuro
Cuatro días, once horas y seis minutos le ha durado al Zacarías la pérdida de su
identidad. Lo que más me preocupaba a mí ya no era propiamente la amnesia, sino el
traje rojo, que era alquilado. Entre el jueves y ayer vino como tres veces el muchacho
de la casa de disfraces para que le devolviéramos la ropa. Además, cada vez que
aparecía, le abría la puerta siempre mi marido:
—¿Qué desea el muchacho?
—Vengo a buscar el disfraz.
—¿Otra vez? ¿Qué disfraz?
—El que lleva puesto, señor.
—¡Jo, jo, jo! Ya le dije que no tengo ningún disfraz —y le cerraba la puerta en la
cara.
—¿Quién era? —le preguntaba yo.
—El muchacho ese que busca un disfraz —me decía mi marido—. ¡Jo, jo, jo! La
gente está cada vez más loca, señora.
Pero ayer se le pasó todo de golpe. La historia de cómo volvió en sí merece ser
contada. Resulta que se empecinó en ir hasta un barrio marginal a buscar un repuesto
para la moto. Nosotros le advertimos:
—Don Santa, no se le ocurra ir a ese barrio vestido así…
—Jo, jo, jo… Papá Noel anda por el mundo sin importar el cómo y el cuándo —
dijo, y no lo pudimos detener.
Se fue con la moto destartalada a buscar una bujía de segunda mano, porque la de
la moto estaba empastada por el choque. Cruzó toda la ciudad, con el ciclomotor a
cuestas, cogido del manillar. Por el centro solamente recibió miradas cariñosas y risas
cómplices; algunos críos hasta lo saludaban y le mandaban besos. Eso era lo de
esperar. Pero cuando sales del casco urbano y las chabolas ganan el paisaje, ay madre
mía…, ya se sabe que el mundo es otro.
El Barrio Oscuro (que así lo llamamos) empieza donde se acaba el asfalto, que es
como decir donde se acaba el mundo. Las mujeres salen a la calle en zapatillas y
echan cubos de agua a la calle para que no se levante polvo. Es la zona donde hay
más chavales con mocos por metro cuadrado. Por esos mundos todavía pasa el
afilador y al agua hay que ir a buscarla a un pozo. La policía no puede entrar más que
martes y jueves a buscar su parte. Resumiendo: no es buen lugar para entrar
disfrazado.
Para más inri, cuando el Zacarías ya estaba en el corazón de las chabolas, el
cansancio de la caminata hizo que se perdiera. Se puso a deambular por los recovecos
hasta que encontró a un niñito de unos doce años, que estaba jugando con una pistola.
—¡Jo, jo! —se presentó el Zacarías—. ¿No sabes, pequeño de corta edad, dónde
www.lectulandia.com - Página 83
queda la casa de Abdul, el que vende repuestos robados?
El niño abrió los ojos como dos huevos de avestruz. Nunca había visto algo tan
bermellón, porque mayormente en ese barrio todo es en blanco y negro. Se quedó
como petrificado. Enseguida reaccionó.
—Espere un momentito, señor —dijo el chaval, con acento extraño—. Un
minutito, eh, quédese ahí un minutito que vuelvo… —y salió trotando.
A los dos minutos volvió con dos docenas de chicos más, de entre siete y
diecinueve años. Había uno que iba delante y parecía ser el líder. Llevaba el torso
desnudo y tenía el pelo como Maradona cuando jugaba en el Barça.
—Mira tú quién se ha dignado venir por aquí… —dice el jovencito caminando
alrededor del Zacarías—. ¡Cuánto tiempo sin aparecer por estos mundos,
gordinflón…!
Se escuchó la voz de un compinche entre el grupo de niños:
—¡Mátalo, Caraegoma! —Todos dijeron «sí, sí, sí».
El líder pidió silencio con la mano. Y hubo silencio. Instantáneo.
—¿Sabes durante cuántos años, la noche del veinticuatro, miramos parriba a ver
si vienes, Papanué? —Se dirigió Caraegoma al Zacarías, apretándole la mejilla—.
Pero tú solamente vas a las casas del centro, con la gente que tiene papeles, ¿no?
—Usted se confunde, Caraegoma —respondió el Zacarías, que poco a poco
empezaba a tartamudear.
—Tú eres el que deja juguetes a los que ya tienen juguetes, ¿cierto, perejil? —
continuó Caraegoma, tratando de masticar su rabia de años y años de espera.
—No, amigo… —el Zacarías temblaba—. Yo siempre intento ser justo.
—¡Mátalo, Caraegoma, que no te líe con discursos políticos! —pidió otra vez la
turba infantil.
Tres de los chicos mejor alimentados se acercaron con sogas y, a una señal del
Caraegoma, ataron al Zacarías a un árbol.
—¿Y ahora te piensas que regalando una moto vas a solucionar años y años de
ausencia? —dice el Caraegoma, con los ojos llenos de lágrimas, mirando el
ciclomotor desvencijado—. Somos muchos niños, vas a tener que traernos, mínimo,
diez o doce motos más. O la pasta. ¿Tienes pasta encima?
—No, hijito, estos trajes de Santa Claus no tienen ni bolsillos.
—Vamos a ver si es cierto —dice el Caraegoma y saca una navaja que
relumbraba al sol como una boga recién pescada en el río.
De repente, la caterva de niños, indignada, le empezó a tirar piedras a mi marido.
—¡Papanuel, cerdo burgués! —gritaban unos.
—¡Santa, compadre, fóllate a tu madre! —canturreaban otros.
Uno se acercó y le puso una pistola en la cabeza.
—¡Habla! —le dijo—. ¿Dónde viven los Rey Mago?
www.lectulandia.com - Página 84
—¡Qué sé yo, nene! —respondió el Zacarías lloriqueando—. Yo no tengo datos
de la competencia.
—Si los ves a esos tres joputas les dices que ni se aparezcan por aquí —gritó otro
— y si vienen que nos devuelvan las bambas que nos roban los días seis de enero.
¡Estamos hartos de ir descalzos todo el año por culpa de la ilusión!
A los tres minutos el Zacarías estaba en camiseta y calzoncillos en el alma del
Barrio Oscuro. Alrededor parecía que hubiera nevado: era todo algodón
desparramado por el suelo. Cuando acabaron de desnudarlo y la polvareda cedió, los
pequeños indocumentados se echaron hacia atrás, asustados al ver al Zacarías sin la
barba de fantasía ni el traje rojo.
—¡Cuidado, Caraegoma! —gritó uno—. ¡Éste no es Papanuel, es policía! ¡Mira
el bigote!
—¡La pasma! ¡La pasma! —gritó uno aterrorizado.
—¡Ha caído la pasma! —gritó otro enseguida, y se fue por todo el barrio
haciendo sonar un silbato.
Debía de ser una especie de aviso. En un segundo salieron unas doscientas
personas de las casuchas de chapa con bolsas blancas, balancines, pastillas, cigarros
liados, bolsas verdes, radiocasetes robados y pasaportes falsos, y metieron todo
dentro de un pozo. Después se encerraron otra vez en sus casas, silbando y
haciéndose los distraídos.
Le latía tan fuerte el corazón al Zacarías, que del bolsillo de la camiseta se le cayó
algo. Fue providencial. Un niño lo levantó. Eran sus documentos.
—Espera, Caraegoma —dice el niño, leyendo con dificultad—. En este DNI dice
que el papanuel se llama «Zacarías». ¿No es el macho de Lola, la señora buena que
nos regala pizza?
Caraegoma se acerca al Zacarías. Lo mira fijo.
—¿Es cierto lo que dice ese papel? ¿Tú eres Zacarías, el marido de Lola? —le
pregunta.
Y ahí es donde mi marido (según nos contó él mismo más tarde) después de
cuatro días, once horas y seis minutos de amnesia, volvió en sí. Se pegó con la palma
en la frente y dijo:
—¡Me cago en la mar! ¡Claaaroo! —y mirando al cielo—. ¡El Zacarías soy, qué
gilipollas! ¿Qué estoy haciendo aquí, en pelota viva?
—Soltadlo —dijo el Caraegoma—. Éste no es Papanuel ni es policía ni es nada…
Con un «uhhhh» a coro, los demás niños soltaron los ladrillos con que iban a
lapidar al santo y se dispersaron, desengañados de no poder matar a nadie esa tarde.
La gente grande desenterró sus cosas y siguió vendiendo en paz en la sombra de las
casuchas de chapa. Las chabolas otra vez fueron las de siempre. Y el Zacarías
entonces volvió a casa: desnudo, sí, golpeado, también; sin moto, pero con su
www.lectulandia.com - Página 85
documentación en la mano y su identidad, la verdadera, otra vez dándole cuerda al
cerebro y bombeándole en el corazón.
www.lectulandia.com - Página 86
¿Ya no somos clase media baja?
Desde hace una semana que estoy con una duda que me carcome los huesos. Pero
hubo tanto ir y venir con la cuestión de las navidades, que sólo ahora puedo sentarme
otra vez en casa y mirar a mi alrededor. Ayer al mediodía llego a la cocina y le
pregunto a mi marido sin preámbulos:
—Zacarías, ¿qué vendría a ser para nosotros la Negra Cabeza?
Mi marido me mira como si yo estuviera loca y me dice:
—La chacha… ¿no?
—¿Cómo que la chacha? —digo—. ¿Desde cuándo tenemos chacha nosotros?
—Qué sé yo, mujer —me dice—, desde que la contrataste de chacha. No me
molestes que estoy leyendo…
—A nosotros nos hace falta diálogo, Zacarías: ¡yo nunca he contratado una
chacha!
—Habrá sido el Nacho —dice el Zacarías sin darle importancia—. Y lo que nos
falta no es diálogo —agrega por lo bajo—: lo que nos falta es tema.
Me lanzo como una tromba al teléfono para hablar con el Nacho. A eso de las
cinco de la tarde (unas dos horas después) mi hijo sigue intentando convencerme de
que él jamás ha contratado a la Negra Cabeza para ninguna tarea específica.
—¡Es un escándalo! —le digo al Zacarías después de hablar por teléfono—. La
Negra Cabeza vive en casa y tiene llave… ¡porque sí!, porque ella lo decidió. Esta
casa es un caos. ¡Tenemos una intrusa, una espía, y nadie se entera de nada!
El Zacarías me mira por encima del diario, pero no abre la boca.
—¿Me oyes? ¿No vas a hacer nada? ¿Quién es el hombre de la casa?
Mi marido, impávido, frunce el ceño.
—Claro que sí, esto es el colmo —me dice, y enseguida pega un grito—:
¡Necesito una cerveza!
Al segundo llega la Negra Cabeza desde el fregadero:
—Disculpe señor, estaba lavando… Ya le llevo una lata. ¿Desearía algo más?
—Sí —dice el Zacarías—. Un almohadón.
—Como mande el señor —dice la perra, y se empieza a ir.
El Zacarías me mira socarrón. A mí se me erizan los pelos de la nuca.
—¡Negra Cabeza venga para aquí! —le digo con tonito de madre cabreada. (El
tonito es todo rapidito sin comas ni respiración. Con la Sofi me funcionaba bien.)
—Mande, señora Lola.
—¿Qué lugar ocupa usted en esta casa? ¿Es la novia del Toño, es empleada del
Nacho, es la amante de mi suegro? ¿Qué es usted?
—¿Yo? —dice, sorprendida, y mira con complicidad a mi marido—. Yo soy la
chacha, señora Lola.
www.lectulandia.com - Página 87
Me río:
—¡Nosotros no tenemos ni tendremos nunca chacha!
—¿Ah, no? —me dice—. ¿Qué es esto que tengo en las manos, señora Lola?
—Ropa sucia —le digo.
—¿Usted cómo me paga?
—Por semanas.
—¿De qué nacionalidad soy?
Me muerdo los labios.
—¿De dónde soy? ¡Responda!
—De Guinea… —contesto, sabiendo que he perdido el pulso.
—Todo está dicho —me suelta, y se va moviendo el culo—. Si me permite, voy a
buscar una cerveza para el señor don Zaca.
Mi marido hace el gesto de volverse, pero lo freno a tiempo.
—¡Zacarías, si te vuelves a mirar ese culo, te juro que te parto la cara! —le digo.
—¡Qué carácter de mierda! —me dice y se enfrasca otra vez en la sección de
deportes.
Las maneras que tiene la vida de avisarte que ya no eres tan tan pobre como antes
son increíbles. De que eres un pelín menos miserable… Del cielo te cae una chacha.
www.lectulandia.com - Página 88
Terrores del pasado
La noticia la trajo a la mesa la Sofi, que es la encargada de descubrir secretos del
Toño. Nos dijo que escuchó a su hermano confesarle por teléfono al doctor
Madariaga que la cosa que más le daba miedo en el mundo seguía siendo la canción
de «Mambrú se fue a la guerra».
—Ay, pobre angelico —digo yo—, me acuerdo que, cuando era pequeño, se
cagaba encima cada vez que se la cantábamos… ¿Te acuerdas, Zacarías?
—Sí, me acuerdo, era una risa… —recordó el Zacarías; pero enseguida, mirando
a la Sofi, interpeló—: Niña, ¿tú por qué escuchas las conversaciones de tu hermano
con el psicólogo?
La Sofi bajó la vista.
—¡Ancora que la bambina nos trae notichia fresca, tú te pone ético! —la defiende
el Nonno.
El Toño se estaba lavando las manos para comer, así que cuando volvió a la mesa
todos nos hicimos los suecos y no hablamos más del tema.
Más o menos a mitad de los macarrones, empezó don Américo, despacio,
haciendo ritmo con el tenedor:
—Mambrú che fue a la güerra… —tarareó sonriendo y con cara de picardía—,
mire usté mire usté qui pena….
El Toño sintió el golpe, pero se hizo el desentendido. Siguió comiendo como si
nadie estuviera cantando, aunque notamos que el labio de abajo le empezaba a
temblar, como si alguien se lo estuviese tirando con una soga desde debajo de la
mesa.
La Sofi se sumó al Nonno y también cantó:
—… Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá… ¡Do-re-mi! ¡Do-re-fa!
¡No sé cuándo vendrá!
El Toño ya temblaba como un papel: había dejado de comer y los ojos le daban
vueltas por la cocina como si estuviera en la montaña rusa. El Zacarías se levantó y,
revoleando la servilleta como una folclórica, se sumó al martirio:
—Si vendrá por la Pascua, mire usté mire usté qué gracia…
Y la Sofi, poniendo voz de ultratumba:
—… Si vendrá por la Pascua o por la Trinidad…
A mí me daba pena la criatura, al que ya le empezaban a salir unas lágrimas del
tamaño de una moneda de cincuenta, mirándonos a todos como si fuéramos
fantasmas. Pero más me pudo la felicidad familiar, así que también me puse de pie y
arremetí:
—Do-re-mi, do-re-fa… ¡O por la Trinidad!
Y el Nonno:
www.lectulandia.com - Página 89
—… La Trinidad se pasa, mire usté mire usté qué guasa…
La familia entera rodeaba al Toño para el broche de oro:
—La Trinidad se pasa, Mambrú no viene ya… Do-re-mi, do-re-fa, ¡Mambrú no
viene ya!
No hubo necesidad de seguir: el Toño pegó un grito de terror, se levantó de la
mesa llorando y saltó por la ventana. Siguió corriendo por el patio, saltó la medianera
de doña Paquita y ganó la calle. A toda velocidad.
—¡No te escapes que es peor! —le gritaba el Zacarías.
Nosotros nos quedamos mirándolo por la ventana: pegaba zancadas de metro y
medio, como un poseído, hasta que se lo comió la esquina y ya no lo vimos más.
Nos repartimos su plato de macarrones entre todos, mientras seguimos cantando
el resto de la canción. ¡Qué chico gilipollas este Antonio! Yo creo que tendría que
enfrentarse a sus miedos como un hombre, porque de lo contrario no se los va a curar
nunca.
www.lectulandia.com - Página 90
Un aire a Meryl Streep
El sábado da la impresión de que nadie quiere trabajar. Y lo peor es que es el día
que más pedidos tenemos. El Nacho se ha ido al centro, detrás de la Marilú (nunca
había visto a ese muchacho tan enamorado). El Zacarías y los niños a comprar al
supermercado; y el Nonno está desaparecido en combate. Todo el mundo se ha ido a
alguna parte, menos Douglas, que es un chef muy responsable. Así que me voy a la
parte de la pizzería a ayudarlo un poco con la cocina.
—Tienes ojos de cansancio —me dice al verme.
—Es que anoche pusieron otra vez Los puentes de Madison en la tele, y siempre
que pillo esta película en el zapping me digo lo mismo: «Lola, no la mires, apaga,
Lola».
—¿Por qué? ¿Qué tiene esa película?
—Es como que me hipnotiza y no me deja darle a los botones del mando, ¡y
después de verla me suben unos calores! Para más inri, la película es con Meryl
Streep, que es calcadita a mí cuando era más joven, y entonces me siento más
identificada con esta mujer.
—Es verdad —me dice Douglas, galante—, tienes un aire a Meryl Streep.
Bajo los ojos, agradecida.
—Además, en esta película ella es un ama de casa de un pueblo que se llama
Madison, y está casada desde hace mucho con uno que es como el Zacarías, y hasta
tienen un Toño y una Sofi.
—¡Mira qué casualidad!
—Hasta que una tarde ¡zas!, se aparece un fotógrafo de la capital para sacar unas
fotos a unos puentes que están allí en el pueblo, cayéndose a pedazos.
—¿Y ella está sola?
—Eso es lo malo… El Zacarías se ha ido a pescar y se ha llevado a los críos. O
sea que la Meryl Streep está limpiando detrás de los muebles, oyendo la radio,
haciendo la colada y preparando todo para cuando regrese la familia.
—Lo de siempre, vamos.
—Lo de siempre. Pero quiere Dios que al fotógrafo (que es Clint Eastwood, que
está más bueno que mojar pan) justo se le casca la furgoneta en la puerta de la casa de
esta santa mujer.
—Y ahí es donde te empiezan los calores, ¿verdad, Lola?
—No es para menos… De lejos se presiente que la Meryl necesita que le soplen
las telarañas, porque aunque su Zacarías es un buen hombre de Madison, muy
querido y bonachón, se ve que ha salido muy pero que muy católico.
—Y la cama la usa únicamente para rezar —dice Douglas, que siempre tiene esas
salidas tan elegantes.
www.lectulandia.com - Página 91
—Precisamente —digo yo—. En cambio el Clint Eastwood es un hombre de
mundo, de esos que usan sombrero porque sí, que se visten de beige, que cuentan
historias de safaris… Un señor.
Me gusta hablar con Douglas mientras cocinamos. Porque es como hablar con la
pared, pero con una pared que te escucha. No nos miramos a los ojos porque estamos
cortando pimientos, o rayando el queso, pero sabemos que el otro está atento a todo.
—Hay una parte en que ya son medio amigos los dos, y el Clint se le aparece a
cenar a esta mujer, y le trae regalos (¡en la vida el Zacarías habría tenido un detalle
así con la Meryl Streep!)… y cuando entra a la casa, el Clint no da portazos ni nada,
y ella pone una cara de «ay, qué hombre más modosito, me lo comería empanado».
—¿Y cómo es ese gesto? —pregunta Douglas.
—Es un gesto muy bonito el que pone Meryl, es así —y le hago el gesto.
—Muy gráfico. Tienes harina en la nariz, deja que te la quite —dice Douglas, y
me sopla la cara.
—La parte culminante de la película es cuando ella, acalorada, le dice: «Usted me
espera aquí» y se va al baño y se enjabona toda con agua fría, para ver si así le baja la
temperatura del cuerpo, que lo tiene como una brasa…
—No es para menos.
—Después vuelve, más fresca, y él la ayuda a cocinar, y medio que se rozan con
los codos, y exprimen unos limones en la tabla y toda la cocina se llena de olor a
merluza… —Aquí me detengo para respirar, y miro a Douglas que sigue cortando
pimientos en juliana—. ¡Ay, Virgen del amor hermoso! Yo en esa parte ni respiro:
trabo las dos rodillas con fuerza, eso sí, porque se me endurecen las enaguas. ¡Qué
película más preciosa!
—¿Y entonces? —pregunta él, haciéndose el desinteresado.
—Nada —digo—. Entonces pasa lo que tiene que pasar.
—¿Y qué es lo que tiene que pasar?
—Que en una de esas el fotógrafo le dice: «Venga, Meryl, que ya somos
mayorcitos» y ella le dice: «Llevas razón, Clint Eastwood», y empiezan a manosearse
como si se acabara el mundo, desparramados en el mosaico que es un asco y un
deleite todo al mismo tiempo.
—Un alivio, me imagino —dice Douglas, sonriendo con la mitad de la boca.
—¡Claro! Porque una por fin respira después de un cuarto de hora…
—¿Y la película termina así? —quiere saber Douglas, mientras me acomoda un
mechón de pelo que se me había escapado por detrás de la oreja.
—No, la película termina muy triste, porque él se va.
—Qué idiota, Clint Eastwood.
En eso entra el Zacarías con el Toño, que habían ido al bar a comprar anchoas.
—¿Idiota Clint Easwood? —dice el Zacarías—. ¡Ja! Es el cowboy más rápido del
www.lectulandia.com - Página 92
Oeste. En una cinta lo vi matar a seis indios con la misma bala.
Yo no sé qué hubiera pasado en esta pizzería si mi marido y mi hijo no entraban
en ese momento. No lo sé, ni lo quiero saber. Pero toda esta tarde de sábado me he
quedado pensando en la última escena de la película, en donde aparece el Clint, bajo
la lluvia, llorando de amor porque ve a Meryl Streep y al Zacarías con los críos,
saliendo del Carrefour, y él sabe que se tiene que volver a la capital porque no hay
nada más que hacer en ese pueblo. Y ahí aparece el The End.
Esta misma noche cuando estábamos los dos en la cama, he tocado con el codo al
Zacarías y le dije:
—Zaca, ¿no tengo un aire a la Meryl Streep? —mientras le meto la mano por
debajo de la manta para darle cuerda.
Y él, que debía de estar muy cansado, se lamentó:
—¿A que otra vez echaron por la tele esa porquería de los puentes? ¡Un día voy a
arrancar la antena del techo, a ver si así descansamos un poco de tanto toqueteo!
www.lectulandia.com - Página 93
¿Cuándo fue tu primera vez?
La Sofi entró en la cocina mientras yo estaba machacando la carne para
empanarla, y me soltó la pregunta sin preámbulos, mirándome a los ojos:
—Mamá, ¿a ti a qué edad te desvirgaron?
El martillo de madera salió volando para atrás y le pegó en la nuca a don
Américo, que miraba el telediario en el comedor.
—¡Assassina! ¡Filha de putana! —gritó el viejo, y se encerró en su habitación.
Pero yo no estaba para pedir disculpas. La Sofi esperaba una respuesta.
—¿Te parece bien conversar de eso ahora, mi niña? —le digo, roja de vergüenza
—. En cualquier momento van a llegar tu hermano y tu padre…
—Tienes que decirme un número nada más —me insiste la Sofi—. No quiero
conversación.
—¿Un número? —le digo—. ¿Del uno al mil?
—¡Una edad, mamá, no te hagas la tonta! —me dice.
—Ay, Sofía, que estoy batiendo los huevos, no molestes ahora… —le digo
temblando.
—A qué edad te desvirgaron, mamá… —no paraba la cabrona.
—¿No quieres ir a ver Los Simpson ahora que tu abuelo ha dejado la tele libre?
—¿A qué edad te desvirgaron?
—¡Diecinueve, niña, diecinueve! —le digo, poniéndole el cuchillo entre los ojos
—. ¿Ya estás contenta? Ahora vuela, si no quieres que te eche aceite a los ojos.
—¿Diecinueve? ¡Eras vieja! —me dice la descerebrada—. ¿Y fue con papá o con
un señor cualquiera?
Ya era el desiderátum. Me seco las manos en el delantal, cerrando los ojos y
resoplando por la boca, y la cojo por los hombros. Le digo, con toda la serenidad del
mundo:
—¿Estamos teniendo la conversación sobre sexo que tienen las madres con las
hijas a cierta edad, no? —La miro fijo; no me contesta—. ¿Es eso lo que está
pasando, Sofi?
—Qué sé yo… —me dice—. Igual sí.
—¡Serás inoportuna, niña! Hace como dos años que espero este momento… —le
confieso—, ¿pero tiene que ser ahora, a las dos y media de un lunes? ¡Mira cómo voy
vestida! Mírame los pelos… Hay que tener sentido de la ocasión, Sofía…
—Estás escurriendo el bulto… —me dice.
—¡No! Ésta es una charla cumbre en la relación madre-hija. Estas cosas se hablan
de noche, Sofía, cuando todos duermen, en una intimidad absoluta.
—¿Por qué?
—Porque es una conversación femenina, sensible… Yo me imaginaba vestida con
www.lectulandia.com - Página 94
la blusa azul francia que usé por Navidad, la que tiene el estampado matelasé… Tú
con el pijama largo… Y las dos bebiendo café instantáneo…
—¿De qué habláis? —pregunta el Zacarías, entrando en la cocina con el Toño.
Por un momento pensé que estaba salvada. Pero no. La Sofi arremete contra el
padre:
—Papá, ¿a mamá la desvirgaste tú o la desvirgó otro tío?
Yo cerré los ojos esperando el ruido del sopapo. Pero el Zacarías pica un pedazo
de queso de la nevera y habla:
—¡Yo, por supuesto! ¿Quién va a ser? —dice el zángano con toda naturalidad—.
En un dos caballos amarillo… ¡Tu madre gritaba como una cerda!
—¡Joooo! —se ríe el Toño, palmeando al padre.
Yo estaba azul de vergüenza: me hubiera gustado mucho que me tragara la tierra
y aparecer en el Tibet para empezar una vida nueva. En cambio, el abuelo sacó la
cabeza por la puerta y agregó, levantando el índice:
—¡Il Chitroën era mío!
Hay veces que quisiera una familia como la de La casa de la pradera. Lo más
fuerte que le ha preguntado Laura Ingalls a la madre era algo sobre cómo hornear
panecillos. ¡Pero se ve que no he tenido suerte en esta vida!
www.lectulandia.com - Página 95
Nacho aparece como desconectado
LOLA DICE
¡Nachito! ¿Qué hace mi niño todavía en la capital? ¿Cómo está la Marilú?
NACHO DICE
¡Por fin! ¿Qué estáis haciendo con el teléfono, mamá? Hace una hora que
estoy llamando a casa y comunica.
LOLA DICE
¡Es tu hermana, Ignacio! Esa criatura no deja de hablar con el novio. Está
estúpida.
NACHO DICE
Dile que corte, que tengo que hablar contigo.
LOLA DICE
Hablemos por aquí, venga, que me emociona esto del messenger.
NACHO DICE
Es importante, mamá, mejor por teléfono.
LOLA DICE
¡No me asustes, niño! Cuéntamelo, anda, que es lo mismo. ¿Te ha pasado algo?
NACHO DICE
María Luz y yo hemos estado viendo pisos; no sabes qué bonitos…
LOLA DICE
¿Se va a mudar la Marilú? Los que tienen dinero hacen lo que quieren…
NACHO DICE
Escúchame, mamá. Estoy en un cíber y me cierran en cualquier momento. Te
cuento por encima pero esta noche te llamo… No te montes historias hasta que
hablemos… ¿vale?
LOLA DICE
¿Qué pasa? Me asustas…
NACHO DICE
Nos vamos a quedar a vivir aquí, en la capital. Esta tarde hemos visto un piso
muy luminoso, con el metro a dos calles, y lo acabamos de alquilar. ¿Sabes
dónde está el Museo? Es más o menos a seis calles de ahí, un lugar precioso…,
muy cerca de la escuela donde María Luz se quiere presentar para dar clases…
¿Mamá? ¿Sigues ahí?
LOLA DICE
Sí, sí…
NACHO DICE
Hablamos por teléfono, ¿quieres?
LOLA DICE
www.lectulandia.com - Página 96
No, cuéntame, que te estoy escuchando.
NACHO DICE
Nada, mamita, es sólo eso. Que lo he pensado muchísimo, le he estado dando
muchas vueltas, y me siento como nunca en mi vida, estoy enamorado, lleno…
Es como que respiro con los dos pulmones… Respiro hondo, tengo ilusión otra
vez… Pero nos vamos a ver a menudo; vosotros vais a venir y nosotros iremos
también por el barrio…, ¿verdad?
LOLA DICE
Sí, sí, me alegro, Ignacio. Me alegro mucho, corazón.
NACHO DICE
Si lo piensas bien, son menos de cuatrocientos kilómetros. Y además vosotros
tendríais un sitio aquí sin gastar un duro, ¿no?
LOLA DICE
Sí, si tú lo dices será así. Bueno, me voy a hacer la cena. ¿Quieres hablar con tu
padre?
NACHO DICE
¡No, mamá! Estoy hablando contigo. ¿Qué te pasa?
LOLA DICE
Nada mi amor nada qué me va a pasar nada.
NACHO DICE
¿Estás llorando? Cuando escribes sin poner las comas es que estás llorando,
que te conozco.
LOLA DICE
Ignacio, corazón, tú ya has pensado en todo por lo que me dices. Y si eres feliz,
yo soy feliz…
NACHO DICE
Aquí en el cíber están cerrando, mamá. Y no me digas eso de tú-feliz-yo-feliz,
que siempre que dices eso estás mirando al suelo. No llores. Dentro de un rato te
llamo por teléfono, ¿vale? Por la pizzería no te preocupes tampoco, que seguiré
llevando los números desde aquí, en cuanto nos instalemos…
LOLA DICE
Tú no te preocupes, Nacho.
NACHO DICE
Me cierran, mamá. Te llamo dentro de un rato.
LOLA DICE
¿Te digo la verdad, corazón? No sé si voy a soportar que no estés, Nacho, la
verdad es que no lo sé. Pero si tú eres feliz, yo soy feliz. Ya sé que siempre que te
digo esta frase estoy llorando, pero siempre es verdad. Cuando tengas un hijo vas a
saber que es verdad.
www.lectulandia.com - Página 97
NACHO APARECE COMO DESCONECTADO. NO SE PUEDE
ENTREGAR SU MENSAJE.
LOLA DICE
¿Ya te has ido? ¿Tan pronto…? Veintiocho años es muy pronto, Nacho… Eres tan
pequeñito. Si yo hubiera sabido que un día te ibas a ir a la otra punta del mapa te
habría parido en San Marino, que es un país pequeño… La capital de San Marino
debe ser como dos calles del extrarradio…, y podrías volver por la tarde a casa a
conversar conmigo…
LOLA DICE
No quiero ni saber cómo voy a aguantar no tenerte el resto de la vida, no quiero ni
pensarlo… ¿Te acuerdas cuando te fuiste solo a Grecia, al cumplir los dieciocho? ¡Un
mes sin ti y ya me desespero! No voy a soportar, mi amor, que me veas ponerme vieja
de golpe…
LOLA DICE
¿Recuerdas cuando me decías que no te ibas a casar nunca para estar conmigo?
Yo sabía que era un chiste, que lo decías a lo tonto, pero me gustaba tanto, tanto… Y
cuando empezaste a dejar todo el sueldo en casa nunca te dije gracias, ni tu padre ni
yo te dijimos nada. Pero por la noche nos mirábamos y decíamos: «Hostia puta, qué
pedazo de hijo». Pero te lo tendríamos que haber dicho, mi amor…
LOLA DICE
Qué mierda el messenger, Nacho, no se puede acariciar por aquí… ¡Teléfono,
debes de ser tú! Ahora mismo te atiendo, espérame que se me aclare un poco la
garganta. Te quiero mucho, hijo mío. Y tú no te preocupes si lloro… es porque tú eres
feliz y porque me estoy poniendo vieja.
www.lectulandia.com - Página 98
NACHO APARECE COMO DESCONECTADO.
www.lectulandia.com - Página 99
Viejos son los trapos
Ayer me despertó de la siesta un terremoto de ollas que se caían al suelo. «Adiós
—pensé—, se vino abajo el mueble grande con la vajilla de recién casada.» Salí
disparada para la cocina, ¡pero nada! Todo como siempre. De repente, otra vez ese
ruido del demonio, esta vez más nítido, ensordecedor. Era como si viniera
propiamente de los cimientos. Del núcleo mismo de la Tierra.
Empecé a seguir los golpes, con miedo, hasta la habitación de don Américo. Entré
sin golpear, asustada de que le hubiera pasado algo. Y me encontré al abuelo detrás
de una batería Tama Rockstar de cinco cuerpos.
—¿Qué narices hace con eso, Américo? —le grité al verlo.
Mi suegro dejó de tocar en cuanto me vio en el vano de la puerta, hizo un floreo
con los palillos y me explicó:
—Me la he compratto cuesta matina, é seconda mano pero va bene. ¿Ti piache?
Di media vuelta sin responderle nada. Me fui hasta el patio, casi llorando, a
buscar al Zacarías que le estaba poniendo insecticida a las plantas.
—¡Tu padre se ha comprado una batería! —le digo señalando para adentro.
—¿Una batería? ¡Si no tiene coche!
—¡Una batería de hacer ruido! —le explico, llevándolo hasta el epicentro de la
desgracia—. ¿No has oído el escándalo que está haciendo?
—¿Ese ruido viene de casa? —me dice, mientras entramos—. Yo pensé que eran
los chicos del barrio que estaban haciendo rodar un bidón.
—¡No hay ningún bidón! —le digo—. Le dices algo a tu padre, Zacarías, porque
te juro que yo así no puedo más. En vez de estar en la tercera edad como todo el
mundo, está en la edad del pavo…
—¿E cuesto é malo, Lolitte? —me increpa don Américo sacando la cabeza por la
ventana—. Tendería que ponerte feliche qu’il cuore me fa pum-pún piú forte…
—¿Ves lo que te digo? ¡Hasta del oído está mejor que nosotros!
—Papá, Lola no quiso decirle «pavo» —contemporiza el Zacarías, acercándose a
su padre—. Pero una cosa es que usted se sienta bien, y otra es que lo tengamos que
ir a buscar a la cárcel cada dos por tres, que se quiera cepillar a señoras más
jóvenes…
—¡Ío non me quiero cepillare a nesuna! —corrige el Nonno—. ¡Sonno ellas las
que me ven irresistíbile!
—Papá… —lo interrumpe el Zacarías, cogiéndolo despacio por los hombros—.
Papá, escúcheme un segundo… Usted está en una etapa en que debería mearse
encima, cagarse encima…
—… nosotros encantados de la vida si usted se nos mea, don Américo —le digo,
para alentarlo.
11 de junio de 1970
Estimada Lola: La vi ayer saliendo de La Favorita, preciosa como
siempre. No vea lo que me late el corazon cuando usted pasa. Usted estaba
con su amiga Carmen, que es conocida del barrio en que yo vivo. Y me e
tomado el atrevimiento de preguntarle a ella su nombre (el de usted) y sus
senias para dejarle esta carta. Quería saber si me hace el hombre más feliz y
se viene conmigo el sabado al Cine Español, que pasan Viva la vida
interpretada por Palito Ortega, y que es una cinta romántica como las que me
gustan a mi. Yo soy un muchacho trabajador que se gana la vida en el taller
7 de mayo de 1971
Pimpollo: donde estoy es como nuestro barrio, pero más feo, porque no
estas tu. Cuento las horas que faltan para volber a mi casa y que estemos
juntos y que me digas Zaca-corcho, como me decias el domingo pasado. No
puedo dejar de pensar en ese domingo, que fue el dia mas feliz de mi vida.
Podria escribir los versos mas tristes esta noche pero estoy reventado y todo
sucio, asi que mejor me voy a domir. Un beso ahi y otro por alla, para que no
te olvides de que eres mia. Te quiere, tu Terremoto.
Posdata: regreso el día 9: el motor del 1430 está hecho polvo.
Período tropical
Período ibérico
00.19 [+ 2 copas de tinto] Descubre que éste es un país de privilegiados,
que somos el verano de Europa, que no se iría de aquí ni aunque los franceses
o los alemanes se le pusieran de rodillas para ofrecerle trabajo. Pérdida
paulatina de la letra erre. Frase de este período: «¡Adónde, adónde vamos a
estar mejor que aquí, señora!».
Período culpógeno
01.21 [+ 4 cervezas] Durante los postres derrama lágrimas por sus
muertos. Le cuenta a todo el mundo que está peleado desde hace décadas con
su hermano Jeremías y que la culpa no es de nadie, «es de la vida». Confunde
el pretérito imperfecto de los verbos estar, tener y ser. Rompe cubertería.
Frase de este período: «¡Ay, si estuviera viva mi madre!».
Período agresivo
04.29 [+ medio habano] Ve a la Sofi besándose con el Pajabrava junto a
una ligustrina y le parte una silla en la cabeza a su futuro yerno. La sangre del
muchacho mancha el vestido de la niña y, en la creencia de que su hija ha
perdido la virginidad, la emprende a golpes al grito de «no corras que es
peor». Después se sienta a la mesa y, sin transición, se pone a roncar. Frase de
este período: «¡Las mujeres son más putas que las gallinas de la raza
ponedora!».
Se me dirá que exagero, pero siempre es tal cual, y así también fue como ayer el
imbécil le arruinó la fiesta a la Sofi y espantó a todos los invitados.
En mi matrimonio no ha habido un solo casamiento, ni un bautismo, ni un mísero
cumpleaños en el que el Zacarías no me haya hecho sentir una desgraciada,
propiamente una mierda de mujer. Pero sigo soñando que algún día va a cambiar.
Porque ¿qué es el amor sino tener a mano una mínima esperanza y un frasco de
calmantes en la cartera? Ésa es la verdad, así que haremos de tripas corazón y vamos
a ver qué pasa cuando el Toño cumpla los dieciocho.