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A troche y moche
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Libro electrónico183 páginas3 horas

A troche y moche

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Tras muchos años de ausencia un escritor mexicano que vive en París vuelve a la ciudad de México para recibir un premio literario. Curiosamente había escrito que "el mundo le indicaba de mil modos que la vida no era gratuita y que había que pagar por ella". Al terminar la ceremonia, llena de todo tipo de incidentes y de camino a alguna otra parte, el escritor es secuestrado. Ignora todo acerca de sus secuestradores. Recuerda cómo terminó la vida de muchos otros escritores que admira, quizá como terminará la suya. Maniatado, encapuchado, derribado sobre sus flujos corporales, se pregunta si él mismo no habrá invocado esas fuerzas oscuras, ese desorden, esa violencia. ¿Y quién podría librarlo de este destino? Desde su primera novela, Gustavo Sainz ha destacado por su rechazo a los esquemas simétricos, rígidos y anquilosados de la narrativa tradicional, y ha intentado comunicar la naturaleza multiforme, escurridiza, ondulante y contradictoria de la realidad. A troche y moche recibió el Premio Colima a la mejor novela mexicana publicada en 2002, y poco después el Premio México-Quebec, que implicó la traducción de este libro al francés para ser publicado en Canadá bajo el título Sentences por la editorial XYZ.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2019
ISBN9786077640158
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    A troche y moche - Gustavo Sainz

    Primera edición en MINIMALIA, agosto de 2008

    Director de colección: Alejandro Zenker

    Cuidado editorial: Elizabeth González

    Coordinadora de producción: Beatriz Hernández

    Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana

    Viñeta de portada: Mauricio Morán

    © 2008, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.

    Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos.

    03800 México, D.F.

    Teléfonos y fax (conmutador):+52 (55) 55 15 16 57

    solar@solareditores.com;

    www.solareditores.com

    www.edicionesdelermitano.com

    ISBN 978-607-7640-15-8

    Hecho en México

    Índice

    A troche y moche o la sabiduría del acomodo,

    por Enrique Aguilar R.

    1. Eclipse total y la fiesta de los boxeadores

    2. La amante sin nombre, el viaje y el secuestro

    3. Estar y no estar y otros pensamientos frívolos

    4. La caída de la gran Tenochtitlan y nuevas noches tristes

    5. Multiplicidad de voces y la actriz que sabía muchas obras

    6. Una sociedad de malvados y el cine discrepante

    7. La invasión del silencio, el caníbal y el no tiempo

    8. La Falacia de la Ubicación Simple y otras tres mujeres sin nombre

    9. Las partículas elementales y cierta voluntad de noche

    Gustavo Sainz: A troche y moche, por Ignacio Trejo Fuentes

    A troche y moche

    o la sabiduría del acomodo

    Enrique Aguilar R.

    Con su voluntad de transgredir las formas narrativas convencionales, Gustavo Sainz volvió a sorprender a los lectores, mexicanos y no, con A troche y moche, su novela número quince y por la cual, a finales de 2003, le otorgaron el Premio Narrativa Colima, a la mejor novela publicada en ese año, y también el Premio de Narrativa México-Quebec, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara del mismo lapso.

    Esta obra doblemente galardonada es una larga cadena de oraciones sin punto final, enunciados con los cuales se narra por medio tanto de monólogos interiores, como de breves intervenciones de un narrador omnisciente, los pensamientos, reflexiones y percepciones de un escritor víctima de un secuestro, y que en esa incómoda situación recuerda lecturas, datos y anécdotas.

    Aquí el narrador creado por Sainz se refiere tanto al programa de televisión de Cristina la cretina —que por la frecuencia con la que sus captores lo sintonizan, al parecer la toman como su filósofa de cabecera—, así como a conocimientos especializados sobre filósofos y narradores griegos, la antigüedad del mundo, la mitología, la poesía y la vida cotidiana.

    Desde su incursión en la narrativa mexicana con Gazapo, Sainz fue catalogado como integrante de los escritores de la Onda, ese gran grupo de narradores que escribían sobre las aventuras de personajes adolescentes, proclives al rock, al alcohol, al sexo y a las drogas, gran clan que en realidad no era tal, y que en los hechos se redujo a tres integrantes: Parménides García Saldaña, que sí le ponía a la mota y al alcohol, igual que sus personajes, pero él en lo personal no mucho, no por falta de ganas sino de capacidad física, porque a decir de José Agustín, el integrante principal de ese conjunto, el buen Par, con poco más de una cerveza y una bacha se ponía hasta el gorro porque tenía una lesión cerebral. Los otros integrantes de esa banda fueron José Agustín, quien sí se metió en casi todo tipo de aventuras psicodélicas, pero que con justa razón rechaza la clasificación ondera por simplista, y Jesús Luis Benítez, el Buker, quien se ahogó en un arroyo de alcohol y nada más produjo un librito de cuentos que, para su mala fortuna, fue editado con las patas y la mayor parte del tiraje acabó mal compaginado y peor encuadernado.

    Sirva este breviario cultural para mencionar —porque mi pecho no es bodega, como decía el filósofo de Tlalpujahua—, que si algunos vicios sí tiene Sainz, éstos no son ninguno de los mencionados, sino los de dormirse temprano, leer novelas complicadas, buscar la compañía de chicas jóvenes y bonitas, comer pan de dulce, ver películas (por lo menos una al día) y anotar de manera inexcusable en su diario personal y en su agenda los hechos más relevantes de cada uno de sus días, sus lecturas, sus citas.

    Al hablar de Sainz, me refiero al escritor que se atrevió a contarnos casi en forma de bolero romántico —me refiero a su novela Compadre Lobo— cómo es que un par de vagos de un barrio cualquiera logran convertirse en jóvenes intelectuales, uno como pintor y el otro como escritor. También puedo hablar de un novelista tan vanguardista que en La novela virtual escribe sobre los ligues de un casi viejo profesor de universidad gringa, tanto con una chica a la que sólo se le identifica porque está buenérrima y trae un anillo en el ombligo, que se amarra a una jovenzuela a la que impresiona con el erudito contenido de sus mensajes por correo electrónico.

    Para no alargarme, sólo agregaré que Sainz ha sido capaz de contarnos la novela dentro de la novela en Muchacho en llamas, o la novela dentro de la novela dentro de la novela, o sea la novela de tres pisos, en Quiero escribir, pero me sale espuma, o una novela sólo a base de preguntas en La muchacha que tenía la culpa de todo, o una historia con base en puras notas de pie de página, como en Con tinta sangre del corazón, o la historia de una chica medio loquita, a partir de un narrador homoextradiegético que recoge y ordena los monólogos de esa chava en La princesa del Palacio de Hierro (como lo demuestro en mi tesis de doctorado), y ha estructurado una novela sólo con puros principios de narración en Fantasmas aztecas…

    Con esos retos, motivaciones, obsesiones imaginativas puestas por escrito, Sainz parece decir: todas las demás drogas y excesos, excepto el de la afición por las chicas, salen sobrando… y por ello se puede afirmar también que él es el escritor mexicano más alucinado, o mejor, más alucinante, novela a novela.

    Y si se tratara aquí de intentar descubrirle más trucos narrativos al gran magíster, se puede señalar que por ese flujo de la conciencia del escritor secuestrado que aparece en A troche y moche, lo que se puede apreciar son múltiples líneas argumentales que abarcan tanto las enfermedades y diversas formas de morir de infinidad de artistas y escritores, hasta reflexiones sobre el placer, el deseo, la sexualidad, Dios, el tiempo, la filosofía, la oscuridad y el espacio, en un ameno y a la vez sorprendente despliegue enciclopédico.

    Hace muchos años, Sainz dijo: la fortaleza de la novela reside en su capacidad de contenerlo todo, o casi todo, y desde hace muchas novelas, como aquí brevemente se ha ejemplificado, una y otra vez se ha arriesgado a demostrar eso que él planteó, y que en A troche y moche se ve mejor que en sus novelas anteriores, y que es el hecho de que, en efecto, todo cabe en una novela, pero con el único, indispensable y complicado requisito de que ese todo es necesario saberlo acomodar.

    El asombro, el placer y la admiración que provoca la lectura de A troche y moche, y ahora que lo lean lo van a comprobar, reside en el tino con que Gustavo Sainz ha sabido acomodar este material narrativo que tiende hacia la totalidad.

    Hablo en el umbral de este libro porque he sido

    el último que ha conocido las ceremonias.

    Hablo, asimismo, como siempre, para engañar.

    Ni a mí ni a ningún otro está dedicado este libro.

    Este libro está dedicado al dedicar.

    Roberto Calasso: La ruina de Kash

    1. Eclipse total y la fiesta de los boxeadores

    El desdichado piensa que el infinito está adentro de nosotros y no afuera

    Sorprendido de pensar eso allí, amarrado y ciego después de horas o días o semanas, sucio y desconcertado, asustado, iracundo, impotente

    Impresionado por el silencio

    Un silencio increíble, sin fin, como un ser en reposo, increado, perdurable, como si no pudiera existir otra cosa, sólo el silencio

    Grandes bloques de silencio que le impedían calcular las dimensiones del lugar en el que se hallaba, lo particular de ese lugar, las dimensiones de la casa o el departamento en donde la única medida de tiempo que registraba eran los programas de Cristina que escuchaban en otra habitación no muy lejana, varias paredes de por medio

    En ese silencio y esa oscuridad lo que lo horrorizaba no era la muerte sino seguir vivo

    Había leído que en la India el tiempo se llama Kala, palabra parecida al nombre de la diosa Kali, y que ambos significaban negro, sombrío

    Y que nuestra era secular y que se llamaba ahora el Kali-Yuga, que se traduce como la edad de las tinieblas

    Pero los programas de Cristina seguramente no pasaban los fines de semana, y entonces sólo la comida ocasional, a veces demasiado frecuente, a veces tras largos periodos de hambre y deses­peración, o sus gritos porque necesitaba defecar u orinar, los pasos apresurados por la escalera

    Una mujer o dos entre ellos, los taconeos inconfundibles, o la violencia de un hombre que le soltaba los tobillos para que pudiera incorporarse

    Nunca le contestaban

    Se quejaba de la venda sobre los ojos demasiado apretada, de los tobillos y las muñecas de las manos ulceradas, de tener sed o hambre

    Melancólico, inútil, deprimido, asustado

    Hasta el siglo XVIII la Iglesia prohibía hacer el amor de noche por temor a que los hijos nacidos de semejante unión fueran ciegos

    Mircea Eliade constataba que el tiempo es negro porque es irracional, despiadado

    Idealizamos lo que no tenemos

    Le habían suprimido de pronto y contra su voluntad sus proyectos cotidianos, encontrarse con su esposa, cobrar su premio, ver a sus amigos, contestar entrevistas y volver a casa, sobre todo volver a casa

    ¿Por qué no intentar construir mundos narrativos tan complejos, tan contradictorios y provocadores como el mundo real?

    Su verdadero trabajo sería la creación de su propio paraíso

    El Museo de Antropología le ofrecía un ejemplo contingente de la vida en la Tierra

    Al perro que duerme no lo despiertes, ¿quién decía esto?

    Paul Bénichou había publicado una serie de volúmenes dedicados a la historia de los artistas como sacerdotes laicos

    Todo lo hería

    El mundo había perdido sus transiciones y sus virtualidades

    Platón tenía veintinueve años cuando murió Sócrates

    En un cuadro de Jacques-Louis David sobre la muerte de Sócrates, que se exhibe en el Museo Metropolitano de New York, aparece Platón sentado a los pies de la cama donde agoniza su amigo, con pergamino y pluma a su lado, testigo mudo de la injusticia del Estado

    Si podía pensarlo no era lo que quería

    Las palabras de los sabios deberían ser como aguijones

    Como clavos bien hundidos

    Reducido allí, con la garganta maltratada de tanto gritar, deshidratado, enfermizo, a veces deprimido, a veces iracundo, exhausto y melancólico

    Cansado ya de protestar, sumido en esa oscuridad que sentía como anterior al yo y al lenguaje mismo, enojado, enmarañado, allí sumido en su homérica noche, en su oscuridad borgeana, como de antes de los seres humanos y las formas

    Lo que Michaux llamaba lo transreal

    A Homero le decían el hombre de las siete ciudades y se supone que fue

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