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Las gratitudes
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Libro electrónico133 páginas1 hora

Las gratitudes

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Una bellísima novela sobre la gratitud, sobre lo importante que es poder dar las gracias a aquellos que nos han ayudado en la vida.

 «Hoy ha muerto una anciana a la que yo quería. A menudo pensaba: ”Le debo tanto.“ O: ”Sin ella, probablemente ya no estaría aquí.“ Pensaba: ”Es tan importante para mí.“ Importar, deber. ¿Es así como se mide la gratitud? En realidad, ¿fui suficientemente agradecida? ¿Le mostré mi agradecimiento como se merecía? ¿Estuve a su lado cuando me necesitó, le hice compañía, fui constante?», reflexiona Marie, una de las narradoras de este libro. Su voz se alterna con la de Jérôme, que trabaja en un geriátrico y nos cuenta: «Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias. Y con el miedo a morir. Forma parte de mi oficio.»

A ambos personajes –Marie y Jérôme– los une su relación con Michka Seld, una anciana cuyos últimos meses de vida nos relatan estas dos voces cruzadas. Marie es su vecina: cuando era niña y su madre se ausentaba, Michka cuidaba de ella. Jérôme es el logopeda que intenta que la anciana, que acaba de ser ingresada en un geriátrico, recupere aunque sea parcialmente el habla, que va perdiendo por culpa de una afasia.

Y ambos personajes se involucrarán en el último deseo de Michka: encontrar al matrimonio que, durante los años de la ocupación alemana, la salvó de morir en un campo de exterminio acogiéndola y ocultándola en su casa. Nunca les dio las gracias y ahora querría mostrarles su gratitud...

Escrita con un estilo contenido, casi austero, esta narración a dos voces nos habla de la memoria, el pasado, el envejecimiento, las palabras, la bondad y la gratitud hacia aquellos que fueron importantes en nuestras vidas. Son las respectivas gratitudes las que unen a los tres inolvidables personajes cuyas historias se entrelazan en esta conmovedora y deslumbrante novela.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 feb 2021
ISBN9788433942487
Autor

Delphine de Vigan

Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) vive en París. En Anagrama ha publicado, desde 2012: Días sin hambre: «Maneja la materia autobiográfica con una contención que remite a Marguerite Duras» (Marta Sanz); No y yo: «Maestría y ternura... Una novela atípica» (Juanjo M. Jambrina, Jot Down); Las horas subterráneas: «Sensible, inquietante y un poco triste. Triste y soberbia» (François Busnel, L’Express); Nada se opone a la noche, que la consagró internacionalmente, ha vendido en Francia más de ochocientos mil ejemplares, ha sido publicada por una veintena de editoriales extranjeras y ha recibido el Premio de Novela Fnac, el Premio de Novela de las Televisiones Francesas, el Premio Renaudot de los Institutos de Francia, el Gran Premio de la Heroína Madame Figaro y el Gran Premio de las Lectoras de Elle: «Este magnífico testimonio la confirma como una escritora contemporánea de referencia. Imprescindible» (Sònia Hernández, La Vanguardia); «Con sobriedad y precisión, sin sentimentalismo (pero no sin sentimiento), Delphine de Vigan firma una inteligente, magnífica e implacable novela» (Elvira Navarro); Basada en hechos reales, galardonada con el Premio Renaudot y el Goncourt de los Estudiantes, y llevada al cine por Roman Polanski: «Hace alarde de maestría expresiva para disolver los límites de lo que es verdad y lo que es mentira... Apasiona» (Robert Saladrigas, La Vanguardia); Las lealtades: «Perturbadora» (Javier Aparicio Maydeu, El País); «Cuestiona a una sociedad que mira hacia otro lado, ante las violencias soterradas» (Lourdes Ventura, El Mundo); y Las gratitudes: «Pequeño prodigio con el que la autora francesa reflexiona sobre la vejez, la soledad y la importancia de las palabras» (David Morán, ABC).

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  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Muy, muy, muy conmovedor. Gran novela sobre las futilidades de la vida.

    Lo amé!
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Las gratitudes (Anagrama, 2021) de la escritora francesa Delphine De Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) es una novela sobre la vejez con el evidente deterioro de las personas, más aún si todo esto se lleva en soledad, sin parejas y sin hijos. La protagonista es Michèle Seld, también conocida como Michka. Ella es una anciana de más de ochenta años. Nació en 1935 y fue la única sobreviviente de su familia en la Segunda Guerra Mundial. Michka vive sola. Sabe que poco a poco está perdiendo las palabras, pues sufre de una severa afasia. Siente miedo de que su cuerpo tampoco reaccione porque ya ha sufrido de caídas. Pide ayuda al servicio de teleasistencia en un momento de temor. De inmediato se le informa a su vecina, Marie Chapier, una de las narradoras de esta historia. Marie conoce a Michka desde que era una niña. Michka se encargó de ella en un momento de enfermedad ante la ausencia de la madre. Es por eso de que Marie siente gratitud ante Michka, a quien intenta ayudar en lo posible, pero su deterioro la obliga a internarla en una casa de reposo con su aprobación. Allí Michka conocerá a Jérôme, su logopeda, quien se convierte en el segundo narrador de esta historia. Michka habla con Jérôme durante las sesiones. Michka sabrá de la poca relación que tiene Jérôme con su padre, por lo que surge el tema de la reconciliación. Jérôme también conoce del pasado de Michka, sobre todo la relación que tuvo con los esposos Henri y Nicole Olfinger, quienes cuidaron de Michka a pedido de su madre, quien nunca más regresó después de la guerra. Los Olfinger salvaron a Michka de los nazis durante su ocupación en Francia. Esta misma historia la conoce Marie, quien visita a Michka los fines de semana, incluso hasta cuando está embarazada, por lo que el tema de la maternidad aparece en la novela. Marie coloca unos anuncios en Le Monde con la idea de encontrar a los esposos Olfinger, pues Michka desea darle las gracias por su ayuda, pero nada resulta con estos anuncios. Es entonces que surge la participación de Jérôme, lo que dará alivio a Michka en el final de su vida. Y este desenlace convierte a esta historia en algo triste y bello a la vez.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    Muy emotivo...ese lento deslizarse hacia la inefabilidad, la gradual perdida de todo asidero , del último asidero, las palabras que nos mantienen en contacto con el entorno, que nos entregan el sabor, el saber, el valor y el valer.
    Su pérdida es mucho más que el arrancar la dignidad, es equivalente a mostrar nuestro cuerpo maltrecho y marchito a un grupo de curiosos que jamás sabrán como interpretarlo por no saber identificarse.

Vista previa del libro

Las gratitudes - Delphine de Vigan

Índice

Portada

Marie

Jérôme

Marie

Jérôme

Marie

Jérôme

Marie

Jérôme

Jérôme (2)

Marie

Créditos

Notas

Nous rions, nous trinquons. En nous défilent les blessés,

Les meurtris; nous leur devons mémoire et vie. Car vivre,

C’est savoir que tout instant de vie est rayon d’or

Sur une mer de ténèbres, c’est savoir dire merci.¹

FRANÇOIS CHENG, Enfin le royaume

Où vont les mots

Ceux qui résistent

Qui se désistent

Ceux qui raisonnent

Et empoisonnent? [...]

Où vont les mots

Ceux qui nous font et nous défont

Ceux qui nous sauvent

Quand tout se sauve?²

LA GRANDE SOPHIE

Marie

¿Os habéis preguntado alguna vez cuántas veces al día dais las gracias? Gracias por la sal, por la puerta, por la información.

Gracias por el cambio, por el pan, por el paquete de tabaco.

Unas gracias de cortesía, de conveniencia, automáticas, mecánicas. Casi huecas.

A veces tácitas.

A veces demasiado enfáticas: Gracias a ti. Gracias por todo. Infinitas gracias.

Gracias de verdad.

Unas gracias profesionales: Gracias por su respuesta, por su atención, por su colaboración.

¿Os habéis preguntado alguna vez cuántas veces en la vida habéis dado realmente las gracias? Unas gracias sinceras. La expresión de vuestra gratitud, de vuestro agradecimiento, de vuestra deuda.

¿A quién?

¿Al profesor que os abrió la puerta al mundo de los libros? ¿Al joven que intervino cuando os agredieron en la calle? ¿Al médico que os salvó la vida?

¿A la vida misma?

Hoy ha muerto una anciana a la que yo quería.

A menudo pensaba: «Le debo tanto.» O: «Sin ella, probablemente ya no estaría aquí.»

Pensaba: «Es tan importante para mí.»

Importar, deber. ¿Es así como se mide la gratitud?

En realidad, ¿fui suficientemente agradecida? ¿Le mostré mi agradecimiento como se merecía? ¿Estuve a su lado cuando me necesitó, le hice compañía, fui constante?

Me pongo a pensar en los últimos meses, en las últimas horas. En las conversaciones que tuvimos, en las sonrisas, en los silencios.

Me vienen a la memoria los momentos compartidos. Otros los he olvidado. E invento los que me perdí.

Intento determinar el día en que me di cuenta de que algo había cambiado irremediablemente y empezaba la cuenta atrás.

Sucedió de golpe. De un día para otro.

No digo que no hubiera indicios. En ocasiones Michka se detenía en mitad del salón, desorientada, como si ya no supiera por dónde tirar, como si hubiera olvidado de pronto aquel ritual tan repetido. Otras veces se detenía en mitad de una frase, tropezando literalmente con algo invisible. Buscaba una palabra y encontraba otra. O no encontraba nada, tan solo el vacío, una trampa que debía sortear. Pero seguía viviendo sola, en su propia casa. De manera autónoma. Y continuaba leyendo, viendo la tele, recibiendo visitas de vez en cuando.

Pero entonces llegó aquel día de otoño, sin previo aviso.

Antes, todo iba bien. Después, ya no iba nada.

Me la imagino en su piso de techos bajos, sola, sentada en el sillón. Tras ella, las cortinas están echadas, pero por la rendija se filtra la luz de media tarde. La pintura de las paredes amarillea. Los muebles, los cuadros, las figuritas en los estantes, todo a su alrededor parece provenir de un tiempo lejano.

Se llama Michka. Es una anciana con apariencia de niña. O una niña envejecida por descuido, víctima de un encantamiento. Se aferra a los brazos del sillón con sus dedos largos y huesudos, como si tuviera miedo de caerse.

De pronto, varios pitidos rompen el silencio. Michka parece sorprendida, mira a su alrededor, observa la pulsera que lleva puesta como si el sonido pudiera proceder de ese objeto tan raro y tan feo que al final ha accedido a llevar.

Entonces resuena en la estancia la voz de la operadora de teleasistencia.

–Buenas tardes, señora Seld, le habla Muriel, de la teleasistencia. ¿Ha apretado el botón de alarma?

–Sí...

–¿Se ha caído?

–No, no.

–¿No se encuentra bien?

–No del todo.

–¿Puede explicarme qué le pasa?

–Tengo miedo.

–¿Puede decirme dónde está, señora Seld?

–En el salón.

–¿Está herida?

–No, pero... Estoy perdiendo.

–¿Perdiendo qué?

Michka se aferra con más fuerza todavía, siente que el sillón se tambalea bajo su peso, a menos que sea el suelo el que se está hundiendo. No responde a la pregunta.

–¿Está sentada?

–Sí, estoy en el sillón. Pero no puedo moverme.

–¿No puede levantarse?

–No.

–¿Desde cuándo está en el sillón, señora Seld?

–No lo sé, desde esta mañana, creo. Me he sentado después de desayunar, como sueño hacer, para resolver el crucigrama. Pero no he encontrado nada. Y luego..., luego he querido... Y no he podido levantarme... Lo pierdo todo, es por eso.

–¿Qué es lo que ha perdido, señora Seld?

–Algo que no se ve. Pero yo lo siento. Se me escarpa... Se me escapa.

–¿Puede mover las piernas, señora Seld?

–No, no, no, no puedo. Se acabó. Tengo miedo.

–¿De verdad no puede levantarse?

–No.

–¿Ha comido a mediodía?

–En realidad no.

–Así que lleva en el sillón desde esta mañana y no se ha movido.

–Exacto. Eso es.

–Voy a llamar a una de las personas de contacto que están en su lista, ¿le parece bien?

–Sí.

Estoy convencida de que Michk’ oyó el ruido que hacían los dedos de la operadora al deslizarse a toda velocidad por el teclado.

–Me sale el nombre de Marie Chapier. ¿La llamo?

–No sé...

–¿Es su hija?

–No.

–¿Quiere que la llame?

–Sí, por favor. Dígale que no la quiero... malestar, pero que estoy perdiendo algo, algo importante.

La voz de la operadora da paso a una música de supermercado. Michka no se mueve, mantiene la vista fija al frente, en esa posición de espera reconcentrada que conozco tan bien. Al cabo de unos segundos, vuelve la voz de la operadora.

–¿Sigue ahí, señora Seld?

–Sí.

–Marie llegará enseguida. Me ha dicho que estará ahí en veinte, veinticinco minutos. Y que ella se encarga de avisar al médico.

–De recuerdo.

Ha dicho «de recuerdo» con el tono exacto de quien dice «de acuerdo».

–¿De recuerdo?

–De recuerdo, sí.

–Está bien, señora Seld. Voy a continuar con mi trabajo, pero no me iré muy lejos: si no se encuentra bien, vuelva a apretar el botón de la pulsera y seré yo quien conteste, ¿de acuerdo?

–Sí, de recuerdo. Gracias.

Michka sigue sentada, con las manos en los brazos de la butaca, intentando acompasar la respiración.

Cierra los ojos.

Poco después, oye la voz de una niña.

¿Hoy dormiré en tu casa? ¿Dejarás la luz encendida? ¿Te quedas aquí? ¿Puedes dejar la puerta abierta? ¿Te quedas a mi lado?

Michka sonríe. La voz de la niña es un recuerdo dulce y doloroso a la vez.

¿Desayunaremos juntas? ¿Tú

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