Cuento
Cuento
Cuento
Hace muchos aos, en un pas lejano, viva un princesa muy guapa, llamada Zulema. La
fama de su hermosura, se extendi por todos los reinos vecinos, desde donde empezaron
a llegar prncipes y caballeros, que queran hacerle su esposa, pero ella las rechazaba a
todos.
Un da su padre, el Rey, al ver que su hija no se decida por ningn prncipe le dijo:
" Zulema, hija ma, organizar un torneo y el vencedor ser tu esposo"
La princesa al or esto se puso muy triste, pues quera a Omar, un apuesto joven
que trabajaba en el palacio, el cual tambin estaba enamorado de la princesa, pero como
era pobre no poda aspirar a casarse con ella.
El da del torneo se acercaba. Omar y la princesa no saban que hacer. Un da Omar
le dijo a la princesa: " He tenido un idea, luchar en el torneo y se venci, tu padre no
tendr mas remedio que concederme tu mano, qu te parece?."
La princesa al or esto, vio un rayo de esperanza, Omar era alto y fuerte y saba
luchar, tena muchas posibilidades de ganar. La princesa le dijo abrazndole: Me parece
una idea estupenda, pero cmo te reconocer?.
"Lo sabrs ir distinto a todos" dijo Omar
Y llego el gran da, todo el pueblo estaba all, los participantes llegaron en sus
preciosos caballos engalanados y sus armaduras relucientes, plata unos y negros otros.
Cuando ya el rey iba a dar la orden, para empezar, apareci un jinete vestido con una
armadura rojo brillante, pidi al Rey permiso para luchar, este se le concedi y el torneo
comenz.
Los caballeros luchaban y se iban eliminando, solo quedaban ya dos, uno de
armadura negra y el caballero de rojo, los dos eran muy buenos no se saba quien iba a
ganar. El corazn de la princesa lata apresuradamente, Omar no poda ser otro que el
caballero de rojo.
De pronto un golpe del rojo, dio de lleno al de negro, que cay de un golpe al
suelo.
Hace mucho, muchsimo tiempo, en la prspera ciudad de Hameln, sucedi algo muy
extrao: una maana, cuando sus habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles
invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables,
el grano de sus repletos graneros y la comida de
sus bien provistas despensas.
Nadie acertaba a comprender la causa de tal
invasin, y lo que era an peor, nadie saba qu
hacer para acabar con tan inquietante plaga.
Por ms que pretendan exterminarlos o, al menos,
ahuyentarlos, tal pareca que cada vez acudan ms
y ms ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de
ratones que, da tras da, se enseoreaba de las
calles y de las casas, que hasta los mismos gatos
huan asustados.
Ante la gravedad de la situacin, los prohombres de la ciudad, que vean peligrar sus
riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron: Daremos
cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones.
Al poco se present ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie
haba visto antes, y les dijo: La recompensa ser ma. Esta noche no quedar ni un slo
ratn en Hameln.
Dicho esto, comenz a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta
una maravillosa meloda que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus
escondrijos seguan embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.
Y as, caminando y tocando, los llev a un lugar muy lejano, tanto que desde all ni
siquiera se vean las murallas de la ciudad.
Por aquel lugar pasaba un caudaloso ro donde, al intentar cruzarlo para seguir al
flautista, todos los ratones perecieron ahogados.
Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces
tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y
satisfechos, volvieron a sus prsperos negocios, y tan
contentos estaban que organizaron una gran fiesta para
celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas
y bailando hasta muy entrada la noche.
A la maana siguiente, el flautista se present ante el
Consejo y reclam a los prohombres de la ciudad las
cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero
stos, liberados ya de su problema y cegados por su
Clarita la golosa
Mayo 24, 2009 sinalefa
Clarita no paraba de dar la lata a su mam. Ya era una pesada!. Quera una mueca
grande. La haba visto en el escaparate de la tienda. Y muy mimosa, daba vueltas
alrededor de su madre.
- Mam, guapa; anda, cmprame la mueca!
-Tendrs la mueca, hija ma. Yo te la comprar,
pero quiero que seas aplicada y obediente.
- Te lo prometo, mamita. Me aplicar en el
colegio.
- Ah! y quiero que, sobre todo, no seas golosa ni
tan curiosona. Ya sabes que no me gusta que
revises y curiosees los armarios.
- Bueno , mam, no volver a meter las narices ni las manos en todos sitios. Ya no ser
fisgona.
Un da, por la tarde, a la vuelta del colegio, vio Clarita que su mam se dispona a salir a
la calle: