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Porque Perdimos La Guerra

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Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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PORQUE PERDIMOS LA GUERRA
Diego Abad de Santilln




LA GUERRA ESPAOLA DE 1936-39

Las causas fundamentales de su desenlace. Predicando en el
desierto. La fbula de Salomn.



Es la primera vez que hemos sido vencidos en la larga lucha por el progreso econmico y social
de Espaa en tanto que movimiento revolucionario moderno; para encontrar en nuestra historia
otra derrota autntica tenemos que remontarnos a los campos de batalla de Villalar en el primer
tercio del siglo XVI. Como el ave Fnix de sus cenizas, as nos habamos repuesto siempre de
todos los descalabros, superando momentos terriblemente dramticos de inquisicin poltica y
religiosa, dejando jirones de carne palpitante en las garras del enemigo. El hambre y las
persecuciones, las crceles y presidios, las torturas y los asesinatos, todo fue impotente para
humillarnos, para vencernos. Los que caan en la brega eran sustituidos de inmediato por
nuevos combatientes. Se sucedan las generaciones en un combate sin tregua donde lo ms
florido, lo ms generoso e inteligente de un pueblo mora con la sonrisa en los labios,
desafiando a los poderes de las tinieblas y de la esclavitud, puesta la esperanza en el triunfo de
la justicia. Pero esta vez nos sentimos vencidos. Vencidos! Para quien, para qu clase de
hombres, para que razas, para que pueblos tiene esa palabra vencidos! la significacin que
tiene para nosotros? Felices los que han muerto en el camino, porque ellos no han tenido que
sufrir lo que es mil veces peor que la muerte: una verdadera derrota, definitiva para nuestra
generacin!

Nuestra generacin ha entregado su sangre al triunfo de una gran causa y ha sido envuelta
ante la posteridad en una red de complicidades que quisiramos esclarecer para que se nos
juzgue por nuestros mritos o nuestros demritos, por nuestros aciertos o por nuestros errores,
pero como a una fuerza histrica espaola del mismo nervio y el mismo temple de la que luch
contra la invasin romana, contra el absolutismo de la casa de Austria en las gestas inolvidables
de los comuneros y de los agermanados, contra las huestes napolenicas bajo la inspiracin del
invencible general No Importa, contra el borbonismo absolutista y anti-espaol desde Felipe V a
Alfonso XIII.

Dgase lo que se quiera de nosotros. Dgase que somos pesimistas. Nos gua la ambicin de
ser sinceros, de expresar nuestros sentimientos, de testimoniar fielmente lo que hemos hecho y
lo que hemos visto, y nos importa que se sepa que, traicionados, vencidos, engaados, hemos
cado con el pueblo espaol en nuestra ley, sin haber arriado ni manchado nuestra bandera. A
nuestro alrededor se teja una leyenda tenebrosa. Izquierdas y derechas polticas competan en
arrimar lea al fuego de todas las fantasmagoras que se nos han atribuido, ms an, si cabe,
las izquierdas que las derechas. Nuestras organizaciones vivan y se desarrollaban en la
clandestinidad, porque no se les consenta una existencia pblica, y eso nos impeda dar la cara
y responder a los calumniadores, porque habra sido tanto como delatarnos. La literatura
monrquica est sembrada de supuestos descubrimientos de nuestras relaciones con los
republicanos; la literatura de los republicanos habla insidiosamente de nuestras relaciones con
los monrquicos. A la vieja leyenda ms o menos terrorfica se aadir la leyenda nueva y se
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nos querr convertir en chivos emisarios de los desahogos de quienes se pondrn de acuerdo,
a pesar de todas las diferencias aparentes, para rehacerse falsas virginidades a nuestra costa.

La vasta literatura publicada en el extranjero sobre nuestra guerra y nuestra revolucin, est
plagada de inexactitudes y de malevolencias, y se hace de nosotros una descripcin que toca
los lmites de lo ridculo cuando no raya en lo infame, entre los escritores que defendan la
Repblica como entre los que defendan a Franco. Hay dignsimas excepciones, pero
insuficientes. Es casi un deber, despus de todos los horrores que se han divulgado sobre la
actuacin de los hombres de la Federacin Anarquista Ibrica, antes y despus de julio de
1936, para todo ciudadano del trmino medio, atribuirnos todos los defectos y echarnos a la
espalda todas las maldades. Ha terminado la fase blica de la tragedia de Espaa, ha
terminado la F. A. I. No se ha de permitir ahora, cuando estamos vencidos, que alguien que ha
tenido en esa organizacin revolucionaria los ms altos cargos y las funciones de mayor
responsabilidad, antes y despus de la guerra, levante un poco el teln y diga la verdad?

No queremos defendernos, porque a pesar de todas las calumnias que hemos podido entrever
en una breve ojeada a un poco de literatura en torno a nuestra guerra, no nos sentimos
acusados. En muchas ocasiones sacaremos a la luz descarnadamente nuestras propias
deficiencias, nuestros errores, personales o de tendencia. Pero el silencio, cuando hablan los
que tienen sobrados motivos para callar, y cuando se pertenece a los escasos sobrevivientes
en condiciones de hacer un poco de luz, nos parece condenable
1
.

Estas paginas quieren ser una contribucin a la historia y un homenaje al pueblo espaol, el
nico valor eterno, digno y puro, que ha de resurgir a pesar de la derrota, aun cuando sea
despus de aos y aos de martirios, sin precedentes en un pas donde los hay tan abundantes
y tan variados, y cuando no quedemos ya en pie ninguno de los que hemos dado nuestro tributo
de esfuerzo y de vida a la gran tentativa de liberacin de 1936-39. De la catstrofe que hemos
sufrido, slo hemos salvado en nosotros la fe en la resurreccin espaola, por obra del mismo
espritu y del mismo anhelo que nos ha movido a nosotros y ha movido a nuestros antepasados
a travs de los siglos. Los gobiernos, los despotismos, las tiranas, los regmenes polticos de
privilegio pasan, pero un pueblo como el nuestro, que no ha desaparecido ya, es de una
vitalidad nica que le ha hecho persistir contra los embates de los que porfiaron en todos los
tiempos por desviar el sentido y la direccin de su historia. En esa resurreccin es muy probable
que no quede ni siquiera la supervivencia de los viejos denominativos de partido y organizacin;
otros hombres y otros nombres ocuparn en la lid el puesto que nosotros hemos dejado vacante
con la derrota y harn revivir con ms fuerza y ms experiencia lo que ha sucumbido en nuestra
generacin en ros de sangre y de terror.

Si la sublevacin militar de los generales ha desembocado en una gran guerra, se debe todo
ello a nuestra intervencin combativa. No fue la Repblica la que supo y la que fue capaz de
defenderse contra la agresin; fuimos nosotros los que, en defensa del pueblo, hemos hecho
posible el mantenimiento de la Repblica y la organizacin de la guerra. Y nosotros no ramos
republicanos, ni lo hemos sido nunca. Lo mismo que la guerra de la independencia, que hizo
volver a los Borbones indignos al trono de Espaa, no tena esa restauracin por objetivo, sino
la recuperacin del ritmo histrico de nuestro pobre pas, as el aplastamiento por nosotros de la
sublevacin militar en vastas zonas de la Pennsula, no tena tampoco por finalidad la
afirmacin de una Repblica que no mereca vivir, sino la defensa de un gran pueblo, que volva

1
Sin mencionar otros escritos, nos preguntamos sinceramente qu opinin pueden formarse de las cosas espaolas
los lectores ingleses de la duquesa de Atholl, cuyo libro, Searchlight en Spain, (364 pgs., Penguin Books,
Harmondsworth), impreso en centenares de millares de ejemplares, ha sido compuesto en base sobre todo a las
informaciones de los comunistas y del equipo comunzate del gobierno Negrn. Se refiere a menudo a nosotros, pero
a si como ha visitado a personalidades de todos los partidos, no ha credo necesario informarse en las fuentes directas
sobre nuestra conducta y nuestras aspiraciones.
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por sus fueros y quera tomar en sus manos las riendas del propio destino. Que la Repblica
nos ha pagado como Fernando VII pag a los que le devolvieron el trono cobardemente
entregado a Napolen? Incluso en ese hecho vemos nuestra identificacin con la causa de la
verdadera Espaa.

Si nosotros nos hubisemos cruzado de brazos en julio de 1936, si hubisemos obedecido las
consignas del gobierno republicano, las recomendaciones idiotas de un Casares Quiroga,
ministro de la guerra, habran ido a parar nuestras cabezas al pelotn de ejecucin, junto con
las de los dirigentes republicanos y socialistas de todos los matices, pero la guerra no habra
sido posible, porque la Repblica no dispona de fuerzas para defenderse y la sublevacin
militar, clerical y monrquica haba sido perfectamente andamiada en el pas y en el extranjero.

Resumiremos, a travs de este relato, tres de las causas fundamentales del desenlace anti-
popular y anti-espaol de nuestra guerra, de las que se derivan las dems causas secundarias,
y procuraremos desentraar cual habra debido ser nuestra conducta prctica para evitar la
tragedia en la dimensin que se ha producido.

1. La idiocia republicana, que encarn, desde las esferas gubernativas de Madrid, la misma
incomprensin de las monarquas habsburguesas y borbnicas ante las realidades
populares y ante sentimientos regionales legtimos, como el de Catalua, contra cuya
iniciativa blica y social se cuadr todo el aparato del Estado central, hasta reducir las
inmensas posibilidades de esa regin y entregarla, maltrecha y amargada, al fascismo.
Catalua pudo ganar la guerra sola, en los primeros meses, con un poco de apoyo de parte
del gobierno de Madrid, pero este tuvo siempre ms temor a una Espaa que escapase a
las prescripciones de un pedazo de papel constitucional y ensayase nuevos rumbos
econmicos y polticos, que a un triunfo completo del enemigo.

2. La poltica de no-intervencin, propuesta y practicada por el gobierno socialista-republicano
de Francia desde la primera hora, aprobada despus por Inglaterra, y convertida en el mejor
instrumento para sofocarnos a nosotros, mientras se proporcionaban al enemigo,
abiertamente, los hombres y el material de guerra necesarios para asegurarle el triunfo. Esa
farsa siniestra de la no-intervencin, en la que acab de morir, y no lo lamentamos, la
Sociedad de Naciones, supo sacrificarnos despiadadamente a nosotros, pero no ha logrado
evitar que Francia e Inglaterra, principales animadoras de esa burla sangrienta, tengan que
pagar las consecuencias en la guerra actual, con millones de sus hijos y el sacrificio de
todas sus reservas econmicas y financieras.

3. Tan funesta como la no-intervencin para la llamada Espaa leal, fue la intervencin rusa,
que lleg varios meses despus de iniciadas las operaciones; prometi vendernos material
y, no obstante cobrarlo en oro, por adelantado, llegase o no llegase la carga a nuestros
puertos, puso como condicin de la supuesta ayuda la sumisin completa a sus
disposiciones en el orden militar, en la poltica interior, en la poltica internacional, habiendo
hecho de la Espaa republicana una especie de colonia sovitica. La intervencin rusa, que
no solucion ningn problema vital desde el punto de vista del material, escaso, de psima
calidad, arbitrariamente distribuido, dando preferencia irritante a sus secuaces, corrompi a
la burocracia republicana, comenzando por los hombres del gobierno, asumi la direccin
del ejrcito, y desmoraliz de tal modo al pueblo que ste perdi poco a poco todo inters
en la guerra, en una guerra que se haba iniciado por decisin incontrovertible de la nica
soberana legtima: la soberana popular.

Estas tres causas se pusieron de relieve ya desde los primeros tiempos de la guerra; las hemos
reconocido como tales enseguida y hemos luchado por superarlas; hemos luchado por superar
la incomprensin de lo cataln por parte de los hombres que detentaban el poder central;
hemos clamado por una decisin digna frente a la farsa de la no intervencin; hemos pedido
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una accin de defensa contra las usurpaciones de los rusos, sin haber logrado ms que
enemistades y aislamiento. Nos hemos quedado solos, mantenidos cuidadosamente al margen
de toda actuacin directa en la guerra, despus de haber sido sus primeros puntos de apoyo;
pero tenemos el orgullo de sentirnos libres de la responsabilidad personal y de organizacin en
la catstrofe y en la poltica que nos llev al desastre, y no podemos acusarnos de haber
silenciado un slo instante nuestra actitud. Cuanto ahora decimos en el extranjero,
supervivientes del gran naufragio, lo hemos dicho, casi con las mismas palabras mientras era
hora de aplicar remedio a los males denunciados, y no solo a travs de las publicaciones,
revistas, libros, folletos de partido, sino, directamente, al gobierno mismo y a sus rganos
responsables.

En agosto de 1937 estaba bien clara la situacin y no podamos llamarnos ya a engao. El
gobierno Prieto-Negrin, hechura de los rusos, para responder a sus intereses comerciales y
diplomticos y no a los intereses de Espaa, haba marcado, con su poltica de guerra,
internacional y nacional, el derrotero que nos haba de llevar al sacrificio estril de nuestro gran
pueblo. No podamos callar y escribimos un exabrupto: La guerra y la revolucin en Espaa.
Notas preliminares para su historia, un pequeo volumen que ha merecido hasta los honores de
los autosdafe. Se ha hecho una guerra feroz a ese libro, del cual solo algunos fragmentos
aparecieron en la prensa obrera de los diversos pases, y algunas ediciones no autorizadas. Se
persigui el libro, ledo no obstante ampliamente, pero a nosotros no se nos ha querido pedir
cuentas, a pesar de reiterar las mismas denuncias en otras publicaciones y cada vez con mayor
insistencia. Por qu no se nos ha procesado? Es verdad que, en cuanto al contenido de aqul
grito desesperado para volver al buen camino, muy pocas rectificaciones de detalles
secundarios eran posibles. Nosotros esperbamos un proceso para hablar ms abiertamente
todava, pues, con todo, no olvidbamos que estbamos en guerra y que no poda ser ventajoso
dar armas al enemigo; en un proceso, habramos podido decir lo que callbamos. Se rehuy
toda medida contra nosotros, a pesar de no ejercer ningn cargo oficial y de no escatimar en
nuestras apreciaciones crticas ni a los dirigentes de las propias organizaciones. Algunas voces
generosas se atrevieron a pedir desde la prensa nuestra cabeza, trasunto de lo que se peda en
los concilibulos de los cultores del moscovitismo. A eso se redujo todo.

Decamos en algunos pasajes del prlogo a las aludidas pginas:

"Esto no es historia, no es una crnica de los sucesos de la revolucin y de la guerra
antifascista; es un anlisis interno, una especie de examen de conciencia al llegar a uno de los
recodos del camino y aprovechando un instante de sosiego. No obstante, creemos que estas
pginas pueden ser una contribucin a la historia y que, algunas de las reflexiones e
interpretaciones que nos sugieren los acontecimientos vividos, podrn servir al movimiento de la
libertad en el mundo.

"En estos instantes se agudiza la ofensiva del fascismo internacional en Espaa y se acentan
los manejos de la diplomacia europea -inglesa, francesa y rusa, por un lado; alemana e italiana,
por otro- para estrangular nuestro movimiento. Es preciso reflexionar sobre todo esto y elegir,
con los ojos abiertos y el nimo sereno, el camino que corresponde. El proletariado mundial se
suicida con su pasividad ante nuestra guerra y las democracias claudicantes cavan su fosa con
su irresolucin y su cobarda ante la prepotencia fascista.

"No podramos ser ya responsables, como hasta aqu, del porvenir de Espaa, y no podramos,
tampoco, ofrecer la propia sangre con la misma generosidad que la hemos ofrecido. El juego
nefasto est descubierto y el pueblo espaol es llevado a la catstrofe. No sabramos asegurar
si est aun en nuestras manos evitar el derrumbamiento de las ilusiones que surgieron en el
mundo en torno a nuestra guerra y a nuestra revolucin. Ciertamente, quedan cartas por jugar,
y nuestros amigos sabrn jugarlas con decisin y a cualquier precio; pero el panorama de hoy
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no es el mismo de meses atrs, y si callsemos, nos haramos cmplices del crimen que se
prepara y en el cual no hemos tenido parte alguna.

"Sirvan las lneas que siguen para esclarecer, ante los amigos y los compaeros de los diversos
pases, algunas facetas de nuestro esfuerzo y para prevenir, a los que no ven claro en esta
situacin, sobre los escollos que nos cercan por todos lados. Sera concebible el silencio
cuando solo se tratase de nosotros mismos en tanto que miembros de un partido o de una
organizacin; pero est en juego el destino de Espaa y el porvenir de la humanidad por
muchos aos, quizs por siglos. Y el derecho a hablar se convierte, en esas circunstancias, en
un deber.

"Fue demasiada la sangre hermana vertida desde el 19 de Julio para consentir, con los brazos
cruzados, que la infamia que se proyecta sea llevada a buen fin. Ha perdido nuestra guerra
muchas posiciones y ha perdido la revolucin casi todas las que haba conquistado. Si nos
resignsemos y no reaccionsemos a tiempo, volveremos a condiciones peores que las que
reinaban antes de la epopeya de Julio; el que sea capaz de tolerar eso, de aceptarlo
mansamente, no es digno ms que de las cadenas de todas las esclavitudes.

"En medio de la traicin que nos cerca por todos lados, es preciso que el pueblo espaol y que
nuestros amigos de todo el mundo sepan cual es el destino que nos aguarda y cual es nuestra
posicin y nuestra actitud ante ese negro panorama"... Escribamos as, el 1 de septiembre,
cuando se comenzaba la ofensiva de Franco sobre el Norte de Espaa, antes de la cada de
Bilbao en la esperanza de aguijonear en pro de un cambio poltico que nos emancipase de la
tutela de Mosc, fatal para nuestra guerra, sin haber logrado ms que una afirmacin cada vez
ms ciega, ms incondicional, por parte de los dirigentes de nuestro gobierno y de los llamados
partidos de la solidaridad antifascista, del mito ruso.

El libro de septiembre de 1937 es el que vamos a refundir en este volumen. Entonces poda
llevar por ttulo: Por qu perderemos la guerra. En 1940 hemos de hablar retrospectivamente, y
por consiguiente, el ttulo no puede ser otro que: Por qu perdimos la guerra. No haremos ms
que agregarle nuevos argumentos y referirnos a aspectos que, en su primera redaccin, no
podamos dar a la publicidad todava.

Muchas veces hemos recordado, en el transcurso de la guerra espaola, uno de los fallos
famosos de Salomn: Quin no lo conoce? Dos madres se disputaban un nio como hijo.
Salomn escuch a ambas partes serenamente y propuso partir al nio en dos partes iguales y
dar una a cada madre. Una consinti en el sacrificio de la criatura en disputa y la otra se
apresur a renunciar a su parte, prefiriendo que el nio viviese, aun en manos extraas. Por
este gesto reconoci Salomn a la verdadera madre y le entreg el hijo.

Nos disputbamos a Espaa, como en otros perodos de nuestra historia. Por un lado nos
encontrbamos bajo la bandera de una Repblica a la que nada nos ligaba, y junto a hombres y
a partidos que eran tan adversarios nuestros como los del otro lado de las trincheras. Lo
decamos con toda claridad, en alta voz, por escrito, en cualquier circunstancia: Para nosotros,
en tanto que vanguardia social espaola, el resultado sera el mismo si triunfaba Negrin con su
cohorte comunista o si triunfaba Franco, con sus italianos y alemanes. Para qu hacemos la
guerra? Para qu luchamos?

Ese estado de nimo no era ya personal, sino de grandes masas, de los mejores combatientes
de la primera hora. Faltaba a la guerra todo objetivo social progresivo. Es que hemos de dar la
vida por unas condiciones de existencia como las que tenamos antes del 19 de julio o peores?
Es que no vemos que el nmero final del festejo de la victoria, en cualquier caso, ser nuestro
exterminio como individuos y como movimiento?

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Por otra parte, situndonos por encima de los intereses de partido, de las aspiraciones
individuales o colectivas de tendencia, quien ser vencida en la guerra ha de ser Espaa, cuya
economa quedar deshecha, con unos millones menos de habitantes, muertos en la flor de la
edad y del trabajo, con ruinas por doquier, con una semilla de odio en la sangre que lo
envenenar todo durante muchas generaciones, en vasallaje poltico y econmico.

Persuadidos de que la razn estaba de nuestra parte y de la bondad de la causa a que
habamos dedicado los mejores aos de nuestra vida, conscientes de que solo con la solucin
por nosotros propuesta a los problemas de Espaa conocera nuestro pueblo un porvenir mejor,
digno de su pasado y de su espritu, viendo como veamos la derrota de Espaa, por obra de
ambos bandos por qu no tener el valor heroico de ceder, como ha cedido la madre verdadera
en el juicio salomnico?

La continuacin de la guerra era para los ms un acto de cobarda, no un acto de arrojo y de
valor
2
. Se luchaba porque se tena miedo a las represalias, no porque hubiera la menor duda,
en los que no tenan derecho a perder la cabeza, sobre el fin desastroso de la guerra para el
sector llamado republicano. Una seguridad de que los vencedores de la parte de Franco no
llevaran al extremo la represin, habra hecho cesar las hostilidades mucho antes. Ahora bien,
por el miedo individual de una cantidad mayor o menor de gente haba que sacrificar a
Espaa? El acto de ms herosmo y de ms sacrificio habra consistido en ceder, aun teniendo
la razn. Pero el ambiente hbilmente creado por la propaganda gubernativa y por el terror
desplegado haca que esos pensamientos no trascendieran del crculo ntimo de algunos
amigos, quizs de los que ms haban dado a la causa de la revolucin y de la guerra.

Nuestros esfuerzos mltiples y reiterados por cambiar el gobierno, por provocar una crisis y
hacer el balance de la verdadera situacin, el balance econmico, financiero, militar, etc. nos
haban fallado siempre. La poltica clara que exigamos se volvi cada vez ms clandestina y
unipersonal. En concreto no sabamos nada, aunque lo intuamos todo. La misin del gobierno
cuya formacin desebamos tena por misin infundir un poco de fe en el pueblo, poner coto a
los abusos y extralimitaciones del terror, liquidar la preponderancia rusa en el ejrcito, examinar
la situacin financiera y aplicar sanciones adecuadas a los responsables mximos de los
desfalcos y derroches habidos; eso en cuanto a la poltica interior; con relacin a lo exterior
queramos presentar en forma de ultimtum a las llamadas potencias democrticas una solicitud
de aclaracin definitiva, sin rodeos ni tapujos, sobre su ayuda a Espaa y sobre el crmen de la
no intervencin unilateral. Si Francia e Inglaterra no se comprometan a una ayuda efectiva,
entonces la guerra estaba liquidada. Caba la posibilidad de buscar salidas, pero la prosecucin
de la matanza y de la destruccin era un delito imperdonable, que solo poda beneficiar a los
enemigos de nuestro pueblo y de su porvenir.

Y pensbamos as los nicos a quienes no se nos poda acusar de eludir los sacrificios de la
lucha o de haberlos eludido.










2
Decimos eso de los ms, pero no de todos. Una de las causas de la poltica de la resistencia se deba a la
imposibilidad en que se encontraba el Gobierno de la Repblica de rendir cuentas de su gestin financiera, como
veremos.
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HISTORIA DE LA REVOLUCIN EN ESPAA


El centralismo poltico. Las organizaciones obreras. La
primera Repblica se entrega a la monarqua. La segunda
Repblica y su infecundidad.



Espaa vive todava, hemos sido testigos de una de sus epopeyas de vitalidad, y por eso solo
tenemos fe en su porvenir. Durante cerca de cuatro siglos se ha probado todo lo imaginable
para destruir las fuentes de su existencia, y nuestra historia, a partir de la unificacin nacional
con los Reyes Catlicos, es un martirologio de la libertad raramente interrumpido por breves
perodos de resurreccin, de accin popular, de reconstruccin del viejo hogar ibrico tolerante
y generoso. Ninguna otra nacin, ningn otro pueblo habra podido soportar, sin sucumbir, lo
que ha soportado Espaa en la lucha secular entre las dos mentalidades, las dos direcciones
cardinales inconciliables de su desarrollo: la revolucin y la reaccin, el progreso y el
oscurantismo. Hay dos Espaas dos razas de espaoles que no caben en la Pennsula?

Esas dos Espaas no se identifican por los trminos corrientes y en boga de izquierdas y
derechas, liberales y conservadores; muy a menudo vemos en unas y en otras las mismas
contradicciones, la misma repulsin interna, las aspiraciones ms contrarias. La guerra civil
espaola tiene races ms hondas, y muchas veces quizs pueda sealarse ms afinidad entre
lo que parece a primera vista inconciliables que entre lo que se manifiesta ostensiblemente en
campos antagnicos. No estaremos sufriendo todava la incompatibilidad de la sangre y de la
mentalidad que ha entrado en Espaa por los Pirineos, con lo que tenemos de africanos, en
sangre y en alma? No estaremos sirviendo todava de actores inconscientes de una contienda
histrica, geogrfica, poltica y cultural de dos mundos que no se han podido fundir en una
sntesis nacional? No har falta un crisol que nos funda y nos aun o un anlisis que nos
separe y nos defina, para llegar algn da, una vez perfectamente? Cuando la masonera se
organiz en Europa, entr por los Pirineos en Espaa y tuvo en nuestro territorio sus adeptos,
su organizacin y hasta el reflejo de sus rivalidades internas, con su rito escocs y su rito
reformado. En oposicin a esas ideologas y formas importadas de organizacin secreta, se
constituy la Confederacin de los comuneros, hijos de Padilla, organismo nacional,
influenciado por la poca, pero en reaccin contra los exotismos de los ritos importados.
Masones y comuneros pugnaban por una nueva Espaa de justicia y de libertad, pero la
incompatibilidad era insuperable. Cuestin de rivalidad o fruto de esas dos Espaas a que
aludimos?

De las grandes corrientes del pensamiento social moderno, representadas en nuestro pas, una
ha permanecido ideolgicamente ligada a Europa -el marxismo, el comunismo-, y la otra, la
tendencia libertaria, se ha desarrollado como entidad profundamente nacional, mucho ms de lo
que ella misma habra querido confesarse antes del 19 de julio de 1936. La contradiccin entre
esas dos manifestaciones del socialismo es completa, y la fusin es tan difcilmente accesible
como la de las fuerzas de la reaccin y las de la revolucin en tanto que tales. Si nosotros
hemos propiciado un pacto de no agresin entre esas dos ramas antagnicas del socialismo,
siempre hemos puesto por premisa que cada una habra de conservar sus caractersticas y su
autonoma. Buen acuerdo, pero nunca una fusin. Lo mismo que hay incompatibilidad entre las
fuerzas que se declaran progresivas, las hay entre las que se declaran regresivas y claman,
como 1823, despus de la invasin de los cien mil hijos de San Luis al mando de Angulema:
Vivan las cadenas y muera la nacin! Tambin en esa otra clase de espaoles, que combaten
por nacimiento, por educacin, por el ambiente en que se han desarrollado, etc. al otro lado de
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las barricadas, hay reminiscencias temperamentales de la tradicin ibrica que, en
determinados momentos se vuelve por sus fueros y hace aparecer en nuestra historia tipos
contradictorios en su conducta y en sus ideas Trgico destino el nuestro en esa lucha de dos
mundos, de dos herencias que luchan por sobrevivir en nuestro suelo: Europa y frica, tomando
por instrumentos y por banderines a liberales y a ultramontanos, a constitucionalistas y a
absolutistas, a republicanos y a monrquicos, a falangistas y a fascistas! El exterminio de los
vencidos temporalmente no se ha podido llevar nunca al extremo, porque entre los vencedores,
ms tarde o ms temprano, ha vuelto a resurgir el iberismo, como un caballo de Troya, y ha
debilitado lo europeo, ahora el fascismo totalitario, que no escapar tampoco a esa ley. En el
mismo seno del fascismo vencedor de esta hora resurgir lo espaol del bando vencido y,
mientras por un lado los europestas de la derecha y los de la izquierda se reconocern
hermanos, los que llevan otra sangre y otro espritu, desde los polos ms opuestos, sabrn
identificarse para defender la causa eterna de la libertad espaola. De la beligerancia de esas
dos Espaas, de esas dos herencias histricas han brotado algunos intelectuales que han
pretendido situarse equidistantes de los dos extremos, un Martnez de la Rosa, por ejemplo, con
su Estatuto real, o un Manuel Azaa con la Constitucin de 1931, condenados de antemano a
no satisfacer ni a los unos ni a los otros y a fomentar la guerra civil que pretendan evitar con
sus elucubraciones.

El arraigado inters de potencias extranjeras en no consentir una verdadera y amplia
resurreccin de Espaa, por el temor a su potencia econmica posible y a su posicin
estratgica, ha contribuido siempre a mantener nuestra decadencia, en unos casos
interviniendo militarmente -la Francia de Chateaubriand-, en otros propiciando la no-intervencin
-la Francia de Len Blum-. Quizs esta guerra europea acabe con la primaca de todas esas
potencias, democrticas o totalitarias, enemigas de una Espaa duea de sus destinos, y, sin
su intromisin en nuestras cosas internas, la influencia europeizante cese de dividirnos,
volviendo a ser, si no el comienzo de frica, por lo menos el puente natural de la europeo y lo
africano, ms ligados a lo africano que a lo europeo, como nos lo indica la historia, la etnografa
y la geografa. No tenemos ningn punto de contacto con los nacionalismos, pero somos
patriotas del pueblo espaol, y sentimos como una herida mortal toda invasin extranjera, en
tanto que fuerzas militares o en tanto que ideas no digeridas por nuestro pueblo. Se llaman
tradicionalistas justamente los que menos se apoyan en la tradicin espaola, los partidarios de
las monarquas importadas, Austrias o Borbones, los partidarios del catolicismo romano, y nos
presentan como antiespaoles a los que reivindicamos lo ms puro y ms glorioso de la
tradicin ibrica. Si hay tradicionalistas en Espaa, los que van a la cabeza de la tradicin
somos nosotros, que no vemos para nuestros viejos problemas mas que soluciones espaolas,
tan lejos del comunismo ruso, como del fascismo talo-germnico o del fofo liberalismo francs.
De ah nuestro aislamiento y nuestra hostilidad frente a partidos y organizaciones llamados de
izquierda que reciben sus consignas o sus ideologas de malos plagios europeos; tan aislados y
tan hostiles hemos estado ante ellos, en el fondo, como si se tratase de aquellos a quienes
habamos declarado la guerra. Unos y otros nos parecan, en tanto que partidos, tendencias,
extranjeros en Espaa
3
.

3
Hemos tropezado, en cambio entre los vencidos por nosotros, ejemplares de espaoles autnticos, que saban morir
con la misma entereza que han muerto en manos de Carlos V, los Padilla o los Maldonado, o los Riego, Mariana
Pineda o Torrijos en manos de Fernando VII, o los Fermn Galn y Garca Hernndez en manos de Alfonso XIII.
Hombres que luchaban y moran por una causa que crean salvadora para Espaa. Reconocamos en tantos enemigos
condenados por nuestros Tribunales verdaderos hermanos nuestros, y en cambio veamos con desconfianza y con
repulsin a muchos que estaban con nosotros, que decan sostener nuestras ideas. Espectculos de esos fueron los
que nos han hecho clamar, a los pocos meses del 19 de julio, contra las penas de muerte, quizs la nica voz que se
ha hecho sentir en aquel torbellino, en toda Espaa; pero estamos seguros de que no hemos sido los nicos en pensar
y en sentir lo mismo. Qu ganaba Espaa con matar de un lado y de otro a los mejores de sus hijos, convencidos de
un lado y de otro de las barricadas de sostener la mejor bandera para el bienestar y la prosperidad del pas? Vase un
testimonio de esas manifestaciones contra las penas de muerte y las crceles en el apndice a la traduccin inglesa
del libro nuestro Ater the Revolution, (Green Publisher, New York, 1937).
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

13

En todas las guerras civiles espaolas se han formado arbitrariamente los bandos beligerantes,
y se han combatido a muerte muchos que habran debido ponerse de acuerdo sobre su calidad
de espaoles, sobre su moral inatacable, sobre sus aspiraciones finales idnticas. Es
conmovedor el respeto y el cario de un Zumalacarregui, carlista, hacia su adversario Mina, y
se conservan en la historia testimonios de admiracin hacia un general Diego Len, absolutista
fusilado despus de un proyecto descalabrado, de parte de sus mismos adversarios, los que
hubieron de condenarle. Se han mezclado, y generalmente, han dirigido las contiendas, a un
lado y otro de los beligerantes, los que menos tenan que ver con la verdadera Espaa espiritual
y que habran podido, dejando a un lado pequeos intereses particulares, marchar en perfecta
armona.

A pesar de la diferencia que nos separaba, veamos algo de ese parentesco espiritual con Jos
Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir
del pas. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros.
Mientras toda la polica de la Repblica no haba, descubierto cul era nuestra funcin en la F.
A. I., lo supo Primo de Rivera, jefe de otra organizacin clandestina, la Falange espaola. No
hemos querido entonces, por razones de tctica consagrada entre nosotros, ninguna clase de
relaciones. Ni siquiera tuvimos la cortesa de acusar recibo a la documentacin que nos hizo
llegar para que conocisemos una parte de su pensamiento, asegurndonos que poda
constituir base para una accin conjunta en favor de Espaa. Estallada la guerra, cay
prisionero y fu condenado a muerte y ejecutado. Anarquistas argentinos nos pidieron que
intercedisemos para que ese hombre no fuese fusilado. No estaba en manos nuestras
impedirlo, a causa de las relaciones tirantes que mantenamos con el gobierno central, pero
hemos pensado entonces y seguimos pensando que fu un error de parte de la Repblica el
fusilamiento de Jos Antonio Primo de Rivera; espaoles de esa talla, patriotas como l no son
peligrosos, ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reinvindican a Espaa y
sostienen lo espaol aun desde campos opuestos, elegidos equivocadamente como los ms
adecuados a sus aspiraciones generosas. Cunto hubiera cambiado el destino de Espaa si un
acuerdo entre nosotros hubiera sido tcticamente posible, segn los deseos de Primo de
Rivera!

Haba un slo medio de convivencia de esas dos razas eventuales que pueblan nuestro
territorio: la tolerancia: pero la tolerancia es, desde hace varios siglos, desde la introduccin de
la iglesia catlica romana y la invasin de las monarquas extranjeras, un fenmeno
desconocido e inaccesible al partido europeizante, de la Santa Alianza ayer, del fascismo y el
comunismo hoy. La tolerancia, y la generosidad han estado mucho ms en el temperamento
espaol autntico. Un historiador de nuestro siglo XIX han escrito: "En la reaccin est
vinculado entre nosotros el terror, que en otros pases se ha repartido con la revolucin; a la
tirana corresponde el privilegio de reacciones degradantes y atroces, indignas de toda nacin
que no est sumida en la ms repugnante barbarie: en Espaa el triunfo de la libertad ha sido
siempre una amnista harto generosa"
4
.

Cuando la historia deje de ser crnica clsica de los reyes y de los tiranos, es decir, de las
clases privilegiadas, y se convierta en la historia del pueblo en todas sus manifestaciones y
sentimientos, pocos pases ofrecern la riqueza de herosmo y de tenacidad que ofrece el
pueblo espaol, desde sus orgenes ms remotos, en su pugna permanente por librarse de la
esclavitud religiosa, de la esclavitud poltica y de la esclavitud social. Se podra interpretar la
historia de Espaa como una rebelin que ha comenzado con la resistencia a la invasin
romana por rebeldes que iban ms all de la lucha poltica, como Viriato, y que no ha terminado
todava, porque las causas que la motivaban subsisten aun
5
.

4
A. Fernndez de los Ros: Estudio histrico de las luchas polticas en la Espaa del siglo XIX, tomo I, Pg. 153.
Madrid 1880.
5
Jacinto Toryho: La independencia de Espaa, Barcelona, 1938.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

14
Han cambiado los nombres de los partidos, los colores de las banderas, las denominaciones
ideolgicas; pero el parentesco racial y la esencia del esfuerzo de un Viriato, luchando contra
los nobles romanos e indgenas, y un Durruti acaudillando una masa entusiasta de
combatientes para libertar a Zaragoza de la opresin militar, es innegable.

Los historiadores oficiales han tenido siempre la preocupacin de enmascarar la historia y de
hacerla girar, como una noria, en torno a los representantes mximos del poder poltico,
ennegreciendo y envileciendo la memoria de los que enarbolaron, contra ese poder, el pendn
de la libertad. Sin embargo, la verdad se sabe abrir paso, y aunque a distancia en el tiempo, los
vencidos de Villalar, por ejemplo, brillan mucho ms y conmueven mas hondamente a las
generaciones que les sucedieron que el recuerdo de sus vencedores. Simbolizaban la lucha de
lo nativo, de lo africano, contra la invasin, entonces invasin del absolutismo monrquico,
concepcin desconocida en la prctica poltica de un pueblo que trataba de t a sus reyes y los
nombraba para que lo fueran en justicia, y si no, n, sosteniendo a travs de todas las doctrinas
el derecho de insurreccin y el regicidio contra los tiranos.

Los hroes de la libertad, en todos los tiempos, no tuvieron escribas agradecidos y sumisos que
transmitieran su memoria al porvenir y, hasta llegar al socialismo moderno -pasando por alto el
hecho que algunas de sus fracciones ha odiado la revolucin tanto como a la peste, segn la
frase del socialdemcrata Ebert- toda rebelin contra la tirana eclesistica, principesca, era
anatematizada como crimen que solo se purgaba en la horca.

Si un da fuese posible hacer revivir el pasado real de nuestro pueblo, lo haramos ms
comprendido y ms admirado en el mundo. Lo que se puede relatar de nuestra generacin o de
las inmediatamente anteriores, no es ms que una pequea muestra de lo que puede decirse
de todas las generaciones que han transcurrido desde los tiempos ms lejanos.

Nada, nuevo hemos creado los espaoles contemporneos, ni los de la derecha ni los de la
izquierda, ni los revolucionarios ni los reaccionarios: no hemos hecho ms que seguir una
trayectoria que nos haban marcado ya nuestros antepasados y que nosotros reafirmamos para
que la continen nuestros hijos.

Aunque la dominacin centralista, siempre liberticida, en las luchas de los ltimos cuatro siglos
acab por imponerse en Espaa, la lucha por la libertad no ha cesado un solo momento. No
hubo tregua entre las fuerzas del progreso, descentralizadoras, y las fuerzas de conservacin y
regresin, partidarias del centralismo. Cuando nuestro pueblo ha logrado, por cualquier
circunstancia, salir a flote, llevar a los hechos sus aspiraciones y sus instintos, hemos visto
restablecer la esencia del viejo iberismo africano, al cual la invasin rabe no se constituyen
espontneamente Juntas locales y provinciales con los elementos populares de ms prestigio;
esas juntas se federan entre s y ofrecen en seguida la trama de una federacin de repblicas
libres, que marcan luego en las Cortes comunes sus directivas generales. Una confederacin
de repblicas fue, en realidad, la que hizo la guerra a Napolen, y una confederacin de
repblicas fue la que, a travs de todo el siglo XIX, luch por la libertad contra el absolutismo.
Por la misma senda queramos sostener en 1936 la bandera del progreso, y de la libertad, pero
en esta ocasin las fuerzas centralizadoras -republicanas, socialistas y comunistas- llevaron la
escisin al pueblo y lo desviaron en lo que les fue posible, del juego natural de sus Con la
centralizacin poltica -importada del extranjero por reyes de otra raza y por la iglesia romana
impuesta por esos reyes- tuvimos la miseria, el hundimiento, la ignorancia; con la libertad
creadora, con la federacin de las regiones diversas hemos sido la luz del mundo.

Todo centralismo lleva en su seno el germen del fascismo, cualquiera que sea el nombre y las
apariencias que le circunden. Lo comprendi as Pi y Margall, discpulo de Proudhon, y eso es
lo que hizo de ese hombre extraordinario una figura tan respetable de la vida poltica espaola.
La decadencia de Espaa en todos los sentidos comenz con su centralizacin poltica y
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

15
administrativa. De ah provienen las desdichas y miserias que vamos arrastrando, como grilletes
a los pies, a travs de los siglos que siguieron. Espaa haba sido, antes de los Reyes
Catlicos, el foco ms brillante de la civilizacin europea, el emporio de la industria mundial. La
centralizacin lo desec todo. Los campos de cultivo quedaron yermos; ms de cuarenta
Universidades famosas en el mundo de la cultura quedaron convertidas en antros de penuria
mental; los centros fabriles desaparecieron y la indigencia ocup el lugar de las antiguas
prosperidades y de las antiguas grandezas. Lleg a reducirse nuestra poblacin a poco ms de
7 millones de habitantes donde haban vivido ms de cuarenta.

La llamada dominacin rabe no haba sido nunca una dominacin centralizadora; se hizo de su
liquidacin una cuestin religiosa ante la posteridad, olvidando que su arraigo y su xito en
Espaa se deban a la circunstancia de no significar sino una fortificacin del propio espritu
ibrico, bereber. Se dej la mxima autonoma a cada regin e incluso una admirable tolerancia
religiosa en que cristianos, rabes y judios convivan sin molestias y sin celos, practicando cada
cual sus ritos, a veces en el mismo templo, pero trabajando todos por el engrandecimiento y el
bienestar en el suelo comn. Espaa era espejo y vanguardia de todos los pases, que
envidiaban sus adelantos, sus letras, su ciencia, su industria, su agricultura. Todo ello qued
agostado en los regmenes monrquicos unitarios. Tal nos prueba perfectamente la historia y de
ah nuestra desconfianza ante toda centralizacin poltica y nuestro apoyo a toda reivindicacin
autonmica y foral.

El centralismo fue causa principal de la muerte del impulso que haba derrotado a los militares
en gran parte de Espaa, y sin la accin y la inspiracin de ese genio del pueblo, cuando el
terror y la violencia impusieron la centralizacin, militar, administrativa, poltica, de propaganda,
etc., el coloso del 19 de Julio se redujo a la medida de un Indalecio Prieto o de un Negrn, y con
esa medida no caba esperar otros resultados que los que hemos obtenido, de derrota
vergonzante e infamante. No brilla justamente Espaa por la categora de sus dirigentes; si hay
algo permanentemente grande y digno de admiracin es su pueblo. Pero ese pueblo, por
instinto racial, si podemos usar la palabra, est en oposicin irreductible a todo centralismo, y
para que ocupe el puesto que le corresponde, hace falta otro aparato que el de una burocracia
central incomprensiva e incapaz; hace falta la federacin tradicional de las regiones y provincias
y la libertad de su iniciativa fecunda y de su decisin valerosa.

En ningn pas se ha perseguido con tanto ensaamiento como en Espaa a las organizaciones
gremiales de los trabajadores; pero en ninguna parte han echado tanto arraigo como all. En
ninguna parte, tampoco, se combati con tanta tenacidad la instruccin del pueblo como se hizo
en Espaa por la Iglesia y por el Estado, y a esa condicin de ignorancia celosamente
custodiada se deben muchos absurdos y tambin muchos excesos en nuestro pasado, donde
encontramos a un pueblo amante apasionado de la libertad y haciendo simultneamente dolos
de los mas repugnantes tiranos.

Uno de los hombres de la primera Repblica, Fernando Garrido, ha referido en 1869 en las
Cortes Constituyentes, un episodio tpico de los tiempos de Isabel II, pero comn, a fuerza de
repetirse, en todas las pocas: se trataba de una especie de catacumba en la ciudad de Reus,
donde se reunan, con todo misterio, para aprender a leer y a escribir, aritmtica y otros
conocimientos, los jvenes obreros de aquella localidad. Para asistir a las lecciones tenan que
burlar la vigilancia policial y mantener en secreto el centro instructivo, considerado un gravsimo
delito. Estaba la enseanza en manos de la Iglesia y bajo su censura rigurosa. Y qu poda
esperarse de gentes que proclamaban con el P. Alvarado: Ms queremos errar con San Basilio
y San Agustn que acertar con Descartes y Newton!, y que declaraban a la filosofa "la ciencia
del mal", como un vicario de Burgos en 1825, Garca Morante?

Se ha hecho popular la frase del ministro Bravo Murillo, cuando le pidieron que legalizase la
escuela fundada por Cervera, un maestro popular admirable, en Madrid, para ensear a los
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

16
obreros a leer y escribir: "Aqu no necesitamos hombres que piensen, sino bueyes que
trabajen".

Los que han historiado los gremios medioevales, de los cuales el moderno sindicalismo espaol
es una fiel continuacin, aunque la resurreccin de ideologas fundadas en ese sentido natural
de asociacin de los explotados en Francia y en otros lugares haya puesto en circulacin esa
palabra para caracterizarlos, no han podido menos de admirar el tesn y la habilidad con que se
ha manifestado, en todas las pocas, el espritu solidario y combativo del obrero y del
campesino espaol en defensa de sus derechos. No obstante la esclavizacin moral y material
por la iglesia y por las clases dirigentes del Estado, los trabajadores y los campesinos supieron
organizarse y mantener sus relaciones a la luz pblica o en la clandestinidad, arrostrando todas
las consecuencias. Signos de ese espritu son las rebeliones de los payeses de remensa en el
siglo XV, las germanias (hermandades) de Valencia y Mallorca en 1519-22, de los comuneros
en 1521, de los nyeros catalanes del siglo XVI, uno de cuyos ltimos jefes, Pero Roca
Guirnarda, aparece en las andanzas de Don Quijote. Y la misma obra de Cervantes, escrita en
un perodo de prosperidad de las fuerzas anti-populares, no est sembrada de referencias a
otros tiempos mejores, que situaba en el pasado, en la edad de oro de libertad y de justicia?

En todo el siglo XIX se cuentan por decenas las rebeliones armadas de los obreros y los
campesinos para reconquistar la libertad perdida y por la implantacin de un rgimen social
justiciero. Lo que han visto nuestros contemporneos en las gestas del movimiento libertario, lo
vieron las generaciones anteriores en los hombres de la Internacional, nombre adoptado desde
1868 hasta pocos aos antes de fin del siglo, y en numerosas y variadas manifestaciones
anteriores de un anhelo sofocado, pero no exterminado nunca de nueva vida, de renovacin
espiritual y de transformacin econmica en sentido progresivo. Y la combatividad fue siempre
la misma. El general Pava, un Lpez Ochoa de otra poca, dijo, refirindose a las luchas que
hubo de sostener en Sevilla contra nuestros precursores, que los internacionales se batan
como leones.

La rebelin proletaria fue un fenmeno constante en Espaa, tan constante como la reaccin,
de las fuerzas que se oponen al progreso y a la luz. Ha pasado a la historia la huelga general de
Barcelona en 1855 para reivindicar el derecho a la asociacin contra la dictadura del general
Zapatero. Recurdense los movimientos insurrecionales de 1902, que llenaron de asombro al
proletariado mundial por la sensacin de disciplina, de organizacin y de combatividad de que
dieron muestras los obreros de Catalua, citados como modelos en toda la literatura social
moderna. Recurdese la rebelin de Julio de 1909 contra el matadero infame de Marruecos,
que no serva para colonizar y conquistar aquella zona africana, sino para justificar ascensos
inmerecidos en las filas de un ejrcito pretoriano, formado por la monarqua para uso y abuso
de la monarqua misma. Esos acontecimientos dieron ocasin a la Iglesia catlica para
deshacerse de las escuelas Ferrer, un Cervera del siglo XX, que amenazaban convertirse en un
gran movimiento de liberacin espiritual. Recurdense los movimientos insurreccionales de
agosto de 1917, en los cuales la clase obrera hizo saber a la monarqua borbnica su decidida
voluntad de luchar por su emancipacin. Recurdense las conspiraciones continuas en el
perodo de Primo de Rivera, y los golpes de audacia de los anarquistas en Barcelona, en
Zaragoza y en otros lugares, golpes de audacia que si no llegaban al triunfo, al menos
mantenan la llama sagrada de la rebelin.

La primera repblica, "ms en el nombre que en la realidad", segn Salmern, uno de sus
presidentes, se estrell en su lucha contra el avance social, y no queriendo dar satisfaccin a
las exigencias del pueblo y entrar abiertamente por el camino de las reformas, de la vuelta a la
soberana de la autntica Espaa, se entreg a la tarea de buscar por esos, mundos un rey
dispuesto a la tarea de cargar con la corona vacante. En 1868 como en 1931, los centralistas,
aunque se dijesen republicanos, se hicieron dueos de la situacin, y los centralistas estaban
ms cerca, entonces y ahora, de la monarqua o de cualquier otro sistema de reaccin que de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

17
un rgimen francamente republicano y social, federativo. Mientras en la primera Repblica se
conspiraba abiertamente, incluso desde el Gobierno, por la monarqua, se combata a muerte a
la Internacional, se prohiba la organizacin obrera y se persegua a sus afiliados con
procedimientos que recuerdan la frmula que se hizo valer muchos aos ms tarde, para llegar
a resultados parecidos: "Tiros a la barriga!" y "Ni heridos ni prisioneros".

Nuestras guerras civiles han estado casi siempre matizadas por preocupaciones sociales
dominantes. No han sido, como las de otras naciones, guerras de carcter esencialmente
poltico en el sentido de mero, predominio de individuos, de dinastas o de clases. Fueron
luchas entre la reaccin y la revolucin. Vence, la reaccin y se proclama brutalmente, como en
el decreto del 17 de octubre de 1824, que se persigue la finalidad de hacer desaparecer "para
siempre del suelo espaol hasta la ms remota idea de que la soberana reside en otro que en
mi real persona" (Fernando VII). Si vence la revolucin crea de inmediato los instrumentos para
afirmar la libertad, las juntas, la federacin de las provincias y regiones, restableciendo la
soberana popular.

La primera Repblica no surgi solamente de la descomposicin de una dinasta caduca,
degenerada y nefasta, sino, sobre todo, de las exigencias de las fuerzas liberales,
revolucionarias que queran dar un paso hacia adelante en todos los terrenos.

El advenimiento de la segunda Repblica impidi el estallido de una revolucin popular
profunda que se consideraba incontenible. Pero no di solucin a ninguno de los problemas
planteados y se desprestigi desde los primeros meses por los vicios de origen de su esterilidad
y de su carcter anti-proletario. El pueblo, que la aclam un da en las urnas, haba querido dar
un paso efectivo hacia su bienestar y hacia ese mnimo de liberacin y de reconquista de su
soberana que los filsofos y estadistas republicanos no supieron, no quisieron o no fueron
capaces de restaurar. Ha querido montar la Repblica, con escassimo acierto, el andamiaje de
una tercera Espaa, equidistante de las dos Espaas que tradicionalmente, desde hace muchos
siglos, vienen pugnando por orientar la vida y el pensamiento en la Pennsula Ibrica. Fracas
totalmente. Nada peor que los trminos medios, los pasteleos, las ambigedades en las
grandes crisis histricas.




EL REY SE FUE Y LOS GENERALES QUEDARON

La dictadura frustrada de Gil Robles. La conspiracin militar.



UNO de los tantos focos de la guerra civil a mediados del siglo XIX, el constituido por la Junta
de Zaragoza en 1854, deca en un interesante manifiesto a la nacin, abogando por amplias
reformas en las ideas, en las instituciones y en las costumbres: "El imperio militar no es
elemento de libertad ni la ignorancia germen de prosperidad". Los republicanos de la segunda
Repblica se olvidaron -como se haban olvidado los de la primera- de esos postulados, y
continuaron la obra que hubo de interrumpir, para evitar males mayores, la monarqua
desprestigiada y descompuesta.

Se fue el rey y quedaron sus generales, pues si algo supo crear la monarqua borbnica fue un
ejrcito propio, para su defensa, lo que no supo hacer la Repblica. Con los generales de la
monarqua, servidores del altar y del trono, qued intacto el poder de la Iglesia, y la ignorancia
popular fue tan esmeradamente cultivada como lo haba sido en todos los tiempos. En abril de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

18
1931 haba ms de un 60 por ciento de analfabetos en Espaa; las escasas escuelas estaban
infectadas por las supersticiones religiosas y por el odio milenario de la iglesia a toda cultura.

La guerra de Marruecos, despus de los desastres coloniales, ha consumido millares y millares
de vidas y millares de millones de pesetas, no habiendo servido ms que para incubar una
casta militar en la que tuvo su hogar favorito la doctrina del despotismo.

La casta militar, educada en la monarqua y para la monarqua, no poda sobrellevar
resignadamente el cambio de rgimen, y, en cuantas ocasiones se presentaron despus del 14
de abril de 1931, manifest ostensiblemente su disconformidad, enseando sus garras. La
conspiracin de Sanjurjo, el 10 de agosto de 1932, y otras tentativas abortadas ulteriormente,
fueron tratadas por los republicanos en el poder con manos enguantadas, en contraste con lo
que ocurra cuando la rebelin y la protesta eran de los de abajo, de las masas obreras y
campesinas cansadas de sufrir humillaciones, engaos y miserias.

Pocas semanas antes del levantamiento militar se produjo la tragedia de Yeste, en
Extremadura, donde fueron asesinados 23 campesinos y heridos ms de un centenar por haber
cortado algunos rboles de uno de los grandes feudos territoriales extremeos. El ministro de
Gobernacin, se apresur a felicitar a la guardia civil, autora de aquella bravsima defensa de
los privilegios anti-republicanos y antiespaoles.

Los hombres de la segunda Repblica son caracterizados por la ancdota siguiente:

Haba un reducido ncleo de militares jvenes y valerosos que se haban dispuesto a luchar por
un nuevo rgimen social, para lo cual el primer paso tena que ser el derrocamiento de la
monarqua. Trabajaban con calor y con audacia, entrando en contacto con las figuras
representativas de los partidos de izquierda y con las organizaciones obreras y mintiendo a
unos y a otros para comprometerlos. Comunicaban confidencialmente, por ejemplo, al partido A
que los del partido B estaban ya listos y que el ejrcito estaba disponible. Nadie quera quedar
totalmente desligado de una conspiracin que an no exista y entraron en ella elementos del
ms variado origen e incluso monrquicos hechos y derechos. Los compromisos se fueron
adquiriendo poco a poco y los conspiradores contra la monarqua se encontraron contra su
voluntad en un terreno al que ntimamente no habran querido ir.

Tuvieron los militares aludidos una idea para precipitar los acontecimientos. Se trataba de
apoderarse del gobierno en pleno, desde el Presidente de ministros, liquidarlo en pocos minutos
y llevar luego la rebelin a la calle. El procedimiento adoptado era el siguiente: Se disfrazaran
de ordenanzas de la presidencia unos cuantos de los conjurados y se presentaran a los
domicilios de los ministros a citarles de parte del rey a una reunin extraordinaria urgente. El
uniforme de los ordenanzas haca eludir toda posible sospecha.

Por lo dems ese era el procedimiento de la citacin extraordinaria y urgente a los miembros del
gabinete. Cuando el ministro bajase a tomar el coche, los complotados lo ultimaran a balazos y
trataran de desaparecer y ocupar su puesto en la agitacin de la calle que habra de seguir.

Se comunica la idea a Azaa, cuyo prestigio intelectual impona respeto a los jvenes militares.
Este se mostr casi indignado, diciendo que esos hombres estaban cumpliendo con su deber y
que no aprobaba de ninguna manera su muerte.

Reflexion un poco y propuso otro ardid. Cuando bajase el ministro respectivo, a tomar el
coche, para dirigirse a la presidencia, los conjurados mataran al chfer y se llevaran al ministro
en rehn, amordazado, a donde no pudiera ser descubierto.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

19
El mtodo propuesto era ms complicado, pero adems, preguntaron los complotados: -Es
que el chfer no est cumpliendo tambin con su deber?-

Esa mentalidad, que revela vivos resabios de herencia aristocrtica, que mide a los hombres
por la posicin social o de privilegio que ocupan, es la que explica la poltica suicida de la
segunda Repblica. Para unos: "Tiros a la barriga", para los otros el mximo respeto, aunque el
delito de la rebelin contra el rgimen del 14 de abril de 1931 fuese el mismo.

Gran parte de la burocracia de la Repblica, la inmensa mayora, tanto en el orden civil como en
el militar, era la burocracia que haba servido fielmente a la monarqua borbnica. El cambio
poltico de 1931 no roz en lo ms mnimo su epidermis. En los altos puestos y en los puestos
subalternos sigui primando el mismo criterio, la misma rutina, la misma repugnancia a todo lo
que fuese vida real, dinamismo, comprensin de las nuevas realidades. Y la burocracia nueva
que aadi la Repblica no hizo otra cosa ms que adquirir los vicios de la vieja administracin
monrquica.

En esas condiciones, las intenciones y propsitos de los ministros de matiz republicano tenan
que estrellarse ante la resistencia pasiva y el sabotaje consciente del funcionario.

Cualquiera que haya tenido algn contacto con las dependencias diversas del Gobierno central
habr comprobado, lo mismo que nosotros, que los gabinetes de gobierno tenan que fracasar
en la impotencia, cualesquiera que fuesen sus intenciones, ante el muro macizo de una
burocracia que simpatizaba con el enemigo mucho ms que con la llamada Repblica leal.

Lo mismo que se pag cara la tolerancia de la Repblica con el militarismo y el clericalismo
reaccionarios, tena que pagarse cara la acogida, en los cuadros burocrticos del llamado
nuevo rgimen, de los funcionarios nacidos y educados en la monarqua y para la monarqua.
Vino nuevo, si es que la Repblica era vino nuevo, en odres viejos.

Este captulo de la conspiracin fascista, monrquica, ultra-montana permanente desde las
oficinas pblicas y desde los puestos de comando y de administracin de las fuerzas armadas,
no poda llevarnos a otra parte que al precipicio en que nos hemos despeado. Nos vienen a la
memoria las palabras de un militante obrero que escriba en El eco de la clase obrera, un
peridico que se public en Madrid en 1855: "Toda revolucin social, para ser posible, ha de
empezar por una revolucin poltica, as como toda revolucin poltica ser estril si no es
seguida de una revolucin social".

Estas ideas eran corrientes en los medios obreros y entre las filas liberales de la Espaa del
siglo XIX. Pero los hombres que tomaron las riendas de la segunda Repblica se haban
olvidado completamente de ellas. Ocuparon algunos de los puestos de relieve, que no quiere
decir que sean los puestos de mando efectivo, y dejaron las cosas tal como estaban.

En recompensa por esa conducta traidora a las esperanzas populares, la casta militar, unida
estrechamente al clericalismo, se volvi cada vez ms agresiva y exigente, haciendo de la
Repblica la tapadera de todas las inmoralidades y vicios del viejo rgimen. Hasta nos
atreveramos a reconocer que, en los polticos de la Repblica, la incomprensin o la mala fe
ante los verdaderos problemas econmicos y sociales de Espaa eran, en mucho, superiores a
los del viejo conservatismo social.

La poltica antiobrera o de reconocimiento y apoyo a un solo sector de la clase obrera, fue
agudizada despiadadamente, y el puntal ms firme del nuevo rgimen, es decir, los
trabajadores, poblaron las crceles en masa y acabaron por considerar que no vala la pena
ningn sacrificio en defensa de unas instituciones que no haban cambiado de esencia con el
cambio de bandera nacional.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

20

Especialmente contra nosotros el ensaamiento no tuvo lmites. Hemos llegado a tener cerca
de 30.000 compaeros presos en crceles y presidios. Los viejos polticos de la monarqua
tuvieron la habilidad de hacer ejecutar la represin por los partidos y los hombres que se
llamaban izquierdistas y hasta obreristas. La pugna tradicional entre marxistas y anarquistas fue
cultivada con esmero, tanto por los marxistas mismos como por sus adversarios.

Los llamados serenos de Orobn Fernndez y los nuestros mismos fueron totalmente desoidos
y mal interpretados, hasta llegar a mayo de 1936, cuando al fin se acepta la idea de un pacto
entre las dos grandes centrales sindicales, pacto que en sus desarrollos ulteriores hubiese
rechazado Orobn Fernndez como lo hemos rechazado nosotros, sus primeros propulsores
6
.

Las deportaciones a Bata y las condenas monstruosas por delitos de huelga y de prensa
superaron a lo que se haba conocido en los tiempos del pasado inmediato.

Los trabajadores revolucionarios que pesan seriamente en la poblacin espaola desde hace
por lo menos tres cuartos de siglo, al llegar las elecciones de noviembre de 1933, despus de
dos aos de persecuciones, de deportaciones, de episodios inolvidables como el de Casas
Viejas, no quisieron acudir a las urnas para fortificar, desde ellas, a los hombres y a los partidos
responsables del primer bienio republicano de sangre y de luto proletarios.

Una violenta campaa antielectoral se desarroll en todo el pas, por parte de nuestras
organizaciones, que haban intentado en Figols a fines de 1931 y en diversos lugares de
Espaa en enero de 1933, fijar su posicin frente a la Repblica, sealando el camino de
histricas reivindicaciones sociales. Naturalmente, aquella abstencin dio el poder a los
conservadores de orientacin monrquica, al militarismo y a la iglesia, enemigos tambin de la
Espaa legtima, cuya base principal estaba constituida por los obreros y campesinos
espaoles, nica continuidad histrica de la raza y del espritu ibrico.

Los republicanos no quisieron aprovechar la leccin ni comprender que los trabajadores
revolucionarios, que la Espaa del trabajo, eran un poder de progreso autntico y que, sin ellos,
no poda establecerse ningn rgimen ms o menos liberal o social y, contra ellos, no se poda
gobernar ms que en nombre de la reaccin.

"Poco a poco se haba afianzado, dentro de la Repblica, la tendencia francamente
restauradora que encabezaba Gil Robles con el apoyo del Vaticano y del capitalismo
internacional. En diciembre de 1933, despus del triunfo de las derechas en las recientes
elecciones, se produjo el levantamiento anarco-sindicalista que tuvo bastante intensidad en
Aragn, Rioja, Extremadura y Andaluca. Significaba ese levantamiento que lo mismo que los
trabajadores rechazaban a los republicanos del bienio rojo de 1931-33, rechazaban a sus
sucesores, igualmente nefastos para el progreso y la justicia en Espaa
7
.
.
Los partidos de izquierda saban perfectamente lo que significaba la tendencia de Gil Robles y
no queran consentir que esa corriente restauradora entrase abiertamente en el poder, aunque
consentan en ver mediatizado ese poder por su influencia y sus grandes recursos.
Amenazaron. De esa amenaza surgi el movimiento de octubre de 1934, cuando el jefe de la C.
E. D. A., Gil Robles, entr en el gabinete presidido por Alejandro Lerroux, de antecedentes bien
dudosos en tanto que republicano de la Repblica.


6
El pacto C. N. T. - U. G. T. Prlogo de D. A. de Santilln, ETYL, Barcelona 1938, 160 pgs. Coleccin de
antecedentes, recuerdos y documentos.
7
Quedaron traspapelados y perdidos los originales de una memoria sobre esos sucesos, redactada por nosotros en
colaboracin con Juanel y M. Villar, y con el apoyo de elementos magnficos que actuaron bravamente entonces,
entre otros Mximo Franco y Angel Santamara, dos hroes cuyo nombre no habra de desaparecer.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

21

La insurreccin de octubre pudo haber sido un movimiento triunfante si los republicanos
llamados de izquierda hubiesen sido tales y no se hubieran rehusado a dar satisfaccin a las
clases productoras, que no haban recibido de la Repblica ningn motivo para sentirse
solidaria con ella. Pero tampoco se quiso ver la situacin real de Espaa y se fue a un
movimiento insurreccional prescindiendo de nosotros, y en algunas regiones, como en
Catalua, mucho ms contra nosotros que contra las huestes de Gil Robles
8
.

La preparacin famosa de los nacionalistas catalanes Dencas y Badia tena por objetivo
primordial la guerra de exterminio contra nosotros. Las consignas dadas a sus "escamots", que
salieron a las calles de Barcelona en la tarde del 5 de octubre, eran las de hacer fuego contra la
F. A. I., "producto de Espaa". El consejero Dencas y su lugarteniente en la jefatura de los
servicios de orden pblico, Badia, haban, reeditado, con la complicidad y el silencio de la
Generalidad en pleno, los horrores de Martnez Anido y de Arlegui y no podan, por
consiguiente, ser factores de unidad y de colaboracin en la lucha contra el fascismo que se
adueaba legalmente del poder. Posicin singular. Nos acusaban los separatistas de ser
productos de Espaa; nos acusaban los centralistas de estar al servicio de los separatistas;
propalaban los monrquicos que ramos un cuerpo y un alma con los republicanos, y
divulgaban los republicanos que obrbamos al dictado de los monrquicos.

No podamos hacer otra cosa que eludir los zarpazos de las derechas y de las izquierdas y, sin
nosotros, el seis de octubre no fue en Catalua ms que un propsito que cay en el ridculo,
dominado a las pocas horas por un par de compaas escasas de soldados del general Batet,
fusilado por los militares facciosos en julio de 1936 en Burgos, en pagos quizs a su lealtad a la
abstraccin republicana en octubre de 1934.

La seguridad de que la F. A. I. no intervena en la lucha di aliento a las fuerzas represivas para
imponer una hegemona que nadie les disputaba seriamente. Recordamos a un capitn de la
guardia civil en la plaza de la Universidad de Barcelona, desesperado por unos paqueos que no
lograba localizar.

Cobardes! -deca- si fuesen hombres de la F. A. I. lucharan frente a frente, dando la cara.

Si en Asturias adquiri aquel movimiento la aureola que tuvo, resistiendo algunas semanas al
ejrcito leal, al Gobierno Lerroux-Gil Robles, desleal entonces al pueblo, como lo fue en julio de
1936, fue porque all los trabajadores han sido ms fuertes en su deseo de acuerdo que los
polticos que pretendan desunirlos y lanzarlos a unos contra otros. Cay Asturias, al fin,
derrotada y pag con millares de vctimas y con torturas indescriptibles su resolucin de
oponerse con las armas en la mano al advenimiento del fascismo
9
.

Al bienio memorable republicano-socialista sucedi otro bienio no menos sangriento de Lerroux-
Gil Robles. La casta militar y la casta eclesistica se afirmaron poderosamente en Espaa.
Cada iglesia y cada convento lo mismo que cada cuartel y cada Capitana general, se
convirtieron en focos activos de conspiracin. La Repblica estaba en manos de sus enemigos
declarados. Y haba de tocarnos a nosotros, por simple razn de autodefensa, prolongar su
vida...

El imperio de las frases hechas, de los ritos consagrados, no es una realidad slo en los
ambientes de la rutina cotidiana, perezosa y conservadora. Incluso en los movimientos
revolucionarios aparece ms a menudo de lo que uno se imagina, dirigiendo de una manera

8
Los anarquistas y la insurreccin de octubre, por D. A. de Santilln; en diversos idiomas, diciembre de 1934. Las
memorias de Diego Hidalgo, ministro entonces de la guerra, transmiten interesantes detalles al respecto.
9
Hemos descrito los horrores que siguieron al triunfo del poder central en el libro: La represin de Octubre.
Documentos sobre la barbarie de nuestra civilizacin, Barcelona, 1935; varias ediciones.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

22
tirnica a los individuos y a las colectividades. Generalmente no se reflexiona, no se medita
cuando se habla y cuando se obra. El peso del ambiente, los hbitos mentales, los
automatismos adquiridos realizan la funcin que debera corresponder en todo instante al
pensamiento libre y alerta.

Cuando se preparaban las elecciones de febrero de 1936 nos encontramos ante un dilema que
la rutina habra solucionado sin estremecimiento alguno, pero que, con un poco de cordura,
ofreca un panorama preado de consecuencias gravsimas. Se haba celebrado un pleno de
regionales de la C. N. T. en Zaragoza y nos habamos sentido alarmados por algunos de sus
acuerdos en el sentido de propiciar una intensa campaa antielectoral y abstencionista.

S reafirmbamos nuestros abstencionismo dbamos, sin duda alguna, el triunfo a la dictadura
propiciada por Gil Robles, en torno al cual se haba divulgado ya la frase consagrada: Los jefes
no se equivocan nunca! Y dar el triunfo a Gil Robles equivala a sancionar la prosecucin de las
torturas de octubre y el mantenimiento de treinta mil hombres en las crceles. Tenamos, segn
la actitud que adptsemos, las llaves de las prisiones y el porvenir inmediato de Espaa en las
manos. Con el triunfo de Gil Robles entrbamos en un perodo de fascismo con apariencia
legal, volveramos a las delicias del Angel Exterminador de la primera mitad del siglo XIX y a
otros espectculos semejantes. Si nos declarbamos partidarios de acudir a las urnas para
aumentar las perspectivas del triunfo de las izquierdas, se nos habra podido acusar, por los
incapaces de comprender, de hacer dejacin de nuestros principios. Las izquierdas, en su
ceguera permanente, no haban advertido que ramos nosotros la clave de la situacin. Lo
comprendieron perfectamente las derechas, que intentaron por todos los medios alentarnos en
el abstencionismo, llegando el caso, como en Cdiz, segn hizo pblico luego Ballester, uno de
nuestros mejores militantes andaluces, asesinado por la faccin militar, en que las derechas se
acercaron con medio milln de pesetas para que realizsemos la propaganda antielectoral de
siempre.

En noviembre de 1933 habamos arrancado el poder, utilizado en la Repblica para reafirmar
los privilegios de clase existentes en la monarqua, a los responsables de Casas Viejas; para
ello empleamos el arma poltica de la abstencin, abstencin que era una verdadera
intervencin en la contienda electoral en forma negativa. No es que tengamos que deplorar la
leccin dada a los presuntos republicanos del 14 de abril; pero en las circunstancias que se nos
presentaban, la abstencin era el triunfo de Gil Robles, y el triunfo de Gil robles era el triunfo de
la restauracin de los viejos poderes monrquicos y clericales.

Tuvimos la feliz coincidencia del buen acuerdo entre algunos militantes cuya opinin pesaba en
nuestros medios, en los grupos de la F. A. I., en los sindicatos de la C. N. T., en la prensa. Por
primera vez, despus de muchos aos, nos atrevimos todos a saltar por sobre todas las
barreras infranqueables de las frases hechas. Se tuvo la valenta de exponer la preocupacin
que a todos nos embargaba, coincidiendo en no oponernos al triunfo electoral de las izquierdas
polticas, porque al hundirlas a ellas nos hundamos esta vez tambin nosotros mismos.

Una opinin parecida a la nuestra haba surgido independientemente en otras regiones, y la voz
de los presos se hizo sentir elocuente y decisiva. Algunos de nosotros, como Durruti, que no
entenda de sutilezas, comenzaron a aconsejar abiertamente la concurrencia a las urnas.

Evitamos la repeticin de la campaa antielectoral de noviembre de 1933, y con eso hicimos
bastante; el buen instinto de las masas populares, en Espaa siempre genial, acudi a
depositar la papeleta del sufragio en las urnas, sin otro objetivo que el de contribuir, de este
modo, a desalojar del Gobierno a las fuerzas polticas de la reaccin fascista y el de libertar a
los presos. En otras ocasiones se habra podido obtener el mismo resultado con la abstencin,
en esta ocasin era aconsejable la participacin electoral.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

23
Ha pasado bastante tiempo ya y sin embargo no vacilamos en reivindicar aquella lnea de
conducta, y en afirmar como exactos nuestros puntos de vista de entonces. Sin la victoria
electoral del 16 de febrero no hubiramos tenido el 19 de julio. Los esfuerzos de algunos
pseudo-puritanos para contrarrestar nuestra manera de ver, fueron frustrados fcilmente. Dimos
el poder a las izquierdas, convencidos de que en aquellas circunstancias, eran un mal menor.
Por eso pudo continuar existiendo la Repblica, de la que sabamos bien lo que podamos
esperar.

Tenamos tambin el peso de las frases hechas en la lucha contra el fascismo. Nosotros
conocamos ese morbo de cerca y nos pareca pequea toda ponderacin del peligro que
representaba. En las reuniones, plenos y congresos era uno de nuestros temas favoritos, sin
hallar en los dems camaradas el eco deseable. Incluso habamos tropezado con militantes de
relieve que proclamaban en sus conferencias que el fascismo era una creacin caprichosa de
los antifascistas. Habamos visto esos movimientos de revalorizacin de toda barbarie en varios
pases y sostenamos que no era una cuestin racial, sino de clase, de defensa de los
privilegiados, una contrarrevolucin preventiva, y que si el proletariado no se defenda a tiempo,
tambin en Espaa sera una realidad.

No se nos escuchaba de buena gana, y esto nos alarmaba, porque poda darse el caso de que
el fascismo asumiese cierta pose demaggica y fuese implantado sin darnos cuenta. De ah
nuestra alegra enorme cuando, un par de semanas antes del 19 de julio, vimos a los
compaeros en su puesto, esperando la hora de las jornadas que se presuman inminentes.

Vueltas las izquierdas al poder, gracias a nosotros, las hemos visto persistir en la misma
incomprensin y en la misma ceguera. Ni los obreros de la industria ni los campesinos tenan
motivos para sentirse ms satisfechos que antes. El verdadero poder qued en manos del
capitalismo faccioso, de la Iglesia y de la casta militar. Y as como las izquierdas prepararon el 6
de octubre, con muy poca capacidad, los militares se pusieron febrilmente a preparar un golpe
de mano que quitase por la fuerza, a los republicanos y a los socialistas parlamentarios, lo que
estos haban conquistado legalmente en las elecciones del 16 de febrero.




LA CONSPIRACIN MILITAR INCONTENIBLE

Nuestro enlace con la Generalidad Las jornadas de I9 de julio en
Barcelona.



TIENE el mes de Julio en la historia poltica moderna de Espaa un puesto de honor. En la
noche del 6 al 7 de Julio de 1822 intent Fernando VII un golpe de mano sangriento contra la
Constitucin que haba aceptado y contra la milicia popular a la que deba la recuperacin del
trono.

No tuvo entonces xito debido al comportamiento heroico de los milicianos que batieron a la
Guardia real; pero al ao siguiente pudo ejecutar su programa enlutando y martirizando a
Espaa hasta su muerte.

Fue en Julio de 1854 cuando el pueblo de Madrid vivi las jornadas imborrables de su lucha
contra la dictadura del general Fernndez de Crdoba, episodios que nada desmerecen de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

24

otros que tambin pasarn a la inmortalidad, las escenas del asalto al cuartel de la Montaa, en
Julio de 1936.

A mediados de Julio de 1856 tuvo lugar el golpe de Estado de O'Donnell, traidor desde antes de
la cuna, nuevo Narvez por su ferocidad, que impuso al pas de varios aos de terror y de
absolutismo bajo el amparo de Isabel II, logrando el desarme de la milicia, armada dos aos
antes para que defendiera la libertad de Espaa.

En Julio de 1909 se rebel el pueblo de Barcelona contra el matadero de Marruecos, luchas
heroicas y sangrientas que terminaron con la victoria de la reaccin, pero que dejaron hondas
huellas en el recuerdo de la gran ciudad industrial y prepararon las jornadas de 1936.

La sublevacin militar que se vena fraguando en los cuarteles, en la solidaridad ms perfecta
con el poder eclesistico, tan importante en Espaa, y con las fuerzas dirigentes del capitalismo
industrial y de las finanzas, aparte de los apoyos buscados ms all de las fronteras, se hizo de
da en da ms eminente y ms incontenible. Hasta los ms indiferentes en materia poltica
comentaban en pblico los preparativos que se llevaban a cabo en las filas del ejrcito, de ese
ejrcito que haba originado tantos desastres y que se haba convertido en un instrumento de
opresin de todas las libertades.

Se da como hecho probado que los generales complotados y figuras representativas de la
restauracin monrquica y del espritu de la reaccin, haban negociado de antemano con Italia
y Alemania a fin de conseguir apoyos materiales y diplomticos. Se mencionan alijos de armas
que tienen ese origen y que llegaron con bastante anticipacin para los primeros choques. Nos
atenemos a lo que han divulgado escritores favorables y adversarios al movimiento militar.

Se han dado a la publicidad los acuerdos convenidos, por ejemplo, con Mussolini. Y los
documentos encontrados por nosotros y publicados bajo el ttulo de El nazismo al desnudo,
revelan el hbil espionaje hitleriano. La red italiana y sus ambiciones relativas a nuestro pas no
eran menos peligrosas
10
. Los generales que se levantaron contra Espaa en maridaje
indisoluble con los obispos no hicieron ms que seguir la tradicin de todos los que, a travs del
siglo XIX, merodeaban en torno a los gobiernos de Francia e Inglaterra, implorando su ayuda
militar y financiera para restablecer el absolutismo en Espaa
11
.

Y no debe olvidarse tampoco que la primera Repblica, para aplastar la comuna de Cartagena
en 1873, tuvo la ayuda de la escuadra inglesa y de la alemana. En el hecho del levantamiento
militar contra el rgimen republicano no tendramos nada que objetar si no concurriesen
factores de una inmoralidad que asquean. No negamos a nadie el derecho a la rebelin contra
lo que se juzga inapropiado para asegurar una convivencia ms justiciera y ms digna.
Nosotros mismos nos hemos rebelado contra la Repblica en varias ocasiones, y desde antes
de su proclamacin habamos manifestado nuestra entera independencia, sabiendo por
anticipado que no sabra ni podra dar solucin a los eternos problemas del pas.

Pero los militares no estaban, sin embargo, en nuestro caso. Nosotros no habamos jurado ni
empeado nuestra palabra de honor, ni adquirido ningn compromiso de fidelidad al rgimen
republicano. Los militares, que se rebelaron haban jurado esa fidelidad, estaban en cargos de
la mxima responsabilidad a sueldo de la Repblica. La conspiracin tena su primer peldao
en la traicin a los propios compromisos; y tena su segundo peldao en la admisin de tropas
de potencias extranjeras. Para obtener esa ayuda extranjera tenan que vender la

10
C. Berneri: Mussolini a la conquista de las Baleares (1937).
11
Detalles sobre esos antecedentes de la conspiracin militar, pueden encontrarse en Robert Brasillach y Maurice
Bardche, Histoire de la guerre d'Espagne. (Pars, Plon). -Duchess of Atholl: Searchlight on Spain (Harmondsworth,
Penguin). - Genevieve Tabouis: Blackmail or War (id. id.). J. Toryho: La independencia nacional, Barcelona, 1938.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

25
independencia del pas o comprometer territorios o enajenar las riquezas minerales y dems.
Su triunfo del momento no poda lograrse ms que a cambio de esclavizar y de empobrecer a
las generaciones espaolas del porvenir. No puede siquiera establecerse un paralelo entre las
brigadas internacionales que lucharon del lado de la Repblica con las tropas organizadas,
equipadas y armadas por potencias extranjeras; aqullas se componan de voluntarios que se
sentan en buena parte solidarios con la lucha de los combatientes de un lado de las trincheras;
las otras eran agentes de penetracin de pases con intereses especiales y en pugna con los
intereses de Espaa.

En la tradicin espaola, la palabra de honor empeada es inviolable. Los militares sublevados
han faltado a esa palabra, y por ese solo hecho no lograrn borrar, a pesar de su victoria, el
calificativo que se aplica a todos los que rompen arteramente los compromisos contrados libre
y espontneamente. Hubo excepciones, una pequea cantidad de hombres de la monarqua
que se negaron a reconocer la Repblica y se manifestaron siempre sus adversarios. Para
ellos, en resistencia pasiva o en rebelin, todo nuestro respeto de enemigos.

Mucho puede obtener el triunfo, pero lo que no podr obtener es la subversin de valores
morales fundamentales de nuestra historia, de nuestro temperamento y de nuestra educacin
de espaoles.

Volvamos al pronunciamiento de Julio.

Nosotros, sabedores de lo que nos amenazaba, ramos los ms vivamente afectados y los que
ms inters tenamos en oponernos al golpe militar en preparacin. Esta vez no era una
militarada como la de Primo de Rivera, ante la cual se poda uno cruzar filosficamente de
brazos, en espera del fin natural de esas aventuras. Tenamos por delante la experiencia viva
de otros pases y el recuerdo de heridas abiertas en el corazn del mundo progresivo por la era
en boga de los dictadores.

Unos das antes del 19 de julio de 1936, cuando habra sido ya torpeza imperdonable o suicidio
la duda sobre la inminencia de la sublevacin, precipitada por la muerte de Calvo Sotelo, el
Gobierno de la Generalidad de Catalua -sintindose en absoluto impotente para afrontar los
acontecimientos prximos, y no existiendo en la regin autnoma ninguna fuerza organizada
capaz de oponerse a la rebelin militar fuera de la que representbamos nosotros-, opt por la
nica solucin honrosa que le quedaba: la de plantearnos con toda su crudeza la verdad de la
situacin, que conocamos, y sus posibles alcances.

Habamos sido hasta all la vctima propiciatoria del espritu inquisitorial que se ha transmitido
en la poltica gubernamental, central y regional, desde hace siglos. Haca pocos meses que
haba cado en las calles de Barcelona uno de los ltimos verdugos del proletariado cataln,
Miguel Bada, digno sucesor del general Arlegui o del barn de Meer, y su muerte se atribua a
camaradas nuestros. Las prisiones de Catalua estaban otra vez repletas de obreros
revolucionarios, a pesar de la amnista que habamos logrado a consecuencia de las elecciones
del 16 de febrero.

Ante la amenaza, esta vez comn, olvidamos todos los agravios y dejamos en suspenso todas
las cuentas pendientes, sosteniendo el criterio de que era imprescindible, o por lo menos
aconsejable, una colaboracin estrecha de todas las fuerzas liberales, progresivas y proletarias
que estuviesen dispuestas a enfrentar al enemigo. Para la lucha efectiva de la calle, para
empuar las armas y vencer o morir, claro est, era nuestro, movimiento el que entraba en
consideracin casi solo. Se constituy un Comit de enlace con el Gobierno de la Generalidad,
del que formamos parte con otros amigos bien conocidos por su espritu de lucha y su
herosmo.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

26
Adems de propiciar la colaboracin posible, pensbamos que, dado nuestro estado de nimo y
dada nuestra actitud, no se nos rehusaran algunas armas y municiones, puesto que la mejor
parte de nuestras reservas y algunos pequeos depsitos haban desaparecido despus de
diciembre de 1933 y en el bienio negro de la dictadura Lerroux-Gil Robles haba desaparecido
mucho de lo obtenido en octubre de 1934, cuando los "escamots" abandonaron las armas de
que haban sido provistos. Con ese propsito hicimos todos los esfuerzos imaginables.

Largas y laboriosas fueron las negociaciones y, en todo momento, se nos respondi que se
careca de armas. Sabamos que la mayora de la poblacin combativa era la que responda a
nuestra organizaciones; no pedamos veinte mil fusiles para los hombres que esperaban en
nuestros sindicatos y en lo puntos de concentracin convenidos, sino un mnimo de ayuda para
comenzar la lucha. Pedamos solamente armas para mil hombres y nos comprometamos a
impedir con ellas que saliese de los cuarteles la guarnicin de Barcelona, y a forzar su
rendicin. Nada. Pero con armas o sin ellas nuestra gente estaba dispuesta a combatir y a dar
el pecho.

La accin directa logr lo que no hemos logrado nosotros en las negociaciones con la
Generalidad. El 17 de julio por la noche, tuvo lugar el asalto organizado por Juan Yague a las
armeras de los barcos surtos en el puerto de Barcelona, y el 18 el desarme de los serenos y
vigilantes de la ciudad. As pasaron algunas pistolas y revlveres, con escassima municin a
nuestro poder.

La iniciativa de Juan Yague merece ser recordada. Se trata de un hombre del pueblo, pasta de
hroe, toda abnegacin y espritu de sacrificio. Su campo de accin y de propaganda era la
zona del puerto, donde haba logrado suscitar grandes simpatas y merecer la confianza de los
marinos y portuarios. Saba que todos los barcos de ultramar llevan a bordo algunos fusiles
Mauser con una pequea dotacin para eventualidades, y cuando se enter del poco xito de
nuestras gestiones, resolvi tomar otro camino y al poco rato las armas de los barcos estaban
en nuestro poder, en el Sindicato del Transporte. El Gobierno de Catalua tena un rescoldo de
esperanza en que los militares desistiran de sus propsitos y dio orden de recoger las armas
requisadas. Fue rodeado por las fuerzas de orden pblico el Sindicato del Transporte.

Para no provocar una carnicera que hubiese malogrado la unidad de accin que creamos
indispensable, una parte de los fusiles tomados en los barcos fue devuelta a las autoridades
policiales gracias a la intervencin personal de Durruti y Garca Oliver, que corrieron en ese
momento el mayor de los riesgos entre la actitud de la guardia de asalto y la de los obreros del
transporte que se aferraban a los fusiles, con una pasin conmovedora. Se zanj la cuestin
con la entrega de algunas de las armas, quedando las otras en nuestras manos para la lucha
contra la sublevacin militar.

Recordamos que en las noches pasadas en vela en el Departamento de Gobernacin eran
continuas las llamadas de las diferentes Comisaras comunicndonos la detencin de
camaradas a quienes se pretenda quitar la pistola e incluso procesar por portacin ilcita de
armas. Hemos intervenido en centenares de casos y, aunque hemos llegado siempre a
acuerdos amigables, no por eso es menos doloroso el hecho que, en vsperas del 19 de Julio,
hayamos tenido que dedicar tantas energas a lograr que fuesen respetadas las pocas armas
que tenamos para luchar contra el fascismo.

Si esa era la actitud del Gobierno de Catalua, que saba que sin nuestra intervencin toda
resistencia a las tropas de cinco cuarteles era imposible, el comportamiento de los
gobernadores del Frente popular en casi toda Espaa, aleccionados por el Gobierno de Madrid,
que negaba los hechos y la verdad de la sublevacin, es de imaginar. Con das suficientes de
antelacin fue el aviador Daz Sandino a Madrid con amplia documentacin probatoria de lo que
iba a acontecer y no fue escuchado. Las informaciones que tenemos, por ejemplo, de Len,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

27
Vigo y Corua, cuyos gobernadores civiles han sido fusilados despus, nos demuestran la
enorme ceguera de las gentes de la Repblica, ms temerosas del pueblo que de los enemigos
del pueblo y que, por eso, se negaron terminantemente a entregar a los combatientes populares
las armas de que se dispona para vencer a los sublevados.

El 18 de Julio por la noche se respiraba ya el aire de la tragedia prxima por todos los poros.
Insinuamos en el local que se haba convertido en cuartel general, el Sindicato de la
Construccin, a un grupo de compaeros la conveniencia de asegurar vehculos de transporte.
Una hora ms tarde circulaban ya por las Ramblas coches particulares requisados, con las
iniciales "C. N. T. - F. A. I." escritas con yeso en las partes ms visibles. El paso de esos
primeros vehculos, significando que se jugaba el todo por el todo, hizo prorrumpir al pblico en
aclamaciones a los anarquistas.

Eran las cuatro o cinco de la madrugada del 19 de Julio cuando se di, en los centros oficiales,
la primera noticia de la salida a la calle de las tropas rebeldes de la guarnicin de Barcelona.

La proclamacin del estado de guerra por los militares haba llegado a nuestro poder. No dejaba
lugar a muchas ilusiones. Lo comprendieron as todos los partidos y organizaciones, satisfechos
de constatar que estbamos all nosotros para sacar las castaas del fuego. El plan trazado por
los rebeldes era una especie de paseo militar para ocupar los puntos estratgicos, los centros
de comunicaciones y los edificios gubernativos.

No se poda dudar, por parte de los que hasta all haban abrigado algunas dudas, de la verdad
de la rebelin. Pareca que hasta la respiracin haba quedado interrumpida. Solo nuestra gente
se agitaba febrilmente entre las sombras y corra al encuentro de las columnas rebeldes.

No despuntaban aun los primeros rayos del sol cuando vimos aglomerarse en torno al Palacio
de Gobernacin a muchedumbres del pueblo que clamaban insistentemente por armas.
Hubieron de ser calmadas a medias desde un balcn. Vimos all los primeros gestos de
fraternizacin entre los guardias de asalto y los trabajadores revolucionarios. El guardia que
tena arma larga y pistola se desprenda de la pistola para entregarla a un voluntario del pueblo.
Con un centenar escaso de pistolas corrimos al Sindicato de la Construccin. En pocos
segundos fueron repartidas a hombres nuestros que alargaban las manos ansiosas y que
desaparecan veloces para lanzarse con ellas en la mano contra las tropas.

Fueron asaltadas algunas armeras, en las que no haba ya ms que escopetas de caza, pero
incluso estas fueron utilizadas en los primeros momentos.

Los fusiles de los barcos, las pistolas y revlveres de los serenos y vigilantes de Barcelona, los
restos de nuestros pequeos depsitos y el centenar de armas cortas proporcionadas por la
Generalidad, era todo lo que tenamos contra el embate de 35.000 hombres de la guarnicin.
No tenamos seguridad alguna en la fidelidad de las fuerzas de orden pblico, sobre todo de la
guardia civil, muchos de cuyos oficiales y tropa haban firmado la adhesin a la rebelin,
adhesiones que haban llegado en parte a las autoridades de Catalua. El armamento era
enormemente desigual y la perspectiva de triunfo insignificante o nula. Puede ser interesante
destacar que mientras unos acudamos con un sentimiento del deber, pero sin optimismo ni
esperanza, otros estaban plenamente convencidos de que la victoria sera nuestra. An
estamos viendo el gesto de rabia y de desesperacin de Francisco Ascaso en la noche del 18
de Julio, cuando se hablaba de que los militares desistiran de salir a la calle. Por nuestra parte
habramos preferido no tener que entablar la lucha desigual a que nos veamos obligados, y de
la cual no podamos esperar otro fin que el de la muerte en la lucha o el fusilamiento
subsiguiente a la derrota. Pero cualquiera que fuese el estado de nimo, tenemos la
satisfaccin de constatar que no hemos visto una sola desercin. Los combatientes de la F. A. I.
ocupaban todos su puesto. Los que no tenan armas, iban detrs de los que las tenan,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

28
esperando que cayesen para tomarlas a su vez. Aparecieron dos o tres fusiles ametralladoras
ligeros. Detrs de los que les manejaban se formaban colas de envidiosos que quizs deseaban
todos en su fuero interno la muerte del camarada privilegiado que poda luchar con un arma de
esa especie. Era conmovedor el espectculo.

Las fuerzas armadas leales se vieron de tal manera alentadas por el ejemplo de nuestros
militantes que cumplieron realmente con su obligacin y lucharon de veras. El enemigo se
propona cortar las comunicaciones de los diversos barrios de la ciudad, enlazar sus fuerzas y
aislar los diversos focos de peligro, conforme a un plan bien meditado.

Las tropas de Pedralbes, las ms nutridas, llegaron a la Plaza de la Universidad, a la plaza de
Catalua, a las Rondas, ocupando los edificios ms slidos, la Universidad, el Hotel Coln, el
edificio de la Telefnica. Durante el trayecto haban sido vivamente tiroteadas, pero no se
detuvieron. Al llegar por la Diagonal al Paseo de Gracia, tuvieron el choque ms violento con
fuerzas de asalto.

En la Plaza de la Universidad un contingente de soldados, fingindose amigos, entraron en
contacto con los grupos all estacionados y repentinamente se descubrieron y tomaron
numerosos prisioneros, entre ellos a Angel Pestaa, a Molina y a muchos otros. La lucha se
volvi de minuto en minuto ms terrible. Se atacaba por todas partes y cada paso de las
columnas rebeldes era contrarrestado con rpidas maniobras de nuestra gente, que apareca
por todas partes y no daba la cara en masa en ninguna. En uno de esos tiroteos furiosos, los
soldados que bajaban por la calle Claris dejaron en medio de la calle varias piezas de artillera
para resguardarse en los portales. En un abrir y cerrar de ojos, algunos elementos populares se
lanzaron sobre las piezas, apuntaron a la columna que avanzaba, sin afirmar los caones, y
dejaron la calle sembrada de anmales muertos y de destrozos. Rendidos los soldados de los
alrededores y desarmados, con varias piezas de artillera en nuestras manos, el efecto moral no
poda tardar en manifestarse.

Sali el regimiento de caballera de Santiago y la barriada de Gracia le oblig a replegarse y a
refugiarse otra vez en sus cuarteles. Los de Sans se encargaron de inutilizar el de Lepanto.

Se disparaba desde iglesias y conventos intensamente y alrededor de ellas se fue
estableciendo un cerco de hierro y de fuego.

El cuartel de artillera ligera de montaa tena la misin de llegar a Capitana general y enlazar
con las tropas de Pedralbes, ocupando la zona portuaria, las estaciones ferroviarias y los
edificios del gobierno de Catalua. Las tropas de los cuarteles de San Andrs no lograron salir a
muchos pasos de sus bases y fueron prontamente cercadas por gestos indescriptibles de
herosmo annimo.

Nuestros camaradas de la Barceloneta, con ayuda de algunas compaas de asalto fueron los
primeros en saborear las alegras del triunfo. A las nueve de la maana el cuartel de su
circunscripcin tuvo que rendirse, vencido en los primeros encuentros. Los fardos de pasta de
papel que haba en los depsitos del puerto se transformaron instantneamente en barricadas
seguras y mviles. Con ese pilar del plan rebelde en nuestras manos, se derrumb una gran
esperanza de la conspiracin. Pronto comenzaron a verse combatientes populares con cascos
de acero de los soldados, con fusiles Mauser y correajes, con ametralladoras a cuestas para
que se les enseara el manejo. A pesar de la violencia del ataque, los primeros encuentros, si
no haban aclarado la situacin, dieron nimo a los que combatan y a los que presenciaban la
lucha.

En las primeras horas estbamos solos, con las fuerzas de asalto que haba distribudo
hbilmente el comandante Vicente Guarner. De nueve a diez de la maana vimos engrosar
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

29
considerablemente las filas de los luchadores del pueblo. Oleadas de obreros de los sindicatos
se unan a los grupos de la F. A. I. que llevaban la iniciativa en toda la ciudad.

Quedaba el enigma de la posicin que adoptara la guardia civil. El general Aranguren se haba
establecido en el Palacio de Gobernacin con el jefe del tercer tercio, coronel Brotons. El
comandante Guarner logr reunir la tropa de los dos tercios existentes en Barcelona delante de
balcones del Palacio de Gobernacin y pudo entonces respirar tranquilo. Se di orden al 19
tercio de atacar la plaza Catalua, donde se haban hecho fuertes los militares. Sin duda
alguna, la guardia civil era un cuerpo frreamente disciplinado.

En oposicin a la accin popular irregular e impetuosa, y a la guardia de asalto, mezclada ya
con el pueblo en perfecta fraternidad, avanzaron las fuerzas del 19 tercio con el coronel
Escobar a la cabeza a cumplir el cometido que se le haba asignado. Desfilaron desplegadas,
con ritmo lento, sin que el tiroteo hubiese hecho perder el paso a un solo hombre.

Nuestra gente flanqueaba esa columna entre desconfiada y recelosa. Sera verdad que iba a
enfrentarse con los militares? La plaza Catalua hormigueaba ya desde las bocas del
subterrneo, desde las calles adyacentes. Se iba a dar el asalto al hotel Coln, a la Telefnica,
y a los otros refugios de los rebeldes. Tom serenamente posiciones la guardia civil, inici un
recio tiroteo y se comenz a or el tronar de las piezas de artillera tomadas poco antes en la
calle Claris. Segaban las ametralladoras de los rebeldes avalanchas de gente del pueblo, pero
al cabo de media hora de lucha, con la plaza cubierta de cadveres, se vieron aparecer
banderas blancas de rendicin en aquellos focos de resistencia. Casi simultneamente se rindi
tambin el Hotel Ritz, otro de los baluartes improvisados de la rebelin.

Alentados por esa gran victoria, que proporcion un regular armamento, con la fiebre del olor de
la polvora, fue tarea fcil la limpieza de la plaza de la Universidad, liberando a los presos que
esperaban all el peor destino.

Para algo valan todos los preparativos orgnicos anteriores, la idea de la lucha moderna.
Mientras unos luchaban en la calle, otros se consagraban a instalar hospitales de sangre para
los heridos y otros corrieron a las fbricas metalrgicas a preparar material de guerra, sobre
todo bombas de mano. A medio da la fiebre popular era ya incontenible; se luchaba en las
Rondas y haban quedado cercados todos los cuarteles. El cuerpo de Intendencia se haba
pasado ntegramente con su jefe, el comandante Sanz Neira, a las fuerzas leales al gobierno.
En el aerdromo del Prat estaba Daz Sandino, que logr tambin imponerse despus de no
pocas alternativas.

Mucho se haba adelantado hacia el medioda; pero no se haba obtenido ni mucho menos la
victoria. En previsin del contraataque y sin grandes recursos para defender nuestro cuartel
general en el Sindicato de la Construccin, almacenamos explosivos en abundancia sacados de
las canteras de Moncada, para volar el edificio antes de caer prisioneros.

Cada barriada o cada ncleo popular importante atenda a un objetivo concreto. Aunque haban
sido desbaratados algunos cuadros, todava quedaba la mayor parte de la guarnicin
disponible.

El Sindicato del Transporte, en las Ramblas, con Ascaso, Durruti y muchos otros compaeros,
estableci el cerco al cuartel de Atarazanas, uno de los centros ms tenaces de la resistencia.
Inmovilizados los otros cuarteles por cercos anlogos, quedaba la posibilidad de operar
seguramente. En las primeras horas de la tarde se dio la consigna de atacar a la misma
capitana general, donde se encontraba el general Goded, jefe militar de la rebelin, que haba
llegado en hidroavin desde Mallorca. No era tarea sencilla. La oficialidad se defenda
bravamente; pero el pueblo que se haba concentrado no quera reconocer obstculos. Se
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

30
haba entablado la lucha y las balas enemigas no eran capaces ya de contener la combatividad
de Barcelona. Hacia Capitana se dirigieron las piezas de la calle Claris, al mando del obrero
portuario Manuel Lecha, antiguo artillero. Cuando el general Goded se di cuenta de los
preparativos, habl por telfono al Palacio de Gobernacin para pedir nada menos al general
Aranguren nuestra rendicin.

El general Aranguren, el coronel Escobar y el coronel Brotons han sido fusilados por Franco.
Sobre el primero se lanzaron algunas injurias respecto de su actitud con Goded. El
comportamiento de Aranguren ha sido de una cortesa quizs fuera de lugar. Cuando Goded
habl a eso de las cuatro de la tarde a Gobernacin para intimar la rendicin, pues, de acuerdo
a sus informes, la jornada le haba sido, favorable, Aranguren respondi sin una sola palabra
subida de tono, respetuosamente.

Mi general, lo siento mucho, pero mis informes son opuestos a los suyos y me dicen que la
rebelin est dominada. Le ruego que haga cesar el fuego, donde an se mantiene, para evitar
ms derramamientos de sangre. Adems pongo en su conocimiento que hemos resuelto darle
a Vd.

Media hora para rendirse; al expirar ese plazo nuestra artillera comenzar a bombardearle.

Goded ha debido responder de mala manera, pero Aranguren, con su vocecita de anciano,
sencillo, sin inmutarse, sin el ms leve asomo de irritacin, comunic nuevamente la orden de
rendimiento con garantas para la vida de los sitiados.

Comenz el ataque al expirar el plazo fijado. Ms de cuarenta disparos de artillera sobre el
slido edificio hacan saber a los sitiados que el pueblo dispona ya de armamento. El fuego
nutrido de fusilera cada vez ms prximo no poda dejar lugar a dudas. Capitana estaba
totalmente aislada y en peligro de ser asaltada por los sitiadores. Aparece una bandera blanca.
Desde Gobernacin se comunica al general Goded que ir a hacerse cargo de los prisioneros
un oficial leal del ejrcito, el comandante Sanz Neira. Al acercarse este, habindose suspendido
el fuego por nuestra parte, las ametralladoras emplazadas en Capitana volvieron a tronar
furiosamente. No hubo ms remedio que reiniciar la lucha y disponerse al asalto. Estaban a
punto de caer las puertas de acceso cuando nuevamente apareci la bandera blanca.
Traicionados una vez, los sitiadores, entre los cuales se vea al comandante de artillera Prez
Farraz, entraron a viva fuerza en el Palacio y tomaron prisioneros a sus ocupantes. Hubo que
realizar verdaderos esfuerzos para defender al general Goded contra la muchedumbre. No
habran sido necesarios de haber atendido la invitacin del general Aranguren y a no haber
disparado despus de haber sacado bandera de rendicin.

El general rebelde fue llevado a la Generalidad en calidad de prisionero, los otros oficiales que
le acompaaban, fueron internados en otras prisiones, especialmente a bordo de barcos surtos
en el Puerto. El general Llano de la Encomienda, que se encontraba prisionero en Capitana,
result herido por equivocacin y qued en los departamentos privados del Palacio hasta que
se repuso y luego ocupamos nosotros el edificio en nombre del ejrcito del pueblo, las milicias.

Se ha acusado a Goded de cobarda por haber comprobado desde la emisora de la
Generalidad que la partida estaba perdida y que quedaban libres de todo compromiso los que
se haban complotado para acatar sus rdenes. No era Goded hombre para comportarse
cobardemente. Lo hemos visto siempre sereno y consciente de su destino y le hemos visto
avanzar a la muerte con una entereza viril que impona respeto. Ha disfrutado el general
vencido por nosotros de todas las consideraciones que mereca; por qu no habra de
merecerlas tambin el general Aranguren, que trat al compaero derrotado con una cortesa y
una caballerosidad intachables?

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

31
La rendicin de Goded produjo su efecto, naturalmente. En unos por desmoralizacin, en otros
por el doble aliento recibido. Continu el tiroteo a los focos de resistencia todo el da y el cerco
se hizo ms sofocante durante la noche. Los cuarteles de San Andres fueron tomados por
asalto y lo mismo ocurri con el Parque de Artillera, a la madrugada del 20. A la entrada en los
cuarteles de San Andres se tropezaba con abundantes botellas de vinos finos con los cuales se
haba procurado infundir valor a los soldados engaados. Un espectculo singular lo dio el
convento de los carmelitas, desde donde se hizo largo tiempo fuego de ametralladoras por
oficiales y monjes. Se rindieron al fin y se vi a uno de los religiosos arrojar a la muchedumbre
que rodeaba el convento monedas de oro para aplacarla y ver si de esa manera era posible una
fuga. Pero no se compraba al pueblo del 19 de Julio con monedas de oro!

La entrada en la mayora de los cuarteles proporcion abundantisimo armamento, en especial
fusilera, aunque los militares haban tenido la precaucin de esconder los cerrojos de ms de
veinte mil fusiles que haba en el Parque.

Fueron licenciados, como primera providencia, los soldados vencidos y hechos prisioneros los
oficiales.

El da 20 de Julio solamente nos quedaba en Barcelona el cuartel de Atarazanas, pero no poda
quedar sin decisin la lucha por mucho tiempo. Defendan los sitiados su vida y su posicin con
bravura, pero los combatientes del pueblo aumentaban su decisin de vencer. Daz Sandino
hizo intervenir algunos de sus aviones disponibles para bombardear el cuartel. Tenamos ya las
bateras de costa y las piezas de artillera de la guarnicin de la ciudad. La fortaleza sera
arrasada de prolongarse la resistencia. Pero no se adverta ninguna seal de rendicin. En esto,
Francisco Ascaso, que disparaba un fusil certeramente detrs de un obstculo, recibi un tiro en
la cabeza y qued muerto instantneamente. Corri la noticia como un reguero de polvora y
enardeci a los sitiadores para el asalto final. Se di ste con empuje incontenible y nuestra
gente entr en el cuartel como una tromba. Uno de los primeros, si no el primero, fu Durruti.

Barcelona qued totalmente en manos de los combatientes de la F. A. I. y particularmente los
cuarteles, que conservamos hasta que se resolvi despus entregar algunos de ellos a los
partidos y organizaciones que deseaban organizar milicias para la guerra iniciada contra las
fuerzas fascistas.

Tuvimos prdidas sensibles, naturalmente, y algunas de ellas han tenido gran influencia en el
desarrollo ulterior de los sucesos. Muchos de los hombres que haban probado su temple en
aos y aos de lucha y de sacrificios, contribuyeron con su sangre y su vida a la gran victoria. Y
aparecieron en nuestras filas, en cambio, gentes que no siempre podan compararse a los
cados, aunque dijesen enarbolar la misma bandera.

No obstante los rudos golpes sufridos, no podamos sustraernos a la honda satisfaccin por el
triunfo obtenido, aunque comprendamos la grave responsabilidad que caera en lo sucesivo
sobre nosotros.

La crcel de Barcelona, repleta de compaeros nuestros, fue abierta y los presos pasaron a
engrosar las huestes combatientes.

Barcelona celebr con jbilo nunca visto el magno acontecimiento. Espectculos como el del 20
de julio, despus de la cada de Atarazanas, se ven pocas veces en la vida de una generacin,
y los registra raramente la historia.

Con qu sinceridad se fraternizaba! No haba partidos, no haba organizaciones, aun cuando
se circulaba bajo la insignia roja y negra de los vencedores. Haba solamente un pueblo en la
calle! Un pueblo con un slo pensamiento, con una sola voluntad, con un slo brazo. Cuando se
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

32

ha llegado a ese ideal, se siente como una cada vertical, como una catstrofe irreparable todo
lo que tiende, por el mecanismo de los partidos, de los programas, a hacer de un pueblo otra
vez un conglomerado de ncleos hostiles.

No hay programa de organizacin, no hay declaracin de principios y de partido, no hay teora
superior a la del 20 de Julio!

Barcelona se convirti en un pueblo armado orgulloso de su victoria y consciente del poder
adquirido.

Los focos aparentemente neutrales de la regin, aunque en el fondo enemigos, como la
guarnicin de Tarragona, el regimiento de ametralladoras de Matar, etc. etc., se rindieron sin
resistencia. Catalua haba sido libertada. Qu ocurra en el resto de Espaa?

Luch bravamente el pueblo de Madrid tambin, como en 1808, como en muchas otras
ocasiones en el siglo XIX, habindose centralizado la resistencia enemiga en el Cuartel de la
Montaa. En Levante apareci un intento de Martnez Barrios para constituir nuevo Gobierno
ofreciendo alguna carteras a los generales facciosos. La guarnicin quera aparecer neutral,
hasta ver el desenlace de la lucha.

La rebelin dominaba Marruecos, las islas Canarias, las Beleares, Andalucia, Navarra, Castilla
la Vieja, Galicia, Len y Oviedo, esta ltima ciudad gracias a la estpida creencia de los
socialistas asturianos en la lealtad de Aranda. Vizcaya, Catalua, el Centro, Levante y parte de
Extremadura, casi toda Asturias, parte de Len, estaban en manos nuestras. Habamos
triunfado? El mapa de la pennsula nos deca que todava faltaba mucho para ello. Nos alarm
sobre todo la rpida comprobacin de que las principales factoras de armas y municiones
estaban en manos del enemigo. Y nos alarm la euforia excesiva de muchos llamados
dirigentes, que no queran darse cuenta de que las primeras jornadas, por brillantes que fuesen,
todava no significaban la victoria. Habra podido quedar asegurada en casi toda Espaa y
haber debilitado las posibilidades de reorganizacin de los militares rebeldes si los hombres de
la Repblica hubiesen tenido un poco mas de capacidad y un poco mas de ligazn espiritual
con el pueblo. La mayor parte de la flota estaba con nosotros; la aviacin propiamente no
contaba por la exigidad de los aparatos de que disponamos.

Liquidada la revuelta en Catalua, el presidente de la Generalidad, Luis Companys, nos llam a
conferencia para saber cules eran nuestros propsitos. Llegamos a la sede del gobierno
cataln con las armas en la mano, sin dormir haca varios das, sin afeitar, dando por la
apariencia realidad a la leyenda que se haba tejido sobre nosotros. Algunos de los miembros
del gobierno de la regin autnoma temblaban plidos mientras se celebraba la entrevista, a la
que faltaba Ascaso. El palacio de Gobierno fue invadido por la escolta de combatientes que nos
haba acompaado.

Nos felicit Companys por la victoria. Podamos ser nicos, imponer nuestra voluntad absoluta,
declarar caduca la Generalidad e instituir en su lugar el verdadero poder del pueblo; pero
nosotros no creamos en la dictadura cuando se ejerca contra nosotros y no la deseabamos
cuando la podamos ejercer nosotros en dao de los dems. La Generalidad quedara en su
puesto con el presidente Companys a la cabeza y las fuerzas populares se organizaran en
milicias para continuar la lucha por la liberacin de Espaa. As surgi el Comit Central de
Milicias Antifascistas de Catalua, donde dimos entrada a todos los sectores polticos liberales y
obreros
12
.

12
En el primer aniversario de las jornadas de julio apareci un volumen recopilando trabajos que dan una impresin
de la lucha en diversas ciudades y regiones de Espaa: De Julio a Julio. Ediciones Tierra y Libertad, Barcelona,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

33

Se ha hecho excesivo escndalo por la quema de iglesias y conventos. La duquesa de Atholl
informa aristocrticamente que ha sido obra nuestra o de agentes enemigos infiltrados en
nuestras filas. Y pone de manifiesto que, en cambio, los comunistas no han hecho nada de eso
y han propiciado el respeto a los templos. De dnde ha sacado semejantes patraas?

Nosotros tenamos algo ms importante que hacer y que pensar que en la quema de iglesias y
conventos. Mientras Gil Robles denunciaba en el Parlamento incendios de iglesias en el perodo
que media entre el 16 de febrero y el mes de julio, ha sealado, un solo caso de Catalua,
donde nuestro predominio era bien conocido de todos? No hemos impedido que las iglesias y
conventos fuesen atacados como represalia por la resistencia hecha desde ellos por el ejrcito
y los siervos de Dios. En todos encontramos armamento o hemos forzado la rendicin de las
fuerzas parapetadas en ellos. El pueblo, por propia iniciativa, tom sus venganzas bien
comprensibles. Pero lo hizo tratando de salvaguardar las obras de arte, las bibliotecas, los
tesoros y ornamentos de valor. Ni la C. N. T. ni la F. A. I. dieron aliento a esa accin estril, de
mera revancha. Lo decimos porque esta es la verdad, y si no hubisemos procedido as,
tampoco habra sido un delito como para arrepentirnos.

Recordamos unas palabras de Mariano de Larra en su folleto "De 1830 a 1836", publicado en
Pars, refirindose precisamente a excesos populares semejantes: "Tales escenas de incendio
y carnicera podrn ser terribles, pero su explicacin es justa y sencilla.

Es fuerza no olvidar que los conventos no podan menos de ser mirados en Espaa como otros
tantos focos naturales de la guerra civil, y los frailes como sus tesoreros. La guerra civil es la
llaga ms dolorosa de la pennsula, y la que est al alcance de todo el mundo; de aqu el
desencadenamiento general del pas contra los conventos y sus habitantes: herirles es herir a la
faccin y a don Carlos, y por ah se empieza, porque ah esta el peligro, y la sociedad acude
siempre a lo ms urgente. Las consecuencias podrn ser sangrientas, pero confesemos al
menos que siempre es consolador pensar que si se examinan las cosas a fondo, esas escenas
mortferas no son, como se quiere suponer, efectos de feroces caprichos y de un instinto ciego
y desordenado, sino la consecuencia llevada al extremo solamente del derecho de defensa que
tiene toda sociedad al verse acometida, y la exageracin indispensable en tales momentos del
sentimiento de conservacin de cada individuo que la compone...

Sobre la significacin de la iglesia en Espaa y su alianza permanente con la tirana, nada ms
definitivo que los juicos del conde de Montalambert, catlico militante francs, cuyo libro sobre
nuestro pas merecera ser reeditado.

Bstennos estas cifras del poder eclesistico de Espaa y sus dominios en 1580 (reinado de
FelipeII):

Arzobispos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Obispados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 684
Abadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11.400
Captulos eclesisticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 936
Parroquias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127.000
Conventos de frailes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46.000
Conventos de monjas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13.000
Hermandades y cofradas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23.000
Clrigos seculares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 312.000
Diconos y subdiconos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200.000
Clero regular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 400.000


1937. De esa recopilacin hecha a iniciativa de "Fragua Social" de Valencia, fue extrado el folleto Como se enfrent
al fascismo en toda Espaa, Buenos Aires, julio de 1938.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Pasaba el personal eclesistico, con sus servidores, sacristanes, santero, etc. de 1.500.000
personas, es decir un individuo por cada 45 habitantes.

El aumento o disminucin de las personas consagradas a la Iglesia catlica en Espaa ha
tenido el siguiente movimiento:

Poblacin Clero secular Frailes Monjas Ao
7.500.000 168.000 90.000 38.000 1700
9.300.000 143.800 62.000 36.000 1768
10.300.000 134.500 56.000 34.000 1797
13.300.000 75.784 37.363 23.552 1826
13.500.000 65.000 31.000 22.000 1835

Las rentas eclesisticas han consumido la parte de len del producto del trabajo del pueblo. Sus
propiedades y empresas y privilegios eran causa principal del atraso de Espaa. Su alianza
permanente con todas las causas del absolutismo sealaron a la iglesia como un enemigo
pblico nmero I. Era cuestin de vida o muerte para el pas el cercenamiento del poder y de la
riqueza de la iglesia.

Olozaga y Cortina destruyeron por decisin gubernativa en 1834, gran cantidad de conventos
de Madrid. Todava quedaba, sin embargo, en 1835, setenta y dos. Se hablaba de un pueblo
fanticamente catlico, y sin embargo acudieron a los derribos de conventos muchos ms
brazos de los necesarios y los responsables ministeriales de esas medidas, como Olozaga,
podan presenciar entre el pblico, aplaudidos, la obra de saneamiento emprendida.

Pocas veces se tom desde el gobierno, como en tiempos de Mendizabal, la iniciativa de una
restriccin del poder y de la riqueza eclesisticos. Generalmente ha sido el pueblo mismo el que
tuvo que acudir a la accin directa para librarse del peso aplastante de la explotacin inhumana
en nombre de la religin. En ningn pas del mundo se han quemado tantas iglesias y
conventos como en Espaa, y eso en todas las pocas. La resurreccin de Espaa ha
tropezado siempre con la negra barrera del clericalismo. Los incendios de Julio de 1936 entran
perfectamente en la tradicin del pueblo que busca la destruccin de los smbolos de su miseria
y de su esclavitud. No hace falta que una organizacin o un partido asuman la responsabilidad
de esos hechos; el nico autor e inspirador es el instinto del pueblo mismo.

Respondemos de que ni oficial ni oficiosamente ha salido de las organizaciones libertarias de
Catalua la idea de la quema de iglesias y conventos; pero estaramos por asegurar que
tampoco ha partido la iniciativa de los otros movimientos y partidos.




EL COMIT CENTRAL DE MILICIAS DE CATALUA

Expediciones hacia Aragn. Calumnia, que algo queda. La
colaboracin poltica y revolucionaria.


HENOS aqu triunfantes sobre la militarada. No hemos sabido nunca a qu precio de muertos y
heridos. En aquellas jornadas no se meda la magnitud del sacrificio; lo que importaba era el
triunfo. Lo habamos obtenido y los que tuvimos la suerte de quedar en pie, no tenamos tiempo
ni siquiera para llorar a los muertos, entre los cuales estaban los amigos, los hermanos ms
ntimos y los colaboradores ms eficaces de viejas contiendas. Resultado de aquella victoria fue
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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una euforia popular raramente vista. Haba pasado todo el poder a la calle, el poder moral por la
parte esencialsima cumplida por los luchadores del pueblo en los sangrientos combates, y el
poder material, de la fuerza, de las armas. Los cuerpos coercitivos del viejo Estado haban
quedado fundidos en la masa popular; por lo dems su fuerza no poda tampoco ser ya
contrapeso en el renacimiento de Espaa a sus destinos. En esas primeras semanas
posteriores al 20 de Julio ni siquiera los partidos y organizaciones controlaban a sus afiliados.
Se haba constituido de repente algo superior a los partidos y tendencias; se haba formado un
pueblo y ese pueblo senta y obraba como tal. No era el momento de renunciar a todo
partidismo para sumarse a ese pueblo, cada cual con sus fuerzas y sus iniciativas, su
inteligencia o su herosmo? Llegar un da en que ser preciso resumir las lecciones de la
experiencia de nuestra revolucin; entonces no podr menos de calificarse con dureza la
escisin del pueblo del 20 de Julio en fracciones rivales, en conglomerados hostiles, en
banderines de faccin.

No nos acusamos de haber hecho nada en ese sentido; despus de la victoria nos pareca
pequeo, todo el viejo tinglado partidista, nos pareca estrecho hasta el propio organismo a que
pertenecamos y al cual se deba la victoria; el nico cuadro que nos pareca a la altura del
momento era el pueblo, ese pueblo embriagado por el triunfo, pero capaz ya de todos los
sacrificios, de todas las decisiones y sobre todo capaz de construir el nuevo mundo a que
aspirbamos. La Espaa eterna se haba levantado de su esclavitud secular y se haca
presente con las cadenas rotas. Para llegar hasta all haban sido necesarios partidos y
organizaciones, doctrinas, programas; ahora no haca falta ms que llevar cada cual lo que
tuviese al pueblo, empuando las armas o trabajando en las fbricas, investigando en los
laboratorios o cultivando la tierra.

Se nos comunicaba que algunas bandas pertenecientes a la rebelin derrotada seguan
cometiendo desmanes bajo disfraces diversos, que haba habido descargas alevosas sobre
grupos de milicianos, que circulaban coches fantasmas. Nada de eso pudimos comprobar.
Habiendo pasado el armamento a manos del pueblo, quedaba absolutamente descartado por
muchos meses todo intento de reorganizacin de las fuerzas enemigas. Pero una gran ciudad
como Barcelona alberga siempre elementos que no son capaces de fundirse en la gran
comunin popular. La ruptura de tantas barreras y la subversin de tantos valores haban
producido un desborde de las grandes masas, desborde con el que comenzaban ya a hacer su
agosto los demagogos irresponsables, pero eso no poda inquietarnos mientras esas grandes
masas pertenecan al pueblo laborioso, de un sentido moral y de una conciencia de su
responsabilidad siempre alerta.

Desde 1808-1814 el pueblo espaol no haba vuelto a tener en sus manos la iniciativa, reducida
entonces a la lucha contra las huestes de Napolen. Era justo que vibrase de jbilo, que se
sintiera feliz en la aurora gloriosa de la tierra de promisin. Pero no todo era poblacin laboriosa
que escuchara el primer llamado que se hiciese a su razn y a su sentimiento; haba estratos
que no comprendan la grandeza de la hora y temamos que la victoria que nos haba costado
tanto fuera mancillada por inconscientes o por malvados.

Se constituy el Comit de Milicias Antifascistas cuando todava no se haba disipado el humo
de la plvora, expresin autntica del triunfo popular. Por voluntad nuestra, sobre todo, entraron
en ese Comit representaciones de todas las fuerzas polticas y sindicales antifascistas, ms
con el propsito de que se fusionaran en una sola voluntad que para que, al calor de la
representacin, se dedicasen a reivindicar intereses partidistas. Qued sin representacin
directa el "Estat Catal", considerando que la Esquerra de Catalua y el Gobierno de la
Generalidad tenan calidad suficiente para representar a la regin autnoma, como tal.

Dimos a la U. G. T. catalana, no obstante la exigidad de sus fuerzas, la misma representacin
que a la C. N. T., mayoritaria, lo que produjo asombro incluso entre los delegados de la
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

36
organizacin obrera rival, que no esperaban ese gesto. Hemos puesto as de manifiesto que
queramos colaborar como hermanos y que desebamos que en el resto de Espaa, y en las
regiones donde fusemos minora eventual, se nos tratase con la misma consideracin y
respeto que nosotros tratbamos a todos los que haban cooperado ms o menos a la victoria.

En la primera reunin despachamos algunas delegaciones a cerciorarse del estado de la regin
en direccin a Zaragoza y a buscar informes sobre las posiciones del enemigo, y como
circulase con insistencia el rumor de una columna organizada al otro lado del Ebro para atacar a
Barcelona, dimos la orden de minar todos los puentes de carreteras y ferrocarriles para impedir
el avance de columnas motorizadas. Las delegaciones, que podan caer de improviso en focos
enemigos, no llevaban ninguna documentacin, lo cual puede haberles salvado la vida no
obstante fue muerto uno de los emisarios, pero se les retuvo prisioneros por sospechosos.

Sin esperar los informes, resolvimos perder el menor tiempo posible. El Comit de Milicias fue
reconocido como el nico poder efectivo de Catalua. El gobierno de la Generalidad sigui
existiendo y mereciendo nuestro respeto, pero el pueblo no obedeca mas que al poder que se
haba constituido por virtud de la victoria y de la revolucin, porque la victoria del pueblo era la
revolucin econmica y social. Iniciamos all una colaboracin de tendencias y sectores que se
desconocan la vspera y que, luego, en el contacto cotidiano y en el esfuerzo comn, han
podido revelarse en su verdadero carcter.

Aun cuando las aristas eran bastante disimuladas, si algn momento pudimos dudar de la
bondad del camino emprendido, fue por la conducta, nunca leal, que manifestaban poco a poco
y con timidez en los primeros meses, los representantes del comunismo moscovita. Con las
fuerzas republicanas y liberales hemos podido mantener siempre una vinculacin cordial y
amistosa que no nos ha hecho arrepentir del contacto establecido.

Nuestra primera declaracin publicada fue un Bando a la poblacin, con indicaciones sobre la
conducta a seguir. Deca as:

"Constituido el Comit de Milicias Antifascistas de Catalua de acuerdo con el decreto
publicado por el Gobierno de la Generalidad en el "Boletn oficial" de hoy, ha tomado los
siguientes acuerdos, cuyo cumplimiento es obligatorio para todos los ciudadanos:

1. Se establece un orden revolucionario para el mantenimiento del cual se comprometen todas
las organizaciones integrantes del Comit.

2. Para el control y la vigilancia, el Comit ha nombrado los equipos necesarios para hacer
cumplir rigurosamente todas las rdenes que de ste emanen. Con tal motivo los equipos
llevarn la credencial correspondiente, que atestiguar su personalidad.

3. Estos equipos sern los nicos acreditados por el Comit. Todo aqul que acte al margen
ser considerado faccioso y sufrir las sanciones que el Comit determine.

4. Los equipos nocturnos sern rigurosos contra los que alteren el orden revolucionario.

5. Desde la una a las cinco de la madrugada la circulacin quedar limitada a los siguientes
elementos:

a) A todos los que acrediten pertenecer a cualquiera de las organizaciones que constituyen
el Comit de Milicias.

b) A las personas que vayan acompaadas por alguno de estos elementos y que acrediten
su solvencia moral.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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c) A los que justifiquen el caso de fuerza mayor que les obliga a salir.

6. A fin de reclutar elementos para las Milicias Antifascistas, las organizaciones que
constituyen el Comit quedan autorizadas para abrir los correspondientes centros de
alistamiento y de adiestramiento. Las condiciones de este reclutamiento sern detalladas en
un Reglamento interior.

7. El Comit espera que, dada la necesidad de constituir un orden revolucionario para hacer
frente a los ncleos fascistas, no tendr necesidad, para hacerse obedecer, de recurrir a
medidas disciplinarias".

Y firmaban, en nombre de la Esquerra, de los Partidos de Accin republicana y de Izquierda
republicana, de la Unin de Rabasaires, de los partidos marxistas, -el staliniano y el ms o
menos trotzkista-, de la C. N. T. (Durruti, Garca Oliver y Asens), de la F. A. I. (Santilln y
Aurelio Fernndez), los delegados titurales.

Se hizo una primera divisin del trabajo: una secretara general de carcter administrativo, a
cargo de Jaime Miravitlles, una seccin de organizacin de milicias, subdividida en milicias de
Barcelona (a nuestro cargo) y en milicias de comarcas subdivisin que luego se evidenci
impracticable quedando unificada esa labor en nuestro departamento; una seccin de
operaciones (a cargo de Garca Oliver), un departamento de investigacin y de vigilancia (a
cargo de Aurelio Fernndez, Jos Asens, Rafael Vidiella y Toms Fbregas), un departamento
de abastecimientos (a cargo de Jos Torrents), y otro de transportes.

Dependientes de cada jefatura general se crearon otras secciones, por ejemplo una de
estadstica, que dependa de la secretara general; acuartelamiento y municionamiento,
dependientes de la jefatura de milicias; censura y radiodifusin, cartografa, escuela de guerra y
escuela de transmisiones y seales, dependientes del departamento de guerra y operaciones,
etc.

La tarea principal y ms abrumadora recay, naturalmente, sobre nosotros como
representantes de la parte ms numerosa y activa del proletariado de Catalua. Asumimos los
cargos de mayor responsabilidad, pero tambin aquellos en que el agotamiento fsico por el
esfuerzo enorme tena que amenazarnos ms pronto. Ms de veinte horas diarias de tensin
nerviosa incesante, resolviendo millares de problemas cada da, atendiendo a multitudes que se
agolpaban con las exigencias ms variadas en torno a nuestras oficinas eran ambiente poco
propicio a una meditacin serena.

Procuramos normalizar la vida de la gran ciudad en un plazo extraordinariamente breve y hacer
comprender que no se poda aprovechar para fines particulares la situacin creada despus del
aplastamiento de la rebelin ni tomar venganzas privadas, por justificadas que fueran, ni
derrochar las existencias de vveres sin atender urgentemente a reponer los depsitos.
Indudablemente algunos excesos fueron inevitables; explosin de tantas iras concentradas y la
ruptura de cadenas que parecan irrompibles no podan ocurrir sin consecuencias. Para atender
a los combatientes se haban improvisado algunos comedores el 19 y 20 de Julio, requisando
los alimentos; despus de la lucha seguan en pie esos comedores, bajo los auspicios de todos
los partidos y organizaciones. Los cuarteles mismos se haban convertido en hoteles populares
donde se daba comida gratuita a los milicianos improvisados que hacan guardia en controles,
barricadas, etc. Con no pocos esfuerzos logramos cerrar los comedores populares gratuitos,
desalojar los cuarteles, levantar las barricadas y reanudar el trabajo en las fbricas y en los
transportes. Ocho das despus del levantamiento, Barcelona no ofreca ms espectculo
nuevo que el de los uniformes de milicianos y el de las patrullas y controles armados de fusil.
Fue por iniciativa nuestra que se comenz a cultivar toda la tierra disponible, aun en plena
ciudad. Y los grupos que salan los primeros das a buscar vveres por los pueblos campesinos,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

38

hubieron de establecer un sistema de intercambio, llevando los productos industriales de que
disponan en pago de lo que reciban de los trabajadores de la tierra.

Hicimos advertencias serias con vistas a reprimir, todo exceso, y por si llegaba a creerse que
esas advertencias no alcanzaban a todos, fusilamos a algunos compaeros y amigos nuestro
que se haban extralimitado. As cay J. Gardees, al cual no salv el arrepentimiento de los
hechos de que se confes lealmente autor, sabiendo que habamos declarado que no los
consentiramos; as cay tambin el presidente de uno de los ms grandes Sindicatos de
Barcelona, el de la Alimentacin, a quien se acusaba de haber incitado a una venganza
particular y al que no vali de nada su condicin de antiguo y probado militante
13
.

La F. A. I. y la C. N. T. obraban as hasta con los propios afiliados y compaeros y con eso
advertan que la revolucin no poda ser deshonrada y daban fuerza al Comit de Milicias para
obrar con el mismo criterio de rigor en defensa del orden revolucionario. Hemos intervenido en
millares de casos delicados y solamente nos bastaba aludir a la justicia pronta contra los que
atentaban al orden revolucionario establecido para calmar las impaciencias y dominar los
instintos ancestrales que pugnaban por salir a flote.

Y hemos de dejar constancia que raramente nos encontrbamos con miembros de nuestras
organizaciones incursos en los hechos punibles en cuya represin habamos de intervenir. Se
reciban millares de denuncias y los organismos coactivos que habamos creado tenan que
comprobarlas, y as fueron detenidas y puestas a disposicin de los tribunales populares
muchas personas de antecedentes dudosos.

Pero bastaba la ms mnima defensa, la menor garanta para recuperar la libertad. Y en los
casos de persecucin y de abusos contra gentes del antiguo rgimen, muy raramente hemos
encontrado en los promotores a compaeros nuestros.

Desde el veinte de Julio tuvimos guardias improvisadas en Bancos, cajas de socorros, casas de
empeo, etc. y evitamos muchsimos hechos de represalia o de venganza. Pero una convulsin
de tal hondura lo haba removido todo y haba puesto en libertad fuerzas primarias que carecan
del autodominio que tienen los revolucionarios conscientes, de cierto nivel de cultura, de una
slida moral y de una conciencia clara de los objetivos perseguidos y de los medios
conducentes a esos objetivos.

No conocamos la verdadera situacin del enemigo, pero era posible que intentase atacarnos,
ya que se haba hecho fuerte en Aragn y en Navarra. Los republicanos antipopulares como
Martnez Barrios se esforzaban por crear un Gobierno en Valencia y en mantener la guarnicin
de aquella ciudad en sus cuarteles sosteniendo que era leal. Nosotros no tenamos ninguna
garanta de ello y un ataque de improviso sobre Catalua y una adhesin activa a la rebelin
por parte de las tropas de Valencia poda significar una catstrofe.

Tuvimos que amenazar con el envo de columnas de milicianos a Valencia si la antigua
guarnicin no era desarmada, y en cuanto a la amenaza por parte de Mola y de Cabanellas,
resolvimos adelantarnos y declarar la guerra a los facciosos en sus reductos para vengarnos de
la matanza de obreros revolucionarios y de hombres de izquierda, republicanos y socialistas,
que haban hecho en Zaragoza y en todas las comarcas de la Rioja.


13
Quizs hubo exceso de rigor en la Federacin local de Barcelona. La verdad es esta: ese camarada, de Velilla del
Ebro, haba sido denunciado aos antes por sus ideas y sus actividades, por un matrimonio de su pueblo y haba
sufrido torturas, persecuciones y prisiones sin fin. Cuando estall el movimiento del 19 de julio encontr a ese
matrimonio en Barcelona y juzg que no poda menos de vengarse. Ese matrimonio llevaba ya el carnet de la C. N.
T.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

39
Fijamos una fecha y una hora, el 24 de Julio a las diez de la maana. El punto de concentracin
era el Paseo de Gracia. Durruti y Prez Farraz, como jefe poltico uno y jefe militar el otro,
saldran al frente de la primera expedicin. Habamos calculado necesarios para entrar en
Zaragoza unos doce mil hombres.

Unas horas antes no hubiramos sabido asegurar de donde iban a salir los milicianos, ni las
armas, ni los medios de transporte; pero la columna sali en direccin a Zaragoza el da y a la
hora fijados. Mientras comenzaban a concentrarse los milicianos llamamos a algunos oficiales y
sub-oficiales que se haban distinguido el 19 de Julio, a nuestro lado o que eran conocidos por
su conducta antes de esa fecha. Encontramos restos del Regimiento de Alcantara en los
cuarteles del Parque y a nuestro requirimiento, se ofrecieron voluntarios, con el comandante
Salavera a la cabeza, para integrar la expedicin con algunas ametralladoras y morteros. Fue la
nica fuerza organizada que desfil aqul da entre aclamaciones entusiastas por las calles de
Barcelona.

No obstante la fiebre general, la columna Durruti y Prez Farraz no lleg ni con mucho a la cifra
proyectada. Fue ya un principio de incomprensin. La guerra deba absorberlo todo hombres,
armas, trabajo, pensamiento, vida, todo. Se crey que la primera columna expedicionaria tena
exceso de combatientes y que su tarea no encontrara obstculos. Los tres mil milicianos
voluntarios que salieron lo hicieron con una alegra, un orgullo y un espritu inenarrables.

Alguien que no puede figurar entre los vencedores de Julio ha calificado de tribus que
asaltaban camiones a esos primeros guerrilleros alegres que lo iban a sacrificar todo para
asegurar a Espaa y al mundo un porvenir mejor, el porvenir que otros de los suyos haban
comenzado a perfilar en las fabricas, en las tierras, en las minas, en las escuelas. Felizmente
para Catalua y para Castilla, esas tribus asaltantes de camiones se multiplicaron y, en lugar de
esperar que el fascismo atacase al pueblo libre, buscando las mejores posiciones estratgicas,
le obligaron a parapetarse al otro lado del Ebro.

En pocos das se inscribieron ms de ciento cincuenta mil voluntarios para luchar donde fuera
preciso contra la rebelin militar. Y para organizar medianamente esa masa ingente no
contbamos con ningn vestigio del viejo ejrcito. Nosotros mismos habamos sido
antimilitaristas consecuentes toda la vida y enemigos irreductibles de la guerra. Entramos por
primera vez en un cuartel cuando se rindieron sus defensores, smbolos de un pasado que
desebamos muerto para siempre. Pero la fuerza de voluntad y la buena disposicin de la
gente del pueblo fueron tales que movilizamos tantos hombres como fusiles pudimos encontrar
para darles y los enviamos al frente estructurados por centurias, una especie de compaa gil
a cuyo frente procurbamos poner hombres de cierta autoridad moral. Despus de la primera
columna que estableci su cuartel general en Bujaraloz, envamos otra al Sur Ebro,
estableciendo su cuartel general en Caspe; sali otra para Tardienta, otras dos para Huesca,
etc.

A los dos meses tenamos formado en tierras de Aragn un frente de ms de trescientos
kilmetros, con treinta mil milicianos armados, dependientes de varias columnas, que realizaron
operaciones con buen xito, capturaron material y prisioneros al enemigo y no dieron un paso
atrs. Los nicos triunfos de consideracin antes de Guadalajara fueron los del frente aragons,
formado y sostenido por nosotros. Simultneamente sostenamos las expediciones a Mallorca,
las que salieron con el capitn Bayo y las que fueron con Juan Yague, el obrero martimo,
organizador de la columna Roja y Negra. Esas operaciones de Mallorca desembarcando en las
islas y presionando al enemigo en direccin a Palma, impedan la consolidacin del triunfo en
las Baleares y evitaban que la ayuda italiana hiciese de ellas una base naval y area contra la
Pennsula.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

40
Lleg a Barcelona en los primeros das que siguieron a la victoria de Julio, el coronel navarro
Jimnez de la Beraza, que haba logrado pasar la frontera hacia Francia a tiempo para no caer
en manos de los raquets y de las fuerzas de Mola. Se le pregunt qu opinin le mereca todo
lo que se haca y respondi con una perspicacia nica:

Militarmente esto es el caos, pero es un caos que funciona. No lo perturbis!

Y se puso a nuestro lado, junto a los escasos militares profesionales que nos ayudaban, con su
consejo y su apoyo, organizando las bateras disponibles para el frente, buscando oficiales
leales para ellas. No todos los militares han tenido la misma intuicin. Los estatlatras de los
diversos partidos y los deslumbrados por las fantasas cinematogrficas sobre el ejrcito rojo
ruso, trabajando por todos los medios contra la obra del pueblo y el "caos" se convirti, gracias
a los rusos que llegaron a los tres o cuatro meses, en "orden", al menos desde la "Gaceta", y el
orden en derrota.

Desde que las milicias se transformaron en "ejrcito", en ejrcito sin cuadros de mando y sin el
espritu que se haba quebrantado en las jornadas de Julio, no hemos vuelto a tener ms que
desastres. Los nuevos dirigentes de la guerra no estaban en condiciones, o lo estaban
demasiado, de comprender que no se poda luchar simultneamente contra la rebelin militar y
contra el pueblo. Emprendieron la lucha simultneamente y perdieron primero al pueblo y luego
la causa que queran defender.

Aunque no contase con nuestra aprobacin, se fueron constituyendo dentro de las milicias, que
deban ser una sola y nica manifestacin del pueblo en armas, las secciones de partido y
organizacin. Y fueron las tendencias marxistas, -stalinistas y llamadas trotzkistas-, las que
primero escindieron al pueblo antifascista para ponerlo bajo sus consignas de partido. Una
columna apareci en el frente con el nombre de Carlos Marx. Que tena que ver Marx con
nuestra epopeya? Nosotros bautizamos una columna que sali hacia Huesca con el nombre de
Francisco Ascaso, el hroe de las jornadas de Barcelona, muerto ante el cuartel de Atarazanas,
pero no con un propsito partidista, sino simplemente para honrar el herosmo y la revolucin.
Los catalanes tuvieron su columna Macas-Companys, los federales hicieron sus secciones
dentro de las columnas organizadas por el Comit de Milicias, los trotzkistas tuvieron sus
milicias propias. En el frente no todo era armona entre todas esas fuerzas de partido.
Indudablemente haba que evitar ese exceso de partidismo. La nica columna organizada por la
C. N. T. y la F. A. I. fue una que propuso y llev al frente Garca Oliver, Los Aguiluchos. Todas
las dems se deban a la organizacin del Comit de Milicias y

Respondan a su autoridad, a la que, por lo dems, tambin se sometieron Los Aguiluchos.

Se habl mucho de los anarquistas en el frente como de modelos de indisciplina, de desorden.
Hemos de hacer constar que las fuerzas mejor organizadas y ms disciplinadas fueron siempre
las libertarias y, en el perodo que nosotros estuvimos al frente de las milicias, las nicas
regularmente constituidas, abastecidas y dirigidas. Y hasta despus de constituido el ejrcito y
de ser derrotados por las huestes de Franco, se ha visto entrar en Francia, vencidas, en
perfecta formacin militar, a las divisiones ms caracterizadas como compuestas de
anarquistas, con mandos anarquistas, hecho que hasta la prensa enemiga supo destacar
entonces.

Se resolvi proporcionar a cada tendencia representada en el Comit de Milicias un cuartel para
su reclutamiento y adiestramiento. Los cuarteles haban sido asaltados y tomados por militantes
de la F. A. I. y de la C. N. T., que los conservaban hasta que dispusisemos lo ms
conveniente.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

41
En cumplimiento de ese acuerdo del Comit de Milicias entregamos Montjuich a la Esquerra, el
cuartel de Lepanto al Partido Obrero de Unificacin Marxista, el del Parque al Partido Socialista
Unificado de Catalua, un antiguo convento al Partido federal ibrico, a condicin de que en
todos ellos seguira siendo la autoridad suprema el comit de Milicias. Quedaron para la C. N.
T. y la F. A. I. los cuarteles de Pedralbes, los de San Andrs, el de caballera de Santiago, el de
la Avenida Icaria, el de Ingenieros. Los cuarteles de Intendencia y el Parque de artillera eran
considerados como sin ingerencia partidista alguna, a causa de la funcin que desempeaban.
Los marxistas comenzaron a poner nombres de su predileccin a los cuarteles de que haban
sido provistos, llamndole a uno Carlos Marx y a otro Lenin. Entonces no quisieron ser menos
los hombres de la F. A. I. y de la C. N. T. y bautizaron a uno de los cuarteles con el nombre de
Miguel Bakunin, a otro con el de Salvochea, a otro con el de Espartaco, etc.

Nombrados un jefe poltico de cada cuartel, atendiendo a las sugerencias del respectivo partido
que lo regenteaba, y un jefe militar, ste sin ninguna distincin partidista, aun cuando, sobre
todo los marxistas, se las componan para que el nombramiento lo hicisemos en personas de
su confianza y de su partido. Por lo dems, hemos logrado buena armona en esas funciones y
tenamos una inspeccin de cuarteles que diariamente los recorra para subsanar cualquier
deficiencia y poner coto a cualquier abuso.

Para atender al abastecimiento de la poblacin constituimos como ncleo de trabajo autnomo
un Comit de abastos, independiente del propio Comit de milicias, que haba de consagrarse
exclusivamente al abastecimiento y vestuario de los milicianos del frente y de la retaguardia.

Seguimos organizando columnas expedicionarias y atendiendo en lo posible a las exigencias de
todos los frentes. En setiembre enviamos refuerzos a Madrid, una columna de guardias civiles
al mando del coronel Escobar, y una de milicianos, cerca de 3.000 hombres, provistos de
fusilera, de ametralladoras y de algunas bateras. Ya al partir la segunda columna para Aragn
chocamos con la interpretacin de algunos militares ms destacados de las propias
organizaciones libertarias. Mientras nosotros sostenamos que los compaeros de ms
capacidad y popularidad deban partir para el frente al mando de centurias, batallones y
columnas, se impuso el criterio de que haba que conservar para la postguerra a los militantes
ms destacados; que habamos tenido sensibles prdidas en las jornadas de julio, lo que era
verdad, y que si las luchas del frente nos privaban de los que quedaban, nos encontraramos en
situacin de inferioridad con respecto a los otros partidos y organizaciones. Veamos que
primaba el propsito del reparto de la piel del oso, antes de darle caza. Quizs porque tenamos
mejor informacin, quizs porque hemos visto ms exactamente la situacin, ese criterio nos
produjo una pena tan honda que se nos saltaron las lgrimas, de rabia o de tristeza.

La cada de los compaeros ms populares no nos debilitara para el porvenir, sino al contrario.
Y despus de todo, no era cuestin de clculos, primero haba que vencer al enemigo, luego
discutiramos, los que quedsemos vivos, o los que quedasen en condiciones de hacerlo. No
se haba advertido el peligro ni la magnitud de las posibilidades que tena a su favor el enemigo!
Tenamos prisa por llevar la guerra a todos los rincones de Espaa, antes de que los militares
rebeldes pudiesen montar la ofensiva. Es que en las recientes jornadas, cuando se trataba de
vencer o morir, habamos hecho clculos sobre el futuro y sobre nuestra actuacin en l? Las
jornadas de Barcelona no haban decidido la situacin; todava era preciso luchar con la misma
entereza y la misma resolucin tranquila y heroica de vencer o morir. Por qu ahorrar
elementos que hacan tanta falta en los puestos de combate? Por qu dejar partir las
columnas sin jefes a la altura de su misin, teniendo que dar los mandos un poco al azar, con lo
cual decreca tanto su eficacia?

Eran pocos los militares de que disponamos y stos llenaban sobre todo las funciones de
estado mayor y de asesores tcnicos. Adems los milicianos no queran a los militares
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

42
profesionales, y desconfiaban de ellos, desconfianza natural despus de lo que acababa de
pasar.

Pero la preocupacin de casi la totalidad de la plana mayor de los dirigentes de nuestras
organizaciones, era la preocupacin de los dirigentes de todos los partidos, ninguno de los
cuales ha querido enviar al frente a sus figuras mas representativas, juzgando con el mismo mal
entendido que haba que estar alerta para el reparto de la piel de oso. Surgi as en retaguardia
una politiquera de predominio capaz de asquear a los profesionales de la vieja poltica.

Lamentamos tener que presentar la visin de esas minucias en un momento histrico tan
trgico y ante el ejemplo de un pueblo tan digno y tan noble; pero no podemos silenciar
actitudes de propios y extraos que nos imposibilitaron lo que era aconsejable y lo que prometa
victorias definitivas en los primero meses de la guerra; el envo al frente de fuertes contingentes
de maniobra y de operaciones, ya que lo que tenamos en Aragn, por ejemplo, no era ms que
una dbil lnea de observacin. Treinta mil fusiles, veinte o veinticinco bateras, muy escasas
ametralladoras, no era material para una lnea tan extensa.

No podemos callar el hecho que mientras en el frente de Aragn slo tenamos 30.000 fusiles,
en retaguardia, en poder de los partidos y organizaciones, haba alrededor de 60.000, ms
municin que en el frente, donde estaba el enemigo.

No una, decenas de veces planteamos al movimiento libertario la necesidad de entregar el
armamento de guerra de que dispona. Si no se quera entregar el armamento, que acudiesen
los hombres que lo manejaban. Para asegurar el orden en la retaguardia bastaban ya las
mujeres, los nios, las piedras. Se argumentaba que no podamos desarmar a los propios,
mientras los otros partidos y organizaciones se preparaban para atacarnos por la espalda.
Discutamos esa actitud. El da que los propios compaeros, poseedores de la mayor cantidad
de armamento, resolviesen entregarlo o ir el frente, ese da comenzaramos el desarme de
todos los dems partidos y prometamos utilizar para esa misin a los que mostraban ms
desconfianza sobre el cumplimiento de esa promesa. Tambin desarmaramos o
encuadraramos para el frente a los diversos institutos de orden pblico y fiscal, guardia civil,
guardia de asalto, carabineros. Pero no podamos tener base moral para proceder contra los
dems mientras no comenzsemos por adoptar un acuerdo en ese sentido nosotros mismos.

El peligro de la contrarrevolucin a que se aluda, para nosotros estaba representado
principalmente por esos 60.000 fusiles en la retaguardia de un frente que slo tena 30.000 y
que haba de paralizar sus actividades por falta de lo ms indispensable para combatir, pues la
mayor parte del tiempo los fusiles carecan de municin.

Las quejas de los combatientes eran continuas, ruidosas y justificadas. Durruti, cada vez que
llegaba a Barcelona y vea tantas armas por la calle, ruga como un len. Un da supo que en
Sabadell haba ocho o diez mquinas ametralladoras. Las pidi de buen grado y se las negaron.
Entonces organiz una centuria y la envi a Sabadell a buscar por la fuerza lo que no se quera
entregar a la guerra voluntariamente. Como al mismo tiempo nos comunicaba su resolucin,
pudimos adelantarnos y evitar una lucha sangrienta, haciendo ceder, ante la amenaza de
sumarnos a las fuerzas de Durruti que iban a llegar, algunas mquinas.

Esas ametralladoras estaban en manos de elementos comunistas, pero en Barcelona haba
quizs cuarenta mquinas en manos de los propios compaeros. En todo el frente de Aragn
no tenamos tantas. Y no contbamos las que haba en poder de los otros partidos y
organizaciones.

No tenemos compromisos ms que con la verdad, y faltaramos a ella si no relatsemos los
sentimientos que nos embargaban y las fallas que a nuestro juicio haban de ser fatales.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Se gritaba por los partidos que haban comenzado a conspirar ya desde el veinte de julio, que
las armas largas haban de ir al frente, pero escondan las propias y compraban en el extranjero
las que podan, privadamente. Slo que esa actitud les hubiese valido poco si las
organizaciones libertarias, es decir los dirigentes de esas organizaciones, hubiesen resuelto
seriamente la entrega de todo el armamento de guerra y el envo de sus mejores hombres al
frente. Veinticuatro horas ms tarde, habran procedido lo mismo, de grado o por fuerza, todos
los dems. Y la guerra habra sido ganada en pocos meses.

La obra del Comit de Milicias no puede ser descrita en breves notas fugaces. Establecimiento
del orden revolucionario en retaguardia, organizacin de fuerzas ms o menos encuadradas
para la guerra, formacin de oficiales, escuela de trasmisiones y seales, avituallamiento y
vestuario, organizacin econmica, accin legislativa y judicial; el Comit de Milicias lo era todo,
lo atenda todo, la transformacin de las industrias de paz en industrias de guerra, la
propaganda, las relaciones con el gobierno de Madrid, la ayuda a todos los centro de lucha, las
vinculaciones con Marruecos, el cultivo de las tierras disponibles, la sanidad, la vigilancia de
costas y fronteras, mil asuntos de los ms dispares.

Pagbamos a los milicianos, a sus familiares, a las viudas de lo combatientes, en una palabra,
atendamos unas cuantas decenas de individuos a las tareas que a un gobierno le exigan una
costossima burocracia.

El Comit de Milicias era un Ministerio de guerra en tiempos de guerra, un Ministerio del interior
y un Ministerio de relaciones exteriores al mismo tiempo, inspirando organismos similares en el
aspecto econmico y en el aspecto cultural. No haba expresin ms legtima del poder del
pueblo. Haba que fortificarle, apoyarle para que llenase ms cumplidamente su misin, pues la
salvacin estaba en su fuerza, que era la de todos, la que poda sumarse, mucho ms en el
fortalecimiento de la fuerza de los partidos y organizaciones, que deba restarse la una de las
otras. En esa doble interpretacin, nosotros quedamos aislados frente a los propios amigos y
compaeros.

Sostena el gran Dorado Montero que el legislador o el ministro que suprimiese los abogados
prestara un gran servicio al pas. Consideraba que la abolicin de esta institucin parasitaria y
corruptora es indispensable a una sana administracin de justicia.

Nosotros hemos impuesto la reanudacin de la vida productiva con una premura indiscutible;
hemos puesto en marcha todas las instituciones, iniciativas, elementos que podan sernos de
utilidad para la guerra y para la reorganizacin de la nueva vida econmica y social. Cuando se
nos presentaba algn caso grave, nos reunamos en consejo y fallbamos. Un da, media hora
despus de un pequeo accidente en el puerto a una de nuestras unidades de guerra,
formamos consejo sumarsimo al capitn y lo destituimos del mando, dndoselo a los
propuestos por la propia marinera. No se nos haba ocurrido que para esas cosas hacan falta
abogados y jueces. Los escritos de Joaqun Costa y de Dorado nos haban aleccionado muchos
aos atrs sobre la esterilidad de esa profesin.

Por qu se nos ocurri poner en funciones el Palacio de Justicia, que estaba clausurado desde
los das de la revuelta y nadie intentaba abrirlo? Qu tena que hacer un poder judicial en la
nueva vida que se organizaba? Angel Samblancat apareci un da en nuestro cuartel general
para que le facilitsemos la ocupacin del Palacio de Justicia, que haba de pasar a depender
del Comit de Milicias.

No tenamos tiempo para reflexionar sobre lo qu podamos hacer con ese instrumento de toda
opresin, pero Samblancat, aunque abogado, nos mereca toda la confianza y extendimos una
orden de allanamiento de sus dependencias, custodiadas por retenes de la guardia civil, con el
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

44
pretexto de hacer un registro en busca de armas. Franqueada la entrada por la guardia, los
milicianos que acompaaran a Samblancat se quedaran all.

As se abri el Palacio de Justicia y as comenz a organizarse la llamada justicia
revolucionaria. Se formaron tribunales populares que entendan en los delitos de rebelin y de
conspiracin contra la Repblica y contra el nuevo derecho. Una vez reconocida la funcin, en
la primera circunstancia favorable se sustituira a los jueces populares por los antiguos jueces
profesionales, ms expertos en el oficio y se pondra al servicio de la contrarrevolucin estatal
un instrumento revalorizado inconscientemente por nosotros mismos.

Ni por el aparato judicial, ni por el aparato policial hemos tenido jams gran simpata. Qu mala
ocurrencia hemos tenido al permitir el funcionamiento de los llamados tribunales
revolucionarios, cuando el mismo Comit de Milicias poda cumplir esa tarea de juzgar los
delitos de la contrarrevolucin con mejor criterio y ms garantas! Habamos asumido con el
Comit de Milicias una funcin de poder popular total; por qu dividir ese poder y entregar
funciones tan esenciales y privativas de la labor que tenamos encomendada?

Los jueces, aunque fuesen de la F. A. I., los policas, aunque perteneciesen a la C. N. T., nos
eran poco gratos; eran funciones esas que nos causaban un poco de repugnancia. Por eso no
vimos con simpata tampoco la formacin del cuerpo denominado Patrullas de control.
Desebamos liquidar todos los institutos coactivos de retaguardia y enviarlos al frente. Sobre
las Patrullas se teji en seguida una leyenda terrorfica. La mayora de los milicianos eran
compaeros nuestros y constituan un peligro, en tanto que tales, para posibles proyectos de
predominio poltico. Se aspiraba a la supresin de esas fuerzas y lo primero que haba que
hacer era desprestigiarlas.

Es posible que entre los 1.500 hombres con que contaba en Barcelona, alguno se haya
excedido en su funcin y se hubiese hecho reo de delitos condenables; pero an en ese caso,
no en mayor proporcin de lo que era habitual en las otras instituciones represivas. No
defendemos la institucin de las Patrullas, como no hemos defendido a la guardia civil ni a la
guardia de asalto. Pero tenan aquellas un sentido de humanidad y de responsabilidad que las
mantenan fieles al sostenimiento del nuevo orden revolucionario.

Con el tiempo quizs habran sido solamente un cuerpo policial ms, pero las difamaciones de
que eran objeto carecan de justificacin. Partan principalmente esas difamaciones de los
comunistas, y su actuacin posterior con las tchekas, los asesinatos de los presos, las prisiones
clandestinas, han descubierto que el mvil de sus crticas no eran ningn deseo de superacin
de eventuales deficiencias. Libres de todo pasionismo, un tanto hostil a las patrullas cuando las
propias organizaciones las acataban sin crticas, hemos sido sus defensores cuando las
mismas organizaciones las abandonaron los dictados represivos del poder central, y por
muchos que fueran sus errores y sus excesos, propios de la funcin policial, no queremos que
se compare su actuacin con la de los que ocuparon su puesto, antiguos guardias de asalto y
policas o nuevos agentes de investigacin al dictado de Mosc.

En numerosas ocasiones hemos tenido que intervenir para que fuesen puestas en libertad
personas de cuya neutralidad poltica nos daban garantas, y hemos podido observar que a los
detenidos se les trataba como no habamos sido tratados nosotros nunca: como seres
humanos. Haba conspiradores en nuestra retaguardia y es natural que no se les dejasen las
manos libres para daarnos.

Pero la poblacin que ha vivido los primeros diez meses de la revolucin en Catalua podr
testimoniar la diferencia desde el punto de vista de los mtodos represivos con lo que vino
despus, al amparo del "orden" establecido por Prieto, por Negrn, por Zugazagoitia, con los
antros de tortura del Partido Comunista o de la Direccin General de Seguridad, que eran la
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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misma cosa, con los horrores del S. I. M., donde se perpetraron bestialidades que ni la guardia
civil de la monarqua habra podido imaginar.

Y la calumnia que se difunda contra las Patrullas de control se iba extendiendo contra los
hombres de la F. A. I. Tampoco queremos afirmar que no haya habido algn exceso y algn
abuso. An tratndose de la propia organizacin, estamos lejos de aplaudir todo su
comportamiento.

Ni siquiera la F. A. I. nos ayud en nuestra insistencia para que las armas fuesen al frente; hay
que decirlo; pero en cuanto a las calumnias y difamaciones de que se llen al mundo contra
nuestra gente, hemos de decir con orgullo que de todos los partidos y organizaciones, la que
tiene en su haber un comportamiento ms generoso y humano a partir de la cesacin de la
lucha violenta el veinte de julio, es la F. A. I. En pleno Comit de Milicias, que lo recuerden los
republicanos, los socialistas, los comunistas, se nos presentaban con irritacin salvoconductos
firmados por la F. A. I. y por las Juventudes libertarias a favor de monjas, frailes y curas para
que pudieran salir al extranjero, sin dejar de hacer constar la condicin de los titulares. No es
nada extrao. Justamente el sector ms avanzado del movimiento revolucionario espaol era el
ms indiferente en materia religiosa y el odio al clericalismo, que en Espaa tiene siempre toda
la razn de su parte, apenas era conocido entre nosotros.

Revsese toda la literatura nuestra editada en el ltimo cuarto de siglo; revsese nuestra prensa
y se advertir lo escasamente que se encuentra el tono anticlerical. En otros pases, en Francia
misma, los anarquistas han tenido publicaciones contra la mentira religiosa.

En Espaa no hemos encontrado nunca ambiente para ellos. Tal vez esa indiferencia religiosa
haya sido un error mientras la potencia del clero era tan grande y su espritu poltico regresivo
tan marcado; pero es un hecho y hay que constatarlo.

Se priv a la Iglesia por el triunfo de Julio de sus riquezas y de sus funciones para qu
perseguir a sus servidores? Manifestaban deseos de salir al extranjero las monjas y los frailes y
no veamos motivos para retenerlos contra su voluntad; as solan caer en manos de controles
de otros partidos salvoconductos para emigrar en manos de religiosas y religiosos que no
queran sumarse espontneamente a la obra del pueblo.

No era mejor que se fuesen y no que se quedasen en permanente conspiracin? Cuanta
gente se nos ha presentado para decirnos que tenan a sus parientes, curas, frailes o monjas,
en casa y a pedirnos consejo! Es que en un slo caso habrn odo de nosotros una palabra o
un gesto de contrariedad? No hemos dado a todos las mximas garantas de respeto siempre
que no se inmiscuyeran en las cosas del nuevo orden revolucionario?

En cierta ocasin nos comunica un grupo de ferroviarios que haba detenido a ocho curas
jvenes, perfectamente armados y que al preguntrseles para qu llevaban las armas,
respondieron altaneramente que al servicio de Cristo-rey y del fascio. Acudimos de inmediato
con la intencin de hacernos cargo de los detenidos antes de que les sucediera algo inevitable.
Al llegar, uno de ellos nos pregunt si le dejaramos rezar un padrenuestro. Por qu no?
Despus de la oracin, se encar con nosotros diciendo: "Sois mejores que nosotros, porque
nosotros ni eso os hubisemos permitido".

Habiendo ido con la intencin de salvarles, el gesto airado y odioso de que hacan gala, nos
hizo dar media vuelta y volver a nuestro trabajo. No sabemos qu fue de ellos.

En el ataque al cuartel de Simancas, en Gijn, ocurri un caso parecido. Desde algn escondite
seguro partan disparos certeros hacia los milicianos. Se registraron algunas casas
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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sospechosas y fue hallado un cura con el arma humeante en la mano. Comprendi que haba
llegado su ltima hora y dijo serenamente a los que le capturaron:

Voy tranquilo, he matado a nueve de los vuestros!

Una iglesia que combate as por las peores causas no tiene nada que ver con la religin y no
puede ser defendida contra las iras del pueblo. Pero una organizacin revolucionaria como la F.
A. I. no ha considerado, ni antes ni despus del 19 de Julio, que deba intervenir contra ella, una
vez privada de sus instrumentos de opresin espiritual y material. Respetaba las creencias de
todos y exiga un rgimen de tolerancia y de convivencia pacfica de religiones y credos
polticos y sociales.

Entre los jefes militares que hemos tenido, el general Escobar, antiguo coronel, jefe del 19 tercio
de la guardia civil, hroe de las jornadas de Julio, era profundamente religioso. Ante cualquier
decisin el "Si Dios quiere" no se le caa de los labios. Le oan los milicianos de la F. A. I. con
asombro, primero, y luego se encariaban con aqul hombre que luchaba a su lado y senta
sinceramente sus creencias religiosas.

En cuanto a la comodidad de atribuir a gente de la F. A. I. hechos repudiables, queremos
recordar dos asuntos que descubren un poco el velo. Aparte de la seguridad de que cualquiera
de los nuestros que se hubiese hecho culpable de crmenes vulgares no habra conservado
mucho tiempo la cabeza sobre los hombros.

Un control de milicianos nuestros de Casa Antunez, en la falda de Montjuich, haba observado
que pas dos o tres veces un coche con milicianos, segn las apariencias, y un individuo de
porte aburguesado entre ellos. Sus papeles estaban en orden y se les dejaba libre el paso.

Alguna vez volva el individuo aburguesado que iba con ellos y otras, no. Al segundo o tercer
viaje les hicieron bajar del coche para conocer su verdadera identidad. Resultaron delincuentes
comunes que haban salido aquellos primeros das de la crcel. Aprovechando la bandera rojo y
negra y la pose de milicianos y algunos papeles que pudieron agenciarse para sacar dinero a
comerciantes mediante la amenaza de muerte, e incluso matndoles despus de haberles
sacado el dinero, para evitar denuncias. Al ser reconocidos como delincuentes vulgares, los
miembros de aqul control les fusilaron all mismo y acompaaron a su casa a la vctima
propiciatoria que llevaban.

En otra ocasin, meses despus de las jornadas de Julio, en Pueblo Nuevo, zona enteramente
controlada por gente de la C. N. T. y de la F. A. I., un gran coche en donde flameaba la bandera
libertaria, se detuvo ante una casa de buen aspecto. Los ocupantes penetraron en ella; no llam
la atencin de nadie y la gente ha podido suponer que se trataba de alguna misin oficial. Al
pasar por un puesto de Patrullas, fue detenido el coche para comprobar la documentacin.
Todo en regla.

"Somos de la F. A. I". -Dijeron los que iban dentro.

Precisamente eran de nuestros grupos los patrulleros en cuestin y esa declaracin espontnea
les hizo concebir inmediatamente sospechas. Encaonaron sin ms vacilacin a los ocupantes
del coche y les hicieron bajar, les desarmaron, encontrndoles objetos de valor al parecer
recientemente robados. Investigaron su personalidad y comprobaron que eran afiliados al
Partido Socialista Unificado de Catalua, el principal agente de la difamacin nacional e
internacional contra nosotros.

Averiguaron de dnde procedan los objetos que les haban hallado encima y a la madrugada
siguiente los asaltantes aparecieron en la cuneta de la carretera de Moncada. Mucho tiempo
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

47
despus de hecha esa justicia sumaria, supimos los detalles del hecho. Nuestra indignacin no
tuvo lmites.

Nuestra gente se haba enfurecido al or encubrirse con la F. A. I. sin pertenecer a ella, luego
por lo hecho en una casa de Pueblo Nuevo, por fin al saber que pertenecan a un Partido
declaradamente inconciliable con nosotros. No quisieron privarse del placer de hacer la justicia
por su propia mano.

Y como al dar cuenta del hecho, habran tenido que entregar los detenidos, lo silenciaron.
Entraba en juego tambin el hbito de las luchas revolucionarias y de la moral de todo
movimiento clandestino y conspirativo, que impide denunciar aun a los enemigos. Pero en este
caso, haba que comprenderlo, si nosotros hubisemos tenido a disposicin los delincuentes,
habramos podido dar una merecida leccin al Partido a que pertenecan y que se complaca en
acusarnos de cuanto desmn se llevaba a cabo. Y tampoco habran escapado a la pena que les
corresponda, pero impuesta con toda la publicidad del caso por los rganos responsables. En
la forma en que procedieron las patrullas de Pueblo Nuevo, tuvimos que callar y tragar saliva.

Qu es lo que no se ha dicho de Antonio Martn, jefe de la vigilancia de frontera en Puigcerd?
Martn haba sido contrabandista y haba logrado pasar algn armamento de Francia ya desde
el perodo de Primo de Rivera. Conoca la frontera como pocos y juzg que en ninguna parte
como all podan sernos tiles sus servicios. Su permanencia en aquel puesto haca imposible la
vida a los traficantes. No pasaba nadie por su zona ms que con una misin responsable, o
debidamente autorizados. Cuantas historias de sumo inters ha descubierto Martn en la
frontera, algunas que alcanzaban a encumbrados personajes! Se comenz a difundir una
leyenda terrorfica contra l.

Adems ha cumplido nuestra orden de impedir la entrada en Espaa de voluntarios para las
llamadas brigadas internacionales, orden dada por nosotros, que no necesitbamos hombres
para la lucha, sino armamento. Hizo un viaje a Barcelona para informarnos, para informar a los
amigos y a los compaeros, no a las autoridades. Se puede mentir ante las autoridades, pero
no a los compaeros, cara a cara. Nos explic la verdad de todo lo que ocurra; se trataba
simplemente de negociar con la frontera por parte de determinados sectores; de ah la
oposicin que se le haca.

En cuanto a la fama de "asesino" que le haban adjudicado, nos confes a nosotros que no
haba sacado la pistola del cinto desde el 20 de Julio. Era la verdad, pero la calumnia sigui su
curso y un da que acuda a aplacar los nimos de un pueblo de la Cerdaa, al que haba
reducido sus tradicionales negocios de contrabando, fue asesinado con toda la alevosa propia
de los cobardes. Hemos hecho algunas visitas oficiales, en nombre del Gobierno de Catalua, a
la Cerdaa, alguna vez en compaa de J. Tarradellas.

Del comportamiento rectilneo de Martn tuvimos siempre amplios testimonios.

Otras veces intervenan elementos extraos que saban tirar la piedra y esconder la mano.
Hemos tropezado, por ejemplo, con los efectos de los acuerdos de las Logias masnicas. De
sus rivalidades y pugnas internas ha resultado la prisin de Barriobero y su abandono en manos
de Franco, sin contar otras desapariciones misteriosas. Haban quedado tambin algunos
militares o jefes de los cuerpos de orden pblico sobre cuya lealtad no tenamos ninguna
constancia, pero que se nos hacan sospechosos por su repentina demagogia. Esos elementos,
hicieron asesinar una noche a uno de nuestros colaboradores ntimos, el comandante Escobar,
y a su capitn ayudante Martnez. Nos informaba Escobar sobre la personalidad de los jefes y
oficiales del antiguo ejrcito y de la guardia civil que nos proponamos utilizar para las milicias.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Dos aos ms tarde hemos conocido a los autores materiales de esos asesinatos: se les haba
hecho creer que Escobar Martnez eran traidores y desempeaban un doble papel. Tuvimos
enseguida la intuicin del origen verdadero y no nos habamos equivocado. Cuando nos
disponamos a proceder y a castigar a los culpables, dejamos las milicias y el asunto qued
muerto, con el consiguiente disgusto nuestro, que sabamos que alrededor de muchos
organismos antifascistas aparecan demagogos de una peligrosidad mayor que la de los
eventuales partidarios de Franco, y que no vacilaban en azuzar irresponsablemente a
elementos que no se daban cuenta de la doblez.

Ninguna dictadura ha sido jams creadora ni podr serlo tampoco, sobre todo en pases como
Espaa, aunque fuese ejercida por nosotros. Una revolucin debe suscitar energas y dejar
campo libre a todas las iniciativas fecundas; no debe ser una fuerza de regimentacin y de
tirana si quiere afirmarse en la senda del progreso social.

Los hombres que detentan un poder cualquiera tienen propensin natural a abusar de la fuerza
de que disponen; y el abuso de esa fuerza se emplea siempre en la supresin de los que no
piensan ni sienten como los que mandan, o contra los que tienen intereses divergentes.

Nosotros hemos quedado dueos de la situacin en Catalua despus de Julio; lo podamos
todo y no hemos utilizado las posibilidades incontrastables que tenamos ms que para hacer
obra efectiva en la guerra y en la construccin revolucionaria. No hicimos del poder un
instrumento de opresin ms que contra el enemigo a quien habamos declarado la guerra.
Nadie podr acusarnos de haber sido colaboradores desleales ni de haber utilizado nuestra
influencia para oprimir o exterminar a ninguna de las tendencias que hacan promesas de fe
antifascista.

Habremos cometido ms de un error y ms de una equivocacin; no hemos tenido empacho en
denunciar nosotros mismos los que hemos reconocido. Pero el mayor error de que se nos
acusar ha de ser el de haber sido leales y sinceros en toda nuestra actuacin pblica, incluso
mientras se afilaba en las sombras el pual de la traicin de los que se sentaba a nuestro lado.
Solamente que en ese error volveramos a incurrir maana.




LAINDUSTRIA, EL TRANSPORTE, LA TIERRA EN MANOS DE LOS
TRABAJADORES

La revolucin en la economa. Las colectividades agrarias. La
revolucin en la cultura. Guerra y revolucin.



SOBRE algunos aspectos, que nosotros mismos no callamos, podrn los vencedores de la
contienda espaola injuriar al pueblo del 19-20 de Julio, pero la historia y el recuerdo vivo harn
perdurar, como una adquisicin definitiva, la gran capacidad constructiva de la Espaa eterna,
capacidad nica en el mundo y sobre todo en pases de la tristsima trayectoria del nuestro.
Hasta para los ms creyentes en las virtudes de nuestro pueblo ha sido una revelacin
inolvidable.

De qu fuentes misteriosas de inspiracin surgan espontneamente tantas maravillas de buen
acuerdo, de construccin econmica eficiente, en la industria, en la tierra, en las minas, en los
transportes, en todas partes? Indudablemente en esa Espaa eterna, aplastada siglos y siglos
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

49
por extraas dominaciones polticas y religiosas, se haba hecho una siembra intensa de
semillas de resurreccin, pero el motor central ha sido el espritu popular mismo, ennoblecido
por el dolor de una mortfera servidumbre. Y se haba hecho esa siembra a ras de tierra, de
corazn a corazn, de hermano a hermano y de padres a hijos.

Los oropeles de las llamadas generaciones literarias han arraigado muy poco en el alma del
pueblo; en cambio, habra pocos campesinos andaluces, an analfabetos, que no tuviesen, aun
que fuera de odas, algo de la memoria, del anhelo, del apostolado de un Fermn Salvochea.

Esa Espaa que no brillaba en la bibliografa, que no tena destellos parnasianos en el
parlamento, que no tena representantes ms que en apstoles annimos vctimas de las ms
atroces persecuciones y de los ms inhumanos martirios, era desconocida. Muy pocos
extranjeros llagaban a esas fuentes, y muy pocos tambin de los representantes conscientes e
inconscientes de la anti-Espaa europeizante, de derecha o de izquierda, saban algo de lo que
germinaba a costa de ingentes sacrificios en el alma espaola. Todas las regiones, todas las
localidades importantes, todos los oficios e industrias han tenido su Fermn Salvochea, hroe y
mrtir de una resurreccin presentida del genio de la raza.

Que injurien y que maldigan todos los enemigos la epopeya de Julio de 1936 a marzo de 1939;
pero aunque lo quieran, no podrn desconocer que se entr por intuicin y por conviccin en el
verdadero camino de la reconstruccin econmica y social, que la capacidad de organizacin y
la eficiencia del trabajo organizado en la industria y en la agricultura no haban sido superadas
antes y no sern superadas jams si no es volviendo a la ruta marcada, la ruta de Julio, que
encontr tanta incomprensin y tanto encono en la Repblica del 14 de abril de 1931 como en
la rebelin militar.

Nuestra victoria tuvo por consecuencia obligada el desalojo de la direccin de la economa y de
la vida pblica, de esta al menos en los primero tiempos, de los hombres que representaban los
intereses del capitalismo ligado a la rebelin militar.

La mayora de los representantes de la alta industria, los terrateniente, los grandes financieros
haban huido al extranjero, encontrndose en las cuentas corrientes de los Bancos una fuga de
ms de 90.000.000 de pesetas en las dos semanas que precedieron al levantamiento militar,
prueba de su connivencia y de su conocimiento de lo que se preparaba.

A las seis de la maana el 19 de Julio ocupamos nosotros la casa de Camb y el Fomento del
Trabajo, verdadera fortaleza, cuando vimos el peligro de un avance de los facciosos desde el
Paseo de Gracia, para enlazar con los cuarteles de Avenida Icaria y Capitana General. Todas
las dependencias haban sido totalmente desalojadas, hasta de la servidumbre. Los grandes
capitalistas haban huido con anticipacin, unos por su significacin y su pasado, otros porque
teman los estragos de la guerra civil que haban subvencionado.

Los trabajadores se posesionaron de toda la riqueza social, de las fbricas, de las minas, de los
medios de transporte terrestre y martimo, de las tierras de los latifundistas, de los servicios
pblicos y de los comercios ms importantes. Se improvisaron en todas las empresas Comits
de control obrero en los que colaboraban manuales y tcnicos, y en muchas ocasiones, los
antiguos dueos que reconocan la nueva situacin y queran ser, dentro de la nueva economa
revolucionaria por darle un nombre que la distinguiese de la anterior, empleados, obreros o
tcnicos como los dems.

Es difcil imaginar la complejidad de problemas que esa convulsin significaba con la ruptura de
todas las viejas relaciones y la creacin de una nueva forma de convivencia. Y eso
simultneamente con el mantenimiento de una guerra que nos haba hecho enviar al frente de
Aragn treinta mil hombres, sin contar con las fuerzas auxiliares de retaguardia. La presencia
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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de treinta mil hombres en el frente implicaba el esfuerzo, en la industria y en la agricultura, de
doscientos mil. Todo ese mecanismo hubo de ser creado y organizado de la nada, careciendo
de lo ms indispensable, en las condiciones peores que uno puede tener presentes.

Algunas industrias se pusieron ms rpidamente que otras en estado de eficiencia. Por ejemplo,
cabe destacar la organizacin magnfica del transporte urbano, del transporte ferroviario y del
martimo. Con la vieja administracin no hubisemos contado con esos servicios en la forma tan
perfecta, exacta, que se llevaban a cabo. Aparte de la buena organizacin exista la buena
voluntad, la adhesin consciente a la causa que defendamos y una emulacin general que no
poda lograr el viejo sistema a base slo de mejores salarios.

Es preciso notar, adems, que de todos los trabajadores, los obreros ferroviarios, los tranviarios
y los marinos, por ejemplo, eran los peor pagados de Espaa, y que conservaron sus salarios
de miseria, a pesar del trabajo infinitamente ms intenso que se haban impuesto
voluntariamente, hasta muchos meses despus de haber tomado la gestin de sus industrias en
las propias manos. Y aun al llegar al fin de la guerra, cuando la desvalorizacin de la peseta
haba elevado los precios en proporciones enormes, las tarifas de transporte, por ejemplo en los
tranvas, siguieron siendo las mismas de antes de la guerra.

Si la industria total de los transportes no funcion al da siguiente del triunfo con la misma
intensidad que la vspera o con ritmo ms perfecto, bajo la nueva direccin obrera y
revolucionaria, no fue porque hubiese faltado la capacidad para ello, sino por la necesidad en
que nos veamos de ahorrar el carbn para los transportes de guerra.

Y toda la flota, mercante y la de guerra, en manos de los marinos y de los tcnicos, ha
demostrado una capacidad de rendimiento ilimitada. No haba obstculos para ella; mientras los
marinos de nuestra flota de guerra tuvieron el control de los barcos, el mar fue nuestro, la
ofensiva y la iniciativa estaban en nuestras manos. Cuando, por obra de los rusos y de sus
agentes en el gobierno central, se quiso poner "orden" en la marina, perdimos el dominio del
mar. En la marina mercante no slo el herosmo ha rayado a las mayores alturas, sino tambin
la precisin con que podan ser utilizadas todas las naves al servicio de la nueva Espaa.

Y mientras los transportes daban pruebas suficientes de capacidad y de responsabilidad al
pasar de la direccin de los antiguos empresarios a la direccin de los trabajadores y tcnicos
mismos, se estructuraba, con una velocidad pasmosa, la transformacin de las industrias de
paz en industrias de guerra. Es sabido que una guerra moderna tiene por condicin
imprescindible el respaldo de una gran industria en funcionamiento permanente.

El mecanismo de la nueva economa era sencillo: cada fbrica creaba su nuevo organismo de
administracin a base de su personal obrero, administrativo y tcnico. Las fbricas de la misma
industria se asociaban en el orden local y formaban la Federacin local de la industria. La
agrupacin de Federaciones de todas las industrias constitua algo as como el Consejo local de
economa, donde estaban representados todos los centros de produccin, de relaciones, de
intercambio, de sanidad, de cultura, de transportes. Se unan esos Consejos locales de
economa en el orden regional y se unan las Federaciones locales de cada industria tambin
regionalmente luego se estableca una vinculacin de las regiones por industria y por sus
Consejos regionales de economa
14
.


14
Sobre las lneas generales de la nueva economa regida por los obreros, empleados y tcnicos de cada industria,
habamos escrito en 1935 el libro El organismo econmico de la revolucin. Como vivimos y como podramos vivir
en Espaa. (Barcelona, 1936; tercera edicin, 1938). El Pleno ampliado de carcter econmico celebrado en Valencia
por los organismos de la C. N. T., en enero de 1938 ha llevado al detalle las lneas generales de organizacin que
habamos previsto.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

51
El espritu capitalista ms atrevido y su organizacin ms perfecta no han podido llegar nunca,
en los pases adelantados, a un grado tal de eficacia, aprovechando al cien por cien todas las
posibilidades de cada industria, en el orden local, en el regional y en el nacional.

Para un gran nmero de gente la revolucin es el acontecimiento de la calle, la lucha de las
barricadas, la vindicta popular y todo lo que significa un trastorno grave en la rutina de los
siglos.

Nosotros no hemos confundido nunca la escenografa revolucionaria de los primeros pasos con
la esencia de la revolucin y creemos haber sealado, sin vacilaciones, la orientacin precisa
para hacer realmente la revolucin que estaba en los labios de las grandes masas y en sus
anhelos ms hondos y que contaba, tambin, con amplias simpatas en sectores de la
poblacin no proletarios.

Para nosotros la revolucin era, ante todo, creacin de riqueza y distribucin equitativa a toda la
poblacin, aumento del bienestar general por el aporte y la estructuracin armoniosa y eficaz
del esfuerzo comn, obra de justicia. No queramos una transformacin social para seguir en la
miseria, sino para disfrutar, todos, de un nivel de vida superior; y ese nivel de vida a que
aspirbamos tena que ser conquistado, no con las armas de guerra, sino con las herramientas
de trabajo en las fbricas, en las minas, en la tierra, en las escuelas.

La guerra era una fatalidad funesta, una dificultad en el camino, una necesidad impuesta por la
defensa de los privilegios en peligro, no un elemento creador de la verdadera revolucin.

Nos encontramos desde el primer da, ante la penuria alarmante de materias primas y en una
regin que escaseaba en minerales, fibras textiles, carbones. Carecamos de carbn para la
industria y el transporte. El consumo normal de Catalua era de cinco a seis mil toneladas
diarias, y las nicas minas que se explotaban, de carbones pobres, apenas nos daban,
intensificando el trabajo, trescientas toneladas. En pocos meses hemos hecho llegar esta cifra a
un millar; pero, con todo, la escasez de carbn era una tragedia constante, en particular de los
carbones para la metalurgia.

Asturias poda haber cooperado grandemente, pero uno de sus dirigentes, Amador Fernndez,
ha respondido a nuestras propuestas que prefera que el carbn de Asturias quedase en
bocamina o en el Musel a que fuese a parar a manos de los catalanes; y en cambio, careca
Asturias de tejidos que a nosotros nos sobraban y de otros elementos de que nos ofrecamos a
proveerla.

Propusimos y dimos los primeros pasos para la electrificacin de ferrocarriles, sin ignorar todas
las dificultades que se presentaran, pero conscientes de la gran riqueza de energa elctrica y
de la rpida amortizacin de todos los gastos que esa electrificacin entraaba. Si un da
Espaa, bajo cualquier rgimen, quiere dar un paso decisivo en el sentido del progreso y de la
civilizacin, la electrificacin de sus ferrocarriles, que supone un alivio enorme, una baratura del
transporte, y la creacin de numerosas centrales elctricas nuevas, y por consiguiente obras de
riego, fbricas, etc., etc., ser uno de los primeros pasos.

Iniciamos la transformacin de fibras textiles no aprovechadas hasta entonces para sustituir con
ellas una parte del algodn que nos faltaba; algunas de esas iniciativas quedarn ya
permanentes en Espaa, cualquiera que sea su rgimen poltico. Instalamos grandes
establecimientos para algodonar el lino, para utilizar el camo y el esparto, la paja de arroz, la
retama.

Instalamos grandes fbricas de celulosa a base de materia prima nacional, y en cuento a la
industria metalrgica y a la industria qumica, lo hecho en plena revolucin y en plena guerra, ha
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

52
tenido que producir asombro incluso a nuestros enemigos, que se han encontrado con un
instrumental industrial considerablemente acrecido, sino duplicado en muchos aspectos. Se ha
fabricado por primera vez en Espaa sodio metlico, dinotronaftalina, cido pcrico, dibromuro
de etilo, oftanol, bromo...; se han sustituido numerosos medicamentos especficos de origen
extranjero. Fbricas de nueva planta y ampliacin de las fbricas existentes se encontraran en
buen nmero en Levante y especialmente en Catalua, por obra de los sindicatos de industria o
por iniciativa de las instituciones creadas para regularizar la produccin de guerra.

Aparte de lo nuevo, se ver en casi todas las ramas de actividad un perfeccionamiento
insospechado de todo el aparato industrial. Qu es lo que no ha logrado con su concentracin
y especializacin, por ejemplo, el ramo de la madera, que comenzaba con el corte de los
rboles en los bosques y terminaba en los depsitos de venta, estableciendo el trabajo
racionalizado, la cadena, y aprovechando as no menos de un cincuenta por ciento ms el
esfuerzo humano?

Es que no ha de reconocerse lealmente, para no citar mil otras ms, la organizacin de la
industria lctea en Barcelona, que no dejaba nada que envidiar a los establecimientos ms
modernos del mundo, obra toda de la revolucin? Y el da que por iniciativa del estado o del
capitalismo, privado se logre algo equivalente en organizacin y eficiencia a la Federacin
Regional de Campesinos de Levante, con el trabajo de tierra en todas sus especialidades, con
la elaboracin de los productos, con su distribucin en los mercados con sus laboratorios de
ensayos, con sus granjas experimentales, con sus escuelas de administradores de
colectividades agrarias, etc. etc. podremos reconocer que al mismo resultado se puede llegar
pon otros caminos que el propiciado por nosotros. Y hay que llegar a ese objetivo, por obra de
quien pueda, para que Espaa se ponga en condiciones de volver a ser el emporio de riqueza,
de bienestar y de cultura que ha sido en tiempos pasados.

En ciertas industrias hemos tardado ms tiempo en llevar el aliento de la organizacin moderna
del trabajo, pero al fin haba ya bases poderosas. Por ejemplo, en la confeccin. Tuvimos al
principio dificultades para responder a los encargos hechos para el ejrcito, no faltndonos la
tela ni el personal; pero los tropiezos no fueron sino escuela y tambin esa rama,
tradicionalmente representada por los pequeos establecimientos y por el trabajo a domicilio,
haba logrado ponerse en condiciones de responder a todas las exigencias.

Echamos las bases del aprovechamiento de las riquezas naturales del pas y de las riquezas
del subsuelo, que no son grandes en Catalua, pero que pueden permitir un rendimiento
respetable. Grandes yacimientos de plomo fueron puestos en explotacin, organizando toda la
industria del plomo y vendiendo mineral aun en plena guerra. Se extrajo mineral de cobre, se
fundi e inici su electrolisis; se explotaron minas de manganeso en las que nadie haba
pensado. Hasta se inici alguna perforacin con trenes de sondeo anticuado e inapropiado en
busca de petrleo.

No se han removido nunca, en tan breve perodo tantas iniciativas. La elaboracin sistemtica
de todas ellas nos iba poniendo en camino de una economa coordinada, dndonos al mismo
tiempo a conocer lo realizado en todos los aspectos y lo que era posible realizar. Pocos han
intervenido en la vida poltica, como profesionales de la funcin de gobierno, con pleno
conocimiento de las posibilidades econmicas del pas. Incluso en nuestras filas revolucionarias
se ha trabajado mucho ms intensamente y con ms preferencia en el sentido de la preparacin
insurreccional que en el sentido de una verdadera preparacin constructiva.

De ah las dificultades y sinsabores de todos los primeros pasos. Entendimos que nuestra
misin no era de la poltica al uso, la del afianzamiento del propio partido y la ubicacin en las
oficinas gubernativas de los propios partidarios; hemos credo que habamos de consagrarnos,
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53
sobre todo, al aumento de la riqueza y a la movilizacin de todas las fuerzas y de todas las
inteligencias en torno a la obra de la revolucin.

Por sobre toda preconcepcin particular, se iba formando poco a poco una magnfica unidad de
hombres de todas clases y de todos los partidos que comprendan, como nosotros, que la
revolucin es algo distinto de la lucha en la calle y que, en una revolucin verdadera, no tienen
nada que perder los que se sienten en disposicin de nimo y con voluntad para aportar su
concurso manual, intelectual, administrativo o tcnico a la obra comn.

El movimiento espontneamente generalizado de incautacin de la riqueza social por sus
gestores manuales, administrativos y tcnicos, para ponerla al servicio exclusivo de la sociedad,
tuvo una expresin legal, el 24 de octubre de 1936, en el decreto elaborado por el Consejo de
economa de Catalua sobre la colectivizacin. Ese decreto tuvo luego otros complementarios
que ofrecen un cuadro aproximado de la nueva economa en Catalua.

As como el Comit de Milicias, al principio obligado a tratarlo y a resolverlo todo, se fue
convirtiendo cada vez ms en un Ministerio de la guerra en tiempos de guerra, para descargarle
de funciones que no podran menos de estorbar su preocupacin fundamental, creamos un
Consejo de economa de Catalua, cuyos acuerdos no podan ser rechazados por el Consejero
titular del Departamento de Economa. Funcionaba bajo la presidencia del Consejero del ramo
en el Gobierno de la Generalidad, y se constituyo tambin por representaciones de todos los
partidos y organizaciones. De all surgi toda la legislacin de carcter Econmico durante la
guerra y la revolucin en la regin autnoma.

Dividimos el trabajo, abarcando los siguientes aspectos: Combustibles y fuerzas motrices,
industrias textiles, industrias metalrgicas, industrias de la construccin, artes grficas y papel,
finanzas, banca y bolsa, redistribuciones del trabajo, industrias qumicas, sanidad, etc.

La obra de ese Consejo de economa fue vasta y meritoria, aunque nosotros no pertenecamos
a los que se imaginaban que la legislacin de Estado pudiese crear nada duradero. Mientras
nos fue posible, por nuestra intervencin, hemos procurado que su labor se concretara a dar
fuerza de ley a lo que la prctica econmica iba elaborando diariamente, propiciando el mximo
respeto al legislador supremo, que era el pueblo mismo. En ese Consejo figurbamos al
comienzo nosotros en la seccin de combustibles y fuerzas motrices, y en esa funcin
presentamos, ya en agosto o septiembre de 1936, la proposicin de crear una reserva elctrica
imbombardeable para Catalua, cuyas centrales principales estaban siempre en peligro de
perderse; a pesar de haberse aprobado, y de haberse votado los crditos para ello, nuestros
sucesores habrn credo que nuestra preocupacin era excesiva y dejaron muerto el asunto,
siendo esa falta de energa elctrica uno de los factores de la prdida de la guerra. All figuraba
Andres Nin en la seccin de industrias textiles, en la mejor armona con nosotros y siempre a
nuestro lado en todas las actitudes.

Pero con ser importante, ms que lo estudiado y legislado por el Consejo de economa, lo fue la
obra creadora de los trabajadores y los campesinos mismos. Se comenz por cultivar el primer
ao de la revolucin un cuarenta por ciento ms que en aos anteriores de la superficie
cultivable. No qued un trozo de tierra sin roturar, por nfima que fuese su calidad.

Lo ms inesperado en materia de construccin econmica fueron las colectividades agrarias.
Se formaron espontneamente en toda la Espaa republicana, en Catalua como en Aragn,
en Levante como en Andaluca o en Castilla. Nadie, ningn partido, ninguna organizacin dio la
consigna de proceder en ese sentido; pero el campesinado avanz resueltamente por esa va
con una seguridad y una decisin que ha llenado de asombro y de admiracin incluso a los que
esperbamos mucho del espritu popular espaol.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

54

Y hay que advertir que en esa prctica del trabajo colectivo, de la asociacin de esfuerzos, de
animales, de tierras, de mquinas, no hubo socialistas y anarquistas; todos han procedido de
igual manera y han competido en emulacin y en comprensin.

Los laboratorios de ensayos y de experimentacin de la Federacin de Campesinos de la
Regin Centro eran superiores a los del Ministerio de agricultura, y el mismo Gobierno tena que
recurrir a nuestros agrnomos y a su consejo. La famosa Reforma agraria de la Repblica
qued arrumbada como una antigualla y solamente prosperaron las colectividades formadas por
los campesinos mismos, uniendo tierras o incautndose de los latifundios cuyos dueos se
haban fugado, o pertenecan al bando rebelde.

Las mejoras en la tierra, las obras de riego, las nuevas plantas de edificios para vivienda y
depsitos y fbricas, todo eso habr quedado testimoniando la obra de los campesinos, su
sorprendente salto progresivo, su capacidad de organizacin y de esfuerzo.

Tuvimos a un slo enemigo tenaz de las colectividades agrarias: los rusos y sus agentes del
Partido comunista espaol. Llegaron, incluso a crear organizaciones de campesinos disidentes
para deshacer en Levante la obra de las colectividades, dndoles todo el apoyo del Ministerio
de agricultura. Fracasaron rotundamente, porque los campesinos de la Unin General de
Trabajadores y los de la Confederacin Nacional del Trabajo tenan los mismos intereses y las
mismas aspiraciones; su alianza hizo frustrar los planes comunistas. Se calumni sin tasa ni
medida, arguyendo que se haba empleado la violencia para obligar a los pequeos campesinos
a organizarse en las colectividades. Oficial y oficiosamente hemos intervenido en casos de
denuncias de esa especie y hemos visto de cerca la verdad y hemos tenido que defender a los
campesinos contra los calumniadores de su obra.

No obstante se di orden de facilitar la salida de las colectividades, con su parte de tierras y de
implementos, agrcolas, semillas y ganados, a quienes as, lo deseasen. Nadie ha salido, muy al
contrario. Y como fruto del esfuerzo de disgregacin del campesinado, este dato: la colectividad
campesina de Hospitalet de Llobregat, con unas 1.500 cabezas de familia, propuso la
separacin de los descontentos, con las tierras y los instrumentos de trabajo, puesto que las
colectividades no podan constituirse ms que con voluntarios. De 1.500 se separaron cinco, y
esos cinco no haban sido campesinos, sino jornaleros del campo; los antiguos dueos de
tierras no quisieron separarse de la colectividad. Y los cinco que se separaron hubieron de
asociarse a su vez para trabajar en comn la tierra que se les haba proporcionado
15
.

El colectivismo agrario, a cuya historia en la teora y en los hechos dedic Joaqun Costa un
gran volumen, se evidenci consubstancial con el espritu popular espaol. Las colectividades
aragonesas, que abarcaban la casi totalidad de la poblacin campesina del Aragn Libertado,
aplastadas a sangre y fuego por las divisiones comunistas en una provocacin irritante, pero a
la cual, sin embargo, no se ha replicado en el tono merecido, se rehicieron de inmediato,
demostrando que la autntica voluntad del campesinado era eso. En Aragn, todas las
colectividades se haban, formado por afiliados y simpatizantes de la C. N. T. y, como en ellas
era imposible intervenir como partido poltico, y como un da la organizacin econmica haba
de absorber y liquidar la existencia misma de los partidos, e incluso liquidara tambin la
diferencia entre la C. N. T. y la U. G. T. para dar vida a un slo partido y a una sola
organizacin: Espaa duea de sus destinos y de su voluntad, el odio de los aspirantes a
dictaduras partidarias contra la creacin del pueblo espaol que las exclua para siempre, se
manifestaba con una virulencia terriblemente daina.


15
Agustn Souchy ha escrito algunas obras resumiendo sus visitas a las colectividades agrarias: Colectivizaciones. La
obra colectiva de la revolucin espaola, Barcelona, 1937; Entre los campesinos de Aragn, el comunismo libertario
en las comarcas liberadas, Valencia, 1937.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

55
Sostenamos desde muchos aos antes del movimiento de julio que una revolucin, para ser
provechosa y asentar slidamente en el terreno de las realizaciones positivas, debe acercar la
ciudad al campo, el obrero industrial al campesino.

Considerbamos despus del 19 de julio que no deban escatimarse esfuerzo ni sacrificios para
resolver en una unidad armnica ese largo divorcio histrico.

En muy pocos momentos, y para encontrar algn vestigio hay que remontar muchos siglos de
historia, han tenido los campesinos una posicin dominante en la direccin de la vida
econmica, poltica y social de los pueblos. Generalmente los trabajadores de la tierra -como
siervos, como gleba, como medieros, como rabasaires, como esclavos propiamente dichos- han
constituido una subclase una casta de parias con mltiples deberes, con muy escasos
derechos.

Se puede interpretar la historia de muchas maneras, y hay en boga interpretaciones para todos
los gustos. Una de ellas podra ser la que nos explicase el pasado en funcin de la esclavitud
campesina y de los esfuerzos espasmdicos realizados para sacudir el pesado yugo.

El campesino fue, y lo sigue siendo en gran parte, una bestia de trabajo desde el punto de vista
econmico, un contribuyente sumiso para el erario del Estado, un proveedor de carne de can
para los ejrcitos de los reyes y de los capitalistas. Es que ha de seguir siendo eso? Es que
el 19 de julio no haba de significar la superacin del divorcio tradicional entre la ciudad y el
campo, entre la industria y la agricultura?

Por solidaridad humana, por justicia, por la comprensin de la trascendencia de esta cuestin,
los anarquistas estbamos en la obligacin de hacer todo lo que nuestras fuerzas consintiesen
para que la ciudad y el campo se hermanasen en una sola aspiracin de libertad y de trabajo,
fecundo y digno. Sabamos muy bien que sin llegar a ese resultado no habra revolucin
justiciera posible y que el barmetro del progreso social estaba en la adhesin y en la simpata
con que los campesinos se situasen ante las nuevas realidades y ante las nuevas ideas.

Podemos conquistar ministerios, tener puestos pblicos de relieve, contar con el cien por cien
de los obreros industriales. Si nos olvidamos de la conquista de la voluntad y del corazn del
campesino, todo ello resultar intil, y el progreso econmico, social y poltico ser solamente
una fachada, una ilusin, un engao.

A los campesinos, se les ha tenido sistemticamente olvidados en su terruo. Ni siquiera el
socialismo moderno ha irradiado, hacia ellos algo de luz, a excepcin de la Espaa meridional,
como la irradi en los focos de la gran industria. Los balbuceos de definiciones e
interpretaciones del problema del campo en las doctrinas socialistas, son inseguros. No vale la
pena mencionar el comportamiento del rgimen capitalista y del Estado capitalista, monrquico
o republicano. Y cuando no se ha olvidado a los campesinos, se ha pensado en ellos para
explotar su ignorancia y su buena fe, para exprimirles ms y mejor en beneficio de las castas
dirigentes. Se ha pensado en los campesinos para envenenarles desde la cuna a la tumba con
el opio de la religin y de la vida ultraterrena; se ha pensado en ellos como manantial dcil de
impuestos y tributos, de diezmos y primicias; se ha pensado en ellos para quitarles los hijos
mozos y llevrselos a servir al rey o a otras abstracciones estatales; se ha pensado en ellos
para arrancarles, a bajo precio, el fruto de su trabajo sin lmites ni condiciones.

Eso es lo que ha visto el campesino de toda la civilizacin, de todo el progreso, de toda la
cultura que nos enorgullece: el cura que le embruteca y le engaaba; el recaudador de
contribuciones que le llevaba todos los ahorros; la guardia civil que le aterrorizaba. Y todava
hay quien se queja de que el campesino sea desconfiado y de que haya heredado esa
desconfianza ante todo lo que llega de las ciudades. Aun cuando de las ciudades les llegue la
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

56
libertad y la justicia, los que se han visto tantas veces traicionados y engaados tienen razn
para mirar con recelo a la justicia y a la libertad mismas!

No son ellos los culpables de ese recelo, de ese instinto heredado de desconfianza. La culpa es
de los que hemos huido del campo para disfrutar en las grandes urbes de los placeres banales
o de los goces superiores de la cultura, o para elevar el propio nivel de vida; la culpa es de los
que, pudiendo y debiendo hacerlo, no hemos hecho entre los obreros de la tierra, la obra de
propaganda y de persuasin que se hizo entre los obreros de la industria; la culpa es de todos
los que hemos tolerado la expoliacin permanente de los campesinos en nombre de Dios, del
Rey, de la Repblica, sin habernos interpuesto, como lo hacamos cuando se trataba de la
explotacin y de la represin contra los obreros industriales.

Tenamos que cosechar los frutos del olvido en que hemos dejado al campesino. Es decir, no
habiendo sembrado cuando era la hora propicia, no podamos tener la esperanza de ricas
cosechas.

La revolucin tendra que sufrir las consecuencias del dualismo que hemos sealado.

Mltiples pueden ser las causas del fracaso o del xito de una revolucin. Una de las ms
importantes es la poltica agraria que realice. Si no se obra de modo que los campesinos
presten su adhesin activa, entusiasta, a la nueva situacin, la revolucin se pierde
irremediablemente. Y para que presten su adhesin no se ha de olvidar en ningn momento
que hay desnivel entre la preparacin del obrero de la industria y la del campesino; que las
mismas palabras tienen distinto significado o son interpretadas diversamente en la ciudad y en
el campo, que los hechos que de un lado son favorables pueden ser nocivos en el otro.

En general, frente al campesino receloso y desconfiado, por que tiene sus justos motivos, hay
que emplear un instrumento de propaganda que no falla nunca en su eficacia, aunque sea
aparentemente ms lento: el ejemplo, la persuasin por la prctica de cada da. Por los caminos
de la violencia perderemos siempre la partida, aun logrando el aplastamiento de toda
resistencia ostensible de los campesinos.

Sin la simpata y el apoyo activo de la poblacin agraria, toda revolucin econmica, poltica y
social se estrellar en la impotencia. Aunque se crea ms fuerte con sus cuerpos armados,
aunque se envalentone por la facilidad relativa con que puede suprimir cualquier foco de
descontento! La historia de todos los tiempos y de todas las revoluciones nos ensea que, en el
camino del progreso, no se llega efectivamente ms que hasta all donde los campesinos son
capaces de llegar por propia voluntad.

De una manera casi espontnea, por todas partes, sin esperar consignas, acuerdos,
recomendaciones, hemos visto surgir colectividades agrarias compuestas, en su gran mayora,
por hombres del campo a quienes haban llegado de algn modo las ideas revolucionarias o
que conservaban latentes en la memoria y en la tradicin antiguos recuerdos de prcticas de
trabajo comn. Fueron tomadas las tierras de los propietarios facciosos, se puso en cultivo toda
el rea cultivable yerma, pero en lugar de repartir todo eso ms o menos equitativamente, esas
tierras fueron puestas en comn con los respectivos implementos de trabajo, mquinas y
ganados.

Era el verdadero comienzo de la revolucin en la agricultura. Se produjeron casos aislados de
disgusto; conatos de coaccin. No lo hemos comprobado de cerca, muy al contrario, pero no
tenemos ningn inconveniente en darlos por acontecidos. Eran incidentes inevitables la mayor
parte de las veces. Se han dado siempre, y siempre se darn en los primeros pasos de una
gran transformacin social.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

57

Los campesinos, de quienes menos esperbamos, fueron mucho ms all de todas las
previsiones. Hay que destacar que de todas las regiones de la Espaa llamada republicana.
Catalua fue la que vi en menor escala esa agrupacin de campesinos, con ser muchas y muy
importantes y bien administradas las colectividades agrarias en su territorio. Que temor
podamos tener al porvenir, a la contrarrevolucin republicana o comunista, cuando el
campesino, de formacin socialista o de formacin libertaria, se haba constituido en fuerza
irrompible en el camino de la verdadera revolucin?

Las colectividades queran demostrar una cosa; que el trabajo en comunidad era ms
descansado y que, cuando las circunstancias permitiesen aplicar el maquinismo en gran escala
a la agricultura y poner en prctica los resultados adquiridos por la ciencia moderna con su
seleccin de semillas, con sus abonos adecuados, con los riegos correspondientes, no
solamente las tareas del campo, hechas en comn, seran ms sanas y holgadas, sino
infinitamente ms renditivas y provechosas
16
.

Necesitbamos un instrumento para predicar con el ejemplo en el campo: ese instrumento lo
formaron espontneamente las colectividades agrarias. Haca muchos aos que habamos
llegado a una conclusin parecida. Preocupados por este problema, comprendiendo
perfectamente la psicologa del obrero de la tierra, constatando la ineficacia de la mera
propaganda doctrinaria, proponamos la instauracin o el establecimiento de focos de trabajo
agrcola comunitarios, an a costa de comprar la tierra, an dentro de la economa capitalista.

De esta manera, con el ejemplo, tal era nuestra posicin, llegaramos a conquistar la poblacin
campesina, convirtindonos simultneamente en factores progreso, de bienestar y de cultura.

El instrumento propiciado lo tenamos all, fecundo y promisor. No haba porque acelerar el
paso ms de lo debido. Las colectividades haran de la subclase de los campesinos en pocos
aos, el puntal ms firme y ms sugestivo de la nueva edificacin econmica y social.

Haba que ver esas colectividades en Catalua, en el Aragn libertado, en Levante, en la parte
de Castilla emancipada del fascismo! Se encontraban en ellas hombres entusiastas, llenos de
fe, que no aspiraban a ocupar altos cargos pblicos, que no intrigaban para vivir a costa del
Estado; que se preocupaban de la siembra y de la cosecha; que lo esperaban todo de su
trabajo y de su dedicacin; que amaban la tierra como se ama a la madre o a la novia.

En contacto con esos precursores de la nueva era, se olvidaban muchas miserias, se
refrescaba el nimo abatido y se abordaba con ms confianza y ms seguridad el trabajo para
el porvenir.

Para dar una idea de la amplitud de ese movimiento de colectivizacin en la tierra, daremos
algunos datos del congreso colectividades campesinas de Aragn, celebrado en Caspe a
mediados de febrero de 1937. He aqu el resumen de la lista de organizaciones comarcales
representadas:

Comarcal de Alcaiz (colectividades de seis pueblos, Alcaiz, Castelserau, Belmonte, La
Cordoera, Torrecilla de Alcaiz, Valdeagorda) con 596 afiliados.

16
Uno de los grandes talleres metalrgicos de Barcelona, montado por el esfuerzo del Sindicato nico de la
metalurgia, dedicado a la fabricacin de fusiles ametralladoras y de bombas de aviacin y de obuses de todos los
calibres, haba preparado ya los planos y buena parte de las matrices para iniciar al da siguiente de la terminacin de
la guerra la fabricacin de tractores para la agricultura. Y de estas iniciativas, las haba a millares en todas las
industrias para lograr, despus de la guerra, en pocos aos, un resurgimiento econmico e industrial de Espaa capaz
de situarla entre las grandes potencias europeas. La prdida de la guerra ha frustrado todas esas esperanzas. Franco
ha ganado la Partida, pero ha perdido al pueblo espaol y ha quebrado su magnfico despertar.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

58
Comarcal de Alcoriza: 13 colectividades, algunas como las de Andorra y Caizar del Olivar
con 3.200 campesinos cada una, la de Alcoriza con mil. En total 10.000 afiliados.

Comarcal de Albalate de Cinca: 16 colectividades, la mayor de ellas, la de Ontiena, con
800, la menor, la de Almidafa, con 30 afiliados. Total 4.068 miembros.

Comarcal de Anges: 36 colectividades con 6.201 afiliados; la mayor era la de Casds, con
406 miembros, la menor la de Sietamo, con 45.

Comarcal de Caspe: 5 colectividades, la ms nutrida la de Maella con 757 miembros. En
total 2.197 afiliados.

Comarcal de Ejulve: 8 colectividades, la mayor la de Villarluengo con 1.300 miembros, otra
en Ejulve con 1.200; la menor en Mezquita de Jarque, con 27 afiliados. Total 3.807
miembros.

Comarcal de Escucha: 6 colectividades, la mayor en Utrilla, con 400 afiliados.

Comarcal de Graen: I2 colectividades (no constan las cifras de los miembros).

Comarcal de Lecera: 9 colectividades con 2.045 afiliados; la mayor, Lecera con 650
miembros, la menor, Moneva con 77.

Comarcal de Monzn 35 colectividades, algunas, como la de Binefar, con 3.400 miembros,
la de Binacet con 1.800.

Comarcal de Sastago: 4 colectividades, con un total de 478 afiliados.

Comarcal de Puebla de Hijar: 9 colectividades con un total de 7.146 afiliados.

Comarcal de Pina de Ebro: 6 colectividades con 2.924 afiliados.

Comarcal de Torrente: 3 colectividades.

Comarcal de Valderrobres: 18 colectividades con 11.449 afiliados; algunas de ellas muy
importantes, como la de Fresneda, con 2.000 miembros, la de Calaceite con 1.740, la de
Valderrobres, con 1.600, la de Mazalen, con 1.560.

Comarcal de Mas de las Matas: 14 colectividades, con 7.930 afiliados; tres de ellas, con
ms de mil afiliados cada una.

Comarcal de Muniesa: 11 colectividades con 2.254 afiliados.

Comarcal de Mora de Rubielos: 21 colectividades con 3.782 afiliados.

Comarcal de Ainsa: nmero de afiliados faltan.

Comarcal de Alfambra: 6 colectividades con 502 afiliados.

Comarcal de Benabarre: 6 colectividades con 470 afiliados.

Comarcal de Barbastro: 31 colectividades con 7.983 afiliados; la ms nutrida la de Peralta
de Alcolea, con mil miembros.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

59
Comarcal de Pancrudo: 4 colectividades con 2I5 afiliados.

Estuvieron representadas en el congreso de Caspe 275 colectividades agrarias,
correspondientes a 23 comarcas de Aragn, con un total de 141.430 afiliados. Pero hay que
hacer notar que se trata, por lo general, slo de cabezas de familia. Ms de un 70 por ciento de
la poblacin campesina de Aragn se haba asociado en las colectividades agrarias. El
congreso de Caspe, tena por objeto constituir una federacin.

Regional de colectividades y marcar algunas lneas generales de conducta y fijar sus
aspiraciones. La federacin deba, segn los acuerdos adoptados, "coordinar la potencialidad
econmica de la regin y dar cauce solidario a las colectividades en las normas autonmicas y
federativas que nos orientan".

Las colectividades deban realizar una estadstica veraz de la produccin y del consumo,
remitirlas al comit comarcal respectivo, el cual la transmitira al Comit regional, constituyendo
esa estadstica la "nica forma de establecer la verdadera y humana solidaridad".

He aqu de qu manera proyectaban los campesinos de Aragn orientar sus esfuerzos:

"1. Procede ir con toda urgencia a la creacin de campos experimentales en todas las
colectividades de Aragn para, con ellos, poder efectuar los estudios que se crean
necesarios para intentar nuevos cultivos y obtener as mejores rendimientos e intensificar la
agricultura en toda la regin. Al propio tiempo debe destinarse una parcela, aunque sea
pequea, para el estudio de los rboles que ms pueden producir y mejor se aclimaten al
suelo de cada localidad.

"2. Debe irse igualmente a la creacin de campos de produccin de semillas; para ello puede
dividirse Aragn en tres grandes zonas y en cada una de ellas instalar grandes campos para
producir las semillas que son necesarias en cada zona, y al propio tiempo, producir para
otras colectividades, aunque no pertenezcan a la misma zona. Tomemos, por ejemplo, el
cultivo de la patata: debe producirse la semilla de esta planta en la zona de ms altitud de
Aragn, para luego ser explotada por las colectividades de las otras zonas, ya que esta
planta, en la parte alta no es atacada por las enfermedades que le son caractersticas si la
producimos y cultivamos siempre en la parte de poca altura, o sea en terreno Hmedo y
clido.

"Esas tres zonas procedern al intercambio de las semillas que las necesidades aconsejen en
cada caso, segn los resultados de los estudios que se realicen en los campos experimentales,
pues estos deben estar en armona unos con otros e intervenidos al propio tiempo por tcnicos
agrnomos para estudiar y hacer todas las pruebas que se crean de provecho y necesidad. . . "

Como misin de la federacin de colectividades, fundada en el mencionado congreso, se
sealan puntos como los siguientes:

Propagar intensamente las ventajas del colectivismo, basndolo en el apoyo mutuo.

Controlar las granjas de experimentacin que puedan crearse en aquellas localidades
donde las condiciones del terreno sean favorables para la obtencin de toda clase de
semillas.

Atender a los jvenes que tengan disposiciones para la preparacin tcnica mediante la
creacin de escuelas tcnicas que se cuiden de esa especialidad.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Organizar un equipo de tcnicos que estudie en Aragn la forma de conseguir mayor
rendimiento en las diversas labores del campo.

Procurar a las colectividades todos los elementos de expansin que, a la vez que de
distraccin, sirvan para elevar la cultura de los individuos en el sentido general.

Organizar conferencias para perfeccionar y amoldar a la nueva situacin la mentalidad del
campesino.

Fomentar por todos los medios la arboricultura.

Construccin en cada colectividad de granjas pecuarias para estudiar y seleccionar las
diversas razas y variedades del ganado existentes y conservar las que hayan mostrado
mayor rendimiento.

Construir, donde las posibilidades lo permitan, grandes granjas modelos, con todos los
adelantos de la ciencia moderna, para lograr mejores rendimientos y hacer partcipes a
todas las Colectividades de los resultados obtenidos.

Las explotaciones agropecuarias deben ser dirigidas por elementos tcnicos a fin de que
sean aprovechadas las adquisiciones de la ciencia.

La misma preocupacin, el mismo anhelo, la misma comprensin de las necesidades se
observan en los acuerdos de todos los congresos campesinos, comrcales, regionales y
nacionales, realizados durante los aos de la revolucin y de la guerra.

Vase qu lnea de conducta se fijaba en aquel congreso de Caspe para con los reacios o los
adversarios que se apartaban de las colectividades:

1. Al apartarse por propia voluntad los pequeos propietarios de las colectividades, por
considerarse capacitados para realizar sin ayuda de los dems su trabajo, perdern el
derecho a percibir nada de los beneficios que obtengan las colectividades. No obstante
esto, su conducta ser respetada siempre que no perjudique los intereses colectivos.

2. Las fincas rsticas y urbanas, y dems bienes de los elementos facciosos que hayan sido
incautadas, sern usufructuados por las organizaciones obreras que existan en el momento
de la incautacin, siempre que esas organizaciones acepten las colectividades.

3. Todas las tierras de un propietario que eran trabajadas por arrendatarios o medieros,
pasarn a manos de las colectividades.

4. Ningn propietario podr trabajar ms fincas que aqullas que le permitan sus fuerzas
fsicas, prohibindoles en absoluto el empleo de asalariados.

Las federaciones campesinas regionales, de Aragn, Catalua, Levante, Centro, Andaluca,
formaron una Federacin Nacional Campesina, que coordinaba, en el orden nacional, todas las
iniciativas, conocimientos, informes e intereses de todos los campesinos afiliados, ms de un
milln y medio al perderse la guerra, en los primeros meses de 1939.

Las colectividades de Aragn fueron arrasadas por las tropas comunistas con una odiosidad
repulsiva. Pero su arraigo haba sido tal en tan poco tiempo de existencia, que hubo
forzosamente que consentir luego que revivieran exactamente en la misma forma y con las
mismas aspiraciones que antes. Y cuando Espaa quiera abordar decididamente la solucin de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

61
su problema agrario, tendr que volver a la lnea marcada por los campesinos mismos desde
julio de 1936 a comienzos de 1939.

El socialismo internacional, nacido al calor de la concentracin de la industria, no ha
comprendido el alma del campesino. El obrero industrial no siente cario ni a su herramienta ni
a su fbrica. Cambia de fbrica y de oficio sin dolor ni pena. No se siente unido ntimamente en
su obra. La mayora de las veces ni siquiera advierte la finalidad de su trabajo, aunque ese
sentimiento no era ya el que primaba en las fbricas colectivizadas, en las empresas fundadas
por nuestros sindicatos, donde se adverta el sentido de la propiedad colectiva. El campesino
ama la tierra que cultiva; y porque la ama, la quiere suya. La suprema ilusin del campesino que
trabaja tierras ajenas, como arrendatario, rabasaire, mediero, etc., es la posesin de esas
tierras, no por especulacin capitalista, no por el ansia de enriquecerse, sino porque esas
tierras forman parte de su personalidad y las quiere como a s mismo, como a su mujer y a sus
hijos.

Es deseable que el concepto de la propiedad vare sustancialmente, porque la propiedad
privada de la tierra es un obstculo al progreso y a la justicia y no beneficia, como tal, ni a los
propietarios mismos que las trabajan a costa de sacrificios inmensos. Esa transformacin no
puede ser obra de veinticuatro. Horas; requiere su perodo de gestacin y de plasmacin.

El proceso no poda menos de ser acelerado con el ejemplo viviente de las colectividades
agrarias. Sera un error atravesar arbitrariamente esa etapa de transformacin de los conceptos
de la propiedad, a fuerza de decretos o a fuerza de terror.

No tiene la culpa el campesino, olvidado en su terruo, de la fuerza que en l poseen los
sentimientos de propiedad de la tierra que cultiva. Adems de ser algo natural, es tambin fruto
de una herencia que no hemos hecho nada por combatir a la luz de la cultura.

Personalmente opinbamos que, con las colectividades agrarias, habamos llegado al buen
camino para actuar en el campo. Por eso no nos impacientbamos, pues cuando se est en el
buen camino y se trabaja con fe se llega seguramente a la meta.

Nuestras colectividades no eran lo que haban sido los viejos conventos medioevales de las
rdenes religiosas. No se aislaban, sino que entrelazaban su existencia, sus intereses, sus
aspiraciones, con los de la masa campesina entera, al mismo tiempo que con la industria de las
ciudades. Eran el vehculo por el cual se uniran eficazmente la ciudad y el campo.

Aunque partidarios del trabajo colectivo de la tierra, sin violencia alguna para forzar la
inclinacin de los reacios o de los incomprensivos, no hemos de olvidar una cosa: la experiencia
de todos los pases, en particular de los ms intensamente agrcolas, demuestra que la
productividad de la tierra cultivada familiarmente no es inferior a la de la que se trabaja en
colectividad. Desde el punto de vista del rendimiento, la existencia del cultivo familiar, tan
arraigado en los campesinos, es perfectamente tolerable. Lo que importa aqu ms es la
especializacin. No es recomendable que un campesino o que una colectividad agraria, se
dediquen a toda suerte de cultivos. Deben especializarse en determinada produccin y llegar en
la rama elegida, al mayor perfeccionamiento.

La desventaja mayor del trabajo familiar, que absorbe a todos los miembros de la familia, al
padre, a la madre, a los nios, a los abuelos, es el esfuerzo excesivo. El campesino en esas
condiciones, no tiene otra preocupacin que la tierra, el cuidado de la siembra, el crecimiento de
los frutos, la cosecha, etc. No hay horarios, no hay lmite al desgaste fsico. Proporcionalmente
puede obtener de su tierra, al menos en los primeros tiempos, ms provecho incluso que el que
correspondera al cultivador de las colectividades. Pero es que el campesino no debe llevar
hasta el extremo su sacrificio y el de sus hijos. Es preciso que le quede tiempo, reserva de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

62
energa para instruirse, para que se instruyan los suyos, para que la luz de la civilizacin pueda
irradiar tambin en sus hogares.

El trabajo de las colectividades es ms aliviado y permite a sus miembros leer peridicos,
revistas y libros, cultivar tambin su espritu y abrirlo a los vientos de todas las innovaciones
progresivas.

Por ese derecho y ese deber de reposar, de no gastarse enteramente encorvados sobre la
tierra de sol a sol, y ms todava, el rgimen de trabajo colectivo es superior y debe ser
estimulado, sobre todo despus de la grandiosa experiencia espaola. Pero mientras los
campesinos no lo entiendan as voluntariamente, mientras no se dejen convencer por el
ejemplo, el cultivo familiar, la pequea explotacin agrcola que no requiere fuerzas extraas de
trabajo, debe persistir y ser respetada.

Pero la revolucin, si es verdadera, no es nunca unilateral. Es un proceso totalitario que lo
abarca todo y que lo conmueve todo.

Inspirados por la tradicin de renovacin espiritual y educacional que tena un pasado tan
brillante en la obra de Francisco Ferrer y de sus continuadores directos e indirectos, se form,
en los primeros das del movimiento, por decreto del 27 de julio de 1936, el Consejo de la
Escuela Nueva Unificada (C. E. N. U.), en donde colaboraron tambin todas las tendencias
polticas y sociales que coincidan en la apreciacin de los problemas de la escuela y del nio.

El esfuerzo del C. E. N. U. ha dado frutos preciosos, realizando en pocos meses una obra que
no haba podido realizar la repblica en cinco aos completos de existencia.

Los nios que concurran a las escuelas oficiales de Barcelona antes del 19 de julio, eran
34.000; a los cinco meses del movimiento revolucionario asistan a las escuelas 54.758. La
creacin de escuelas ha continuado en una progresin jams igualada. La poblacin escolar de
Catalua casi se ha triplicado, sin contar los perfeccionamientos del material y de la orientacin
pedaggica.

En medio de esa fiebre de creacin en el terreno militar, en el econmico, en el cultural, no eran
todas satisfacciones y alegras, sino que tambin abundaban los sinsabores y las amarguras.
La poltica de partido y de organizacin fue escindiendo poco a poco al pueblo de Catalua y
transformndolo en facciones enemigas.

Nosotros queramos unificarlo todo en la guerra y hacer del triunfo la base de toda construccin
futura, sin que eso implicase ninguna detencin arbitraria, pues, por ejemplo, la reorganizacin
de la direccin econmica y su estructuracin para obtener el mximo rendimiento de ella, era
tambin condicin para la victoria. Todos los apetitos y concupiscencias salieron a flote.
Apareci una empleomana morbosa. Hemos regenteado un departamento del gobierno de la
Generalidad, con 250 funcionarios; de esa cifra, honestamente, sobraba la mitad. Nuestros
sucesores, que seguramente no tuvieron ninguna preocupacin de carcter constructivo, y que
no pugnaron por llevar a la prctica ninguna iniciativa nueva, elevaron la cantidad de
funcionarios a ms de 900.

Las lneas de fuego quedaban demasiado lejos, gracias a nuestra premura en contener
cualquier embate faccioso, y el tronar de los caones y el dolor y las penurias de las trincheras
no perturbaba las digestiones de la retaguardia feliz. Se hizo poltica desde todos los sectores, y
el divorcio entre las necesidades del frente y las apetencias de la retaguardia fue cada da ms
palpable y la distancia cada vez mayor. Cuando la poltica y el ejemplo corruptor y
desmoralizador del gobierno central hizo su aparicin en Catalua, los defectos que nosotros
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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sealbamos en los primeros tiempos en la retaguardia, se multiplicaron y se intensificaron de
una manera espeluznante




CATALUA Y EL RESTO DE ESPAA

El gobierno central contra Catalua. La poltica contra la
geografa.



SIN el triunfo de julio en las calles de Barcelona, la rebelin militar se habra impuesto en casi
toda Espaa con escaso derroche de municiones, porque el triunfo de Madrid habra quedado
excesivamente circunscrito, y Madrid no contaba con las posibilidades de defensa de Catalua.
Las guarniciones que no salieron a la calle, aunque se encontraban complicadas en el
movimiento, fue por esperar en un ambiente hostil el curso que tomasen los acontecimientos en
el resto del pas.

Esa pausa fue aprovechada para forzar la rendicin de la de Levante, que estaba a la
expectativa, alentada quizs por los ensayos de Martnez Barrio para constituir un gobierno que
sirviese de enlace entre la Repblica y la rebelin. En otras partes se combati enrgicamente,
pero con xito variable. Los gobernadores del Frente Popular azaista, se negaron a facilitar las
armas de que disponan a las organizaciones obreras y dieron a los enemigos oportunidades
suficientes para concentrarse y tomar la ofensiva, en la cual no respetaron ni siquiera a esos
gobernadores republicanos a quienes deban el triunfo. Una absurda confianza de los dirigentes
socialistas asturianos en la lealtad del coronel Aranda, motiv la prdida de Oviedo, y con
Oviedo, fue inmovilizada Asturias en sus posibilidades de expansin y de ofensiva. Y si no cay
toda la regin en manos de la pequea guarnicin de Oviedo, fue porque nuestros compaeros
tomaron por asalto los cuarteles de Gijn y la iniciativa popular directa logr limpiar de
enemigos la mayor parte de la heroica zona minera.

La lucha en las calles de Sevilla dur varios das, pero el pueblo fue vencido.

Encarnizadamente se combati en Madrid, donde el socialismo madrileo arranc al ministro de
la guerra una orden para que fuesen entregados mil fusiles, orden que luego fue rectificada,
pero cuya rectificacin fue desobedecida. La toma del cuartel de la Montaa es uno del episodio
glorioso del pueblo madrileo, como el 2 de mayo de 1808, o como el derrocamiento de la
dictadura del general Fernndez Crdoba.

Pero no nos proponemos describir el 19 de julio en toda Espaa. Lo que nos interesa destacar
es que, sin el ejemplo de Barcelona y de Catalua entera, los militares se habran apoderado de
todo y habran impuesto la dictadura que ambicionaban en toda Espaa, pues haban quedado
con las guarniciones mejor nutridas, con casi todas las fbricas de plvoras y cartuchos, y con
los depsitos de Marruecos, que no deban tener menos de 60 millones de cartuchos al estallar
la rebelin.

No solamente hemos dado el tono desde le punto de vista de la lucha armada, sino tambin en
lo relativo al contenido econmico y social del movimiento antifascista. Aunque con resistencias
y obstculos mltiples, los trabajadores y campesinos del resto de la Espaa leal, hicieron lo
que habamos hecho en Catalua: tomar posesin de los latifundios, de las fbricas, de los
medios de transporte, de los hospitales, de las escuelas, etc., etc.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Comprendimos desde los primeros momentos que no era antifascismo todo lo que reluca como
tal y que una buena parte de los que tenan que manifestarse a la luz pblica satisfechos de
nuestro triunfo, en su fuero interno tenan ms preocupaciones, y estaban ms alarmados por el
peligro revolucionario que implicaba la guerra popular al fascismo, que por el peligro que
representaba, para todas las libertades, la sublevacin militar. Si en el pueblo la satisfaccin era
indescriptible, en los polticos profesionales la satisfaccin era slo de labios afuera, a
regaadientes, y el triunfo de las masas populares era considerado como un mal necesario e
inevitable en la quiebra total de todos los resortes defensivos del Estado.

En la conducta del Gobierno de Madrid, hemos confirmado incesantemente esa impresin. Se
sucedieron varios gabinetes de diverso colorido poltico, pero la actitud de todos ellos fue la
misma: la de hostilidad no disimulada a todo lo procedente de Catalua, que representaba tanto
la guerra sin cuartel al fascismo, como un trasformacin profunda de las condiciones
econmicas y sociales.

En respuesta a la incomprensin y al sabotaje sistemtico de nuestro esfuerzo, como a la
intencin bien evidente, desde la primera hora, de oponerse con ms energa a un avance
social justiciero de las masas productoras que al enemigo del otro lado de las trincheras, pudo
haberse declarado la independencia de Catalua, para avanzar con el ritmo propio que se haba
dado a partir de los acontecimientos de julio.

La idea fue mas o menos alentada por ciertos sectores y, en algunas ocasiones, no se disimul
como amenaza, pero el hecho de tener el oro del pas a disposicin del gobierno de Madrid y la
circunstancia de ser Catalua una zona industrial que haba de ser abastecida de materia prima
extranjera, unido todo esto a las dificultades crecientes de los intercambios internacionales, hizo
que se viese con claridad que una independencia poltica en aquellas condiciones no poda ser,
de hecho, ms que una solucin estril o bien una entrega de la regin autnoma al
protectorado francs, sin cuyo soporte no habra podido sostenerse la economa catalana y, por
tanto, la guerra.

A pesar de todo lo que habamos sacrificado en iniciativa y en posicin de predominio, faltaba
una cantidad importante de materias primas, como por ejemplo, el algodn, el carbn, metales,
aceites pesados y esencias. No podamos desarrollar las industrias de guerra, sin depender de
los aceros extranjeros, que haban de ser pagados en divisas; sin la importacin de cobre, de
cinc, etc., etc., y para todo ello el gobierno central, era el nico que dispona del oro del Banco
de Espaa.

Los aceros vascos exigan tambin divisas, y lo mismo en Euzkadi que en Asturias, no hemos
encontrado ms que dificultades y obstculos para proveernos de las materias primas que a
esas regiones sobraban. Recurramos a operaciones comerciales raras. Por ejemplo,
negociamos con una poderosa firma inglesa, proveedora de aluminio y de cinc, la adquisicin
de esos metales a cambio de naranjas, y con ese objeto contratamos toda la naranja de Almera
y de Murcia y cargarnos un primer barco.

Pagbamos la naranja a los agricultores levantinos, y, en cambio, recibiramos aluminio de
Inglaterra. Intervino el gobierno central, y como la naranja haba de ser cargada en puertos
sometidos a su control, impidi la operacin, retuvo el barco semanas y semanas y, cuando
quiso resolverse a vender directamente el cargamento, ya estaba echado a perder. Otras veces
recogamos aceite de oliva, se venda en Francia y se importaban mquinas a cambio; pero
estas operaciones se podan hacer porque disponamos de la frontera y de los puertos
catalanes, donde tenamos que desconocer las medidas decretadas por el gobierno central para
impedirnos ese mnimo de abastecimiento para nuestras fbricas. Sin embargo, no eran esos
los procedimientos capaces de atender a las necesidades de la economa catalana en tiempos
de guerra.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Hacan falta divisas, haca falta tocar el oro del Banco de Espaa.

Una poltica financiera audaz consigui vencer los obstculos de los primeros meses mediante
incautaciones en los establecimientos bancarios de Catalua; pero esas incautaciones tenan
un limite en las existencias precarias, y lleg el instante en que, para hacer frente a
necesidades urgentsimas, hubo que recurrir a emisiones propias de las que no responda el
tesoro nacional.

As llegamos a este dilema: o gestionbamos, por un lado, una entente con el Gobierno central
para que sufragase los gastos de guerra, o bien habamos de decidirnos a establecer un
rgimen de independencia poltica que, probablemente, habra sido poco viable durante la
contienda y, despus de ella, habra sido un mal para Espaa y para Catalua.

Exista la solucin del buen acuerdo federativo, como aconsej, siempre la historia y la
geografa de la Pennsula, pero tambin la Espaa republicana era continuacin de la Espaa
de los Austrias y de los Borbones y, en lugar de federacin, solo quiso hablar de sumisin, de
entrega a la burocracia centralista de toda iniciativa, de entrega al Estado Mayor central de los
destinos de la guerra que habamos declarado cuando ese Estado Mayor mismo no exista. "Un
rey y una ley" deca Felipe V, y una ley proclam la segunda repblica, que haba sido forzada
a dar una apariencia de autonoma a Catalua y a Euzkadi, pero que, no obstante, sigui
apegada a la tradicin centralista de la historia antiespaola.

Hicimos bien o hicimos mal? En holocausto a la guerra hemos cedido, nosotros que tenamos
ms razn y que tenamos un arma de que el Gobierno central careca: la adhesin activa del
pueblo. Pero era posible ganar la guerra sin contar con el pueblo? Y cedera el pueblo con la
amargura y la resignacin con que habamos cedido nosotros?

En los ltimos das del gabinete Giral, que sucedi el funesto Casares Quiroga, a cuya miopa
se deba el levantamiento militar, fuimos con Daz Sandino, no por primera vez, a exponer al
Gobierno de Madrid la situacin de Catalua, sus necesidades y sus posibilidades. Desde la
primera hora el Gobierno central haba rehusado categricamente toda ayuda a nuestra
empresa en Aragn y en las Baleares. Pero no podamos menos de tocar todos los resortes
para hacer comprender a los polticos de Madrid que Catalua tena en sus manos el triunfo en
la guerra y que era un crimen contra Espaa y contra la cultura amenazada por la bota militar,
no poner a su disposicin los elementos que le faltaban para terminar la contienda en muy
pocos meses.

Ms de ciento cincuenta mil hombres se haban inscrito voluntariamente en nuestras milicias
para salir al frente y luchar contra el enemigo que no haba organizado todava la resistencia.
Carecamos de armas, carecamos de municiones y carecamos de materias primas para dar
vida a una industria de guerra naciente, que haba de ser la garanta ms slida de las futuras
posibilidades antifascistas en la Pennsula.

Pasamos toda una tarde discutiendo con el Presidente de Consejo de Ministros, un hombre que
estaba muy mal informado y muy mal asesorado, pero que nos pareci sincero.

Hablamos con el corazn en la mano, expusimos el instrumento poderoso de que dispona
Catalua, la capacidad de herosmo de su poblacin, haciendo resaltar que, en una guerra
moderna, no se puede triunfar si no se est respaldado por una fuerte industria y, en este caso,
no haba en Espaa ms que la industria catalana en condiciones de rendimiento, con un
equipo tcnico de primer orden.

Expusimos nuestras posibilidades militares, destacamos la importancia del frente de Aragn
para ligar econmicamente a la regin catalana con la industria pesada de Euzkadi y con la
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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zona carbonfera de Asturias. Recordamos haberle dicho que nuestra guerra estara ganada el
da que las fuerzas del frente aragons enlazasen con las regiones metalrgicas y mineras del
norte de Espaa. Le explicamos que nos bastbamos, si se nos ayudaba con los recursos
financieros de que carecamos, para aplastar al enemigo, deplorando que el Gobierno central,
por un odio insensato a Catalua y por miedo a la revolucin del pueblo, que era el
representante de la verdadera Espaa, pusiera obstculos a nuestra obra, que entraaba la
victoria y la salvacin para todos.

Pedimos un pequeo anticipo de divisas para implementos de aviacin y para adquirir algn
armamento que se nos ofreca. Giral pareci persuadirse de que nos asista la razn y dio orden
de que nos fuera facilitado el dinero requerido. Pero las rdenes del gobierno central tenan una
efectividad muy limitada. Se cumplan las que no contradecan los planes de quienes se haban
puesto la Repblica por montera y no consideraban republicano ms que lo que a ellos o a su
poltica beneficiaba.

Hablamos largamente tambin sobre el oro del Banco de Espaa, que estaba en peligro, y cuyo
traslado inmediato aconsejbamos. Le mencionamos antecedentes de otros pases durante la
guerra mundial y le hicimos ver que en Madrid no estaba seguro y que la responsabilidad
histrica del Gobierno de la Repblica si dejaba caer oro del Banco de Espaa en manos del
enemigo, sera incalculable. Giral hizo llamar a sus consejeros financieros para que discutiesen
con nosotros ese punto. Se trataba de viejos funcionarios que podan tener algn conocimiento
tcnico en la materia, pero que, sobre todo, demostraban preocuparse por la seguridad de sus
empleos.

Uno de los que llevaba la voz cantante termin por aprobar nuestra sugerencia del traslado de
la riqueza nacional a lugar ms seguro, pero a condicin de que fuesen trasladados tambin los
empleados del Banco para que no quedasen sin ocupacin.

Dejamos al presidente de Ministros en la conviccin de que habamos tocado alguna cuerda
sensible y de que las futuras relaciones entre Madrid y Catalua no seran tan speras,
ahorrndonos el sabotaje sistemtico en la forma en que se nos haba hecho hasta all.

Al poco tiempo cay el Gobierno Giral y, de todo lo hablado y tratado, no qued ms que el
recuerdo que guardamos nosotros. Largo Caballero sucedi a Giral; pero sigui la misma vieja
poltica de desconfianza hacia Catalua, negando el agua y la sal al frente de Aragn, que era
realmente el frente que poda precipitar el fin de la guerra
17
.

Poco importaban las disposiciones favorables o no de los ministros si la ejecucin de sus
rdenes haba de depender de funcionarios militares o civiles que las cumplan hasta all donde
les daba la gana. Hemos tenido en el gabinete de largo Caballero cuatro ministros, tres de ellos
catalanes y conocedores de la situacin por que atravesbamos, pero la realidad sigui siendo
la misma. El verdadero Gobierno no era el que tena la responsabilidad oficial.

Tambin visitamos con Daz Sandino al presidente de la Repblica, Manuel Azaa, en el
antiguo palacio real de Madrid. Era en los das de pnico que siguieron a los desastres de

17
Despus de salir Largo Caballero del Gobierno, en su primer y ltimo mitin pblico, 17 de octubre de 1937,
explic muchos entretelones trgicos de las maniobras y deslealtades comunistas. Se acusaba al ministro de la guerra
de no entregar el armamento de que se dispona a los combatientes. Y cuando ms arreciaba esa campaa, el ministro
de la guerra dispona de 27 fusiles. Haba de proclamarlo pblicamente para responder a la campaa que se haca
contra l? Fue hacia la misma poca cuando se hizo, por iniciativa de los rusos, una venenosa campaa contra la
inactividad del frente de Aragn. Habamos de declarar, para que lo supiera el enemigo, que ese frente estaba
paralizado porque no disponamos de un solo cartucho?
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Talavera. Azaa nos esperaba a las diez de la noche. La escolta presidencial destacaba sus
brillantes uniformes, ante los cuales quedaban deslucidos los nuestros, de milicianos.

Le expusimos nuestra situacin en Catalua y nuestras necesidades apremiantes y le dimos
cuenta de las conversaciones con Giral y de la acogida que creamos haber tenido en nuestras
gestiones. Pedimos a Azaa que interviniese personalmente a fin de que no se frustrasen las
promesas que nos haban sido hechas. Azaa nos dijo que era como un prisionero, que la
Constitucin no le permita intervenir en nada y que su funcin consista en dejar la palabra a
los que, legalmente tenan que gobernar, con el apoyo de los partidos o del parlamento. Le
exhortamos a que utilizase el prestigio de que disfrutaba dentro y fuera de Espaa. Su silencio y
su pasividad, bajo el amparo de la Constitucin o sin l, era como un delito en la hora que
atravesbamos, y su actitud, cruzndose de brazos ante la tragedia, no poda ser nunca bien
interpretada.

En el curso de la conversacin tuvimos la impresin de que aquel hombre no simpatizaba con el
fascismo, pero que simpatizaba menos an con la revolucin y con la intervencin directa del
pueblo en la vida pblica, sin respetar las barreras preestablecidas por los partidillos
republicanos que nacieron al advenimiento de la Repblica.

En un momento dado, Daz Sandino tuvo la franqueza de decirle que su poltica era culpable de
la sublevacin militar y que la indecisin de la democracia y de los presuntos republicanos que
no haban estado a la altura de su misin, nos haba llevado al resultado que ahora
palpbamos. Tena sus motivos para hablar as nuestro compaero de delegacin. Haba sido
uno de los puntales de la conspiracin contra la monarqua, y poco antes del levantamiento
haba hecho un viaje en balde a Madrid a demostrar documentalmente lo que se preparaba, sin
ser escuchado. Azaa, que pareca carecer de nervios ante la tragedia que estbamos
presenciando, hizo la comedia de sentirse profundamente herido y de no querer tolerar la
verdad que acababa de or junto a su mismo trono. De tal manera se revolvi airado el
prisionero de la Constitucin que creamos oportuno ponernos de pie y buscar la salida sin
despedirnos del jefe del Estado. El hombre reflexion un poco, baj el tono de su fingida
indignacin y terminamos hablando de las condiciones de nuestro frente aragons.

Con hombres como Azaa era fatal la conspiracin fascista y fatal la prdida de la guerra.

La peregrinacin de todas las regiones leales hacia Catalua era conmovedora. Las milicias
populares, siguiendo nuestro ejemplo, se haban lanzado en todo el territorio adepto, a una
guerra desigual a causa de la calidad del armamento; pero la voluntad de vencer era tan grande
que, por poca ayuda que se les hubiese prestado, antes de las complicaciones internacionales
que se sucedieron, nuestra victoria habra sido fulminante.

Acudieron numerosas delegaciones de los combatientes improvisados al Gobierno de Madrid
para obtener algn elemento de defensa y de ofensa; y desde Madrid, descorazonados y
amargados, acudan a Barcelona a contarnos su desesperacin, a exponernos sus planes de
lucha, a relatarnos sus experiencias y sus fracasos con el Gobierno de la Repblica.

Nosotros, parte integrante del pueblo de donde hemos salido y del cual no nos hemos
separado, comprendamos el inmenso dolor de los que haban de volver hacia sus compaeros
en todos los frentes con las manos vacas, a decirles que el Gobierno de la Repblica se
negaba a auxiliarles.

Unamos nuestra desesperacin a la suya, pero el espritu de solidaridad que habamos
cultivado tanto, haca que los combatientes de las otras regiones viesen en nosotros, por lo
memos el deseo sincero de estar a su lado. Hemos entregado armas y municiones a todos los
frentes: a Crdoba, a Mlaga, al Centro, a Levante, a Irn, etc.; hemos proporcionado algunas
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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piezas de artillera a los frentes del Sur al mismo tiempo que sostenamos la campaa de
Mallorca y nuestra empresa de reconquista de Aragn. Sin contar material sanitario,
ambulancias, camiones, vveres, ropas, obuses de artillera de todos los calibres, que habamos
comenzado a fabricar en gran escala.

Nos apenaba hasta las lgrimas el no disponer de material de guerra para repartirlo a un gran
pueblo que estaba dispuesto a jugarse por entero en defensa de su libertad y de su porvenir.
Pero, no obstante la situacin en que nos encontrbamos, no han vuelto nunca con las manos
vacas los que llegaron a nosotros en demanda de socorro.

A la Misma defensa de Madrid hemos contribuido desde Catalua con unos diez mil hombres
armados y hemos prometido, en todo instante, que si el Gobierno central se comprometa a
proporcionar las armas, nuestra ayuda en hombres sera ilimitada.

Ha trascendido en todo el mundo y se ha comentado con acritud la cada de Mlaga y la
entrega de Bilbao a las divisiones italianas. En el primer caso era Ministro de la guerra Largo
Caballero, y ese acontecimiento y los sucesos sangrientos de Barcelona fueron aprovechados
para derribarle del gobierno y poner en su lugar otros ms dciles a la victoriosa estrategia de
Mosc.

Fueron encarcelados algunos altos mandos, entre ellos el general Asensio, pero despus de
diez meses de investigacin hubieron de ser puestos en libertad sin ir a juicio, porque el mismo
Partido acusador habra tenido que ser llevado a la picota. Por la prdida de Bilbao y de todo el
norte de Espaa, resultado ya de la brillante actuacin de los consejeros rusos en nuestra
guerra, no se han perdido responsabilidades, y los que oficialmente llevaban la direccin de la
guerra, no se han visto en la crcel, porque esta vez no haba hecho ms que cumplir al pie de
la letra las indicaciones del Kremlim. Pero la prdida del Norte de Espaa tiene un primer
peldao en la prdida de Irn, posicin estratgica magnfica para las relaciones del enemigo
con Francia.

Contrariamente a Bilbao, cuya entrega ha sido premeditada, porque no se ha defendido y
porque el gobierno central, ya en Valencia, no ha puesto a disposicin de los combatientes la
aviacin de que entonces se dispona y sin la cual no crean posible la defensa, Irn se defendi
heroicamente hasta el ltimo cartucho de pistola, hasta la ltima bomba de mano. Los
trabajadores en armas de aquella comarca dieron muestras de una bravura extraordinaria. Si a
Irn se le hubiese ayudado no habra cedido sin antes haber dado cuenta de buena parte de las
tropas de Franco.

Irn no peda aviacin, ni artillera; peda solamente fusiles, algunas ametralladoras,
municiones. Nos llegaron algunas delegaciones para exponer la situacin angustiosa en que se
encontraban los combatientes de aquella regin por falta de armas y de municiones. Nos
aseguraban que Irn no caera si se les facilitaban medios para defenderse. Todas las
tentativas que haban hecho ante el Gobierno de Madrid para obtener algn armamento haban
sido estriles y los emisarios dirigieron sus pasos hacia Catalua en demanda de auxilio.

Aun tenamos relaciones telefnicas y era un clamor tan intenso, y tan sincero el que nos
llegaba que no podamos permanecer indiferentes. No podamos abastecer a las milicias de
Aragn que reclamaban en vano el envo de municiones. Se plante algunas veces el problema
de Irn en el Comit de Milicias; pero nuestras disponibilidades se haban agotado por
completo.

Comprendimos que Madrid abandonaba a ese bravo pueblo norteo y que nosotros, por
muchos sacrificios que hicisemos, no podramos salvarle. Pero las llamadas telefnicas no
podan quedar en el vaco. El parque de artillera estaba exhausto y nos dirigimos, como en
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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otras ocasiones, a los Comits de defensa de la C. N. T. y de la F. A. I. Nos entregaron algunos
centenares de fusiles y algunas ametralladoras e hicimos partir de inmediato ese cargamento
en camiones, va Francia.

Los vehculos tuvieron percances en el trayecto, pero an llegaron a tiempo a manos de la
Federacin Local de Sindicatos Unicos de Irn, que nos acus recibo. Mientras los camiones
rodaban aceleradamente hacia su destino con la preciosa carga, pudimos recoger con pena
treinta mil cartuchos, con los cuales, nos aseguraban los combatientes de Irn, rechazaran la
ofensiva fascista que amenazaba aniquilarles y esperaran otro material que estaba por llegar
de un momento a otro. Se trataba de que tambin la municin llegase a tiempo. Nos era preciso
un aparato que pudiera cargar algunas toneladas de cartuchera.

Nuestro aerdromo no dispona de ninguno. Apelamos al Gobierno de Madrid, al Ministro de
marina y aire, a los jefes de aviacin. Llamamos a todas las puertas exponiendo la urgencia del
envo de aquella municin que habamos reunido con tantas dificultades y privando de ella a
nuestros combatientes.

Nadie quera hacerse responsable de nada. Nosotros lo habamos preparado todo, las fuerzas
populares de Irn custodiaban todava el aerdromo esperando ansiosas la llegada de la
municin salvadora. El Ministerio de marina y aire nos prometi el envo de un Douglas e
hicimos depositar el cargamento en el campo del Prat para no perder un slo minuto.

Las llamadas de Irn eran cada vez ms urgentes y el Douglas no llegaba. Gritamos,
insultamos en todos los tonos a los que, desde las poltronas ministeriales de Madrid consentan
flemticamente en la prdida de una poblacin donde algunos millares de hombres y mujeres
estaban dispuestos a sacrificarlo todo para conservar la posicin preciosa en nuestro poder.

Todo fue intil. Madrid no nos facilit el medio de transporte necesario y prometido, tal vez sin
nimo de cumplir la promesa, ni quiso ayudar por su cuenta con municin alguna a los
luchadores del Norte. Irn cay en manos del enemigo despus de una lucha desesperada y
ejemplar.

Cuando pensamos en el sacrificio, de las milicias de Irn no podemos menos de crispar los
puos de rabia por la actitud, que se califica sola, de las altas esferas del Gobierno central.

Todos los jefes del frente aragons nos enloquecan con sus reclamaciones continuas de armas
y municiones. Con ms insistencia y ms tenacidad que nadie, Durruti, que haba establecido
su cuartel general en Bujaraloz. Nos improvisaba una filpica diaria con todo lo que necesitaba
para hacer la guerra y salir triunfante en la empresa.

Nada podamos darle a l ni a nadie, porque nada tenamos. En una ocasin y ante la energa
de sus reclamaciones, no sabiendo ya de qu manera aplacarle, le dijimos que todo lo que
peda era intil, porque la posicin que l haba ocupado era la menos adecuada para la toma
de Zaragoza, y que estaba condenado, despus de haber sido el primero en salir, a ser el
ltimo en entrar en la ciudad apetecida, donde tantos amigos nuestros haban sido masacrados
y cuya venganza se haba propuesto ejecutar l.

Todava nos parece estar oyndole bramar al otro lado de la lnea telefnica. Era el desafo ms
grande y la ofensa ms hiriente que se le poda hacer. Pero era tambin la verdad; los puentes
del Ebro, haban sido volados y Durruti no poda atravesar el ro sin que antes estuvieran a las
puertas de Zaragoza las columnas del Sur Ebro o las que habamos enviado hacia Huesca.

Acudi a Barcelona, le hicimos el relato de todas nuestras aventuras y desventuras con el
Gobierno de Madrid; le comunicamos nuestra impresin de que Madrid nos abandonaba en
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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absoluto, y que no haba que contar con su ayuda para nada mientras nuestro predominio en el
frente de Aragn y en la regin catalana fuese un hecho real. Le hicimos ver todo lo que nos
faltaba y cunta era nuestra miseria para hacer la guerra.

Habamos desarmado a muchos de nuestros propios camaradas de Barcelona y de las
comarcas para darle algunos fusiles, pero todo ello era una gota de agua en el mar, si no se
consegua un verdadero desarme de la retaguardia, an cuando, al poco tiempo nos
encontraramos tambin con la falta de cartuchos.

Convencidos de nuestro fracaso en las gestiones con el Gobierno central, en las que haban
tomado parte poco a poco todos los miembros del Comit de Milicias, le propusimos que fuese
l mismo a probar fortuna como jefe de un importante sector del frente. Parti Durruti para
entrevistarse con Largo Caballero. No sabemos cules han sido las palabras precisas de Durruti
al jefe del gobierno, pero estamos seguros de que ha defendido nuestra causa con la energa
de que era capaz.

Llevaba algunas propuestas de venta de armas que nos haban hecho comisionados
extranjeros. Sali de Madrid con buenas promesas y regres lleno de jbilo a Catalua para
incorporarse a su puesto de lucha, esperando el cumplimiento de las promesas. Hemos
compartido de buena gana su jbilo y nos sentimos por un momento reanimado por la
esperanza. Pero pasaron las semanas y pasaron los meses y de las promesas hechas a
Durruti, como de las hechas anteriormente a tantos de nosotros, no qued ninguna traduccin
en hecho positivos.

Durruti fue enviado algunos meses ms tarde por nosotros a defender a Madrid, cuando ms
grave era la situacin y ms peligro corra de ser ocupado por el enemigo. En lugar de las
armas prometidas para el frente de Aragn, todava tuvimos que despojarnos de algunas
decenas de ametralladoras y de varios millares de fusiles, con tres o cuatro bateras, para
contribuir a la defensa de aquella ciudad, cuya cada habra significado, por la repercusin
moral e internacional, el fin de la guerra, Y muri all, despus de haber dado magnficos
ejemplos de herosmo.

Se compraba algn material por intermedio de los rusos que haban comenzado a llegar a
Espaa y por intermedio de una comisin de compras del Gobierno. Se haban impartido
rdenes de que ninguno de esos cargamentos tocase puertos catalanes.

Esa actitud nos indignaba mayormente. Incluso cuando se prometa que tal o cual cargamento
seran para nosotros, nada nos llegaba. Se nos ofreca material, pero haba que pagarlo, y
siempre terminbamos en la impotencia por no disponer de divisas. Puede ser que de cien
ofertas, 99 fuesen dudosas, pero la verdad es que nosotros no hemos podido comprobar si lo
eran o no, porque nunca pudimos cumplir ni siquiera los primeros compromisos. Hasta se nos
hicieron ofertas de Alemania, con el pago, que haba que garantizar previamente, al llegar el
materia al puerto de Barcelona. Qu hacer? Ms aun: se han recibido en Pars ofertas de
aviacin italiana. Haba de ser la nuestra la primera guerra que se perdiera por falta de
armamento cuando haba en el tesoro nacional con qu comprarlo?

Mientras tanto el enemigo, despus del desastre de Talavera, avanzaba sobre Madrid de un
modo peligrossimo. Se concibi el proyecto de tomar lo que nos corresponda. El tesoro del
Bando de Espaa no poda ser dejado al albur de un Gobierno que no acertaba una y que
estaba perdiendo la guerra. Fracasaramos nosotros tambin en la adquisicin de armamento?
Por lo menos, de lo que estbamos seguros, era de no fracasar en la adquisicin de materias
primas y de mquinas para nuestra industria de guerra, y el armamento lo haramos nosotros
mismos.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

71
Con muy escasas complicidades, se alent la idea de trasladar a Catalua una parte al menos
del oro del Bando de Espaa. Se saba de antemano que habra que recurrir a la fuerza y
fueron situados en Madrid alrededor de 3.000 hombres de confianza y preparados todos los
detalles del transporte en trenes especiales. Bien ejecutado el plan, era cuestin de poco
tiempo, y antes de que el Gobierno tomase las medidas del caso, se habra salido haca
Catalua con una parte del oro nacional, la mejor garanta de que la guerra poda entrar en un
nuevo cauce. Solo que, al llegar a los hechos, no se quiso cargar por parte de los promotores
del plan con la responsabilidad del gesto que habra de tener una gran repercusin histrica.
Fueron comunicados los propsitos al Comit nacional de la C. N. T. y a algunos de los
compaeros ms conocidos.

El plan produjo escalofros de espanto en los amigos; el argumento principal que se opuso en la
negativa a dejar hacer lo proyectado, lo que se iba a llevar a cabo de un instante a otro, fue que
con ello slo aumentara la animosidad que reinaba contra Catalua. Qu se poda hacer?

Era imposible enfrentarse tambin con las propias organizaciones y hubo que desistir. El oro,
pocas semanas ms tarde, sali de Madrid, pero no para Catalua, sino para Rusia; ms de
500 toneladas cayeron en manos de Stalin y han servido para perder nuestra guerra y para
reforzar el frente de la contrarrevolucin fascista mundial. Y sali para Rusia sin que el
Gobierno lo supiera, por decisin de uno o dos ministros que estaban a las rdenes del
Kremlin, uno de ellos el famoso Dr. Negrn. No habra sido otro el destino de la tragedia
espaola si una parte al menos del tesoro nacional hubiese salido para la regin donde haba
posibilidades, condiciones y voluntad para llevar la guerra a un trmino victorioso?

Nuestra penuria en cartuchera era ms que dolorosa. Treinta mil hombres nos reclamaban
constantemente municin para combatir y no podamos satisfacer ese anhelo legtimo.

El Gobierno central nos rehusaba todo auxilio y cuando nos cedi alguna pequea partida, se la
hemos devuelto con hombres y todo. O nos ha cedido material que no queran en otros frentes,
como 600 famosas ametralladoras Colt, deshechadas por el ejercito norteamericano antes de
1914, y que en los otros frentes tampoco podan ser utilizadas, por anticuadas e ineficaces.

En uno de esos perodos de escasez extrema, una de las columnas nuestras que operaba en
los frentes del Centro hall manera de desvalijar un convoy del Gobierno central, y as llegaron
a nuestro poder setenta u ochenta mil cartuchos, que nos vinieron oportunamente.

Nos habamos informado que en el castillo de Mahn, leal al Gobierno de Madrid, haba un par
de millones de cpsulas que no tenan all ninguna utilidad. Las pedimos amistosamente
decenas de veces y nos fueron rehusadas. Las pedimos al Ministerio de marina y aire, y as
supo este de su existencia. No era una cantidad extraordinaria; nosotros las cargaramos y
podamos solucionar nuestra situacin durante un par de semanas. La negativa o la indiferencia
fueron la nica respuesta siempre.

Un da se pidi urgentemente a Catalua el envo de gasolina a Mahn; aprovechamos esa
circunstancia para volver a reclamar las cpsulas vacas. No haba manera de convencer a las
autoridades de aquella isla y al Gobierno de Madrid de que era un crimen negarnos ese
material.

Dimos orden de cargar la gasolina solicitada, pero comunicamos a Mahn que el barco no
zarpara hasta que llegasen a nuestro poder las cpsulas.

Intervino el Gobierno central, intervino la Direccin de la C. A. M. P. S. A., pero mantuvimos la
orden de no zarpar sin la condicin apuntada.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

72
La necesidad de la esencia en Mahn deba ser muy grande, pero no se quera ceder a nuestro
pedido. No disponiendo el Gobierno central de medios coactivos contra nosotros, al fin salimos
triunfantes y, despus de quince das de forcejeos, llegaron a nuestro poder las cpsulas y sali
el cargamento paralizado en nuestro puerto hacia Mahn.

Si algo hemos conseguido, siempre en pequea escala, del Gobierno de Madrid, fue a costa de
procedimientos parecidos o cuando decidamos por propia cuenta.

Nos volva a perder el centralismo.

Al chocar con el sabotaje sistemtico del Gobierno central a todas nuestras proposiciones, y
sabiendo adems, firmemente, que el centralismo poltico nos llevaba al desastre en la guerra y
a la muerte de la revolucin popular, que no poda tener otro cuadro que el de la solidaridad en
la federacin, habamos expuesto desde las primeras semanas a algunos representantes
autorizados de la regin levantina y de Aragn la necesidad de constituir con esas regiones y
Catalua una especie de federacin defensiva y ofensiva para obligar al Gobierno de la
Repblica a ponerse a tono con la nueva situacin. Ms tarde se constituy el Consejo de
defensa de Aragn, pero no pas de ser como una delegacin del Gobierno central, y Levante
permaneci en completa dependencia de Madrid, siendo Valencia desde noviembre de 1936,
capital de la Repblica.

La solucin poltica mas acertada y la ms eficaz habra estado en una Espaa federal, en la
que cada regin tuviese la mas completa autonoma para expresar libremente su sentido de la
solidaridad nacional, como en todas las ocasiones solemnes de la historia. Esa idea no ha
prosperado, o no fue comprendida en los das de fiebre y de accin que se vivan. No exista
preparacin previa para ella y eso nos confirma en nuestra tesis de que una revolucin no da
realmente ms frutos que los que llevan ya en sus entraas los pueblos en relacin a su grado
de cultura.

Si hubisemos constituido, con la parte de Aragn reconquistada, y todo Levante en nuestro
poder, juntamente con Catalua, una especie de mancomunidad solidaria, la burocracia
fascistizante del Gobierno central no habra encontrado tantos caminos abiertos para daar la
guerra y poner trabas a la revolucin. Y el dominio poltico, militar y policial de los rusos, no
habra podido llegar al grado a que ha llegado para nuestro mal.

Despus de varios meses de lucha y de incidentes sin salida con el Gobierno central,
reflexionando sobre el pro y el contra de una independencia poltica de Catalua, interesados,
ms que nadie, en el triunfo de la guerra que habamos iniciado con tanto ardor y tanta fe, al
decrsenos reiteradamente que no se nos ayudara mientras fuese tan manifiesto el poder del
Comit de Milicias, rgano de la revolucin del pueblo, por grande que fuese nuestro afecto a
esta institucin creada para responder a las exigencias de una situacin social y poltica
nuevas, no teniendo otro dilema que ceder o empeorar las condiciones de la contienda, puesto
que tampoco se quera recurrir a procedimientos de fuerza para obtener lo que nos
corresponda, nosotros, que tenamos ms razn, hubimos de ceder.

Nos mostramos dispuestos a disolver el Comit de Milicias, es decir a abandonar una posicin
revolucionaria que nunca haba tenido el pueblo espaol hasta entonces. Todo para conseguir
armamento y ayuda financiera para continuar con xito nuestra guerra.

Sabamos que no era posible triunfar en la revolucin si no se triunfaba antes en la guerra, y por
la guerra lo sacrificbamos todo. Sacrificbamos la revolucin misma, sin advertir que ese
sacrificio implicaba tambin el sacrificio de los objetivos de la guerra.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

73
El Comit de Milicias garantizaba la supremaca del pueblo en armas, garantizaba la autonoma
de Catalua, garantizaba la pureza y la legitimidad de la guerra, garantizaba la resurreccin del
ritmo espaol y del alma espaola; pero, se nos deca y repeta sin cesar, que mientras
persistiramos en mantenerlo, es decir, mientras persistiramos en afianzar el poder popular,
no llegaran armas a Catalua ni se nos facilitaran divisas para adquirirlas en el extranjero, ni
se nos proporcionaran materias primas para la industria. Y como perder la guerra equivala a
perderlo todo, a volver a un estado como el que priv en la Espaa de un Fernando VII, en la
conviccin de que el impulso dado por nosotros y por nuestro pueblo no podra desaparecer del
todo de los cuerpos armados militarizados que proyectaba el Gobierno central y de la vida
econmica nueva, dejamos el Comit de Milicias para incorporarnos al Gobierno de la
Generalidad en la Consejera de Defensa y en otros departamentos vitales del gobierno
autnomo.

Por primera vez en la historia del movimiento social moderno, los anarquistas entramos a
formar parte de un Gobierno con toda la responsabilidad inherente a esa funcin. Pero no
porque hayamos olvidado las propias doctrinas u olvidado la esencia del aparato gubernativo.
Circunstancias superiores a nuestra misma voluntad nos llevaron a situaciones y a
procedimientos que nos repugnaban, pero que no podamos eludir.

Una revolucin popular no se hace desde el Estado ni por el Estado. A lo sumo, y ese puede
ser el aspecto positivo de nuestra intervencin, el Estado puede abstenerse de poner excesivos
obstculos a las nuevas creaciones populares; pero confiar la revolucin al Estado, aunque
fusemos nicos en l, sera tanto como renunciar a la revolucin. No hemos confiado en la
revolucin por decreto.

Las grandes trasformaciones econmicas y sociales son siempre obra de la accin directa del
pueblo, de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo. Son ellas las que han de hacer la
revolucin, son ellas las que han de crear los rganos revolucionarios de la nueva convivencia,
y es con ellas con las que hay que estar para cumplir cualquier avance revolucionario.

En plena guerra se poda avanzar mucho socialmente, qu duda cabe? Pero ese avance, esa
transformacin, ese progreso se haran al margen o contra el Estado, como siempre. Lo que se
puede hacer desde el gobierno, y no es siempre fcil, pero es posible mientras las masas
populares mantienen alerta su espritu y su iniciativa, es allanar la legalizacin, el
reconocimiento, la sancin oficial de la revolucin hecha fuera, en las fbricas, en los campos,
en las costumbres.

El poder de la revolucin no ha estado ni estar nunca en los ministerios; est abajo, en el
pueblo que trabaja, en la capacidad constructiva que sepa ese pueblo poner de relieve.

No podamos atribuir al Estado, aunque estuvisemos representados en l, ninguna funcin de
utilidad revolucionaria.

Si se hubiese tratado solamente de la revolucin, la existencia misma del Gobierno habra sido,
no un factor favorable, sino un obstculo a destruir; pero nos encontrbamos ante las
exigencias de una gran guerra encarnizada, de proyecciones internacionales, ligados por fuerza
al mercado mundial, a la relacin con el mundo estatal circundante y, para la organizacin y
direccin de esa guerra, en las condiciones en que nos encontrbamos, no tenamos un
instrumento que hubiera podido sustituir al viejo aparato gubernamental.

Una guerra moderna no se puede hacer como se hacan las viejas guerras civiles e incluso
internacionales. Requiere la existencia de una gran industria que trabaje para ella a todo vapor,
y esa industria presupone, en los pases que no tienen plena autarqua econmica,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

74
vinculaciones polticas, industriales y comerciales con los centros del capitalismo mundial que
monopolizan las materias primas.

Toda Europa se haba puesto en guardia contra nosotros, cuando no intervena con hombres y
armas del lado de nuestros enemigos. Los enemigos de enfrente y los amigos dudosos de al
lado haban hecho circular leyendas terrorficas sobre nuestra actuacin. Se deca que
habamos levantado guillotinas en la Plaza Catalua y que esas guillotinas funcionaban sin
descanso.

Mientras nos esforzbamos sin perder un minuto, organizando las milicias para la guerra,
intensificando el trabajo en las fbricas, poniendo a contribucin todos los recursos accesibles,
se nos describa en el extranjero como monstruos sedientos de sangre y que no pensaban en
otra cosa ms que en la venganza y en el terror. Las matanza ordenadas a sangre fra por los
militares rebeldes, eran necesidades de su accin militar, que no poda consentir elementos
dudosos o tibios en su retaguardia; las sanciones impuestas por parte de la Repblica, eran
asesinatos bestiales. Ante ese ambiente, el capitalismo internacional que lo haba gestado, nos
hubiese impedido todo desarrollo con slo negarnos las materias primas esenciales para la
industria.

No se ha disuelto el Comit de Milicias sin meditar en todo esto; pero no encontrbamos otra
solucin, porque, a la hostilidad del extranjero, se unan una hostilidad no menos irreductible y
peligrosa en la burocracia militar y civil, y el morbo centralizador del gobierno de la Repblica.

No es el ltimo sacrificio el que hemos hecho con la disolucin del Comit de Milicias para
demostrar nuestra buena voluntad y nuestro deseo dominante de ganar la guerra. Pero cuanto
ms hemos cedido en beneficio de ese inters comn, ms nos hemos visto atropellados por la
contrarrevolucin encarnada en el poder central. Con qu resultado? No en beneficio de la
guerra, ciertamente, o por lo menos en beneficio de la victoria contra el enemigo.

La mayor parte, por no decir todas, las fbricas de guerra estaban en la zona facciosa. Entre lo
poco que nos quedaba, lo ms importante eran las fbricas de cartuchos de Toledo, sobre las
cuales tena dominio el Gobierno de la Repblica, que las dej perder ignominiosamente.

Catalua era una regin industrial importante, pero no precisamente en lo relativo a las
industrias de guerra. Careca de aceros, de cobre, de cinc, de carbn. No se haban fabricado
en ella ms plvoras que las de caza. Sin embargo se emprendi, desde las mismas jornadas
de julio, la tarea de edificar una industria blica propia, sin contar para ello ms que con la
voluntad firmsima de salir triunfantes en la empresa. Los tcnicos podrn darse cuenta de lo
que significaba ese esfuerzo en un momento en que faltaba lo ms indispensable en materia
prima y en dinero para adquirirla ms all de las fronteras.

A la ausencia de toda preparacin industrial previa para esa clase de produccin, hay que unir
la circunstancia de no contar con personal directivo experimentado, ni con obreros que
hubiesen hecho esa labor alguna vez. Todas las fbricas metalrgicas se pusieron a trabajar
para la guerra, haciendo cada cual lo que se le ocurra, blindaje de camiones, bombas de mano,
ambulancias, etc.

A primeros de agosto se constituy la Comisin de Industrias de guerra, para coordinar esos
primeros esfuerzos espontneos y atender a la formacin de una poderosa industria de armas y
municiones en Catalua. A ella pertenecieron tcnicos como Gimnez de la Beraza, espritus
emprendedores como Jos Terradellas, miembro del Comit de Milicias, obreros destacados
como Eugenio Vallejo, de la metalurgia, y Marti, de las industrias qumicas, uno de los primeros
artilleros del pueblo, en la maana del 19 de julio en Barcelona.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

75
Fueron destinadas centenares de fbricas metalrgicas y qumicas a producir ordenadamente el
material ms urgente, obuses de artillera, bombas de aviacin, cartuchos, mscaras contra
gases, ambulancias, carros blindados, etc., etc.

Por rivalidades y odiosidades polticas de nfimo formato, se han sostenido campaas virulentas
contra las industrias de guerra catalanas, en las que trabajaban cientos cincuenta mil hombres.
Se persegua el propsito de hacerlas depender todas del poder central, y en cuanto dependa
de ste, no hizo ms que poner dificultades, negando divisas, materias primas, etc.

An as, a comienzos de diciembre de 1937 se haban producido en las fbricas catalanas ms
de 60 millones de vainas para cartuchos de muser, y desde el comienzo hasta setiembre del
mismo ao, se llevaban producidos 76 millones de balas. Muchas dificultades hubieron de ser
vencidas antes de llegar a la fabricacin de cartuchera, dificultades aumentadas por la negativa
de todo apoyo por parte del gobierno de la Repblica; pero la cartuchera catalana fue lo nico
que qued al fin para sostener la guerra. Habiendo comenzado a fabricar en setiembre de 1936
proyectiles de artillera, en nmero de 4.000 por mes, lleg en abril de 1937 a la cifra de
900.000. Y hasta el 30 de setiembre de este ltimo ao se haban fabricado ya 718.000
proyectiles de can.

Cerca de 600.000 espoletas se haban fabricado en Catalua hasta el 30 de setiembre de 1937,
lo cual dice mucho a los que saben lo que una espoleta significa. Se mont una fbrica de
plvora con capacidad para mil kilos diarios, y gracias a la metalurgia de Catalua pudo
aumentar considerablemente su produccin la fbrica de plvoras de Murcia, nica con que
contaba la Repblica. En setiembre de 1936 se fabricaban ya trilita, tetralita, dinitronaftalina y
cido pcrico. En el primer ao de trabajo se produjeron 752.972 kilos de tetralita. A fines de
agosto de 1936, un mes despus del triunfo sobre el levantamiento militar, se cargaban en
Catalua bombas de aviacin con trilita fabricada en fbricas propias.

Hemos asistido al nacimiento y al desarrollo de las industrias de guerra de Catalua y podemos
decir que raramente se podr presentar un ejemplo semejante de improvisacin, porque
raramente se volver a encontrar un acuerdo tan perfecto y una pasin tan unnime entre las
autoridades polticas, las autoridades tcnicas y los obreros de todos los oficios de un pas.
Tcnicos militares extranjeros que vieron de cerca esa obra nos aseguraban que lo realizado
por nosotros en muy pocos meses era superior a cuanto se haba logrado, con muchos ms
medios, por pases mejor equipados, como Francia, en los dos primero aos de la guerra de
1914-18.

Se comenz en agosto de 1936 a instalar una fbrica de octanol, obteniendo en la misma
tambin cloruro de metilo y tetraetilo de plomo puro, la primera de Espaa y una de las pocas
de Europa.

Pero no slo se fabricaba material de guerra, se fabricaban las mquinas necesarias para
obtener ese material. Fueron construidas a partir de julio de 1936, 119 prensas (112 de 30
toneladas, 2 de 250 toneladas, una excntrica de 250 toneladas, etc.), 214 tornos (178
paralelos, 6 tornos revlver, 30 especiales para agujerear y rayar caones de fusil), 28 fresas,
18 mquinas taladradoras, 6 mquinas rectificadoras, 4 limadoras, 7 mquinas especiales para
enderezar caones, 16 mquinas especiales para recortar y ranurar vainas de muser, etc., etc.

Para evitar rozamientos y satisfacer ambiciones de mando y de administracin, Catalua cedi
las fbricas de guerra, a excepcin de las montadas de nueva planta por la Generalidad, y no
todas, porque tambin parte de las nuevas fbricas fueron cedidas a la Subsecretara de
Armamento, institucin creada por Prieto para demostrar cmo se puede sabotear la guerra por
exceso de recursos financieros y de facilidades para toda gestin en manos de burcratas
ambiciosos, pero incompetentes o traidores.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

76

Tena la Comisin de Industrias de Guerra de Catalua algunas fbricas en instalacin cuando
hubo de ceder al Gobierno central una mquina industrial de produccin blica que en tiempos
normales habra consumido muchos aos en su montaje. Una de las empresas en construccin
era una fbrica con capacidad para 20 toneladas diarias de celulosa a base de esparto. Ha
quedado, al llegar la catstrofe final, en funcin, con grandes cantidades de materia prima
acumulada. Otra era una gran factora de explosivos en Gualba, capaz por s sola de abastecer
a todas las necesidades de la Pennsula an en tiempos de guerra. Pero la historia de las
nuevas construcciones tiene notas cmicas por no decir inmensamente trgicas. Eran tantas las
dificultades opuestas a esos trabajos por los funcionarios del gobierno de la Repblica, que era
preciso robar el cemento en connivencia con los comits obreros de las fbricas, recoger trozos
de hierro, viejo y empalmarlos laboriosamente, realizar mil contrabandos de toda especie para
no paralizar las obras.

All ha quedado todo esto, como han quedado modernas fbricas de gases, instaladas desde el
principio de la guerra, en previsin de ataques de esa especie. Faltar el personal para la
mayora de las industrias de precisin y qumicas, instaladas durante los aos de la revolucin y
de nuestra guerra, pues de lo contrario esos establecimientos habran podido en esta
eventualidad, constituir poderosos factores de trabajo para la Europa en armas
18
.

En una de las tantas negociaciones con el gobierno central, nuestros delegados propusieron
que se nos cediese una de las fbricas de cartuchos de Toledo, en peligro de destruccin por
los continuos bombardeos. Tena el Estado en esa ciudad tres fbricas de cartuchera. Dos de
ellas trabajaban; la tercera estaba paralizada desde haca varios aos por ser de modelo
anticuado y no ser ya renditiva la produccin en ella.

Toledo se encontraba en situacin angustiosa; el enemigo se defenda an en el Alczar y se
saba de antemano que la ciudad corra peligro, porque aquel frente era todava el ms
desorganizado y el enemigo avanzaba con fuertes contingentes.

No pedamos ninguna de las fbricas que trabajaban, aunque las veamos en peligro y hubieran
estado mucho ms seguras y habran dado mejores frutos si se hubiesen trasladado, incluso
con su personal especializado y tcnico, a una zona como Catalua; pedamos solamente la
que estaba paralizada y no prestaba ningn servicio.

El odio y el recelo contra Catalua eran tan grandes que se nos rehus categricamente aquella
fbrica paralizada y, pocas semanas ms tarde poda vanagloriarse Queipo del Llano de que las
fbricas que no se haban querido entregar a Catalua estaban produciendo cartuchera para
los rebeldes.

Hechos de esa naturaleza podramos narrarlos en cantidad. Si desde el principio se hubiese
propuesto el gobierno ambulante de Madrid-Valencia-Barcelona perder la guerra, no habra
obrado de una manera ms inteligente a como lo ha hecho en esa direccin.


18
Por la Comisin de Industrias de Guerra de Catalua se ha hecho un Report dactuaci (confidencial), un grueso
volumen mimeografiado, con fecha de octubre de 1937. Dice Terradellas, su presidente, en un breve prlogo: "La
industria catalana, durante estos catorce meses, ha realizado una verdadera epopeya de trabajo y de profunda
inteligencia, y Catalua habr de agradecer para siempre a todos estos trabajadores que con su entusiasmo, con su
esfuerzo y muchas veces con el sacrificio de su propia vida, han trabajado para ayudar a nuestros hermanos que
luchan en el frente"... Luis Companys, presidente de la Generalidad, resumi los datos ms salientes de su informe,
en su carta polmica del 13 de diciembre de 1937 a Indalecio Prieto. Se ha publicado en Buenos Aires, por el
Servicio de Propaganda Espaa (agosto 1939) un pequeo volumen: De Companys a prieto. Documentacin sobre
las industrias de guerra de Catalua (91 pgs.) con datos extrados del Report confidencial, y otros documentos
autnticos.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

77

Desde un punto de vista estrictamente econmico hacamos en setiembre de 1938 esta
consideracin final a un informe privado:

"Pero sobran todos los datos, porque el ms ilustrativo es este: aun siendo insuficiente todo el
mecanismo industrial de la Espaa leal para abastecer a nuestros frentes, podemos constatar
que no se utiliza ni siquiera un 50 por ciento de los motores, mquinas, etc., etc., y lo que se
utiliza no rinde un 50 por ciento de sus posibilidades, por desmoralizacin del personal que
trabaja sin las debidas condiciones de alimentacin, por la incompetencia que ha tomado las
riendas de las cosas de la guerra, por la ingerencia de intereses extranjeros y por
consideraciones de baja poltica partidista.

As no pueden continuar las cosas. Y si continan con nuestro silencio o nuestra pasividad, de
ninguna manera podremos quitarnos de encima la complicidad en la prdida de la guerrera y en
los fabulosos negocios de los traficantes de la sangre de nuestro pueblo"
19
.

Hacamos all, en nombre del Comit peninsular de la F. A. I. las proposiciones siguientes:

1. Propiciar con carcter de urgencia la transformacin de la Subsecretara de Armamento en
Ministerio de Armamento.

2. Correr a cargo de ese Ministerio la adquisicin de armas y municiones, de maquinaria y de
materias primas, y la fabricacin en la Espaa leal de toda la produccin de guerra posible.

3. El Ministerio de Armamento estar controlado y asesorado por dos cuerpos mixtos
constituidos en la forma siguiente:

a) Control de operaciones comerciales. Se constituir a base de un miembro de cada
partido integrante del Frente Popular. Sin el visto bueno de ese organismo el Ministerio
no podr hacer ninguna adquisicin de armas y materiales de guerra.

b) Consejo Superior de Industrias de guerra. En todo lo relativo a la produccin de guerra
en la Espaa leal ser asesor y determinante este Consejo constituido por las
Federaciones de industria: Luz y fuerza y Combustibles, Qumicas, Sidero-metalrgicas,
Transportes y Construccin, de la C. N. T. y de la U. G. T.

4. Los partidos y organizaciones sern hechos responsables y sancionados por la conducta de
sus delegados en esos organismos y en los casos de cobro de comisiones, de
malversaciones y de sabotage a la produccin de guerra.

5. Se investigar y someter a los Tribunales de justicia la actuacin de las Comisiones de
compras y de la Subsecretara de armamento".

Esas propuestas de reorganizacin dicen algo del fondo obscuro de la cuestin.








19
Informe sobre las comisiones de compras, la subsecretara de armamento y el despilfarro escandaloso de las
finanzas de la Repblica. Por la creacin del ministerio de armamento, Barcelona, septiembre de 1938: Al pleno de
regionales del movimiento libertario.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

78
LA DIPLOMACIA INTERNACIONAL

Falsos clculos britnicos. Los sucesos de mayo de 1937. La
guerra en peligro. Situacin poltica y desastres militares.



NO es nada nuevo la intervencin extranjera en la poltica interna de Espaa, principalmente
desde Roma, desde Pars y desde Londres. Pero tampoco fue la primera vez, en 1936, cuando
Alemania meti baza en el juego. Agentes diplomticos secretos o intervenciones armadas han
sido nuestra pesadilla desde hace siglos, desde que termin la hegemona del derecho y de las
tradicionales espaolas para quedar a merced de las concupiscencias, ambiciones y
combinaciones de las potencias europeas. La misma no intervencin franco-inglesa de 1996-39
fue una manera bien manifiesta de intervenir.

Roma con el Papado, despus de las invasiones del Imperio Romano, luego en fecunda
combinacin Papado o Imperio; Pars con el Rey Sol o con la Santa Alianza, con
Chateaubriand, con Thiers o con Guizot; Londres desde mil factores y vehculos ostensibles o
invisibles ha tenido en los ltimos tres o cuatro siglos la mano sobre los asuntos espaoles, en
asociacin o aisladamente.

Confesaba una vez Guizot: "Francia e Inglaterra han observado hasta hace poco una
equivocada poltica en Espaa, siendo aqul generoso pas vctima de las rivalidades y
querellas de las dos grandes potencias ... Pero el gabinete de Saint James y el de las Tulleras
se han puesto al fin de acuerdo acerca de su conducta en Espaa ..."

Sin embargo, el hecho de ponerse de acuerdo sobre el modo de intervenir, no significaba
renuncia a la intervencin. Cuntos gobiernos, cuntos pronunciamientos, cunta sangre ha
corrido por iniciativa, o con el apoyo de Pars, de Londres o de Roma!

Lord Palmerston manifest en plena Cmara de los Comunes, el 10 de marzo de 1939, el
deseo de que hubiera una Espaa espaola, en vez de una Espaa austraca o francesa. No
sabemos hasta qu punto ha mantenido Inglaterra alguna vez, en su poltica hacia nuestra
Pennsula, esa actitud.

El casamiento de Isabel II fue resultado de una larga y apasionada batalla de muchos aos
entre Npoles, Pars, Roma y Londres. En esa ocasin no se quiso siquiera aludir a un posible
enlace principesco con Portugal, por temor a una reconstruccin de la unidad ibrica, que
podra hacer de la Pennsula un foco de prosperidad y aguar muchas fiestas de expansin
imperialista o de rapia.

La Francia de Chateaubriand interviniendo en favor del absolutismo en Espaa y la Francia de
Len Blum resolviendo la no intervencin respecto del rgimen legal menos absolutista, es la
misma Francia interesada en el aplastamiento econmico y poltico de Espaa. Del
ultramontanismo al socialismo, la lnea de conducta es siempre idntica en relacin con el
vecino del otro lado de los Pirineos.

Hemos asistido de cerca, en cierto grado, a los comienzos de la intervencin rusa en Espaa.
Se nos colmaba de elogios. En el Manchester Guardian apareci el 22 de diciembre de 1936
una entrevista con Antonov Ovsenko, una especie de homenaje a nuestro esfuerzo ante el
mundo. Contra nosotros, personalmente, se inici una especie de persecucin a fuerza de
banquetes, de promesas, de halagos. Qu se pretenda? Eramos un obstculo para una
intervencin que fuese ms all de lo conveniente, de lo aconsejado por una legtima
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

79
solidaridad. Haba que tantear nuestra resistencia. Antonov Ovsenko y Stajevsky, con la plana
mayor militar, area y naval, y con los tcnicos industriales que nos haba enviado Rusia para
poner bien de relieve la superioridad de los militares y de los tcnicos espaoles, no nos
dejaban un instante de sosiego.

Por iniciativa suya iban a Barcelona, Negrn y Prieto, por su iniciativa nos hacan mantener
relaciones. Por su iniciativa fue derribado Largo Caballero, divulgando en Catalua que,
mientras l estuviese en el Gobierno, no tendra armamento el frente de Aragn, mientras que
la negativa de armamento a nuestro frente era cosa exclusivamente rusa, como se vi
claramente ms tarde. Por su iniciativa hubimos de dejar nosotros las malicias, el ltimo gran
obstculo que se presentaba a sus proyectos de intervencin y de control de la guerra y de las
polticas espaolas.

Para inspirarnos confianza se nos hizo llegar alguna pequea cantidad de armas y municiones,
advirtindonos que era por imposicin suya y bajo nuestra garanta personal. Armamento
psimo, anticuado, inservible la mayora de las veces. En cierta ocasin nos fueron entregados
nueve mil rifles, pero por su intervencin los hemos devuelto al frente de Madrid con nuestros
hombres.

Interesan poco los pormenores de aquellas conversaciones. Nos alarmaba ver en qu poco
tiempo disponan aquellos hombres recin llegados de las cosas de Espaa, de los hombres del
Gobierno, como si fusemos una colonia bajo su tutela.

Eran ellos los que resolvan quin haba de detentar el Gobierno y cmo haba que gobernar.
Tenamos que negociar por fuerza con el Gobierno de Valencia, en demanda de divisas o de
materias primas. Stajevsky, insinuante, nos haba advertido que contsemos con l para
conseguir que prieto y Negrn accediesen a lo que nosotros solicitsemos. Y as hubimos de
hacer algunas veces para no encontrarnos con las puertas cerradas.

Se nos propuso la venta de los tejidos de Catalua estando nosotros en el Gobierno autnomo
y nos rehusamos porque la operacin nos pareca ruinosa; se nos pidi la eliminacin de
Andrs Nn y su Partido y nos negamos a esos favores.

Por lo visto no ramos pasta maleable, no podamos figurar en el elenco de los instrumentos de
Rusia, como haban consentido en serlo Prieto y Negrn, el primero por deshacerse de Largo
Caballero, el segundo por simple irresponsabilidad de aventurero, a quien Prieto haba forjado
la escala de sus fantsticos ascensos y haba dejado las manos libres para sus geniales
innovaciones de hacendista, cuyo primer gesto fue entregar a los rusos la mayor parte del oro
del Banco de Espaa, y el segundo crear un astronmico ejrcito de carabineros para uso
particular.

No hemos palpado directamente las formas de la intervencin italiana y alemana en la Espaa
llamada nacionalista. Habr sido tan manifiesta, pero no ms que la intervencin rusa en la
Espaa leal. Con la diferencia que del otro lado se tena la justificacin de la ayuda efectiva, y
de nuestro lado no haba tal ayuda, y el dominio ruso lo controlaba todo, desde las finanzas
hasta los ms insignificantes nombramientos.

Como argumento mximo para esa tolerancia de todos los partidos y organizaciones ante la
ingerencia rusa irritante, se deca que era Rusia el nico pas que nos haca entregas de
armamento y municiones. No lo haca gratis, claro est, sino a precios de usura enormes, y
llegase o no llegase el material a nuestros puertos.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

80

El propio Prieto confiesa
20
que ha consentido en firmar recepcin de materiales que no haban
llegado a Espaa y cuenta, entre otros, un curioso entredicho por la firma en blanco, sin saber
para qu destino, de un cheque por 1.400.000 dlares. Pero las armas rusas, aparte de caras,
eran de la peor calidad, y adems escasas, y por sobre todo distribuidas con un partidismo
desmoralizador, a trueque de rendir homenaje al genio de Stalin. No podan resolver las
necesidades de la guerra y nos cerraban el camino para negociaciones con otros pases,
hostiles a Rusia, y que no queran saber nada de una Espaa en manos de los emisarios o de
los agentes soviticos.

El primer incidente con los rusos lo tuvimos en materia comercial, y desde entonces nuestros
recelos, fueron en aumento. Nos queran comprar los tejidos, como hemos dicho, y ya por
entonces habamos hecho tentativas diversas de venta de potasas a Francia e Inglaterra, con el
resultado, siempre, de ver embargados los pequeos cargamentos de prueba. Propusimos a los
rusos que fuesen ellos los compradores de nuestra potasa, una gran riqueza que poda
financiar una parte de la guerra.

Los barcos que llegaban a Espaa desde Odessa podan volver cargados de potasa. Rusia se
neg a esa compra argumentando que perteneca al trust de la potasa, en el cual Alemania
tiene la parte principal. Se era ms fiel al trust de la potasa que a los sentimientos tan
cacareados de solidaridad con lo Espaa republicana. Se prefera comprar la potasa necesaria
al trust y no comprar la nuestra, de alta calidad. Francia e Inglaterra prestndose al juego del
embargo de mercaderas y Rusia negndose a adquirir la potasa y a pagarla como quisiera, en
otra materia prima cualquiera o en armamento, han procedido de igual manera.

Se equivocada, sin embargo, Rusia con Espaa, si es que haba llegado con el propsito de
establecer un intervensionismo duradero y no obraba ya en connivencia con el Estado mayor
alemn y con los intereses alemanes; terminada la guerra, se habra liquidado su predominio y
su ingerencia, que rechazaba en absoluto el pueblo espaol, aunque haya habido suficientes
traidores para comprar sus ascensos y su hegemona de una hora a cambio de una profesin
de fe staliniana no sentida. El da siguiente de la guerra habra sido el primero de la liquidacin
del moscovitismo en Espaa, si triunfaba la Repblica; lo fue, desgraciadamente, pero a travs
del triunfo de Franco, que fue ms afortunado con sus aliados de lo que lo ha sido la Repblica
con los suyos.

Pero no slo se equivoc Rusia; se equivocaron grandemente Francia e Inglaterra. Y la nueva
gran guerra de 1939... Es desgraciadamente el pago de esa equivocacin funesta.

La trascendencia de la guerra civil espaola, a causa del carcter diametralmente opuesto a las
aspiraciones de los combatientes, preocup hondamente, desde la primera hora, a la
diplomacia internacional.

La derrota del fascismo militar espaol poda tener una verdadera repercusin en la vida
econmica y poltica europea. La guerra que habamos declarado al enemigo, dentro de las
fronteras nacionales, era una guerra de espritu y de realizaciones revolucionarias, era una
guerra que destronaba a las viejas clases privilegiadas y anulaba el rgimen de la economa
capitalista, como rgimen dominante.

Una Espaa en manos de los trabajadores, de los campesinos, de los tcnicos habra sido un
factor poderoso, un estimulante incontenible para las clases proletarias de todos los pases, y
un motivo de desequilibrio en la economa del viejo mundo, porque Espaa, sobre los cimientos
de su materia prima abundante, habra podido convertirse en una potencia industrial, en un pas
feliz, en cuya rbita habra vuelto a caer, como una regin histrico y geogrfica ms, Portugal,

20
Cmo y por qu sal del Ministerio de Defensa Nacional. Intrigas de los rusos en Espaa. Pars, 1939.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

81
con lo cual la hegemona de Francia e Inglaterra habran podido sufrir serios quebrantos. Y el
predomino que tenamos en esos acontecimientos aument la inquietud y la alarma en los
guardianes y en los usufructuarios de absurdos privilegios.

Nos dbamos perfecta cuenta de lo que significaba nuestro triunfo, el triunfo de la causa
antifascista; por eso, en oposicin a quienes se entretenan en resolver pequeos conflictos de
retaguardia, en satisfacer vindictas por pasados agravios, en llevar la corriente a los enemigos
emboscados y simulados en las organizaciones que tenamos como aliadas, no nos
cansbamos de repetir que lo primero, lo ms importante, lo fundamental era ganar la guerra y
que la revolucin era una consecuencia natural de ese triunfo, sino un pueblo en armas,
nosotros mismos.

Tenamos prisa por superar los obstculos que se oponan a la victoria total, porque
presentamos que una guerra dilatada en el tiempo tena que transformarse fatalmente en una
guerra internacional, aunque su escenario por el momento quedase restringido a Espaa.

En tanto que el capitalismo y el estatismo internacional, sin distincin de colorido poltico,
concordaban en la aspiracin de sofocar ante todo nuestra revolucin en Espaa, los
trabajadores del mundo que simpatizaban con nosotros no supieron ponerse de acuerdo para
una accin decisiva en defensa de nuestro derecho a disponer de los propios destinos. La
diplomacia internacional pudo maniobrar con las manos enteramente libres, y las voces asiladas
de protesta no significaron para ella coaccin alguna que pudiera hacerle variar de opinin y de
mtodos.

Vimos a los pocos meses que se nos abandonaba como se haba abandonado a Abisinia, como
se abandonaba a China, a pesar de los mltiples intereses internacionales que encierra, y
comprendimos que el deseo de impedir la guerra mundial era lo que justificaba esa pasividad,
incluso la de nuestros propios amigos. Pero as como las viejas guerras balcnicas de 1912
gestaron de manera irremediable la catstrofe de 1914-18, la invasin italiana en Abisinia, por
un lado, y la guerra de Espaa contra el fascismo, por otra, con la guerra chino-japonesa, eran
preludios que no podan desestimarse de la prxima hecatombe mundial.

Los proyectos de la diplomacia internacional de sofocarnos por todos los medios encontraron
eco y calor en multitud de gentes a quienes habamos lesionado en sus intereses materiales
mal entendidos, o en sus viejos hbitos adquiridos de preponderancia poltica.

No habamos hecho nunca de la fuerza popular con que contbamos un trampoln para escalar
posiciones de privilegio y de mando; repentinamente, frente al problema de la guerra, no
vacilamos en asumir todas las responsabilidades, desplazando del aparato gubernamental la
influencia que haban tenido hasta all, en nombre de partidos muchas veces inexistentes,
hombres que haban hecho de su intervencin en las cosas del Gobierno una profesin
lucrativa.

El miedo que habamos inspirado con nuestro ascendiente popular indiscutible, miedo que otros
hubieran transformado de inmediato en una dictadura frrea de partido o de organizacin,
encontr una salid, tmida en su comienzo, pero de da en da ms ostensible, en le viejo odio
del stalinismo contra nosotros, sus verdaderos enemigos irreconciliables.

Mientras nosotros tenamos el pensamiento fijo en la guerra al enemigo de enfrente,
sacrificndolo todo a la guerra, amparados por Rusia se movan, se organizaban y se
complotaban los secuaces de una dictadura comunista, para los cuales, cualesquiera que
fuesen las consignas pblicas, no haba ms que un objetivo: desplazarnos por todos los
medios de la posicin dominante a que habamos llegado por el amplio camino del ms grande
de los sacrificios.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

82

Mientras por un lado de la barrera se veneraba a Hitler y a Mussolini como encarnacin
suprema de un ideal de esclavizacin humana, por el otro se renda idntico culto a Stalin. Entre
esos dos extremos que se tocaban, estbamos nosotros, dispuestos a volver por los fueros del
derecho espaol y de la tradicin espaola, sin entregarnos a ninguna potencia extrajera.

Esa disidencia dentro de la Repblica era inconciliable y estaba dando ya sus frutos de
violencia todos los das. Desde febrero a mayo de 1937 cayeron asesinados en Madrid y sus
alrededores por los mtodos de las tchekas organizadas por los rusos ms de ochenta
miembros de la Confederacin Nacional del Trabajo. El 7 de enero de 1937 denunciaba
Solidaridad Obrera de Barcelona que en Mora de Toledo haban sido ya asesinadas sesenta
personas, hombres y mujeres que pertenecan a la C. N. T. y no haban cometido ms delito
que el de condenar a los comunistas y sus mtodos de terror y de sangre
21
.

Mr. Chamberlain y Mr. Eden, las figuras supremas de la poltica visible de Gran Bretaa durante
nuestra guerra, se equivocaron, sin embargo. Por peligrosa que pudiese aparecer ante el
mundo una experiencia revolucionaria en nuestro suelo, Espaa no era un pas agresor, con
pretensiones imperialistas, y aunque fortalecida en su industria y en su agricultura, habra tenido
que depender de la economa internacional y por consiguiente de los mercados europeos y
americanos. No tena la solucin de aislarse ni era de temer su expansin agresiva en busca de
espacios vitales.

En el orden nacional, las formas de la economa capitalista privada seran desplazadas, pero el
fascismo tampoco respeta el capitalismo privado, pues, o bien lo suprime en aras del
capitalismo de Estado, o bien reduce a los capitalistas a la categora de funcionarios sin
ninguna independencia, es decir, ataca la raz misma de la economa capitalista. Y la diferencia
de rgimen poltico y de estructura econmica en Espaa, no habra significado ninguna ruptura
en la economa europea, porque nosotros estbamos dispuestos a tolerar el rgimen que se
diesen otros pases, siempre que tambin fuese tolerado el nuestro, y a mantener buenas
relaciones de vecindad con todas las potencias. En cambio, la derrota del fascismo.

Sin quererlo y sin proponrnoslo, luchbamos por la paz de Europa, por el predominio de las
potencias llamadas democrticas contra sus adversarios, los totalitarismos fascistas y
comunistas.

Se prefera el sacrificio de un milln de espaoles a la prdida de quince millones de europeos
en una guerra que pareca inevitable. Era la tesis inglesa, seguida al pie de la letra en todos los
pases supuestamente democrticos. No era verdad que el sacrificio de un milln de espaoles
pudiera evitar el de 15 millones de europeos, y no era verdad que la venta de armas y
municiones a la Espaa leal significase la guerra. Los fascismos se mostraron agresivos
mientras no tropezaron con ninguna resistencia, y luego, cuando esa resistencia fue efectiva,
era ya demasiado tarde para retroceder. Los primeros triunfos fciles sobre Checoeslovaquia,
sobre Austria, sobre Albania, les dio aliento para invadir a Polonia y desencadenar la guerra.

Si la Espaa leal hubiese triunfado, ni Austria ni Checoeslovaquia, ni Albania habran cado, ni
habra sido invadida Polonia, y sin todo ello la guerra, donde morirn quince millones de
europeos, no se habra dado. Los seores Chamberlain y Eden, Blum y Daladier, recogen para
sus compatriotas la siembra que han hecho con su no-intervencin en Espaa, donde adems
se hicieron los ms audaces experimentos de los mtodos y las armas de la guerra moderna.

Se habla ahora del derecho de las pequeas nacionalidades a darse el rgimen que les plazca
y se exhibe con orgullo el ejemplo de Finlandia en su primera resistencia contra los rusos

21
Rudolf Rocker: Extranjeros en Espaa (un vol. De 177 pgs. Ediciones "Imn", 1938), coment la intervencin
extranjera en Espaa y sus propsitos manifiestos de sofocar la voluntad del pueblo espaol.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

83
invasores. Por no haber querido reconocer ese derecho a Espaa, ha estallado la nueva guerra
europea. Tenemos, pues, nuestros motivos de agravio y de resentimiento por la conducta
seguida con nuestro pueblo, vilmente entregado a sus agresores italianos y alemanes, aun
reconociendo como reconocan los tcnicos militares franceses, el peligro de nuestra derrota
podra tener para las futuras relaciones de Francia con sus colonias.

El podero financiero ingls calculaba que Franco, vencedor, tendra tarde o temprano que caer
a sus pies. Y entonces sera la hora de las condiciones, como ha ocurrido en buena parte con
Italia. Pero las finanzas inglesas juegan en eso con fuego y nada augura que acierten ms que
sus polticos y sus diplomticos.

De origen ingls es la tendencia a restaurar la monarqua en Espaa, y si la guerra actual no
terminase con el desgaste franco-britnico, lo mismo que con el germano-ruso, quizs saliese
adelante con sus planes, como en Grecia. Eso no le impedir volverse a adherir al principio de
la autodeterminacin de las nacionalidades, como en 1918, para desprestigiarlo como lo ha
hecho con su Sociedad de Naciones.

Naturalmente, todo pudo ocurrir como ha ocurrido, tambin, por tener la Repblica en sus
puestos de comando, hombres inmensamente miopes o abiertamente traidores a la guerra. Con
otros hombres y otro espritu, ese juego habra podido ser frustrado.

Una vez comprobada la indiferencia y el abandono de que ramos objeto por parte de las
potencias llamadas democrticas, desde que supimos que la mejor garanta de independencia
la habamos puesto en manos de Rusia, al entregarle ms de 500 toneladas de oro del Banco
de Espaa; al ver agotados todos nuestros recursos y constatar la ayuda eficaz en hombres,
armas y municiones a nuestros enemigos, no quedaba ms que una poltica internacional a
desarrollar: una especie de ultimtum a Inglaterra, Francia, Rusia, sobre la cuestin espaola.
Si en un plazo determinado no se disponan a auxiliarnos eficazmente con vveres, armas y
municiones, la guerra se perda irremisiblemente.

Quedaba entonces la salida de tratar directamente con Alemania y con Italia la liquidacin de la
contienda. En ciertos momentos hubo posibilidades de hacerlo, comprando el retiro de esas
potencias aliadas contra nosotros, a un precio que quizs no habra convenido a Inglaterra y a
Francia. Eso en poltica internacional, en cuanto a la poltica de guerra, nos quedaba el recurso
de hablar claro a nuestro pueblo y de llevarlo voluntaria y espontneamente a todos los
sacrificios.

Cifrar la resistencia en un ejrcito inexistente, desmoralizado, mal equipado, hambriento, era
consagrar la propia derrota de un modo inevitable. El pueblo, fuera de toda formacin regular,
poda continuar la lucha y desgastar las fuerzas enemigas irresistibles en sus procedimientos
ofensivos gracias a su elevada moral de reiteradas victorias, y a su armamento superior. Pero
esos procedimientos slo podan emplearse en la guerra regular; en la guerra de guerrillas, que
era la nuestra, carecan de aplicacin su aviacin, su artillera, sus tanques, sus cuadros de
mando italianos, sus tcnicos alemanes.

Y quedaba tambin el recurso de elegir algunas plazas estratgicas, fortificarlas de veras y
encerrarse en ellas dispuestos para un asedio de larga duracin y para la muerte. El gobierno
de la resistencia, en cambio, no quera estar lejos de la frontera y de los aviones.

Con otros hombres, de otro temple, de otra moral, de cierto sentido de responsabilidad, el fin de
la guerra, en todo caso, habra sido muy diverso, aun perdiendo la partida.

Pero volvamos a sucesos anteriores, preparados en buena parte tambin por la intervencin
extranjera en las cosas de Espaa: los sucesos de mayo de 1937. Nos concretaremos a referir
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

84

nuestra intervencin en esos hechos, lo que hemos visto, observado, tocado de cerca, Sobre el
desarrollo de esa tragedia y algunos de sus orgenes han escrito otros
22
. Pero lo que nosotros
hemos luchado para apaciguar aquella contienda furiosa es menos conocido.

Se preparaba una gran operacin militar de envergadura, que tenda el corte de la Espaa de
Franco en dos zonas. La mayora de las tropas que haban de intervenir estaban ya en su
puesto. Faltaban solo algunos detalles, la intervencin de la aviacin y de los tanques y el
cambio de algunas unidades probadas en el frente de Madrid por otras ms bisoas, a fin de
asegurar la operacin. Al mismo tiempo deba producirse un levantamiento en Marruecos.
Quizs, todo ello no definira la guerra, pero tendra enormes consecuencias tcticas,
estratgicas y de repercusin moral e internacional.

Negaron los rusos la aviacin y hubo de postergarse la fecha. El xito de lo proyectado habra
significado un triunfo irresistible para Largo Caballero, y a Largo Caballero haba que alejarle del
poder. Repentinamente estalla una lucha intestina virulenta en Barcelona, con furor ms
concentrado an que el 19 de julio. Esta vez luchaban fuerzas libertarias populares contra los
comunistas y sus aliados. Cmo se produjo aquella lucha sangrienta en retaguardia?

Nosotros, disgustados por diversas causas, estbamos un poco al margen; no intervenamos en
las asambleas, ni tenamos contacto oficial con nadie, ni siquiera con las propias
organizaciones, algunas de cuyas actitudes no compartamos. Repentinamente nos
encontramos al proletariado de Barcelona levantando barricadas, montando guardias,
empuando las armas y concentrando elementos blicos.

En la calle nadie supo darnos explicaciones de lo que aconteca, pero el hecho nos pareci algo
monstruoso y nos marchamos de la ciudad a un pueblecito prximo donde residamos. Con lo
visto la vspera, era ya imposible quedar en calma. Volvimos a Barcelona al da siguiente.

Un tiroteo infernal haca difcil la circulacin. Nos pusimos al habla con el consejero de
Gobiernacion, Artemio Aiguad, con la Generalidad. Todo eran disculpas, por un lado, y
acusaciones para los que luchaban. No haba motivos para tanto. Simplemente se trataba de
que fuerzas de la Direccin General de Seguridad haban ido a ocupar el edificio de la
Telefnica, para tenerlo en manos del Gobierno, no en manos de los obreros y empleados, que
interceptaban conversaciones y mensajes comprometedores y hacan de odo alerta contra los
que conspiraban para reducir los derechos del pueblo.

En la Telefnica, las fuerzas policiales haban ocupado de improviso el piso inferior, pero en los
superiores haban quedado los obreros y empleados dispuestos a la resistencia con bombas de
mano y ametralladoras.

En nuestro paso por la ciudad habamos comprobado que todos los partidos y organizaciones
haban tomado las armas. Haba que impedir la matanza, a toda costa! Propusimos declarar el
estado de guerra y sacar las milicias a la calle, a restablecer el orden.

Contra las milicias no se habra atrevido a disparar ningn sector, por las consecuencias que
habra tenido. Se nos replic que el Consejero de defensa haba abandonado su puesto y que,
por lo dems, no inspiraba confianza a los diversos sectores polticos y sindicales. Volvimos a
atravesar la ciudad, en medio de un tiroteo incesante, para llegar, primero a la Casa del Comit
Regional de la C. N. T. y de la F. A. I. y enterarnos de los motivos reales de la lucha y de las

22
A. Souchy: La verdad sobre los sucesos de la retaguardia leal. Los acontecimientos de Catalua. 64 pags. Buenos
Aires, junio de 1937. Informe presentado por el Comit Nacional de la C. N. T. sobre lo ocurrido en Catalua,
Valencia, 13 de mayo de 1937. General Krivitzky: Stalins hand on Spain, en The Saturday Evening Post, Filadelfia,
15 de junio de 1938.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

85
condiciones de su paralizacin. En las reuniones habidas, se puso como condicin para cesar el
fuego la separacin de sus cargos del Director General de Seguridad de Catalua, el comunista
Rodrguez Salas, y del consejero de Gobernacin, Aiguad, de Ezquerra republicana.

Con esas condiciones nos dirigimos a la Generalidad, distante pocos centenares de metros.
Nunca hemos sido tan intensamente tiroteados como ese da en ese breve trayecto. Pero
llegamos al Palacio del Gobierno de Catalua sanos y salvos. Con nosotros acudan tambin,
en representacin del Gobierno central, Garca Oliver, Ministro de Justicia, y en representacin
de la C. N. T. y de la U. G. T., mariano R. Vzquez y Hernndez Zancajo, llegados en avin
desde Valencia.

Presentamos las condiciones exigidas por las organizaciones libertarias de Catalua para
suspender el fuego. Companys replic que estaban dems, puesto que el Gobierno haba
cesado de existir, que los representantes de la C. N. T., haban hecho abandono de sus
puestos, y que la situacin creada no tena arreglo. No obstante se comprometieron los
miembros del Gobierno all presentes a cooperar con nosotros en la paralizacin de la
espantosa lucha intestina. Junto a Companys estuvo en esos das Comorera, una de las
personalidades dirigentes e inspiradoras de la accin contra los anarquistas en Catalua.
Propiamente hemos recibido la impresin de que no se crea en la posibilidad de dominar a las
masas en la calle y por eso no se vacil en seguir nuestras sugerencias.

Las fuerzas populares libertarias dominaban las barriadas extremas, y los focos de resistencia
comunistas y de Ezquerra estaban reducidos a un centro en la calle Claris y Diagonal, a
diversos edificios del paseo de Gracia y de la Plaza de Catalua, a la Puerta del Angel y a la
sede del gobierno cataln.

Mientras unos hablaban por radio a la poblacin clamando unnimemente alto el fuego!
Nosotros nos entendamos con los Comits de barriada y con los elementos que sabamos
tenan influencia en las masas combatientes. En pocas horas se comenz a sentir el efecto de
nuestra intervencin. Nos comprometimos a no abandonar ni de da ni de noche nuestro puesto
hasta que todos hubieran depuesto las armas. Y en la Generalidad hemos estado, al pie de los
telfonos, dos das y dos noches consecutivas, hasta dejar constituido un nuevo Gobierno y el
fuego en suspenso.

Nos acusamos de haber sido causa principal de la suspensin de la lucha. No con orgullo, sino
con arrepentimiento, porque a medida que fuimos paralizando el fuego por parte de los
nuestros, hemos visto redoblar las provocaciones de los escasos focos de resistencia
comunistas y republicanos catalanes. Quines tenan inters en proseguir la matanza? Puede
ser efecto de la nerviosidad que a todos nos embargaba y de la vergenza que todos sentamos
por el trgico suceso, pero tuvimos la impresin, de hora en hora, que los sucesos haban sido
hbilmente provocados, y que a ciertos sectores, y a ciertos hombres les disgustaba que
hubiramos dominado nuestras masas.

Es qu Companys obraba por nerviosidad o por complicidad con los comunistas? Tena
suficiente ascendiente en su gente, ms tal vez que nosotros en la nuestra, para que tambin
por parte de los que le respondieran cesase el fuego y cesasen las provocaciones. Intentamos
hacer reanudar el trfico de tranvas en la ciudad y los coches tuvieron que volver a las
cocheras o ser abandonados en la calle, tiroteados desde los centros comunistas y desde los
de Ezquerra y Estat Catal.

En el curso de la contienda haban sido detenidos por unos y por otros, elementos diversos,
algunos millares. La barriada de Sans haba detenido y desarmado a 600 guardias de asalto y
guardias civiles, y en todos los centros combatientes se haban acumulado los presos de los
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

86
partidos beligerantes opuestos. Entre los presos, nuestra gente de la barriada del Centro, tena
ocho mozos de escuadra de la Generalidad.

Pero en la misma Generalidad haba centenares de detenidos, la mayora de nuestras
organizaciones, y se nos adverta telefnicamente que la vida de esos detenidos vala tanto
como la vida de los detenidos comunistas o catalanistas que conservaban en los propios
locales. Companys se nos present con un mensaje de los mozos de escuadra de la
Generalidad; quera decir, en resumen, que no responda de la disciplina de esos elementos y
que nos hacan a nosotros responsables de lo que pudiese ocurrir a sus ocho compaeros
detenidos por la gente de la barriada del Centro. Era una amenaza! Habamos observado ya
bastantes cosas que nos iban disgustando. No ramos de talla como para sentirnos
amenazados, y ms con el comienzo de arrepentimiento que ya sentamos. Con calma
estudiada, respondamos a una llamada telefnica de las bateras de costa:

No disparis; estamos aqu nosotros. Pero llamad cada diez minutos. Si en alguna de esas
llamadas no respondemos, obrad como querris.

Pedimos una reunin urgente de Comapanys, Comorera, Vidiella, Terradellas, Calvet, todos ex
consejeros de la Generalidad, para tomar una decisin. Hemos debido reflejar por todos los
poros una satisfaccin diablica. Era la respuesta a la amenaza que nos haba transmitido
Companys. Explicamos que las bateras de costa tenan el tiro regulado sobre la Generalidad,
que uno solo de sus disparos bastara para caer todos entre los escombros del edificio y que
estbamos, todos, condenados a seguir la misma suerte. Nadie saldra de la casa, ni nosotros
ni nadie, hasta terminar la lucha en las calles, seguida ya solo por comunistas y gentes afectas
a la Ezquerra de Catalua.

En fin, estbamos cansados de hacer un papel que no nos corresponda, pues mientras todos
eludan una actuacin cualquiera, nosotros no habamos dormido en dos das, poniendo todo el
prestigio y jugndolo todo para paralizar el fuego. Haba que nombrar un Gobierno que se
hiciese cargo de la situacin.

Lo del tiro regulado de las bateras de costa produjo un efecto sedante maravilloso. Mientras lo
explicbamos, volvieron a llamar los artilleros y repetimos la orden. El que ms y el que menos
se figuraba ya entre los escombros del viejo edificio. Se form un nuevo gobierno, con los
secretarios de las dos regionales de la C. N. T. y de la U. G. T., con los campesinos y con la
Ezquerra. Dejamos fuera a Comorera. No haba ms remedio que acatar nuestras
proposiciones, porque de no acatar las nuestras habra que acatar el fallo decisivo de los
artilleros de Montjuich.

Por desgracia, mientras el secretario de la U. G. T. catalana, Antonio Ses, acuda a la
Generalidad, a hacerse cargo de su puesto, fue muerto a tiros por el camino. Un contratiempo
grave; pero no podamos consentir que se deshiciesen por eso los acuerdos tomados.
Sealamos a Rafael Vidiella para sustituir a Ses. Y as se realiz. As formamos el Gobierno;
que obrase como tal si saba y poda hacerlo y que asumiese en lo sucesivo la consiguiente
responsabilidad.

Hicimos traer los ocho mozos de escuadra detenidos, para demostrar nuestra buena voluntad.
No tenamos nada que hacer en el Palacio del Gobierno. Pero mientras tanto un decreto de
Valencia se incautaba del orden pblico en Catalua y nombraba al coronel Escobar para ese
cargo. El coronel Escobar era un hombre que nos inspiraba confianza, pero era militar y no
poda menos de obedecer.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

87
Al ir a ocupar su puesto fue mortalmente herido. Se nombr entonces un sustituto provisorio, el
teniente coronel Arrando; con l seguimos tratando de sofocar los ltimos restos de la rebelin
callejera.

Y en tanto hacamos esto, avanzaban sobre Catalua algunas columnas de guardias de asalto
y de carabineros en tono de guerra; pero el feje de las mismas, coronel Emilio Torres, era amigo
nuestro, Y no slo se haba hecho cargo el gobierno de Valencia del orden pblico en Catalua,
sino que decret el paso de las milicias de Aragn a su control, nombrando para tal empresa al
general Pozas. Cuando el subsecretario de la Consejera de Defensa, Juan Manuel Molina, el
nico de los altos funcionarios que haba permanecido en su puesto, luchando a brazo partido
contra las milicias que queran intervenir en la lucha, y deteniendo una gran columna
motorizada que se haba improvisado en el frente de Huesca para acudir a Barcelona, al mando
de mximo Franco, nos pidi consejo sobre la conducta a seguir, tuvimos la intuicin repentina
de la prdida total de la autonoma catalana y de la prdida de la guerra como consecuencia.
Era hora todava de oponerse a ese desenlace y de dejar a las cosas mejor situadas.

No nos faltaba la fuerza material. Estbamos en condiciones de devolver a Valencia al general
Pozas y su escolta con nuestro rechazo de su nombramiento, y estbamos a tiempo para
detener las columnas, de fuerza de asalto y de carabineros, que llegaban con el coronel Torres.
Pero nos faltaba confianza en los que se haban erigido en representantes de nuestro
movimiento; no tenamos un ncleo de hombres de solvencia y de prestigio a quien echar
mano, para respaldar cualquier actitud de emergencia. Y aconsejamos a Juan Manuel Molina
que diera posesin al general Pozas de Capitana general y del mando de nuestras milicias.

Qu derrumbamiento! En un momento dado, despus de convenir ya el cese de la lucha, se
nos comunica que uno de los locales de las Juventudes libertarias, -sede de una exposicin
artstica- haba sido ocupado por comunistas y se negaban a de volverlo. Hablamos a la U. G.
T. catalana. Nos enteramos de que haba sido nombrado secretario general el jefe de la
columna Carlos Marx, Jos del Barrio; en el momento que telefonebamos se haba retirado a
descansar, pero en su puesto estaba el teniente coronel Sacanel, jefe de estado mayor de la
misma columna.

As confirmamos la denuncia que se nos haba hecho, de que la columna Carlos Marx, casi en
pleno, haba llegado antes de los sucesos a Barcelona con sus jefes y oficiales, y al saber esto,
fue cuando Mximo Franco form a su vez una fuerte columna que Molina logr detener, tras
mprobos esfuerzos, en Binefar.

Un escritor argentino, Gonzlez Pacheco, llegado aquellos das a Barcelona, nos particip que
estando en la Embajada espaola de Bruselas oy una conversacin del embajador Ossorio y
Gallardo en la que se complaca en asegurar que el peligro del dominio de la F. A. I. en Madrid
se haba superado y que de un momento a otro se dara la batalla en la misma Barcelona. Esto,
unido a la presencia de varias unidades de guerra francesa e inglesas en las afueras del puerto
el mismo da en que comenzaba la lucha, el tres de mayo, nos hizo pensar en una provocacin
de origen internacional. Y que en esa provocacin estaban los comunistas, nos lo atestiguaba la
presencia de sus fuerzas de Aragn en Barcelona.

Haba que reaccionar, haba que volver por nuestros fueros. Todava tenamos la fuerza para
ello, y si en lugar de una salida espasmdica, desorganizada, intentsemos algo dando la cara
y tomando la orientacin de la lucha, como el 19 de julio, de poco valdran las fuerzas que
estaba situando en Catalua el gobierno de Valencia, ni las maniobras de sus aliados.

Unos das ms tarde se provoc la famosa crisis de mayo en el Gobierno central. Salieron del
Gobierno los representantes de la C. N. T. y cay Largo Caballero. Se form el Gobierno
Negrn-Prieto.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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Por disgustados que estuvisemos al ver la conducta de los compaeros propios que hacan
funciones de dirigentes, no era posible cruzarnos de brazos. Nos reunimos en un primero
cambio de impresiones con el secretario general de la C. N. T., Mariano R. Vzquez, y con
Garca Oliver. De esas primeras impresiones, despus de lo acontecido, dependa la actuacin
a seguir. Expusimos nuestro juicio sobre los sucesos de mayo; haban sido una provocacin de
origen internacional y nuestra gente fue miserablemente llevada a la lucha; pero una vez en la
calle, nuestro error ha consistido en paralizar el fuego sin haber resuelto los problemas
pendientes. Por nuestra parte estbamos arrepentidos de lo hecho y creamos que aun era hora
de recuperar las posiciones perdidas. Fue imposible llegar a un acuerdo. Se replic que
habamos hecho perfectamente al paralizar el fuego y que no haba nada que hacer, sino
esperar los acontecimientos y adaptarnos lo mejor posible a ellos.

Entonces nos retiramos, doblemente vencidos. No queramos iniciar una oposicin pblica y
nos concretamos a manifestar individualmente y en privado nuestro criterio divergente.

Se inici una represin policial y judicial contra un partido comunista no staliniano, el P. O. U.
M., y contra millares de nuestros propios compaeros. Se cometieron villanos asesinatos, y
nosotros mismos hemos ido a ver diecisis cadveres mutilados de las Juventudes Libertades
de San Andrs y otros lugares, llevados una noche al cementerio de Sardaola por una
ambulancia. Los signos de mutilaciones y de torturas eran bien evidentes. Llevaban en sus
cuerpos las marcas de fbrica de los asesinos. Los sucesos de mayo no costaron menos de un
millar de muertos y varios millares de heridos en Barcelona. La situacin que sigui era
sencillamente intolerable. Se poda contar siempre con las masas de la F. A. I. y de la C. N. T.,
pero no ya con sus Comits llamados responsables.

Fuimos a visitar al Cnsul general ruso; no tenamos ninguna duda de que la cosa haba sido
fraguada en Mosc.

Nos felicit por nuestros esfuerzos en las jornadas de mayo. Justamente sobre ellas queramos
hablar. Se saba que sin nuestra intervencin los sucesos de mayo habran dado resultados
muy distintos a los esperados. Por nuestra parte, estbamos apenados por haber intervenido
para apaciguar la lucha, al contemplar el espectculo que sigui. No haca falta que hiciramos
resaltar nuestra sinceridad. Antonov Ovsenko la conoca. Pues bien, quedaba treinta mil fusiles
en manos de la poblacin de tendencia libertaria, bombas de mano en cantidad ilimitada,
ametralladoras y hasta artillera. Y los que habamos expuesto la vida por suspender el fuego
estbamos tentados a exponerla otra vez para reanudarlo, pero para reanudarlo y llegar al fin.

Era imposible soportar ms tiempo lo que aconteca. No era todava hora para la
contrarrevolucin!

Realmente estbamos indignados y no podamos simular nuestro estado de nimo. En otras
condiciones habramos planeado orgnicamente una accin de defensa y de ofensa. Dimos
aquel paso, porque sabamos que era all y no ante las autoridades supuestas de la Repblica,
ante las que se deba protestar. Y lo dimos individualmente, sin respaldo alguno de
organizacin. Antonov Ovsenko di muestras de comprensin. Realmente no podan ser
exterminados los anarquistas, por su nmero, por su accin en la guerra y por el peligro que
aun representaban. Dos o tres das ms tarde llegaron indicaciones de Mosc en el sentido de
suspender la represin en la forma provocativa que se realizaba. Fue resultado de nuestras
amenazas o de otras indicaciones similares?

Segn todas las noticias, Ovsenko ha sido fusilado en Rusia por sus relaciones con los
anarquistas y los catalanistas. En el fondo Ovsenko nos ha parecido que tena simpatas por
nosotros, que nos quera, aun cuando, por otro lado, fuese fantico de las consignas de Stalin.
Le acusaron los comunistas espaoles por su informe al Kremlin.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

89
Pblicamente no se not nada todava de la disconformidad interna. Y para no dar armas
eventuales al enemigo, nos retiramos de toda actividad, en silencio. La C. N. T. mantuvo en la
crisis de Gobierno de mayo de 1937 una actitud digna y valerosa, al menos hacia fuera, en las
declaraciones. Sostena entonces que no poda quedar en pie de igualdad con el partido
comunista en un Gobierno, porque:

a) El Partido comunista haba provocado la crisis;

b) El Partido comunista no ha colaborado en la obra de Gobierno con la lealtad de la C. N. T.;

c) El Partido comunista no representa ni mucho menos lo que la C. N. T. para el pueblo ni
para el proletariado espaol.

En un informe presentado por el Comit nacional de la C. N. T. a la propia organizacin sobre la
tramitacin de la crisis de mayo se transcriben las clusulas de la consulta evacuada con el
Presidente de la Repblica, que dicen as:

"1. La C. N. T. patentiza claramente que no es responsable de la situacin planteada,
considerndola de todo punto improcedente e inadecuada en relacin a los intereses de la
guerra y del frente antifascista, y declina la responsabilidad de los derivados que la misma
pudiese producir.

"2. Que no prestar su colaboracin a ningn Gobierno en el que no figure como Presidente y
Ministro de Guerra el camarada Francisco Largo Caballero.

"3. Que este Gobierno ha de tener como base las representaciones obreras manteniendo la
colaboracin de los sectores antifascistas".

En la nota referente a la gestin hecha por el Dr. Negrn para que la C. N. T. le secundase en el
Gobierno, se leen actitudes claras y contundentes como stas:

"La C. N. T. no presta colaboracin, directa ni indirecta, al Gobierno que pueda constituirse por
el camarada Negrn. No se trata de oposicin al Ministro dimisionario de Hacienda.

Es la lnea de conducta trazada. No provocamos la crisis, desacertada, inoportuna y lesiva para
la guerra y el bloque antifascista. Conformes con la actuacin leal del presidente y Ministro de la
guerra en el gabinete Largo Caballero, no podemos sumarnos a posiciones partidistas que
prueban escasa nobleza y falta de colaboracin. La C. N. T., ponente y disciplinada, confa en
que la reflexin impida se sigan cometiendo desaciertos que agraven aun ms la situacin difcil
provocada por la insensatez".

Y la posicin pblica es fijada en el manifiesto: Frente a la contrarrevolucin. La C. N. T. a la
conciencia de Espaa.

Los militantes de la F. A. I. no tuvieron nada que objetar a esa posicin altiva y clara. La que
corresponda. Solamente los que estbamos ms interiorizados le dbamos una significacin
diferente, y dudbamos de que esas palabras, que para la gran masa confederal eran la nica
lnea aceptable, fuesen para los improvisados dirigentes de la gran organizacin de idntico
valor. Esos dirigentes, en pugna con el espritu, los intereses y las aspiraciones de la masa
obrera y combatiente, despus de haber hecho pblica adhesin a la poltica de Largo
Caballero, fueron a comunicar a Prieto que estaban con l y cuando, a pesar de ese apoyo,
cay tambin Prieto del Gobierno, se ligaron con Negrn hasta ms all de la derrota.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

90
La guerra entraba en su fase de descenso y de derrota. No era posible cerrar los ojos. Cuando
cay Bilbao en manos del enemigo, Juventud Libre, rgano de las Juventudes libertarias,
public un artculo con este ttulo: "La cada de Bilbao significa el fracaso del Gobierno Negrn".
Ese artculo se reprodujo en muchos millares de ejemplares y se distribuy por toda la Espaa
leal. En uno de sus prrafos, valientes de sinceridad y de verdad, leemos:

"Por toda la Espaa leal un solo clamor, un solo grito cruza campos y ciudades: Fuera el
Gobierno Negrn! Fuera el Partido comunista, causante de todas las derrotas! Exigimos un
Gobierno con representacin de todas las fuerzas antifascistas que imponga una autntica
poltica de guerra!

"Pero el Gobierno Negrn, a pesar de la crisis latente en que se halla, intenta mantenerse en el
poder.

Los mismos mtodos de la Repblica del 14 de abril se estn poniendo en prctica. Se censura
la prensa, se clausuran las emisoras, se impide por todos los medios que se manifiesten
libremente las organizaciones obreras, se suspenden los mitines, no se hace caso de la voz del
pueblo que pide una cambio radical de poltica que nos lleve al triunfo guerrero y
revolucionario".

Las comunicaciones del 10 de agosto de 1937 del Comit Nacional de la C. N. T. al Presidente
del Consejo de Ministros, continan la trayectoria digna de mayo. Quizs se haya pecado por
demasa de prudencia, de tolerancia, de evitacin sistemtica de la respuesta que merecan los
provocadores que buscaban el exterminio de nuestra obra y de nuestros hombres. Pero los
documentos aquellos son todava, en la letra, exponentes de dignidad.

Se protestaba contra la censura al servicio del Partido comunista, censura que consenta la
injuria y la difamacin contra nosotros, pero no la respuesta a los calumniadores. Se protestaba
contra aquella racha de procesos por la accin popular contra los fascistas en los sucesos de
julio.

Cualquier familiar que haba perdido alguno de sus miembros prestaba denuncia y era admitida,
sin pararse a averiguar si el muerto perteneca o no al bando de la rebelin. Se comprendi, sin
embargo, que hacer el proceso a los actores de aquellas jornadas era hacer el proceso a la
revolucin, cosa que corresponda a Franco en caso de triunfo, y despus de algunas
bestialidades jurdicas se di marcha atrs, pues entre otras comprobaciones se hizo sta: la
sancin contra los asesinatos irresponsables habra tenido que caer en primero lugar contra los
que propiciaban las persecuciones mucho ms que contra los miembros de cualquier otro
sector.

En otra carta de la misma fecha se habla de la guerra y se acompaa un documento de crtica
serena y bien intencionada. Recordemos algunos prrafos:

"Desde que el actual Gobierno se constituy, cuantas operaciones militares han tenido lugar, se
han visto acompaadas de continuos desaciertos. Ni una sola posicin hemos conquistado; en
cambio millares y millares de milicianos han cado; cantidades enormes de material se han
perdido y todo de una forma estril por incompetencia en la direccin de la guerra..."

Refirindose a la operacin de Brunete se observa esto:

"Esta operacin no era militar, sino poltica, y en la guerra no es posible realizar operaciones
polticas, ya que todas tiene que atenerse a una tcnica y a una realidad de fusiles y posiciones
que estn por encima del inters poltico..."

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

91
Se denuncia el partidismo exacerbado, la persecucin contra los individuos de unidades no
comunistas. Se mencionan atentados como el realizado contra Cipriano Mera, se habla de
fusilamientos ilegales, se condena la labor partidista del comisariado. En una palabra, se
resumen all las crticas que nosotros habamos hecho antes y que hemos seguido haciendo
despus, porque ninguno de los males all denunciados ha sido superado ms que en su
proporcionalidad.

Tan grave era la situacin que el Comit Nacional de la C. N. T. se preguntaba con razn
sobrada:

"Todo esto que sucede nos obliga a hacernos algunas preguntas. Adnde vamos? Es que se
lucha y se persigue slo y exclusivamente perder la guerra? Es que se pretende sembrar de
recelos la vanguardia y la retaguardia, producir inquietud al pueblo y situar las cosas de tal
forma que llegue un momento en que slo piensen todos en terminar la guerra, facilitando de
esta manera los propsitos de mediacin que persiguen algunas potencias extranjeras? ...

No ha llegado ya el momento de que cese la lnea de actuacin partidista, de una etapa
desacertada, y de que nos dispongamos inmediatamente a examinar todos, con honradez y
lealtad, la situacin, llegando a la conclusin de trazar una lnea, en lo que a la guerra se
refiere, cuyos resultados no puedan ser los desastres que hasta la fecha se repiten, e impida
que prosperen ciertas actuaciones absorbentes que llegar un momento en que habrn de ser
cortadas, con la violencia, por quienes no pueden seguir tolerando que a Espaa se le quiera
convertir en un pas de autmatas sumisos a la dictadura? ..."

Aun cuando no con la misma prosa, aquellas inquietudes las compartamos nosotros entonces y
las hemos seguido compartiendo con mayor razn, despus de la prdida de todo el norte de
Espaa, despus de la ruptura de la Espaa leal en dos zonas, despus de los derrumbes de
los frentes del este, Levante y Extremadura, viendo cmo se han multiplicado todos los defectos
y todos los males que se denunciaban poco despus de los sucesos de Mayo.

En le orden militar, el Comit nacional de la C. N. T., en acuerdo con la F. A. I., present al
Gobierno un balance sobre la gestin de los sucesores del Gabinete Largo Caballero en materia
de guerra. Se hace crtica en ese informe de la operacin hacia Segovia, que nos cost tres mil
bajas en un total de 10.000 combatientes. Se detallan las operaciones que siguieron en la frente
del Este, desastrosas en mayor grado. Se hace la debida crtica a la operacin de Brunete,
operacin poltica, no militar, que nos cost 23.000 bajas y en la cual hubo brigadas que
perdieron el 70 por ciento de sus efectivos. El mismo juicio severo y acertado merecen en ese
documento las operaciones del frente de Teruel con las consiguientes fallas de orden tcnico y
poltico. He aqu algunas conclusiones de ese informe:

1. La entrada del Gobierno de Negrn hall encuadrados 550 mil hombres en el ejrcito
regular, debidamente estructurados, con una masa de maniobra dispuesta para actuar
sobre los puntos por todos reconocidos como los ms sensibles del enemigo,
estratgicamente hablando.

La operacin de Extremadura "fue malograda negando la aviacin los elementos rusos que
la mandan para derrumbar al anterior Gobierno, y en esto pueden hallarse las
responsabilidades de la cada de Bilbao".

3. Fallado el objetivo internacional con vistas al cual se provoc la crisis, todos los esfuerzos
de la orientacin de la guerra se han encaminado a dar la impresin falsa de triunfos que,
por su envergadura, deban de ser fciles, pero que, por su direccin, fueron otros tantos
fracasos. De ese gnero fueron las acciones sobre Segovia y Aragn.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

92

4. La operacin recientemente fracasada en el Centro era ya un disparate estratgicamente
considerada.

8. Ausencia de toda coordinacin entre las actividades de las fuerzas de tierra y de aire.

9. Indisciplina en los mandos.

10. La operacin de Brunete ha sido una operacin exclusivamente poltica que no serva los
intereses de la victoria sobre el fascismo, pretendindose que sirviera los intereses del
Partido comunista en detrimento de las otras organizaciones.

17. Se impone el cambio fulminante de la poltica de guerra que nos evite el desastre a que
iramos de perseverar en ese camino.

En vano buscaremos una rectificacin cualquiera en la poltica de guerra, mientras fue Prieto
ministro de Defensa Nacional o cuando le sucedi Negrn, como para justificar el
apaciguamiento de todas las reservas, observaciones y juicios crticos de la burocracia dirigente
de la C. N. T.

Pero lo cierto es que fue cesando toda crtica, se proporcion a Negrn, despus de muchos
esfuerzos y humillaciones, un Ministro, elegido por l, y no qued frente al derrumbe casi en
todo el ao 1938 ms que nuestra voz, individual, y el Comit peninsular de la F. A. I.

Habiendo cometido el grave error de paralizar el fuego en Mayo de 1937, sin conseguir ms que
fortificar la posicin de los rusos y de sus aliados en Espaa, se impona una rectificacin, una
accin defensiva enrgica, que fue rechazada como un crimen en el circulo intimo de los
militantes ms conocidos; habiendo cometido nuevamente el error de no haber replicado a las
provocaciones que siguieron a la pacificacin de Mayo, habra que haber derribado al Gobierno
cuando se perdi el Norte de Espaa o cuando se hizo la fantstica operacin de Brunete y
cuando se puso de manifiesto el mtodo de los asesinatos en el frente y en la retaguardia de los
que no seguan la lnea moscovita
23
. No faltaron motivos diarios para una rebelin de la
dignidad espaola contra un Gobierno que nos llevaba al desastre. Pero la entrega total de la
burocracia de la C. N. T. al Gobierno Negrn y a las consignas comunistas hizo que la rebelin
que habra debido estallar cuando era hora de obtener algn resultado, se produjese en el
Centro y en Levante cuando la guerra estaba totalmente liquidada. Por entender que lo hecho
en Marzo de 1939 en Madrid y en Levante nos corresponda haberlo hecho en Catalua por lo
menos en marzo de 1938, si no en mayo o junio de 1937, nos hemos desligado de toda
responsabilidad en la direccin de las cosas confedrales; pero la F. A. I. sola, sin llevar a la
calle su disidencia fundamental, no poda ya encauzar la rebelin contra el Gobierno, que
habra sido facilsima en acuerdo con la C. N. T.

Ante la historia tendremos que responder de la pasividad y de la complicidad en la prdida de la
guerra, y por eso dejamos sentados antecedentes tan pocos gratos como esos, que nos duelen,
pero que es preciso destacar, porque las masas de la C. N. T. no tienen ninguna culpa del
engao de que fueron victimas de la guerra espaola. Pudieron llevar a cabo su obra fatdica
gracias a los ministros espaoles, a los partidos espaoles, a los militares espaoles, a los
policas espaoles, a los escritores espaoles que se pusieron a sus rdenes. Que el que
pueda se libre de esa mancha, pero Prieto no puede quedar limpio de culpa. No tuvo la audacia

23
Negrn pretende restar importancia a la cosa. Pero entonces el compaero Zugazagoita exclama, en un alarde de
sinceridad: Don Juan, vamos a quitarnos las caretas. En los frentes se est asesinando a compaeros nuestros porque
no quieren admitir el carnet comunista. (I. Prieto: Cmo y por qu sal del Ministerio de Defensa nacional, pg.
31).
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

93
que tuvo Largo Caballero en el rechazo de las ingerencias del Kremlin ni en su posicin desde
dentro y desde fuera del Gobierno.

Un primer escaln en la dominacin del pas por la minora de generales, coroneles, almirantes,
cnsules, agentes comerciales, embajadores, polizontes, etc. que invadieron, a la Espaa
republicana bajo las rdenes de Stalin, que no sabemos si ya entonces obraba de acuerdo con
Hitler, fueron las brigadas internacionales.

Su formacin y su admisin en Espaa dieron el argumento apetecido para intervenir del otro
lado a los italianos y a los alemanes; slo que mientras del lado de la Repblica las brigadas
internacionales no fueron eficaces ms que como instrumento de dominacin de los
comunistas, de parte de Franco la ayuda italiana y alemana tena por objetivo el triunfo militar, y
fue, por su cantidad y su calidad, un factor decisivo de ese triunfo.

Entre nosotros las brigadas famosas fueron un factor inconsciente de derrota, ya que hicieron
posible la obra antipopular de los rusos y del Gobierno al servicio de los rusos.

Haba una realidad que no podamos ignorar los revolucionarios espaoles: contbamos con la
adhesin activa de muchos trabajadores y rebeldes de todos los pases que deseaban acudir a
nuestro lado y luchar con nosotros, por nuestra causa, que era una causa universal de la
libertad contra la tirana. No podamos negarles la satisfaccin de luchar y morir con nosotros.
En nuestro frente de Aragn combatieron desde la primera hora muchos italianos, alemanes,
franceses, etc.

Pero una cosa era esa adhesin y otra cosa era la intencin poltica de los creadores de las
brigadas internacionales con reclutas de diversos pases. Han llegado a Espaa, entre esos
reclutas, algunas personalidades ante quienes nos descubrimos con respeto, y han acudido
simples obreros sin trabajo a quienes una propaganda especial supo engaar con atractivas
promesas. Acudan a Espaa, no a morir en la guerra, sino a vivir de ella, como los viejos
soldados mercenarios. Pero por parte de los iniciadores y figuras de primer plano de esas
brigadas, los propsitos eran distintos.

La verdad es que el Gobierno de la Repblica, en Catalua como en el Centro, en Levante
como en Extremadura, no disfrutaba de simpata popular. Los rusos, hbilmente,
comprendieron que el Gobierno no poda gobernar sino al servicio del pueblo, respondiendo a
las exigencias y a las aspiraciones del pueblo. Juzgaron que haba que poner freno a las masas
espaolas, disciplinarlas, someterlas a un poder central de hierro, cambiar el temperamento y el
alma espaoles. El pueblo luchaba heroicamente contra la rebelin militar, pero no era un
instrumento dcil en manos del Gobierno y de la burocracia del Ministerio de la guerra.

Para tener un primer instrumento de dominacin en la mano, el Gobierno central, asesorado por
la diplomacia rusa, di entrada a las llamadas brigadas internacionales, con el pretexto infame
de que las milicias no saban batirse ni obedecan. No obedecan a quienes no deban
obedecer!

Las milicias saban batirse y obedecan tan bien como las brigadas internacionales; slo haba
una diferencia: las brigadas internacionales reciban armamento moderno y eficaz, y los
milicianos del pueblo solan ir descalzos, con armas primitivas y en la mayora de los casos sin
municiones, y eran perseguidos por un sabotaje permanente de la burocracia centralista de la
Repblica.

Nos opusimos a la constitucin de esas brigadas y dimos orden a los delegados de frontera
para que no permitiesen el paso a esos voluntarios. Nos visitaron personalidades que haban
entrado a saco en Espaa al amparo de los rusos, como Andr Marty, para que consintisemos
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

94

el paso por Catalua de esos hombres que queran luchar con nosotros. Sostenamos que nos
sobraban hombres, que en lugar de introducir en Espaa esas brigadas, lo que haba que hacer
era ayudarnos con armas y municiones; considerbamos una injusticia y un crimen dejar a
nuestros milicianos, que no tienen par por su bravura y su espritu, inermes y formar
simultneamente grandes cuerpos de ejrcito extranjeros, dotados de todo lo necesario y
tratados con favor. Hemos llegado a tener detenidos en la frontera franco-espaola ms de mil
de esos voluntarios y, al ser rechazados, eran embarcados en puertos franceses y llevados por
mar a puertos donde el Gobierno de la Repblica tena autoridad.

En una de esas ocasiones, uno de nuestros barcos de defensa de costas, el "Francisco", detuvo
un cargamento de armas con destino a esas brigadas internacionales. Lo hicimos descargar en
Barcelona y comprobamos que se trataba slo de deshechos intiles de antes de la guerra de
1914-18, pagados sin discutir precio por el Gobierno central.

De tan mala calidad era todo que no tuvimos ninguna objecin que hacer a su entrega, cuando
nos fue reclamado. Los aventureros franceses que figuraban al frente de la organizacin de las
brigadas internacionales, hacan, como se ve, magnficos negocios con el Gobierno de la
Repblica.

Tuvimos que dejar la jefatura de las milicias catalanas por actitudes de esa especie, hbilmente
retorcidas por los rusos, y luego los llamados voluntarios pasaron sin ms inconveniente por
tierras de Catalua.

No tenamos todava una nocin clara del peligro que representaban esas brigadas a
disposicin del gobierno central, y estamos seguros que muchos de sus combatientes, los que
no eran meros aventureros, no se habran prestado al juego que hacan si se hubiesen dado
cuenta de que no eran las necesidades de la guerra las que motivaban su creacin, sino una
poltica desleal, de partido y la necesidad, por parte de los aspirantes a dictadores, de apoyarse
en una fuerza dcil, puesto que el pueblo espaol se empeaba en declararse mayor de edad.

Posteriormente, y cuando la misin para la cual haban sido llamados estaba ya cumplida,
hemos expuesto nuestra opinin a muchos de los luchadores de las brigadas internacionales, y
nos han dado plenamente la razn; pero era demasiado tarde para reparar la labor funesta
realizada inconscientemente.

No queremos referirnos a las prisiones clandestinas, a los asesinatos libremente perpetrados
entre los voluntarios no afectos al stalinismo. Segn parece, el maquiavelismo de los rusos ha
calculado que al calor de la simpata que haba despertado la revolucin espaola, podra
librarse, mediante la organizacin de las brigadas internacionales, de sus adversarios
trotskistas, libertarios, socialistas independientes, etc., que habran de concentrarse en ellas. En
parte, no les ha fallado el clculo
24
.

No sabemos qu cantidad de hombres han entrado del extranjero a esas brigadas. Pueden ser
de veinte a veinticinco mil. Pero la verdad es que a los pocos meses, y ya en los tiempos en que
Indalecio Prieto era Ministro de la guerra, la mayora de los combatientes de las brigadas
internacionales eran espaoles obligados a servir en sus filas, bajo el comando de comunistas
rusos y de otras nacionalidades. Las filas de esas brigadas, ms raleadas muchas veces por las
deserciones que por la metralla enemiga, eran cubiertas por las quintas movilizadas de
soldados espaoles.


24
Es una de las explicaciones que da el ex general del ejrcito rojo, jefe de los servicios secretos en Occidente,
Krivitzky.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

95
Ni en la formacin de esas brigadas internacionales, ni despus en la creacin del fantstico
ejrcito de carabineros, creemos que haya habido ms oposicin que la del pueblo mismo, cuya
voz no tena ya ninguna repercusin en la poltica de guerra. En las esferas oficiales, nuestra
accin directa ha quedado sin eco y sin continuidad.




EL PARTIDO COMUNISTA EN SU ACCIN NEFASTA

Las "tchekas" rusas en Espaa. Nuestra escuadra.



SIEMPRE que hemos deplorado el suicidio a que nos llev la burocracia de las propias
organizaciones en la revolucin y en la guerra espaolas, la de las propias organizaciones,
porque la que actu en las dems, de modo absolutamente idntico, nos importa menos, se nos
ha replicado que de esa manera nos evitbamos ante la historia la acusacin de haber perdido
la guerra por causa de nuestros gestos de rebelda o de justicia.

Es posible que una actitud enrgica de represalia contra las ingerencias extranjeras en nuestro
territorio y una firme voluntad de defender los derechos del pueblo espaol contra sus enemigos
complotados desde las esferas gubernativas de la Repblica como desde las esferas del
Gobierno de Burgos, habra acelerado el fin de la guerra. Con ello habramos cado en nuestra
ley, nuestro pueblo habra acortado su martirio estril y es posible que la misma matanza que
ha seguido al triunfo de Franco hubiera sido menor. Los traidores a Espaa del lado de la
Repblica habran podido enlodarnos en el primer instante, pero el tiempo habra vuelto a poner
las cosas en su lugar y habra demostrado que la guerra la tenamos perdida despus de caer
el Norte de Espaa.

No nos hemos movido, hemos obedecido y hemos callado, entregando los destinos de millones
de proletarios espaoles a la alegre despreocupacin de un Dr. Negrn; hemos soportado
injurias y un trato que no habamos soportado jams. No ha sido cordura, no ha sido sensatez;
ha sido cobarda burocrtica y ha sido traicin a nuestro pueblo. No se nos acusar de haber
perturbado los planes del Gobierno republicano-comunista, pero se nos puede acusar por no
haberlos perturbado, y ante el porvenir esta acusacin pesar mucho ms.

Ante el mundo no tenemos valor para justificar la conducta seguida; se ha vendido al pueblo por
un plato de lentejas ministeriales. Tampoco es ninguna disculpa el que hayan hecho todos los
partidos y todas las organizaciones lo mismo.

Nosotros no tenamos el derecho a hacer lo mismo, tenamos el deber de obrar de otra manera,
de no haber vacilado en nombre de un absurdo sentido de la responsabilidad.
Responsabilidad ante quin? Ante los Monipodios de la Repblica? Y por qu no
responsabilidad ante los destinos de un pueblo del cual ramos los legtimos representantes?

Individualmente slo nos acusamos de habernos equivocado en las jornadas de Mayo, siendo
la impotencia ulterior para rectificar el error una consecuencia lgica de aquella equivocacin
funesta. El destino de la guerra y el destino de nuestro pueblo habran sido muy distintos si en
lugar de exponer la vida para sofocar el fuego de la rebelin provocada por nuestros enemigos,
la hubisemos expuesto para dar orientacin y sentido a aquel levantamiento.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

96

Aunque ya un primer paso de descalabro se tuvo en la hora aquella en que los que haban de
ponerse a las rdenes del negrinismo, impidieron, por el mismo sentido funesto de la
responsabilidad, que una parte del oro del Banco de Espaa fuese a parar a Catalua en lugar
de ir a parar a Rusia.

No basta eso del sentido de responsabilidad y de la sensatez ante las continuas provocaciones
para absolver a quienes han sido factores de sometimiento ciego de las grandes masas
confederales; ese sentido de responsabilidad y esa sensatez pueden traducirse mejor por
complicidad o por cobarda ante enemigos a quienes debamos habernos sentido tan poco
ligados como al franquismo.

Se tomaban acuerdos, bajo la presin de abajo, del pueblo, pero los que cumplan tan al pie de
la letra los acuerdos tomados en combinacin con el Gobierno, hacan todo lo que estaba en su
mano por evitar que fuesen puestos en prctica los tomados bajo la presin popular.
Escribamos en un informe de la F. A. I.
25
:

"La accin del Partido comunista en la guerra, en el orden revolucionario y poltico, ha merecido
el ms absoluto repudio por parte del movimiento libertario, llegando ste a tomar acuerdos de
la mxima energa.

En el pleno de Regionales de la C. N. T. , celebrado en Valencia a mediados de abril de 1937,
se nombr una ponencia para estudiar la manera de neutralizar la descarada ofensiva
desencadenada por el partido de las consignas contra las organizaciones libertarias,
propicindose medidas diversas, entre otras stas:

a) Trabajar intensamente para conocer sus organizaciones secretas de represin y
propaganda malsana y el modo como funcionan, para poder aprovechar, con oportunidad,
todos los "affaires" en que intervengan o pretendan mediar. Toda esa labor debe llevarse
con prudencia para evitar contratiempos perjudiciales y para sorprenderlos cuando
tengamos necesidad de utilizarla.

b) Seguir con atencin y minuciosidad la actuacin de los que ocupen cargos oficiales,
procurndose la mayor cantidad de datos respecto a sus actividades, que nos permitan
demostrar la obra partidista que efectan y la incapacidad de que puedan dar pruebas.

c) Dedicarse con afn a conocer en detalle el desenvolvimiento econmico del Socorro Rojo
Internacional, teniendo en cuenta que en nosotros existe el convencimiento fundado de que
las cuantiosas recaudaciones que llevan a cabo, sirven exclusivamente para sus
propagandas, estando ausente de su nimo toda intencin solidaria de la que pblicamente
hacen gala".

El pleno de Regionales de la C. N. T.-F. A. I.-Juventudes Libertarias, de Mayo de 1937, ha
tomado acuerdos que dicten:

"Se acuerda: Atacar al Partido comunista en el orden nacional. Atacar en el plano local a
quienes se hagan acreedores a ello, por su comportamiento en la localidad, provincia o regin".

Glosando el contenido del manifiesto famoso Frente a la contrarrevolucin. La C. N. T. a la
conciencia de Espaa, el Comit, Nacional de la C. N. T. ha hecho pblicos algunos

25
Pleno de Regionales del Movimiento libertario: Sobre la necesidad de reafirmar nuestra personalidad
revolucionaria y de negar nuestro concurso a una obra de Gobierno necesariamente fatal para la guerra y para la
revolucin, por el Comit Peninsular de la F. A. I., septiembre de 1938.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

97
manifiestos de aguda crtica al Partido comunista, con ttulos significativos: "El Partido de la
contrarrevolucin",

"Procedimientos democrticos", "Los cuervos de la revolucin", "Por sus obras los conoceris",
"Por encima de todo, la alianza revolucionaria de la clase obrera", etc.

Nuestro acuerdo entonces y ahora con aquella actitud no ha sido regateado. Estbamos
plenamente identificados. Defendamos nuestro movimiento contra sus ms irreconciliables
enemigos.

Hace falta mencionar la invasin de Aragn por tropas adictas al Partido comunista y su
devastacin de la obra constructiva y ejemplar de los campesinos aragoneses? Nosotros
tenemos sobradas razones para afirmar que, sin la invasin de Aragn por las Divisiones de
Lister y compaa, no se habra tenido la invasin posterior de los ejrcitos fascistas.

Nos hemos olvidado de infamias como la de la nota del Bureau poltico, del Partido comunista
el 31 de julio de 1937? El partido de la mxima irresponsabilidad no puede estar a nuestro lado
y ser tratado de igual a igual. Es que ha cambiado de procedimientos, de moral, de
propsitos?

Y aquellos artculos de Frente Rojo contra nuestra obra econmica y militar en Aragn?
Comenzaba as, uno de ellos (14 de octubre de 1937): "El Gobierno del Frente popular ha
hecho una entrada verdaderamente triunfal en Aragn. Los campesinos los saludaban
alborozados y llenos de esperanzas. Aragn comienza a respetar y a sentir los beneficios de la
nueva administracin. Ha terminado, sin duda, una poca odiosa y triste".

El lodo arrojado a espuertas por el Partido comunista y por su prensa contra nosotros hizo que
nuestras organizaciones se cuadrasen enrgicamente exigiendo un mnimo de decencia y de
responsabilidad. El Comit nacional de la C. N. T. Rompi sus relaciones con el Partido
comunista hasta tanto fuese rectificado el artculo en que se ensalzaba la criminalidad de Lister
en Aragn y se echaba por tierra el esfuerzo gigantesco de los hombres de la C. N. T.

Hubo una larga serie de notas, de rplicas y contrarrplicas, pero en resumidas cuentas el
Partido de las consignas no di las explicaciones debidas ni desautoriz el contenido de la
campaa de calumnias e injurias contra nosotros.

Sin embargo ramos un sector demasiado respetable para que nacional e internacionalmente
pudiese aparecer como verdica la fortaleza de un Gobierno que no contase con la aprobacin,
el visto bueno o la adhesin del movimiento libertario.

Sin rectificar una sola de sus posiciones de hostilidad irreducible, el Partido comunista se
preocup de captar a los dirigentes de la C. N. T. para su poltica de apoyo al Gobierno, a fin
de manipular y hacer cotizar esa adhesin de sellos de goma para su propia poltica de
hegemona. Y fue en la medida en que los camaradas del Comit Nacional de la C. N. T. dieron
pie a esas sugestiones que el Comit peninsular de la F. A. I. se encontr en discrepancia cada
vez mayor con la direccin del organismo confederal.

Suponemos que tampoco se habr olvidado por la militancia libertaria el pacto de octubre de
1937 entre la C. N. T. y la U. G. T., desbaratado por los comunistas que lo interpretaron como
"un pacto de lucha contra los Partidos polticos y el Gobierno" (resolucin de la cuarta
conferencia provincial de Valencia del P. C.).

Aquel pacto era una autntica manifestacin proletaria y revolucionaria. Haba que echarlo
abajo, porque entre otras cosas, significaba la desaparicin o la decadencia irremediable del
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

98
Partido comunista. Era preciso establecer otro que no fuese ni chicha ni limonada, que no diese
ni fro ni calor, y ligarnos adems al cadver del Frente popular para que nuestra independencia
fuese ms hollada y ante el mundo se pudiera esgrimir la leyenda de la subordinacin total de la
Espaa leal a su Gobierno supuestamente del Frente popular y a los trece puntos.

Toda esa serie de porqueras polticas, de abrazos y de unidad de accin en la sola lnea del
apoyo al Gobierno Negrn, no impide, por ejemplo, que el Partido comunista lance a las
comisiones del partido la consigna de trabajar dentro de la C. N. T. para desmembrarla, llevar
la descomposicin a sus filas, influenciar a algunos compaeros de ms o menos
representacin, etc., etc.

Es verdad que el Comit Nacional de nuestra sindical ha denunciado esa maniobra, pero
solamente en el papel. En la conducta cotidiana no se advierte la energa con que se
reaccionaba en otros tiempos contra esa morbosidad. Y nuestras disidencias han crecido en la
medida que vimos seguir a la C. N. T. la lnea de conducta trazada por el Partido comunista.

Creemos que la incompatibilidad entre los objetivos y los mtodos del Partido comunista y los
del movimiento libertario es absoluta y que debe romperse toda relacin con esos agentes del
gobierno ruso causantes de nuestros mayores desastres.

Enumeramos algunas de las razones por las cuales hemos de delimitar perfectamente nuestra
posicin y declarar, como hemos pedido en vano al Comit Nacional que lo hiciera, que la C. N.
T., que el movimiento libertario tienen un ideal y un mtodo perfectamente definidos y no tienen
nada de comn con la poltica dictada desde Rusia al Partido comunista, considerndola
contrarrevolucionaria y nociva para la buena marcha de la guerra:

1) El Partido comunista ha combatido de una manera abiertamente contrarrevolucionaria la
obra emprendida por las organizaciones obreras, pretextando que lo primero era ganar la
guerra, sin advertir que al quitar a la guerra el calor popular, de cosa propia, tena
irremediablemente que dar los frutos que estamos viendo desde mayo de 1937.

2) El Partido comunista apoy desvergonzadamente a los sectores polticos que habran
debido desaparecer despus de Julio, buscando aliados y nefitos en los sectores de
origen ms dudoso desde el punto de vista antifascista.

3) El Partido comunista es enemigo de la autonoma de los sindicatos y les niega
personalidad para intervenir como tales en la ordenacin y en la transformacin de la
sociedad, misin que, segn el, incumbe a los Partidos, a l mismo.

4) El Partido comunista ha empleado los medios ms desleales para acrecentar las filas de la
U. G. T. a fin de poder maniobrar desde ella con fines escisionistas y esterilizar tambin la
obra directa de los Sindicatos.

5) Ha creado organizaciones amarillas para especular en su competencia con los socialistas
por el dominio de la U. G. T. Ah tenemos el caso de la Federacin provincial de
campesinos de Valencia.

6) El Partido comunista ha obstruido el desarrollo de las colectividades agrarias e industriales
y ha utilizado todos los medios, las fuerzas de orden pblico, incluso el ejrcito, para
destrur las que se haban creado y prosperaban. Ha aprovechado su entrada en el
Ministerio de agricultura para negar crditos, abonos y semillas las colectividades de la C.
N. T. Ha utilizado la Unin de Rabassaires para sembrar la cizaa en el campo cataln.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

99
7) El Partido comunista ha esgrimido el chantaje de la ayuda rusa para producir los cambios
polticos que consideraba ms convenientes a su desarrollo en detrimento de los otros
sectores.

8) El Partido comunista ha utilizado el aparato burocrtico y represivo del Estado para eliminar
a sus adversarios polticos con grave dao para la causa antifascista. Baste recordar los
sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, la persecucin y la anulacin del P. O. U. M. y el
asesinato de militantes como Andrs Nin.

9) Han hecho del ministerio de Estado un apndice diplomtico de las relaciones exteriores de
la U. R. S. S., con evidente desprestigio para Espaa, que se ha visto as aislada del
mundo.

10) El Partido comunista ha intervenido en los Comits de enlace para anular la accin de la U.
G. T. como sindical que haba de verse forzosamente impulsada por nosotros en base a la
unidad de intereses y de aspiraciones del proletariado.

11) El Partido comunista ha explotado inicuamente a nuestro pas con el negocio de las armas
en las condiciones ms desventajosas y ha facilitado la adquisicin de nuestros stocks de
mercaderas a precios irrisorios, sin contar el robo por el espionaje ruso de nuestros
secretos de fabricacin industrial.

12) El Partido comunista ha paralizado y castrado por todos los medios la iniciativa creadora
del pueblo espaol para que tengamos forzosamente que ser tributarios del comercio
exterior ruso.

Es intil que prosigamos en esta enumeracin repulsiva. El Partido comunista ha sido el mayor
enemigo de la revolucin en Espaa y no ha vacilado en el empleo de los medios ms
reprobables y ms criminales, el asesinato, la difamacin, las persecuciones y las torturas, para
poner obstculos a nuestro avance social. odo esto es bien sabido del movimiento libertario. Lo
que importa es deducir las enseanzas y obrar en consecuencia... "

Sobraban hechos y argumentos todos los das para justificar la rebelin armada o por lo menos
la delimitacin de responsabilidades frente al Gobierno Negrn. No los callbamos esos hechos
y esos argumentos, pero la Celestina de la guerra, como la llam Largo Caballero, serva para
ocultar todas las infamias, todas las complicidades, todas las cobardas.

Uno de los aspectos que ms nos sublevaba era la introduccin de los mtodos policiales rusos
en nuestra poltica interior. Las torturas, los asesinatos irresponsables, las crceles
clandestinas, la ferocidad con las vctimas culpables o inocentes estaban a la orden del da. Era
imposible tolerar y aplaudir a un Gobierno que haba superado los tradicionales rigores de la
Guardia civil contra los perseguidos. Hasta en ese aspecto nos igualbamos al enemigo a quien
combatamos, pues tambin all la Gestapo alemana y la Ovra italiana haban impuesto sus
procedimientos de persecucin y de eliminacin de adversarios. En la Espaa leal, en lugar de
la Gestapo y la Ovra, tenamos la G. P. U. rusa. Nombres diversos y una sola bestialidad
verdadera.

Lo ocurrido en las tchekas comunistas de la Espaa republicana cuesta trabajo creerlo. En el
Hotel Coln de Barcelona, en el Casal Carlos Marx, en la Puerta del Angel 24, y en la de
Villamajor 5, todos de Barcelona, como en el Convento de Santa Ursula en Valencia, en el
castillo de Castelldefels, en Chinchilla, etc., etc., se perpetraban crmenes que no tienen
antecedentes en la historia de la inquisicin espaola, que tiene bastante que contar, sin
embargo. bamos nosotros a silenciar esos hechos, asumiendo ante la historia la mancha de
complicidad o de cobarda? A Ministros en ejercicio del Gobierno Negrn hemos dicho con todas
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

100

las letras el juicio que mereca su pasividad y su ceguera voluntaria. Se ha deshonrado la
revolucin espaola y la guerra al fascismo con los procedimientos policiales desde la Direccin
General de Seguridad, desde el Servicio de Investigacin Militar, desde las tchekas privadas, de
partido. Se ha herido lo ms sagrado del alma popular y se ha puesto a la Espaa eterna contra
un rgimen que auspiciaba o toleraba esos horrores.

El ayuntamiento de Castelldefels tuvo que protestar por la serie de cadveres que dejaba en la
carretera todas las noches la tcheka del castillo. Hubo das en que se encontraron 16 hombres
asesinados, todos antifascistas, pero contrarios al comunismo.

1. "Hemos denunciando una de las mil monstruosidades, la del asesinato de 80 personas en
Turn, Andaluca
26
. He aqu el caso:

2. "Desde hace tiempo vienen recibindose denuncias ms o menos concretas sobre la
actuacin de los elementos comunistas en toda la regin andaluza, y especialmente en los
sectores ocupados por unidades militares bajo el mando del Partido comunista.

Uno de los sectores ms afectados es el ocupado por las fuerzas del XXIII Cuerpo de ejrcito,
el cual se halla bajo el mando del conocido comunista teniente coronel Galn. El mencionado
sector se distingue por la facilidad pasmosa con que desaparecen all los elementos no afectos
al Partido, elementos que unas veces pueden calificarse de indiferentes y otras de francamente
izquierdistas. Tal el caso de un socialista del pueblo de Peters, elemento de viejo historial
revolucionario, al cual le fue aplicada la ley de fugas (junto con otros cinco detenidos del citado
pueblo) por Bailn, capitn de informacin del citado Cuerpo de ejrcito, individuo de psimos
antecedentes que, con anterioridad al movimiento, se dedicaba a cobrar contribuciones como
agente ejecutivo, siendo el peor de toda la regin, y que en la actualidad se dedica a limpiar la
zona de los elementos que pueden comprometerlo.

El fusilamiento antes mencionado se llev a cabo por orden del jefe del XXIII Cuerpo de ejrcito,
a pesar de la intervencin del Comit provincial socialista de Almera, del Gobernador civil de la
misma y del coronel Menoyo, el cual lleg a hablar directamente con el Ministro de Defensa
(Prieto), quien di orden de detencin directamente contra el citado capitn
27
. En la actualidad
el Partido comunista est trabajando activamente por echar tierra al asunto, valindose de todos
cuantos medios tiene a su alcance".

Este caso, con ser muy grave, es poca cosa comparada con el que vamos a relatar a
continuacin:

"Un buen da se recibe en las brigadas pertenecientes al XXIII Cuerpo de ejrcito una orden de
ste para que cada brigada mandase un pelotn o escuadra de gente probada como
antifascista. As se hace y se le dan instrucciones completas para que marchen a Turn,
pueblecito de la Alpujarra granadina de unos 2.500 habitantes. Se les dice que hay que eliminar
a fascistas para el bien de la causa. Llegan a Turn los designados por cada brigada y matan a
80 personas, entre las cuales la mayora no tena absolutamente porque sufrir esa pena, pues
no era desafecta y mucho menos peligrosa, dndose el caso de que elementos de la C. N. T.,
del Partido socialista y de otros sectores mataron a compaeros de su propia organizacin,

26
Informe sobre la intervencin del partidismo en las cosas de orden pblico y anormalidades de esos servicios, por
el Comit peninsular de la F. A. I., septiembre de 1938. Anexo
27
Seguramente ha logrado lo que con su orden de detencin del "Negus", un maestro comunista, comandante del
ejrcito, que andaba visitando los cuarteles generales para incitarles a una rebelin contra Prieto. El Partido
Comunista ampar a su afiliado, se comprobaron todos los cargos que le haca el Ministro de Defensa, y no obstante,
la orden de detencin no fue cumplida. Vase el informe de Prieto, Cmo y por qu sal del Ministerio de Defensa
Nacional. Intrigas de los rusos en Espaa, Pg. 23.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

101
ignorando que eran tales y creyendo que obraban en justicia, como les haban indicado sus
superiores. Tambin hay casos de violacin de las hijas para evitar que sus padres fuesen
asesinados. Y lo ms repugnante fue la forma de llevar a cabo dichos actos, en pleno da y ante
todo el mundo, pasando una ola de terror trgico por toda aquella comarca. Se estaba
construyendo la carretera de Turn a Murtas y los muertos fueron enterrados en la caja misma
de la carretera. Se pretendi silenciar la cosa, pero ante la presin de la opinin pblica, el
Tribunal permanente del Ejrcito de Andaluca no pudo permanecer impasible y se orden la
instruccin de las primeras diligencias. Se desenterraron 35 cadveres, renunciando a
desenterrar el resto, pues ello supona la destruccin total de la carretera en que estaban
enterrados.

Ese Tribunal empieza a tomar declaraciones y al comprobar que las ordenes partieron del jefe
del XXIII Cuerpo de ejrcito, Galn (especie de virrey de Andaluca) que era, todo obra del
mismo, suspendi sus actuaciones para comunicar al Gobierno lo que haba y pedirle
instrucciones".

Era Ministro de Defensa Nacional el Dr. Negrn, y la prueba del caso que habr hecho a
denuncias de esa especie, es que di a Galn, en ocasin de la increble provocacin de marzo
de 1939, uno de los mandos ms importantes en su proyecto de golpe de Estado en la regin
Centro y Levante, despus de la cada de Catalua.

Fue nuestro compaero Maroto, enrgico militante de la regin murciana, contra el cual se
desataron tan furiosas invectivas, el que ms enrgicamente ha pedido a las propias
organizaciones su intervencin para aclarar los asesinatos de Turn y obrar luego en
consecuencia con los asesinos.

De un folleto dado a la publicidad a fines de 1937, entresacamos los fragmentos que siguen,
como apndice a una descripcin minuciosa de los horrores de Santa Ursula en Valencia:

"El cinismo y la crueldad de la G. U. P. staliniana supera a cuantos mtodos represivos se han
conocido hasta la fecha. Jams tuvieron en cuenta la condicin de los detenidos. Sanos o
enfermos, hombres o mujeres, fascistas o antifascistas, todos eran lo mismo para la brigada
especial. Y lo peor del caso es que todos aquellos sacrificios no servan para nada. Una vez
obtenidas las declaraciones deseadas y firmadas y rubricadas, los presos eran abandonados y
olvidados en los sombros dormitorios de Santa Ursula. Los procesos no acababan de llegar
jams.

Y es comprensible. La polica saba demasiado que las vctimas denunciaran ante los
Tribunales los atropellos y los crmenes cometidos, que rechazaran el atestado firmado entre
contorsiones de dolor, que se transformaran en acusadores implacables.

Pero Santa Ursula no poda conservar el secreto indefinidamente. Ni poda albergar tanto dolor.
La verdad acabara por filtrirse a travs de las paredes ms gruesas y de las puertas mejor
cerradas.

Los relatos trgicos y sangrientos llegaron a las organizaciones obreras y a la publicidad. La
prensa clandestina de los ncleos revolucionarios y la prensa obrera del extranjero public
versiones de los atropellos cometidos en Santa Ursula. El Gobierno se vio precisado a
intervenir. Pero una intervencin tarda y dbil. No iba al fondo del asunto. Los stalinistas
continuaban en el Gobierno y no era cuestin de plantear una ruptura demasiado pronto.
Adems: ah estaban los expedientes y los atestados falsificados y arrancados a la fuerza,
como es natural, para tapar las bocas indiscretas y los espritus demasiado suspicaces.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

102
Pero el Gobierno ignora hasta la fecha que una gran parte de sus propios proveedores de
material de guerra, de sus tcnicos industriales y militares han sido detenidos en Santa Ursula y
otros han desaparecido para siempre. Vinieron a Espaa con todas las garantas, personales y
econmicas. En la Embajada de Pars les facilitaron todas las credenciales, papeles y contratos
necesarios. Y hoy han desaparecido. El Gobierno les cree en el extranjero. Pero cometieron el
delito de ser concurrentes especializados de la Rusia amiga. Y la brigada especial se encarg
de suprimirlos.

A Santa Ursula acudieron a menudo comisionados del gobierno e incluso representantes de las
organizaciones obreras. Una vez, Irujo, el Ministro de Justicia, en persona... "Nunca han visto
los visitantes ni la cueva de los cadveres, ni los "armarios", ni los presos maltratados".

Tpico es el relato de un muchacho de la F. A. I.; J. H. Trafalgar, miliciano de las primeras filas
del frente de Aragn, a quien conocamos. Se le acus de haber atacado un Centro de Estat
Catal a pistola y bombas de mano, en los das de mayo de 1937. Dos veces herido en el
frente. Fue detenido meses ms tarde y llevado a una tcheka de la calle Crcega, donde haca
de jefe un tal Gaspar Dalmau Carbonell, comunista. Pas all 28 das, los primeros ocho sin
probar un bocado.

No pudiendo achacarle nada, se di orden de ponerlo en libertad, pero al llegar a la Jefatura
de polica, esperaba un coche con agentes de la tcheka que lo devolvieron a la calle Crcega.
En los papeles figuraba su libertad; ahora estaba en manos de sus verdugos sin ningn
contratiempo posible. Dejemos la palabra a la vctima:

"Por la noche, poco ms o menos a las doce, fu trasladado al piso superior para sufrir un
interrogatorio. Primero y muy atentamente se me comunic que la denuncia anterior haba sido
retirada y que ahora se me acusaba de haber tomado parte directamente o por lo menos en la
preparacin del atentado contra Andreu, el presidente de la Audiencia de Barcelona.

Expliqu dnde haba pasado el da del atentado, afirm que nada saba del mismo y que lo
condenaba como lo haca la organizaciones a travs de la Solidaridad Obrera.

De nada sirvieron mis afirmaciones. Los policas de la tcheka decan que yo estaba en el
secreto del atentado. Que si "cantaba" sera puesto en libertad, conducido al extranjero y que se
me pagara esplndidamente. Que si era un poco inteligente deba delatar a los que haba
tomado parte en el hecho o por lo menos a los que podan haber intervenido en el atentado.
En caso contrario se me amenazaba con el consabido "paseo".

Las preguntas que comenzaron en tono cordial y dulzn fueron agrindose poco a poco. El
ambiente teatral a ms no poder estaba en consonancia con el carcter del interrogatorio. A mi
alrededor Dalmau con su sonrisa sarcstica, Calero jugando con un pual, y otros varios, en
diferentes posturas. En la mesa, a poco ms de un metro de distancia un potentsimo foco
luminoso orientado hacia nosotros. El resto de la habitacin completamente a obscuras.

Los policas preguntaban todos a coro y sobre diferentes cuestiones. Al mismo tiempo en la
oscuridad y detrs de un biombo una voz acusadora afirmaba haberme visto el da del atentado
en un coche particular frente al Palacio de Justicia. A mis continuos requerimientos de que
diese la cara, se neg a salir alegando el temor a una futura venganza ma.

El espectculo era capaz de triturar los nervios al ms fuerte. El cansancio, la debilidad, las
preguntas, los insultos, el foco elctrico, el pual se mezclaban en mi cerebro bailando una
danza de locura. Al final, desesperado, convencido de que acabaran por matarme, deseoso de
terminar aquella pesadilla cuanto antes, confes: "S, he sido yo". Pero la declaracin no
interesaba a los policas.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

103
Saban perfectamente que no haba tomado parte. Lo que a ellos les interesaba era saber el
nombre de los verdaderos autores. Y continuaron insistiendo, en ese sentido. Mi respuesta fue
contundente: "S; he sido yo, con Azaa y Companys". Era el hundimiento de sus esperanzas.
Tuvieron que darse por vencidos. Haba llegado el momento de cambiar de procedimientos.

Dalmau se levant. "Ya sabis lo que tenis que hacer", dijo a sus subordinados. Los policas
sacaron las pistolas y pusieron la bala en la recmara. Aquello era el principio del fin. Calero
intentaba esposarme las muecas a las espaldas. Mi reloj pulsera impeda la maniobra.
Tranquilamente me desabrocho el reloj y se lo entrego a Calero: "Toma, para que me des el tiro
de gracia lo antes posible".

Bajamos al segundo piso. Me hicieron entrar en el cuarto de bao. Supuse que queran evitar
que el ruido de los disparos llegase a la calle. Pero los policas no parecan tener prisa. Echaron
una pastilla de jabn a la baera y abrieron los grifos. El jabn era de marca francesa. La
pastilla era grande.

Pesara un kilo al menos. Yo contemplaba la escena sin llegar a comprender las verdaderas
intenciones de aquellos hombres. El ruido fuerte y montono del agua al caer en la baera
golpeaba sobre mi cansancio contagindome unas ganas locas de dormir.

Terminados aquellos preparativos, recomenz el interrogatorio. Una mezcla de amenazas y de
consejos. "No seas tonto, confiesa, que te quedan ya pocos minutos de vida". La idea de la
muerte estaba en todas las palabras. Yo deseaba que aquello terminase de una vez. Tena un
verdadero deseo de sentir sobre mis sienes el fro contacto de las pistolas de los policas. Pero
mis interrogadores tenan intenciones ms refinadas. Cmo no lo haba comprendido antes! A
la media hora el agua haba llenado la baera por completo. Despus de una ltima pregunta,
se dirigi a sus compaeros: "Habr que meterlo, no os parece?". Y me vi en el aire, la cabeza
hacia abajo y los pies hacia el techo. Comenzaba la verdadera tortura. Una nueva pregunta,
mientras la cabeza rozaba la superficie del agua. Como es natural, la respuesta fue idntica a
las anteriores. Y pocos recuerdos claros me quedan ya. Mi cabeza fue sumergida hasta llegar al
fondo de la baera.

Recuerdo que las muecas, hinchadas por la presin de las esposas, me dolan
extraordinariamente. Deb haber realizado estpidos e inconscientes esfuerzos para soltarme.
En el fondo de la baera trat de resistir lo indecible. Aguant la respiracin unos segundos que
parecieron siglos. Despus ya no pude aguantar ms. Me faltaba aire. Empec a tragar agua.
Por todas partes. Por la boca, por la nariz, por los odos. Tuve la sensacin de que el agua me
llegaba al mismo cerebro. Perd el control de la voluntad. Solo quedaba ya el instinto de
conservacin defendindose brutal y apasionadamente.

Tengo el obscuro recuerdo de que comenc a golpear con todo el cuerpo, con la cabeza, los
hombros, los brazos. Perd el conocimiento. No puedo imaginarme el tiempo que pas en esa
situacin. Cuando volv en m estaba fuera del agua y echado sobre una silla tapizada,
colgando las piernas por un lado y la cabeza por otro. Haba vomitado extraordinariamente.

El jabn era un excelente vomitivo. Todo el cuerpo me dola. La cabeza me daba vueltas como
si estuviera beodo. Cuando las ideas comenzaban a articularse de nuevo, los policas volvieron
a atropellarme con sus preguntas...Ante el fracaso del interrogatorio fu metido otra vez en la
baera en medio de las injurias y de los juramentos de los policas. Esta vez tard pocos
segundos en perder el conocimiento. Cuando volv a recobrarlo estaba vomitando, echado
sobre la silla. Los policas haban perdido tambin el control de sus nervios y se mostraban con
toda la brutalidad de que eran capaces.

Me golpeaban a puetazos y a puntapis con frases groseras...
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

104
Un poco ms apaciguados continuaron sus montonas preguntas. Yo estaba tan destrozado
por dentro y por fuera que no poda contestar siquiera. Dispuesto a terminar de una vez para
siempre, recurriendo a las pocas fuerzas que me quedaban, me levant y me dej caer
pesadamente en la baera. Era preferible morir ahogado que seguir soportando aquel tormento.

Cuando volv a recobrar el conocimiento estaba en otra habitacin. Los policas me haban
desnudado y echado sobre un colchn. Se llevaron las ropas y los zapatos. As permanec
cuatro das. En ese tiempo no pude comer y tard ocho das en levantarme de la cama. Tal era
mi lamentable postracin fsica. Los policas no se dieron por vencidos. Durante esos ocho das
se presentaban cada hora o cada media hora a mi habitacin a tomarme declaracin. Creo que
desfilaron todos los agentes de la tcheka, con preguntas parecidas y con el mismo corolario: el
cuarto de bao.

En el transcurso de aquel desfile pude comprobar que los policas se haban repartido mis
mejores prendas de vestir y mis objetos personales. Uno llevaba mi pulsera, otro mi sortija, un
tercero el cinto, un cuarto alumbraba sus cigarros con mi mechero...

No haba duda, adems de verdugos eran unos vulgares ladrones...

Un poco ms restablecido fu nuevamente llamado al tercer piso para declarar. El hecho se
repiti otras dos veces. Viva los nervios en punta, convencido de que aquellas declaraciones
acabaran fatalmente en el cuarto de bao. Afortunadamente me equivoqu. Una noche me
mandaron subir a un coche particular. bamos, segn los policas, a verificar un careo con mi
acusador. Comprend bien. El coche enfoc por la calle Salmern y se dirigi hacia la
Rabasada. Fuera de Barcelona encontramos otro coche parado en medio de la carretera.
Seguramente nos estaba esperando. Me obligaron a descender. Me llevaron a la cuneta; la
carretera estaba a obscuras. Los focos de los coches iluminaban el lado opuesto. Vi claramente
que haba llegado mi fin.

Del coche delantero descendieron tres hombres que se dirigieron hacia nosotros. Uno de ellos
dijo haberme visto el da del atentado desde un coche particular que estaba parado frente al
Palacio de Justicia. Los policas sonrean satisfechos. Era el testigo que yo haba exigido para
declararme reo. Dndome un golpecito en la espalda, me dijeron: "Puedes prepararte a morir".
Respond con toda violencia. Podan matarme cuando les viniese en gana. La organizacin
sabra luego lo que tendra que hacer.

Al pasar por los calabozos de la Jefatura haba encontrado compaeros y haba podido avisar a
la Comisin jurdica y a mi grupo.

No me importaba morir. La prdida de mi persona tena poca importancia para el movimiento.

Adems estaba seguro de que no tardara en ser vengado.

Me ofrecieron la ltima oportunidad para salvar la vida: delatar a los autores o cmplices mos,
como decan. Si me rehusaba, se veran obligados a pegarme un tiro, a matarme como a un
perro.

Me mantuve impertrrito. Si haba llegado hasta all, bien poda llegar hasta el final.

Me obligaron a subir nuevamente al coche y regresamos. Haban encontrado la frmula: "Te
vamos a dar un da mas para recapacitar"...

Algo se supo hacia afuera, por diversas caminos. Era imposible matar a ese hombre sin
provocar venganzas de los amigos. Fue rodando por varias crceles y luego cay de nuevo en
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

105
la de Barcelona, donde qued retenido gubernativamente y donde escribi el relato transcrito,
que circul clandestinamente con otros documentos por el estilo, pero del cual se enviaron
copias a las autoridades.

Con motivo de un violento incidente con el comunista Cazorla, -Consejero delegado de orden
pblico de la Junta de Defensa de Madrid, el mismo personaje que, siendo gobernador de
Guadalajara, ha motivado una posicin de incompatibilidad de todos los partidos y
organizaciones contra sus funciones, inspirador de la brigada especial de Santa Ursula-,
nuestros compaeros del Centro hablaron con claridad meridiana y sacaron a relucir las
infamias que se cometan con los presos, resucitando los mtodos de Martnez Anido y Arlegui,
las detenciones de antifascistas no comunistas, los secuestros, los asesinatos. Se declar una
vez que no haba presos gubernativos, en la fecha en que el mencionado Cazorla era
Consejero de orden pblico, y los hombres del movimiento libertario dieron cifras concretas de
las prisiones de Ventas, de San Anton, de Porlier, de Duque de Sexto, de Alcal de Henares.
Haba en esas prisiones:

30 de enero de 1937 ................... 2.727 presos gubernativos
10 de febrero de 1937 ................... 2.587 " "
26 de febrero de 1937 ................... 1.761 " "

Y adems, el 10 de febrero del mismo ao, 348 mujeres, el 26 de febrero 255.

Tambin se dan cifras concretas de los presos evacuados de las prisiones de Madrid,
ignorndose su destino, en la seguridad de que fueron ultimados. Pero no se crea que se
trataba de presos fascistas; haba tantos antifascistas no comunistas como partidarios notorios
de la rebelin militar. Si hubo un trato diferente, fue en favor de los presos fascistas, protegidos
y mimados mientras podan comprarse el trato de favor e incluso la libertad.

Que defiendan esos procedimientos policiales los que los han aplicado. Nosotros
denuncibamos que por ese camino no podamos llegar ms que al triunfo de Franco, porque
nos privbamos del auxilio y de la adhesin del pueblo. Y no nos hemos equivocado. Si algo
concreto se supo sobre esos mtodos, fue por obra nuestra. Los dems partidos y
organizaciones, aun disgustados, han callado, porque, decan, as lo exiga la guerra. Nosotros
entendamos que la guerra exiga todo lo contrario: la terminacin de esos horrores enseados
y organizados por los comunistas rusos y el castigo fulminante de cuantos se haban prestado,
desde puestos directivos o como simples instrumentos, a deshonrar nuestra guerra y a
deshonrar nuestra revolucin.

No es ningn atenuante el que en la zona de Franco las cosas hayan sido ms horribles aun;
las descripciones que se han hecho
28
, parten el alma; pero el empleo de los mismos
procedimientos bajo la bandera de la Repblica nos llena de vergenza, aun cuando no hemos
pecado ni siquiera por el delito del silenciamiento de esos crmenes.

La mayor parte de la escuadra quedo en poder del Gobierno de la Repblica, no ciertamente
por obra de ese gobierno, sino de la marinera. Exista ya en la marina, en cada barco, un
pequeo ncleo clandestino, que enlazaba, con los ncleos de los otros barcos, constituyendo
un Consejo central con sede en el crucero "Libertad".

Esos ncleos eran compuestos por cinco o diez cabos de mar y marineros, socialistas y
anarquistas, sobre todo, cada cual en relacin con sus respectivas organizaciones nacionales.


28
Antonio Bahamonde y Snchez de Castro: Un ao con Queipo. Memorias de un nacionalista. Buenos Aires, 1938.
Ruiz Vilaplana: Doy fe... Un ao de actuacin en la Espaa nacionalista.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

106
Ya el 12 de julio se previno a esos grupos clandestinos sobre un probable levantamiento militar
para el 20 del mismo mes. Esa noticia motiv, una reunin de grupos el da 13 en El Ferrol, con
la asistencia de representaciones del "Libertad", "Cervantes", "Cervera", "Espaa", "Velasco",
Arsenal y Escuelas de marinera. Los acuerdos fueron comunicados al "Jaime I", que se
encontraba en Santander, y a la flotilla de destructores que haba en Cartagena.

Estall el 17 de julio la rebelin en Marruecos y, el Gobierno de la Repblica, sin tener informe
alguno sobre la actitud de la escuadra, hizo salir de El Ferrol dos cruceros hacia el Sur. Los
barcos no se perdieron porque la marinera estaba al corriente de lo que iba a pasar y se
apoder de los cruceros deteniendo a su oficialidad comprometida, rdenes que haban recibido
por radio, siempre al margen del Gobierno, por iniciativa del radiotelegrafista Balboa. Con las
unidades de la escuadra que haba en El Ferrol, esa base perteneca a la causa antifascista,
pero al salir los dos cruceros hacia el Sur, las dotaciones del "Cervera" y del "Espaa" quedaron
indefensas.

Del Arsenal sali una compaa a la calle al mando del maestre Manso; pero El Ferrol era una
plaza fuerte con 8 regimientos de guarnicin, y el "Cervera" y el "Espaa" no pudieron hacer
uso de su artillera por encontrarse el primero en dique seco, y el segundo por carecer de
municin. El "Canarias" y el "Baleares", que estaban a punto de ser terminados, quedaron
tambin all. Esa gran base naval pas a manos de los rebeldes.

Como quiera que sea, la marinera salv una buena parte de la escuadra, quedando en
posesin de un acorazado, el "Jaime 1", tres cruceros, 10 destructores, 12 submarinos (6 tipo
B y seis tipo C), los buques auxiliares Lobo, Tofio, Artabro, 3 torpederos, 4 guardacostas, etc.
La flota rebelde tuvo un acorazado, 3 cruceros, un destructor, 2 torpederos, submarinos
alemanes e italianos.

Al principio se tena la ventaja del dominio del estrecho, a causa de los dos cruceros enviados a
reprimir el levantamiento de Marruecos, aunque faltaban bases adecuadas prximas. Pero
despues el Gobierno hizo salir hacia el Norte las unidades que guardaban el estrecho y el
enemigo se posesion de l desde sus bases de Cdiz y de Ceuta. Cuando la escuadra estaba
en manos de la marinera y de los tcnicos leales, se pidi al Ministro de Marina, Indalecio
Prieto, que fuese fortificada Mlaga como base para las operaciones navales sobre el Estrecho;
no fueron atendidos, y hubo que llegar a Cartagena.

No habamos quedado, pues, en situacin desfavorable; equilibrbamos con ventaja nuestra
flota con la del enemigo. Con la diferencia a nuestro favor del sano herosmo y la audacia de los
nuevos jefes de la escuadra, fervientes revolucionarios, capaces de todos los sacrificios.

Tena el movimiento libertario una representacin mayoritaria en la marina. Se inici en seguida
una cruzada contra los que haban salvado del enemigo las unidades con que contbamos. Se
les fue desplazando poco a poco, y ya desde mediados de 1937 se les desembarcaba
abiertamente, quedando a bordo casi exclusivamente comunistas y comunizantes, no obstante
tener Prieto a un Comisario de la flota de su confianza.

Los rusos hicieron desde el primer da presa en la escuadra. El Ministro de Marina, que no
dispona tampoco de personal asesor, qued descartado de hecho y se obr como convino a
los planes de dominio moscovitas, que pusieron en todas partes los mandos de su eleccin.

Fuera de los primeros instantes, no tuvimos nunca iniciativa en el orden naval, y slo fuimos de
descalabro en descalabro, hasta quedar en situacin de inferioridad. Se nos habl de
indisciplina cuando los barcos estaban en manos de sus salvadores, pero toda la historia de
nuestra escuadra durante la guerra fue un rosario permanente de arbitrariedades y de errores
garrafales. Perdimos las mejores unidades por desobediencia de los rusos y de sus
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

107
paniaguados (caso del "Ciscar" en el Musel, que narra Prieto mismo, Ministro de Defensa), por
sabotaje de los elementos fascistas mil veces denunciados y, sin embargo, protegidos por los
rusos y por el Gobierno de la repblica (caso del acorazado "Jaime 1"), por incompetencia y
cobarda de los mandos, por rdenes absurdas de las autoridades de la marina ("J. L. Diez").

Bajo la proteccin de los rusos -ocho eran los que actuaban de una manera ms destacada,
uno en el Estado Mayor de la base de Cartagena, otro en el Ministerio de Marina de Valencia,
otro en la flotilla de destructores, etc., etc.-, y de los agentes de Prieto, abanderados de la
"disciplina", quedaron en la escuadra, en los servicios de la base de Cartagena, en la
administracin naval, etc., mas elementos afectos a los rebeldes que en el mismo ejrcito de
tierra. Pero para que esos elementos quedasen operando al servicio del enemigo fue preciso
descartar casi totalmente la influencia que la vieja marinera del 19 de julio tena en los barcos,
y con ms razn tenan que estorbar los oficiales antifascistas no comunistas. El 15 de
diciembre de 1938 el Estado Mayor de la marina estaba completamente compuesto por
comunistas, a excepcin del segundo jefe, el comandante J. Snchez, buen tcnico en materia
naval. He aqu la composicin de ese Estado Mayor a las rdenes del ruso "Nicols":

Jefe: Pedro Prados, teniente de navo, habilitado de Coronel; Manuel Palma, auxiliar de
oficinas, habilitado de coronel; Jos Santana, auxiliar de oficinas, habilitado de comandante;
Toms Martn, auxiliar de oficinas, habilitado de comandante, Lpez Rugero, auxiliar de
oficinas, habilitado de comandante; Mariano Prez, fogonero, habilitado de comandante;
Magallanes, cabo de artillera, habilitado de comandante; etc., etc.

Como se ve, el argumento esgrimido contra la direccin de los barcos por la marinera era
demasiados flojo, puesto que se ha elevado al Estado Mayor de la marina a auxiliares de oficina
habilitados de coroneles y comandantes, a fogoneros, etc.

Un oficial de marina, antifascista libertario, ha hecho el 5 de setiembre de 1938 este resumen de
la actuacin de la escuadra: "La escuadra ha tenido las siguientes fases:

Los primeros meses del movimiento combati eficazmente y con intensidad. El Cantbrico, el
Atlntico, el Mediterrneo, fueron completamente suyos. Tuvimos la fatalidad de que nos faltase
el Estado Mayor organizado y competente o un Ministro que supiese lo que traa entre manos.

La pequea flota que tenan los facciosos no la podan desplazar del Cantbrico, cosa que, si
hicieron luego, fue debido a que en el transcurso del tiempo la fortalecieron, terminando de
reparar el acorazado "Espaa", luego hundido, y el "Canarias", reforzndola mucho despus
con un crucero que mejoraron los alemanes en Cdiz y que se llamaba "Repblica" (hoy
"Navarra") y con tres destructores cedidos por Italia, el "Sanjurjo", el "Melilla" y el "Teruel".
Estos, con el destructor "Velasco" y el crucero "Almirante Cervera", componan las flotas de
combate rebelde, ms los submarinos que Italia y Alemania ponan a su disposicin.

En aquella primera etapa la flota no se emple racionalmente, y as veamos a unos buques
operando aislados en el Estrecho, a otros en Africa, a otros en pleno Mediterrneo o en el
Cantbrico, queriendo abarcar todos los frentes del mar y no rindiendo labor positiva en
ninguno, aparte de las operaciones de castigo y de vigilancia, que se efectuaban sin ton ni son.
Se nos ocurre preguntar: Si a los dos meses escasos del movimiento el acorazado "Jaime I", los
cruceros "Cervantes", "Libertad" y "Mndez Nez", los diez destructores que tenamos y los
buques auxiliares con tropas se hubieran empleado un buen da a fondo sobre Mallorca sera
esa isla de los rebeldes y de los italianos? En menos de veinticuatro horas, Mallorca, que se
encontraba indefensa, se hubiera rendido o no hubiese quedado piedra sobre piedra... Pero no
caigamos en el anlisis de los errores pasados, ya que no conseguiremos poner de relieve ms
que la incapacidad de nuestros polticos dirigentes.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

108
Se reorganiza la flota en Cartagena al cabo casi de un ao de guerra; se dio el mando de la
misma a un tal Buiza, en unin de unos cuantos rusos y de Bruno Alonso. Crearon una ola de
terror contra los "indisciplinados", pero la flota no actu ni poco ni mucho. Su estancamiento y
su desorientacin fue mucho mayor que cuando ninguno de esos elementos haba pisado
todava la cubierta de los barcos, aun a pesar de haber reforzado su potencialidad con cuatro
destructores que haba en construccin. Se consagr la escuadra a acompaar convoyes que
venan de Rusia o del Norte de Africa, pero sin tomar ninguna otra iniciativa. Dos factores
intervinieron en esta situacin: el miedo y la incompetencia de los dirigentes y la manifiesta
incapacidad de los marinos rusos. De ese estancamiento no sali hasta que Buiza y los rusos
fueron privados de los mandos en la flota y desembarcados. El actual jefe de la misma, Luis
Gonzlez Ubieta, puso en prctica la batalla del Cabo Palos, donde el enemigo perdi el
crucero "Baleares". Despus la escuadra volvi a Cartagena, hace ya seis meses, y no ha
vuelto a actuar. Qu ha pasado aqu? Petrleo tenemos, municiones tenemos, torpedos
tenemos, dotaciones igual. El enemigo est ah, ms debilitado por la prdida del "Baleares"
Por qu, no se combate? Por qu no se persigue y destruye al enemigo? No ser porque
ste se halle escondido. Acta a diario. En el corte de Levante por Vinaroz nuestra escuadra no
sali de Cartagena y la enemiga fue libremente empleada. El da de la toma de Castelln por el
enemigo, nuestra escuadra estaba anclada en Cartagena y la fascista estuvo en su puesto de
lucha.

Nuestras fuerzas de tierra rebasaron Motril y nuestra escuadra no sali de Cartagena para
cooperar en la operacin. La escuadra facciosa bombardea Rosas, Valencia, Barcelona, y
nuestra escuadra sigue inmvil en su base. Culpa de la escuadra? Culpa de su jefe? No. La
escuadra va donde se le manda, aunque sea al sacrificio total. La culpa, pues, no es de la
escuadra. Quin est por encima de ella? El Estado Mayor de Marina en Barcelona. Quin
tiene la jefatura de ese Estado Mayor? Pedro Prado Mendizbal, comunista, protegido por la
embajada rusa, el ms inepto de todos los oficiales de la marina. Estuvo de comandante en el
"Mndez Nez" una corta temporada, y lo convirti en una clula comunista. Estuvo en Rusia
en comisin y en pago de su fidelidad staliniana le vemos de repente convertido en Jefe del
Estado Mayor de la Marina. No puede extraar que gente de esa calidad no sepa qu hacer con
la escuadra. Slo se la emplea para trasladar oro y plata de Cartagena a Barcelona".

La escuadra ha servido finalmente para la fuga de numerosos responsables de la poltica naval,
area y terrestre, cuando los numantinos del Gobierno Negrin fallaron en su ltimo ensayo de
continuar su obra de destruccin en la zona de Levante y del Centro, despus de haber
aniquilado a Catalua.

Numerosas fueron las sugerencias para que volviese a nuestras manos la iniciativa naval, para
mejorar la situacin en la escuadra y darle ms eficiencia. Los rusos hicieron en este dominio lo
mismo que en la aviacin y lo mismo que en el ejrcito de tierra: buena obra de captacin
poltica para su poltica de hegemona partidista, pero ninguna en cuanto a afrontar al enemigo
victoriosamente.












Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

109
LA DESCOMPOSICIN POLTICA DE LA REPBLICA

Irresponsabilidad financiera. La figura de Negrn.



AL constituirse, siguiendo los planes del delegado "comercial" ruso Stajevsky, el gobierno
Prieto-Negrn, despues de la famosa crisis de mayo de 1937, cuando la poltica de Mosc
derrib a Largo Caballero impidindole realizar la ofensiva preparada para cortar la zona
rebelde en dos partes, provocando en Barcelona los sucesos sangrientos que no supimos
apreciar entonces en su verdadera significacin ni aprovechar para volver a situar la guerra y la
revolucin sobre sus verdaderas bases populares, entonces, repetimos, no estbamos
enteramente solos en una oposicin que juzgbamos vital para los intereses del pueblo
espaol.

La C. N. T. mantuvo una oposicin manifiesta y clara, negndose a colaborar dentro del nuevo
gobierno.

Conocida la personalidad de Indalecio Prieto, ms enemigo de la revolucin y del socialismo
que de la rebelin militar, inspirado mucho ms por sus pasioncillas personales que por los
intereses de la Espaa del progreso y de la justicia en peligro; vistos ya los propsitos y la
psicologa alegre del Dr. Negrn; puestas de manifiesto en mayo de 1937 las fuerzas que
obraban desde las esferas gubernamentales contra la revolucin iniciada el 19 de julio de 1936,
la C. N. T. haca bien en no entregarse sin garantas. Y en esa posicin le acompaaba con
entusiasmo la F. A. I. Representaba la Confederacin la fuerza obrera organizada, ms potente
y ms independiente de Espaa, el polo del progreso, de la emancipacin del trabajo, la obra
del sacrificio de varias generaciones de combatientes heroicos y abnegados. Conservando su
personalidad se mantena viva una gran esperanza, pero sumada a un gobierno como el de
Prieto-Negrn, entregado a la diplomacia rusa y a los ms escandalosos negocios, difcilmente
la salvara.

Sin embargo, tampoco esa actitud, originariamente tan altiva, se mantuvo muchos meses. A
medida que aumentaban los desastres en el frente, cada uno de los cuales habra tenido que
llevar al pelotn de ejecucin a los dirigentes polticos y militares responsables: las operaciones
de Brunete, la prdida del Norte de Espaa, el derrumbamiento del frente de Aragn, nuestro
aislamiento fue en aumento. En ocasin del derrumbamiento de Aragn, que no fue entonces el
fin de la guerra porque todava exista un pueblo dispuesto voluntariamente al sacrificio y capaz
de librarse de su funesto Gobierno, la F. A. I. hizo toda la oposicin que le fue posible en las
reuniones con Negrn y con los partidos. Esa oposicin fue ahogada por la ampliacin del
llamado Frente Popular, y poco despus por la limosna de un Ministerio entregado a la C. N. T.,
con lo que nuestra voz discordante qued anulada, y las posibilidades de una accin conjunta
eficaz de todo el movimiento libertario, quebradas por largo tiempo.

Ascendan los jefes militares con cada nueva derrota que apuntaban en su haber, y
consolidaban su posicin los polticos a cuya actuacin se deban esos desastres. Partidos y
organizaciones rivalizaban en incienso a los hroes de los desastres, en servilidad, en
incondicionalidad.

Prieto se retir del Gobierno despus del derrumbe del frente de Aragn, donde se puso de
manifiesto bien claramente cules eran los mtodos que nos llevaran a la victoria... de Franco.
Toda su ambicin consista en conseguir alguna embajada, alguna misin especial en Amrica,
lejos de la contienda. As pudo encontrarse en la hora final, a la que tanto haba contribuido, a
buena distancia del teatro de los sucesos.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

110
Ces toda crtica, toda observacin. La objecin ms insignificante fue tachada de derrotismo.
La prensa, la radio, los servicios de orden pblico, la magistratura, todo se dedic a fortificar la
autoridad del gobierno. Y lo que no lograba la persuasin, lo lograba el terror, las persecuciones
bestiales, la inmovilizacin, cuando el interfecto no se renda al soborno y la corrupcin. Las
Cortes republicanas, los partidos y organizaciones fueron domesticados con una unanimidad
sorprendente y nica en nuestra historia. Y los escasos individuos a quienes no se pudo
doblegar, fueron aislados como perros sarnosos. Muy escasos militantes socialistas,
anarquistas y republicanos, se cuentan, por desgracia, entre esos casos de excepcin. Nos
referimos a las personalidades conocidas, no al grueso del pueblo espaol, a las grandes
masas que no pecaron ms que por exceso de fe en sus dirigentes.

La guerra no poda tener una salida victoriosa con los procedimientos empleados en el terreno
militar y con la direccin dada al ejrcito y la moral existente en la retaguardia. Adems un
movimiento surgido de una gran pasin popular, apoyado en las transformaciones econmicas
y sociales operadas de un modo espontneo, era yugulado sistemticamente desde el
Gobierno, con el visto bueno, el silencio o la pasividad de todos los sectores llamados
antifascistas. Fuimos nosotros los nicos opositores a los 13 puntos de Negrn, ensalzados
como la sntesis de todas las aspiraciones de Espaa.

Nosotros proclambamos por todos los medios a nuestro alcance, y esos medios no eran
muchos, pues con la prensa no podamos contar, tanto a causa de la censura oficial como por
el tono a que haba descendido, que si habamos de volver a las condiciones de antes del 19 de
julio, o peores seguramente, porque el supuesto gobierno de las antifascistas nos haba
colocado ante el deber de reconocer la significacin liberalsima de un Primo de Rivera; si el fin
de la guerra haba de ser nuestro aplastamiento, es decir, el aplastamiento de las aspiraciones
que haban dado origen a la guerra, la victoria de Negrn tena que equipararse a la victoria de
Franco desde el punto de vista de los autnticos intereses de Espaa, del pueblo espaol
laborioso. Las obras reeditadas o dadas a luz por nuestra Editorial y ampliamente difundidas en
tirajes de ms de 5.000 ejemplares que se agotaban de inmediato, explicaban las cosas de
Rusia, el mito ruso, los mtodos rusos e italianos o alemanes y hacan ver la similitud, el
parentesco entre una Espaa fascista y una Espaa comunista del tipo moscovita.

En estas consideraciones ad posteriori no decimos nada que no hayamos dicho, escrito,
consignado de alguna manera, durante la guerra misma. Nos sentimos, pues, con pleno
derecho a decir en la emigracin lo que sostenamos antes de la emigracin, en pleno imperio
de la euforia negrinista, sin haber conseguido, por desgracia para tantos centenares de millares
de espaoles engaados y traicionados, que se nos escuchase o que se aplicasen los
oportunos remedios.

El gobierno Negrn y su equipo de todos los colores haban juzgado que la contrarrevolucin
poda facilitar la victoria en la guerra contra el fascismo. As ha disociado al pueblo de las
fbricas y de los campos de su inters vital en la guerra, cuando nosotros sostenamos
justamente lo contrario, que la guerra al fascismo, privada de su contenido social, era la derrota
segura.

No damos a las leyes y a los decretos un valor absoluto como criterio de realidad. La historia de
un pas hecha a travs de su legislacin sera, indudablemente una historia en exceso
incompleta. Sin embargo, as como la Generalidad de Catalua se haba visto obligada a
encauzar legalmente la nueva realidad econmica, aunque luego se haya valido de esa
legalidad para contribuir por su parte tambin a la contrarrevolucin, el Gobierno de la
Repblica se mantuvo absolutamente reacio a todo reconocimiento que no se ajustase a las
leyes anteriores al 19 de julio, como queriendo decir que all no haba pasado nada.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

111
He aqu fragmentos de una carta de la Direccin general de Industria del Ministerio de
Hacienda, respondiendo a unas aclaraciones pedidas por nosotros:

1. Slo el Gobierno tiene facultad para efectuar incautaciones; por tanto, todas las llevadas a
cabo sin previo acuerdo del mismo, son nulas, y las industrias deben devolverse a sus
antiguos dueos, salvo si se trata de facciosos, en cuyo caso pasan a la Caja de
reparaciones (Decretos del 17 de marzo de 1938).

2. Toda transmisin de bienes entre espaoles est prohibida, requirindose, para ser vlida,
la autorizacin del Ministerio de Hacienda (Decreto del 14 de agosto de 1936). Por tanto,
ningn organismo oficial puede reconocer validez a actas, escrituras notariales, contratos de
compraventa o cesin, etc. referente a bienes de propiedad de espaoles, si no van
acompaados de la correspondiente autorizacin ministerial.

3. El primer acto de toda intervencin industrial, es citar al propietario legtimo de la empresa.
Si ste se presenta o un apoderado legal, el Interventor de minas, industrias, comercio,
agricultura, abastecimientos, etc. no tiene ms remedio que reconocerlo...

... En ningn caso, hasta el presente, se ha reconocido validez a documento alguno ni a
propiedad alguna distinta de la que era tal antes del 19 de julio de 1936. Si sta resulta
facciosa, pasa a la Caja de reparaciones". (El Director general de Industria, Barcelona, 26 de
octubre de 1938).

Es incomprensible que, a pesar de constataciones como esas, los partidos y organizaciones
que se haban formado en la lucha por una organizacin econmica y social como la que se
inici con el aplastamiento de la rebelin militar en Catalua, en Levante y en el Centro,
apoyasen sin objecin a un gobierno que desconoca todas las conquistas proletarias y que se
rehusaba a considerar que el 19 de julio se haba abierto un nuevo captulo en la historia de
Espaa. Tampoco encontramos explicaciones plausibles del olvido de los objetivos
fundamentales por las propias organizaciones nuestras, que tambin aparecan uncidas al
squito del Dr. Negrn, el Csar de la segunda Repblica.

En un informe previo del Comit peninsular de la F. A. I. para explicar la necesidad y la urgencia
del Pleno nacional de Regionales del movimiento libertario, decamos (Barcelona, 4 de agosto
de 1938):

"Nos hemos elevado nuestra voz, aunque habramos tenido el derecho de hacerlo, y el deber
de hacerlo, contra la participacin en el gobierno. Vivimos circunstancias extraordinarias y no
siempre podemos aplicar el cartabn de los perodos normales a los excepcionalmente trgicos.
Pero se puede participar en el gobierno de varios modos:

1) Para afirmar una poltica, una personalidad social dadas.

2) Para hacernos cmplices de la poltica ajena.

En los momentos actuales hay que examinar algunos puntos en relacin con nuestra
participacin gubernamental:

1. Significa nuestra participacin en el Gobierno un cambio cualquiera de orientacin y de
mtodos en el aspecto militar, en el econmico, en el diplomtico, en todo lo que es esencial
para la buena marcha de la guerra?

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

112
2. Ha de medirse la utilidad de nuestra participacin en el gobierno por el criterio de los
nuevos funcionarios beneficiados con ello o bien ha de aplicarse un criterio social, oyendo la
opinin de los que trabajan y de los que luchan?

Afirmamos que no se ha operado ningn cambio de orientacin y de mtodos en la poltica de
guerra del gobierno Negrn desde que estamos complicados en su gestin, y sostenemos que
son los que trabajan y los que luchan los que han de decirnos qu utilidad han advertido desde
que la C. N. T. ha vuelto al poder. Que digan los numerosos presos antifascistas si estn ms
contentos hoy que ayer, cuando no formbamos parte del Gobierno. Que digan los millares de
compaeros encuadrados en el ejrcito si sienten la existencia de la C. N. T. en el Gobierno por
alguna diferencia favorable. Que digan las Colectividades agrarias y los Sindicatos si sus
facultades de gestin han sido mejoradas"...

Declarbamos en ese informe tambin que "la poltica del Dr. Negrn no es la poltica de la
victoria..., el gobierno Negrn no es el Gobierno que exige la guerra"...

Como contrapeso a la participacin del movimiento libertario en el Gobierno exigamos estas
condiciones:

Moralizacin de la poltica de abastos, control de la gestin financiera, responsabilizacin de
todos los agentes de compras y de sus mandatarios, supresin de la poltica monopolista de
determinado partido en el orden militar y en el policial, revisin de la poltica exterior y su
orientacin de acuerdo con las necesidades y conveniencias de la Espaa popular, etc., etc.
Tambin reclambamos que cesase por completo la poltica unipersonal y absolutista que
caracterizaba al gobierno de Negrn, donde el amo del cotarro haca y dejaba de hacer segn
su soberano capricho, sin escuchar razones, sin dar explicaciones de nada fundamental, ni
siquiera a sus ministros, menos aun al pueblo que soportaba esa poltica a regaadientes, por
la traicin de sus jefes.

Pedamos peras al olmo! Se haba caracterizado al Gobierno Negrn en mayo de 1937, en
comn acuerdo con todo el movimiento libertario, como "gobierno de la contrarrevolucin". Unos
meses mas tarde, cuando la contrarrevolucin no era una tendencia sino un hecho
generalizado, slo muy pocos quedbamos fieles a las propias convicciones. Sea dicho esto
tambin como descargo eventual; esta vez la oposicin era movida por tan pocos individuos
que el gobierno poda darla por casi inexistente. Las grandes masas no eran accesibles ms
que a las consignas oficiales y haban sido hbilmente mantenidas en la disciplina orgnica por
sus dirigentes responsables, que pudieron mentirles sin temor a las consecuencias.

En la guerra mundial de 1914-18 hemos visto la quiebra del internacionalismo obrero, la entrega
absoluta de los grandes partidos y organizaciones sindicales de trabajadores a sus respectivos
gobiernos y a los intereses de esos gobiernos en la guerra capitalista e imperialista.

De esa quiebra, hbilmente explotada, hicieron su fortuna poltica los bolchevistas rusos, que
instauraron una dictadura frrea en el antiguo imperio de los zares. Creamos nosotros que
nuestras organizaciones, inspiradas en otros ideales y en otra tctica, no podran incurrir en
semejante desviacin. Sus mtodos tradicionales de lucha, la superioridad moral y la fe
revolucionaria de sus militantes serviran de barrera a toda degeneracin de ese gnero. Pero
desgraciadamente nos iba a tocar ver de cerca un espectculo parecido: el de nuestras
queridas organizaciones compitiendo en celo gubernativo con los dems partidos y
organizaciones, consintiendo voluntariamente en servir de meros instrumentos pasivos
disposicin del Dr. Negrn, el taumaturgo inigualado.

Parece una fatalidad que slo la minoras restringidas sean capaces de mantener la fidelidad a
sus principios, a sus ideales. Cuando una minora de seleccin, abnegada, militante, se
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

113
transforma en gran masa, cuando se convierte en una organizacin de millares, de centenares
de millares de afiliados, cae fatalmente, por las necesidades mismas de su administracin, en
manos de la burocracia, y la burocracia obra poco a poco segn sus propios intereses, sin ser
siquiera la sombra de lo que han sido los fundadores, los abanderados de esa organizacin en
sus comienzos.

Es que no hay manera de eludir ese crculo vicioso? Nos esforzamos unos aos o algunas
generaciones en dar vida a un potente instrumento de lucha social progresiva. Cuando creemos
tenerlo a punto, acrecida su potencia por sacrificios sin fin, cuando el enemigo no lo deshace a
fuerza de persecuciones, de sangre y de terror, ese instrumento en manos de la burocracia
surgida de su seno, se convierte en casi un enemigo de sus ideales anteriores, o por lo menos
en un obstculo para el logro de los objetivos mismos a los que debe su existencia.

Estdiese la trayectoria de las grandes organizaciones obreras de todos los pases, de los
partidos y movimientos revolucionarios y se advertir siempre la distancia moral e ideolgica
entre los ncleos fundadores y los funcionarios aprovechadores de los previos esfuerzos y
sacrificios ajenos.

No es para nosotros ningn motivo de orgullo, sino expresin de una gran tragedia ntima, el
tener que reconocer nuestro aislamiento durante la revolucin y la guerra de Espaa. Si
contamos tan parcamente a los que compartieron nuestro criterio de poner los intereses del
pueblo espaol por encima de los intereses particularistas de partidos y organizaciones y sobre
todo por encima de una banda de aventureros sin escrpulos, es para que la magnfica pasta
de que se compone el fondo, la base de nuestro movimiento revolucionario, recupere su
personalidad y afirme, sobre las duras experiencias sufridas, su voluntad de supervivir.

Indudablemente un primer acto de esa afirmacin tiene que ser el repudio de la trayectoria
seguida pasivamente, por engao, durante la guerra, por las grandes masas de los afiliados, y
activamente por su burocracia, convertida nolens volens en palafrenera del Dr. Negrn, el
afortunado. En segundo lugar hay que someter tambin a una revisin concienzuda si el
rgimen democrtico, de administracin y de orientacin de una gran colectividad, es aplicable
a las grandes organizaciones obreras en tiempo de paz y en tiempo de guerra, o si se trata de
un mero sofisma, de una concepcin inconsistente e inaplicable en los perodos de cierta
turbulencia. No es este el lugar para esas consideraciones. Pero si en tiempos de pasin, de
revolucin y de guerra el mecanismo democrtico de orientacin y de administracin ha de
cesar en sus funciones, entonces se corre el riesgo siempre de perder en pocos aos lo
obtenido en decenios de paz, de trabajo, de esfuerzo y de lucha.

El 11 de agosto de 1938, Negrn volvi a presentar a la aprobacin de sus ministros unos
decretos que ya haban sido rechazados por diversas consideraciones. Entre ellos uno sobre la
justicia, otro sobre centralizacin de las industrias de guerra. Con ambos se atentaba a la
autonomas regionales, sin ningn beneficio para la guerra, con el slo propsito de acrecentar
la autoridad del Estado central y la dominacin de los agentes rusos. Dos ministros, Jaime
Aiguad y Manuel Irujo, cataln el primero, vasco el segundo, presentaron su dimisin. EI
presidente Azaa se neg a poner su firma sobre todo en el decreto relativo a la justicia.

Conocida las primeras referencias de los decretos, fijamos nuestra posicin as, enviando copia
de nuestra disconformidad a todos los sectores polticos, a la prensa, a los miembros del
Gobierno:

"El Comit peninsular de la F. A. I. ante el momento poltico actual.

"La guerra de independencia en que estamos empeados desde hace ms de dos aos contra
las potencias coaligadas del fascismo internacional, no puede servir de motivo ni de cobertura
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

114
para constantes retrocesos en el orden poltico, tanto ms cuanto que la propia historia
espaola nos demuestra cmo en los perodos ms agitados interior y exteriormente, hemos
alcanzado los ms admirables progresos polticos, morales e intelectuales. La primera guerra
de la independencia contra los ejrcitos hasta all invencibles de Napolen, se caracteriza como
despertar del pueblo y de las fuerzas del progreso a la conciencia de sus destinos. Todo el siglo
XIX de guerras civiles ha tenido por corolario el aplastamiento del absolutismo y el
afianzamiento de la vida constitucional y del movimiento obrero revolucionario. Ha sido
justamente en los perodos de mayor calma interior cuando los poderes tenebrosos de la
reaccin han dominado ms arbitrariamente.

Esta guerra no puede constituir una excepcin, despus de haber asombrado al mundo con el
genio constructivo de nuestro pueblo y con su disposicin admirable y nica para llegar a todos
los sacrificios en el frente y en la retaguardia en defensa de sus derechos y de sus libertades.
En el consejo de ministros del da 11 del corriente fueron aprobados tres decretos de gran
importancia por su significacin liberticida, como atentado a instituciones y a creaciones
populares y democrticas que ofrecen un mnimo de garanta contra las corrientes demasiado
palpables hacia la dictadura de un partido"...

Nos referamos despus al contenido de los decretos, segn haba llegado a nuestro
conocimiento, y decamos respecto de uno de ellos:

Decreto de incautacin por el Estado de todas las industrias de guerra, referido sobre todo a las
de Catalua, creacin popular no igualada, y a las que se deben en buena parte las
posibilidades de resistencia de nuestros milicianos y de nuestros soldados. Aparte de lo que ese
decreto pueda significar como lesin injustificada de sentimientos legtimos, como obreros y
como revolucionarios destacamos el hecho del atentado a unas industrias que podan ser
exhibidas con orgullo por los trabajadores libertarios, sin ninguna garanta de que en la nueva
administracin puedan seguir mejores derroteros que los seguidos por las industrias ya
dependientes del Estado y que no ofrecen ejemplos alentadores.

Examinada la situacin, el Comit peninsular de la F. A. I., exponente de una idea y de un
movimiento de hondo arraigo histrico en Espaa, organizacin que, sin asumir ninguna
responsabilidad de gobierno, ha evidenciado hasta aqu que sabe sacrificar todo lo sacrificable
al objetivo supremo de ganar la guerra, declara que:

1. Los decretos aprobados por el Consejo de Ministros del 11 del corriente significan un
atentado a las libertades y a los derechos del pueblo espaol.

2. Exhorta a todos los partidos y organizaciones para quienes los intereses generales se
sobreponen a las propias ambiciones particulares, a manifestar su repudio de la poltica que
esos decretos supone".

Al declararse la crisis se hizo llegar a los partidos y a las organizaciones del Frente popular una
nota alarmante del Servicio de Investigacin Militar sobre un probable levantamiento faccioso en
la zona leal. Maniobra poltica burda que denunciamos en seguida, en otro ambiente ms digno
habra producido un efecto enteramente contrario al esperado, pero en la tcnica dominante de
la cobarda de partidos y organizaciones, hizo el efecto de un poderoso sedativo. A la nota
alarmante se hizo seguir un despliegue de fuerzas inusitado, la circulacin de carros de asalto
por Barcelona, la concentracin de fuertes contingentes de carabineros, de aviacin, la toma
militar de las calles y carreteras, etc., etc. Mientras ocurra esto en Barcelona, el presidente del
Consejo de ministros aprovech la oportunidad para una de sus numerosas incursiones de
placer por el extranjero.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

115
Los esfuerzos que hicimos durante los das que dur la crisis para inclinar a los Comits
superiores del movimiento libertario, que se empeaban en mantener un ministro estril en el
gobierno Negrn, ministro elegido por el propio Negrn, al que no se consultaba y al que nada se
informaba referente a las cosas de inters vital, no son para descritos.

El acopio de razones, de informes, de datos que hemos expuesto para hacer comprender lo
perjudicial que nos era la colaboracin en semejante gobierno y lo funesto que ste era para
una solucin honrosa de la guerra, habran debido hacer reflexionar un poco ms a los reacios
al pensamiento. Nada, sin embargo, hemos conseguido. Se declar previamente que,
cualesquiera que fuesen nuestras razones, nada se modificara en su actitud.

La C. N. T., o los presuntos representantes de la C. N. T., se mantuvieron firmes en sus trece, a
pesar de todas las humillaciones de que fueron objeto incluso durante la tramitacin misma de
la crisis, y los otros partidos y organizaciones se sintieron atemorizados por el aparato represivo
en tensin para reprimir... un absurdo levantamiento faccioso en la zona leal. Volvimos a
quedar, como en tantas otras ocasiones, absolutamente solos. La crisis se solucion con dos
nuevos ministros comunistas o comunizantes en el Gobierno en lugar de los ministros
regionales Aiguad e Irujo, dimisionarios.

Mucho antes ya de la crisis habamos intentado en diversas ocasiones condicionar la adhesin
del Frente popular al Gobierno. Habamos hablado de irregularidades administrativas, de
escndalos financiaron graves, de la necesidad de saber cmo estaba la hacienda pblica.

A cada tentativa en esa direccin recibamos el repudio unnime de los partidos y
organizaciones nacionales integrantes de esa entelequia, que no se ha formado con nuestro
consentimiento. Sin embargo, procurbamos suavizar el lenguaje, buscar argumentos, que no
eran los nuestros, hacer el papel de un simple partido liberal en medio de la quiebra total de
todo liberalismo y de todo espritu democrtico. La sola idea de aparecer ligados a un gobierno
como el que se atribua la representacin de los espaoles de la zona llamada republicana, nos
produca asco y vergenza. Y no es que fusemos exigentes en nuestras demandas. Pero el
gobierno Negrn era una banda de Monipodio, y a medida que aumentaba la sumisin de esa
banda a los rusos, aumentaba tambin nuestro sentido de lo espaol y nuestro orgullo nacional.

He aqu una proposicin que hicimos al Frente popular nacional en nombre de la F. A. I. sobre
mantenimiento de los rganos democrticos de fiscalizacin y control de la obra de gobierno.
Que atrevimiento! La misin del Frente popular consista en obedecer y callar, en secundar la
obra del gobierno y no en examinarla y en criticarla.

Tal era la tesis de los supuestos creyentes en el parlamentarismo. Para eso habamos hecho
el 19 de julio, para eso habamos combatido a Primo de Rivera, cuya dictadura no haba llegado
en el camino del absolutismo a una cuarta parte de la negrinista, y cuya honradez financiera no
poda ser tomada siquiera como base de comparacin con el despilfarro irresponsable y
clandestino del seor Negrn y su equipo?

Decamos en aquella proposicin, que se rechaz con un categrico "no ha lugar a discutir",
una razn de peso aprobada por los representantes polticos y sindicales de Espaa, en tanto
que los partidos y organizaciones pueden representarla a travs de su burocracia.

"Reafirmando los propsitos finalistas del Frente popular de realizar la revolucin democrtica
dentro de las normas que le trace la Constitucin de la Repblica, nos permitimos hacer las
siguientes observaciones:

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

116
1. Siendo la Repblica espaola, por definicin, una Repblica democrtica, es preciso que no
carezca en ningn instante -organizados de acuerdo a las circunstancias- de los rganos
que caracterizan la democracia y que la misma Constitucin determina.

En un rgimen democrtico el control, la fiscalizacin y la crtica de la obra de Gobierno son
imprescindibles. Ese control, esa fiscalizacin y ese derecho a la crtica han sido la gran
conquista del progreso social, econmico y poltico del siglo XIX contra las pretensiones
absorbentes del absolutismo. Y precisamente Espaa ofrece magnficos ejemplos de ello. La
famosa Constitucin de 1812, nica en su gnero, ha nacido en plena guerra de la
independencia y, puede decirse, bajo la metralla de la escuadra napolenica. Durante los aos
ms turbulentos de nuestras guerras civiles, no slo tuvieron vida las Cortes, sino que se han
convocado elecciones y Constituyentes como la de 1837. En una palabra, nuestra guerra
popular de la independencia, primero, y nuestras guerras civiles del siglo XIX, despus, fueron
germen, no de retrocesos polticos, sino de francos avances democrticos y liberales.

La obra de fiscalizacin, de control y de crtica de la actuacin del gobierno ha estado en todos
los tiempos del rgimen llamado constitucional en la opinin pblica, en la prensa, en el derecho
de reunin y de asociacin, en las instituciones parlamentarias.

Una repblica democrtica no puede existir sin esas instituciones democrticas
constitucionales. Aun cuando el gobierno fuese el ms autntico representante del pueblo, la
democracia prescribe aun el control y la fiscalizacin de sus actos, un examen de su lnea de
conducta, una sancin aprobatoria.

Es constitucional la disminucin transitoria y la supresin circunstancial de las garantas y de las
libertades individuales; puede ser restringida la libertad de palabra, de reunin y de prensa, aun
cuando esos procedimientos se han evidenciado en todos los tiempos estriles paliativos y
cmodos recursos de los gobiernos que no se sienten fuertes y que temen la manifestacin del
juicio pblico; pero la renuncia al control, a la fiscalizacin y a la crtica de la obra de gobierno
es equivalente a la renuncia a la Repblica democrtica.

2. Hay el derecho a mantener el secreto de las operaciones, cosa que nadie puede poner en
duda: pero la crtica de las operaciones realizadas ha sido un factor importantsimo en todas
las guerras. Un crtico militar francs ha dicho: "la guerra es un asunto demasiado
importante para dejarlo en las manos exclusivas de los militares". Una batalla perdida ha
significado siempre una remocin ms o menos honda de mandos, incluso un cambio de
gobierno por razones de orden prctico y por razones de orden psicolgico.

Una repblica democrtica no puede silenciar, sin dejar de serlo, la voz de la crtica, aun
cuando en perodos excepcionales sea slo a travs de rganos de partido y de organizacin
adecuados.

El impunismo en el orden militar o el rigor solamente para los soldados rasos, es una
aberracin, un descubrimiento de nuestra guerra, pero no tiene antecedentes en ninguna guerra
y en ningn pas en todo el siglo XIX y en lo que llevamos del XX.

La accin o la inaccin militares, sin el aguijn y el estmulo de la observacin, de la vigilancia
atenta, del control popular directo o a travs de sus rganos representativos, no puede conducir
a ninguna victoria, ni es admisible en una repblica como la espaola que lucha contra el
fascismo precisamente porque se opone al totalitarismo poltico y quiere reafirmar la
democracia, que adems de una mentalidad antifascista, antidictatorial, es tambin un rgimen
poltico en donde el pueblo interviene de diversas maneras en la resolucin de todos los
asuntos que le incumben.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

117

3. En el orden financiero nada se sabe de la verdadera situacin. Operaciones tan delicadas
como la compra de armas y provisiones, base de todos los abusos, de todos los horrores
de la especulacin desenfrenada, se han venido haciendo fuera de todo control y de toda
fiscalizacin, y la crtica es la que circula sin ninguna responsabilidad, sin saber de donde
parte y con qu propsitos se ejerce.

No pretendemos cortar de raz los abusos y los excesos a que esas operaciones se han
prestado en todas las guerras, pero sostenemos que pueden disminuirse. Una dictadura del
Ministerio de Hacienda no es constitucional ni es democrtica, como no es democrtica ninguna
dictadura; adems no favorece de ningn modo a la guerra.

El examen del presupuesto ordinario y de los gastos extraordinarios, los balances del Banco de
Espaa, del Banco exterior de Espaa y de la Campsa-Gentibus (monopolio de hecho de
nuestro comercio exterior) deben estar en manos de todos los partidos y organizaciones que
apoyan esta guerra. El control y la fiscalizacin de la situacin financiera de la Repblica no
puede ser retardada ms que en dao y en descrdito de todos.

En todas las guerras, incluso en la guerra de 1914-18, esa fiscalizacin y ese control han
existido. Clemenceau y Poincar han gobernado durante la guerra haciendo frente en Francia a
las oposiciones. Guillermo II tena que recabar del Reichstag la concesin de crditos militares y
el mismo zar ruso ha convocado a la Duma, donde, con todas las restricciones imaginables, lo
mismo que un Karl Liebknecht en Alemania pudo rehusar su voto a la poltica del emperador,
algunos representantes, por ejemplo Miliukof, se atrevieron a significar su descontento.

El reciente Congreso de la paz de Pars
29
ha acordado en principio un emprstito a favor de la
Espaa republicana. Ese emprstito que, segn el presidente de las Cortes, puede dar la suma
de cinco millones de libras esterlinas, tiene de hecho la garanta del Frente popular espaol,
como la de los Frentes populares de todos los pases, y eso nos obliga a una fiscalizacin de su
empleo.

Por todo esto, que podemos ampliar con antecedentes de todos los pases, pero que no puede
siquiera ponerse en discusin desde el momento que el Frente popular nacional se declara
partidario de un rgimen democrtico de gobierno, proponemos el siguiente acuerdo:

1. Comunicar el Presidente de la Repblica, al Jefe del Gobierno, al Presidente de la Cortes
que el Frente popular, para hacer ms eficaz su apoyo, desea que se restablezca el
principio democrtico de la fiscalizacin y del control de la obra del gobierno en materia
financiera, de guerra, de poltica exterior y de poltica interior.

2. Que el Frente popular se estructure para llenar ese cometido". No lo hubiramos hecho! La
pretensin de controlar las cosas del gobierno, de saber cmo andbamos con las finanzas,
de esclarecer algo de lo que haba tanto inters en ocultar, produjo verdadera o fingida
indignacin. Una vez ms quedbamos solos ante un bloque solidario al cien por cien.

Hablbamos, sin embargo, un lenguaje propio de cualquier senador vitalicio y conservador. Ni
aun as!

Tenamos sobrados informes para poder afirmar que una rendicin de cuentas era imposible, y
que si el Gobierno Negrn hubiese tenido que responder de su gestin poltica, econmica y
financieramente habra tenido que terminar ante el pelotn de ejecucin.

29
Se trataba del congreso organizado por el Ressemblement universal pour la paix, al que acudi una nutrida
representacin espaola, en mayo junio de 1938, no obstante saber de antemano que era una simple operacin
comunista.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

118

Por eso el inters en proseguir la guerra hasta el desastre definitivo. No nos extraaba esa
actitud en los principales responsables del descalabro financiero ms grande que registra la
historia espaola, pero es qu todos los partidos y organizaciones teman de igual manera un
poco de luz? El tiempo, quizs, esclarezca lo que nosotros no acertbamos a explicarnos
entonces, ni hora mismo
30
.

Esa propuesta coincida con otra del Embajador espaol en Washington. Fernando de los Ros,
pidiendo el nombramiento de una Comisin investigadora, ante la cual poder rendir cuentas los
que hubiesen administrado dineros de la Repblica.

Araquistain explica en su carta a Martnez Barrios, presidente de las Cortes, el resultado de su
proposicin. Negrn sigui contando con la solidaridad de los partidos y organizaciones, con la
entelequia de las Cortes y de su Diputacin permanente, a la que, con Araquistain, solo ha
renunciado Alvaro de Albornoz. O la responsabilidad de los miles de millones evaporados
alcanza a todos, o hay excesiva facilidad en los hombres de nuestra generacin para dejarse
corromper y comprar con los dineros de Espaa, vendida a vil precio.

Si nuestro silencio en Espaa ante los crmenes, excesos, latrocinios, errores y dislates del
Gobierno de la Repblica hubiese dado norma por un solo instante, hoy no tendramos el valor
para acusar como lo hacemos.

Es natural que desde el extranjero y una vez fuera de sus puestos de privilegio la banda de
asaltantes de los dineros pblicos, surjan adversarios y crticos del Gobierno Negrn por todas
partes y en nombre de todas las organizaciones y partidos. Ahora se condenar como se
merece la poltica de farsa y de tragedia del Gobierno... de la victoria y se le atribuir el mrito
bien justificado de haber liquidado la Repblica en un festn ininterrumpido de las ms bajas
pasiones.

Nosotros hemos hablado cuando todos callaban y hemos intentado salvar a Espaa de la
vergenza y de la indignidad a que haba sido llevada por sus novsimos pastores. No hemos
logrado materializar en hechos colectivos nuestros propsitos, porque la corrupcin lo haba
contaminado todo. Pero no nos hemos hecho cmplices del Gobierno Negrn ni hemos
silenciado sus infamias. Y hoy podemos contentarnos con reproducir materiales de la poca en
que ese gobierno actuaba y se vala de todos los medios para acallar la voz de los adversarios.

En ocasin de un pleno nacional del movimiento libertario, hemos presentado la semblanza que
sigue del Dr. Negrn, en la esperanza de descubrir su verdadera personalidad y hacerle caer de
su pedestal de sangre y lodo. Otro desengao! Como los enamorados pasan por sobre los
defectos de la persona objeto de sus ilusiones y de sus amores, as se quiso cerrar los ojos
hasta en los sectores de autntico abolengo revolucionario, sobre la personalidad moral y
poltica del Dr. Negrn.

He aqu de qu manera lo presentbamos
31
:

Se han puesto en manos del Dr. Negrn los destinos de Espaa, y nuestra C. N. T. no ha
querido constituir una excepcin. Tiene calidad ese hombre para merecer una confianza que

30
Una tentativa del mismo gnero que la nuestra en el Frente popular, hizo Araquistain en la Diputacin permanente
de las Cortes, reunida en Paris 1 de abril de 1939, despus de la cada total de la Repblica. Propona Araquistain
que a toda colaboracin entre la Diputacin permanente y el titulado Gobierno Negrn, preceda una labor de
fiscalizacin de la Comisin que se nombre al efecto, para que dicho Gobierno rinda cuenta de su gestin.
31
Comit peninsular de la F. A. I.: Informe sobre la necesidad de reafirmar nuestra personalidad revolucionaria y de
negar nuestro concurso a una obra de gobierno necesariamente fatal para la guerra y para la revolucin. Barcelona,
septiembre de 1938. El ttulo de la memoria dice ya bastante sobre su contenido.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

119
hemos rehusado sistemticamente a otros polticos de mayor altura moral y de ms capacidad
intelectual?

Negrn procede de una familia reaccionaria. Tiene un hermano fraile y una hermana monja.

Esto no es un delito, ciertamente; pero la verdad es que sus antecedentes estn muy lejos de
habernos persuadido sobre sus condiciones polticas antifascistas. Sabe alguien cmo piensa
Negrn, qu ideas tiene, qu objetivos persigue?

Lo nico pblico de la vida de este hombre es su vida privada, y esta, sin duda alguna, dista
mucho de ser ejemplar y de expresar una categora de personalidad superior. Una mesa
suntuosa y super abundante, vinos y licores sin tasa, y un harem tan abundante como su mesa,
completan su sistema.

Ha conquistado una ctedra de fisiologa en la Facultad de medicina de Madrid, ctedra que
desempe algunos aos. La conquist por sus conocimientos y por sus mritos bien
cimentados? Las malas lenguas dicen que supo deslumbrar al tribunal y desconcertarlo con su
facundia insinuante. Haba estudiado en Alemania y es posible que tuviese algunas nociones
bibliogrficas poco comunes entonces en Espaa. Ese simple hecho, que no revela por s solo
ningn conocimiento como fisilogo, parece ser el que le abri las puertas de la ctedra. No
escribi nada, ni sobre temas de su supuesta profesin ni sobre ningn otro problema. Muy a
menudo sola presentarse en clase sin saber una palabra de la leccin que pretenda explicar y
en condiciones de inferioridad ante sus alumnos. Los estudiantes de medicina de San Carlos
saben que perteneca a los profesores a quienes se silbaba por su incompetencia y su
despreocupacin.

Ha vivido siempre de la lisonja, de la amabilidad estudiada, de la captacin personal. Cuando
entr en la Facultad de medicina, su ojo clnico seal al Dr. Recasens, una vieja autoridad de
aquella casa. Fue tan insinuante y meloso que el pobre Recasens cay en el lazo, y poco a
poco fue haciendo de Negrn su principal valido. Aprovech ste la sombra del decano para
convertirse en una especie de amo de la Facultad, poniendo en juego intrigas, favoritismos,
corruptelas, dominio en el cual hay que reconocerle verdadera maestra.

Intervino con el mismo mtodo en la Ciudad Universitaria. Para ello se hizo el cortesano de
Floristan Aguilar, y a su sombra creci su influencia y asegur su puesto en las cosas de esa
desmesurada empresa primoriverista.

Polticamente no tena inclinacin alguna. Se acerc a un hombre de prestigio intelectual como
Araquistain, pensando quizs que, a su amparo y sin ningn esfuerzo, podra adquirir una
cultura de que careca. Era una especie de lacayo gratuito de ese escritor. Cuando Araquistain
reingres en el Partido socialista hacia 1930, Negrn pidi tambin el ingreso, no por
convicciones socialistas, sino por seguir al hombre por quien pareca tener un culto servil. Si
Araquistain hubiese entrado en la Unin Patritica, Negrn hubiera entrado tambin en la Unin
Patritica.

Cuando se proclam la Repblica, el Partido socialista careca de hombres para las numerosas
candidaturas y present a Negrn en la lista de los Diputados por Madrid. Nadie le conoca fuera
de los alumnos de San Carlos que solan silbarle, y como socialista, el futuro carcelero de Largo
Caballero, era un ilustre desconocido tambin. Entr en las Cortes en el elenco del Partido. Y
en las elecciones de 1936, diputado por Canarias, fue vice-presidente de la Comisin de
presupuesto.

Lo mismo que en la Facultad de Medicina con Recasens, lo mismo que en la Ciudad
Universitaria con Floristan Aguilar, lo mismo que con Araquistain en la vida intelectual y pblica
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

120
de los primeros aos, se hizo la sombra de Indalecio Prieto y envolvi a este en sus red de
lisonjas, de genuflexiones y de adhesin personal.

Cuando Largo Caballero pidi en septiembre de 1936 al Partido socialista tres nombres para
constituir gobierno, Prieto di el propio, el de Negrn para el Ministerio de Hacienda y el de
Anastasio de Gracia. Y tenemos a Negrn convertido en ministro. Con tan pocos esfuerzos y
con tan escasos mritos difcilmente habr llegado un hombre tan alto y en tan poco tiempo!

Ni es una persona de inteligencia ni es un hombre de trabajo. No pasa de ser un experto en
gramtica parda, y en gramtica parda canaria, que es la peor de las gramticas de ese estilo.

Su arrimo a Prieto le cubra como una capa protectora, y una serie de complicidades y de
negocios comunes le dieron carta blanca para proceder en Hacienda. Hay que reconocer que
no ha desaprovechado el tiempo. Tena la llave de la caja y lo primero que se le ocurri en
materia de finanzas fue crearse una guardia de corps de cien mil carabineros. No hemos tenido
nunca 15.000 carabineros cuando disponamos de tantos millares de costas y de fronteras, y el
Dr. Negrin, sin fronteras y sin costas, ha credo necesario -para asegurar su poltica fiscal?- un
ejrcito de cien mil hombres. El delito de los que consintieron ese desfalco al tesoro pblico
merece juicio seversimo. Y los que han tolerado sin protesta esa guardia de corps de un
advenedizo sin moral y sin escrpulos, tambin deben ser responsabilizados, por su negligencia
o su cobarda, de ese atentado al tesoro y a las conquistas revolucionarias del pueblo, que a
eso se reduca, en ltima instancia, esa base organizada y bien armada de la contrarrevolucin.

Los aduladores hablan en algunas ocasiones del dinamismo del Dr. Negrin. Negrin es, al
contrario, un holgazn. Su dinamismo se agota en ajetreos intiles, en festines pantagrulicos y
harenes sostenidos por las finanzas de la pobre Repblica para solaz del novedoso salvador de
Espaa. Este hombre no ha trabajado nunca, y ah est su vida estril para demostrarlo, ni tiene
condiciones para concentrarse un par de horas seguidas sobre un asunto cualquiera. Por lo
dems, ese ministro universal y dinmico necesita la ayuda de los inyectables para su vida
misma de despilfarros y de desenfrenos.

Intelectualmente es una nulidad, moralmente es un nuevo rico que se gasta en disipacin y en
abusos de toda ndole; polticamente no sabemos de l ms que lo que hemos dicho y lo que
estamos palpando todos los das.

Sobre todos los aspectos de su gestin tiene que depender en absoluto del criterio de los que le
rodean. Y procura rodearse de gentes que no rayen a ms altura que l. As van las cosas de
esta pobre Espaa leal. Leal a qu?

Ha iniciado este personaje funesto, y este es su ttulo autntico, una poltica de clandestinidad
sistemtica. Repetimos que su vida privada es lo nico que se hace pblica. Su vida pblica es
un misterio, no slo para el pueblo que lucha, que trabaja y que paga, sino en el seno mismo
del gobierno.

Tiene el arte maquiavlico de corromper a la gente, y es esa corrupcin que le rodea lo que
permite el secreto de la poltica que practica, poltica que, a causa de la inmoralidad y de los
derroches en que se apoya, no puede ser ms que secreta, como el arte del atraco. La
clandestinidad, sin embargo, en asuntos como los financieros, no tiene antecedentes en ningn
pas. El propio Mussolini, dolo de Negrn, tiene que acudir al parlamento para que apruebe sus
presupuestos y vote los crditos para sus hazaas. La dictadura negrinesca en ese aspecto es
ms absoluta que la de Hitler y la de Mussolini, pues no necesita ni considera necesario dar
cuenta a nadie, ni siquiera a sus ministros, de los miles de millones de pesetas evaporados.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

121
Esa poltica de manos rotas para corromper individuos de todos los colores y matices polticos,
ha hecho posible operaciones como la del traslado de gran parte del oro del Banco de Espaa a
Rusia, sin saber en qu condiciones, y la apertura de depsitos cuantiosos de centenares de
millones en el extranjero para la presunta ayuda a los futuros emigrados de la Espaa
republicana.

De todo esto no se ha dado cuenta ni siquiera al Gobierno. En este sentido Negrn es un
innovador, pues ha hecho con la tapadera de la guerra lo que ningn gobernante, ni siquiera la
monarqua absolutista, haba podido hacer en Espaa"...

Cuando Negrin era amo de la Espaa republicana, y cuando todo el mundo estaba rendido a
sus pies, decamos eso, con el propsito de mover a los propios amigos a que no apuntalasen
con su presencia en el Gobierno a un hombre que nos llevaba a la ruina y al desprestigio. Nada
tenemos que quitar ahora a esa semblanza. Contina a costa de los dineros robados a Espaa
su vida de ostentacin y gasta medio milln de francos en un solo viaje a Estados Unidos,
mientras medio milln de hombres, mujeres y nios mueren de hambre y de desamparo en los
campos de concentracin ofrecidos por la hospitalidad francesa.

Tal era la figura representativa de la Espaa republicana.

Poda tener la guerra otro desenlace que el que ha tenido? No haba que deplorar, como
deplorbamos nosotros, la sangre derramada, las ruinas originadas por la guerra?




LO QUE DECAMOS EN AGOSTA DE 1938 AL GOBIERNO DE LA
REPBLICA SOBRE LA DIRECCIN DE LA GUERRA

Resumen crtico-militar.



Los que no haban contrado ningn compromiso secreto para que la guerra terminase en un
desastre, es decir, las gentes honestas, de espritu liberal y progresivo, de mediana capacidad
de reflexin, los que haban conservado un mnimo de personalidad independiente,
comprendan que la situacin era grave, que no se poda continuar mintiendo a la opinin, que
urga un remedio eficaz en la orientacin poltica general y en la direccin de la guerra en
particular. No podamos conformarnos con manifestar a nuestros militantes una realidad que
haba tanto inters en ocultar. No nos era posible apelar a las grandes masas para que ellas
presionasen de mil modos sobre el gobierno. La tentativa que haba hecho un ao antes Largo
Caballero le haba llevado a una condicin de prisionero en su domicilio. No es que a nosotros
nos asustase esa u otra peor perspectiva, pero en el rgimen imperante ni siquiera un sacrificio
personal lograra nada positivo.

En ms de una ocasin, la prensa gubernamental, y casi toda lo era, insinuaba que por menos
motivos que los dados por nosotros, haba muchas personas en la crcel o haban ido al
fusilamiento. Y se atribua a generosidad gubernativa el que pudisemos circular por la calle.

Efectivamente, por menos motivos haban ido a la crcel o haban sido fusilados muchos
espaoles dignos. Tambin lo denuncibamos como una de las tantas razones para un
procesamiento y una ejecucin del peor gobierno que ha conocido Espaa en muchos siglos.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

122

Lo que nosotros decamos en nuestras publicaciones, lo que comunicbamos a nuestros
militantes, lo que comentbamos en cenculo de amigos, lo decamos tambin claramente al
gobierno mismo. El 20 de agosto de 1938, transmitimos al jefe del gobierno un informe que
habra debido ser tenido en cuenta o al menos habra debido significar nuestro encarcelamiento
inmediato
32
. Se nos respondi con elocuente silencio.

Ese documento fue remitido adems, a ttulo de informacin a los ex-ministros de la guerra, a
jefes militares, a los partidos, organizaciones que apoyaban al gobierno. No obstante el silencio
de la mayora, eran nuestros argumentos y crticas tan incontrovertibles que se crey por
muchos en la inminencia de los cambios por nosotros auspiciados.

Que se nos permita transcribir algunos prrafos de la correspondencia recibida con motivo de la
aludida memoria.

Largo Caballero (1 de septiembre) nos deca: ... "El documento me parece bien, y muy
especialmente las conclusiones propuestas, las cuales firmara sin duda alguna".

Indalecio Prieto, otro ex-ministro de la guerra, deca: "He ledo el documento con profunda
atencin. Es, desde luego, interesantsimo. Quienes ahora tienen la responsabilidad de la
direccin de la contienda, deben meditar sobre las observaciones que en sus pginas se
formulan.

"La serenidad reflejada en el estudio de los arduos problemas de la guerra y la alteza de miras
con que se contempla tan vasto panorama, son dignas de loa. Conste con mi gratitud mi
felicitacin"... (4 de septiembre).

El propio general Rojo, jefe del Estado Mayor central, que se ha sentido hondamente afectado
por nuestras observaciones, tena que reconocer: "... Indudablemente el documento es de sumo
inters y aunque ya tena conocimiento por habrmelo dado para informe el Sr. presidente, les
agradezco mucho que se hayan acordado de m para remitrmelo. De l, solamente les dir,
que suscribo muchos de sus apartados, cuya orientacin estimo justa y beneficiosa para la
guerra, y muchos de los cuales ya han sido repetidamente formulados por este Estado Mayor
en algunas propuestas... (1 de septiembre).

Luis Araquistain (31 de agosto) nos deca entre otras cosas: "Felicito a su autor o autores por la
competencia tcnica que el trabajo revela y por el acto cvico de denunciar crmenes, anomalas
y abusos tan funestos e intolerables que si no se corrigen rpidamente, nos llevarn, como Vds.
dicen muy bien, al desastre fatal. Es lstima que tan magnfica exposicin de inteligencia y
espaolismo bien entendido, no llegue a conocimiento de todos los espaoles antifascistas y de
alma independiente".

El coronel Daz Sandino (2 de septiembre): "He ledo el documento y, sinceramente, me es muy
grato manifestarle que no se ha escrito nada ms correcto en crtica honrada, ni ms cierto ni
ms verdico. No puedo menos de felicitarles. Era necesario que una organizacin o partido
tuviera la gallarda de poner las cosas en su punto, y siendo de Vds. la iniciativa, no regateo mi
aplauso"...

El coronel Jimnez de la Beraza (3 de septiembre): El informe al gobierno "me ha
proporcionado la emocin de conocer el recio valor moral que supone en Vds. el anlisis de las
actuaciones polticas que han sido causa principal de nuestras malandanzas guerreras y de la

32
Observaciones crticas a la direccin de la guerra y algunas indicaciones fundamentales para continuarla con ms
xito. Informe que presenta el Comit peninsular de la F. A. I. al Gobierno de la repblica. Barcelona, 20 de agosto
de 1938. 24 pginas in folio.
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inactividad en que se mantiene a hombres de alguna eficiencia militar y de absoluta confianza y
lealtad...

El coronel Emilio Torres: "Muchas de las sugerencias que hacis coinciden con sugerencias
mas, orales y escritas, siendo de esperar que tengan, por parte del gobierno, y en lo que sea
factible, la favorable acogida que su buena intencin requiere". (11 de septiembre).

El general Jos Asensio: "...De completo acuerdo. Mi aplauso por las conclusiones, que
encierran un programa completo, sin partidismos y sin otra finalidad que vencer al enemigo para
ganar la guerra y, con ella, no slo la independencia de Espaa, sino la libertad, la justicia y el
derecho, que son las bases de la organizacin y el bienestar del pueblo". (15 de septiembre).

La correspondencia relativa a ese documento es numerosa. Hemos destacado algunos prrafos
centrales de personalidades polticas y militares bien conocidas y que no pueden ser
catalogadas como sospechosas de compartir nuestro ideal revolucionario. Y ahora,
resumiremos el contenido del informe, ya que su extensin no permite su trascripcin entera.

Comenzbamos por reconocer que los progresos militares del enemigo haban sido constantes
en los dos aos de lucha que llevbamos, habindonos sido conquistados por las armas,
territorios extenssimos y capitales importantes de nuestras provincias.

"Podemos decir que nuestro ejrcito no ha hecho hasta la fecha ms que resistir con mayor o
menor fortuna, y las reacciones ofensivas que ha emprendido, han sido neutralizadas casi
siempre por el enemigo, el cual en la mayor parte de las ocasiones, ha reconquistado con
creces el terreno perdido en ellas, gracias a una masa importante de maniobra que nosotros
necesitaramos formar, para ganar la guerra, con doble efectivos que los de nuestros
enemigos...

"Es indudable que la direccin que hemos dado a la campaa en nuestro campo, adolece de
serios defectos y nuestro ejrcito popular y sus mandos, poco competentes y en su mayor parte
minados por la poltica partidista, poseen esos defectos tambin.

"No vale, pues, engaarnos a nosotros mismos. Por el contrario, creemos que vale la pena
sealar los propios errores en documentos no destinados a la publicidad y afianzados en la
experiencia que hemos vivido en nuestra campaa con el propsito de verlos corregidos. De lo
contrario solo podemos esperar una solucin internacional de mediacin en nuestro pleito,
mediacin que sera seguramente poco favorable para la repblica. O esto o la espera del
consabido milagro que nos salve de un fracaso definitivo"...

Luego mencionbamos las causas por las cuales se haba llegado a tan difcil situacin militar.

a) Influencia absurda y perniciosa de la poltica en la guerra.

Primeramente, al estallar el movimiento militar y ser dominado en algunas grandes ciudades, en
Barcelona sobre todo, en lugar de tener por todos la visin exacta de la realidad, se crey, por
la mayora de los partidos y organizaciones que la contienda estaba ganada o poco menos, que
era una cuestin de pocas semanas o de pocos meses y, en consecuencia, cada cual se
comenz a preocupar del porvenir, de afirmar sus posiciones de predominio. No se quiso
centrar en la guerra todo el material humano y blico disponible. La infiltracin de elementos
dudosos en las filas del antifascismo, contribuy tambin a perder los primeros meses en que
era posible nuestra iniciativa.

"Posteriormente, la poltica de hegemona partidista en la retaguardia di aliento a los que
pugnaban por defender las llamadas conquistas de la revolucin, descuidando lo esencial, que
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era la guerra, forzosamente guerra revolucionaria. Partidos y organizaciones se consagraron a
recoger armas para la retaguardia, a fin de predominar en la post-guerra que crean inmediata,
arrebatando esas armas de unos frentes endebles, poco organizados y carentes de los
elementos que se les restaban".

Enmendados en parte esos primeros errores, "aparece en primer plano un partido poltico de
escasa fuerza popular, que, apoyado en la poltica de una potencia extranjera, despus de
efectuar intensa propaganda en las filas del ejrcito y en las instituciones de orden pblico,
ofreciendo el cebo de ascensos y de cargos, lo que le proporcion nefitos de no muy limpios
antecedentes antifascistas y de deficiente moralidad, a los que se ampar en muchos casos
otorgndoles carnets de 1933, se lanz sin ningn recato a hacer del ejrcito popular una
hechura de partido".

El proselitismo mediante lo corrupcin, el halago, los ascensos, los favores, las coacciones de
todas clases, hasta en las mismas trincheras, cre un ambiente de descomposicin y de
disgusto que debilit la combatividad y la eficiencia del aparato militar.

Con los mtodos, ms repulsivos se apoderaron esos elementos obedientes a los dictados de
una potencia extranjera de las secciones de informacin de los Estados Mayores y se dedicaron
a la calumnia contra los militares no afectos a su ideologa partidista, consiguiendo desplazarles
por elementos de su partido. "Y como la pertenencia a ese partido no proporciona por ese solo
hecho patente de aptitud, se ha dotado al ejrcito de la repblica, a ciencia y paciencia de sus
dirigentes, de buen nmero de mandos que carecen de condiciones personales y de
conocimientos tcnicos para el manejo, que a veces se les ha confiado, de grandes unidades.

"Algunos de esos mandos han introducido la bravuconera y el trato descorts como
procedimiento de direccin. A pesar de tener constantemente la palabra "camarada" en los
labios, jams la han sentido en sus corazones, pues incluso han resucitado en el ejrcito el
castigo corporal, hacindolo en ocasiones extensivo a jefes y graduados para desprestigio de la
revolucin. Y han llegado tambin, pese a la formacin y constitucin de tribunales militares
adecuados, al fusilamiento y a la depredacin en forma clandestina contra toda ley militar.

"La intromisin de la poltica en la guerra ha llegado al extremo de interrumpir operaciones que
hubieran sido de efectos culminantes para la salvacin del Norte, en pocas en que el enemigo
no posea la masa de maniobra talo-alemana y marroqu que posee en la actualidad. Con ello
se impidi la obtencin de un xito que habra significado para algn personaje un verdadero
caudal poltico sin detenerse a pensar si ese procedimiento perjudicara a la causa de los
espaoles, que no puede ser patrimonio de un partido determinado ni estar sujeta a zancadillas
y a personalismos.
33

Puede decirse que todo lo que se ha emprendido, posteriormente, en particular con la
designacin de unidades y de mando ha sido intervenido exclusivamente por la poltica; en tales
condiciones sigue nuestra guerra"...

b) El Comisariado de Guerra

Cuando estall la rebelin militar y tomamos de improviso la organizacin de la guerra y los
resortes militares en nuestras manos, sin saber cules eran los elementos profesionales a
quienes, confiar nuestras columnas, recurrimos al nombramiento de jefes polticos o comisarios

33
Se tiene presente, sobre todo, la operacin del corte de la Espaa rebelde en dos zonas, por Extremadura, planeada
mientras era ministro de la guerra Largo Caballero. Esa operacin y las contingencias a que di lugar, sera tema
suficiente para un libro. La cada de Largo Caballero tuvo su causa principal en esa proyectada operacin, a la que
neg su concurso la aviacin rusa.
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que, acompaados de militares ms o menos afines y de confianza, llevasen la direccin de las
operaciones.

Era el nico procedimiento aconsejable en aquellas circunstancias. No podamos dejar el
mando en manos de un personal a quien no conocamos y hubimos de limitar las atribuciones a
los jefes que se haban declarado en favor del pueblo en armas. Era una medida circunstancial,
hasta tanto la situacin se esclareciese. Luego, de nuestras escuelas de guerra fue saliendo
una oficialidad de origen popular y revolucionario, y en el frente mismo se revelaron entre los
milicianos, excelentes jefes, como Durruti en Catalua, Cipriano Mera en el Centro, Higinio
Carrocera en Asturias, etc. La intervencin del doble aparato, poltico y militar, se hizo intil,
cuando no perjudicial, sin contar el veneno del proselitismo a que di pbulo y vehculo.
Decamos al gobierno de la repblica:

"En buena doctrina militar el que manda debe serlo todo para el soldado, el cual ha de ver en l
un amigo paternal, un fiel administrador, un maestro que le gua en todo (y que incluso le
ensea a leer), proporcionndole un aprendizaje de cultura y de convivencia social. Si un oficial
no tiene esas condiciones debe ser separado de las filas del ejrcito, pero no est la solucin
en poner a su lado un comisario para que las cumpla, o como ocurre casi siempre, para que no
las cumpla tampoco.

El soldado ha de ver en el que manda un hombre superior que puede conducirle acertadamente
en el momento trgico y terrible de la lucha. Ha de ver en el oficial un modelo y un ejemplo para
poner en sus manos el supremo sacrificio de la vida. La vida no puede ser puesta
arbitrariamente en juego, por muy justa que sea la causa que se defienda. El sacrificio debe ser
coronado por la victoria, es decir, por la ocupacin del objetivo designado por el mando. El
mando dual no ha existido jams en la historia, pues aun en las pocas del Senado romano, los
dos cnsules que se nombraban lo ejercan alternativamente...

"Como se ha sealado en notas oficiales, han ocurrido en la presente campaa verdaderos
desastres a causa de absurdas ingerencias del comisariado, es decir de la poltica de partido,
en todos los extremos que abarca el radio de accin del mando militar.

Algunas operaciones militares fueron perturbadas en su desarrollo por las ideas absurdas sobre
las mismas que exponan comisarios inconscientes. Otras veces ha informado el comisariado
acerca de los mandos militares con notoria ligereza y llevado por rencores y ambiciones de
partido...

"Con el comisariado ha sido creada en nuestro ejrcito, sin manifiesta utilidad, una enorme y
fantstica mquina burocrtica...

"Nos quejbamos antes del enorme peso que representaba para el pas un efectivo de 22.000
oficiales. Calclese lo que representar en el porvenir la agregacin, a los 45.000 oficiales que
poseeremos, de otros 45.000 comisarios...

"Este organismo, por lo tanto, no slo no contribuye en su forma actual al xito de la campaa,
sino que llega a perjudicarle con sus ingerencias, con el proselitismo poltico que efecta a favor
de un partido y con su carencia de tacto y de conocimientos militares...

"En ciertas unidades se ha visto a los comisarios reunidos con oficialidad de determinada
ideologa y con las clulas que se han formado en todas partes para repartirse los mandos de
la unidad. Adems han intervenido comisarios en ejecuciones practicadas a espaldas de las
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leyes militares, extremo que debieran precisamente evitar, como celadores del cumplimiento de
lo ordenado"...
34

c) Los consejeros militares de la U. R. S. S. y el empleo de la aviacin.

No queramos entrar a discutir la ayuda famosa de la U. R. S. S. Esa ayuda se ha pagado al
contado y sin regatear precios, ni siquiera la calidad del material enviado. Bien, pero eso, a lo
sumo, no exige ms que puntualidad en los pagos y todo el agradecimiento que se quiera.

"Sin embargo, decamos al gobierno, estimamos que nuestra personalidad no debe ser
hipotecada y que la repblica y nosotros, los espaoles, no debemos abandonar la direccin de
nuestra poltica y de nuestra guerra. La U. R. S. S. ha enviado a nuestro pas numerosos
equipos de tcnicos militares ms o menos hbiles y discretos y de mayor o menor competencia
profesional. Algunos de ellos han llegado a exigir que se les obedezca y otros han trabajado
para colocar en mandos y Estados Mayores a jefes de nuestro ejrcito pertenecientes a
determinado partido afn, para poderles dictar rdenes; adems de demostrar preferencias y
complacencias con unidades que consideran de su ideologa, proscribiendo a las que estiman
influenciadas por otros partidos u organizaciones.

En prueba de ello existen en nuestro ejrcito divisiones de ideologa comunista que poseen ms
artillera, que disponen de un batalln de ametralladoras, de otro de fusiles ametralladoras, de
mejor armamento, hospital y equipo quirrgico propio y manos libres para sus jefes para
procurarse elementos de toda clase.

"La parte que afecta al comisariado est muy acertada y ojal se tomara en consideracin,
puesto que el comisario ha olvidado la funcin que le pertenece y todo por querer servir al
partido que le proporcion el nombramiento. Muchas veces estas actuaciones partidistas han
dado resultados nefastos para la unidad del ejrcito". (Hilario Esteban, Seccin Coordinacin
del Comit Regional de Catalua de la C. N. T. (1 de septiembre).

El comisario de la 72 divisin, Antonio Barea, nos deca: "Por lo dems, estoy completamente
de acuerdo; tan de acuerdo que al leer algunos de sus prrafos (por ejemplo los que se refieren
al comisariado, a los consejeros rusos, al S. I. M.) me ha parecido que lea un escrito hecho por
m". (18 de septiembre).

Ese es el secreto de que resistan ms que las otras unidades anlogas. Operaciones que han
constituido grandes fracasos han sido dictadas y llevadas por algunos de esos consejeros de la
U. R. S. S., de los cuales creemos sinceramente que pueden solicitarse apoyos morales y
materiales e incluso opinin tcnica, pero en cuyas manos, no siempre aptas -aunque los
componentes del partido comunista, con un provincialismo admirativo, crean lo contrario- no
debe ser puesta la direccin de la campaa...
35

El teniente coronel Jover, sostena que "de ninguna manera podemos conformarnos con ser
desplazados por gente forastera... Con nuestra actuacin serena, debemos obligar a todo el

34
El capitn de artillera Manzana, ayudante de Durruti desde el primer da de la revuelta, luego su sucesor en
Aragn, nos escriba refirindose al comisariado: "En el aspecto tcnico-asesor no cumple ninguna misin, pues
malamente podr discutir una operacin quien no conoce lo que es una orden de operaciones, as como tampoco
tiene la menor idea de lo que es tctica, logstica, estrategia, fortificacin, tiro, etc... En la fase en que ha entrado la
lucha, prefiero un can bien servido o un avin bien tripulado a un buen comisario, la inteligencia de que
actualmente resulta ms barato lo primero que lo segundo" (septiembre de 1938).
35
Respecto a los consejeros militares rusos, nos escriba el capitn Manzana: "Tengo la impresin, al menos los que
he tratado, de que son tan malos consejeros como psimos militares. Vase sino el trazado actual de nuestras lneas y
el fracaso de cuantas ofensivas han proyectado y dirigido estos consejeros" (septiembre de 1938).
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que quiera luchar contra el fascismo, a nuestro lado, a comportarse como espaol y serlo;
despus, ya veremos

Por nuestra parte hemos tratado numerosos miembros del equipo militar de la U. R. S. S. y
hemos podido apreciar su pesadez de concepcin, su escassima vivacidad para resolver
problemas imprevistos. Por eso, generalmente, cuando una operacin no resultaba como ellos
haban propuesto, se desconcertaban y dejaban al azar las medidas susceptibles de
contrarrestar el fracaso. Y en cuanto a los coroneles y generales que nos enviaron como
tcnicos en el arte de hacer la guerra, no pasaban, y es mucho decir, del nivel medio de
cualquiera de nuestros capitanes medianamente formados.

"La aviacin la tenemos por completo en manos de jefes de la U. R. S. S., extremo fcilmente
comprensible por las condiciones especiales de las fuerzas areas, distintas de las del ejrcito,
aun habiendo llegado a formar contingentes numerosos de magnficos pilotos espaoles, y a
fabricar varios aparatos por semana en nuestras factoras. Sin embargo la aviacin que
poseemos no se utiliza con acierto, pues no se ha constituido la aviacin de cooperacin con
los ejrcitos y cuerpos de ejrcito, tal vez por insuficiencia de efectivos.

Podemos afirmar que nuestra infantera no se siente jams suficientemente apoyada por la
fuerza area, que no enlaza nunca con tierra, en contraste con la forma en que se ve actuar a la
aviacin de nuestros enemigos. No se hace nunca verdadera observacin area, ni existen
expedientes fotogrficos, ni se ponen al da los planes directores, ni se vigilan a diario los
progresos de la fortificacin enemiga, ni se efecta, en resumen, el verdadero trabajo que
deben llevar a cabo las fuerzas areas en la guerra moderna.

"La aviacin es, segn la frase consagrada, "el ojo del ejrcito" y el "puo izquierdo para el
boxeo del mando". Y es lamentable convenir que desde este punto de vista nos hallamos en el
ejrcito popular muy prximos a la ceguera total y que nuestros mandos slo pueden utilizar
para el boxeo sus puos derechos constituidos por la artillera"
36
.

d) Actuacin recelosa en torno a los mandos militares

"Se ha tendido a crear inconscientemente, por murmuraciones de comisarios y de comits
locales, de agentes del servicio especial de investigacin, de agentes de los partidos, etc., etc.,
una atmsfera de verdadero recelo en torno a numerosos mandos militares. Puede afirmarse
que nuestras secciones de informacin saben muy poco del enemigo, pero conocen en cambio
abundante chismografa, la mayora de las veces sin fundamento, con respecto a jefes del
ejrcito no pertenecientes al partido que predomina en esas secciones de informacin o entre
los informantes. Un Napolen Bonaparte apoltico mandando una gran unidad de nuestro
ejrcito popular, fracasara seguramente con un comisario y una clula de cierto partido en su
cuartel general. Como contrapartida se han fabricado con individuos profanos e ignorantes
falsos prestigios militares, precisamente a base de la complicidad de clulas y comisarios.

"En estas condiciones se ha producido un clima moral que dista mucho del ambiente sano,
noble y de ejemplar compaerismo en el combate que debera reinar entre la oficialidad leal, y
en ello hay que buscar la causa de muchas evasiones, de muchos fracasos y de la inexistencia
de buenos mandos...

36
Al comentar con algunos aviadores espaoles el hecho de seguir la aviacin en manos de los rusos o de sus
testaferros y la escasa eficacia de un arma tan decisiva en manos del adversario, se llegaba a la conclusin de que la
aviacin republicana se mantena sobre todo para una fuga eventual precipitada de los elementos ms responsables.
Se atribuye al presidente Azaa una frase, de cuya autenticidad no respondemos. Rebatiendo la poltica negrinista de
la resistencia, Azaa habra dicho: "Considero que el perodo de los herosmos extremos y estriles ha pasado. Sin
embargo, estoy dispuesto a una nueva Numancia, pero... sin aviones".
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Si los expedientes instruidos contra los jefes y oficiales no comunistas pudiesen ser ledos
ahora, framente, se revelara una maquinacin monstruosa e irresponsable que hizo de nuestro
ejercito un conglomerado sin alma y sin consistencia.

e) Emboscados y moral de retaguardia

"Abundan en demasa afanosas intrigas y recomendaciones para no ir al frente, y
personalidades ultra revolucionarias de la retaguardia hacen lo imposible por eludir sus
obligaciones militares al ser llamados sus reemplazos
37
.


Y entre comisarios, personal destinado a servicios pseudo-industriales, auxiliares, etapas, etc.,
etc., queda fuera de filas ms de un treinta por ciento de las levas.

Y no son esas las nicas formas de eludir los deberes militares.

En mayo de 1937 contbamos con una gran masa de maniobra, un verdadero ejrcito de
reserva que hoy, a pesar de haber llamado varios reemplazos, no tenemos. Se han aumentado
desproporcionalmente los contingentes en la retaguardia para servicios de orden pblico y fiscal
que pueden realizar otras organizaciones no marciales. Estas unidades de gente joven y
comprendida en la movilizacin deben agruparse en los frentes y constituir dos ejrcitos de
reserva.

"Las exenciones de servicio en los frentes, por razones de ndole poltica, los llamados
indispensables en la administracin civil, los afectos a las industrias de guerra, los que estando
comprendidos en quintas movilizadas prestan servicios en carabineros, cuerpo de seguridad y
uniformados, S. I. M. (Servicio de investigacin militar), y en la polica, producen un malestar
grande entre los combatientes y sus familiares. Debe ser enmendado todo ello con mano dura y
de forma imparcial. Un ejemplo: hace pocos das, el sub-secretario de propaganda, al servicio
del Partido comunista, ha sido movilizado como perteneciente a industrias de guerra, y es que
desde all sirve al partido lanzando toneladas de propaganda comunista".

Tambin la comprobacin en retaguardia de que slo come el que tiene dinero o el que
pertenece a algunas unidades caracterizadas por su adhesin al gobierno o a la U. R. S. S.,
tiene que obrar como factor de desmoralizacin.

Nos referimos luego a la mentira del apoliticismo del ejrcito y a la manera escandalosa como
se controla por el Partido comunista y por los consejeros rusos casi todo lo que es fundamental
para la direccin de la guerra. Y a continuacin se hace un resumen de lo hecho por Catalua
en favor de la guerra y en fabricacin de material de guerra, contra la campaa de desprestigio
llevada por la prensa moscovita, sealando que ese desconocimiento de un esfuerzo inigualado
tiene que hacer sentir amargura y recelo en una regin vital para el porvenir de la contienda.

Dedicamos un apartado a la direccin de las operaciones militares, a la crtica de la operacin
de Teruel, iniciada en circunstancias en extremo desfavorables para nosotros. Haba divisin a
la que le faltaban 3.000 hombres, y bateras que no contaban ms que con una pieza. Se
aprovech la sorpresa, lo reducido del terreno de la accin, y el hecho que el dispositivo
ofensivo del adversario estaba enfocado en aquellos momentos hacia Guadalajara, pero ante la
contraofensiva, las deficiencias de la direccin de las operaciones se pusieron de manifiesto en

37
En una de las sesiones del Frente Popular Nacional, el rgano supremo de la poltica negrinista, en cierta ocasin
en que nosotros nos oponamos al llamado de nuevas quintas pudimos constatar que la mayora de aquellos
entusiastas partidarios del envo de carne humana al frente, estaban comprendidos en los reemplazos alistados y
haban hallado el modo de hacerse declarar imprescindibles en la retaguardia. Imprescindibles para secundar la
poltica de la derrota.
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el aspecto general y en los detalles. La desmoralizacin de las unidades que cedieron
condenaba tambin la poltica militar seguida hasta all.

f) Olvido de la idiosincracia del pueblo espaol

"Ya hemos esbozado lo que debe ser un ejrcito del pueblo, no de un partido o fraccin. Ahora
queremos aludir a otra forma de lucha armada que en todos los pases se designa como guerra
a la espaola o guerrilla. Incluso la palabra guerrilla ha pasado a todos los idiomas como
expresin de la guerra irregular. Son los chinos los que actualmente han vuelto a poner de
manifiesto las grandes perspectivas de esa forma de guerrear.

"La guerrilla es consustancial con el temperamento espaol, con su terreno quebrado, con sus
montes y sus sierras y sus fortificaciones naturales. Las milicias creadas en los primeros meses
de la contienda tenan esa finalidad; pero la falta de un ejrcito regular hizo que hubisemos de
emplearlas como fuerzas regulares y de ah, en buena parte, el fracaso de su accin y el
fracaso de sus mandos. Las milicias como partidas libres, autnomas, de voluntarios audaces,
sin otra disciplina que la impuesta por la accin a desarrollar, habran podido hacer por el triunfo
tanto o ms quizs que el ejrcito. Habran preparado con su actuacin victorias decisivas a las
fuerzas regulares, habran estado en todas partes, hostilizando al enemigo por sorpresa,
interrumpiendo sus servicios, causndoles bajas inesperadas, sembrando en sus filas el
desasosiego y la intranquilidad.

El Gobierno de la Repblica habra podido organizar mejor ejrcito si desde el primer momento
no hubiese tenido que emplear las fuerzas organizadas en operaciones para las que no tena
bastante preparacin. Una cooperacin directa o indirecta, libre, de guerrilleros y fuerzas
regulares habra dado otro cariz a esta guerra. Los guerrilleros o cuerpos francos han sido
estimulados en todas las guerras y por todas las escuelas militares. La revolucin rusa pudo
defenderse de sus enemigos, no por el ejrcito rojo, en embrin, sino por los guerrilleros
valerosos como Machno, Tchapaief y millares ms, menos conocidos. El primer caso de su
supresin absoluta lo tenemos en nuestra guerra actual.

"Pero si los guerrilleros y cuerpos francos han sido mimados por las autoridades militares y
civiles en todos los tiempos y en todos los pases, en ninguna parte como en Espaa han
jugado un papel tan decisivo. Fueron los guerrilleros voluntarios y populares los que decidieron
la suerte de los ejrcitos napolenicos en nuestro territorio; y fueron los guerrilleros los que
resolvieron la primera guerra carlista de siete aos a favor del sistema que al pueblo le pareca
menos desptico y retrgrado.

"La supresin a rajatabla de las milicias populares, que habran podido prestar servicios
auxiliares en retaguardia y habran centrado su accin principal en los golpes de mano, en las
infiltraciones en territorio enemigo, en mil acciones espordicas, pero inquietantes para los
invasores, nos ha privado de un soporte popular activo y nos ha quitado de las manos un
instrumento precioso de cooperacin eficaz con el ejrcito".

Hasta aqu la parte critica de nuestra exposicin. En lo sucesivo apuntbamos algunas
soluciones. Cuatro medidas urgentes y preliminares:

De todo lo expuesto, presentbamos estas cuatro medidas urgentes y preliminares a tomar:

"1. Cambio completo en la direccin de las operaciones militares y en la poltica de guerra.
Mientras no se lleve a cabo la retirada de voluntarios que propicia el Comit de No
Intervencin, se nombrarn jefes espaoles para controlar las Brigadas internacionales.
Ningn extranjero podr ocupar cargos de mando y responsabilidad en el ejrcito, en la
aviacin y en la flota. Los consejeros rusos cesarn en su labor independiente y pasarn a
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

130
ser miembros de los Estados Mayores, subordinados al mando espaol. Los intrpretes
sern facilitados por el Gobierno.

"2. Restablecimiento de la disciplina militar en toda su pureza. Ello lleva como consecuencia el
castigo fulminante de actos ilegales y de ineptitudes de los mandos, hllense amparados o
no por determinado partido poltico.

"Por ejemplo, hay que sancionar al jefe que pistola en mano obliga a un grupo de artillera a
tirar a cadencia superior a la que permite el material, ocasionando la inutilizacin de varias
piezas; al que roba y saquea el pas que ocupa; al que fusila ilegalmente; al que se excede
en sus atribuciones y al que no estudia y se capacita para el mando a que se le destina, sin
perjuicio de las sanciones que marca el cdigo por traicin y cobarda para todos los
componentes del ejrcito.

"3. Justa fijacin de las funciones del comisariado de guerra, que no podrn nunca mermar las
atribuciones y responsabilidades del mando militar.

"4. Reforma radical del S. I. M. Este servicio de investigacin militar merece prrafo especial:

Es indudable que incurre en crueldades intiles, que son las que reprochbamos justamente a
Martnez Anido, implantando sistemas "para hacer hablar" desechados por todas las policas del
mundo. Tambin es cierto que incurre en los defectos del mal polica que para detener a un
ladrn encarcela a todos los habitantes de una calle. A pesar de algunos xitos de este servicio,
es patente su ineficacia. La 5 columna existe en toda su plenitud, el espionaje enemigo de la
Gestapo y la Ovra, acta libremente en nuestro territorio, y del adversario lo desconocemos
todo en absoluto...

"Es notorio que este servicio de extraordinaria finura y habilidad espirituales, desde que estallo
la guerra no se hallo en manos suficientemente aptas, pues teniendo en cuenta que la
retaguardia enemiga ofrece ambiente favorable para esa labor y la facilidad que poseemos para
introducir agentes de idntico idioma en el territorio faccioso, hubiera podido ser perfectamente
factible la realizacin de vastos planes anlogos a los que los servicios secretos realizaron
durante la guerra mundial.

"El terror poco inteligente no es un arma que pueda favorecer nuestra causa. La eleccin de
agentes ignorantes e inexperimentados no puede conducir ms que a justificar sueldos con
servicios de mero chismorreo y apartados por completo de la gran tarea a realizar"...

Accin a desarrollar para ganar la guerra. Lo saba el Gobierno tan bien como nosotros, pero no
obstante creamos necesario manifestarlo: "Una solucin victoriosa, estrictamente militar y
lograda totalmente por las armas en los campos de batalla no se divisa hoy por hoy ni es dable
imaginarla teniendo en cuenta nuestros medios, nuestras dificultades, nuestros errores y
teniendo en cuenta tambin que hacemos la guerra con movilizados que son padres de familia
o verdaderos nios, contraponindolos a moros, a legionarios, a aventureros y a fanticos que
el enemigo utiliza como fuerzas de choque y maniobra" ...

Pero si una victoria militar era imposible, el enemigo tena su taln de Aquiles vulnerable, que
era su retaguardia propensa a descomponerse y a desmoralizarse. Naturalmente, una rebelin
de esa retaguardia no era dable esperarla por una simple accin de propaganda. Haba que
combinar varios factores, aparte de esa accin, por ejemplo una labor equivalente en Marruecos
y una accin militar de resonancia y de efectismo y un mayor empleo de la guerra irregular.

Para nosotros no era problema introducir en territorio enemigo una red de agentes, hablando el
mismo idioma, conocedores de la vida poltica y militar del pas, de la psicologa nacional,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

131
capaces de levantar contra los invasores al proletariado y a los sectores llamados democrticos,
sembrando la inquietud por una hbil difusin de noticias y por actos de sabotage reiterados.
Proponamos estas operaciones:

1. Divisin del territorio faccioso en zonas de trabajo.

2. Asignacin de agentes para cada zona.

3. Sistema de entrada de esos agentes y su afiliacin en los partidos del otro bando.

4. Asegurar la transmisin de los informes, rdenes y noticias en territorio enemigo y desde el
mismo a la Espaa leal.

5. Cada zona debera poseer por lo menos un agente director, uno o varios por cada partido
poltico encargados de informar y de ejecutar rdenes, propaganda, etc., etc., un
centralizador de informaciones y transmisor de las mismas, uno o varios saboteadores.

6. En cada divisin del ejercito rebelde se debera contar por lo menos, con un agente de
nuestro servicio secreto, y si fuera posible con uno en cada peridico, ministerio o entidad
importante.

Los cinco primeros incisos los considerbamos aplicables a Portugal e incluso deberan
extenderse a Italia.

Una accin coordinada de propaganda y de rebelin en la zona facciosa, coincidiendo con algo
equivalente en Marruecos y con alguna victoria militar ruidosa nuestra, podran facilitar el triunfo
de nuestra causa.

Proponamos introducir fermentos de descomposicin y de desmoralizacin en la zona del
protectorado de Marruecos tambin, en Ifni y en el Sahara espaol, teniendo presente cmo el
mundo islmico est siempre propenso a la exaltacin y a la revuelta contra sus opresores. "Las
cbilas del Marruecos Norte estn empobrecidas, exhaustas y con numerosas vctimas
causadas por la guerra.

La xenofobia impera siempre entre los musulmanes y particularmente entre las tribus del bloque
rifeo. En cuanto a las regiones prximas al desierto o en el desierto, sus habitantes se ven
perpetuamente dominados por ardientes y msticos fervores, aparte de ser la guerra y el
merodeo ocupacin habitual de los indgenas, por lo que creemos muy fcil lanzarles a un
levantamiento contra el extranjero, halagando a la par que los sentimientos religiosos y la
xenofobia de las masas, las pequeas ambiciones de los hombres ms influyentes en las
Yemas o asambleas...

Destacbamos la importancia estratgica del Sahara y del Sur marroqu para las
comunicaciones con Amrica del Sur, y proponamos un acuerdo previo con Francia para esa
labor, y con el Comit panislmico de Ginebra, con los altos medios sionistas de Londres y
Paris, con el elemento hebreo marroqu, con las principales cofradas religiosas y con los
prestigios locales.

Indicbamos la conveniencia de establecer en Uazzan, Fez, Tazza y Uxda, para el Norte, y en
Marraquex, Agadir y San Luis del Senegal, para el Sur, ncleos de agentes hbiles y de buenos
arabistas que tendieran:

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

132

1: a informar; 2: a esparcir noticias y rumores propicios entre las tribus; 3: a trabajar para
atraernos personajes influyentes; 4: a impedir la recluta y trabajar las unidades indgenas; 5:
atentados y sabotajes; 6: a introducir alijos y a repartir armamento; 7: a levantar el pas en
rebelda y caer sobre las organizaciones y plazas facciosas.

El reparto de dinero, de armas y de municiones eran los medios ms adecuados a utilizar.

Combinbamos esa accin en la retaguardia facciosa y en Marruecos con una operacin de
poco costo y de xito seguro para nuestro ejrcito. Reconocamos que no contbamos con
medios y efectivos para golpes como el de la recuperacin de las regiones de Lrida, Gandesa
o Vinaroz, para el corte de las comunicaciones de Teruel con Guadalajara, para la rectificacin
del frente de Madrid, para recuperar el Valle de la Serena, con vistas a ocupar posteriormente el
nudo de comunicaciones de Mrida, para la reduccin de las bolsas de Bujalance o Alcal la
Real, a fin de alcanzar posteriormente Granada. Nuestro objetivo era ms accesible y se
encontraba a distancia del Ebro y Levante, donde el enemigo haba concentrado sus reservas.
Era el sector de Pozoblanco.

"En la zona elegida se halla la cuenca minera de Pearroya, objetivo de extraordinaria
importancia en todos los rdenes, cuya posesin nos permitira amenazar a Crdoba muy de
cerca y dificultar extraordinariamente las comunicaciones de esta provincia con Extremadura.

"La situacin de las tropas que el enemigo se ha visto precisado a reunir en esa regin es poco
favorable en el orden tctico por los emplazamientos que ocupan y por la facilidad con que
podran quedar aisladas, batindose con un ro a la espalda (el Guadiato), y encajonadas en su
cauce ... En el aspecto estratgico el enemigo ocupa la pared septentrional de un verdadero
callejn sin salida, formado por el Guadiato, que de Noroeste a Suroeste se extiende detrs de
sus posiciones, desde el Caldern sobre el pantano, pasando por la Sierra de Chimorra, Sordo,
Alcornocosilla, Cabeza Mesada y posiciones ante Hinojosa. La pared meridional del callejn
slo ofrece comunicacin hasta Villaviciosa.

El resto es completamente infranqueable para las retiradas o los aprovisionamientos de los
facciosos, los que tienen que transitar forzosamente por la carretera de Crdoba-Villaharta-
Belmez y Pearroya, que recorre el mismo callejn del ro. Por el flanco Noroeste se comunica
fcilmente el enemigo con Extremadura y por el Suroeste con Crdova.

"De las dos nicas maniobras que utiliza la estrategia exclusivamente, consistentes en la
ruptura y en el envolvimiento, dentro claro est, de las numerosas facetas y matices con que la
tctica y el arte militar las adornan, slo puede ser aplicada en esta ocasin, ante la situacin
estratgica planteada, el envolvimiento...Sigue luego el desarrollo de esa operacin en sus
detalles, las necesidades que su ejecucin implica
38
.

Hemos de advertir al respecto que en el planeamiento de las acciones a desarrollar no
pretendamos que se siguiesen al pie de la letra nuestras sugerencias, sino marcar soluciones
posibles que quizs nosotros mismos habramos modificado al ponerlas en prctica de acuerdo
a la situacin variable cada da.

Volvamos luego a destacar lo que podra significar una guerra de guerrillas en la retaguardia
facciosa, combinada con la accin en Marruecos Norte y Sur, con una operacin de efecto

38
Una operacin muy semejante, a iniciativa del general Asensio, se llev a cabo algunos meses ms tarde, aunque
no con los medios y la preparacin previstas en nuestra memoria. Nos escriba este general (15 de septiembre):
"Estoy conforme con las lneas generales de las acciones para ganar la guerra, pero no en los detalles, que deben ser
de quien tenga la responsabilidad de la ejecucin. Como orientacin son admisibles y los juzgo de primordial
inters".
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

133
como la que planebamos, con un buen servicio de propaganda, de informacin y de sabotajes
en la zona enemiga.

Resumamos lo que habra de ser una sana poltica militar.

"La poltica militar tiene que ser de carcter nicamente tcnico, estableciendo una unidad de
accin y de voluntad para lograr la mayor eficiencia en el empleo y coordinacin de las fuerzas
de mar, de tierra y de aire.

Concretamente, esa poltica se ha de referir al empleo de las fuerzas militares, eleccin de los
teatros de operaciones, distribucin de fuerzas y elementos entre ellos y sistema de guerra a
emplear en cada caso, sin que intervengan para nada, como no intervienen en las
investigaciones cientficas o en las aplicaciones tcnicas, los idearios y la poltica de los
partidos, ni las aspiraciones de clase".

Y entre las medidas prcticas proponamos las que resultaban imprescindibles del desarrollo
mismo de nuestras observaciones crticas, entre ellas la reduccin al mnimo preciso de las
fuerzas de orden pblico y las de orden fiscal, Cuerpo Unico de seguridad y Carabineros,
pasando a depender del ministro de la guerra todos los miembros de ellas comprendidos en las
quintas movilizadas. Tampoco podran tener personal sujeto a la movilizacin los dems
cuerpos armados que prestaban servicios en polica, prisiones, campos de trabajo, carreteras,
etc. Tambin apuntbamos la necesidad de una "poltica de responsabilidades personales y
colectivas de cuantos intervengan en la vida pblica como funcionarios o como representantes
de partidos y sindicatos".

No ponamos ninguna traba ante los sacrificios, privaciones, severidades impuestas por la
guerra; pero nos oponamos a una poltica absurda que se inspiraba mucho ms en torpes
ambiciones de predominio partidista que en el objetivo mismo de la contienda. Terminbamos
con estas palabras:

"Ms de dos aos de experiencia bastan y sobran para poder asegurar cual es el camino de la
derrota militar. Hemos intentado sealarlo. Proponemos la necesaria correccin.

"Enemigos de la poltica de partido en estas cuestiones, y sobre todo cuando est en peligro
nuestra existencia como nacin independiente, no queremos nada, no pedimos nada que no
pueda ser suscrito por todas las fuerzas polticas y sindicales.

"Nos hemos levantado en julio de 1936 los primeros para impedir la implantacin de una
dictadura. Seguimos pensando que la dictadura no puede ser un instrumento de progreso y de
bienestar para Espaa y que tampoco puede proporcionarnos la victoria en la guerra.
Proponemos una democratizacin del poder pblico con exclusin de toda hegemona
partidista. Proponemos que no se renuncie, por los espaoles leales, a la direccin de la guerra
y de las fuerzas que la ejecutan. Una Espaa sin personalidad propia no puede luchar con todo
el potencial de que es capaz por la propia dignidad y por la propia independencia".

Repetimos lo que hemos dicho en otras ocasiones. No es con vanagloria, sino con vergenza y
con profundo dolor como sacamos hoy a relucir la posicin de la Federacin Anarquista Ibrica,
en la tragedia espaola. Parece increble que nos hayamos encontrado enteramente solos en
una actitud que no tena nada de extremista, sino, todo lo contrario, quizs pecase de
demasiado moderada. No pedamos nada por nosotros y para nosotros. Slo queramos ganar
la guerra, ver la causa del pueblo espaol mejor comprendida y mejor defendida.

Si particularmente, de hombre a hombre, se nos daba la razn, en tanto que partidos y
organizaciones, se nos volva la espalda y se haca causa comn con los estrategas de la
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

134

derrota. Miedo? Complicidad? Que cada cual esclarezca los mviles que le han guiado en su
incondicionalidad ante un personaje como el Dr. Negrn, sin antecedentes y sin cualidades,
sealado por el ndice popular como un simple instrumento de la poltica exterior de una
potencia supuestamente amiga, pero en realidad sepulturera de la guerra y de la revolucin
espaolas.




Memoria presentada en septiembre de 1938 al movimiento libertario
llamando la atencin sobre la direccin de la guerra y sobre las
rectificaciones obligadas por la experiencia.



NOS habamos dirigido a los militantes anarquistas (julio de 1938), expusimos al gobierno sin
tapujos lo que pensbamos de la situacin en general relacionada con la guerra (agosto, 1938)
y nos quedaba an el recurso de informar a todo el movimiento libertario, Confederacin
Nacional del Trabajo, Federacin Anarquista Ibrica, juventudes Libertarias; lo hicimos en
septiembre del mismo ao, aprovechando un Pleno nacional de las tres ramas, celebrado en
Barcelona
39
. Desde nuestras publicaciones habamos insistido ampliamente sobre el doloroso
contraste de una masa popular superior por sus cualidades, por su comprensin, por su
capacidad constructiva, a sus representantes. Habamos hecho esa constatacin cuando estall
el movimiento y la habamos confirmado en su desarrollo, tanto en el aspecto militar, como en el
econmico, constructivo.

Desde un punto de vista de direccin, pareca a los recin llegados un poco catico; pero la
pasta humana era tan excelente que raramente se apelaba al sentimiento y a la razn del
pueblo en armas sin conseguir el mximo resultado. Se subsanaban los errores cuando eran
mostrados sincera y honestamente a los que los cometan.

La lgica del pueblo no siempre coincide con la lgica de sus directores. Como resultado de la
victoria de julio, el pueblo qued a su merced, dueo de sus destinos, de su voluntad. Si esa
liberacin pudo llevar el pnico a los gobernantes profesionales, si di origen a algunos excesos
particulares, si al amparo de esa libertad brotaron tambin, junto a las buenas, algunas malas
semillas, la grandiosidad del espectculo sublime no por eso desmerece. Mientras el pueblo
tuvo la iniciativa, rebasando a sus jefes, polticos, militares, sindicales, no se di un paso atrs
en el campo de batalla. En la medida en que se fue privando al pueblo de su iniciativa, decay
el espritu constructivo en economa, la combatividad y el herosmo en el frente, el
funcionamiento apasionado de todos los resortes de la vida, del trabajo, de la creacin.

El Pleno de Regionales del movimiento libertario nos ha causado profunda tristeza, no porque
se hayan pasado por alto nuestras observaciones y nuestros deseos, sino porque nos puso en
evidencia, una vez mas, la distancia moral que haba entre el gran movimiento popular
agrupado bajo nuestra bandera y quienes pretendan representarlo, valindose de las artes bien
conocidas en todos los pases y en todas las organizaciones cuando el liderismo se convierte
en una profesin y la posesin de los lugares de comando se considera el supremo objetivo.

Las llamadas exigencias de la guerra haban suprimido el funcionamiento democrtico de los
rganos populares de gestin, de crtica, de orientacin. En beneficio de la guerra? No, en

39
Pleno de Regionales del movimiento libertario: Informe sobre la direccin de la guerra y rectificaciones a que
obliga la experiencia, por el Comit Peninsular de la F. A. I., Barcelona, septiembre de 1938. 17 pginas in folio.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

135

beneficio de los que al calor de esas disposiciones podan ostentar cargos, sinecuras, funciones
para los que no estaban preparados y que de otra manera habran podido perder.

Consideramos un deber la reproduccin de estos documentos tanto para destacar una actitud
que nos ha valido el aislamiento y el rencor de aquellos a quienes anatematizbamos, como
para que sean conocidos por las vctimas supervivientes de una poltica suicida, realizada y
afianzada presuntamente en su nombre.

Quizs se encuentre ms de una repeticin de hechos y de observaciones ya conocidos por
otros documentos. Era el mismo espectculo y la misma pasin quienes lo inspiraban todo.

Cuanto hubiramos deseado ser nosotros los equivocados! Y hemos de confesar que ms de
una vez, al comprobar la esterilidad de nuestros esfuerzos, al vernos frente al muro macizo y
solidario de los representantes de todos los partidos y organizaciones, hemos sentido como un
relmpago de duda en nosotros mismos. Quizs ramos nosotros los que estbamos en el
error? Que juzgue ahora el que pueda hacerlo por encima de todas las pasiones suscitadas en
torno a esa polmica agria. Nosotros no podemos ser jueces y parte. Por eso dejamos que
hablen los documentos de la poca, expresin de nuestro descontento y de nuestra visin de
cada instante.

Consideraciones generales.

"No pretendemos hacer un recuento de los propios errores en materia de guerra y de poltica de
guerra. Todos tenemos en lo acontecido una parte de responsabilidad, desde el frente o desde
la retaguardia, por accin o por inaccin, en el giro que tomaron los acontecimientos y en la
prdida de nuestras posiciones de gestores principales de esta guerra y sus primeros
organizadores.

Haba surgido de improviso, como por encanto, el instrumento ms eficiente y adecuado de la
guerra irregular, de la guerra a la espaola: las milicias populares de los primeros meses. La
falta de un ejrcito organizado nos oblig a emplear esas fuerzas en operaciones y en funciones
de ejrcito regular. A esa contradiccin se aadi la falta de armas y municiones, el sabotaje
ejercido desde el primer instante, por parte del Gobierno de la Repblica, contra esas
formaciones populares surgidas al calor de la victoria de Julio.

Se impona la creacin del ejrcito, pero se impona igualmente la supresin de las milicias?
no habran podido coexistir como en tantos otros perodos, las dos formaciones, que
entraaban modalidades distintas pero complementarias de hacer la guerra?

La supresin de las milicias ha sido un error poltico desde el punto de vista revolucionario y ha
sido un error militar desde todos los puntos de vista. Lo que vino despus no ha sido ms que
una concatenacin lgica y forzosa de ese primer error grave.

Sin nuestro apoyo, la militarizacin no habra sido posible. La sola presin o los decretos del
Gobierno no habran bastado para acallar el descontento y reducir el espritu de resistencia
instintiva a una militarizacin que tena otros propsitos que el de la mera disciplina, como se
vio claro ms tarde
40
. Nos falt visin para proponer las dos formaciones, la regular del ejrcito
y la irregular de las milicias del pueblo. Pusimos as nuestros destinos, los destinos de la
Espaa revolucionaria y los destinos de la guerra, en manos de nuestros enemigos naturales e
irreconciliables, los usurpadores de la llamada ayuda rusa, que no fue tal ayuda, sino un

40
Las revelaciones del general Krivitsky sobre la poltica staliniana en Espaa muestran un poco de luz sobre los
mviles de la militarizacin, de la creacin de las Brigadas internacionales y de todo el tinglado burocrtico y militar
inspirado por los emisarios rusos. (The Saturday Evening Post, 15 abril 1939, Filadelfia).
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

136
escandaloso negocio de venta de algunas armas, muchas veces de psima calidad, y una
hipoteca vergonzante de la direccin de la poltica espaola y de la guerra.

Comenz en las filas del ejrcito una obra de aplastamiento de las mejores cualidades del
combatiente espaol. Se quiso imponer una disciplina brutal por el terror. Para asegurarla se
crearon grandes ejrcitos de orden pblico, los de Carabineros, los Guardias de Seguridad y
asalto, Polica, Servicio de investigacin militar, etc. Haba en todo el territorio espaol, en 1930,
694 jefes y oficiales de carabineros, 14.526 hombres de tropa de infantera, 350 de caballera.
Comprense esas cifras con los 100.000 carabineros actuales en un territorio tan restringido
que slo equivale a una quinta parte de nuestro pas. En lo relativo a las otras fuerzas de orden
pblico, la proporcin del aumento es ms o menos equivalente. Se pens en las necesidades
de la guerra o se tuvieron en cuenta ms bien las apetencias polticas de predominio cuando se
di vida a esos cuerpos monstruosos de retaguardia que fracasaron rotundamente siempre que
se pusieron en contacto con el enemigo del otro lado de las trincheras?

Fueron fusilados, asesinados, postergados, castigados, procesados numerosos de entre los
mejores combatientes por atreverse a resistir de alguna manera la dictadura impuesta al dictado
de Rusia en las filas militares, sus desaciertos, sus operaciones catastrficas con derroches de
vidas y de sangre para objetivos de mera especulacin poltica.

Llevamos casi dos aos de militarizacin. Desde que la direccin de la guerra qued en manos
de los usurpadores de la llamada ayuda rusa, no hemos conocido ms que derrotas en el orden
militar, desaciertos ruinosos en el orden econmico, desprestigio en la esfera internacional y
una desmoralizacin de los combatientes que no puede dar mas frutos que los que ha dado ya
en el derrumbamiento del frente de Aragn y en los posteriores de Levante y Extremadura.

Del informe que eleva el compaero Gil Roldn, nombrado recientemente Comisario de los
ejrcitos de Catalua, al Comisario general, entresacamos los siguientes prrafos:

"Puede afirmarse responsablemente que nuestros soldados no son tratados adecuadamente...
El soldado est muy mal atendido y la lucha se desenvuelve para l en un plano de crudeza que
no lo determina solamente el enemigo. Nada de extrao tiene que en estas condiciones la
capacidad de sacrificio disminuya y que el hombre vacilante vacile un poco ms; es por ello que
la urgencia en remediar estos males que estn en nuestra propia mano, es cada vez mayor.

"Es muy difcil que a un hombre que no ha comido en dos das y no tiene ropa ni calzado le
pueda bastar, para conformarse, una conferencia o un discurso poltico" ...

En un informe del Subcomit Nacional de la C. N. T., fechado en Valencia, 21 de julio del
presente ao, leemos lo siguiente:

"El Ejercito de Extremadura ha sido estos dos aos terreno abonado para la poltica del Partido
comunista, que se resume en un descarado favoritismo en los mandos y en el proselitismo entre
la tropa. No slo la totalidad de los altos mandos, desde jefe de ejrcito a jefe de brigada, eran
feudo de los comunistas, sino que en ellos se ejerca, a presin del Partido, una rpida rotacin
del personal, en satisfaccin de ambiciones... As, brigadas como la 91, cambiaron en seis
meses ms de seis jefes.

Pero lo peor de la moral del soldado ha sido el cansancio y la desmoralizacin de dos aos
seguidos de trincheras, el divorcio espiritual con la oficialidad, debido a un trato cuartelero de
viejo estilo que llegaba corrientemente al insulto grosero hasta a los hechos (testimonio los
hechos ocurridos en las brigadas 20 y 109). Adese, respecto de los perseguidos por el
Partido comunista, una horrible justicia extraoficial, consistente en homicidios encubiertos con el
pretexto de que el perseguido quera pasarse al enemigo. Se asesin as a soldados en la
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

137

misma retaguardia, a ms de 50 kilmetros del frente, bajo el pretexto de que queran pasarse a
los fascistas
41
; se lleg al punto que oficiales no gratos (un capitn de la C. N. T. de la 109, y un
teniente de la 20 brigada), se rehusaran sistemticamente a bajar al puesto de mando durante
la noche por sentirse amenazados de asesinato y otras barbaridades por el estilo.

Otro factor de desmoralizacin ha sido la conducta privada de los altos jefes. Se reprochaba,
por ejemplo, al jefe de la 37 divisin en Castuera, teniente coronel Cabezudo, que llevaba una
vida lujosa de sibarita, hasta recibir visitas de autoridades civiles con su querida sentada en las
rodillas, dolo de lujo con esclavinas en los tobillos. Las queridas, las juergas y las rias entre el
jefe de ejrcito y el de la divisin en la misma vigilia de la catstrofe.

Naturalmente toda actividad del alto mando se quedaba reducida a un papeleo burocrtico"...

Cmo hemos reaccionado contra todo ello? Con alguna gestin de compromiso o con algn
escrito para salvar las apariencias, sin una verdadera decisin de poner lmite a ese estado de
cosas, o con el silencio, con la aprobacin de la poltica del Gobierno, con el silenciamiento de
toda crtica, con la abdicacin de toda personalidad revolucionaria, dispuestos a dar la razn a
los perseguidores contra los perseguidos, a los que nos conducen a la derrota contra los que
quieren oponerse a ella, a los que estrangulan la revolucin contra los que quieren defenderla.

No pudimos tolerar ms tiempo este estado de cosas y hemos apelado a la militancia libertaria
para que resuelva y marque la lnea a seguir. El Comit peninsular de la F. A. I., a partir del
verano de 1937, comenz a hacer observaciones fraternas al Comit nacional de la C. N. T.
para que, puesto que habamos dejado a la organizacin confederal la iniciativa en materia
poltica, iniciase un viraje en el sentido de recuperar nuestra personalidad para frenar en lo
posible la calda vertiginosa de la Espaa de la revolucin. Tenernos que declarar que nuestros
esfuerzos no fueron coronados por el xito y las discrepancias de la discusin cotidiana en
torno a nuestra conducta colectiva se agudizaron hasta el punto de ser imposible una
orientacin nica, una misma apreciacin y una misma solucin a los diversos problemas de la
guerra, de la economa, de la poltica nacional e internacional, etc. Confiamos sinceramente que
este Pleno tenga la virtud de unificar el movimiento libertario sobre la nica base posible, la
defensa del propio movimiento para tener siempre un instrumento insuperable al servicio de la
guerra y de la revolucin
42
. Habiendo sido los promotores principales de esta guerra y sus
primeros organizadores, la militarizacin de las milicias, la creacin del ejrcito y del
comisariado nos han quitado toda influencia eficaz en la marcha de la conflagracin. A partir del
gobierno Prieto-Negrn y luego de Negrn solo, nuestro desplazamiento de la guerra fue casi
absoluto. A pesar de tener un cuarenta por ciento de los combatientes en primera lnea, no
tenemos un cinco por ciento de los mandos, y la proporcin no es diversa en el Comisariado,
sin contar que los resortes totales de la guerra estn en manos ms preocupadas del propio
partido que de la causa comn.

No obstante, para taparnos los ojos, se dice que ganamos posiciones
43
, que estamos mejor que
ayer. Aparte del error que significa el suponer que el nombramiento de algunos mandos, el logro
de algunos ascensos, la colocacin de algunos comisarios, que no pueden pesar en ninguna

41
Entre centenares de casos, citamos los nombres de dos muchachos de 20 aos, pertenecientes a la 66 brigada
mixta, Felipe de Mingo Prez, del Sindicato gastronmico de la C. N. T. de Madrid, y Antonio Garca Menndez, de
la U. G. T. madrilea, los dos combatientes voluntarios desde que estall el movimiento. Fueron fusilados el 14 de
diciembre de 1937 en Chinchon.
42
Vanas ilusiones. En casi una quincena de das de discusin y de cansancio, la poltica del Gobierno de la victoria
apenas fue rozada en algunos prrafos de los acuerdos adoptados por aburrimiento. Unas leves concesiones en el
papel no llevaron a la prctica ninguna modificacin en la conducta. Los que asuman la representacin de la gran
sindical espaola, han conseguido mantenerla uncida al carro triunfal del doctor Negrn, hasta ms all de la derrota.
43
Pondramos citar esa expresin a travs de numerosas circulares del Comit Nacional de la C. N. T., que engaaba
as a sus organismos.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

138

determinacin fundamental, equivale ganar posiciones, tampoco es verdad desde el punto de
vista numrico, pues del predominio indiscutible que tenamos en la direccin de la guerra al
fascismo hemos pasado a la categora de simple carne de can. La proporcin de nuestros
mandos y comisarios es irrisoria respecto a nuestra representacin popular y al nmero de
nuestros camaradas combatientes.

El chantaje comunista.

Desde que comenz la especulacin con la ayuda rusa, el Partido comunista inici su obra de
captacin en las filas del ejrcito y entre las fuerzas de orden pblico, corrompiendo a individuos
de baja moral, prometiendo ascensos a los vacilantes y estableciendo un trato de preferencia
para los inscriptos en sus filas. Por esa causa el ejrcito no ha podido convertirse todava en
una realidad. Es un conglomerado sin alma, a quien se mantiene en ciertos lmites de disciplina
por un terror desconocido en Espaa, en esta Espaa que ha probado la Inquisicin y las
dictaduras militares y civiles ms despticas. Asesinatos, prisiones, postergacin, castigos,
hasta castigos corporales
44
persecuciones, todo se ha puesto en juego contra los hombres del
movimiento libertario y de otras organizaciones, hombres abandonados a la propia suerte, sin
que hasta aqu se haya tenido gesto alguno eficaz de energa en su defensa o de solidaridad
con las vctimas.

La ayuda rusa se convirti as en principal factor de desmoralizacin y de derrota, porque ha
servido para destruir las races populares de nuestra guerra y para sofocar el espritu
revolucionario que la animaba.

El Comit peninsular de la F. A. I. ha denunciado repetidamente en circulares, en boletines y
por todos los medios a su alcance el peligro que, para la revolucin y para la guerra,
representaba el Partido comunista, compuesto en su mayora de elementos dudosos, antiguos
miembros de la Unin Militar Espaola y de organizaciones de derecha o de simples caballeros
de industria, sin antecedentes revolucionarios, para quienes el porvenir de Espaa les
importaba un bledo. Ese partido es, de todos los actualmente existentes en nuestro pas, el de
composicin ms variada y origen ms obscuro. No significa una doctrina, una orientacin, un
rumbo; significa el saqueo del erario pblico para fines particulares y la explotacin de un
chantaje infame.

Cuando fue invadido Aragn por las divisiones comunistas, como para preparar as la invasin
de esos territorios y de Catalua por las divisiones de Franco, hemos protestado pblicamente
contra los crmenes, depredaciones y acciones contrarrevolucionarias de un Lister, por ejemplo.
Hemos publicado un informe de la Regional aragonesa de la C. N. T. en el que se destacaba la
reconstruccin econmica llevada a cabo por los campesinos, obra que la brutalidad de los
invasores moscovitas destrua de una manera caprichosa
45
.


44
Aprovechando una pausa de 24 horas, unos soldados de la 31 brigada mixta, se llegaron a Madrid por unas horas, a
ver a sus familiares, el 2 de Enero de 1938. Al regresar se orden su detencin, se les cort el cabello al acero y se
les hizo pasear por el pueblo El Velln (prximos a Madrid), con unos carteles alusivos a su falta, acompaados por
soldados armados. Se indign el vecindario, y dos hombres protestaron contra ese espectculo de infamia, indigno
del llamado rgimen republicano, diciendo que los carteles injuriosos habran de ser colgados al cuello de los que los
ordenaron. Por ese delito fueron detenidos y pasados por las armas de inmediato, sin ninguna formalidad procesal.
Uno de ellos era apodado "El Chato", del Sindicato de la Construccin de la C. N. T., y el otro se llamaba Pedro
Calvo, del Sindicato Metalrgico de la U. G. T. Murieron con el puo en alto y gritando "Viva la Repblica!"
45
Habiendo perdido toda nuestra documentacin, son muy pocos los datos concretos que podramos dar sobre esa
obra gigantesca de las colectividades agrarias en Aragn, sobre las experiencias hechas y los resultados obtenidos.
Esas empresas estn por encima de todo elogio, y si no hubiese otras razones, ellas solas justificaran nuestra
revolucin estrangulada y la haran perdurar a travs de los tiempos en la memoria de los que la vivieron. Ascensos.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

139
Una poltica de favoritismos y de ascensos inmerecidos destruy el ejrcito de la monarqua.
Una poltica equivalente en el ejrcito popular ha impedido hasta ahora que ese ejrcito rena
las condiciones necesarias para enfrentarse triunfalmente con el enemigo.

El Partido comunista ha conseguido controlar el ejrcito y todos los resortes de la guerra con
fines de absorcin, de golpe de Estado, de dictadura, pero no ha conseguido articular un
aparato de resistencia contra el fascismo. Todo su mecanismo tiende a someter la retaguardia,
a asegurar sus posiciones contra la voluntad del propio pueblo, no a obtener la victoria sobre el
enemigo. Y esto se hace con el silencio o con la pasividad orgnica del movimiento libertario, al
cual estamos desviando de su funcin especfica al sugerirle continuamente que deje toda su
iniciativa en manos de sus Comits superiores. Los ascensos de los mandos comunistas
ofrecen un espectculo escandaloso. De una sola vez, la II divisin ascendi por meritos de
guerra, sin mritos, a 49 tenientes, haciendo lo mismo la 46, la 27 y otras divisiones comunistas.

En la 27 divisin hubo en 15 das (mayo de 1938, D. O. N III, 120, 122) 1148 ascensos de
cabos, sargentos, tenientes y capitanes. As se preparan los mandos para las divisiones no
comunistas.

Con tales mandos y con el criterio que prima en la direccin de la guerra, no es de extraar que,
por ejemplo, en la 38 brigada mixta se haya producido hace poco 1.100 bajas en una operacin
absurda, y que los proyectos de pase del Segre hayan terminado con la destruccin de dos
batallones de la 153 brigada, de origen libertario, sin que el jefe de ese sector, un comunista,
haya sido sancionado por la incorreccin con que fueron ejecutadas esas operaciones. Esa
exencin, sin embargo, no significa nada cuando un teniente coronel Gallo, jefe de un cuerpo de
ejrcito, huye a Francia dejando sus fuerzas abandonadas y vuelve a ocupar puestos de
responsabilidad.

Elocuentsimos son tambin los siguientes casos:

El general Sarabia, fracasado en el Ejrcito de Levante, en lugar de ser procesado, recibe el
"mando" de los ejrcitos de Catalua.

El coronel Antonio P. Cordn, actual subsecretario del ejrcito de tierra, siendo alumno de la
Escuela superior de guerra fue desaprobado y demostr su incapacidad en la jefatura del
Estado mayor del ejrcito del Este, hasta su derrumbamiento. Para continuar su obra fue
encargado de la jefatura de la seccin Operaciones del Estado mayor central, de donde sali
para ocupar el cargo actual.

El coronel Ricardo Burillo, jefe del ejrcito de Extremadura desde noviembre de 1937, no ha
sido capaz de tomar ninguna medida para la reorganizacin de sus fuerzas, habindose
preocupado slo de servir los intereses de su partido. A los ocho meses de su mando en dicho
ejrcito sobreviene la ofensiva enemiga en aquel sector y perdimos en pocos das 1200
kilmetros cuadrados de territorio. En lugar de ser procesado como responsable o en
averiguacin de responsabilidades, pasa a disposicin del Ministro de gobernacin.

El teniente coronel Trueba estuvo a punto de ser fusilado en ocasin de las operaciones del
vedado de Zuera, en septiembre de 1937, por su manifiesta incapacidad. Se le quito el mando
de unidad, pero los manejos de su partido han permitido que volviera ostentar mandos y que
tenga actualmente el de una unidad del dcimo cuerpo de ejrcito.

He aqu el testimonio del subcomisario general de guerra, compaero Gonzlez Inestal, en un
informe dirigido a la organizacin confederal el 7 del corriente mes:

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

140
"Se viene realizando una poltica de ascensos arbitraria. Desde las operaciones de Teruel se ha
ascendido a elementos comunistas y a otros que integraban ciertas camarillas. En cambio se
niega el ascenso sistemticamente a elementos de probada capacidad y diligencia. Ejemplos:
Matilla, Guarner, Casado y bastantes otros que no son del caso. Se da el caso de que un
teniente de la C. N. T. que forma parte del Estado mayor, es propuesto, con varios otros, para
ascenso. Ascienden incluso a todos los de su promocin. A dicho compaero, que por lo dems
es muy entusiasta, diligente y competente, se le concede la medalla del deber".

En el mismo informe se habla del "monopolio" de los altos mandos por parte de los comunistas
en los ejrcitos de la zona catalana, mencionando como prueba la Agrupacin de ejrcitos del
Ebro, con Modesto, el quinto cuerpo de ejrcito con Lister, el quince con Taguea, el doce con
Etelvino Vega, el dieciocho con del Barrio, el once con Galn.

En cambio, se observa, de nada vali a la 26 divisin el haber sido la que mejor resisti y la que
ms compactamente se retir a raz del ltimo hundimiento del ejrcito del Este, ni a Sanz ser
su jefe.

Se asesina ilegalmente.

En todas las unidades del ejercito, no obstante tener nosotros, como hemos dicho, el cuarenta
por ciento de los combatientes, funcionan clulas de partido con una red de relaciones que
siembran el disgusto y la desconfianza entre los soldados y los mandos. Nosotros, que no
somos partidarios de un ejrcito de partido, sino de un instrumento bien organizado y
coordinado para la liberacin del pas, hemos rehusado y obstaculizado la formacin de
nuestros ncleos de organizacin, de control y de lucha para contrarrestar toda maniobra y toda
extralimitacin posibles. Y sin embargo estamos convencidos de que en ese terreno nuestra
actuacin no podra ser igualada, porque contamos con la experiencia de muchos aos de
conspiracin revolucionaria y se encuentran a nuestro lado los hombres ms valerosos y
abnegados.

Con fecha 25 de junio de 1938, el Comisario delegado de guerra de la 43 divisin, Mximo de
Gracia, present al Ministro de defensa y al Comisario general del ejrcito de tierra un largo
informe sobre la obra de los comunistas en dicha divisin cuando se encontraba en los Pirineos,
atribuyendo a esos manejos el derrumbe final. Se habla en ese informe de asesinatos, de
peligro de asesinato para oficiales y soldados no comunistas, de violacin de correspondencia,
de inmoralidades, etc., etc. Nada se ha hecho hasta el momento para depurar
responsabilidades. Se lee, por ejemplo, en el mencionado informe: "En mis conclusiones hago
como remate consideraciones que son, a juicio mo, la cosecha de una experiencia sincera. Si
estas experiencias no se recogen por los que con su autoridad deben de advertir los peligros
que se ciernen, no tardar mucho tiempo en que la fatalidad nos depare escenas de violencia
que nos puedan llevar a estados pasionales nefastos para los fines de la guerra ... Los hechos
acaecidos en la 43 divisin son tan graves que deben ser meditados por la superioridad, con la
imparcialidad objetiva de un hecho que es consecuencia de una gestin poltica que, con una
mano extiende su apoyo al Frente popular, y con la otra recoge frutos que por ser prematuros
nos llevan a la conclusin terrible de estados de descomposicin que amenazan la unidad de un
ejrcito que, para resistir, segn la consigna certera del Jefe del gobierno, necesita una
inquebrantable unidad y un respetuoso concepto para todas las ideologas que forman el
antifascismo del Frente popular".

Todava estamos esperando una decisin del Gobierno y las sanciones necesarias para reparar
los males denunciados. Hay que hacer constar que, por parte de numerosos ncleos de
compaeros de la C. N. T., se han hecho denuncias graves tambin respecto a la 43 divisin,
denuncias que corroboran, aclaran y amplan lo denunciado por el socialista Mximo de Gracia.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

141
De un informe firmado por un grupo de mandos de la mencionada divisin desde el castillo de
Figueras, 13 de julio de 1938, entresacamos los prrafos que siguen:

"Por pertenecer a la C. N. T. fue muerto por la espalda el alfrez de municionamiento de la 72
brigada y constantemente perseguido, por igual motivo, el capitn de la misma unidad, Pedro
Ucar y otros. La fobia se exterioriza contra los elementos del Partido socialista obrero espaol y
la C. N. T. Durante la permanencia de la 43 divisin en los Pirineos se dio el caso de ser
fusilado por el actual comandante del batalln 287 un teniente del cuerpo de carabineros que
ignoraba el paradero de su unidad, as como fueron fusilados sin formacin de causa varios
individuos de la 21 brigada (extremo que puede ser comprobado mediante declaraciones de los
actuales componentes de la misma), tctica que se hubiera seguido contra los mandos de la
102 brigada en el caso de haberse presentado estos en el lugar que se les indicara".

La presentacin de que aqu se habla fue impedida por el comisario Mximo de Gracia, cuyo
presentimiento le hizo recomendar a los camaradas la desobediencia para no exponerlos a un
intil sacrificio.

Nuestras organizaciones conocen hechos numerosos de esta especie. Sin embargo estamos
esperando que se reaccione de alguna manera digna en defensa de la vida y de la dignidad de
los combatientes.

El teniente Jos Fortuny, de la 43 divisin, 72 brigada, 286 batallones, miembro de la C. N. T. y
de las Juventudes libertarias, dice en una declaracin de la que tenemos copia:

"Cuando llevaba aproximadamente un mes ejerciendo el cargo que me haba sido asignado, y
en ocasin de ir con el teniente A. Gallardo, fuimos requeridos por el comisariado, en donde se
nos inform de la necesidad, segn decan, de que entrsemos a formar parte del Partido
comunista, cosa a la que ambos nos negamos rotundamente, por lo que desde entonces se nos
hizo la vida imposible en dicho cuartel general. Nuevamente fuimos invitados en otra ocasin a
ingresar en el mencionado partido, persistiendo por nuestra parte en la negativa. En vista de
ello se nos prometi que si ingresbamos en el, se nos dara la plantilla de oficiales de Estado
mayor, rehusndonos...En la misma declaracin se describen las penurias y persecuciones de
que han sido objeto por no querer abandonar a la C. N. T. y a las Juventudes libertarias para
pasar al Partido comunista, oficiales de nuestra organizacin. Mencinanse los nombres de
varios oficiales de la "Esquerra" y republicanos que, con menos valor personal que nuestros
camaradas, tuvieron que darse de alta en el Partido comunista para no verse postergados,
vejados y perseguidos.

Del informe del capitn Pedro Ucar, brigada 72, entresacamos lo que sigue:

"Ultimamente tenan organizada una pequea tcheka. El jefe de esa partida de asesinos es el
teniente Moiss Garca. Este elemento no tiene mando alguno y fue l quien asesin al
compaero Puertas, alfrez y perteneciente a nuestra organizacin. Se trataba de un buen
compaero, de Campo (Huesca), cuyo delito no fue otro que el de ser perfecto anarquista. Al
enterarse del hecho ped explicaciones al comisario de la brigada, el cual me manifest que era
cierto que haba sido fusilado, por pretender pasarse al enemigo. Como quiera que esto no
pudiera satisfacerme, hice averiguaciones y logr saber que su ejecucin se llev a cabo dentro
de un coche.

El tal Moiss Garca, jefe de la tcheka, le dispar dos tiros en la sien al mismo tiempo que le
deca: "Toma, cabrn, para que no molestes ms". El hecho se llev a cabo en la carretera de
Ainsa a Bielsa, el da 6 o 7 de abril. Su cadver fue enterrado en La Fortunada, un pueblecito
del valle de Bielsa. Un buen testigo de este hecho es el comisario de compaa Augusto
Snchez, pues el propio matador el dio cuenta de la hazaa...
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

142
Lo que aqu cuenta el camarada Pedro Ucar, puede ser multiplicado enormemente. Es un
procedimiento demasiado corriente para que haya de quedar impune y para que nosotros, los
que no estamos en el frente, pero tenemos una misin que cumplir, nos crucemos de brazos,
cooperemos con los asesinos de nuestros camaradas y dejemos librados a su suerte a los que
han sido, son y sern la base autntica de nuestro movimiento.

Confirman los hechos nefastos de la poltica comunista en la 43 divisin, los capitanes de la 102
brigada Francisco Santos Molina, Francisco Glvez Medina, Eusebio Llorente Sala, Agustn
Gmez Nez, todos pertenecientes a la C. N. T.

EL compaero Carrillo, en informe a la Seccin defensa del Comit Regional de la C. N. T. de
Catalua, dice lo siguiente:

"Tengo a bien poner en vuestro conocimiento los hechos ocurridos en el frente de Aragn el da
13 de abril a las 7 de la noche (1938). Una compaa de la 26 divisin, de unos 80 hombres con
cuatro oficiales, al pasar por la carretera de Doncella, frente a la base del Batalln disciplinario
del XI cuerpo del ejercito, fue invitada por gentes a las ordenes del comandante Palacios, jefe
de ese batalln, a que pasase por dicha base para que les hablase el comandante.

"Al llegar a dicha base los oficiales fueron invitados a subir a la oficina del comandante y al
entrar en ella fueron desarmados, para lo cual el comandante hizo formar a los soldados y les
hizo un discurso con palabras bastante groseras. A continuacin hizo pasar la compaa de
cinco en cinco y rendir armas. Despus dijo a los soldados que siguieran su camino hacia su
base. Un sargento de la compaa, al ver que no salan los oficiales, pregunt al comandante si
quedaban a sus rdenes y ste le dijo que se hiciera cargo de la fuerza hasta llegar a su base.
Los oficiales, tres tenientes y un comisario, el 14 de abril de 1938, a las 4 o 5 de la maana,
fueron pasados por las armas sin consejo de guerra, y se supone que por el solo delito de
pertenecer a la 26 divisin. Al da siguiente el comisario de la 26 divisin telefone al batalln
disciplinario para preguntar por los detenidos y el comandante le dijo que haban sido juzgados
por consejo de guerra sumarsimo y que Galn les dara la contestacin".

Sostiene dicho compaero que no hubo tal consejo de guerra, que los oficiales fueron pasados
por las armas por pertenecer a la 26 divisin.

El camarada Baztn, militante del Centro, ha escrito un informe sobre las operaciones
efectuadas en los Montes Universales, en las que intervino el primer batalln de la 70 brigada
mixta y otras fuerzas. Estaban estos combatientes en situacin apurada y se les envi una
compaa de refuerzo al mando del capitn Francisco Montes Manchn, comunista, con orden
de introducir su gente en la posicin de manera que no fuese excesivamente vista por el
enemigo. Ese capitn llev sus hombres en fila india, desoyendo las rdenes recibidas. Al llegar
a su destino, el comisario del batalln de la 70 brigada, camarada Jos Gmez lvarez, se
encontraba arengando a los soldados para estimularles a la resistencia heroica. El capitn
Francisco Montes le dispar un tiro por la espalda, matndolo en el acto, como asimismo a un
soldado, hiriendo a un cabo de la misma brigada y despotricando luego contra los oficiales por
ser confedrales (palabras textuales que constan en el parte dado por el mayor de la
agrupacin, Ramn Poveda). Este informe, con otra serie de hechos interesantes, lleva la fecha
del 18 del mes de agosto pasado.

No nos costara ningn esfuerzo extraordinario la mencin y comprobacin de un millar de
casos parecidos a los que aqu denunciamos y de los cuales han sido victimas preferentemente
camaradas de la C. N. T., de la F. A. I. y de las Juventudes libertarias.

Estos hechos no los ignora ni el Comit nacional de la C. N. T., ni el Comit peninsular de las
Juventudes libertarias. El actual ministro de Instruccin pblica, camarada Segundo Blanco, ha
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

143

elevado el 25 de marzo de 1938 un informe al ministro de Defensa en nombre de la Seccin
defensa del Comit Nacional de la C. N. T., en donde denuncia una cantidad de hechos
escandalosos y en donde se pone de manifiesto al Dr. Negrn lo que sigue: "Nuestra
advertencia es seria y nuestra disposicin para que se haga justicia firmemente categrica" ...
No sabemos hasta qu grado era seria y categrica la actitud ante los crmenes cometidos
impunemente en el frente. Lo cierto es que hechos de la misma naturaleza se siguen
cometiendo y que hasta ahora no se ha aplicado ninguna sancin por ellos. Y el propio firmante
de la denuncia de la criminalidad comunista forma parte del Gobierno que la ha tolerado y la
tolera si es que no la estimula a travs de sus ministros, consejeros rusos y mandos adictos.

En el informe a que aludimos ms arriba se cita una reunin de clulas comunistas tenida en
Torralba de Aragn, el 16 de marzo de 1938, con los nombres de los concurrentes y el resumen
de sus consignas de eliminar violentamente a todo el que se opusiese a la ejecucin de los
proyectos del Partido. El jefe del Estado Mayor de la brigada 142, A. Merino, resume la opinin
de los asistentes con estas palabras: "El que estorbe, en una visita a las trincheras o a los
trabajos, se pierde un tiro y l se lo encuentra. Si no, le llevis a las alambradas y cuarto tiros!,
parte de desercin y ya procuraremos que la cosa o trascienda".

Todava no se ha esclarecido la responsabilidad pertinente por el asesinato del delegado
poltico de la compaa de transmisiones de la 141 brigada mixta, Jos Meca Cazorla, y del
soldado de la misma, Jos Hervs Soler. Tampoco han aparecido los asesinos del soldado
Jaime Trepat, de esa misma unidad, aun cuando las averiguaciones hechas por iniciativa del
compaero Molina, comisario de cuerpo de ejrcito, hayan dado bastantes indicios para que
esos crmenes fuesen rpidamente esclarecidos y sancionados. Prueba de la seriedad y la
solvencia de esas averiguaciones es que fueron transmitidas por la Seccin defensa del Comit
Nacional de la C. N. T. al ministro de Defensa nacional por su actual ministro de Instruccin
pblica, Segundo Blanco.

No vale la pena que sigamos haciendo esta relacin macabra. Basta resumir diciendo que
muchos compaeros activos del frente tienen ms temor a caer asesinados por los aliados
comunistas que a morir en lucha con el enemigo del otro lado de las trincheras.

Tal estado de cosas no es accidental, sino endmico, desde que los agentes de Mosc se han
infiltrado en las filas del ejrcito. Colaborar con ellos, con el pretexto de que la guerra lo exige,
es algo ms que pecar de tontos
46
.

Proselitismo y corrupcin en el ejrcito:

No opinaremos nosotros al hablar del proselitismo y de la corrupcin en el ejrcito por obra del
Partido comunista, que lleva su inescrupulosidad a todos los terrenos. Que hablen los propios
informes no desmentidos que obran en poder de nuestros Comits superiores.

Por ejemplo, el Sindicato de Sanidad e Higiene de Barcelona, el 18 de julio de 1938, nos
comunica, entre otras cosas graves, lo que sigue:

"En los hospitales militares hay un problema latente. Es este: se hace la ms baja, la ms
rastrera de las polticas; y a los enfermos, a los hermanos heridos, se les hace blanco de ella.
Se cotiza su dolor y sus heridas, se condiciona su bienestar de enfermos a su afiliacin
poltica". El mismo Sindicato denuncia la manera de emboscar comunistas por supuestas
enfermedades y hace declaraciones que no pueden pasar por alto sin desdoro para la propia

46
En otro de los informes presentados a ese Pleno mixto de regionales del movimiento libertario, nos referamos
concretamente a ese aspecto de la inconveniencia de contribuir con nuestro apoyo al sostn de un gobierno
necesariamente fatal para la guerra y para la revolucin.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

144
organizacin confederal que tolera todo ello desde fuera y desde dentro del Gobierno en que
participa.

El afiliado nmero 13653 de la Agrupacin socialista madrilea dice en un largo informe sobre la
actuacin del partidismo en el ejrcito y la descomposicin de ste a causa de la inmoralidad y
del terror reinante en l:

"En el Estado mayor (de la 33 brigada mixta, febrero de 1937) se haba formado una clula que
era la que determinaba los trabajos y las tareas que haban de efectuarse para ir colocando en
todos los puestos destacados y de responsabilidad o direccin a los afiliados al Partido
comunista.

"Recordamos perfectamente que poco antes de las operaciones de Brunete, estos elementos
se reunieron para sancionar severamente -como decan- a unos cuantos de ellos por el delito
de haber facilitado los salvoconductos y los medios de fuga del marques de Fontalba que se
encontraba detenido en El Escorial, pero todo qued luego misteriosamente oculto, ya que se
pudo averiguar, y en aquella reunin se demostr, que todos ellos estaban complicados en esos
delitos y se guard el oportuno silencio mediante el correspondiente reparto del botn que
obtuvieron como rescate" ...

En el mismo informe vemos cmo se destituye a un militar, jefe de una brigada, la 33, por no
haber querido ingresar en el partido comunista, y cmo se nombra a un elemento fascistoide,
Cabezos, a quien denunciaron como tal y como amigo personal de Queipo del llano y de Doval,
los propios soldados, sin que se haya tomado ninguna medida para no poner la suerte de
algunos millares de hombres en manos tan dudosas...

Los Comits regionales de la C. N. T. y la F. A. I. de Catalua (seccin defensa) han enviando
un documento de tallado sobre la actuacin partidista dentro del ejrcito en obras y
fortificaciones, al ministro de Defensa nacional, con fecha 2 de octubre de 1937, sin lograr
ninguna reparacin.

All se hacen denuncias sobre el proselitismo y las maniobras del Partido comunista que no
pueden obtener otro resultado que el de la desmoralizacin y la descomposicin de la filas
combatientes...

De los 19 batallones de transporte existentes en la actualidad, se hallan diez o doce en manos
de mandos comunistas, y s1o uno o dos en manos de compaeros nuestros, a pesar de que el
70 u 80 por ciento del personal que los compone es de la C. N. T. y la F. A. I. Aprovechamos la
ocasin para mencionar esta situacin inexplicable en los salarios: en el ejrcito se pagan 15
pesetas, en la aviacin 12, en los carabineros 25 y en la Subsecretaria de armamento 30, por el
mismo trabajo.

En poder de nuestras organizaciones obran los informes del compaero Baztn, de mediados
del ao en curso, sobre sus viajes en los frentes de Levante y del Centro. Tambin encontraris
en ellos abundantes pruebas de cuanto decimos.

La delincuencia partidista no est solo en los mandos subalternos, est tambin arriba, en los
mandos superiores.

Leemos en un informe del secretario de la Seccin Defensa del Comit regional de Catalua, 11
de junio de 1938 cmo los compaeros "se van desengaando de nuestra organizacin, porque
los deja desamparados y a merced del Partido comunista y porque no ven, que, por nuestra
parte, se haga algo efectivo en su favor; la depresin de los soldados, coaccionados
continuamente para que se afilien al Partido comunista, al Socorro rojo, etc... En el ejrcito hay
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

145

que variar fundamentalmente la lnea de conducta. Hay que depurar profundamente los
mandos, depurar el S. I. M., los tribunales, la sanidad, las transmisiones, los transportes, el
cuerpo de ingenieros, los mandos de cuerpos de ejrcito y el de algunas divisiones; resolver el
problema del comisariado, etc., etc. Y sobre todo evitar que nuestros compaero sean
perseguidos, carne de todas las maniobras y vctimas continuas de toda clase de tropelas"...

No es por falta de denuncias concretas, no es por falta de conocimiento de la verdad en los
Comits superiores de nuestras organizaciones por lo que no se ha hecho nada para mejorar el
actual estado de cosas. Los Comits de nuestras organizaciones saben lo que ocurre. La
unanimidad de criterio, pues, parecera natural y la respuesta nica. Sin embargo no hemos
logrado coincidir ni siquiera en la necesidad y en la urgencia de una defensa de la vida de
nuestros militantes en el frente y en la retaguardia.

En un informe bien concebido y realizado sobre la situacin del ejrcito del Este por un oficial de
la 26 divisin, despus de exponer con lujo de detalles la situacin militar y moral, y despus de
explicar la razn de muchos fracasos y desastres, se nos hacen advertencias como stas:

"Creemos que se puede y que se debe exigir respeto y el valor que cada uno en s representa,
y nuestro movimiento, tanto por sus individualidades como por su organizacin, debe exigir e
imponerse si es preciso para evitar que sus hombres se vayan desanimando y desalentando
por no estar respaldados por el movimiento libertario al cual se deben y al cual no deben
renunciar bajo ningn concepto, por muy crtica que sea la situacin y por muchos obstculos
que encuentren en el desarrollo de su cometido como hombres de responsabilidad"...

A estas horas podramos sealar ya algunos casos de compaeros nuestros que, sin defensa
en la organizacin, acorralados en sus puestos de primera lnea, han optado por aceptar el
carnet del Partido comunista. Lo que nos parece sntoma de excesiva gravedad.

Nuestros compaeros tienen la impresin de que no se les atiende, de que se deja libre curso a
la poltica nefasta del Partido comunista. No se trata de unos cuantos casos, sino de millares y
millares de camaradas que confiesan que sienten ms temor a ser asesinados por los
adversarios de al lado que a ser muertos en lucha con los enemigos de enfrente.

El Comit peninsular de la F. A. I. ha propiciado la defensa activa y enrgica de nuestros
compaeros, ha denunciado casos concretos y no ha logrado encontrar el apoyo y el calor
necesarios en los dems Comits superiores para una accin conjunta decisiva. Hasta que
lleg el momento en que la tolerancia no poda ser otra cosa que complicidad y ha resuelto
obrar por propia cuenta, denunciando la verdadera situacin a los militantes y exhortndoles a
la propia defensa. En ese sentido hemos dirigido a la militancia anarquista algunas circulares. Y
est en nuestro propsito apelar a ella e impedir que les sean vendados los ojos.

Con fecha 20 de agosto hicimos llegar tambin al Jefe del Gobierno un documentado informe
en el que ponamos de relieve lo desastroso de la poltica militar que se practica, y en el que,
adems, apuntbamos los remedios para mejorar la situacin, reclamando un cambio
fundamental en todos los procedimientos arbitrarios y criminales, que se practican actualmente.
Por otra parte, el propio Comit nacional de la C. N. T. ha dicho en una carta al Dr. Negrin, con
fecha 14 de mayo de 1938, que "ser tanto mas imposible que se mantenga la colaboracin de
todos los antifascistas cuanto ms preponderancia adquiera un sector frente a los otros, ya que
esa preponderancia le puede hacer perder la cabeza, determinando que intente dominar la
situacin por su cuenta, con lo que se producir el choque violento que romper la unidad
antifascista".

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

146
El Comit nacional reconoce, pues, la gravedad de la situacin, y la denuncia al Jefe del
Gobierno. No se trata de una opinin aislada del Comit peninsular de la F. A. I. Slo que
nosotros, como en todos los tiempos, creemos que la verdad que conoce el Comit nacional de
la C. N. T. y le hace obrar de una manera determinada, debe conocerla tambin la militancia,
para que sea ella, la que resuelva en definitiva en asuntos de tanta trascendencia.

Muchas veces hemos odo de labios de compaeros que se atribuyen un don especial de
responsabilidad: "Si los compaeros supiesen la verdad de lo que ocurre, la continuacin de la
guerra seria imposible". El mismo criterio, sostena Federico el Grande de Prusia: "Si mis
soldados supiesen leer, no quedara nadie en las filas". No, nosotros conocemos la situacin y
no rehuimos la contienda. Y no estamos hechos de pasta distinta a la de los compaeros que
luchan en el frente o trabajan en la retaguardia. Todos tenemos el comn denominador de la
naturaleza humana. Si el Comit nacional de la C. N. T. conoce la verdadera situacin y no
huye de su puesto, no tiene por qu suponer que los militantes procedan distintamente. En
cambio, tendramos la ventaja de la accin conjunta posible para reparar los desastres de una
direccin funesta de la guerra, con lo cual continuaramos la contienda, no como hasta ahora,
sin perspectivas, sino con garantas de eficacia y de victoria.

El secretario de la Seccin defensa del Comit nacional de la C. N. T. ha elevado a ste una
memoria fechada el 29 de julio del ao en curso, sobre la propaganda poltica en el ejrcito.
Coincidimos con su contenido y hacemos resaltar que no somos los nicos que encaramos la
crtica a la direccin actual de la guerra en la forma que lo hacemos. Un camarada de la
competencia de Miguel Yoldi, escribe: "Es deprimente comprobar el menosprecio con que se
trata a los militares que, por no carecer de las cualidades profesionales y de la contextura moral
indispensables para salir airosos en su gestin, no precisaron catalogarse entre los que, a falta
de inteligencia y de valor personal, buscaron en la doblez y en las posturas acomodaticias
inherentes al oportunismo de la poltica, sinecuras, distinciones y respeto ... De hombres
inteligentes con empleos sedentarios o paseantes de honor refractarios a consignas de partido,
puede ofrecerse un lbum bien nutrido".

Se describe luego las operaciones desastrosas de Brunete, "operacin eminentemente poltica,
no militar". 25.000 bajas tuvimos en aquella operacin sin ningn objetivo estratgico y slo
para salvar al Gobierno que haba expulsado de su seno a las sindicales. Se ha conocido en
manifiesto en que se atribuye previamente el xito problemtico de Brunete a determinada
fraccin, salvadora de Espaa. Con el mismo criterio de partido se hicieron las operaciones del
frente de Aragn a mediados de 1937, habiendo designado antes de las mismas incluso el
alcalde de la Zaragoza reconquistada. "Ocioso es sealar ms casos, se lee en dicho informe,
para demostrar que el ejrcito se ha empleado en ocasiones como arma poltica y al servicio de
la misma en detrimento de la propia guerra... "El ejrcito es ms partidista que nunca, nuestros
soldados y oficiales jams rendirn lo que se espera de su valor y saber mientras el empleo de
sus cualidades se supedite a una direccin poltica determinada y se persista, desde el rgano
directriz de la guerra en alimentar influencias y mirar los problemas de la misma a travs de sus
alternativas de matriz.

"Colofn de todo ello es lo acaecido en el ejrcito de Extremadura, donde su jefe se ha
dedicado exclusivamente a conseguir adeptos y a distribur los mandos sin tener en cuenta sus
cualidades, relegando a un trmino secundario la instruccin de fuerzas, la organizacin del
terreno y la competencia de los jefes... La destitucin caprichosa, los atropellos y la
supeditacin de las unidades a los intereses de partido fueron la pauta de la conducta de un jefe
que llev a la descomposicin el ejrcito"... Coincidimos tambin con esta apreciacin final:
"Estos hechos son de tal volumen y gravedad, por las consecuencias que de los mismos se
derivan, que silenciarlos por nuestra parte y aun soslayarlos por el Gobierno es delinquir... La
consigna de la resistencia.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

147

Hablemos un poco de la resistencia, de la consigna de resistir siempre.

No somos los anarquistas los que hemos de aflojar, ni aun terminada la guerra, por la cuenta
que nos tiene. Pero no queremos tampoco hacernos culpables de la aprobacin de una
consigna que no dice nada o que no se practica por los mismos que la pregonan.

No queremos entrar a detallar si los que hablan de resistir al enemigo van a resistir
efectivamente hasta el final, o si hablan cuando tienen el avin disponible, ni queremos tampoco
exponer nuestras legtimas dudas sobre la sinceridad con que se pregona por ciertos sectores
esa resistencia "a outrance", mientras se apartan centenares de millones para colonizaciones
en Amrica con fugitivos. No queremos discriminar si los que tanto alardean de la resistencia
tienen ya sus familiares y sus recursos contantes y sonantes en el extranjero, ni siquiera
queremos saber si los autores de ese truco han gestionado en las cancilleras diplomticas
europeas algo que no concuerda con esa famosa resistencia. Pero la poltica de la resistencia
impone algunas condiciones previas que no podemos silenciar y sobre las cuales la visin de
nuestros militantes que luchan y mueren no debe ser obscurecida con faramalla retrica.

1. Para resistir a las potencias talo-germnicas que proveen de armas y de tcnicos, de
materias primas y de hombres, nos hace falta una posibilidad de sostn econmico. Ahora
bien, los dos largos aos que llevamos de guerra y la concentracin de la poblacin
antifascista en las zonas leales han agotado absolutamente todos los recursos propios del
pas. No tenemos, pues, lo necesario para subsistir econmicamente y para alimentar, con
todas las restricciones imaginables, a la poblacin de nuestro territorio. El hambre comienza
a hacerse sentir de una manera angustiosa y todo indica que en el invierno que se avecina
el malestar ser de tal magnitud que dificultar en mucho la continuacin de la guerra. La
ayuda extranjera, despus de haber agotado nuestras reservas financieras, es solamente
una hiptesis, y con una hiptesis no podemos andamiar una resistencia que tiene que ser
tambin resistencia fsica, de la poblacin llamada al sacrificio.

2. Para resistir nos hace falta, igualmente, armamento o el instrumental y las materias primas
imprescindibles para fabricarlo. No tenemos armamento ni municiones para una larga
campaa ni tenemos fbricas ni materias primas para abastecernos por nuestra cuenta. La
interrupcin del trfico ms o menos clandestino que se hace con la Espaa leal en lo
relativo a esta mnima provisin que nos llega, podra adquirir contornos de catstrofe
irreparable e inmediata. No hay una sola garanta de que esa resistencia de que tanto se
alardea podamos cimentarla, la en un estado de cosas que ofrezca perspectivas seguras.

3. Nada se sabe si queda o si se han agotado totalmente las reservas oro del Banco de
Espaa. Pero hacer un hecho que habla con elocuencia: Rusia ha adquirido los tejidos
almacenados en Catalua y otros productos por valor de muchos centenares de millones de
pesetas, y se sospecha con razn que esas adquisiciones sirven como garanta de pagos.
La poltica financiera del Gobierno de la Repblica se ha llevado, desde que estall la
guerra, en un secreto que no se haba conocido jams en la historia, ni siquiera en los
regmenes del despotismo imperialista. Nosotros, y suponemos que tampoco ningn partido
poltico de los que intervienen en la cosa pblica, no sabemos absolutamente nada de lo
que acontece con nuestras finanzas, de su situacin aproximada. Y para comprometernos
sin objeciones en una consigna de absoluta resistencia, lo primero que habamos de haber
conocido y estudiado es la propia situacin financiera. Con unas finanzas en quiebra, sin
una cobertura metlica, en una palabra, sin oro, nuestro crdito comercial, debilitado ya por
la hostilidad del mundo fascistoide, ha terminado, y con ello nuestras posibilidades de
proveernos desde el extranjero
47
.

47
Por habernos considerado factor secundario se produjo el descalabro de octubre de 1934; por haber supuesto que la
guerra poda hacerse sin nosotros, sin nuestro apoyo entusiasta y al margen de nuestras sugerencias y de nuestras
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

148

4. La poltica de predominio comunista, ms atenta a la dominacin interna que a la
consecucin de eficaces victorias contra el enemigo, nos ha hecho llegar a esta situacin
sin contar con un ejrcito organizado, sin tener mandos capacitados para la gran misin que
les incumbe en esta hora trgica. Habiendo sembrado la desmoralizacin y la
desorientacin en las filas de los combatientes por las injusticias continuadas y por los
atropellos convertidos en ley en dao de los que no llevan el carnet de agente ruso, a estas
alturas no tenemos un ejrcito organizado ms que en la "Gaceta". Solamente sealamos
un hecho: mientras se ha organizado y equipado con las armas mas modernas a
contingentes extraordinarios para servicios de orden pblico -carabineros, guardias de
seguridad- la zona catalana no dispone de un ejrcito de reserva, lo que hace temer que
una nueva ruptura del frente, sin tener a qu echar mano, para contenerla, pueda significar
el fin de la guerra
48
.

El Comisario del grupo de ejrcitos de la zona catalana, dirige con fecha 25 de agosto del ao
en curso, una larga exposicin al Comisario general del ejrcito de tierra, de la que extraemos
esta opinin y esta exhortacin impregnada de sentido humano y de realismo: "Que los partidos
y organizaciones se preocupen de manera fundamental de dar solucin adecuada al problema
del abastecimiento de la poblacin civil. La mala organizacin actual tiene hondas
repercusiones en el frente. Los soldados piensan que en sus hogares estn pasando hambre y
esta preocupacin hace bajar su moral...Un problema sin cuya solucin no se puede ni se debe
embarcar a este gran pueblo a ciegas en esa llamada poltica de resistencia, cuya debilidad
hemos apuntado.

Autnticos partidarios de que la lucha contine hasta lograr un fin victorioso, hacemos resaltar
los puntos precedentes para evidenciar que son precisamente los cantores de la resistencia "a
outrance" los que no crean las condiciones necesarias para que sta sea posible.

Queremos que, al menos en nuestra militancia, curada de espanto por lo templada que est en
la lucha, no adquiera categora de mito una consigna derrotista como la de la "resistencia" a
secas, y, concediendo crdito excesivo a los que la patrocinan, pierda la oportunidad de
imponer las modificaciones imperiosas que exige nuestra causa para que la guerra termine de
manera satisfactoria.

Nuestra situacin ha de mejorar y mejorar, pero a condicin de que no nos entreguemos o
sigamos entregados con los ojos vendados a los que, a falta de capacidad y buena conducta en
su gestin, nos pretenden engaar con tpicos infantiles.
Los consejeros rusos

Una de las desgracias mayores para la buena direccin de nuestra guerra ha sido la invasin de
los llamados tcnicos militares o consejeros rusos. Tienen un total desconocimiento del terreno,
una cultura militar que no rebasa la de un mediocre teniente alemn o francs, nociones ms
polticas que tcnicas. Ante nuestros oficiales profesionales del trmino medio estn muy lejos

observaciones, se fue derechamente a la catstrofe. Hay polticos, gobiernos, mtodos, que se gastan en la accin. Y
el gobierno Negrin estaba ms que gastado al nacer, estaba podrido. Lo que nosotros sabamos por un conocimiento
aproximado de la situacin, lo adivinaba el pueblo, que consideraba al equipo Negrin como un equipo de ladrones
del tesoro pblico, responsables de una poltica de asesinatos inmotivados e irresponsables. De cualquier forma,
incluso para la continuacin de su poltica insensata, era preciso un cambio de los hombres que se haban destacado
por su ligereza, por su insensibilidad, por su ineptitud, por sus francachelas de nuevos ricos. Pero adems haba que
cambiar la orientacin poltica totalmente, en el orden internacional y en poltica interior, y para ese cambio se
requeran hombres de otro temple, de otra tradicin y de otro prestigio.
48
En el "Boletn del militante", del Comit peninsular de la F. A. I., hemos insistido en diversas ocasiones sobre ese
hecho grave de la ausencia de toda fuerza de reserva. Pronto iban los acontecimientos a evidenciar de una manera
definitiva que nuestros temores se confirmaran al pie de la letra y les sobrepasaran incluso en la realidad.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

149

de sobresalir, y ninguno de esos consejeros admite una comparacin con oficiales nuestros de
cierta categora.

Entre los informes de nuestras Secciones de informacin, podemos leer lo siguiente:

"Un oficial de aviacin (omitimos el nombre que figura en el informe, por razones de prudencia),
con motivo del desarrollo de las operaciones que dieron por resultado la prdida de Teruel,
curs una denuncia en la que demostraba que la inhibicin de nuestras fuerzas areas durante
aquellas operaciones poda ser calificada de traicin. La denuncia recibida por Prieto fue
cursada a una comisin militar que, previa una amplia informacin acerca de los mandos de
aviacin, dictamin que la inhibicin de nuestras fuerzas areas en aquellas operaciones, haba
sido motivada por rdenes cursadas por los tcnicos rusos enquistados en el comando supremo
de las fuerzas del aire. Teniendo en cuenta que haba aparatos suficientes para haber actuado,
nuestro informante cree que los comunistas, especulando con la guerra para sus fines polticos,
intentaron producir el descalabro para que, repercutiendo en el ministerio, produjese la cada
vertical de Prieto"
49
.

Respecto a los mandos de la aviacin y cmo estaba al servicio de una poltica extraa a la
guerra, citamos uno de los casos que hemos presenciado de cerca. Fuerzas de la divisin
Carlos Marx ejecutan con buen xito un golpe de mano y se apoderan de la Ermita Santa
Quiteria, una posicin estratgica desde la cual se dominaba Almudevar, y con cuya posesin
era posible una inmediata rectificacin a vanguardia del frente de Aragn. El xito de la
operacin inicial no era ms que el preludio de grandes triunfos militares subsiguientes.

El enemigo se di perfecta cuenta de la importancia de la prdida que haba experimentado, y
se dispuso a reconquistarla a todo precio, con ayuda de la aviacin, de la artillera y de sus
fuerzas de choque. Se llam a nuestra aviacin en auxilio de los ocupantes de la Ermita.
Tratndose del triunfo de una fuerza de orientacin comunista, ese apoyo se daba por
descontado. En cambio, la aviacin sale de Sariena, pero se dirige a Valencia, segn rdenes
recibidas. La Ermita hubo de ser, abandonada. Recordamos la indignacin de los comunistas
de la columna Carlos Marx. Ante nuestras quejas, el cnsul ruso Antonov Ovseenko nos declar
que el comandante ruso de los aparatos que haban negado su concurso haba sido fusilado;
pero no fue as.

La verdad es que la significacin de la toma de Santa Quiteria y las operaciones
inmediatamente posibles habran significado una ruidosa victoria para los combatientes del
frente de Aragn, con lo cual se afianzaran unas posiciones polticas cuyo asalto se estaba
preparando.

Se ha puesto la direccin de la guerra en manos de esos emisarios. Nuestros mandos
superiores y Estados Mayores tienen que obrar casi al dictado. Y las derrotas sucesivas, los
derroches estriles de vidas humanas no han puesto coto an a esa intervencin extraa en
nuestra guerra. Hasta cundo se quiere esperar para que ese elemento de corrosin y de
derrota no siga adelante?

Los intereses de partido se crearon y desarrollaron sobre el chantage de la ayuda rusa son tan
grandes y decisivos que el cambio de la direccin de la guerra supone instantneamente la
cada vertical y definitiva de todo un andamiaje poltico cuya aspiracin totalitaria repugna al
pueblo espaol.


49
Prieto haba acabado por considerar molesta la intromisin de los rusos y se le atribuan propsitos de hostilizacin
a esa ingerencia perniciosa. Eso no le exime de la responsabilidad de haber hecho posible el predominio ruso por su
odio inveterado a Largo Caballero, a Catalua a todo lo que no se le someta.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

150
Nadie est ms agradecido que nosotros y nadie reconoce ms generosamente la ayuda que
los no espaoles nos han ofrecido. Pero el caso de la ayuda rusa no es tal ayuda, es un
negocio desde el punto de vista de la venta de armas, y es una intolerable hipoteca desde el
punto de vista poltico. Podemos continuar el negocio, que interesa tanto a Rusia como a la
Espaa leal, pero la hipoteca no puede continuar, porque Rusia ha cobrado en oro todo lo que
nos ha enviado, sin tener necesidad de regatear en cuanto a los precios. Hemos pagado todo lo
que nos ha exigido. Quizs nos ha cobrado cien por lo que slo vale diez. Pero este es otro
asunto.

Los consejeros rusos no tienen calidad tcnica para dirigir nuestra guerra, teniendo como
tenemos militares espaoles leales que pueden dar buenas lecciones de tctica y de estrategia
a los generales, coroneles, comandantes y dems que nos ha enviado Stalin para ensearnos a
ganar batallas como la de Brunete, la de Teruel, la del derrumbe de los ejrcitos del Este,
Levante y Extremadura.

La direccin de la guerra

Recomendamos la lectura del informe escrito por el jefe de la Seccin informacin de la 26
divisin, R. Busquets, 20 de abril de 1938, sobre el desarrollo de la ofensiva enemiga en los
frentes del Este y sobre la situacin derivada de la misma. Desde la primera a la ltima lnea se
deduce una leccin terrible: "Nuestras unidades, nuestra organizacin militar y sus dirigentes,
no tienen la necesaria agilidad mental ni material... La solucin est en dotar urgentemente a
nuestro ejrcito de elementos, de medios, de mandos y direccin, al menos equivalentes en
calidad a los soldados"...

El mismo Comit nacional de la C. N. T., en documento elevado al gobierno por iniciativa
nuestra, el 15 de marzo de 1928, hace resaltar esta deficiencia y lo poco que se haca para
remediarla.

Tenemos una masa de soldados que son superiores a sus jefes, y si no se repara esa situacin,
la guerra no puede terminar con nuestra victoria.

Por parte del Subcomit nacional de la C. N. T. se han elaborado en los das de la ofensiva
facciosa en direccin a Sagunto y Valencia, unos informes militares que revelan conocimiento,
comprensin y buena informacin. Leemos en uno de ellos:

"Qu posibilidades tenemos en nuestro ejrcito para contrarrestar la accin ofensiva del
enemigo y neutralizar su accin blica llevndolo al terreno a que nos interese llevar la lucha?
De material y de hombres nunca estuvimos tan bien preparados como ahora, pero nunca
tampoco se hizo un empleo tan desastroso de todo ello como de dos meses a esta parte.
Unidades enteras, como divisiones y brigadas relativamente bien armadas, se las emplea,
cuando el enemigo ataca, de una manera frontal en sus ejes de marcha y muchas veces estas
unidades son colocadas en terreno que no rene las caractersticas de un terreno preparado
para la defensa. Esas unidades as empleadas se desgastan totalmente a los tres o cuatro das
de intervenir en el taponamiento de los ejes de accin del enemigo. Ni una sola vez se
emplearon divisiones y brigadas de reserva en el contraataque del flanco enemigo. Cada accin
del enemigo se ha prestado maravillosamente a un contraataque por uno de los lados para
cortar la marcha progresiva de los ejes principales del ataque".

Esos errores no los atribuye ese informe al propsito de perder la guerra, "ms bien creemos,
dice, en la incapacidad de las cabezas rectoras de este ejrcito...

Este mismo criterio es el que se deduce de millares de informes de mandos, jefes de Estado
Mayor, comisarios, que obran en poder de nuestras organizaciones. Los consejeros rusos,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

151
nicos que tienen potestad en Espaa para opinar y resolver en torno a la vida de centenares
de millares de soldados espaoles, son de un simbolismo infantil. Cuando una operacin no
resulta como ellos lo concibieron, se desconciertan, renuncian a toda iniciativa, y slo la
improvisacin en el frente mismo de lucha resuelve en ocasiones la situacin.

Y las doctrinas, los mtodos, las rdenes de los consejeros rusos son las que traduce para
nuestras unidades el general Rojo, jefe del Estado mayor central. El general Rojo no es un
hombre a la altura de su misin y de su cargo. Y despus de los desastres que tuvieron lugar
desde que lleva ocupando la jefatura que detenta, era hora oportuna de una destitucin
fulminante, sin que eso implicase una delimitacin de sus responsabilidades.

Sin embargo, basta por ahora. No hemos tocado sino una milsima parte de lo que sera
preciso decir sobre la guerra, sobre su direccin y sobre las condiciones que son inevitables
para ganarla. Pero lo dicho, no por nosotros, sino por documentos no rechazados que obran en
los archivos de nuestras organizaciones, es suficiente para tomar una decisin. Y si la
argumentacin no fuese bastante elocuente, que se repase el mapa de la pennsula y se vern
los millares de kilmetros cuadrados que se perdieron durante la gestin dirigente de los
actuales responsables de la poltica de guerra, y la cantidad enorme de ciudades que pasaron
al enemigo, entre las cuales abundan algunas de suma importancia: Bilbao, Santander, Gijn,
Lrida, Castelln, Teruel, Caspe, Alcaiz, Morella, Vinaroz, Balaguer, Tremp, Castuera...

Proponamos al Pleno mixto a continuacin la creacin de una Comisin de orientacin y de
accin militar, integrada por el Comit peninsular de la F. A. I., por El Comit nacional de la C.
N. T. y por las Secciones de defensa de las Regionales.

Esa Comisin orientara sus trabajos en el siguiente sentido:

1) Propiciar un cambio completo de la direccin de la guerra y una remocin de los mandos
que han intervenido en los desastres del gobierno Prieto-Negrin y luego del gobierno
Negrin.

2) Trabajar el retiro inmediato de los consejeros rusos y su subordinacin a los mandos
espaoles.

3) Propiciar la seleccin de mandos militares entre los comisarios y la restriccin del
comisariado, al cual habran de drsele atribuciones ms concretas.

4) Reforma radical del S. I. M., sin perjuicio de exigir las debidas responsabilidades a los
autores o inspiradores de crmenes horrendos que han traspasado las fronteras y son
comentados en las cancilleras europeas. El S. I. M. ser empleado con preferencia en la
zona facciosa y en Marruecos.

5) Sern revisados los ascensos y las sanciones aplicadas a partir de mayo de 1937.

6) Se gestionar la inmediata utilizacin de los mandos militares por su capacidad y no por su
adhesin a un determinado partido.

7) Los mandos y comisarios que han ingresado en los partidos y organizaciones despus del
19 de julio de 1936 sern forzados a optar entre la destitucin y la renuncia a su afiliacin.

8) Sern puestos a disposicin del Ministerio de defensa nacional los carabineros, guardias
de seguridad, agentes del S. I. M. en la retaguardia, emboscados de los partidos polticos,
etc., que pertenezcan a los reemplazados pedidos.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

152
9) Se crearn cuerpos de reserva con los organismos excesivos de retaguardia, batallones de
retaguardia, etapas, fuerzas de orden publico, etc.

10) Sern separados los extranjeros de los puestos de responsabilidad en el ejrcito y en las
fuerzas de orden pblico y servicios de informacin.

11) Se proceder a una inmediata depuracin de los mandos de todas las unidades del ejrcito
y del orden pblico.

12) Se organizar la guerra irregular como complemento de la guerra de los ejrcitos regulares.

13) Se exigirn severa sanciones para los causantes o inspiradores de los asesinatos
cometidos en el frente y en la retaguardia por motivos de partidismo.

14) Se trabajar por la intensificacin de las fortificaciones, utilizando, si es preciso,
contingentes de trabajadores pertenecientes a la poblacin civil.

15) Se velar porque el reparto del armamento y los servicios auxiliares del ejrcito se hagan
equitativamente a todas las unidades.

16) Coordinar los mandos del ejrcito de tierra, de las fuerzas del aire, de la flota y de los
tanques.

17) Sobre estas bases y esta orientacin, una Comisin mixta puede asegurar la unidad de
accin y de interpretacin de nuestro movimiento y dar un mnimo de satisfaccin a los
camaradas que luchan y mueren por la causa antifascista.

Ledo a distancia, fuera ya del teatro de la guerra, que hemos perdido, parece imposible que el
cmulo de acusaciones graves que resumamos en este informe, no haya merecido decisiones
radicales, un cambio de la lnea de conducta, una negativa de todo apoyo al gobierno que
inspiraba o consenta ese estado de cosas en el ejrcito. Hasta tal punto se haba hecho de la
mentira, de la simulacin, un arma poltica, que cuando se presentaba a los dirigentes de los
partidos y organizaciones la verdad desnuda, se tapaban los ojos voluntariamente para no
verla. Poltica de avestruces. Nuestros propios amigos teman la verdad y prefirieron dejarse
adormecer por los cantos de sirena del negrinismo. Continuamos solos, una minora restringida
apenas al Comit peninsular de la F. A. I., al que slo sostena la persuasin de que la gran
masa combatiente estaba con nosotros, de que el pueblo de la retaguardia pensaba como
nosotros pensbamos. Pero a la altura a que habamos llegado nos falt la fuerza necesaria
para afirmar con hechos nuestra actitud; todo vehculo hacia la gran masa nos haba sido
cortado por la presunta poltica de guerra, y hacia afuera, hacia el mundo exterior, hacia los que
no podan adivinar nuestros esfuerzos, participando incluso en el equipo gubernamental de
Negrin, la impresin de la unidad, del acuerdo armnico y solidario de todas las tendencias
polticas y sociales, no dejaba lugar a ninguna duda.

Con la publicacin de estos documentos queremos restablecer la verdad. No hemos derribado
al gobierno Negrin porque no tuvimos la fuerza necesaria para ello, porque la confusin haba
debilitado a nuestro movimiento y lo haba disgregado y dispersado, y porque aquellos hombres
de otros partidos que coincidan con nosotros en la urgencia de un cambio de los timoneles del
gobierno y de la guerra, se encontraban en las mismas condiciones que nosotros, aislados,
vigilados como prisioneros, fuera de todo contacto con el pueblo e incluso con sus propios
organismos de partido o de organizacin. Para todos ha sido la tragedia espaola de una
crudeza espantosa, pero ha sido mayor aun para nosotros, que no hemos vivido con los ojos
cerrados y nos hemos desgaitado anunciando el escollo hacia el cual nos dirigamos a todo
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

153
vapor, alegremente, en nombre de la poltica de la resistencia y en nombre de una victoria final
prxima.




LAS CONDICIONES POLTICAS Y MILITARES ANTES DE LA LTIMA
OFENSIVA FRANQUISTA EN CATALUA.

Documentos y consideraciones.



SEGURO de sus posibilidades blicas cada da mayores y mas probadas, informado de nuestra
debilidad interna a causa del cansancio, de la poltica antiespaola, antipopular y del exceso de
privaciones sin objetivo, comprensible, el enemigo anunci con meses de anticipacin su
ofensiva sobre Catalua, la que haba sido baluarte improvisado de la guerra y foco constructivo
y ejemplar de la revolucin.

Se trataba de la ofensiva final para liquidar la conflagracin, que duraba ya treinta meses y
haba perdido todos los resortes iniciales gracias a la intervencin de Rusia y de sus mtodos
en la llamada Espaa republicana. En esa ofensiva se tuvo en cuenta por parte del franquismo,
tanto la contundencia indiscutible de su gran armamento, de su artillera y de su aviacin, como
la moral depresiva de nuestras tropas y de nuestra retaguardia. La cada de Catalua, donde se
habra estrellado el ejercito ms poderoso en otras condiciones polticas, econmicas y
morales, fue una operacin del tipo de las ejecutadas por las potencias totalitarias contra
Austria, el 12 de marzo de 1938; contra el territorio de los sudetes, el 1 de octubre del mismo
ao, y despus contra Bohemia y Moravia, el 15 de marzo de 1939; contra el territorio de
Memel, contra Albania. La propaganda previa del enemigo rompe todos los resortes morales de
la resistencia y, cuando llegan las tropas de la conquista y de la ocupacin, apenas tienen
necesidad de disparar un tiro.

Tenamos el presentimiento, y lo manifestbamos sin ambages, de que la ocupacin de
Catalua, en el desmoronamiento moral en que se encontraban el ejrcito y la retaguardia de la
Espaa republicana, sera, un simple paseo militar. Disponamos de fuerzas, aun sin el auxilio
de armamento esencial, para oponer una resistencia adecuada en una guerra de movimiento,
para quebrantar el empuje enemigo, fijarlo en defensas naturales abundantes y gastarlo en
varios meses de forcejeos sin trascendencia. Es el hombre todava el centro de la guerra, y el
hombre haba sido destruido por la poltica staliniana, hasta llegar al punto de no querer batirse
y de aceptar el destino amargo de la emigracin y el anatema de la derrota. La nica
organizacin de ascendiente popular y de prestigio que quedaba incorruptible frente a los
nuevos amos era la F. A. I, pero todos los partidos y organizaciones se haban coaligado, para
imposibilitar su accin, al revs de lo que ocurra en la otra zona con la Falange, mucho menos
numerosa y aguerrida, pero considerada siempre como un factor indispensable en la guerra
contra nosotros.

Con ms de ocho meses de anticipacin ofrecimos al gobierno la organizacin de la defensa de
Barcelona en un radio de una cincuentena de kilmetros, independientemente de las lneas de
defensa y de resistencia proyectadas por el Estado mayor central. El coronel Claudin, uno de
los jefes de la defensa de costas, sobre la base del terreno y de las escasas entradas naturales
que tiene la capital de Catalua proyect unas obras de defensa que comenzaban en el Perell,
pasaban por los Bruchs y enlazaban cerca de Manresa. Para su ejecucin se prevea el
voluntariado, lo mismo que para la ocupacin de los parapetos, trincheras, nidos de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

154

ametralladoras, bases de fuegos de artillera, etc. Nos comprometamos a tener en pocos
meses preparada esa lnea Maginot de Barcelona, para la cual no pedamos ms que la
autorizacin consiguiente y el material a emplear en las fortificaciones. Todo el resto sera
prestacin voluntaria y gratuita. Intervinieron tambin el general Asensio, el coronel Prez
Farraz, otros militares y polticos. Visitamos en delegacin al presidente de la Generalidad, Luis
Companys, para exponerle el proyecto y sugerirle que recabase del Gobierno central la
organizacin, por Catalua misma, en la forma que nosotros estimbamos necesaria, de la
defensa de Barcelona, con la contribucin directa de los hombres que ms podan mover la
opinin de la poblacin catalana.

Nuestra oferta, quizs porque era nuestra, y haba la consigna de impedirnos todo movimiento,
no fue aceptada por el Gobierno Negrn y por sus instrumentos y tuvimos que contentarnos con
seguir cruzados de brazos, anunciando el derrumbe del frente si no se acuda a poner remedio
urgente y radical al estado de cosas que imperaba en los combatientes. Habamos visto el
desmoronamiento de los frentes del Este y de Extremadura como consecuencia de la direccin
rusa de la guerra y no pretendamos ser profetas cuando sostenamos que las mismas causas
en pie, tenan que seguir produciendo los mismos efectos.

Si la iniciativa por nosotros presentada a los Gobiernos de la Repblica y de Catalua hubiese
tenido otro origen, es decir, si hubiera sido presentada por hombres de determinado partido,
habra sido tenida en cuenta, probablemente, pero nos habamos sumado a ese proyecto
algunos militares y paisanos que queramos realmente asegurar un desenlace un poco digno a
la guerra y no queramos comulgar con los festines sardanapalescos de Negrn. De ah el cierre
hermtico de todas las puertas.

La poblacin estaba extenuada, el desconcierto y la inepcia se cubran dificultosamente con la
censura, las persecuciones a los descontentos, los tonos estereotipados de la prensa y la radio,
el coro rufianesco de los partidos y organizaciones. El dominio de los rusos, sin embargo, era
sentido como una carga intolerable. Se constataba el saqueo en regla de toda la riqueza
espaola y haba que callarse. Los tejidos de Catalua fueron objeto principal de su codicia.
Desde los comienzos de su intervencin pusieron los ojos en esa gran riqueza.

Se transportaron igualmente fbricas enteras con destino, a Rusia, maquinaria especial, etc.,
sin contar la apropiacin de secretos de fabricacin que tenan algunas empresas en diferentes
industrias, para lo cual organizaron desde el primer instante una red de espionaje que penetr
en todos los lugares vitales de la economa, como se haba hecho en el ejrcito, en la marina,
en la aviacin
50
... No se tomaba ninguna decisin sin contar con los rusos, sin que stos dieran
su visto bueno. Lo mismo en la guerra que en la economa, en las finanzas o en la poltica
internacional.

Favorecidos Por el chantaje de la ayuda staliniana, que no fue tal ayuda, sino un
desvalijamiento escandaloso de nuestras finanzas y de nuestra economa por los delegados
comerciales rusos, los comunistas espaoles, insignificantes en nmero, tan insignificantes
como en calidad, al estallar el movimiento de julio
51
,

se atrajeron poco a poco a todos los que no

50
Un ejemplo entre muchos: el de las fbricas de papel de fumar. Es sabido que el papel de fumar espaol, de
Levante y de Catalua, tena un mercado mundial seguro. Los rusos, cuando las fbricas de papel tenan que cerrarse
por falta de materia prima, ofrecieron sta, sueldos extraordinarios y vveres a sus obreros y tcnicos para trabajar sin
descanso con destino a Rusia. De esa forma el stalinismo comenz a hacer suya la clientela de esa produccin y sus
tcnicos industriales se pusieron en condiciones de trasladar a Rusia esa especialidad, llevando, en algunas
ocasiones, hasta las mquinas de las fbricas. Cuando Espaa vuelva a ponerse en situacin de continuar la
fabricacin del papel de fumar, se encontrar con una competencia hasta ahora desconocida: la de Rusia.
51
En las jornadas del 19 de julio en Barcelona, se nos inform, como una novedad extraordinaria, que haba sido
visto en la calle un comunista, antiguo obrero metalrgico de la C. N. T.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

155
tenan cabida en los otros partidos y organizaciones a causa de sus antecedentes dudosos e
impusieron su predominio en todas las esferas de la vida pblica. Adhesin popular espontnea
no tenan ninguna.

Si por nuestra parte no habramos sabido elegir entre la victoria de Franco y la de Stalin, por
parte de la poblacin polticamente indiferente, se prefera ya el triunfo de Franco, en la
esperanza vaga de que lo hara mejor, de que el sufrimiento al menos no sera ms duro y que
las persecuciones y las torturas no seran ms salvajes.

Y por odio a la dominacin rusa que se tena que soportar en la Espaa republicana, se
minimizaba el hecho que del otro lado la dominacin italiana y alemana no eran ms suaves ni
distintas esencialmente por sus procedimientos y sus aspiraciones

El pueblo se haba distanciado espiritualmente de la guerra, no saba ya por qu se luchaba,
vea la bacanal de los privilegiados del momento, y no poda concebir que al otro lado de las
trincheras pudiese haber algo peor. Y sin la adhesin activa del pueblo, la guerra estaba
perdida, irremisiblemente perdida. La confianza, la absurda confianza en una ayuda de las
llamadas potencias democrticas, mantenida como latiguillo de efecto por aquellos mismos que
se haban entregado a la dominacin rusa, nadie la abrigaba sinceramente, despus de todo
cuanto se haba visto a travs del clebre Comit de no intervencin. Ahora bien, si la alianza
con Rusia no nos significaba nada fundamental en cuanto a llegada de armamento y de vveres,
si las democracias estaban resueltas a abandonarnos, no quedaba ms que una carta: la del
pueblo, olvidada en el sucio juego de la guerra y de la diplomacia republicana y comunista. El
pueblo tiene siempre recursos cuando quiere apasionadamente una cosa. Y hubiese
encontrado medios para desbaratar los ejrcitos enemigos sin contar con nada de lo que
distingue a la guerra moderna. Cmo? Con los mtodos mismos, entre otros, del 19 de julio.
Barcelona bastaba y sobraba, en la forma en que poda haberse combatido, para consumir los
ejrcitos de Franco y hacer intiles todos sus arsenales.

Pero para volver a contar con el pueblo como factor activo de la contienda era preciso, en el
orden poltico, un cambio de gobierno, sobre todo el alejamiento del doctor Negrin y de su
criado para la poltica exterior, Alvarez del Vayo, agentes de Rusia, dictadores al dictado de los
comunistas, y en el orden militar se impona una reorganizacin a fondo de los cuadros de
mando, una revalorizacin de la personalidad del combatiente, la utilizacin de los jefes y
oficiales postergados y perseguidos a pesar de su historial antifascista y de su competencia, la
supresin de los crmenes que se perpetraban constantemente en las filas del ejrcito por
motivos de predominio partidista...

No hemos conseguido hacer pesar ninguna de las reivindicaciones que proponamos, por la
cobarda de los unos, y por la complicidad de los otros con el tinglado de corrupcin que se
haba montado como pedestal del Gobierno de la victoria.

Estudiamos incluso la apelacin a la fuerza, las posibilidades de un golpe de mano, nuestro
armamento; pero comprendimos que, dada la ligazn de la mayor parte de los dirigentes de
partidos y organizaciones con la poltica del doctor Negrin, considerado el hombre providencial
de la resistencia, no habramos podido obrar con unanimidad y habramos perdido la partida,
aumentando intilmente el nmero de vctimas. De haber logrado el acuerdo necesario entre
todas las ramas del movimiento libertario, los sucesos que tuvieron lugar en la zona central y en
Levante, despus de la cada de Catalua, se habran producido en Catalua misma, por
iniciativa y bajo la responsabilidad de la F. A. I., la nica organizacin de tipo espaol que se
haba resistido a obrar al servicio de potencias extranjeras y que representaba un nexo
autntico de relacin con los sentimientos populares.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

156
Nosotros, internacionalistas de toda la vida, ramos los nicos representantes de la
independencia de Espaa, los nicos defensores sinceros de la frmula: Espaa para los
espaoles!

Si hay que sealar, a consecuencia de la guerra, un cambio en nosotros, es quizs el haber
sido, cada da ms, no los presuntos antipatriotas doctrinarios de antao, sino los nicos
patriotas verdaderos, dispuestos a sacrificarlo todo por el porvenir de Espaa. Mientras
nosotros pensbamos as, los nacionalistas de siempre no se cuidaban ms que de asegurar
fondos en el extranjero para despus de la derrota, y en primer lugar los famosos predicadores
de la resistencia hasta la victoria...

Aunque slo sea para servir a la verdad, es necesario que digamos cual ha sido nuestra
posicin, cual nuestra actitud en una guerra que se deba a nuestras batallas contra la
conspiracin militar. Si la historia ha de juzgarnos, y en este caso, y por ahora, la historia escrita
por los vencedores, que nos juzgue por nuestros hechos y por nuestros propsitos, pero no en
una solidaridad que no hemos sentido con un Gobierno al cual debe Franco su victoria.

Queremos responder de lo nuestro, bueno o malo, y de nuestras intenciones, que han sido las
mejores, pero independientemente del Gobierno de la Repblica y de los agentes rusos. Ni
hemos sido republicanos ni hemos callado ante la dominacin comunista. Las circunstancias
nos obligaron a tener contacto con gentes cuyos objetivos eran opuestos a los nuestros y cuya
conducta mereca bien el fusilamiento, pero hemos conservado nuestra personalidad y no
hemos perdido el rumbo, aun cuando nos haya faltado la fuerza material para servir a Espaa
ms eficazmente.

El 7 de diciembre de 1938 fue convocado el Frente popular por el Gobierno de la victoria en uno
de los palacios suntuosos de Pedralbes. Acudieron Mije y Pasionaria por el Partido comunista,
Cordero y Lamoneda por el Partido socialista, Rodrguez Vega y Amaro del Rosal por la U. G.
T., Mariano Vzquez y Horacio Prieto por la C. N. T., Baeza Medina por Izquierda republicana,
Mateo Silva por Unin republicana, Herrera y Santilln por la F. A. I. como informe confidencial
a las Federaciones Regionales de la F. A. I.:

"Comienza Negrin manifestando que el objeto de la reunin es simplemente dar cuenta a los
partidos y organizaciones del Frente popular de la situacin actual. En principio -segn
manifest-, se pens convocar a una reunin conjunta al Frente popular nacional y al Frente
popular de Catalua; pero por falta de local apropiado para reunir tantas personas, ha decidido
convocarles por separado. Esto le obligar a repetir las manifestaciones que va a hacer en esta
reunin, en la que tendr con el Frente popular de Catalua.

Da explicaciones acerca de las operaciones del Ebro, remontndose al mes de junio en que
fueron concebidas e iniciadas. Seala las causas que determinaron esas operaciones -
necesidad de desbaratar la ofensiva del enemigo y de descongestionar su avance arrollador
sobre Sagunto y Valencia, con grave peligro para esa zona, aun aceptando todo el riesgo que
supona y que ya se previ de antemano-. Considera que se ha superado con mucho el xito
previsto cuando las operaciones se comenzaron, y que gracias al temple de nuestros soldados
y a la fortaleza adquirida por nuestro ejrcito con su disciplina y su buena organizacin, se ha
inflingido un enorme quebranto al enemigo y se ha ganado un tiempo precioso que ha permitido
mejorar el ambiente internacional. Estima por tanto que ha sido una operacin meritoria, digna
de todos y que aun cuando nos ha ocasionado bastantes bajas, han sido superiores las que ha
tenido el enemigo. Adems, las nuestras, entre muertos y desaparecidos e intiles totales, se
ven compensadas por los prisioneros que hemos hecho.

Se refiere despus a las angustias pasadas cuando era forzoso pensar en la retirada de
nuestras tropas a la parte de ac del Ebro. Dice que esto ha sido planteado mucho antes de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

157
realizarse, lo que prueba la capacidad de nuestro espritu de resistencia. Seala que
organizaciones y partidos, con muy buena voluntad, le han remitido proyectos sobre
operaciones militares a realizar, modificaciones a las proyectadas, etc., sugerencias todas
valiosas que han sido aprovechadas en la medida de lo posible y que entre ellas alguna
hablaba de una manera apremiante de la necesidad de ordenar la retirada antes de que se
produjese un desastre. Informa que la retirada ha sido algo maravilloso, llevada con un tacto y
un acierto tan extremado que l mismo se ha visto sorprendido, mxime cuando ya se haba
resignado a que la retirada resultase bastante cara en hombres y en material, y en cambio se
ha producido sin prdidas considerables.

Se extiende en consideraciones sobre la situacin del enemigo, sealndola como muy grave
para la otra zona, ya que el descontento de su retaguardia aumenta, internacionalmente pierde
crdito y econmicamente se encuentra apuradsimo. Todo esto le obliga a preparar una gran
ofensiva que le permita algunos xitos militares con que reponer su crdito demasiado
quebrantado. Parece ser que estn a punto de realizar una gran ofensiva, segn acusa la gran
acumulacin de fuerzas y de material en algunos lugares. Advierte que siendo una operacin
preparada con tanto lujo de fuerzas, tiene que producirnos algn quebranto momentneo.
Desde luego, estima que no ser nada extremadamente grave, ya que estn tomadas las
medidas pertinentes para evitar una catstrofe. Cree que se perder algo de terreno, pero no se
perdern nudos vitales, y no tendr todo ello consecuencias desfavorables si todos estamos
prevenidos y dispuestos a sostenernos.

En estas circunstancias, considera imprescindible el mantenimiento de la moral en la
retaguardia y en el Ejrcito. El Ejrcito ha dado suficientes muestras de moral y de capacidad,
tanto para resistir como para atacar. La retaguardia tambin ha demostrado que tiene callos y
sabe sufrir con estoicismo toda clase de privaciones. Sin embargo, en estos momentos
considerados difciles, tienen que preocuparse todos los sectores antifascistas de mantener la
unidad de accin y de pensamiento, aplazando disputas y aspiraciones particulares.

Seala que en el orden de los abastecimientos, si bien hemos atravesado una poca
dificilsima, parece que hemos vencido la curva de gravedad y que iniciamos una etapa de
superacin. Aun cuando no se puede considerar resuelto el problema, s podemos decir que va
mejorando considerablemente. Siendo as, todos hemos de hacer lo posible para mantener la
moral del frente y de la retaguardia, ambas necesarias, ya que la de un lado influye
considerablemente en el otro. Por todo esto desea que los partidos y organizaciones que
controlan la opinin, tengan a sta al corriente, en forma discreta, desde luego, de lo que pueda
suceder, para que no haya alarmas excesivas e inmotivadas...

A continuacin manifest que no teniendo vveres para todos y no pudiendo invitarnos a comer,
nos ofreca una copa de champagne en un saln anexo.

Esta es la resea de cuanto aconteci en la entrevista que Negrn tuvo con los partidos y
organizaciones del Frente popular. Fue una reunin de tipo informativo nica y exclusivamente.
Su carcter no fue considerado apropiado para que los sectores representados planteasen
cuestiones en pro o en contra de la poltica del Dr. Negrn, como lo demostr el silencio por
todos observado. A nadie le pidi Negrn adhesin a la poltica del Gobierno, ni nadie por tanto
la pudo dar. Como dato significativo de nuestra conducta como delegacin, sealamos que,
inmediatamente de pasar de la sala de reunin a la del convite, decidimos ausentarnos sin
participar en el obsequio ni en las conversaciones de corrillo que se iniciaron. Correcta, pero
framente nos despedimos del jefe de Gobierno y salimos precipitadamente Santilln y yo. En la
puerta del jardn pude darme cuenta de que Negrn haba bajado detrs de nosotros
conversando con Santilln desde la mitad de la escalera, donde le alcanz, teniendo as nueva
ocasin de despedirnos. Arriba quedaron el resto de los representantes de los partidos y
organizaciones, ignorando si en nuestra ausencia habrn tratado alguna otra cuestin".
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

158

Mientras hablaba Negrin, una palabra pugnaba violentamente por salir de nuestros labios:
Impostor! Era una mentira todo cuanto deca. Mentira lo de las escasas prdidas de la batalla
del Ebro, pues nos ha costado alrededor de 70.000 hombres entre prisioneros, muertos y
heridos, y una enorme cantidad de material pesado y ligero, las nicas reservas. Se evit el
avance hacia Valencia, es verdad, pero a costa de las mejores posibilidades de resistencia en la
zona catalana. Era mentira lo del ejrcito disciplinado, lo de la resignacin estoica de la
retaguardia, lo de nuestra situacin internacional mejorada y el empeoramiento de la situacin
del enemigo. El cuento trtaro no nos ha convencido de ninguna manera, aunque pudimos
constatar que los representantes de los dems partidos y organizaciones se mostraban
satisfechos y orgullosos. Incluso hemos visto das despus circulares internas de algunas de las
organizaciones asistentes en donde se transmitan como propios los argumentos y los informes
dados por Negrin en la aludida reunin. Un caso tal de esclavizacin voluntaria no lo habamos
visto jams.

En cuanto a material blico, contbamos en aquellos momentos con diez aparatos de
bombardeo, carecamos de artillera, pues la que nos enviaban los rusos, en ms de cincuenta
calibres, era tan deficiente que a los pocos disparos las piezas quedaban inutilizadas. Fusilera
y mquinas ametralladoras se haban perdido en la batalla del Ebro en proporciones enormes
52
.
No volvi a ser interrogado, pues uno de los compradores del material, el gineclogo Otero,
hombre funesto para la Repblica, era el Subsecretario de la Comisin de Armamentos y
municiones y por sus manos haban pasado casi todas las operaciones de compra.

Al da siguiente de la reunin convocada por Negrin, se reuni el Frente popular para encontrar
el modo de apoyar eficazmente al Gobierno en relacin con la prxima ofensiva. Nos habamos
esforzado desde haca varios meses por plantear a fondo la cuestin de la direccin de la
guerra y de la descomposicin moral del ejrcito. Por fin logramos que los sordos voluntarios
del Frente popular, esa mistificacin de tipo moscovita en que nos vimos involucrados bien a
nuestro pesar, resolviese poner a la orden del da una proposicin nuestra. Copiamos el relato
hecho para servir de informacin interna a las organizaciones regionales de la F. A. I.
53
:

"Despus de despachar algunos asuntos de trmite se resolvi en cuanto a la incompatibilidad
declarada por el Frente popular de Guadalajara con el Partido comunista y con el Gobernador
de aquella provincia, Cazorla, que cada partido u organizacin recabase informes directos para
completar la informacin recibida y que no ofrece bastantes elementos de juicio para tomar una
decisin. Una vez en posesin de ms detalles se adoptarn acuerdos al respecto.

Relativamente a la poltica de abastos propuesta a estudio por la delegacin de la C. N. T., se
informa por secretara que el Director General de Abastecimientos no haba respondido an a la
nota que con ese motivo se le dirigiera y por consiguiente ese punto quedaba a la orden del da
para prximas sesiones.

Se entra, pues, a discutir la proposicin de la F. A. I. sobre la poltica militar y el problema de la
intervencin de los partidos y organizaciones en el ejrcito.

Informamos en el sentido que se resume a continuacin:


52
El coronel de artillera Jimnez de la Beraza, el alma de las industrias de guerra de Catalua, fue llamado una vez a
consulta por la Subsecretara de Armamento para investigar cul podra ser la causa del escaso rendimiento de la
artillera, que se inutilizaba a los pocos disparos. Se hablaba por unos de la calidad de las plvoras, por otros de
sabotage de los artilleros, etc. El coronel Jimnez de la Beraza sostuvo que la causa de las deficiencias sealadas se
deba al hecho que no haban sido fusilados los que compraban el material.
53
F. A. I. Comit Peninsular: Circular N 57 (confidencial), 19 de diciembre de 1938. Barcelona.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

159

Padecemos en las filas del ejrcito, como en muchos otros aspectos de la vida nacional, de la
fiebre excesiva de los nefitos de los partidos constituidos despus del 19 de julio de 1936.
Corresponde a la psicologa de todo nuevo adepto de una doctrina el abuso de su celo y el
agigantamiento de su sectarismo, con un desconocimiento y un desprecio olmpico de lo que no
pasa por el tamiz de su organizacin o partido.

A esa psicologa agresiva e intolerante del nefito se agrega, en estas circunstancias, la
composicin del origen ms dudoso de determinados partidos que no vacilaron en la recluta de
su gente, fiando muchos ms en el nmero que en la calidad.

Si examinsemos las listas de los adherentes a cada uno de los partidos y organizaciones aqu
representados, no seran pocas las sorpresas con que tropezaramos y no sera difcil que
llegsemos a la conclusin de que, bajo numerosos carnets de apariencia antifascista, operan a
sus anchas los representantes de Franco. Por su parte, la F. A. I. no tiene ningn inconveniente
en abrir de par en par las listas de sus afiliados y en agradecer de antemano a quien pudiese
sealarle la actuacin de algn individuo de origen sospechoso en su seno; aunque podemos
afirmar que la inmensa mayora de sus elementos, casi todos de origen autnticamente
proletario, eran militantes ya mucho antes del 19 de julio.

Otro de los fenmenos que ms nos han llamado la atencin en la poltica de guerra que se
sigue en el curso de los ltimos dos aos, es la cantidad considerable de militares profesionales
de primera categora en cuanto a capacidad tcnica y tambin en cuanto a convicciones
antifascistas que quedan relegados o son perseguidos.

Sus puestos suelen ser ocupados por personajes recin llegados sin saber de dnde y la
mayora de las veces sin antecedentes tcnicos que los acrediten para ello. Podemos afirmar
altamente que los militares de ms prestigio, los ms seguros para la Repblica, los de
formacin ms acabada, los que ms podran rendir en esta guerra, se encuentran
postergados, disponibles e incluso perseguidos, cuando no han sido asesinados
54
. Nos
referimos, sin necesidad de nombrar a nadie, a algunos casos de acuerdo a las armas de que
proceden.

Sabido es de todos que nuestra carencia de mandos superiores es considerable. Sin embargo,
nos encontramos con mandos de infantera y jefes de Estado Mayor disponibles y postergados
que son verdaderas notabilidades de nuestra milicia, desde los oficiales de ms baja categora
en el escalafn a los jefes ms altamente graduados. Si se quiere que mencionemos algn
nombre, no tendremos inconveniente en hacerlo para testimoniar la verdad de lo que decimos.

Por las calles de Barcelona ambula uno de los grandes maestros de la artillera espaola. Su
actuacin a partir del 19 de julio es inigualada y los mritos como tcnico y los antecedentes
antifascistas son ampliamente conocidos. Tiene en su haber dos cadenas perpetuas, una por su
actuacin contra la monarqua, otra por los sucesos de octubre de 1934. Este hombre se ha
ofrecido incluso para el mando de una batera como simple capitn, pues no se resigna a dejar
de prestar hasta el ltimo momento todo lo que puede en esta guerra. Su ofrecimiento generoso
ha sido rechazado.

Tenemos presente la figura de una de las glorias ms reputadas de la aviacin espaola. Sin su
intervencin quizs ni la misma Repblica hubiese sido una realidad, y eso que no contamos
su participacin en la lucha contra los rebeldes el 19 de julio. Este aviador, coronel, se ha
ofrecido igualmente hasta para el mando de una seccin de infantera como simple teniente y
se le ha respondido desde el Estado Mayor, que no haba vacantes en nuestro Ejrcito. Se trata

54
Jacinto Toryho: La independencia de Espaa, Barcelona, 1938, Captulo sobre "los militares republicanos sin
apoyo del gobierno"; pginas 144-49.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

160
de un hombre de larga historia militar y cvica y recorre decepcionado las calles de la capital
actual de la Repblica sin esperanza de poner sus conocimientos y su nombre al servicio de la
guerra. Sin embargo, se utiliza a toda clase de gente en el cuerpo de aviacin, sin pararse
demasiado a examinar de dnde proceden y quines son. Uno de los altos cargos de las
fuerzas del aire es ocupado por uno de los aviadores que ametrallaron a los obreros asturianos
en 1934, y tal ha sido su comportamiento entonces que obtuvo la medalla del mrito militar por
aquella hazaa del prefascismo.

Das pasados se pas al enemigo el capitn ayudante del ex subsecretario del aire Camacho,
con un aparato de la Repblica, y cuanto denuncia desde la radio de Teruel sobre la aviacin
republicana est muy lejos de poder ser desmentido. El contraste entre la figura gloriosa de la
aviacin a que nos hemos referido y hechos como la fuga del capitn Carrasco y otros que
ocurren todos los das, no pueden ser un factor de moralidad en las filas combatientes y en la
retaguardia de la Espaa leal. Recordamos, a propsito, que hemos puesto de manifiesto en
algunas ocasiones las sospechas que abrigbamos sobre la conducta de ciertos hombres, entre
ellos el capitn Carrasco, que se sum en Barcelona el 20 de julio al movimiento triunfante,
mientras el 19 haba rendido honores al general Goded, que llegaba de Mallorca para asumir la
jefatura de la rebelin.

Hechos de esta naturaleza, unidos a la poltica de ascensos que se pone en prctica, significan
un peligro enorme para la unidad del Ejrcito y para el xito de la guerra. No hay que olvidar
que el Ejrcito de la monarqua fue descompuesto y desmoralizado por los ascensos
extraordinarios; si ahora incurrimos nosotros en los mismos errores que la monarqua, no
podremos evitar los mismos seguros resultados. Queremos referirnos tambin a otros aspectos
demasiado reiterados para que puedan pasar desapercibidos: por ejemplo, los asesinatos de
elementos de determinados sectores, principalmente del sector libertario, en el frente. No
queremos acusar a ningn partido de esos crmenes.

Estamos convencidos de que han de ser repudiados por todos sin excepcin; pero se da la
coincidencia de que las vctimas son casi siempre soldados y oficiales de la C. N. T. y de la F.
A. I., y los asesinos suelen cubrirse con el carnet del Partido Comunista. Estamos convencidos
de que esa gente obra al dictado de los generales de la faccin y sirve a sus planes. Por eso
estimamos que el Frente popular debe tomar en consideracin estas denuncias y procurar que
esos hechos cesen de inmediato para evitar consecuencias que despus tendramos que
deplorar todos.

Narraremos un hecho solamente, el ms reciente de los que han llegado a nuestro
conocimiento. Pero hechos parecidos podramos documentarlos a centenares.

Un teniente que nos es personalmente conocido y que ha estado enrolado como voluntario
desde agosto de 1936, fue detenido en Barcelona. No nos interesa la causa. Despus de una
temporada en un cuartel de esta ciudad, donde un boxeador famoso ha sido encargado de los
interrogatorios, fue trasladado a Pons con un grupo de soldados. All se les comunic que eran
puestos en libertad y que seran reintegrados a sus unidades de origen. El teniente aludido
pertenece a la 153 brigada, los soldados a la 26 Divisin. Se les recomend el buen
comportamiento, la disciplina y la obediencia para no volver a incurrir en las faltas que haban
originado su detencin. Se les hizo subir a un camin, detrs del cual marchaba un coche
turismo de la escolta de un jefe comunista, antiguo guardia civil. Al llegar a cierto punto se les
dijo que por un sendero que se les mostraba encontraran las respectivas unidades. Apenas
haban vuelto la espalda oyeron una descarga cerrada de fusiles ametralladoras desde el coche
turismo que les haba seguido. El teniente tuvo sbitamente el presentimiento de que se les
asesinaba y se ech a tierra al sonar los primeros disparos. Cay a tiempo, porque
instantneamente rodaron encima de l dos de los acompaantes, y los dems, en nmero de
seis u ocho cayeron tambin a los pocos metros. Se apearon del coche los asesinos,
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

161
comprobaron que sus vctimas estaban muertas y no advirtieron que una de ellas, el teniente,
no haba sido herido siquiera. Una vez realizada la hazaa aleve volvieron a seguir su camino y
el que felizmente pudo contarnos la historia logr llegar a Barcelona a pie, desde Mollerusa,
donde tuvo lugar la ejecucin. Y en Barcelona se encuentra actualmente, sin nimo alguno de
volver al frente, donde hay que tener ms cuidado de los aliados del flanco que de los enemigos
del otro lado de las trincheras. Est a disposicin del Frente popular, por si ste quiere tomar el
caso concreto que sealamos como ndice de un estado endmico en las filas del ejrcito
republicano.

Nos ha dicho Negrn en la reciente entrevista a que nos ha convocado, que nuestros xitos se
deben ms a la fuerza moral que nos anima que a las armas y al material, de que carezcamos.
Nosotros pensamos de igual manera, y por eso sugerimos las condiciones necesarias para que
esa moral se mantenga y para que esa fuerza no se desmembre, dando origen a un
derrumbamiento excesivamente peligroso ante la ofensiva que se nos anuncia.

En todos los pases y en todas las guerras, cuando se suceden desastres militares, se opera
automticamente una remocin de mandos. Esto tiene un efecto psicolgico bien probado y
hace mover con esperanza a los combatientes, en la suposicin que los mandos nuevos han de
proceder mejor que los depuestos. Es precisamente en nuestra guerra cuando advertimos el
fenmeno opuesto. Cuantos ms desastres militares tiene en su haber un mando o un alto
cargo, ms ascensos y ms condecoraciones recibe. No queremos puntualizar aqu la calidad
de determinados altos cargos, pero s que su permanencia en los puestos que ocupan no
beneficia al buen fin de la guerra.

Y hemos de advertir que es precisamente nuestra organizacin, sin derecho de asilo ms all
de las fronteras, la que tiene el mximo inters en que esta guerra no termine con una
catstrofe. Nosotros sabemos que nuestro puesto est aqu, que de aqu no debemos
movernos, y por el nmero de nuestros militantes en las filas del ejrcito y en los lugares de
trabajo de la retaguardia, nos creemos con derecho a exigir que se tengan en cuenta las
condiciones bsicas en las cuales debemos fundar nuestra moral combativa.

En resumen: Propiciamos que se corten las alas rpidamente a los excesos de los nefitos de
los partidos, que muchas veces dan la impresin de obrar al dictado del enemigo con sus
abusos y sus procedimientos.

En segundo lugar, exigimos la utilizacin, segn su capacidad, de los militares injustamente
postergados, y el examen de la actuacin de los que ocupan altos cargos de responsabilidad
sin que tcnica y polticamente estn capacitados para ello.

Tambin exigimos el cese radical de los asesinatos que vienen sucedindose en el frente y una
remocin de altos mandos que lleve a los soldados la esperanza de que los nuevos jefes lo
harn mejor y con ms xito que los antiguos.

Resumimos diciendo que, sin esas condiciones y en las circunstancias en que se encuentra
nuestro Ejrcito, no auguramos nada bueno en la ofensiva que se nos anuncia y que parece ha
de ser la batalla final...

La delegacin de la C. N. T. tom la palabra para sostener que el Frente popular poda tener en
cuenta, para su transmisin al Gobierno, el asunto de los asesinatos, como asimismo la
utilizacin de los militares que pudiesen sealarse como carentes de empleo adecuado.
Respecto al nmero de stos podra ser tan elevado como expona la delegacin de la F. A. I. o
menos nutrido, pero la verdad es que hay militares postergados y que esa situacin no es
aconsejable si no hay causa mayor que la determine.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

162

Se refiere igualmente la delegacin de la C. N. T. a la poltica contraproducente de los
ascensos, que ha suscitado numerosos resquemores y disgustos. Pero no se puede hablar de
la responsabilidad del Gobierno en este caso, como tampoco en los asesinatos y en los
ascensos indebidos, y convendra sugerir la formacin de un organismo en que interviniesen
todas las fuerzas polticas y sindicales para que los ascensos fuesen siempre equitativos y no
inspirados en partidismos extremos.

La delegacin de Izquierda republicana insiste sobre todo en la verdad del proselitismo que se
hace en el Ejrcito por el Partido comunista y seala los peligros que entraa. Alude
directamente al caso del jefe del C. R. I. M. nmero 16, coronel Pedro Las Heras, republicano,
contra el cual se ha establecido una verdadera conspiracin para desalojarle de ese cargo.
Tambin hizo historia de la significacin del coronel Daz Sandino y de la postergacin de que
ha sido objeto un hombre de su historial poltico y militar. La delegacin socialista puntualiz su
criterio sobre atribuciones del Frente popular y recomend moderacin, haciendo pequeas
objeciones y aclaraciones.

Se entabl vivo debate en torno a nuestras consideraciones e informes, sobre todo con relacin
a las alusiones al general Hidalgo de Cisneros, militar que procede del cuerpo de Intendencia y
es ahora general del Ejrcito, lo que significa un salto inadmisible, pues no es siquiera sargento
de infantera. En los reglamentos tcticos, un simple sargento de infantera toma el mando de
una Gran Unidad cuando no quedan otros oficiales del Ejrcito, y en cambio no puede hacer lo
mismo un general de Intendencia.

La delegacin de la U. G. T. declara que esa central sindical no tiene conocimiento de que
ninguno de sus afiliados haya sido asesinado en el frente, y da a entender su duda sobre la
veracidad de nuestras denuncias.

Volvemos a insistir, en nombre de la F. A. I., sobre las arbitrariedades y los peligros de la
poltica de los ascensos. Relativamente a los asesinatos, no deseamos otra cosa sino que el
Frente popular quiera hacerse cargo del examen de los casos que podernos presentar para
averiguar si los ejecutores son simplemente fanticos de partido u obedecen rdenes
superiores o sugerencias directas del enemigo. Recordamos al Frente popular que la tolerancia
de las vctimas puede tocar un da a su fin
55
y entonces no recaer sobre nosotros ninguna
responsabilidad de lo que acontezca. Hace unos aos, con la ayuda de las autoridades civiles y
militares de Catalua, la Patronal hizo surgir los pistoleros de los llamados Sindicatos libres que
nos causaron bajas sensibles en Barcelona entre los militantes ms activos de nuestro
movimiento. Hasta que la paciencia lleg a su lmite y se resolvi, despus del asesinato de
Salvador Segu, hacer frente de una manera decisiva a los instrumentos gratos a Martnez
Anido y Arlegui. La batalla dur muy pocas semanas y termin desalojando a los asesinos a
sueldo de su efmero reinado en Barcelona.

Tardara ms o menos, pero el final habra sido el de la accin directa contra los rusos y sus
aliados, hasta su exterminio en Espaa o el aniquilamiento de los anarquistas. El ciego
gubernamentalismo de algunos elementos que se haban dejado captar por los oropeles de los
altos cargos, no poda tardar en ser desbordado por la gran masa de adeptos que se mantena
en disciplina ante las consignas de sus comits dirigentes slo a costa de un verdadero

55
En vista de la situacin, se haba comenzado a crear grupos afines de defensa en todas las unidades del Ejrcito en
el frente de Catalua y no tardara en manifestarse su accin ante la poltica monopolista y absorbente de los agentes
rusos. Aun sin contar con la unanimidad del movimiento libertario, una parte de cuyos comits superiores haca gala
del ms cerrado gubernamentalismo, alentbamos la formacin de esos ncleos clandestinos, para que la defensa de
nuestros soldados y oficiales ante el enemigo del flanco fuese una obra coordinada y no obedeciese a gestos de
irritacin, sin la preparacin debida, como ocurri en la 153 brigada, donde fue muerto el comisario staliniano
Rigabert, originando una represin masiva y espectacular.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

163
esfuerzo. Lo que ha ocurrido posteriormente en Madrid con la Junta de Defensa se habra
producido indefectiblemente en Catalua si la guerra hubiese durado algunos meses ms.

No quisiramos que la unidad antifascista se convirtiera en un campo de Agramante. Pero es
preciso que no se olvide que no estamos dispuestos a tolerar ms asesinatos, y en esto no nos
importa la filiacin de las vctimas. Nuestra actitud sera la misma si los que caen de esa
manera son republicanos, socialistas o compaeros nuestros.

Finalmente se acuerda que para la prxima reunin se hagan algunas precisiones, entre otras,
una declaracin contra el proselitismo exacerbado en el Ejrcito, firmada por todos los partidos
y organizaciones.

La delegacin de la C. N. T. hace resaltar que no considera que la discusin de estos
problemas signifique una invasin de la esfera gubernativa; que es misin de todos los partidos
y organizaciones fortalecer al gobierno y no se produce ninguna extralimitacin cuando se
sealan a ese Gobierno algunos asuntos que hayan podido pasarle desapercibidos.

La representacin comunista reconoce que puede haber algunos abusos entre los nefitos
demasiado celosos y que es preciso que el Frente popular se limite a prestar su apoyo al
Gobierno sin invadir su jurisdiccin. Lamenta que la delegacin de la F. A. I. se haya referido
tan poco amistosamente al caso de Hidalgo de Cisneros, y niega que el dominio del Ejrcito por
su Partido sea una cosa efectiva.

Tales son los puntos ms importantes tratados en la reunin... En lugar de tener presente la
gravedad de nuestras, denuncias, los partidos y organizaciones del llamado Frente popular
encontraron mas cmodo ponerse de acuerdo para que no trascendiera nuestra actitud y para
sabotearla, desviando siempre las discusiones del objetivo principal. De poco vala nuestra
desesperacin, nuestra insistencia en sealar la responsabilidad en que se incurra. Llegamos a
persuadirnos de que todos coincidan a sabiendas de lo que iba a pasar, pues no queremos
negar a los representantes con quienes chocbamos sistemticamente, el mnimo de
inteligencia necesaria para comprender el resultado de la poltica negrinista. Pero no hemos
logrado percibir el provecho que queran o crean sacar del desastre a que nos encaminbamos
ms velozmente de lo que hubiera sido deseable.

De conformidad con los acuerdos adoptados, hemos enviado al Frente popular nacional, en
nombre de la F. A. I., las siguientes precisiones:

En cumplimiento del acuerdo recado en la ltima reunin del Frente popular, resumimos a
continuacin algunos de nuestros puntos de vista a fin de cooperar ms estrechamente en la
labor del Gobierno, sealando las deficiencias que se advierten en la poltica de guerra:

1. Investigar por el Frente popular, proporcionando al gobierno el resultado de esa
investigacin, los excesos, abusos y coacciones del proselitismo para que, de acuerdo a las
disposiciones legales vigentes y a las rdenes circulares del Ministerio de Defensa nacional,
e incluso de acuerdo a los 13 puntos del Gobierno Negrn, el ejrcito sea purificado de todo
partidismo. Se dejar al criterio del gobierno la aplicacin de las sanciones que las
violencias partidistas y las coacciones de esa especie merezcan.

2. Investigar por el Frente popular casos concretos de asesinatos de soldados y oficiales del
Ejrcito popular y poner los resultados de la investigacin a disposicin de las autoridades
competentes.

3. Comunicar al Gobierno de la Repblica los nombres de algunos de los jefes y oficiales del
Ejrcito destacados desde hace muchos aos por su capacidad tcnica e irreprochables
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

164
desde el punto de vista de sus convicciones antifascistas, postergados o sin empleo alguno
o fuera del puesto que corresponde a su capacidad e historial.

Entre estos nombres, la F. A. I. menciona los siguientes (siguen los nombres de un general, de
10 coroneles, de 9 tenientes coroneles, de 7 comandantes, de algunos capitanes. Y
agregbamos a la lista estos comentarios):

Mencionamos slo aquellos que son en su especialidad legtimas autoridades en el Ejrcito y de
cuyos antecedentes no necesitamos hablar, por sobrado conocidos. Algunos de ellos ocupan
empleos secundarios y ajenos totalmente a su capacidad de rendimiento; otros no tienen
absolutamente ninguna labor a su cargo.

4. Ante la ofensiva que se anuncia y como medio para elevar la moral de los soldados y de la
retaguardia, procede sugerir al Gobierno los efectos saludables de una remocin de altos
cargos en el Ejrcito, por las razones siguientes:

a) Por haberse gastado en cerca de dos aos de desgracias militares y no suscitar la
necesaria confianza en los combatientes (caso del general Rojo).

b) Por su exacerbado partidismo, propio de todo nefito de una organizacin o partido (caso
del subsecretario del ejrcito de tierra, coronel Antonio P. Cordon).

c) Por sus antecedentes y por fenmenos recientes que suscitan la desconfianza (caso del ex
subsecretario del Aire, coronel Camacho, jefe del sector areo Centro-Sur, laureado por su
intervencin como aviador en octubre de 1934 contra los obreros asturianos, y cuyo capitn
ayudante acaba de pasarse al enemigo con planos e informes valiosos sobre nuestras
fuerzas de aviacin).

Mientras nuestras mejores aviadores y los ms fieles carecen de destino o se encuentran en
cargos muy inferiores a su jerarqua y a su capacidad, manda la aviacin del Norte una persona
que no es observador ni piloto, Reyes; es subsecretario de aviacin el coronel Nez Maza,
capitn al empezar el movimiento, y es jefe del Estado Mayor del aire el coronel de Intendencia
Luna, capitn al empezar el movimiento, y cuyo comportamiento en Asturias ha dejado mucho
que desear.

Tambin se encuentra, por ejemplo, un teniente coronel Quintana, con tres empleos. Es la
misma persona que das antes del movimiento hizo un viaje a Mallorca con el comandante
Fanjul, hermano del general fusilado con Goded, entrevistndose all con ste. Otra persona
con tres empleos es el jefe de la regin de Madrid, que rindi honores a Goded el 19 de julio en
la Aeronutica naval de Barcelona, lo mismo que el capitn Carrasco.

No mencionamos la gran cantidad de militares que no ascendieron desde que estall el
movimiento, ni siquiera por va del ascenso correspondiente a su lealtad al rgimen.

Sin una remocin de altos mandos y cargos, nuestra fuerza principal, la fuerza moral, no puede
constituir el valladar que todos deseamos contra las fuerzas de la invacin.

No pretendemos que el Frente popular se convierta en rgano ejecutivo, pero s queremos que
contribuya a esclarecer ante el gobierno situaciones que pueden llevarnos a realidades ms
duras y definitivas...Tal era el tono del lenguaje de la F. A. I., en el Frente popular, el nexo
poltico en que deca apoyarse el Gobierno.

Como primera respuesta, la prensa se dedic a exaltar la figura de aquellos a quienes
sealbamos en nuestras precisiones como merecedores por los menos de destitucin de su
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

165
empleo. Y tras cortinas los lacayos del doctor Negrn se han frotado las manos por el triunfo que
haba logrado su oposicin a nuestros puntos de vista. Nos han vencido porque, en nombre del
propio movimiento, se haca causa comn con nuestros enemigos de al lado, no menos
nefastos que los enemigos de la otra parte de las barricadas; pero la sofocacin de nuestras
reivindicaciones en la red de complicidades en que se sostena el Gobierno, no quera decir que
la razn no nos asistiese en todo.

Reproducimos esos documentos, y otros muchos que ni siquiera mencionamos podra ser
tambin reproducidos si hiciesen falta, para que cada cual cargue con la parte de
responsabilidad que le toque en la prdida vergonzosa de la guerra.

Propusimos tambin el nombramiento de un general en jefe de los Ejrcitos de la Repblica,
pues era la primera guerra en que se actuaba desde haca dos aos y medio sin un jefe
responsables. Aportamos testimonios de todas las guerras; llevamos como prueba los
Reglamentos tcticos para el empleo de Grandes Unidades, etc., para que toda duda sobre la
necesidad de dar cumplimiento a nuestra peticin fuese disipada. Se nos respondi con la
aprobacin de todos, que nosotros hacamos la guerra de otra manera, que las cosas estaban
bien como estaban y que as llegaramos a la victoria.

Si Franco hubiese querido debilitar nuestras fuerzas, desmembrarlas, desmoralizarlas, preparar
el terreno para su victoria, no habra podido encontrar mejores instrumentos que los rganos
dirigentes de los partidos y organizaciones de la Espaa republicana. Esos organismos hicieron
posible el sostenimiento de un gobierno profundamente antipopular y antiespaol como el de
Negrn. A cada cual lo suyo! Los vencedores de la guerra debieran premiar a todos sus
servidores, dentro o fuera de las filas llamadas nacionalistas. La guerra dur tanto tiempo
porque no fue posible vencer antes al pueblo, debilitarlo y desmoralizarlo por parte de hombres
como Prieto y Negrn y sus satlites numerosos.

Decepcionados, amargados, concluamos por milsima vez en la esterilidad del Frente popular
para otra cosa que no fuese aplaudir al Gobierno y aplastar la voz de la crtica de los
descontentos.

Mientras nosotros mantenamos nuestro criterio, algunos de los ilustres representantes de los
partidos y organizaciones de la Espaa republicana, pronunciaban en voz baja la palabra
derrotismo. Derrotistas nosotros porque queramos suprimir las condiciones evidentes de la
prxima derrota? Pero si no utilizbamos el Frente popular adnde acudir con nuestro
descontento, con nuestra verdad, si la prensa estaba sometida a la censura comunista, y el
muro de las restricciones a toda libertad de expresin y de crtica era infranqueable? Volver a
los peridicos clandestinos? Retirarnos a nuestra vida conspirativa de siempre? Era ya la
nica salida que nos quedaba.

En la historia de Espaa no se conoce una servilidad ante la tirana como la puesta en
evidencia ante el Gobierno Negrn. Algunos plidos antecedentes podran encontrarse, en la
historia, en la poca de Fernando VII, pero se trata de un fenmeno distinto. Como caso de
corrupcin y de servidumbre voluntaria, difcilmente encontraremos otro ejemplo en muchos
siglos.

Las noticias del frente confirmaban cada da nuestros temores y presunciones. La
desmoralizacin del Ejrcito era completa. Las nicas unidades donde se mantena la disciplina
y la voluntad de resistencia, por motivos ajenos a la propaganda gubernamental, o
precisamente porque en ellas la propaganda y la accin corrosiva del Gobierno no podan
operar, eran aquellas donde nuestro predominio era ms o menos completo.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

166
Nuestra inseguridad sobre la situacin militar era compartida por los que no haban querido
dejarse sobornar por los amos de la hora, agentes de los turbios planes de Stalin. Nos
agitbamos para que se buscasen salidas honrosas, si es que no se queran aceptar las que
nosotros propicibamos, de cambio de Gobierno y de honda remocin de los mandos militares y
de los altos cargos en el Ejrcito y en la administracin. Intil esfuerzo!

En compensacin por cuanto hacamos para preservar a Espaa del fin trgico y vergonzoso a
que se avanzaba velozmente los agentes de Mosc tomaron la medida heroica de desterrar al
general Asensio a Wshington, ordenaron detenciones que no podan llevarse a cabo sin
producir serios disgustos, se decretaron algunos asesinatos que no se cumplieron por la
rapidez, del derrumbe del tinglado militar y policial staliniano, y porque no habra sido tampoco
empresa de gran felicidad y sobre todo porque habran tenido una repercusin de
consecuencias imprevistas. El asesino de Andrs Nin y los efectos morales que ese crimen ha
tenido, ha salvado muchas vidas.

Cerrado el Frente popular a todo lo que fuese la ms mnima objecin al Gobierno Negrn,
cerrados tambin los otros caminos de la publicidad, resolvimos dirigir un memorial al
Presidente de la Repblica, Manuel Azaa. No podamos apelar al Parlamento, entregado, lo
mismo que los partidos y organizaciones, a la poltica de Mosc; no podamos utilizar a ningn
representante del Gobierno para expresar nuestra disconformidad, porque no lo tenamos; no
podamos utilizar la prensa, la propaganda para hablar al pueblo y decirle la verdad de lo que
pasaba en la guerra y en el mundo. Que supiera, por lo menos, el Presidente de la Repblica,
que nosotros no formbamos en el coro de la adulacin y del servilismo, que rehuamos toda
responsabilidad ante la derrota inminente.

Con Garca Birlan y Federica Montseny visitamos a Azaa a comienzos de diciembre. Era la
primera vez que acudamos a exponer, en nombre de la F. A. I., nuestro criterio poltico al jefe
del Estado. Nos habamos decidido a romper una tradicin de abstencin total en vista del
grave momento que atravesaba Espaa.

Pedamos a Azaa, en resumen, lo siguiente:

En el orden poltico general: Formacin de un Gobierno de significacin espaola, que no
llevase de hecho y de derecho, como el actual, el sambenito de su dependencia de Rusia,
compuesto por hombres libres de responsabilidad en la gestin desastrosa e irresponsable que
caracteriza al presente Gobierno.

Una poltica clara, de solvencia financiera, que levante la confianza y la moral de la retaguardia
y del frente, en contraposicin a la poltica clandestina y unipersonal que hoy impera.

En el orden militar: Nombramiento de un general en jefe de los Ejrcitos de la Repblica.

Utilizacin de los militares postergados, perseguidos, por no someterse a la dictadura del
Partido comunista, y depuracin de los mandos.

Remocin de altos cargos en el Ejrcito, la aviacin y la flota, a causa del desprestigio en que
han cado despus de dos aos consecutivos de derrota y de desconcierto.

Supresin de toda poltica de partido en el ejrcito.

Integracin de las fuerzas monstruosas de orden pblico, comprendidas en las quintas
movilizadas, en los cuadros del Ejrcito regular.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

167

Saneamiento de la administracin de las industrias de guerra, para permitir un mayor
rendimiento. Poltica internacional: independencia de la actuacin de nuestra poltica exterior de
manera que no aparezca la Espaa republicana como simple apndice de la diplomacia
sovitica.

No es todo, pero eso era lo esencial de nuestras reivindicaciones. Sin cumplirlas, declinbamos
por nuestra parte toda responsabilidad en el hundimiento inevitable.

El Presidente de la Repblica, comunicativo ese da como pocas veces, expuso ampliamente su
criterio coincidente, y los esfuerzos que haba hecho para llevar las cosas por el curso que
nosotros propicibamos
56
. Nos record lo que nosotros sabamos tambin, que
constitucionalmente no tena ms remedio que someterse al Parlamento o a los partidos y
organizaciones integrantes del Gobierno. Las Cortes haban manifestado reiteradas veces su
adhesin unnime a Negrn y a su poltica, y del Frente popular, la nica voz de excepcin
ramos nosotros, pues los dems partidos y organizaciones, cuando los haba llamado para
tener un apoyo en ellos, manifestaban su conformidad completa con el Presidente de Ministros.
Qu hacer?

La verdad legal era sa. La responsabilidad eventual de Azaa en la conservacin del Gobierno
Negrn tiene que ser compartida por los hombres que se atribuyeron en el Parlamento o en el
Frente popular la representacin de la opinin y de la voluntad del pueblo espaol. Sin
embargo, Espaa entera estaba, hasta ms all de todo lmite tolerable, cansada y asqueada
del Gobierno Negrn y de su equipo militar, financiero, policial comunista y comunizante. Pero
los nicos que se atrevan a exponer, en nombre de una organizacin, ese sentimiento popular
autntico, ramos nosotros. Pobre estructura democrtica, intil mecanismo de accin que no
puede eludir los mtodos de las dictaduras!

Un gesto de Azaa habra tenido inmensa repercusin, incluso en ese momento final, cuando
se iba a iniciar la ofensiva enemiga que el gobierno irresponsable aseguraba poder contener.

Hemos advertido a Azaa que por nuestro conocimiento del frente, de la situacin de las tropas,
del descontento entre los oficiales, del desorden y de la ineptitud reinantes, de la moral popular
en la retaguardia, nos considerbamos obligados a declarar que la ofensiva no sera contenida
y que la guerra estaba virtualmente liquidada, sin un cambio inmediato de Gobierno, de
procedimientos, de objetivos.

Si nuestras peticiones eran realizadas, todava tenamos recursos y reservas, ms que ninguna
otra fuerza poltica sindical, para pesar seriamente en los acontecimientos, pero slo en esa
forma, con otro gobierno, con otros procedimientos polticos, con otros objetivos de guerra.

Negrn tuvo conocimiento, horas ms tarde, de nuestra entrevista con Azaa, de nuestras
reivindicaciones. Pero no ha debido inmutarse, porque nuestra independencia, nuestro sentido

56
"Hace ya muchos meses que un Ministro, el de Estado, que no ser precisamente un Talleyrand en el talento
poltico, pero que por lo menos se le parece en el amor casi morboso a la exhibicin poltica, anunci que se poda
perder toda Espaa, pero que ellos, Negrn y su equipo de geniales estadistas, continuaran gobernando desde
Francia. Y ahora quieren cumplir el vaticinio. Slo esa fascinacin hipntica, casi patolgica, del poder, explica que,
en un momento dado del ao 1938 en que Azaa pens acaso cambiar de poltica y, por tanto, de Gobierno, Negrn,
con esos desplantes de nio grande, en el fondo dbil y sin carcter, pero que por un esfuerzo de simulacin quiere
aparecer como hombre truculento y terrible le dijera a boca de jarro: "Usted a m no me destituye, y si lo intenta,
resistir, ponindome al frente de un movimiento de masas y del ejrcito, que estn conmigo". A Vd. mismo, seor
Martnez Barrio, le he odo esta lamentable ancdota, como escuchada por Vd. de labios del propio Azaa que, por lo
visto, toler el ex abrupto, verdadero golpe de Estado, sin hacer detener en el acto al insolente ni tampoco dimitir
entonces, que fu el momento oportuno". (Luis Araquistain, carta a Martnez Barrio, presidente de las Cortes, 4 de
abril de 1939, Pars).
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

168
de dignidad, nuestra resistencia a la corrupcin, eran contrarrestadas ampliamente por la actitud
de todos los dems partidos y organizaciones, uncidos a su carro victorioso. Tenamos la
seguridad de ser los nicos que aun podramos galvanizar la voluntad de las masas
trabajadoras y campesinas, tanto por la cantidad como por la calidad de nuestros militantes, y
por saberse que no habamos sido contaminados por la poltica negrinista.

Adems, porque siempre se nos haba visto predicar con el ejemplo, y se daba el caso
peregrino de que casi todos los predicadores de la resistencia hasta la victoria eran gentes
comprendidas en las quintas movilizadas, exentos de sus derechos militares a cambio de su
adhesin incondicional al doctor Negrn, gentes adems que se haban gastado ante las masas
por sus desaciertos, por sus errores reiterados, por su infantilismo, si es que hay que atribuir a
infantilismo y no a traicin verdadera y propia el mvil de su conducta.

De nuestras proposiciones fundamentales, de aquellos puntos que considerbamos ineludibles
para contener la ofensiva enemiga, ninguno fue puesto en prctica. El gobierno se mantena
inconmovible. Era lo nico inconmovible en la Espaa republicana, donde la Repblica misma
se hunda a ojos vistas.

Se lleg a una apariencia de entente con los Gobiernos autnomos de Catalua y de Euzkadi,
segn las notas de la prensa, despus de sendos banquetes entre los personajes
representativos de esas tendencias. Para satisfacer a los unos, se cre el Comisariado de
cultos, se oficiaron misas, se hicieron entierros religiosos. Volvi a la Subsecretara de Estado,
para contentar a los otros, Quero Morales, dimitido en ocasin de la ltima crisis. El acuerdo,
por arriba, por la cima, pareca, pues, completo. El Gobierno Negrn era un Gobierno fuerte,
sostenido por la opinin oficial de los partidos, de las organizaciones sindicales, de los
Gobiernos autnomos. En ese concierto faltaba nuestra pobre voz, que representaba algo ms
que una organizacin de lucha y de ideas, representaba a Espaa, a la Espaa del trabajo y de
la guerra, a la Espaa popular, de la que nadie se acordaba.

Pero habamos de cruzarnos de brazos, encerrarnos en una torre de marfil, quedar pasivos
ante tanta infamia y ante semejante tragedia? Volvimos nuevamente a la carga, a proponer al
Gobierno, el 7 de diciembre, una intervencin nuestra, en tanto que combatientes
independientes del mecanismo militar creado y al que no reconocamos las virtudes que
ensalzaban en vano los periodistas y los polticos de la solidaridad gubernamental.
Decamos al Gobierno, entre otras cosas:

Consideramos que es preciso, vista la inferioridad de material blico con que nos encontramos,
ahorrar el material humano de que aun disponemos, incomparable como masa combatiente,
pero agotable, y buscar la manera de enfrentar el hombre con el hombre...

Despus de la batalla del Ebro, cuyas consecuencias no se nos escapan, y en vista de la
situacin internacional, estimamos que una de las formas ms eficaces de la ofensiva contra la
invasin consiste en la accin coordinada, sostenida por todos los medios, en la zona llama
rebelde, es decir, en la guerra a la espaola ...

La F. A. I. no ha escatimado ni escatimar ningn esfuerzo en la direccin de la guerra al
fascismo nacional e internacional. A ella se debe en buena parte la existencia misma de esta
guerra, por su participacin defensiva en el aplastamiento de la rebelin en Catalua, y a ella se
debe la primera resistencia organizada que se hizo en la Espaa leal, sin armas ni recursos
financieros...

Por nuestro conocimiento del pas, por la permanencia de muchos de nuestros compaeros en
resistencia activa o en resistencia pasiva en la Espaa rebelde, nos consideramos en
condiciones insuperables para organizar en la retaguardia enemiga un frente de lucha de
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

169
incalculables consecuencias como factor de descomposicin de la otra zona y de rebelin activa
contra la invasin. Tenemos la plena seguridad de que en ese aspecto somos la nica fuerza de
accin eficaz...

Luego detallbamos el plan de accin en la retaguardia enemigo, donde habramos infiltrado
algunos millares de nuestros hombres probados, solicitando para ello el visto bueno y el apoyo
material del gobierno.

El Jefe del Estado Mayor central, general Rojo, inform favorablemente desde el punto de vista
de la eficacia militar, pero Negrn nos hizo comunicar por su servidor Zugazagoitia que todo lo
que nosotros proponamos se estaba haciendo ya, por iniciativa del Gobierno, y que le
participsemos, con anticipacin, nuestros pasos en ese sentido.

Sabamos que era mentira lo que se nos deca, sabamos cmo se cargaba y dnde era
quemada la propaganda oficial para la zona de Franco, sabamos que se haban creado
algunos servicios que no haban logrado otra cosa que situar a sus hombres en buenos hoteles
franceses e informar desde all de lo que deca la prensa.

Nosotros mantenamos relaciones con la zona franquista, no como los vascos, en complicidad
con las autoridades enemigas, sino corriendo todos los riesgos, atravesando las dobles lneas
republicanas y nacionalistas. Nuestros agentes entraban en Zaragoza, en Pamplona, en todas
partes. Lo que queramos era hacer esa infiltracin en mayor escala, con mayores recursos, con
un criterio ms amplio, buscando contactos probables y actuando en pequeos ncleos de
guerrilleros.

Con algunos altos jefes militares y con algunas personalidades polticas en oposicin, junto con
nosotros, al Gobierno Negrn habamos considerado el alcance de esa accin en la retaguardia
nacionalista, que habra podido quizs convertirse en una accin independiente, contra la
invasin italiana y alemana, pero tambin contra la invasin rusa, bajo la bandera que nosotros
enarbolbamos: Espaa para los espaoles!

Propiamente nuestra pretensin, hemos de confesarlo, no consista en ayudar al triunfo de un
rgimen que no mereca nuestra defensa y que haba terminado en una bacanal de pcaros
afortunados, sino en situar en un terreno de accin independiente a nuestros hombres, contra
los unos y contra los otros, al lado del pueblo espaol y en defensa de sus intereses y de sus
destinos.

En lugar de aceptar nuestras sugerencias, se resuelve convocar dos nuevas quintas. Nos
opusimos a ello, otra vez solos. Hicimos observar que con las quintas movilizadas, si se
aprovechaba su personal debidamente, sobraba gente para el reducido frente que nos
quedaba. Sealamos que en el arma de aviacin, con diez aparatos de bombardeo, y unos
cincuenta o sesenta aparatos de caza, haba 60.000 hombres. Y de su calidad se tiene una
muestra elocuente en el hecho que sigue: habiendo pedido de entre sus siete mil jefes y
oficiales voluntarios para el Ejrcito de tierra, se presentaron solamente un teniente, un capitn
y un coronel. En el cuerpo de carabineros, en el de asalto y en otros servicios intiles de
retaguardia se cobijaba un porcentaje enorme de movilizados. Que se utilice todo ese aparato
nocivo para la guerra en su forma actual y luego se podrn llamar las quintas que sean
precisas.

Calculbamos que se podran extraer de esas fuerzas de orden pblico y fiscal, sin debilitar los
servicios necesarios, ms de cien mil hombres. Predicbamos en desierto!

En nuestro completo aislamiento, tenamos la impresin de estar rodeados de enemigos, no de
aliados.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

170
Aquellos dirigentes de partidos y organizaciones en absoluto acuerdo siempre, y sobre todo
cuando se trataba de hacer frente a nuestras observaciones crticas, trabajaban
mancomunados por la derrota? Eran sinceros en su actitud supina ante el gobierno? O se
trataba simplemente de idiocia personal o de deformacin psicolgica y moral a causa del cargo
que desempeaban? ramos nosotros los equivocados? Era posible que nosotros y algunos
militares y polticos aislados, fusemos la nica excepcin? El criterio universal es uno de los
criterios de veracidad, dicen los filsofos catlicos.

Cuanto ms abatidos estbamos en una lucha sin esperanzas contra la banda de los agentes
rusos, comenzaron a llegarnos del frente testimonios de adhesin. No eran numerosos, pero
eran significativos y nos alentaban a continuar en el camino marcado como nico camino de
resistencia y de dignidad. Pero el mecanismo de direccin de los partidos y organizaciones se
tapon los odos y se vend los ojos a toda modificacin. Un golpe de Estado? Se llegara a l,
forzosamente, si duraba la guerra, por la obra de los ncleos clandestinos que habamos
comenzado a organizar en todas las unidades, y por el descontento creciente de algunos
mandos no atacados por el moscovitismo. Pero por el momento los puestos de mando
principales los tenan los incondicionales de Stalin, o figuras dciles y flojas, y las unidades
nuestras, orgnicamente adscritas a una Gran Unidad, tcticamente dependan la mayor parte
del tiempo de formaciones comunistas.

Se inicia la ofensiva enemiga el 23 de diciembre, tanteando todas las posiciones del frente. El
ataque fue rudo. Se vi cul era el sector de la resistencia y cul el que cedera. Donde las
fuerzas eran de predominio libertario, por ejemplo en la zona del Norte, la combatividad fue
admirable y las posibilidades de avance enemigo se redujeron a muy poca cosa. La ofensiva
franquista sera quebrantada y contenida all. La antigua columna Durruti, uno de cuyos flancos
era cubierto por carabineros que cedieron en las primeras jornadas, tuvo cinco mil bajas, pero
mantuvo sus posiciones y su honor. En cambio, cedi el frente en toda la lnea que ocupaba el
famoso ejrcito rojo del Ebro, de absoluto predominio comunista en los mandos, bajo las
rdenes del llamado coronel Modesto y del teniente coronel Lister. Por ese sector se inici el
avance. La gran esperanza de la dictadura staliniana en Espaa, la Agrupacin de Ejrcitos del
Ebro, no hizo ms que retroceder a marchas forzadas hacia la frontera francesa, lo que oblig al
repliegue del sector del Norte.

El Gobierno y los dirigentes de la guerra vieron que haban fallado todos sus clculos. O qu
todos sus clculos se cumplan al pie de la letra?

Se propuso la creacin de batallones voluntarios de ametralladoras para contener de una forma
desesperada al enemigo, y se pidi nuestro concurso. Con la moral reinante? Con el ejrcito
regular en fuga? Entregar nuestros hombres a un gobierno inepto, si no francamente traidor?
Volvemos a poner en claro nuestro criterio: no tenemos confianza en el gobierno, no tenemos
ninguna fe en los mandos superiores del ejrcito, siguen siendo asesinados nuestros
compaeros. Si se nos ofrecen las debidas garantas, el nombramiento de los mandos por
nosotros mismos, la utilizacin de esas fuerzas bajo nuestro control directo, daremos batallones
voluntarios. Sin esas garantas, no, y no habr voluntariado.

Un clamor de indignacin bien estudiado de todos los partidos y organizaciones fue la respuesta
a nuestra actitud. Pedir garantas al gobierno? Lo que haba que hacer era obedecer y callar.

Pero por no obedecer y callar habamos salido a la calle el 19 de julio de 1936. Y ramos los
mismos de ayer.

Se ensaya el voluntariado sin nuestro concurso, y fracasa, como habamos previsto. En vista de
ello se movilizan diez quintas ms, en medio de un desconcierto enorme. Las quintas no
responden ms que en una proporcin insignificante, a pesar del terror empleado.
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

171
Nos decidimos entonces a crear batallones voluntarios por nuestra cuenta, en tanto que
Federacin Anarquista Ibrica. Ya veramos luego en qu medida actuaran en acuerdo con el
gobierno o contra el gobierno. Estbamos decididos a no admitir ms que mandos propios y a
no acudir con los ojos cerrados a donde se nos quisiera llevar. Lo que queramos era disponer
de una fuerza organizada propia, responsable, por eventualidades que pudieran presentarse.
Incluso en esa ltima hora nos hemos visto trabados por una parte de los propios amigos que,
en nombre de la C. N. T., seguan ciegamente las indicaciones del gobierno y se consagraban a
enviar carne humana al matadero, mientras por nuestra parte estimbamos que haba que
salvar el mayor nmero de camaradas y que el gobierno era un obstculo para la guerra y deba
ser eliminado y desobedecido.

Propusimos, en reunin conjunta con la C. N. T. y las Juventudes Libertaras, la constitucin de
una Junta de Defensa, pero la iniciativa fue rechazada. Con Negrin hasta la victoria!

Slo una verdadera decisin popular poda salvar ya la situacin. Se tuvo miedo al pueblo, ms
miedo que a Franco, y la tragedia final se present ya inevitable.

El avance enemigo fue cada da ms brillante. Ninguna fuerza se opona a su marcha. Cay el
5 de enero Borjas Blancas, el 14 Valls, el 15 Reus y Tarragon...

Cuando el cuartel general de Sarabia se traslad a Matadepera, al norte de Tarrasa, a
mediados de enero, se nos revel un aspecto que habamos presentido, pero que no nos
habamos atrevido a expresar. El gobierno abandonaba la lucha, porque abandonaba la zona
industrial de Catalua, abandonaba Barcelona. La guerra se haba dado por perdida.

Habamos renunciado ya a todo dilogo con los palafreneros y usufructuarios del gobierno
Negrin. Nos habamos negado a concurrir al Frente popular. Pero en reuniones privadas y de la
F. A. I. expusimos la situacin militar. Barcelona era abandonaba por el Gobierno... de la
victoria. Dimos las razones. Algunos amigos, inclinados todava a esperar milagros de la
taumaturgia misteriosa del hombre de la resistencia y a informarse de la verdad en los partes
oficiales, fueron a interrogar a los organismos representativos de las organizaciones
gubernamentales. Se les calm con buenas palabras. Abandonar Barcelona? Qu disparate!
Nosotros veamos visiones, ramos derrotistas, se nos tendra que fusilar. Lo mismo que
siempre. La resistencia era posible, el momento era grave, pero no desesperado. Y vuelta a la
noria. Artculos inflados en la prensa, discursos vacos por radio, proclamas, declaraciones,
mentiras que ni siquiera eran piadosas. Burocracia solamente.

Cae Manresa el 24 de enero. Al llegar el enemigo a Tarrasa hay el peligro de un corte por
Granollers a Matar, dejando a Barcelona encerrada. El famoso Gobierno de la victoria y su
equipo de decenas de millanes de funcionarios advenedizos, huye el 25 en direccin a la
frontera. El bravo Gonzlez Pea, heroico, se sita a cuatro kilmetros de Francia.

La F. A. I. convoca a una reunin a medianoche del 25 de enero. En Barcelona no quedbamos
ms que nosotros y los que, llevados aun por las seguridades del Gobierno haca unas horas,
no saban que las bandas negrinistas haban hudo ya de la ciudad.

Informamos de la gravedad del momento y de las posibilidades.

El enemigo ha pasado las costas de Garraf y se encuentra en Casteldefels. Puede entrar en
Barcelona, si as lo estima conveniente, a la madrugada. Ningn obstculo le cerrar el paso.

Tambin avanza por la carretera de Martorell y estar en breve en la falda del Tibidabo, sin
contar el peligro del cierre de la salida hacia el Norte por el corte de Granollers a Matar.

Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

172
Medios para la resistencia? Como habamos dicho muy a menudo, el ejrcito creado en la
"Gaceta" no exista en la realidad. Las fuerzas de orden pblico estaban minadas por el pnico,
unas, y por la propaganda enemiga, otras. Las que se sentan complicadas de alguna manera,
haban salido tambin de la ciudad. Habamos de contar solamente con las propias fuerzas y
las que pudiramos improvisar al calor de la lucha que no podra tardar en iniciarse en la
entrada misma de las calles de Barcelona, si nos disponamos a resistir.

Carecamos de artillera, y la municin haba sido transportada hacia el Norte de la regin desde
haca ms de una decena de das. La defensa de una ciudad es asunto militarmente bastante
simple y seguro, supuestas estas condiciones: la evacuacin de la poblacin civil intil, mujeres,
ancianos y nios; la existencia de vveres para el asedio, y la abundancia de municiones.

Con un milln y medio de personas en la ciudad, sin vveres para ms de quince das, sin
artillera, con escasas armas y municiones, vala la pena ofrecer ms sacrificios? Deba la F.
A. I. asumir la responsabilidad de prolongar por su cuenta una resistencia que no podra decidir
ya la guerra a nuestro favor y en cambio sera interpretada y usufructuada en el extranjero por
los traidores del gobierno como un inesperado caudal poltico?

No, en las condiciones en que nos haban abandonado, no debamos contribuir a que se
produjese una sola vctima ms de la guerra. Podamos destruir fbricas, incendiar media
ciudad. Para qu? Nos negamos a una venganza de impotencia, cuyas consecuencias
habran sido un empeoramiento de la situacin de los que quedaban.

Nuestras noticias, aunque nada nuevo se esperaba ya, produjeron consternacin. Pareca
increble que la perspectiva que habamos venido anunciando como irreparable desde haca
dos aos si no se produca un viraje a fondo en la poltica nacional e internacional, fuese ahora
una realidad palpable.

En un ltimo resto de esperanza, salieron emisarios en diversas direcciones a comprobar
algunos de nuestros informes, sobre todo lo concerniente a la proximidad de las tropas de
Franco. Todo era exacto! Los dirigentes de los partidos y organizaciones, que hasta haca
pocas horas haban estado proclamando las consignas de la resistencia hasta la victoria,
resistieron toda la noche sin dormir, pero en direccin apresurada hacia Gerona como primer
punto de descanso...

A medianoche nos telefonea el general Asensio. La guerra estaba perdida, pero el fin no ha
podido ser ms vergonzoso. Qu pensbamos hacer nosotros? Poda contar con nuestra
ayuda para ofrecer, con el propio sacrificio, un ejemplo y salvar el honor de Barcelona? Si poda
contar con nosotros, pedira al gobierno fugitivo el mando de la ciudad.

Vacilamos. La resistencia era intil. Habramos durado lo que durasen la escasa municin y los
vveres ms escasos aun que nos haban dejado los hroes de la resistencia hasta la victoria. Y
despus, nada. El factor humano no nos habra faltado y se renovara una oleada de
combatividad y de herosmo en el momento en que se supiera por las masas populares que la
F. A. I. se haca cargo de la defensa de Barcelona, pero haba que hacerlo, naturalmente, en
rebelin contra el gobierno en fuga. Nos importaba poco ya vivir o morir. Era un estado de
nimo un poco generalizado. Si antes se vea acudir la gente a los refugios, ahora se
contemplaba con indiferencia la llegada de la aviacin italiana y cada cual segua su ruta en
medio de la alarma y del estruendo de las bombas. Para nosotros haba terminado con una
derrota que no merecamos, el principal resorte de nuestra voluntad de vivir.

Si, general Asensio, puede contar con nosotros.

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Si obtena el mando de la plaza y se recuperaba algn material de guerra, pero sobre todo una
parte de la municin que se haba transportado hacia el Norte, nos quedbamos. La respuesta
nos la traera personalmente, a la madrugada del 26 de enero si era positiva. Si era negativa,
tambin l se marchaba.

En la jornada del 26 la aviacin no daba un minuto de descanso; no se saba cuando sonaba la
alarma y cuando era levantada. La D. E. C. A. se haba retirado. Toda vida y todo trfico haban
quedado muertos en Barcelona. Los que se movan, lo hacan en busca de vehculos para
seguir la ruta del gobierno valeroso. De Asensio ninguna noticia. Se le haba rehusado el
mando de la ciudad, aun despus de abandonada!

Podamos tomar nosotros el mando, naturalmente, nadie nos lo habra impedido, y menos el
teniente coronel Carlos Romero, que ejerca nominalmente de comandante militar, sin ms
fuerzas que algn batalln incompleto. En la noche del 24 al 25 se haban marchado casi todos
los elementos responsables. Quedaba un pueblo, en parte contento por ver terminada la guerra,
en parte aterrorizado por la verdad de una situacin que haba ignorado hasta ese instante. En
esos momentos supremos, las horas, los minutos, son definitivos. Todava el 25 de enero se
poda haber organizado la defensa de la ciudad. El 26 se habra estrellado en la indiferencia
toda tentativa, incluso la nuestra. El enemigo no entr ese da en Barcelona, porque ha debido
considerar preferible la evacuacin.

Calculamos que nos quedaba tiempo para recorrer los pueblos prximos, en los que nadie
haba pensado, y donde excelentes compaeros podan quedar de improviso cercados. Eso
hicimos. Unas horas despus de atravesar Granollers, semidestrudo por la aviacin talo-
alemana, llegaban las tropas de Franco y al mismo tiempo entraban en Barcelona sin disparar
un solo tiro.

Tal fue el premio de la poltica rusa en Espaa.

Mientras ocupaban Barcelona los ejrcitos de Franco, el alegre presidente del gobierno de la
victoria, declaraba a la prensa extranjera: "La Repblica dispone ahora de combatientes
organizados en una forma perfecta, de material de guerra en abundancia... Puedo asegurar
hoy, categricamente, que salvaremos la situacin".

Y el cinismo negriniano era coreado por ese pobre ministro de Estado, Alvarez del Vayo,
amanuense de Litvinoff, que haca publicar en la prensa extranjera estas palabras, el 28 de
enero: "El gobierno est absolutamente decidido a continuar la lucha".

Numantinos con aviones!

Hablar de incidentes, de crmenes, de nuevas tentativas de chantaje, mientras todo un pueblo
a pie por las carreteras, en coches o camiones, en carros, en barcas, se encaminaba presa del
pnico hacia la frontera francesa, dando un espectculo de que la historia no conoce otro
ejemplo? Imagnese cul sera el cuadro de carreteras y caminos con 600.000 fugitivos, por lo
menos.

En aquel xodo terrible meditbamos en la esterilidad del sacrificio de tantas vidas preciosas el
19 de julio de 1936 y despus, en los frentes, durante treinta meses, y en el derrumbe de toda
nuestra vida de fe y de lucha. No solamente haba terminado la guerra, haba terminado
tambin un mundo de nobles esperanzas de bienestar y de justicia para todos.

Nos vena a la memoria, sin querer, el espectculo de un movimiento de masas, dos aos
antes, tambin hacia la frontera. Al anochecer de un da de fines de septiembre, si no nos falla
la memoria. El acorazado enemigo "Canarias" bombarde la baha de Rosas. Las autoridades
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de aquellos contornos temieron un desembarco y nos comunicaron sus inquietudes,
reclamando auxilio. Se vean otras unidades navales por las inmediaciones.

En aquel inolvidable Comit Central de Milicias de Catalua, verdadero rgano de la guerra y de
la revolucin del pueblo, resolvimos dar la voz de alarma y comunicar por telfono a las
poblaciones ms importantes que estuviesen alerta, que vigilasen las costas, que controlasen el
trfico por carretera, pues se tema un desembarco enemigo. No hemos empleado media hora
junto al telfono. Y en ese lapso de tiempo, como si todo el mundo hubiese estado instruido,
treinta o cuarenta mil hombres armados se pusieron en marcha, se establecieron controles en
calles y carreteras, se organizaron caravanas. Los que no disponan de otro armamento
ocuparon en toda Catalua los lugares estratgicos con bombas de mano.

Viendo la magnitud de la movilizacin hubiramos querido contener la avalancha, pero nos fue
imposible, pues mientras en unas localidades logrbamos que la gente en armas quedase en
situacin de alerta, tomando posiciones en direccin a la costa, y esperando rdenes, en la
mayora de los casos las caravanas se dirigieron espontneamente hacia Rosas, en busca del
enemigo. Desde Tortosa hasta Rosas fue todo una lnea de fuerzas populares armadas y
decididas a la lucha a cuchillo, si era preciso. Hubo pueblos, como Sallent, que se nos
presentaron con 500 hombres armados con fusiles, ametralladoras, morteros, bombas de mano,
en pequea columna motorizada.

Haban comenzado ya las maniobras de los agentes rusos para mermar nuestra influencia en el
pueblo, acusndonos de cuantos excesos se cometan. El espectculo de esa noche
memorable de la alarma por el bombardeo de Rosas les hizo comprender que todava no haba
llegado su hora. ramos an el pueblo obrero y campesino de Catalua en armas, y ese pueblo
estaba dispuesto a todos los sacrificios a la menor seal que disemos para asegurar un nuevo
orden social de justicia para todos. Se calcul que en mayo de 1937 la situacin era ms
favorable.

En dos aos de predominio comunista y republicano, lo nico que se ha logrado fue hacer
mayor el xodo, pero esta vez, no haca el enemigo, corro en septiembre de 1936, sino hacia la
frontera que se haba imaginado la tierra de promisin, juzgando falsamente tambin que al
llegar a Francia habran terminado todos los horrores, sinsabores y privaciones de una guerra
que no se saba a que objetivos persegua, y que ventajas poda reportar al pueblo que la
soportaba con lgrimas y sangre.




CONCLUSIN



HA terminado la guerra espaola, gracias a la poderosa ayuda talo-alemana prestada a
nuestros enemigos, en hombres y en material blico, y gracias tambin a la complacencia
criminal de los llamados Gobiernos democrticos, autores de la farsa inicua de la no-
intervencin. Ha terminado la guerra espaola, pero el mundo, que nos aisl de toda posibilidad
de lucha con pretextos ftiles y clculos falsos, tiene ahora que pagar los platos rotos de la
nueva hecatombe.

Burgueses y proletarios de todos los pases estuvieron unidos en la cmoda interpretacin de
que nuestra guerra slo a nosotros, beligerantes, nos incumba. Cuando no cometieron el
gravsimo delito de ayudar a nuestros enemigos -el paraso del proletariado, Rusia, enviaba a
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Italia la nafta con que la aviacin fascista nos bombardeaba, destruyendo ciudades y
masacrando poblaciones civiles-, bloquendonos a nosotros hasta hacernos sucumbir. Francia
e Inglaterra se encuentran por eso ante la realidad que les habamos sealado tantas veces
como inevitable. No intervencin o intervencin unilateral a favor de los facciosos! Tal ha sido
la posicin ante la cual nos hemos estrellado.

El fracaso del fascismo en Espaa era el primer peldao del derrumbe del fascismo en Europa y
en el mundo. Comprendemos la trgica situacin de Inglaterra, que ha sostenido al fascismo
italiano desde que comenz a despuntar como instrumento liberticida, puesta ante la obligacin,
atendiendo al propio inters, de ayudar al antifascismo espaol. Los acontecimientos que
estamos viviendo nos muestran que opt a favor de Italia y contra nuestra Espaa, contra esa
Espaa a la que en 1808 crey de su deber auxiliar en su lucha contra Napolen, y lo hizo esta
vez en propio dao.

Si en la presente contienda blica salen airosos los aliados franco-britnicos, habrn tenido que
satisfacer, previamente, la deuda contrada con su actitud ante nuestra guerra. No hay plazo
que no se cumpla!

Termin la lucha en Espaa como no hubiramos deseado que terminara, pero como habamos
previsto que terminara si no se operaban determinados cambios en la direccin y en la poltica
de la guerra: con una catstrofe militar -por derrumbamiento de los frentes y de la retaguardia- y
con una bacanal sangrienta a costa de los vencidos. Dos libros informan sobre esa fase final:
uno del coronel Segismundo Casado, The last Days of Madrid, y el otro de J. Garca Pradas:
Cmo termin la guerra en Espaa. Confirman ambos, punto por punto, desde su escenario de
accin en la regin del Centro, lo que nosotros hemos querido reflejar a travs de lo observado
en Catalua. La misma intervencin funesta de los emisarios rusos y de sus aliados espaoles,
tan blandos y accesibles a la corrupcin, los mismos crmenes contra el pueblo, la misma
conspiracin contra Espaa, la misma descomposicin moral por obra de una poltica que no
tena ms alcances que el predominio de partido en el aparato de Estado.

De las tres causas que nosotros sealamos como causantes fundamentales de nuestra derrota:
a) la poltica franco-britnica de la no intervencin... unilateral; b) la intervencin rusa en
nuestras cosas; c) la patologa centralista del Gobierno ambulante de Madrid-Valencia-
Barcelona-Figueras, slo en este tercer aspecto seala nuestro relato una variante esencial.

Pero esos dos volmenes sobre el final de nuestra guerra, nos eximen de referirnos a
acontecimientos en los que no hemos tomado parte -y no por falta de deseo o de identificacin
con ellos- y de describir ambientes en los que no hemos vivido.

Nos consideramos ya fuera de combate por la derrota y por haber descubierto ms de lo que
convena el velo de la clandestinidad en que se haba desarrollado siempre nuestro movimiento.
Por eso podemos hablar del pasado y sostener que, en lo sucesivo, cada cual cargar con la
responsabilidad que le quepa en la tragedia de Espaa. Nosotros hacemos bastante con cargar
con la propia.

Representbamos la ms vieja organizacin de tipo poltico-social de la Espaa moderna. La
Federacin Anarquista Ibrica es la misma Alianza de la Democracia Socialista fundada en
1868 en Madrid y en Barcelona y extendida luego por toda la Pennsula, incluso Portugal.
Ncleo ntimo de propaganda, de organizacin obrera y de lucha, todava sigue preocupando a
los vencedores su liquidacin, al comprobar por mltiples signos cotidianos que ni el terror ni los
fusilamientos han logrado hacerlo desaparecer. El desenlace de la guerra ha puesto a muchos
millares y millares de nosotros, vencidos, fuera de combate. Pero con nuestra exclusin no est
asegurado el desarraigo de nuestro movimiento. Otros han ocupado ya el puesto de los cados
y de los supervivientes en el exilio, supervivientes que equivalen igualmente a bajas definitivas,
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porque una supervivencia fuera de nuestro clima geogrfico, poltico y social equivale a la
muerte. Para reanudar la historia espaola no hay ms que un terreno propicio: Espaa!

A ese movimiento clandestino de recia contextura combativa y moral se debe la orientacin, el
desarrollo y la defensa de las organizaciones obreras revolucionarias de Espaa, sus luchas
heroicas, su resistencia inigualada a todos los mtodos de la inquisicin poltica de derechas y
de izquierdas, sin interrupcin desde la turbia poca, de Sagasta. Cuntos negros perodos de
amargura desde entonces! Cuntas generaciones de militantes aplastadas en esa brega! Le
toc ahora a nuestra generacin caer. Y ha cado en su ley. Por eso resurgir, y est
resurgiendo ya, la misma veta roja de nuestra historia y se continuar la batalla por la justicia.
Qu puede importar a nadie que no seamos ya soldados de esa cruzada?

La accin progresiva y justiciera de casi tres cuartos de siglo ha pesado considerablemente en
el desarrollo de la moderna historia espaola. En ms de una ocasin, frustrados los otros
medios posibles, los de la propaganda y la presin sindical, simple, fue preciso recurrir a
procedimientos ms enrgicos y expeditivos. Torturadores y verdugos del pueblo eran
perseguidos siempre por la sombra de la accin vengadora annima. Algunos hechos
individuales de represalia y algunas insurrecciones armadas, las ltimas, en diciembre y enero
de 1933 y en octubre de 1934 contra la extica Repblica misma, y el funcionamiento invisible,
pero permanente, de nuestros grupos dispersos en todos los ambientes, han hecho hablar
mucho de nosotros, tejiendo una leyenda y un mito. Ese mito y esa leyenda se vi en Julio de
1936 que correspondan en buena parte a la realidad en ciertos aspectos.

Fuera de la cooperacin apasionada del socialismo revolucionario, madrileo, con el que
compartimos el triunfo sobre la militarada en la capital de Espaa, en el resto de las regiones
donde los militares fueron derrotados, el esfuerzo fue casi exclusivamente nuestro. Y no se ha
triunfado en toda Espaa porque nuestra gente careca de armamento y el Gobierno de la
Repblica haba prevenido el 18 de julio a los Gobernadores civiles para que no entregasen
armas al pueblo.

A fines de 1937 figuraban en nuestras filas 154.000 inscritos. Eran menos, es verdad, antes de
la guerra, pero su influencia alcanzaba a millones de trabajadores industriales y de campesinos.
Muchas veces partidos y organizaciones de izquierda se crean directores de acontecimientos
de que no eran ms que juguetes, dciles a un ambiente que habamos preparado para dar un
paso ms en la senda del progreso econmico, poltico y social del pas. Hemos mencionado,
por ejemplo, cual ha sido la causa de que hayamos arrojado en 1933 del poder a las izquierdas,
y cuales fueron los motivos que, en febrero de 1936, nos movieron a devolvrselo.

Podemos ahora hablar de muchas cosas que nos atribuyen sin razn, y de las que no nos
atribuyen, porque se ignora cuales han sido sus fuentes y determinantes.

Ningn Partido de los que se disputaban el Parlamento o el Gobierno tena una organizacin
tan slida como la nuestra, ni tanta fuerza numrica y tanto arraigo en el pueblo, a cuyos
intereses y aspiraciones hemos permanecido y permanecemos fieles. Por fidelidad a ese
pueblo, que no a su Gobierno, hemos pretendido hasta la ltima hora entrar plenamente en
juego, a nuestro modo, y no se nos ha consentido.

Nunca habamos tenido contacto ni vinculaciones con ninguna otra fuerza organizada, fuera de
la Confederacin Nacional del Trabajo, nombre nuevo, que slo data de 1911, de la vieja
organizacin obrera sostenida desde 1869 por nuestro movimiento. Cuando estall la guerra
como resultado de nuestro triunfo sobre una serie de guarniciones del ejrcito sublevado,
cremos necesario dar pblicamente la cara y coordinar el mximo de voluntades en torno a la
contienda que se iniciaba. Se nos acusa por algunos de haber pensado ms en la guerra que
en la revolucin. No tenamos ms posibilidades de instaurar y asegurar una nueva
Porque perdimos la guerra de Diego Abad de Santilln

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organizacin econmica y social que triunfando en la guerra. Dnde se quera que hicisemos
una revolucin si el territorio estaba en manos del enemigo en su mayor parte? Es que se
hacen revoluciones sociales en las nubes? No hemos triunfado, hemos perdido el terreno sobre
el cual una gran transformacin econmica y social era posible, porque obreros y burgueses de
todos los pases coincidieron en sofocarnos, cruzndose de brazos o trabajando para nuestros
enemigos. Y la revolucin que se esperaba en Espaa, de acuerdo al clima y a la preparacin
del pueblo llamado a realizarla, no segn cartabones dogmticos de partido, fue liquidada por
quin sabe cuantos aos.

El balance de la contienda iniciada el 19 de julio de 1936 y terminada como verdadera guerra
internacional de Espaa contra las potencias militaristas ms agresivas de Europa, en abril de
1939, no se puede olvidar ni menospreciar. Slo pueden acusarnos y pedirnos cuentas y
aleccionarnos los que estn dispuestos a imitar aquella epopeya y a pagar por sus ideales el
mismo precio que han pagado los revolucionarios espaoles por los suyos. Hubo no menos de
dos millones de muertos de ambos bandos, y hubo ms de cien mil fusilados y asesinados en
Espaa despus del triunfo fascista. Y se aaden a esas cifras un milln de prisioneros en los
campos de concentracin espaoles y medio milln de refugiados en los campos de
concentracin de Francia y Norte de Africa, calculando en 60.000 la cifra de los que murieron en
el xodo y en el exilio de hambre, de fro y de tristeza.

Esas cifras dicen algo de la epopeya popular ms grandiosa de los tiempos modernos. Ni
siquiera la derrota disminuye su gloria y su trascendencia histrica. Esos cadveres abonan la
vitalidad de la Espaa eterna, que resucitar de sus cenizas, ms pujante e invencible que
nunca.

El valeroso Gobierno de la victoria, hechura de Mosc, dispona en el extranjero de ingentes
recursos financieros como para atender a las vctimas del xodo gigantesco. Pero lo mismo que
nosotros no hemos logrado en Espaa, desde el Frente popular, que se rindiese cuentas de la
situacin de nuestra hacienda, tampoco se logr en el extranjero, en la entelequia de la
Diputacin permanente de las Cortes, reunida en Pars, que los aprovechados atracadores del
tesoro nacional, diesen la menor explicacin de sus dilapidaciones. Algo vino a saberse ms
all de los crculos ntimos, por la separacin ruidosa de Prieto y Negrn, cada uno de los cuales
alegaba derechos a administrar el botn de la guerra en provecho propio y de sus amigos y
cmplices. Pero la luz queda por hacer.

A la atribulacin del fracaso, uno de cuyos factores fue la poltica de la intervencin rusa en
Espaa, quizs ya en buen acuerdo con la Alemania hitleriana, se une para las grandes masas
la comprobacin del engao en que han vivido y luchado y el descubrimiento de la catadura
moral de los dirigentes y usufructuarios de nuestra guerra. El mito de la resistencia con pan o
sin pan, con armas o sin ellas, era slo la ambicin de disfrutar despus del desastre, solos, del
botn logrado con nuestra derrota, que era su victoria.

Y con esos millones de la Espaa despojada y escarnecida, se comprarn conciencias y
plumas que, por encima de tanta tragedia y de tanta suciedad, elevarn a los afortunados un
pedestal de hroes. Tambin se quiere llegar a eso. Alguien ha escrito y nosotros esperamos
que as sea: Quieren pasar a la historia en mrmoles y bronces y han de contentarse con un
estercolero.

Slo queda un hroe para hoy y para siempre, mrtir y puro: el pueblo espaol. No podremos
estar en lo sucesivo a su lado ms que con nuestra simpata y nuestro cario. Es la nica
grandeza ante la cual nos descubrimos con respeto. Slo nos avergenza y nos intriga el hecho
de que hayan podido salir de ese gran pueblo tantos traidores, en nombre de los ms opuestos
ideales.

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Casi tres siglos dur el aplastamiento del espritu ibrico despus de la derrota de los
comuneros de Castilla y de los agermanados de Valencia por el emperador Carlos V, y de la
liquidacin de las libertades de Aragn por Felipe II. Quin poda figurarse que nuestro pueblo
estuviese todava vivo en 1808? En aquella gesta gloriosa de seis aos volvi Espaa a entrar
en la Historia. Pero en 1823, el tirano abyecto Fernando VII, creador de escuelas de
tauromaquia, logr imponer de nuevo su despotismo sobre ros de sangre y martirios infinitos.
Desde aquella poca hasta julio de 1936, entre guerras civiles, rebeliones populares y perodos
de cansancio y de agotamiento, un intervalo de poco ms de un siglo, cuntos profetas
anunciaron la muerte de Espaa? En 1936 se mostr nuestro pueblo otra vez tal como es,
heroico en la lucha y genial en la reconstruccin econmica y social, recuperando en pocos
meses de libertad el propio ritmo. La derrota de 1939 durar ms o menos; pero slo a costa del
exterminio total del pueblo espaol podr cambiar definitivamente el espritu de ese gran
pueblo y se lograr sofocar la esperanza de la nueva vida, de la nueva aurora.

Buenos Aires, 5 abril 1940.

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