España Heroica - Vicente Rojo PDF
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España heroica
Diez bocetos de la guerra
española
ePub r1.0
ugesan64 08.10.14
Título original: España heroica
Vicente Rojo, 1942
Retoque de cubierta: ugesan64
EL AUTOR
INTRODUCCIÓN
EL CASO ESPAÑOL
En el ministerio de la Guerra la
orden de partida se había conocido a
última hora de la tarde, y hacia las
veinte comenzaron a darse las órdenes
para la constitución del Estado Mayor
que había de auxiliar al Mando Especial
creado para la defensa de Madrid y que
recayó en el general don José Miaja, por
quien fue designado el que esto escribe
para la jefatura de dicho Estado Mayor.
Cuando a las diez de la noche se nos
hizo entrega de las tropas, medios y
elementos que se habían de manejar, la
confusión y el desconcierto eran tan
extraordinarios que difícilmente
pudimos saber de qué recursos se
disponía, ni siquiera cómo y dónde se
hallaba constituido aquel día en fin de
jornada el frente de combate: no se nos
daba nada organizado, pues lo que lo
estaba quedaría totalmente desarticulado
con la retirada, pero en cambio se nos
daba todo, ya que se nos dejaba libertad
de acción; faltaba lo formulario, pero
existía lo esencial, disperso, perdido:
había que encontrarlo, primero, y
aprovecharlo después útilmente.
Se pasó la noche procurando salir de
aquella confusión inmensa, tomando
contacto con las fuerzas existentes,
averiguando de qué otras podíamos
echar mano, dando órdenes para
reorganizar las columnas del frente,
enviando las unidades que se
improvisaban en los cuarteles de las
milicias a los lugares adecuados,
designando mandos nuevos, situando las
fuerzas reorganizadas en los puestos de
mayor peligro en razón de la amenaza
que pesaba sobre la capital,
estableciendo un sistema de
transmisiones que hiciese posible la
dirección de conjunto; en pocas
palabras, organizando un desorden,
ordenando un caos.
Concretamente, en el aspecto
orgánico, se formaron dos nuevas
columnas que habían de cerrar el paso
entre las que cubrían Carabanchel y
Villaverde, para tapar el boquete abierto
hacia el Puente de la Princesa, una, y
otra entre las que cubrían Pozuelo y el
Puente de Segovia, para cerrar el paso a
través de la Casa de Campo. Se
formaron además otras tres pequeñas
reservas de hombres, de que después se
tratará.
Al frente se enviaban cuantos
hombres y armas se encontraban, a fin
de evitar su mal empleo en la
retaguardia, donde suelen comenzar los
pánicos y la represión, quedando
solamente en ella unidades y jefes de
confianza. A las tropas del frente se les
ordenó aquella misma noche resistir sin
ceder un solo palmo de terreno, y,
entretanto, se adoptaban las medidas
para crear un dispositivo de combate
medianamente lógico y se daba
comienzo a la organización de las obras
precisas para la defensa del lindero de
la ciudad.
La colaboración humana que de una
manera amplia y entusiasta comenzaba a
manifestarse no podía ser explotada por
falta de armas y, por ello, con las
pequeñas reservas antes citadas hubo de
seguirse el expediente de situarlas a
retaguardia de las columnas que con
mayor urgencia pudieran precisarlas,
constituyendo núcleos de hombres que
tenían por todo armamento una o dos
granadas de mano, y por misión detener
a los que retrocediesen, recogiendo sus
armas, o bien relevar a los hombres de
las unidades más desgastadas cuando
fuese preciso.
Se nos habían prometido fuerzas,
pero ninguna llegaba a Madrid; hacia
Las Rozas se reunía una brigada de las
de nueva formación; sobre Vallecas[2] se
desplazaba la 1.ª Internacional
procedente de Albacete y cuya unidad ya
tenía en aquel pueblo su cuartel general
que, por cierto, había recibido la
consigna del jefe del Gobierno, según
manifestaciones del jefe de dicha
unidad, de no actuar a las órdenes del
jefe de la defensa de Madrid por tener
que intervenir en otras operaciones que
el Gobierno preparaba para facilitar la
defensa.
De Barcelona iban a venir también
refuerzos en armas y tropas, pero se
ignoraba cuándo llegarían. Estaban por
último terminando su organización y
desplegándose hacia la zona del Jarama
otras cuatro brigadas con las cuales se
iba a realizar, cuando estuvieran
reunidos los medios, un ataque por la
margen occidental de dicho río, sobre el
flanco derecho de las columnas que
avanzaban hacia Madrid; pero aún se
ignoraba la fecha de ese ataque y
nosotros teníamos solamente la
prohibición terminante de utilizar
aquellas fuerzas no obstante tener ya al
adversario a la puertas de la capital.
Siembra de cuerpos
jóvenes,
tan necesariamente
descuajados del triste
terrón que los pariera.
ALBERTI
La principal actividad de la guerra
civil española quedó localizada en los
alrededores de Madrid desde que, en el
mes de noviembre de 1936, se
propusieron los rebeldes conquistar la
capital de la República. En Aragón y en
el Norte, como en Levante, Andalucía y
Extremadura, los frentes de lucha tenían
una situación relativamente estabilizada,
aunque no eran continuos ni consistentes;
su imperfecta organización, la escasa
solidez de sus unidades de milicias y la
pobreza de elementos y recursos de toda
clase de que disponían, hacían difícil
defenderlos eficazmente o emprender
operaciones ofensivas de importancia, y
cuando alguno entraba en actividad,
preciso era usar recursos improvisados,
primero, y sacar las tropas de otros
frentes, después, para llevarlos al
atacado y afrontar la nueva situación que
se creaba.
Por ello, a partir de noviembre, las
dos corrientes de refuerzos propios y
adversarios se encaminaban hacia
Madrid, donde se jugaba la suerte de la
guerra, mientras los demás frentes, como
si se hallasen pendientes de la
resolución del conflicto en tomo a la
capital, mantenían una situación de
equilibrio; las tropas en presencia se
dedicaban a observarse y a realizar
pequeñas acciones locales, más con
carácter de golpes de mano que con
finalidad de valor táctico o estratégico.
La guerra, en verdad, aún no había
tomado caracteres de lucha organizada
más que en las inmediaciones de algunas
ciudades y especialmente en la capital,
donde ambos bandos se batían con los
mayores medios y las mejores tropas,
por estar persuadidos de que en aquellos
momentos era Madrid el objetivo
decisivo.
El enemigo se detuvo en el
desarrollo de sus operaciones;
reorganizó sus fuerzas y acumuló nuevos
elementos. Iba a realizar otro gran
esfuerzo; tal vez la segunda etapa de la
maniobra, cuya primera fase
acabábamos de ver fracasada. Teníamos
información diaria de la llegada de
contingentes, de su agrupamiento, de la
presencia en España de técnicos,
materiales y tropas extranjeras
(alemanes); se nos informaba que las
unidades del Tercio se reforzaban
principalmente con portugueses y que
alguna unidad de irlandeses iba a operar
en Madrid; una reciente recluta en
África nutría ampliamente a las tropas
marroquíes; era evidente que se montaba
una nueva maniobra en torno a Madrid y
con propósitos y posibilidades más
amplios que hasta entonces; pero
ignorábamos la dirección y la forma en
que iba a producirse.
Nuestro EMC en Valencia, dirigido
por el general Martínez Cabrera,
tampoco descuidaba la formación de
nuevas unidades y tenía en sus planes
pasar a la ofensiva, precisamente en la
región de Madrid y dirigiendo la
maniobra el Ejército del Centro,
mandado entonces por el general Pozas.
Las unidades de la República, que
ultimaban su organización, aunque
estaban incompletas en su dotación de
hombres, mandos y materiales, se iban
concentrando con ese fin en la región
oriental del Jarama. El Mando Superior
republicano se proponía desencadenar
con ellas una ofensiva sobre el flanco
derecho adversario para cortar las
comunicaciones de Madrid con Toledo
[Dirección D del croquis]; era la misma
maniobra que ya había sido intentada sin
éxito en los primeros días de la defensa
de Madrid, si bien, en febrero, se iba a
realizar con mayores medios. Las tropas
de la Defensa de Madrid deberían
participar en esta ofensiva con las
reservas disponibles, atacando hacia
Navalcarnero [Dirección C del
croquis], mientras el Ejército del Centro
profundizaba y envolvía el frente de
Madrid llevando su ataque en la
dirección Ciempozuelos-Torrejón.
Informamos al mando de la presencia de
fuertes contingentes enemigos con
probables fines ofensivos, precisamente
en la zona en que se iba a producir
nuestro ataque; advertimos que el
enemigo parecía tener adelantada la
organización con respecto a la nuestra, y
que probablemente, si no había
comenzado ya su plan de ataque, se
debía al mal tiempo que había reinado
durante el mes de enero; no obstante esta
información se persistió en la idea de
realizar aquella maniobra, pues se
consideraba indispensable evitar el
asedio de la capital, que podía ser
inminente.
El conocimiento de la presencia de
los italianos en el frente fue un reactivo
maravilloso; los jefes y las unidades se
disputaban el honor de ir a batirse, y
esto produjo una oleada de entusiasmo
que consintió aunar todos los esfuerzos.
Jamás se ha realizado en nuestras
operaciones de guerra una concentración
de fuerzas tan rápida y ordenadamente.
Las tropas se reúnen, organizan,
despliegan y se enlazan a caballo de los
ejes de comunicaciones que podían
seguir las columnas enemigas por
Brihuega y Trijueque. Comienza así
durante el día 10 una verdadera batalla
de encuentro, deshilvanada, confusa,
imperfectamente dirigida porque faltan
hasta los medios de transmisión para
mandar; pero una batalla eficaz porque
las unidades y los jefes subordinados
tienen misiones concretas que cumplen
rigurosamente y con acierto.
A retaguardia se reúnen los
elementos dispersos que, apenas quedan
reorganizados, se restituyen
inmediatamente al combate por no haber
tropas para cubrir el extenso frente que
había quedado desguarnecido. Nuestros
flancos estaban, como se ha dicho, con
sólo pequeños destacamentos que
prestaban servicio de vigilancia.
Cualquier derivación que por ellos
hubiera tenido la maniobra habría sido
de graves consecuencias, pues las tropas
que iban llegando era forzoso
empeñarlas inmediatamente a causa de
la superioridad enemiga; por ello, para
evitar en lo posible los riesgos que
podían producirse en los flancos, se
organizó una amplia red de
destrucciones que quedó en breve plazo
con las cargas puestas y los equipos
preparados para inutilizar, en los puntos
más sensibles, todas las comunicaciones
que desde la zona enemiga desembocan
al oeste del río Henares, así como las
que, en el flanco derecho, conducían
desde el valle del Tajuña al del Tajo.
El día 11 se perdió Trijueque en una
nueva embestida enemiga, mientras otra
columna que partía de Brihuega trataba
de progresar hacia Torija; pero por
fortuna ya tenía el Mando en sus manos
el frente y las tropas y se combatía con
singular ímpetu. Todo el mundo se
excedía en el cumplimiento del deber;
las unidades estaban agotadas no sólo
por el esfuerzo del Jarama que había
dejado a algunas con sólo la mitad de
sus efectivos, sino por el frío
intensísimo que sufrían al tener que
dormir y descansar al raso, y por las
lluvias. Ésta, en cambio, vino a
favorecernos en el orden táctico,
impidiendo la maniobra, de los tanques
italianos.
La aviación se superaba atacando
incesantemente los medios de transporte
enemigos, adelantados audazmente para
dar el salto sobre Guadalajara, y aunque
la infantería era escasa y con ella se
hubo de extender el frente por la
izquierda, pues la columna de tropas
españolas progresaba hacia Hita
amenazando desbordarnos, gracias al
arrojo con que se batían los hombres, y
la decisión con que actuaban la
artillería, la aviación, los tanques y la
DCA, el avance enemigo quedaba
prácticamente contenido. La lucha no
estaba terminada; habíamos logrado lo
esencial, detener al enemigo, y sabíamos
que se avecinaba otro esfuerzo de mayor
consideración, pero la acumulación que
se iba logrando de tropas y medios, y
principalmente la unánime voluntad de
sacrificio, daban confianza en el triunfo,
ya que, desde el combatiente que en
medio de la nieve luchaba en la línea de
contacto, hasta el trabajador que en
retaguardia erizaba el terreno de obras y
obstáculos laborando incansablemente
día y noche, todos cooperaban
febrilmente por la victoria. Es cierto que
los pueblos que no saben odiar no saben
batirse. El nuestro tuvo en Guadalajara
la comprobación de que estaba invadido
y nadie necesitó hacer brotar un odio
inmenso a los invasores, que hizo
posible, primero, la abnegación y el
sacrificio en el trabajo y en la lucha y,
después, la victoria.
No me
recuerdes los
besos,
no me hables
del querer,
sólo me
importan los
moros
que esa tarde
mataré.
ANÓNIMO
Di a la vid en la Mancha,
a los rebaños,
al olivo y al sol de
Andalucía:
«¡Algo ha nacido entre
nosotros, algo
potente y justo que antes
no existía!».
HERRERA
P ETERE
Si Madrid fue, en el panorama de la
guerra española, la defensa de la
República, Teruel constituye la primera
gran proeza ofensiva de su ejército: allí
se revela éste capaz de realizar una
maniobra militar completa, bastándole
siete días de ataque para reducir una
bolsa de mil kilómetros cuadrados, y
dieciséis para hacer caer en el interior
de una ciudad una resistencia que se
lleva con tenacidad y heroísmo por sus
defensores.
La República y el ejército se habían
vigorizado en la adversidad de los
reveses políticos y militares y, en
Teruel, no sólo se mostraba que la
experiencia guerrera no había sido
infecunda, sino que se acreditaba la sana
moral que el factor humano había
alcanzado en el curso de la guerra. La
obra orgánica de la República, que en lo
militar era el ejército popular, se abría
paso una vez vencido el colapso
revolucionario y avanzaba
paralelamente en su perfeccionamiento
orgánico, técnico y moral.
A fines del año 1937 se hallaba la
República en una fase deprimente. El
verano y el otoño habían traído graves
motivos de depresión moral con la caída
de Vizcaya, Santander y Asturias; sin
embargo, y aunque no se ponían
radicales remedios a las causas que
habían provocado aquellos reveses, en
la masa se manifestaba el deseo vivo de
lograr el triunfo, de imponer al
adversario la voluntad. Ciertamente el
razonamiento, cuando no la intuición,
daban a la mayor parte de los españoles
la sensación de su inferioridad orgánica
y técnica y de su insuficiencia material;
pero, por otra parte, los italianos
vencidos en Guadalajara habían
reaparecido victoriosos en Santander, y
esto, lejos de abatirla, fortalecía la
moral y, además, acentuaba el sentido
patriótico de la lucha y hacía más
vehementes, en el organismo armado, un
anhelo de mejoramiento, y en la masa,
los sentimientos encaminados a ayudar a
la región cantábrica habían sido de
efectos limitados: Brunete pudo retrasar
la caída del Norte, atrayendo hacia
Madrid, con todos los riesgos que ello
tenía, las tropas de choque enemigas,
pero no había podido evitar que se
reprodujese la ofensiva y cayese
Vizcaya. Nuestro subsiguiente ataque en
dirección a Zaragoza había sido aún más
precario en sus efectos beneficiosos,
pues aunque la conquista de Quinto,
Belchite y otros lugares había dado a
nuestro ejército una relativa confianza
en sus posibilidades, carecían tales
hechos de trascendencia en el conjunto
de las situación y dejaban al
descubierto, en cuanto se ahondase en su
análisis, el largo camino que aún
quedaba por recorrer. De ambas
operaciones ofensivas se habían sacado
enseñanzas valiosas, no todas
aprovechadas; entre las mejoras
positivas que se realizaron, fue la más
interesante la creación de nuevas
unidades de maniobra especialmente
preparadas para operaciones ofensivas;
de ellas, en julio, sólo teníamos el V
Cuerpo, e íbamos a llegar a fines de año
disponiendo de cinco. Tal propósito,
reflejo de aquel común sentir de
perfeccionamiento, no llegaría a
alcanzarse, porque la realidad se
encargaría de hacer incompleta e
imperfecta la obra, a causa de que la
República, por numerosas razones, no
podía disponer de medios para que tales
unidades pudieran siquiera llamarse así,
desde el momento que carecían, en gran
parte, de los elementos más esenciales:
vestuario, equipo, armas, instrucción…
Se esperaba antes de fin de año una
gran ofensiva de los rebeldes, porque
resultaba evidente que éstos iban a
disponer libremente de todas las tropas
que habían operado en el Norte; por otra
parte, podrían reforzar sus unidades
estabilizadas en los frentes de
Andalucía, Madrid y Aragón y crear
otras nuevas con los contingentes
humanos que le iban a proporcionar las
regiones conquistadas; todo ello, unido
al apoyo material que recibían del
extranjero, hacía patente la inferioridad
con que iba a afrontarse la nueva etapa
de la lucha que se anunciaba.
Pronto comenzaron a acusarse
indicios de que era Madrid el objetivo
que se proponían alcanzar con la nueva
ofensiva, y que lo iban a perseguir
maniobrando por el frente de
Guadalajara. Quizá se reproduciría la
maniobra de los italianos fracasada
ruidosamente en el mes de marzo; pero
esta vez podrían realizarla con mayor
amplitud y con fuerzas y medios más
considerables. La caída de Madrid,
como en 1936 y comienzos de 1937,
podía ser la pérdida de la guerra.
Madrid tenía fuerzas propias para
resistir en buenas condiciones, pero las
reservas generales, incompletamente
formadas, no eran aún aptas para
afrontar una guerra de maniobra en
zonas no fortificadas, y el frente de
Guadalajara ofrecía espacios libres a la
maniobra enemiga si ésta lograba en el
primer esfuerzo romper nuestro frente.
Se reproduciría así la amenaza de que se
completase el cerco de la capital y
resultase inminente su caída.
Era, por ello, necesario obligar al
adversario a llevar sus reservas a
teatros alejados de aquel objetivo. De
esta necesidad surgió el plan de ataque a
Teruel. El Consejo Superior de la
Guerra aprobaba el 8 de diciembre el
plan trazado para las operaciones, y el
mismo día daba comienzo la reunión de
los elementos necesarios para su
desarrollo, que fueron:
Los he visto
con mis ojos:
destrozados, no
vencidos
en él desigual
combate.
SERRA
P LAJA
La batalla de Levante cierra un largo
proceso de reveses republicanos que
comenzaron al ser reconquistado Teruel
por el enemigo y que no se
interrumpieron durante cinco meses, sin
que fuese posible a nuestras tropas
reaccionar victoriosamente en tan largo
período, debido a la penuria de medios
y a la imposibilidad de tomar la
iniciativa en ningún frente.
Durante ese tiempo padeció la
República una de sus más fuertes crisis
políticas y morales y amenazaron
venirse al suelo todos los frentes ante la
sensación de impotencia que comenzó a
llegar al combatiente y que hacía
demasiado patente las victorias del
enemigo. Pero, como otras muchas
veces, la República pudo superarse
venciendo la difícil situación, y, también
como otras veces, si la ayuda que con
tanta insistencia como justicia se
reclamaba del exterior hubiese llegado
con oportunidad, de aquellos reveses
hubiera podido pasar nuestra causa a un
triunfo decisivo, pues actuaron a nuestro
favor en ciertos momentos factores
internos y externos capaces de darnos la
superioridad y la victoria.
Describir cómo llegamos a la batalla
de Levante, cuál fue el desenlace de ésta
y qué clase de factores hicieron posible
en ella nuestra superioridad, es lo que
motiva este capítulo, en el que se
muestra el proceso de un episodio
aparentemente adverso y que realmente
fue, en lo político y en lo militar, un
triunfo de la República.
Recuperada por el enemigo el 22 de
febrero, a los dos meses de haber puesto
nosotros pie en ella, la plaza de Teruel,
elige el teatro oriental (Aragón y el
Maestrazgo) para aplicar las fuerzas que
con todo esmero y cuidado había
organizado desde que cayera el Norte, a
fin de dar el golpe de gracia al Gobierno
legal.
Un extenso frente que se había
mantenido pasivo durante toda la guerra,
si se exceptúan algunas operaciones
locales de escasa monta, fue el
escenario de su maniobra; en ella
tomaron parte tres cuerpos adversarios,
primero; más tarde, se les añadieron
seis, y afectó a los frentes de Aragón,
Cataluña y Valencia.
El Cuerpo de Galicia, en su derecha,
atacaría por el eje Montalbán-Alcorisa;
el Italiano, lo haría en la región central,
rompiendo hacia Muniesa y Alcañiz, y
el Marroquí descendería hacia Belchite,
para envolver nuestra organización del
frente de Fuentes de Ebro y alcanzar
Caspe.
El frente atacado estaba guarnecido
en sus cuatro quintas partes por sólo
nuestro Cuerpo XII; el resto lo defendía
parte del XXI; teníamos a retaguardia el
Cuerpo XVIII, en reorganización, y las
reservas locales del Ejército del Este en
número de nueve brigadas, más las
reservas del Ejército de Maniobra, que
aún se hallaban situadas en el
Maestrazgo y en Teruel, cubriendo los
accesos a Levante, después de haber
contenido la maniobra que permitió al
enemigo recuperar aquella plaza. Eran
sus objetivos iniciales dominar la línea
del Guadalope en Caspe, Alcañiz y
Calanda, y las entradas del Maestrazgo
por Ejulve.
Ni el sol ni los
aires nuestros
admiten el
turbio eclipse
de la sangre
puesta a precio.
APARICIO
La oposición que se hacía desde el
exterior a la República española se
manifestaba cada vez más activa. ¿De
qué le servía haber pasado del caos
revolucionario a una situación de orden
y disciplina social? ¿Cuál era la eficacia
de la clara definición dada en sus trece
puntos por el Gobierno a las
aspiraciones y fines del Estado español?
¿Qué importaba en el exterior el sentido
humanitario y el progreso ya realizado
en la obra de fortalecimiento del
régimen? Desdichadamente, nada.
La No Intervención pesaba como
una losa sobre la República; y en tanto
se creaba en torno de ésta una atmósfera
de aislamiento, nosotros podíamos
recibir informes fidedignos relativos a
las armas y pertrechos de guerra de
todas clases que desembarcaban en los
puertos del Cantábrico y del Sur;
apreciábamos cómo, a base de la
frustrada derrota total de la República,
esperada en el mes de abril, se firmaban
pactos con los países que invadían
nuestro suelo; veíamos crecer
incesantemente los contingentes de
técnicos alemanes y los italianos que
nutrían las Divisiones de Gambara, y
contemplábamos cómo se sucedían en el
aire los nuevos modelos de aviones
italianos y alemanes, salidos de la
experiencia de nuestra guerra, para
hacer nuevos experimentos en la carne y
en la tierra españolas. ¿Qué terrible
delito había cometido una República
que defendía su Constitución y sus leyes,
para que se la sometiese
internacionalmente a una asfixia material
y moral, condenándola a ver
esterilizados sus esfuerzos? ¡Ah, el
comunismo! La República española no
era comunista, pero se quería extirpar el
comunismo español. La farsa continuaba
a los dos años de guerra. Y lo querían
extirpar Estados que tenían más
comunistas que España. Hitler
proclamaba a pleno pulmón que tal era
el motivo de su intervención (¡con qué
sarcasmo ha señalado su política la
falsedad que había en aquel propósito!);
y lo mismo el Estado fascista que
firmaba pactos comerciales con los
comunistas; y la conservadora Inglaterra
que ha terminado pactando una alianza
por 20 años con Moscú. En aquel
bárbaro empeño se consideraba
correcto, justo, que en el exterminio de
un peligro imaginario pereciesen cientos
de miles de hombres, que si nada tenían
de comunistas, en cambio se batían
noblemente por defender las libertades
de su pueblo, y algo más que esto, con
ser mucho: la independencia y la
integridad de su patria; una patria que no
podían ver manumitida los Estados que
celosamente venían velando en nuestra
Historia con el propósito de que se
mantuviese esclava.
Tal era, amigo lector, la trágica farsa
de que éramos víctimas
internacionalmente durante el año 1938
y que nos creaba un cerco de asfixia,
sostenido directamente por unos países e
indirectamente por otros, y en el que
iban cayendo para no levantarse más
muchos compatriotas y arruinándose la
noble tierra española.
El éxito estratégico con que
cerrábamos en Teruel el año 1937, como
se ha visto, había comenzado a
frustrarse en febrero, y sucesivamente,
nos proporcionaría los reveses de
Teruel, de Aragón, del Maestrazgo, de
Extremadura. Reveses que nuestro
ejército sólo podía atenuar limitando su
trascendencia, porque resultaba
impotente para convertirlos en victorias,
ya que jamás lograba, de uno a otro,
rehacerse totalmente, debido a que
nunca pudo, no ya de modo completo,
sino modestamente siquiera, disponer de
los medios que precisaba para combatir.
A mediados del año, tanto se había
acentuado nuestro desgaste como
consecuencia de la constante lucha en el
Maestrazgo, y tan difícil era nuestra
situación de conjunto, a causa del corte
de Cataluña respecto a la zona central y
la amenaza que se cernía sobre Valencia,
que verdaderamente necesitaba la
República realizar un esfuerzo
gigantesco para lograr que la balanza de
la guerra se inclinase a su favor, lo
mismo en el orden militar interno que en
el aspecto internacional.
Pero nada había imposible. La obra
de reconstrucción del ejército seguía un
ritmo lento, el que consentían los pobres
medios disponibles; se confiaba en la
llegada de recursos que permitiesen la
total reorganización y el sostenimiento
de la guerra, y se pensaba en que, si a la
tenacidad que se ponía en la resistencia,
se lograba añadir una demostración
palmaria de potencia y voluntad de
vencer, las cosas cambiarían interna y
externamente.
Por eso, a pesar de aquella
situación, el ejército que se batía con
mala fortuna, lo hacía sin
desfallecimiento, y sólo una minoría del
país pensaba que la guerra se hallaba
perdida como consecuencia de aquel
estado de cosas. Posiblemente en ningún
otro período de reveses la reacción
popular se había mostrado tan general y
tan vigorosa; aquellos reveses, al
mostrar el camino del deber, actuaban
de excitantes, y el hombre sacaba
fuerzas de flaqueza para superarse y
afrontar con entereza las nuevas
situaciones, cada vez más difíciles. Tal
era el efecto del carácter nacional que
ya tenía la guerra; si en orden a los
medios materiales no había fuertes
razones para tener fe en el triunfo,
moralmente no faltaban grandes motivos
para justificar el sacrificio que la lucha
imponía; de aquí que los hombres
soportasen sin una protesta las grandes
privaciones a que se veían forzados.
Así llegamos al momento de la crisis
militar de julio, descrita en el anterior
capítulo, en el que hemos visto que
nuestro repliegue nos había conducido
ya a la línea elegida y organizada por el
EM del Grupo de Ejércitos para
defender Valencia y Sagunto, y en la cual
se habían situado las últimas tropas que
se habían podido sacar de los frentes de
Madrid, Andalucía y Extremadura. Si
tales tropas fracasaban en su misión de
resistencia, Valencia y Sagunto podían
darse por perdidos, pues no había más
reservas; y si se perdía la región
valenciana, que era, en el Centro, el
foco de producción agrícola más rico, la
zona industrial más activa y el primer
puerto de la región, aunque aún no
hubiera con ese nuevo revés motivos
para dar la guerra por perdida,
probablemente entraríamos en su fase
decisiva.
Por ello, nunca como entonces iba a
ser oportuna la única maniobra
estratégica que se ha podido poner en
juego durante toda la guerra: la ayuda
indirecta al frente amenazado, actuando
ofensivamente en otro teatro alejado de
aquél. Tal ayuda estaba prevista y se
preparaba desde los primeros días de
junio; pero aún no había podido
realizarse por falta de elementos
materiales (especialmente puentes), cuya
construcción había de hacerse con
grandes dificultades por la industria
catalana, por no poderse importar. Sin
embargo, las circunstancias se habían
hecho ya tan apremiantes que obligaban
a operar con lo que se tuviese. Así se
hizo.
Cuando el enemigo se estrellaba en
Viver, en las fortificaciones que cubrían
Valencia y contra tropas que recordaban
por su coraje defensivo las de 1936 en
Madrid; en el momento que fracasados
los ataques de los días 21, 22 y 23 de
julio hacia Viver se tomaba el
adversario un descanso para reagrupar
sus fuerzas y reanudar tal vez el ataque
con nuevo vigor y mayores medios, fue
lanzada nuestra ofensiva en el Ebro, que
iba a provocar un cambio radical en la
situación de conjunto.
Nuestras tropas, realizando la
operación más audaz de toda la guerra,
cruzan el río, profundizan 20 km, crean
una amplia brecha en un frente tenido
por infranqueable, provocan una seria
amenaza sobre la retaguardia enemiga y,
al obligar al mando adversario a acudir
precipitadamente con tropas sacadas del
frente de Levante, desarticulan sus
planes.
Se había propuesto conquistar
Valencia el 25 de julio: la resistencia
del Ejército de Levante había frenado su
propósito, y la maniobra del Ebro lo
había hecho imposible. El éxito
estratégico de la maniobra se había
logrado plenamente. Valencia estaba
salvada y la situación de crisis vencida.
La iniciativa volvía a nuestras manos.
Interiormente, una reacción vigorosa
sería mal aprovechada por el Gobierno;
exteriormente, si los técnicos militares y
gran parte de la opinión tenían motivos
para elogiar al Ejército de la República,
y lo elogiaban, la No Intervención
seguía implacablemente su ruta y dos
meses después pactaba en Munich: la
suerte de España estaba echada.
Maniobra del Ebro (25-31 de julio de
1938).