Lectio DHC Rupnik
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del cielo y de la tierra, del hombre y de Dios, un abrazo de libre adhesin en el amor del Hijo de Dios entregado al Padre y a los hombres. Otro fruto de esta extraordinaria creatividad se manifest en la liturgia y los sacramentos. Comprender que la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, vive segn el lenguaje de la carta a los Hebreos: al mismo tiempo en la primera tienda y en la segunda, es decir, en el santuario verdadero de Dios Padre, en los cielos; comprender que el velo entre las dos tiendas ha sido arrancado y que se ha abierto el paso entre ellas. Esto favorece una comprensin absolutamente nueva de la liturgia que, en su eje, est constituida por el sacramento en el cual ha entrado toda la obra de Cristo y el acontecimiento de Cristo en su totalidad. Comprender a la Iglesia que vive sobre dos registros: el de la gloria, en la Pascua eterna sobre la plaza de oro donde est el trono del Cordero inmolado y triunfante, donde no hay ni sol ni lmparas porque la luz es el Cordero mismo; y el del Cuerpo de Cristo que vive an en la historia, que an est en camino. Captar la unidad de estos dos mundos, precisamente en la Iglesia, en su liturgia, en sus sacramentos, donde la creacin es llevada de nuevo a la verdad segn el Creador mismo. La sinergia de la Iglesia y del Espritu Santo son el nico mbito donde el hombre, pues, aparece finalmente como divino humano, como ser incorporado a Cristo. La liturgia como trnsito, la liturgia que tiene abierta la puerta, como Juan la encontr y describi en el Apocalipsis, la liturgia como victoria sobre la duda, sobre la duda que trata de convencer al hombre de que ms all del velo, es decir, de la muerte, no hay nada ms que engao e ilusin. Muy al contrario, la liturgia desvela que el engao y la ilusin constituyen el pecado que ha producido la muerte y que, as, ms all del velo est el Padre que, como ha acogido al Hijo, en l nos acoge a todos. La liturgia, pues, es una perenne convocatoria de todo el Cuerpo de Cristo, de todos los siglos y de todos los lugares. La liturgia y la Iglesia ponen en acto permanentemente esta nueva existencia: existencia relacional y comunional en la humanidad. La obra de Cristo, que ha extendido sobre el hombre su existencia divina comunional, trinitaria, se extiende a lo largo de toda la historia en la Iglesia y, sobre todo, en su ncleo, que es la liturgia. La humanidad vivida por Dios. La humanidad vivida por Cristo porque ha sido asumida por l.
El smbolo
A nivel cultural, estas realidades han permitido elaborar, al mismo tiempo, la ms extraordinaria novedad intelectual y existencial, que es la visin del smbolo. El smbolo es unidad de dos mundos, el divino y el creado. Es una unidad libre e indestructible precisamente porque est afianzada sobre dos columnas: la creacin y la redencin. Si la unidad del mundo con Dios despus de la creacin fue atacada por el pecado, fue sanada, sancionada y recompuesta de manera definitiva en Jesucristo con la redencin. La mentalidad del cristiano es una mentalidad sacramental, es decir, que dentro de una realidad descubre otra: dentro del pan descubre el Cuerpo de Cristo que la liturgia hace surgir. Los Padres llamaban smbolo a esta visin que iba del sacramento al universo.
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Una mentalidad simblica est basada, pues, en las palabras de Cristo: Quien me ve a m ve a mi Padre. Esta originalidad y peculiaridad de Cristo, tanto de su persona como de su obra de salvacin, la encontramos en el sacramento. Por eso, el smbolo est basado tambin en el sacramento y en la Iglesia misma. Digo en la Iglesia precisamente debido a esos dos registros de que hablaba antes. La novedad de la lgica simblica y del lenguaje mediante los smbolos consiste precisamente en el espacio de libre adhesin que conforma un conocimiento mediante los smbolos. El smbolo se revela y se comunica mediante la implicacin de la vida. La persona vive esta implicacin como libre adhesin: una libre adhesin a Aquel que se revela y se comunica en el smbolo. Por eso, el smbolo suscita y promueve un conocimiento como unin a lo que es conocido. En una realidad descubro otra ms profunda, y me adhiero a la unin y a la comunin con esa realidad ms profunda que se me comunica. Esto es de una originalidad absoluta, una novedad que los cristianos hemos trado al mundo, gracias precisamente a la vida trinitaria en la cual participamos por medio del Espritu Santo. En efecto, el Espritu Santo es esta excepcional novedad que la inteligencia humana reconoce para poder vivir la unidad entre el conocimiento y la vida, entre la verdad y la vida. El smbolo comunica la verdad que en el cognoscente se traduce en la comunin como estilo de vida, como una nueva cualidad de vida. Por ello, la fe no se poda separar de la vida y la vida era manifestacin de Cristo. La fe era, pues, acogida de Cristo que el Espritu Santo comunica en el sacramento, acogida de manera tan fuerte y total que el hombre reconoce como humanidad suya aquella que Cristo ha asumido, es decir, la de Cristo. Por ello, la fe llega a ser una manifestacin de Cristo en nuestra humanidad. La fe es una humanidad teofnica que hace que el individuo que trata de vivir la humanidad por s solo pase a a ser una persona que vive la humanidad con Cristo, que vive su propia identidad como la divino-humanidad de Cristo. Ya no es posible pensar en el hombre slo como hombre, sino como divinohumano, como parte del Cuerpo de Cristo. Precisamente la mentalidad simblica impide elaborar un conocimiento y una cultura que no sean verificadas por la vida divino-humana que es acogida en la fe.
El paso de la crisis
No es ste el lugar para analizar las razones que estn detrs del paso del smbolo a la summa, como muy competentemente escribe Ladaria. Pero el hecho es que paulatinamente se ha optado por un conocimiento que ya no era atestiguado por la experiencia comunional de la vida divino-humana en la Iglesia. Dios Padre se ha convertido cada vez ms en Dios a secas, y primero la filosofa y despus la ciencia se han impuesto sobre el conocimiento. La verdad ya no se remita a la vida, sino al recto razonamiento, a la argumentacin y a la metodologa. La gnoseologa cede el lugar a la epistemologa. El discurso de la verdad se ha rechazado centrndose en los enfoques del conocimiento. Lo ms trgico es, sin duda, el progresivo deterioro de la fe en una religin cualquiera
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que, en lugar de experimentar la nueva existencia relacional, comunional, agpica, en la que el hombre participa mediante el bautismo, se empieza a elaborar todo un sistema doctrinal ideal de la religin segn el cual el hombre, entendido precisamente como individuo, puede salvar su vida, garantizarse la vida eterna, cambiar y mejorar la sociedad. De repente el individuo se convierte en el epicentro de todo y hasta en protagonista de la fe, que ya se ha convertido en una religin. Esta evolucin ciertamente ha provocado una ideologizacin de la fe cada vez ms radical y, en consecuencia, una profunda desconexin entre lo que se consideraba fe y la vida. Este dualismo ha sido posible precisamente porque la fe ya no se entiende como acogida comunional de la vida divina en Cristo por tanto, permanentemente abierta a la experiencia y que permanentemente estimula la creatividad intelectual, sino que se ha convertido en un planteamiento intelectual conceptual, ideal, que exige ser puesto en prctica. Por eso, en lugar de promover la vida, la comunin, liberando al hombre de la posesin del yo, lo ha hecho dueo de s mismo permanentemente frustrado, pero bajo un moralismo que ha secado al alma. Este acercamiento racionalista y voluntarista hacia la religin, que est muy lejos de la fe real, ha hecho a los cristianos odiosos en el mundo. En lugar de ser conocidos por el mundo por la revelacin de Cristo, por la novedad de la vida como una existencia eclesial, trinitaria, creativa, se nos conoce por la ley, los preceptos y el moralismo. Y, como portadores de este bagaje, somos rechazados por el mundo. El final de la poca moderna est caracterizado por un rechazo obsesivo del cristianismo, pero, como bien dice el gran Vladimir Soloviev, mucho del anticristianismo que se ha visto en los ltimos siglos no tiene, de hecho, nada en contra de la fe cristiana, sino en contra de un decadente derivado de ella. El mundo nos ha tendido trampas y nosotros hemos cado en ellas, empezando una lucha con el mundo que nos ha aislado e incapacitado para nuestra misin. Si estamos en conflicto con los hombres de nuestro alrededor, si continuamente les apuntamos con el dedo, no podemos anunciarles al Salvador y comunicar su gracia como vida nueva. Una de las trampas ms clamorosas es, sin duda, la oposicin entre fe y razn, que evidentemente se hizo posible slo cuando la fe degener en religin. Esto fue posible slo cuando la fe se separ de la vida y el conocimiento ya no era verificable en la experiencia dirigida por la nueva existencia, la comunional. Entonces, cuando uno quiere probar que tiene razn, se aferra a los argumentos que hacen referencia a realidades que no son verificables en la vida del Espritu, sino que, a lo sumo, pueden remitir a la coherencia. Pero la coherencia de los ideales, de las ideas, de los valores no es lo propio de los cristianos ni de nuestra fe y, por lo tanto, nos hemos depreciado. De pronto, se empieza a ir hacia un cristianismo prisionero entre lo ideal y lo real. Un cristianismo que se esfuerza por ser bueno, perfecto, segn perfecciones elaboradas por la inteligencia del hombre mismo. Se va hacia una bondad religiosa, es decir, a llevar a cabo lo que prescribe y exige la religin. Cualquiera que abre una carta de san Pablo o ve un enfrentamiento de Cristo con escribas y fariseos entiende que esto est lejsimos de lo que Cristo vino a realizar. De hecho, el resultado de ello se vuelve cada vez ms problemtico en
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cuanto que una Iglesia buena, organizada, eficaz y llena de obras no atrae a nadie. Poco a poco la comunin se ha debilitado, nos hemos convertido cada vez ms en institucin que lleva a cabo obras eficaces pero ha empezado a chirriar la comunidad, la comunin y las relaciones, es decir, la verdadera eclesialidad. Hemos llegado tan abajo que nos ayudamos de ciencias auxiliares para recuperar un poco de relacionalidad, como si ya no supiramos que nuestras relaciones se enrazan en la Trinidad y que participamos por ella en una nueva existencia. Cuando las relaciones se han marchitado, cuando la comunin ha dejado de ser la fuerza de la vida, la Iglesia ha perdido la belleza y ste es el drama de nuestro tiempo.
Ruptura de la sntesis
El segundo milenio ha experimentado un avance progresivo del antropocentrismo con una tendencia antirreligiosa cada vez ms explcita. Vemos que el Medievo cristiano concluy con la radicalizacin de lo divino como ideal, de modo que esa absoluta novedad de nuestra fe, que es la divinohumanidad de Cristo, cedi el puesto a una religin que, en nombre de un mundo espiritual ideal, presionaba al hombre. Por tanto, la segunda parte del segundo milenio es una afirmacin del hombre frente a Dios, casi una liberacin del hombre de cualquier Dios y cualquier religin. En este antropocentrismo radical tiene lugar la afirmacin del individuo como un sujeto que es protagonista de s mismo y de la historia y, por lo tanto, del futuro. En este camino de sntesis tridimensional que se estaba elaborando, se pasa a la prevalencia de la dimensin filosfico-racional y la jurdica sobre la dimensin bblica judeocristiana. La dimensin de la fe, precisamente debido a su descenso al nivel de la religin, es desterrada y excluida del horizonte. El horizonte antropolgico se llena as de lo racional-filosfico y, ms tarde, de lo cientfico y lo jurdico. Hoy el clima cultural y espiritual de Europa est ocupado fundamentalmente por estas dos realidades. Como anunciaba Berdiaev, ser un tiempo trgico, oscuro, cuando la ciencia y la ley tengan la verdadera competencia sobre la autoridad y sobre el bien. El espritu europeo es prcticamente prisionero de estas dos realidades: de la metodologa, de la cientificidad y de la ilimitada jungla de leyes que se producen cada da. Cualquier intento de insertarse en este esquema mental con una religin es totalmente intil, porque, por un lado, para que pueda ser aceptada la religin debe ser racionalmente metodolgica, abstracta, despersonalizada, es decir objetiva; por otro lado, debe apelar a una tica que chocar continuamente con una racionalidad subjetiva y una tica igualmente subjetiva. Por eso, para sentirse religiosa, deber desembocar en un devocionismo psicolgico.
El tiempo propicio
El actual clima cultural y espiritual de nuestro continente es extraordinariamente propicio para el acontecimiento de la fe cristiana. Precisamente debido a este dominio racionalista-cientificista y a causa de un eticismo jurdico, lo que se sofoca realmente es la vida y la racionalidad del hombre. Por este motivo, estamos ante un escenario ideal para la revelacin de la novedad de la vida, de esa existencia relacional trinitaria, libre y agpica. Es el tiempo de un cristianismo que vuelve a ser fe, manifestacin de una humanidad nueva, libre de vnculos e ilusiones exteriores, una fe que no se conforma con ser un estado en el Estado, un imperio en el Impero, sino que, en primer lugar, es revelacin de la redencin en Cristo. En pocas palabras, este es el clima ideal, un escenario preparado para la manifestacin de la Iglesia como belleza. El ya mencionado Vladimir Soloviev intua este tiempo nuestro proponiendo la belleza como culminacin de los trascendentales, la belleza como carne de la verdad y del bien. La verdad se revela y comunica como tal cuando se realiza como belleza, como un principio vital y orgnico de la transfiguracin: la verdad, pues, como esa existencia tri-hiposttica que, en su comunin agpica, hace surgir un nico Dios. Esta comunin, a travs del Espritu Santo, mueve todo lo creado como escenario de la revelacin de dicha existencia. Por eso, la verdad no es accesible al hombre sino en su carne; no puede ser malentendida simplemente con la idea: si no, Cristo nunca podra decir que es la verdad. La verdad se hace accesible en la carne que, en el sacrificio del amor, ha pasado por la muerte y sigue viviendo en una cualidad superior, en un cuerpo neumtico, glorioso. Si la verdad no se revela y comunica, y no es comunicada y conocida como belleza, permanece en su impotencia como una idea que, para hacerse eficaz, deber imponerse y presentarse como una dictadura, como esa idea que quiere ser reguladora de la vida del hombre. Y esta es la ideologa. Mientras, Florenski pone de manifiesto que la verdad revelada es el amor, porque esto es Jesucristo y esta es la identidad de nuestro Dios: porque Dios es el amor. Por eso, tambin el bien, si no se realiza como belleza, es decir, como el amor realizado, se convierte en un fanatismo que es capaz de aplastar al hombre e imponer la perfeccin del individuo como vanagloria, como orgullo. Por tanto, la sntesis final, extraordinaria es la de Florenski: la verdad revelada es el amor y el amor realizado es la belleza. Para el mismo Florenski la verdad realmente bella es la Iglesia, comunin de las personas en Cristo muerto y resucitado. La Iglesia es comunicacin de la verdad en la carne del amor, y el amor realizado comunica esa verdad, que es la vida sin ocaso. Si hay alguna fuerza que combate el bien y lo verdadero se la reconoce como la que est empujando a los cristianos hacia el mbito del hacer, del actuar, del ser coherentes, buenos y convincentes, porque as, ms all de algn aplauso, no suscitar nada significativo, mientras que el Espritu Santo mueve a los cristianos en la Iglesia como lugar del amor realizado. Este amor realizado es obra de la misericordia y de la humilde sinergia del hombre con el Espritu Santo. La perfeccin de la belleza cristiana consiste en la invocacin del hombre pobre, miserable y mortal a Dios; consiste en su apertura para acoger la accin de Dios en l, que es una accin salvfica. Estas dos realidades juntas e
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indisolubles constituyen la perfeccin cristiana porque sta es la estructura ontolgica del sacramento. Sobre una piedra los cristianos depositamos la fatiga que recogemos junto al fruto de la tierra, el pan. Y luego se da la splica de la gran epclesis, hasta que el Padre enva al Espritu Santo, que hace que este pan se nos d como el Cuerpo de Cristo muerto y resucitado. Y como san Agustn nos recuerda, cuando a la afirmacin: El Cuerpo de Cristo nosotros respondemos: Amn, all confesamos nuestra identidad, que es la del Cuerpo de Cristo, y lo que sucede en el sacramento lo experimentamos realizado en nosotros como existencia comunional del cuerpo de la Iglesia. Esto se convierte en nuestro modo de existencia transfigura nuestra mentalidad, nuestra voluntad, nuestros sentimientos, nuestros gestos en los de Cristo; y esto lo ha pintado el artista cristiano sobre las paredes que se han convertido as en el autorretrato de la Iglesia. Lo que ocurre en la belleza vivida como realizacin del bien y de lo bello como amor es permanentemente verificable en la experiencia eclesial, en la memoria de la Iglesia, en la santa tradicin, y llega a ser fuerza creadora de una inteligencia que no puede crear alejndose de la vida, sino slo en la vida, slo teniendo en cuenta a las personas y la vida de cada hombre. El hombre contemporneo se sorprender mucho cuando sea tocado con la ternura de la verdad que los cristianos comuniquemos como amor, como sacrificio de amor, como la Pascua de Cristo. El hombre, al final del antropocentrismo, est cansado y herido, y podra verse tentado de empujar el pndulo hacia el lado opuesto: de nuevo hacia una religin idealista. Por el contrario, nosotros vamos a su encuentro con la sorpresa de una existencia agpica, de Dios que se ha hecho hombre para unir en el amor libre al hombre con Dios. Ha pasado demasiado tiempo sin que el hombre europeo pudiera ver sobre las paredes de la iglesia el autorretrato de la Iglesia como resurreccin de la humanidad, como transfiguracin. No existen o son poco abundantes las obras de arte que comunican porque hacen presente el misterio de resurreccin y de gloria, del schaton, que hacen que el hombre se sumerja en la luz de la plaza de oro. Hace ya siglos que las paredes de la iglesia no hacen presente el misterio de la transfiguracin de la creacin y de la humanidad del Rostro de Cristo en el Monte Tabor. Hoy todo el escenario est listo para la trasfiguracin, para la resurreccin y para abrir un escorzo sobre la plaza de oro. El siglo XX se ha cerrado y se ha abierto un nuevo siglo sobre una Iglesia silenciosa, oculta y dispersa en cualquier parte del mundo. Es la Iglesia de los testigos, no slo mrtires fsicos, sino silenciosos creyentes que en su vida diaria, a veces sacudidos y aplastados por la historia como el cuerpo de Cristo en la pasin, llevan silenciosamente la cruz porque en el Hijo se han entregado al Padre, y el Espritu Santo los anima, los ilumina en el corazn para que no desesperen, porque tras el velo est el Padre. Estos cristianos tienen la vida de Cristo y, si tienen la vida de Cristo, tienen el pensamiento de Cristo. Y el pensamiento de Cristo razona con el corazn, es decir, con un amor que logra mantener unido lo que la razn no es capaz de unir. Y como el problema hoy es la fragmentacin, estos cristianos nos ofrecen la sorpresa, la solucin, un conocimiento del corazn, un conocimiento en el corazn, un conocimiento
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como Pascua, un conocimiento que diariamente traspasa el umbral del velo, el umbral de los dos templos, un conocimiento que, en el cielo y en la tierra, se siente como en casa.
presente, se acerque al hombre, lo ilumine, le caliente el corazn y suscite en l la veneracin, una actitud de fe y de confianza, una actitud de apertura a Dios. En la Iglesia nadie entra por derecho o con una entrada, sino a travs de la propia muerte. El bautismo es el paso donde uno muere a una vida y se despierta y resucita en otra nueva, encontrndose dentro del Cuerpo de Cristo, formando parte de la comunin de las personas que es el cuerpo de Cristo resucitado. Y tambin de este modo puede entrar el arte en la iglesia, slo mediante una gran purificacin, slo mediante un proceso pascual, mediante una especie de bautismo. Todos estamos invitados a la Iglesia, y todos estamos orientados a la persona que celebramos, adoramos y acogemos. Y, para estar en la Iglesia, ningn arte puede tener otra motivacin ni otra razn de ser sino esta. El arte contemporneo es un confesionario del hombre contemporneo, es un corazn cambiado, es un grito de la verdad existencial comprometida y doliente del hombre de hoy. Por ello, es un arte que debe ser respetado y acogido como el confesor acoge la confesin. Pero tambin es cierto que no se puede poner sobre la pared del presbiterio la confesin acogida. La cuestin del arte revela fundamentalmente otro tema, que es el arte de la vida. Y arte de la vida no sigue el perfeccionismo idealista y romntico, sino que sigue la sabidura del amor que es el camino pascual del Cuerpo de Cristo. Se crece y se madura cayendo y levantndose. El perdn y la misericordia son ms eficaces que cualquier enfoque pedaggico. Por eso, tambin en el arte hay una progresin y hay etapas y estadios, y una etapa no excluye a otra, sino que se abre a otra. El sentido del trigo y su perfeccin no radica en la forma del grano o de la espiga, ni siquiera en la harina ni incluso en el panecillo, tampoco sirve de nada elaborar determinadas formas de produccin del pan y buscar formas nicas de panecillo para expresar el ideal del trigo. El ideal del trigo es el pan eucarstico, es la hostia. Y en la hostia encuentra el sentido cada grano de trigo, cada harina, cada pan y todo trabajo del hombre. Y por el pan eucarstico queda iluminado cada paso, cada trabajo y cada fatiga desde la siega hasta el horneado. Y as es el arte, el arte puede llenar mucho espacio, puede expresar toda bsqueda y as como slo algunos panes entran en el altar, slo un pice de arte entrar en el presbiterio, pero llevando consigo el sentido ltimo sufriente y hambriento investigador que en su taller, lejos de todos, pinta, esculpe y busca.