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El Caso de Esther Martínez Etica

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FE-101-2018

El caso de Esther Martínez1

Aunque era sábado por la tarde, Esther Martínez se fue a su despacho. Esther, quien ocupaba
un cargo en el departamento de Dirección de Personal de aquella empresa, estaba trabajando
en el desarrollo de un programa de asesoramiento laboral para los empleados de fábrica. El
proyecto le ilusionaba. Era el primer intento de la empresa de ofrecer tales servicios. Pero al
abrir la puerta de su despacho, su entusiasmo se convirtió en enfado. Allí, sentado en su
escritorio, estaba Rodrigo Antúnez, uno de los vigilantes. Ante él había varias carpetas
abiertas: los papeles de Esther sobre la fiesta en honor de Roberto Córdova, recientemente
jubilado, sus ideas sobre el nuevo programa, una carpeta con artículos sobre consultoría…
todo ello estaba esparcido sobre su escritorio. ¿Qué estaba haciendo Rodrigo?

Esther conocía a Rodrigo desde que llegó a la empresa. Una de las primeras funciones de
Esther había sido responsabilizarse de la administración de políticas de personal en el
Departamento de Seguridad. De esto hacía ya 4 años. Su trabajo no había resultado nada
fácil. Esther se dio cuenta rápidamente de que no caía bien a los de seguridad. Su condición
femenina hacía que muchos de los más antiguos se sintieran incómodos y varios vigilantes
habían expresado abiertamente su descontento ante el hecho de ser representados por una

1
Caso adaptado por Hugo Cruz, Ph.D., Profesor de Ética Empresarial y de Factor Humano en la Maestría Ejecutiva en
Dirección de Empresas (EMBA) de UNIS Business School (Universidad del Istmo, Guatemala). Está inspirado en un caso
descontinuado por Harvard Business Publishing titulado Janet Glasow, de Diane C. Lewis y Barbara Ley Toffler.
Caso creado para servir como base para la discusión durante las sesiones académicas pero no como ilustración de una
adecuada o inadecuada gestión de las organizaciones.
© Copyright 2018 Universidad del Istmo. No se permite la reproducción ni la distribución por ningún medio, impreso o
electrónico, sin permiso explícito de la Universidad del Istmo.
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mujer. Sin embargo, con el paso del tiempo, este tema había pasado a un segundo plano. Pero
en el departamento no iban a consentir que Esther cumpliera tan estrictamente la política de
la empresa. El antecesor de Esther, como enlace de personal y anteriormente como directivo
de Seguridad, había intentado proteger a sus compañeros de despidos, reducciones salariales
y congelaciones de sueldos. Esther había cambiado todo eso; ella actuaba en Seguridad como
si se tratar de cualquier otro grupo. Su estricta aplicación de las reglas dio lugar a que los de
Seguridad no confiaran en ella ni contaran con ella para obtener información o ayuda. Esther
creía que esta hostilidad era el precio que debía pagar por ser directiva. Pero ahora, al ver a
Rodrigo con sus papeles entre manos, ya no estaba tan segura.

Esther gritó a Rodrigo que se marchase de su despacho. Estaba furiosa. Dijo a Rodrigo que
llamara a su supervisor y le informara de lo que había hecho. Le prometió que discutiría ese
incidente con los altos directivos de ambos departamentos. Advirtió a Rodrigo que esta
acción era una afrenta y que era motivo más que suficiente para despedirle.

Rodrigo se marchó sin mediar palabra. Después de cerrar la puerta Esther cayó en la cuenta
de que no había recibido por su parte explicación alguna que justificase esa intromisión en
su despacho. No parecía que Rodrigo hubiese estado buscando algo en especial, ya que había
sacado una serie de carpetas y documentos al azar. Desde luego, la fiesta de jubilación de
Roberto no era ningún secreto, ni tampoco era especialmente importante. Rodrigo se había
ganado la reputación de ser un chismoso sobre lo que ocurría dentro de la empresa. Se
preguntaba cuántos despachos había invadido de la misma manera.

Tras llamar a su supervisor y al jefe de seguridad, Esther se sintió mejor. Ambos estuvieron
de acuerdo en que debían despedir a Rodrigo. Si se dejaba sin sancionar este tipo de
comportamiento, supondría un mal precedente. La violación de la intimidad de un individuo
era un asunto grave que iba en contra de la preocupación de la empresa hacia sus empleados.
Los tres directivos acordaron iniciar el procedimiento de despido el lunes; todos ellos
recomendarían al jefe de división de Seguridad que cesara a Rodrigo de inmediato. Cuando
Esther se fue a su casa todavía estaba temblando, pero por lo menos se sentía aliviada por el
hecho de que ya no habría más casos de “espionaje”.

Pero llegó y pasó el lunes sin noticias y Esther se dio cuenta de que la alta dirección no
compartía su indignación por el hecho de que Rodrigo revolviera sus papeles. Rodrigo había
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llevado su caso al departamento legal. Afirmó que sólo había estado buscando información
sobre sus compañeros para poder programar las guardias del mes siguiente. También quería
comprobar si estaba previsto despedir algunos de los vigilantes. Rodrigo argumentó que no
había ninguna política expresa que prohibiera su acción y que, por lo tanto, no era justo
despedirle. El departamento legal se mostró de acuerdo. El jefe del departamento legal
expresó que se emprendería una querella si se procedía al despido de Rodrigo.

Esther no podía creer los argumentos de Rodrigo y del departamento de personal. ¿No estaba
claro? Era evidente que revisar el contenido del escritorio de otro constituía un
comportamiento inadecuado, especialmente cuando se trataba de una persona contratada para
velar por la seguridad de los demás. ¿Cómo podía ser que alguien pudiera pensar lo contrario?
Si Rodrigo hubiera querido programar los horarios de los vigilantes, podría haber solicitado
la información. Había un procedimiento establecido para tales situaciones. Rodrigo no sólo
había violado una práctica aceptada por la empresa, sino que, y esto era lo más importante,
había violado una norma común de decencia. En una empresa con estrictas políticas con
respecto al robo de cualquier objeto material, ¿el robo de información no era un delito
igualmente punible?

“En esta empresa parece que no”, pensaba Esther. El jefe del área había decidido dejar que
Rodrigo continuara como guardia de seguridad. Pese a los argumentos de otros directivos, el
jefe del área se había negado a amonestar a Rodrigo, limitándose a trasladarlo a otro edificio.
Explicó así su decisión a Esther: “No es para tanto; tu reacción ha sido desmesurada. Además
tú no tendrías que afrontar las consecuencias de una querella. Por el bien de la empresa,
Rodrigo se queda”. Ahora Esther se preguntaba si debía hacer algo más para corregir lo que
ella consideraba una grave injusticia. ¿Había hecho todo lo que estaba en sus manos? Al
volver a recordar todo lo ocurrido durante la semana, no estaba muy segura de la respuesta.

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