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Carta A Metternich

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J

• • «
EL AÑO i83i
ó
CARTA » E \m ILUSTRE PERSONAGE
AL PRINCIPE

DE METTERN1CH.
¿3á,*# ¿

S.M.CARLOS X
EL AÑO 183

CARTA BE UN ILUSTRE PERSONAGE


AL PRÍNCIPE

DE METTERNICH.
DEDICADA A CARLOS X .
Ti aducción del ingle*

POR D. GREGORIO PEREZ


BE MIRANBA.

VALENCIA:
POR ILDEFONSO MOMPIÉ.

7¿3ÍT
Es propiedad de la casa de MOMPIC,
del comercio de libros de Valencia.
A S. M. CARLOS X

i>ongo á los pies de V. M.


este humilde près ente para que
le sirva de consuelo en la paz
de su retiro la idea del pro-
fundo respeto que le profesan
ios que han admirado en iodos
tiempos sus recomendables vir-
tudes. Derrame el cielo sus benr
diciones sobre la sagrada per-
sona de V. M. como continua y
fervorosamente lo suplico. Tales
son los deseos que animan á
uno de sus mas sinceros admi-
radores....
El editor ingles.
PRÓLOGO.

J- etiemos particular compla-


cencia en dar á luz la presente
carta , tanto porque se descu-
bren en ella las misteriosas in-
trigas y sutiles combinaciones de
la política moderna, como por-
que resplandecen en su conteni-
do los blandos afectes que ins-
pira el deseo del bien común,
confortado por las saludables
máximas de là religion y la mo-
ra]. Inutil es hacer en este iugai;
larga enumeración de los auto-
res, que desde muellísimos anos
II
se han empeñado en destruir las
verdades sublimes del cristianis-
mo, sin acordarse de que enno-
blecieron el acento de los pa-
dres de la iglesia, dieron cierto
eco divino á la voz de Massi-
lion y de Bossuet (I), dictaron
el mas bello poema de los tiem-
pos modernos, y condugeron los
pasos de Lcsueur á los solita-
rios asilos de los anacoretas, pa-
ra buscar en ellos el modelo de
las virtudes silenciosas y pacífi-
cas, que con tanto ingenio nos
ha sabido pintar.
Cuando los filósofos del siglo
pasado abandonaron el campo,
los publicistas se lanzaron en él,
y trataron de dar leyes á las na-
Ill
c ¡ones, olvidándose casi siempre
de que para hacer felices á los
hombres, es necesario que estén
en perfectísima armonía con la
misma religion que los ha de ha-
cer virtuosos. Compárese á Plu-
tarco (2) con el abate Raynal,
y al Areópago con la Conven-
ción , y se vendrá en conoci-
miento de la diversa influencia
de tales escritores, de qué modo
había de formarse el pueblo que
los escuchaba, y cuál habla de
ser por último el carácter de sus
tribunales. Y si á pesar de la
severa lección que no pueden
dejar de darnos estas páginas de
Ja historia, hubiese alguno que
prefiriese á las sabias decisiones
IT
de la magistratura ateniense el
exaltado furor de los diputados
de París, le suplicaremos nos
diga con toda franqueza por cual
de estas dos corporaciones desea-
rla ser juzgado, si por seducción
ó imprudencia hubiese cometido
algún error.
Fieles pues á los saludables
principios que mantienen el or-
den social y halagan nuestro de-
bil espíritu con la consoladora
esperanza de una felicidad mas
luminosa y duradera, creemos
hacer un beneficio á los que
piensan del mismo modo publi-
cando escritos en que brillen
estas ideas, á la par que de-
leiten muestra imaginación, y
V
rectifiquen nuestro juicio. Si là
filosofía ha tenido el vano em-
peño de que viviesen los hooi-
lires sin religion , las máximas
de una política ilusoria han pre-
tendido por otro lado quitarles
la forma de todo gobierno sabio
y paternal : estos dos bandos son
los que han combatido con una
osadía, ingenio y vehemencia
dignas de mas noble causa , y
ninguna c!ase de contratiempo
ó derrota los ha podido arrojar
de la ensangrentada arena.
Hubiera sido necesario que re-
sucitase Pascal (3) para rebatir
á los filósofos, y que se hubiese
levantado un hombre benéfico
como Numa y sabio como Ci-
VI
cerón para hacer callar á los
publicistas. Mientras no se pre-
senten tales atletas, estamos per-
suadidos de que el mejor medio
para precaver el mal es iniciar
á los pueblos en los secretos
resortes que dan origen é im-
pulso á los acaecimientos, é in"
dicarles los terribles cuanto im-
previstos efectos con que pueden
ser oprimidos, como no se opon-
gan con noble pertinacia al de-
vastador torrente de la ambición
humana ( 4 ).
NOTAS DEL PRÓLOGO.

1.«

Se ha repetido en diversas oca-


siones que Bossuet leía con fre-
cuencia á Homero, y que la ardien-
te imaginación del mayor de los poc-*
tas inflamaba la fantasía de uno de
los mas grandes oradores. Por lo que
á nosotros hace, juzgamos mas bien
que estos dos hombres célebres de-
bieron á la naturaleza rasgos y mo-
vimientos de un mismo género, al
paso que inspiraciones de género
opuesto á la diversa religion que
profesaban. No sé qué carácter im-
ponente y divino saca Bossuet del
•Ill
cristianismo cuando lleno de la su«
blime elocuencia de loe libros sagra-
dos bosqueja con mano maestra su
famoso discurso sobre la historia uni-
versal, ó pronuncia con voz limpia,
magestuosa y sonora sus oraciones
fúnebres. En atención al nervio y á
la investigación profunda de estas
inmortales producciones, lo citamos
como uno de los escritores que hacen
mas honor á los progresos de la ra-
zón 7 á la moral de Jesucristo.

2. a

No en balde proponemos que


se compare á Plutarco con el abate
Raynal. Véase lo que decía á últi-
mos del siglo pasado este escritor
tan elocuente como incrédulo.
»Fueroni los tiempos en que se
IX
fundaban, destruían y renovaban los
imperios: los pueblos ya no dobla-
rán la rodilla delante de un hombre:
combaten actualmente con el rayo pa-
ra tomar algunas ciudades, y pelea-
ban antiguamente con la espada para
destruir naciones. No está distante
la feliz época en que idólatras de sus
derechos, celosos de la verdadera fe-
licidad, vivan en la sencillez de los
primeros siglos , con pocas leyes,
con pocos preceptos, y sin otra au-
toridad que la de los ancianos."
Muy poco después de haberse
publicado estas ideas apareció Na-
poleon, y la Francia tue la pri-
mera que le dobló la rodilla. Oiga-
mos ahora corno discurría, en tiem-
pos algo semejantes á los del abate
Ray nal, el mas amable filósofo de la
antigua Grecia, j se verá la difereu-
X
cía que media entre el sabio que nun-
ca desatiende la antorcha de la reli-
gion , y el orgulloso sofista que todo
lo sacrifica á los delirios de una ra-
lon ostra viada.
»En medio de las grandes alte-
raciones qne tienen divididos los pue-
blos, esclama, descubro un joven
nacido para llevar á cabo, á fuerza
de irresistible instinto, las empresas
mas gigantescas y difíciles. Acaso
dentro breve período baya sometido
los belicosos pueblos que luchan con
los animales feroces de las orillas del
Eufrates y del Gránico, asi como ha
humillado en Europa á los griegos y
á los bárbaros. Al verle vencer eon
admirable pujanza y usar de la vic-
toria con moderación singular, ha-
ciéndose amar por sus buenas leyes
de IJS que ba subyugado con las
II
armas, concluyo que su buena suer-
te no es debida al influjo de esa dei-
dad caprichosa y ciega, á la que dan
las gentes el nombre de Fortuna.
Alejandro debe el éxito próspero de
sus atrevidas empresas á la supe-
rioridad de su genio y al favor
señalado de los dioses: ahora si os
empeñaseis en que la fortuna haya
adornado por sí sola su gloriosa
frente, os diré con el poeta Alemán
t/ue semejante diosa es hija de la
providencia"

3. a

El genio osado y emprende-


dor de Pascal quería derrotar t i
monstruo de la incredulidad solo con
las luminosas armas del raciocinio.
Confiando fundadamente cu si mis-
in
mo no temía combatir cuerpo á
cuerpo con el orgullo de la razón
humana, y aunque convencido de
que semejante pasión no tiene lími-
tes , sentíase el atleta cristiano con
bastantes brios para derribarla. So-
lamente un talento como el suyo
podía egecutar el plan que conci-
biera , si por desgracia no le hubie-
se herido el dardo de ia muerte ai
pie del edificio que con tanta gran-
deza comenzaba á elevar. En balde
Racine , el hijo , quiso seguir las
huellas de tan sublime maestro, re-
copilando en su poema los pensa-
mientos de Pascal y las meditacio-
nes de Bossuet: su musa harto de-
bil para sostener el paralelo con tan
sabios varones , se ha visto como
humillada en su presencia, y no ha
podido cantar dignamente sus pro-
IUI
fu tulas y maravillosas ideas. Hacine
no hace mas que bosquejar, cuando
pinta Pascal con los mas vivos co-
lores ; llega solo á ser elegante cuan-
do el otro se ostenta sublime ; ape-
nas empieza à persuadir, cuando su
maestro está ya harto de convencer.
No puede con todo negarse que es
versificador florido y armonioso, y
que á veces cree uno percibir en
los versos del poema de la religion
los desmayados tonos de la misma
lira, que tanto nos embelesa en
Atalia y Ester.

4-'

¿ Quien será el autor de la car-


ta que publicamos ? Por el con-
tenido de ella manifiesta ser un gran
personage, un ministro tal vez, pro-
2
XIV
fundo en sus cálculos, benéfico en
sus intenciones, honrado, patriota,
adicto al lustre de las gerarquías y
amigo de Carlos décimo. Ademas: pa-
rece lamentar desde lejano retiro el
dulcísimo cielo de la patria... luego
se halla distante y acaso desterrado
de ella, todo lo cual nos allana el
camino para venir en conocimiento
de quién sea tan sabio y elocuente
publicista.
(GAMA
DE UN PERSONAGE ILUSTRE
«iL PRÍNCIPE

DE METTERN1CIL

JLre la misma manera y en el


mismo tono en que escribís al
que acaba de ser exoneíado de
uno de los mas brillantes desti-
nos con que se honran las cor-
tes europeas, me dirijo, no al
ministro del Austria y al ¡lus-
trado publicista que tiene sus-
pendida en la diestra la balanza
2
política, sino al sabio que me
distinguía con su amistad , y
al amigo que se digna tomar
parte en las aflicciones de mi es-
píritu. No creáis que la pérdida
de alio y poderoso empleo cau-
se tal trastorno en mis potencias,
que les quite el gusto de discur-
rir en orden á los grandes acae-
cimientos de que en la aparien-
cia depende la suerte de las na-
ciones ; pero os confieso que se
halla cierto principio de repu-
tación y amor propio en soste-
nerse uno en el pueslo que deco-
rosamente ocupaba, y en conti-
nuar dando á los hombres raros
egemplos de lealtad y rectitud.
Al ver no obstante que v¡v¡-
3
mos en un siglo en que des-
cienden los soberanos del solio
cuando por inadvertencia ó es-
ceso de patriotismo choran con
las opiniones de sus vasallos, es
fuerza mirar filosóficamente la
desgracia de un ciudadano oscu-
ro, que figuraba en noble cír-
culo sin otro mérito que la hon-
radez, sin otro talento que el deseo
de la prosperidad de su patria.
Al fin la caida de un ministro
es un acontecimiento natural,
pero la de un soberano un su-
ceso ruidoso y poco común : baja
el primero de su silla sin que
lo echen de ver los hombres ni
se trastorne la marcha de los
negocios , mientras el otro no
4
puede ser despojado de la pur-
pura á menos que se levanten
los pueblos y se oigan en sonoro
tropel las defensas de sus amigos,
y Us reprensiones de sns acusa-
dores«. Si al consultar las pági-
nas de la historia tropezamos
con el último monarca de fa-
mosa dinastía arrebatado con
violencia del solio, ó reducido
á llevar una vida, indecorosa y
errante por la tierra, tributamos
á su desgracia pasigero movi-
miento de compasión, y hace-
mos de ella saludables aplicacio-
nes á la incertidumbre de las
cosas humanas. He aquí las emo-
ciones que escita en mi pecho
harto sensible la lectura de las
5
catástrofes que pusieron termi-
no á los días de Carlos I y de
Luis XVI : he aqui las angustias
que despertaron en mi corazón
los últimos momentos del reina-
do de Carlos décimo.
Desvanécese la idea de mi in-
fortunio ante los desastres de tan
esclarecidos reyes ; y aunque co-
nozco habrá muchos que me
acusen de haber gobernado mal,
y no tener el tesón suficiente
para dar impulso á mi sistema
político, llevo en lo intimo de
mi conciencia el saludable con-
vencimiento de haber obedecido
siempre á sentimientos de fide-
lidad y á principios de rectitud.
Hay en cada siglo un obgeto
6
predilecto que llamando la aten-
ción de las gentes las arrebata á
ideas mas ó menos incendiarias
y peligrosas. Los monarcas que
tienen la suerte de reinar cuan-
do los hombres se hacen la guer-
ra en los teatros de las univer-
sidades, ó en las columnas de los
periódicos, pueden adquirir á
poca costa el renombre de pru-
dentes y sagaces, Pero aquellos
reyes que se han sentado en el
solio en épocas tumultuosas, te-
niendo que luchar á brazo par-
tido con el embravecido hura-
can de irreconciliables bandos y
eternas disensiones políticas, han
trabajado en balde para recon-
ciliar los ánimos y templar las
7
iras de los descontentos. Apenas
se oye la voz del partido que los
defiende mientras repiten innu-
merables ecos el clamor de los
que denigran su opinion con el
obgeto de medrar ó de hacerse
célebres: apenas se hace alto en
los rasgos de valentía y penetra-
ción que los distinguen, al paso
que se complacen las gentes en
publicar muchos que prueban
mal corazón ó imbecilidad pu-
silánime. Acuerdóme que en los
primeros dias del reinado de
Carlos X , decíanle, comparán-
dolo á Enrique IV, que, asi co-
mo (*) este buen rey, estaba

* Journal des debats.


8
destinado por el cielo á sufocar
la hidra de la discordia; y no
ha faltado después quien haya
dicho que solo se asemejaba al
irresoluto cardenal (*) de Bor-
tón , que tan breve y desairada-
mente reinó con el mismo nom-
bre de Carlos X en los tiempos
de la liga, harto semejantes por
cierto al período en que vivi-
mos.
Pero dando de mano á estos
preliminares, y atendiendo al
principal obgeto de la Carta,
que me habéis dirigido, no ten-
go dificultad en manifestaros lo
que pienso acerca del estado pre-

* Le Constitutionnel.
9
sente de los negocios políticos,
y la suerte que auguran á los
pueblos de la Europa. Desde que
Varios escritores del siglo pasa-
do se valieron de artificiosa filo-
sofía para destruir la sencilla y
virtuosa ignorancia de las gen-
tes, ignorancia que las hiciera
vivir contentas con su suerte sin
envidiar la que veían resplan-
decer en otros de superior ge-
rarquía, desencadenóse una des-
medida ambición, las personas
*Uas ineptas se juzgaron aptas
para alcanzar altos deslinos, y
$e aborrecieron las artes mecá-
nicas, y se despreciaron como
denigrantes ocupaciones de Ho-
fes los útiles afanes del laborío-
10
so agricultor. Machos abando-
naron los campos para vivir en
las ciudades, é infinitos padres de
familia en vez de inclinar á sus
hijos al cultivo de las artes con
que se honraron sus mayores, de-
dicáronlos á carreras científicas
por el ambicioso deseo de verlos
desempeñar en las grandes po-
blaciones empleos que les abrie-
sen la puerta á numerosas con-
currencias y al palacio de los
grandes. La revolución de Fran-
cia acabó de generalizar este des-
orden imbuyendo á los hombres
las máximas de figurar y repre-
sentar en el teatro del mundo el
brillante P a pel y que solo repre-
sentaran hasta entonces aquellos
11
cuyo nacimiento ó admirables
talentos los llamaban á las pri-
meras dignidades de la república.
Verdad es que en los estados ge-
nerales y en la asamblea cons-
tituyente se tuvo algún respeto
por las aristocracias de la cuna
y del saber; pero muy luego se
desvaneció ese fantasma del an-
tiguo orden, quedando dueños
del campo los puñales de los
que desacreditaban con su into-
lerancia (*) la misma causa que
quisieron ensalzar, y la sangui-
naria elocuencia de Marat y Ro-
bespierre.
Entre tanto muchos alimenta-

* Los Jacobinos.
«

ban en el egército el secreto


deseo de elevarse por medios
aunque no tan violentos como
la osadía y el terror, igualmente
eficaces para entronizar al que
pudiese hacer alarde de cualida-
des mas brillantes y ventajosas«
Bonaparte fue entre todos ellos
el que dio pruebas de mas ta^
lento y sagacidad : sus palabras
y sus victorias deslumbraron la
nación y la sometieron bajo su
espada con la misma facilidad
que subyugó Julio César el or-
gulloso pueblo de la capital del
inundo. Esle egcmplo y otros
del mismo jaez, si bien menos
notables que el que acabamos
de citar, llevó al egército el pro-
13
pío contagio que causaron las
reformas en el pueblo : los mi-
litares que se habían mantenido
sobrios y moderados durante el
ominoso reinado de los triun-
viros, aspiraron primero á las
condecoraciones y á los timbres
de la gloría, y después á las ri-
quezas , á los títulos y á las co-
modidades superfluas de la hol-
ganza. El mismo Bonaparte con-
tribuyó á fortificarles en este de-
seo repartiendo condados y co-
ronas ducales enlre los que le
habian acompañado á sus famo-
sas y militares espediciones. ¿Por
que quiso pervertirles entregán-
dolos á la molicie y á los pla-
ceres ? ¿ por que dejó habitar
u
en soberbios alcázares á los mis-
mos á quienes negara una tien-
da de campaña en las nieves
de San Bernardo y en las are-
nas abrasadoras del Egipto ? El
necio afán de adularse á sí mis-
mo rodeándose de una aristocra-
cia que diese magestad y decoro
á la púrpura imperial, hizo co-
meter á tan célebre adalid igual
desacierto al que diera en tierra
con el portentoso valor de las
legiones de Aníbal. Asi es que
cuando pasados algunos anos se
vieron sus opulentos generales
en la alternativa de conservar
sus dignidades y tesoros, ó ser
fieles siguiendo las huellas del
ilustre varón á quien acosaban
15
á ]a vez todos los monarcas de
Europa , prefirieron el partido
de abandonarle como mas con-
forme al voluptuoso descanso y
lujosas necesidades á que se ha-
bían acostumbrado.
Lanzado Napoleon del trono
de Cario Magno vio lucir la
Francia benéficas auroras de res-
tauración y tranquilidad, mien-
tras el brillante usurpador de-
voraba su humillación y despe-
cho en las rocas de Santa Elena*
Alli pagó con perpetuo destierro
el haber abusado de sus prodi-
giosos talentos y de las cualida-
des verdaderamente grandes que
lo ennoblecían. Pero no se re-
mediaron por esto los gravísi-
3
16
mos males que causaron á la
nación los tumultos de la repú-
blica, la brillantez del consula-
do y el esplendor escesivo del
imperio. Era el peor de ellos
una muchedumbre holgazana,
ambiciosa y aventurera, alha-
jada con el pestífero aliento de
largas guerras y disensiones civi-
les, á un mismo tiempo contra-
ria al bando realista y al partido
liberal, sin mas recurso para dar
pábulo á depravadas costumbres,
que el de medrar á la sombra
de los desórdenes que ocasiona
á la patria el negfD torbellino
de tales desavenencias. £1 blando
y benéfico tacto de Luis XVIII,
su afabilidad prudente, su ele-
17
mencîa paternal, y aquel espíri-
tu regenerador con que ya le
distingue la historia, tan á pro-
pósito como el del patriarca Noé
para dar la paz á los hombres
después de los estragos del dilu-
vio, no pudieron conjurar esta
plaga, que iba amenazando á lo
lejos la tranquilidad del estada
No hay duda en que renació la
afición al trabajo, y volvieron
las gentes á reanimar el comer-
cio, cruzando remolos marcs y
dando impulso a la industria en
los talleres; mas no .se disminuía
sin embargo çl nubarrón de ocio-
sos, antes bien se iban aumen-
tando con los que emigraban de
otros países, y habían visto trun-
18
cadas sus carreras, de resultas de
las últimas guerras en que ar-
diera la Europa.
Advertid, amado, principe
os trazo rápidamente
histórico del preseñl
dejarme lleva
espíritu de p
Á la culpable
girme en ávb
tes opiniones
sin tener en
obgeto que
tecedentes
apoyo á las
como impo

conte
>,y no lícvaix
19
mira en mí breve bosquejo que
la de una lógica tan rigurosa
como exacjtjf^a llegar^ las
¿ntci^sant
caía en los sucesores de Luis XVI,
por haber sido los que exigían
con mayor ahinco de sus vasa-
llos que se pronunciasen abier-
tamente^ ó escogiesen una pro-
fesión util, hay otros motivos
que no se ocultan á vuestra pro-
funda política. ¿Como habían
de fraguar una revolución en In-
glaterra cuando la union ínti-
ma de las clases y el poder de
la aristocracia oponen siempre
robusto dique de hierro á las
aclamaciones y alborotos de un
puñado de sediciosos? ¿y que
sacaran de enarbolar alli el es-
tandarte tricolor cuando existe
en las aguas el verdadero poder
de aquella potencia marítima?
21
En Inglaterra hubiera sido ne-
cesario alborotar sus diversas co-
lonias, y recorrer los mares des-
de polo á polo á fin de seducir
la tripulación de cada navio,
empresa demasiado vasta y es-
pinosa para gentes de pocos re-
cursos, y sin mas medios que los
de un valor á toda prueba, ó los
de una ambición que nunca se
sacia. En Francia por el con-
trario bastaba levantar el grito
en P a n s para que resonase en
las provincias y fuese repetido
con igual entusiasmo en todas
ellas. Inuíii seria ponderar lo
mucho que hizo el gobierno y
detenidamente meditó á fin de
acallar sus resentimientos sin
derramar sangre ni causar en el
estado el mas leve trastorno: su
obgeto era desterrar á los ma-
lévolos, á los incorregibles, in-
clinar á los hombres de buena
fé al orden establecido, y con-
vertir en beneficio de su siste-
ma político la valentía y los ta-
lentos que resplandecían en ellos-
Al mismo tiempo trataba de res-
tituir á la nobleza de la Francia
el distinguido ascendiente que
tuviera en los reinados célebres
de Cario Magno y Enrique IV,
y dar por ^ste medio mas deco-
ro al cuerpo de la nación, mas
gravedad y cordura á las provi-
dencias de sus tribunales. Si el
ministerio Granees no ha visto
23
realizadas unas intenciones de
que se honra, y si el premio de
las vigilias de Carlos X ha sido
bajar rápidamente del solio, que
durante tantos siglos ennoble-
cieron sus abuelos, tienen gra-
bado a lo menos en lo íntimo de
su pecho el consolador conven-
cimiento de que el bien de los
pueblos fuera el único blanco á
donde se dirigían sus afanes.
A estas causas privadas de la
desgracia de Carlos X pueden
añadirse otras mas universales
ó importantes. La muerte de
Jorge Canning cortó los vuelos
îi los que se prometían de los
talentos de aquel ministro el esr-
tablecimiento de un sistema de-
u
mocrático en tocios los estados
de la Europa. Ignoro hasta qué
punto pudiesen razonablemen-
te contar con la cooperación de
tan célebre publicista; pero sé
de cierto que sus ideas eran harto
humanas yfilosóficaspara querer
dar á los hombres cualquiera go-
bierno que fuese contrario á la
sana razón y á la buena moral.
Acaso deseara Jorge Canning es-
tender en todos los puntos del
globo los beneficios de la legis-
lación inglesa , si esto hubiese
sido compatible con la diversi-
dad de usos y con la varia in-
fluencia de los climas; mas como
no se ocultaban á su penetra-
ción estas poderosas razones, y
25
sabia mejor que nadie que un
gobierno para labrar la felicidad
de una nación es preciso que
esté armoniosamente combinado
con sus ideas, pasiones y cos-
tumbres , no me puedo persua-
dir que se erigiera en agente de
los que parecían maquinar en se-
creto ominosos planes contra las
dinastías reinantes. Sin embar-
go para servir á su nación, para
sostenerla en el carácter domi-
nante que desde tantos anos la
distingue en la balanza euro-
pea, abrió profunda mina que
socavase los tronos del continen-
te. Llenóla sagaz y artificiosa-
mente de los ponzoñosos ele-
mentos de revolución esparcidos
26
£or el globo ^ hinchéndola de
este modo de materiales com-
bustibles, y reservándose el ter-
rible derecho de pegarles fuego
para amedrentar á los demás
soberanos. Asi es que de su silla
ministerial ensenábales la hu-
meante mecha, que empuñaba
con la diestra, siempre que era
preciso aterrarles á fin de hacer
salir airoso y triunfante el pa-
bellón británico.
Estos planes eran profundos,
osados, terroríficos, nada con-
formes es verdad á los principios
de rigurosa justicia ; pero muy
dignos de un ingenio sutil, de
un entendimiento vasto, y aná-
logos sobre todo al sistema po-
27
li'tico adoptado y constantemen-
te seguido por el gabinete de San
James. Ellos revelaban los par-
tos del hombre profundo que di-
rigía aquel ministerio; ellos ab-i
sorvian toda su intención, y en
ellos resplandecía el admirable
fruto de sus largas meditacio-
nes. En vez de prostituirse como
ban supuesto algunos, en vez de
envolverse en las sombras del
misterio para echar mano de me-
dios indignos de su talento, estu-
diaba cautelosamente la marcha
de las naciones, el modo de opo-
nerse á ella, ó de darle una di-
rección conveniente a sus miras
por medio de astutas negociacio-
nes diplomáticas, cuyo resulta-
28
do no pudiesen prever los go-
bernantes, á fin de que no bur-
lasen el lazo que les tendía. En
balde iba secretamente cundien-
do el fuego voraz de la revolu-
ción , no reventaba el volcan, el
genio de la discordia no alzaba
descaradamente la cabeza, por-
que siendo Jorge Canningel único
que podia desencadenarlo, con-
veníale por entonces mantenerlo
aherrojado y cautivo, de la mis-
ma manera, y llevando igual ob-
geto al que se propuso cuando
aprisionó á Bonaparte en los
ámbitos de una isla desconocida.
He aqui los admirables recursos
de que echó mano al efecto de
presentarse ante los monarcas At
29
Europa como cl verdadero Eolo
<pie podia envolverlos en furio-
sas tempestades si tratasen de ir-
ritarle oponiéndose abiertamen-
te á sus designios. Nadie ha con-
cebido un proyecto tan audaz, ni
lo hubiera llevado á cabo con
tanto arle y osadía: la Europa
entera hubo de humillarse á las
plantas de un hombre particu-
lar, que no con egércitos y ar-
madas, sino con sola su prevision
política en el gabinete y su va-
ronil elocuencia en el parlamen-
t o , se hacia mas ienible á las
naciones, que el poder colosal
del emperador Alejandro (1 ).
Habiendo corrido ci velo á
t$Uis recónditas verdades, y ma-
30
infestado en pocas Líneas las mis-
teriosas cansas de la situación de
Ja Europa cuando subió Car-
los X al trono de Luis XTV, ya
os es fácil conocer el motivo de
hallar asilo en Inglaterra los que
por opiniones políticas abandona-
ban sus hogares, aun cuando no
hubiesen resplandecido en su con-
ducta pública las virtuosas cua-
lidades que distinguen al hom-
bre de buena fé de otro que vo-
cifere y alborote llevado de un
pernicioso egoismo ó á impulsos
de un espíritu anárquico. Harto
sabéis que las reclamaciones he-
chas por los ministerios de la
Santa Alianza contra semejante
comportamiento se estrellaron
31
en las sutilezas del gabinete in-
gles, que contestaba á ellas con
las mismas artes y cláusulas de
dudosa interpretación que hicie-
ron en otro tiempo famosos á los
discípulos de Aristóteles. Unas
reces indicaba la benéfica mira
de reunir dentro de las islas bri-
tánicas todos los exaltados de
Europa para que no turbasen la
paz del continente, manifestónos
después que el modo de aplaeat
su descarriada fantasía era des-
tinarlos á remotas colonias ó em-
barcarlos en sus numerosos ba-
gele$, y díjonos últimamente que
los pensionados y protegidos por
la Inglaterra debían semejante
indulgencia al esfuerzo de que
4

dieron muestras en la guerra de
la península contra Napoleon,
guerra considerada también por
los ingleses como lucha nacio-
nal á causa de tener su resulta-
do una influencia decisiva en el
destino de aquella potencia.
Los partidarios de las ideas
democráticas vislumbraban en es-
ta conducta de Jorge Canning la
fundada esperanza de ver triun-
far cuanto antea sus opiniones en
toda la extension del continen-
te. Sea por falta de dalos , sea
por escasez de talentos, ó porque
les cegase la ilusión de la victo-
ria , ttutíca descubrieron en la
marcha artificiosa y profunda del
ministerio británico él maquia-
33
vélico espíritu de una diploma-
cia sutil, concebida y puesta
en planta para tener á raya, co-
tuo he dicho mas arriba, á todas
las potencias europeas. Mante-
níanse los hombres en continua
\igilancia, hablábase en todas
partes de la nueva revolución
(jue debia estallar dirigida por
el mas sabio publicista de nues-
tro siglo, y publicábanse folle-
tos, aumenlábanse las habladu-
rías, reuníanse las gentes y no-
tábanse en fin todos los síntomas
que precedieron en Francia al
trastorno del ano 1788. En este
estado de crisis resuena en toda
Europa el grito de la muerte de
Canning, y suspéndense momeu-
táneamente los vastos proyectos^
cuyo resultado creían tocar con
la mano los que contaban con
ellos para labrar su fortuna ó
dar rienda á las venganzas.
El sabio ministro no tuvo
quien pudiese reemplazarle en su
brillante destino. Fácil era ar-
rancar la mecba de su mano mo-
ribunda y continuar amenazan-
do con ella ä los demás gabine-
tes del globo, pero difícil pillar
el hilo con que penetraba Can-
ning sin confundirse en el in-
trincado laberinto de sus propios
planes, é imposible poseer los
admirables recursos con que ha-
llaba oportuna salida para alu-
cinar á unos, espantar á otros
35
y persuadir á todos. Desde aquel
momento mudóse la faz de los
negocios : al gobierno ingles le
fue menos espinoso cambiar to-
talmente la marcha de su mi-
nisterio, que hallar un ingenio
capaz de dar impulso á los ele-
mentos que el anterior ministro
supo á fuerza de arle reunir y
combinar. Pero exiitian los ma-
teriales combustibles sin que ya
existiese la mino hábil que pu-
diese neutralizarlos : el terrible
volcan no obedecía al que su-
piera contenerlo ó hacer que es-
tallase sin peligro, y asi es que
reventó por varios puntos con
cierta falta de sistema que se
está echando de ver en las con-
36
mociones políticas del año 1830
y 1831.
En balde conociendo el gabi-
nete de Francia el peligro que
le amenazaba y había aumen-
tado la misma muerte de Can-
ning por hallarse con ella des-
encadenada y suelta la hidra de
Ja revolución, trató de seducir
á sus guerreros y llamar la aten-
ción general de los franceses ha-
cía las esplendorosas ilusiones
del honor y la gloria, ilusiones
que han sido siempre para ellos
como la varilla mágica que los
ha desencantado despertándolos
de vergonzoso letargo, ó desva-
neciendo de sus pechos el negro
afán de las disensiones políticas.
37
Para esto envió a la Greda va-
lerosas legiones que fijasen el lá-
baro donde se ostentaba Ja me-
dia luna, al mismo tiempo que
el canon de Navarino amedren-
taba á los mahometanos del Asia
anunciándoles el esfuerzo y la
pericia de nuestra naciente m a -
rina. Los laureles recogidos en
tan rápidas cuanto famosas espe-
diciones produgeron hasta cier-
to punto el ventajoso resullado
que se proponía el gobierno; y
á fin de reanimar los ánimos
hacia la gloriosa ambición que
yainfundian preliminares tan fe-
lices, abrazóse fervorosamente la
ocasión de romper con el Bey
de Argel, y borrar aquella gua-
38
rida de piratas del mapa polí-
tico.
La Europa entera vio con pla-
cer y tal vez con desconfianza
los soberbios armamentos que
hizo la Francia arrastrada de este
laudable proyecto: el viento lle-
vó rápidamente sus bageles á las
negras costas del Africa, que ha-
bían sido la tumba del rey D. Se-
bastian, la desesperación de Car-
los V , el vano empeño del poder
de Luis XIV, y los pueblos cris-
tianos, asombrados aun con el
triste recuerdo de estas derrotas,
temían con sobrada razón que se
volviese á estrellar en los muros
argelinos todo el orgullo de la
primera potencia europea. Cuan-
39
do despues de breve período vie-
ron flotar la bandera blanca en
las altas torres de aquella ciu-
dad de corsarios y bandoleros,
n
o hubo un solo cristiano que no
llorase de agradecimiento, con-
templando para siempre destrui-
da la tenebrosa morada de las
aves de rapiña, que traían inde-
corosamente amedrentadas cuan-
tas naves atraviesan el estrecho
de Hércules. ¿Que os diré, ama-
do Príncipe, del entusiasmo que
despertó en los franceses el eco
de tan célebre victoria? ¡Ah! yo
Creí por un momento triunfar
c
on el prestigio de esle suceso
de las disensiones civiles *, y no
***e acordé de que existiese el
40
volcan proparado por Jorge Can-
ning, Y mucho menos de que hu-
biera muerto el hombre grande
que podia derramar en su cra-
ter las nieves suficientes para
aplacar 6 eludir su furor. Figu-
róse asimismo el augusto monar-
ca de Francia que aquel era el
instante de dar perpetua paz á
MIS pueblos , y arrojóse en la
arena con una osadía digna d¿
Ja sania causa que iba á defen-
der , émula del paternal amor
que le inspiraban sus vasallos.
¿Cual fue el resultado de tales
tentativas? Interpretáronse sinies-
tramente sus intenciones, atribuí
y ose á espíritu de partido lo que
¿ra desinteresado celo por Ja re-
¿1
ngion y cl bien público t é h i -
dieron bajar del trono á un an-
ciano , próximo á descansar en
^ tumba, sin darle el consuelo
"* que viese subir á él á su hijo
ti á su nieto.
He aqui el primer estallido
^el volcan : su fuego eléctrico
Cundió rápidamente por la Euro-
pa, y dentro de muy poco tiem-
po vomitó nuevas llamas en la
Bélgica. Los varios elemento» de
Combustion preparados por Jor-
ge Canning corrieron á dar im-
í^iso á estos rompimientos, sin
descuidar en manera alguna que
hubiese otros del todo seme-
Jantes en los demás estados. So
color de un celo patriótico, ó
42
de un espíritu de filantropía, se
ha visto á estos hombres lan-
zarse al eslrepitoso carro de la
guerra civil , y después de ha-
berlo bulliciosamente arraslrado
por las calles de P a n s , precipi-
tarse con el en las industriosas
provincias de la Holanda,
¿ Quien será capaz de pintar
las desagradables escenas, calcu-
lar los males y poner en su pun-
to los funestos resultados de esta
nueva publicación de los arries-
gados principios que sirvieron de
base á la asamblea constituyen-
t e , que dictaron los discursos de
la convención, y prepararon el
ensalzamiento de Bonaparte? Por
desgracia aun no nos es posible
43
Vislumbrar el término de tantas
Calamidades) y no queda otro
recurso que dejamos arrebatar
del huracán hasta <ue alguna de
Sus oleadas nos lleve á la felici-
dad, ó nos estrelle contra áspe-
ras y desconocidas riberas. De-
cidme sino ¿que tranquilidad
pueden prometerse los hombres
cuando miran levantarse la P o -
lonia, acó me 1 ida s las fronteras
de la península, blasonar de lie—
regia á los subditos del papa, y
alzarse al propio tiempo los ca-
tólicos de Irlanda? Y al echar
Una triste ojeada sobre este rui-
doso cuadro, ¿dejareis de con-
venir conmigo en que tales lia-
a r a d a s no son mas que chispa-
a
TOS de la grande hoguera p r e
parada por el admirable talento
de Canning , hoguera que arde
despues de su muerte sin direct
cion ni freno? Inutil y por de-
mas considero el detenerme en
enumerar las considerables pér-
didas que podrían sufrir en me-*
dio de este rio revuelto las vir-
tudes sociales, las máximas de
Ja religion y los preceptos de la
sana moral, si la cordura de lo*
pueblos y la sensatez de los go-
biernos, unido á la esperiencia
de cuanto sufrieron desde últi-
mos del siglo pasado, no les hi-
ciese conocer palpablemente Ia$
ventajas de la union y los per-
juicios de la discordia. Con ven-
45
go en que la Espana mantenién-
dose tranquila en medio de estos
desórdenes es egemplo que con-
suela , y que promete al hombre
de bien algún rayo de esperanza
para lo suecsivo ; pero no debéis
dejarla abandonada á sí misma,
sino cooperar á que sostenga en
el mundo el carácter virtuoso y
enérgico de que ha dado honro-
sa prueba en el aiïo borrascoso
que acaba de espirar. Si obraseis
con ella cual hicieron las poten-
cías europeas en la célebre lucha
que sostuvo contra Napoleon Bo-
naparte, conoceréis el error de
esta medida asi que el temporal
se generalice en términos que ya
no os sea fácil burlar su iracun*
46
da sana. En la peninsula se lian
discutido en todos tiempos con
ins armas las cuestiones mas im-
portantes pata la tranquilidad
europea >, y un famoso publicis-
ta anunció en Jos primeros dir.S
del reinado de Carlos X (*), que
también se discutiría en su ter-
ritorio el gran problema políti-
co que tiene dividido el mundo.
Acostumbrados los pueblos á ver
como se decide en aquella glo-
riosa arena si ha de reinar so-
bre ellos Roma ó Cartago , Ju-
lio Cesar ó Pom peyó, el Isla-
mismo ó el Evan¿elio, la Ingla-
terra ó Bonaparte, nada cstrana-

* M. de Chateaubriand.
41
rán que en última apelación se
resuelva alli mismo si han de
establecerse en las naciones las
eternas bases de una política
moderada y paternal, ó las ba-
ses poco estables de una demo-
cracia aunque brillante desa-
sosegada y turbulenta. Vor lo
menos hay una ventaja en que
sea la España el teatro donde se
lleven á cabo tan considerables
contiendas: tal es la confianza que
inspira el carácter grave y sesu-
do de los espaííoles, los cuales
aman por instinto el orden so-
cial , la antigüedad de las dinas-
lías y el hermoso cielo de su
patria. Si algunos particulares
han de erigirse en arbitros de
5
48
esta disputa, diré que se escojan
de entre las academias sabias de
la Inglaterra y la Francia ; pero
si en razón de la celebridad y uni-
versales consecuencias de cues-
tión tan ardua es preciso que
todo un pueblo sentencie en ella,
doy mi voto al pueblo español
tan confiadamente como lo da-
ría á recto y sapientísimo ma-
gistrado. Convengamos, amado
Principe, en que el pueblo que
lia vivido á mas largo trecho
del crater de las conmociones
poli t'cas, el pueblo que se halla
unido por el vínculo sagrado de
una misma religion, y no tanto
aspira á las vanidades del mun-
do como á las recompensas del
9
*

*fclo, es un fenómeno de virtud


*** el siglo en que vivimos, y
d e j a n t e á un venerable ancia-
**° de los tiempos antiguos, á
JMen no pueden seducir ni des^
^mbrar las esplendorosas é in-
sustanciales teorías de las na-
c,
Ones modernas.
Con esta pintura exacta á la
fc*r que curiosa de los resortes
1l*e han puesto en movimien-
0
los estados europeos en los
elimos anos % y con la re-
gion de los primeros efectos
a s a d o s por ellos durante el
^ 1 8 3 0 , ya se puede fácil-
mente augurar cual será ti em-
í^íío de la lucha que parece
v
* á terminarse en el de 1831*
50
No hay duda que seria sanguJ'
naria y terrible como fuese m*"
nor el número de los hombre*
de bien y de los que están haiv
tos de guerras y disensiones &
viles. La misma Francia que 1^
Yantó la primera el estandart
tricolor parece mas inclinada '
jas negociaciones diplomática
que al choque de las bayoneta*
y si se considera que el adelatf
to de sus artes estriba en la coi*'
tinuacion de la paz, que la Iif
glaterra y la Rusia se hall^
sobrado comprometidas consign
mismas para hacer la guerra *
otras potencias, y que la Esp^
ña ha dado casi.sin pretender!'
la lección mas juiciosa y opof
51
***na a los pueblos de la Euro-
te i puédese alimentar con bas-
ante fundamento la esperanza
**e que ninguna de las naciones
aligerantes levante esa corona
^ la Bélgica , arrojada entre
«Has como la famosa manzana
*fe la discordia. Se me dirá tal
^ que la paz es una quimera
fc>r cuanto la guerra civil no
*** terminado aun : convengo en
e
'lo : solo suplico que se tome
^ consideración que talcs lu-
*Has cuando son muy durade-
ra presentan diversos periodos:
îc
mpos de terrorismo, de abor-
oimientos, de falso esplendor,
* por ultimo de reconciliación
^iversal. Voltaire y Rousseau
5$
cran dos filósofos de la mism3
secta, y sin embargo apenas tic
ncn puntos de contacto ni en s*'
sentimientos ni en sus escrito*
El uno se mofaba pérfidametiV
de los hombres al mismo tictf1'
po que hacia los mayores e*'
fuerzos para grangear sus aplai?
sos, mientras el otro huía *
ellos considerándoles en el del*
rio de su criminal misántropo
incapaces de eslimarle é indijf
nos de merecer su aprecio. ¿>
no figuraron en una revolucio*
misma Napoleon y Robespief
re (2)? ¿no desearon entramb^
«gercer un dominio absoluto í
ocupar el mismo trono de q^
arrojaran á Luis XVI (3)? C*
53
todo el uno capitaneaba á mise-
rable horda de terroristas, á co-
bardes asesinos, y marchaba el
otro con brillantez al frente de
espléndidas legiones.
Estudiemos, amado Príncipe,
jas caprichosas faces de la revo-
lución de Francia, y no nos será
difícil prever la marcha de los
negocios, aunque lo sea fijar el
término de verlos enteramente
concluidos. Siendo la historia la
verdadera brújula de los publi-
cistas, debemos meditar la de los
últimos tiempos para juzgar los
pueblos cual existen en el diaf
puesto que las pasiones toman
otro giro y los hombres diverso
movimiento á medida que las
54
costumbres y las vanidades del
siglo les imprimen otro carác-
ter, y les hacen esclavos de nue-
vas inclinaciones y fanatismos.
Ruego á los que se empeñen en
desconocer eslas verdades pro-
fundas que me digan, si por los
habitantes de Roma moderna
les seria fácil venir en conoci-
miento de los varones ambicio-
sos y pujantes que poblaban Ro-
ma antigua (4).
Y entre tanto que seguís con-
tribuyendo con el manejo há-
bil que os es peculiar á que
los preparativos de guerra que
hacen las naciones en vez de
contribuir á desunirlas sufoquen
las delirantes teorías de los do-
55
raocráticos, y fijen y sostengan
el admirable equilibrio de la ba-
lanza europea; haré votos desde
la oscuridad de mi retiro, á fin
de que derrame el cielo sus ben-
diciones sobre vos, y mire con
ojos benignos á los que trabajan
para que no se rompan los pre-
ciosos vínculos del orden social.
Si algún rato os dejaran libre
vuestras tareas, ó necesitáis de
un desahogo para volver con mas
tesón á emprenderlas, acordaos
de este infeliz que os profesa en
su desgracia una amistad tan
sincera, como la que os manifes-
taba rodeado de las importan-
tes atribuciones de un poderoso
destino. Fácil era á los hombres
56
arrancar de mis trémulas manos
el símbolo del poder ministe-
rial; pero no lo habrá sido ha-
cerme del todo desdichado, si
continuais manifestando el mis-
mo aprecio al que partiera con
vos en otro tiempo el honor de
mantener el orden en Europa,
y dar á las naciones auroras de
ilustración, prosperidad y bo-
nanza.
NOTAS DE LA CARTA.

1*

Ab desagradara d nuestros lectores


leer la siguiente producción de
M. Canning* escrita con motivo
de la muerte del ministro Pitt,
para -poder formar idea de su
talento poético.

Cuando cesa el bramido del hu-


racán que embravecía los mares,
cuando huyen al impulso de blandos
céfiros las nubes qne encapotaban el
cielo, y desvanecióse el peligro, y
renació en los corazones el bálsamo
consolador de la esperanza, ¿ deja-
ríamos de manifestar el debido lio-
58
menage de sincera gratitud al piloto
que acaba de salvamos?

¡ Ah ! en ningún tiempo se diga


que hayamos sido ingratos á tan se-
ñalado beneficio. Arrástrese enhora-
buena la lisonja á los pies de los
magnates, levanten las facciones has-
ta el cielo los ídolos por que derra-
man su sangre... yo estoy seguro de
que los hombres verán con mayor
complacencia el tributo del agrade-
cimiento dedicado al varón que se
ha hecho mas célebre aun por su
patriotismo, que por los sutiles r e -
cursos de su ingenio.

La Inglaterra no puede dejar de


ser fiel á la memoria del sabio mi-
59
nistro, del orador elocuente y del
hábil publicista á quien miraban con
envidia las demás naciones: de aquel
magistrado á quien nunca sedugeron
las ofertas de los reyes, ni tampoco
amedrentaron sus amenazas y egér-
citos.

La Inglaterra no puede olvidar,


que cuando el terror y la anarquía
devastaban el hermoso suelo de la
Francia, y solo medraban en él los
saqueos, la violencia y las vengan-
zas, sostuvo sobre sus hombros co-
losales la fortuna y la prosperidad
de su patria, e hizo que semejante
al arca de Noe anduviese flotando
libre y orgullosamentc en medio del
«aufra^io universal.
60
Gozamos sin zozobra ni agradeci-
miento del blando calor del sol mien-
tras brilla magestuoso sobre nuestras
cabezas , y asi que se oculta entre los
montes ó en la cristalina llanura de
los mares, contemplamos con me-
lancólico interés las ya desmayadas
tintas con que embellece el borizen te.

De la misma manera cuando bri-


llabas, 6 Pitt, en el colmo de tu
grandeza, disfrutamos sin casi agra-
decerlo del beneficio de tus virtu-
des , de la celebridad de tus talentos,
y solo conocimos el inapreciable va-
lor de tu alma grande cuando be-
mos visto eclipsarse la penetrante
lumbre dfc tus ojos*
61
Recibe pues por los peligros que
con sagacidad disipaste, por las des-
gracias á que supieron hacer frente
tu valor y tu constancia, por el tro-
no en fin que á fuerza de afanes in-
calculables pudiste afirmar y engran-
decer , recibe las acciones de gracias
de un pueblo entero que te aclama
su sosten y libertador*

j Ab ! no pocas veces en medio de


nuevas tempestades recordaremos al
sabio piloto, que salvó la gran Bre-
taña de los que mas cruelmente la
agobiaron desde que triunfó del po-
der colosal de Felipe II,
62

2.»

( * ) Si Rousseau, á pesar tie su al-


ma inquieta y <*e s u imaginación ar-
diente y sombría, hubiese sido ca-
paz de hallar la felicidad, la encon-
trara en el delicioso retiro de Mont*
morenci. La inclinación á la soledad,
si liemos de creerle á él mismo, érale
inspirado por aquel leroz é indoma-
ble espíritu de independencia que los
honores, la reputación y la fortuna
no pudieron jamas vencer. »Confie-
so, dice en una de sus obras, que
este deseo de hallarme independien-
te tiene mas bien su origen en mi
pereza habitual que en ningún mo-

* Mr*Dc!ilIccn su poema de la Imagi-


nación , nota undécima al canto sextj.
63
•¡miento de orgullo. Todo la alar-
ma , todo la incomoda, y le son
hasta insoportables los mas insigni-
ficantes deberes de la vida civil. Un
recado que tenga que dar, una carta
que baja de escribir, una visita que
me sea necesario hacer sen suplicios
para mí desde que existe semejante
necesidad. He aquí porque la amis-
tad íntima y verdadera me es tan
dulce, aunque el trato de los hom-
bres notablemente odioso. Estos exi-
gen mil etiquetas y fastidiosas ton-
terías , cuando aquella no impone
mas ley que dar libre rienda á las
emociones del corazón. He aquí tam-
bién porque be desdeñado siempre
los beneficios: el beneficio supone
agradecimiento, y la gratitud me es
enojosa desde que se convierte en
deber. En fin para espücar á mis
6 4

lectores de una ver estas sutiles con-


tradicciones de mi espíritu, acabaré
por decirles que la felicidad que bus*
co no consiste tamo en hacer lo que
yo quisiera, como en dejar de ha-
cer lo que no me cumple"
Esta felicidad de una alma capri-
chosa , pensativa y melancólica podo
hallarla este reprehensible filosofo,se-
gun ya liemos dicho, en los vergeles
de Montmorenci. Las oficiosas aten-
ciones de una amistad suave y deli-
cada dulcificaron el sombrío irenesí
de aquel hombre lleno de contra-
dicciones monstruosas, hombre á la
vez civilizado y salvage , bárbaro ú
sublime, religioso y ateo, ignorante
é instruido. En aquel retiro se acer-
có efectivamente al géucro de dicha á
que aspiraba, según se colige de la
Celebrada pintura del poeta de la
65
Imaginación (*), cuando lo describe
rrrando por aquellas selvas y aro-
máticos jardines en los siguientes
versos ¡irnos de encanto y delició-
te armonía:

» Veux-tu le voir? regarde : il est daña


ce bosquet
Un v ¡rg île à la main, comparant en
secret
Le poete et les champs, l'art avec la
nature
Et, devant le modele, admirant la
peinture.
Pareil á ces oiseaux dont il entend
la voix
Comme eux, sans soin, sans gene ü
jouit de ces bois;

* M. Delille.
66
C'est pour luí qu'on traça ces belles
promenades
Que s'étendent ces lacs, que tom-
bent ces cascades.
Leurs seigneurs rarement en suppor-
tent l'ennui,
Les droits en sont pour eux, les de-
lices pour lui...
Tel chez son noble ami dans sa belle
Y allée
S'emparant d'un bosquet, d'un ber-
ceau , d'un allée,
Sans soin, sans gens d'affaire, et par-
tant sans sonci
Jean-Jacques fut souvent le rrai
Montmorencî:"
67
5-*
Acaso nada mejor que el siguiente
diálogo para dar d conocer los
principales rasgos que distinguían
d Robespierre de Bonaparte. Es-
tamos bien persuadidos de que nos
agradecerán nuestros lectores que
le demos publicidad en el presente
opúsculo.

DIÁLOGO.
NAPOLEON : ROBESPIERRE.

ROBESPIERRE.

£1 taciturno aspecto, la frente


meditabunda, los ojos penetrantes y
andar misterioso, me indican que ere«
el alma de aquel célebre guerrero
que acaba de descender á estas ltfgu«
bres mansiones.
68

NAPOLEON.

No cabe duda ; fui guerrero, al-


cancé celebridad, y el mundo tembló
bajo de mis plantas... y bien, ¿que
pre tendes de mí? ¿acaso que te re-
fiera mis hazañas, y te entretenga
algunos momentos con U relación
exagerada de mis triunfos? ¡Ay! ¡har-
to me pesa no haber hecho mejor
uso de ellos!

ROBESPIERRE.

Y debe pesarte à ia verdad. An-


tes que tus enemigos triunfasen de
tí, y te arrastrasen á una isla desco-
nocida hasta entonces, debías tener
la complacencia de derramar toda la
sangre de tu nación. ¡ Insensato! don-
69
de quiera elevabas templos á las ar-
tes y arcos triunfales, que perpe-
tuasen el recuerdo de tus victorias,
y estos monumentos cayeron ver-
gonzosamente el dia en que eaiste tu.

5APOLEOX.

Es un hecho que hermoseé la


capital de mi imperio, y la llené por
decirlo asi de mí mismo, porque en
todos sus ángulos se reproducía la
idea de mis conquistas : pero no creo
que esto sea digno de reprensión;
pues ¿ que podia elevar de mas gran-
de en vez de aquellos admirables
monumentos ?

BOBESPIEÄRE.

Guillotinas.
70

XÀPOLZOX.

; Infame ! va te conozco : esa es-


presión te caracteriza. ¡Como! ¿en
la morada del remordimiento aun la
sed de sangre enardece tus fauces?
¡ Miserable ! Vuelve si te es permi-
tido á la tierra, y verás las ruinas
de la ¿poca en que dominabas. Tu
nombre es un nombre de execra-
c¡3n: tiemblan las naciones al pro-
nunciarlo : ¿ y osas albergar los mis-
mos sentimientos ? ¿Y á mi presen-
cia te atreves...

ROBESPIERRE.

¿Y que respeto ha de cansarme tu


presencia? Tü debes humillarte ante
la mia. Si Robespierre no hubiese
71
existido, Napoleon no hubiera sido
emperador. Yo te abrí la senda para
que subieras al trono. Al frente de
mis animosos partidarios espié el mo-
mento en que las pasiones llegaron
á su mayor grado de exaltación, y
apuré los recursos de mi elocuencia
para familiarizarlos con la matanza.
A mi voz caían todos mis enemigos,
ó por mejor decir los enemigos de
mi causa, porque yo jamas conocí
deudo ni amigo. Tenia sobre todo un
instinto particular para lanzarme á
tiempo sobre misvíctimas.Quise igua-
lar la especie humana moralmente y fí-
sicamente. Aborrecía la superioridad
del talento, del valor ó de la virtud»
v cualquiera que por tale« medios
se hacia entre los ciudadanos un lu-
gar distinguido era arrastrado á la
Guillotina. De esta muñera proyeo-
72
té un principio de nivelación uni-
versal , que vosotros porque care-
céis de resolución y energía jamas
habéis llegado á comprender. Si yo
hubiera existido no te aprovecharas
vive Dios del fruto de mis sudores.
También cayeras tií... pero los hom-
bres cuando no tienen quien los di-
rija se abandonan á cualquier aven-
turero.
KAPOLEOíf.

¿Que profieres, alma vil? jde-


berte i ti el imperio! ¡Oh! descen-
diera del solio si el mundo me hu-
biese hecho tamaña injusticia. Yo me
atraje el amor de los franceses, y
tú fuiste únicamente seguido de una
feroz bandada de verdugos. La Fran-
cia conducida por mi reinó sobre
toda la Europa, bajo tu mando se
75
asesinó cobardemente á sí misma. Yo
participaba de la gloría de mis egér.
citos porqne siempre marchaba á su
frente, td ni puedes decir que par-
ticiparas de la de tus asesinos. Si
reinaste en una palabra lo debes á
la desaparición de cuantos eran dig-
nos del mando ; si reiné lo debí al
contrario á los esfuerzos de los sa-
bios, á los deseos de los buenos ciu-
dadanos , y sobre todo al valor j á
la severa disciplina de mis soldados«

HOBESPÍERRC.

Pues yo dominé en unos dias eu


que el solio tenia bien poco atrac-
tivo. Me bastaron un puñado de
hombres 1 y á ti no ftieron suficien-
tes numerosísimos egércitos.
H
NAPOLEON.

Porque cuando tú dominaste el


mando no era patrimonio del mas
grande, sino del mas atrevido j
sanguinario.

ROJBESPIEMU.

Cierto : porque el ser sanguinario


era un deber, una necesidad, una
virtud. Tú también has derramado
á torrentes la sangre de los hom-
bres, y todo por adquirir el título
de una gloria vana á que jamas as-
piré. Y si cayó tu poder fue por-
que quisiste degollar á muchas na-
oiones á un tiempo mismo. Cesa de
engreírte, alma soberbia: en se-
mejante morada nada vale la simu-
75
lacion. Ambos temos hecho descen-
der millares de espíritus á este im-
perio de las sombras : tú por un
honor quimérico dei que pudiste
prescindir, yo por una necesidad que
no pude desconocer.

»APOLEOX.

¿Y cual era esta necesidad?

KOBESPIERRE.

La de alzarme con el mando.

WAPOLEO*.

¿Y que adelantaba la nación con


que mandaras?
76

ÏVOBESP1EKÏVE.

Tener iin hombre enérgico é im-


parcial á su frente que procurase
hacerla feiiz.

SAP0LE05.

¡ Hacerla feliz ! ¿ Con el principio


de nivelación tal vez ?

AOBESPIERRE.

Sí : porque no hay otro que pue-


da salvar á un estado democrático.
Si mis débiles sucesores hubiesen se-
guido mis pisadas jamas te hubieras
elevado, y no ahogaras á tu placer
la independencia nacional entre tus
brazos. Un instinto particular ya te
/ /

daba á conocer en las filas donde te


confundías: ya empezaba á adver-
tir en tu frente sombría al futuro
Cesar de la Francia... te salvaste por-
que antes de tiempo perecí...

NAPOLEON.

Y aun por esto se salvaría toda la


especie humana. Tú mismo lo has
confesado: el mérito era el delito
mayor ante tus ojos, y he aquí por-
que los varones mas ilustres, la flor
de los hombres de bien y de los que
amaban sinceramente la prosperidad
de su patria perecieron bajo la san-
grienta segur. Tienes la audacia de
compararte á mí; pero el mundo ya
ha sentenciado entre uno y otro.
Mi nombre se continúa en el diccio-
nario de los que sc han hecho fama-
78
sos por su pericia y valentía, mien-
tras el tuyo se halla como proscrito
Ac la sociedad. En las circunstancias
que me hallaba debía coronarme
para la felicidad de la Francia. No
lo dudes: tú estableciste la anarquía,
familiarizaste al pueblo con el cri-
men horroroso de no respetar los
vínculos de la amistad y de la san-
g r e , y desde entonces la armonía
social dejó de existir. Donde quiera
puñales, donde quiera venenos, don-
de quiera preparativos de muerte y
destrucción ; ¿y para que tantos es-
esfuerzos? para asesinar al ciudadano
indefenso, al inocente partidario de
la ley, bajo cuyo nombre comet ¡ais
tan atroces delitos. Quisiste entro-
nizar la independencia y entronizas-
te un fanatismo. Yo lo destroné He-
lio de laureles y á la frente de glo-
79
rîosas bayonetas: quise mandar, pero
no á iiicrza de sangre ; el cadalso DO
fue el baluarte de mi reinado, y
respetando cuerdo las opiniones, lla-
mé á mi alrededor á las virtudes y
á los talentos, que tu presencia, cual
astro maléfico, había ahuyentado.

BOBESPIERRC

Pero fuiste un usurpador, pero


hollaste la tumultuosa ley que te ha-*
bia engrandecido.

NAPOLEÓN.

El trono vino á ser la recompen-


sa de mis servicios; y si hollé la
misma ley, que me elevara , fue
porque desde que comenzaste á ho-
llarla ya no tenia leales amadores.
80

ROBESPIERRE.

Está bien : quiere decir que ambos


la hollamos ; quiere decir que para
sostenernos derramamos mucha san-
gre, y que á pesar de esto caímos
porque derramamos poca.

NAPOLEOM.

No, malvado : no hay la mrnor


semejanza en nuestra elevación ni
en nuestra caída. Yo me elevé en el
campo de batalla: allí entre el es-
truendo de las armas me cení el lau-
rel que anunciaba á mis sienes una
corona imperial ; y allí mismo, rotas
y dispersas mis legiones, rodeado de
enemigos menos generosos que yo,
pero los únicos en mi siglo dignos
81
de rivalizar conmigo, hube de su-
cumbir á despecho de mi valor y
de tantos anos de victorias.

ROBESPIERRE,

Pero si en ver de desvanecerte al


fin por el mezquino empeño de dic-
tar leyes á la incendiada Moscow,
te dedicaras á averiguar tranquila-
mente cuales eran tus enemigos den-
tro de la Francia para acabar muy
á tu sabor con todos ellos...

lfAFOLEOX.

Hubiera reinado sobie cadáveres


y sobre ruinas, y perecido á manos
de un asesino tan vil y tan cobarde
como fuera yo mismo. ¡ Ay de aque-
llos que creen hacer duradero su
82
reinado exaltando a imitación tuya las
pasiones de los malvados, publicando
una libertad quimérica, condenando
el olvido de los resentimientos, y
aplaudiendo el espíritu de animosidad
y de venganza ! ¡Ay de aquellos que
una vez lanzados en el estadio de la
guerra civil que han provocado son-
ríen ferozmente al sacrificio de cada
hecatombe ! Lucirá un día en que la
patria no tendrá que agradecerles
sino su desolación y su viudez. ¿Y
querías que un alma generosa y su-
blime cual la mia diese cabida á
tan miserables sentimientos? No me
juzgues por ti mismo ; como político,
una vez sentado un plan, una vez
tomada una determinación, arrolla-
ba cuantos obstáculos se atravesabau
á la realización de mis proyectos;
pero como hombre particular ama-
85
ba sinceramente á mis semejantes, y
nada deseaba con tanto ardor como
Lacertos para siempre venturosos,

BOBESPIERM.

Pues entonces, ¿ como no te de-


dicabas tan solo á labrar la felicidad
de tus vasallos? Tu causa por muy
próspera que apareciese al principio
un dia se Labia de trocar en adver«
sa. ¿ Que necesidad tenias de derra-
mar sangre estrangera ? Tus enemi-
gos se alegraban en secreto de que
les dejaras impunes. Cesa de acusar-
me y reconoce tu delito.

WAPOLEOX.

Pero mi delito es el de los grandes


hombres, y el que tú me aconsejas
84
el de las almas bajas y asesinas. Ade-
mas que nunca me ocupé ele esos
enemigos interiores que me supones:
los enemigos del emperador de los
franceses eran los gabinetes de Aus*
tria, Rusia é Inglaterra. Debia ven-
cerlos con mi talento y mi valor : á
un tiempo mismo les hacia la guerra
en el campo de batalla y en el cír-
culo diplomático, y ellos por mucho
que me odiaran , no podian menos
de respetar al que con una mano
destruía sus egércitos, y con ia vAra
desbarataba sus planes. Se me acu-
sará de ambicioso, de no haber perdo-
nado medio para satisfacer ó halagar
á esta pasión, de haber desmembra-
do muchos estados con este obgeto;
pero ¿cual ha sido el conquistador
de quien no pueda decirse otro tan-
to? ¿Y debia sentarme tranquilamen-
85
te en el trono y dejar en inacción
los mas aguerridos y brillantes egér-
cítos que había visto la Europa des-
de Carlos V ? No por cierto : esto
era dar lugar á que de nuevo se
juntasen los partidaaios de tu sistema
insocial, y retiñiesen los diversos ele-
mentos de discordia que aun exis-
tían, y pusieran á la Francia en
combustion.

ROBESPIERRE.

La verdad es que ni tú ni yo d e
biamos reinar sobre un pueblo de-
bil é inconstante, à quien en balde
procuramos, bien que por distintos
medios, Lacer grande é indepen-
diente.
86

NAPOLEON.

No acuses á los pueblos. ¿ No hi-


cieron bastante en sufrirte por algu-
nos meses? ¿No hicieron bastante en
dejarse degollar por un fanático sin
verdadero talento, sin ninguna vir-
tud , dotado de una elocuencia feroz,
que desplegaba sus recursos solamente
cuando se trataba de guillotinar? Tu
máxima terrible era que el asesinato
había de sostener al asesino, y la
pusiste en cgecucion durante la épo-
ca funesta, en la que el campo que-
da abandonado á ti y à tus satélites.
Hdroe para los unos, despreciable
para los otros, nadie te conocía bien
cuando empezaste á figurar : lóis pri-
meros te consideraban harto bueno,
los segundos is suponían poco malo:
87
pero cuando tinos j otros pudieron
contemplarte sentado muy á tu pla-
cer en el trono de la anarquía, hu-
yeron á donde no alcanzase tu se-
gur , ó se refugiaron al egército.

ROBESPIERRE.

Las circunstancias que rodean al


que reina hacen á veces disculpables
las medidas de rigor.

TfÁPOLEOI*.

Pero los grandes hombres, sin


traspasar Jas límites de Ja justicia,
saben triunfar de los peligros y bur«»
larse de las circunstancias.
88

ROBESPIERRE.

Y tú que te tienes por hombre


grande ¿has cumplido con semejante
máxima ?

NAPOLEON.

A lo menos lo procuré. Acaso no


podré decir que la Francia fuese
feliz bajo mi imperio, pero creo si
que nunca haya sido tan grande ni
tan poderosa. No habrá un solo
francés algo instruido en los acon-
tecimientos de la revolución de su
patria que no se horrorice al verte
egerciendo con omnipotencia la dic-
tadura . v no se entusiasme al leer
las victorias de los intrépidos guer-
reros á cuja frente yo marchaba.
89
Y cuando la veraz historia resucite
los elementos privilegiados que se
enterraron con la revolución, ó que
yacen sepultados entre las ruinas de
mi trono; cuando sin temor de ofen-
der á ningún pueblo pinte con enér-
gico pincel' los despreciables resor-
tes que apresuraron tu caída, y la
cadena de catástrofes que ocasionó la
mia ; te avergonzarás de figurar en
un teatro mezquino, y en medio de
la hez del pueblo, al paso que ja-
mas deberé avergonzarme de que
me coloque en el círculo que por
tantos años y tan honrosamente re-
corrí, pues era el mismo donde se
agitaban en noble concurrencia los
primeros monarcas de la Europa. Y
no me presente en él para hacer os-
tentación de la púrpura imperial,
ftiuo para usurpar una influencia, de-
90
cisîva sobre las demás potencias , y
acostumbrarlas á humillarse respe-
tuosamente ante el pabellón francés.
Por otra parte, atendiendo siempre
à reparar los gravísimos males que
habías causado, castigue los delitos,
sufoqué los alborotos, destruí con el
esplendor de mis conquistas el entu-
siasmo fatal por las ¡deas revolucio-
narias , al mismo tiempo que ense-
ñaba á no condenar los contraríos
pareceres, y me dedicaba á despertar
un interés general que los atrajera
hacia un mismo obgeto. ¿ Que le im-
porta al pueblo vivir en el foro in-
vocando los campanudos nombres de
Atenas y de Roma, si le persiguen y
le degüellan alli? Tales eran los frené-
ticos delirios que rodaban por vue»*
tras mis°rables cabezas, que creís-
teis hacerlo dichoso á fuerza de re-
91
petirle que con tales medios lo ba-
hía sido en otras partes.

ROBESPIERRE.

Y en efecto cl de Atenas y eî de
Roma debieron su prosperidad y su
gloría á las instituciones democrá-
ticas«
NAPOLEON

Di mas bien que debieron sus in-


terminables turbulencias á la anar-
quía que llegaste á establecer, y
que fue la tumba del trono y de lo«
aéreos derecbos de la plebe.

ROBESPIERRE*

Y en medio de conspiraciones, de
partidos que levantaban donde quie-
92
ra la cabeza, amagados de una tem-
pestad que se anunciaba en el oc*
cíclente de la repiíblica, ¿ á que re-
curso habíamos de apelar? Era ne-
cesario verter sangre, esparcir e*
terror: nuestros enemigos unos caían,
otros iban desapareciendo como las
aves nocturnas al asomarse la luz,
otros finalmente engruesaban nues-
tro partido. Si no hubiésemos teni-
do la audacia de ser los primeros
en herir, á buen seguro que nos sal-
váramos de la tempestad. Mi plan
fue el acabar con todos los contra-
rios de nuestra causa ; nadie lo ha
concebido con tanta estension ni pues-
to en práctica con tal energía. Re-
cogiste la diadema en los campos de
batalla combatiendo con los enemi-
gos de la Francia, yo procure' reco-
gerla en el campo de la revolución
93
peleando con los enemigos de la in-
dependencia. Tú debiste hacer lu
guerra como héroe, yo como faná-
tico. Pero si tu posición era mas glo*-
riosa, mi posición era mas crítica:
en mi lugar hubieras sido un imbé-
cil, falto de resolución, y apelando á
recursos inútiles según el estado de
los negocios. Juzgas de Robespierre
sin juzgar al mismo tiempo del es-
tremo á que habian llegado los asun-
tos ; y cuando juzgas de ti mismo, te
olvidas de que todo favorecía tu des-
mesurada ambición«

ÎUP0LE05.

Y debió ser asi. Cuando en las


conmociones políticas se eleva un ge-
nio superior á ios demás en la mal-
dad, que todo lo trastorna, des-
fruye J aniquila, que no perdona
medio para desnivelar las clases,
exaltar las pasiones y eternizar la
anarquía ; cualquiera que se atreva
á sacudir un yugo tan horroroso,
por mas que en su lugar trate de
imponer nueva servídumlxxe, será
mirado como un héroe, como el an-
gel tutelar de su pais, y la nación
se arrojará á sus brazos llena de
confianzas y bienhechoras ilusiones.
La Francia se hallaba en este estado;
pero había muchos que aspiraban á
representar el papel de libertadores,
y si por fin llegué a serlo lo debí á
mis triunfos, á mi sagacidad, i mi
penetración, á mi profunda políti-
ca. Si hubieras usado justa y venta-
josamente de la victoria f y en vez
de saciar la sed de sangre que te
devoraba te dedicaras á fijar siquie-
95
ra algtm simulacro de gobierno so-
bre bases menos destructibles é ilu-
sorias que los principios democráti-
cos apoyados en el régimen conven-
cional 6 en el decenvirato de los
Jacobinos, no abrieras á tu nación
aquellas insondables abismos donde
Heg«! á perder basta la idea de su
dignidad y del decoro que debiera
à las demás, y que se debía á sí mis-
ma. Nada bacc tau desgraciado á un
pueblo como el entronizamiento de
un partido que condena la religion
y persigue escandalosamente sus mi-
nistros. ¡ Que tío te hubiesen debido
los franceses si favorecieras la voz
de la moral evangélica que, á despe-
cho del grito de las pasiones, se
dejaba percibir de tiempo en tiem-
po en la convención ! Te elevaste
sobre ti mismo para sufocarla: ven-
8
96
ciste, bárbaro, pero el imperio del
terror duró pocos meses... y ¿acaso
las naciones civilizadas habrían de
in: i lar por largo tiempo la ferocidad
de aquellos pueblos salvages, que
aguijoneados por el hambre y por su
misma inclinación, animosos cuanto
crueles, escitados con el recuerdo
de sus victorias, despreciadores del
peligro à que van á arrojarse, se de-
jan llevar de un frenético entusias-
mo, y entonando bárbaras cancio-
nes acometen, combaten, vencen y
beben después con algazara en el
cráneo de sus enemigos? Por mu-
cho quo pueda con los hombres el
amor á una opinion y el odio que
naturalmente profesen á los que tra-
tan de combatirla, por mucho que
se alucinen con la brillantez de su
partido y co» el prestigio de un ge-
97
nto andas y fecundo que les guie
por entre el estruendo de las con-
mociones políticas, conocen tarde ó
temprano que ha de triunfar el an-
tiguo régimen > y volviendo la vista
á su alrededor confirman este felis
sentimiento con la contemplación de
los males, que su celo indiscreto y
mal dirigido ha ocasionado á la patria«
BOBJESPIEÄRE.

Mísera y precaria Juera con tales


principios la existencia de mi par-
tido. Jamas convendré contigo en
que las grandes mudanzas puedan
hacerse sin sangre.

JUPOLIO*.

Por indispensables que fuesen sí


i tuerza de .sangre habiao de veri«
98
ficarse minea debieran ponerse en
egecucion.
ROBESPIERRE.

¡Hipócrita! ¿Y no echaras mano


de ese medio terrible si él única-
mente hubiese podido coronarte ?

NAPOLEON.

Ignoro cual habría sido mi con-


ducta , porque era naturalmente am-
bicioso, y esta pasión me podia ce-
gar; pero no que en tal caso tan
digno tuera de desprecio y de abor-
recimiento como tú mismo.

HOBESPIEItRE.

Anda, espíritu imbécil, espíritu


pueril, debil y preocupado espiri-
99
tu. Yo evitaré tu encuentro en el
Tártaro, porque no puedo sufrirme
cuando considero que te escapaste
de mi segur«

5AP0LE0*.

Huye, inhumano, que aun en esta


morada del arrepentimiento í¡ de al-
go te arrepientes es de haber sido
en tu concepto poco criminal. Ha-
rás bien en evitarme ; mi conducta
mas noble y esplendorosa que la
tuya te echaría eu cara la ruindad
de tus intenciones. ¡Que las som-
bras de tantos varones dignos de
mejor suerte que inmolastes á ta
rabiosa envidia se agiten en rededor
de ti, y te presenten indignadas las
hondas heridas que les mandaste
abrir ! ¡ Que la sangre que vertieron
100
i raudales en t» presencia enrojezca
tus ojos y lus labios, y te dé de con-
tinuo la idea de tus atrocidades! ¡Ay!
¡aun asi será muy suave la vengan-
za de la humanidad, y nunca lle-
gará tamaño castigo al menos atroz-
ó monstruo, de tus delitos !

Esta idea es tan exacta como pro«


funda. Sin embargo, la moderna Ro-
ma puede sostener el paralelo con
la antigua, aun no haciendo mérito
del Carácter sagrado que la distin-
gue. Los descendientes de aquellos
hombres brutales y feroces, que se
reuniau en la caverna de Róruulo,
sp presentan ante mis ojos con me-
nos prestigio que los humildes pes*
cadoroa que trabajaron con san Pe-
101
dro para ochar los eternos ¿mientas
de Ja iglesia, lie aqui dos acaeci-
mientos al parecer insignificantes que
Lan producido en el mismo territo-
rio las dos mas grandes y completas
revoluciones de que se hace men-
ción en la historia del genero hu-
mano. Los antiguos cónsules de Ro-
ma hicieron temblar á Pirro, á M i-
tridates, á Tigrancs: Atila y otros
barbaros temblaron también al, eco
de los anatemas del soberano pon-
tífice. Es cierto que el capitolio Uen<$
el mundo de su gloria, pero lo es
también que la voz del vaticano ha
resonado en todos los ángulos de la
tierra, ha contenido el poder y la am-
bición de los monarcas, sancionado
los actos solemnes que restituyeron
la magostad á los imperios, y , lo
que déte considerarse como mas es-
102
traordinario y un papa célebre llamó
á juicio á todos los reyes de la cris-
tiandad enseñándoles con esto que
estaban escritos en el cielo los lími-
tes de su poder.
Pondérase en los antiguos roma-
nos el mérito de haber reunido los
ruinosos ma tonales de las ciencias j
las artes cuando iban decayendo en
Grecia para bacerlas florecer en Ita-
talia, mérito que les será pagado
por sincero tributo de agradecimien-
to mientras los beneficios de la ci-
vilización se aprecien en el mundo;
pero igual servicio hemos debido á
los papas en épocas en que era mu-
cho mas difícil tributarlo á los hom-
bres. Ellos trageron del Africa las
nociones científicas y literarias, que
suavizaron las costumbres europeas
después de la caida del imperio de
105
Oriente, y bajo su generoso cuanto
ilustrado patrocinio recogían los cru«
zados en la Siria y en Egipto lo«
antiguos conocimientos conservados
por los árabes. Difundidas por Ja
Italia estas luminosas nociones pre-
pararon el brillante siglo de los Me-
diéis que rivalizó con el de Augusto.
La misma Roma vino á ser el asilo
de los artistas y de los sabios, la
qtve sostuvo las útiles teorías dignas
de inmortalizar á los filósofos cris«
tianos, y la que colgó en pórticos
que ponen en olvido los de Pom*
peyó y de Trajano las obras maes-
tras que hicieron levantar de los es-
combros en que yacía al genio ri-
sueño de las artes.
No es esto decir que bajo otros
aspectos deje de haber una dife-
rencia chocante entre la Koma de
104
los cardenales y ¡a Roma de los Cé-
sares. Si los ciudadanos do esta eran
mas tratables después de una victo-
ria que después de una derrota, los
do aquella lian ido ganando en flexi-
ble y superfina cortesanía lo que lian
perdido en espíritu marcial y en po-
lítica pujanza. Lo que mas admira en
los romanos antiguos es el modo
franco y abierto de hacer la guerra
sin recurrir jamas á Ja cabala ó á
la intriga ; y lo que mas sorprende
en los romanos modernos es la ad-
mirable sutileza y la refinada astu-
cia con que dan impulso y salida i
las negociaciones mas arduas. Si se
añade á esto que los unos tomaban
por título el nombre de los reinos
que habían conquistado, y hacen
gala los otros de llevar el de las
pacíficas virtudes que ennoblecen su
105
ministerio ; qtie los primeros arro-
jaban á ios monarcas ele sus domi-
nios y que los segundos les ofrecen
frecuentemente un asilo en su ciu-
dad, se tendrá una idea aproxima«
da de los principales puntos de di-
vergencia que hicieron de Roma an-
tigua la mansion de los señores del
mundo ? y han hecho de la moder-
na el asiento de los sagrados vicario?
de Jesucristo»
En la misma librería se hallaran
las novelas siguientes.

Grecia 6 la doncella de Missolon-


glii. Dos tomos en 16.°
El sitio de las Rochelas. Dos tomos
en 8.°
Mac/ovia y Federico. Un tomo en 8.°
Amelia 6 desgraciados electos de la
estromnda sensibilidad. Un tomo
en 12.°
Anastasia 6 la recompensa de h hos-
pitalidad. Un tomo 12.°
El Valdemaro. Dos tomos en 8.°
El engaño feliz. Un tomo en 12.°
La Estela. Un tomo en 8.°
Osear y Amanda ó los niños de la
Abadía. Tres tomos en 8.°
La huerfanita inglesa. Cuatro tomos
en 12.°
La voz de la naturaleza. Cuatro to-
mos en 12.°
La Juauita« Dos tomos en 12.°
Plácido y Blanca ó las Batuecas. Dos
to oíos eu 16.Q
VA Joven Rene?. Un tomo en 8.°
Átala ó los amores de dos salvages
en el desierto. Un Ionio en 8.°
Sor Inés. Un tomo en 8.°
JE1 subterráneo habitado 6 los Lc-
tinghergs, ¿ s^a limando y Ade-
la. Ln tomo en 8.°
Pablo y Virginia, con seis laminas.
Un tomo en 8.°
La Marquesa. Un tomo en 8.°
Los dos hermanos. Un tuno en 8.°
La fiiósoía en el Tajo ó la casita en
la Presa. Un tomo en 8.°
La Celina. Un tomo en 8.°
Manual de casadas. Un tomo en 8.°
La hija de las olas. Un tomo en 8.°
¡Soches lúgubres* Un tomo en 16*°
t i Subterráneo, Un tomo en 8.°
DamioviUe v Felisa. 6 el vicio e\s-
tigado y la virtud recompensada«
Un tomo cu 12.°
Isabel á les desterrados de Siberia-
Dos tusaos en íi.°
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