Carta A Metternich
Carta A Metternich
Carta A Metternich
• • «
EL AÑO i83i
ó
CARTA » E \m ILUSTRE PERSONAGE
AL PRINCIPE
DE METTERN1CH.
¿3á,*# ¿
S.M.CARLOS X
EL AÑO 183
DE METTERNICH.
DEDICADA A CARLOS X .
Ti aducción del ingle*
VALENCIA:
POR ILDEFONSO MOMPIÉ.
7¿3ÍT
Es propiedad de la casa de MOMPIC,
del comercio de libros de Valencia.
A S. M. CARLOS X
1.«
2. a
3. a
4-'
DE METTERN1CIL
* Le Constitutionnel.
9
sente de los negocios políticos,
y la suerte que auguran á los
pueblos de la Europa. Desde que
Varios escritores del siglo pasa-
do se valieron de artificiosa filo-
sofía para destruir la sencilla y
virtuosa ignorancia de las gen-
tes, ignorancia que las hiciera
vivir contentas con su suerte sin
envidiar la que veían resplan-
decer en otros de superior ge-
rarquía, desencadenóse una des-
medida ambición, las personas
*Uas ineptas se juzgaron aptas
para alcanzar altos deslinos, y
$e aborrecieron las artes mecá-
nicas, y se despreciaron como
denigrantes ocupaciones de Ho-
fes los útiles afanes del laborío-
10
so agricultor. Machos abando-
naron los campos para vivir en
las ciudades, é infinitos padres de
familia en vez de inclinar á sus
hijos al cultivo de las artes con
que se honraron sus mayores, de-
dicáronlos á carreras científicas
por el ambicioso deseo de verlos
desempeñar en las grandes po-
blaciones empleos que les abrie-
sen la puerta á numerosas con-
currencias y al palacio de los
grandes. La revolución de Fran-
cia acabó de generalizar este des-
orden imbuyendo á los hombres
las máximas de figurar y repre-
sentar en el teatro del mundo el
brillante P a pel y que solo repre-
sentaran hasta entonces aquellos
11
cuyo nacimiento ó admirables
talentos los llamaban á las pri-
meras dignidades de la república.
Verdad es que en los estados ge-
nerales y en la asamblea cons-
tituyente se tuvo algún respeto
por las aristocracias de la cuna
y del saber; pero muy luego se
desvaneció ese fantasma del an-
tiguo orden, quedando dueños
del campo los puñales de los
que desacreditaban con su into-
lerancia (*) la misma causa que
quisieron ensalzar, y la sangui-
naria elocuencia de Marat y Ro-
bespierre.
Entre tanto muchos alimenta-
* Los Jacobinos.
«
conte
>,y no lícvaix
19
mira en mí breve bosquejo que
la de una lógica tan rigurosa
como exacjtjf^a llegar^ las
¿ntci^sant
caía en los sucesores de Luis XVI,
por haber sido los que exigían
con mayor ahinco de sus vasa-
llos que se pronunciasen abier-
tamente^ ó escogiesen una pro-
fesión util, hay otros motivos
que no se ocultan á vuestra pro-
funda política. ¿Como habían
de fraguar una revolución en In-
glaterra cuando la union ínti-
ma de las clases y el poder de
la aristocracia oponen siempre
robusto dique de hierro á las
aclamaciones y alborotos de un
puñado de sediciosos? ¿y que
sacaran de enarbolar alli el es-
tandarte tricolor cuando existe
en las aguas el verdadero poder
de aquella potencia marítima?
21
En Inglaterra hubiera sido ne-
cesario alborotar sus diversas co-
lonias, y recorrer los mares des-
de polo á polo á fin de seducir
la tripulación de cada navio,
empresa demasiado vasta y es-
pinosa para gentes de pocos re-
cursos, y sin mas medios que los
de un valor á toda prueba, ó los
de una ambición que nunca se
sacia. En Francia por el con-
trario bastaba levantar el grito
en P a n s para que resonase en
las provincias y fuese repetido
con igual entusiasmo en todas
ellas. Inuíii seria ponderar lo
mucho que hizo el gobierno y
detenidamente meditó á fin de
acallar sus resentimientos sin
derramar sangre ni causar en el
estado el mas leve trastorno: su
obgeto era desterrar á los ma-
lévolos, á los incorregibles, in-
clinar á los hombres de buena
fé al orden establecido, y con-
vertir en beneficio de su siste-
ma político la valentía y los ta-
lentos que resplandecían en ellos-
Al mismo tiempo trataba de res-
tituir á la nobleza de la Francia
el distinguido ascendiente que
tuviera en los reinados célebres
de Cario Magno y Enrique IV,
y dar por ^ste medio mas deco-
ro al cuerpo de la nación, mas
gravedad y cordura á las provi-
dencias de sus tribunales. Si el
ministerio Granees no ha visto
23
realizadas unas intenciones de
que se honra, y si el premio de
las vigilias de Carlos X ha sido
bajar rápidamente del solio, que
durante tantos siglos ennoble-
cieron sus abuelos, tienen gra-
bado a lo menos en lo íntimo de
su pecho el consolador conven-
cimiento de que el bien de los
pueblos fuera el único blanco á
donde se dirigían sus afanes.
A estas causas privadas de la
desgracia de Carlos X pueden
añadirse otras mas universales
ó importantes. La muerte de
Jorge Canning cortó los vuelos
îi los que se prometían de los
talentos de aquel ministro el esr-
tablecimiento de un sistema de-
u
mocrático en tocios los estados
de la Europa. Ignoro hasta qué
punto pudiesen razonablemen-
te contar con la cooperación de
tan célebre publicista; pero sé
de cierto que sus ideas eran harto
humanas yfilosóficaspara querer
dar á los hombres cualquiera go-
bierno que fuese contrario á la
sana razón y á la buena moral.
Acaso deseara Jorge Canning es-
tender en todos los puntos del
globo los beneficios de la legis-
lación inglesa , si esto hubiese
sido compatible con la diversi-
dad de usos y con la varia in-
fluencia de los climas; mas como
no se ocultaban á su penetra-
ción estas poderosas razones, y
25
sabia mejor que nadie que un
gobierno para labrar la felicidad
de una nación es preciso que
esté armoniosamente combinado
con sus ideas, pasiones y cos-
tumbres , no me puedo persua-
dir que se erigiera en agente de
los que parecían maquinar en se-
creto ominosos planes contra las
dinastías reinantes. Sin embar-
go para servir á su nación, para
sostenerla en el carácter domi-
nante que desde tantos anos la
distingue en la balanza euro-
pea, abrió profunda mina que
socavase los tronos del continen-
te. Llenóla sagaz y artificiosa-
mente de los ponzoñosos ele-
mentos de revolución esparcidos
26
£or el globo ^ hinchéndola de
este modo de materiales com-
bustibles, y reservándose el ter-
rible derecho de pegarles fuego
para amedrentar á los demás
soberanos. Asi es que de su silla
ministerial ensenábales la hu-
meante mecha, que empuñaba
con la diestra, siempre que era
preciso aterrarles á fin de hacer
salir airoso y triunfante el pa-
bellón británico.
Estos planes eran profundos,
osados, terroríficos, nada con-
formes es verdad á los principios
de rigurosa justicia ; pero muy
dignos de un ingenio sutil, de
un entendimiento vasto, y aná-
logos sobre todo al sistema po-
27
li'tico adoptado y constantemen-
te seguido por el gabinete de San
James. Ellos revelaban los par-
tos del hombre profundo que di-
rigía aquel ministerio; ellos ab-i
sorvian toda su intención, y en
ellos resplandecía el admirable
fruto de sus largas meditacio-
nes. En vez de prostituirse como
ban supuesto algunos, en vez de
envolverse en las sombras del
misterio para echar mano de me-
dios indignos de su talento, estu-
diaba cautelosamente la marcha
de las naciones, el modo de opo-
nerse á ella, ó de darle una di-
rección conveniente a sus miras
por medio de astutas negociacio-
nes diplomáticas, cuyo resulta-
28
do no pudiesen prever los go-
bernantes, á fin de que no bur-
lasen el lazo que les tendía. En
balde iba secretamente cundien-
do el fuego voraz de la revolu-
ción , no reventaba el volcan, el
genio de la discordia no alzaba
descaradamente la cabeza, por-
que siendo Jorge Canningel único
que podia desencadenarlo, con-
veníale por entonces mantenerlo
aherrojado y cautivo, de la mis-
ma manera, y llevando igual ob-
geto al que se propuso cuando
aprisionó á Bonaparte en los
ámbitos de una isla desconocida.
He aqui los admirables recursos
de que echó mano al efecto de
presentarse ante los monarcas At
29
Europa como cl verdadero Eolo
<pie podia envolverlos en furio-
sas tempestades si tratasen de ir-
ritarle oponiéndose abiertamen-
te á sus designios. Nadie ha con-
cebido un proyecto tan audaz, ni
lo hubiera llevado á cabo con
tanto arle y osadía: la Europa
entera hubo de humillarse á las
plantas de un hombre particu-
lar, que no con egércitos y ar-
madas, sino con sola su prevision
política en el gabinete y su va-
ronil elocuencia en el parlamen-
t o , se hacia mas ienible á las
naciones, que el poder colosal
del emperador Alejandro (1 ).
Habiendo corrido ci velo á
t$Uis recónditas verdades, y ma-
30
infestado en pocas Líneas las mis-
teriosas cansas de la situación de
Ja Europa cuando subió Car-
los X al trono de Luis XTV, ya
os es fácil conocer el motivo de
hallar asilo en Inglaterra los que
por opiniones políticas abandona-
ban sus hogares, aun cuando no
hubiesen resplandecido en su con-
ducta pública las virtuosas cua-
lidades que distinguen al hom-
bre de buena fé de otro que vo-
cifere y alborote llevado de un
pernicioso egoismo ó á impulsos
de un espíritu anárquico. Harto
sabéis que las reclamaciones he-
chas por los ministerios de la
Santa Alianza contra semejante
comportamiento se estrellaron
31
en las sutilezas del gabinete in-
gles, que contestaba á ellas con
las mismas artes y cláusulas de
dudosa interpretación que hicie-
ron en otro tiempo famosos á los
discípulos de Aristóteles. Unas
reces indicaba la benéfica mira
de reunir dentro de las islas bri-
tánicas todos los exaltados de
Europa para que no turbasen la
paz del continente, manifestónos
después que el modo de aplaeat
su descarriada fantasía era des-
tinarlos á remotas colonias ó em-
barcarlos en sus numerosos ba-
gele$, y díjonos últimamente que
los pensionados y protegidos por
la Inglaterra debían semejante
indulgencia al esfuerzo de que
4
3Î
dieron muestras en la guerra de
la península contra Napoleon,
guerra considerada también por
los ingleses como lucha nacio-
nal á causa de tener su resulta-
do una influencia decisiva en el
destino de aquella potencia.
Los partidarios de las ideas
democráticas vislumbraban en es-
ta conducta de Jorge Canning la
fundada esperanza de ver triun-
far cuanto antea sus opiniones en
toda la extension del continen-
te. Sea por falta de dalos , sea
por escasez de talentos, ó porque
les cegase la ilusión de la victo-
ria , ttutíca descubrieron en la
marcha artificiosa y profunda del
ministerio británico él maquia-
33
vélico espíritu de una diploma-
cia sutil, concebida y puesta
en planta para tener á raya, co-
tuo he dicho mas arriba, á todas
las potencias europeas. Mante-
níanse los hombres en continua
\igilancia, hablábase en todas
partes de la nueva revolución
(jue debia estallar dirigida por
el mas sabio publicista de nues-
tro siglo, y publicábanse folle-
tos, aumenlábanse las habladu-
rías, reuníanse las gentes y no-
tábanse en fin todos los síntomas
que precedieron en Francia al
trastorno del ano 1788. En este
estado de crisis resuena en toda
Europa el grito de la muerte de
Canning, y suspéndense momeu-
táneamente los vastos proyectos^
cuyo resultado creían tocar con
la mano los que contaban con
ellos para labrar su fortuna ó
dar rienda á las venganzas.
El sabio ministro no tuvo
quien pudiese reemplazarle en su
brillante destino. Fácil era ar-
rancar la mecba de su mano mo-
ribunda y continuar amenazan-
do con ella ä los demás gabine-
tes del globo, pero difícil pillar
el hilo con que penetraba Can-
ning sin confundirse en el in-
trincado laberinto de sus propios
planes, é imposible poseer los
admirables recursos con que ha-
llaba oportuna salida para alu-
cinar á unos, espantar á otros
35
y persuadir á todos. Desde aquel
momento mudóse la faz de los
negocios : al gobierno ingles le
fue menos espinoso cambiar to-
talmente la marcha de su mi-
nisterio, que hallar un ingenio
capaz de dar impulso á los ele-
mentos que el anterior ministro
supo á fuerza de arle reunir y
combinar. Pero exiitian los ma-
teriales combustibles sin que ya
existiese la mino hábil que pu-
diese neutralizarlos : el terrible
volcan no obedecía al que su-
piera contenerlo ó hacer que es-
tallase sin peligro, y asi es que
reventó por varios puntos con
cierta falta de sistema que se
está echando de ver en las con-
36
mociones políticas del año 1830
y 1831.
En balde conociendo el gabi-
nete de Francia el peligro que
le amenazaba y había aumen-
tado la misma muerte de Can-
ning por hallarse con ella des-
encadenada y suelta la hidra de
Ja revolución, trató de seducir
á sus guerreros y llamar la aten-
ción general de los franceses ha-
cía las esplendorosas ilusiones
del honor y la gloria, ilusiones
que han sido siempre para ellos
como la varilla mágica que los
ha desencantado despertándolos
de vergonzoso letargo, ó desva-
neciendo de sus pechos el negro
afán de las disensiones políticas.
37
Para esto envió a la Greda va-
lerosas legiones que fijasen el lá-
baro donde se ostentaba Ja me-
dia luna, al mismo tiempo que
el canon de Navarino amedren-
taba á los mahometanos del Asia
anunciándoles el esfuerzo y la
pericia de nuestra naciente m a -
rina. Los laureles recogidos en
tan rápidas cuanto famosas espe-
diciones produgeron hasta cier-
to punto el ventajoso resullado
que se proponía el gobierno; y
á fin de reanimar los ánimos
hacia la gloriosa ambición que
yainfundian preliminares tan fe-
lices, abrazóse fervorosamente la
ocasión de romper con el Bey
de Argel, y borrar aquella gua-
38
rida de piratas del mapa polí-
tico.
La Europa entera vio con pla-
cer y tal vez con desconfianza
los soberbios armamentos que
hizo la Francia arrastrada de este
laudable proyecto: el viento lle-
vó rápidamente sus bageles á las
negras costas del Africa, que ha-
bían sido la tumba del rey D. Se-
bastian, la desesperación de Car-
los V , el vano empeño del poder
de Luis XIV, y los pueblos cris-
tianos, asombrados aun con el
triste recuerdo de estas derrotas,
temían con sobrada razón que se
volviese á estrellar en los muros
argelinos todo el orgullo de la
primera potencia europea. Cuan-
39
do despues de breve período vie-
ron flotar la bandera blanca en
las altas torres de aquella ciu-
dad de corsarios y bandoleros,
n
o hubo un solo cristiano que no
llorase de agradecimiento, con-
templando para siempre destrui-
da la tenebrosa morada de las
aves de rapiña, que traían inde-
corosamente amedrentadas cuan-
tas naves atraviesan el estrecho
de Hércules. ¿Que os diré, ama-
do Príncipe, del entusiasmo que
despertó en los franceses el eco
de tan célebre victoria? ¡Ah! yo
Creí por un momento triunfar
c
on el prestigio de esle suceso
de las disensiones civiles *, y no
***e acordé de que existiese el
40
volcan proparado por Jorge Can-
ning, Y mucho menos de que hu-
biera muerto el hombre grande
que podia derramar en su cra-
ter las nieves suficientes para
aplacar 6 eludir su furor. Figu-
róse asimismo el augusto monar-
ca de Francia que aquel era el
instante de dar perpetua paz á
MIS pueblos , y arrojóse en la
arena con una osadía digna d¿
Ja sania causa que iba á defen-
der , émula del paternal amor
que le inspiraban sus vasallos.
¿Cual fue el resultado de tales
tentativas? Interpretáronse sinies-
tramente sus intenciones, atribuí
y ose á espíritu de partido lo que
¿ra desinteresado celo por Ja re-
¿1
ngion y cl bien público t é h i -
dieron bajar del trono á un an-
ciano , próximo á descansar en
^ tumba, sin darle el consuelo
"* que viese subir á él á su hijo
ti á su nieto.
He aqui el primer estallido
^el volcan : su fuego eléctrico
Cundió rápidamente por la Euro-
pa, y dentro de muy poco tiem-
po vomitó nuevas llamas en la
Bélgica. Los varios elemento» de
Combustion preparados por Jor-
ge Canning corrieron á dar im-
í^iso á estos rompimientos, sin
descuidar en manera alguna que
hubiese otros del todo seme-
Jantes en los demás estados. So
color de un celo patriótico, ó
42
de un espíritu de filantropía, se
ha visto á estos hombres lan-
zarse al eslrepitoso carro de la
guerra civil , y después de ha-
berlo bulliciosamente arraslrado
por las calles de P a n s , precipi-
tarse con el en las industriosas
provincias de la Holanda,
¿ Quien será capaz de pintar
las desagradables escenas, calcu-
lar los males y poner en su pun-
to los funestos resultados de esta
nueva publicación de los arries-
gados principios que sirvieron de
base á la asamblea constituyen-
t e , que dictaron los discursos de
la convención, y prepararon el
ensalzamiento de Bonaparte? Por
desgracia aun no nos es posible
43
Vislumbrar el término de tantas
Calamidades) y no queda otro
recurso que dejamos arrebatar
del huracán hasta <ue alguna de
Sus oleadas nos lleve á la felici-
dad, ó nos estrelle contra áspe-
ras y desconocidas riberas. De-
cidme sino ¿que tranquilidad
pueden prometerse los hombres
cuando miran levantarse la P o -
lonia, acó me 1 ida s las fronteras
de la península, blasonar de lie—
regia á los subditos del papa, y
alzarse al propio tiempo los ca-
tólicos de Irlanda? Y al echar
Una triste ojeada sobre este rui-
doso cuadro, ¿dejareis de con-
venir conmigo en que tales lia-
a r a d a s no son mas que chispa-
a
TOS de la grande hoguera p r e
parada por el admirable talento
de Canning , hoguera que arde
despues de su muerte sin direct
cion ni freno? Inutil y por de-
mas considero el detenerme en
enumerar las considerables pér-
didas que podrían sufrir en me-*
dio de este rio revuelto las vir-
tudes sociales, las máximas de
Ja religion y los preceptos de la
sana moral, si la cordura de lo*
pueblos y la sensatez de los go-
biernos, unido á la esperiencia
de cuanto sufrieron desde últi-
mos del siglo pasado, no les hi-
ciese conocer palpablemente Ia$
ventajas de la union y los per-
juicios de la discordia. Con ven-
45
go en que la Espana mantenién-
dose tranquila en medio de estos
desórdenes es egemplo que con-
suela , y que promete al hombre
de bien algún rayo de esperanza
para lo suecsivo ; pero no debéis
dejarla abandonada á sí misma,
sino cooperar á que sostenga en
el mundo el carácter virtuoso y
enérgico de que ha dado honro-
sa prueba en el aiïo borrascoso
que acaba de espirar. Si obraseis
con ella cual hicieron las poten-
cías europeas en la célebre lucha
que sostuvo contra Napoleon Bo-
naparte, conoceréis el error de
esta medida asi que el temporal
se generalice en términos que ya
no os sea fácil burlar su iracun*
46
da sana. En la peninsula se lian
discutido en todos tiempos con
ins armas las cuestiones mas im-
portantes pata la tranquilidad
europea >, y un famoso publicis-
ta anunció en Jos primeros dir.S
del reinado de Carlos X (*), que
también se discutiría en su ter-
ritorio el gran problema políti-
co que tiene dividido el mundo.
Acostumbrados los pueblos á ver
como se decide en aquella glo-
riosa arena si ha de reinar so-
bre ellos Roma ó Cartago , Ju-
lio Cesar ó Pom peyó, el Isla-
mismo ó el Evan¿elio, la Ingla-
terra ó Bonaparte, nada cstrana-
* M. de Chateaubriand.
41
rán que en última apelación se
resuelva alli mismo si han de
establecerse en las naciones las
eternas bases de una política
moderada y paternal, ó las ba-
ses poco estables de una demo-
cracia aunque brillante desa-
sosegada y turbulenta. Vor lo
menos hay una ventaja en que
sea la España el teatro donde se
lleven á cabo tan considerables
contiendas: tal es la confianza que
inspira el carácter grave y sesu-
do de los espaííoles, los cuales
aman por instinto el orden so-
cial , la antigüedad de las dinas-
lías y el hermoso cielo de su
patria. Si algunos particulares
han de erigirse en arbitros de
5
48
esta disputa, diré que se escojan
de entre las academias sabias de
la Inglaterra y la Francia ; pero
si en razón de la celebridad y uni-
versales consecuencias de cues-
tión tan ardua es preciso que
todo un pueblo sentencie en ella,
doy mi voto al pueblo español
tan confiadamente como lo da-
ría á recto y sapientísimo ma-
gistrado. Convengamos, amado
Principe, en que el pueblo que
lia vivido á mas largo trecho
del crater de las conmociones
poli t'cas, el pueblo que se halla
unido por el vínculo sagrado de
una misma religion, y no tanto
aspira á las vanidades del mun-
do como á las recompensas del
9
*
1*
2.»
* M. Delille.
66
C'est pour luí qu'on traça ces belles
promenades
Que s'étendent ces lacs, que tom-
bent ces cascades.
Leurs seigneurs rarement en suppor-
tent l'ennui,
Les droits en sont pour eux, les de-
lices pour lui...
Tel chez son noble ami dans sa belle
Y allée
S'emparant d'un bosquet, d'un ber-
ceau , d'un allée,
Sans soin, sans gens d'affaire, et par-
tant sans sonci
Jean-Jacques fut souvent le rrai
Montmorencî:"
67
5-*
Acaso nada mejor que el siguiente
diálogo para dar d conocer los
principales rasgos que distinguían
d Robespierre de Bonaparte. Es-
tamos bien persuadidos de que nos
agradecerán nuestros lectores que
le demos publicidad en el presente
opúsculo.
DIÁLOGO.
NAPOLEON : ROBESPIERRE.
ROBESPIERRE.
NAPOLEON.
ROBESPIERRE.
5APOLEOX.
BOBESPIEÄRE.
Guillotinas.
70
XÀPOLZOX.
ROBESPIERRE.
HOBESPÍERRC.
ROJBESPIEMU.
»APOLEOX.
KOBESPIERRE.
WAPOLEO*.
ÏVOBESP1EKÏVE.
SAP0LE05.
AOBESPIERRE.
NAPOLEON.
BOBESPIERRC
NAPOLEÓN.
ROBESPIERRE.
NAPOLEOM.
ROBESPIERRE,
lfAFOLEOX.
BOBESPIERM.
WAPOLEOX.
ROBESPIERRE.
La verdad es que ni tú ni yo d e
biamos reinar sobre un pueblo de-
bil é inconstante, à quien en balde
procuramos, bien que por distintos
medios, Lacer grande é indepen-
diente.
86
NAPOLEON.
ROBESPIERRE.
TfÁPOLEOI*.
ROBESPIERRE.
NAPOLEON.
ROBESPIERRE.
Y en efecto cl de Atenas y eî de
Roma debieron su prosperidad y su
gloría á las instituciones democrá-
ticas«
NAPOLEON
ROBESPIERRE*
Y en medio de conspiraciones, de
partidos que levantaban donde quie-
92
ra la cabeza, amagados de una tem-
pestad que se anunciaba en el oc*
cíclente de la repiíblica, ¿ á que re-
curso habíamos de apelar? Era ne-
cesario verter sangre, esparcir e*
terror: nuestros enemigos unos caían,
otros iban desapareciendo como las
aves nocturnas al asomarse la luz,
otros finalmente engruesaban nues-
tro partido. Si no hubiésemos teni-
do la audacia de ser los primeros
en herir, á buen seguro que nos sal-
váramos de la tempestad. Mi plan
fue el acabar con todos los contra-
rios de nuestra causa ; nadie lo ha
concebido con tanta estension ni pues-
to en práctica con tal energía. Re-
cogiste la diadema en los campos de
batalla combatiendo con los enemi-
gos de la Francia, yo procure' reco-
gerla en el campo de la revolución
93
peleando con los enemigos de la in-
dependencia. Tú debiste hacer lu
guerra como héroe, yo como faná-
tico. Pero si tu posición era mas glo*-
riosa, mi posición era mas crítica:
en mi lugar hubieras sido un imbé-
cil, falto de resolución, y apelando á
recursos inútiles según el estado de
los negocios. Juzgas de Robespierre
sin juzgar al mismo tiempo del es-
tremo á que habian llegado los asun-
tos ; y cuando juzgas de ti mismo, te
olvidas de que todo favorecía tu des-
mesurada ambición«
ÎUP0LE05.
JUPOLIO*.
NAPOLEON.
HOBESPIEItRE.
5AP0LE0*.
^
fe>
II« Hillliol.
ilr < •Inlunya
¿& C-Tus
ce i nn 11 64706
Top. 7V¿>* - /
<ia?
0« Gataurrya
mi d * datura
BIBLIOTECA DE CATALUNYA
1001164706
p