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De Antillon Isidoro - Disertacion Sobre El Origen de La Esclavitud de Los Negros

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DISERTACIÓN SOBRE EL

ORIGEN DE LA ESCLAVITUD
DE LOS NEGROS,

MOTIVOS QUE LA HAN PERPETUADO,


VENTAJAS QUE SE LE ATRIBUYEN
Y MEDIOS QUE PODRÍAN ADOPTARSE
PARA HACER PROSPERAR SIN ELLA
NUESTRAS COLONIAS.

Leída en la Real Academia Matritense de derecho español y público, el


día 2 de Abril de 1802, su individuo exento, y miembro de varios cuerpos
literarios. Y publicada en 1811 con notas en apoyo e ilustración de la misma
doctrina.

EL DR. D. ISIDORO DE ANTILLÓN


… Quis talio fando

Temperet a lacrymis.

Virg. Aeneid. Lib. 2.


VALENCIA

Imprenta de Domingo y Mompié, 1820

Esta Disertación es propiedad absoluta de la casa de los señores Domingo y


Mompié, del comercio de libros de Valencia, y se hallará en su librería calle de
Caballeros, número 48; y en Madrid en la de Collado, calle de la Montera.
ADVERTENCIA EN LA EDICIÓN DE 1811
Nueve años hace que en el día 2 de abril tuve el honor de abogar por la
libertad de los negros y por los derechos imprescriptibles del hombre, rodeado de
mis dulces amigos y amados compañeros de la academia de Santa Bárbara de
Madrid. En una corte donde reinaba el más absoluto y más incensado despotismo,
en donde se premiaba el espionaje y la delación como las acciones heroicas se
premian en una república, en donde casi todas las corporaciones de más autoridad,
todos los agentes del gobierno tenían declarada guerra a la razón y proscrita al
filósofo que osase invocarla, hubo, ¿quién lo creyera? un congreso de jóvenes
honrados, que arrostrando las cárceles, los destierros y toda la indignación del
favorito y de los ministros, discutían libremente cuestiones muy delicadas de
moral y de política, raciocinaban sobre la libertad del ciudadano y sobre la
constitución de las sociedades; y sin acordarse de las cadenas ni de los calabozos,
su lenguaje en Persépolis era el de unos discípulos de Sócrates en Atenas. Aquella
academia en Madrid podía compararse al pequeña cantón de Palmira en los
inmensos desiertos de la Siria. Recibid vosotros, ¡oh nombres eternamente
queridos para mí!, cualquiera que sea hoy vuestra suerte en medio de las
convulsiones de una patria desgraciada, recibid la memoria y el reconocimiento de
vuestro antiguo compañero, en cuya imaginación jamás se presentan recuerdos
mas halagüeños que los de nuestro íntimo trato, de nuestro entusiasmo por el bien
y la felicidad de los hombres, de nuestros votos por la destrucción de un gobierno
tan opresor como insensato, y por la mejora de las instituciones y de las leyes, de
nuestra consagración en fin por la santa filosofía, a despecho de una situación
precaria, y del azote siempre levantado de la tiranía recelosa.

No creía yo ni esperaba cuando en el año 1802 leí en la academia de Santa


Bárbara mi discurso sobre la esclavitud de los negros, que podría pasar en algún
tiempo de un desahogo entre amigos conformes en principios y sentimientos, y
menos que podría comunicarse al público por el conducto indestructible de la
imprenta. Pero tampoco pensé nunca, ni aun en los delirios de la esperanza más
lisonjera, que en España nueve años después llegaría a reconocerse y proclamarse
la soberanía del pueblo, origen fecundo de todos los derechos del hombre en
sociedad, ni que el augusto Congreso de sus representantes daría al mundo el
magnífico espectáculo de una sesión solemne, dedicada a romper los grillos de la
esclavitud bárbara con que hemos afligido por espacio de tres siglos a los míseros
habitantes de las márgenes del Níger y del Senegal. ¡Qué contraste entre los
sublimes y patrióticos discursos pronunciados en las Cortes con esta ocasión
memorable, y las hediondas arengas de prostitución y de servilidad que formaban
toda la elocuencia de los cortesanos de Carlos IV! Tan vergonzosa y amarga como
es la memoria de nuestra abyección y servidumbre pasada, es gloriosa la
perspectiva de nuestros esfuerzos y conatos presentes para trepar por el sendero
de la razón al templo elevado de la libertad. ¡Ojalá consigamos vencer los terribles
enemigos que en el mismo seno de la patria embarazan nuestra marcha atrevida!
Estos enemigos, a manera del dragón del huerto de las Hespérides, amenazan
devorar al patriota decidido que se acerque a las puertas de aquel santuario,
cerradas por la mano férrea de los tiranos y de sus interesados agentes, y que
pretenda coger las manzanas de oro de la felicidad social y política; felicidad de
que pende en gran parte el bienestar de los hombres durante el corto período de su
existencia sobre la tierra.

La sesión de las Cortes del 2 de abril de 1811 me ha movido pues a publicar,


ya que la imprenta es libre por la ley, el discurso que acerca del mismo objeto dije
en dos de Abril de 1802. Su contenido no es menos interesante a la religión que a la
humanidad; mi intención no pudo ser más pura cuando le escribí, ni mis fines más
rectos al imprimirle, con la adición de algunas notas. Lo demás queda a la censura
de la opinión pública, juez supremo e irrecusable, cuya voz triunfa tarde o
temprano de los clamores de la ignorancia y de las calumnias enmascaradas del
interés. «Si yo hubiera consultado (diré ahora, como decía un escritor respetable
por su filantropía y sus desgracias) , si yo hubiera consultado lo que en otros días
se llamaba amor de la gloria, y seguido el espíritu de la antigua literatura, hubiera
podido gastar algunos meses en pulir esta disertación; pero he creído que siendo
necesaria al presente sería acaso inútil y demasiado tardía dentro de algún tiempo.
Hemos llegado a una época en que los amantes de las letras deben tratar lo
primero de ser útiles; en que se debe precipitar la propagación de las verdades que
el pueblo puede comprender, no sea que sobrevengan movimientos retrógrados; y
en que por consiguiente siendo preciso ocuparse más en cosas que en palabras, la
escrupulosidad en el estilo y en la perfección de los coloridos se miraría justamente
como senil de una vanidad miserable y de aristocracia literaria. Si resucitase cierto
filósofo célebre se avergonzaría de pasar veinte años en hacer epigramas sobre las
leyes; escribiría para el pueblo, porque la revolución no puede mantenerse más
que por el pueblo, y por el pueblo instruido; es decir, que escribiría buenamente,
según su corazón, y no pondría en tortura sus ideas para que saliesen más
brillantes.»

Palma en Mallorca 10 de Julio de 1811.

I. de A.
SEÑORES:
1. Cuando queramos pasar revista por los diferentes derechos naturales y
sociales del hombre, cuando queramos examinar sus facultades, observaremos con
dolor que éstas y aquellos han sido menos respetados y más combatidos, a
proporción que son más preciosos y más imprescriptibles. En todos los países del
mundo, en todos los gobiernos que sucesivamente han dirigido la especie humana,
el despotismo, la ignorancia y la superstición se ha conjurado para atacar la
felicidad del mayor número de nuestros semejantes. La naturaleza en vano ha
reclamado sus indestructibles privilegios; la fuerza de los opresores y el
embrutecimiento de los vencidos han desoído su robusta voz; aquellos han
seguido oprimiendo y gozando, y estos callando y sufriendo ignominiosamente. Y
si algún hombre menos débil ha querido acordarse de su vergonzoso estado, si
abriendo el código de la razón y viendo en él esculpidos con caracteres sagrados
sus grandes y desconocidos derechos se inflamó de un santo celo por el bien de sus
semejantes, si se llenó de una justa indignación contra los tiranos, si lanzó un grito
valiente en favor de la humanidad oprimida, la insolencia de los déspotas y la
estúpida sumisión de los esclavos le sofocaron, y presto quedó reducido a llorar en
oscuro silencio los males de nuestra raza. Así, oprimir por una parte, sufrir
habitualmente por otra, tal es el horroroso y desconsolador retrato de toda la
historia. Al considerar esto, hubo quien llevando las cosas al extremo se arrebató a
una reflexión dolorosa; y es que si las miserias de la sociedad no han de tener fin, si
han de ser perpetuas, valiera más que el hombre sensible careciera de razón; a lo
menos entonces, soportando el yugo de hierro que le oprime, desconocería la
injusticia del que se lo impone, ignoraría los derechos de que se le priva, y cuyo
conocimiento parece no haber grabado en su corazón la naturaleza, sino para
agravar mas sus desdichas.

2. Yo quisiera no encontrar en los anales de los pueblos tan multiplicadas


pruebas de esta triste verdad; pero desgraciadamente se me presentan a cada
página. La libertad individual, el derecho de gozar de su trabajo, de disponer de su
persona, de escoger el género de ocupación más conveniente, el derecho de existir
políticamente, este derecho, origen y fuente de todos los demás, sin el cual el
hombre es nada, pues ni aun tiene seguridad de su existencia física, este derecho
tan íntimamente unido con los primeros elementos de nuestra felicidad, con los
sentimientos más universales de nuestro amor propio, poderoso móvil de las
acciones; este derecho sacrosanto, inseparable por esencia de la naturaleza del
hombre, ha sido (¿quién lo diría?) el más desconocido, el más sacrílegamente
burlado en todos los gobiernos, en todos los siglos. Sus escandalosas infracciones
han sido continuas. Ábranse las crónicas de las grandes naciones, regístrense, aun
superficialmente, sus leyes y sus hechos; a cada paso, en cada línea se ve escrito el
nombre injusto de esclavo, acompañándole una larga lista de los monstruosos y
autorizados derechos de un señor.

3. Ningún gobierno, ninguna sociedad política ha sido tan sabia o tan justa,
que haya observado con religioso escrúpulo el santo dogma de la libertad del
ciudadano. Vosotros, señores, como yo, habéis oído ponderar desde vuestra niñez
la libertad y el espíritu de igualdad de Grecia y Roma, y cuando veis al género
humano dividido en dos castas enemigas, de hombres que gozan y de hombres
que padecen, sin duda volvéis, como para consolaros, vuestra vista hacia aquellos
dos pueblos antiguos. Sin embargo, es cierto que en Esparta una aristocracia de
treinta mil nobles tenía bajo un yugo horroroso a doscientos mil esclavos; que para
impedir la demasiada población de aquel género de negros, los jóvenes
lacedemonios iban de noche a la caza de los ilotas, como de bestias feroces; que en
Atenas, en el santuario de la libertad, había cuatro esclavos por un hombre libre;
que no había ni una sola casa donde aquellos pretendidos demócratas no ejerciesen
el régimen despótico de nuestros colonos de América, con una crueldad digna de
los tiranos; que de cuatro millones de hombres que debieron poblar la antigua
Grecia1 más de tres millones eran esclavos; que la desigualdad política y civil era el
dogma de los pueblos y de los legisladores, que estaba consagrado por Licurgo y
Solón, profesado por Aristóteles, por el divino Platón, por los generales y
embajadores de Atenas, Esparta y Roma, que en Polibio, Tito Livio y Tucídides
hablan como los embajadores de Atila o de Gengis Kan; y que en Roma reinaron
las mismas costumbres, en los que se llaman bellos tiempos de la república: allí el
marido vendía a su mujer, el padre a su hijo; el esclavo no era persona, y se
consideraba como jumento, a quien no se le hacía injuria azotándole, negándole el
sustento físico, y aun quitándole la vida; el deudor insolvente era reducido a la
esclavitud; y las leyes autorizaban que un hombre libre se despojase a su arbitrio
del imprescriptible e inenajenable derecho de la libertad. Franqueando muchos
medios de hacer esclavos, pocos y difíciles de recuperar la libertad, los romanos,
por un refinamiento de tiranía, quisieron aumentar los goces y las riquezas del
corto número de señores, reconcentrando en sus manos montones de siervos.
Cuando yo examino a sangre fría estas costumbres, estos establecimientos de
Grecia y Roma, dejo la ilusión que me hacía mirar con respeto tan injustos
gobiernas, y me siento inclinado a abrazar el parecer de un filósofo de nuestros
días, que los mira como muy semejantes al de los mamelucos en Egipto o al del
dey de Argel, y cree que no falta a los antiguos griegos y romanos, tan vociferados,
más que el nombre de Hunos y Vándalos, para ser un verdadero retrato de todos
los caracteres que distinguen a las naciones feroces de la media edad 2.
4. La ruina del imperio romano no produjo la de la esclavitud. Los bárbaros,
que sobre la destruida grandeza del pueblo rey establecieron su poder,
autorizaron, bajo diferentes formas, la servidumbre de los vencidos: y en presencia
de una religión que mira a todos los hombres como iguales al pie del altar, que
predica como uno de sus primeros dogmas la caridad y el amor, millares de
ciudadanos arrastraron las cadenas del feudalismo, de la gleba, de la mano muerta
etc., vocablos funestos con que se engrosó entonces el diccionario de la opresión. El
despotismo de los reyes, que por su interés, no por el bien, de los súbditos,
enervaron el poder de los grandes, las luces de la filosofía y de la razón que se
empezaron a escuchar con menos desprecio, acaso también los preceptos de una
religión, benéfica y amiga de la igualdad, cuando la superstición o la codicia de
algunos de sus ministros no la desfigura o altera, produjeron en esta esencialísima
parte del bienestar de los hombres una feliz revolución; y entre el catálogo de
males que afligen aun actualmente a los pueblos del mediodía y del centro de
Europa, no se encuentra ya el nombre escandaloso de la esclavitud doméstica. El
norte de la región del mundo que habitamos, donde entre los hielos y la oscuridad
se había refugiado el monstruo, proscrito de nuestras provincias, no tardará en
verse libre de la ignominia de haberle acogido. La Dinamarca no tiene ya esclavos.
Esperemos para consuelo y por el honor de la especie, que la Rusia, ese país donde
aun tres cuartas partes de sus habitantes son esclavas, echará al fin por tierra esta
detestable institución, volverá la libertad a los siervos, y abriéndose así un
manantial perenne de población y riqueza quitará a la Europa el remordimiento de
que queden todavía dentro de su seno vestigios de un establecimiento injusto y
repugnante a la razón.

5. Pero ¿quién lo creyera? Mientras la Europa se declaraba por la libertad,


mientras se proscribía la esclavitud, mientras la naturaleza reclamaba por todas
partes sus derechos, las leyes fomentaban, la política promovía, y los intereses
sórdidos del comercio defendían con descaro otro género de esclavitud, la más
injusta, odiosa e inexcusable, que hace la desesperación de los unos y es la
vergüenza de los otros, que lleva los europeos a hollar por precio vil en las orillas
bárbaras del Senegal los derechos imprescriptibles de la humanidad y de la razón;
el comercio y la esclavitud de los negros 3. Este tráfico infame, borrón y mancha
indeleble de la cultura europea, este mercado sacrílego contra el cual nunca ha
tronado más de lo que debiera, una religión a cuyos ojos es abominable, hace días
que excita la compasión y arranca las lágrimas del hombre sensible, indigna al
filósofo, y avergüenza a los gobiernos ilustrados. Vosotros me habéis encargado
que os hable de él. Yo soy muy inferior a tan grande e interesante objeto, pero me
considero como el eco de la humanidad ofendida; y tan augusto título, defensa tan
preciosa, dan brío a mi espíritu, y llenan de un santo entusiasmo mi imaginación.
Os ruego sin embargo que disimuléis sus extravíos.

6. No empezaré mi discurso amontonando razones en favor de la libertad, y


demostrando con argumentos incontrastables toda la absurdidad, toda la injusticia
de la esclavitud. Montesquieu no pudo resolverse a tratar con seriedad esta
cuestión4. Si él creyó, y con razón, que se degradaba y hacía poco honor a los
hombres, empeñándose en combatir tan sacrílega institución, más justamente
podré yo persuadirmelo cuando hablo a un congreso de ciudadanos ilustrados
acerca de la más horrorosa, la más vil de todas las esclavitudes. Si alguno se
atreviese todavía, en medio del grito de la naturaleza y de las luces del siglo, a
defender este infame sistema, no merecería más contestación, dice un escritor
sensible, que el desprecio del filósofo y el puñal del negro. Así, paso a indagar el
origen de esta esclavitud, que despuebla el África, riega con sangre de millares de
infelices la América, y cubre de ignominia a la Europa.
I.
7. Una reunión prodigiosa de causas físicas y morales concurrió a dar origen
a la esclavitud de los negros. Desde tiempos, cuya memoria no existe, el África
interior tenía la costumbre infame de vender sus habitantes, y sobre todo en la
costa de Guinea estaba autorizada la esclavitud por varias causas. 5 Como los
antiguos europeos jamás navegaron por aquellos parajes, porque creían
intransitable la zona tórrida, no sacaron partido de estas miserables víctimas de la
barbarie, y se excusaron el remordimiento de aumentar el número de sus esclavos
con hombres arrancados de entre las arenas y tigres del África.

8. Cuando los portugueses a mitad del siglo XV llegaron con sus


navegaciones hasta la zona tórrida, la preocupación recibida entre los antiguos y
perpetuada en sus obras de que era inhabitable para la especie humana la parte
más calurosa y ardiente del globo, los desanimó y los detuvo en su navegación
ulterior. Las observaciones que ellos mismos hicieron cuando se acercaron por
primera vez a aquella región desconocida, parecían confirmar la opinión de los
antiguos sobre la acción violenta de los rayos rectos o directos del sol. Hasta el rio
Senegal habían hallado la costa de África habitada por pueblos casi semejantes a
los moros de Berbería; pero cuando pasaron al sur de aquel río, se les presentó la
especie humana bajo nueva forma. Vieron hombres que tenían la piel negra como
el ébano, cabellos cortos y ensortijados, narices chatas, labios gruesos, y todas las
facciones particulares que distinguen la raza de los negros. Atribuyeron sin duda
esta variación extraordinaria a la influencia del calor, y comenzaron a temer que
acercándose más a la línea sentirían efectos más terribles.

9. El comercio de los portugueses con las regiones recientemente


descubiertas se reducía a cera, marfil, maderas de tintes, y granos de oro que los
ríos acarreaban, separándolos sin duda de las ricas minas en que suponen abunda,
hasta la superficie de la tierra, el interior del África, especialmente hacia el paralelo
12 de latitud boreal en el país llamado Banbouck. Por lo que hace a los habitantes,
aquellos que caían en manos de los intolerantes portugueses, eran reducidos a
esclavitud, como enemigos del nombre cristiano. Hacia el año 1442 algunos de
estos prisioneros fueron redimidos por sus parientes, que dieron en cambio no sólo
hombres de cabellos crespos y del todo negros, sino también polvo de oro. La
codicia de este metal precioso, entonces más que nunca desmesurada y violenta
entre los europeos, y la grande utilidad que desde luego se conoció podrían prestar
en el cultivo y otras industrias los negros, empleados al principio en Portugal y en
la isla de Madera, inspiraron el deseo de descubrir los países de donde venían y de
poseer el oro que allí se encuentra. La perspectiva de grandes riquezas acalló los
terrores pánicos de pasar la línea6: Juan II a fines del siglo XV promovió con
destreza este espíritu de conquista y descubrimiento que se apoderaba de la
nación. Por fin los portugueses atravesaron el ecuador, vieron por primera vez las
estrellas del hemisferio austral, llevaron sus descubrimientos hasta mas allá del
Benin y Congo, edificaron varios fuertes, y establecieron colonias en la costa de
Guinea, que luego había de ser el almacén de los esclavos, y el teatro del vil
mercado en que el europeo los compra.

10. Al mismo tiempo que los portugueses adelantaban tan prodigiosamente


sus conquistas en la costa de África, el inmortal Colón, genio inquieto y osado,
descubría conducido por un error feliz, en la otra parte del Atlántico equinoccial
un archipiélago de ricas y pobladas islas, que fueron subyugadas por los
españoles, abriendo el camino a un inmenso continente con quien confinan, y
dando materia en algunos puntos a nuevos crímenes y a todos los horrores de la
codicia desenfrenada, a pesar del tierno cuidado con que nuestras leyes miraron
desde luego la protección y amparo de los indios 7. Las grandes Antillas,
especialmente la fertilísima isla Española, en medio de los generosos desvelos, de
las benéficas disposiciones de su descubridor y de las autoridades de la metrópoli,
no tardaron en convertirse en sepulcro de sus inocentes moradores; y las ventajas
naturales de que gozaran en paz largos siglos, fueron un título para avivar más la
rabia de algunos seres desconocidos para ellos, que mezclados con otros generosos
y humanos capitanes, y predicando una religión de paz, les ofrecían con sorpresa
el robo o la muerte.

11. No son estas tiernas y arbitrarias pinturas de Ariosto, ni son


exageraciones de extranjeros enemigos de la gloria del nombre español; son
testimonios de un santo y virtuoso personaje que vio lo que refiere, que denunció
enérgicamente el crimen a la faz del más déspota de los reyes y de los más avaros
ministros, y que armado con la dulzura de una religión que se profanaba
sacrílegamente, se honró con el peligroso título de protector de los indios, cuando el
interés de la Europa y el grito adulador de los sofistas se esforzaban a negarles el
connotado de hombres, y a representarles como seres de especie inferior. Puede
verse en nuestro Argensola8 la relación que hizo Bartolomé de Las Casas a Carlos V
al tiempo que estaba celebrando las cortes de Zaragoza en 1518. Léanse también las
noticias publicadas en un libro impreso por el mismo Las Casas obispo de Chiapas,
«si es que, como dice el citado analista de Aragón, hay algún lector que las prosiga
con paciencia y sin lágrimas.»

12. Aunque confesemos que Las Casas abultó notablemente los crímenes
que denunciaba, porque, según la expresión de Argensola, «el fervor le calentaba el
ingenio»; parece indudable el fondo de su relación, cuando se la despoja de las
exageraciones acaloradas que manifiesta por sí misma. Él la hacía delante de
gentes que podían desmentirla y que tenían interés en sacarle embustero, si
hubiera dicho cosas sustancialmente falsas. Es preciso, señores, que sea
enteramente insensible aquel cuya sangre no se hiele al oír tales excesos, que no
fueron los últimos, ni solos, ni cometidos exclusivamente por los pobladores
españoles. Los aventureros que causaron aquellos estragos, no contentos con haber
despoblado las islas, trataron de reducir a esclavitud les pocos indios que
quedaban; y los repartimientos, que sucedieron a los primeros furores, eran un
derecho o una autorización de esclavizar a los infelices naturales, y de hacerles
morir lentamente a fuerza de privaciones, de trabas duros, y de malos
tratamientos. Las Casas atacó este nuevo invento del despotismo, y predicó en las
cortes de Valladolid el santo dogma de la libertad de los hombres. Algunos
castellanos, de cuyos corazones la piedad no estaba proscrita, escucharon con
atención los clamores del apóstol de las nuevas regiones. Trataron seriamente de
remediar las injusticias que combatía con tanta vehemencia; pero queriendo
combinar la justicia con su interés hallaban un grande obstáculo para el alivio de
los indios. Estos en corto número, naturalmente perezosos y débiles, no trabajarían
en las plantaciones, si se les daba libertad; y por otra parte ni los calores
abrasadores de la zona tórrida, ni el orgullo de conquistadores convidaban a los
europeos a cultivar por sí mismos en las islas los frutos preciosos que de ellas se
sacaban, o a extraer el oro de las entrañas de la tierra. Atacado Las Casas por este
argumento, tuvo la fatal ocurrencia de persuadir al emperador, que esclavos
negros comprados a los portugueses podrían sustituirse a los indios, con tantas
mayores ventajas cuanto aquellos eran más robustos y nerviosos, y el trabajo de
uno de los primeros equivalía al de cuatro de los segundos. Agradó el proyecto a
Carlos Quinto; y cuatro mil negros que se computó necesitaban entonces las
Antillas, conducidos allá por mercaderes genoveses, fueron los precursores, la
muestra de tantos millares de infelices como habían de seguir regando con su
sangre el suelo americano. Tal fue el origen de la esclavitud de los negros. Un
exceso de piedad parcial condenó entonces la mitad del África a la más triste de las
condiciones; y por una imprevisión deplorable, queriendo Las Casas disminuir los
males del nuevo hemisferio, promovió en el antiguo el escandaloso tráfico del
hombre comprado y vendido por el hombre9.

13. Por muchos años los españoles solos y los portugueses ejercieron el
comercio de negros, porque eran los únicos interesados en sostenerlo. En el siglo
XVII participó de este crimen toda la Europa comerciante. Unos piratas bien
conocidos en la historia por su arrojo y valentía, con el nombre de Filibusteros o
Forbantes, se establecieron en las Antillas menores, en las islas de los Caribes, y
desde ellas salían a atacar con furor a los navíos portugueses y españoles,
ricamente cargados con los tesoros del nuevo mundo. Homicidas y asesinos por
hábito, trataron de exterminar al pueblo sencillo y fiel que los había acogido
generosamente. Aprobaron este infernal proyecto algunas naciones de Europa que
se llaman cultas, y de quienes eran la escoria los Filibusteros y las islas en breve
quedaron despobladas. Cuando después de los primeros furores se pensó en hacer
útiles tan grandes crímenes, hombres especuladores, viendo que allí no había oro,
se propusieron establecer en las islas devastadas el cultivo de ciertas producciones
que no sufre el clima de Europa, y que ya son indispensables al lujo y corrupción
de los europeos. Se presentaba sin embargo un terrible obstáculo, la falta de
cultivadores. Sus pacíficos habitantes habían desaparecido a efectos de la rabia
feroz y de la meditada y fría serie de atrocidades que cometieron los Filibusteros.
Acostumbrados estos a gozar con presura y sin trabajo, no podían habituarse a un
género de ocupación demasiado pacífico, y tuyos frutos habían de ser lentos.
Recurrieron pues a los negros; las playas del África proveyeron de esclavos para
entonces, y para reemplazar los muchos que perecían. Los ingleses, franceses y
daneses establecieron fuertes y factorías en la costa de Guinea; las aguas del
Atlántico llevaban y llevan periódicamente buques cargados de víctimas humanas;
y en todo el espacio del inmenso continente de América solo ha habido una
pequeña región de héroes que se haya librado, desde el principio, del
remordimiento de esta injusticia, y del escándalo de la posteridad. La misma
Pensilvania ha tenido esclavos10.

14. Los portugueses compran sus negros en el país de Angola, único resto
de su antigua dominación que se extendía desde Ceuta al mar Rojo. Los
holandeses envían cada año 25 o 30 buques y compran de seis a siete mil esclavos o
algo menos. Los ingleses en 195 buques transportan anualmente 40.000. Los
franceses, antes de la revolución, 13 o 14.000. Los dinamarqueses, en sus dos
factorías de Cristiansburgo y Frederisburgo, 1.200, que venden a los extranjeros,
porque no se presentan buques daneses para llevárselos. La España los recibe
regularmente de mano de los genoveses o ingleses. En 1777 y 78 adquirió de los
portugueses las pequeñas islas de Fernando Poo y Annobon cerca de la línea, con
el fin de hacer por sí misma y directamente el tráfico de esclavos; pero no tuvo
efecto el establecimiento que se proyectó en ellas. La insalubridad de su clima lo
estorbó.

15. El comercio de esclavos se hace principalmente en la costa occidental del


África; bien que se compran algunos en la oriental, dividida entre los árabes,
portugueses y holandeses. En aquella se sacan o del norte o del sur de la línea. Al
N. trafican los ingleses en los ríos Senegal, Gambia, Cazamance y Cacheo, Sierra
Leona y costas de los Granos, de los Dientes y del Oro. Los esclavos de esta última
costa se reputan por los más robustos de Guinea. Guerreros y muy enérgicos,
soportan el yugo duro con impaciencia. En Juda, cabo Formoso, ríos Calbari y
Gabón, compran juntamente ingleses y portugueses. Al sur del ecuador, en la costa
de Angola hacían el tráfico casi exclusivo los franceses; y después que lo han
abandonado gloriosamente, sin duda les habrán sucedido los intolerantes y crueles
vecinos que poseen desde el siglo XV la parte meridional de la costa, prolongada
desde 8º hasta 18º de latitud austral, y donde se hallan las poblaciones de San
Pablo de Luanda y San Felipe de Benguela. Los esclavos congos que componen la
mayor parte de los que se compran en Angola, son robustos, duros en el trabajo, y
sin contradicción los mejores de las colonias europeas. Dulces y tranquilos, parecen
nacidos para la amarga suerte que les sigue toda la vida. Siempre contentos con su
miserable condición, su único deseo en las islas es tener tabaco y algunas bananas
que cultivan; y en poseyendo estos artículos, trabajan alegremente, cantan mucho,
y nada mas apetecen.

16. Generalmente los esclavos manifiestan mayor inteligencia y más


adelantada civilización cuanto vienen más del norte. Las costumbres de los negros
congos son un poco salvajes, pero infinitamente superiores a lo que eran los
hotentotes. Cuando Gama dobló el cabo de Buena Esperanza, se hallaban estos y
aun lo están, menos civilizados que los congos, los cuales lo están menos que los de
la costa de Oro, y estos menos que los marroquíes; de donde se puede inferir que el
África ha sido civilizada por el norte, supuesto que los pueblos de aquella parte del
mundo son siempre más salvajes a medida que se hallan más al sur.

17. Se computa que llegan a 80.000 las infelices víctimas que salen
anualmente del África para las colonias de América. Puede calcularse que cada
esclavo, tomando un precio medio entre el superior y el inferior, cuesta 2.000
reales; así, 160 millones de reales es la suma de lo que reciben anualmente aquellas
bárbaras regiones por un sacrificio tan horrible. El valor no se paga en metálico,
sino en manufacturas de Europa y otros géneros de mero capricho. ¡Tan barata y
fríamente se comercia con la sangre humana! Sin embargo es preciso añadir para
mayor ignominia de los que intervienen en este escandaloso mercado, que los
precios citados se pagan solamente en las costas más frecuentadas por los
europeos, y donde la continua concurrencia de compradores ha convidado a los
vendedores a levantar el valor del género. En aquellos parajes a que no arriban tan
frecuentemente las naos de Europa, la cosa más ligera, el artículo más despreciable,
parece suficiente recompensa por la vida y libertad de un hombre. En el Viaje de
Entrecasteaux se lee que hallándose aquel general en el cabo de Buena Esperanza el
año de 1791, había en la rada un navío negrero 11 recién llegado de Mozambique:
400 negros que formaban su carga estaban entonces en tierra. Estos infelices, la
mayor parte atacados ya del escorbuto, los cuales, dentro de poco, desde tres
cuartos reducidos en que estaban amontonados iban a embarcarse para mantener
en las islas con sus sudores el lujo de algún rico americano, habían sido vendidos
en un país donde se estiman mucho los perros. Las gentes que trafican de la vida
de estos miserables, dice el redactor del viaje, no se avergüenzan de confesar que
les sucede muy frecuentemente adquirir dos y tres negros por un perro hermoso 12.
¡A tal extremo de degradación se ha llegado allí, que por satisfacer el capricho más
extravagante se condena a la esclavitud y a la serie más penosa de sufrimientos a
un ser racional! Pero apartemos la vista de tan espantoso retrato.
II.
18. Calculando la continua extracción de negros para América, y
reflexionando que hace ya tres siglos que el África da cultivadores a las Antillas,
desde luego se extrañará cómo aquellos países pueden ya ofrecer esclavos, y cómo
no se han convertido en una espantosa soledad. Sin embargo la costa de Guinea
todavía es el teatro de este infame comercio; todavía se presentan en sus playas sin
escasez notable víctimas humanas. Causas menos poderosas de despoblación y de
ruina han reducido a desiertos naciones cultas, donde el género de vida, las
costumbres y las leyes conspiran a aumentar el número de hombres. ¿En qué
consiste pues que la Guinea, cuyos naturales viven de la caza y pesca, donde la
agricultura se mira como una ocupación innoble, propio ejercicio de las mujeres, y
de cuyo suelo se computa estar sólo cultivada la centésima parte, tenga bastarte
población para continuar dando a la faz del universo el escandaloso espectáculo de
millares de hombres arrancados para siempre de sus orillas? Veámoslo,

19. Es preciso para esto contar con que la Guinea no es ya el semillero de


donde se sacan los esclavos, es sólo el teatro donde se hacen las ventas. Aquella
larga costa ha sufrido los efectos consiguientes a la extracción de esclavos que hizo,
a los principios, de su mismo seno; se ha despoblado casi enteramente, y se ha
hecho muy rara la especie humana. Apenas están habitadas más que las orillas de
los ríos, lagos y fuentes. Degrandpré, oficial de la marina francesa, bien conocedor
de aquellas costas, calcula que los tres reinos de Malembe, Cabende y Loango, de
los cuales cada uno se puede considerar como igual en extensión a una provincia
de Francia, apenas tendrán entre los tres una población de seiscientos mil
habitantes; número bien escaso si se considera que allí es general la poligamia, y
las mujeres prodigiosamente fecundas. Así la Guinea no puede dar ya esclavos;
agotada su población, se ha recurrido a los países limítrofes. Estos por su parte se
han despoblado; con lo que ha sido preciso penetrar en lo interior, y buscar en el
centro del África países vírgenes donde se hallan hombres que ofrecer en la costa,
después de una penosa travesía de cientos de leguas por tristes y áridos desiertos,
que abrasan y hacen inhabitables la naturaleza de su suelo y la violencia de los
rayos directos del sol.

20. De esta manera la codicia injusta y las frías especulaciones comerciales


de Europa han influido ya en la desgracia y ruina de países remotos, de naciones
desconocidas, de las que hasta el nombre y situación se ignoran. Este es el paso
funesto de la devastación; y desgraciadamente para la especie humana, éste ha
sido siempre el carácter de los europeos en los parajes a donde han llegado.
Devastadas las Antillas, recurrieron a la costa O. de África por esclavos; agotada
ésta, fuese agotando el interior. Tan tristes y horrorosas escenas se repiten en
distintos países, con los mismos síntomas y el mismo progreso. Lo que los ingleses,
franceses y otros europeos hicieron en las Antillas, han hecho los holandeses en el
cabo de Buena Esperanza. Ellos con sus crueldades han aniquilado la dulce y
humanísima nación de los hotentotes, en tales términos que hoy en un país de
doscientas leguas de largo y treinta de interior apenas quedan ocho mil habitantes.
Destruida esta raza de hombres pacíficos, se han acercado a los Boschis, más
enérgicos y menos fáciles de subyugar. Han adiestrado perros de presa para
exterminarlos. Entretanto conocen ya la falta de brazos en el cultivo, que resulta de
tanta devastación, y han tenido que recurrir a sacarlos de Mozambique y
Madagascar para que cultiven la parte meridional del África.

21. Los comerciantes de esclavos se asocian en caravanas, y van a buscarlos


doscientas o trescientas leguas en lo interior. Estos infelices en tan penoso y largo
viaje vienen cargados con el agua y demás subsistencias precisas. Su conducción
no se hace del mismo modo. Veinte mercaderes solos conducen un considerable
número de esclavos. Cinco o seis de estos conductores caminan delante llevando
atados los esclavos con un bramante delgado, excepto las mujeres, que van sueltas.
Como los caminos son tan estrechos que apenas puede pasar por ellos un hombre,
es difícil que huyan. Muchos no hacen resistencia, y vienen a venderse
alegremente; en premio de su estupidez no van atados, y viven como camaradas
entre los comerciantes. Cuando algún esclavo quiere resistir, le atan los brazos tras
de las espaldas tan apretadamente, que a muchos de estos desgraciados les quedan
las manos casi privadas de sentimiento, y a veces dos días después de desatados
no pueden todavía hacer uso alguno de sus brazos. Hay esclavos que no solamente
resisten, sino que llegan a desatarse, y otros que defienden su libertad y combaten
con los comerciantes. A estos, en castigo de su energía, les pasan por el cuello una
horquilla de madera, cuyos brazos están abiertos precisamente tanto como grueso
es el cuello, y de modo que no quepa la cabeza; esta horquilla tiene dos agujeros
que reciben una clavija de hierro, la cual pasa al través de la nuca, mientras el
extremo de reunión de los dos ganchos cae en la garganta; de esta suerte, al menor
movimiento que haga el esclavo, basta un gesto para echarle al suelo y aun para
sofocarle. Un cautivo conducido de este modo no puede hacer la menor resistencia;
es preciso dejarse llevar. El comerciante toma el cabo de la horquilla, y anda
delante del infeliz forzado a seguirle. Por la noche sujetan el cabo a un árbol, y el
esclavo se consume en vanos esfuerzos, si acaso es bastante loco para pensar en
escaparse. La clavija que le oprime está de tal modo remachada, que los europeos,
al comprar un esclavo, creen mas fácil cortar uno de los brazos con la sierra, que
deshacerla, ¡Tan grandes precauciones han tomado los traficantes en sangre
humana para sujetar su presa sólidamente!
22. Nunca los europeos compran un esclavo, sin que el cirujano le visite
antes y registre todas las partes de su cuerpo, con mas escrupulosidad que la que
un picador gasta en reconocer un caballo. Ojos, dientes, manos, piernas,
articulaciones, nada se escapa de este examen menudo y que tanto ofende la vista
de un hombre delicado. Efectivamente: ¿cómo ver sin desagrado a un cirujano
brutal, que se acerca fríamente a una mujer tímida y hermosa, y que registra con la
indiferencia de la especulación bellezas formadas para abrasar los sentidos y para
introducir en el corazón las más violentas y tiernas emociones?

23. Cuando un capitán europeo se conviene con el precio y calidad del


esclavo, queda este encerrado aquella noche en una prisión que llaman bomba,
para ser transferido a bordo la mañana siguiente. La bomba está tan sólidamente
cerrada, que es imposible escaparse de ella: la noche que los esclavos la ocupan es
una noche de lágrimas y desesperación. El cuarto del capitán esta siempre sobre
aquella prisión, y sólo media un delgado techo o pavimento. «Muchas veces, dice
en su Viaje un capitán negrero, me he despertado yo al ruido de sus sollozos.
Míranse aquellos infelices en el momento de dejar para siempre su patria; saben
que es la última noche que pasarán sobre la tierra en que nacieron. Un porvenir tan
vago como el inmenso océano que ven por la vez primera al momento de su
llegada, les quita el conocimiento o la previsión de lo que van a ser. Muchos se
abandonan a temores bien fundados. Algunos me han asegurado después, que
creían tocar ya en sus últimos instantes, y que esperaban ser devorados en
llegando al buque. Sus sollozos y sus canciones lúgubres han introducido la
turbación en mi alma en medio de la noche, y he compadecido sus crueles
angustias. Me levantaba entonces, y procuraba darles ánimo. Alguna vez he
logrado tranquilizarlos, acariciándolos, hablándoles con afabilidad y
presentándoles alimentos y licores fuertes; pero hay algunos tan penetrados del
temor de ser devorados, que todos los cuidados y atenciones las miran como una
nueva prueba de que los europeos temen que se pongan flacos, y que los quieren
gordos para comerlos con más gusto.» Y en efecto es preciso confesar que tienen
sobrado fundamento para reputar por antropófagos a los seres maléficos que con
aparato tan terrible los arrancan inhumanamente de su patria.

24. Ya dije que la esclavitud es muy antigua en África; pero los distintos
medios para hacer esclavos que ahora se conocen y autorizan en aquella parte del
mundo, todos igualmente injustos, son fruto del lujo y comercio que los europeos
han introducido allí. Las superfluidades que les proporcionan han llegado a ser
para aquellos salvajes necesidades verdaderas, y nada omiten por adquirirlas.
Aunque el comercio no hubiera hecho otro mal al África que despoblarla, debía
considerarse como un azote; pero ha producido otras consecuencias más funestas;
ha perpetuado la esclavitud; y ha destruido en aquellos pueblos todos los
sentimientos de paz y fraternidad, encendiendo y fomentando una serie de guerras
tan continua, que el África en el día es un vasto campo de batalla donde las
naciones se aniquilan, los pueblos se destruyen, por tener esclavos que vender 13.
Por efecto de una falsa lógica, en otros siglos común aun entre las naciones cultas,
el vencido se cree en África que es esclavo del vencedor; así un medio de adquirir
esclavos es hacer la guerra. Los reyes para quienes la sangre de sus vasallos ha sido
casi siempre de poco precio, promueven de propósito estas guerras con que se
hacen ricos, ofreciendo esclavos a los corredores que los llevan a la costa de
Guinea. Desde antiguo se incurría también en la esclavitud cometiendo delitos
graves; pero cuando la busca de esclavos ha sido un fondo de riqueza para los
reyes, estos han impuesto la pena de esclavitud por los crímenes más ligeros. Su
código criminal está erizado de frívolas prohibiciones, acompañadas de una pena
que antes se reservaba para los delitos más trascendentales. Estaba también
introducida antiguamente la costumbre de hacer esclavo al que por reconocimiento
u otro motivo se reducía voluntariamente a tan triste condición: hoy que no son
comunes estos sacrificios voluntarios, y que la venta segura de esclavos
proporciona goces y superfluidades que se codician con vehemencia, la fuerza
suple. Régulos u hombres poderosos rodean de repente por la noche una aldea
desprevenida, meten en sacos los niños, y ponen mordazas a los demás habitantes
para que no griten, transportándolos aceleradamente a grandes distancias, donde
reciben de contado el precio de su rapiña.

25. Mungo Parck, viajero inglés, que en los años 1795, 96 y 97 ha reconocido
una parte del interior del África, confirma con lo que él mismo ha visto la verdad
de todos estos hechos. Entre los bárbaros y fanáticos moros, como entre los dulces
y hospitalarios negros, goza grande extensión la esclavitud, y están autorizados
igualmente los medios injustos de perpetuarla. En el país de los Mandingas las tres
cuartas partes de los habitantes gimen en la esclavitud; y en una grande hambre
que allí se padeció, fue testigo Parck de que algunas madres, acosadas por la
necesidad, vendían sus hijos con una fría indiferencia, sin más precio que el
alimento para treinta o cuarenta días que les suministraba algún rico.

26. Una costumbre antigua de casi toda el África quita al propietario de un


esclavo nacido en su casa la facultad de venderle. Después que los europeos han
excitado en aquel país el deseo de sus géneros y superfluidades, se elude también
esta costumbre, que daba al esclavo nacido en la esclavitud cierta seguridad sobre
su suerte y una sombra de derechos. Para burlarla, dos propietarios se hacen un
agravio supuesto; en su virtud son condenados a una multa que se paga en
esclavos. El que los adquiere puede ya venderlos, una vez que pasando a su
dominio, perdieron la calidad de esclavos nacidos en casa, que estorbaba la venta14.

27. Otro de los medios de adquirir esclavos, acaso el mas bárbaro de todos,
es el que los tratantes en negros llaman derecho de empuñar. Este consiste en
apoderarse de un hombre libre y hacerle esclavo. Lo ejercen en Angola los
príncipes del país sobre cualquiera que no es igual suyo, y los capitanes europeos
sobre cualquier negro dentro de los límites de un territorio que se les señala en la
costa, mientras hacen el tratado. Un derecho tan bárbaro, una violación tan
escandalosa de la propiedad personal, se practica frecuentemente. Vienen muchos
negros con los mercaderes del interior del país, llevados de la simple curiosidad;
estos los venden, los hacen empuñar, y después dicen en su país que han muerto de
este o aquel modo. Lo más extraño es que los capitanes de las naciones cultas de
Europa, lejos de retraer, alienten a los corredores a tan criminales imposturas, y no
rechacen con horror semejantes proposiciones; pues si es una gran desgracia para
un país el que se permita por sus instituciones privar legalmente a un hombre de
su libertad, es el cúmulo del crimen y de la infamia aumentar la atrocidad de las
leyes, sujetando a la esclavitud hombres sobre los cuales no dan aquellas derecho
alguno. El infeliz empuñado está bien distante de pensar en la suerte que le espera.
El traidor que le quiere vender busca un pretexto para traerle a la presencia de un
blanco, regularmente con la excusa de beber aguardiente, y lo manifiesta al
capitán, quien en una mirada debe juzgar si el esclavo le conviene por el precio. Si
lo acepta, se acercan sus satélites a la inocente víctima, y saltan de improviso sobre
ella cogiéndole los brazos, de modo que por grande fuerza que tenga, debe
sucumbir al número de los que le asaltan. Están ya prestos el fatal collar y la
cadena, y en un abrir de ojos el infeliz pierde para siempre, sin saberlo, su libertad;
se ve cautivo y cargado de cadenas. Visítale luego el cirujano, pónesele en la
bomba, y de allí pasa a bordo, a mezclar sus impotentes lágrimas y su vana
indignación con las de tantos otros miserables que dividirán con él sus amarguras
en el nuevo hemisferio.

28. A pesar de tantos medios inicuos como la codicia ha inventado para


multiplicar el número de esclavos, es preciso que llegue a faltar esta mina de
hombres. El África va ya quedando despoblada; cada lustro irá aumentándose el
vacío, y éste vendrá a ser muy pronto tan horroroso, que los africanos saldrán
entonces de su cruel imprevisión, y no querrán ofrecer esclavos cuando les falten
hombres. Esta época se halla tanto menos distante, cuanto es positivo que a
proporción que la compra de esclavos se haga más en lo interior, traerá menos
cuenta a los propietarios el vender. Para entender esto, supóngase que el
propietario del esclavo no percibe sino una pequeña parte del precio que da el
europeo; lo demás queda en los reyes por cuyas tierras pasan las caravanas, a las
cuales imponen crecidos derechos, y en los muchos agentes intermedios desde el
dueño que vende en su casa hasta el corredor que vende en el puerto; y como estos
gastos y derechos que quedan en manos ajenas serán tantos más cuanto de más
lejos vengan los esclavos, se sigue que así como se penetre muy adentro del África
para buscarlos, lo que pagan los europeos quedará en los agentes, conductores y
derechos de paso, y el primer propietario, percibiendo muy poco o casi nada, no
tendrá interés y no venderá, cesando entonces de todo punto el comercio infame
de hombres comprados por sus semejantes.

29. Este momento, que llegará acaso antes de lo que calculan los
comerciantes de Europa, sólo podrá retardarse algunos años si los europeos
mudan de conducta respecto a sus esclavos; si oyendo, ya que no el grito de la
humanidad, siquiera la voz de su interés, los tratan con otra dulzura, otros
miramientos que hasta aquí; si en fin ya que nunca podrán ser sus bienhechores, a
lo menos dejan de ser sus verdugos. Entonces se evitará en mucha parte la
espantosa mortandad de negros en las islas de América, se logrará la reproducción
de estos seres infelices, y se conseguirá así un ahorro de peticiones al África, que
empieza ya a ser avara en ofrecer sus habitantes.

30. Regularmente los esclavos hacen su travesía al América en pequeñas


buques que llevan de 200 a 300, porque como su adquisición se va haciendo difícil,
buques más grandes tendrían que esperar mucho tiempo en las costas de África
para completar su cargamento. En la embarcación suelen ser atacados de escorbuto
y de viruela, cuya última dolencia, por una singularidad bien digna de que la
medicina examine la causa, sólo la padecen los negros del N. del ecuador después
de los 14 años, pues los del S. de la línea toda su vida están libres de ella. En medio
del interés que tienen los comerciantes en conservar sanos sus esclavos, los tratan
en la travesía con la mayor dureza. Enteramente desnudos y casi privados de la luz
en el encierro que habitan, su alimento no pasa de un poco de arroz y habas. Los
holandeses, ingleses y daneses los llevan además cargados de cadenas. Efecto de
esta crueldad, de aquellas enfermedades, y de la profunda melancolía que los
ocupa, es sin duda la muerte de una quinta parte de esclavos que está calculado
perecen en el tránsito del África a las islas; de modo que de 500 esclavos que se
embarquen, las Antillas no reciben más que 400 vivos.

31. No se puede pintar sin horror, dice el elegante historiador de las dos
Indias, la condición de los negros en el archipiélago americano. Sellados en el
brazo o en la tetilla con la marca de su esclavitud, sufren el tratamiento más cruel;
su alimento es escaso y mal sano; en la dureza de su cama más bien se desconcierta
que reposa el cuerpo, y su vestido es un conjunto de roídos andrajos que anuncia a
primera vista la opresión y miseria del que lo lleva. Los amos especulan sobre el
exceso de su trabajo; su crueldad iguala a su avaricia; y no temen ni evitan la
muerte de los que llaman arados vivos si el fruto que sacan de sus sudores cubre los
gastos de la compra. Sus fríos e interesados cálculos han llegado a poner por
axioma, que para salir ventajosos en el comercio de esclavos, deben estos a los 18
meses de su llegada a las Indias haberles dejado ya libres las dos terceras partes del
coste.

32. Tantas y tan duras calamidades como agravan las cadenas, ya de sí


insoportables, de la esclavitud, el azote siempre levantado del tirano que les hace
trabajar, la imposibilidad casi absoluta de reproducirse en los negros, a quienes sus
grandes privaciones y lastimosa condición alejan de los placeres más consoladores
e irresistibles de la naturaleza, son las verdaderas causas de la increíble mortandad
de éstos en las islas. Según algunos calculan, muere cada año una séptima parte de
esclavos; según otros, de los que llegan anualmente muere la mitad a los tres años,
y a lo más una cuarta parte deja posteridad. La codicia de algunos dueños, cuyo
corazón sin duda se formó para ocupar el cuerpo de un tigre, llega hasta imponer
el ordinario trabajo, con violencia y ferocidad, a los miserables negros, cuando
atacados del pian y mal de estómago, dos enfermedades que les son comunes, se
ven poseídos de una aversión por todo lo que es ejercicio tan irresistible, que
prefieren perder la vida a palos a la ocupación más ligera. Parte por efecto de estas
enfermedades, de las cuales la primera casi jamás se comunica a los blancos, y
parte por el duro tratamiento que experimentan, es cierto que de 8 a 9 millones de
negros que en diferentes épocas han recibido las colonias americanas, apenas
quedan hoy un millón y 400 o 500.000.

33. Los hombres que han meditado sobre la suerte de estas víctimas de
nuestra codicia, ven una gran diferencia en el tratamiento que reciben de las
distintas naciones de Europa. Observan, que los más inhumanos son los ingleses y
holandeses, pues éstos las sacrifican a su avaricia desmesurada, y aquellos las
miran como instrumentos físicos que no se deben destruir sin necesidad, pero con
quienes creen degradarse si se familiarizan, si les hablan o les ríen; que los
españoles y portugueses las asocian a su indolencia y placeres 15; y que los
franceses, menos desdeñosos, les conceden cierta suerte de moralidad, y así lo
manifiestan en su trato.

34. Siendo estas observaciones exactas, parece que donde la condición de los
negros se presentaba con más dulzura era en las colonias francesas antes de la
revolución; pues óiganse sin embargo los fundados cálculos que hace sobre la
mortandad de esclavos en la parte francesa de Santo Domingo el citado Degranpré.
«Además del Senegal (copio sus palabras) , Costa de Oro, Benín y Gabón, países
todos que daban negros a Santo Domingo, la Francia enviaba todos los años de
diferentes puertos treinta buques sólo a la costa de Angola, que por lo menos
cargaban 15.000 esclavos. Si se traen ahora a cuenta los negros que se han llevado
de los diferentes puntos de África a Santo Domingo desde que se empezaron a
cultivar las Antillas, el número de hijos que debieron tener, los negros que además
introduce el contrabando y la despoblación que ocurrió al tiempo del
descubrimiento de aquella isla, y se compara el producto de estos datos con la
población actual, el resultado será horrible... La suma de los nacimientos e
importaciones a Santo Domingo de cincuenta años a esta parte llega a dos millones
y 200.000 almas; la población de la misma isla al principio de la última guerra no
pasaba de 700.000 personas de todos colores; conque se perdieron un millón y
500.000 individuos, que agregados a los indios destruidos desde la conquista son
dos millones y medio de hombres en una sola isla, sacrificados al uso del azúcar y
café. De este cálculo se sigue que la mortandad anual ha sido de 30.000 almas, y
que la suma de los nacimientos e importaciones no pasa de 44.000 anualmente.
Puede calcularse que las importaciones francesas y de contrabando ascienden por
año a 30.000; de modo que la suma de éstas no hace más que igualar la de las
muertes, y no quedan a favor de la colonia más que 14.000, suma igual a la de los
nacimientos. Se preguntará, ¿cómo 700.000 individuos pueden perder 30.000 y no
producir más que 14.000? Es preciso confesarlo con vergüenza: nuestra crueldad es
la causa.» Haciendo igual cálculo en las otras colonias europeas, saldría el
desagradable resultado del grande número de hombres que cuestan las Américas
al África.

35. Si los dueños consultasen su verdadero y sólido interés, si llegasen a


comprender cuánto les importa conservar sus esclavos y minorar todo lo posible
las extracciones de la mina ya menos copiosa del África; aun cuando careciesen de
sentimientos de piedad, procurarían hacer más dulce el yugo de la esclavitud.
Alimentando, vistiendo mejor, aliviando del excesivo trabajo a los negros,
lograrían hacerles desear la vida, cuando ahora en fuerza de sus dolores y
desesperación prefieren y se procuran la muerte. La sensibilidad de sus órganos
para música y su pasión por este arte encantador, sería en manos hábiles un medio
para dulcificar sus continuas penas. Fomentando juegos, bailes y fiestas en que
divirtiesen sus cuitas, se lograría distraerlos de la memoria siempre continua y
siempre amarga de su triste condición. La dureza de los trabajos que ahora exigen
los colonos de las negras es causa de que el fruto de sus placeres o no llegue a
término, o sobreviva poco al parto. Hay también madres que por privar de los hijos
a sus bárbaros señores, los ahogan en sus brazos, los hacen víctimas de su
desesperación. Ninguna puede criarlos, pues agobiadas bajo el peso de tantas
privaciones, sólo pueden ofrecer a sus hijos un pecho exhausto y bañado con sus
lágrimas. Un colono calculador, que quisiera fomentar la multiplicación de sus
esclavos, procuraría tratar a las negras con la mayor dulzura durante su preñez y
tiempo inmediato al parto; y se estimularían aquellas miserables a darle hijos
útiles, si les prometiese la libertad siempre que pariesen un cierto número de ellos
y los criasen hasta seis años.

36. Procurando así la conservación y reproducción de los negros, se lograría


perpetuar su raza en las Américas; la posteridad pagaría bien a los colonos las
condescendencias y miramientos que habían tenido con sus padres, y hombres
nacidos en las mismas plantaciones, hechos desde el nacer al trabajo y al género de
vida que habían de seguir acaso hasta su muerte, seguramente serían preferibles a
esclavos expatriados, y a quienes de una extrema indolencia y de una grande
libertad se hace pasar de repente a un trabajo duro y a la más violenta sumisión.
Esta sustitución de cultivadores naturales a extranjeros se lograría más
prontamente, cuidando con esmero la crianza de los negros que nacen en las islas,
reconcentrando en los talleres y plantaciones esa muchedumbre de esclavos que el
lujo e insolencia de sus dueños hace pasear por las ciudades de Europa, para
ostentar su fausto y orgullo, y sobre todo procurando que los cargamentos de
negros fuesen de igual número de personas de ambos sexos, con lo que se
facilitarían los placeres de la procreación, y los matrimonios serían más continuos
y un origen tanto más inagotable de consuelos para aquellos infelices, cuanto por
lo común son afectísimos a sus esposas, las cuales les pagan con un cariño tierno
hasta la muerte, si no se dejan llevar de la vanidad de ser amadas por los blancos.
Desgraciadamente tienen estos hacia ellas una inclinación más viva de lo que
convendría a la tranquilidad de los negros.

37. Cuanto llevamos propuesto se ha dirigido solamente a indicar medios de


minorar la mortandad de esclavos y hacer más soportable la triste condición de los
que arrastran las cadenas. Todo esto se entiende en el caso que subsista tan
ignominiosa esclavitud. Por lo demás, todos los gobiernos europeos deben
apresurarse a quitar de sí el remordimiento de autorizarla, y a merecer el aprecio
de los hombres sensibles, rompiendo de una vez y con un golpe de sabiduría y
humanidad el hilo de tan enorme serie de injusticias como la Europa ha cometido
desde el descubrimiento de América. Ésta es la mayor, la más culpable de todas;
ningún sofisma, ningún raciocinio especioso 16, ninguna opinión absurda pueden
justificar lo que desaprueba la razón, lo que repugna a la naturaleza, lo que ofende
y llena de escándalo a la humanidad. Es preciso pues dar por el pie a la esclavitud
de los negros; es una obligación de los gobiernos el destruirla y un deber de los
filósofos el reclamar con vehemencia su aniquilación, aunque de resultas de este
golpe indispensable debiese la Europa renunciar a un comercio que no tiene más
base que la injusticia, ni más objeto que el lujo.
III.
38. Pero no, no es preciso abandonar producciones que el hábito nos ha
hecho tan queridas. Podemos sacarlas del África, cuando la falta de esclavos
precisase a la Europa a desamparar las Antillas y algunos otros establecimientos de
tierra firme. Desde la desembocadura del Senegal hasta la del Coanza, el África
presenta una costa fértil, y que tanto por su clima como por su suelo rendiría
agradecida los frutos y plantas que busca el lujo de la Europa, algunos de los
cuales ya produce naturalmente. En todo aquel largo espacio la naturaleza se ha
complacido en mostrar su fertilidad; y si se exceptúa el país comprendido entre los
ríos Calbary y Gabón, que cubierto de espesos bosques más es habitado por bestias
feroces que por hombres, y cuyo suelo sumamente arenoso absorbe en un instante
toda la humedad que resulta de las copiosas lluvias, cualquier otro punto de
aquella costa podrá escogerse para formar una floreciente colonia, que nos daría
las mismas producciones que las Américas, sin la amargura de deberlas al sudor
de esclavos.

39. Mas en ninguna parte de la costa del África se presentan iguales


proporciones para hacer semejante establecimiento que en Angola; en esa misma
playa, que ahora solo se frecuenta con el detestable objeto de arrancar negros. Su
suelo, todavía nuevo, por todas partes se ve cargado de despojos del reino vegetal.
El clima es soberbio, nunca sujeto a huracanes ni aun a ligeras ráfagas de viento.
Las naos ancladas en la costa abierta nunca experimentan averías o malos tiempos.
Las lluvias bastante raras, jamás son abundantes, caen irregularmente, sin ser
como en otras partes periódicas, pero rosadas muy fuertes suplen al
desenvolvimiento de la vegetación. Lo que se llama invierno consiste en los meses
de mayo, junio y julio, en que se experimenta menos calor; las noches son entonces
frescas, pero no frías, y las brisas de mar templan en todas el calor del día. Ríos,
arroyos y lagos muy pescosos cubren todo el país. En las montañas coronadas de
árboles, igualmente que en los llanos, corre en rebaños la caza. El agua en todas
partes es buena, y la tierra produce por sí misma y sin cuidado lo que en otros
países no se le arranca más que a fuerza de brazos. Los frutos salvajes de allí valen
tanto como los que el cultivo perfecciona en nuestros campos. Son salvajes y crecen
sin cultura en Angola, a más de otras, los limones, naranjas, ananás, pimientos, las
bananas que adquieren el último grado de madurez y de bondad, la regaliza, dos
especies de guisantes, la caña de azúcar que se hace muy gruesa, sabrosa y jugosa,
el coco (este árbol preciosísimo que proporciona al mismo tiempo refresco y
alimento) , las patatas dulces etc. Las legumbres de Europa parece no se
reproducen, aunque crecen desmedidamente. El trigo prospera y algunas espigas
contienen hasta 52 granos. Esta tierra tan fértil pide muy pocos cuidados; basta
removerla hasta una pulgada de profundidad, y en seguida cubrir el grano lo
preciso para libertarla de las aves; la naturaleza hace el resto. Así la agricultura está
allí en manos de las mujeres, y no exceden los trabajos del campo a sus débiles
fuerzas. Los hombres, naturalmente perezosos, se ocupan en pescar, cazar, hacer el
comercio, y extraer vino de palma. Aunque actualmente no se hallan en aquella
costa ni vacas, ni caballos, ni asnos, instrumentos tan útiles del trabajo, y cuya falta
hace preciso en las Antillas el crecido número de negros, debe creerse que
prosperarán cuando se transporten a ellas, pues en la vecina colonia portuguesa de
San Pablo hay grandes rebaños de bueyes, y en varias partes del África todas las
dichas especies no son raras. Las montañas son ferruginosas; el cobre casi se halla a
flor de tierra, pero los negros ignoran el arte de sacar estos metales, en cuya
ignorancia los mantienen los europeos. Los portugueses han hallado en San Pablo
minas muy abundantes de oro y plata. Preguntados los negros por qué no hacían
iguales excavaciones y se enriquecían fácilmente, han dado una respuesta muy
sabia: «Nosotros no nos podemos comer el oro, y como su uso es desconocido en
nuestra tierra, poseerlo sería inútil, y acaso excitaría la codicia de las naciones
europeas, que vendrían a conquistarnos. Tampoco sabemos conducir para ello los
trabajos necesarios; y los pocos negros que han escapado felizmente de la colonia
portuguesa, refiriéndonos los tratamientos que han experimentado, nos han
infundido un justo horror por las minas.»17

40. Todas las referidas circunstancias prueban la gran facilidad con que se
podrían formar colonias florecientes en la costa de Angola, cuya extensión de norte
a sur es de cerca de 240 leguas18 sacando de ellas las mismas producciones que de
las Antillas. Ganarían en esta traslación nuestro comercio, y sobre todo nuestras
manufacturas. Como allí son desconocidas las especies numéricas, seguiría todo
haciéndose por cambios, habría el mismo despacho de nuestros artefactos que el
que tenemos ahora por esclavos, y que tenían los franceses cuando los buscaban
antes de la revolución; y con el mismo cargamento traeríamos, en vez de hombres,
frutos de retorno. A medida que los europeos se fuesen multiplicando en estos
nuevos establecimientos, llenarían el consumo de los objetos que suministra el
comercio de Europa, y reemplazarían el déficit que habría ocasionado, la pérdida
de las Antillas, a cuyas expensas se engrandecerían estas nuevas posesiones. Los
mismos consumos se aumentarían prodigiosamente en proporción de la fortuna
que hiciesen los naturales, quienes, entregados a si mismos, gozarían entonces del
fruto de sus ahorros, y no se verían forzados a sacrificarlos al enriquecimiento de
un dueño que detestan. Y aun prescindiendo de otras ventajas comerciales y
políticas, el hombre moral, el hombre sensible, al gustar las producciones de
aquella parte del mundo, no se diría ya con remordimiento: «El que plantó este
café lo regó con las lágrimas de la desesperación, arrancadas por la memoria de
una esposa y de un hijo querido, de quienes se le separó en su patria, para venir
sobre una tierra extranjera a saciar la codicia de un bárbaro que le compra y le
emplea como bestia de carga, y que aun le acaricia menos porque le cuesta más
barato.»19

41. Ningún obstáculo se presenta en la ejecución de tan gloriosa empresa.


Toda la costa está preparada para establecimientos, y el país lleno de habitantes
dados al comercio, y para quienes nuestras mercancías son ya verdaderas
necesidades. Un largo hábito de ver los europeos ha substituido la afición y la
amistad a la prevención poco favorable que inspiran al principio los extranjeros;
ellos hablan ya el francés, están acostumbrados a servir, son industriosos,
tranquilos, dulces, y demasiado cobardes para oponerse a la fundación de una
colonia. Aunque ignorantes, nada tienen de encaprichados. El disgusto y el poco
apego que manifiestan a muchas de sus costumbres, y la facilidad de prestarse a
cualquier novedad, son presagio feliz de que sería entre ellos fácil una reforma
sabia, o el sistema mejor de conocimientos que se quiera introducir. Sin duda
aquellos hombres, naturalmente imitadores, mirarían como dioses benéficos a los
que viniendo a ocupar con ellos sus tierras les enseñasen a cultivarlas, en vez de
expatriarlos para siempre.

42. Pero se dice que son perezosos... ¿Cómo pueden ser acusados de
indolencia los que desempeñan todo el trabajo de los establecimientos europeos en
la costa, por el módico salario de cinco pies de tela azul por semana? Si por otra
parte no manifiestan una superior actividad, es porque la fertilidad prodigiosa del
país suministra sin trabajo más de lo que ellos necesitan; ¿y a qué fin trabajarían
más en su actual constitución, cuando no han de tener recompensa de su trabajo, y
no les ha de resultar más que un exceso de producciones de que no hallarían
salida?

43. Añaden algunos que son antropófagos... pero esta acusación que a lo
más podría recaer sobre los habitantes del interior del África, está ya desmentida
por los viajes de Levaillant y Parck. En cuanto a los negros congos o habitantes de
Angola, se sabe positivamente que son dulces, y que aborrecen el derramamiento
de sangre. El carácter tímido que les distingue, es un nuevo dato en favor de su
humanidad20.

44. Para convencer a un congo, pocas palabras bastarían. «Tú, podría


decírsele, cultivas la tierra para venderme patatas, corres los bosques para traerme
frutos. Pues bien, cultívala y haz que produzca azúcar y café; yo seré seguro
comprador. Entonces en vez de venderme cautivos, no me darás más que el fruto
de tu trabajo; yo mismo cultivaré contigo un terreno que a nadie pertenece, pagaré
a los que me ayuden, tendrás la misma cantidad de mercancías que antes; y para
lograrlas no te verás precisado a venderme tus semejantes.» ¿Podrá pensar ningún
hombre justo y libre de preocupaciones, que gentes sencillas y rectas, como son los
salvajes, dudarían en aceptar tales proposiciones? «Pueblos que venden sus hijos,
pregunta un historiador filósofo, no consentirían fácilmente en cultivar sus tierras,
y en vendernos sus productos?»

45. Todo asegura feliz éxito en el cultivo de este país; la facilidad de emplear
el arado, una tierra nueva, una fertilidad admirable, un hermoso clima, parajes
saludables, escogiéndolos bien desde el principio, y unos naturales comerciantes
por genio y habituados a obedecernos, todo prepara una halagüeña perspectiva de
prosperidad a la primera nación europea que verifique el gran proyecto de abolir
por este medio la vergonzosa esclavitud de los negros, y que haga en las costas de
África lo que Baco, Triptolemo y Cécrope hicieron siglos pasados en la Grecia21.

46. Los ingleses que no tienen ningún vasallo indio en sus ricas colonias de
América, y los franceses que tienen muy pocos, son las dos naciones que rivales en
poder y sabiduría, deben disputarse la gloria de este primer establecimiento en
África. Pero los españoles que tienen 12 o 15 millones de vasallos indios en la
América, los más sumisos del universo, podemos mantener nuestras posesiones
aun sin la existencia de los negros. El trabajo de indios libres y alentados a la
ocupación y al cultivo por la dulzura y humanidad con que se les trate, ¿no podrá
reemplazar el de manos esclavas, traídas desde el centro del África?

47. Acaso se creerá que los indios son demasiado débiles para que jamas
pueda esperarse de sus pocas fuerzas el trabajo que ofrecen los brazos nerviosos
del negro. «Pero la robustez de los indios, según la observación de La-Condamine
y otros viajeros, está en razón directa de lo que trabajan, y la debilidad de sus
fuerzas menos parece proceder de alguna influencia física del clima, que de la
indolencia a que están entregados, y del ningún uso que hacen de las facultades y
vigor del cuerpo. En todas parres donde los americanos se han acostumbrado por
grados al trabajo, han llegado a hacerse robustos de cuerpo y capaces de ejecutar
cosas que parecen no solamente superiores a una constitución tan débil, como la
que se suponía particular a su clima, sino a todo lo que podía esperarse de los
naturales de África y Europa.»22

48. Dirá algún otro que los indios son de una extrema incapacidad, inútiles
para todo, y que acaso ni aun pertenecen a la clase de racionales. Ésta ha sido la
voz de la ignorancia y de nuestro orgullo desmedido. Óigase la modestísima
respuesta que da don Bernardo Ward, escritor tan juicioso como lleno de ideas
humanas23: «Si miramos lo que eran los indios antes de conocer a los europeos,
algunas luces habían de tener para formar poblaciones y ciudades, construir
grandes edificios, fundar imperios poderosos, vivir bajo de ciertas leyes civiles y
militares, tener su género de culto, e idea a su modo de la divinidad; y aun ahora
vemos que todas las artes y oficios las ejercitan a imitación con gran destreza, hasta
la pintura, música, etc., y parece que todo esto no es de irracionales. Pero doy caso
que hoy sean tales como se representan, ya sea porque los haya reducido a la
barbarie una larga opresión (como sucede a los griegos modernos descendientes de
aquellos grandes capitanes, filósofos y estadistas de la antigüedad que fueron
maestros del mundo) o sea porque tengan menos alcances por su natural
constitución; nada de esto se opone a que sean vasallos útiles, pues vemos que aun
aquí en Europa entre las naciones más cultas, los hombres más útiles son los que
tienen luces, como los labradores, pastores, etc.»

49. Es pues incontestable que los indios podrían suplir en nuestras Américas
el trabajo de los negros, principalmente si se les tratase con menos dureza y
arbitrariedad que hasta aquí; si se pusiesen en vigor las excelentes leyes, hechas en
su favor por nuestros monarcas, pero hoy inútiles, porque los agentes de la
autoridad les han sustituido prácticas injustas y opresoras; si se les enseñase el
cultivo y otras industrias, ya por medio de sus mismos caciques, ya por el de cura
y misioneros dulces y populares, y sobre todo si se les interesase en el trabajo,
dándoles tierras en propiedad, no en una propiedad precaria y de nombre, sino
con seguridades inviolables y exención de tributos en los primeros años de su
posesión.24

50. Entonces los indios serían lo que deben ser, el grande tesoro, la
verdadera mina de América. Su trabajo, sustituido al de los negros, a más de la
inapreciable ventaja moral de librarnos de una injusticia, nos acarrearía dos bienes
políticos que la economía civil tendrá siempre en gran consideración. 1º. Que como
nosotros no hacemos el comercio directo de esclavos, sino que los recibimos de las
otras naciones de Europa, dejando de necesitarlos, dependeríamos menos de ellas,
y habría un pretexto menos para el comercio ilícito con el continente americano. 2º.
Que los frutos comunes con las otras posesiones europeas, como el azúcar, tabaco y
cacao, nos saldrían más baratos que a los extranjeros que para su cultivo se valen
de negros, pues a más del subido precio que estos les cuentan y de los que se
desgracian o se escapan, su manutención en ropa y comestibles no deja de costar
bastante, y todo se ha de sacar del género; pero el indio vive de poco, y no tendría
que cargar al fruto ni el interés ni el capital de su precio. Él trabajaría para sí y por
sí, y aunque trabajase menos que el negro, la mejor calidad de nuestras tierras
compensaría estas ventajas. Así podría vender más barato que el labrador inglés y
francés, y nosotros por consiguiente venderíamos en Europa con más equidad que
las otras naciones.

51. Si este pensamiento no parase en voto estéril de un amigo de la


humanidad, si en algunos tiempos lograse llamar la atención del gobierno que
hasta ahora ha poseído tan inútilmente y a costa de tantos sacrificios el vasto
continente de América, podría recibir una extensión incalculable, entablando un
trato amistoso y estableciendo buena correspondencia con los indios bravos, con
quienes desde la turbulenta época de nuestras primeras conquistas mantenemos
guerra perpetua, gastando inmensos caudales, haciendo odioso el nombre español,
y devastando más y más las posesiones americanas. ¡Así hubiéramos seguido en
esta parte el ejemplo que los franceses e ingleses nos han dado en el Canadá y otras
posesiones septentrionales! Llegando a consolidar relaciones amistosas con
aquellas numerosas y enérgicas tribus, las aficionaríamos a nuestros géneros, y por
adquirir los productos de nuestra industria o clima, cebo de su gula o curiosidad,
cultivarían frutos del país, que buscaríamos; y sin necesidad de negros se
aumentaría inmensamente la masa de las producciones del nuevo hemisferio.
Entonces, cuando muchos actos de moderación y buena fe hubieran disminuido en
el corazón de estos hombres libres el odio encarnizado que nos tienen ahora,
misioneros dulces, introducidos en sus cabañas contribuirían a humanarlos,
inspirarles gusto al trabajo, y darles luces para el cultivo.

52. Pero, cuando ni la traslación de las colonias europeas al África, ni la


sustitución, especialmente en las posesiones españolas y portuguesas, del trabajo
de los indios al de los negros, tengan la suerte de verificarse, ¿las potencias de
Europa no podrán, conservando las Antillas, sacar las mismas producciones,
haciéndolas cultivar por manos libres? ¿El beneficio de la libertad ha de estar
siempre proscrito de los habitantes del África? ¿Continuarán arrastrando
eternamente las cadenas de la esclavitud? Y concediéndoles nosotros el derecho de
ciudadanos, ¿haremos más que restituirles lo que la naturaleza les dio, y de que les
hemos privado injustamente? Esta sabia legisladora del género humano, como de
todo el universo, ha esculpido en el corazón de los hombres el inviolable principio
de la igualdad y libertad, y sus derechos no se alteran o disminuyen según la
diversidad de colores. El color negro de los africanos no es otra cosa que una crasa
sustancia gelatinosa que media entre el epidermio y la piel, es una mera
modificación física, que depende, acaso más que de otra causa, del excesivo calor
del África25 26 y así como la blancura de los habitantes de la zona glacial no influye
seguramente en que sean felices, del mismo modo el color negro no debe influir
sobre la desgracia de los que nacen en la tórrida.
53. No falta quien está persuadido que los negros, incapaces de razón y
virtud, jamas podrán tener las cualidades de un ciudadano. Este supuesto es falso.
Los negros, aun en el estado actual de embrutecimiento a que los reduce la
esclavitud, son mucho más advertidos y manifiestan mayor aptitud para aprender
las cosas que se les enseñan, que los americanos; ellos mismos se creen de una
naturaleza superior a los indios, a quienes miran con desprecio 27.

Por otra parte está probado que la piedad o inhumanidad de sus dueños
regula su carácter moral. En la Historia filosófica de las dos Indias28 pueden verse
ejemplos de heroísmo y de reconocimiento hacia dueños humanos y compasivos,
que igualan a los negros con los espartanos, y que demuestran qué ascendiente
tienen sobre su corazón les beneficios. Finalmente no debe juzgarse del carácter de
los negros por lo que hoy son. La esclavitud enerva y gasta todos los resortes del
alma; y hace siglos dijo ya un filósofo que la naturaleza ha negado a los esclavos la
facultad de pensar. Júzguese por lo que serían si los hubiesen criado padres libres,
y respirado desde su infancia el aire de la libertad; y reflexiónese, como observa un
pensador sabio29 que si la esclavitud pasase de los negros a los blancos, sus
descendientes serían, después de algunas generaciones, lo que los negros son
hoy30.

54. El interés mismo de la Europa exige fuertemente que se restituya la


libertad a hombres tan largo tiempo degradados. Es una verdad confirmada por el
conocimiento del corazón humano y por la historia de todos los siglos, que no se
puede rehusar la libertad o el derecho de ciudadanos a una clase da hombres, sin
ponerlos, por decirlo así, en un estado de guerra con los que gozan de este
beneficio; y si los excluidos componen un número suficiente para pedir
satisfacción, es de presumir que no sufrirán siempre con tranquilidad una injusticia
semejante. Este axioma de moral y política nos enseña lo que podemos esperar de
los negros, si no nos apresuramos a restituirles la libertad. Se sabe, que tan
poltrones y cobardes como se manifiestan en las lances ordinarios de la vida, son
enérgicos, desesperados e inalterables cuando la excesiva crueldad los hostiga.
Cada día se ven ejemplos horrorosos de su cólera y temible resentimiento contra
algunos amos, que mirando la compasión como debilidad, se complacen en tener
siempre levantada sobre estos infelices la vara de la tiranía. Algunos, instruidos
desde su infancia en el arte de envenenar, matan con tósigos, ya activos, ya lentos,
las bestias o los hijos de su opresor, siendo a veces su desesperación tan extremada,
que para que no se sospeche que son ellos los autores de las muertes que van
sucediendo, dan también veneno a sus mujeres e hijos, sacrificando los
sentimientos naturales al gusto de vengar sus tormentos. Otros, como los naturales
de la Mina, acaban serenamente sus sufrimientos con un suicidio voluntario,
creídos que volverán a resucitar sobre su tierra; la cual ellos consideran como el
país mas hermoso del mundo. Tanta energía en actos y venganzas particulares
anuncia, que si la Europa se obstina en perpetuar su esclavitud, los negros
cansados en fin de tan larga opresión, se reunirán a recobrar por fuerza sus
derechos; y si en la moral como en la física la reacción es igual y correspondiente a
la acción, toda la sangre de los blancos no será bastante para saciar la rabia de los
oprimidos, y para expiar sus crímenes juntamente con los de sus predecesores. Sí,
no hay que dudarlo; los negros hallarán al fin un jefe valeroso que los vengue y
asegure su independencia con la fuerza, y es temible que este nuevo Espartaco no
halle Crasos tan fácilmente.

55. En estos últimos años parece que la Europa va conociendo la fuerza de


tan fundados temores, y oye ya con atención la voz de la justicia. En el año 1789 el
senado británico nombró una junta encargada de oír las deposiciones de los
armadores, de los plantadores y de los amigos de la humanidad, para decidir en el
grande negocio de la esclavitud de los negros. Sociedades numerosas de
filántropos se formaron en la América septentrional y en las plazas más
comerciantes de la Gran Bretaña, y el mismo Mr. Pitt se declaró abiertamente
contra el tratado de esclavos; pero tan felices auspicios dieron vanísimos resultados.
La Inglaterra signe aun fomentando este infame comercio, y manteniendo a
expensas de sangre africana las plantaciones de sus colonias 31. Los Estados unidos
han sido los primeros en dar el grande ejemplo de soltar las cadenas a los negros 32;
y la Francia, convertida en república, después de algunas condescendencias
indignas, después de algunos decretos arrancados por el influjo y soborno de los
colonos, declaró al fin a la faz de la Europa que los negros eran libres, y que el
dogma sagrado de la igualdad e independencia comprendía como a todos los
hombres, a las más tristes víctimas de la injusticia de nuestras leyes.

56. Sin embargo es un problema, si conviene dar la libertad generalmente a


todos los esclavos actuales, o si este gran beneficio debe reservarse para su
descendencia. Parece que unos hombres no instruidos en el precio o buen uso que
debe hacerse de la libertad, abusarán de ella para su misma ruina. Criados en la
ignorancia y en la persuasión de que nada tienen que perder ni que esperar,
considerando el trabajo como una consecuencia de la esclavitud, acaso después de
conseguir la libertad se entregarían a la inacción o a la pereza, terminando su vida
en el oprobio y la miseria, o buscarían en el saqueo y en la muerte de los blancos
un cebo a su codicia y una satisfacción sangrienta de sus pasadas humillaciones. El
ejemplo demasiado reciente y demasiado horrible de lo sucedido en la colonia
francesa de Santo Domingo hace más justos estos temores. Casi todos los blancos
han perecido a impulsos del furor de los negros y demás hombres llamados de
color; una serie de horrores, la espantosa anarquía, han sucedido a la época de la
libertad; y la Europa espera con impaciencia el éxito de una expedición dirigida a
someter los esclavos; que, sea cualquiera su éxito, no se verificará sin mucho
derramamiento de sangre, y sin la ruina de una de las más ricas posesiones del
nuevo mundo.33

57. Es pues muy humano y muy justo el plan de aquellos filósofos que
juzgan que la Europa debe sin demora abrazar el principio inviolable de la libertad
de los negros, pero que al concederla use de todas las precauciones, de todas las
lentitudes que exigen la seguridad de sus conciudadanos en las colonias y el
mismo interés bien entendido de los negros; que se establezcan escuelas públicas
donde sean instruidos los niños negros de ambos sexos, fijando en una época como
a los 25 años la concesión de la libertad, y sirviendo entretanto a sus amos 34; y que
cuando hubiesen alcanzado la independencia, no se trate de volverlos al África,
como algunos han pensado, porque acostumbradas al suelo, clima y costumbres de
América, se verían en África muy embarazados para vivir, y la libertad les sería allí
más cruel que fue en América a sus ascendientes la esclavitud, sino que se les
señale un pequeño campo para que lo cultiven. Acostumbrados estos hombres
infelices a la ocupación, y no teniendo una porción bastante vasta para su
subsistencia, venderían sus sudores a quien quisiera comprárselos. Volviéndoles la
libertad, cuídese de someterlos a nuestras leyes y costumbres,y ofrecerles nuestras
superfluidades; dénseles una patria, intereses que combinar, producciones que
pedir a la tierra y consumos análogos a su gusto, y no faltarán a nuestras colonias
brazos, que aliviados de sus cadenas serán más robustos y más activos.

58. Es ya tiempo, señores, de poner fin a este discurso, que la grande


extensión y dignidad de la materia han hecho largo, y no me parece poderlo
terminar mejor que con algunas ideas de Mr. Schwarts, autor de las Reflexiones
sobre la esclavitud de los negros.

59. «Todo legislador, dice, todo miembro particular de un cuerpo


legislativo, está sujeto a las leyes de la moral natural. Una ley injusta que ofende el
derecho de los hombres, o nacionales o extranjeros, es un crimen cometido por el
legislador, y son cómplices en él todos los miembros del cuerpo legislativo que han
suscrito a esta ley. Tolerar una ley injusta cuando se la puede destruir es también
un crimen, pero en esto no exige la moral de los legisladores más de lo que
prescribe a los particulares, cuando les impone el deber de reparar una injusticia.
Este deber es absoluto en sí mismo, pero hay circunstancias en que la moral exige
solamente la voluntad de cumplirle, y deja la prudencia la elección de los medios y
del tiempo. Así en la reparación de una injusticia, el legislador puede tener
consideración al interés del que la ha sufrido, y este interés puede traer en el modo
de repararla precauciones que acarreen demoras. Se debe también atender a la
tranquilidad pública, y las medidas necesarias para conservarla pueden pedir que
se suspendan las operaciones mas útiles.»

60. «Por lo demás, es imposible que sea siempre útil a un hombre, y menos a
una clase perpetua de hombres, el estar privados de los derechos naturales de la
humanidad; y una asociación en que la tranquilidad general exigiese la violación
de los derechos de los ciudadanos o de los extranjeros, no sería una sociedad de
hombres, sino una sociedad de malvados.»

61. «Sin embargo, si existen indicios en cierto modo seguros de que un


hombre no puede ejercer sus derechos, y que si se le confía su ejercicio abusará de
ellos contra los otros, o se servirá de los mismos en perjuicio propio, entonces la
sociedad puede mirarle como si hubiera perdido sus derechos, o como si nunca los
hubiese adquirido. Por esta razón hay algunos derechos naturales de que los
impúberes, los menores, los imbéciles, los locos están privados. Del mismo modo si
por su educación, por el embrutecimiento contraído en la esclavitud, por la
corrupción de costumbres, consecuencia necesaria de los vicios y del ejemplo de
sus dueños, los esclavos de las colonias europeas se han hecho incapaces de
cumplir las funciones de hombres libres, se puede (a lo menos hasta el tiempo en
que la libertad les haya vuelto lo que la esclavitud les hizo perder) tratarlos como
a aquellos hombres que la desgracia o la enfermedad ha privado de una parte de
sus facultades, a quienes no puede dejarse el ejercicio entero de sus derechos, sin
exponerlos a hacer mal a otros o a perjudicarse ellos mismos, y que necesitan no
sólo de la protección de las leyes, sino del cuidado de la humanidad.»

Madrid 2 de Abril de 1802.—Isidoro de Antillón.

Puede leerse en la academia.—Naranjo.


PROPOSICIONES.
PRIMERA.

Los gobiernos de Europa deben en justicia dar la libertad a los esclavos


negros de América,

SEGUNDA.

El tiempo y circunstancias en que se les debe dar, y los preliminares que


deben preceder a la concesión de tan justo beneficio, se han de arreglar por la
sabiduría de los gobiernos.

TERCERA.

Pueden prosperar nuestras colonias y suministrarnos las mismas


producciones, aunque nos quitemos el remordimiento de esta vergonzosa
esclavitud.

Las defenderá en la real academia de Santa Bárbara Don Isidoro de Antillón,


el día 2 de abril de 1802.

«Si el negro y el europeo no nos ofreciesen la prueba, sería incomprensible


cómo un hombre puede tener la audacia de hacer esclavo a su semejante, y cómo
éste no sólo es bastante débil para consentirlo, sino también bastante atroz para
vender su posteridad, sobre la cual no tiene derecho alguno. Si todos los seres
humanos nacen independientes en el seno de la naturaleza, si éste es el primero y
más sagrado de sus beneficios, ¿por qué la diferencia de color y poca capacidad
intelectual del negro han autorizado de alguna manera un abuso tan enorme de
nuestras fuerzas? ¿Basta ser poderosos para ser injustos y opresores?
¿Autorizaremos nuestra tiranía sobre aquellos seres débiles y tímidos, porque no
se han substraído de ella como los bárbaros, pero valientes americanos?»

Clarkson, Letters on the slave trade.


NOTA.
N. B. No podemos concluir esta materia, sin decir algo de las humanísimas ideas
que acerca de la misma esparció en sus escritos el filantrópico autor de los Votos de un
solitario, Bernardino de Saint-Pierre.

«La libertad de los negros de América (dice) será tanto más difícil de
verificarse, cuanto el cultivo en las islas de América es mucho menos penoso y
dispendioso que en Europa. No se necesitan ni arados pesados, ni rastrillos, ni tiros
de caballos, ni labores triples para plantar el cazabe, el maíz, la patata, el café, la
caña de azúcar, el añil, el algodonero y el árbol del cacao, como para nuestros
trigos, viñas, linos y cáñamos. Las campiñas de las islas se cultivan como nuestros
jardines, con azadas y azadones; bastando para casi todas sus cosechas las mujeres
y los niños.

»Es verdad que los ingenios de azúcar exigen grandes gastos en edificios y
el concurso de muchos trabajadores; y de aquí han inferido los partidarios de la
esclavitud la necesidad de emplear en las islas obradores de esclavos negros. Esta
consecuencia débil es su argumento más fuerte contra la libertad de los africanos.
Pero a fe que en Europa no se necesitan obradores de esclavos para mantener y dar
movimiento a las fábricas de curtidos, de tapices, de papel, de armas y de alfileres,
que exigen grande concurso de brazos, y más indivisibilidad en sus operaciones
que las de azúcar. Por otra parte, el propietario de un ingenio de azúcar no es
menester que cultive todas las cañas de su distrito para recoger sólo él la cosecha,
así como el poseedor de un lagar en Borgoña no necesita que sean suyos los
viñedos de las costeras inmediatas. Los que en Europa fabrican telas no cultivan el
lino y el cáñamo, ni los fabricantes de papel recogen el trapo por las calles, ni los
impresores y encuadernadores de libros se ocupan en manufacturar el papel. De la
repartición de las diferentes artes entre manos libres ha provenido su perfección en
la Europa. Tan necesarias son a los progresos de la industria las pequeñas
propiedades artistas, como las territoriales al de la agricultura. Si los fabricantes de
azúcar en las colonias estuviesen encargados únicamente de su elaboración, y los
agricultores del cultivo de la caña, no sería necesario refinar en Europa el azúcar de
las islas...

»Las vastas habitaciones de las Antillas divididas en propiedades cortas, y


hechas libres, serían tan industriosas y me atrevo a decir más agradables por la
facilidad de su cultivo y la temperatura de su cielo, que las granjas y casas de
campo de Francia donde son tan duros los inviernos; ofreciendo mucha ocupación
y empleo a tantos paisanos y jornaleros como en algunas provincias de Europa se
hallan sin faenas ni subsistencia. Los habitantes de nuestras colonias serían más
ricos, más distinguidos y más felices, cuando en vez de esclavos extranjeros
tuviesen a sus compatriotas por arrendadores, y en lugar de habitaciones poseyesen
señoríos.

»Algunos hombres de mala fe han pretendido que los europeos no podrían


cultivar las tierras ardorosas de América; pero con los hechos se les responde
fácilmente. Bartolomé de Las Casas llevó a Santo Domingo labradores de su país,
que hubieran prosperado en aquella isla a no haber sido destruidos por los caribes,
irritados de las atrocidades y robos de otros europeos que les precedieron en la
misma colonia, Diariamente vemos en los puertos de nuestros establecimientos
ultramarinos, donde el calor es más fuerte que en lo interior de las tierras, a
nuestros marineros, carpinteros y picapedreros ocupados en trabajos más duros
que los del cultivo del café, algodón y cacao, para los cuales bastan las manos más
débiles... Los filibusteros en la misma isla de Santo Domingo se servían para fatigas
mayores que las que ahora se encomiendan a esclavos, de criados jóvenes blancos,
a quienes daban plena libertad al cabo de algunos meses... Los antiguos indios que
cultivaban las Antillas y las tierras de Méjico y del Perú tenían mucho más débil
temperamento que sus conquistadores. Y finalmente ¿no vemos que por debida
reacción de la justicia divina, los europeos sufren en Marruecos una esclavitud más
cruel que la de los negros, bajo el cielo del África más abrasado que el de América?

»Entretanto sería muy útil contribuir por todos medios a que la metrópoli se
haga más y más independiente de las Américas, de donde saca hoy la mayor parte
de algunos artículos que son de consumo diario. Tales son principalmente el
azúcar, el café, el tabaco y el algodón.

»Podría fomentarse la multiplicación de las colmenas, y reemplazarse el


azúcar por la miel, que tanto amaban los antiguos, que es la quinta esencia de las
flores, y que dejaría mucha riqueza en nuestras campiñas, donde mil plantas
producen en vano sus aceites etéreos.35

»Quizá podría también reemplazar al café alguna sustancia vegetal de


nuestros climas. Ya que este fruto de lujo ha llegado a ser un alimento de
necesidad para muchos pueblos de Europa, convendría que se hallase un
equivalente más sustancial en nuestro territorio; así como si un joven pierde su
caudal y su tiempo en correr tras de una manceba, se le reduce a la economía y a
sus deberes casándole con una mujer honrada.

»El uso del tabaco es de los más extravagantes y de los más difíciles de
destruir, así como el más general en el mundo, pues aunque vino de América y los
salvajes nos enseñaron a fumar, hoy se fuma ya desde la Noruega hasta la China, y
desde Arcángel hasta el país de los hotentotes. Sin embargo como esta planta crece
en Francia36 y de excelente calidad, podemos, cuando se quiera, promover su
cultivo en nuestro mismo suelo y hacer de su consumo uno de los más ventajosos
ingresos para nuestra agricultura, sin necesidad de recurrir a las Américas. Fuera
de desear que pudiera también naturalizarse la caña de azúcar y el café. Si la Sicilia
y otras partes de Italia serían susceptibles de esta clase de plantas 37, no así la
Francia donde se opone el clima.

»Sobre esta materia debe tenerse presente una observación general, y es que
la naturaleza ha hecho capaz a toda la tierra de producir donde quiera las mismas
sustancias, con la sola diferencia de variar los vegetales que las contienen, según
las latitudes. Los salvajes del Canadá hacen azúcar con el jugo de los arces, y los
negros de África hacen vino con el de sus palmas. El sabor de la avellana se halla
en la nuez gruesa del coco, y el de muchas yerbas aromáticas de nuestras campiñas
en los árboles de la especiería de las Molucas. En general, la naturaleza ha puesto
las consonancias de los árboles de la zona tórrida en los chaparros y en las yerbas
de las zonas templadas, y hasta en los musgos y hongos de la zona glacial. Ha
colocado en el mediodía los frutos al abrigo del calor, elevándolos sobre los
árboles; y yendo hacia el norte los pone al cubierto del frío, situándolos en lugar
inferior, a saber, sobre las yerbas las cuales por otra parte no temen el invierno,
pues no viven más que un verano. Por consiguiente en las clases humildes, en las
plantas anuales y espontáneas, es donde podríamos hallar producciones
equivalentes a los grandes vegetales del mediodía.

»El algodón, tan usual ya en el pueblo, da una prueba nueva de estas


compensaciones: crece en los bosques del África y de la América meridional sobre
grandes árboles espinosos; en las Indias orientales sobre grandes arbolillos, y en
Malta e islas del Archipiélago sobre una planta herbácea. Nosotros podríamos
suplir su uso con el del lino, yerba anual cuyo origen es del Egipto, y que ha
bastado por muchos siglos, con la lana de nuestras ovejas, para vestirnos hasta con
lujo, dándonos trajes más saludables y no menos elegantes que el algodón. 38 Se
sabe que las damas griegas y romanas, que se vestían con tanta gracia, no llevaban
en todo tiempo más que trajes de telas finas de lana y de lino.

»Lo repito. Es una gran falta en político que la materia primera del vestido
del pueblo esté hoy en sus colonias de América, como el azúcar, el cacao y el café
de su desayuno, y el tabaco de que hace consumo tan general. Sólo faltaba que se
trajese de allí el trigo, para que la Europa quedase en una entera dependencia del
nuevo mundo. Así se vio por las reclamaciones violentas de los comerciantes
franceses en favor del tratado inhumano de negros contra los decretos de la
asamblea nacional, que los puertos marítimos de Francia, más distinguidos por su
comercio, habían dejado de ser franceses pata hacerse americanos.»

P. S. Amenidades naturales de las Españas, por don Mariano Lagasca, pág. 16.
«El panizo negro es natural de la India oriental, como lo son también el arroz, el
naranjo, el limonero, limero, cidra, azamboero y otras plantas, las cuales fructifican
abundantemente en nuestras provincias meridionales. Esta observación indica que
debemos esperar se naturalicen también en los mismos parajes, el té, café, jengibre,
cardamomo, galanga y otras muchísimas plantas útiles de las Indias.»
CLÁSICOS DE HISTORIA

http://clasicoshistoria.blogspot.com.es/

101 Antonio Alcalá Galiano, Memorias

100 Sagrada Biblia (3 tomos)

99 James George Frazer, La rama dorada. Magia y religión

98 Martín de Braga, Sobre la corrección de las supersticiones rústicas

97 Ahmad Ibn-Fath Ibn-Abirrabía, De la descripción del modo de visitar el


templo de Meca

96 Iósif Stalin y otros, Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la


U.R.S.S.

95 Adolf Hitler, Mi lucha

94 Cayo Salustio Crispo, La conjuración de Catilina

93 Jean-Jacques Rousseau, El contrato social

92 Cayo Cornelio Tácito, La Germania

91 John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz

90 Ernest Renan, ¿Qué es una nación?

89 Hernán Cortés, Cartas de relación sobre el descubrimiento y conquista de la


Nueva España

88 Las sagas de los Groenlandeses y de Eirik el Rojo

87 Cayo Cornelio Tácito, Historias

86 Pierre-Joseph Proudhon, El principio federativo

85 Juan de Mariana, Tratado y discurso sobre la moneda de vellón


84 Andrés Giménez Soler, La Edad Media en la Corona de Aragón

83 Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista

82 Pomponio Mela, Corografía

81 Crónica de Turpín (Codex Calixtinus, libro IV)

80 Adolphe Thiers, Historia de la Revolución Francesa (3 tomos)

79 Procopio de Cesárea, Historia secreta

78 Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias

77 Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad

76 Enrich Prat de la Riba, La nacionalidad catalana

75 John de Mandeville, Libro de las maravillas del mundo

74 Egeria, Itinerario

73 Francisco Pi y Margall, La reacción y la revolución. Estudios políticos y


sociales

72 Sebastián Fernández de Medrano, Breve descripción del Mundo

71 Roque Barcia, La Federación Española

70 Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma

69 Ibn Idari Al Marrakusi, Historias de Al-Ándalus (de Al-Bayan al-Mughrib)

68 Octavio César Augusto, Hechos del divino Augusto

67 José de Acosta, Peregrinación de Bartolomé Lorenzo

66 Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres

65 Julián Juderías, La leyenda negra y la verdad histórica

64 Rafael Altamira, Historia de España y de la civilización española (2 tomos)


63 Sebastián Miñano, Diccionario biográfico de la Revolución Francesa y su época

62 Conde de Romanones, Notas de una vida (1868-1912)

61 Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios de Zaragoza

60 Flavio Josefo, Las guerras de los judíos.

59 Lupercio Leonardo de Argensola, Información de los sucesos de Aragón en


1590 y 1591

58 Cayo Cornelio Tácito, Anales

57 Diego Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada

56 Valera, Borrego y Pirala, Continuación de la Historia de España de Lafuente (3


tomos)

55 Geoffrey de Monmouth, Historia de los reyes de Britania

54 Juan de Mariana, Del rey y de la institución de la dignidad real

53 Francisco Manuel de Melo, Historia de los movimientos y separación de


Cataluña

52 Paulo Orosio, Historias contra los paganos

51 Historia Silense, también llamada legionense

50 Francisco Javier Simonet, Historia de los mozárabes de España

49 Anton Makarenko, Poema pedagógico

48 Anales Toledanos

47 Piotr Kropotkin, Memorias de un revolucionario

46 George Borrow, La Biblia en España

45 Alonso de Contreras, Discurso de mi vida

44 Charles Fourier, El falansterio


43 José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias

42 Ahmad Ibn Muhammad Al-Razi, Crónica del moro Rasis

41 José Godoy Alcántara, Historia crítica de los falsos cronicones

40 Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles (3 tomos)

39 Alexis de Tocqueville, Sobre la democracia en América

38 Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación (3 tomos)

37 John Reed, Diez días que estremecieron al mundo

36 Guía del Peregrino (Codex Calixtinus)

35 Jenofonte de Atenas, Anábasis, la expedición de los diez mil

34 Ignacio del Asso, Historia de la Economía Política de Aragón

33 Carlos V, Memorias

32 Jusepe Martínez, Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura

31 Polibio, Historia Universal bajo la República Romana

30 Jordanes, Origen y gestas de los godos

29 Plutarco, Vidas paralelas

28 Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en


España

27 Francisco de Moncada, Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos


y griegos

26 Rufus Festus Avienus, Ora Marítima

25 Andrés Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel

24 Pedro Antonio de Alarcón, Diario de un testigo de la guerra de África


23 Motolinia, Historia de los indios de la Nueva España

22 Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso

21 Crónica Cesaraugustana

20 Isidoro de Sevilla, Crónica Universal

19 Estrabón, Iberia (Geografía, libro III)

18 Juan de Biclaro, Crónica

17 Crónica de Sampiro

16 Crónica de Alfonso III

15 Bartolomé de Las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias

14 Crónicas mozárabes del siglo VIII

13 Crónica Albeldense

12 Genealogías pirenaicas del Códice de Roda

11 Heródoto de Halicarnaso, Los nueve libros de Historia

10 Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del almirante

9 Howard Carter, La tumba de Tutankhamon

8 Sánchez-Albornoz, Una ciudad de la España cristiana hace mil años

7 Eginardo, Vida del emperador Carlomagno

6 Idacio, Cronicón

5 Modesto Lafuente, Historia General de España (9 tomos)

4 Ajbar Machmuâ

3 Liber Regum
2 Suetonio, Vidas de los doce Césares

1 Juan de Mariana, Historia General de España (3 tomos)


1) La Grecia, comprendida la Macedonia, tenía 3.850 leguas cuadradas; por
consiguiente estaba poblada a razón de mil almas por legua cuadrada. ↵

2) Un pensador profundo, aunque distante de dar por legítimo el derecho


de esclavizar, sostiene que a la esclavitud debieron las repúblicas antiguas el goce
verdadero de las facultades de su soberanía, facultades que, según su opinión,
nunca pueden ejercerse por medio de representantes. Si sus raciocinios son
elocuentes sofismas, debemos confesar que no es fácil responder a ellos,
discurriendo de buena fe. «Entre los griegos, dice, todo lo que el pueblo tenía que
hacer lo hacía por sí mismo, y estaba de continuo congregado en la plaza. Habitaba
un clima dulce, no era codicioso; los esclavos desempeñaban sus labores, la
libertad era su gran negocio. Careciendo de las mismas ventajas ¿cómo se han de
conservar los mismos derechos?... Vosotros, pueblos modernos, cuidáis más de
vuestra ganancia que de vuestra libertad, y teméis mucho menos la esclavitud que
la miseria.» «¡Qué! ¿La libertad no se mantiene sino con el apoyo de la esclavitud?
Puede ser. Los dos extremos se tocan. Todo lo que no está en la naturaleza tiene
sus inconvenientes, y más que todo, la sociedad civil. Hay proposiciones
desgraciadas en que no es posible conservar su libertad sino a expensas de la de los
otros, y en que el ciudadano no puede ser perfectamente libre sin que el esclavo
sea extremamente esclavo. Tal era la posición de Esparta. Vosotros, pueblos de la
Europa moderna, es verdad que no tenéis esclavos, pero lo sois; pagáis su libertad
con la vuestra.» (Nota del autor en 1811) ↵

3) No puedo resistirme al placer de copiar aquí las siguientes palabras del


sublime autor del Esquisse d'un tableau historique des progres de l'esprit humain*. «El
siglo XVI fue la época que más se manchó con grandes atrocidades. Viose entonces
restablecida en el nuevo mundo la antigua esclavitud, pero más bárbara, más
fecunda en crímenes contra la naturaleza; la codicia mercantil comerciando con la
sangre de los hombres, vendiéndolos como mercancías después de haberlos
comprado por la traición, el latrocinio o el asesinato, y arrancándolos de un
hemisferio para condenarlos en otro, entre la humillación y los ultrajes, al suplicio
prolongado de una cruel y lenta destrucción.» «¿No son acaso (dice lleno de
indignación otro filosófo) , no son acaso los pueblos civilizados de Europa los que
de tres siglos acá llenan de sus injusticias la tierra? ¿Los que bajo pretextos de
comercio, devastadas las Indias, sujetan todavía el África a la más bárbara de las
esclavitudes?... ¡Y aun esperamos de ellos la mejora y perfección de nuestra
especie!... La libertad... ¿podrá nacer en el seno de los tiranos, ni la justicia ser obra
de manos despojadoras y avaras?» (Nota del autor en 1811)

* Condorcet. ↵
4) «De cualquier manera que se miren las cosas, el derecho del señor sobre
el esclavo es nulo, no sólo porque es ilegítimo, sino porque es absurdo y carece de
significación. Estas palabras, esclavitud y derecho, son contradictorias, y se
excluyen mutuamente.» En los Pensamientos de un hombre célebre, libro I cap. 4.
(Nota del autor en 1811) ↵

5) Es indudable, que la esclavitud existe en toda el África. Si consultamos la


historia, nos enseña que en la antigüedad más remota estuvo en uso entre casi
todas las naciones del mundo entonces conocido. El África sola parece haber
conservado sus esclavos generalmente en todas partes, aun en Egipto, porque el
estado a que se hallaban reducidos los coptos antes de la invasión de los franceses,
era una verdadera esclavitud. Degrandpré, Voyage a la côte O. d'Afrique, cap. 3. ↵

6) Forster, Voyages dans le Nord, t. 2, pág. 3. ↵

7) Ningún código ha llevado tan adelante los sentimientos y respeto de la


humanidad como el de la Recopilación de las leyes de Indias, conque la España ha
gobernado desde su descubrimiento hasta nuestros días sus inmensas posesiones
de Ultramar, procurando asegurar la protección y el amparo de los indios. Nunca
serán, pues, de cuenta de la generosa metrópoli los excesos que algunos
particulares cometieron al principio de las conquistas. Ni acaso era posible
evitarlos considerando las circunstancias del tiempo, y la naturaleza del corazón
humano. Sin recurrir a apologías (que por lo regular son sospechosas, y no pocas
veces son exageradas) , puede consultarse acerca de este humanísimo sistema de
nuestras leyes de Indias el Diario de Cortes, tom. 5, pág. 71 y siguientes, sesión de 23
de enero último.

«Los vicios de Hernan Cortés, dice a este propósito un hombre elocuente, (y


lo mismo puede extenderse y con más razón de muchos conquistadores europeos
de aquella época) , los vicios de Cortés son los de su tiempo y los de su situación,
las virtudes son suyas. Dadle otra época, otra educación, otras costumbres;
ponedle al frente de la escuadra que va a pelear contra Jerjes; contadle entre los
espartanos que se presentan en el estrecho de las Termópilas, y Cortés será un
grande hombre bajo todos aspectos. César nacido en el siglo XVI y general en
Méjico no hubiera sido mejor que Cortés. Para excusar las faltas que se le achacan,
es preciso preguntarse a sí mismo: ¿qué se puede esperar de un hombre que da los
primeros pasos en una región desconocida, y que se ve precisado a procurar por su
seguridad? Sería muy injusto confundirle con el fundador pacífico que conoce el
país, y que dispone a su arbitrio de los medios, del espacio y del tiempo...» (Nota
del autor en 1811) ↵
8) Anales de Aragón, lib. I, cap. 59. ↵

9) Algún tiempo después de escrita esta disertación llegó a mis manos por
fortuna una Memoria de Mr. Gregoire leída en el Instituto Nacional de Francia, con
el título de Apología de Bartolomé de Las Casas. El autor envió inmediatamente un
ejemplar a la Academia de la Historia de Madrid. Como individuo de aquel cuerpo
respetable la leí desde luego; y admiré la vasta erudición con que prueba Gregoire
no haber sido Las Casas, según se ha creído generalmente, el primer promovedor
del comercio de los negros para cultivar las islas y tierra firme de América, pues
que según el testimonio de nuestros mismos historiadores se hallaba ya
introducido y propagado antes de las cortes de Valladolid y de los escritos en que
abogó por los indios el obispo de Chiapas. Parecióme esta memoria digna del
aprecio y consideración pública, y la traduje al castellano, acompañada de algunas
notas acerca de la vida y carácter de Las Casas, a quien, en medio de las calumnias
que han esparcido sobre sus venerables cenizas el ciego orgullo y el sórdido
interés, no han dejado de hacer justicia varios historiadores españoles de la mejor
nota. La tiranía de la imprenta me obligó a mantener oculto este trabajo, que yo
miraba siempre como desahogo de la sensibilidad, y como desagravio de la fama
de un hombre virtuoso. Ahora que la imprenta es libre, no puedo llenar en el
momento mis deseos de publicarla, habiendo quedado el manuscrito en Madrid
con mis demás libros y papeles al tiempo que abandoné aquella corte en principios
de junio de 1808. Recibe entretanto, ¡oh tú apóstol de la humanidad! esta
indicación, como homenaje profundo y tierno de todos los que como yo, estiman
más a un bienhechor de sus semejantes, que a los celebrados conquistadores,
azotes de nuestra especie, a quienes durante su fortuna tanto se adula y tan
bajamente se idolatra, para maldecir luego su memoria, cuando ya no existen. Te
han echado en cara los fanáticos y los egoístas el exceso de celo, la exageración en
las pinturas, y las declamaciones muy sobrecargadas; como si a una imaginación
vivamente herida de los males y de sus funestas consecuencias fuese posible
detener su carrera en los limites que la fría y tranquila discusión prescribiría. Tu
nombre será eternamente bendito en los anales de la virtud. Las lágrimas de los
indios que regaron tu sepulcro, y el sentimiento cordial de todos los hombres
buenos, debieron ser, para tus manes sensibles, recompensa más dulce que los
envidiados laureles de los vencedores del mundo. En ti queda el recuerdo
halagüeño de los beneficios con que aliviaste las amarguras de los oprimidos; en
aquellos la execrable memoria de las cadenas con que oprimieron a sus semejantes.
(Nota del autor en 1811.) ↵

10) De toda la superficie que comprenden los Estados Unidos, sólo los
territorios de New-Hamsphire y Massachusetts han dejado de estar manchados
desde el principio de su colonización con la bárbara esclavitud de los negros. Estos
dos distritos nunca han tenido leyes que la autorizasen. El austero puritanismo que
reina en el Connecticut no podía tampoco conciliarse con ella; y así casi todos los
colonos dieron luego libertad a sus esclavos.

Hasta más de mitad del siglo pasado la Pensilvania ha tenido esclavos


negros. Ea 1758 fue cuando la asamblea general de los cuáqueros decretó
unánimemente excomulgar a todo miembro de aquella sociedad religiosa que
persistiese en conservarlos. En 1780, a petición principalmente de los mismos, la
asamblea general de la provincia abolió para siempre la esclavitud. En los estados
al sur de la bahía Delaware es donde ha habido siempre más abundancia de negros
y menos inclinación a darles libertad. Sumergidos sus habitantes en el lujo y la
indolencia, han creído necesario el sudor del esclavo para disfrutar sin trabajo el
hermoso terreno que han debido a la naturaleza. Véase la interesante obra del
célebre y desgraciado Brissot, intitulada Nouveau voyage dans les Etats-Unis d'
Amérique, carta XXIII. (Nota del autor en 1811.) ↵

11) Buque destinado al tráfico de negros. ↵

12) Voyage de Entrecasteaux, tom. I, pág. 79. ↵

13) Sobre nosotros mismos ejerce su influjo moral la esclavitud de los


negros en América.

Muchas de las opiniones tiránicas que influyen en gran manera sobre las
desgracias de la culta Europa, cree el sensible autor de los Estudios de la naturaleza,
que han nacido y se propagan desde nuestras colonias de América, foco
permanente de esclavitud, mientras estén regadas con el sudor de los negros.
«Desde allí, dice, se comunican a la Europa por medio del comercio, al modo que
la peste viene de Egipto con sus producciones; y como en nuestras costas no hay
establecida cuarentena para las gentes de Ultramar, infectadas por el nacimiento,
por el hábito y el interés del dogma de la esclavitud, y la depravación del alma es
todavía más contagiosa que la del cuerpo, se necesita absolutamente, aun bajo este
solo aspecto, que desaparezca en nuestras colonias la esclavitud del pueblo negro;
no sea que algún día, por el ascendiente de la opinión de particulares ricos, se
extienda hasta sobre el pueblo blanco y pobre de la metrópoli...» (Nota del autor en
1811.) ↵

14) Parece que en todas partes se han agotado las tretas infernales de la
codicia insensible para aumentar el comercio escandaloso de carne humana. A lo
que dice el texto sobre sus criminales invenciones en África, puede añadiese lo que
refiere Brissot de la América septentrional. Estando prohibida en varias provincias
de los Estados Unidos la importación de esclavos negros, algunos inhumanos
especuladores se dedicaban a robar los que estaban libres, para venderlos en países
donde tenían precio fijo. Varios marinos extranjeros quitaban sus negros a los
propietarios americanos en las invasiones de la costa, y con perjuicio del dueño y
del esclavo los llevaban a vender a las Antillas, en donde de un yugo dulce y
moderado pasaban a una tiranía espantosa. Al fin de la guerra de la independencia
americana ha habido hombres tan bárbaros que sacaban de los campos,
principalmente a los niños, a las mujeres de los negros etc., los llevaban bajo
diferentes pretextos a bordo, y allí los encadenaban los capitanes mercantes, y los
transportaban a las islas. Levantaron el grito de indignación contra estos horrores
varias sociedades filantrópicas, y lograron que se publicasen leyes severas contra
los culpables Otros comerciantes americanos continuaban indirecta y
clandestinamente el comercio infame de esclavos, ya prohibido por el gobierno. Un
negociante carga, por ejemplo, en Boston para Guinea, allí compra o roba los
negros, va a venderlos en las Antillas, toma en estas azúcar y melote, y viene con
su nuevo cargamento a los Estados Unidos, burlando así las leyes protectoras y
santas que honran el código de aquellas felices provincias.

Habiendo decretado en 1780 la asamblea general de los cuáqueros de


Pensilvania que todos los hijos de esclavos negros fuesen libres en llegando a 28
años, supo eludir la codicia en gran parte el efecto benéfico de estas humanas
providencias. Muchos dueños, para burlar los efectos da la ley, enviaban los hijos
de sus negros a las provincias inmediatas bajo diferentes pretextos, pero en
realidad para poder venderlos antes que recobrasen su libertad en la edad
prescrita. Los legisladores de Pensilvania ocurrieron con penas y amenazas al
remedio de tan abominables abusos; no sé si con fruto. Lo cierto es que estos y
otros mil ejemplos de perversidad, de que podría formarse una lista interminable,
prueban incontestablemente cuán arduo y difícil es el empeño de hacer a los
hombres rectos y justos cuando en el camino de la maldad y de los crímenes halla
sus ventajas el interés individual. ¡Reflexión triste para los pocos buenos que aman
la justicia y la virtud con entusiasmo! (Nota del autor en 1811.) ↵

15) En confirmación del mejor tratamiento que dan los españoles a sus
esclavos, debe tenerse presente que los negros de Georgia se escapan de continuo a
las Floridas donde experimentan más humanidad y consideración por su
desgraciada suerte. Ver el Viaje de los Estados Unidos por Brissot, tom. II carta 22. Ya
en el tom. I carta 1ª había hablado ventajosamente del sistema de manumisión
adoptado en La Habana y otras posesiones españolas, y de su influencia eficaz
sobre la inteligencia, las cualidades morales, la población y la industria agrícola y
mercantil de los mismos negros. (Nota del autor en 1811.) ↵

16) Se sabe que algunos sofistas fanáticos han hecho la apología de la


esclavitud de los negros, sosteniendo que estos son de una raza maldita, y
descendientes del criminal Caín. ↵

17) Esta descripción de la costa de Angola la hemos extractado del Viaje de


Degrandpré, cap. 1. ↵

18) Desde 0º 44' sur hasta 12º 44'. Así su extensión de norte a sur
exactamente es de 240 leguas de 20 al grado. ↵

19) ¿En qué consiste (dice Brissot ) , que en nuestras capitales, donde la
delicadeza de los sentimientos iguala algunas veces a la de las sensaciones
codiciadas con más ansia, hay tan pocas personas que al saborearse con el azúcar y
el café se acuerden de los latigazos que nuestra golosina cuesta a los negros, para
reproducir las cañas cuyo jugo se consume, y para cultivar el arbolillo; cuyas hojas
puestas en infusión dan una bebida, ya casi necesaria al lujo y al capricho? A la
verdad los hombres instruidos y sensibles, que nunca son en gran número, parece
difícil que puedan dejar de contristarse con la idea de los excesivos sudores,
lágrimas y crueldades, sin las cuales no se consiguen aquellas producciones, y que
todos estos males dejen de presentarse a su imaginación bajo mil formas. Sabido es
que los individuos de clases muy respetables, aun los más devotos, son
apasionadísimos del chocolate; no reflexionando quizás que así contribuyen y
participan del crimen más enorme a que el sol haya jamás asistido con su luz. En
efecto, al consumir el cacao y el azúcar ¿no es cierto que pagan sueldo a los
hombres ciegos o perversos que toman directamente parte en unos delitos, sin los
cuales hasta ahora no se han llegado a reproducir los frutos coloniales? ¡Y sin
embargo, con qué frialdad, con qué indiferencia tan culpables se mira
generalmente la cuestión de la suerte de los negros! El humanísimo cuáquero
americano Wolman, autor de las Consideraciones sobre la esclavitud de los negros, de
tal manera (añade Brissot) aborrecía este comercio infame, que jamás quiso gustar
los frutos cuya producción se debía a las manos esclavas del infeliz africano.
Voyage dans les Etats-Unis, lettre XXI. (Nota del autor en 1811.) ↵

20) Si el negro reducido a su actual condición, es más falso, más vicioso y


más corrompido que el blanco, cúlpese a la la esclavitud que le ha degradado. Sus
crímenes y sus vicios deben imputarse a sus tiranos. «Los esclavos todo lo pierden
con las cadenas, hasta el deseo de sacudirlas; llegan a querer su esclavitud, como
los compañeros de Ulises amaban su embrutecimiento. Si hay hombres, pues, que
parecen destinados por la naturaleza para esclavos, es porque ha habido esclavos
contra la naturaleza. La fuerza y la tiranía hicieron los primeros esclavos; su
cobardía los perpetúa.» (Nota del autor en 1811.) ↵

21) El Doctor Thornton, enérgico amigo de la libertad en los Estados


Unidos, teniendo por cierto que sería imposible esperar una sincera unión entre los
blancos y los negros en la América mientras sea tan grande su diferencia de color,
por más que se suavice la condición de estos últimos elevándolos a la clase de
hombres libres, se ocupaban hacia el año de 1788 en un proyecto para restituir los
negros a su patria, establecerlos allí, estimularles a cultivar el azúcar, el café, el
algodón etc., a fundar fábricas y a ponerse en relaciones comerciales con los
europeos. Él mismo se proponía conducir a los negros que remigrasen del América
al África; había tomado varias medidas para el feliz éxito de su humanísimo plan,
lo comunicó al cuerpo legislativo de Massachusetts, y estaba persuadido que
cuando se publicase su designio le seguirían millares de negros. Parece sin
embargo que el plan de Mr. Thornton no pasó de un sueño filantrópico.

Los ingleses formaron en años pasados una colonia en Sierra Leona con la
intención laudable de civilizar los negros y restituirlos a la libertad. Ignoramos en
qué estado de prosperidad se encuentra aquel establecimiento, en la costa
occidental del África; establecimiento que será más acreedor a los elogios del
hombre sensible, si los ingleses en su fundación se han dirigido menos por miras
mercantiles que por principios de caridad universal. (Nota del autor en 1811.) ↵

22) Robertson, Hist. d'Amerique, tomo 2, pág. 231. ↵

23) Proyecto económico, parte 2 cap. 5. ↵

24) Por los últimos decretos de las Cortes se han dado en España
providencias muy liberales a favor de los indios, eximiéndolos de varios tributos
gravosísimos y amparando con particular cuidado sus propiedades. En el Diario
de sus sesiones tomo III pág. 75 puede también verse la moción de un diputado,
quien tratando de la naturaleza y poquedad de los indios y de su propensión al
ocio, a la oscuridad y al retiro, opinaba que uno de los mejores medios para
excitarlos al trabajo y al honor, en el caso de dárseles representación en el congreso
nacional del imperio español (como parece justo) , sería restringir este derecho a
los indios poseedores de una suma de 2.000 a 2.500 duros, «pues que en aquellas
clases no es dado venir a esta fortuna por otro camino que el de la aplicación, de la
buena fe en sus negocios y contratos, y de la probada honradez de su conducta.»
(Nota del autor en 1811.) ↵

25) Los anatomistas indagarán más profundamente cuál es la parte o


membrana del cuerpo donde reside este humor que tiene la piel del negro. Parece
lo más cierto que esta variedad de la especie tiene por causa la acción poderosa del
calor. Así las regiones del Asia y África donde se hallan negros están o en la misma
zona tórrida o en las abrasadas regiones próximas a ella. En general, consultando
las modificaciones y variedades del color del hombre, se ve que la blancura está en
razón directa del frío de los países que habita. En las partes de América
correspondientes al antiguo hemisferio, no hay negros en iguales latitudes, por que
la acción del calor es allí mismo poderosa; y diferentes causas físicas hacen que sea
mucho mas fría la América que el continente antiguo. Robertson, Hist. d'Amerique,
tomo 2, pág. 252. Acaso también el agua, el aire y los alimentos del África
concurren con el sol a la formación del color negro de los naturales. ↵

26) Samuel Smith, autor del Ensayo sobre las causas de la variedad de los colores
y figuras de la especie humana, pretende que el color es el resultado de las localidades
climatéricas y físicas de un país. Si el negro tiene el color más oscuro que el cafre, y
el color de éste guarda un medio entre el del negro y el del indio, la razón es la
siguiente. Bajo del ecuador los vientos siguen el curso del sol, llegan a la costa
oriental del África refrescados por los mares inmensos que les franquean paso, y
hacen a los países de Ajor, Zanguebar y Monomotapa comparativamente
templados; pero después de haber atravesado el continente del África por espacio
de tres mil millas, y haberse penetrado de todos los fuegos de un desierto ardiente,
vienen a caer abrasados sobre la cabeza de los habitantes del Senegal y de la
Guinea.

Pero los negros no se diferencian solamente en el color y en un simple


tegumento de las otras razas de la especie humana, su diferencia esencial consiste
en las dimensiones principales de la armazón huesosa, como demostró el sabio
naturalista Lacepede en un discurso, cuyo extracto puede verse en mis Lecciones de
Geografía, lección XIV. En efecto la naturaleza ha impreso en la osamenta de la
cabeza del negro caracteres muy decisivos que la distinguen de la de los restantes
linajes de hombres, y especialmente de los europeos. Si sobre una cabeza humana
se tira una línea desde el agujero auditivo al cortante de los dientes incisivos, y
desde este último punto se tira otra línea al arranque de la frente, las dos líneas
formarán un ángulo bien conocido por los naturalistas, desde Gamper, bajo la
denominación de ángulo facial. Este ángulo en todas las estatuas griegas, que son
el modelo de la hermosura perfecta, consta de cerca de 90 grados, es decir, le falta
poco para la medida de un ángulo recto. A proporción que el rostro humano se
altera y desnaturaliza, la abertura del angulo facial disminuye, siendo de unos 85
grados en el europeo, el georgiano, etc. Los negros son de todas las castas
conocidas de hombres los que tienen más agudo su ángulo facial, pues no abraza
más que unos 70 grados. Éste es el carácter que verdaderamente los distingue de
los demás miembros de la especie humana; sin que por eso dejen ellos mismos de
diferenciarse entre sí por las facciones de sus caras, tanto como por la forma de sus
gobiernos, la extravagancia de sus costumbres y supersticiones, y la diversidad de
sus lenguas. (Nota del autor en 1811.) ↵

27) Ulloa, Noticias Americanas. ↵

28) Del abate Raynal. (Nota del editor) ↵

29) Recherches sur les Etats-Unis. tom. 4. pág. 133. ↵

30) Aun en el estado de esclavitud y degradación en que los negros


esclavos se hallan hoy, cuando se les dé alguna instrucción, cuando no mirándolos
absolutamente como bestias de carga se ha tratado de inspirarles la virtud y los
conocimientos, desmienten con su moral y su industria las calumnias que sus
tiranos publican contra ellos, y no se percibe diferencia notable entre la memoria
de una cabeza negra y ensortijada, y la de una cabeza lisa y blanca. Véase lo que
dice Brissot acerca del aprovechamiento de los niños y niñas negras, educados en
las escuelas de Filadelfia. El mismo Brissot refiere haber tratado en la América
septentrional a un negro que profesaba la medicina con mucha aceptación,
ganando anualmente 64.000 rs. en este ejercicio, y habla de otro que poseía singular
facilidad para los cálculos más complicados. Nouveau Voyage dans les Etats Unis,
lettre XXIV. Puede establecerse pues por principio general, que la capacidad de los
negros puede extenderse a todo, y que sólo necesitan de instrucción y de libertad.
(Nota del autor en 1811.) ↵

31) Últimamente la Inglaterra no sólo ha decretado la abolición de la


esclavitud de los negros, sino que ha tomado particular empeño en que se haga
general esta abolición en toda Europa. La España va a tener parte en esta gloriosa
revolución de principios, que tanto honra las luces y la humanidad de los pueblos
modernos. En la sesión memorable que el día 2 de abril próximo celebraron las
Cortes generales y extraordinarias del reino, el diputado D. Agustín Argüelles hizo
la siguiente proposición.

«Que sin detenerse V. M. en las reclamaciones de los que puedan estar


interesados en que se continúe en América la introducción de esclavos de África,
decrete el congreso abolido para siempre tan infame tráfico; y que desde el día en
que se publique el decreto no puedan comprarse ni introducirse en ninguna de las
posesiones que componen la monarquía en ambos hemisferios bajo de ningún
pretexto esclavos de África, aun cuando se adquieran directamente de alguna
potencia de Europa o América.

»Que el consejo de regencia comunique sin pérdida de momento al gobierno


de S. M. B. el decreto, a fin de que procediendo de acuerdo en medida tan
filantrópica pueda conseguirse en toda la extensión el grande objeto que se ha
propuesto la nación inglesa en el célebre bill de la abolición del comercio de
esclavos.»

En seguida el mismo autor de la proposición, cuya elocuencia varonil y


filosófica siempre se ha dirigido al triunfo de la razón y de la humanidad contra la
ignorancia y el fanatismo, expuso al congreso las siguientes reflexiones.

«Los términos en que se halla concebida mi proposición manifiestan que no


se trata en ella de manumitir los esclavos de las posesiones de América, asunto que
exige la mayor circunspección, atendido el doloroso ejemplar acaecido en Santo
Domingo. En ella me limito por ahora a que se prohíba sólamente el comercio de
esclavos. Para tranquilizar a algunos señores que hayan podido dar a la
proposición sentido diferente, expondré a V. M. mis ideas. El tráfico, señor, de
esclavos, no sólo es opuesto a la pureza y liberalidad de los sentimientos de la
nación española, sino al espíritu de su religión. Comerciar con la sangre de
nuestros hermanos es horrendo, es atroz, es inhumano; y no puede el congreso
nacional vacilar un momento entre comprometer sus sublimes principios o el
interés de algunos particulares. Pero todavía se puede asegurar que ni el de estos
será perjudicado. Entre varias reflexiones alegadas por les que sostuvieron tan
digna y gloriosamente en Inglaterra la abolición de este comercio, una de ellas era
profetizar que los mismos plantadores y dueños de esclavos experimentarían un
beneficio con la abolición, a causa de que no pudiendo introducir en adelante
nuevos negros, habrían de darles mejor trato, para conservar los individuos; de lo
que se seguiría necesariamente que mejorada la condición de aquellos infelices, se
multiplicarían entre sí con ventaja suya y de sus dueños. A pesar de que el tiempo
corrido desde la abolición es todavía corto, estoy seguro que la experiencia ha
justificado la profecía. Esto mismo sucederá a los dueños de nuestros ingenios y a
otros agricultores de La Habana, Puerto Rico, Costa Firme, etc, y aun no puede
dudarse que la prohibición sería un medio de inclinarlos a mejorar el cultivo por
otro método más análogo al que reclama la agricultura, y más digno de los
súbditos de una nación que pelea por su libertad e independencia. Todavía más. La
oposición que puedan hacer los interesados nada conseguiría, atendida la
liberalidad del Congreso respecto de las mejoras de América. Sería infructuosa,
como lo ha sido la que hicieron en Inglaterra los opulentos plantadores y
traficantes de Liverpool y otras partes, que se conjuraron abiertamente por espacio
de 20 años contra el digno e infatigable Wilderforce, autor del bill de abolición.
Jamás olvidaré, señor, la memorable noche del 5 de febrero de 1807 en que tuve la
dulce satisfacción de presenciar en la cámara de los lores el triunfo de las luces y la
filosofía; noche en que se aprobó el bill de abolición del comercio de esclavos. En
consecuencia de tan filantrópica resolución se formó en Londres una asociación
compuesta de los defensores de aquel bill y varias otras personas respetables, para
desagraviar por cuantos medios fuese posible e indemnizar a las naciones de
África del ultraje y vejamen que han sufrido con tan infame tráfico. Su objeto es
formar establecimientos científicos y artísticos en los mismos parajes que eran
antes el mercado de la especie humana, llevándoles de esta suerte toda especie de
cultura y civilización; y su profunda sabiduría ha exceptuado sólo la propaganda
religiosa, no fuese que so color de religión se abusase, como se ha hecho muchas
veces, de este santo ministerio, prefiriendo dejar a los progresos de la ilustración
un triunfo que solo puede conseguirse con el convencimiento y los medios suaves.
Convencido el gobierno de Inglaterra de que el objeto del bill no podía conseguirse
mientras las naciones de Europa y América pudiesen hacer por sí este tráfico o
prestar su nombre a los comerciantes ingleses, resolvió interponer su mediación
para con las potencias amigas, a fin de que se adoptase la abolición por sus
gobiernos. Creo que aquel gabinete había dado pasos con Suecia y Dinamarca
antes de la actual guerra; y si no ha hecho al de V. M. igual proposición, será
porque en aquella época teníamos la desgracia de estar separados, y en el día
porque le ocuparán atenciones de mayor urgencia. Por tanto, señor, no desperdicie
V. M. una coyuntura tan feliz de dar a conocer la elevación y grandeza de sus
miras, anticipándose a seguir el digno ejemplo de su aliada, para no perder el
mérito de conceder espontáneamente a la humanidad el desagravio que reclama en
la abolición del comercio de esclavos.»

Esta moción tan juiciosa como humana propone a la nación española el


camino gradual que debe seguir en la abolición de la esclavitud de los negros,
secando el manantial de esta esclavitud con la prohibición de importaciones
ulteriores, antes de soltar las cadenas de los esclavos ya establecidos en América;
asunto muy delicado y en que procediendo con menos prudencia pudiera causarse
la desgracia de los dueños y de los siervos. «Las revoluciones de la política, dice
Saint-Pierre, deben ser periódicas como las de la naturaleza.» La supresión del
comercio de negros en los términos propuestos por el diputado Argüelles,
recomendada por la religión y la humanidad, no puede excitar reclamaciones de
nuestros comerciantes que no se dedican en general a semejante tráfico. Y aun en la
misma Habana, donde mucha parte de las producciones se debe al trabajo de los
negros, no sería imposible, aunque sí difícil, subrogarles otros brazos removiendo
varios obstáculos legales que actualmente se interponen, como se insinuó en una
memoria del encargado del ministerio de Hacienda de Indias, inserta en el Diario
de Cortes tomo V. pág. 225.

En la misma sesión de las Cortes de 2 de abril propuso el diputado García


Herreros, que sobre prohibirse la importación de los negros, se declarasen libres
los hijos de los esclavos ya establecidos en la América; pues de lo contrario,
aunque; proscrito el comercio, se perpetuaría la esclavitud. Opúsose a esta adición
benéfica otro diputado, fundándose en que la esclavitud, como quiera, es una
propiedad, y toda propiedad es sagrada y merece indemnización. Pero yo le
respondería con Brissot «¿Qué viene a ser una propiedad fundada evidentemente
sobre el robo? ¿Vale algo una propiedad contraria a las leyes divinas y humanas?»
Y cuando fuera lícito a un hombre venderse a sí mismo y lo hiciese de buena
voluntad, su enajenación ¿podrá arrastrar por consecuencia la esclavitud de sus
hijos? Ellos nacen hombres y libres. Su libertad les pertenece exclusivamente, y
nadie puede coartarla sino ellos mismos. Decir que un hombre nace esclavo, es lo
mismo que decir que no nace hombre. Estos son principios constantes, tan antiguos
como la razón; y nunca pueden desconocerse, si se consultan los sentimientos
inseparables de la naturaleza humana.

Todos los españoles amantes de la gloria y del honor de su patria esperan


con impaciencia el informe de la comisión nombrada para examinar este asunto
interesante, cuyo término esperamos que ha de ser la libertad de tantas víctimas
como estamos consagrando en el nuevo mundo a nuestro lujo y a nuestros errores.
La misma comisión debe también informar acerca de las proposiciones siguientes
del diputado Alcocer, proposiciones aun más transcendentales a favor de los
negros que la moción de Don Agustín Argüelles. «Contrariándose la esclavitud al
derecho natural, estando ya proscrita aun por las leyes civiles de las naciones
cultas, pugnando con las máximas liberales de nuestro actual gobierno; siendo
impolítica y desastrosa, de que tenemos funestos y recientes ejemplares, y no
pasando de preocupación su decantada utilidad al servicio de las fincas de algunos
hacendados, debe abolirse enteramente. Pero para no perjudicar en sus intereses a
los actuales dueños de esclavos, se hará la abolición conforme a las proposiciones
siguientes.

»Primera.—Se prohíbe el comercio de esclavos, y nadie en adelante podrá


vender ni comprar esclavo alguno, bajo la pena de nulidad del acto y pérdida del
precio exhibido por el esclavo, el que quedará libre.

»Segunda.—Los esclavos actuales, para no defraudar a sus dueños del


dinero que les costaron, permanecerán en su condición servil, bien que aliviada en
la forma que se expresa adelante hasta que consigan su libertad.

»Tercera.—Los hijos de los esclavos no nacerán esclavos, lo que se introduce


en favor de la libertad que es preferente al derecho que hasta ahora han tenido los
amos.

»Cuarta.—Los esclavos serán tratados del mismo modo que los criados
libres, sin más diferencia entre estos y aquellos que la precisión que tendrán los
primeros de servir a sus dueños durante su esclavitud; esto es, que no podrán
variar de amo.

»Quinta.—Los esclavos ganarán salario proporcionado a su trabajo y


aptitud, bien que menor del que ganarían siendo libres, y cuya tasa se deja al juicio
prudente de la justicia territorial.

»Sexta.—Siempre que el esclavo o ya porque ahorre de sus salarios o bien


porque haya quien le dé el dinero exhiba a su amo lo que le costó, no podrá este
resistirse a la libertad.

»Séptima.—Si el esclavo vale menos de lo que costó porque se haya


inutilizado o envejecido, esto será lo que exhiba para adquirir su libertad pero si
vale más de lo que costó, por haberse perfeccionado, no exhibirá sino lo que costó,
lo cual se introduce también en favor de la libertad.

»Octava.—Si el esclavo se inutiliza por enfermedad o edad avanzada, dejará


de ganar salario; pero el amo estará en obligación de mantenerlo durante la
inhabilidad, ora sea perpetua ora temporal.» (Nota del autor en 1811.) ↵

32) Apenas fue proclamada la independencia de los Estados Unidos,


pareció inconsecuente que unos hombres armados para defender a su libertad la
robasen a sus semejantes. Así el congreso en 1774 pronunció que la esclavitud de
los negros era incompatible con las bases del republicanismo. Pero aunque los
americanos están persuadidos más que ninguna otra nación de que todos los
hombres nacen libres e iguales, aunque se dirigen generalmente por este dogma de
la igualdad, y aunque los cuáqueros, guiados por sus principios religiosos, han
combatido con entusiasmo la esclavitud africana, sacrificando a tan buena causa
sus intereses particulares; sin embargo el egoísmo, cuyo partido es numeroso, ha
luchado por sostener en las provincias meridionales la imposibilidad de cultivar el
suelo sin manos esclavas, y la necesidad de aumentar su número, reclutando más y
más negros en África. Los esfuerzos violentos de este partido obligaron al célebre
Congreso nacional, en que se estableció el nuevo sistema federal de los Estados
Unidos, a separarse en alguna manera del gran principio de la libertad universal y
de las precedentes declaraciones del Congreso, decretando que hasta veinte años
después no se verificase la abolición total de la esclavitud. Quiso en esto imitar a
Solón, que no hizo las mejores leyes posibles, sino las más convenientes a las
circunstancias. Es verdad que aun en los estados donde permaneció la esclavitud,
la extensión general de las ideas sobre la libertad hacía más dulce la condición de
los esclavos y más suave su trato que en lo restante de América.

Los progresos de la misma revolución de ideas acerca de la suerte y libertad


de los negros en la América septentrional, se debieron principalmente y se deben el
celo constante de las sociedades filantrópicas formadas en Filadelfia y Nueva York
las cuales no solamente se ocupan en destruir la esclavitud y el comercio de negros
y en proteger a estos de todas las vejaciones, sino también en instruir y en
aconsejar a los que han sido manumitidos, hacerlos capaces de ejercer y gozar la
libertad civil, despertar su industria, darles ocupaciones convenientes a la edad, al
sexo, a los talentos y demás circunstancias, y finalmente procurar a sus hijos una
educación conforme al género de vida que deben llevar. Véase sobre sus
operaciones y proyectos benéficos el interesante Viaje de Brissot, carta 24. El mismo
Brissot es la carta 25 trata extensamente de la abundancia del azúcar de una especie
de arce muy común en la América septentrional, que substituyéndose, como
parece que pudiera, al azúcar de caña, contribuiría a facilitar con más prontitud la
abolición de la esclavitud de los negros en todo el Norte del nuevo hemisferio.
(Nota del autor en 1811.) ↵

33) De resultas de los decretos de la asamblea nacional francesa acerca de


la libertad de los esclavos en América, se suscitó una guerra civil en Santo
Domingo entre los blancos, y los negros y mulatos. Después de muchos combates
insignificantes, el día 21 de junio de 1793 tres mil esclavos sostenidos por los
mulatos entraron en Cabo-Francés, y asesinaron indistintamente a todos los
blancos, hombres, mujeres y niños. Reducida luego la isla a una colonia de negros,
que a guisa de animales feroces sólo hallaban placer en la desolación y en los
estragos, quedó privada por entonces de la civilización y de la cultura europea.
Hecha la paz de Amiens, la Inglaterra, que miraba la proximidad y el ejemplo de
aquellos negros dominadores como muy peligrosa a sus mismas posesiones,
auxilió a los franceses, que con una escuadra poderosa se dirigieron a reducir y
sujetar los sublevados y a pacificar la colonia. Pero esta expedición muy costosa y
sangrienta tuvo un fin desastrado. Santo Domingo permanece todavía bajo el
imperio de los negros, cuyo jefe ha tomado el título de Emperador de Haití, sin que
hayan cesado hasta el día ni las guerras civiles entre los mismos negros, ni las
escenas de ferocidad y derramamiento de sangre en aquellas fértiles pero
desventuradas campiñas, primer establecimiento de nuestros antepasados en el
nuevo mundo. (Nota del autor en 1811.) ↵

34) Con la enseñanza y después con la libertad podrán quizá elevarse los
negros a un grado de cultura y de inteligencia que ahora parece inconcebible. No
hay en el género humano clase alguna de gentes ni pueblos a quienes esté cerrado
para siempre el santuario de la razón; y tal nación que hoy se encuentra en el
embrutecimiento y estupidez, fue en las edades remotas templo y refugio de las
ciencias. Esta proposición sería más cierta, si se adoptase la opinión de un filósofo,
que establece con argumento respetables los principios de la civilización del
mundo y de los conocimientos astronómicos y físicos en las fuentes del Nilo, entre
los pueblos negros de la Abisinia y Nubia. (Nota del autor en 1811.) ↵

35) ¿Y porqué no podría servir también de suplemento en España el azúcar


de uva? Quien dude de ello, vea la disertación luminosa que sobre este punto
publicó en Madrid el célebre químico y mi venerado maestro D. Luis Froust. ↵

36) Lo mismo en España. ↵

37) En España el azúcar es ya una cosecha, pues en la costa de Granada se


hallan desde antiguo plantaciones de cañas, y también ingenios para fabricarla. ↵

38) El algodón es de cosecha de España en la costa de Granada, reino de


Valencia, islas de Mallorca, Ibiza, etc. ↵

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