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De Antillon Isidoro - Disertacion Sobre El Origen de La Esclavitud de Los Negros
De Antillon Isidoro - Disertacion Sobre El Origen de La Esclavitud de Los Negros
De Antillon Isidoro - Disertacion Sobre El Origen de La Esclavitud de Los Negros
ORIGEN DE LA ESCLAVITUD
DE LOS NEGROS,
Temperet a lacrymis.
I. de A.
SEÑORES:
1. Cuando queramos pasar revista por los diferentes derechos naturales y
sociales del hombre, cuando queramos examinar sus facultades, observaremos con
dolor que éstas y aquellos han sido menos respetados y más combatidos, a
proporción que son más preciosos y más imprescriptibles. En todos los países del
mundo, en todos los gobiernos que sucesivamente han dirigido la especie humana,
el despotismo, la ignorancia y la superstición se ha conjurado para atacar la
felicidad del mayor número de nuestros semejantes. La naturaleza en vano ha
reclamado sus indestructibles privilegios; la fuerza de los opresores y el
embrutecimiento de los vencidos han desoído su robusta voz; aquellos han
seguido oprimiendo y gozando, y estos callando y sufriendo ignominiosamente. Y
si algún hombre menos débil ha querido acordarse de su vergonzoso estado, si
abriendo el código de la razón y viendo en él esculpidos con caracteres sagrados
sus grandes y desconocidos derechos se inflamó de un santo celo por el bien de sus
semejantes, si se llenó de una justa indignación contra los tiranos, si lanzó un grito
valiente en favor de la humanidad oprimida, la insolencia de los déspotas y la
estúpida sumisión de los esclavos le sofocaron, y presto quedó reducido a llorar en
oscuro silencio los males de nuestra raza. Así, oprimir por una parte, sufrir
habitualmente por otra, tal es el horroroso y desconsolador retrato de toda la
historia. Al considerar esto, hubo quien llevando las cosas al extremo se arrebató a
una reflexión dolorosa; y es que si las miserias de la sociedad no han de tener fin, si
han de ser perpetuas, valiera más que el hombre sensible careciera de razón; a lo
menos entonces, soportando el yugo de hierro que le oprime, desconocería la
injusticia del que se lo impone, ignoraría los derechos de que se le priva, y cuyo
conocimiento parece no haber grabado en su corazón la naturaleza, sino para
agravar mas sus desdichas.
3. Ningún gobierno, ninguna sociedad política ha sido tan sabia o tan justa,
que haya observado con religioso escrúpulo el santo dogma de la libertad del
ciudadano. Vosotros, señores, como yo, habéis oído ponderar desde vuestra niñez
la libertad y el espíritu de igualdad de Grecia y Roma, y cuando veis al género
humano dividido en dos castas enemigas, de hombres que gozan y de hombres
que padecen, sin duda volvéis, como para consolaros, vuestra vista hacia aquellos
dos pueblos antiguos. Sin embargo, es cierto que en Esparta una aristocracia de
treinta mil nobles tenía bajo un yugo horroroso a doscientos mil esclavos; que para
impedir la demasiada población de aquel género de negros, los jóvenes
lacedemonios iban de noche a la caza de los ilotas, como de bestias feroces; que en
Atenas, en el santuario de la libertad, había cuatro esclavos por un hombre libre;
que no había ni una sola casa donde aquellos pretendidos demócratas no ejerciesen
el régimen despótico de nuestros colonos de América, con una crueldad digna de
los tiranos; que de cuatro millones de hombres que debieron poblar la antigua
Grecia1 más de tres millones eran esclavos; que la desigualdad política y civil era el
dogma de los pueblos y de los legisladores, que estaba consagrado por Licurgo y
Solón, profesado por Aristóteles, por el divino Platón, por los generales y
embajadores de Atenas, Esparta y Roma, que en Polibio, Tito Livio y Tucídides
hablan como los embajadores de Atila o de Gengis Kan; y que en Roma reinaron
las mismas costumbres, en los que se llaman bellos tiempos de la república: allí el
marido vendía a su mujer, el padre a su hijo; el esclavo no era persona, y se
consideraba como jumento, a quien no se le hacía injuria azotándole, negándole el
sustento físico, y aun quitándole la vida; el deudor insolvente era reducido a la
esclavitud; y las leyes autorizaban que un hombre libre se despojase a su arbitrio
del imprescriptible e inenajenable derecho de la libertad. Franqueando muchos
medios de hacer esclavos, pocos y difíciles de recuperar la libertad, los romanos,
por un refinamiento de tiranía, quisieron aumentar los goces y las riquezas del
corto número de señores, reconcentrando en sus manos montones de siervos.
Cuando yo examino a sangre fría estas costumbres, estos establecimientos de
Grecia y Roma, dejo la ilusión que me hacía mirar con respeto tan injustos
gobiernas, y me siento inclinado a abrazar el parecer de un filósofo de nuestros
días, que los mira como muy semejantes al de los mamelucos en Egipto o al del
dey de Argel, y cree que no falta a los antiguos griegos y romanos, tan vociferados,
más que el nombre de Hunos y Vándalos, para ser un verdadero retrato de todos
los caracteres que distinguen a las naciones feroces de la media edad 2.
4. La ruina del imperio romano no produjo la de la esclavitud. Los bárbaros,
que sobre la destruida grandeza del pueblo rey establecieron su poder,
autorizaron, bajo diferentes formas, la servidumbre de los vencidos: y en presencia
de una religión que mira a todos los hombres como iguales al pie del altar, que
predica como uno de sus primeros dogmas la caridad y el amor, millares de
ciudadanos arrastraron las cadenas del feudalismo, de la gleba, de la mano muerta
etc., vocablos funestos con que se engrosó entonces el diccionario de la opresión. El
despotismo de los reyes, que por su interés, no por el bien, de los súbditos,
enervaron el poder de los grandes, las luces de la filosofía y de la razón que se
empezaron a escuchar con menos desprecio, acaso también los preceptos de una
religión, benéfica y amiga de la igualdad, cuando la superstición o la codicia de
algunos de sus ministros no la desfigura o altera, produjeron en esta esencialísima
parte del bienestar de los hombres una feliz revolución; y entre el catálogo de
males que afligen aun actualmente a los pueblos del mediodía y del centro de
Europa, no se encuentra ya el nombre escandaloso de la esclavitud doméstica. El
norte de la región del mundo que habitamos, donde entre los hielos y la oscuridad
se había refugiado el monstruo, proscrito de nuestras provincias, no tardará en
verse libre de la ignominia de haberle acogido. La Dinamarca no tiene ya esclavos.
Esperemos para consuelo y por el honor de la especie, que la Rusia, ese país donde
aun tres cuartas partes de sus habitantes son esclavas, echará al fin por tierra esta
detestable institución, volverá la libertad a los siervos, y abriéndose así un
manantial perenne de población y riqueza quitará a la Europa el remordimiento de
que queden todavía dentro de su seno vestigios de un establecimiento injusto y
repugnante a la razón.
12. Aunque confesemos que Las Casas abultó notablemente los crímenes
que denunciaba, porque, según la expresión de Argensola, «el fervor le calentaba el
ingenio»; parece indudable el fondo de su relación, cuando se la despoja de las
exageraciones acaloradas que manifiesta por sí misma. Él la hacía delante de
gentes que podían desmentirla y que tenían interés en sacarle embustero, si
hubiera dicho cosas sustancialmente falsas. Es preciso, señores, que sea
enteramente insensible aquel cuya sangre no se hiele al oír tales excesos, que no
fueron los últimos, ni solos, ni cometidos exclusivamente por los pobladores
españoles. Los aventureros que causaron aquellos estragos, no contentos con haber
despoblado las islas, trataron de reducir a esclavitud les pocos indios que
quedaban; y los repartimientos, que sucedieron a los primeros furores, eran un
derecho o una autorización de esclavizar a los infelices naturales, y de hacerles
morir lentamente a fuerza de privaciones, de trabas duros, y de malos
tratamientos. Las Casas atacó este nuevo invento del despotismo, y predicó en las
cortes de Valladolid el santo dogma de la libertad de los hombres. Algunos
castellanos, de cuyos corazones la piedad no estaba proscrita, escucharon con
atención los clamores del apóstol de las nuevas regiones. Trataron seriamente de
remediar las injusticias que combatía con tanta vehemencia; pero queriendo
combinar la justicia con su interés hallaban un grande obstáculo para el alivio de
los indios. Estos en corto número, naturalmente perezosos y débiles, no trabajarían
en las plantaciones, si se les daba libertad; y por otra parte ni los calores
abrasadores de la zona tórrida, ni el orgullo de conquistadores convidaban a los
europeos a cultivar por sí mismos en las islas los frutos preciosos que de ellas se
sacaban, o a extraer el oro de las entrañas de la tierra. Atacado Las Casas por este
argumento, tuvo la fatal ocurrencia de persuadir al emperador, que esclavos
negros comprados a los portugueses podrían sustituirse a los indios, con tantas
mayores ventajas cuanto aquellos eran más robustos y nerviosos, y el trabajo de
uno de los primeros equivalía al de cuatro de los segundos. Agradó el proyecto a
Carlos Quinto; y cuatro mil negros que se computó necesitaban entonces las
Antillas, conducidos allá por mercaderes genoveses, fueron los precursores, la
muestra de tantos millares de infelices como habían de seguir regando con su
sangre el suelo americano. Tal fue el origen de la esclavitud de los negros. Un
exceso de piedad parcial condenó entonces la mitad del África a la más triste de las
condiciones; y por una imprevisión deplorable, queriendo Las Casas disminuir los
males del nuevo hemisferio, promovió en el antiguo el escandaloso tráfico del
hombre comprado y vendido por el hombre9.
13. Por muchos años los españoles solos y los portugueses ejercieron el
comercio de negros, porque eran los únicos interesados en sostenerlo. En el siglo
XVII participó de este crimen toda la Europa comerciante. Unos piratas bien
conocidos en la historia por su arrojo y valentía, con el nombre de Filibusteros o
Forbantes, se establecieron en las Antillas menores, en las islas de los Caribes, y
desde ellas salían a atacar con furor a los navíos portugueses y españoles,
ricamente cargados con los tesoros del nuevo mundo. Homicidas y asesinos por
hábito, trataron de exterminar al pueblo sencillo y fiel que los había acogido
generosamente. Aprobaron este infernal proyecto algunas naciones de Europa que
se llaman cultas, y de quienes eran la escoria los Filibusteros y las islas en breve
quedaron despobladas. Cuando después de los primeros furores se pensó en hacer
útiles tan grandes crímenes, hombres especuladores, viendo que allí no había oro,
se propusieron establecer en las islas devastadas el cultivo de ciertas producciones
que no sufre el clima de Europa, y que ya son indispensables al lujo y corrupción
de los europeos. Se presentaba sin embargo un terrible obstáculo, la falta de
cultivadores. Sus pacíficos habitantes habían desaparecido a efectos de la rabia
feroz y de la meditada y fría serie de atrocidades que cometieron los Filibusteros.
Acostumbrados estos a gozar con presura y sin trabajo, no podían habituarse a un
género de ocupación demasiado pacífico, y tuyos frutos habían de ser lentos.
Recurrieron pues a los negros; las playas del África proveyeron de esclavos para
entonces, y para reemplazar los muchos que perecían. Los ingleses, franceses y
daneses establecieron fuertes y factorías en la costa de Guinea; las aguas del
Atlántico llevaban y llevan periódicamente buques cargados de víctimas humanas;
y en todo el espacio del inmenso continente de América solo ha habido una
pequeña región de héroes que se haya librado, desde el principio, del
remordimiento de esta injusticia, y del escándalo de la posteridad. La misma
Pensilvania ha tenido esclavos10.
14. Los portugueses compran sus negros en el país de Angola, único resto
de su antigua dominación que se extendía desde Ceuta al mar Rojo. Los
holandeses envían cada año 25 o 30 buques y compran de seis a siete mil esclavos o
algo menos. Los ingleses en 195 buques transportan anualmente 40.000. Los
franceses, antes de la revolución, 13 o 14.000. Los dinamarqueses, en sus dos
factorías de Cristiansburgo y Frederisburgo, 1.200, que venden a los extranjeros,
porque no se presentan buques daneses para llevárselos. La España los recibe
regularmente de mano de los genoveses o ingleses. En 1777 y 78 adquirió de los
portugueses las pequeñas islas de Fernando Poo y Annobon cerca de la línea, con
el fin de hacer por sí misma y directamente el tráfico de esclavos; pero no tuvo
efecto el establecimiento que se proyectó en ellas. La insalubridad de su clima lo
estorbó.
17. Se computa que llegan a 80.000 las infelices víctimas que salen
anualmente del África para las colonias de América. Puede calcularse que cada
esclavo, tomando un precio medio entre el superior y el inferior, cuesta 2.000
reales; así, 160 millones de reales es la suma de lo que reciben anualmente aquellas
bárbaras regiones por un sacrificio tan horrible. El valor no se paga en metálico,
sino en manufacturas de Europa y otros géneros de mero capricho. ¡Tan barata y
fríamente se comercia con la sangre humana! Sin embargo es preciso añadir para
mayor ignominia de los que intervienen en este escandaloso mercado, que los
precios citados se pagan solamente en las costas más frecuentadas por los
europeos, y donde la continua concurrencia de compradores ha convidado a los
vendedores a levantar el valor del género. En aquellos parajes a que no arriban tan
frecuentemente las naos de Europa, la cosa más ligera, el artículo más despreciable,
parece suficiente recompensa por la vida y libertad de un hombre. En el Viaje de
Entrecasteaux se lee que hallándose aquel general en el cabo de Buena Esperanza el
año de 1791, había en la rada un navío negrero 11 recién llegado de Mozambique:
400 negros que formaban su carga estaban entonces en tierra. Estos infelices, la
mayor parte atacados ya del escorbuto, los cuales, dentro de poco, desde tres
cuartos reducidos en que estaban amontonados iban a embarcarse para mantener
en las islas con sus sudores el lujo de algún rico americano, habían sido vendidos
en un país donde se estiman mucho los perros. Las gentes que trafican de la vida
de estos miserables, dice el redactor del viaje, no se avergüenzan de confesar que
les sucede muy frecuentemente adquirir dos y tres negros por un perro hermoso 12.
¡A tal extremo de degradación se ha llegado allí, que por satisfacer el capricho más
extravagante se condena a la esclavitud y a la serie más penosa de sufrimientos a
un ser racional! Pero apartemos la vista de tan espantoso retrato.
II.
18. Calculando la continua extracción de negros para América, y
reflexionando que hace ya tres siglos que el África da cultivadores a las Antillas,
desde luego se extrañará cómo aquellos países pueden ya ofrecer esclavos, y cómo
no se han convertido en una espantosa soledad. Sin embargo la costa de Guinea
todavía es el teatro de este infame comercio; todavía se presentan en sus playas sin
escasez notable víctimas humanas. Causas menos poderosas de despoblación y de
ruina han reducido a desiertos naciones cultas, donde el género de vida, las
costumbres y las leyes conspiran a aumentar el número de hombres. ¿En qué
consiste pues que la Guinea, cuyos naturales viven de la caza y pesca, donde la
agricultura se mira como una ocupación innoble, propio ejercicio de las mujeres, y
de cuyo suelo se computa estar sólo cultivada la centésima parte, tenga bastarte
población para continuar dando a la faz del universo el escandaloso espectáculo de
millares de hombres arrancados para siempre de sus orillas? Veámoslo,
24. Ya dije que la esclavitud es muy antigua en África; pero los distintos
medios para hacer esclavos que ahora se conocen y autorizan en aquella parte del
mundo, todos igualmente injustos, son fruto del lujo y comercio que los europeos
han introducido allí. Las superfluidades que les proporcionan han llegado a ser
para aquellos salvajes necesidades verdaderas, y nada omiten por adquirirlas.
Aunque el comercio no hubiera hecho otro mal al África que despoblarla, debía
considerarse como un azote; pero ha producido otras consecuencias más funestas;
ha perpetuado la esclavitud; y ha destruido en aquellos pueblos todos los
sentimientos de paz y fraternidad, encendiendo y fomentando una serie de guerras
tan continua, que el África en el día es un vasto campo de batalla donde las
naciones se aniquilan, los pueblos se destruyen, por tener esclavos que vender 13.
Por efecto de una falsa lógica, en otros siglos común aun entre las naciones cultas,
el vencido se cree en África que es esclavo del vencedor; así un medio de adquirir
esclavos es hacer la guerra. Los reyes para quienes la sangre de sus vasallos ha sido
casi siempre de poco precio, promueven de propósito estas guerras con que se
hacen ricos, ofreciendo esclavos a los corredores que los llevan a la costa de
Guinea. Desde antiguo se incurría también en la esclavitud cometiendo delitos
graves; pero cuando la busca de esclavos ha sido un fondo de riqueza para los
reyes, estos han impuesto la pena de esclavitud por los crímenes más ligeros. Su
código criminal está erizado de frívolas prohibiciones, acompañadas de una pena
que antes se reservaba para los delitos más trascendentales. Estaba también
introducida antiguamente la costumbre de hacer esclavo al que por reconocimiento
u otro motivo se reducía voluntariamente a tan triste condición: hoy que no son
comunes estos sacrificios voluntarios, y que la venta segura de esclavos
proporciona goces y superfluidades que se codician con vehemencia, la fuerza
suple. Régulos u hombres poderosos rodean de repente por la noche una aldea
desprevenida, meten en sacos los niños, y ponen mordazas a los demás habitantes
para que no griten, transportándolos aceleradamente a grandes distancias, donde
reciben de contado el precio de su rapiña.
25. Mungo Parck, viajero inglés, que en los años 1795, 96 y 97 ha reconocido
una parte del interior del África, confirma con lo que él mismo ha visto la verdad
de todos estos hechos. Entre los bárbaros y fanáticos moros, como entre los dulces
y hospitalarios negros, goza grande extensión la esclavitud, y están autorizados
igualmente los medios injustos de perpetuarla. En el país de los Mandingas las tres
cuartas partes de los habitantes gimen en la esclavitud; y en una grande hambre
que allí se padeció, fue testigo Parck de que algunas madres, acosadas por la
necesidad, vendían sus hijos con una fría indiferencia, sin más precio que el
alimento para treinta o cuarenta días que les suministraba algún rico.
27. Otro de los medios de adquirir esclavos, acaso el mas bárbaro de todos,
es el que los tratantes en negros llaman derecho de empuñar. Este consiste en
apoderarse de un hombre libre y hacerle esclavo. Lo ejercen en Angola los
príncipes del país sobre cualquiera que no es igual suyo, y los capitanes europeos
sobre cualquier negro dentro de los límites de un territorio que se les señala en la
costa, mientras hacen el tratado. Un derecho tan bárbaro, una violación tan
escandalosa de la propiedad personal, se practica frecuentemente. Vienen muchos
negros con los mercaderes del interior del país, llevados de la simple curiosidad;
estos los venden, los hacen empuñar, y después dicen en su país que han muerto de
este o aquel modo. Lo más extraño es que los capitanes de las naciones cultas de
Europa, lejos de retraer, alienten a los corredores a tan criminales imposturas, y no
rechacen con horror semejantes proposiciones; pues si es una gran desgracia para
un país el que se permita por sus instituciones privar legalmente a un hombre de
su libertad, es el cúmulo del crimen y de la infamia aumentar la atrocidad de las
leyes, sujetando a la esclavitud hombres sobre los cuales no dan aquellas derecho
alguno. El infeliz empuñado está bien distante de pensar en la suerte que le espera.
El traidor que le quiere vender busca un pretexto para traerle a la presencia de un
blanco, regularmente con la excusa de beber aguardiente, y lo manifiesta al
capitán, quien en una mirada debe juzgar si el esclavo le conviene por el precio. Si
lo acepta, se acercan sus satélites a la inocente víctima, y saltan de improviso sobre
ella cogiéndole los brazos, de modo que por grande fuerza que tenga, debe
sucumbir al número de los que le asaltan. Están ya prestos el fatal collar y la
cadena, y en un abrir de ojos el infeliz pierde para siempre, sin saberlo, su libertad;
se ve cautivo y cargado de cadenas. Visítale luego el cirujano, pónesele en la
bomba, y de allí pasa a bordo, a mezclar sus impotentes lágrimas y su vana
indignación con las de tantos otros miserables que dividirán con él sus amarguras
en el nuevo hemisferio.
29. Este momento, que llegará acaso antes de lo que calculan los
comerciantes de Europa, sólo podrá retardarse algunos años si los europeos
mudan de conducta respecto a sus esclavos; si oyendo, ya que no el grito de la
humanidad, siquiera la voz de su interés, los tratan con otra dulzura, otros
miramientos que hasta aquí; si en fin ya que nunca podrán ser sus bienhechores, a
lo menos dejan de ser sus verdugos. Entonces se evitará en mucha parte la
espantosa mortandad de negros en las islas de América, se logrará la reproducción
de estos seres infelices, y se conseguirá así un ahorro de peticiones al África, que
empieza ya a ser avara en ofrecer sus habitantes.
31. No se puede pintar sin horror, dice el elegante historiador de las dos
Indias, la condición de los negros en el archipiélago americano. Sellados en el
brazo o en la tetilla con la marca de su esclavitud, sufren el tratamiento más cruel;
su alimento es escaso y mal sano; en la dureza de su cama más bien se desconcierta
que reposa el cuerpo, y su vestido es un conjunto de roídos andrajos que anuncia a
primera vista la opresión y miseria del que lo lleva. Los amos especulan sobre el
exceso de su trabajo; su crueldad iguala a su avaricia; y no temen ni evitan la
muerte de los que llaman arados vivos si el fruto que sacan de sus sudores cubre los
gastos de la compra. Sus fríos e interesados cálculos han llegado a poner por
axioma, que para salir ventajosos en el comercio de esclavos, deben estos a los 18
meses de su llegada a las Indias haberles dejado ya libres las dos terceras partes del
coste.
33. Los hombres que han meditado sobre la suerte de estas víctimas de
nuestra codicia, ven una gran diferencia en el tratamiento que reciben de las
distintas naciones de Europa. Observan, que los más inhumanos son los ingleses y
holandeses, pues éstos las sacrifican a su avaricia desmesurada, y aquellos las
miran como instrumentos físicos que no se deben destruir sin necesidad, pero con
quienes creen degradarse si se familiarizan, si les hablan o les ríen; que los
españoles y portugueses las asocian a su indolencia y placeres 15; y que los
franceses, menos desdeñosos, les conceden cierta suerte de moralidad, y así lo
manifiestan en su trato.
34. Siendo estas observaciones exactas, parece que donde la condición de los
negros se presentaba con más dulzura era en las colonias francesas antes de la
revolución; pues óiganse sin embargo los fundados cálculos que hace sobre la
mortandad de esclavos en la parte francesa de Santo Domingo el citado Degranpré.
«Además del Senegal (copio sus palabras) , Costa de Oro, Benín y Gabón, países
todos que daban negros a Santo Domingo, la Francia enviaba todos los años de
diferentes puertos treinta buques sólo a la costa de Angola, que por lo menos
cargaban 15.000 esclavos. Si se traen ahora a cuenta los negros que se han llevado
de los diferentes puntos de África a Santo Domingo desde que se empezaron a
cultivar las Antillas, el número de hijos que debieron tener, los negros que además
introduce el contrabando y la despoblación que ocurrió al tiempo del
descubrimiento de aquella isla, y se compara el producto de estos datos con la
población actual, el resultado será horrible... La suma de los nacimientos e
importaciones a Santo Domingo de cincuenta años a esta parte llega a dos millones
y 200.000 almas; la población de la misma isla al principio de la última guerra no
pasaba de 700.000 personas de todos colores; conque se perdieron un millón y
500.000 individuos, que agregados a los indios destruidos desde la conquista son
dos millones y medio de hombres en una sola isla, sacrificados al uso del azúcar y
café. De este cálculo se sigue que la mortandad anual ha sido de 30.000 almas, y
que la suma de los nacimientos e importaciones no pasa de 44.000 anualmente.
Puede calcularse que las importaciones francesas y de contrabando ascienden por
año a 30.000; de modo que la suma de éstas no hace más que igualar la de las
muertes, y no quedan a favor de la colonia más que 14.000, suma igual a la de los
nacimientos. Se preguntará, ¿cómo 700.000 individuos pueden perder 30.000 y no
producir más que 14.000? Es preciso confesarlo con vergüenza: nuestra crueldad es
la causa.» Haciendo igual cálculo en las otras colonias europeas, saldría el
desagradable resultado del grande número de hombres que cuestan las Américas
al África.
40. Todas las referidas circunstancias prueban la gran facilidad con que se
podrían formar colonias florecientes en la costa de Angola, cuya extensión de norte
a sur es de cerca de 240 leguas18 sacando de ellas las mismas producciones que de
las Antillas. Ganarían en esta traslación nuestro comercio, y sobre todo nuestras
manufacturas. Como allí son desconocidas las especies numéricas, seguiría todo
haciéndose por cambios, habría el mismo despacho de nuestros artefactos que el
que tenemos ahora por esclavos, y que tenían los franceses cuando los buscaban
antes de la revolución; y con el mismo cargamento traeríamos, en vez de hombres,
frutos de retorno. A medida que los europeos se fuesen multiplicando en estos
nuevos establecimientos, llenarían el consumo de los objetos que suministra el
comercio de Europa, y reemplazarían el déficit que habría ocasionado, la pérdida
de las Antillas, a cuyas expensas se engrandecerían estas nuevas posesiones. Los
mismos consumos se aumentarían prodigiosamente en proporción de la fortuna
que hiciesen los naturales, quienes, entregados a si mismos, gozarían entonces del
fruto de sus ahorros, y no se verían forzados a sacrificarlos al enriquecimiento de
un dueño que detestan. Y aun prescindiendo de otras ventajas comerciales y
políticas, el hombre moral, el hombre sensible, al gustar las producciones de
aquella parte del mundo, no se diría ya con remordimiento: «El que plantó este
café lo regó con las lágrimas de la desesperación, arrancadas por la memoria de
una esposa y de un hijo querido, de quienes se le separó en su patria, para venir
sobre una tierra extranjera a saciar la codicia de un bárbaro que le compra y le
emplea como bestia de carga, y que aun le acaricia menos porque le cuesta más
barato.»19
42. Pero se dice que son perezosos... ¿Cómo pueden ser acusados de
indolencia los que desempeñan todo el trabajo de los establecimientos europeos en
la costa, por el módico salario de cinco pies de tela azul por semana? Si por otra
parte no manifiestan una superior actividad, es porque la fertilidad prodigiosa del
país suministra sin trabajo más de lo que ellos necesitan; ¿y a qué fin trabajarían
más en su actual constitución, cuando no han de tener recompensa de su trabajo, y
no les ha de resultar más que un exceso de producciones de que no hallarían
salida?
43. Añaden algunos que son antropófagos... pero esta acusación que a lo
más podría recaer sobre los habitantes del interior del África, está ya desmentida
por los viajes de Levaillant y Parck. En cuanto a los negros congos o habitantes de
Angola, se sabe positivamente que son dulces, y que aborrecen el derramamiento
de sangre. El carácter tímido que les distingue, es un nuevo dato en favor de su
humanidad20.
45. Todo asegura feliz éxito en el cultivo de este país; la facilidad de emplear
el arado, una tierra nueva, una fertilidad admirable, un hermoso clima, parajes
saludables, escogiéndolos bien desde el principio, y unos naturales comerciantes
por genio y habituados a obedecernos, todo prepara una halagüeña perspectiva de
prosperidad a la primera nación europea que verifique el gran proyecto de abolir
por este medio la vergonzosa esclavitud de los negros, y que haga en las costas de
África lo que Baco, Triptolemo y Cécrope hicieron siglos pasados en la Grecia21.
46. Los ingleses que no tienen ningún vasallo indio en sus ricas colonias de
América, y los franceses que tienen muy pocos, son las dos naciones que rivales en
poder y sabiduría, deben disputarse la gloria de este primer establecimiento en
África. Pero los españoles que tienen 12 o 15 millones de vasallos indios en la
América, los más sumisos del universo, podemos mantener nuestras posesiones
aun sin la existencia de los negros. El trabajo de indios libres y alentados a la
ocupación y al cultivo por la dulzura y humanidad con que se les trate, ¿no podrá
reemplazar el de manos esclavas, traídas desde el centro del África?
47. Acaso se creerá que los indios son demasiado débiles para que jamas
pueda esperarse de sus pocas fuerzas el trabajo que ofrecen los brazos nerviosos
del negro. «Pero la robustez de los indios, según la observación de La-Condamine
y otros viajeros, está en razón directa de lo que trabajan, y la debilidad de sus
fuerzas menos parece proceder de alguna influencia física del clima, que de la
indolencia a que están entregados, y del ningún uso que hacen de las facultades y
vigor del cuerpo. En todas parres donde los americanos se han acostumbrado por
grados al trabajo, han llegado a hacerse robustos de cuerpo y capaces de ejecutar
cosas que parecen no solamente superiores a una constitución tan débil, como la
que se suponía particular a su clima, sino a todo lo que podía esperarse de los
naturales de África y Europa.»22
48. Dirá algún otro que los indios son de una extrema incapacidad, inútiles
para todo, y que acaso ni aun pertenecen a la clase de racionales. Ésta ha sido la
voz de la ignorancia y de nuestro orgullo desmedido. Óigase la modestísima
respuesta que da don Bernardo Ward, escritor tan juicioso como lleno de ideas
humanas23: «Si miramos lo que eran los indios antes de conocer a los europeos,
algunas luces habían de tener para formar poblaciones y ciudades, construir
grandes edificios, fundar imperios poderosos, vivir bajo de ciertas leyes civiles y
militares, tener su género de culto, e idea a su modo de la divinidad; y aun ahora
vemos que todas las artes y oficios las ejercitan a imitación con gran destreza, hasta
la pintura, música, etc., y parece que todo esto no es de irracionales. Pero doy caso
que hoy sean tales como se representan, ya sea porque los haya reducido a la
barbarie una larga opresión (como sucede a los griegos modernos descendientes de
aquellos grandes capitanes, filósofos y estadistas de la antigüedad que fueron
maestros del mundo) o sea porque tengan menos alcances por su natural
constitución; nada de esto se opone a que sean vasallos útiles, pues vemos que aun
aquí en Europa entre las naciones más cultas, los hombres más útiles son los que
tienen luces, como los labradores, pastores, etc.»
49. Es pues incontestable que los indios podrían suplir en nuestras Américas
el trabajo de los negros, principalmente si se les tratase con menos dureza y
arbitrariedad que hasta aquí; si se pusiesen en vigor las excelentes leyes, hechas en
su favor por nuestros monarcas, pero hoy inútiles, porque los agentes de la
autoridad les han sustituido prácticas injustas y opresoras; si se les enseñase el
cultivo y otras industrias, ya por medio de sus mismos caciques, ya por el de cura
y misioneros dulces y populares, y sobre todo si se les interesase en el trabajo,
dándoles tierras en propiedad, no en una propiedad precaria y de nombre, sino
con seguridades inviolables y exención de tributos en los primeros años de su
posesión.24
50. Entonces los indios serían lo que deben ser, el grande tesoro, la
verdadera mina de América. Su trabajo, sustituido al de los negros, a más de la
inapreciable ventaja moral de librarnos de una injusticia, nos acarrearía dos bienes
políticos que la economía civil tendrá siempre en gran consideración. 1º. Que como
nosotros no hacemos el comercio directo de esclavos, sino que los recibimos de las
otras naciones de Europa, dejando de necesitarlos, dependeríamos menos de ellas,
y habría un pretexto menos para el comercio ilícito con el continente americano. 2º.
Que los frutos comunes con las otras posesiones europeas, como el azúcar, tabaco y
cacao, nos saldrían más baratos que a los extranjeros que para su cultivo se valen
de negros, pues a más del subido precio que estos les cuentan y de los que se
desgracian o se escapan, su manutención en ropa y comestibles no deja de costar
bastante, y todo se ha de sacar del género; pero el indio vive de poco, y no tendría
que cargar al fruto ni el interés ni el capital de su precio. Él trabajaría para sí y por
sí, y aunque trabajase menos que el negro, la mejor calidad de nuestras tierras
compensaría estas ventajas. Así podría vender más barato que el labrador inglés y
francés, y nosotros por consiguiente venderíamos en Europa con más equidad que
las otras naciones.
Por otra parte está probado que la piedad o inhumanidad de sus dueños
regula su carácter moral. En la Historia filosófica de las dos Indias28 pueden verse
ejemplos de heroísmo y de reconocimiento hacia dueños humanos y compasivos,
que igualan a los negros con los espartanos, y que demuestran qué ascendiente
tienen sobre su corazón les beneficios. Finalmente no debe juzgarse del carácter de
los negros por lo que hoy son. La esclavitud enerva y gasta todos los resortes del
alma; y hace siglos dijo ya un filósofo que la naturaleza ha negado a los esclavos la
facultad de pensar. Júzguese por lo que serían si los hubiesen criado padres libres,
y respirado desde su infancia el aire de la libertad; y reflexiónese, como observa un
pensador sabio29 que si la esclavitud pasase de los negros a los blancos, sus
descendientes serían, después de algunas generaciones, lo que los negros son
hoy30.
57. Es pues muy humano y muy justo el plan de aquellos filósofos que
juzgan que la Europa debe sin demora abrazar el principio inviolable de la libertad
de los negros, pero que al concederla use de todas las precauciones, de todas las
lentitudes que exigen la seguridad de sus conciudadanos en las colonias y el
mismo interés bien entendido de los negros; que se establezcan escuelas públicas
donde sean instruidos los niños negros de ambos sexos, fijando en una época como
a los 25 años la concesión de la libertad, y sirviendo entretanto a sus amos 34; y que
cuando hubiesen alcanzado la independencia, no se trate de volverlos al África,
como algunos han pensado, porque acostumbradas al suelo, clima y costumbres de
América, se verían en África muy embarazados para vivir, y la libertad les sería allí
más cruel que fue en América a sus ascendientes la esclavitud, sino que se les
señale un pequeño campo para que lo cultiven. Acostumbrados estos hombres
infelices a la ocupación, y no teniendo una porción bastante vasta para su
subsistencia, venderían sus sudores a quien quisiera comprárselos. Volviéndoles la
libertad, cuídese de someterlos a nuestras leyes y costumbres,y ofrecerles nuestras
superfluidades; dénseles una patria, intereses que combinar, producciones que
pedir a la tierra y consumos análogos a su gusto, y no faltarán a nuestras colonias
brazos, que aliviados de sus cadenas serán más robustos y más activos.
60. «Por lo demás, es imposible que sea siempre útil a un hombre, y menos a
una clase perpetua de hombres, el estar privados de los derechos naturales de la
humanidad; y una asociación en que la tranquilidad general exigiese la violación
de los derechos de los ciudadanos o de los extranjeros, no sería una sociedad de
hombres, sino una sociedad de malvados.»
SEGUNDA.
TERCERA.
«La libertad de los negros de América (dice) será tanto más difícil de
verificarse, cuanto el cultivo en las islas de América es mucho menos penoso y
dispendioso que en Europa. No se necesitan ni arados pesados, ni rastrillos, ni tiros
de caballos, ni labores triples para plantar el cazabe, el maíz, la patata, el café, la
caña de azúcar, el añil, el algodonero y el árbol del cacao, como para nuestros
trigos, viñas, linos y cáñamos. Las campiñas de las islas se cultivan como nuestros
jardines, con azadas y azadones; bastando para casi todas sus cosechas las mujeres
y los niños.
»Es verdad que los ingenios de azúcar exigen grandes gastos en edificios y
el concurso de muchos trabajadores; y de aquí han inferido los partidarios de la
esclavitud la necesidad de emplear en las islas obradores de esclavos negros. Esta
consecuencia débil es su argumento más fuerte contra la libertad de los africanos.
Pero a fe que en Europa no se necesitan obradores de esclavos para mantener y dar
movimiento a las fábricas de curtidos, de tapices, de papel, de armas y de alfileres,
que exigen grande concurso de brazos, y más indivisibilidad en sus operaciones
que las de azúcar. Por otra parte, el propietario de un ingenio de azúcar no es
menester que cultive todas las cañas de su distrito para recoger sólo él la cosecha,
así como el poseedor de un lagar en Borgoña no necesita que sean suyos los
viñedos de las costeras inmediatas. Los que en Europa fabrican telas no cultivan el
lino y el cáñamo, ni los fabricantes de papel recogen el trapo por las calles, ni los
impresores y encuadernadores de libros se ocupan en manufacturar el papel. De la
repartición de las diferentes artes entre manos libres ha provenido su perfección en
la Europa. Tan necesarias son a los progresos de la industria las pequeñas
propiedades artistas, como las territoriales al de la agricultura. Si los fabricantes de
azúcar en las colonias estuviesen encargados únicamente de su elaboración, y los
agricultores del cultivo de la caña, no sería necesario refinar en Europa el azúcar de
las islas...
»Entretanto sería muy útil contribuir por todos medios a que la metrópoli se
haga más y más independiente de las Américas, de donde saca hoy la mayor parte
de algunos artículos que son de consumo diario. Tales son principalmente el
azúcar, el café, el tabaco y el algodón.
»El uso del tabaco es de los más extravagantes y de los más difíciles de
destruir, así como el más general en el mundo, pues aunque vino de América y los
salvajes nos enseñaron a fumar, hoy se fuma ya desde la Noruega hasta la China, y
desde Arcángel hasta el país de los hotentotes. Sin embargo como esta planta crece
en Francia36 y de excelente calidad, podemos, cuando se quiera, promover su
cultivo en nuestro mismo suelo y hacer de su consumo uno de los más ventajosos
ingresos para nuestra agricultura, sin necesidad de recurrir a las Américas. Fuera
de desear que pudiera también naturalizarse la caña de azúcar y el café. Si la Sicilia
y otras partes de Italia serían susceptibles de esta clase de plantas 37, no así la
Francia donde se opone el clima.
»Sobre esta materia debe tenerse presente una observación general, y es que
la naturaleza ha hecho capaz a toda la tierra de producir donde quiera las mismas
sustancias, con la sola diferencia de variar los vegetales que las contienen, según
las latitudes. Los salvajes del Canadá hacen azúcar con el jugo de los arces, y los
negros de África hacen vino con el de sus palmas. El sabor de la avellana se halla
en la nuez gruesa del coco, y el de muchas yerbas aromáticas de nuestras campiñas
en los árboles de la especiería de las Molucas. En general, la naturaleza ha puesto
las consonancias de los árboles de la zona tórrida en los chaparros y en las yerbas
de las zonas templadas, y hasta en los musgos y hongos de la zona glacial. Ha
colocado en el mediodía los frutos al abrigo del calor, elevándolos sobre los
árboles; y yendo hacia el norte los pone al cubierto del frío, situándolos en lugar
inferior, a saber, sobre las yerbas las cuales por otra parte no temen el invierno,
pues no viven más que un verano. Por consiguiente en las clases humildes, en las
plantas anuales y espontáneas, es donde podríamos hallar producciones
equivalentes a los grandes vegetales del mediodía.
»Lo repito. Es una gran falta en político que la materia primera del vestido
del pueblo esté hoy en sus colonias de América, como el azúcar, el cacao y el café
de su desayuno, y el tabaco de que hace consumo tan general. Sólo faltaba que se
trajese de allí el trigo, para que la Europa quedase en una entera dependencia del
nuevo mundo. Así se vio por las reclamaciones violentas de los comerciantes
franceses en favor del tratado inhumano de negros contra los decretos de la
asamblea nacional, que los puertos marítimos de Francia, más distinguidos por su
comercio, habían dejado de ser franceses pata hacerse americanos.»
P. S. Amenidades naturales de las Españas, por don Mariano Lagasca, pág. 16.
«El panizo negro es natural de la India oriental, como lo son también el arroz, el
naranjo, el limonero, limero, cidra, azamboero y otras plantas, las cuales fructifican
abundantemente en nuestras provincias meridionales. Esta observación indica que
debemos esperar se naturalicen también en los mismos parajes, el té, café, jengibre,
cardamomo, galanga y otras muchísimas plantas útiles de las Indias.»
CLÁSICOS DE HISTORIA
http://clasicoshistoria.blogspot.com.es/
74 Egeria, Itinerario
48 Anales Toledanos
33 Carlos V, Memorias
25 Andrés Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel
21 Crónica Cesaraugustana
17 Crónica de Sampiro
13 Crónica Albeldense
6 Idacio, Cronicón
4 Ajbar Machmuâ
3 Liber Regum
2 Suetonio, Vidas de los doce Césares
* Condorcet. ↵
4) «De cualquier manera que se miren las cosas, el derecho del señor sobre
el esclavo es nulo, no sólo porque es ilegítimo, sino porque es absurdo y carece de
significación. Estas palabras, esclavitud y derecho, son contradictorias, y se
excluyen mutuamente.» En los Pensamientos de un hombre célebre, libro I cap. 4.
(Nota del autor en 1811) ↵
9) Algún tiempo después de escrita esta disertación llegó a mis manos por
fortuna una Memoria de Mr. Gregoire leída en el Instituto Nacional de Francia, con
el título de Apología de Bartolomé de Las Casas. El autor envió inmediatamente un
ejemplar a la Academia de la Historia de Madrid. Como individuo de aquel cuerpo
respetable la leí desde luego; y admiré la vasta erudición con que prueba Gregoire
no haber sido Las Casas, según se ha creído generalmente, el primer promovedor
del comercio de los negros para cultivar las islas y tierra firme de América, pues
que según el testimonio de nuestros mismos historiadores se hallaba ya
introducido y propagado antes de las cortes de Valladolid y de los escritos en que
abogó por los indios el obispo de Chiapas. Parecióme esta memoria digna del
aprecio y consideración pública, y la traduje al castellano, acompañada de algunas
notas acerca de la vida y carácter de Las Casas, a quien, en medio de las calumnias
que han esparcido sobre sus venerables cenizas el ciego orgullo y el sórdido
interés, no han dejado de hacer justicia varios historiadores españoles de la mejor
nota. La tiranía de la imprenta me obligó a mantener oculto este trabajo, que yo
miraba siempre como desahogo de la sensibilidad, y como desagravio de la fama
de un hombre virtuoso. Ahora que la imprenta es libre, no puedo llenar en el
momento mis deseos de publicarla, habiendo quedado el manuscrito en Madrid
con mis demás libros y papeles al tiempo que abandoné aquella corte en principios
de junio de 1808. Recibe entretanto, ¡oh tú apóstol de la humanidad! esta
indicación, como homenaje profundo y tierno de todos los que como yo, estiman
más a un bienhechor de sus semejantes, que a los celebrados conquistadores,
azotes de nuestra especie, a quienes durante su fortuna tanto se adula y tan
bajamente se idolatra, para maldecir luego su memoria, cuando ya no existen. Te
han echado en cara los fanáticos y los egoístas el exceso de celo, la exageración en
las pinturas, y las declamaciones muy sobrecargadas; como si a una imaginación
vivamente herida de los males y de sus funestas consecuencias fuese posible
detener su carrera en los limites que la fría y tranquila discusión prescribiría. Tu
nombre será eternamente bendito en los anales de la virtud. Las lágrimas de los
indios que regaron tu sepulcro, y el sentimiento cordial de todos los hombres
buenos, debieron ser, para tus manes sensibles, recompensa más dulce que los
envidiados laureles de los vencedores del mundo. En ti queda el recuerdo
halagüeño de los beneficios con que aliviaste las amarguras de los oprimidos; en
aquellos la execrable memoria de las cadenas con que oprimieron a sus semejantes.
(Nota del autor en 1811.) ↵
10) De toda la superficie que comprenden los Estados Unidos, sólo los
territorios de New-Hamsphire y Massachusetts han dejado de estar manchados
desde el principio de su colonización con la bárbara esclavitud de los negros. Estos
dos distritos nunca han tenido leyes que la autorizasen. El austero puritanismo que
reina en el Connecticut no podía tampoco conciliarse con ella; y así casi todos los
colonos dieron luego libertad a sus esclavos.
Muchas de las opiniones tiránicas que influyen en gran manera sobre las
desgracias de la culta Europa, cree el sensible autor de los Estudios de la naturaleza,
que han nacido y se propagan desde nuestras colonias de América, foco
permanente de esclavitud, mientras estén regadas con el sudor de los negros.
«Desde allí, dice, se comunican a la Europa por medio del comercio, al modo que
la peste viene de Egipto con sus producciones; y como en nuestras costas no hay
establecida cuarentena para las gentes de Ultramar, infectadas por el nacimiento,
por el hábito y el interés del dogma de la esclavitud, y la depravación del alma es
todavía más contagiosa que la del cuerpo, se necesita absolutamente, aun bajo este
solo aspecto, que desaparezca en nuestras colonias la esclavitud del pueblo negro;
no sea que algún día, por el ascendiente de la opinión de particulares ricos, se
extienda hasta sobre el pueblo blanco y pobre de la metrópoli...» (Nota del autor en
1811.) ↵
14) Parece que en todas partes se han agotado las tretas infernales de la
codicia insensible para aumentar el comercio escandaloso de carne humana. A lo
que dice el texto sobre sus criminales invenciones en África, puede añadiese lo que
refiere Brissot de la América septentrional. Estando prohibida en varias provincias
de los Estados Unidos la importación de esclavos negros, algunos inhumanos
especuladores se dedicaban a robar los que estaban libres, para venderlos en países
donde tenían precio fijo. Varios marinos extranjeros quitaban sus negros a los
propietarios americanos en las invasiones de la costa, y con perjuicio del dueño y
del esclavo los llevaban a vender a las Antillas, en donde de un yugo dulce y
moderado pasaban a una tiranía espantosa. Al fin de la guerra de la independencia
americana ha habido hombres tan bárbaros que sacaban de los campos,
principalmente a los niños, a las mujeres de los negros etc., los llevaban bajo
diferentes pretextos a bordo, y allí los encadenaban los capitanes mercantes, y los
transportaban a las islas. Levantaron el grito de indignación contra estos horrores
varias sociedades filantrópicas, y lograron que se publicasen leyes severas contra
los culpables Otros comerciantes americanos continuaban indirecta y
clandestinamente el comercio infame de esclavos, ya prohibido por el gobierno. Un
negociante carga, por ejemplo, en Boston para Guinea, allí compra o roba los
negros, va a venderlos en las Antillas, toma en estas azúcar y melote, y viene con
su nuevo cargamento a los Estados Unidos, burlando así las leyes protectoras y
santas que honran el código de aquellas felices provincias.
15) En confirmación del mejor tratamiento que dan los españoles a sus
esclavos, debe tenerse presente que los negros de Georgia se escapan de continuo a
las Floridas donde experimentan más humanidad y consideración por su
desgraciada suerte. Ver el Viaje de los Estados Unidos por Brissot, tom. II carta 22. Ya
en el tom. I carta 1ª había hablado ventajosamente del sistema de manumisión
adoptado en La Habana y otras posesiones españolas, y de su influencia eficaz
sobre la inteligencia, las cualidades morales, la población y la industria agrícola y
mercantil de los mismos negros. (Nota del autor en 1811.) ↵
18) Desde 0º 44' sur hasta 12º 44'. Así su extensión de norte a sur
exactamente es de 240 leguas de 20 al grado. ↵
19) ¿En qué consiste (dice Brissot ) , que en nuestras capitales, donde la
delicadeza de los sentimientos iguala algunas veces a la de las sensaciones
codiciadas con más ansia, hay tan pocas personas que al saborearse con el azúcar y
el café se acuerden de los latigazos que nuestra golosina cuesta a los negros, para
reproducir las cañas cuyo jugo se consume, y para cultivar el arbolillo; cuyas hojas
puestas en infusión dan una bebida, ya casi necesaria al lujo y al capricho? A la
verdad los hombres instruidos y sensibles, que nunca son en gran número, parece
difícil que puedan dejar de contristarse con la idea de los excesivos sudores,
lágrimas y crueldades, sin las cuales no se consiguen aquellas producciones, y que
todos estos males dejen de presentarse a su imaginación bajo mil formas. Sabido es
que los individuos de clases muy respetables, aun los más devotos, son
apasionadísimos del chocolate; no reflexionando quizás que así contribuyen y
participan del crimen más enorme a que el sol haya jamás asistido con su luz. En
efecto, al consumir el cacao y el azúcar ¿no es cierto que pagan sueldo a los
hombres ciegos o perversos que toman directamente parte en unos delitos, sin los
cuales hasta ahora no se han llegado a reproducir los frutos coloniales? ¡Y sin
embargo, con qué frialdad, con qué indiferencia tan culpables se mira
generalmente la cuestión de la suerte de los negros! El humanísimo cuáquero
americano Wolman, autor de las Consideraciones sobre la esclavitud de los negros, de
tal manera (añade Brissot) aborrecía este comercio infame, que jamás quiso gustar
los frutos cuya producción se debía a las manos esclavas del infeliz africano.
Voyage dans les Etats-Unis, lettre XXI. (Nota del autor en 1811.) ↵
Los ingleses formaron en años pasados una colonia en Sierra Leona con la
intención laudable de civilizar los negros y restituirlos a la libertad. Ignoramos en
qué estado de prosperidad se encuentra aquel establecimiento, en la costa
occidental del África; establecimiento que será más acreedor a los elogios del
hombre sensible, si los ingleses en su fundación se han dirigido menos por miras
mercantiles que por principios de caridad universal. (Nota del autor en 1811.) ↵
24) Por los últimos decretos de las Cortes se han dado en España
providencias muy liberales a favor de los indios, eximiéndolos de varios tributos
gravosísimos y amparando con particular cuidado sus propiedades. En el Diario
de sus sesiones tomo III pág. 75 puede también verse la moción de un diputado,
quien tratando de la naturaleza y poquedad de los indios y de su propensión al
ocio, a la oscuridad y al retiro, opinaba que uno de los mejores medios para
excitarlos al trabajo y al honor, en el caso de dárseles representación en el congreso
nacional del imperio español (como parece justo) , sería restringir este derecho a
los indios poseedores de una suma de 2.000 a 2.500 duros, «pues que en aquellas
clases no es dado venir a esta fortuna por otro camino que el de la aplicación, de la
buena fe en sus negocios y contratos, y de la probada honradez de su conducta.»
(Nota del autor en 1811.) ↵
26) Samuel Smith, autor del Ensayo sobre las causas de la variedad de los colores
y figuras de la especie humana, pretende que el color es el resultado de las localidades
climatéricas y físicas de un país. Si el negro tiene el color más oscuro que el cafre, y
el color de éste guarda un medio entre el del negro y el del indio, la razón es la
siguiente. Bajo del ecuador los vientos siguen el curso del sol, llegan a la costa
oriental del África refrescados por los mares inmensos que les franquean paso, y
hacen a los países de Ajor, Zanguebar y Monomotapa comparativamente
templados; pero después de haber atravesado el continente del África por espacio
de tres mil millas, y haberse penetrado de todos los fuegos de un desierto ardiente,
vienen a caer abrasados sobre la cabeza de los habitantes del Senegal y de la
Guinea.
»Cuarta.—Los esclavos serán tratados del mismo modo que los criados
libres, sin más diferencia entre estos y aquellos que la precisión que tendrán los
primeros de servir a sus dueños durante su esclavitud; esto es, que no podrán
variar de amo.
34) Con la enseñanza y después con la libertad podrán quizá elevarse los
negros a un grado de cultura y de inteligencia que ahora parece inconcebible. No
hay en el género humano clase alguna de gentes ni pueblos a quienes esté cerrado
para siempre el santuario de la razón; y tal nación que hoy se encuentra en el
embrutecimiento y estupidez, fue en las edades remotas templo y refugio de las
ciencias. Esta proposición sería más cierta, si se adoptase la opinión de un filósofo,
que establece con argumento respetables los principios de la civilización del
mundo y de los conocimientos astronómicos y físicos en las fuentes del Nilo, entre
los pueblos negros de la Abisinia y Nubia. (Nota del autor en 1811.) ↵