Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

El Estado-Mario Liverani

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

118 LA EDAD DEL BRONCE ANTIGUO

plificado. Hay una selección de tipos oficiales (objetos, plantas y animales), y una
selección de operaciones y relaciones socioeconómicas significativas, con la que se
pasa de la riqueza caótica de las relaciones personales y los conocimientos indivi-
duales a la rígida catalogación de un saber destinado a mantener la cohesión de la
comunidad protoestatal.
Por algo desde los comienzos de la escritura, junto a los textos administrativos
para los que se inventó la escritura, encontramos textos de carácter escolar, que sir-
ven para catalogar y transmitir la propia escritura y el saber que conlleva. Y por algo
dichos textos están en forma de listas: listas de signos que son, al mismo tiempo,
listas de palabras y listas de cosas. Cuando sólo se han puesto por escrito unos textos
que son simples registros contables -es decir, cuando no hay cartas ni inscripciones
reales, plegarias ni encantamientos-, ya hay listas ordenadas por categorías (listas
de profesiones, de aves, de vasijas, de plantas, etc.) que sirven para «cerrar» un mun-
do infinito y convertirlo en algo convencional, que se puede usar, transmitiéndolo
de esta forma a los alumnos.

5. POLÍTICA E IDEOLOGÍA DE LAS FORMACIONES PROTOESTATALES

La especialización laboral lleva a una estratificación socioeconómica de carácter


estructural, es decir, no sólo circunstancial y cuantitativa, sino funcional y cualitati-
va. La estratificación es «vertical», porque los distintos grupos funcionales acceden
de forma desigual al reparto de los recursos y a la toma de decisiones; también es
«horizontal», porque los grupos privilegiados se concentran en las ciudades. En el
nivel más alto se sitúa el núcleo dirigente que monopoliza el poder de decisión y resi-
de en la ciudad, en la «gran organización» centraL De modo que la revolución urbana
conduce a la formación del estado: no a la formación de la función político-ejecutiva,
que ya estaba presente de alguna forma en las comunidades preurbanas, sino a la
del estado propiamente dicho, entendido como organización que controla de forma
estable un territorio (de dimensión multicomunitaria) y organiza la explotación dife-
renciada de los recursos para garantizar la supervivencia de la población y mejorar
su suerte. Lo que distingue al estado es, precisamente, el carácter desigual pero orgá-
nicamente coherente de los grupos humanos que lo forman. Los intereses de los in-
dividuos o grupos (familiares, locales, etc.) se someten a los intereses colectivos, que
se procuran con la diversidad de las funciones, las contribuciones de cada cual y la
restitución que corresponde a cada cual.
La formación protoestatal es un organismo basado en la desigualdad. Esta desi-
gualdad es evidente y marcada en el nivel físico-real. Hay que introducir motivacio-
nes de carácter ideal para convencer a quienes soportan un peso mayor de que esa
desigualdad es buena para el desarrollo del conjunto, y la explotación redunda en
beneficio de los propios explotados. Así pues, organización protoestatal significa tam-
bién formación de un núcleo dirigente que asume la responsabilidad de las decisiones
y las ventajas de una situación privilegiada; y formación de una ideología político-
religiosa que garantiza la estabilidad y cohesión de la pirámide de las desigualdades.
El núcleo dirigente tiene que trabajar en dos frentes, el operativo y el ideológico,
que desembocan respectivamente en la formación de una burocracia y un clero. La
burocracia, formada sobre todo por los escribas y subdividida en sectores y jerar-
LIBER
LA REVOLUCIÓN URBANA 119

quías, es la encargada de la gestión económica de esa gran empresa que es la ciudad


estado. Establece, garantiza y registra la afluencia de excedentes desde las aldeas a
la ciudad, organiza la redistribución de esos excedentes a los trabajadores especiali-
zados, proyecta y realiza las obras de infraestructura agraria (canales) y urbana (tem-
plos, murallas), y emprende el intercambio comercial con regiones lejanas.
El clero se encarga del culto diario y reservado, o periódico y público (fiestas),
gestionando la relación con la divinidad, que proporciona la justificación ideal de
las relaciones de desigualdad. La comunidad urbana, que desde hace muchos siglos
está acostumbrada a atribuir a personalidades divinas la responsabilidad de hechos
humanamente incontrolables, y a ganarse su favor con las formas antropomórficas
de la ofrenda y el sacrificio, traslada ahora todo esto al nivel de la organización so-
cioeconómica y política centralizada. Se produce una especie de paralelismo entre
el mecanismo de centralización y redistribución, y el de las ofrendas para el culto.
La comunidad, al igual que cede una parte de su producto a las divinidades (la me-
jor parte, las primicias) para conseguir a cambio un comportamiento favorable de
los fenómenos naturales, también cede una parte de su producto a la clase dirigente
a cambio de los servicios organizativos y las decisiones. El núcleo que gestiona la
relación con la divinidad (clero) y el que gestiona la dirección técnica (burocracia)
se sitúan muy por encima de la masa de la población productiva.
Además, lo mismo que la sociedad se ha diversificado por funciones especializa-
das, el mundo divino aparece ahora formado por una serie de personalidades que
se caracterizan por una o varias funciones y sectores en los que intervienen. Se for-
ma un auténtico panteón, que organiza esta pluralidad divina con arreglo a un siste-
ma de relaciones Gerárquicas, de parentesco), y que se traduce en una pluralidad de
templos, distintos de unas ciudades a otras y jerarquizados en cada ciudad.
Una tercera función, crucial para el funcionamiento del estado, es el ejercicio (y
el monopolio) de la fuerza con fines defensivos y de cohesión interna. De cara al
exterior, hay que defender las riquezas y las capacidades técnicas concentradas en
la ciudad, tanto frente a otras ciudades estado como frente a fuerzas organizadas
de otra manera (nómadas, por ejemplo). Esta defensa incluye campañas ofensivas,
en un intento de apoderarse de los productos y medios de producción (hombres, tie-
rra) de otras ciudades estado o de zonas marginales.
La formación del ejército, con dos niveles distintos, es la expresión del ejercicio
estatal de la fuerza. Hay un núcleo militar, formado por especialistas en la guerra,
con dedicación plena. Pero en caso de guerra se recluta un ejército de conscriptos
por prestaciones obligatorias -corvée-, coaccionando a toda la población -y en
esto el «trabajo» de la guerra no se diferencia de otros trabajos, que requieren la
movilización de la población. Además de usar la fuerza de cara al exterior, también
hay que hacerlo en cierta medida en el interior mismo de la comunidad. Dadas las
enormes injusticias distributivas, las grandes diferencias tributarias y de posición so-
cial, si la persuasión y la ideología no bastan, el poder central puede recurrir a me-
dios coercitivos, combatiendo a los rebeldes y agitadores de todo tipo para mantener
el orden.
Las tres funciones que hemos visto hasta ahora, distribuidas en «oficios» espe-
cializados (administración, clero y milicia) se subliman y reúnen en la persona única
del jefe de la comunidad, el rey. Las opciones univocas y la interdependencia orgáni-
ca de la formación protoestatal deben estar encabezadas necesariamente por un per-
LIBER
120 LA EDAD DEL BRONCE ANTIGUO

FmuRA 25. Templo y poder en la glíptica del periodo Uruk. l-3: afluencia de bienes al tem-
plo; 4: la defensa de los almacenes; 5: la defensa del templo; 6: fila de guerreros; 7: fila de
prisioneros.

LIBER
LA REVOLUCIÓN URBANA 121

sonaje que reúna todos los poderes y responsabilidades, y también todo el aparato
ideológico. El rey no es auxiliado por ningún organismo colegiado, representativo,
más bien es auxiliado por consejeros técnicos y responsables sectoriales subordina-
dos a él. La función administrativa del rey ocupa la mayor parte de su actividad dia-
ria, como jefe del palacio o «gran casa» (en sumerio é-gal), gestionada como una
empresa de grandes dimensiones. Le corresponde a él tomar decisiones estratégicas,
pero también la gestión corriente. La función más llamativa es el culto: el rey se pre-
senta como sumo sacerdote (en sumerio en) del dios de la ciudad, el gestor humano
de la empresa ciudadana por encargo del dios, su dueño teórico. En la fase de Uruk
todavía no hay un palacio «laico», residencia del rey. El templo, «casa del dios»,
es el centro simbólico y operativo de la ciudad. El rey es protagonista de las ceremo-
nias colectivas. El rey es el garante de la buena marcha de las relaciones entre la co-
munidad humana y el mundo divino. Por último, al rey se le atribuye también la
responsabilidad de la defensa de la ciudad y el pueblo frente a los ataques exteriores. La
glíptica del periodo de Uruk nos lo representa enzarzado en luchas más o menos sim-
bólicas con animales feroces que amenazan al templo o a los rebaños de la ciudad,
y con adversarios humanos que amenazan a los bienes acumulados en los almacenes.
Ya hemos dicho que el templo domina en el centro de la ciudad y constituye su
eje, tanto simbólico como operativo. Su mole hace ctfie destaque entre los demás edi-
ficios, y a eso se añade su acabado exterior y su mobiliario interior. Todo ello contri-
buye a poner en evidencia el poder y la riqueza del templo, que en teoría es la facha-
da con que la comunidad se presenta ante su dios, y en realidad la fachada con que
el núcleo dirigente se presenta ante la población. El papel que desempeña el templo,
de simbolizar y mantener la cohesión de la comunidad, es esencial. Alrededor del
templo hay espacios acondicionados para las fiestas y procesiones, las «salidas» en
público de los simulacros o símbolos del dios -probablemente, las únicas ocasiones
en que la población ciudadana se reúne en masa por una movilización ideológica
que posibilita (motivándolas) las movilizaciones económicas y laborales. En el caso
de Uruk, el área de los templos alcanza un desarrollo especial. Por un lado, el tem-
plo de Anu destaca verticalmente el santuario único, situado en Jo alto de una eleva-
da plataforma cuyas alusiones mitológicas y cosmogónicas se suman a la evidencia
urbanística y espectacular; por otro lado, el área sagrada del Eanna (dedicada a la
diosa Inanna, máxima divinidad de la ciudad) resalta la horizontalidad, con su ex-
tensión y subdivisión en múltiples santuarios, columnatas, patios y recintos que lo
convierten en el mayor complejo ceremonial que se conoce de este periodo. Dado
que el «peso» del sector ceremonial en el conjunto urbano se puede referir en cierto
modo al grado de justificación religiosa de la disparidad socioeconómica, nos da
una idea de la «carga» que en términos materiales supone el desarrollo de la organi-
zación central a expensas de la comunidad en su conjunto.
En el periodo de Uruk todavía no se han atestiguado otras formas de justifica-
ción y propaganda político-religiosa. Al parecer, todo el peso de la justificación ideo-
lógica recae en la propia existencia del templo y en las ceremonias que se celebran
en él o en torno a él. La propia figura del rey, así como el prestigio de los funciona-
rios y sacerdotes, giran directamente alrededor del templo. La base de la formación
de las comunidades protoestatales en la Baja Mesopotamia debió ser una fe entu-·
siasta, sin fisuras ni dudas. El rey es sumo sacerdote y se aprovecha del prestigio que
refleja en él la divinidad.
LIBER
122 LA EDAD DEL BRONCE ANTIGUO

La cohesión de la comunidad se estimula por autoidentificación, en relación con


el amo divino (hipóstasis sublimada del núcleo dirigente), y también, por oposición,
frente a las fuerzas exteriores. El primer estímulo, de carácter positivo (del tipo de
«dios está con nosotros»), sirve para mantener unida a la comunidad ante los emba-
tes de la desigualdad interna. El segundo estímulo (del tipo de «los demás son ma-
los») sirve para mantener unida a la comunidad frente a los ataques exteriores y en
función de la agresión dirigida al exterior. Esta úitima se justifica en ia medida en
que existe la convicción de que el mundo exterior, al margen de la relación correcta
con el dios que caracteriza a la comunidad ciudadana, es un mundo caótico y bárba-
ro, hostil y peligroso. Los enemigos bárbaros y agresivos son como las bestias fero-
ces que todavía pululan en los campos y amenazan a los rebafios. Debemos acabar
con ellos, antes de que acaben con nosotros. Debemos conquistar y aprovechar sus
recursos, porque la periferia existe en función del centro, y no por derecho propio.

LIBER

También podría gustarte