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Revista de Comunicación de la SEECI

E-ISSN: 1576-3420
editor@seeci.net
Sociedad Española de Estudios de la
Comunicación Iberoamericana
España

Hernández Flores, Hilda Gabriela; López Calva, Juan Martín


LA PARTICIPACIÓN ESTUDIANTIL COMO ESTRATEGIA DE FORMACIÓN
CIUDADANA PARA LA EDUCACIÓN EN VALORES EN EL NIVEL SUPERIOR
Revista de Comunicación de la SEECI, diciembre, 2014, pp. 43-58
Sociedad Española de Estudios de la Comunicación Iberoamericana
Madrid, España

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=523552854007

Cómo citar el artículo


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Página de la revista en redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Revista de Comunicación de la SEECI. (Diciembre 2014). Núm ero ex traordinario, 43-58
ISSN: 1576-3420
http://dx.doi.org/10.15198/seeci.2014.35E.43-58

INVESTIGACIÓN/RESEARCH

LA PARTICIPACIÓN ESTUDIANTIL COMO ESTRATEGIA DE


FORMACIÓN CIUDADANA PARA LA EDUCACIÓN EN VALORES EN
EL NIVEL SUPERIOR

Hilda Gabriela Hernández Flores 1: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.


México.
Juan Martín López Calva: Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.
México.
gaby_hf@yahoo.com.mx

RESUMEN

Lograr la participación estudiantil en las universidades resulta uno de los retos


actuales más importantes desde el punto de vista pedagógico, social e integral de la
educación. Este artículo plantea una reflexión sobre el papel que juegan la
universidad, la participación estudiantil y la educación en valores como componentes
de la formación ciudadana. Para ello primero se habla del rol de la universidad, y de la
vida universitaria, como un espacio que se conforma a partir de actores y grupos
específicos, que desde ahí definen sus acciones e interacciones para construir y
deconstruir los procesos de la vida cotidiana. Para ello, se contextualiza el concepto de
juventud, se propone la visión de la educación cívica como parte de la educación en
valores, y se establece la relevancia de la formación ciudadana en un contexto
moderno, que uno de los sociólogos más importantes de nuestra época, Zigmunt
Bauman (2000), acertadamente propone como fluido, cambiante y líquido en las
generaciones contemporáneas.

PALABRAS CLAVE: Universidad, Participación Estudiantil, Formación Ciudadana,


Educación Cívica y Educación en Valores.

1
Autor correspondiente:
Hilda Gabriela Hernández Flores: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. México. México
Correo: gaby_hf@yahoo.com.mx

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Hernández y López

STUDENT PARTICIPATION AS A STRATEGY FOR VALUES AND


CITIZENSHIP FORMATION ON HIGHER EDUCATION

ABSTRACT

To achieve student participation in universities is one of the most important challenges


of education, from a pedagogical, social and integral point of view. This paper reflects
on the role of the university, student participation and education in values as
components of citizenship education. The role of the university and university life as a
space where different actors and specific groups cooperate, is discussed, and their
actions and interactions are defined by what can be seen as a place where
conversational processes of everyday life are constantly built and deconstructed
(Murcia, 2009a). The concept of youth is contextualized, to finally discuss the vision of
civic education as an important part of education in values and its relevance within a
context that one of the most important sociologists of our time, Zigmunt Bauman
(2000), accurately has defined as fluid, changing and liquid in contemporary
generations.

KEYWORDS: University, Student Participation, Citizenship Education, Civics and


Values Education.

1. INTRODUCCIÓN

La sociedad actual, en un afán de modernización y cambio ante las diferentes


situaciones que se viven en este mundo contemporáneo, ha dejado de lado algunos
de los temas centrales que deben formar parte de la formación del individuo; como
consecuencia de ello se ha retomado, con cierta fuerza pero aún con incertidumbre, el
camino de la educación cívica y en valores en todos los niveles formativos, haciendo a
la vez un llamado a los padres y a otros actores sociales clave para lograr un sentido
de consciencia, más humano, más comunitario, más ciudadano para la formación
estudiantil. En este contexto, el nivel de educación superior resulta relevante, al ser el
espacio inmediato anterior al egreso del profesionista que se desea reflexivo, crítico y
participativo en función de los proyectos, no sólo profesionales, sino comunitarios, que
benefician a la sociedad. Morin (2006 p. 122) lo expresa de la siguiente manera: “La
misión de la educación para la era planetaria es fortalecer las condiciones de
posibilidad de la emergencia de una sociedad-mundo compuesta por ciudadanos
protagonistas, conscientes y críticamente comprometidos en la construcción de una
civilización planetaria”.
Para construir una civilización consciente, crítica y comprometida, la universidad
resulta, sin duda, la instancia formativa por excelencia, donde la misma se convierte
en un escenario social, cultural y político donde se confrontan constantemente ideas,
sentimientos y proyectos, pero sobre todo, donde se vive y se comparten teorías,
experiencias y sensibilidades que permiten mantener, construir y desarrollar al
individuo, al ciudadano, la cultura y la sociedad; por lo tanto, la universidad ya no es

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PARTICIPACIÓN COMO ESTRATEGIA DE FORMACIÓN CIUDADANA PARA LA
EDUCACIÓN EN VALORES EN EL NIVEL SUPERIOR

concebida solo como un espacio físico donde convergen conocimiento y propuestas, a


través de la participación de todos (Murcia 2006 en Murcia 2009b), sino también un
espacio donde se requieren y desarrollan conocimientos y habilidades, actitudes y
valores para la vida en sociedad y para la estimulación de ésta hacia la participación
cívica.
Para lograr un egresado-individuo consciente e involucrado con su entorno, se
necesitan estrategias flexibles y acordes con la realidad social que se vive, que a la
vez, propicien el desarrollo del estudiante en diferentes áreas y ámbitos que impacten
todos sus procesos: el universitario, el familiar, pero sobretodo, el social-ciudadano.
Según Valencia (2008 p.1) “las nuevas tendencias de la Educación Superior requieren
de una práctica educativa renovadora, para contribuir a la formación integral del
egresado, logrando así armonizar la formación de conocimientos, hábitos, habilidades
y la construcción de un proyecto de vida sustentado en valores como la solidaridad, la
justicia social y el mejoramiento humano”.
La universidad como institución generadora y reforzadora de valores, debe interesarse
y ocuparse del desarrollo del individuo, pero también del ciudadano, como parte de su
educación integral, ayudando así a los estudiantes a construir sus propios criterios,
tomar sus propias decisiones, planear, participar ad hoc con sus intereses individuales
y colectivos, y enfocar su vida hacia ellos; vivir en función no sólo de ellos mismos, es
aportar a los demás, es participar con el otro y los otros, es contribuir a una función
social constante y permanente que transmuta los valores aprehendidos a lo largo de
su proceso formativo universitario para plasmarlos de forma constante en el quehacer
diario.
En este sentido, retomar la Educación en Valores “significa encontrar espacios para
que el estudiante sea capaz de elaborar de forma racional y autónoma los principios
de valor que le van a permitir enfrentarse de forma crítica a la realidad. Además de
acercarle a costumbres y comportamientos relacionados con las normas y teorías que
haya hecho suyos, de manera que las relaciones con los demás estén orientadas por
la justicia, la solidaridad, el respeto y la cooperación” (Valseca 2009, p. 2).

valores en la educación. En mi opinión no es una moda; es un reclamo, es el deseo de


recuperar algo esencial que hemos abandonado: la función formativa de la escuela.
Esencial porque nadie puede educar sin valorar, porque toda educación se dirige hacia
ciertos fines que considera valiosos para el individuo y la sociedad”.
Print decía en 2003, que uno de los retos que tendría la educación cívica durante el
Siglo XXI sería que sus educadores deberían afrontar el desarrollo y el uso de
estrategias educativas que permitieran involucrar de modo activo a los alumnos; en la
actualidad, se puede decir que abundan las estrategias didácticas; sin embargo, no
todas han sido capaces de promover el aprendizaje para una participación activa en la
sociedad, por lo que la universidad, hoy día, se encuentra frente al reto de formar no
sólo profesionistas, sino egresados con valores, que sean líderes para el cambio social
y ciudadanos responsables y conscientes de sus obligaciones, y que construyan así
una sociedad preocupada por espacios de mejora personal, pero también colectiva.
Para lograrlo, la universidad debe ser un espacio que promueva la articulación entre la
ética y la política que se encuentran hoy totalmente separadas. Como afirma Morin
(2005), no es posible confundir la ética y la política o reducir una a la otra, sin

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Hernández y López

embargo la crisis de civilización en la que se encuentra hoy la humanidad hace cada


vez más evidente la necesidad de re-articularlas. No se puede pensar en que la
política pueda asimilar y diluir a la ética puesto que se convertiría en cinismo como
tampoco puede soñarse con que la política se ponga al servicio de la ética, lo que
sería prácticamente utópico y probablemente ineficaz. Pero es necesario, resulta
inevitable hoy en día, repensar la “complementariedad dialógica” entre la ética y la
política, aunque esto conlleve dificultades, incertidumbre e incluso contradicción.
Esta es una tarea profundamente universitaria porque la formación en la participación
estudiantil tiene que ser una formación simultáneamente ética y política,
estratégicamente ética y reflexivamente política.
Nos encontramos hoy en una crisis caracterizada por la pérdida de futuro que
sumerge a la humanidad en una profunda incertidumbre. Existe hoy una enorme
desconfianza en las posibilidades de construir transformaciones humanizantes y esto,
dice Morin (2005), refuerza la consciencia de las apuestas y las necesidades de
estrategia que solamente un proyecto de renovación ética de la política y un programa
de instrumentación política de la ética pueden aportar. Esta sería una tarea propia de
los jóvenes universitarios que por su propia naturaleza se oponen al ejercicio no ético
de la política y tratan de vivir consistentemente respecto a ideales éticos basados en la
posibilidad de un mundo distinto.
Morin señala como ideal socioético la construcción cooperativa de una auténtica
democracia. “La democracia es una conquista de la complejidad social” (2005, p. 149)
señala, pues dentro de la democracia todo individuo miembro de la sociedad se
convierte en un ciudadano que reconoce sus deberes para con la colectividad y ejerce
sus derechos dentro de un marco comunitario en el que es considerado como igual a
todos sus semejantes. Dentro de un sistema democrático, “el civismo constituye…la
virtud sociopolítica de la ética” (ibid).
Esta virtud sociopolítica de la ética que es el civismo puede y debe ser desarrollada en
la participación estudiantil universitaria para que las instituciones de educación
superior contribuyan desde su responsabilidad docente a la formación de los futuros
ciudadanos.

2. UNIVERSIDAD Y PARTICIPACIÓN ESTUDIANTIL PARA FOMENTAR LA


CULTURA DEMOCRÁTICA

Por su relevancia formativa-integral, la universidad “desempeña un papel clave para el


desarrollo de una cultura democrática, en el sentido de fomentar la participación y
emprendimiento de los estudiantes en la vida universitaria como antesala a su futura
participación en la vida política y social como ciudadanos”. (Michavila & Parejo, 2008;
en Chela & Martí, 2012, p.5).
Dentro de la universidad, la participación estudiantil tiene dos funciones centrales: a)
ser un mecanismo de inclusión para los estudiantes; y b) ser un espacio de formación
profesional y ciudadana, ya que esta se vuelve un lugar en donde la acción de
participar se establece como una herramienta de creación de capital social dentro de
la misma universidad: entre estudiantes y estudiantes, entre estudiantes y docentes, y
hacia fuera de ella: vinculación de estudiantes con comunidades de su entorno.
(Muñoz y Campos, 2013).

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PARTICIPACIÓN COMO ESTRATEGIA DE FORMACIÓN CIUDADANA PARA LA
EDUCACIÓN EN VALORES EN EL NIVEL SUPERIOR

El estudiante que participa en la vida universitaria establece un rol diferente al de


aquel que no participa, esto permite que desarrolle aún más sus potencialidades
dentro del ámbito universitario, sin embargo para activar mejor dicho rol, se deben
propiciar espacios de diálogo y articulación entre los diferentes actores internos y
externos, para que de manera conjunta, puedan lograr objetivos colectivos y procurar
que el estudiante se involucre con los proyectos y la gestión universitaria, no sólo
opinando sobre ello, sino colaborando en su mejora (Muñoz & Campos, 2013).
La participación estudiantil es un fenómeno muy amplio y abarca distintas actividades
de los estudiantes de manera individual o colectiva. El alumno que participa en
actividades o proyectos en la vida universitaria, sin duda reúne muchas más
competencias a lo largo de su vida universitaria: asumir un rol participativo también
logra que el estudiante adquiera una visión más completa de su entorno, situación que
se valora como positiva en su formación como profesional, ya que esto le da mejor
posición como profesionista y ciudadano.
Muñoz y Campos (2013 p. 26) establecen que “el rol del estudiante que participa, más
que definirse como un estudiante ‘protestante’ se define como un estudiante
‘protagonista’” con ello se entiende la participación, de manera general, como un
derecho constitucional, pero también como un medio para mejorar la convivencia. La
participación en sí, significa no solo “ser parte” (en referencia a la identidad, a la
pertenencia de los sujetos), sino también “tener parte” (a partir de la conciencia de los
deberes y derechos, comprometerse cotidiana y permanentemente) y “tomar parte”
(en relación con el logro de acciones concretas); implica un compromiso con el/la
otro/a, concierne a objetivos en común, consenso y toma de decisiones para alcanzar
las metas (Oraisón y Pérez en Machado, 2010 p.146).
Aquí es importante hacer una revisión sobre lo que mencionan Chela y Martí (2012),
ellos hablan de que existe voluntad institucional de las universidades y los organismos
por aumentar la implicación del alumnado en todo lo que concierne a la gestión de la
universidad y con ello, promover su participación activa; sin embargo, las propuestas
de participación estudiantil en las universidades chocan frontalmente con los intereses
de los jóvenes y también con las formas establecidas para participar. La realidad
universitaria no va en la misma dirección que ellos están marcando; hoy día, los
jóvenes más bien confrontan las formas institucionales y esto, aunado a la falta de
estrategias claras y continuas que permitan su participación, genera un espacio de
incomunicación entre ambas partes.
Quizá es que las instancias pertinentes, instituciones gubernamentales, organismos
representativos y universidades no han considerado como verdaderamente importante
la opinión y la acción del joven universitario en función de sus intereses, mismos que
deberían estar empatados con la propuesta institucional y considerados en los
programas juveniles de cada estado y del país; sin embargo, el rol que se desea del
joven, no permite realmente su participación activa en ámbitos variados: culturales,
sociales y políticos, durante la vida universitaria. Lo más llamativo en este aspecto,
según Francés (2008 p. 39), es que “la participación juvenil parece ir desplazándose
hacia contextos informales, cada vez más ajenos a espacios diseñados
institucionalmente, y donde cada vez más los vínculos vivenciales y existenciales de
los sujetos se configuran como el verdadero motor de la acción social”. Aquí vale la
pena cuestionarse: ¿Acaso ahora la participación estudiantil se llevará a cabo y

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Hernández y López

quedará cimentada como una actividad extramuros universitarios?... ¿Acaso así


debería ser?... ¿Por qué aún no se consolida el proceso de educación cívica en los
planteles universitarios?...

3. DE LA JUVENTUD, LO JUVENIL Y LA CIUDADANÍA

Cuando hablamos de jóvenes, de juventud y de universitarios, más allá de hablar de


edades, estamos evocando un proceso en el cual un individuo se construye y
deconstruye a sí mismo a través de su interacción con lo demás (el conocimiento) y
los demás (las personas), el resultado de ello, será un adulto formado pero a la vez
siempre en formación para la vida. Así Monsivaís (2002, p. 169 y 157) define Juventud
como “una forma de diferenciación social constituida como un sistema de prácticas
discursivas, las cuales postulan y construyen el sentido de la edad como un marco
para semantizar determinados procesos y experiencias sociales, lo juvenil se estudia
tomando en cuenta sus anclajes en lo individual y en la construcción colectiva de
representaciones sociales, sistemas de interpelación y formas de actuar” .
Reguillo (1997) señala que ser joven está ligado a la adopción de posiciones del sujeto
en circunstancias concretas y estructuradas. En otras palabras, para Reguillo (p.14) “la
‘juventud’ es un constructo histórico que le da significado a la experiencia biológica y
social de crecer. Todo mundo ‘crece y madura’ pero la juventud es el proceso
específico por medio del cual determinados individuos se involucran con instituciones
como la escuela, la familia, las instancias de gobierno, el arte y muchas otras cosas”.
De ahí que el proceso de formación ciudadana se vea también como un proceso de
interacción y de ámbitos variados dentro de la vida universitaria.
A partir de esto, también se puede hablar de la parte colectiva, la de grupos y
movimientos juveniles que dan sentido a los intereses juveniles. Feixa (1998 p. 60)
dice al respecto que “las culturas juveniles, en sentido amplio, refieren la manera en
que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante
la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el
tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional”. En otras palabras, y
de manera vigilada y aún restringida, los jóvenes crean ‘microsociedades juveniles’
con altos grados de autonomía respecto de las ‘instituciones adultas’ u otros grupos
mixtos de jóvenes y adultos donde vuelve a aparecer la tutoría y/o la restricción, de
ahí que ellos mismos se doten de espacios y tiempos específicos para lo que sea que
decidan agruparse.
Monsivaís (2000) habla de las dimensiones en las que se expresa la juventud,
dimensiones que se analizan a través de cuatro dominios:
a) El primero o individual: donde la juventud es un proceso por medio del cual las
personas negocian su maduración biológica, la gestión de su identidad yoica y sus
modalidades de inserción social dentro de las estructuras sociales.
b) El segundo o de las normatividades: es el de los procesos involucrados en la
construcción de posiciones de sujetos juveniles por parte de las instituciones políticas,
educativas, de salud, etc. Es el discurso de las instituciones sobre la juventud y sus
problemas.
c) El tercero o de la agenda social: es la forma en la que los jóvenes se asumen
como sujetos y como actores de una sociedad. Dentro de éste hay tres ámbitos: el de
expresión de identidades grupales y culturales juveniles particulares; la participación

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PARTICIPACIÓN COMO ESTRATEGIA DE FORMACIÓN CIUDADANA PARA LA
EDUCACIÓN EN VALORES EN EL NIVEL SUPERIOR

de jóvenes en movimientos sociales u organizaciones colectivas de distinta índole y la


construcción de estilos de vida diversos, que tienen como fuente de identidades, el
consumo.
d) El cuarto o sociosemiótico: corresponde al conjunto de relaciones que se
forman con las tres anteriores pero contempla las formas de codificación colectiva, a
las representaciones sociales de la juventud que están inscritas en las instituciones,
los actores y los individuos.
El proceso de ciudadanía juvenil que establece este artículo corresponde al tercer
dominio, si bien se inicia en la familia, como menciona Echevérry (2011),
posteriormente empieza a consolidarse en el escenario público de la escuela, lugar en
el que confluyen individuos con características e intereses múltiples y donde por
primera vez se tiene la oportunidad de examinar y relacionarse con el bien común y
con el interés general.
Es importante considerar también que “en las universidades, los sujetos de los
espacios de participación no son únicamente los/las estudiantes o los/las adultos/as
que allí trabajan, sino también aquellos/as que integran la comunidad educativa del
barrio y de la localidad, manifestando en las estrategias y los temas de participación
estudiantil la permeabilidad de las culturas políticas” Machado (2010 p.162) y la
inserción de los jóvenes a ellas.
Por lo que progresivamente la participación estudiantil y derechos de los jóvenes
universitarios se han convertido en una poderosa herramienta de acción ciudadana, en
la medida que es una experiencia conducente a crear capital social, a fortalecer los
lazos existentes entre las personas y grupos de la sociedad civil, y entre éstos y las
instituciones (Magendzo, 2003 en Muñoz & Campos, 2013, p.10).

4. SOBRE LA EDUCACIÓN CÍVICA PARA LA CIUDADANÍA EN JÓVENES

Educar para la ciudadanía es uno de los objetivos más complejos en nuestro sistema
educativo, ya que aún y a pesar de, los libros enfocados en ello, los programas que se
crean en este sentido y la capacitación a maestros en ello, todavía hay muchas
situaciones a considerar para alcanzar el objetivo: lograr un ciudadano en toda la
extensión de la palabra, con toda la universalidad y equidad posible que eso
representa, pero también con el conocimiento de todos sus derechos y obligaciones
para ejercer su acción socio-política. En este sentido, es indispensable definir las
competencias ciudadanas que se quieren desarrollar para avanzar hacia una
ciudadanía emergente desde la vida universitaria.
“Las competencias ciudadanas comprenden un conjunto de conocimientos y de
habilidades cognitivas, emocionales y comunicativas que, articuladas entre sí, hacen
posible que el ciudadano actúe de manera constructiva en la sociedad democrática”
(MINEDUC, 2005:15-19 en Martínez, Silva, Morandé y Canales, 2010 p. 114-115 ).
Una vez que se tiene visión sobre esas habilidades y se logra su articulación, se puede
decir entonces que la educación para la ciudadanía contempla “los aspectos
educativos que, a nivel escolar, tienen como objetivo preparar a los estudiantes para
ser ciudadanos activos, asegurando que poseen los conocimientos, destrezas y

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Hernández y López

actitudes para contribuir al desarrollo y el bienestar de la sociedad en la que viven”


(Eurydice, 2012 p.8). Además de un concepto, la ciudadanía también es una práctica;
es decir, una forma de actuar, una forma de vida, que se construye a través de las
experiencias de participación en la sociedad y que se reproduce en los espacios
sociales y políticos representado en el espacio social intersubjetivo (González, 2007 en
Martínez, Silva, Morandé y Canales, 2010)
A lo anterior abona el hecho de que tampoco parece existir un conjunto de valores
consistentes y cohesivos para lograr la formación ciudadana o éstos se plantean pero
son efímeros, hay poco seguimiento y congruencia en su aplicación desde las
instituciones, al igual que por parte de los actores, es decir, a falta de un eje o una
guía, los jóvenes simplemente actúan como lo establece la sociedad líquida, como
individuos que tienden a lo egocéntrico y autorreferencial.
La idea de comunidad se les ha vuelto obsoleta y en su lugar procuran grupos en los
que se agregan como individuos, donde cada uno participa desde su individualidad y
conveniencia; la gran consecuencia de esto es una gran falta de visión juvenil
colectiva, y mucho individualismo y aislamiento (Bauman, 2011) muy al estilo de la
democracia liberal.
En la postura de los liberales, se prioriza el derecho sobre el bien, teniendo una visión
del individuo racional que participa en la comunidad política para la defensa y
persecución de los derechos e intereses privados. Otras posturas de la democracia
como la de los comunitarios aboga por el bien común sobre el derecho que enfatiza la
importancia de la participación política pública en la creación de identidades, el ser
humano aquí, es entendido en términos de participación activa en la comunidad
política con consciencia cívica (Suárez, 2008). Ante estas dos posturas podemos
suponer que una democracia debería estar fundamenta en la segunda posición
planteada. La ciudadanía desde el punto de vista de la democracia comunitaria,
comprende las problemáticas juveniles de otra manera, ya que considera a los jóvenes
como individuos capaces de participar en un sistema democrático de diversas
maneras.
“Los jóvenes sin duda son actores con capacidad de contribuir a la construcción de las
formas de vida y desarrollo de un conjunto social, habrá que ayudarles a propiciar o
contribuir con las oportunidades, las formas y los medios para hacerlo” (Mouffe,
1992). Las investigaciones más recientes que se han llevado a cabo sobre esta
temática, apuntan hacia los siguientes rasgos fundamentales en relación al alumnado:
1) fomentar su aprendizaje mediante la experiencia; integración intencional de los
valores que deben ser explicados y defendidos por los educadores; 2) fomento del
pensamiento crítico y de la reflexión, animando a los alumnos a la elección personal y
a la defensa de sus valores; 3) creación en el aula de un clima que favorezca el
aprendizaje de una participación activa, no sólo dentro del aula, sino en el ámbito
social. Según los pedagogos en el área, estas estrategias quizá sean las más
adecuadas para conseguir que los estudiantes se conviertan en ciudadanos
democráticamente participativos (Print, 2003).
Para lograr una visión más amplia de lo que aquí se expone, cabe mencionar la
definición de Chantal Mouffe sobre ciudadanía, citada en Suárez (2008 p. 137) La
ciudadanía es “una forma de identidad colectiva construida por medio de la
identificación con los valores ético-políticos esenciales de la democracia liberal, a
saber, libertad e igualdad”. Mouffe (1992) también expresa que “la ciudadanía ayuda

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PARTICIPACIÓN COMO ESTRATEGIA DE FORMACIÓN CIUDADANA PARA LA
EDUCACIÓN EN VALORES EN EL NIVEL SUPERIOR

a reconsiderar el posicionamiento ético-político de parte del sujeto de derechos y


responsabilidades en una sociedad, con miras a postular una revalorización del
compromiso, con lo público y lo colectivo y que debe estudiarse como una posición de
sujeto donde los individuos no estén atados por un solo lazo de solidaridad. En última
instancia, lo que los une es el reconocimiento de un conjunto de valores ético-políticos
que deben respetarse, para asegurar la continuidad del contrato social”. En este
mismo sentido, Print (2003 p.6) comenta que “los ciudadanos democráticos son
aquellos que se comprometen y participan en el mantenimiento de sus democracias.
Son personas que sustentan y practican la democracia, aplican valores democráticos;
son ciudadanos participativos que comprometen tanto sus derechos como sus
responsabilidades en cuanto ciudadanos, que entienden los papeles de sus gobiernos
y sus instituciones, que colaboran con el estado de derecho”...y aquí surge otra
interrogante: ¿qué se necesita para que los estudiantes universitarios en México sean
ciudadanos democráticos?... como Aguila (1998) comenta, los estudiantes
latinoamericanos expresan continuamente que sus maestros desperdician el tiempo
repitiendo información que se encuentra en los libros, pero que no lo invierten en
generar y/o aplicar estrategias o procesos de desarrollo social, por lo que para ellos la
educación cívica es algo “abstracto” y no tiene ninguna relevancia con su vida
cotidiana ni con su entorno inmediato.
Sin menospreciar otras áreas educativas de la misma relevancia “La educación para la
ciudadanía democrática” (education for democratic citizenship o EDC), es una tarea
difícil y compleja pero sobretodo un gran desafío para las universidades tanto públicas
como privadas. Junto con la educación formal, la EDC se encarga de socializar a los
jóvenes para que se conviertan en ciudadanos efectivos de una democracia” (Putnam,
2000 en Print, 2003) ya que de todas las finalidades que se atribuyen a la educación –
desarrollo humano del educando, socialización de las nuevas generaciones, generación
de cuadros productivos para el mercado laboral, desarrollo de habilidades de
pensamiento, etc.- la más urgente y la que integra a todas es la que plantea Morin: la
formación de una ciudadanía consciente, protagonista y críticamente comprometida en
la construcción de una civilización planetaria. (López Calva, 2012)
Según el mismo Morin (2005, p. 150): “La democracia se sirve de dos circuitos
recursivos:
1.-Los gobiernos dependen de los ciudadanos que dependen de los gobiernos; 2.-La
democracia produce ciudadanos que producen la democracia”. De manera que una
sociedad en la que los gobiernos sientan que no dependen de los ciudadanos y actúen
de manera totalmente ajena a ellos, producirá ciudadanos que no requieran del
gobierno y que actúen totalmente al margen de él y de la ley que representa. Esta
relación rota entre ciudadanos y gobierno produce una situación de creciente deterioro
en la ética social. Por otra parte, sin la relación entre ciudadanos y gobierno no es de
sana dependencia mutua sino de co-dependencia destructiva sustentada en el
principio egoísta, se producirá un círculo de complicidades en que el gobierno otorga
privilegios a ciertos ciudadanos que le garantizan la continuidad en el poder y estos
ciudadanos otorgan apoyo al gobierno mientras este les siga manteniendo sus
beneficios, lo cual produce una relación de complicidades contrarias a la socioética.
Un proceso viciado en la relación gobierno-ciudadanos, produce también una relación
distorsionada en la que la democracia viciada produce ciudadanos que no comprenden

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Hernández y López

ni viven de manera democrática y estos ciudadanos producen a su vez, una falsa


democracia que producirán nuevos falsos ciudadanos.
De manera que para mantener en funcionamiento la dinámica democrática se
tiene que restablecer el doble circuito de dependencia mutua entre gobierno y
ciudadanos y entre democracia y ciudadanía.
Para lograrlo resulta necesario lo que Bauman (2002) llama ‘la agencia’ que significa la
capacidad de influir sobre las circunstancias de la propia vida, formular el significado
del bien común y hacer que las instituciones sociales cumplan con ello, mediante un
poder colectivo en el que convergen intereses; sin embargo, este autor reconoce que
la falta de ‘agencia’ en nuestros días es provocada por diversos factores, entre ellos: el
consumismo; la fabricación social de la vulnerabilidad y el cambio en el papel del
Estado, mismo que abandona a los individuos a sus propias fuerzas, mientras el
verdadero poder se fragmenta y actúa más allá de la política, y su incidencia se
aprecia en el trastocamiento de lo público y lo privado. Desde la perspectiva de
Sewell (2006) esta ‘agencia’ tiene lugar cuando los actores movilizan recursos y
esquemas culturales, los reinterpretan y los trasladan a otros o a nuevos contextos.
Esto es posible porque las prácticas ocurren en estructuras diversas, y en variados
niveles y esferas institucionales. Entonces ¿cómo lograr la agencia para establecer
ciudadanía en un mundo de escenarios cambiantes y fluidos? ¿quiénes son los actores
clave en esta formación: las instituciones, la universidad, los maestros, los jóvenes,
sus familias?...
Educar para la ciudadanía, a través de competencias y valores definidos y la incidencia
de actores e instituciones, puede ser una estrategia para dar respuestas diversas,
equitativas y democráticas que tiendan, mediante la interacción colectiva, al
fortalecimiento de la participación juvenil en espacios y acciones que propicien la
superación y la inclusión, y disminuyan la marginalidad (Wallace, 2001 en Monsivaís
2002). Desde esta perspectiva, aportar a la construcción de una ciudadanía
democrática implicará propuestas innovadoras de formación ciudadana, que implican a
la educación de una manera integral pero que no se agotan en ella, ya que las
propuestas y las estrategias deben posibilitar el ejercicio de la ciudadanía en la
interacción cotidiana con la cooperación entre estado, familia, instituciones educativas
en todos sus niveles, organizaciones privadas y profesionales de las ciencias humanas
y sociales. Echevérry (2011).
Los jóvenes entonces serán actores del proceso democrático en la manera que vean y
sientan que las instituciones que participan de su educación (e.g., familia, escuela,
organizaciones comunitarias, medios de comunicación social) pueden lograr su
actuación en tanto sujetos participativos y con voz, al interior de la sociedad civil, sólo
así se logrará una sociedad más democrática, más activa y enfocada a la justicia.
(Martínez, Silva, Morandé y Canales, 2010)
En tiempos actuales, construir ciudadana resulta de una serie de factores
interrelacionados, Leca (1992) en Monsivaís (2002 pp. 161-162) asienta que “la
ciudadanía moderna se concibe generalmente como la conjunción de tres
dimensiones: un estatus jurídico que confiere derechos y obligaciones en una
comunidad política; un grupo de competencias que permiten a los individuos participar
y dar seguimiento a sus intereses, y un conjunto de cualidades morales que
constituyen el modelo de la virtud cívica”, dicho modelo resulta relevante para generar
ciudadanía pero sobre todo para darle continuidad a través de todos los actores

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PARTICIPACIÓN COMO ESTRATEGIA DE FORMACIÓN CIUDADANA PARA LA
EDUCACIÓN EN VALORES EN EL NIVEL SUPERIOR

sociales e instituciones públicas y privadas. Por ello, un gran número de politólogos,


educadores y especialistas de campos relacionados al tema coinciden en que “sin
ciudadanos activos y participativos, el futuro de la democracia tal y como la
conocemos puede verse seriamente amenazado” (Dahl, 1998; Patrick, 1999; y
Putnam, 2000 mencionados en Print 2003).
Sin duda como expresa (López Calva, 2012) “Existe un crecimiento exponencial de la
preocupación, en el campo de la educación en valores, por contribuir a generar las
condiciones para la emergencia de una sociedad-mundo conformada por ciudadanos
críticos y creativos, constructores de la civilización planetaria que tanta falta hace en
un mundo lleno de signos de deterioro ambiental, social, cultural y político que
reflejan en el fondo la enorme crisis ética que vive el planeta y que requiere de un
esfuerzo sostenido por regenerar esta humanidad deshumanizada”.
Muestra de ello son los datos que presenta el Estado del Conocimiento 2002-2011
publicado por el COMIE y ANUIES (2013) que reporta que en el área temática 6:
educación y valores se encontraron un total de 101 trabajos en la década de 1982-
1991, 292 trabajos de 1992 a 2001 y 911 trabajos en la década de 2002 a 2011.
Dentro de esta área temática de educación y valores aparece por primera vez en este
estado del conocimiento 2002-2011 la subárea de Formación ciudadana y derechos
humanos lo que muestra la relevancia creciente de este tema. En el estado del
conocimiento de la década anterior (1992-2001) se hacía referencia a la formación
ciudadana pero desde connotaciones distintas, una de ellas fue denominada
Educación, derechos sociales y equidad en la que se ubica el campo de educación de
jóvenes y adultos y dentro de este campo se aborda el tema de Educación,
ciudadanía, organización y comunidad para referirse a la formación ciudadana en
sentido genérico. Otro subcampo relacionado se encontraba bajo el título de
Formación cívica en México en el que se abordaba el aspecto educativo formal desde
el ámbito escolar para la formación cívica como tal. (Molina y Heredia, En: Hirsch y
Yurén, 2013).
En el estado del conocimiento 2002-2011 se encontraron 93 investigaciones
relacionadas con formación ciudadana. En estos trabajos hay coincidencia entre los
autores respecto a que “…falta profundidad en la reflexión acerca de la ciudadanía y
educación cívica, ya que ésta carece de teoría sobre educación ciudadana” (Molina y
Heredia, En: Hirsch y Yurén, 2013, p. 214).
Otro aspecto relevante respecto al tema de formación ciudadana en el estado del
conocimiento reciente es que hay muy poca referencia a investigaciones en el nivel de
educación superior, lo que refuerza la relevancia del estudio del tema de formación
ciudadana en jóvenes y en la participación estudiantil en las universidades.
Bajo el contexto todavía de una baja participación estudiantil y una ausencia de
ciudadanos activos y pro sociales, resulta relevante analizar la situación actual de la
participación estudiantil desde la perspectiva de cuán necesaria es para la formación
de ciudadanos y de cuán importante es como elemento de formación en la
universidades; en este mismo sentido, la temática resulta de incidencia para las áreas
de investigación en educación cívica y de valores. Así, esta investigación aporta una
contextualización de la participación estudiantil en México y da elementos desde la
perspectiva teórica de esas áreas y del fenómeno que servirán para comprender mejor
a los jóvenes universitarios, sus necesidades e intereses y de ahí contribuirá al

53
Hernández y López

desarrollo de estrategias y espacios que fomenten la participación en las


universidades, junto con su entorno como una función enlazada universidad-sociedad,
individuos-egresados-ciudadanos integrales y pro sociales.
La ciudadanía, constituye un marco para comprender y estimular la participación de
los jóvenes como actores de la democracia; sin embargo, en nuestro país esto puede
verse como una posición comprometida, ya que la voz de los jóvenes sólo se escucha
a través de los canales de participación establecidos por las estructuras oficiales y
centralizadas. La relación de las instituciones gubernamentales con los jóvenes se
limita al control y sólo se muestra apoyo en lo referente al deporte o para ocupaciones
del tiempo libre por lo que se copta a los individuos o grupos movilizados, y se
combate a los contestatarios (Monsivaís, 2002)... ¿cómo lograr el interés de los
jóvenes?... ¿cuál es el canal adecuado para su participación?... Los rasgos de la
sociedad líquida han llegado a la universidad para instalarse como cultura en los
ámbitos de formación de los jóvenes. Como si fuera un discurso teórico pedido a
propósito para explicar lo que acontece en este espacio institucional, Bauman (2011)
nos llama a “estar alertas ante la volatilidad de las identidades y la escasa fuerza de
los discursos densos y de compromisos duraderos; la frágil consistencia de estos
discursos ha ahuyentado el interés por convicciones sociales”, especialmente en los
jóvenes.

5. CONCLUSIONES

La forma en que nosotros como sociedad definamos y hagamos “ciudadanía” estará


relacionada a la forma en que las propias instituciones, especialmente las educativas,
generen programas de formación cívica y en valores para la educación integral del
estudiante. Dicha misión, especialmente en el ámbito universitario, tiene relevancia al
pensar la educación como una actividad que incluye una tarea política no sólo de la
institución sino de los docentes y los alumnos, vistos como comunidad de incidencia
democrática.
De ahí que visualizar y fomentar las relaciones de poder (político) como parte
de la habilitación y/o generación de espacios de participación juvenil para la vida
universitaria, sin duda, requerirá de una revolución democrática, de actores sociales,
organismos e instituciones gubernamentales y educativas, que cada vez estén más
comprometidas y que sean capaces de proveer programas factibles de participación
ciudadana juvenil, es decir, que se creen espacios legítimos donde los jóvenes
converjan, dialoguen y propongan, no solo con la intención de demostrarles que son
escuchados sino para que establezcan acuerdos y acciones de acuerdo a sus
intereses y la visión del país que esperan construir.
Para ello se requiere, no sólo de una revolución democrática, sino de un estado
consciente de democracia y de un cambio en las culturas universitarias, encaminadas
mucho más a culturas ciudadanas o del mundo planetario, que no es lo mismo que
globalizadas y competentes en sus áreas de especialización profesional. Se necesita
junto con ello, una nueva ola de valoración sobre la Educación para la ciudadanía y
establecer al mismo tiempo, el verdadero rol de los adultos que convergen con el
joven universitario, logrando así comunión entre el proyecto educativo y el entorno
social.

54
PARTICIPACIÓN COMO ESTRATEGIA DE FORMACIÓN CIUDADANA PARA LA
EDUCACIÓN EN VALORES EN EL NIVEL SUPERIOR

No hay que dejar de considerar que a los jóvenes en nuestro país, más bien se
les ha visto como individuos que hay que preparar para la productividad y el
desempeño profesional pero no para la vida en comunidad ni para conocer y ejercer
sus derechos ciudadanos. Por lo que es de importancia sustancial preguntarle a ellos
mismos cuál es su propuesta respecto a la participación ciudadana y al desarrollo de
proyectos de respuesta y crecimiento juvenil y cómo es que ellos desean
responsabilizarse de esto.
En nuestra realidad de ciudadanía, no basta con sólo habilitar competencias y
valores ciudadanos, hay que transformar las estructuras subyacentes, reconocerlas
más flexibles y empoderar a cada joven a través del conocimiento profundo de sus
derechos y de sus capacidades como actor político, lo cual le da otra perspectiva de
incidencia en su entorno.
De acuerdo a lo expuesto hasta ahora, el discurso institucionalizado en el
mundo adulto y en el sistema vigente, postula el alejamiento y la pasividad de los
jóvenes hacia lo público y lo institucional, mensaje que lo que no va de la mano de la
activación de una participación juvenil más activa; quizá sólo estemos viendo una
parte de la realidad, quizá la parte conveniente, la misma de la que la gran mayoría de
los jóvenes desconfían o desconocen como propia. Establecer legitimidad con hechos,
consenso y apoyo hacia nuevos actores y nuevos canales de participación juvenil, será
cada vez más necesario para lograr conductas proactivas y ciudadanas al margen del
control institucional pero sí como parte de la vida universitaria.
Con ello cada vez es más necesaria la óptica de profundización en los
programas de participación juvenil y el replanteamiento de espacios adecuados para
ello dentro de las universidades y los entornos locales para lograr una nueva
articulación de relaciones entre los actores básicos de una, cada vez más necesaria,
cultura democrática.
Así el desafío de las universidades, tanto públicas como privadas hoy, será
lograr un modelo universitario centrado en la formación del ciudadano, en el cual la
construcción de la democracia y de la participación social sea la que alimente la nueva
forma de vernos y de relacionarnos con otros y con el mundo que nos rodea y que a
la vez, reconozca en el diálogo y la acción, las formas para mejorar las condiciones de
respeto y valoración del otro en nuestra sociedad.
Finalmente, es conveniente a nuestro contexto y a nuestra sociedad, hacer una
reflexión profunda y consciente respecto a la manera en que familia, universidad,
gobierno y cada uno de nosotros vamos a ir construyendo ciudadanía, para que con
ello, nuestros jóvenes puedan ser parte de un mundo incluyente y habitable formado
por diferentes identidades o tipos de ciudadanía pero que responde activamente a las
problemáticas sociales que requieren, sin duda, de la acción juvenil.

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Hernández y López

Hilda Gabriela Hernández Flores


Doctorante en Pedagogía, Profesora-Investigadora de la Facultad de Ciencias de la
Comunicación de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Integrante del
Cuerpo Académico en Consolidación Comunicación y Sociedad.

Juan Martín López Calva.


Doctor en Educación, Decano de Posgrados en Artes y Humanidades de la UPAEP,
miembro del SNI-Nivel 1, Coordinador del grupo de investigación sobre Ética y
autorregulación en el proceso educativo.

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