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Juan Bertoni. Está Muy Luz El Cuello de La Muerte

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Está muy luz el cuello de la muerte

Poesía

Juan Adolfo Bertoni

1
A mi padre, Enrique; a mi hermana, Mariela;
a mi hija, Irene:
extremidades mías.

A la memoria de Eduardo Darnauchans.


2
3
(…)
Es hora de que la piedra se apreste a florecer,
de que al desasosiego le lata un corazón.
Es hora de que sea hora.

Es hora.

Paul Celan

Traducción de Jesús Munárriz

4
Sales, robos, protestas

5
No hace falta que dejen el candado cerrado

Acá ninguna nieve cae:


sólo algunos hombrecitos caen,
y se amontona el ojo sobre el vacío que dejaron.

Hemos podido abrir la puerta


aunque olvidamos la llave…

La casa está segura:


vino a cuidarla ahora el desvalido.

6
Embarazos

Compulsión de lo último. Años con días que no van a terminar.


Y al nacer noviembre nace un árbol que no tendrá corazón.

El semen suelto sobre poemas no escritos…


La muerte encinta. Inapresable. Muda: asida en si.
¿Sola para quién?
¿Para ese día del año último?

Sobre el arroyo caerá la palabra que otra vez no nombra.


Estrella titilante en el cielo de Kiyú.
Vía Láctea encendida sobre el río
y las casuarinas que ningún ojo ve.

Moscas que vuelan hasta morir en la boca del perro que ladrará.
(Sangre breve en noviembre – No sangre fácil).

7
Yacimientos
A Luisa Cuestas y Estela Golovchenko

Un roedor de mil kilos, el cráneo de una especie


de carpincho
que vivió hace mil años:
también había elefantes!
tigres dientes de sable y los caballos ya estaban
antes de que Hernandarias
los trajera.
Nuestros indios andaban entre ellos
y era algo muy hermoso de ver.

Elefantes peludos corrían


además de mulitas como tanques,
gliptodontes
– que podrían dormir entre leones en el medio del África
pero estaban acá, cerquita
del río Uruguay:
su coraza
era una caparazón grandota:
el duro corazón dentro del monte.

Los paleontólogos buscan fósiles y encuentran estas maravillas.


Los arqueólogos van
tras los huesos hermanos que nos faltan.

8
Frágil edad

Por Salvador Puig

Lo que no es todavía en la cintura de la noche.

La alteración de la voz que algo nombraba


viene al atrio que aterra las miradas:
¡jaque!

El rey negro que se siente solo


pero aún tiene un alfil:
no sabemos vivir en este mundo...

La pasión raro fruto en la silla de ruedas.


(Lo que dicen los árboles es cierto
– sine querella).

9
Porque azul fue la muerte
Por Paul Celan

Tu corazón no fue oriundo del azar ni del odio.

Sería una otra bestia sin dulzura, si cayera


una víspera apenas, taciturna,
un caballo que pasa sobre el niño y no lo pisa:
salta…
O una sombra del pie de tu memoria
en el umbral que abriste bajo el Sena:
¿allí caíste?

Lo que vos te llevaste como furias,


el álamo que hundiste en el dolor del mundo,
está hablando esta noche en que nada comprendo
y sin embargo aquí sabemos
que te arden las mejillas todavía
-los picos y las palas, los músicos judíos-
la nuca de tu Fritzi al final de la bala…

Y hay un fragor que llama a tu pupila


en el blanco en que quiebra tu amapola
– no fue tu culpa Antschel, no fue tu culpa –
y es azul tu más ojo,
piedra
dura:
porque azul fue la muerte cuando te miraba.

10
Prometeicos
Por Franz Kafka y Juan Carlos Dean

El peñasco que aún brota en el lomo del tiempo.


Lo acompaña la sangre de un antiguo sufrimiento
y tal vez no termino de comprender por qué
“la herida se cerró de cansancio”…

En la checa ventana veía las entrañas


de su hermano de leche en la tormenta:
el pecado segundo del vigía original.

El hígado resistió el fuego más allá de las manzanas,


renovado – enfermo,
y por la quinta vez florece un ojo inexplicable:
el soplo de los hombres que aún están escuchando.

11
Mercancías

De púrpura los pies pisan la tierra y baña lo prohibido de inmediato:


este baño lustral de una caricia
sabe que va a caer la piel del grito:
alguien sirve el almuerzo,
pone sal en la mesa…

Al borde están los más en el ayuno eterno.

12
Necesidad

Los ojos locos caen en el vacío o yesca…

No podrás ver ningún violín en la espalda de un gato que apenas sí se olvide,


ni tristeza que empate las urgencias de mirlos,
ni gorriones ni sapos dibujados el día en que el pasto cortamos,
ni el agua puesta en baldes porque no hay seis de enero.

Va la piedra – Golpea.
No son vidrios lo roto.
Es la culpa del hombre y ni siquiera el pan
si se hubiera quemado en la boca.

13
Menú

Por José Luis Massera

Y sin embargo sí que ocurre el mundo, camarada.

Escapar sería sólo un presagio de la muerte


y la conciencia nunca ha sido una coartada:
ya casi no se habla
– por ejemplo –
de la lucha de clases o del pueblo
¿y?

Ahora ha vuelto a llover.

Llueve mucho y mi padre está lejos con su marcapasos.


Tiene que estar pensando en el dolor que a veces incomoda su pecho
y no tiene terreno buscar en mis bolsillos una lágrima,
ni imaginar el beso que mi madre le daría.
(Abro la puerta del salón oval:
no vi llorar a Bush, ¿habrá de hacerlo Obama?).

Si terminan la Historia no van a ver revolución piensan los unos y los otros.

14
Aldaba muda

Donde el fruto del pliegue quiere, es decir allí


cuando estuvo la arena junto al río,
es más blanca mi mano que mi sueño.

En el agua cae el infinito. Tiene el rostro de un hombre


que fue visto en las noches y lastimó mi labio
con el vaso que rompió sobre mi sien.

Él – allí estaba.

Cuando volvió la luz quiso el silencio – y no pudo,


que alguien me acariciara
la cicatriz que aún sangraba.

Buscó por toda la ciudad el fruto de su golpe.


Lo tuvo frente a si:
no encontró ni los gusanos.

– El río lo acompañó.

15
Muelles

(Sé que no va a ser posible y por eso me adentro).

La muerte debería brillar por su presencia


y es nuevamente cierto que ni morir se puede sin amor
– ya fue escrito con sangre una noche no roja de Praga.

Pero este barco tiene lo abismal, abisma


el arte de mañana,
atisba el tiento de los niños
o tiene
la espalda ancha como un frío.

Una pregunta y otra en estas horas en que todo semeja


un mar de sombras que arruinó mañana.
Mañana: si.

Mañanas.

16
Anclaje de una pena
Con Jorge Bertullo

El cerebro nació del corazón caliente y el pecador se azota no sin cierta


fruición.

Las piedras en las cuencas que ahora tiene el padre


son dos perros gemelos peleándose rabiosos:
la culpa es un revólver cargado de no seres
y el vacío quisiera llenarse de crisálidas:

“lasceran su piel, carne y mi ser,


sangra su cuerpito y se sacuden mis muertos:
sonríe y sopla el viento.
Respiro lento”.

Y Vallejo que pasa con su quena hermanísima…

17
Aunque tenga miedo
A Lucio Muniz

Escribir un textito que tenga la cara de la noche,


la última noche que vivirá la muerte
del último poeta al resbalarse,

escribir esa sangre en la luz de sus manos


allí cuando se agarre la cabeza:
dejarlo hablar, si puede,

al silencio que salga de su boca como un pie.

18
Campos

Bordea el cementerio y la mañana la luz aquella que parece invicta.


Nadie sale de su lugar.

Pero los árboles – los flacos pinos y los dulces álamos,


tiemblan con un temblor que corre hacia lo oscuro:
ánimas,
luz animal que parpadea
o gime…
Mañana es otro 2
de noviembre
y Uruguay no es lo mismo que México, claro.

Hay flores en la página


que va a llevar la niña huérfana.

19
Presiones

Un labio pasa sobre el piso de piedra, romo.

Las arrugas de dios ponen el grito en otro cielo


y hay un pregón que ha empezado a escucharse
de boca de los hombres muertos.

Auxilio verde que podría untar mi pan


para que desayune con mi madre
y hable.

Malos ladrones somos – ya fue dicho,


perdón.
Todas las puertas ayunas de nudillos.

20
Dicho sea de paso

21
Trasiega el arduo rayo como un canto

En la noche más sola está la piedra: un rayo de la luna la trasiega en silencio.


Así la sopa
trasegada en la infancia de una jarra a otra jarra para enfriarla un poco…

Una jarra estaba golpeada.


La jarra hablaba de la boca que no podía.
¿La jarra habló a la boca que pronto iba a cerrarse?

(El canto de los muertos – madre.


El balazo que te diste – Ariel.
También mendigan).

22
Es otro labio de lo que ya no nombro

La sombra del muchacho que estuvo en la cama más grande


al lado de mamá
desnuda este camino en el silencio
y no podrá pisar
la toda cicatriz.

Los perros tienen hambre.


Los perros tienen sed.
Rabiosos.

Muerden los huesos como a un corazón.

23
Aquel árbol se acerca y es un álamo

No está este ojo más rojo en la corteza.


No en las ramas.
No en el tronco.

No.
El ojo quiere entrar en la mejilla.
Adentrarse en el surco

por el que baja una lágrima.

24
Yo te recuerdo Brenda: recostada

Joven abuela que no vio a sus nietas…

Tus piernas en la máquina


extrañan el futuro,
pisan y cosen
llevadas por la orden de tus manos.

Cosen al descosido el corazón.


Cosen a las muchachas
el vestido de la alegría, las ramas de tu ausencia
y lágrimas de organdí…

25
El tiempo tiene miedo de incendiarse

Un hombre pasa con su muerte al hombro.

Siente el calor
– mucho más que el peso,
del hijo que no verá crecer.

La esposa abre la canilla sin agua.

26
Ahora está la noche de la mano

Su cintura, sumergida en el mar, siente otros peces.

Una palabra dada en la boca de nadie


canta lo que va a morir.

Trepan el tiempo más helado – la noche,


la palabra.

No se van a caer – Nadie va a silenciarlas.


Ya no podrán hacerlo los que nos mataron.

Ellas van a sembrarse en el ojo que vio.

27
Un azufre se ha ido a caerse en la hiel

Suena tu cabellera en la raíz de mi ojo


que quisiera escucharte renacido.

Tu semblante parece que fuera a transformarse en una cruz.


Tu boca
no va a volver a hablar.

También eres la gota – la que cae


en la copa de vino
que miraremos tres.

No vamos a pelearnos por ella – No vamos a querer beberla.


Decidimos dejarla en la aldaba que llama en tu ataúd.

28
Con tu vestido nuevo vienes hacia mí

Vienes con tres balanzas en tus manos quietas.


Nos pides que empujemos la silla con más fuerza
– y una rueda se atascó.

Ya está!
– No insistas, hijo:
agarra una balanza.

Y vi cuánto pesaba tu corazón.

29
Nocturna estás pero seguís de vuelo

Pelaré una naranja también para que comas mientras pienso


debería ponerme a enhebrar una aguja
para cuando regreses a coser nuestras medias
o buscarte el ovillo de lana
que olvidaste pedirme para tejer las horas
de Lo fatal...

Tu sonrisa está triste y recuerda a tus nietas.

En el fondo de tu ojo
puedo ver una casa en la que he muerto.

30
Vaivenes

No vayas a correr la losa enamorada – Puede,


me dijo un tente desde el aire,
que remuevas el polvo que ha quedado
o renueves el sitio de las cosas que ahora los recuerdan.

No vayas a cortar ese arbolito.


Podría ser que los pájaros que en su noche dormían,
hayan visto tu rostro bajo el claro de luna y te tiemblen las piernas
– aquellas que sostienen tu niñez.

No vayas a deshacer la cama en la que no dormías.


Puede
que venga hasta esta tarde la piedad de tu madre en mitad de la noche,
y muerda el corazón…

31
Estudio del hijo

Partido entre dos lunas vengo a salir en tres…


Tu mano viene a mi, mamita:
das dos caricias nuevas y me haces la cama
para que en ella no duerma más.

Vacío estaba.

Y no tengo manera
de tenderme en la tierra junto a vos.

32
Antes y después

Entra el agua a tu cuerpo porque eres la madre mía… Mi hermana está


jugando pero aún tiene el miedo de tus vértebras: vas a morir pero en el río
bailas.

Estamos niños. Estás joven: mírame una vez más. Yo también tuve miedo
¿sabes? Yo no me até a las dudas de tu ausencia. Ni supe levantarme en la
caída.

Vas a morir pero cantas y miras el sol sobre los juncos y hemos hecho un
castillo con la arena y tres torres y con tu risa grande una muralla que ahora
mismito el agua desmorona.

Vas a morir pero en la costa lloras.

33
Patrimonio

La rosa bendecida por los labios: pincha.

Tiene corrido el rictus de mis lágrimas – Salgo


a caminar la espina o mausoleo
de este verano en el que están los huesos.
Vengo a pedir no un rezo.
No un pañuelo.

Allí afuera quedó lo más adentro,


archivo en el que guardo borradores:
mi hermanita en la melga de los muertos.

34
Haber

El rayo dislocado en la noche malva y en la ventana un árbol con sus seis


ramitas. Hay unos girasoles cortados sin cantar y no demasiado lejos un
pesado ataúd cargado por mis manos.

El ojo que era mío continúa posado en un rostro ajeno, apenas tallado en el
niño que renguea. Vuelan las cartas que borraba al despertar, el trigo de las
lágrimas maduras, y un poco más allá se acercan las barrancas y el río: no está
mi voz en el coro.

Apenas la madera del tronco más inmóvil.


Un apeguito rojo – Sin querencias.

Mordido corazón que me adolece.

35
¿Arden los ojos de la amada última?

Como un rayo que cruza la tarde en que habrán de enterrarme entre sonrisas
un viejo puente no da paso.

Ha crecido el arroyo.
Llueve mucho y para distraerme un rato
le escribo cartas a mi muerte.

Desearía tatuarla en mis brazos


– con el torso desnudo mostrarlos sobre un barco
en el que sólo viera pasajeros extraños.

36
De roca en agua

37
La piedra fue a caer en el pulmón del agua

No estaban tus ojos allí.


Había tal vez una esperanza rota
estirando sus dedos sin tocar la noche:
no pude mover mis pies siquiera un paso.

Entonces me detuve en tu corte de pelo…

Y puse mi ojo al lado de los tuyos.

38
Dormitan en el viento las notas de tu amor

La noche de la que vuelves me hace árbol:


a una rama la injertas en medio de la bruma
y a otra la calientas debajo de tu sombra.

Amiga de las horas no marchitas


bajo el álamo
que mueve sus hojas al despertar.

Puedo ver tus latidos


en la sabia.
– Y más no puedo hablar.

39
Que ponga sus huevitos lo que me huye

Tu cuerpo algo friolento está sobre la arena y a tu lado yo soy:


emocionado.

De pronto entre las nubes se abre paso el sol.


¿Es tu cuerpo que aviva el momento solar?

Por mi parte no aprendo a callarme la boca.

– ¿Por qué no puedo dejar que hable lo que piensas ahora


y yo no sé tocar?

Temor porque tus ojos cerrados no me estén mirando


y venga a desovar lo que no puedo darte.

40
A las seis de la mañana los seis pájaros

Sobre la roca como si anhelaran la mano del viento.


Mirás las nubes con sus árboles muertos:
los árboles que incendió la bruma.

O el cuerpo del silencio de tu hermano que falta.

Con él querrías jugar en la boca del agua,


largamente.
Tus pestañas caminan sobre la arena triste.

Vuelta a mojar por duelo.

41
En lo más hondo estabas mejillona

Y yo trabajaba la piedra con un ojo cuando el amanecer parecía un bosque


lleno de árboles como el beso que quise darte.

Tu hermanito jugaba con tus manos


y se agitó el viento un poco más cuando tu corazón quiso llamarlo.

(Esperaba en la orilla el Orejano:


nos ladraba sabiendo que habrías de volver sobre tu sangre).

Y yo que quise alzarme y tocar la raíz de tu más mundo:


es decir una llave que pudiera ayudarme a abrir toda puerta en el dolor.

42
Mar nórdico

Había un pensamiento orbitando la nada y tu pie lo dejaba ser.

Tu pie desnudo
siempre
tiene tiempo
para un hombre que sabe la manera de no estar.

¿Y quién busca la nada en un rincón donde la amada


espera el año de la luz?

Ven ahora a mi lado – meine damen.


Haz que suba a tu cuerpo como el niño que he ido desangrando,
y ayúdame a que el hombre
caiga entero esta vez...

Habla querida: di nuevamente la verdad.

43
La noche vieja que te ató a mis dudas

No tejió ni una hora en el silencio, estabas


parada como un cardo o un pañuelo
sobre el que irían a caer tres lágrimas.

Un alto fuego, sin embargo,


un alto fuego refrescó cada noche
– el cardo, y la ceniza.

La noche nueva desató mi oído.

Y fue a tu vientre el labio de mi ojo.

44
Esta calor nos deja espacio para el beso

Y abres mis ojos como a un candado roto.

Me preguntas si busco el sur donde está el norte, el este en el oeste,


y cuando balbuceo la respuesta
ya estás en el biguá más negro.

Ése que va a morir en pleno vuelo.

45
Abrió la boca

Bajo el párpado tengo tu mirada:


redondo manantial de gata.
Un animal que deja libre lo que miró – ora sombrío,
y el iris cerca lo mirado para la luz que no se olvida.

Sueña, ahora, la sombra,


y extraña el vuelo de las horas en las que cae, cegada,
una llamita que algo sintió.
¿Adivinas?

(No, querida mía: es aquel charco que nos amó).

46
Un clavel acontece en antes de mi entierro

Los médanos que hemos caminado ya no queman las plantas de los pies.

Mi no saber no hablar pudo horadar


las piedras de lo que pensabas,
puede callar también.

Como tu mundo con mi boca abierta.

47
Pasa nadando mi hermanita muerta

Y en mi cuerpo yo siento sus brazadas – Sin embargo


en el vino que anoche degustamos
no estuvieron las ausencias tuyas.

Ausente estuvo el sol esta mañana.

Ausente estoy de mi,


desayunado.

48
Corazoncito dulce y viene a hablarte

El mundo abre tu beso de madre interminable


y en cada noche tienes un abrazo
para los días que fallaron.

La meces hoy como en aquellos días.

(Sus manitos
golpean
toda puerta).

49
Está la noche blanca sin Eduardo

Y no se ven las olas de lo más íntimo.


Está, como se ha dicho,
afuera,
tendido sobre el pasto que comerán mañana
los caballos rotos.

El rocío finito no parece quemarlo.


(Cuidado: no vayan a pisar los chiquilines).

50
La carne de esta piedra besa lo tardío

Lo que recién llegó, habiendo estado siempre en el lugar de lo anhelado.


Lo que pensábamos ya no llegaría.

Te acomodaste tus cabellos moviendo apenas la cabeza


– estás aún más tuya:
es increíble –
y la medida de lo que faltaba nos dió la sombra nueva.

El viento allá en la piedra – Reina el mar,


como un hijo en la madre que lo espera.

51
Un monte enmarañado: tiene frío

La palabra que meciste en tus brazos la noche de la mayor tristeza


– la que no tendrá fin.

Tus brazos siempre sienten


el dulce peso de su vida pluma.

Entran al monte:
le dan calor.

52
Voy a alabar la luz que hay en tus ojos

Tu hija viene a hablarte en duermevela.


Una hora después de medianoche
te visita,
crecida como un sueño que habías olvidado
en el nido de un pájaro sin canto.

Son otras piedras en la huella de aquel tiempo toba,


y el ayer extrañado está adelante.

Como el sol que ya duerme en la playa desierta.

53
Acerca de esa perra que sabe mentir

54
La avispa viene a la memoria ciega

No trae novedades de importancia.

Un párpado del tiempo


está caído
y el otro se sostiene en las miradas
de los muertos que vuelven:

traen en sus bocas,


sin quejas,
la medicina cruel de una esperanza

y la avispa que quiere lavarlos con luz buena.

55
Así no se florece en primavera

Siete niños trenzados junto a su madre muerta


en otro mediodía de Ramalah o Bagdad
beben agua estancada en las cuencas del mundo.

No doblan la espalda del tiempo.

La cabeza cortada de la bella muchacha,


afuera del cuerpito de Zainaba Alí,
pudo pudrirse en el sueño de la paz.

Nadie parece haberla visto…

Quedó un beso postrado


– Un vuelo raso.
Y una gota de sangre en el estiércol.

56
Sin fin

Las voces de la noche arrebolada – cual si fueran banderas


y flamean.

La más cercana voz ya no dice verdades.


La que menos se escucha deja un rojo mensaje
en el contestador de un último teléfono.

La sal.
– Los hombres.
– Los niños.

En los dolidos campos de Cartago


o Gaza.

57
Mingora: Mayo 2009

Cuatro rostros cerrados en el fondo: ¿son las madres?


Vienen desde el valle de Swat, en tierra de los puros.
Ocho ojos cubiertos por el velo del miedo
– las miradas adentro.

La valija y un bolso – occidental escudo con rueditas.


Los diez niños al frente: ¿dónde estarán sus padres?
Todos miran con muerte y dos hacia la cámara:

¿Palwasha?
¿Zarghuna?
¿Gulalai?
¿Spogmai?
¿Khaperai?
¿Rajamina?
¿Kashmaley?
¿Khayasta?
¿Laibar?
¿Aymal?

No conozco sus nombres que no pueden tampoco


abolir el azar:
quien bebe sobre la muerte come sobre la muerte, Paul Celan.

Mis palabras no dan ningún futuro ni los salvan, es verdad...


Y uno piensa si hubiera la milésima parte de un hombre de este lado,
diría entrecortado en la tierra sagrada
yo también les debo un mundo.

58
El 300 Carlos

Las botas de duro cuero pisan el submarino En la puerta del infierno clavaste
tus espuelas impostando la voz como Caetano El herrero golpeaba el hierro
con tu ojo Las manos dislocadas trabajan la madera para un caballo que
montarán tus hijos:

por ellos das tu grito y nada hablaste.

59
Sin título
A Alicia Sabatel

La gillete en la boca del nacido – Si cantara


esta noche lo haría
en falsete:
niña.

Y menguante como el río


de tu sangre.

60
Sin título II

Las gotas de limón en tus heridas no redimen al odio sus perdones.

Olvidando también
las crianzas de la Rosa de Hiroshima,
alguien canta al bañarse en la Embajada – o en el lobby
del Hotel Oceanía agrega Héctor:

relojes suizos
y carroñas
en tiempo
presente

dan la hora de los cómplices.

61
Planos

Cuando el sol asemeja que a morir se va yendo


la braza del cigarro puede quemar mis dedos.

Pueden pudrirse, también, las palabras escritas


como aquella manzana en el lomo de Samsa.

¿Qué hemos hecho?


El pedazo de vidrio ha quedado con sangre…

62
Milenio
A Hugo Bervejillo

La ceguera del futuro está en cuclillas, ¿no os parece brothers?

La madeja en las manos del silencio:


– un ideograma
que trae en si la sal y el huerto.

Bajo el arco de los ojos de Karl Marx


un epitafio gime hablándole a sus lágrimas de padre:
un pueblo de hombrecitos que cayeron niños.

Vuelve el simio a calzarse el pantalón del tiempo, y trastabilla…

63
64

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